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La misión del Programa de Política Internacional es contribuir a la comprensión de los principales asuntos mundiales contemporáneos con una visión geoestratégica sobre problemas globales y de algunas regiones específicas que, por su complejidad o dinamismo, requieren de un seguimiento y análisis especial. El Programa proporciona herramientas de análisis e interpretación de los hechos de carácter global, con un enfoque multidisciplinario orientado a producir conocimiento sobre problemas globales.

Resumen ejecutivo:

La situación política en Oriente Medio continúa inestable y la violencia sectaria no remite. Siria e Irak siguen siendo los dos principales focos de tensión en la región y es allí donde está puesta la mirada de la comunidad internacional. Principalmente por dos motivos poderosos: el combate al terrorismo del grupo yihadista Daesh o Estado Islámico (ISIS) y la guerra en Siria. Sin embargo, Yemen, el país más pobre del bloque de naciones árabes, 22 países que integran la Liga de Estados Árabe con sede en Egipto, vive desde marzo del 2015 una cruel guerra que se ha cobrado la vida de más de 12.000 civiles y

donde se ha desatado un brote de cólera que sumado a la hambruna e insuficiencia alimentaria que padecen más de 17 millones de yemeníes, está diezmando a la población ante una indiferencia incomprensible de la comunidad internacional.

La llegada de un nuevo Presidente, Donald Trump, a la Casa Blanca a principios de este año, si bien no ha supuesto un giro de 180° en la política exterior estadounidense para dicha región, permite afirmar, transcurrido un semestre, que Estados Unidos no formulará una estrategia nueva para poner fin al conflicto de Siria. Por el contrario, el Presidente Trump ha dado muestras suficientes de querer acordar con Rusia una salida consensuada entre las dos potencias, desmarcándose así de la dinámica y pautas seguidas por su antecesor en el cargo, Barak Obama. A las declaraciones del Secretario de Estado, Rex Tillerson y de la Embajadora estadounidense ante Naciones Unidas, Nicky Haley de que no es una prioridad para su gobierno derrocar a Bashar Al Asad en Siria se suma la reciente decisión del Presidente Trump de cerrar el programa de la CIA para Siria–cuyo cuartel general está en Amman, capital de Jordania,- que concedía ayuda operativa (armas) y asesoría militar a facciones rebeldes sirias.

Si bien el apoyo que la Administración Obama brindó desde 2011-2016 a los rebeldes y

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opositores sirios nunca fue suficiente para que estos pudieran derrocar al gobierno y las fuerzas regulares sirias, sí les permitió continuar una guerra de desgaste contra el régimen Al Asad y los grupos de milicianos islamistas que han secuestrado la revolución en Siria.

Trump ha declarado en numerosas ocasiones desde que asumió la jefatura de Estado que su prioridad es el combate al terrorismo del grupo islamista Daesh (por su acrónimo en árabe) y así lo dejó claro ante una cincuentena de líderes políticos y gobernantes del mundo musulmán en su primer gira por el exterior en la que recaló primero en el reino de Arabia Saudí, seguido de Israel y el Vaticano.

Dicha visita fue interpretada por las monarquías árabes suníes como un apoyo tácito y rotundo a su política regional y tanto Arabia Saudí como Emiratos Árabes Unidos dan muestras de haber superado las rispideces y tensiones que mantuvieron con la Casa Blanca, en especial hacia el final del segundo mandato del Presidente Obama, más proclive al diálogo y la negociación con su adversario en la región del Golfo Pérsico, Irán que el actual Presidente Trump.

Esta renovada sintonía con Estados Unidos puede haber sido el factor clave que motivó la arremetida de estos dos países (Arabia Saudí y EAU) que sumaron a otros como Egipto y Yemen (devastado por la guerra y sin capacidad de ejecutar

su propia política exterior) en una presión y embargo comercial sin precedentes contra su socio en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) Qatar desde el pasado 5 de junio.

El Emirato de Qatar es un estado pequeño de apenas 11.500 km2 con una población estimada de algo más de 2.4 millones de habitantes, de los que sólo el 10% son qataríes y el restante 90% se distribuyen entre un 30% árabes, 20% de indios, 13% nepalíes, 10% filipinos, 7% de pakistaníes, 5% de Sri Lanka, 5% europeos y norteamericanos y el resto de otras nacionalidades, fundamentalmente asiáticas. A pesar de su tamaño Qatar es el país con mayor PIB per capita (112.000 US dólares, el doble que Estados Unidos o Alemania).

Arabia saudí y sus socios en esta cruzada contra Qatar acusan a su hermano menor en la Península arábiga de financiar y apoyar el terrorismo de base islamista, una acusación que es rechazada tajantemente por las autoridades qataríes que se niegan a cumplir con la lista de demandas confeccionada por esta alianza capitaneada por los saudíes, por entender que se trata de una injerencia inadmisible en su soberanía.

En ese sentido cabe señalar que a las declaraciones sorprendentes del Presidente Trump, aplaudiendo el embargo comercial y boicot a Qatar, nada más iniciarse esta nueva crisis en Medio Oriente, siguieron otras

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más moderadas de fuentes oficiales del Pentágono y de parte del propio Secretario de Estado Tillerson. Y es que Estados Unidos mantiene 11.000 efectivos militares desplegados en territorio qatarí, la mayor base aérea militar estadounidense en la región..

Hasta el momento Kuwait continúa apostando al diálogo y busca rebajar las tensiones en el seno del CCG junto con líderes extranjeros como Putin o el Presidente Erdogan de Turquía que han abogado a favor de la negociación para salir de una crisis que amenaza con desestabilizar aún más una región plagada de conflictos. Desde 2014 hasta la fecha el 60% de las víctimas mortales de todos los conflictos bélicos a nivel mundial se registra en Medio Oriente.

Entretanto, Turquía recordó el pasado 15 de julio el fallido golpe de Estado que significó la mayor purga llevada a cabo por un gobierno turco en tiempos contemporáneos y que en los hechos ha puesto entre rejas a más de 166 trabajadores de los medios de comunicación, ha destituido a más de 160.000 funcionarios públicos entre militares, maestros, profesores, médicos, enfermeros y otras profesiones en una deriva autoritaria del Presidente Erdogan que busca concretar su sueño neo-otomano. Para ello el movimiento que encabeza el clérigo musulmán suní Fetulá Gulen, exiliado en Estados Unidos (FETO por sus siglas en inglés) es el nuevo chivo expiatorio de la política

doméstica turca. Turquía vive así pues momentos aciagos. Existe un déficit democrático que preocupa a la OSCE y las principales naciones europeas que no aceptan el creciente autoritarismo de Erdogan, quien con el referéndum del pasado mes de abril acumula aún más poderes; abolió el cargo de Primer Ministro y concentra así los dos poderes, la jefatura de Estado y de Gobierno. Además, el poder judicial ya no es independiente.

A continuación encontrarán una serie de notas que aluden a estas situaciones y tensiones, la mayoría de las cuales fueron publicadas en el diario El Observador durante el primer semestre del año. Su lectura en orden cronológico (de hecho los tiempos verbales dan una pista e cuando fueron publicadas) permite entender algunas de las claves que facilitan la comprensión de eventos que siguen marcando el rumbo de la política internacional y que afectan más allá de la región de Oriente Medio.

¡Gracias! Mag. Susana Mangana.

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Primeros escenarios internacionales de la

Administración Trump.

Polémica e incertidumbre definen la tónica de su gobierno

Nada más transcurrir un mes de gobierno del Presidente Donald Trump, el planeta entero pudo atisbar los primeros indicios de lo que será la tónica en su política exterior: polémica e incertidumbre. Son reiteradas las ocasiones en las que incurrió en desaciertos tanto con periodistas estadounidenses, dirigentes extranjeros como oficiales de su país de distintos ámbitos, desde el legal hasta el de seguridad.

En materia de relaciones diplomáticas con el exterior, aún con matices según el lugar de residencia o el color político de cada analista

que desmenuza las decisiones y gestos de Trump, hay cuatro frentes que revisten especial peligro por las implicancias que tendría romper los ya frágiles equilibrios. Sin minimizar la gravedad de las tensiones con su vecino México y la incertidumbre que ello genera en toda Latinoamérica, entendemos que el estilo confrontativo de un Trump, más preocupado por devolver grandeza económica a sus ciudadanos que por resolver crisis en el exterior, genera controversia en los siguientes frentes: Irán, Rusia, Palestina/Israel y el combate al terrorismo de base islamista.

Renueva tensiones con Irán

Las relaciones con la República islámica de Irán se tensaron de nuevo tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, quien no ha dejado de reiterar por voz propia o de sus voceros que “nunca permitirá que Irán posea armas nucleares”. Si bien este endurecimiento, en el plano discursivo por ahora, hacia las autoridades iraníes aplaca ánimos y causa buena impresión a sus socios en Oriente Medio, principalmente el gobierno de Israel y las monarquías árabes del Golfo Pérsico, provoca desazón en aquellas cancillerías y gabinetes de analistas que hace tiempo entendieron que Irán es una pieza clave del tablero geopolítico de dicha región.

Existen numerosos argumentos tanto para conformar a quienes presentan a Irán como el origen de los conflictos con el mundo islámico como para aquellos que refutando

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esta tesis sostienen que hasta ahora ningún ciudadano iraní ha participado de atentados terroristas contra Estados Unidos. De hecho se cuestiona por qué Trump no incluyó en su veto migratorio a ciudadanos provenientes de otros países de mayoría musulmana con nulo bagaje democrático y cuyo sistema político, social y educativo sigue anclado en una lectura rigorista del Islam, la misma que condena la decadencia de la cultura y sociedad occidental.

Soplan vientos huracanados entre Washington y Teherán. No debiéramos olvidar que previo a una guerra hay un trabajo de concientización y preparación sicológica que Estados Unidos ya ha empleado en Irak o Afganistán; demonizar al país que luego se invade o se ataca no es ni novedoso ni descabellado. Trump parece inclinado a mantener a Irán en la lista de países que comportan amenazas para Estados Unidos, pero ¿es esta estrategia inteligente y efectiva en estos momentos?

¿Reconoce el Presidente Trump que Irán es un actor relevante en el enfrentamiento solapado entre suníes y chiíes que embreta a varios países árabes y musulmanes?

Simplificar y hacer tabla rasa no suelen ser buenas tácticas ante problemas que entrañan numerosas complejidades. Tan acostumbrados estamos al término Irán en los medios que olvidamos que el gobierno no siempre actúa igual a

como siente la nación. Una buena medida para disipar negros nubarrones que se perfilan sobre el país persa sería que intelectuales y otros con conocimiento sobre la política y sociedad iraní comiencen a distinguir y enfocar el análisis de forma tal que Trump y sus asesores comprendan que no es negando la pluralidad política y la existencia de una oposición que lucha a diario contra la mordaza y férreo control que le imponen los Guardianes de la Revolución que se concretará un cambio de régimen en Irán. La comunidad iraní exiliada en Estados Unidos desde la revolución liderada por el Ayatolá Jomeini, ha cabildeado por la caída del régimen y continúa financiando acciones de sabotaje a las autoridades actuales de su país, aduciendo para ello diferencias irreconciliables. No obstante, es momento de comprender que una nueva guerra, por más breve y certera que pudiese ser -nunca lo son- en Oriente Medio golpearía injustamente a una nación, vale decir al pueblo, más que a sus líderes. Así ha sido y continúa siendo en Irak, Afganistán por no mencionar Siria y Yemen, estos dos últimos escenario de despiadados enfrentamientos entre gobiernos más o menos legítimos, milicias autóctonas y otras extranjeras que responden a una agenda de intereses que no contempla el daño y horror al que condenan a diario a pueblos cuya voz hace rato que nadie escucha.

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La comunidad iraní de Estados Unidos debiera evaluar los riesgos e impacto dañino que una campaña bélica en su país de origen acarrearía para sus conciudadanos y apostar por otras vías de reivindicación.

El frente con Rusia

En el capítulo de las relaciones con Rusia, Trump incurre en incoherencias. Mientras que prodiga gestos amables y de afinidad política con Putin, lo que disparó los rumores de un idílico acercamiento tras la salida de Obama, sufre las primeras discrepancias por temas mal resueltos como la anexión rusa de Crimea y las renovadas tensiones y enfrentamientos diplomáticos con Ucrania por la situación crítica en la región independentista pro rusa del Donbáss, importante cuenca carbonera densamente industrializada. Putin es ingenioso y audaz y no se amilana por declaraciones rotundas como las que acostumbra efectuar Trump, poco afecto al lenguaje políticamente correcto. Consultado por la anexión de Crimea respondió que Rusia no discute sus asuntos internos con delegados extranjeros y además recordó el pésimo antecedente que sentó el ex Presidente Bush con su invasión, sin el aval de ONU, a Irak en 2003. Basándose en este argumento Putin aduce reconocer los esfuerzos independentistas de Lugansk y Donetsk ya que el gobierno de Kiev ha perdido legitimidad, como lo

hicieron Sadam Hussein de Irak o Muamar Gadafi de Libia.

Desafiando a un Trump novato en estas lides y a una Unión Europea debilitada y pendiente del proceso del Brexit, Putin afianzó las pretensiones secesionistas de los pro-rusos, firmando el pasado 18 de febrero una orden ejecutiva autorizando el reconocimiento oficial de toda la documentación que estas dos zonas independentistas del este de Ucrania emitan; desde partidas de nacimiento hasta pasaportes.

Es urgente que Trump acuerde con Putin cuestiones importantes. La guerra en Siria continúa más allá del silencio y apatía que muchos medios dedican a semejante drama humanitario. No es desatinado aseverar que ante la indiferencia de Trump, las negociaciones para encontrar una salida al conflicto que mantiene embretados a grupos muy disímiles, además del clan Asad atornillado al poder con el respaldo de Rusia, Putin ignora, una vez más, a Estados Unidos en este asunto, y traslada el centro logístico de resolución del conflicto a Kazajistán, país bajo su órbita, e invita a Turquía e Irán como sus socios en la negociación.

Europa observa preocupada las intenciones anexionistas de Rusia en Georgia y otros países otrora esfera de la acción rusa, en especial los de Europa del Este que aún recuerdan los años de hierro bajo el régimen soviético y permanecen alerta.

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En ese sentido, los ataques de Trump a la OTAN socavan su cohesión y fuerza como institución, y constituyen un desatino que incomoda y disgusta a sus socios europeos. Trump no parece preocupado por mejorar su relación con Europa, a la que ha dado muestras de despreciar por su supuesta debilidad y excesiva inclinación a ceder en cuestiones tales como la crisis de refugiados o el combate al islamismo radical. No obstante, este tipo de arrogancias son peligrosas en procura de un orden internacional basado en la búsqueda y sostenimiento de la paz.

Una cosa es enfrentarse diplomática y comercialmente a un gigante económico como China, que sin estridencias ha ido robando cuota de mercado a Estados Unidos y ha inundado sus universidades e institutos de enseñanza con estudiantes y no efectivos militares y otra bien diferente es desairar constantemente a los socios europeos, sin olvidar a Canadá o Australia, naciones que también terminan pagando la factura de las campañas bélicas norteamericanas, en especial en Medio Oriente.

Trump comienza a ser predecible. Forzará a compañías y multinacionales estadounidenses a recuperar puestos de trabajo en su país, exigirá concesiones o pagos en especie a países que, según su criterio, abusan de la magnanimidad de Estados Unidos que los defiende de vecinos belicosos, por ejemplo Japón o Corea del Sur.

Es necesario que aquellos intelectuales, políticos y una lista sin fin de entusiastas que bregaron en su momento por la expansión del proceso que conocemos como globalización vuelvan a escena y le recuerden al Presidente Trump como la mundialización, además de su superioridad tecnológica y militar, hizo grande a “América” gracias a las ventajas – y capitulaciones- que otras naciones ofrecieron al suyo.

Trump y el conflicto palestino-israelí

Siguiendo con relaciones de empatía, llegamos a la reunión del pasado 15 de febrero entre Trump y Benjamín Netanyahu, Primer Ministro israelí, otro hombre de línea dura. Si bien en los hechos nada cambia sustancialmente para los palestinos y su causa, alcanzar un Estado soberano e independiente, en la esfera diplomática y de relaciones internacionales los símbolos cuentan y mucho. Trump no se compromete con ninguna opción manejada hasta ahora para el conflicto palestino-israelí. El tono displicente hacia un debate tan peliagudo como la creación de dos Estados o la inclusión de todos y cada uno de los palestinos, incluidos los militantes de Hamas en un solo Estado, demuestra su falta de implicación con este conflicto que sigue dividiendo la escena árabe, mientras nutre el ideario de varios gobiernos de países de mayoría musulmana y de

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agrupaciones radicales que utilizan de manera oportunista dicha causa.

En los hechos, el gobierno de Israel no oculta hoy su satisfacción por la llegada de Trump a la Casa Blanca ya que otorga un clima favorable para continuar con el actual status quo: ni la solución de un Estado es realizable, ni la de dos Estados sigue siendo viable, entre otras razones porque no existe continuidad geográfica en los territorios que pertenecerían a una futura Palestina y éstos se reducen a diario. Por tanto, se mantiene el siempre ríspido clima de amenaza latente para la sociedad israelí que habilita al Ejecutivo liderado por Netanyahu a seguir con la política de cero concesiones a los palestinos. Continúa la construcción de viviendas israelíes en territorios de Cisjordania y la confiscación de tierras y demoliciones a palestinos, incluidas comunidades enteras de beduinos.

Por si fuera poco, la voluntad expresada por Trump de trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén pone en guardia a muchos países dentro y fuera de la región, que temen una escalada de violencia. Aseguran que dicho traslado daría rienda suelta a grupos radicales en Palestina y otros puntos de la geografía musulmana al interpretar que tamaña decisión significaría negar a los palestinos su reivindicación histórica de establecer su capital en Jerusalén este.

El cuarto frente: el combate al terrorismo de base islamista

La persecución y eliminación de militantes y pseudo-líderes de Al Qaeda continúa en Yemen, Libia y Somalia dieciséis años después del fatídico 11-S. Y es que extirpar el germen del terrorismo ideológico requiere una estrategia multidimensional. Es una guerra asimétrica. Los grupos radicales en el seno del Islam no suponen, en el plano táctico y de armamento, una amenaza para el gigante militar estadounidense pero sí en lo que refiere a la batalla sicológica.

Al Qaeda como Daesh (Estado Islámico por sus siglas en inglés) proliferan todavía gracias a la inestabilidad económica, política y la frustración social que debilita sociedades donde se han probado recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) a la par que sistemas de gobierno que han sido incapaces de resolver problemas estructurales de sus sociedades, sin rendir cuentas al pueblo y condenando a las generaciones jóvenes a la trampa de la educación sin inserción laboral y condiciones de vida dignas.

El combate al terrorismo islamista exige reconocer errores propios además de ajenos. Si Trump y sus socios europeos y de otras potencias desarrolladas continúan apoyando a líderes del mundo musulmán que no se avienen a responder a los reclamos de sus sociedades pero que en cambio preservan los intereses comerciales

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u otros de Occidente, no servirá de mucho bombardear Mosul o Alepo. La erradicación de todo tipo de ideología extremista supone trabajar con las comunidades musulmanas asentadas en Estados Unidos y en Europa. No es negándoles el permiso de residencia o visado de entrada que se aleja el peligro sino educando en la tolerancia y el respeto al diferente. Se trata de construir otra imagen del “otro”. No desde la estigmatización ni tampoco desde el paternalismo. Esto parece, por ahora, misión imposible en la era que inicia Trump.

Daesh no podrá proclamar su proto-Estado islámico y deberá replegarse a zonas rurales y actuar de manera diferente. No obstante el daño ya está hecho. Se ha convertido en una marca exitosa que seguirá activa en el mundo digital. Es importante estabilizar aquellas regiones donde la fragilidad de las instituciones o las luchas intestinas por el poder entre suníes y chiíes otorgan un campo fértil para estos artífices del horror. Así como la muerte de Bin Laden no significó el fin de Al Qaeda o del terrorismo islamista, tampoco lo hará el repliegue de Daesh. Para evitar que prolifere su mensaje es necesario atacar las causas de los conflictos que aquejan a países como Somalia o Sudán del Sur hoy castigados por la hambruna. No obstante el peso económico y el desgaste de mantener una guerra en Yemen están siendo onerosos para las arcas saudíes, un país aliado de Estados Unidos.

El yihadismo seguirá siendo una amenaza para Estados Unidos, el gran Satán, como se lo describe en los panfletos de grupos integristas, en tanto en cuanto continúen los conflictos bélicos e inequidades sociales y económicas que afligen a países como Egipto, Siria o Túnez. En todos ellos al igual que en otros más opulentos, el déficit democrático y de apertura a la renovación política es igual de grave.

En conclusión, el PresidenteTrump está configurando el fin de la concepción geopolítica existente durante la guerra fría y reinstala el interés económico y comercial como prioritario a la hora de diseñar sus políticas exteriores. Está por verse si apostará a la retracción norteamericana de Europa y Oriente Medio o si por el contrario la agresividad que manifiesta en sus políticas exteriores será directamente proporcional al déficit del saldo comercial registrado con los países con que intercambia bienes y servicios.

¿Se puede prevenir el yihadismo?

París, Bruselas o Madrid. Cualquier ciudad europea puede ser, de hecho lo es, escenario de la tragedia. El atentado perpetrado la semana pasada frente al Parlamento londinense, supuestamente por otro acólito de Daesh, embelesado con la propaganda surrealista del grupo terrorista del momento acaparó al

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instante la atención mundial. Es lógico que sea así. Uno piensa en Londres y evoca conciertos, parques, galerías de arte y una larga lista de lugares que no reflejan violencia alguna. Ahí radica el factor sorpresa que controlan tan bien los grupos terroristas de extracción islamista. Pero ¿acaso es posible prevenir un ataque de este tipo? La respuesta es fácil, aunque incómoda. No lo es. No hay manera de saber cuándo podemos ser embestidos, acuchillados o asaltados por más efectivos policiales que patrullen las calles céntricas o por más bases de datos que registren sospechosos de radicalismo.

A riesgo de sonar drástica, no se puede vivir con miedo permanentemente, resta nuestra calidad de vida. Hay que aceptar que no podremos evitar nuevos atentados, más o menos espectaculares pero habrá otros atropellos a la libertad que hemos conquistado, no sin esfuerzo, en Europa, Norteamérica y otras sociedades tildadas de occidentales.

Mientras nos adaptamos a esta cruda realidad podemos reflexionar sobre nuestro dolor y las reacciones a cada atentado realizado en suelo europeo. Es un espanto atacar transeúntes inocentes en un mercado navideño berlinés. ¿No lo es matar amas de casa en una feria de verduras en Irak? Es triste enterrar una hija lejos de tu aldea natal en Galicia, la mujer asesinada

en Londres era originaria de Betanzos, Coruña. ¿No es una tragedia enterrar niños fallecidos en una playa mediterránea tras naufragar escapando de la guerra en Siria?

Maldita la hora en que la pareja rumana decidió encontrarse en Londres. Y maldita sea la decisión de disparar contra refugiados somalíes a bordo de un barco yemení. Los medios informan y escogen aquello que saben atraerá la mayor cantidad de usuarios. El morbo, la emotividad efímera nos mueve a solidarizarnos de manera instantánea y natural con las víctimas de Londres, 4 muertos y 40 heridos, pero no reparamos en los 11 niños asesinados en un hospital sirio el mismo día. Es comprensible, hasta cierto punto. No nos interpela de la misma forma un ataque llevado a cabo en nuestro vecindario o entorno cultural que el que se produce en países remotos, algunos desconocidos si no hubiere un conflicto y a los que ya hemos condenado como lugares insalubres. De allí no puede surgir nada bueno y además es improbable que alguna vez los visitemos. Por ello nuestra conciencia los destierra al olvido.

Cada vez que se produce un atentado con el sello islamista afloran opiniones más o menos sesudas que intentan explicar, sin justificar, la barbarie. Recordar los años bajo dominación colonial europea de países que todavía se debaten en torno a la creación de

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un Estado nación sólido no resuelve el problema de la prevención. Como tampoco lo hace la explicación filo islamista de recordar pasajes de la Biblia que incitan a la violencia, en un intento por disculpar al Corán y las sagradas escrituras del Islam. Defender el multiculturalismo y el respeto a los derechos de todos los humanos, no debiera ser impedimento para denunciar que los países de mayoría musulmana, aproximadamente 54, necesitan rever su estrategia de combate al radicalismo. Es exasperante para los musulmanes residentes en nuestras sociedades europeas, canadiense o estadounidense, tener que disculparse cada vez que un loco atribulado interpreta la doctrina islámica a su antojo. Pero ello no disimula el hecho de que (casi) ningún otro grupo de fieles se arroga el derecho de ejecutar actos de terror en nombre de su dios.

Hasta ahora los gobiernos de países donde la hidra del terrorismo se cebó contra los infieles o los no tan creyentes, caso de Egipto, Arabia Saudí o Jordania, por citar algunos, reaccionaron en el plano de la persecución y hostigamiento a la ideología salafista integrista. Si bien ello puede haber abortado algunos ataques, como también coadyuvó que en Europa se intensificaron los operativos de seguimiento a potenciales yihadistas, lo cual redundó en el desmantelamiento precoz de atentados, no ha eliminado la amenaza. Y es que para ello, guste o no, es necesario profundizar más

en la revisión de los textos sagrados permitiendo la interpretación o ijtihad que algunas escuelas de jurisprudencia islámica niegan para que de esa manera el Islam otorgue al fiel la flexibilidad necesaria para cumplir con su fe sin culpas que puedan ser manipuladas por los estrategas del yihadismo.

Millones de musulmanes desperdigados por la geografía de Occidente practican su fe sin ningún atisbo de la demagogia pseudo-religiosa a la que propenden los grupos radicales del Islam. Luego es importante recordar que por más aterrador que resulten los ataques yihadistas, la inmensa mayoría de musulmanes radicados en suelo occidental no adhiere a esta deriva terrorista. No obstante, la observancia diaria de la fe a la que se debe el musulmán y la no división de poderes que persiste en la sociedad musulmana tornan difícil exigirle desterrar el Corán como su libro de cabecera. Antes que las leyes del Estado están las leyes dictadas por Alá y para aquellos que ya se decantaron por la religión como fórmula mágica para paliar otras carencias y fracasos, respetar e implementar los versículos sagrados son un aliciente y una guía para alcanzar la redención. Esto lo saben los cerebros del yihadismo internacional que explotan certeramente las debilidades de conversos y otros que no siéndolo sienten que el Islam es la única opción en su atribulado camino.

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Por ello, no hay explicación lógica al atentado de Londres. Como no hay solución mágica. Veamos. Condenar machaconamente a la coalición de países que siguen interviniendo en Oriente Medio, aunque justificado, disculpa en parte los atentados, al disfrazar los motivos por los que se ataca y esto a su vez, fomenta el rechazo al musulmán. Cuestionar un posible cambio de estrategia de los radicales en base a la edad más madura del atacante, 52 años, resulta un ejercicio estéril. ¿Acaso existe una edad ideal para el suicidio? Poner la otra mejilla y repetir “la vida continúa” o “juntos venceremos”, aunque gratificante por su sentido humanístico, irrita a quienes sienten que se es complaciente con el Islam y alimenta los discursos xenófobos populistas que han reverdecido en sociedades de avanzada. De una forma u otra se sigue alimentando la brecha entre “nosotros” y “ellos”.

Por tanto, es urgente plantear una nueva planificación de la estrategia de combate al radicalismo en todos los niveles de la sociedad. Los políticos y gobiernos que nos dirigen, lejos de ser condescendientes con los países de mayoría musulmana deben exigir avances concretos en materias que hacen a la esencia del problema. La educación religiosa que se sigue en Marruecos o Arabia Saudí debe contemplar otro horizonte que no signifique la implementación a pies juntillas de la doctrina y que permita al educando preguntarse por el

sentido de lo religioso en este mundo del siglo XXI, no para alejarse de su fe sino para vivirla sin las tensiones que atenazan a millones de musulmanes en el mundo. Y para no ser injustos con el Islam, son las mismas tensiones que viven otras expresiones de fe que limitan fuertemente el libre albedrío o incluso la capacidad de razonar de sus fieles. En efecto, si el mismo Dios de judíos, cristianos y musulmanes es comprensivo y compasivo, esta posibilidad ha de ser contemplada.

A nivel de la ciudadanía en las sociedades amenazadas, no podremos terminar con la espiral de violencia que asola Irak o Afganistán. Pero sí corregir nuestra actitud y empezar por solidarizarnos también con las víctimas de la barbarie que significa el binomio: radicalización religiosa y codicia geopolítica. Si el Islam radical es hoy una amenaza se lo debe en buena medida a las ansias de poder y riqueza de una lista de potencias que hoy necesitan redefinir su estrategia a la par que lloran sus muertos. Tanto Gran Bretaña como Francia o Estados Unidos integran esa lista. Es imperativo entonces terminar con las guerras en Siria o Yemen y las situaciones de injusticia que viven pueblos desheredados como kurdos, saharauis o palestinos. No es éste un brindis al sol sino la constatación de que la frase, tantas veces repetida, que erradicar el radicalismo es tarea de todos comienza por darnos cuenta cómo

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con nuestras acciones y actitudes podemos contribuir a solucionarlo.

Para empezar, lamentando la muerte de 200 civiles en Mosul por bombardeos aéreos de la coalición internacional anti Daesh la semana pasada, tan sólo un día después del atentado en Londres.

De Vetos y nacionalismos revanchistas

El polémico veto migratorio del Presidente Trump a ciudadanos originarios de siete países de mayoría musulmana desató acalorados debates, por lo general fútiles, tanto si provienen de detractores como de defensores. Las razones por las que se tomó dicha medida no son nuevas; apelar a la seguridad nacional y la defensa de los ciudadanos son argumentos de sobra conocidos.

Rebatirlos o bucear en la historia de la legislación estadounidense de republicanos y demócratas para encontrar el número exacto de ocasiones en que se esgrimieron pretextos similares para medidas discriminatorias hacia naciones extranjeras en pésimos términos con Estados Unidos, me parece un ejercicio estéril.

Sin embargo he de admitir que hay algo que me incomoda más que la decisión de Trump y es cómo fuera y dentro de Estados Unidos se avala o se otorga silenciosamente

ante una medida que claramente discrimina y estigmatiza no ya a países sino a un colectivo; el musulmán. No es ingenuidad de mi parte, sé que a sirios, iraquíes o libios e iraníes les es igualmente difícil obtener un visado para muchísimos países que no osan mencionar muros y vetos migratorios pero que igualmente los ejercen. Y tampoco dejo de reconocer que existe un peligro latente del terrorismo de grupos que revistiéndose de una propagada que apela al fanatismo de radicales musulmanes, hacen de la teoría del enemigo lejano y cercano su propio yihad o combate. Sé que de poco sirve explicar, una vez más, que las principales víctimas de este tipo de terrorismo de base islamista son los propios musulmanes. El imaginario colectivo de muchas sociedades que han sido golpeadas por el flagelo del yihadismo recela de todo lo que provenga del Islam. No obstante, las medidas de Trump, no sólo el veto de marras, dejan entrever un tufillo nacionalista que me perturba.

Hace muchos años que gracias al pasaporte europeo transito por aeropuertos de medio mundo sin retrasos o complicaciones de enjundia, pero aún recuerdo mis llegadas a Londres siendo una adolescente de intercambio donde debía soportar chistes o preguntas ignorantes sobre la supuesta piel oliva de todos los españoles, como si el estereotipo del andaluz fuese aún en los 80 el prototipo de todos los habitantes del país. Tampoco

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puedo olvidar los años de morderme la lengua en Euskadi para no desatar la polémica entre “amigos” y familiares cada vez que ETA imponía su horror. Otro tipo de nacionalismo diferente al de Trump, pero nacionalismo exacerbado al fin que me hizo sentir diferente, no del todo vasca a pesar de haber nacido, crecido y estudiado en el País Vasco hasta los dieciocho años. Sólo este tema daría para un tesis doctoral, de hecho debe haber varias sobre el silencio autoimpuesto que hemos vivido en Euskadi en aras de ganar una falsa –y triste- paz. Afortunadamente, hoy vascos y otros que no lo son tanto pueden reírse de algunos disparates con la película 8 apellidos vascos. Mis años de andar deambulando por el mundo en África, Medio Oriente, algo de Asia y ahora Latinoamérica no han cambiado mi visión particular del ser humano, más bien la refuerzan. Se puede sentir orgullo, querencia y hasta morriña (para recordar mis orígenes gallegos que tanto molestan a defensores de la tesis del Rh negativo de los vascos de pura cepa) por el lugar de nacimiento de uno.

Después de todo, si escuchamos a los autores Miguel Delibes y Saint-Exupery, la patria es allí donde residen nuestros recuerdos de la infancia. Sin embargo, defender el prejuicio y en base a ello un proteccionismo, sea este económico como social, y un sentimiento de superioridad frente al otro por el hecho de pertenecer a un grupo

étnico o religioso diferente, lo considero una vuelta atrás. No podemos desconocer los peligros que estos prejuicios entrañan. Insisto, sé que ningún país puede abrir sus puertas y su legislación para albergar a tantos inmigrantes, solicitantes de asilo y refugio como hoy hay en el mundo. Pero estoy convencida de que no será con este tipo de vetos o de debates nacionalistas como los que suceden hoy en Europa y Australia que forjaremos un mundo seguro para nosotros; los buenos. Aquí radica para mí la esencia del problema. Seguimos anclados en una ecuación dicotómica, donde unos son los buenos y otros los malos. Los refugiados, sean personas que huyen de la guerra en Siria o inmigrantes africanos que buscan un futuro en Europa no son bienvenidos porque los despreciamos. No son como nosotros: educados, civilizados, y con buenas costumbres. Estos son algunos de los prejuicios inconfesables que persisten en los países llamados desarrollados y también en algunos en vías de desarrollo, que heredaron el racismo de tiempos coloniales, por innegable que resulte la globalización ni mundiales futboleros que se jueguen en Sudáfrica. Y si no, están los argumentos más progresistas, con cierto barniz intelectual que esconden idénticos prejuicios; son culturas que no respetan los derechos de la mujer, son machistas, son violentos y fanáticos,

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no son modernos ni democráticos. China tiene mucho de moderna y actual y ciertamente no es democrática, pero en fin al gigante asiático se le hacen otro tipo de guiños.

Creo que las medidas de Trump, más allá de compartirlas o denostarlas con acidez estomacal, deberían servir como acicate para inspirar iniciativas educativas donde rescatemos el principio de humanidad básico. Aquello que nos hermana y emparenta. No es de recibo que avancemos cada día más en el uso y explotación de nuevas tecnologías para alcanzar entre otras muchas cosas, mayores cuotas de libertad, mientras regresamos a un pasado oscuro de la humanidad, en el que medias verdades y mentiras repetidas maliciosamente disfrazaban un discurso de rechazo y odio a otro ser humano. No quiero imaginar ese mundo hipercompartimentado y de etiquetas. He estudiado con amigos iraquíes, he tomado té con sirios y he ido a misa con cristianos palestinos, he conocido estudiantes universitarias libias y me fascina la historia y el arte persa y me encanta perderme por callejuelas de bazares milenarios como el de Isfahán.

Ni todos los norteamericanos piensan y actúan como Trump ni todos los musulmanes, incluso de los siete países incluidos en el veto trumpiano son terroristas o enemigos de Occidente.

Ante este tipo de nacionalismos que esconden un cierto revanchismo y

derivas peligrosas que planean sobre un cielo Europeo ya ensombrecido, haríamos bien en exigir cambios. En el plano educativo; tarea de maestros y padres por igual pero también de la narrativa y estilo de hacer noticias de los grandes medios, así como de la política exterior de muchos países, incluidos China y Rusia o India, otro gigante asiático para que la geoestrategia y la tiranía de los intereses económicos no sean las que alimenten los conflictos que producen el hambre, la miseria, la falta de oportunidades que luego convierte a ciudadanos de esos países en refugiados , a menudo vistos como parásitos o en jóvenes desnorteados que se aferran a quimeras de líderes nefastos como los Bin Laden de turno.

La violencia del hombre contra el hombre siempre existió y seguirá existiendo pero escoger la grandeza en vez de la mezquindad, apostar a la educación y ejercer la autocrítica no es tarea sencilla. Si no queremos enemigos en el mundo un principio básico es actuar de manera tal que no ofendamos a nuestros vecinos y semejantes. Muchos se dedicarán a la (aburrida) tarea de criticar y diseccionar cada orden y desatino que provenga de la Administración Trump, otros utilizaremos lo mismo para proponer alternativas, algunas más factibles que otras, quizás incluso ingenuas, pero nunca inútiles. Educar en la tolerancia inclusiva, en rescatar la dignidad del otro, en combatir la pereza intelectual que nos hace desconocer

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los aportes de otras culturas, es un proceso lento pero más seguro que temer o ignorar al diferente.

Siempre dispuesta a viajar a lugares remotos, prefiero llenar mi maleta con buenos gestos y recuerdos de personas y países que me han recibido bien y no el desprecio o las dudas de quienes para estar seguros prefieren apostar a la victimización, a las rejas, muros o cambiar de acera. El nacionalismo de Trump como el de otros políticos, no deja de ser una cortina de humo.

Después de todo siempre habrá alguien diferente ahí fuera, igual que nosotros somos diferentes para tantos otros millones de seres.

Erdogan persigue su sueño neo-otomano, ¿quo vadis Turquía?

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, continúa agravando las tensiones con líderes europeos a la par que incrementa la presión dentro y fuera de su país para eliminar todo atisbo de oposición o crítica a su proyecto neo otomano. Esta vez Erdogan la emprende con Angela Merkel de Alemania, acusándola de proteger a terroristas kurdos en suelo alemán. Asimismo, tildó de nazi la actitud de las autoridades holandesas cuando éstas prohibieron la celebración de

mítines políticos en su territorio por parte de ministros turcos, a favor del referéndum del próximo 16 de abril con el que Erdogan busca consolidar sus ya abultados poderes.

El Presidente turco parece decidido a continuar con su deriva autoritaria, presionando a gobiernos de países aliados a expulsar a ciudadanos turcos, acusados de vínculos con el nuevo chivo expiatorio de la política oficialista, el movimiento Fetulá Gulen, principal sospechoso de haber orquestado el fallido golpe de Estado del pasado julio. Tal es el caso de Qatar, país que decidió expulsar a decenas de estudiantes y profesores turcos residentes en el emirato, sin explicación plausible alguna.

Desde 2011 Erdogan introdujo una sigilosa pero eficaz revolución islamista, levantando la prohibición del velo en oficinas e instituciones públicas, limitando la venta de alcohol o cancelando un festival para promocionar la bebida popular conocida como raki, un licor con sabor a anís. Sin embargo el presidente turco no se quedó sólo en símbolos sino que ordenó ejecutar un plan de adoctrinamiento de las generaciones jóvenes, con el que ha forzado la enseñanza del Islam en el sistema educativo otrora secular de Turquía. De esta forma

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se han abierto hasta 80 nuevas mezquitas ubicadas dentro del campus de universidades públicas, se introdujo la clase de religión musulmana como obligatoria en la primaria y se aumentó la carga horaria de dicha materia en la secundaria.

Además, Erdogan se esfuerza por legitimar su agenda política como si la misma hubiera sido ordenada por un poder superior. Ordenó construir la mezquita de la colina Çamlica, el punto más alto de Estambul, con el esplendor característico de los sultanes, seis minaretes y alteró los símbolos patrios; el emblema nacional que luce la estrella fuera de la media luna, la cual representa al Islam mundialmente y algunas notas e instrumentos del himno para asemejarlo al de la etapa otomana.

Erdogan tensa la cuerda con Europa apartándose de la actitud conciliadora y el talante negociador de antaño cuando su objetivo era avanzar en la adhesión de Turquía al club de privilegios que todavía representa la Unión Europea. Su activa participación en la OTAN le otorga, sin duda, un considerable margen de maniobra, pero sus continuas invectivas empiezan a hacer mella entre sus socios europeos, que le recuerdan quien necesita a quien, tal como espetó recientemente el presidente de la

Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

Erdogan está dispuesto a cumplir su sueño de convertirse en el gobernante que devuelva a Turquía el esplendor e influencia de la etapa imperial otomana, cueste lo que cueste. No obstante, es dudoso que pueda concretar su objetivo si para ello continua arrollando cual locomotora descontrolada. Turquía intensifica su lucha armada contra los grupos kurdos en su territorio y en el de Siria, amenaza a la UE con romper un pacto migratorio de dudosa legitimidad y validez, al menos desde el derecho internacional, carga las tintas de una sociedad europea que enfrenta el ascenso del populismo nacionalista y xenófobo y coquetea con Irán y Rusia, alejándose así de la alianza suní para desactivar los conflictos de índole sectaria que asolan a Medio Oriente.

Erdogan se aleja así del político astuto que inició una serie de reformas históricas cuando aún aspiraba a cumplir con el acervo cultural de la UE. De haber continuado por esa senda podría haberse convertido en el nuevo Atatûrk o padre de los turcos de la etapa actual, respetando los derechos individuales de cada ciudadano al tiempo que construía

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un modelo real de democracia islámica.

La historia se repite. Así como el imperio otomano colapsó en gran medida por la decadencia política interna, el ejercicio arbitrario del poder y graves violaciones a los derechos humanos, Erdogan no podrá resucitar el imperio ni ser un gran gobernante si para ello erosiona y limita libertades civiles básicas como el derecho a expresarse libremente y soñar.

Las negociaciones sobre Siria. La fórmula rusa en Astana (mayo 2017).

Los días 3 y 4 de mayo se llevaron

a cabo en la capital de Kazajstán,

una nueva instancia de

conversaciones relativas a la guerra

civil en Siria, tal como había sido

acordado el pasado mes de abril.

En esta nueva parada del Proceso

de Astaná participaron

representantes de Rusia, Turquía e

Irán, además de delegados del

régimen de Damasco, así como

funcionarios de los gobiernos de

Jordania, Estados Unidos, y el

Enviado Especial por Naciones

Unidas, Staffan de Mistura. Los

delegados de la llamada oposición

abandonaron las conversaciones y

no participaron de esta instancia.

El avance registrado en este

encuentro fue la firma de un

acuerdo por el que se constituirían

zonas de “desescalada bélica” en

varios puntos de Siria a determinar.

De acuerdo al Enviado de Naciones

Unidas, se trató de encontrar un

término adecuado a esta iniciativa,

que trate de recoger la intención de

los negociadores de que se

verifique en las zonas determinadas

la mayor reducción posible en el uso

de armas, especialmente material

bélico pesado y aviones.

El punto negativo, que permite

aventurar la poca efectividad del

acuerdo, es que el mismo no fue

suscrito ni por las fuerzas

gubernamentales sirias, ni por la

oposición, que como fuera dicho

abandonó las negociaciones una

vez más en respuesta a la

continuación de los ataques aéreos,

y mantiene su disconformidad

respecto de la participación iraní en

este proceso de conversaciones.

Respecto del gobierno de Al-Assad,

si bien se ha manifestado estar a lo

acordado por las potencias

garantes, también se ha expresado

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que continuará combatiendo a los

grupos rebeldes allí donde estos se

encuentren.

El objetivo de la instalación de estas

cuatro zonas – que se establecerían

en la provincia de Idlib, al noroeste

del país, en la provincia central de

Homs, la región controlada por los

rebeldes al sur a lo largo del Jordán,

y en las inmediaciones de

Damasco1 - es el de poner fin

inmediato a la violencia y

proporcionar las condiciones para el

retorno de refugiados y desplazados

de manera segura y voluntaria.

Asimismo, se acuerda que se

tomarán medidas tendientes a

restablecer infraestructuras básicas

para la población.

Estados Unidos habría expresado

ser partidario de cualquier iniciativa

hacia la paz, a pesar de que estas

cuatro regiones estarían también

cerradas a la aviación

norteamericana. En este sentido,

fuentes del Pentágono habrían

expresado que dado que las zonas

no se encuentran en aéreas de

1 Más detalles de estas zonas de pueden obtener en http://mfa.gov.kz/index.php/en/last-news/8822-on-the-outcome-of-the-fourth-international-meeting-on-syria-within-the-framework-of-the-astana-process

actividad de ISIS, donde actúan

principalmente las fuerzas

norteamericanas, la creación de

estas cuatro zonas no cambiaría o

alteraría la misión militar de Estados

Unidos de ningún modo.

El proceso de conversaciones

llevado adelante en Ginebra y

Astaná presenta como aspecto

destacable y positivo, el hecho de

estar logrando una continuidad en el

tiempo, necesaria para que estos

esfuerzos negociadores

permanezcan en estado de alerta y

al permanente escrutinio de la

opinión pública internacional.

Lamentablemente la salida de la

mesa de negociaciones y no

participación de ese grupo que se

etiqueta como “rebelde”, obsta

grandemente a la legitimidad del

propio proceso y por ende, al

cumplimiento efectivo de las

cuestiones que se van resolviendo.

Más allá de los esfuerzos de los

negociadores de Rusia, Turquía e

Irán, y las distintas iniciativas que

han surgido, como esta última de

crear esas cuatro zonas de

“desescalada” bélica, el hecho de

no contar con el apoyo ni del

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gobierno de Damasco, ni de las

fuerzas “rebeldes”, amenaza que al

acuerdo alcanzado sobre estas

zonas quede en letra muerta, y

enrarezca el ánimo y las esperanza

de avance del todo el proceso.

Los participantes acordaron

mantener el próximo encuentro en

la capital kazaja a mediados de julio

próximo, con una escala previa de

consultas de expertos en Ankara

dos semanas antes.

Morir de hambre

Un nuevo episodio de hambruna

castiga a Somalia, en el cuerno de

África, donde casi 6 millones de

somalíes se enfrentan a la muerte.

Una prolongada sequía aniquiló

cultivos y elevó el precio de los

alimentos básicos. Ello sumado a la

inoperancia de un gobierno que no

puede atender contingencias,

revive el fantasma del hambre que

ya liquidó 260.000 somalíes y

desplazó a un millón en 2011. Y no

es el único caso.

La Organización de Naciones

Unidas para la Agricultura y la

Alimentación (FAO) calcula que 37

países, 28 de ellos en África,

requieren de ayuda alimentaria

externa. Otras agencias

humanitarias también han lanzado

la alerta temprana y altos

representantes de la cooperación

internacional intentan sensibilizar a

los países donantes para que

incrementen la ayuda, no sólo a

Somalia, sino a Sudán Sur y

Yemen, países afligidos por

conflictos internos y con nula

capacidad de reacción en

situaciones extremas.

Sólo estos tres países suman 28

millones de personas que padecen

el flagelo de la inseguridad

alimentaria, eufemismo

políticamente correcto que suaviza

la palabra hambruna. ¿Cómo puede

suceder esto en pleno siglo XXI y en

la era de las impresoras

tridimensionales y los drones?

No sería justo decir que los países

ricos y desarrollados no han

dedicado esfuerzos para apoyar a

estos gobiernos y otros en África o

Asia para paliar la hambruna. Sin

embargo urge revisar el paradigma

de la cooperación, no tanto a nivel

académico y de discurso sino en el

terreno. La ayuda humanitaria debe

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ir acompañada de proyectos de

cooperación de largo aliento que

permitan trazar un plan de

contingencia con estos gobiernos, el

cual incluya la construcción de

aeropuertos, carreteras y fórmulas

tangibles para el empoderamiento

de las instituciones locales.

Ni razones geográficas de distancia,

ni la falta de embajadas u oficinas

de representación en el terreno, o la

escasez de infraestructura debieran

ser impedimento para que

empresas de los países donantes

emprendan proyectos público-

privados destinados a dotar a estos

Estados fallidos de infraestructura

básica para el desarrollo. Sin caer

en ingenuidades, las empresas

necesitan velar por su negocio pero

las agencias de cooperación y

desarrollo de nuestro tiempo

pueden apelar a otros instrumentos

que permitan trasladar la ayuda a la

vez que el know how a naciones

que ya no son tan remotas.

Es incomprensible que cerca de 30

millones de personas deban morir

de hambre por culpa de la ineficacia

y la desidia de un orden mundial

que prioriza intereses geopolíticos

espurios antes que la vida humana.

Violencia y conflictos bélicos en el

noreste de Nigeria y en Sudán Sur,

el país más joven de África así

como la guerra en Yemen han

estancado la economía y

desplazado a millones. La sequía

que azota al este de África ha

matado el ganado y elevado el

precio de los alimentos por las

nubes, haciéndolos inalcanzables.

El sistema humanitario global está

al borde del colapso por las crisis de

refugiados en Medio Oriente y

África. Es tarea de las naciones

poderosas, en especial aquellas que

buscan subterfugios para blindarse

ante la llegada de nuevos

migrantes, propiciar vías de salida

para estas crisis.

Si han de cerrarse las fronteras que

comiencen por cerrarlas para las

armas, mercenarios y empresas que

lucran con la miseria de millones de

personas concentradas hoy en

estos cuatro focos de conflicto. De

lo contrario resucitaremos el espíritu

de Kevin Carter y aquella imagen

dantesca del niño (sudanés)

desnutrido ante el buitre.

Es importante reaccionar y desterrar

la indiferencia. Y es urgente atender

colectivamente esta alerta para que

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morir de hambre no sea la única

opción.

Primeros resultados de la visita de Trump a Oriente Medio

Es evidente que la medida adoptada por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, entre otros, por cortar todo vínculo diplomático y comercial con el Estado de Qatar en el Golfo Pérsico, está directamente relacionada con la reciente visita del Presidente Trump a Riad, la capital saudí.

La crisis desatada entre los países integrantes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) se suma así a otros conflictos que perpetúan la inestabilidad en una región volátil del planeta que habida cuenta de su riqueza energética concita el interés mundial.

¿Qué otras sorpresas deparará la visita de Trump a la cuna de las religiones abrahámicas? Lo sucedido con Qatar no es buen augurio. El objetivo declarado por Trump de combatir el terrorismo significó en los hechos la autorización para que Arabia saudí avanzara sin tapujos con las presiones a su vecino y hermano menor Qatar.

Si la crisis intra-árabe no se encauza, amenaza con desatar una ola de consecuencias

impredecibles, cuando todavía persisten otros conflictos enquistados; Siria, Yemen o Irak.

La gira de Trump por Oriente Medio y el Vaticano sirvió, si acaso, para demostrar hasta qué punto la política exterior de EEUU vuelve a estar marcada por el realismo puro. Y es que los negocios son antes que la amistad y la democracia.

El Presidente Trump habló el pasado 21 de mayo ante una cincuentena de líderes musulmanes en la capital saudí, Riad, pero no mencionó ni los Derechos Humanos ni los valores compartidos. El foco de su discurso estuvo en el combate al enemigo común, o sea el terrorismo de base islamista. Apeló a una vieja frase: “el bien vencerá al mal”. Resulta inevitable la comparación con el discurso que brindó su antecesor Obama en la Universidad de Al Azhar en El Cairo en 2009. Lo que importaba entonces era dar un mensaje esperanzador, de reconciliación con el mundo musulmán, que pusiera la democracia en el centro del debate público en Oriente Medio y buena parte de África. Hoy sabemos que Trump no exigirá liberalización política ni democratización a los líderes musulmanes, sólo que expulsen a los radicales y que se comprometan con el combate a los terroristas, y si es con armas estadounidenses, tanto mejor.

Tras meses de cargar las tintas contra los musulmanes, ordenar incluso un veto migratorio y otras prohibiciones, el presidente

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estadounidense despliega ahora esfuerzos para recomponer la amistad con la casa real saudí, líder indiscutible de las monarquías árabes petroleras y ello en detrimento de Irán. Egipto y otros aliados tradicionales de EEUU vuelven a tener un interlocutor en la Casablanca. El recientemente reelecto presidente Ruhaní de Irán deberá calibrar su estrategia en política exterior para sobrellevar presiones dentro y fuera de casa.

Contener a Irán parece ser la premisa común entre EEUU y sus socios árabes del Golfo. Esta es una de las razones por las que Arabia saudí y EAU han penalizado a Qatar, por su política supuestamente afín a las autoridades iraníes.

Trump es antes que nada un empresario pragmático. Por ello, quizá debamos acostumbrarnos a sus repentinos cambios de criterio y opinión. Eso mismo sucedió en Israel donde no dijo ni palabra del tan prometido traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, un hecho que levantaría ampollas entre árabes y musulmanes. Trump se ofrece como facilitador entre israelíes y palestinos pero no revela qué estrategia va a seguir. Lo mismo podemos decir respecto de su posición en la guerra de Siria, un conflicto que ya se considera de baja intensidad y para el que, se sabe, no hay solución militar.

El régimen sirio ha recuperado el control en el oeste del país, en

Alepo y en Damasco pero no en la provincia de Idlib. Los kurdos controlan el área de Al Hasaki en el norte y preparan una jugada maestra con la que sacar réditos de su lucha contra Daesh, de parte de países y gobernantes que hasta hace pocos años ignoraron sus demandas. Entretanto, nadie sabe realmente lo que sucede en el este del país. Existe una guerra mediática sin cuartel en la que medios que responden a distintos intereses regionales y globales construyen un relato que nos aleja de la realidad. Internet no se queda atrás. Allí se difunden videos y noticias que desinforman y tergiversan los hechos, ni siquiera sabemos ya cuando son veraces las imágenes lacerantes que nos muestran.

Al Asad sólo recuperará el control de todo el territorio nacional si Rusia e Irán están de acuerdo con ello.

A pesar de existir dos procesos de negociación en curso; “Ginebra” liderado por la ONU y su delegado Staffan de Mistura y “Astana”, capitaneado por Rusia con un formato tripartito: Rusia- Irán y Turquía, lo único que se negocian son soluciones limitadas. No se trabaja sobre un aspecto fundamental; qué hacer con el régimen de los Asad. Entretanto, es vox populi que el proceso de Ginebra está muerto.

El liderazgo de Obama supuso un esfuerzo consciente para que EEUU se desenganchara de Oriente Medio. El tan mentado viraje hacia

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Asia Pacífico. La prioridad de Obama era concretar un acuerdo nuclear con Irán y no estuvo dispuesto a involucrarse en Siria, al menos no para derrocar al régimen. Así fue como Obama subcontrató la solución con los rusos.

La visión del Presidente Trump sigue enfocada en Daesh. Su Secretario de Estado, Rex Tillerson ya lo confirmó: remover a Al Asad del poder en Siria no es una prioridad para Estados Unidos. Trump desea mejorar la relación con los aliados de EEUU en Medio Oriente. Israel y Arabia Saudí son los primeros en la fila. Pero también ha dado muestras de querer recuperar su vínculo con Egipto. De nuevo y según Tillerson, la posición de EEUU en la crisis que enfrenta a las monarquías árabes del Golfo es de apoyo a una negociación pero acusó a Qatar por su supuesta financiación al terrorismo, secundando así el discurso oficial saudí. Irán y Qatar son el origen del mal en la región.

Rusia no se opondrá a Irán en Siria porque son los iraníes los que han desplegado militares en el terreno. Entretanto la prioridad de Irán es consolidarse en algunos países como Líbano y Yemen a través de sus protegidos, Hizbulá y Hutíes. Equivocadamente Occidente piensa en Irán en clave religiosa cuando en realidad se trata de un poder nacionalista fortísimo.

Putin dejó claro con su intervención en Siria que Rusia no sería desplazada del orden internacional

por un EEUU cuyas últimas intervenciones militares desembocaron en rotundo fracaso. Libia, Irak o Kosovo así lo atestiguan. Putin quiso transmitir a Obama que no permitiría que Siria siga por el mismo camino que Libia y le recordó el desastre ocasionado en el país magrebí tras forzar la caída del Coronel Gadafi en 2011.

La intervención rusa en Siria se explica sobre todo por el ansia de poder de Putin, que capitalizó el proceso de desconexión estadounidense de Oriente Medio y es una oportunidad única para reubicar a Rusia en el centro del debate en la escena internacional.

Además de concretar ventas de armas por 110.000 millones de dólares a Arabia saudí, consolidar el carácter de liderazgo del país árabe sunní, visitar lugares históricos del monoteísmo y una reunión insustancial con el Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, Trump volvió a sorprender, incluso a los escépticos, al dejar claro que la religión juega un papel preponderante en la geopolítica mundial.

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El martirio sirio

Seis años han transcurrido desde el inicio de la crisis siria que devino en guerra civil. Inútil seguir buscando culpables en esta historia de muerte, destrucción e infamia. La verdad ha sido manipulada tanto por los protagonistas de la contienda como por aquellos que dicen querer terminarla.

La batalla de Alepo en diciembre pasado escenificó ante las cámaras y medios del mundo el fin de la guerra, aunque en los hechos fue una victoria pírrica del régimen del clan Asad. A esa batalla se suceden otras, aún en la actualidad, que sistemáticamente rompen el alto al fuego pactado por Rusia y sus dos asistentes en la región, Irán y Turquía. Ni las rondas de negociación en Ginebra, dirigidas por Estados Unidos y supervisadas por la ONU, han desembocado en una solución definitiva a esta crisis, ni tampoco lo harán las reuniones que dirige Rusia en Kazajistán, en un intento más por controlar el curso del conflicto.

Y la letanía sigue. Las cifras escandalosas de refugiados y desplazados, 13 millones, debieran dar una idea de la magnitud del problema. Sin embargo, son aún más elocuentes las estadísticas que agencias varias informan; 85% de los sirios vive hoy en la pobreza, 3

millones de menores de 5 años no han conocido otra cosa que el conflicto: ataques, violencia, miedo, mucho miedo. Y 1 millón 750.000 niños sin escolarizar.

Si ya resulta difícil encontrar una solución negociada al conflicto, cuánto más difícil será reconstruir un país en el que se ha derrumbado casi todo, desde edificios hasta la moral de un pueblo que hoy deambula errante entre una frontera y otra.

Ni intereses geopolíticos ni temores infundados sobre los riesgos que comporta la migración debieran ser el vector que guíe a las potencias y súper agencias del mundo en este ajedrez. El pueblo sirio necesita un respiro, una oportunidad para resurgir y restañar heridas. No el gobierno ni, quizás, la oposición que nunca llegó a serlo. Los civiles de Siria, hombres, mujeres y niños de carne y hueso que no merecen seguir en ese infierno.

¿Qué está en juego en el tablero de Siria?

Siria se ha convertido en escenario del horror y la crueldad humana. Ni los más de 350.000 civiles muertos, ni los 13 millones de desplazados y refugiados han logrado sensibilizar a las partes en conflicto para detener la violencia y sin razón que desangra al país árabe. Tampoco parece que las imágenes lacerantes de niños asfixiados por repetidos ataques con armas químicas sirvan

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para detener la barbarie, si quiera para dar una tregua y fijar un calendario de negociaciones entre oposición, rebeldes y gobierno sirios.

Rusia es el valedor del gobierno y el clan Asad en el poder, pertenecientes a la minoría chií de los alauíes. Una baza que Al Asad ha sabido explotar para granjearse el apoyo y sostén de las autoridades iraníes, vale decir, del cuerpo de ulemas chiíes que dirige el país persa desde 1979. De esta forma, Rusia e Irán cierran filas en torno al gobierno sirio e intervienen en el terreno para garantizar que Bashar Al Asad siga al frente del ejecutivo, cueste lo que cueste.

Esta opción no agrada a las monarquías petroleras árabes suníes del Golfo Pérsico, capitaneadas por el reino de Arabia Saudí, que desconfía de los planes iraníes para expandir sus tentáculos en la Península Arábiga. Sin embargo, el Presidente Trump ya ha dado indicios de que no exigirá la partida de Bashar Al Asad sino que la prioridad será combatir y erradicar la amenaza de Daesh y otras formas de radicalismo islámico, el cual fomenta el yihadismo.

El ataque del martes pasado con gas sarín a población indefensa en Idlib, cerca de Alepo en el norte de Sria, uno de los pocos reductos que le quedan a la oposición y grupos de milicianos que combaten al régimen , propició un cambio en la estrategia de Washington. Trump

lanza un órdago contra Al Asad para recordarle que él no es Obama y que de seguir así, está dispuesto a detenerlo, incluso por la fuerza.

Lo que no está claro es si Trump se enfrentará, para ello, a Putin. El presidente ruso ha dejado claro mediante su intervención decisiva en el conflicto sirio y sus repetidos vetos en el Consejo de Seguridad de ONU que no desea dejar que Estados Unidos sea la única y primera potencia en dirigir los designios de Oriente Medio. El acceso al puerto mediterráneo de Tartus en Siria y la explotación futura de gas y petróleo en los yacimientos del Leviatán agregan el componente geoeconómico al interés geopolítico de Rusia. A su vez Irán no puede perder a un socio afín como es el gobierno chií de Al Asad, en especial desde que éste se negó a permitir que Qatar, segundo jugador mundial de gas de esquisto, construyera un gasoducto que atravesara Arabia Saudí, Jordania, Turquía y Siria. Irán aspira ahora a construir un oleoducto que atraviese Siria y Líbano para transportar su crudo a Europa, y de paso crispar los nervios de Arabia Saudí.

Turquia, más preocupada en la actualidad por concretar el sueño neo otomano del Presidente Tayep Erdogan y neutralizar tanto a opositores seculares como islamistas gulenistas, se acerca a Rusia e Irán al sentirse presionado y abandonado por una Unión Europea crítica de su deriva autoritaria y su

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actitud ambigua en el combate a Daesh.

La guerra en Siria ha desvelado la sumatoria de intereses y cálculos geopolíticos de las grandes potencias y sus peones en la región. A su vez esconde otra contienda poco comprendida en Occidente; la lucha sectaria entre suníes y chiíes que se remonta a la puja por la sucesión del califato y el liderazgo de la comunidad musulmana mundial que suma ya 1.600 millones de fieles.

Israel observa atenta los acontecimientos en Siria y no duda en asestar golpes de efecto al régimen de Al Asad para que se mantenga a raya. No obstante mantiene, al menos de cara al mundo, neutralidad a sabiendas que le conviene la permanencia de un régimen conocido antes que la llegada de islamistas, sean estos Hermanos Musulmanes, o locos integristas de Al Qaeda o con otro nombre, que pudieran dar alas a su archienemigo Hamas.

Este rompecabezas sirio pasará a la historia como el puzzle que desencajó los planes de Estados Unidos para virar hacia Asia Pacífico, embretó a Rusia en un doble frente bélico; la guerra en Siria y el combate al terrorismo islamista que también amenaza la integridad territorial de Rusia. Y nos recuerda que los países ex soviéticos de Asia Central son de mayoría musulmana y por tanto, caldo de cultivo de la ideología salafista e incluso extremista de

grupos como Daesh. Erradicar esta amenaza exige de las potencias desarrolladas alternativas a la contundencia y despliegue militar.

Responder con bombardeos y exhibición de fuerza a los ataques terroristas de yihadistas en Europa o del gobierno sirio contra su pueblo sólo reproduce la espiral de violencia. La ONU debe presionar a todas las partes involucradas para que se respete el alto al fuego negociado por Rusia, Irán y Turquía y exigir un calendario de negociaciones sostenidas en el tiempo para consensuar una transición política en la que se contemple la pluralidad de voces del crisol étnico y religioso sirio: desde chiíes y suníes, árabes y kurdos, islamistas y seculares.

Entre paréntesis

Superado el susto de las elecciones en Francia, muchos incluso fuera de Europa se mantuvieron en vilo hasta que Macron respiró aliviado el pasado domingo, las noticias e imágenes lacerantes de inmigrantes más muertos que vivos se reiteran. Decir que el Mediterráneo es un cementerio hoy es llover sobre mojado. Sin embargo es necesario martillear esta idea. ¿En qué mundo vivimos en el que millones de personas no encuentran alternativa posible a caer en redes contrabandistas que trafican con su miseria?

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¿Cómo explicar que una persona no se convierte en refugiado por capricho? Las causas de los conflictos que originan el flujo constante de desplazados forzosos siguen ahí ante nuestras narices. Guerras interminables, matanzas étnicas, persecuciones políticas, hambruna y un rosario de miserias que no discrimina entre ancianos y niños. Sólo entre pobres y ricos. Las guerras son siempre crueles pero tanto más lo son con los pobres que no tienen elección o alternativas posibles.

Europa sigue profundamente dividida, Francia y Reino Unido nos demuestran que a pesar de avances científicos y tecnológicos por doquier muchas personas se aferran a un chivo expiatorio para sacarse responsabilidades, problemas y miedos fuera; en el viejo continente es el rechazo a los inmigrantes, económicos o refugiados da igual porque ambas categorías caen en un mismo saco y en Estados Unidos a los mexicanos, musulmanes, en fin al que vino de afuera. Perdón ¿acaso se les olvidó a los estadounidenses anglosajones de donde llegaron sus ancestros? Quizás deban dar una vuelta por las pocas reservas de indios que quedan.

Y en Latinoamérica ¿estamos a salvo del rechazo al diferente? uno pensaría que sí habida cuenta del caudal inmigratorio recibido en todo el continente. Sin embargo, la mediatización del problema que no es otro que el desprecio por el

inmigrante pobre, o sea lo que la escritora española Adela Cortina califica como aporofobia, nos ha tornado menos tolerantes. Sin llegar a los discursos abiertamente racistas de políticos como Le Pen o Trump, persisten los estereotipos y prejuicios que nutren la xenofobia. Las sociedades latinoamericanas harían bien en reflexionar sobre las políticas de integración de migrantes en cada país. Tolerar al otro, al diferente, no es sólo aceptarlo como otro individuo con derechos contemplados en la legislación internacional, es sentir respeto y compasión por los necesitados, por aquel que precisa un apoyo incluso si es económico. No es lenguaje políticamente correcto ni mucho menos religioso o una expresión de falso buenismo.

Si desde nuestra infancia se nos educa en valores como solidaridad, compañerismo y amistad hacia el prójimo, sea un compañero de escuela o el vecino de casa no hay razón por la que debamos tornarnos distantes e indiferentes en la adultez.

Entre paréntesis, no queremos dar ni compartir con quien no tiene nada para retribuir. Sin embargo permitir que millones de personas sigan atrapados en campos de refugiados insalubres en África o Medio Oriente y peor aún, mirar a un costado cuando nos recuerdan que cientos de personas naufragan por semana cruzando el Mediterráneo no nos hace ni mejores personas ni ciudadanos más felices.

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Latinoamérica supo ser tierra de acogida y lo sigue siendo para muchos que llegan silenciosamente desde África, Europa y países vecinos. Sería bueno que nuestros líderes lo recuerden y fomenten este debate en nuestras sociedades primero y en los foros multilaterales después. Si no es para abrir puertas que al menos sirva para no cerrar corazones. Paradójicamente la globalización no ha supuesto un aumento de la solidaridad sino por el contrario, el egoísmo y el individualismo.

Qatar o el nuevo chivo expiatorio de la política exterior de Arabia Saudí

La decisión de Arabia saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahrein y Egipto inicialmente de cortar la relación diplomática con el Estado de Qatar anunciada hoy desata una nueva crisis en la región de Medio Oriente.

En realidad esta medida es el corolario a una campaña de difamación iniciada por EAU hace meses que publicó varios artículos en la prensa estadounidense sembrando sospechas y dudas sobre los supuestos vínculos de Qatar con el terrorismo salafista. En dichos artículos se sugiere que el pequeño emirato fundó al grupo Daesh y que todavía hoy patrocina a Al Qaeda y la cofradía de la Hermandad Musulmana, englobando así a todos estos grupos en la amenaza terrorista.

Son varios los analistas que señalan que la reciente visita del Presidente Trump a Riad habilitó esta medida ya que seguramente dio luz verde a los planes de EAU y Arabia Saudí para llevar adelante su agenda política de tomar represalias contra su vecino Qatar.

Se trata de la peor crisis a la que se ha enfrentado nunca el Consejo de Cooperación del Golfo desde su creación en 1981 y que aglutina a estos tres países junto con Bahrein, Kuwait y Oman.

Sin embargo la medida drástica no es apoyada por toda la Casa real saudí ya que a la interna se está produciendo una lucha intestina por la sucesión al trono. El arquitecto de este plan de boicot e intervención en la soberanía de Qatar es el Príncipe heredero de Abu Dhabi, Mohamed Bin Zayed aliado con el segundo Príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, hijo predilecto del Rey Salmán, quien a sus 31 años se presenta como el rostro de la modernización del reino. De hecho se ha granjeado adversarios dentro del gobierno y la Casa real saudí por su excesivo ímpetu reformista y por ser el responsable de la guerra que libra Arabia Saudí en Yemen, la cual causa estragos entre la población civil yemení y es un saco sin fondo para las arcas saudíes.

Los dos príncipes saudí y emiratí están enfrentados al todavía Príncipe heredero Mohamed Bin Naif de Arabia saudí quien deplora la decisión de cortar lazos políticos,

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diplomáticos y comerciales con Qatar. En parte esto se debe a que Bin Naif detesta a Bin Zayed de EAU por razones familiares, tras una riña entre este último y su padre.

Si bien Bin Naif mantiene excelentes relaciones con agencias de seguridad como la CIA o el FBI, eso no garantiza que tenga un buen vínculo con la Casa Blanca, y de hecho la relación de dichas agencias con la Administración Trump están atravesando una crisis propia.

El Príncipe Bin Naif mantiene buenos contactos a su vez con Turquía, EEUU y Qatar pero no pueder hacer o decir nada ya que está esperando su turno para alcanzar el trono.

Si el plan forjado por Arabia Saudí y EAU es exitoso y logran forzar un cambio de régimen, entonces podría ocurrir que el segundo príncipe heredero Bin Salmán convenza al Rey de decretar la salida de Bin Naif, su competidor número uno al trono.

Todavía es una incógnita hasta dónde están dispuestos a llegar con las medidas estos países que han cerrado no sólo el espacio aéreo a la aerolínea qatarí de bandera, Qatar Airways con lo que ello supone de desconcierto para cientos de miles de pasajeros que por estas horas debían volar desde Doha a El Cairo o Manama, sino

que además Arabia saudí cerró la única frontera terrestre que Qatar tiene y por la que pasan entre 700 y 800 camiones por día. El 40% de los alimentos que se consumen en el pequeño emirato proviene de esa frontera.

Se trata de una apuesta muy peligrosa. Arabia saudí parece buscar con esta medida reducir al Estado de Qatar a una nación segundona que acepte ser tutelada como hoy lo es el reino de Bahrein, el cual no puede accionar sin permiso de la casa real saudí. El reino que es además el custodio y guardián de las dos ciudades santas del Islam, quiere aplastar todas las voces de discordia y evitar así que Qatar siga cuestionando su posición en los muchos y complejos conflictos que asolan hoy la región; desde Yemen a Libia pasando por Siria.

La decisión secundada por Egipto, un país rehén de la ayuda económica y financiera de las monarquías petroleras, en especial de Arabia Saudí, constituye un ataque a la soberanía qatarí. Resulta injusto aseverar que todos los males que aquejan a la región provienen del accionar de Qatar, un estado con apenas 2.400.000 habitantes autóctonos y que depende enteramente de mano de obra extrajera, mucha de la cual proviene de Asisa pero también unos 200.000 egipcios.

A.saudí ha cerrado las fronteras terrestres por los que pasan entre 700 y 800 camiones que transportan

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la comida y alimentos varios a Qatar, hay un pánico en Qatar la gente acude a supermercados para abastecerse. 40% de sus alimentos entran por esa frontera con A. saudí. También les cerraron el espacio aéreo a líneas aéreas qataríes.

Habrá que esperar para saber hasta dónde quieren llegar con la presión sobre Qatar y qué reacción se puede esperar de la Casa Blanca, mirar al costado no parece una opción ya que EEUU tiene muchos intereses a proteger en el rico emirato.

Irán y Turquía seguramente seguirán brindando su apoyo a Qatar aunque es dudoso que puedan convencer a las monarquías petroleras árabes de cejar en su empeño de presionar al Emir para que al menos cambie su política exterior, expulse a dirigentes de Hamas en el exilio y altere la narrativa oficial que vierte el canal de televisión en voz árabe por excelencia Al Jazeera.

Turquía a buen recaudo está sopesando qué gana y qué pierde con esta contienda habida cuenta de los proyectos de inversión que Arabia Saudí tiene para su país, en especial la compra de 4 barcos de guerra turcos.

Hay otros elementos para analizar esta crisis, la cual revela el gran temor que las monarquías árabes más conservadoras tienen a que sigan soplando vientos de democratización en sus países y

que sus sociedades exijan transparencia.

La Primavera árabe no cuajó y no trajo consigo los ansiados cambios como tampoco funcionaron los procesos de contra revolución en Egipto o Yemen. Los países que hoy atacan a Qatar necesitan otra ofensiva, pero es peligroso seguir culpando a Daesh o Al Qaeda de la fuente de inestabilidad en Oriente Medio.

No hay pruebas rotundas de que el Estado de Qatar haya financiado a grupos terroristas. Sin embargo sí ha habido individuos que han financiado al Frente Al Nusra de extracción de Al Qaeda en Siria a través de organizaciones de beneficencia, algo que también sucede e EAU o Arabia Saudí.

Resulta una paradoja que cuando se conmemora el 50 aniversario de la Guerra de los Seis Días en 1967 países árabes que se aliaron para luchar contra Israel hoy se enfrentan entre sí y se alinean con el gobierno israelí para exigir que Qatar no albergue a activistas islamistas de grupos como Hamas y otros dentro de la urdimbre del terrorismo salafista.

Occidente debe seguir muy de cerca esta crisis ya que son este tipo de medidas tan reaccionarias las que siembran desconcierto e inestabilidad en una región de por sí ya muy convulsa.

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David contra Goliat

La jugada saudí de aislar a Qatar podría concluir de manera diferente a cómo imaginaron Emiratos Árabes Unidos y Egipto, los otros dos países relevantes que acompañan al reino de Arabia Saudí en su particular maniobra política en el Golfo Pérsico.

Qatar es un estado pequeño, pero un gigante económico gracias a la explotación del petróleo y del gas licuado, segundo jugador mundial. Además, exhibe el PBI per cápita más alto del planeta (112.000 dólares) y cuenta con un fondo soberano de reservas de 335 billones de dólares, cifra sideral por donde se lo mire.

Así pues, Qatar no está sólo y países que ocupan un lugar preponderante en la geopolítica regional, como Turquía e Irán, ya han dado muestras de apoyar al emirato árabe mientras hacen votos porque la mediación kuwaití resulte efectiva y la crisis termine rápido.

El mundo es multipolar y Oriente Medio no es una excepción. Allí compiten hoy tres bloques de poder político que podemos sintetizar así: por un lado los regímenes árabes tradicionales como las monarquías petroleras y la república de Egipto, dirigida por militares, seguido del bloque chií liderado por Irán y Estados como Irak y Siria, este último gobernado por una minoría chií como es la alauí, que a su vez aglutina a actores no estatales

como Hizbulá de Líbano o hutíes de Yemen. Por último vienen los Estados y agrupaciones que defienden un Islam político, si no a imitación de la Hermandad Musulmana, al menos próxima en ideología; es el caso de Qatar o Turquía y cofradías islamistas como Hermanos Musulmanes, originario de Egipto y el movimiento de resistencia palestino Hamas, considerado por muchos países una organización terrorista.

Arabia saudí y EAU creyeron que presionando a su hermano menor y socio en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), Qatar, podrían obligarlo a ceder y renunciar a políticas que consideran nefastas para sus intereses de supervivencia, especialmente Al Yazira, la influyente cadena de televisión qatarí que ha revolucionado el mundo de las noticias en voz árabe y otra serie de medios cuya línea editorial no es complaciente con las políticas saudíes o emiratíes, por ejemplo la guerra en Yemen o los contactos de EAU con lobistas y oficiales israelíes en Washington.

Los desencuentros entre Qatar y Arabia Saudí se producen intermitentemente desde hace años, pero nunca antes se había llegado a la ruptura de relaciones. El cálculo que realizó Arabia saudí tras la visita de Trump a Riad en mayo pasado puede terminar con el tiro por la culata. El propio Estados Unidos demuestra incoherencias en esta crisis ya que la Casa Blanca aplaudió el boicot mientras que el

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Pentágono elogió la estabilidad que Qatar aporta a la región, sin omitir que allí tiene desplegados 10.000 efectivos militares en la mayor base aérea estadounidense del área. Incluso en plena crisis firmaron un acuerdo de compra venta por 12.000 millones de dólares de aviones de combate F-15.

Qatar no está dispuesto a claudicar y humillarse y ha optado por nuevas rutas de navegación aérea y marítima. Turquía envía alimentos y despliega tropas en Qatar mientras su ministro de exteriores negocia con saudíes para aplacar ánimos. Entretanto, Irán, archienemigo de saudíes y emiratíes, capitaliza la crisis para seguir arañando cuotas de poder. El conservadurismo férreo de las monarquías petroleras acrecienta el temor a que los ecos de la primavera árabe y las demandas de libertades políticas y civiles los desplace del poder. Por ello tanto saudíes como israelíes confían en que la presión sobre Qatar logre desplazar a islamistas de Hamas y otras agrupaciones de su cómodo exilio en Doha. No obstante Qatar no es Gaza y tampoco depende del apoyo saudí como Maldivas o Egipto.

Arabia saudí sobredimensionó el apoyo del presidente Trump. En un país que prohíbe las apuestas, jugó fuerte pero quizás pierda esta partida.

La crisis del Golfo amenaza con derramar al conflicto en Siria

La crisis en el seno del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) continúa y se acerca el plazo impuesto por Arabia Saudí para que Qatar se avenga a cumplir con la lista de 13 demandas formuladas por los países que acusan al pequeño emirato de financiar el terrorismo, capitaneados por el reino saudí y Emiratos Árabes Unidos.

Entre las exigencias figura el pedido para que Qatar cierre indefinidamente el canal de televisión Al Yazira, incluido el portal digital y todas sus corresponsalías en el exterior. Por supuesto se sabía que este medio tan influyente no quedaría fuera de las demandas. Como es de esperar, Qatar se niega en rotundo a cumplir, so pretexto de no humillarse internacionalmente permitiendo este tipo de injerencias en su soberanía.

Sin embargo, llama la atención que si bien se le pide a Qatar que expulse a integrantes de la cofradía Hermanos Musulmanes, no se haga lo propio con miembros del grupo palestino Hamas, considerado una agrupación terrorista por Estados Unidos e Israel, entre otros. Y ello a pesar que se sabe que Qatar le ha brindado por décadas refugio seguro y es su principal donante desde que asumió el gobierno en Gaza en 2007.

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Esta omisión de la lista de exigencias se debe, al parecer, a componendas políticas entre bambalinas. Días antes de conocerse la controvertida lista, se reunieron en El Cairo dos personajes desconocidos por estos lares pero figuras clave de la política palestina, aunque con visiones antagónicas. Por un lado Mohamed Dahlan, principal rival del Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, exiliado en EAU y que podría estar actuando como intermediario de los emiratíes en varios frentes, y por el otro, el recientemente electo líder de Hamas en Gaza, Yahya Sinwar.

El motivo de la reunión era canjear una flexibilización del pasaje de Egipto a Gaza a cambio de que Hamas permita la entrada de Dahlan a Gaza y una vez allí pueda dirigir el gobierno de la franja. En el plan expuesto por Dahlan, él se encargaría también de las finanzas y Hamas retendría el Ministerio del Interior.

El cierre de los túneles y el cruce entre Gaza y Egipto agrava el bloqueo a la franja y esto supone un deterioro progresivo de las condiciones de vida de su población. La posibilidad de que Dahlan logre levantar el cierre de dicha frontera terrestre al contar con el favor de las autoridades egipcias, aliadas de la monarquía saudí en el aislamiento a Qatar, resultó sin duda tentador. Lo peligroso es que la cúpula de Hamas no estaba enterada de la negociación ni de

que Sinwar decidiría unilateralmente, sin efectuar consultas. Esto puede interpretarse como un intento de Arabia Saudí y sus aliados por debilitar a Hamas a través de generar divisiones internas en su liderazgo.

Por otra parte, el rifi-rafe entre las monarquía petroleras, principales apoyos financiero y logístico de la pléyade de agrupaciones islamistas que combate desde hace años en Siria para derrocar al gobierno de la dinastía Al Asad puede generar mayores tensiones y focos de conflicto en un país devastado por la guerra que lo consume desde hace seis años.

En caso de que las tensiones con Qatar continúen y se prolonguen en el tiempo, los grupos opositores en Siria se verán obligados a tomar partido por Arabia saudí o Qatar, lo que debilita sus posiciones para seguir combatiendo al régimen sirio. En una guerra como la de Siria donde las potencias regionales intervienen para dirimir sus rivalidades luchando por cuotas de poder y liderazgo geopolítico, Turquía y Qatar apoyan preferentemente a los grupos islamistas en el norte mientras que Arabia saudí y EAU lo hacen con los que operan en el sur. La lista de nombres de fantasía para estos grupos es larga y cambiante. En definitiva unos y otros apuestan a la manipulación de estas guerrillas que son funcionales a los intereses de otros más fuertes. Así Arabia saudí y EAU apoyan en la actualidad a las

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facciones kurdas para ejercer una presión indirecta sobre Turquía, principal aliado hoy de Qatar.

Hasta cuándo podrán mantenerse neutrales estos grupos es una incógnita pero cuanto antes se desinfle la crisis entre socios del CCG tanto mejor para la región y el mundo.