la Mueblería - catálogo

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La Mueblería Dani Badenes y Dani Lorenzo diciembre 2015

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Catálogo presentado en "la Mueblería" el 11 de diciembre a las 18 hs en el Salón de exposiciones CHC - calle 70 e/ 22 y 23 - La Plata Un trabajo coordinado por Dani Badenes y Dani Lorenzo textos del catálogo: Juan Rossi - Caro Maranguello - Carlos Aprea

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La Mueblería

Dani Badenes y Dani Lorenzodiciembre 2015

la Mueblería

11 de diciembre - 18 hsen el Salón de exposiciones CHC

calle 70 e/ 22 y 23 - La PlataGestión y coordinación: Dani Badenes y Dani Lorenzo

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Esta exposición es hija de la curiosidad que nos mueve.Arrancó un día caluroso, a principios de año, cuando caminábamos por esa cuadra tan enigmática de la calle 70.—¿qué había acá?— preguntó dani a dani, que no llegó a responder.—¡una mueblería, querido! Hay una mueblería acá— dijo una voz que apareció de repente, hija del azar que también hizo parte en esta movida.Y esa voz nos dejó inquietos.

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Un mueble es algo que se puede mover, a diferencia de un inmueble, que está quieto, estático. Un inquieto es alguien que por naturaleza se mueve, que no resiste la solidez y el silencio de la permanencia.Un mueblería es un taller donde se hacen muebles.¿Cómo llamar al taller imaginario donde procesamos nues-tras inquietudes?

Dani Lorenzo y Dani Badenes

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dani y dani, inquietos. Empezamos a escuchar otras voces. Voces en este barrio que habitamos hace tiempo, donde nos movemos, donde nos mostramos.Nos hablaron de C, y de los H de C, y de CHC; de la mano que saludaba o daba la bienvenida; del esplendor de una fábrica descomunal; de un lejano aserradero ubicado a solo 10 cuadras. Nos narraron todas las razones del mundo por la que habían cerrado. Y nos contaron, también, que nunca habían cerrado.

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Osvaldo estaba ahí adentro. Su voz, la primera que escucha-mos, sonaba ahora con un tango como cortina musical, en medio del aserrín y la humedad. Osvaldo, obstinado, a veces dolorido, con movimientos lentos y pausados, hacía una mesita para su hija. Si, querido, pasá.Sacá, subí, mirá.¿Estos dibujos son tuyos?No, los hijos no, se dedicaron a otra cosa.

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Y el taller de cosas que se mueven, o que se pueden mover, no dejaba de inquietarnos, de contradecirnos, de interpelar-nos.De una imagen de decadencia pasábamos a otra de resisten-cia, la de esa producción obstinada, genuina, ahora casi anónima. Nos preguntamos por los oficios, por la muerte y sobrevida de los oficios. Un día, meses después, conectamos historias: en la familia de dani, y en la de dani también, había una carpintería en el pasado.Otro día supimos que en todas las historias familiares hay una carpintería.

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Nos seguimos moviendo. Hicimos fotos, preguntas y googleos infructuosos. Un día entramos a otro local de la cuadra enigmática: Jorge puso a andar algunas máquinas y nos dio una clase del oficio. Otro día se enojó porque sus fotos estaban en Facebook y alguien hizo un comentario que no le gustaba. Otro día volvimos a tomar mate, o sencilla-mente volvimos, porque los danis también resultamos ser persistentes y obstinados.

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La Mueblería es una muestra de inquietudes. Estuvimos meses repreguntándonos qué hacer, qué mostrar, qué busca-mos. En el medio pedimos ayuda, pedimos textos, pedimos ficciones como las que acompañan este catálogo como indicio del camino recorrido. Al cabo decidimos exponer nuestras preguntas. Llevar a otros inquietos e inquietas al lugar que nos atrapó con sus voces y sus silencios, compartirles la atracción y las contradicciones que nos genera; poner un mojón para recuperar una historia, o para olvidarla, o para lo que sea.

la Mueblería

Juan Rossi

Caro Maranguello

Carlos Aprea

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pág. 15

pág. 23

I.

La sin fin. La circular. La piedra esmeril.

La luz rebota distinto, se adelgaza entre

las máquinas que se la van chupando hasta dejarla oscurísi-ma y pesada.

El polvo. Un delirio.

Hay que llegar temprano y conocer la temperatura exacta de las cosas.

Los centígrados, las fricciones, las chispas, las soldaduras.

Todo lo que se desprende.

Caro Maranguello

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II.

Garlopa es un nombre femenino, antiguo. Una herramienta que llega para coronar el cansancio y que permite alisar las superficies de madera después de que han sido cepilladas.

Mi abuelo buscó en su memoria esta palabra y me la trajo entre un montón de incertidumbres. Al lado se agitaban otras: una oscura referencia geográfica; un truco para hacer tram-pas en los juegos de cartas; una bebida fuerte.

Me nombró también otras, algunas ya las conocía de antes, eran las comunachas: agujereadora, taladro, serrucho. Quería extraer de mi memoria el nombre de las máquinas que habían ocupado siempre el galponcito, mezcla de taller de costura y taller de inventor, sitio para las revistas viejas y armario de sacos y camperas. Pero lo único que tenía era la imagen implacable de las máquinas, verde militar tirando a óxido. Una hilera de destornilladores y llaves. Ninguna palabra que se desprendiera del material duro que era privile-gio de los mayores.

Y después llegaron las otras: la sierra sin fin, la circular, la piedra esmeril, la lima escofina. Formas para desgastar y trozar y hendir otras formas, los cuerpos frágiles, los resis-tentes, de las maderas. Muebles sin estilo, frankenstenianos. Bancos sencillos, remiendos.

Me faltaba, sin embargo, una última palabra: la morsa. Otro nombre femenino y desbarrancado del trabajo, una forma de sostener, entre dos “mordazas” o “bocas” la pieza que se deseaba manipular.

Osvaldo y Tito fueron aprendices del ferrocarril. Yo fui, aunque fugaz, aprendiz de mi abuelo. Todo consiste en mirar y repetir, mirar y repetir. Acercar primero el ojo y después las manos. Saber de las cosas, cuánto pesan, a qué temperatura se funden, cómo rebota en ellas la luz, si lastiman, si encajan, si conviene primero lijarlas y luego atornillarlas, ¿qué se hace con las cosas?

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Tarde de verano incipiente. Sobre el barcito medio improvisa-do de la Chacarita Platense, dos amigos que andan por sus sesenta comparten una minúscula picada. — ¡Mirá que espuma de mierda tiene esto! La cerveza no viene como antes Cacho. — Sip. Todo es marketing , packaging y branding Coco, pero gusto, lo que se dice gusto, una mierda. Por eso prefiero una clásica Gancia. O agua mineral. — Buenos no todo es así… mirá las minas que hay ahora. Lo que está, está bien a la vista. Y no se hacen las difíciles como en nuestra época. Acordate de la turca… — ¿Qué pasa con la turca? — ¿Qué pasa? No tengo ni idea, si hace un siglo se fue para Córdoba. Bah, en realidad no estuvo ni un verano por acá. Ni tiempo nos dio la turra. Mas cerrada que culo de muñeca. Y uno la sigue recordando, qué lo parió, lo que es la imag-inación… — ¡La paja querrás decir! Mirá, mejor no sigamos con historia

Carlos Aprea

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antigua, volvamos a la carpintería. Tratá de acordarte. Vos andabas mucho por ahí, ibas a la Plaza Castelli a jugar al futbol, ¿no? Cruzabas la Circunvalación... Algo tuviste que haber visto, algo habrás escuchado… — Sí, ruido había. Siempre. La sierra al mango, cuando pasa-bas por la esquina de 22. Pero tener más de uno a cargo… Rulo y Lino... ¿a quién se le ocurre? — ¿A quién se le ocurre qué? ¿Seguís con lo mismo? — ¡Dos cabezas!, ¡no se puede manejar una empresa con dos cabezas o más, porque empezaron a tallar los hijos Cacho! A la larga… se va todo a la mierda, ¿te das cuenta? Es Ley. — ¡Qué ley ni que ocho cuartos!, si funcionó como cuarenta años así… Además hay cooperativas, empresas familiares, mil ejemplos ¿O acaso en tu casa no eran como ocho? Y andaba todo bastante bien, ¿o no? — Pero estas hablando de una familia Cacho, además mandar, mandaba una sola cabeza en casa: la vieja. El viejo le daba el sueldo y la guita salía, cuando salía, de su bolsillo. A los únicos que vi caminar con más de una cabeza es a los monstruos de las películas de terror... marcianos, alienígenas o serpientes griegas. — Mitológicas querrás decir… — Para el caso es lo mismo. Una boludez. No función así en la realidad. Convencete. Tiene que haber uno solo que tome las decisiones estratégicas. ¡Una cabeza! Si no, se va todo a la mierda. — ¿Como le pasó a ellos? — Exactamente… — Qué fácil que la hacés… — Para complicado estás vos, Cacho. — ¡Dejate de joder! Acá pasaron otras cosas Coquito, no seas reduccionista. ¡Acá cambió la ciudad, el país! ¡Si querés entenderlo tenés que pensar un poco, viejo! — Vos siempre tirando la pelota afuera… Como si todos fueran angelitos y la culpa la tiene el choto… Si les fue mal, cosa que vos tampoco sabés, es un problema de fun-cio-na-

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mien-to, si pusieron las ganancias en la empresa o se fueron de joda, mejor dicho, si se capitalizaron para crecer o compraron propiedades para amarrocar, como han hecho todos los tanos. Incluso escuché que uno de ellos se volvió loco por una mina. Muchas manos en el mismo plato, Cacho. Y siempre hay un boludo y un hijo de puta dando vueltas. El asunto es cómo se tomaron las decisiones, ¿entendés? — Y dale con la culpa… — ¡Pero claro boludo! , vos porque querés salvar a todo el mundo. Enterate: por ahí dejás afuera a un flor de turro, a un cagador… ¿Qué sos, garantista, Cacho? Jeje. — No me rompas la paciencia… lo que intento decirte es que todos, de a uno o amontonados, con una o mil cabezas, estamos en el mismo quilombo; rodeados de cuestiones que nos exceden: los precios, la inflación, la caída o la recu-peración de los salarios, el precio de las materias primas, la sustitución de importaciones o la entrada irrestricta de cualquier cosa, con la gente contenta y con ganas de gastar o amargada porque no tiene ni para los puchos. En fin, con la suerte que le toque al lugar donde vivís, con miles de decisiones que toman otros y uno se las tiene que lastrar, te guste o no te guste… — ¿En el mismo barco querés decir? — Ponele, sí. -¿Y por qué no lo decís así y ahorrás saliva? A veces creo que me subestimás, Cacho. — No empecés de nuevo con eso. — Mirá, yo estuve investigando, entendés. Aunque vos no lo creas — ¡Ah, bueno! Teníamos un Holmes y no lo sabíamos. O un Marlowe, un Isidro Parodi, o mejor un Moltanbano, así peladi-to y todo. — No me boludiés Cacho, ya sé que vos te leíste todo, toda tu juventud leyendo. Mientras yo, el vago, “perdía tiempo”… encamandome con las chichis del barrio, jejeje. — Bueno, campeón, cortemos acá ¿me vas a decir lo qué descubriste o no?

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— Vamos al grano: el problema fue familiar. — Ajá. Un desencuentro amoroso… El chiflado que se piantó con la mina equivocada… ¡Dale con el tango! — No, no, escuchá bien: uno de los tipos, mejor dicho, sus hijos, no querían laburar más. — Ajá. ¿Y? — ¿Y, qué? — ¡Y qué pasó! — ¡Eso pasó, viejo! no le pusieron honda, garra, no se calen-taron, empezaron a quemar la guita, a no madrugar, a laburar a desgano o directamente a no ir, no controlar al personal, no comprar repuestos, qué se yo… hasta que todo se fue a la mierda y el último apagó la luz. — Mirá vos… — ¿Qué? ¿No te parece suficiente motivo para que todo se vaya a la mierda? — ¿La verdad? No. — ¡Ves que sos un tipo complicado, la puta madre! Es lo más típico, los viejos tanos laburaron y se forraron y los hijos… se la gastaron. — Yo también investigué, Coco. — ¡Ah bueno… el señor hizo los deberes…! — ¿Te cuento o no te interesa? — Dale, dale, total soy una esponja yo, dale. Total tengo el cerebro con poco uso, chiche bombón. — El asunto fue que a partir del frondicismo… — Te fuiste a la mierda… — ¿Me vas a escuchar o no? — Ta bien, ta bien ¿pero no quedamos que cerraron en los noventa?, me pareció que te fuiste un poco lejos, digo nomás. — Sigo. En los cincuenta, sesenta, empezó a cambiar el gusto de la clase media acomodada platense. Empezó a entrar otra información, los nuevos materiales, los autos aerodinámicos, los satélites… — Ah sí, sí… los muebles “espaciales” con patas cónicas y tapizados en plástico que tenía mi tía Elisa, me acuerdo. — Claaaro…, se acababa el gusto por los estilos clásicos

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europeos, quedaban demodé, la idea de lo moderno venía de yanquilandia… y era más barato. — Uhhh… te veo venir. ¡Ahora la culpa de que cerraron es del imperialismo yanqui! — En cierto sentido… sí. Pero, no es ese el punto. El asunto fue no se pusieron de acuerdo con cuál de las líneas de mue-bles iban a seguir y, sobretodo, si se volcaban a producir mue-bles más baratos pero de baja calidad o seguir con los mueb-les finos. Tené en cuenta que hasta los 70 o más laburaban ebanistas, oficiales carpinteros de primera. Y sobre todo, perdieron de vista a dónde apuntaba el mercado. Encima en esos años llegaba al mueble el concepto de “obsolescencia programada…” que es una manera de producir bienes con una progresiva disminución de calidad, lo que implica un desgaste antes de lo esperado del mismo, para incentivar el consumo continuo y una producción industrial creciente, dilapidando recursos naturales. Esa es básicamente mi hipótesis. Ese fue el principio del fin. — A la mierda… — Así es la cosa, me parece. — O sea que me estás dando la razón… — ¿Por? — Lo acabas de decir ¡las cabezas no se pusieron de acuer-do! — Pero lo que te estoy diciendo es que no pudieron adap-tarse. No hubieran podido de ninguna manera… — Qué porfiado viejo. Todo por no darme la razón. Siempre igual, como cuando de pendejo me porfiabas que la turca no era virgen y no tenía que meterme con ella. No te entiendo. Nunca te entiendo cuando te ponés denso. — Te quiero decir que ellos se fueron acabando de a poco, casi sin darse cuenta, del mismo modo que antes cerraron muchas empresas que eran clásicas de la ciudad… — ¿Querés decir como El Siglo? — Sí. Y Torjo, el Bazar X… — Troas, el Curvón, Gath & Chavez… — Bue, ahora vos te fuiste a la mierda. No sigamos que nos

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vamos para el fondo de la diagonal… — ¿O sea, la piqueta del progreso? — No, ¿qué piqueta? Los cambios, los cambios sociales, económicos, la dictadura. La pérdida de mercado interno, el costo de las maderas, la irrupción de lo importado, las dificul-tades para salir adelante produciendo muebles que resulta-ban caros. Y encima lejos de las nuevas tendencias. Para salvar el negocio no fue quedando otra que vender muebles de otros, más convencionales… — Más berretas, querés decir… — Más baratos. . Y a lo sumo, hacer alguno que otro de estilo, a pedido de una clientela cada vez más reducida. — Una muerte lenta. — Más o menos. Sí. — ¿Y ahora, qué? — No tengo idea, Coco. Pero lo que sé es que estamos hablando de esto. Y hay unos cuantos pibes dando vueltas. De algún modo le estamos dando vida. — Quedó la vereda… — Sí. Quedaron varias cosas adentro del galpón también… — No se te habrá ocurrido… pensar en un museo. — No Coco, no. Prefiero pensar en un lugar con gente traba-jando, como antes. De otro modo, pero trabajando. No sé en qué. Tendrá que pensarlo mucha gente me parece. — Sí, sí, toda la gente que se pueda juntar, pero haceme caso: una sola cabeza, Cacho, una sola. — Cortala con eso y abrí un poco el bocho. Y otra cosa Coco: la Turca no era virgen y es cierto que no te convenía. — Sí, claro, más bien que no me convenía si se la llevaron los viejos para Córdoba antes que terminen las vacaciones. ¿Pero cómo carajo sabes vos que no era virgen Cachito, si te ese verano te la pasaste leyendo? — Sí, es cierto, leía mucho, en la pieza de arriba de casa, y la ventana daba al patio donde la turca tomaba sol en bolas. Así arreglamos. Porque el que la serruchaba era yo Coquito. ¿Te das cuenta porqué no te convenía?

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El oficio entra por la escobala escoba entra por las manosen su empajado desobediente arrastra la sangre desperdigada de los árboles que han sido puestos en la tierrapara ser cortadosNo hay más madera escuché por ahí incontables vecesNo hay más madera para arrancar a mansalva para desplumar como si fueran pollos puestos a la luz de la hormonasSin embargo crecen los claros oscuramente hechos en el amazonas

Juan Rossi

“aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo el tiempo por pasado fue mejor

mañana es mejor”Luís Alberto Spinetta

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El oficio se gana trabajandocon las manoscon los brazoscon la cabezano hay títulos ni diplomas que pongan habilidad en las manos de alguien que late en el oficio

Un sendero imprescindible de mi vida ha sido la carpintería

y me he convertido en un ser de solución prácticade conciencia lógica de aquello que es posibleaunque lo posible sea cambiar la madera por músicaEste camino me ha llevado a mi hermanoy me ha alejado de mi padreaquel que a los 20 años – recién casado y sin trabajo – preguntó a mi madre– ¿Carpintero o mecánico?– Carpintero, porque la mecánica es muy sucia – contestó mi madreel taller era nuestra casa – con pan rallado y algo de aserrín que se colaba

Anahí empanaba las milanesas10 años en casadespués uno, otro y otro más los galpones alquilados hasta hacer el propioel de todos – el que al final era solo del Edgardo mayor el que decía “el oficio se roba” incontables pavas de mates se cebó el Edgardo mayor

robando con la mirada el oficioen una carpintería que tenía 7 generaciones trabajandoatrás la herrería con la fragua para hacer ruedas carros

40 años después con diez dedos de otros – pulverizados en la cepilladora

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los que más me dolieron fueron los del Turco una persona maravillosa – con la edad de mi viejo en el taller jugábamos a adivinar de quién era la canción quesonaba en radio provincia – una vez ganó porque adivinó “Voto Latino” deMolotov – un hijo rasta Unos días después corría con la mano hacia la helade-ra – choreaba sangre del freazzer yo no estaba – lo ayudaron el Memo y Juanchi– ya no puedo tocar la guitarra – me dijo el Turco – me quedaron los dedos cortosRealmente un buen tipo

la carpintería de mi viejo3 hijos carpinterosque sabemos ver qué hay dentro de los tablones que antes fueron árboles

Para mí, el oficio, ahora es como una habilidad que nunca pierdoes llevar un arma secreta o un carta buena en el bolsillodonde hago mi propio juegoen mi taller que es muy parecido a una reunión de amigosya nadie roba el oficio ni lo encuentra por la escobasi no que se brinda con la palabra, la mirada y las manosmis máquinas no tienen mutilaciones ni han derramado sangrey sorprende – a veces – lo rápidoque aprendemos todos

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