"La Montaña" Historia de un Maestro Rural

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LA MONTAÑA HISTORIA DE UN MAESTRO RURAL 1

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Un trabajo descriptivo, narrativo sobre la historia de un joven profesor rural de México y su experiencias que lo llevaron a sufrir una enfermedad mental

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LA MONTAÑA

HISTORIA

DE UN MAESTRO RURAL

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LAURO LUIS MADRIGAL GRIMALDO

“LA MONTAÑA”

HISTORIA

DE UN MAESTRO RURAL

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Dedicado a:

Todas y todosLos Maestros y Maestras Rurales

De las pasadas, presentes y futuras generaciones.

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Prefacio

Es importante señalar que “La Montaña”.

“Historia de un Maestro Rural”, es un libro que no trata

sobre pedagogía o métodos y técnicas de la educación,

más bien; es en realidad la historia que vivió un joven

maestro de educación primaria. Que como miles de

maestras y maestros por la necesidad del servicio

tuvimos que dejar nuestros lugares de origen para ir a

forjarnos y forjar conciencias. Muchas de las veces

cometiendo “errores” por la falta de experiencia. Porque

en las escuelas formadoras de Profesores no nos

enseñaron a recorrer grandes distancias por diferentes

medios de transportes ni tampoco hacernos líderes de

comunidades. En la mayoría de las escuelas Normales

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del país es noventa y nueve por ciento teoría y uno por

ciento práctica.

Cabe señalar que esto no es una crítica al sistema

educativo nacional, simplemente es el punto de vista

muy particular y la manera de pensar de un simple

maestro rural, sin la intención de ofender las ideas y

sentimientos de todas aquellas personas que han dejado

su vida a favor de la educación de la niñez y juventud de

nuestro país.

El Autor

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Prólogo

Un sueño.....

“En seguida relataré un sueño,

ya que mi vida ha estado

Siempre vinculada a los sueños.

Esperando que todo aquel que lo lea

esté en la misma sintonía que yo,

Pero si no es así;

quiere decir que estoy viviendo

una vida que no es la mía,

y voy a tratar de encontrarla

aunque sea en mis propios sueños”...

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“EL PROFESOR”

Camino a mi escuela, la escuela a la que fui de niño,

miré a dos de mis alumnos que en un tiempo atrás les había

hecho hincapié sobre el proceder de su mala conducta y el

porvenir que les esperaba si no cambiaban su forma de ser. Y

les examinaba: ¿Qué irán hacer de su vida, siendo como son?

-¡Que le importa, es nuestra vida no la de usted!. –Me contestó

secamente uno de ellos. El otro solo asintió con su cabeza lo

que el anterior había expresado.

Íbamos caminando sobre un puente desvencijado de

tablas viejas y barandales roídos por la herrumbre del tiempo y

del oxígeno, que atravesaba por encima de las vías del tren,

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que se extendían por el fondo de un barranco semejante al

lecho de un río. Eran las líneas férreas del tren de nuestro

pueblo, pueblo próspero en lo económico pero indigente en la

bondad y abundante en la iniquidad. Había llovido mucho esos

días y el cauce de las vías del tren se anegó de aguas turbias y

pestilentes y llevaba toda clase de inmundicia y muerte. Las

aguas ya inundaban las escalinatas del puente y vi como los

dos chiquillos bajaban por las mismas y sus cabecitas se

perdieron entre las corrientes fangosas. Y caminaban. ¡Sí!,

¡Caminaban! Y no nadaban y el torrente no los arrastraba. Yo

me les quedé viendo espantado, esperando que la fuerza de las

aguas se los llevara, hasta que los perdí de vista. Entonces

proseguí mi camino hacia la escuela a la que asistí de niño,

pero no caminando, sino nadando contra la corriente. Después

de luchar un largo rato en los que por momentos sucumbía ante

la fuerza de la naturaleza logré llegar a tierra firme y allí

estaban los dos niños esperándome, riéndose por lo que batallé

para cruzar el torrente. Después, ellos se fueron sin despedirse

y no los volví a ver. Se perdieron como tantos que he perdido,

los devoró el tiempo y la inadaptación a la sociedad. Y Yo solo

me quedé parado en el dintel de la puerta de la escuela, la

escuela a la que fui de niño... .

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Un día sin darme cuenta cómo y porqué, tenía entre

mis manos un libro del célebre y gran escritor Gabriel

García Márquez. Lo abrí al azar y leí el siguiente párrafo.

Me sentí identificado con el personaje, que quise

transcribirlo:

“José Arcadio Buendía consiguió por fin lo que

buscaba: Conectó a la bailarina de cuerda el mecanismo del

reloj y el juguete bailó sin interrupción al compás de su propia

música durante tres días. Aquel hallazgo lo excitó mucho más

que cualquiera de sus empresas descabelladas. No volvió a

comer. No volvió a dormir. Sin la vigilancia y los cuidados de

Úrsula se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado

de delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar. Pasaba

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las noches dando vueltas en el cuarto, pensando en voz alta,

buscando la manera de aplicar los principios del péndulo a las

carretas de bueyes, a las rejas de arado, a todo lo que fuera

útil puesto en movimiento. Lo fatigó tanto la fiebre del

insomnio, que una madrugada no pudo reconocer al anciano

de cabeza blanca y ademanes inciertos que entró en su

dormitorio. Era Prudencio Aguilar. Cuando por fin lo

identificó, asombrado de que también envejecieran los

muertos, José Arcadio Buendía se sintió sacudido por la

nostalgia. “Prudencio” – Exclamó – “¡Cómo has venido a

parar tan lejos!” Después de muchos años de muerte, era tan

intensa la añoranza de los vivos, tan apremiante la necesidad

de compañía. Tan aterradora la proximidad de la otra muerte

que existía dentro de la muerte, que Prudencio Aguilar había

terminado por querer al peor de sus enemigos. Tenía mucho

tiempo de estar buscándolo. Les preguntaba por él a los

muertos de Riohacha, a los muertos que llegaban del Valle de

Upar, a los que llegaban de la ciénega, y nadie le daba razón,

porque Macondo fue un pueblo desconocido para los muertos

hasta que llegó Melquíades y lo señaló con un puntito negro en

los abigarrados mapas de la muerte. José Arcadio Buendía

conversó con Prudencio Aguilar hasta el amanecer. Pocas

horas después, estragado por la vigilia, entró en el taller de

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Aureliano y le preguntó: “¿Qué día es hoy?”. Aureliano le

contestó que era martes. “Eso mismo pensaba yo” dijo José

Arcadio Buendía, “Pero de pronto me he dado cuenta que

sigue siendo lunes, como ayer. Mira el cielo, mira las paredes,

mira las begonias. También hoy es lunes”. Acostumbrado a sus

manías Aureliano no le hizo caso. Al día siguiente, miércoles,

José Arcadio Buendía volvió al taller. “Esto es un desastre –

dijo -. “Mira el aire, oye el zumbido del sol, igual que ayer y

antier. También hoy es lunes”. Esa noche, Pietro Crespi lo

encontró en el corredor, llorando con el llantito sin gracia de

los viejos, llorando por Prudencio Aguilar, por Melquíades,

por los padres de Rebeca, por su papá y su mamá, por todos

los que podía recordar y que entonces estaban solos en la

muerte. Le regaló un oso de cuerda que caminaba en dos patas

por un alambre, pero no consiguió distraerlo de su obsesión.

Le preguntó que había pasado con el proyecto que le expuso

días antes, sobre la posibilidad de construir una máquina de

péndulo que le sirviera al hombre para volar, y él contestó que

era imposible porque el péndulo podía levantar cualquier cosa

en el aire, pero no podía levantarse así mismo. El jueves volvió

aparecer en el taller con un doloroso aspecto de tierra

arrasada. “¡La máquina del tiempo se ha descompuesto – casi

sollozó – y Úrsula y Amaranta tan lejos!” Aureliano lo

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reprendió como a un niño y él adoptó un aire sumiso. Pasó seis

horas examinando las cosas, tratando de encontrar una

diferencia con el aspecto que tuvieron el día anterior,

pendiente de descubrir en ellas algún cambio que revelara el

transcurso del tiempo. Estuvo toda la noche con los ojos

abiertos, Llamando a Prudencio Aguilar, a Melquíades, a

todos los muertos, para que fueran a compartir su desazón.

Pero nadie acudió. El viernes antes que se levantara nadie,

volvió a vigilar la apariencia de la naturaleza, hasta que no

tuvo la menor duda que seguía siendo lunes. Entonces agarró

la tranca de una puerta y con la violencia de su fuerza

descomunal destrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos

de alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller de

orfebrería, gritando como un endemoniado en un idioma

altisonante y fluido pero completamente incomprensible. Se

disponía a terminar con el resto de la casa cuando Aureliano

pidió ayuda a los vecinos. Se necesitaron diez hombres para

tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo

hasta el castaño del patio, donde lo dejaron atado, ladrando

en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca.

Cuando llegaron Úrsula y Amaranta todavía estaba atado de

pies y manos al tronco del castaño, empapado de lluvia y en un

estado de inconciencia total. Le hablaron, y él las miró sin

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reconocerlas y les dijo algo incomprensible. Úrsula le soltó las

muñecas y los tobillos, ulcerados por la presión de las sogas,

y lo dejó amarrado solamente por la cintura. Más tarde le

construyeron un cobertizo de palma para protegerlo del sol y

la lluvia.......

Fragmento de:

“Cien años de soledad de Gabriel García Márquez”

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“La Montaña”.

Historia de un maestro rural.

Capítulo uno

“La Partida”

Nuevo Laredo, Agosto de 1978, 3:30 p.m...

El autobús se alejaba de la ciudad. Caía una lluvia

pertinaz que no dejó de escampar hasta que salimos del pueblo.

Miraba como las gotas de la cellisca se estrellaban en la

ventanilla y sentí que dentro de mí también llovía. “No sé

porque, pero la lluvia siempre me pone triste”. Me embargó

una nostalgia que provocó que se me hiciera un nudo en mi

garganta. No era para menos, dejaba atrás la mejor parte de mi

vida e iba tras un futuro incierto. En la radio del conductor se

escuchaba la canción “Lloviendo está”; nunca supe quién me

la dedicó. La oí con mucha tristeza, tal vez porque en el rincón

más profundo de mi ser; sabía que ya nada iba ser igual y para

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acabarla de fastidiar, mi novia había terminado conmigo.

Siempre el primer amor es el más punzante”. Pero... “Nada es

para siempre” me repetía esto una y otra vez, tratando de

provocarme una amnesia que me hiciera olvidarla. Pero no se

puede olvidar algo que llevas impregnado en tu piel, como si la

fragancia de su cuerpo se mezclara en el halo etéreo de mis

pensamientos, como algo que flota en el aire y respiro. No

pude detener una lágrima que recorrió mi mejilla derecha hasta

caer sobre la codera del asiento. La otra me la sequé antes de

que rodara. No quise pensar más y me recargué en el respaldo

del sillón decidido a dormir todo el trayecto.

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Después de doce horas de camino cruzamos el puerto de

Tampico, el autobús hizo fila para subir a la panga que nos

llevaría al otro lado del río Pánuco. Cuando abordamos el

chalán, todos los pasajeros se bajaron del autobús. Tal vez

porque se imaginaban que el camión perdería los frenos y

caería al agua, al menos eso pasó por mi cabeza; yo también

bajé siguiendo a la multitud pero me fui a la parte de atrás del

barco. Encendí un pitillo y aspiré un poco de humo mezclado

con humedad y le arranqué con mi aliento un pedazo a la triste

noche estrellada, que parecía una madre vestida de saco por

perder en el tártaro a la más alegre de sus hijas: La Luna.

Mientras el chalán hacía su travesía por el corredor del amplio

río, observaba el agua turbia. Parecía mas que agua, café con

leche a causa de la contaminación. Yo meditaba sobre mis

pensamientos: “Pobres peces, no han de poder dormir con tanta

“cafeína” disuelta en el agua y por eso no tienen camas como

nosotros”. Dije eso sin reflexionar a fondo el funcionamiento

de la psique; ya que no solo la cafeína te puede dejar sin

sueño, sino hasta lo más sublime, y lo más tenebroso también;

y yo me encaminaba a esto último.

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El trayecto de Nuevo Laredo a Poza Rica trascurrió sin

ningún contratiempo, salvo que allá por la madrugada el

camión se detuvo, y sin decir una palabra, el conductor se bajó.

Después de algunas horas, el sopor de la noche empezó a

desamodorrarnos y los pasajeros se empezaron a desesperar y

uno de ellos se bajó y encontró al chofer dormido en un

compartimiento de la cajuela del autobús y le dijo:

-¡Oiga!. Tenemos prisa por llegar a Poza Rica. El chofer le

contestó:

-¿Qué prefiere?. Dejarme dormir media hora más. ¿O que los

vaya a embarrar por ahí?

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-No, pues, yo solo decía. - Contestó el pasajero y se volvió al

camión a seguir durmiendo.

Para las 9:35 a.m. estábamos en Poza Rica. Me trasladé a

la terminal de los camiones que viajan para ciudad de Papantla

de Olarte y compré un boleto rumbo a esa ciudad. Fue allí

donde conocí los famosos camiones “polleros.” Todo el

trayecto fui viendo el paisaje a través de la ventanilla del

armatoste, que se fue dando tumbos y más tumbos, parecía que

en cualquier momento se saldría de la rúa y nos iba a dejar

regados por la maleza. Me dejó impresionado tanta vegetación.

Me imaginaba que Dios se había esmerado más en hacer esas

tierras tan hermosas, Cubiertas por una vegetación exuberante.

Plantas trepadoras, orquídeas, palmeras, vainillas, cocos,

mangos, zapote prieto, chicozapote, nanches, naranjales,

limones, mandarinas, cañas, tabaco, ceibas e infinidad de

plantas de ornato y silvestres que me fue imposible

enumerarlas todas. Para las 11:20 a.m. estaba tocando la puerta

del departamento de mi hermana Guadalupe, fue ella quién me

abrió y dijo:

-¿Y ahora, tú? ¿Qué andas haciendo?.

-Pues nada, que me tocó por acá y aquí estoy. Mi hermana

soltó un suspiro y se contristó al mismo tiempo que me daba un

abrazo y me decía:

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-¡Ay, hermanito!, Tú también te vas a quedar por estos rumbos

como yo. Me expresaba eso mientras se le humedecían sus

ojos. Yo también sentí un sapo en mi garganta pero esta vez no

lloré. Habían transcurrido quince años y ella nunca había

solicitado el cambio para Tamaulipas. Los dos éramos

maestros de educación primaria. Yo acababa de terminar la

normal básica y la plaza me la dieron para el estado de

Veracruz. No podía renunciar, ya estaba aquí y para esto había

estudiado. Solo le contesté:

-¡Yo no me pienso quedar aquí hermana!. Dije esto y me

acaballé mi mochila a la espalda y entré a su casa a descansar

del viaje.

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Al día siguiente me fui rumbo a Xalapa de Enríquez la

capital de estado, en otro de esos camiones que parecía que

envejecíamos prematuramente. Pues llegábamos con un

montón de achaques de tanto ir sentados que hasta la “raya” de

las nalgas se nos borraba y las mismas se te confundían con la

espalda. Pero a mí eso no me importaba. Solo me la pasaba

contemplando el paisaje y para no aburrirme me iba contando

los postes de alambrado eléctrico, tratando de calcular el

número total que nos faltaba para llegar a nuestro destino

según la distancia entre los mismos.

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Ya teníamos tres días de espera en las oficinas de la

Dirección General de Educación en el Estado esperando que

nos dieran las órdenes de adscripción. El edificio estaba

convertido en una interrogante humana, no sabíamos a dónde

nos mandarían a impartir clases. Encontré algunos compañeros

de escuela y nos las arreglamos para apoyarnos unos a otros

económica y moralmente. Para paliar el hambre y ahorrarnos

un poco de dinero comíamos tacos de chiles jalapeños rellenos

de queso o camarón o una orden de zopes en salsa verde que

con lo picoso, se inundaba el estómago de ácido clorhídrico

que no te quedaban ganas de comer hasta la siguiente jornada.

El segundo día de estancia mi mirada encontró la mirada de la

muchacha más hermosa que había conocido hasta la fecha.

Después supe que se llamaba Jovita, su propia madre Doña

Mercedes, me la presentó cuando me pidió que le hiciera el

favor de comprarle dos ordenes de aquellos ricos tacos de

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chiles rellenos que saboreábamos con un refresco, mientras yo

decía: “¡Carajo”, cómo pican!”. Tiempo después supe de la

propia Doña Meche que le decía a su hija:

-¡Ay, pobre muchacho!, Me da tanta lástima. Mira como habla,

como se viste, como se sienta en el suelo; se me hace que lo

van a mandar al “Mirador””.

-¡Ay mamá!. No lo critique. Así son ellos por allá en el

“Norte” y así hablan.

-¡Pues yo no sé!. Pero para mí que lo mandan al “Mirador”. Y

en parte tuvo razón.

Cuando la secretaria que entregaba las órdenes de

adscripción, se acercó al mostrador que nos separaba de la

oficina. Todos nos hacíamos bola para escuchar los nombres y

el lugar al que iríamos a impartir clases. Mirábamos algunos

rostros alegres, por que los mandaron a un buen lugar y otros

tristes porque sabían que irían al irían al “quinto infierno.”

Esa mañana nos dieron a todos las órdenes y las leímos

con atención y hacíamos planes de cómo llegar al lugar que

nos asignaron.

Un compañero que se apellidaba Navarro y que pecaba

de fanfarrón le preguntamos como le había ido en la entrevista

que le formuló el Director de educación, y esto fue lo que nos

dijo:

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-¿Qué pasó Navarro? ¿ Qué te dijo el Director?.

-¡Nada camaradas!. Me preguntó que cómo me llamaba. Y yo

le contesté:

-Juan Antonio Navarro Casas. Decía esto al mismo tiempo que

dibujaba en el aire unas señas con su mano derecha, dando

entender que el Director de educación había quedado

impresionado con su respuesta. Nosotros nos estábamos

divirtiendo con él, y queríamos saber más y le volvimos a

preguntar:

-¿Qué mas te dijo?.

-¿Qué dónde me gustaría trabajar como profesor? Y yo le

contesté:

-Mire señor Director. ¡Mándeme donde sea! ¡Que no le tengo

miedo a nada! Y que además para eso yo había estudiado. Hizo

otras señas con las manos y dijo:

“¡Marcos tráete una hacha!”. Y me lo volví a impresionar”.

Y yo le pregunté:

-¿Y a dónde te mandaron Navarro?.

-¿Adónde creen Camaradas?. - Nos dijo acongojadamente.

- A la sierra de Huayacocotla. - Contestó muy contristado.

-¡Marcos tráete un hacha!. –Le dijeron a coro todos burlándose

y riéndose de él. Y nunca vieron que sus ojos se habían llenado

de lágrimas. Yo si lo noté por eso no dije nada, solo le di una

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palmada en la espalda y me retiré de la bulla a leer bien mi

orden de adscripción. Se había corrido el rumor que si nos

mandaban en cualquier región de Chicontepec, Huayacocotla,

Zongolica o las Choapas, nos olvidáramos, ya que eran los

peores lugares geográficos y socialmente hablando. Nunca

supe más de compañero Navarro. Hasta muchos años después

en un periodo vacacional me lo encontré en un parqueadero

lavando carros. Anteriormente supe que se había inventado una

historia acerca de él y el lugar dónde fue a trabajar. Que lo

recibieron de muy mala manera y hasta lo corrieron a

pedradas. No le quise preguntar si era cierta esa historia, solo

lo saludé y me despedí de él. Hasta la fecha no lo he vuelto a

ver. Se perdió como tantos compañeros he perdido en el

laberinto de la vida y en la borágimen del tiempo y el espacio.

A mí me asignaron una zona escolar de la ciudad de

Córdoba. Aunque la región montañosa a la que iría se conocía

como “La Sierra Negra de Zongolica”.

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Capítulo dos

“La Despedida”

A la mañana siguiente regresé a la ciudad de Papantla,

para preparar mi partida hacia la ciudad de “Los tratados de

Independencia” a tomar posesión de mi plaza. Mi hermana

Guadalupe, que era mi hermana mayor, la consideraba como

una segunda madre en esos momentos, yo le tenía un cariño

muy especial. Me dio muchos consejos, que como la mayoría

de los jóvenes de mi edad no les puse mucha atención. Me

echó la bendición y me despedí de ella con un beso en la

mejilla. Di la media vuelta para que no me viera mis ojos

humedecidos. Me puse mi mochila al hombro y solo dije:

-¡Adiós hermana!. Te veré pronto.

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Córdoba, Ver. 9 de Septiembre de 1978... .

Al llegar a la ciudad, me fui directo a la oficina de la

Supervisión Escolar. Me presente ante la secretaria y dije los

motivos de mi estancia. Me contestó con un tono amable que

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me sentara, que en un momento me atendería el supervisor. Le

mostré la orden de adscripción, que leyó someramente, la cual

puso sobre el escritorio que estaba perpendicularmente al suyo.

Pasaron algunos minutos donde solo reinó el monótono tic, tic,

de las teclas de su antigua máquina de escribir marca

Rémington, que de vez en cuando ella hacía una pausa para

hacer explotar una bomba de chicle que inflaba con su boca

azucarada y que dejó de masticar, cuando uno de los globos le

reventó en todo el rostro, haciendo que se le pegara hasta el

fleco que le colgaba por la frente con el que escondía una vieja

cicatriz que hacía que se le frunciera el entrecejo. Avergonzada

por lo que le pasó exclamó:

-¡Ay!. ¡Por eso no me gustan estos chicles!. Y salió por la

puerta trasera. En su atropellada carrera derribó un envase de

refresco que tenía a su derecha. Y con el estruendo que

provocó, hizo que apareciera vertiginosamente el

Inspector Escolar haciendo que chocara con él al abrir la puerta

y le derribó sobre la solapa de su traje color gris de corte

inglés, una taza de oloroso café de grano recién cortado de la

región que venía saboreando después del desayuno. Era un

hombre delgado, de mediana estatura, como de unos cuarenta y

cinco años de edad; de carácter serio y adusto. La señorita

secretaria hizo mi presentación un tanto avergonzada y salió

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muy escurridiza perdiéndose por un corredor que quedaba

contiguo a la oficina. El Supervisor Escolar se sentó sobre el

mullido sillón que lucía detrás de un escritorio hecho de pura

caoba, mientras se sacudía con un pañuelo color blanco los

restos del café que se escurrían por su traje y su camisa blanca

de cuello almidonado luciendo una corbata de seda sujeta con

un pisa corbatas dorado. Se recargó en él mientras tomaba el

documento que minutos antes había dejado la mecanógrafa.

Leyó algunos renglones mientras me miraba por encima del

filillo de la hoja de papel. Tras un breve minuto devolvió el

documento a su lugar mientras regresaba su ayudante.

Ofreciendo mil disculpas por lo ocurrido, la secretaria tomó su

lugar y él le ordenó que redactara el oficio de adscripción de

trabajo en la zona. Que iría a prestar mis servicios a la

comunidad del “Mirador”.

En esos momentos entraban a la oficina dos hombres de

apariencia muy humilde, con sus ropas manchadas, semejante a

sangre seca, que tiempo después; supe que era la mancha que

deja el plátano cuando lo cortan. Tenían el semblante serio y

mirada de desconfianza, portaban a la cintura sendas morunas

afiladas. El que parecía ser mayor, se dirigió con mucho

respeto a la autoridad educativa. Quitose el sombrero de paja y

haciéndolo dar vueltas cual si fuese el volante de un vehículo

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furtivo, que dirigía para que le salieran lo mejor posible las

palabras de su boca y poder entablar comunicación con aquel

personaje que infundía respeto y autoridad. Y dejando al

descubierto su cabello hirsuto y entrecano y con su clásico

acento regional se dirigió a la personalidad:

-¡Buenos días señor inspector!.

¡Buenos días Don Juventino!, ¿Que anda haciendo por acá?.

-¡Pues nada!. Veníamos a ver que noticias nos tiene del

maestro de allá del “Mirador”.

-¡Ah!. Que bueno que vienen. Pues aquí les tengo a su nuevo

profesor. Señalándome con su mano derecha a donde me

encontraba. Los dos hombres voltearon rápidamente hacia mí y

con una mirada de asombro exclamaron:

-¡Cómo!. ¿Ya nos cambiaron al otro?. - Y reviraron su mirada

otra vez como diciendo: “Otra vez la burra al trigo”. Y

agregaron con acento de conformidad:

-Bueno, está bien. Pues ni modo. Pasamos por él a las cuatro,

para irnos en el tren de las cinco. Dieron media vuelta y

salieron por donde vinieron, no sin antes echarme una última

mirada, para asegurarse bien a quién recogerían más tarde y se

fueron diciendo algo en su lengua natal el náhuatl que nunca

entendí.

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-Parece ser que no lo quieren. - Me dijo en voz baja y

burlonamente el inspector de zona.

- Usted tiene que desempeñar bien su trabajo para ganarse la

confianza de esta gente. Es muy desconfiada y no les agradan

los fuereños.

Las cuatro se llegaron pronto, los dos hombres que

después supe que eran padre e hijo, casi no cruzaron palabras

conmigo, solo las necesarias para indicarme a donde íbamos.

Abordamos el tren de las cinco rumbo al pueble de

Tezonapa. El viaje se me hizo muy largo, yo iba sentado a dos

asientos adelante de mis acompañantes. Tenía mucha hambre,

sobre todo cuando veía pasar a una muchacha espigada, alta y

morena recorriendo todo el tren vendiendo toda clase de

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alimentos. Primero pasó con una charola llena de bananas y

con un pregón que espantaba a los pasajeros que iban

dormidos gritaba: “¡Lleven sus plátanos!. ¡Compre sus

plátanos!.” Y se perdía en el siguiente carro. Luego aparecía

con otra charola llena de “Garnachas”, que a decir verdad, no

se me antojaron y nunca las probé, solo más me compré un

refresco que era lo único que podía comprar, ya que mis

recursos económicos se me habían agotado; y me lo fui

tomando el refresco a cuenta gotas tratando de esconderme de

mis acompañantes; Ya que me daba pena no haberles podido

invitar uno a ellos también.

Después de casi tres horas de viaje serpenteando las

montañas llenas de verde follaje y el plan cubierto de caña

brava, llegamos a nuestro destino; solo para saber que

trasbordaríamos a un segundo medio de transporte. Otro de

esos “polleros” que casi trasportaba de todo a parte de seres

humanos. Poco a poco fui haciéndome de una tonadita en mi

modo de conversar, para que no creyeran que hablaba enojado

con el clásico acento “norteño”. Después de una hora más de

camino llegamos a “Laguna Grande” también llamado “Pueblo

Viejo”. Solo Dios sabe cuando se poblaron aquellas tierras

cubiertas de selva y caña brava.

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Capítulo tres

“La Pregunta”

Cuando nos bajamos del camión la noche extendió su

manto negro sobre la bóveda celeste y un “hormigueo” en mi

estómago me empezó a incomodar. Nos dirigimos unos

doscientos metros por una calle llena de charcos y lodo. Uno

de mis guías me preguntó:

-¿Sube hoy, o sube mañana?. Yo no supe que contestar, solo se

me ocurrió decir como por instinto:

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-¡Subo mañana!. Y nos dirigimos a la casa del que más tarde

sabría que era del cacique de esa región. Allí me presentaron

ante el señor de la casa que me recibió atentamente y me

dieron de cenar huevos revueltos bañados en una salsa roja

picante, acompañados de frijoles negros con unas rajas de

queso blanco de vaca y una taza de café negro de grano con un

aroma delicioso, sin faltar unas tortillas gruesas de maíz hechas

a mano. Los de la casa y yo solo cruzamos las palabras

necesarias para conocernos y saber quién estaba hablando con

quién. Después de cenar, mi anfitrión me indicó el lugar donde

dormiría: Era una troje, Estaba llena de herramientas, y arneses

para caballos y mulos y pacas de pastura. Todo estaba

impregnado de olores nuevos para mí, humedad mezclada con

heces de acémilas, lodo prieto, caña y selva. El granero estaba

iluminado por un foco de luz tenue a causa de las manchas que

dejaban los insectos nocturnos, que atraídos por la luz de la

bombilla chocaban con ésta en una incansable batalla por

querer apoderarse de la majestuosidad de aquella

luminiscencia. Desempaqué algunas cosas mientras mi

anfitrión decía:

-¡Bueno, maestro!. Que tenga buenas noches. Lo espero para

desayunar en la mañana. Dijo esto y cerró la puerta trasera tras

de él. No sé si alcanzó a escuchar que le di las gracias.

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Page 35: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Tendí un cobertor sobre unas pacas de pastura que reuní

para confeccionarme una cama, puse de almohada la mochila y

me dispuse a dormir. Batallé bastante rato para conciliar el

sueño por culpa de unos hematófagos volantes que no me

dejaban en paz. Eran los mosquitos más grandes que había

visto en toda mi vida. Tuve que echarme un cobertor para

taparme, sólo dejando asomar la nariz por un hueco que dejé

abierto para poder respirar bien. Auque el sopor de la noche

también conspiraba para no dejarme dormir, las serotoninas

hicieron efecto en mí de cualquier manera, y mi cuerpo se

relajó y caí en el coma del sueño.

A la mañana siguiente, el dueño de la casa fue por mí

para invitarme a desayunar. Sirvieron solo un plato de frijoles

con queso y café con leche y un racimo de plátanos que

adornaba el centro de la mesa para invitarme a comerlos. No

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Page 36: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

los comí y no los volví a comer nunca, no sé explicar por qué,

pero desde esa mañana los plátanos nunca formaron parte de

mi dieta.

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Page 37: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo cuatro

“La Subida”

Los dos hombres que me habían traído hasta aquí,

llegaron a eso de la 9:30 antes del medio día, pidieron unos

refrescos de sabor en la tienda del dueño de la casa y se

sentaron en la banqueta a descansar del trayecto. Traían con

ellos una mula asmática ya entrada en años que amarraron a

uno de los horcones del porche del pequeño comercio. Después

de un rato de descanso y una breve entrevista de cómo había

pasado la noche me preguntaron que si ya estaba listo para

subir. Y me volvió a intrigar esa pregunta y les reconvine:

-¿Adónde hay que subir?,

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Page 38: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡Pues allá arriba. Al cerro! – Decían esto mientras apuntaban

con el dedo índice a la montaña que se vislumbraba a través del

claro del camino por donde mis guías habían llegado

-Allá vamos. Allá está el “Mirador”; donde usted va a dar

clases.

-Vamos pues. - Y me ayudaron a subir mi equipaje a la mula

que habían traído especialmente para eso. Nunca supe la

distancia que recorrería hasta veintitrés años después que

regresé a este MALDITO lugar y lo vi señalado por un letrero

de carretera que decía: “EL MIRADOR 11 Km”

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Page 39: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Empezamos a bajar unos cien metros de longitud en

cuarenta y cinco grados de inclinación por una calle de

concreto, que al final de la misma terminaba en curva y que se

conectaba con un pequeño puente hecho de piedra y cemento

que ya estaba despintado en su totalidad, que cruzaba un arroyo

de aguas claras, matizado con el verde oscuro del follaje de la

exuberante selva y que formaba un espléndido corredor en el

camino, adornado con toda clase de orquídeas y flores de

distintas formas y colores y aromas delicados y el verde

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Page 40: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

esmeralda de algas y musgo tierno que vestían a las piedras

pulidas del fondo del riachuelo. Mientras cruzábamos el

puentecillo, la naturaleza nos recibía con un concierto de

cantos de pájaros que armonizaban en un compás único, y me

hicieron detenerme un momento a escudriñar entre las copas de

las ceibas, caobas, chicozapotes e infinidad de plantas y árboles

que cubrían el amplio corredor e hicieron sentirme el hombre

primitivo que llevamos dentro. Cruzamos la pasaderilla y

volvimos a retomar el camino para empezar a subir por la

“rastrojera”; que era una parcela sembrada en la primera ladera

de la montaña. El tramo de este camino nos llevó recorrerlo

aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos. Miraba

como la pobre bestia de carga a cada paso que daba, soltaba

una ventosa o se resbalaba y caía inclinada sobre sus cuartos

delanteros, soltando de vez en cuando su excremento fétido y

espeso, que salpicaba las piedras del camino y nosotros las

sorteábamos para no ensuciarnos el calzado. Yo reflexionaba

para mis adentros y me decía: “Ni modo, para esto las hizo

Dios.”

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Page 41: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Poco después llegamos a la casita de doña Hermelinda.

una anciana ya entrada en unos setenta años de edad, en donde

hicimos una escala de quince minutos para halar aire y

“refrescarnos” con unas gaseosas al tiempo, que mis guías me

invitaron. Ellos me presentaron con la dueña de la casa que con

un tono muy peculiar y amable se dirigió a nosotros:

-¿Qué hubo?. ¿Que hay en el plan? – Preguntó con mucha

confianza.

-Nada. Solo que aquí traemos al nuevo maestro del “Mirador”.

– Contestaron mis compañeros de travesía.

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Page 42: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡Ah que bueno!. ¡Mucho gusto profesor!. Esperamos que se

sienta a gusto por acá. – Contestó la anciana.

- Y, ¿De dónde es usted?. - Me interrogó amigablemente.

-De Laredo. – Le contesté de la misma manera.

-¿De Laredo Texas o Laredo México?. – Preguntó

confusamente.

-De Nuevo Laredo, Tamaulipas. – Le aclaré

-Por eso, de Laredo Texas o Laredo México. – Comprendí que

desconocía la geografía de mi estado y le confirmé:

-De Laredo México.

-A que bien, pues bien venido por esta su casa. – Me dijo

hospitalariamente y yo le respondí:

- ¡Gracias!. Mucho gusto en conocerla. – Le respondí de igual

manera. Terminamos el refresco y reanudamos el camino ya

menos inclinado pero no dejábamos de ir subiendo

progresivamente. Mientras la montaña se iba arropando de una

densa selva, ataviada elegantemente, como si estuviera de

fiesta al ir dejándome contemplarla como una mujer seductora;

de la cual me iba enamorando poco a poco conforme me

develaba todos sus encantos. A medio camino llegamos a la

primera comunidad llamada “Las Mafafas,” en la cual conocí

el “Palo de Agua”. Lo llamaban así porque su tronco formaba

un “bebedero” natural para calmar la sed de las aves y las

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Page 43: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

bestias, que se surtía del agua que escurría por su tronco

cuando llovía y se rellenaba con el rocío de la noche. Unos dos

meses después me dijeron José “Coyote” y Ezequiel

Domínguez alias “El Cheke” que allí vivía un paisano mío que

era de mi “rumbada”. Más tarde supe que hablaban de Adrián

González Acosta, un buen compañero que habíamos estudiado

juntos en la misma escuela. Él era algo airoso, pero la

verdadera escuela de la vida lo había convertido en el más

humilde de los amigos que he tenido y estoy muy orgulloso de

llamarlo “hermano”.

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Page 44: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo cinco

“La Primera Visión”

Habían transcurrido algunas cinco horas de travesía,

cuando vi que una niebla venía escurridiza y silenciosamente

cruzando el “filete” de la montaña, nos cubrió muy pronto y

oscureció el día. En el momento que la nube nos envolvió, un

escalofrío circundó por todo mi cuerpo y se me erizaron los

pelos de la nuca. Se apoderó de mí un temblor de manos,

rodillas y un crujir de dientes. Empecé ha tener una visión... .

Me quedé suspendido por un momento en el espacio y el

tiempo y contemplé en la orilla del camino el cuerpo sin vida

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Page 45: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

de un muchacho. Su cara estaba verdosa, matizada con colores

grises y morados y sus cabellos desparpajados cubrían parte de

su rostro, estaba cubierto todavía por el rocío de la noche

anterior y los gusanos ya habían empezado hacer su labor, al

mismo tiempo que las bacterias se nutrían del cuerpo inerte del

infortunado joven. Un charco de sangre fresca, caliente y

espesa se escapaba de su garganta junto con vapor de agua. Sus

ropas eran igual que las mías e inmediatamente recordé la

conversación de la noche anterior como si estuviera dentro de

un socavón:

-“¡Sube hoy, o sube mañana!”.

-“¡Subo mañana!”.

Los machetazos que oí me sacaron de mi trance y volví a la

realidad, cuando el hijo de Don Juve cortaba tres hojas anchas

de mafafa y me daba una a mí junto con una capa de plástico

de color amarillo que sustrajo de una de las alforjas que llevaba

colgadas a la mula y me dijo:

-¡Póngasela profesor!. Porque va a llover. Dijo esto y el

chasquido de un relámpago iluminó el entorno donde nos

encontrábamos proyectando nuestras siluetas entre el follaje de

la selva y el hijo de Don Juventino me sonrió de una manera

extraña, como sabiendo que había tenido la visión. Después de

esto empezó a caer una cellisca que no dejó de escampar hasta

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Page 46: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

que llegamos a su casa. Nunca le platiqué a nadie la

experiencia que había tenido, temiendo que me juzgaran loco.

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Page 47: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Cuando comenzó la nube a desgajarse, divisé bajo mi

paraguas improvisado, LA CRUZ de concreto que señalaba la

entrada a la comunidad del “Mirador”, que después de muchos

años sigue siendo el lidero que da la bienvenida a esta

MALDITA TIERRA. (Pido Disculpas a todos aquellos que

lean esta historia por la manera en que califico este lugar, pero

créanme que más adelante conocerán mis razones)

Comenzamos a descender unos trescientos metros por la

ladera del cerro, que para mí se me figuraba una “media luna”,

pues así se miraba desde el “mirador” de la cruz. Después de

unos treinta minutos más, llegamos a la casa de Don

Juventino, serían aproximadamente las seis y media de la tarde,

pero aquí ya era de noche.

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Page 48: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo seis

“La Primera Noche”

Cuando entramos a la galera principal, Don Juventino

me indicó el lugar en el que dormiría. Era una hamaca que

estaba amarrada de uno de los horcones que servían de

travesaño a la rústica casucha y el otro extremo a uno de dos

pilares que se encontraban en medio de la edificación.

-¡Se tapa con esto por si tiene frío!. Me sugirió Don Juve, y me

facilitó un cobertor. Que luego más tarde me enrollé en él

como si fuera un tamal humano listo para la cacerola, pues el

frío de la noche calaba hasta los huesos como si estuviera en un

congelador de carnes.

No hacía mucho tiempo que había dejado de llover,

cuando otro aguacero se dejó caer sobre la montaña. Como si

tal vez me quisiera decir que no era bienvenido a ella, pero esta

vez acompañada de los truenos y relámpagos más

extraordinarios que he visto y oído en mi vida, me quedé

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Page 49: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

parado en el dintel de la puerta trasera del galpón y un “sapo”

en mi garganta se anidó junto a mis amígdalas y empecé a

reflexionar: “¿Qué es lo que estoy haciendo aquí? “¡No tengo

ninguna necesidad de haber venido hasta acá!”. Y al mismo

tiempo me contestaba para mis adentros: “Pues para esto

estudié, para brindar los conocimientos básicos a las niñas y los

niños, para educarlos lo mejor que pueda”. “No sé por qué,

pero la lluvia siempre me pone triste”, y enjugué una lágrima

que se escapaba furtivamente de mis ojos. En esos momentos

me estaba acordando de mi madre y mi padre sin dejar de

mencionar a la novia de mi juventud que trataba de dibujarla en

mi mente pero la lluvia fría que se resbalaba por una de las

canaletas del techo que surtía de agua a un aljibe me impidió

seguir pensando en ella. “Nada es para siempre” me repetí

esto una y otra vez. Fue cuando un relámpago hizo que

retrocediera hacia dentro de la casa y no me dejó siquiera

contar los segundos para calcular dónde caería el poder del

electro y vi como partió a la mitad un robusto árbol. La visión

que experimenté me hizo sobrecogerme de temor y sentí como

se me erizaban los pelos de la nuca y comenzara a sentir un

retortijón de tripas que me apremiaron para ir a evacuar las

inmundicias que llevaba dentro de mis intestinos. Aunque no

quería salir de la troje, le pregunté a mi anfitrión:

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Page 50: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¿Dónde está el baño Don Juventino?

- ¡Ahi nomás váyase al monte!, Me dijo secamente y no le

entendí muy bien, pero las ansias de vaciar mi tubo digestivo

me ganaron y no tuve otro remedio que salir en medio de la

tormenta y sentarme a un lado de los restos humeantes del

árbol derribado por el rayo que acababa de caer. Ni el humo

que me picaba en los ojos, ni la lluvia fría que empapaba mi

alma desnuda impidieron que viera y sintiera como otro rayo

cayó junto a mí. Esto me hizo maldecir el dicho que dice: “Un

rayo no cae dos veces en el mismo lugar” e hizo que terminara

de evacuar más rápido y me aseé con unas hojas que estaban a

un lado, que más tarde me daría cuenta que había escogido la

menos indicada de las trepadoras: “La ortiga”, .El ardor que me

produjo no me dejó dormir bien en toda la noche. Y todavía la

“ancla psíquica” de aquella experiencia me produce el mismo

ardor cada vez que llueve a la anochecer acompañada de

truenos y relámpagos en donde quiera que yo esté.

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Page 51: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Allá por la madrugada el ardor de las púas de la

ortiguilla, me hizo abrir los ojos y contemplé la silueta de

alguien que estaba parado frente a mí, con las manos

levantadas y sosteniendo algo entre ellas, un rayo de luz de la

luna llena que entraba por la ventana se reflejó en el filo de la

guaparra que me encandiló por un instante y oí la voz

susurrante de Don Juventino que le ordenaba:

-Ya acuéstate Juan. Ya deja de jugar con eso.

-Está bueno tata, ya me voy a dormir. Se dio la media vuelta y

fue a recostarse en su petate, pero antes colgó su moruna en el

horcón de en medio de la galera. Dos meses después lo

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Page 52: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

encontraron colgado con un mecate al mismo horcón con la

lengua de fuera y los ojos saltados. Nunca se supo que lo llevó

a tal determinación, solo me enteré de que padecía de los

“nervios” y se corría el rumor de que le había dado “carne” a

cuatro personas desconocidas, todas ellas jóvenes. Creo que yo

fui el “quinto bueno”. Pues una gran parte de la gente en este

lugar no le da la mayor importancia a la vida. Les importan

más los muertos, según se refleja en la tradición de “Todos

Santos y de los Fieles Difuntos”.

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Page 53: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

La primera mañana que contemplé en este lugar, teñía el

cielo de un color azul vivo y un sol brillante parecidos a los de

mi infancia, que animaba a la faena y el amor a la vida. Me

maravillé de la vista panorámica que se podía apreciar del

“plan”. Con el serpenteo del río Tonto que surtía de agua a la

presa de Temascal que parecía un espejo empañado por el vaho

de la selva.

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Page 54: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo siete

“La Bienvenida”

Las explosiones de potentes cohetones me sacaron de mi

expiación del paisaje. Don Juve me invito a compartir sus

alimentos y me apremiaba: “Vamos maistro, venga a “papear””

que ya están llamando a junta general en la escuela para que lo

conozcan y que nos organicemos como vamos a tratar con

usted.

Después del sencillo almuerzo, nos dirigimos al plantel

educativo. Era una escuelita hecha de madera de la región, de

esas que pasa el tiempo y no envejecen. El techo era de dos

aguas con láminas de zinc y las paredes estaban pintadas de

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Page 55: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

verde soldado y rojo sangre. El último cohetón lo hicieron

explotar a mi salud y bienvenida. La gente me saludaba con

mucha atención y reverencia, que me hicieron sentirme un gran

personaje. Yo traté de ser lo más humilde posible con ellos y

de hablar en una jerga que me confeccioné, mezcla de

“norteño” y “sureño”.

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Page 56: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

La asamblea comenzó con el tradicional pase de lista de

presentes y los puntos del día surgieron improvisadamente y

fueron al meollo del asunto: La presentación del maestro a la

comunidad y viceversa. Todos fueron diciendo su nombre,

descubriendo su cabeza y decían: “Para servir a dios y su

merced”. Me sentí muy contento de ver tanta cortesía y

humildad de todos allí presentes; no faltaron dos o tres

personas con risa burlona y encubierta. Más tarde me hice

amigo de ellos eran José “Coyote” y “El Cheke”, comandante y

bravucón respectivamente, pero muy buenos amigos que en

más de tres ocasiones arriesgaron mi vida y la suya y me la

salvaron. Al llegar al asunto de quién me iba asistir, reinó un

silencio mezclado con aburrimiento. Por fin un hombre de

mediana estatura y bigotes de vinagrillo se lució desde el fondo

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Page 57: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

de la sala y levantando la mano izquierda al mismo tiempo que

expresaba:

-¡Yo lo asisto!. ¡Donde comen cinco, comen seis!. Y el silencio

se rompió con un conjunto de risas y un: “¡Eso es todo Don

Poli!”. Era Don Hipólito Cortés Mendoza un Oaxaqueño

oriundo de Chalcatongo, Oaxaca.

El Maestro saliente, Isabel Pantoja hizo uso de la palabra

para entregarme el edificio y el archivo de la escuela y darme

la bienvenida, me estrechó la mano y exclamó:

-¡Buena suerte!, ¡Juégala fría en este lugar maestro!.

-¡Gracias! ¡Así lo haré!. Nos sé que me quiso decir, pero se

oyó como una advertencia.

Después de las “Bienvenidas y siéntase en su casa y

estamos para servirle en lo que usted quiera” se levantó la

asamblea después de un pequeño discurso y palabras de

agradecimiento de parte mía.

Don Hipólito me condujo a su humilde morada. Era un

techo de dos aguas de lámina de cartón y dos paredes

construidas del mismo material amarradas con mecate de ixtle

a palos blancos de guaraná. Me presentó a su familia que

estaba compuesta por su esposa María, su hijo mayor de once

años llamado Aniceto y una niña que le decían de cariño

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Page 58: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

“Chica” y un bebé de dos años y medio también apodado

“chico” apócopes de Francisca y Francisco.

Me invitaron un plato de frijoles negros y huevos

revueltos en salsa roja de tomate y un cajete de salsa de chile

mulato, acompañado de unas tortillas de maíz que extendía

golpeándolas con la orilla de la palma de la mano derecha, al

mismo tiempo que hacía girar el molde para irle dando forma y

luego las dejaba caer cariñosamente sobre un comal de barro

hundido en el centro; sostenido con tres piedras negras de

origen volcánico chamuscadas por el poder del fuego de todos

los días.

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Page 59: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo ocho

“El Cuarto”

Al terminar de comer, nos dirigimos a lo que sería mi

casa, “La Casa del Maestro”. Era una rústica casucha de

madera sin pintar y techo de lámina galvanizada, que se dividía

en dos partes. La primera era una cuarto de dos por tres metros,

en donde estaban, un catre de “tijera” de madrea confeccionado

de costal de ixtle, una mesita rectangular también hecha de

madera que se encontraba en la cabecera del catre. Tenía una

sola puerta y una pequeña pero muy pequeña ventanilla

corrediza de forma horizontal de veinte por treinta centímetros

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Page 60: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

al lado izquierdo según la orientación de entrada al cuarto.

Afuera, debajo del porche, había dos barriles de lámina con

capacidad de doscientos litros, que los surtían con agua para las

necesidades del maestro; uno de ellos estaba vacío y

permaneció vacío hasta el día en que la herrumbre y el oxígeno

acabaron por corroer las moléculas de acero y carbón de que

estaban hechos. En la otra habitación nunca supe que había,

pues estaba sellada su puerta con una gruesa cadena y un

candado oxidado del cual se había perdido la llave.

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Page 61: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

La segunda noche fue el comienzo de la más larga de

mis pesadillas, después de cenar en casa de Don Poli, él y su

hijo Aniceto me acompañaron por el laberinto de las veredas

cubiertas de densa selva, abriéndose paso con su machete

cortando las plantas del camino, y que detrás de nosotros se

volvían a cerrar de vegetación; tal parece que la intención era

borrar las huellas de regreso, pero así era la cosa.

Al llegar a la casa, Don Poli me advirtió:

-Si oye ruidos no salga, enciérrese bien y no salga, no sea que

vaya ser mala la hora.

-¿Porqué me dice eso Don Poli?.

-Usté nomás hágame caso, no salga; yo sé lo que le digo.

Hendí la llave en el candado y lo abrí. Mis manos temblaban,

no sé si era el frío de la noche o mis nervios, o eran las dos

cosas juntas. Le di las gracias y las buenas noches y me

devolvió el saludo:

-¡Hasta mañana!.

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Page 62: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-Si Dios quiere. Le contesté un tanto temeroso. Se perdieron

silenciosamente entre la maleza y la oscuridad de la noche, y

solo se distinguía el foco de mano que llevaban para

alumbrarse, que retroproyectaba toscas siluetas de las plantas

de la orilla del camino; que parecían fantasmas danzando un

extraño baile de regocijo y concupiscencia.

Prendí el “mechero” con una pajilla que estaba en el

centro de la mesa. Estaba fabricado de una lata de cerveza y

una mecha de trapo, empapada con petróleo. Desempaqué

algunas cosas que traía en mi equipaje y las puse sobre la

mesita de madera: Un foco de mano, una Biblia, un Crucifijo, y

un vaso de plástico que embroqué sobre la mesilla. Tendí sobre

el catre un cobertor que mi madre me había rogado que me lo

trajera y yo no quería. ¡Que falta me hubiera hecho!. Puse de

almohada una chaqueta y me cubrí con otra colcha que mi

hermana Guadalupe me regaló. Me enredé en ella en posición

fetal para apaciguar el frío de la noche dispuesto a dormir, no

sin antes rezar un Padre Nuestro y un Ave María.

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Page 63: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo nueve

“La Pesadilla”

Allá por la madrugada, un mal sueño me despertó:

“Soñaba que yo iba caminando por el centro del campo de

fútbol que quedaba por debajo del nivel del barranco en el cual

se encontraban la escuela, las letrinas y la casa del maestro; y

de pronto un ruido como el de un tren de carga me hizo que me

diera una media vuelta y contemplé como el cerro se

desgajaba, desbaratando las construcciones de madera y

viniéndoseme encima todo como una gran avalancha de lodo y

agua que inundaba todo el claro del campo fútbol y me

arrastraba por la pendiente de la montaña”. Desperté sobre

saltado con mi corazón latiendo como un condenado, lleno de

angustia y empapado en sudor.

-¡Gracias a Dios que solo era un sueño!. Me dije a mí mismo.

Y volví a pegar mi cabeza en la chaqueta.

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Page 64: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo diez

“El Primer Día de Clases”

El primer día de clases se llegó con un compás de risas,

gritos y correrías de chiquillos, de un lado a otro del campo

deportivo. Me llamó la atención un niño “güerito” que estaba

trepado en un árbol de guayabas. Me acerque hasta quedar

debajo de él y le apremié para que bajara:

-Ten mucho cuidado y bájate por favor. Le ordené en tono

sutil, para no hacerlo temer y perdiera el equilibrio y cayera.

-¡Estoy comiendo esta fruta!. orita me bajo “profe”. ¿No quiere

una?. Y me arrojó una guayaba que ya había sido picada por el

gusano.

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Page 65: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-Esta no sirve, ya tiene gusanos. Le reconvine.

-¡Que le hace!. Esta también tiene gusano, mire. Y le dio un

mordisco a la fruta engullendo al mismo tiempo el anélido. El

niño bajó con bastante agilidad por el tronco del árbol y me

extendió los brazos para que le ayudara a bajar.

-Me llamo Juan Ángel, soy hijo de José “Coyote”. ¿Y usté?,

¿Cómo se llama?.

-Me llamo Lauro, Lauro Luis Madrigal Grimaldo y yo soy tu

profesor.

-¡Ah güeno! ¿Ya vamos a entrar?

-¡Si, ya vamos entrar!. ¡Vámonos!. Y nos dirigimos a las

escalinatas de piedra de cantera que servían para escalar el

barranco y entrar a la escuela. Y al pie de las mismas se

formaron en dos filas mis alumnos, una de niñas y otra de

niños. En total eran cuarenta y cuatro angelitos. ¡Si, cuarenta y

cuatro angelitos “cagando diablos!”.

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Page 66: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Las dos filas de alumnos avanzaron por la escalinata del

templo y entraron al saber, tomaron sus asientos y guardaron

sus útiles escolares debajo de los pupitres binarios de madera y

se escuchaba un cuchicheo entre todos ellos que se rompió

hasta que les ordené que se pusieran de pie y les di la

bienvenida y los saludé:

-¡BUENOS DÍAS NIÑOS!.

-¡BUENOS DÍAS QUERIDO PROFESOR!

-¡PUEDEN SENTARSE!.

-¡GRACIAS QUERIDO MAESTRO!.

Tome el registro de asistencia y me dispuse a tomar lista

de presentes, les pedí que se pusieran de pie y me dijeran en

que grado iban, algunos no contestaron y lo dijeron otros en su

lugar porque no hablaban español, hablaban náhuatl.

Las clases se desarrollaron como en cualquier otra

escuela, salvo por un pequeño incidente que ocurrió a las 11:35

de la mañana: La invasión de un ejército de “tepehuas”, las

hormigas más destructivas que he visto y las más bravas que

nos hicieron salir de salón de clases y tuvimos que seguir las

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Page 67: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

clases debajo de los árboles y ya estando allí, los niños sacaron

su bastimento para comer y me convidaron un poco de todo,

tortillas embadurnadas con frijoles y chile, frutas y

chicharrones de puerco etc.

Los días trascurrieron de una manera normal para mí.

Todo era expectación, estudio y práctica. Conocí a la mayoría

de la comunidad donde me recibían de una manera muy

cordial. Y todos los días alguno de mis alumnos me invitaba a

comer a su casa y yo asistía para ir conociendo las costumbres

de esta gente, que a decir verdad eran de lo más hospitalarias y

humildes. Así conocí a Don Pedro Rosales y su esposa Doña

Rosy. Tenía un hijo de unos dos años de edad y ella estaba en

cinta de su segundo hijo al que llamaría Sergio y yo me

comprometí a bautizárselo, solo que no pude cumplir con éste

compromiso, ya que tuve la necesidad de salir de esta

comunidad por los acontecimientos que voy a contarles

enseguida.

Todas las noches al irme a mis aposentos, me asaltaba

un pánico inexplicable que me hacía chillar, oía rudos extraños,

pasos a lo lejos, gemidos y llanto en la habitación contigua,

voces que me hablaban desde un socavón y me advertían que

me fuera de allí, gritos y algarabías de niños en la escuela y

arrastradero de bancos, que una noche me armé de valor y fui a

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Page 68: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

inspeccionar a ver que ocurría, pero al llegar a la escuelita

todo estaba en orden, reinaba un silencio y solo el ulular del

viento que se colaba por entre las rendijas de la paredes y

ventanas era todo lo que se oía, nada más me alejaba de allí y

comenzaba escuchar otra vez la bulla, después ya no les puse

mucha atención me fui acostumbrando a eso. No quería

confiarles a las personas más cercanas a mí todo esto, porque

me daba vergüenza que dijeran que era un miedoso.

Para calmar mis nervios, le pedía a Don Poli que me

prestara a su hijo Aniceto para que me acompañara a mi casa a

dormir y el niño lo hacía con mucho gusto, pero al cabo de un

tiempo el también se espantó por lo que ya no quería

acompañarme. Entonces para armarme de valor comencé a

beber cerveza y aguardiente de caña, porque solo embrutecido

me sentía con valor para soportar todo lo que ocurría al llegar

la noche.

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Capítulo once

“La Segunda Visión”

Pero lo más extraño me ocurrió a mediados del mes de

octubre que bajé a Córdoba a recibir mi primer pago. Comencé

la travesía temprano, solo con lo indispensable. Al llegar a

“Las Mafafas”, me dieron ganas de tomar un refresco en la

tiendita que estaba a la orilla del camino. Ya cuando faltaban

algunos cien metros para llegar, me paré en seco de mi loca

carrera que llevaba. Una energía sobre natural me detuvo y

entré en trance “catatónico”. Todo lo que uno alcanza a ver en

ángulo de 180° se fue cerrando en círculo y oscureciendo poco

a poco y encerrándome en un pasaje de tinieblas y bruma que

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Page 70: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

podía sentir, ya que mis ropas se empaparon de una humedad

clara y viscosa que chorreaba por las mangas de mi camisa y

las bastillas de mi pantalón cual si fuera clara de huevo; Y un

olor nauseabundo se impregno en la atmósfera. Y mire,

contemplé en la imaginación de este trance, otro muerto como

el que había visto un mes y medio antes, en la primer travesía

que hice a este lugar. Estaba boca arriba con sus ojos entre

abiertos y su ropa sucia de barro amarillo, con un agujero de

bala en medio de la frente, y un hilillo de sangre se escapaba

del orificio y se escurrió por entre las piedras del camino hasta

llegar la tiendita, trepó la pared de madera que estaba

despintada por la intemperie, recorrió por debajo del mostrador

que sobresalía del claro de la ventana y siguió por arriba del

mismo, hasta entrar en el cajón donde guardan el dinero de la

venta y se metió por el cañón de una pistola calibre cuarenta y

cinco que estaba junto con la plata. Y un olor de pólvora

mezclada con humedad impregnó todo alrededor de cien

metros. El cuerpo sin vida del muchacho quedó con los brazos

extendidos y mirando al cielo. Ya me habían advertido las

gentes de la comunidad, de que no bajara solo, que me hiciera

acompañar de alguien, porque los “chanekes” podrían

extraviarme e incluso raptarme para siempre y no volvería a

este mundo; que si bien me iba, solo jugarían conmigo y me

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Page 71: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

abandonarían en otro lugar de la montaña y me podría extraviar

y no encontraría de regreso el camino. Pero lo que experimenté

no fue obra de los “chanekes”, sino que yo lo tomé como una

premonición y desde entonces hacía caso de estas revelaciones

y decidí no llegar a la tienda a comprarme un refresco para

calmar mi sed. Seguí de largo, y al pasar enfrente de la tienda,

había un muchacho que despachaba una botella de aguardiente

a un joven parroquiano de unos diecinueve años de edad; me

siguió con su mirada torva bajo el ala del sombrero de paja que

tenía puesto. Más adelante escuché una detonación de arma de

fuego y no me quise detener para ver que había ocurrido.

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Page 72: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Tres días después, al regresar de Córdoba, me enteré que

el encargado de la tienda le había pegado un balazo a un joven

borrachito en el entrecejo y lo había matado el mismo día que

yo había bajado. Y decían que cuando lo agarraron y le

preguntaban por que lo había hecho, solo asentía a decir:

-¡Yo no lo hice!. ¡Yo no lo hice!. ¡Fue el espíritu de la montaña

el que me ordenó que lo matara!.

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Page 73: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo Doce

“La Primer Tragedia”

Al llegar a Laguna Grande, me detuve a tomar un

refresco en la “Como Chupo”, que así le decían a la tienda

comunitaria de la Conasupo. Fue allí donde conocí a al

comandante José “Coyote” de allá del Mirador. Él estaba

recargado en el mostrador tomándose una cerveza, y yo me

paré al otro extremo del mismo. Lo saludé de lejos y él me

invitó una cerveza. Se acercó a mí y dijo:

-¡Échese una a mi salud profe!, Por favor.

-¡No gracias!. Solo tomaré un refresco dulce. Quiero llegar

temprano a la escuela. -Le contesté.

¡Ah, me desprecia!. Dijo un tanto molesto.

-¡No! Solo que quiero irme horita que todavía es de día.

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Page 74: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

–Le reconvine.

-¿Ya sabe quién soy yo?. -Me preguntó un tanto retador.

-¡Si, ya sé quién es usted!. ¡Usted es el comandante de mi

comunidad!. Y le encomendaron que me cuidara. ¡Pero yo sé

cuidarme solo!. ¡No necesito de niñeras para cuidarme!. En

tono muy bajo me dijo:

-Hágase pacá, profe. Póngase detrás de mí. Yo no le hice caso

y me haló bruscamente del cuello de mi camisa y me puso

detrás de él. Se llevó la mano a la cintura y acarició las cachas

plateadas de una pistola escuadra que llevaba debajo de la

camisa enfundada por detrás. Entonces me di cuenta porque me

había jaloneado. Dos parroquianos que estaban en el rincón de

la cantina comenzaron a insultarse y uno de ellos desenvainó

su machete y le asestó un tajo al otro, y que éste se cubrió con

su antebrazo izquierdo, haciendo que casi se le desprendiera,

pero al mismo tiempo desenfundaba un revólver calibre treinta

y dos y le alcanzó a pegar un tiro en el pecho a su contrincante;

mientras otro machetazo se le incrustaba en la frente. Los dos

cayeron al suelo heridos de muerte. José “Coyote” me ordenó y

me pescó por el brazo izquierdo diciendo:

-¡Vámonos de esta méndiga piquera!. Y nos salimos corriendo

antes de que llegaran las autoridades. Montamos unas bestias

que estaban amarradas a uno de los horcones de la tienda que

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Page 75: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

él mismo había traído del Mirador cargadas de plátanos y que

ya había vendido a un peso el kilo. Nos dirigimos al camino

real, que va a dar a la calle de concreto empinada en ángulo de

cuarenta y cinco grados para comenzar la travesía y subir la

montaña.

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Page 76: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Después que cruzamos el arroyo, sacó de una de las

alforjas una botella de caña y me ofreció un trago.

-¡Órale Lauro!. ¡Échate un trago pal susto!. Un trago no es

ninguno, dos ya es uno y tres ya es compromiso. Y le agarré la

botella y sorbí dos tragos grandes, uno pa que resbalara y me

limpiara las muelas del juicio que todavía no me salían y otro

pa que apaciguara los nervios.

-¡Salud!. Le dije y le devolví la botella.

¡Salú!. Me contestó cortésmente.

Por el camino nos encontrábamos a personas conocidas

y desconocidas que saludábamos, subimos la rastrojera un poco

más lento al paso de las bestias y llegamos a la casa de Doña

Hermelinda a descansar un rato. Nos sirvió unas cervezas

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Page 77: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

“soles” al tiempo, que sabían como “despejar” la mente y

calmar la sed. Allí estaba Ezequiel Domínguez alias el “El

Cheke” que se nos pegó y empezó a solidarizarse con nosotros

en las buenas y en las malas. Formamos un trío de miedo para

las parrandas. Fue esa vez que me dijeron que en la comunidad

de las Mafafas trabajaba un paisano mío de allá de mi rumbada

que vivía con su esposa en la casa del maestro pero no sabían

como se llamaba. La escuela de esa comunidad estaba en lo

más profundo de una “joya” de la montaña. Un día me atreví a

ir para saber de quién me hablaban. Se trataba de Adrián

González Acosta y su esposa Cinthia. Nos dio harto gusto

saber que trabajamos relativamente cerca. Que desde entonces

nos procuramos uno al otro y nos organizábamos para hacer

encuentros deportivos entre las dos comunidades, encuentros

en los que nadie ganaba y si convivíamos alegremente. Esto era

lo que nos mantuvo firmes en nuestra convicción de seguir

adelante con la tarea de la educación de los niños.

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Page 78: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo trece

“La Amenaza”

Cuando llegamos a dicha comunidad, que para mí no me

traía buenas vibras, por lo que había experimentado en la

primera visión y después en la segunda, que apenas tenía tres

días que había pasado; no me importó tanto que llegáramos a

tomarnos otro cartón de cervezas soles mientras contábamos

chistes y cantábamos de alegría acompañados de una vieja

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Page 79: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

guitarra que me acompañaba a todas partes que yo iba. Ya le

habíamos revuelto mucho alcohol y cerveza al hígado y al

cerebro, cuando acordamos irnos para “nuestra tierra” o sea a

nuestras casas.

-¿Cuánto te debo?. Le pregunté al muchacho que atendía la

tienda, que venía siendo hermano del homicida de hace tres

días.

-¡Son cuarenta pesos!. Me contestó un tanto fastidiado el joven.

Yo saqué un billete de cincuenta pesos para pagar, cuando me

iba a dar la feria, vi el arma con la que se había cometido el

asesinato dentro del cajón que estaba debajo del mostrador y

alcancé a ver el hilillo de sangre que se escapó del cañón de la

pistola y subió al mostrador, y pasó por en medio de mis

antebrazos que tenía recargados en el mismo. Tuve que

hacerme hacia atrás para dejarla que bajara por la madera

despintada por la lluvia y el viento. Y recorrió subiendo por

entre las piedras del camino los cien metros que había logrado

caminar el difunto muchacho de hace tres días.

-¡Que bonito juguete tienes ahí!. Le dije solo por un cumplido.

Entonces sus ojos se le desorbitaron y su rostro se descompuso

en ira. Y sacó el arma del cajón todavía humeando pólvora y

sangre de hace tres días y la puso en mi frente diciendo:

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Page 80: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¿Le gusta?. ¡Pues se la regalo!. Sentí un empujón del lado

izquierdo en mi brazo a la altura de mi hombro. Era el codo de

Cheke que había reaccionado a tiempo, mientras

desenfundaban sus armas él y José “Coyote” y agarraban al

muchacho del cuello de la camisa apuntándole a los ojos

mientras Cheke le decía con voz amenazante:

-¡Guarda tu mugre!. ¡Y no te atrevas a volver a meterte con mi

maestro o te las verás conmigo!.

¡Y conmigo tan bien!. Dijo José “Coyote”, ya con voz

aguardientosa y beoda. El muchacho se espantó por lo que

acababa de ocurrir y salió corriendo y gritando nos sé muy bien

qué, pero parecía algo como: “El Maistro, El Maistro del

Mirador tiene un mal espíritu”. Y se perdió en la espesura de la

noche y la selva y no se le volvió a ver en su sano juicio en

mucho tiempo. Murió despeñado en un barranco tiempo

después de que le volvió asaltar el miedo y corrió como un

endemoniado y nadie pudo hacer nada para detenerlo y solito

se lanzó al precipicio de una de las laderas del cerro. Su cabeza

dio con las rocas y su débil humanidad quedó embarrada entre

las peñas. Al momento de caer, una bandada de pájaros rompió

el vuelo lanzando al viento un conjunto de cantos sin armonía y

zarandeando las copas de los árboles. Todos en vertiginosa

algarabía se perdieron en la espesura de la selva de la montaña

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Page 81: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

y luego reino un silencio tétrico en el amiente todavía con olor

a pólvora mezclado con humedad, solo las gotas de rocío que

caían de las hojas de los árboles se dejaban escuchar en el

silente espacio y chapoteaban entre los charcos de lodo prieto,

revuelto con excremento de bestias y barro amarillo.

La voz de José “Coyote” me sacó de mi turbio

pensamiento y me encomió a subir a la mula. Yo traté de

montar de una manera muy espectacular Tratando de apantallar

a mis “guardaespaldas” y solo logré que se rieran de mí cuando

por el vuelo que le impuse a mi salto fui a dar del otro lado de

la bestia y caí de puro espinazo. Y puedo jurar que la mula

también se burló, porque cuando caí al suelo como costal de

papas en un mercado, volteó a mirarme y se sonó las narices

echando un resoplido por el hocico y pegando un relincho.

-Mejor nos vamos caminando. Les dije. Y nos fuimos cantando

y diciendo salud con otra botella de caña que nos la pasábamos

echando un trago cada uno hasta que nos la terminamos. Ya

para entonces las neuronas se cocían en alcohol y perdimos la

cordura de nuestros movimientos y llegamos a la casa de José

“Coyote” a eso de las once y media de la noche.

-¡Quédate aquí Lauro!. ¡No quiero que te vayas a tu casa, mira

que aquí en el secador de café está calientito y vas a dormir a

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Page 82: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

toda madre!. Pero yo como todos los borrachos que no

entienden razones le contesté:

-¡No!. ¡Yo me voy pa mi casa!. ¡Al cabo que no le tengo miedo

a nadie y conozco el camino!.

-Entonces llévate el foco que me regalaste pa que te aluces.

-¡Si ya ando todo aluzado “zonzo”!. Pa que quiero más luz.

¡Además, Yo te regalé ese foco y no quiero que me lo

devuelvas carajo!.

-¡Anda a la fregada!. Me contesto ya bien muino. Si te pierdes

porque no hay luna. No vayas estar fregando que vaya por ti.

Porque yo ya me voy a dormir y no oigo ni madres con el ruido

de la secadora. ¡Conste que te lo advertí!. Yo no le hice caso y

me fui subiendo la pendiente. Y en cada paso que daba era un

resbalón que sufría y mis espinillas chocaban con los guijarros

del camino. Fue entonces que sentí lo que las bestias de carga

sienten al caer de rodillas y estrellar sus cuartos delanteros

contra las piedras, y pensé:

“A ellas las hizo Dios para esto, pero a mí no”.Y me

encomendé a Dios para poder llegar a mi casa. Pero no pude

hacerlo, porque la oscuridad y la bruma de la noche y la

embriaguez de mi cuerpo y de mi alma me lo impidieron.

Quise gritarle a José “Coyote” para que viniera ayudarme, pero

me acordé que dijo que no me iba a escuchar. Y maldecía la

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Page 83: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

tozudez de mi razonamiento al no haber aceptado la invitación

de quedarme en su casa. Traté de prender un cerillo que traía

en el bolsillo, pero estaban tan empapados como yo por dentro

y por fuera que no producían la chispa necesaria para encender.

Los maldije y lancé la cajetilla de cerillos por el desfiladero.

Por último me resigné a quedarme a la orilla del camino a

esperar a que amaneciera y poder reconocer el lugar. Al fin y al

cabo no faltaba mucho para la claridad del día, calculo que

eran como las dos de la madrugada, solo me quedaba esperar y

así lo hice.

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Page 84: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo catorce

“El Ángel”

Allá por las cinco de la mañana, escuche los cascos de

unas bestias que venían bajando del filete de la sierra y la

lámpara de mano que alumbraba el camino del arriero me

dieron un aliento de esperanza y esperé a que llegaran a donde

me encontraba. Mientras, agaché la cabeza entre mis rodillas.

Y mis brazos exhaustos descansaban en las mismas. Después

de un tiempo prudente, volví a levantar la cabeza agobiada por

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Page 85: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

los humos de tantos puchos que me fumé y el alcohol que no

me terminé y el camino volvió a quedar en silencio. Entonces

un escalofrío recorrió mi espalda y me puse en alerta, sabía que

no era de este mundo lo que había visto, me armé de valor y

grité:

-¡Quién vive!. ¡O quién muere!.... Y un silencio reinó en ese

momento en todo alrededor. Me quedé inmóvil tratando de

escuchar los extraños ruidos del silencio de la noche. Después

de unos quince minutos, volví a escuchar los cascos de las

bestias y miré el foco de mano de un arriero. Esta vez si era de

verdad. El hombre ordenó a sus corceles para que se detuvieran

y les estiró sus riendas.

-¡Ooooh Mulas!. ¿Que está haciendo aquí maistro?.

-¡Pues nada!. Que anoche agarré la jarra y perdí el camino de

regreso.

-¡Véngase!. Yo lo llevo ontá la escuela. El arriero me

encaminó unos quinientos metros más adelante para donde él

iba y me dijo:

-¡Mire profe!. Por aquí se va y va a dar usté a su casa.

-¡Muchas gracias!. Le dije y me encaminé por el sendero del

campo deportivo. Me di la media vuelta para preguntarle como

se llamaba y ya no lo contemplé, se había esfumado en un

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Page 86: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

instante. Me dirigí hacia mi casa y me acosté a dormir la

“mona”.

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Page 87: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Al amanecer, serían como las once de la mañana cuando

recobré el conocimiento y me enderecé en el catre; sentí que

toda mi triste humanidad me dolía hasta el cogollo del alma. Y

mis pantalones de "terlenka" estaban pegados a mis espinillas.

Los desprendí con todo el cuidado que pude y se me

despegaron las cáscaras de sangre seca que se habían adherido

a la tela de mis pantalones. Me revisé mis piernas que estaban

echas pedazos a causa de los golpes que habían soportado la

noche anterior. Y hasta el día de hoy conservo las cicatrices de

las heridas. Me lavé con agua y detergente en polvo para

sanear las mismas. Me arremangué las bastillas de los

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Page 88: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

pantalones hasta las rodillas y así me fui a casa de Don Pedro

Rosales.

Capítulo quince

“La Familia de Don Pedro”

Don Pedro. Era un gran hombre, buen padre de familia y

dedicado a su esposa. Tenía una tiendita que su consorte

administraba, mientras él trabajaba afanándose en su finca de

café y su huerta de plátanos. Me habían invitado a cenar y lo

estábamos esperando. Doña Rosy me dijo:

-¿Ya quiere usted cenar, Maestro?.

-No, Doña Rosy, voy a esperar a Don Pedro.

-Está bien, como usted guste maestro.

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Page 89: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Ella se ofreció a lavarme mi ropa, después que me

sorprendió tratando de quitarle unas manchas de lodo a un

pantalón de mezclilla; y cada semana se la llevaba al venero

de agua que estaba a cien metros de su casa pendiente abajo.

Me la entregaba limpia y olorosa. Nunca quiso cobrarme por el

servicio.

Se llegaron las siete de la noche cuando empezó a ladrar

la perra que tenía don Pedro amarrada debajo de un tejado que

servía de bodega a un lado de su casa, era la señal que nos

decía que ya venía en camino bajando la ladera del cerro. Salí a

recibirlo para saludarle.

-¡Quiubo maestro!.¿Ya cenó usted?.-Se adelantó al saludo.

-Lo estaba esperando para lo mismo, ¿Cómo le fue por la

finca?.

-¡Bien maestro!. ¡Mire!. Le traje este racimo de plátanos. Los

deja usted a que se maduren una semana y ya puede estar

comiéndolos, solo que los tiene que colgar de la viga del

cobertizo, "ahorita" que cene usted, se los voy a llevar a su casa

y lo colgaremos.

-¡Muchas gracias Don Pedro!. Le contesté con el mismo ánimo

que su amistad me brindaba.

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Page 90: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

La cena trascurrió sin ningún comentario fuera de lugar.

Doña Rosy nos sirvió un sabroso guisado de chancho en salsa

roja y hasta repetimos plato.

Capítulo dieciséis

“El Loco”

Esa noche estaba la madre de Doña Rosy de visita y

también la acompañaba un hijo de ella que estaba “alucinado”.

Cuando la montaña se arropaba con el lúgubre manto de la

noche, como una mujer vestida de saco plañendo por la muerte

de sus “hijos” y solo se dejaban escuchar el triste y

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Page 91: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

melancólico chapoteo de las gotas de rocío que rodaban por las

hojas de los árboles y los techos de los caserones víctimas de

la gravedad, haciendo con su chasquido un “ojetito” en el suelo

o sobre las peñas, que poco a poco iba erosionándolas con esa

fuerza descomunal que tienen los elementos, que para la

mayoría de la gente son insignificantes; pero para algunos de

nosotros les tenemos bastante respeto y admiración. Era

entonces cuando la psicosis se apoderaba de él y se la pasaba

gritando y vociferando con los ojos desorbitados e inyectados

de sangre como un endemoniado: “¡Ya vienen!”, ¡ “Ya

Vienen!”. Y apuntaba con el índice de la mano izquierda hacia

la espesura de la selva, mientras que con la derecha acariciaba

las cachas de su “moruna” que llevaba afianzada al lado

izquierdo de su cintura.

Al parecer había perdido la razón una noche en que él y

su padre Don Pascual esperaban a unos compradores de café.

Ya que su compadre don Juventino Rosas había pasado en la

tarde a decirles: “Me encontré a mi comadre allá en el plan y

me encargó que le trajera la razón de que vendrían hacer

negocio con el café”. Eso fue todo y se marcho del lugar.

Mientras Don Pascual hacía cuentas sobre lo que iba a vender y

lo que comprarían con lo vendido. Y en lo que primero pensó,

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Page 92: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

fue en mercarse una buena pistola, de esas que sonaran bonito

y que tuvieran buen balance.

Serían como las 9:30 de la noche cuando comenzaron a

oírse los cascos de unos caballos bajando por la vereda. Fue

entonces que le dijo a su hijo:

- Métete hijo. Yo me encargo del negocio.

Cuando los hombres llegaron, desmontaron de sus

cabalgaduras cuatro tipos con el entrecejo arrugado y con los

nervios alterados, a causa de la “caña” y el café que vinieron

tomando por todo el camino desde el “plan”. Otros cinco más

venían sobre unas mulas de carga, junto con otras veinte

bestias que servirían para acarrear los quintales de café. Ya

sabían a lo que iban. Empezó la regateada sobre el precio del

caracolillo y como no se ponían de acuerdo, la "averiguata"

subió de tono y al cabo de unos minutos, al fin de los cuales no

llegaron a ningún arreglo. El que parecía ser el jefe les ordenó

a sus acompañantes con tono de borracho:

-¡Denle "carne" a éste güey!. Ya me cayó gordo el hijo de la

fregada. Carguen las bestias y vámonos, al fin y al cabo yo ya

hice el trato con la “vieja”. Nada más dijo eso y resonó por

toada la montaña un disparo de “central” que uno de los

compinches había accionado. Y como llevando a cada rincón

de la misma un mensaje de muerte y olor a pólvora que se

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Page 93: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

mezcló con la humedad de la noche y tardó veintitrés años en

desaparecer de allí. Luego se dispusieron a tasajearlo otro dos

con sus machetes cortando junto con el viento cálido y húmedo

de la selva el cuerpo inerte del desafortunado Don Pascual.

Mientras que dentro de la galera, su hijo de tan solo diez años

de edad observaba todo por entre las rendijas de la puerta

aguantando la respiración para no ser descubierto y mirando

toda la escena. Lleno de terror e impotencia por no poder hacer

nada para salvar a su padre. Conteniendo el llanto esperó

agazapado en un rincón del galpón entre cachivaches y

herramientas de labranza, mientras que los peones de los

asesinos cargaban las mulas con el preciado grano y se

marchaban por donde habían llegado. Allí se quedó toda la

noche y parte de la mañana siguiente, mudo y con los ojos bien

abiertos como queriéndoseles salir de sus cuencas hundidas y

secas por no poder llorar, hasta que su madre lo encontró

tiritando como un pajarito herido de muerte. Lo envolvió con

su rebozo y lo llevó a su casa junto al fogón para que se

calentara y no volvió a pronunciar palabra, hasta que cumplió

los quince años de edad y le dieron de beber caña con café todo

el día y toda la noche. Fue entonces cuando se apoderaron de él

las alucinaciones. Por eso, cada vez que la noche caía cálida y

húmeda, el “Ancla Psíquica” se apoderaba de él y volvía a

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Page 94: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

revivir los horribles momentos por los que había pasado

cuando asesinaron a su padre. Eran tan reales sus alucinaciones

que creía ver venir otra vez a los asesinos y empezaba a gritar

y blandir con su machete al viento tratando de matar a los

agresores invisibles para todos los demás, menos para él.

Cuando el jaleo empezó, su madre trató de llamarle la

atención para ver si entraba en razón pero volviéndose sobre su

eje al mismo tiempo que desenvainaba su moruna se lanzó

amenazadoramente contra su progenitora y gritando:

“A ti también te mato desgraciada. Tu fuiste quien mandó a los

que mataron a mi “tata”. Decía esto, porque fue ella

precisamente quien se había entrevistado con los asesinos

cuando bajó al “plan” a comprar un poco de bastimentos en la

tienda de la “Como Chupo” y allí hizo el trato al calor del

aguardiente de caña con los que más tarde serían los asesinos

de su esposo, que al parecer también había tenido sus amoríos

con el jefe de los gañanes.

Todos nos paralizamos de temor al ver que el filo de su

machete “acarició” el fleco de su pelo que sobresalía por

debajo de su rebozo, pero que no alcanzó a penetrar en su

frente porque Don Pedro le gritó a tiempo:

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Page 95: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-“¡Tate sosiego Cleto!” ¡O no respondo de mí!. Decía esto

mientras le apuntaba con una escuadra “Luguer” calibre 22. Él

le contestó: sacudiendo el brazo con el que portaba su machete:

-“Mejor tírame con un pedo, porque con esa mugre no me

haces nada”. Enfundó su machete y se perdió entre la oscuridad

de la noche y la espesura de la selva y no volvieron a saber de

él por muchos años. Hasta que el olor a pólvora mezclada con

la humedad de la noche desapareció veintitrés años después

que volví a esta maldita montaña y lo vi colgado del “palo de

agua”, con los ojos saltones queriéndoseles salir de sus cuencas

secas por no poder llorar y vengar la muerte de su padre. Nadie

lo extraño. Ni tan siquiera en la celebración del día de muertos

pusieron su foto y sus comidas y bebidas favoritas en el altar

para honrarlo. Pues el no bebió mas que una vez en sus quince

años y no comió comida hecha por las manos de su madre y su

hermana después del asesinato de su padre. Solo se alimentaba

de los frutos que colgaban de los árboles y bebía el agua de los

arroyos y una que otra vez lo vieron bebiendo del “palo de

agua” junto con las bestias y las aves del campo. Y para

terminar de contarles esta triste historia, él nunca se tomó ni se

dejó tomar una fotografía. Decía que a él no lo iban a encerrar

en un cuadro y ni mucho menos lo iban a colgar de una pared,

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que prefería colgarse él solo de un árbol y luego volar libre por

los cielos como lo hacen las aves de “Tata Dios”.

Capítulo diecisiete

“La Advertencia”

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Page 97: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

La víspera del día de la Virgen de Guadalupe, me retiré a

mi casa después de haber cenado en lo de Don Poli. Cosa

extraña, no me entró el temor del diario. Entré a mi cuarto y

prendí el mechero para alumbrar mi habitación, tendí mi

camastro y me dispuse a dormir tranquilamente. Y mire, un

sueño me asaltó por la madrugada. Cosa curiosa siempre lo

hacía a las 4:21. Soñaba que estaba bajo el techo del porche de

la casa del maestro tocando mi guitarra y era interrumpido por

una voz que provenía del campo de fútbol que estaba más

abajo del terreno donde me encontraba, y me decía:

-¡Oye hijo!. Tú no deberías de estar aquí con estas gentes. Tú

tienes unas ideas muy locas para ellos. Era un personaje

vestido como los Monjes Franciscanos. Levaba un hábito de

color café y una capucha que caía por su espalda. Se apoyaba

con un cayado de madera que sobrepasaba su estatura. Yo le

interrumpí de esta manera:

-¡No padrecito!. Yo también he tocado en esta iglesia,¿como se

llama?... ¿como se llama?..... No pude recordar el nombre del

templo en que una vez toqué y canté acompañado de mi

instrumento musical. Él me volvió a interrumpir, sin alcanzar a

comprender que me quiso decir de la manera siguiente:

-¡Hoy!. ¡Hoy!. ¡Escucha!. En ese momento abrí mis ojos y me

quedé viendo al techo de mi cuarto que estaba totalmente a

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Page 98: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

oscuras. De pronto escuché afuera, como si tiraran el “tambo”

que permanecía siempre vacío de agua y lo rodaban hasta

hacerlo chocar contra la pared de mi cuarto y me quede

inmóvil y en silencio, pensé que era algún bromista

queriéndome meter miedo. Lo hicieron chocar tres veces.

Enseguida sentí que la mesita de madera que se encontraba al

lado de mi cabecera comenzaba a temblar. Como si la

sacudieran de sus patas, que hasta el vaso que siempre

colocaba bocabajo se fue corriendo de su lugar y cayó al suelo.

Fue entonces que comencé a tener un poco de temor. Pero eso

no fue todo. Sentí claramente que dos manos se apoyaban por

debajo del catre sobre mi cintura a la altura de los riñones y me

levantaron haciéndome arquearme hacia arriba. Todos mis

nervios se encresparon y enmudecí de terror. Por segunda vez

me volvieron a levantar, pero esta vez más alto y grité:

“¡Quién está allí!. Y manoteé por debajo del catre y al mismo

tiempo saqué mi mano pensando que podría ser una serpiente

que estuviera moviéndose por bajo del camastro. Empecé a

palmear sobre la mesita para encontrar el foco de mano y poder

alumbrarme, cuando lo tuve lo prendí y ¡Miren!. Arriba de mí

revoloteaba en círculos una mariposa negra, que por el sur de

Asia le llaman “La Mariposa de la Muerte”. Comencé a

“echarle” cruces con la luz de la lámpara y al mismo tiempo

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decía algunas oraciones mentalmente hasta que salió por la

ventanita que quedaba a la izquierda de mi cama. Entonces

agarré mi Biblia y comencé a leer algunos párrafos que no

entendía muy bien hasta que vencí el temor quedándome muy

quieto y el cansancio o un desmayo me vino y no desperté

hasta las 9:30 a m del día sábado 12 de Diciembre. Recobré la

conciencia con la Biblia en mi mano derecha y un crucifijo en

la izquierda con mis brazos cruzados sobre mi pecho y

adormecidos por no haberlos movido por largas horas, que

hasta me dolían al tratar de enderezarlos. Me enderecé y pegue

un salto hasta la puerta y salí lo más pronto como me permitían

mis piernas y cerré la puerta tras de mí. A un tiempo que

consideré prudente, entre, abrí la puerta para revisar por debajo

del catre, pero no encontré nada fuera de lugar. Me fui a la casa

de Don Poli muy confundido si querer comentar nada de lo

sucedido en la madrugada.

Don Hipólito me saludó nada más me vio llegar. Y me

interrogó:

-¿Qué le pasó maestro? Parece que hubiera visto un muerto.

-Pues casi Don Poli, le contesté. Pasé muy mala noche.

-No me diga que usted también la sintió. Me respondió.

-¡Pasó lo malo por aquí! A eso de la madrugada,¡Verdá María!

¡Por aquí se sintió que paso lo malo!. Apuntando con el índice

99

Page 100: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

de la mano derecha hacia el filete de la sierra. Entonces,

¿También lo sintió usted?.

-No solo lo sentí, sino que lo viví. Y le conté lo que había

pasado.

-Pos tenga cuidado maistro, porque eso es mala señal. Tenga

mucho cuidado. Me lo dijo de tal manera que me hizo sentir

una advertencia que no comprendí muy bien.

Me desayuné y me fui a toda carrera porque se me hacía

tarde par ir a la capilla a escuchar misa. Ya que el sacerdote de

Tezonapa, Veracruz iba a oficiarla por la celebración del día de

la Virgen de Guadalupe y yo había citado a mis alumnos a las

diez de la mañana para acompañarlos a dicha celebración.

Cuando el padre terminó la misa y comenzó a dar la comunión.

Mientras les daba la ostia a los que habían comulgado se me

queda mirando de una manera que me intrigaba y no me dirigió

una sola palabra en todo el trascurso de la celebración y al

momento de despedirse me volvió a mirar y me dijo:

-Solicite su cambio lo más pronto posible y no regrese a estas

tierras, es por su bien. No le quise cuestionar y me retiré de la

capilla a la casa de con Don Pedro y su esposa porque me

habían invitado a comer.

100

Page 101: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo dieciocho

“La Segunda Tragedia y el Cumplimiento de la

Advertencia”

101

Page 102: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

A la mañana siguiente que era un día domingo, me

levanté con muchas ganas de tomarme algunas cervezas y le

propuse a Don Poli que me acompañara. Comenzamos a beber

desde la diez de la mañana. Y a eso de las cinco de la tarde

cuando ya nos habíamos bebido no sé cuantos cartones

escuchamos tres disparos de arma de fuego montaña abajo

produciendo un eco en toda su falda y hasta el filete. Y le

interrogué a mi amigo:

-¿Que fue eso Don Poli?. Y él me respondió:

-No es nada maistro. No pasa nada. No tenga miedo. Alguien

que le ha de estar dando gusto al dedo. Y nada más. Dicho

esto, le hice una proposición:

-Ton´s que Don Poli. ¿Nos echamos otras?. Ya estábamos muy

tomados y nos la pasamos cantando acompañados de mi

guitarra y él me contestó:

-Un cartón no es ninguno maistro, dos ya es uno, tres ya es

compromiso; nos las echamos pues maestro.

Me dirigí a la tiendita de Don Pedro que se encontraba

algunos setenta y cinco metros cuesta bajo de donde

estábamos. Yo ya tenía práctica para bajar las pendientes y me

fui a toda carrera a comprar las cervezas. Cuando a medio

camino me paré en seco porque una serpiente negra demasiado

grande estaba atravesada en la vereda. No supe que hacer, me

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Page 103: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

quedé inmóvil y alcé la mirada hacia la tiendita y contemple

una escena que no olvidaré jamás. Un hombre vestido de

guayabera blanca y pantalón del mismo color con manchas de

sangre fresca. Cargaba una escopeta “cuata”, un rifle calibre

30-30 y dos pistolas al cinto, se dirigía a la tienda y le habló a

Don Pedro de esta manera:

¡Compadre Pedro!. Ahí le encargo a su comadre. Acabo de

matar a mi compadre Don David Ruiz.

-Pero.... ¿Qué pasó compadre?. Le interrogó don Pedro. Solo le

volvió a responder:

-Solo vayan con mi esposa. Ahí se las encargo. Dijo esto y se

perdió por entre la floresta montaña arriba.

Cuando vi que se marchó, yo brinque la serpiente y bajé a

toda prisa para ver que había ocurrido.

-¿Que pasó Don Pedro?. ¿Qué fue eso?. Y él me apremió:

-¡Váyase maestro!. ¡Váyase rápido!. Vaya a su casa y

enciérrese, porque orita anda el diablo suelto. Yo me regresé a

toda prisa y le conté a Don Poli lo que había ocurrido.

Seguimos bebiendo para calmar los nervios y cuando cayó la

noche nos atrevimos a ir a la casa del difunto, haber en que

podíamos ayudar.

Al pasar por el lugar donde había ocurrido el crimen,

observamos huelas de sangre regadas por el empedrado de la

103

Page 104: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

vereda. Y un poco más adelante nos detuvimos unos instantes

para ver el lugar donde había caído la víctima que era una roca

a la orilla del camino en donde se había recargado porque ya

no pudo proseguir. El verde del musgo que cubría la roca se

había tornado de un color rojo oscuro por la gran cantidad de

sangre que perdió la víctima.

Capítulo diecinueve

“El Sepelio”

Cuando llegamos a la casa del difunto, ya lo estaban

velando. En este lugar no existían los servicios periciales ni

siquiera se levantaba una denuncia, mucho menos una “acta”.

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Page 105: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Es una tierra sin ley. Una tierra donde la vida solo es transitoria

y no duele ni vale tanto. Al fin y al cabo cada 1° y 2 de

Noviembre de cada año los difuntos vuelven y son “vistos” y

festejados por su familiares y amigos en la tradicional y

ancestral festividad de Día de Muertos.

Cuando entramos a la pequeña habitación donde se

encontraba tendido el cuerpo. Reinaba un silencio sepulcral. El

cuerpo de infortunado David, estaba envuelto con una sábana

blanca que resplandecía lúgubremente con la luz de las

candelas que estaban en las cuatro esquinas de un catre de

madera confeccionado de ixtle. Debajo del mismo estaba un

lavamanos de peltre de color blanco, en el cual caían víctimas

de la gravedad las gotas la sangre del difunto que traspasaba la

tela de la mortaja y se filtraba por entre los hilos del camastro,

reproduciendo a cada minuto un sonido tétrico emulando un

reloj hemático. Familiares y amigos intercambiaban

comentarios de cómo había ocurrido la tragedia y la mayoría

concordaba en que el incidente ocurrió como lo relataré

enseguida:

“Don David Ruiz compadre del asesino Félix

Hernández, había estado de visita en casa de éste último. Eran

compadres y por esta región un “compadre” se respeta mucho,

pero como les he dicho anteriormente en este lugar la vida no

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Page 106: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

significa nada. Se vive por vivir sin temor a morir. Habían

estado bebiendo aguardiente de caña y al calor de las copas

Don Félix Hernández le llamó a su hija de quince años:

-¡Mija!. Tráiganos otra botella a su padrino y a mí. La

muchacha les trajo otra botella de licor y se dio la madia

vuelta, Don David Ruiz hizo un comentario fuera de lugar

sobre la muchacha:

-Oiga compadre, mi aijada ya se está poniendo “buena””. Esas

palabras hicieron que el asesino se llenara de indignación y le

reclamó parsimoniosamente:

-Mida sus palabras compadre, que no estoy dispuesto a

tolerárselas. Y como ya estaban muy pasados de copas, Don

David Ruiz le contestó:

-Me vale madre si se ofende, eso no le quita que mi aijada esté

bien “buena””. Empezaron a discutir y luego se enfrascaron en

una pelea a puñetazos. Don Félix Hernández al parecer la iba

perdiendo y fue la mujer de éste quien salió de la casa portando

una escopeta y le pegó un disparo por la espalda cuando el

difuntito tenía en el suelo a su adversario dándole de golpes.

Éste se enderezó tocándose el costado izquierdo de la espalda

por donde habían hecho un hueco los perdigones del fusil

calibre doce y reviró para ver quién le había disparado.

Débilmente se incorporó tosiendo y escupiendo sangre y se fue

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Page 107: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

tambaleándose por el camino real hasta llegar a la peña donde

tiñó de color púrpura el musgo. Se recargó en ella y esperó su

muerte. El asesino Don Félix Hernández lo siguió para

cerciorarse de que no quedara con vida y allí mismo le pegó los

tres tiros en el pecho, que fueron los que Don Poli y yo

habíamos escuchado por la tarde.

Avanzamos por entre los dolientes y fuimos a darle el

pésame a la viuda, que no mostró en ningún momento el dolor

que la embargaba. Porque en estos lugares cuando ocurre un

hecho de esta naturaleza, solo se está pensando en la venganza.

Deje pasar algunos minutos después de los cuales me

atreví a decirle a la viuda:

-No levantaron una denuncia de los hechos.

-No Profe. Vamos a dejarlo así. Tiene que regresar un día.

Vamos a dejarlo que ande un rato. Me respondió fríamente.

Después de esto preferimos salir afuera a solidarizarnos con el

resto de los familiares y amigos. Para entonces todavía no se

nos bajaba la embriaguez y los anfitriones nos invitaron un

pocillo con café y licor de caña, que a decir verdad no me

agradó y opté por no seguir bebiendo para no dar una mala

impresión.

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Page 108: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

La procesión fúnebre comenzó a las 4:00 de la madrugada.

Colocaron el cuerpo amortajado dentro de un rústico cajón que

los mismos lugareños habían confeccionado con madrera de

caoba de la región. La travesía de once kilómetros al “plan” la

hicimos sin detenernos, solamente lo necesario para relevarnos

para “cargar” un tramo el cajón al que le habían puesto un

barrote a cada lado para poder trasportadlo sobre los hombros.

Llegamos al “plan” a las 9:47 de la mañana y nos fuimos

derecho al campo santo, en donde ya nos estaban esperando un

grupo de amigos y familiares del difunto. Y el mismo sacerdote

que había oficiado la misa dos días antes allá en el “Mirador”

le daría la despedida de este mundo y la bienvenida al reino de

los cielos. Al instante de bajar el ataúd y empezarlo a cubrir de

tierra fue el momento en que oí el llanto de algunas personas

menos el de su viuda. Yo también cogí una pala y le eché unas

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Page 109: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

paladas de tierra mientras un nudo en la garganta no me dejaba

soltar algunas lágrimas y decía para mis adentros “Dejen que

los muertos entierren a sus muertos”. Recordando las palabras

de Jesús en una de sus parábolas.

Todos estos hechos no los analicé hasta mucho tiempo

después. Lo que me había ocurrido la víspera de la celebración

del día de la Virgen de Guadalupe: El “sueño” del sacerdote

que me advertía “¡Hoy!. ¡Hoy!. ¡Escucha!”, Los hechos que

me ocurrieron dentro de mi cuarto, el “levantamiento” del

catre, “La Mariposa de la muerte”, La misa oficiada en la

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Page 110: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

capilla por un sacerdote, la mirada intrigante del mismo y su

advertencia: “Solicite su cambio lo más pronto posible y no

regrese a estas tierras. Es por su bien”. Y por último; la

serpiente atravesada en el camino a la tienda de Don Pedro que

no me dejó avanzar, que si no hubiera estado allí, habría

coincidido mi llegada a la tienda con el arribo del asesino y no

sé que hubiera ocurrido.

Capítulo veinte

“La Conclusión de la Segunda Tragedia”

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Page 111: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

El final de esta trágica historia la vine a saber veinticinco

años después que regresé por segunda vez a esta maldita

montaña, que no sé que tiene que me enamoré de ella como la

mujer que nos desprecia y sin embargo la seguimos amando

por más que nos hace sufrir. Fue en el verano del 2004 cuando

esperaba que me diera un “raid” a la comunidad del “Mirador”,

la misma persona que había sido mi anfitrión la primera noche

que pernocté antes de subir a la montaña. La vez que mis guías

me preguntaron: “¿Sube hoy?. O ¿Sube mañana?. Por fin, Don

Artemio González terminó las tareas que estaba haciendo y me

dijo:

-¿Es usted el que va pal “Mirador?”

-Sí, ¿No se acuerda de mí? Le cuestioné.

-Pos la verdad, no. No me acuerdo. Me contestó.

Le relaté unas que otras anécdotas y no lo hacía que me

recordara. Pues no conviví con él. Solo la vez que me recibió

en su casa y me dio de cenar y dormí adentro de su troje.

Nos trasladamos en un camioncito de redilas y mientras

íbamos subiendo trataba de entablar platica con él y yo

empeñado a quererle hacer recordar quien era yo. No lograba

hacerlo hasta que le dije que a mí me habían puesto el mote

del “Maestro Cepillín”. Fue cuando soltó una risa fingida

dándome a entender de que si se acordaba vagamente. Pero lo

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Page 112: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

notaba muy parco en su expresión, como si desconfiara de mi

persona. A mí me interesaba saber el final de la trágica historia

de la muerte de Don David, hasta que me atreví a preguntarle

lo que ocurrió después que yo solicité mi traslado. Y le

cuestioné de esta manera:

-Oiga, disculpe, que fin tuvo el señor Félix Hernández que dio

muerte a Don David Ruiz. La pregunta le intrigó mucho, lo

noté en la rápida mirada que me lanzó y me interrogó con una

sonrisa de añoranza:

-¿A poco usté estuvo dando clases por esos años?. ¡Ya hace

mucho tiempo de eso!. Y prosiguió:

-Va usté a saber, que como tres años después que el difunto

Félix Hernández mató a Don David Ruiz. Don Félix contrató

los servicios de un pistolero y regresó pal “Mirador”. Pero lo

que no sabía el difunto Félix era que la familia de Don David

ya había contratado primero al mismo pistolero que él traía pa

que lo matara. Y así anduvieron juntos por todos los lugares y

no había quien les dijera nada ni quien se metiera con ellos. Y

prosiguió:

-No se imaginaba lo que le esperaba al pobre de Félix. Así se

fueron tomando confianza uno al otro, pero más el difunto

Félix. Y un día en el que se cumplían los tres años de la muerte

de Don David. El menos pensado pa Don Félix. Iban pa la

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Page 113: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

montaña después de haber estado echándose unos tragos en la

“Como Chupo” y cuando ya iban llegando a su casa, en el

mismo lugar, a la misma hora, en que acabó muerto Don

David; sobre la misma piedra, el pistolero le dijo:

-Adelántese usted primero patrón, voy hacer de “las aguas”.

-Y lo dejó que caminara el mismo trayecto que Don David y

con la misma escopeta con la que le dieron muerte, le pegó un

tiro por la espalda sobre el costado izquierdo y cayó sobre la

misma piedra que el difunto David. Y el pistolero avanzó hasta

quedar frente de él y desenfundó la misma pistola con la que

había rematado a Don David y le dio tres tiros que se le

metieron por el pecho y ahí quedó sin vida y pagó la muerte

que debía.

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Page 114: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo veintiuno

“Las Vacaciones”

Se llegó el periodo vacacional de Diciembre y ya tenía el

equipaje listo desde un día antes. Mi compañero Adrián me

estaba esperando desde temprano para bajar de la montaña.

Habíamos esperado tanto este momento que nos sentíamos

muy contentos de que por fin volveríamos a nuestra tierra.

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Page 115: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Comencé a bajar desde las diez de la mañana. Pasé a

despedirme de la familia de Don Poli y de la de Don Pedro, él

me prestó su mula para llevar mi equipaje. Me dijo que la

dejara en casa de Don Artemio, que después pasaría a

recogerla. Para las 11:45 a m ya estaba en las “Mafafas.” Saqué

mi impermeable de color rojo y comencé a sacudirlo de un lado

a otro mientras le echaba un grito a mi amigo para apremiarlo a

que se apurara. Él se rió a carcajadas de mí, pues ya estaba a la

orilla del camino esperándome y me dijo:

-¡Eh, ya estamos aquí!, ¡Vámonos!. Me adelanté un poco y nos

dimos un abrazo como saludo y me percaté que a su esposa

Cinthia ya se le notaba su primer embarazo.

Por el camino Adrián me fue contando lo que le pasó las

primeras semanas de estancia en su comunidad. Él llevaba un

reloj digital de pulsera con carátula roja que solo con darle un

rozón con los dedos se encendía y nos “daba la hora”. Era uno

de esos relojes muy llamativos y cuando les llegó la necesidad

lo tuvo que vender a un hombre de la comunidad. Lo había

vendido en trescientos cincuenta pesos, ¡Más de lo que

percibíamos por quincena como maestros! Hizo un gran

negocio. Pero lo que él no sabía es que a la persona que se lo

vendió, lo trató más delante vendiéndolo a un señor llamado

Policarpo Mendiola. Éste no sabía de los cuidados que se

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Page 116: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

debían tener con el reloj. Un día viniendo del “Plan” se metió a

bañar al arroyo junto con la péndola y allí se acabó la “magia”

que tenía, pues se dañó el mecanismo electrónico. Al poco

tiempo Adrián bajó al “Plan” a comprar un poco de

comestibles y se encontró con este señor que él no conocía en

la tienda de la Conasupo, y el sujeto se dirigió a él de esta

manera:

-¡Oiga maistro!, Quiero que me devuelva mi dinero. Porque su

mugre reloj no servía pa´nada. Se me descompuso nomás se

mojó. Aquel hombre ya estaba pasado de copas y no se

encontraba en sus “cabales.” Adrián le contestó tajantemente:

-¿Y yo porque te voy a devolver el dinero? Si yo no te lo vendí.

Que te lo regrese al que se lo compraste. Sin decir más el

hombre desenfundó un revólver y le disparó, pero como ya

estaba muy tomado falló. Ágilmente Adrián se lanzó contra el

agresor agarrándolo de las piernas a la altura de las pantorrillas,

lo levantó de las mismas y el sujeto se estrelló de espaldas

contra el piso golpeándose la cabeza y quedó desmayado. El

comandante de esa comunidad que había estado observando

todo desde otro ángulo del establecimiento se los llevó a la

comandancia de la policía y levantaron cargos contra del sujeto

que había agredido al Maestro, ya para entonces éste había

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Page 117: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

recobrado el conocimiento y cuando se lo llevaban preso le

lanzó una amenaza a mi amigo:

-¡Nomás saliendo, lo voy a matar a usté y a su vieja! ¡De

Policarpo Mendiola no se burla “naide”!

Por todo lo que le había ocurrido a mi amigo, Él se

encontraba muy angustiado estos últimos días y daba gracias a

Dios porque ya nos íbamos a nuestra tierra.

Cuando llegamos a Córdoba, nos fuimos directamente a

la supervisión a cobrar nuestras vacaciones y luego tomamos

cada cual por su rumbo, él se fue por México y yo me fui a la

tienda “Bonetería Las Palmas” quien era propietario de la

misma Don Mario Ixtla Padre de la Maestra Jovita y esposo de

Doña Meche. Nos habíamos hecho muy buenos amigos los

hijos de ellos y yo, que siempre que bajaba de la montaña

pasaba a saludarlos. Eran muy hospitalarios, siempre me

invitaban a pasar los días de mi estancia en Córdoba en su casa.

Me brindaron su apoyo y comprensión. Ahora son como mi

familia.

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Page 118: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

La primera vez que los conocí, fue cuando bajé a cobrar

mi primer “quincena.” Yo iba caminando por una de las calles

del centro de la ciudad, había comprado un “seis” de cervezas

cuando vi que venía la Maestra Jovita, nos dio mucho gusto

volver a vernos. Nos saludamos y nos dimos un fuerte abrazo y

me dijo:

-¡Ven! ¡Quiero que conozcas a mi familia! A mí me daba

mucha pena que me miraran con las cervezas en la mano, que

preferí decirle:

-¡No Jovita! Prefiero que sea otro día. Es que me da vergüenza

que miren lo que “traigo.” Ella me agarró de la mano y me

dijo:

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Page 119: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡Ven! Que no te dé pena. Allá te las tomas en la casa. Y nos

dirigimos a su domicilio. Y desde ese entonces cultivamos una

amistad que sigue y seguirá perdurando por todos los días de

nuestra existencia y más allá.

Yo preferí regresar a Nuevo Laredo por la costa

Veracruzana. Hacer el mismo recorrido que me había traído

hasta aquí. Como queriendo recapitular todas estas vivencias

que estoy ahora plasmando en este libro.

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Page 120: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo veintidós

“El Regreso”

Enero 2 de 1979....

Abordé el autobús que me llevaría de regreso. El frío que

hacía escarchaba mi alma y en la radio del conductor volví a

escuchar la misma canción “Lloviendo está”, parecía que

experimentaba un Deja-vu. Hasta el día de hoy no he sabido

quién me la dedicaba. Y me repetía “Nada es para siempre” El

ruido ensordecedor del autobús hizo que todo el trayecto se me

hiciera monótono. El viaje se me hizo más largo, pues solo me

entretuve para trasbordar en Poza Rica, luego en Xalapa de

Enríquez, hasta llegar a Córdoba, en donde pasé la noche del

cuatro de enero. Muy temprano me dirigí a la terminal de

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Page 121: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

autobuses para trasladarme a Tezonapa, Veracruz. De allí tomé

el camión rumbo a Laguna Grande. Serían las dos de la tarde

cuando comencé a remontar la sierra rumbo al “Mirador”.

Llevaba mi espíritu alegre por regresar a trabajar. Volver a ver

las caritas de mis alumnos con sus ojos brillantes que parecía

que destellaban una luz mágica que enternecía mi alma.

Por la vereda me encontraba con caras conocidas y

nuevas que me saludaban con aire de desconfianza éstas

últimas, pues estaba en plena cosecha el cafeto y mucha gente

hasta familias completas inmigraban desde los estados de

Puebla y Oaxaca. Y todo este movimiento de población hacía

que se sintiera “viva” la montaña con las celebraciones de las

“viudas”, que eran el regocijo del dueño de la finca de café por

haber terminado de cortar su preciado grano y la celebración

consistía en “bañar” con licor de caña la planta que más frutos

había dado y luego le prendían fuego, para luego irse a celebrar

con harta comida y bebida para los amigos, familiares y todos

lo que habían participado en el corte del café. No era de

extrañar que al calor del alcohol mezclada con la cafeína,

frecuentemente se produjera una riña durante la celebración y

esto le daba un toque de tragedia. Esto servía de pretexto para

que las personas hicieran planes con lo que iban a percibir de la

cosecha, uno de ellos era comprarse un arma para defenderse.

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Page 122: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Se sentían poderosos al portar un arma a la cintura bajo la

camisa. Esto hacía que el índice de mortalidad por arma de

fuego se disparara por encima de las demás estadísticas.

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Page 123: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

El Día de Reyes me fui temprano a desayunar a la casa

de Don Pedro, pues me habían invitado el día anterior a partir

la rosca de reyes. Después de las doce del medio día llegaron a

la tienda José “Coyote” y Cheke Dorantes ya medio

“entonados”. Andaban según ellos celebrando Navidad, Año

Nuevo y Día de Reyes, me invitaron a unirme a la celebración

y yo no puse resistencia. En cierto momento José Coyote me

apartó de la celebración y me dijo casi susurrando:

-Ten Lauro, guárdatela en la cintura en la parte de atrás y

sácate la camisa pa´que no se te vea. Y me dio a guardar una

escuadra calibre veintidós, y le pregunté:

-¿Y yo para que la quiero?

-Es que vamos a ir más arriba de la montaña con Cheke a ver

una querida que tiene allá y yo no quiero ir solo con él, ya

sabes como es éste, quiero que nos acompañes, porque a donde

vamos es peligroso porque hay problemas con los linderos de

nuestras tierras y las de ellos, son rencillas muy viejas, pero no

se olvidan. ¿O qué?, ¿Te rajas? Yo le cuido la espalda a Cheke

y tu me la cuidas a mí. Y yo le respondí:

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Page 124: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¿Y quien me la cuida a mí? ¡Chistoso!

-Pos nos cuidamos entre todos, no seas rajón. ¿No que los del

“Norte” son muy entrones?.

Y me pegó en mi orgullo y le dije:

-¡Está bien! ¡Vamos pues! Y me eché el grito de mil parrandas.

-¡Arriba el Norte y haber quien pega un grito! ¡Van a ver

cundo me paguen viejas chorreadas!. ¡No se la van acabar!.

Después de una cuantas cervezas más nos despedimos de

Don Pedro y él me habló en privado esperando que los demás

se apartaran un poco.

-Vaya con Dios Maistro y espíe bien entre los árboles que

están a su derecha y de regreso a su izquierda, no sin echar un

vistazo al otro lado de la brecha, no sea que vaya ser “l´hora.”

-No se preocupe Don Pedro. Llegaremos con bien, ya verá.

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Page 125: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo Veintitrés

“La Noticia”

Comenzamos a subir a eso de las 11:35 a.m. Casi no

hablábamos para no cansarnos. Solo nos deteníamos de vez en

cuando para echarnos unos tragos de aguardiente y a descansar

un rato mientras escuchábamos el silencio de la selva y para

aguzar nuestros sentidos a nuestro alrededor para ver si no

había alguien escondido entre la maleza.

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Page 126: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

A medio camino Cheke sacó una de las dos escuadras que

portaba al cinto y disparó dos tiros al aire, José “Coyote” le

apremió:

-¿Que te pasa Cheke? ¿Pa que hace eso? ¿Quién te asegura que

no nos estén apuntando entre las hierbas?

-¡Solo le disparé a esos zopilotes! ¡No tengan miedo que andan

con la mera ley! Acababa de decir eso, cuando sonó un disparo

de escopeta de entre la espesura de la selva y las aves silvestres

escaparon de entre las copas de los árboles produciendo un

sonido como de cientos de rehiletes furtivos escapando hacia

las alturas temerosas del poder mágico del hombre. Nosotros

nos agazapamos detrás de unas rocas y reinó solo el silencio de

la naturaleza. Mi corazón latía de tal manera emulando el

sonido de los tambores de alguna tribu en noches de ceremonia

de sacrificio. Al poco rato oímos un saludo un tanto amigable

que decía:

-¿A poco los asusté? ¡Si tu no te espantas con nada Cheke!

-A condenado “Lacho”. Pos si, nos metiste un buen susto

“carajo”. ¡Saca la botella pa curármelo! –Le contestó Cheke.

-¿Pos pa donde van? Preguntó el tal Lacho.

-Pos a donde a de ser. –Le dijo José “Coyote”. – A ver la “vieja

de éste”

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Page 127: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¿Cómo a ver? ¡Yo voy a ver a mi vieja! Ustedes son mis

achichincles. Mira Lacho, te presento al maistro del Mirador.

El tal Lacho se quitó el sombrero de su cabeza haciendo una

reverencia en forma de respeto y me tendió la mano para

saludarle, yo le extendí la mía y nos sentamos a conversar.

-¿Conque vas a ver a Margarita?. –Le espió el tal Lacho.

-Pos te tengo una mala noticia Cheke.

-¡Suéltala pues! Desembucha de tu ronco pecho.

-Pos que la tal Margarita se casó con Don Toribio el de la

tienda, ya ves que estaba urgida la pobre, no tenía nadie quien

la ayudara y pos no te iba a estar esperando si tú la venías a

verla allá cada y cuando. Cheke se encolerizó por la noticia y

pescó del cogote a Lacho mientras le salpicaba la cara con su

saliva que se escapaba con las palabras que le apremiaba.

-¡Escupe lo que dijiste desgraciado! ¡Escúpelo! José “Coyote”

y yo Nos apresuramos a quitárselo. Fue José quien le confirmó

lo que Lacho le había dicho.

-Cálmate Cheke, es cierto lo que Lacho dice. Yo ya lo sabía,

pero como te conozco, no te lo quise decir. Ahora aguanta

como los machos y vámonos de regreso pal Mirador a seguir

bebiendo ya se te pasará. Cheke se disculpó con el recién

llegado y le dijo:

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Page 128: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡Perdóname Lacho!. Te invitamos a echarnos unas chelas pa

hogar las penas. Dicen que las penas con pan son güenas y con

cerveza saben mejor.

Nos dimos la vuelta y llegamos otra vez a lo de Don

Pedro.

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Capítulo veinticuatro

“El Gato”

-Aquí nos tiene devuelta Don Pedro, ya ve que no pasó nada. -

¡Ahora yo invito! Les dije. –¡Deme un cartón de “birongas”!

En eso estábamos cuando llegó un hombre al que le decían

Don Pancho, sofocado por la carrera y algo nervioso. Se abrió

paso por entre Lacho y yo hasta la ventanilla de la tienda y dijo

en tono molesto golpeando la barra:

-¡Don Pedro! ¡Deme un cartón de cervezas!

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Page 130: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Don Pedro humildemente le declaró:

-Ya no hay Don Pancho. Las que quedan las pagó el Maestro,

discúlpeme usted por no poderle atender. –Lo que vendría

después no lo iba a olvidar por el resto de mi vida. Sucedió en

un instante. El recién llegado estaba frente a la ventanilla por

donde Don Pedro despachaba, Lacho estaba a la izquierda de

Don Pancho y yo me encontraba a la derecha del mismo, José

estaba sentado en una de las piedras que servían de resguardo

a un pequeño barranco y Cheke justamente a cinco metros atrás

del hombre que había irrumpido bruscamente en la reunión. Yo

traté de entablar palabra con el señor y me dirigí de esta

manera:

-¿Cómo está Don Pancho? ¿Cómo pasó la Navidad y año

nuevo? El sujeto giro sobre su derecha para contestar el saludo

pero su mirada se encontró con la de Cheke y exclamó:

-Pos me ha ido muy bien Maistro. -Y continuó diciendo:

-Pero hay ciertas personas que no me quieren. –Dijo esto

mientras escudriñaba con su mano derecha algo debajo de la

falda de su camisa. Pero no alcanzó hacer gran cosa, ya que

Cheque había desenfundado las dos escuadras que portaba e

hizo dos disparos de advertencia mientras le gritaba de esta

manera:

130

Page 131: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡Lo dices por mi “gato” desgraciado!. ¡Con esta son tres veces

y no te la pienso pasar!. Al tiempo de los balazos Don Pancho

quiso agazaparse detrás de Lacho pero éste ya había echo lo

mismo y agachado lo agarró por detrás sosteniendo con sus

manos las piernas de Don Pancho decidido a no soltarlo

temeroso de que al momento de hacerlo Cheke le pegara un

tiro. Al oír los disparos, yo mi tiré a un costado debajo de un

pequeño tejado, por desgracia caí sobre una perra que estaba

amamantando a sus crías la cual me dio una mordida en el

antebrazo. José se lanzó al costado del barranco y se ocultó

desenfundando también su pistola preparado para lo que fuera

a ocurrir. Cheke volvió a la carga diciendo amenazadoramente:

-¡Quítate Lacho! ¡Déjame quemar a este “gato” desgraciado!

-¡Pérate Cheke! ¡No me vayas a pegar! ¡No dispares no trai

armas! –Lacho le contestó muy angustiado.

Todos nos dimos cuenta de que en realidad no estaba armado

Don Pancho y empezamos a gritarle a Cheke desde todas las

direcciones de que lo dejara ir. Don Pancho lanzó una súplica:

-¡Perdóname Cheke!, ¡No estoy armado!, ¡Por favor

Perdóname!.Doña Rosy la esposa de Don Pedro estaba en cinta

y con mucha angustia me suplicó agarrándose el vientre como

queriendo sostener en sus brazos su bebé aun no nacido:

131

Page 132: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡Dígale a Cheke que se aplaque Maestro por favor! ¡Mire que

me siento muy mal! –Yo salí de mi escondite armado de valor

y alzando mis manos le ordené:

-¡Ya aplácate Cheke! ¡No hagas tanto circo! ¿Que no ves que

no está armado? –Y no dejando de apuntarle a Don Pancho con

su pistola que sostenía con su mano izquierda. Se dirigió a mí

apuntándome con la de la derecha al mismo tiempo que me

decía:

-¡Métase a su escondite o también me lo quemo a usted!. El

oscuro cañón de su pistola estuvo a solo un metro de distancia

de mi frente y me di la media vuelta para regresar a donde

estaba. Muy nervioso le dije a Doña Rosy:

-No quiere hacer caso Doña Rosy. Usted solo escóndase.

Después de unos largos minutos de estarle insistiendo que lo

dejara ir, al fin aceptó y Lacho lo soltó, Don Pancho se fue

escurridizo como los perros con la cola entre las patas. Por

nuestras mentes pasó la idea de que le iba a zorrajarle un tiro

por la espalda, pero no fue así: simplemente lo dejó ir sin

dejarle de apuntar con sus pistolas hasta que se perdió en la

oscuridad y la espesura de la maleza. Si decir una palabra,

todos se fueron por distintos caminos, solo yo me quedé

adentro de la casa de Don Pedro y pasé allí la noche sin poder

cerrar los ojos, mirando hacia el techo de la casa donde seguía

132

Page 133: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

viendo el cañón de la pistola apuntándome en la frente y las

palabras atronadoras de Cheke: “¡Métase a su escondite o

también me lo quemo a usted!”

133

Page 134: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo veinticinco

“El Cambio”

Lo que experimenté desde mi llegada a esta comunidad

hasta el seis de enero, fue determinante para tomar el consejo

de mi cuñado que me había dado en cierta ocasión que los

visité en Papantla. Me dijo:

-Si sientes que corre peligro tu vida, vete a la ciudad de Xalapa

a solicitar tu cambio de zona. Acude al edificio del sindicato de

Maestros, localiza al Profesor Maximino Gutiérrez y explícale

tu situación; dile que vas de mi parte estoy seguro que te

atenderá. Y así lo hice.

134

Page 135: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

En la quincena del mes de enero bajamos Adrián y yo a la

ciudad de Córdoba a cobrar, e intercambiamos puntos de vista

y experiencias. Y lo ocurrido a él y a su esposa fue lo que me

hizo decidirme a intentar buscar el cambio de zona escolar.

Le solicité un permiso económico al Supervisor escolar y

el motivo del mismo y esto me contestó:

-Por estas fechas no hay cambies de adscripción, tú sabes si vas

a darte la vuelta de oquis. –Yo le contesté:

- Quiero intentarlo.

Le planteé a mi compañero Adrián mis planes y me deseó

mucha suerte. Me despedí de ellos y partí a la ciudad de

Xalapa.

Estando en el edificio del sindicato pregunté por el

Profesor Maximino, por una casualidad el que me atendió era

él. Le expuse el motivo de mi solicitud de cambio de zona

escolar y me dijo que me ayudaría, lo que no me imaginé es

que lo iba hacer en ese mismo momento, me explicó:

- Mira Grimaldo, acude a la Dirección de Educación y pregunta

por la secretaria particular de Director de educación, es amiga

mía, dile que vas de mi parte y que te haga el favor de

acomodarte en la cadena de cambios de zona al norte del

estado lo más cerca que se pueda Papantla, que yo iré más

135

Page 136: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

tarde par hacer los arreglos para que el recurso tuyo lo

repongan en Córdoba. –Yo me atreví a decirle lo siguiente:

- Disculpe Profesor, mi compañero Adrián está en la misma

situación mía, solo que más grave, él está amenazado de

muerte y se encuentra muy angustiado y su esposa también. El

profesor me interrogó:

-¿Cuál Adrián, Grimaldo? Y él mismo se contestó:

- ¡Ah, ya recuerdo! González Acosta, ¿Verdad?, No hay

problema; también sacamos su cambio, ¿Porqué no?. Me quedé

impresionado por la capacidad de retención de memoria que

tenía, solo nos había visto una vez y se acordó en ese instante

de nosotros.

Me dirigí al edificio de la Dirección de educación y

busqué a la secretaria del Director, le expuse mi motivo y seguí

el consejo del Profesor Maximino. Ella me contestó:

-Voy a ver que se puede hacer. Tome asiento, en un momento

lo paso con el director. Sabía de antemano el carácter del

Director de educación. Estaba yo leyendo atentamente los

anuncios de permuta expuestos en una pizarra, la mayoría eran

del sur del estado hacia en norte y no había nadie que quisiera

la región de Córdoba, en eso estaba cuando me sacó de mi

escudriño el sonido del timbre de la oficina del Director. La

136

Page 137: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

secretaría se apresuró a entrar a la oficina de su jefe y no tardó

mucho en salir y se dirigió a mí:

- Puede usted pasar, el Director lo está esperando. Agarré mi

mochila y entré, me detuve a unos cuatro metros de distancia

del escritorio donde se encontraba sentado la máxima autoridad

de educación de estado de Veracruz. Era un señor ya entrado

en años que imponía presencia y respeto. Él seguía firmando

unos documentos que sostenía entre sus manos. Un minuto más

tarde dejó los documentos sobre el escritorio y me miró

fijamente por encima de sus lentes y me examinó:

-¿En qué le puedo servir profesor? Un poco nervioso me

acerque y extendí mi solicitud de cambio de zona y contesté a

su pregunta.

-Vengo a solicitar mi cambio de adscripción de la ciudad de

Córdoba a la ciudad de Papantla o lo más cerca que se pueda

de allí, sabe mi...Quise explicarle los motivos de mi solicitud y

me interrumpió bruscamente:

-¿Cuántos años de servicio tiene profesor?

-Voy a cumplir seis meses el primero de febrero señor director.

Y el tono de su voz y la expresión de su rostro no lo voy a

olvidar nunca y se me cayó la cara de vergüenza con lo que me

dijo:

137

Page 138: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡Debería darle vergüenza andar pidiendo cambio de zona a los

cinco meses de servicio profesor!

-Si señor, usted disculpe, pero es más el miedo que tengo de

seguir en donde estoy que la vergüenza que me da pedirle

ayuda. No contestó nada a esto último, solo se limitó a correr a

un lado la falda de la cortina que se encontraba a su espalda y

oprimió el botón de un timbre; de inmediato se abrió la puerta

y apareció su secretaria con una libreta y una pluma para hacer

anotaciones. El Director le preguntó:

-Fíjese en que cadena de cambio se encuentra el profesor y

hágale su orden de traslado lo más cerca que se pueda a

Papantla. La secretaria le confirmó:

-Está dentro de una cadena de cambio y el lugar más cercano

es Tihuatlán Profesor.

-Está bien, dele su orden de cambio y que tome posesión del

centro de trabajo que le asigne el supervisor. Se puede retirar

profesor, le deseo mucha suerte y ponga todo de su parte para

realizar un buen trabajo en donde quiera que se encuentre.

-¡Gracias señor, muchas gracias!

-¡Ande, ande, que le vaya bien!. Salí de la oficina y esperé a

que la secretaria redactara los oficios de cambio de zona y me

sentí muy bien porque logré sacar el cambio para mi amigo

Adrián. Ese mismo día me regresé a Córdoba, quería llegar lo

138

Page 139: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

más rápido que se pudiera para darle la buena noticia a mi

amigo. Cuando llegué a su comunidad ya eran pasadas las dos

de la tarde del 20 de Enero y me recibió un tanto deprimido.

-¿Cómo te fue en Xalapa? Me preguntó inmediatamente.

-¡Bien! ¡Me fue muy bien! Mira me dieron el cambio a la

ciudad de Tihuatlán y a ti te mandó esto el supervisor escolar,

es un cambio de escuela. Le explique tu situación y me dijo

que te entregara esto. Le extendí un sobre y lo apremié para

que lo leyera, pero él solo se limitó a guardar silencio y

sentarse en la orilla del camastro. Su esposa Cinthia estaba

parada en la puerta de la cocina con los ojos humedecidos y

alcancé a ver rodar una lágrima por la mejía de mi compañero

y amigo, él agarró el sobre y con voz entrecortada me dijo:

-Gracias pero prefiero seguir aquí. Y dejo a un lado la misiva

que le había entregado.

-¡Ábrelo! Tal vez te convenga, le insistí varias veces hasta que

lo hice abrir y leer el contenido. Al darse cuenta del contenido

del oficio se levantó como expulsado por un resorte y me

abrazó y me dio las gracias y me dijo:

- Mañana te espero para bajar juntos y largarnos de este

maldito lugar. Yo le respondí:

- Mañana paso por aquí como a las doce del medio día.

139

Page 140: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo veintiséis

“El Adiós”

Llegué a la comunidad ya caída la tarde y entré en lo de

Don Pedro y se adelantó al saludo

-¡Quibo maestro! ¿Cómo le fue por Xalapa?

-Muy bien Don Pedro, nos dieron el cambio a mí y al

compañero de Las Mafafas, mañana cito a junta para

explicarles y entregar la escuela, despedirme de los niños y de

las personas que alcance a ver.

140

Page 141: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¡No me diga que ya se nos va! Válgame dios si apenas nos

estábamos acostumbrando a usted, verdá tu Rosy.

-Sí maestro. ¿Cómo que se nos va?

Sus palabras me hicieron sentir pena. Sentía que no

había cerrado un círculo en la cadena de círculos de lo que está

hecha la vida de una persona. Porque creo que la vida, están

hecha de círculos físicos e invisibles o etéreos, que solo se

pueden apreciar o sentir cuando uno, algo o alguien empieza

una tarea y la termina; y yo no cerré este círculo.

Al día siguiente entregué la escuela a las autoridades

comunitarias y me despedí de cada uno de los presentes, en

especial de los niños y niñas que habían acudido a clases.

Don Pedro me prestó dos de sus bestias de carga para

bajar la montaña, una para mi y otra para llevar mis cosas;

Algunas de las personas con las que había convivido de una

manera más cercana me regalaron plátanos, cajas con mangos,

naranjas, café y un sin fin de recuerdos que hasta el día de hoy

los conservo.

Al pasar por el aguaje estaba Doña Rosy con otro grupo

de mujeres lavando ropa y al mirarme se puso en pie y me

preguntó:

- ¿Ya se va usted maestro?.

- Si, ya me voy Doña Rosy.

141

Page 142: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

- ¿Cuándo vuelve usted?

- No sé, algún día, se lo prometo. Sus ojos se le humedecieron

de lágrimas y se quedó en silencio unos instantes. Me di cuenta

en esos momentos que su corazón se encontraba presionado

por el puño del amor no confesado y agaché la cabeza y partí

sin decir una palabra.

Al pasar por Las “Mafafas” le lancé un grito a mi

compañero Adrián que ya me aguardaba cerca de la brecha

sentado sobre una roca a la orilla del camino.

- ¿Para que gritas si no estamos sordos? Ya tenemos rato

esperándote. Comenzamos a bajar la segunda mitad del cerro,

haciendo planes de cómo nos presentaríamos con el supervisor

escolar y la manera de irnos para Tihuatlán.

Llegamos a Córdoba a media tarde. Nos hospedamos en

el mismo hotel de siempre y nos trasladamos a la supervisión

escolar para mostrarle al inspector de educación las órdenes de

cambio de zona. Para entonces ya habíamos ido a comprar los

pasajes para Xalapa, la salida era a las 6:30 p m del día

siguiente.

El supervisor escolar se nos quedó mirando cuando

entramos a la oficina y nos interrogó de esta manera:

- ¿Qué andan haciendo por aquí si todavía no es día de pago

profesores? Yo le respondí de la misma manera sin haberlo

142

Page 143: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

saludado. Siempre he tenido problemas con mis autoridades

superiores por tratarlos de la misma manera como ellos me han

tratado y le dije:

- Venimos a comunicarle que nos dieron el cambio de zona y a

entregar la documentación correspondiente de nuestras

escuelas.

- A ver, muéstreme sus oficios de comisión profesor. Yo le

extendí una carpeta conteniendo dichos oficios y se puso a

leerlos detenidamente. Después de unos minutos nos dijo lo

siguiente:

- No sé como lograron estos movimientos por estas fechas,

pero en fin, van a tener que llenarme estos documentos y los

quiero para mañana en la tarde, de otra manera no les firmo ni

les sello de recibido las copias de entregas de escuelas. ¿Está

claro?

- Si profesor, haremos todo lo posible por entregar a tiempo

toda la documentación que nos está requiriendo. Recogimos

cada uno la documentación y partimos inmediatamente para el

hotel a comenzar a llenar la información en los documentos

que se nos había entregado. Después nos dimos cuenta que

dicha documentación era la que se entrega al final de cada

ciclo escolar y nosotros teníamos menos de 24 horas para

entregarla, ya que nuestro autobús salía al día siguiente y no

143

Page 144: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

podíamos cancelar el viaje pues no traíamos los recursos

necesarios para pagar el hospedaje de otro día ni lo

indispensable para las comidas, así es que invertimos todo el

tiempo del que disponíamos para sacar adelante esta tarea, no

salimos ni a comer, Cinthia la esposa de mi amigo, era la que

nos traía la comida la cual devorábamos al mismo tiempo que

seguíamos trabajamos. Entregamos la documentación al día

siguiente justo a las seis de la tarde y nos trasladamos a la

oficina de autobuses. Nuestro transporte estaba por salir y lo

alcanzamos abordar, ya estando arriba nos miramos un instante

y dijimos al mismo tiempo los tres llenos de alegría:

- ¡La hicimos! Y después solo el ruido ensordecedor del motor

del autobús nos acompañó todo el trayecto. Yo no dormí, a

pesar de que no lo había hecho la noche anterior, me fui

contemplando el paisaje y haciendo cálculos de tiempo y

espacio, observando los “fantasmas” que muestran los

kilómetros recorridos o por recorrer y haciendo las operaciones

necesarias para saber cuantos postes de energía eléctrica se

necesitaron para cubrir la distancia entre las dos ciudades. Otra

de las cosas con las que me entretenía era calculando el tiempo

que le tomaba al autobús en hacer el trayecto entre cada poste y

esto me servía de referencia saber cuantos había en todo el

144

Page 145: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

trayecto y el tiempo que nos restaba para llegar a nuestro

destino.

Trabajé hasta el año de 1980 en distintas escuelas de los

municipios de Tihuatlán y Papantla, en las cuales solo me

dediqué aprender, estudiar, experimentar y actualizarme

constantemente para tratar de ser un buen maestro y sacar

adelante a los niños y niñas, que con toda confianza los padres

de familia depositan en nosotros los maestros forjadores de

futuras generaciones para formar ciudadanos analíticos, buenos

lectores, capaces de resolver sus problemas y los de sus

comunidades; conocedores de sus orígenes y su historia, para

convertirlos en ciudadanos de provecho, buenos padres y

madres de familia.

145

Page 146: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo veintisiete

“El retorno a mi Estado”

“La Política”

En el verano de 1980, mientras cursaba la especialidad de

biología en la ciudad de Monterrey, un compañero me dio la

noticia que mi solicitud de cambio de estado había sido

aprobada y me trasladé a la ciudad de Xalapa para recoger el

oficio de retorno. Me presenté en las oficinas de la Secretaría

de Educación en Tamaulipas para recibir mi oficio de

adscripción el cual se me entregó y me asignaron la Zona

Escolar No. 4 de la Ciudad de Gustavo Díaz Ordaz. No sé a

quién se le ocurrió ponerle este nombre a un municipio y no

me importa, ya que la historia se ha encargado de juzgar a este

personaje tan polémico, comenzaba una nueva etapa en mi

146

Page 147: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

carrera docente, en la cual descubrí muchas cosas, cometí

muchos errores, y a base de ensayo y error me convertí en un

simple “Maestro Rural”. Nunca me dejé envolver por la

“lavadora de cerebro” de la política, siempre he sido apolítico y

esto me trajo muchos problemas por no pensar y actuar como

la mayoría de mis compañeros. Siempre he de pregonar que en

nuestro país, ser político es sinónimo de sinvergüenza, ladrón y

oportunista; ya que los ciudadanos depositamos nuestro

sufragio solo para hacerlos más ricos y poderosos y al pueblo

solo le dan “migajas” del presupuesto que ellos socavan para

su propio beneficio e intereses de grupo y al pueblo lo

alimentan con la cucharada de la “esperanza” de un mejor país.

A nuestro pueblo lo conforman con festejos de navidad, día del

niño, día de las madres, con “regalitos” en cada uno de esos

festejos y alguna que otra vez un “morralito con un kilogramo

de harina y maseca, un litro de aceite lleno de grasas saturadas

una bolsa de fríjol y programas sociales que nunca dan

resultados ya que los implementan con el deseo de sacar

provecho político y no en el bienestar del pueblo como son

“Oportunidades”, “Solidaridad”, “Seguro Popular” etc.

Nuestros políticos no tienen que ser muy inteligentes y

preparados para hacer estas cosas, cualquier “cacique” lo haría

mejor y ellos se vanaglorian que tienen títulos y postgrados en

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Page 148: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

universidades de prestigio mundial; Elaboran tesis y teorías de

programas sociales en “macroeconomías”, las vienen y ponen

en práctica a nuestros países y al final de su ejercicio como

servidores públicos nuestras sociedades quedan sumidos cada

vez más en la indigencia social. Y otros, los llamados

“dinosaurios políticos” saltan de un puesto a otro y de un

partido a otro diametralmente opuesto en ideologías políticas

como cambiar de casa y de automóvil, se enriquecen y

acumulan grandes fortunas a costa de la miseria hablando en

todos sentidos en que sumergen a nuestro pueblo y al cabo de

tres o seis años con renovadas esperanzas, volvemos a votar

por los mismos personajes que hasta se cambian de lugar de

residencia para ser electos en un puesto de elección popular,

hacen lo que ellos denominan “Carrera política”. “¡Basca” de

borracho! es la carrera política en nuestro país. Y no quiero

hablar sobre los radicales izquierdistas, que hasta toman por

asalto el más sagrado recinto de una democracia como es la

cámara de diputados, en donde los que no saben que decir ni

vituperar no asisten y los que llegan asistir a las asambleas de

la nación va a dormirse y hacer escándalos bochornosos en vez

de sacar leyes y reformas de leyes que forjen una sociedad más

equitativa y armoniosa en todos los sentidos. Lo dicho, no soy

político ni lo quiero ser, porque los políticos se echan a perder

148

Page 149: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

y pudren a las sociedades y porque no puedo vomitarme a mí

mismo. El concepto de política es muy amplio, pero en las

sociedades latinoamericanas lo han polarizado hasta

convertirlo en un antónimo del propio concepto real.

149

Page 150: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo Veintiocho

“Dios”

En mi nuevo entorno de trabajo me costó mucho

adaptarme por lo ya he mencionado: “No pensar, actuar y ser

como la mayoría de mis compañeros y personas con la que

tenía que convivir. Me sentí discriminado, se burlaban de mí,

por mi forma de vestir, hablar, por mi aspecto personal etc.

Para contrarrestar esta situación y la depresión en la que estaba

cayendo debido a la precipitada ruptura de mi compromiso con

la que era mi novia, comencé a beber más de la cuenta, a grado

tal que empecé a desarrollar el síntoma del alcoholismo; el

llamado “delirium-tremens”; que me atacaba estando

alcoholizado.

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Page 151: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Debo decir que nunca he sido religioso, es decir, no creo

en la religión que practica el ser humano, porque a lo largo de

la historia las religiones son en gran medida las responsables

de las más sangrientas guerras y han sometido a pueblos al

exterminio sistemático en nombre de Dios. Los controlan de tal

manera que le dicen que se van a ir al infierno, o van alcanzar

la gloria, o que van ha vivir en el paraíso y todas esas cosas con

los que los líderes religiosos lavan el cerebro de las personas

que por naturaleza tienen un centro neurológico en su cerebro

que está hecho para creer en algo o en alguien superior, que

hizo todas las cosas que nos rodean. Yo no quiero decir con

esto que Dios no existe, al contrario; ¡Existe y es real! Solo que

la manera en que el hombre ha manipulado la creencia en Dios,

Dios mismo la rechaza, según las sagradas escritura y las

enseñanzas de su hijo Jesús cuando estuvo aquí en la tierra

donde vivió, convivió y murió como hombre dejándonos un

legado de amor, leyes y enseñanzas para vivir en armonía con

nuestros semejantes y el entorno de la naturaleza, y el hombre

hizo de esto un parte aguas para su propio beneficio y perjuicio

del mismo hombre. De tal manera que el peor enemigo del

hombre es hombre y es él mismo. Porque en nombre de la

religión y de Dios, se mata, se esclaviza, se humilla, se denigra,

se miente, se roba, se embauca, se enajena, se contamina, se

151

Page 152: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

destruye etc. Entonces, ¿A qué Dios está sirviendo el ser

humano? Por supuesto que al dios de la iniquidad que es el

Diablo, el opositor del verdadero Dios; la antítesis de la

creación. Porque Dios creó todas las cosas que existen en el

universo bajo un orden perfecto, incluso a sus hijos celestiales

y al ser humano, pero nos creo con el libre albedrío, es decir,

nos creo con la libertad de pensar, decidir y actuar conforme

nos dicte nuestra conciencia y raciocinio, pero sin alejarnos de

lo que Dios tiene preestablecido para vivir en paz y armonía

que son sus leyes y su gobierno. Si los hombres de ciencia,

buscaran las respuestas a todo lo que aqueja a la naturaleza

sobre la base del conocimiento científico del Dios verdadero,

les sería más fácil encontrar la cura a todos las enfermedades

que diezman la salud de los seres humanos y el entorno natural

en donde vivimos. Pero ellos buscan la verdad sin la ayuda de

Dios porque muchos de ellos dicen que no existe y es por eso

que tardan años en descubrir los remedios para los males que

nos atacan y nos hacen sucumbir en la agonía y la muerte.

Todo esto lo digo por lo anterior mencionado de que no soy

religioso, pero creo en Dios. Cuando le pido algo, él me lo

concede y en cierta ocasión en la que me di cuenta que mi vida

la estaba destruyendo con mi vicio, le rogué que me ayudara a

salir adelante y sentí que me respondió; me mandó una cura

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Page 153: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

que dejé de beber para siempre, el remedio fue que, modificó

mi sistema inmunológico de tal forma que mi organismo ahora

no tolera el alcohol, de tal manera que no puedo tomar nada

que contenga el etílico, porque me entra una reacción alérgica

tal, que me postro en grave enfermedad y con peligro de morir

y rápidamente me curé del alcoholismo. En cierta ocasión le

hice una petición de que me diera una compañera y me

concedió mandándome a la más hermosa de las mujeres con la

que contraje matrimonio en el año de 1983 y procreé dos

mujercitas y un varón que son toda mi razón de existir. Podría

llenar muchas páginas con testimonios de la existencia del Dios

verdadero pero éste no es el caso, pues lo que escribo no es

sobre teología; solo quise explicar porque no soy religioso

como la mayoría de la gente lo es. Auque sigo siendo un

pecador e imperfecto porque soy de carne, sangre y huesos y el

pecado original está conmigo que es la imperfección heredada

de padres a hijos por medio de nuestro código genético y que

se originó de nuestro padre Adán y nuestra madre Eva cuando

desobedecieron a Dios por la influencia de Satanás el diablo. Y

si queremos revertir esa imperfección que nos hace que

cometamos hurto, asesinato, fornicación, mentir, y toda clase

de conducta relajada y por ende envejecer y morir, debemos

adquirir el conocimiento científico de Dios y de sus leyes, para

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Page 154: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

que nuestras futuras generaciones comiencen a ser y nacer más

perfectas hasta alcanzar la máxima purificación de la

perfección que sería el convertirnos en seres de impulsos

luminosos de pura energía. Porque hoy somos materia y de la

materia podemos extraer energía y de la energía producir

materia, cuando alcancemos la máxima purificación,

alcanzaremos la máxima perfección, llegaremos a ser pura

energía y por lo tanto nunca vamos a ser destruidos por que la

energía no se crea ni se destruye solamente se transforma; ese

es el propósito del Dios verdadero según mi manera de ver las

cosas.

154

Page 155: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo veintinueve

“La Labor docente”

En los veintiséis años que me desempeñé como maestro

rural en esta comunidad, traté de ser un maestro responsable en

mi trabajo, presté mis servicios educativos en la mayoría de las

comunidades de este municipio. De vez en cuando venía a mi

mente el tiempo que pasé en la montaña, principalmente en

épocas de lluvia; parecía que el ambiente de la montaña venía a

mí para hacerme una invitación de regresar otra vez con ella.

Era como si fuera una novia que yo había dejado y me llamara

con el pensamiento. Volvía a escuchar las gotas de agua

cayendo víctimas de la gravedad. El olor a humedad, selva y

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Page 156: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

caña empapaban mis sentidos y una necesidad imperante de

regresar se apoderaba de mí. Muchas veces intenté regresar,

pero las responsabilidades que había adquirido y familia me lo

impedían y solo quedaba de esa inquietud, la esperanza de

volver un día.

A lo largo de mi profesión conocí muchos buenos

amigos, pero como ya he dicho que no soy monedita de oro,

también hubo a quien no le agradara mi persona, pero, esas,

son otras cosas de las que no vale la pena decir nada.

Después de más de veinte años de que dejé de ver a mi

amigo Adrián, el destino nos volvió a unir, él vino a trabajar

como maestro de educación secundaria a esta región, el

reencuentro fue muy grato, pero solo venía de paso, al poco

tiempo se trasladó a Nuevo Laredo y allí sigue trabajando en la

docencia.

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Page 157: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo Treinta

“La Depresión”

Allá por el año de 1998, empecé a enfermar de depresión

grave y angustia generalizada, al principio no discerní de que

se trataba, pero me iba minando mi salud poco a poco, a tal

grado que fui presa de un temor constante y una melancolía

que hasta el día de hoy la tengo y se fue complicando con

alucinaciones auditivas y conferenciadas y hasta llegué a ver

personas que no existían y que querían hacerme daño y

arremetía con cualquiera que se me acercara queriendo

157

Page 158: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

defenderme de ellas. Yo no me daba cuenta de esto último,

hasta que un día mi esposa entró a la salita de estar y me

preguntó:

-¿Con quién tanto platicas hombre? Yo le respondí:

-Con este niño, se llama Juanito. ¿Ya lo conocías? Mi esposa

no respondió a mi pregunta, se puso pálida y se volvió a su

recámara. Ella vivía en una constate preocupación por mi

enfermedad, yo la seguí para preguntarle que le pasaba y ella

me respondió con llanto en los ojos:

-¡Es que no hay nadie allí contigo, todo está en tu mente!

-¡Tonterías tuyas, pues si yo lo miro y si mi cerebro lo capta es

que si existe!

A tanto llegó mi estado psíquico que me puse en manos de

un especialista, su diagnóstico fue: “Esquizofrenia Paranoide”

Al principio yo le alegaba a los médicos que si yo veía y

escuchaba a esos seres imaginarios para ellos, pero para mi no,

es que se trataba de seres que vivían en otra de las nueve

dimensiones que hay en el universo o en universos paralelos

como lo afirman algunos físicos y que yo tenía el privilegio de

hacer contacto con ellos; pero la realidad era otra, ellos tenían

razón. Caí victima de la locura, pero de una locura

extraordinaria, en la que al principio me resistí a creer; pero

poco a poco me fui haciendo a la idea de aceptarla y creo que

158

Page 159: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

eso me ha ayudado a sobrellevarla y a ignorar a los personajes

que yo veo y las demás personas no. De tal manera que cuando

alguien me habla y no lo conozco, tengo que preguntarle a

alguien que sí conozco de esta manera:

-¿Ves y escuchas lo que yo veo y escucho? Y si me contestan

afirmativamente no hay problema, pero si no; solo esquivo e

ignoro a quien sea y prosigo con mis actividades.

159

Page 160: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo treinta y uno

“La Intriga

y la Nostalgia del Regreso”

En los últimos años de mi existencia, me hacía la

pregunta que otros me formulaban: “¿No te habrán hecho un

sortilegio o amarre por allá donde estuviste en la montaña?

”Esto me intrigó tanto como las alucinaciones de mi psique,

que resolví ir de nuevo a la región maldecida. Fue un mes de

diciembre del año 2001 cuando resolví ir a la montaña donde

empezó toda esta historia.

En uno de los periodos vacacionales del mes de

diciembre, me embargó la nostalgia por volver, esta vez si me

decidí a regresar. Tenía unas ansias de volver, que decidido a

160

Page 161: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

todo, empaqué mi equipaje una fría mañana y le dije a mi

esposa:

-Quiero volver.

-¿Adónde? -Me interrogó.

-A la Montaña.

-¿Qué vas hacer allá? ¡Por Dios!

-Solo déjame ir por favor, vengo luego.

Y así con mi decisión tomada, nada me detuvo, no sabía

lo que iba a experimentar, de haberlo sabido no habría hecho el

viaje.

Tomé el autobús directo al puerto de Veracruz y sin

demoras me trasladé a la ciudad de Córdoba, era el 23 de

Diciembre de 2001. Una ansiedad indescriptible comencé a

sentir desde que bajé del autobús que respiraba con dificultad y

mi ritmo cardiaco se aceleró de tal manera que tuve que tomar

unos tranquilizantes que yo ya venía usando desde hace unos

tres o cuatro años a causa de una depresión y angustia

generalizada según el diagnóstico que me había dado un

médico psiquiatra. Porque me entraba un temor a la nada y una

zozobra que no podía luchar contra eso y siempre estaba con

esos calmantes para apaliar el socavón en que me encontraba.

Llegué a hospedarme en el mismo hotel al que siempre

llegaba y me sentí que me trasladé en el tiempo desde que entré

161

Page 162: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

a la habitación. Seguía siendo la misma de cuando yo me

hospedaba en este mismo hotel, parecía que el tiempo se

hubiera detenido, era la misma cama, los mismos muebles;

todo era igual que hace veintitrés años. Y no sé si fue esto o las

pastillas que ya me habían hecho efecto, que comencé a sentir

una paz sublimemente sobre natural; volvía a ser el joven de

diez y nueve años que tiempo atrás llegó como forastero a

conquistar esta región, lo cual fue al revés “Ella” me había

conquistado y aquí me tenía otra vez a su merced.

Como ya era de madrugada cuando llegué, me dispuse a

dormir y lo primero que hice al levantarme fue dirigirme a la

tienda de Don Mario Ixtla el papá de la maestra Jovita y de

Fidel. Como ya he explicado Don Mario y su esposa Doña

Mercedes me daban hospedaje en su casa cada vez que yo

bajaba de la montaña, no les gustaba que yo me quedara en

hoteles y me decían que lo hacían por cuidarme y para que yo

no me sintiera solo por estos lugares. Conviví algún tiempo con

sus hijos: Fidel, Mario, Jovita, Meche y Ángeles ésta ultima era

un angelito como su nombre lo indica como de diez o doce

años de edad no recuerdo bien. Era una niña muy vivaracha y

alegre que me hacía recordar a mi hermana menor María de la

Luz cada vez que la miraba. Simpaticé muy poco tiempo con

esta linda familia, pero fue el suficiente para adoptar un cariño

162

Page 163: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

muy especial hacia ellos y puedo decir sinceramente que este

clan familiar también me adoptó como su hijo y hermano.

Puedo darle las gracias a Dios por haberlos conocido, nunca

por el resto de mi existencia me voy a olvidar de ellos, seguirán

dentro de mi corazón como una esencia de agua de vida por

todos los tiempos.

Al llegar a lo de Don Mario, encontré todo cambiado, la

tienda era mas grande que antes, la administraba Fidel, Nos dio

un gusto enorme habernos encontrado otra vez,

inmediatamente él dejó sus quehaceres por atenderme y me

llevó a saludar a sus padres. La alegría que sentía de volver a

verlos se me desbordaba y filtraba por todos mis poros, como

si fuera un perfume de mágica fragancia hecho por los sabios

alquimistas de Macedonia los abracé como si fuera el hijo

pródigo que regresaba al seno de su familia.

Al día siguiente me trasladé a región de “La Montaña”,

El tiempo había sufrido un accidente, me percaté de ello

cuando abordé los mismos armatostes en los que me

trasportaban para ir al lugar que nadie me había prometido y

que si me lo entregaron sin ninguna condición. Se fue dando

tumbos y más tumbos por la brecha angosta que experimente

un “Déja-Bú”. Sentía que todo aquello ya lo había vivido o

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Page 164: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

soñado y hasta podía predecir con precisión hechos que estaban

por ocurrir con cinco minutos de anticipación; como el

abordaje de una mujer gorda que subía a medio camino

llevando consigo una canasta de plátanos y “garnachas”

pregonando con una voz estentórea la vendimia de : ¡Compre

sus plátanos!. ¡Lleve sus plátanos!. ¡Lleve sus garnachas

marchante, marchanta!. Era la misma muchacha alta y espigada

que tiempo atrás pregonaba las mismas viandas recorriendo los

carros del ferrocarril la primera vez que vine a esta región,

pues el ferrocarril dejó de funcionar hace muchos años por

incosteable y obsoleto como todo lo que no se actualiza o

moderniza en nuestro país y que es inadaptable en todas partes

y tiende a extinguirse.

Cuando llegué a la ciudad de Tezonapa, Esta no había

sucumbido a la inadaptación y se convirtió en un pueblo

bullicioso, donde se vendían toda clase de artículos de piratería

y alimentos tradicionales. El centro comercial estaba cubierto

por una serie de carpas de nylon donde se exhibía y ofrecía

toda clase de chucherías por mercanchifes de la realidad de

todos los días, que lo mismo ofrecían una píldora o infusión

para bajar de peso y el colesterol, como también una pomada

milagrosa para las reumas y todo tipo de ungüentos y yerbas

para los malestares del género humano y perfumes exóticos

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Page 165: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

para “amarrar” el amor del ser querido o plantas para espantar

los malos espíritus y curar del mal de ojo y hasta la refrescante

fruta del maracuyá cuyo poder exótico y sabor agradable podía

levantar hasta los muertos que las viudas en sus lechos

conyugales esperaban con la calentura hasta los huesos al ser

amado que se les había adelantado en el camino y que se

empapaban de un sudor y olor de fango y que al día siguiente

volvían a coger la escoba para barrer y cantar las mismas

canciones que cantaban albando al ser amado por haberlas

hecho dichosas la noche anterior.

165

Page 166: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Trasbordé a otro de esos camiones que nos identifican

como países del tercer mundo que me llevó hasta la comunidad

de “Laguna Grande”. Fue en esa ocasión que me di cuenta

cuánto era el trayecto para llegar a la comunidad del “Mirador”

en un señalamiento del camino que decía “El Mirador 11 Km.”

Bajé del camión y me dirigí a la tiendita del que en otros

tiempos era el mandamás de esa región y que el pueblo ya lo

había relegado a un simple ciudadano común y corriente que

come y caga como todos los mortales y que no son “Don

Poderosos”. Y que la misma pobreza e ignorancia de la gente

sin estudios son los que los idealizan y los encumbran y hasta

se sienten chiquititos frente a ese tipo de personas ilusorias.

-Buenos días – Me dirigí a dos muchachas que atendían en

tendajo.

-Buenas- Contestó una de ellas.

-¿No habrá nadie que vaya para el mirador?

- Al rato pasa mi cuñado sube en una hora, no tarda. – Me

contestó la misma del saludo.

- ¿Usted quién es?- ¿No es de por aquí verdá? -Me pregunto

sonriente.

- No. Yo soy de Laredo.

-¿Laredo Texas o Laredo México? – Me preguntó un poco

confundida.

166

Page 167: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

- De Nuevo Laredo, Tamaulipas, México. – Le contesté

palabra por palabra, para sacarla de su confusión.

Yo trabajé por aquí hace 23 años como maestro. ¿No se

acuerda usted de mí?.

- No me acuerdo para que le voy a mentir.- Me contestó un

poco intrigada.

- A mi me decían “El Maestro Cepillín”, por flaco y porque me

dejaba una barba que cubría casi todo mi rostro.- Le expliqué.

- Ah ya recuerdo, sí ya me acordé. Oiga a la noche va haber

baile, como es veinticuatro de diciembre vamos a ir mi

hermana y yo y otras amigas, ¿No quiere acompañarnos?. Mi

mente se adelantó a los acontecimientos de esa noche y miré

mi vida como el rollo de una película en cámara rápida que se

detuvo repentinamente en medio de la pista de la cumbiamba y

cambió a cámara lenta y observé en medio de la misma el

cuerpo de alguien que no pude verle el rostro con claridad que

se desangraba con las tripas de fuera en medio de un charco de

sangre caliente formándosele un vaho que salía desde interior

de su estómago que al contacto con el aire frío de la noche se

condensaba y formaba pequeñas partículas luminosas que se

dirigían hacia un claro de luna que se asomó por entre las

densas nubes que cubrían el ancho cielo de diciembre. Había

sido asesinado por haber sacado a bailar a la mujer coqueta que

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Page 168: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

nunca falta en los bailongos, por un hombre encendido de celos

estúpidos que carcomen las entrañas e infla de amargura el

corazón de los que se dejan llevar por esta clase de

sentimientos absurdos y estúpidos. Había vuelto a tener otra de

las visiones que me advertían de un posible encuentro con la

muerte que siempre andaba oliéndome la bastilla pantalones

jugando conmigo sin decidirse a darme el arañazo final.

- No creo que pueda asistir, no lo tome como un desprecio,

solo que tengo la intención de pasar la noche en allá arriba en

la montaña. –Le respondí respetuosamente.

- ¿Y que viene hacer por acá después de tantos años?

- Vengo a ver a la familia de Don Pedro Rosales el esposo de

Doña Rosy. Si los conoce ¿Verdad?.

- Si los conozco.

En ese momento pasaba el conductor de un camioncito, que la

muchacha le tuvo que hacer unas señas con la mano para que

se detuviera y le gritó desde la ventanilla de la tiendita:

-¡Ruperto, Ruperto, d’ále un raid al maestro p’al “Mirador”, va

a visitar a Don Pedro! El camioncito se detuvo y yo trepé a la

parte de atrás y me fui parado todo el trayecto para ir tomando

fotografías a la exuberante montaña.

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Page 169: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Cuando llegamos a la casa del señor que me hizo el favor

de darme el “aventón”, yo bajé del camioncito y me dirigí al

chofer, le di las gracias y le pregunté por donde debía caminar

para llegar a lo de Don Pedro; él me contestó muy serio:

-Váyase por este camino y luego va a toparse otra vez con la

brecha y se sigue de largo hasta encontrar una tienda a la orilla

del camino allí es la casa de Do Pedro.

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Page 170: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

- Muchas gracias nos vemos luego. – Le contesté expresando

mi gratitud con mi sonrisa retorcida en mi rostro.

Por el camino no encontré ninguna persona conocida ni

que me conocieran a mí, solo miraba caras de gente extrañas y

con desconfianza como la primera vez en que llegué a este

lugar. La corta travesía por la brecha se me hizo muy penosa,

porque yo ya no tenía la misma condición física de antes.

Cuando llegué a la casa de Don Pedro saludé, pero las personas

que salieron no me conocían y me preguntó una jovencita:

-¿Qué se le ofrece?. – Me pregunto un tanto tímida y

desconfiada.

- Soy el Maestro Lauro, ¿Están tus papás? En ese momento

aparecieron Don Pedro y Doña Rosy, ésta última ya un poco

acabada por los años, y aunque su esposo le llevaba 45 años de

diferencia de edad; Don Pedro seguía conservando una

juventud eterna que parecía que los años no le habían hecho

estragos en su rostro y en su salud. Conservaba la misma

sonrisa con toda su dentadura completa y el brillo en sus ojos

que emanaban paz e infundían confianza. En cambio su esposa,

ya entrada en cuarenta y cuatro años parecía que todo el peso

del tiempo le había socavado toda la alegría y borrado para

siempre su amable sonrisa. Fue ella que asombrada le gritó a

Don pedro para que saliera a ver quien acababa de llegar:

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Page 171: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

- ¡Mira Pedro, quién llegó! Te acuerdas que apenas la semana

pasada te estaba diciendo “Que se haría el Maestro Lauro”.

- Sí es cierto Maestro, ¿Qué anda haciendo por acá?

-Nada, que me entro la nostalgia y pues aquí me tienen, espero

que no les cause molestias.

- Como va usted a creer. Nos da harto gusto que se haya

acordado de nosotros. ¡Verdad, tú, Rosy!. Me dieron un abrazo

de bienvenida y Doña Rosy me abrazó por el cuello y me dio

un beso en el mismo, que la verdad yo no lo esperada y me

ruboricé ante aquel acto espontáneo que mis palabras se me

atragantaron y no me salió nada ni siquiera aire hasta que entré

a su casa y nos sentamos a platicar.

171

Page 172: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Nos acordamos de muchas cosas que vivimos juntos y

otras que yo ya había olvidado, también platicábamos de

sucesos ocurridos años después que yo me había ido de este

lugar. Estuvimos nombrando los nombres de personas que

conocí en mi estancia pasada y todas las que recordábamos ya

estaban difuntas. La muerte se las llevó trágicamente a manos

de enemigos sin gracia, pues ya les he contado que en estos

lugares se matan por insignificancias ya que la vida no tiene

ningún valor solo después de muertos se les toma en cuenta.

Toda la velada nos la pasamos hablando muertos, que a Don

Pancho lo mataron por andar de “oreja” con dos familias

rivales que si esto que si lo otro en fin. Mientras platicábamos,

Doña Rosy nos servía un posillo de café negro de grano recién

hecho, me acababa de tomar la cuarta taza de café, cuando miré

entrar por la puerta de enfrente a un hombre alto y bien dado,

parecía que él mismo había traído con su manera de andar

airoso y manoteando los costados de su cuerpo mientras

caminaba entre las sombras de la noche fría del veinticuatro de

diciembre el aguacero que se acababa de desgajar en la

montaña con truenos y relámpagos parecidos a los de la

primera noche que pasé en este lugar cuando maldije el dicho,

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Page 173: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

“Que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar” y partió un

árbol por la mitad mientas yo vaciaba mis inmundicias de los

nervios encrespados producidos por los fantasmas de mi

imaginación. Era José Raúl, el segundo hijo de Don Pedro y

Doña Rosy, al que yo había prometido bautizárselo y que no

pude cumplir porque me fui de este lugar casi a las voladas.

Era alto fornido y con un hablar que infundía temor, venía

acompañado de dos “amigos” que nunca supe sus nombres,

Don Pedro me lo presentó:

-Mire Maestro este que ve usted aquí es mi José Raúl, se

acuerda de cuándo lo estábamos esperando, que usted iba a ser

su padrino.

-Si me acuerdo Don Pedro, como voy a olvidarme de él.- Le

contesté muy avergonzado por no haber cumplido mi promesa.

-Mire Mi’jo, él es el maestro Lauro de quien tanto le hemos

hablado. –Se dirigió al recién llegado.

-Mucho gusto en conocerlo Profe, mis “jefes” me han contado

mucho de usted. Medió un abrazo que me sacó el aire y mis

huesos se desencajaron de su lugar.

-Pero no tiemble, que yo no mato gente que estimo y que mis

padres aprecian. –Me dijo esto porque notó un temblor de

manos y pies y el cascabeleo de mis dientes.

173

Page 174: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

-¿O tiene frío? –Y se quitó su chaqueta que llevaba puesta y

me la acomodó en los hombros.

- Gracias. – Le contesté un poco atolondrado. Los que llegarón

con él, se sentaron en el rincón de la rustica habitación, se les

notaba que venían bebiendo guarapo fermentado desde hacía

buen rato, porque se les veía su mirada vidriosa y el timbre de

sus voces distorsionado por los efectos del alcohol. José Raíl

comenzó hablarme y presumiendo delante de sus compañeros

de parranda, que él ya había recorrido medio mundo y conocía

muchos lugares sabía hacer muchas cosas. Siguieron bebiendo

unas cervezas de las que Don Pedro vendía en su tiendita. En

un momento que se retiró porque su madre le dijo que comiera

un poco de guisado de chancho, uno de los amigos que nunca

conocí sus nombres se dirigió a mí susurrando entre dientes y

sacando de uno de los bolsillos una navaja:

- ¿Qué maestro?, ¿Me lo “echo?”. ¿Quiere que le de “carne”?.

Yo lo calmé diciéndole que no había motivos, que se

tranquilizara, que él estaba en su casa y tenía derecho de decir

lo que él quisiera y le apremié:

-Tómate la cerveza que él te está convidando y debemos ser

agradecidos con su hospitalidad, tranquilo, no pasa nada, estate

tranquilo por amor a Dios. Fue en ese momento que José Raúl

soltó como reguero de vidrios la noticia de que en el “plan”

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Page 175: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

acababan de matar a un hombre en el baile, que lo había

asesinado el novio de la hija de Don Artemio González, la

misma muchacha que me había invitado a quedarme para

asistir con ella a la cumbiamba. En ese momento un sudor

helado recorrió mis sienes y por el canal de mi espina dorsal.

Comencé a experimentar la misma zozobra de cuando vivía en

esta comunidad, No lograba controlar el estado agitado de mi

psique y decidí tomarme mis tranquilizantes con una dosis más

alta de lo normal y ni así logré apaciguar mis nervios, mis

anfitriones lo notaron y traté de explicarles lo que sentía, me

tendieron un catrecito y me arroparon con unas mantas para el

frío y decidí dormir cuando empezara a surtir efecto el

medicamento que no restó el zarandeo que los fantasmas me

inflingían en mi conciencia, pero que como quiera que sea

empecé a sumergirme en un estado seráfico y empecé a ver con

los ojos de la mente en el mundo de las pesadillas. Miré que

era de día, y que José Raúl cruzaba el dintel de la puerta

llevando a un niño de la mano como de cinco años de edad y le

decía a su madre:

- Aquí le encargo a mi hijo madre, mi esposa, me abandonó y

yo no puedo cuidarlo, hágame el favor de criarlo y educarlo

como Dios manda. Y de pronto se desvaneció en el centro de

la habitación. Y mientras las quimeras de mis pesadillas no me

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Page 176: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

dejaban en paz, yo me revolvía en el camastro tratando de

quitarme del cuerpo miles de mosquitos rojos que chupaban mi

sangre con avidez, todo esto sucedía en mi sueño todavía, pero

lo miraba y sentía tan real que el pánico no se me apaciguaba.

Me quité la camisa y los pantalones y ví que estaba tachonado

de pies a cabeza de esos mosquitos hematófagos parecidos a

los que no me dejaron dormir bien la primera noche que pasé

en la troje de Don Artemio González y que vaciaban mi cuerpo

y chupaban hasta los huesos y mis entrañas. Yo sentía que

aquello no era bueno y podía sentir la presencia del maligno y

comencé a rezar a Dios para que me protegiera del tormento al

que me sometía el demonio. De pronto al terminar de rezar, los

mosquitos comenzaron aletear y remontaron el vuelo solo para

irse a posar en la espalda desnuda de Don pedro. En mi delirio

de mi pesadilla, yo seguía creyendo que el mal no se había

retirado, entonces miré al niño que José Raúl llevaba de la

mano y me decía para mis adentros: “Si tan solo pudiera yo

ponerme en mi pecho ese niño el mal tiene que irse y dejarnos

en paz”. Luego, sin poderme levantar de mi lecho de espanto,

agarré al niño y le dije:

-Ven hijo, acuéstate aquí conmigo para que se vaya el demonio

y lo agarré por la cintura, lo levanté en el aire y lo posé poco a

poco sobre de mi pecho desnudo. Mientras yo hacía esto el

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Page 177: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

niño se reía y al momento de colocármelo en mi dorso con sus

brazos extendidos en forma de cruz sobre los míos y sus pies

entrecruzados como un crucifijo, comencé a orar otra vez a

Dios, implorando que me dejara y expulsara al demonio que

me atormentaba. De pronto miré como se me abría el tórax

exponiendo toda mi asadura y sentí como el niño se hundía

dentro de mí y luego mi caja toráxica se cerró después que él se

acomodó a un lado de mi corazón. Esto fue algo que no

esperaba y no pude soportar porque consideré que lo que

experimentaba era una posesión; quise volver a concentrarme

para expulsarlo y grité:

- Ayúdame Dios mío a sacar a este niño y perdóname mis

faltas. Dije esto, cuando una voz procedente de un socavón me

apremiaba:

- Ya viene el carro de las cinco Maestro. ¿Se piensa ir en él?

¿Cómo se siente ahora?. Era la voz de Don Pedro que hizo

despertarme y al hacerlo sentí una paz interior y un alivio total

que le contesté:

- Gracias Don Pedro, ya me siento mejor, me pienso regresar

en el camión de las tres de la tarde. Y desde entonces siento

que traigo al niñito dentro de mí y él me protege de los peligros

y miedos irracionales y de las voces que oigo y que me

atormentan y que los demás no oyen, pero que desde entonces

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Page 178: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

no me dejan vivir en paz y me ayuda a luchar contra las

visiones y los miedos de mi Esquizofrenia Paranoide que me

diagnosticaron varios médicos psiquiatras.

Mi estancia en este lugar fue algo que no esperaba, me

prometí a mi mismo, que no regresaría nunca a este lugar.

Creía firmemente que en estas tierras había algo demoníaco o

de hechicería que no desea mi presencia, que se inquieta y que

me atormenta desde la primera vez que vine a vivir aquí; pero

que no logro saber que es y porque me causa daño. Estaba

cavilando en esto, cuando comencé a escuchar el ruido forzado

de un motor subiendo por la ladera de la montaña. Doña Rosy

me dijo que era el camión en el que regresaría. Me despedí de

ellos y quedó una interrogante en todos los presentes que yo

podía discernir en sus miradas y que fue Don Pedro el que

preguntó:

- ¿Cuando volveremos a verlo mi maestro?

- No lo sé Don Pedro, tal vez dentro de otros veinte años.

–Le respondí en tono de broma. El me contestó:

- Ya no me va a encontrar aquí para ese entonces Maestro.

Noté en su voz un poco de tristeza y me acerqué un poco más a

ellos, no abrazamos para demostrarnos el cariño que nos unía.

Noté que todos de alguna manera teníamos los ojos

humedecidos y fue Doña Rosy la que me volvió a dar un beso

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Page 179: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

en mi cuello, cuando nos separamos, noté en su mirada un

sentimiento más grande que el de dos amigos y eso me

estremeció. Quise rectificar la respuesta de mi regreso y les

dije:

- Procuraré regresar lo más pronto que pueda. Dije esto cuando

ya estaba sentado en el asiento del camión y extendí mi mano a

través de la ventanilla para decirles adiós.

Mientras el autobús hacía el trayecto de regreso, creí

escuchar unas voces cuchicheando por entre las copas de los

árboles algo ininteligible, que se fueron acercando poco a poco

hasta que las oí claramente en un sonido estereofónico un poco

arriba de mis occipitales de mi cabeza que me decían:

“No te atrevas a regresar, porque la próxima vez que lo hagas

no saldrás nunca de este lugar”. Me angustié tanto, pero oí

también la voz de “Juanito” pero no desde dentro de mí sino

que también fuera de mi cabeza y me dijo:

“No temas que yo te cuidaré”, Dijo esto y mis nervios se

tranquilizaron e hice todo el viaje de regreso sin ningún

sobresalto. Di gracias a Dios cuando llegué a mi casa. Pero yo

sentía que ya no era el mismo por dentro y por fuera. Por

dentro sentía la presencia del niño y por fuera mi rostro tenía

un aspecto de tierra agrietada como si la energía de muchos

soles la hubiera secado.

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Page 180: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

Capítulo treinta y dos

“La investigación”

La última vez que regresé a la Montaña, lo hice para

investigar a fondo el problema mental que me aquejaba,

consideraba que si llegaba a encontrar las circunstancias que

me llevaron a este estado de alucinación, podría resolver mi

problema. Porque me decía: Esto que me pasa es un problema

y yo soy especialista en resolver problemas y tengo que

encontrar la manera de encontrar la solución.

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Page 181: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

En el verano del 2003 me decidí regresar, “Juanito” me

advertía: “No vayas, mira que te vas a quedar atrapado para

siempre en la región embrujada”. Yo le contesté:

- Esta vez no te voy hacer caso Juanito, porque hasta a ti te voy

a expulsar de mí. Dije esto y sentí un estrujón en mi corazón

que hizo que me llevara mi mano al pecho porque sentí un

dolor intenso que me hizo sudar frío y el aire me faltaba, me

puse lívido y mis labios azulados. Y con la fuerza de carácter

que me caracterizaba le ordené:

- ¡Déjame escuincle maldito!. ¡Salte de mí!. ¡En el nombre del

Dios altísimo y nuestro Señor Jesucristo! ¡Yo te ordeno que

dejes este cuerpo que no te pertenece! – Tomé una navaja que

siempre estaba guardada en uno de los cajones del buró de la

recámara y corté mi pecho de arriba a bajo desde donde

empieza el esternón hasta el final del mismo. La sangre brotó

caliente y pegajosa y salpicó todo mi cuerpo y caí de rodillas

desfallecido, en el momento que mi esposa entraba en la

recamar y espantada por la escena soltó un grito desgarrador y

salió a la calle corriendo como una loca mas para pedir ayuda a

los vecinos. Que inmediatamente me trasladaron a una clínica

en donde me atendieron y cerraron mi pecho con suturas sin

haberme anestesiado. Al lado de la camilla se encontraba

“Juanito” espantado por lo que hice. Lo miré alejarse rumbo a

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Page 182: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

la puerta del quirófano llorando con el característico llanto de

los niños. Todo esto ocurrió cuatro días después que yo había

dejado de tomar mis medicamentos, dispuesto a auto sanarme,

pero lo que logré fue cruzar el umbral que divide la realidad de

lo imaginario. Veinte días después, aparecí sin previo aviso en

la casa de Don Pedro. Y sin recordar como llegué hasta la

montaña. Entré sigilosamente tratando de que no se dieran

cuenta de mi presencia, y me senté en una silla del comedor de

la cocina como idiotizado. Allí estaba Doña Rosy. Al verme,

ella se espantó y del susto provocó que volteara el sartén en el

fuego con lo que estaba preparando para la comida y una

llamarada se levantó por la chimenea cuando el aceite hizo

contacto con la flama y ella botó el sartén y dio un salto atrás

para no quemarse. Fuera de sí exclamó:

- ¡Maestro!, ¿Cómo es que usted ha venido a parar aquí?

- No sé, solo sé que aquí estoy. – Le contesté fríamente.

- Usted perdone, ¿Quiere que le prepare algo para comer? Le

dije que si, que me gustaría comer lo mismo que me había

ofrecido en las veces que me invitaban a cenar cuando yo vivía

aquí. Luego la noté un tanto alterada que no se dio cuenta que

la olla de frijoles había hervido hasta que quedaron secos y el

olor a chamusquina se había impregnado en toda la casa.

Mientras ella preparaba los alimentos no nos dirigimos la

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Page 183: "La Montaña" Historia de un Maestro Rural

palabra. Fue en ese momento que miré detrás de la puerta de la

cocina un santuario con cuatro candelas encendidas y mi

fotografía en medio sobre un pañuelo blanco que ya estaba

percudido por la manipulación de tantos años. Era el mismo

pañuelo que la novia de mi juventud me regaló el día que

cumplí los dieciocho años y que yo pensaba que se me había

perdido en una de mis borracheras y era que ella se quedó con

él en una de las veces que se ofreció lavar mi ropa. Estábamos

solos en ese momento. Me incorporé de la silla como un

endemoniado con la bilis derramada por los demonios de mi

psique, pero conteniendo mis impulsos la sujeté por detrás,

apretando suavemente con mi mano derecha su garganta y con

la izquierda le arranqué las pantaletas invisibles que yo sabía

que nunca se cambiaba. Porque desde los primeros días que

familiaricé con ella me di cuenta que no llevaba puesto nada

por debajo de la falda y que un día comprobé cuando estaba

moliendo el nixtamal en el metate y llevaba puesta una falda

corta con botones por el frente, estaban tan separados uno del

otro que logré ver entre los que estaban frente a su intimidad el

interior de sus muslos y su sexo enmarañado despidiendo un

olor íntimo que me provocaba un temblor de piernas y un

endurecimiento de mis tripas a punto de reventarse. Deslice

mis dedos por en medio de su intimidad y sentí el

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estremecimiento de todo su cuerpo como una gelatina y solo

pudo expulsar de su boca un chillido de gata en celo por el

desgarramiento en su interior en el momento que mi eje la

había penetrado sin darle tiempo de dar marcha atrás, porque

estaba unida a mí desde la primera vez que nos presentó Don

Pedro, pero que yo nunca tuve el valor de prenderla como lo

hice en esta ocasión sin darle tiempo a nada.

-¡Esto es lo que habías deseado siempre!. ¿Verdad Rosy? Le

pregunté susurrándole al oído y diciéndole todas las porquerías

que se me ocurrieron y que ella las repetía aceptando que sí,

que sí; que ella era eso y lo otro y todo lo que yo le

murmuraba. Ella hizo una pausa y su mirada la fijó en la mía y

dijo con voz susurrante:

-¡Si!. Esto es lo que he deseado siempre. – Me confirmó. Así

estuvimos toda la tarde retozando en el camastro. Cuando

terminamos de mezclar nuestros líquidos no sé cuantas veces,

me senté en la orilla de la cama. Prendí un cigarrillo y aspiré el

humo mezclado con la humedad de nuestros cuerpos desnudos.

Mientras contemplaba su cuerpo explayado sobre las sábanas

blancas del lecho conyugal. “Las voces me ordenaron algo que

me causó euforia”. Ella estaba dormida. No me sintió cuando

me incorporé. Me vestí y Fui hasta la cocina donde guardaba el

petróleo para encender el fuego de la chimenea lo esparcí en

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todos los muebles, las cortinas y todo lo que fuera inflamable

y por último la bañé a ella y empapé su cama. Cuando el olor

del combustible la hizo que se despertara, la casa ya se estaba

incendiando por completo y junto con ella se evaporó en pocos

minutos lanzando gritos desgarradores e hicieron que los

vecinos llegaran a tratar de apagar el infierno en el que se

convirtió la choza.

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Muchos años después, mientras estaba en el hospital

psiquiátrico de la ciudad de Tampico. Llegó un hombre bien

vestido. Yo estaba sentado en una de las bancas del jardín, con

mi bata blanca y con la mirada extraviada en un punto muerto

del corredor de las rosas del hospital. No le presté atención a su

presencia. Me miró fijamente unos instantes y me preguntó:

- Porque estás tú aquí. - Yo le contesté secamente:

-No sé. ¿Y tú? ¿Qué es lo que haces aquí?

- Y solo vengo de visita. - Objetó

- ¡Ah! ¡Entonces tú eres uno de los locos que viven del otro

lado de mi barda. ¿Verdad?. Me abalancé sobre de él tratando

de estrangular su cuello y unos hombres vestidos de blanco me

condujeron con camisas de fuerzas hacia el cuarto acolchonado

del que no saldría hasta una fresca mañana de marzo en que las

voces y los fantasmas endemoniados me dijeron: “Ya no nos

sirves de nada. Nos veremos en la muerte de la otra muerte

que está dentro de la misma muerte. Y entonces atrapé a las

voces que todo el tiempo me atormentaron. Me las tragué y

cerré mi boca y mis intestinos para siempre para que nunca

más se escaparan. Observé desde arriba de la habitación donde

me encontraba fluctuando cual globo furtivo con sentimientos

encontrados de tristeza y alegría cuando sacaban del cuarto

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acolchonado la camilla con mi cuerpo inerte del maestro rural,

cubierto con una sábana blanca hasta la cabeza y con los pies

descubiertos por delante. Nadie conocido fue a mi entierro.

Morí solo como yo había deseado siempre. Pues yo le rogaba a

Dios todos los días: “Déjame morir solo Dios mío. No quiero

que nadie llore en mi funeral. Prefiero morir lejos de los que

me amaron y que se escuchen las canciones de los Beatles:

“Here come the sun” y “Golden Slumbers”. ¡Y las escuché!. Sí,

las alcancé a escuchar. Pues un enfermero que me había

demostrado su aprecio y su lástima mientras estuve encerrado

en el hospital, le hice prometer, que cuando ya partiera para

siempre, me hiciera la caridad de reproducirlas en una vieja y

desarticulada grabadora que yo guardaba debajo del camastro

donde yo no dormía y solo soñaba y hablaba despierto los

mismos sueños y los mismos monólogos todos los días y todas

las noches que pasé en el psiquiátrico. Las escuché completas

mientras el rústico féretro que guardaba mi cuerpo iba

descendiendo al hoyo que había en la tierra húmeda; porque

toda la mañana había caído una cellisca pertinaz que no dejo de

escampar hasta que sepultaron mi cuerpo en la tierra que nadie

me prometió, y que sí me la dieron sin condiciones y alguien

que nunca supe quién, me dedicó por última vez la canción

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“Lloviendo está” Y di gracias a Dios y me dije: “Nada es para

siempre”.

Fin.

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