LA MUJER INMORAL de Laura Daza

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Una mirada íntima, dulce y descarnada al mismo tiempo, eso es lo que nos ofrece este primer libro de relatos de Laura Daza.Con relatos intimistas -a ratos brutales-, como una nueva Alicia la autora nos lleva a viajar a través del espejo, pero en los vericuetos del mundo real. Desde una tarde de pasión entre la hojarasca hasta el desamparo del amor en un gueto gay; las veleidades de “La mujer inmoral”, las relaciones sociales en el ciberespacio y la inevitable y clásica muerte, este es un paseo por la vida contemporánea, enraizada profundamente en los prejuicios tradicionales de la sociedad chilena. Úrsula Villavicencio Chaparro.

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Laura Daza Valenzuela (Chillán, Chile 1980).

No es bueno acumular relatos de vida si no somos capaces de compartirlos, recrearlos y devolverlos al mundo de una manera ficticia y teñidos de fidelidad; así lo hacían nuestros abuelos y madres a modo de cuentos antes de dormir, recreando batallas y mundos imaginarios, enseñándonos a través de la tibieza del arrullo, las primeras hojas del pasaporte a la adultez.

Laura, nos entrega estos relatos ficticios con el engaño de la realidad, invitándonos a espejearnos como una manera de exorcisar los procesos de construcción que todos tenemos y de esa manera dejar correr las aguas estancadas.

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La mujer inmoral

Laura Daza [email protected]

Registro de Propiedad Intelectual Nº 238.9661º Edición / mayo de 2015

Diseño portada y libro: Máximo Beltrán

Todos los derechos reservados(Este libro y cualquiera de sus partes pueden ser reproducidas con fines no lucrativossiempre y cuando se cite adecuadamentesu procedencia y autor)

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Pero no todo es pasión y fuego, a ratos unos "te amo" destilan de tu boca,

los recibo y escondo mis heridas con tus palabras...

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Prefacio

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No es bueno acumular relatos de vida si no somos capaces de compartirlos, recrearlos y devolverlos al mundo de una manera ficticia y teñidos de fidelidad; así lo hacían nuestros abuelos y madres a modo de cuentos antes de dormir, recreando batallas y mundos imaginarios, enseñándonos a través de la tibieza del arrullo, las primeras hojas del pasaporte a la adultez.

Laura, nos entrega estos relatos ficticios con el engaño de la realidad, invitándonos a espejearnos como una manera de exorcisar los procesos de construcción que todos tenemos y de esa manera dejar correr las aguas estancadas.

Máximo Beltrán FuentesChillán,

mayo 2015

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- Cuéntame Carola, ¿qué te dijo?, ¿cómo está?, ¿se casó?, ¿dónde vive? Cuenta mujer, me tienes desesperada con tanta cosa. ¿Y cuándo te envió solicitud?

- ¡Marta!, ya deja de joder mujer por Dios, te llamé para que me orientes, no para que me interrogues de esa manera.

- Ya pero cuéntame y no te interrogo más.

- Juan Eduardo me dejó un mensaje, fue solo eso, vi su foto de perfil, esta igual , no sé, está más ... No sé cómo decirlo… Está más rico, más guapo, ¿me entiendes? Lejos del cabro flaco que conocí en el colegio. Su mensaje decía: “Carola me encantaría verte nuevamente, ¿aceptarías un café para conversar?”.

- ¿Y tú que le respondiste? ¿Se juntan o no?

- No sé, igual me da un poco de susto, estoy casada Marta, no voy andar por ahí con mi ex, no, no, no, le diré que no, total que más da; tantos años, no creo que le moleste...

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- Carola, ¿qué puede pasar si te juntas con él?, nada, eso pasó hace tantos años, seguramente te vio y le dio el típico ataque de nostalgia, que es tan común por estos días en Facebook: todos se encuentran; muestran sus mejores fotos, estados perfectos, otros, no tanto ¿Te has fijado, que si colocas que estás mal, triste o que estás como el forro, te sobran los "me gusta"? ¡Y hasta la huevona que le caes mal en la oficina, te soba el lomo con un mensaje profundo y una carita feliz! ¿Y las fotos? ¡Ni hablar! Se suben las más lindas o donde aparezcas mejor, porque ni cagando vas a subir una foto con cara de poto, o de esas después del carrete...

Marta tenía algo de razón en lo que decía, así funcionaban las redes, como un mundo paralelo.

Comenzamos a chatear más a menudo con Juan Eduardo, nos dimos los teléfonos. Un día el me llamó, escuchar su voz me descolocó: “Buenos días, señora Carola, ¿cómo está?”.

Una simple frase y yo estaba con un nudo en la guata. Conversamos sobre lo que hacía, de mi trabajo, los hijos, él también estaba casado; fue agradable escucharlo. Las llamadas continuaron, la curiosidad me mataba,

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quería verlo, una sola vez y dejarlo donde estaba hace algunos días: en un rincón de mi mente, en los recuerdos bellos de mi juventud; me resistía a etiquetarlo de fantasma...

Nos juntamos una tarde en un café, lo vi llegar y no sé si el mundo se tambaleo, subió o bajó, lo cierto es, que sentí exactamente lo mismo que en aquellos años, ya no era un recuerdo, estaba ahí, todo él, su aroma suave, su voz bella. Pensaba en él durante todo el día y a ciertas horas la culpa me torturaba por el solo hecho de necesitarlo. Me acostumbré a sus llamadas por las mañanas, a las 8:05 am, en punto. Oír su voz cada día me hacía sentir mejor.

Para ser franca, él suplía ciertas necesidades... esas necesidades que tenemos las mujeres: ser escuchadas o simplemente, ¡ser vistas! No sé si es la costumbre que venda los ojos a algunos hombres y cierra sus oídos. Lo cierto es que con Juan Eduardo seguimos en este juego que dio vuelta mi mundo, no sé cuándo terminará. Y la verdad no quiero que termine...

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Creo haber atrapado decenas de olores en mi nariz: tierra, hojas, el riachuelo que se abría paso por las rocas, el aroma de los árboles, de todo lo que había, recuerdo el aroma suave de Alfonso y sus ojos buscándome.

Caminé hacia él sosteniendo su mirada, sentí sus manos deslizarse por mi cintura, poco a poco fui desprendiéndome de la ropa que llevaba hasta quedar desnuda en aquel paisaje que se mimetizaba con mi piel.

Sobre el colchón de hojas, él recorría con sus labios cada centímetro de mi cuerpo, no quedó un espacio que sus labios de fuego no tocaran, mi corazón presuroso latía su nombre en mis venas, sus ojos rápidamente se encontraban con los míos, las palabras silenciadas en cada beso, ¿para qué hablar, si el cuerpo habla por sí mismo? ¿Para qué las palabras? Si la melodía de aquel lugar llenaba los oídos, nuestros silencios se encontraban en un abrazo eterno, profundo, hasta anclarnos en un gemido, en la fuerza de sus caderas entre mis piernas y su boca entreabierta buscando algo de aire.

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Sumergida en el paisaje caminaba en ese suelo blando, me alejé un poco de ese lecho improvisado, hasta sentarme en una roca, Alfonso observaba a la distancia.

-Vamos - dijo con voz triste.

-Vamos - dije con la misma tristeza. El ocaso indicaba el camino, ese camino que nos dividía, que nos partía el alma. De regreso a la realidad, la realidad que consume, que estaba ahí, él en su casa y yo en la mía.

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Llegamos al criadero poco antes del mediodía, era un día tibio de octubre, los potreros ya se vestían de un verde intenso, el aire expelía olor a tierra, a pasto húmedo, inundando todo. Nos dirigimos a las caballerizas, donde Augusto, su fiel potro, lo esperaba ensillado. Jorge y yo visitábamos de vez en cuando el criadero, básicamente cuando una yegua paría o había un animal enfermo. Lo cierto es que ese día, no había ningún acontecimiento que atender, así que él se puso sus polainas, tomó su sombrero y con un suave gesto me miró; su mirada tenía un brillo especial. Tomé de la rienda a la yegua que solía cabalgar siempre, La Rinconada , una yegua colorada con una mancha en la frente , muy dócil , monté y me fui al lado de Jorge.

Recorrimos la alameda hasta llegar al camino que llevaba al río, allí me pidió que bajara de Rinconada y que me fuera con él:

-Toma tú la rienda- me dijo con una amplia sonrisa.

-Es algo complicado montar con vestido -le respondí.

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Nunca lo había hecho; la ligereza del vestido me provocaba una sensación de libertad.

Continuamos por el camino y pude sentir su aroma, sus manos que comienzan a desabrochar el vestido y se cuelan como el viento, levantando la ligera tela.

Me toma de la cintura, sus manos se desplazan por mi pecho, me toca, aprieta mis senos, en mi cuello siento su respiración más agitada, besa mis hombros, con leves mordiscos y ya estoy ardiendo, siento la humedad correr entre mis piernas, el calor me sofoca, su lengua se desliza tibia hasta mi cuello, aprieta con sus labios cada comisura de mis orejas, finalmente llega a mi boca, donde me besa con la intensidad de un huracán.

Mis manos se pierden entre su pantalón, toco su sexo erguido, duro como un fierro, su fuego traspasa mis manos, más me excita, ardo, de a poco me doy vuelta, es él quien dirige el animal que sigue su caminata, abro las piernas, me acomodo, su sexo aparece, me toma de las caderas y lentamente me sienta sobre él...

-Jorge, (susurro), y el vaivén del animal hace aún más placentero el momento, Jorge se clava en mí, lo siento

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cálido, ya no susurro, gimo abrazada a su cuello, cerca de su oído, en ese movimiento me siento humeda, me muevo al compás del animal. Calor, siento calor, el sol atraviesa mi espalda desnuda, el vestido lo llevo a la cintura , como un cinturón que no sirve de nada, sigo sumergida en esa locura, en ese movimiento ...

Le gusta que gima en su boca, sabe lo que está por venir: en un orgasmo sordo ,me desarmo en sus brazos; el me clava más profundamente, me mira, besa, me aprieta fuerte en sus brazos generosos, todo mi cuerpo es un largo latido, te amo, digo muy bajito, él lo escucha y me embiste nuevamente, esta vez soy yo quien sabe loque viene ...

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Mientras conducía, vi a lo lejos aquellos álamos perfectos las ventanas de tu casa, el sendero que recorrimos juntos, vi tu sombra en cada espacio. A lo lejos ya las largas siluetas de los árboles se perdían, quedaban atrás, como tú.

Recordé mil abrazos, cientos de besos y caricias furtivas; el olor a tierra húmeda, recordé esas tardes de bienvenida en que de un salto me colgaba a tu cuello, recordé el libro de poesía y eso de no ser prolijo, en realidad ya no lo soy.

Recordé tus ojos resplandecientes y sentí que de verdad me observabas por la carretera; lágrimas silenciosas rodaron corazón abajo.

Todo quedaba atrás, lejos muy lejos todo ese amor profano y consumado; lejos muy lejos quedaban los árboles testigos.

Me pregunté qué sería de ti todos estos años y si te acordarías de las historias que te contaba, una en

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particular, la de Isabel Allende, Inés del alma mía y ese relato descarnado, cuando Pedro de Valdivia se va al sur a conquistar a los bravos indígenas, y en el momento preciso de su muerte grita con todas las escasas fuerzas que le quedan, con las carnes desgarradas y la lengua en hilachas: " Adiós Inés del alma mía".

Al revisar los mails de esa tarde encontré uno muy particular, eras tú, que tristemente decía " adiós Elena del alma mía”.

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Sin duda que el vino es mejor en tu boca, en tu lengua, en cada beso, entre vino y saliva que sellan mil pactos.

Vino cayendo en mi piel, y tu boca buscando cada gota que baja desde el cuello hasta el pozo del deseo más ardiente.

Arde cada gota, arde cada beso, arde en este fuego que es mi sangre.

Ardo en tu infierno.

Pero no todo es pasión y fuego, a ratos unos "te amo" destilan de tu boca, los recibo y escondo mis heridas en tus palabras...

Un rojo granate cae como cascada de notas suaves que se funden y evaporan en la calidez de mi piel, tu boca arremete, tus ojos encendidos en esa negrura fascinante, siguen cada línea de gran reserva destinado para el ritual.

En la embriaguez me deshago de pudores pasados, ato y desato prejuicios y caigo en tus brazos.

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La cascada granate se apoza sobre mi vientre que tiembla al compás de tu boca devoradora...

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Mi abuela caminaba por la casa cargando consigo su débil estructura, sus pasos se escuchaban lejanos como los de un fantasma; recorría el salón, el comedor y el corto pasillo hasta llegar al dormitorio, miraba con tristeza los cuadros y fotografías en los muros. La casa y su frío inconfundible, su olor a humedad y sus tablas desgastadas, era una bóveda de recuerdos; hilos del pasado que no alcanzaban a urdirse con este presente aciago.

Tarde llegué almorzar aquel día, no muy diferente al resto de la semana, todo estaba tal cual, sin embargo noté en la mirada de mi abuela un velo de lágrimas, pregunté qué pasaba y ella me dijo que fuera a ver a adentro. Al entrar me percaté de las sábanas cubriendo el gran espejo del salón, ese enorme marco de madera que mi abuelo había tallado; ese espejo que reflejó tantas alegrías, fiestas y celebraciones; el mismo que había reflejado también lágrimas y discusiones familiares.

Me dio escalofríos ver esa sábana colgando de la pared: recordé semana santa, cuando mis abuelos cubrían los

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santos con recogimiento, pues "nuestro señor estaba en agonía " y por todos nosotros más encima, cargando con los pecados que probablemente íbamos a cometer.

Sentí un dolor en el alma, era evidente la antesala de un duelo, miré a mi abuela cuestionando su actuar, preguntando con el silencio de una mirada , por qué eso de cubrir los espejos y ella, con su voz cansada me dijo: “Hija , ya no quiero verme más en este estado. Cada día me conozco menos; sé que estoy vieja, eso es inevitable, pero ya no quiero ver mi imagen y las de los fantasmas que me acompañan; siento miedo desde hace tiempo, se aparecen por las noches, en la mañana, sobre todo cuando estoy sola, la soledad los atrae y aún no quiero partir”.

-Pero abuelita - le dije - si usted sabe que ellos siempre han estado aquí; hemos crecido, comido y dormido con ello, ¿por qué ahora ese afán y ese miedo?

-Ya tengo el alma cansada hija; no me gusta lo que veo ni lo que siento, es mejor así, cubrirlos para que no me vean.

-Está bien - suspiré con aceptación- no sacaré nada de

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lo que usted ha dispuesto, pero si usted cree que ya es hora, por favor no se olvide de avisar como siempre.

-Tú serás la primera en saberlo- me dijo.

Tres meses después y con los espejos de la casa cubiertos, una madrugada de un frío julio, la abuela no despertó, no le avisó a nadie ni a mí. Qué me retorcí esa noche de ganas de verla, creo que en una oración la solté, tal vez o, en un descuido cuando su alma se separó de la mía, cuando la muerte la arranco de mi vida, no sufrió, su rostro inexpresivo, sus manos frías, su cabello ceniza, todo en ella estaba frío, cuando llegué por fin a su lecho y la vi, así, inmóvil, se me heló la sangre; sentí que toda el alma se desgarraba en un momento, sentí un dolor tan grande que pensé que iba a parir.

Besé sus manos puse mi cabeza en su pecho, buscaba su olor cálido, todo se había ido, no grité; lloré en silencio, como cuando era niña. No quería asustarla, ahora ella se convertía en mi fantasma; mi sombrablanca.

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En las tardes de tormenta, mi abuelo yacía en su cama de oro. Desde niña la vi así, una vieja cama de bronce con una colcha dorada, amaba esa cama que me había refugiado tantas veces, en donde mi abuelo me leía y enseñaba con su voz ronca, los textos religiosos y una historia de Chile amarillenta del 1895.

Mi abuelo yacía ahí desde hace algunos meses, su cama de oro estaba junto a la mía, ahora era yo quien velaba sus sueños, sus dolores y delirios.

Fue una tarde de junio cuando se desató un temporal, todos en la casa corrían asustados por el viento, los truenos y relámpagos, mi abuelo silencioso y ajeno observaba, lloraba en silencio, creo que de nostalgia; lágrimas caían entre los surcos de su cara.

Escuché su grito, no era precisamente mi nombre, el me nombraba diferente, como a un pájaro de su tierra, rara vez lo escuche pronunciar mi nombre... Creo que no lo sabía y que siempre me confundió con un fantasma.

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Corrí a verlo.

Aquel cuarto era una extraña mezcla de olores, entre la podredumbre de la carne que en vida cae, a la naftalina y al olor a muerte que exudaba su cuerpo, en ese escenario sombrío, una luz tenue brillaba en sus ojos.

-Quiero que leas un salmo, hija - me dijo.

Sabía el número del salmo y lo que decía y, ahí entendí:

“El temporal, el Señor es quien pasahace sentir su poderse sienta sobre el aguacerono teman hijos de Israel”.

-Ves - me dijo- no hay por qué temer al temporal, es el Señor quien pasa...

La vida es un misterio que día a día nos empeñamos en descifrar... la muerte es la verdadera revelación.Nunca olvidé sus palabras, aún resuenan como bronceen mi oído...

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Quemo el vestido de novia blanco,con sus tules y macramés insolentes.Quemo las fotografías de aquel día,a suerte de exterminio de recuerdos,el fuego devora las imágenes,las sonrisas,los rostros,tú rostro se desvaneceen el fuego.Como un ritual pagano,fuego, agua que son mis lágrimas,aire de octubre,el halo de tu partida.Pero todo aquello es en vano,el ritual, el fuego y el dolor,pues tu sangre corre por la casa,tu sangre juega y pregunta.Tu sangre baila y de repente tus ojos repetidos me miran.Tu sangre dice mamá, tu sangre se angustia,no entiende de tu ausenciaTu sangre juega en el patio ytodo ritual ha sido inútil, cuando tu sangre vive conmigo.

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Cuando la sangre corrió por sus piernas y los sueños se hicieron coágulos, el dulzor de sus mejillas menguó, el alma se le heló como un glaciar y la vida que latía en su vida se desvanecía en largos hilos rojos.

Lo imaginó sonriendo, adivinando el color de sus ojos, la calidez de su fragilidad, lo imaginó en ese océano preparado para Él.

Pero como una pesadilla tan real como el presente, la amargura quebraba el sueño de aquel delfin amado, navegante del misterio.

Hacía pocos meses que su sangre se había conjugado con la de él, después de misa, en los albores de la nueva estación, se habían amado hasta el punto de sembrar desiertos, abrazando el fuego entre sueños inconclusos.

Cuanto esfuerzo no sirvió de nada … cuando el desalojo precoz era inevitable. Lagrimas rodaron corazón abajo y en un sollozo mudo lo entregó a las manos del Hacedor.Nada más que vacío.

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Cierto día, Alberto se encontró con Josefina, Alberto no escucha, no habla, Josefina habla en un lenguaje primitivo, en este mundo nadie entiende lo que dice.

Ambos se miran, los silencios no cuentan, ya se encontraron; juegan y ríen acostados en el pasto. Son niños, usan el lenguaje universal: el amor.

Sus silencios poco importan, ellos se descifran, se sienten el uno al otro y eso es suficiente.

Los observo y no existen barreras, me pregunto; ¿cuando dejamos de ser niños, cuando comenzamos a contaminarnos , cuando comenzamos a mirar sin ver y a escuchar sin oír, a ocupar el lenguaje para descalificar y vaciar sentimientos negativos ?

Si tan solo viviera como ellos, a detenerme cada vez que la lengua viperina lanza su ponzoña , o simplemente a escuchar los sonidos que agudos o graves forman la sinfonía cotidiana.

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Aprenderé de Alberto que escucha a través de sus manos, aprenderé de Josefina su lenguaje que habla con el cuerpo entero, con sus manos, con su mirada.

Los niños se divierten y descubro la gran lección, son más evolucionados.

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Veo a la mujer inmoral por todos lados, en las calles, caminando pintarrajeada hasta las orejas, oliendo bien, decorada con bisutería cara y también de esa que venden en las aceras.

Veo a la mujer inmoral azuzando a los hijos el odio contra del padre.

Veo a la mujer inmoral mostrándose hermosa en fotos para ser adulada.

Veo a la mujer inmoral estrujándole el bolsillo al ex marido.

Veo a la mujer inmoral insultando y acechando a la pérfida que le ha quitado sus beneficios de "esposa”.Veo a la mujer inmoral, mostrando su gran mentira de mujer "bien" frente al resto.

Veo a la mujer inmoral poniendo de escudo a los hijos para conseguir favores económicos o simplemente para torturar al hombre que la ha dejado.

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Veo a la mujer inmoral arrastrarse por un poco de atención... necesita que le digan: linda, bella, hermosa, ya que no alcanza para otra cosa; la cabecita no le da.

Veo a la mujer inmoral acostarse con uno y otro hombre, con sus hijos en la misma cama.

Veo a la mujer inmoral que miente y que se miente así misma.

Veo a la mujer inmoral que publica sus intimidades de cómo tiene sexo y escribe: “ Uf, ni te imaginas como lo pasamos anoche ".

Veo a la mujer inmoral besar a otra en la oscuridad (es inmoral por que debería besarla a plena luz)

Veo a la mujer inmoral sentenciando lo que no conoce, sin tener certezas, vomitando estupideces a diestra y siniestra.

Veo a la mujer inmoral, resentida y trastornada con sed de venganza, solo por no ser amada, por ser frígida y culpar a su hombre de no sentir un orgasmo.

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Veo a la mujer inmoral, destruirse a pastillas y alcohol.

Veo a la mujer inmoral, arrastrándose por migajas de afectos.

A estas las he visto en todas partes, en la calle, en Facebook, en libros y en mi propio espejo.

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Los dolores del parto eran cada vez más intensos, mi vientre se contraía a cada momento, mi compañera de cuarto estaba en las mismas labores que yo, ninguna de las dos gritó ni dio aviso alguno a las encargadas de la casa de acogida.

Habíamos llegado del campo hace algunos días. En esta ciudad se encuentra una enorme casa de acogida para embarazadas de sectores rurales, el ambiente es cordial que no hace juicio con el frío de sus habitaciones y su escalera de mármol.

Anita y yo nos conocimos allí, un par de días antes de aquella noche aciaga. Anita era una mujer casada, y por marido un machista que cada vez que podía le refregaba en el rostro su incapacidad de darle un varón. Esta situación se le hacía cada vez más tortuosa cuando se enfrentaba al momento del parto. Sus hijas habían nacido en la casa y esta era la primera vez que daría a luz en el hospital de la provincia.

Yo estaba embarazada del patrón del fundo donde trabajaba desde que tenía conocimiento, había decidido

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regalar a la criatura, no me quedaría con él o ella. Había escuchado de familias adineradas que los acogían o adoptaban; matrimonios que no podían tener hijos, los detalles de la entrega ya los había conversado con una mujer que se dedicaba a estos asuntos. En aquellos años todo era más fácil. La única condición que me exigía, era que no fuera enfermo o "mongolito".

Nos encontrábamos con Anita en el cuarto, como pudimos acarreamos un lavatorio con agua, y las toallas.

Ella demoró menos en dar a luz una hermosa niña de piel blanca y pelo oscuro. La criatura no lloró, ella la tomó y comenzó a sobarla con la toalla, la niña abrió los ojos, le quitó algo de la boca y pidió que la tomara, me negué yo estaba a punto de parir y sujeta al catre de metal pujé en cuclillas. Así pude dar a luz a un vigoroso niño que apenas asomó su cabeza al mundo, dio un grito que despertó a todos los huéspedes de la bendita casa. Con el llanto del niño, la niña de Anita también lloró. Solo teníamos segundos para cambiar nuestras vidas y así lo hicimos, ella me entregó a su niña con lágrimas en los ojos, para ella era muy importante llegar con un niño en brazos a su casa y recibir por fin un trato digno por parte de su marido.

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Entregué a mi hijo en los brazos de Anita, ella lo miró con afecto y dulzura, lo puso en su pecho para que amamantara de inmediato. Así, cuando llegó la encargada y nos vio con las criaturas en los brazos, no hubo espacios para dudas ni suspicacias: cada una cargaba a su hijo.

Ya de día nos llevaron al hospital donde examinaron a las guaguas. A las afueras del recinto estaba el marido de Anita, orgulloso el imbécil, pregonaba su condición de padre de un "machito”: “Por fin la Anita me ha dado lo que yo quería”, decía.

Me despedí de Anita, besé en la frente a mi hijo, ella hizo lo mismo con la pequeña que dormía en mis brazos. En la esquina la mujer me espera junto a un auto blanco, me acerqué a ella, le di un beso a la niña y la entregué.

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¿Cuántos hombres amaste en tu vida?, ¿cuántas amistades que disfrutaron tu alegría? ¿Cuántos seres pasaron por tu vida, hermana?, ¿y ahora donde están todos aquellos?

Te veo llegar a mi cuarto, tu cuerpo no resiste, tu alma está en catarsis, la enfermedad avanza y va estrangulando tus órganos, tu piel, incluso algunas de tus extremidades comienza a devorar, como si la muerte quisiera consumirte lentamente y sin piedad.

Tu belleza ha desaparecido, la piel se pega a tus huesos inclemente, el frío te encoje, a ratos te siento gritar, tus gritos son de dolor e impotencia, atrapada en ese cuerpo enfermo, librando día a día esa batalla que te desgasta.

Te aferras a la vida con la fuerza de un ejército. Inútiles son tus artilugios para evitarla. Ya has bailado con la muerte, comido con la muerte, dormido con la muerte y aun así, le temes cada vez que te rodea con su halo de hielo.

Hermana, pasan los días y estás lejos, en un hospital donde no puedo llegar. Oro por ti y en momentos, hasta

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te siento recorrer la casa… Miles de recuerdos se vienen a mi cabeza y ahí te veo de niña, rubia y delgada, graciosa, cercada de tantas niñas que querían ser tus “amigas”; te recuerdo de adolescente y esos pretendientes que golpeaban la puerta de nuestra casa, preguntando por ti.

Te veo hermana en un deja vu, ahí estás, apagándote en la cama de un hospital. Como enferma terminal, ya nadie se preocupa. No puedo tomar tu mano, pues solo una te queda, la necrosis se ha comido la otra y tú no lo sabes, estás inmóvil, entubada, con bolsas de suero, de sangre que conectan con catéter a lo que queda de tu débil cuerpo.

Las horas pasan el calor ya se disipa; pronto será otoño. Abrazo tu ropa, busco tu olor en tu cuarto, te extraño; me duele no poder estar a tu lado…

En tu intermitente lucidez, alguien te pasa un celular, quieres hablar conmigo. Te escucho y lloro, te doy fuerzas con palabras resignadas que me salen del alma, a modo de anclarte a este mundo, aunque mi corazón se dispone a perderte.

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Creo que ya es hora y me duele tu sufrimiento, tu soledad; en la sala donde te encuentras ya nadie se percata de tu presencia, los enfermeros anestesiados, inmunes al dolor ajeno, ya no sienten, apenas te tocan, ya estas desahuciada en esa cama de fierros.

Estás con los ojos abiertos, esperando... el resto de la familia está a tu lado, esperando... tu mirada temerosa ve el rostro de la vieja enemiga y te sacudes en un hondo suspiro, te entregas a lo insoslayable, no estás sola, nuestros hermanos te acompañan y en lágrimas te dejan ir...

Estás verdaderamente lejos, hermana, aunque de repente y sin querer, vuelves a nosotros, inmaterial, como visión pasajera que se diluye tiernamente en los pasillos denuestra casa.

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Hace algunos años estuve sentada junto a un viejo soldado, de esos que cuentan mil y una historias, del regimiento de cómo los levantan, de cómo es la cosa en el ejército.

Recuerdo bebíamos un vino llamado Vértigo, tinto... “Los viejos no tomamos otra cosa”, decía don Juan. Pasamos de las alegres historias de señoritas y amores furtivos a la más grave melancolía cuando le pregunté dónde estaba él - don Juan - para el 11 de septiembre de 1973.

Su aspecto alegre por el vino, se demacró y como acto reflejo sobó su brazo izquierdo, pregunté si le dolía el brazo, qué le sucedía y, fue ahí cuando escuche el relato más triste que un hombre de armas pudiese contar.

Se encontraba en Talca y tenían la orden de allanar una Iglesia, una vieja parroquia donde, según la información recibida por sus superiores, se escondían los comunistas que había que aniquilar, la orden era: " Matar y hacer desaparecer los cuerpos”, que no quedara evidencia alguna del procedimiento.

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Antes de entrar vieron al sacerdote, quien con biblia en mano, los espantaba gritándoles que “era la casa de Dios a la que iban a entrar, que Dios estaba ahí y que los estaba mirando”. El cura los detuvo un momento, más que mal la mayoría del pelotón era católico y temerosos al fuego del infierno.

En esos minutos don Juan no fue capaz de apresar al valiente cura exaltado y pidió a su compañero, a Remigio, que le quebrara o le arrancara el brazo si era posible.

No iba a matar a nadie, ni por la patria ni por nada. Remigio, sin embargo, no estaba dispuesto a malograr a su compañero. Los ojos de don Juan nublados en lágrimas, rogaba a su compañero que le arrancase el brazo, sino lo hacía de igual forma lo matarían. Remigio decidido y con la fuerza de un animal, tomó el brazo de don Juan y lo fracturó de tal manera que su clavícula quedó expuesta, dejando ver su hueso ensangrentado.

Como el coronel trataba de dialogar con el cura, no se percató de la maniobra hasta que escucho el grito ensordecedor y vio a uno de sus hombres en el suelo y con el hueso al aire.

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Don Juan estaba incapacitado, no podía tomar el fusil, según la versión oficial había sufrido un mareo y este lo llevo a la desafortunada caída...

Este percance solo retraso la operación , don Juan tuvo que bancarse el dolor de la fractura en el camión, solo, mientras veía pasar al cura y a los comunistas con las manos en la cabeza, como corderos al matadero –literalmente-, recuerda.

Lo dieron de baja, pues ya no servía. Su dolor no pudo detener la muerte de esa gente: “Por lo menos no ensucie mis manos con sangre hermana”, concluye con una lágrima que seca rápidamente.

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No es precisamente la belleza del rostro o la armazón perfecta que me lleva a ti. Centenaria descansas, herida de muerte por la tierra y tus adobes que no se rinden, tus maderos que se resisten a la termita, al desgaste y al olvido.

Surco la puerta y el frío cala mis huesos, el sol es esquivo en el gran salón color tierra que engalana tu estructura, solo en el largo pasillo sus rayos bondadosos tocan los muebles, las paredes, las esculturas y retratos de quienes habitaron en tu entraña desgastada.

Me convierto en un fantasma, en diez, en cien o tal vez en más... todos quieren mirar con mis ojos y hay una que irrumpe en lágrimas, que quiere estar allí, necesita que la vean, que la recuerden; necesita acariciar el viejo piano alemán con sus notas tristes.

No la quiero en mí, pero ella insiste, como tantos otros...

El lente descubre el desnudo adobe, las letras de un poeta febril acarician los pasos en las tablas del salón.

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El lente ve más que imágenes, quien dirige el lente puede ver más allá de las sombras que se cruzan en el pasillo.

Unos ojos cansados y entelados me miran ¡¡Es el guardián de la casa que ni siquiera me ve a mí!! La ve a ella, a ella que hace cincuenta años regresaba a la luz, a ella que compartía su sangre: su hermana.

¡¡Insisto!!, ya no soy yo en la casa.

Voy descifrando el misterio de sus silencios, miro en el espejo cien fantasmas todos tienen algo que contar, a través del espejo algo que ver. Entre adobes me conjugo, madera centenaria, olores fríos, me reflejo nuevamente, memoria, materia, es lo que encuentro.

Ya es hora de partir y algo se queda conmigo.

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Como si el dolor no bastara, Jacinto decidió un día dejar atrás todas las espinas, se fue de su casa ubicada en una lejana localidad de la provincia , huyendo de sus propios miedos , del miedo que le daba la vida, la vida estéril, de esa en que nunca pasa nada, de esa vida penca y más encima pobre subyugada por la violencia. De la vida pobre y la ignorancia, por que desde que tuvo conciencia supo que el hombre que vestía , no le quedaba.

Hastiado de los golpes de los compañeros y los de su padrastro, de las burlas, de los insultos de que a cada rato le gritaran "maricón " ¿ y qué, si se depilaba las cejas? ¿ y qué, si se ponía ese arito tan bonito en su oreja izquierda ? Y es que Jacinto era bello, piel perfecta, ojos verdes , delgado, ni siquiera era tan alto, su cabello negro abundante, siempre corto, resaltaba aún mas sus rasgos de modelo de revista. En el liceo, las niñitas lo miraban con el deseo incipiente de la primera mocedad.

Luego de varios rechazos hacia las compañeras y de especulaciones en torno a su hombría, decidió que era hora de enredarse en un juego para que dejaran de

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molestarlo. Que no diga nadie que no lo intentó, vano fue su esfuerzo, no fue capaz de tocar los labios de la chica, ¿y como? si el Raúl era el que le gustaba. Así es el amor, se mete en el pecho y ahí se muere a punta de desilusión.

A su llegada a la ciudad se hospedó unos días en un galpón abandonado, en sus paredes gatos que escupen fuego, vitrinas rotas, techos que se abren, el abandono huele a humedad en ese lugar desolado.

El gato que escupe fuego llama profundamente su atención, tal vez y quisiera ser aquel felino de la pared y de una vez por todas vomitar tanta frustración que le encogía el alma , tanto miedo.

Los recorridos eran largos , pasar por el centro por algo de comer, ir a la plaza de armas al encuentro del esquivo wi fi , allí conoció a la Paty, una chica del liceo, bastó una tarde para contarse la vida entera y para que ella lo invitara a su casa.

La idea era otra, eso sí, ella le ofreció el carrete de su vida, y la promesa absurda de encontrar el amor.

- Estai tan solo wuachito y tan rico que te veí - decía la Paty .

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Jacinto decidió buscar nuevos rumbos en los guetos, sentía que el beso caliente al compás del tecno, no solo le alimentaba, esa danza delirante lo enamoró por completo y, como si el amor llegara bailando, se enamoró cada noche, cada amante era una canción , cada uno de ellos fueron formando la desenfrenada sinfonía de la gran banda sonora de su vida , de esta nueva vida donde ya no habían pájaros ni bruma al amanecer, en donde a veces por casualidad se reflejaba en algún espejo infame de un motel.

Sigue el tiempo con sus espinas, abrazando cada tendón.Destruyendo lo que la locura dejó, enferma, delirante enredada en algún lecho.

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La Yesenia mira hacia el techo de la mediagua improvisada, el catre cruje apresuradamente.

El Miguel se ha colado y la pilló desprevenida. Ese mocoso de mierda que siempre le hace lo mismo.

Ella mira hacia el techo, su rostro inexpresivo, no siente más que dolor, siempre es lo mismo luego que su madre la deja sola.

Siempre es lo mismo, cada vez que termina su tortura, la Yesenia se aferra a su vieja muñeca, comienza a tambalearse de un lado a otro, no habla, no grita, solo se tambalea, sonidos guturales salen, tristes sonidos, es miedo, en un tiempo más su cuerpo hablará y dirá lo que la Yesenia no puede contar.

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Si la daga que llevas en la boca no destrozara a cada rato la dignidadsi tan solo miraras, si tan solo escucharas si tan solo .... ya nada , nadatodo se borra de este mundo que había construido entre escombros, entre tus ruinas y tus sacos.

Ya nada quedaeso creopenas como ánima, y me arrepientoy tu daga en mi cabeza mata la razóny ahí volvemos al comienzo de este juego enfermode necesitarte y que me necesitesahí vuelvo a la costumbre de extrañartede mirarte boca arriba, sudorosoy vuelvo amarte.

Recuerdo, eso eres, y te mato de un solo tajo y vivescuando siento la fuerza de tu mordida en mi hombroy tu boca desarmando mi columnate veo de pie, desnudoy tu rostro entre penumbra.

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Te veo en ese instantede rodillas en el frío suelojurando por tu dios, que nunca masvano es todo el espectáculoestéril.

Ya no creoen tini en tu dios.

Aun asími fuerte hilo de plataprefiero escribirte en el fuego y que estas palabras se hagan humoque recorran la ruta que tantas veces caminamosya no quiero amarte como una enfermaya no quiero amarte, repitoYa no quiero tu lengua en mi boca.

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Una mirada íntima, dulce y descarnada al mismo tiempo, eso es lo que nos ofrece este primer libro de relatos de Laura Daza.Con relatos intimistas -a ratos brutales-, como una nueva Alicia la autora nos lleva a viajar a través del espejo, pero en los vericuetos del mundo real. Desde una tarde de pasión entre la hojarasca hasta el desamparo del amor en un gueto gay; las veleidades de “La mujer inmoral”, las relaciones sociales en el ciberespacio y la inevitable y clásica muerte,este es un paseo por la vida contemporánea, enraizada profundamente en los prejuicios tradicionales de la sociedad chilena.

Úrsula Villavicencio Chaparro.