La Memoria Personal y Colectiva

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IDENTIDAD, MEMORIA Y SUBVERSIÓN: LA APUESTA POR LA RECONCILIACIÓN DESPUÉS DEL 12F Alfonso Maldonado “¿Puede una nación sobreponerse a las injusticias que marcaron sus orígenes y, merced a su decisión y empreño moral, reparalas?” Paul Johnson, Estados Unidos, la historia No hace falta acudir a elaborados estudios como para saber cuánto pesa el pasado personal en el presente. Hay personas que lamentan la totalidad de su vida o parte de ella o tienen una fijación con los episodios de mayor infelicidad o que resultaron traumáticos. Lo cierto es que lo vivido no puede deshacerse, por lo que muchos quisieran al menos olvidarlo. Y la misma psiquis, en caso de extremo dolor, borra, por lo menos a nivel del consciente, el registro de aquellos momentos de tanto dolor que atentan contra la identidad psíquica. Sin merodear mucho, está el caso de accidentes con víctimas fatales en los que la persona, por uno de esos resquicios que brinda la vida, después de larga lucha consiguió sobrevivir.

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Ensayo sobre la historia, el tiempo, la memoria y la manipulación ideológica, en la actual conyuntura venezolana

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IDENTIDAD, MEMORIA Y SUBVERSIÓN: LA APUESTA POR LA RECONCILIACIÓN DESPUÉS DEL 12F

Alfonso Maldonado

“¿Puede una nación sobreponerse a las injusticias que marcaron sus orígenes y,

merced a su decisión y empreño moral, reparalas?”Paul Johnson, Estados Unidos, la historia

No hace falta acudir a elaborados estudios como para saber cuánto pesa el pasado personal en el presente. Hay personas que lamentan la totalidad de su vida o parte de ella o tienen una fijación con los episodios de mayor infelicidad o que resultaron traumáticos. Lo cierto es que lo vivido no puede deshacerse, por lo que muchos quisieran al menos olvidarlo. Y la misma psiquis, en caso de extremo dolor, borra, por lo menos a nivel del consciente, el registro de aquellos momentos de tanto dolor que atentan contra la identidad psíquica. Sin merodear mucho, está el caso de accidentes con víctimas fatales en los que la persona, por uno de esos resquicios que brinda la vida, después de larga lucha consiguió sobrevivir.

Sin embargo, cuando la persona por un evento post-traumático, sufre de pérdida de la memoria o amnesia, de manera lo suficientemente grave como para no recordar su historia personal ni a sus seres queridos, la ciencia ha descubierto que la persona también deja de saber quién es, lo que es su identidad. De tal forma que historia personal, resguardada en el presente por la memoria, está relacionado y es necesario para afirmar y conservar la identidad. El saber quién se es da pauta para tomar decisiones en la vida, orientarse hacia lo que se quiere, aceptar un tipo de relación y rechazar otro… y así sucesivamente.

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Pero no tenemos por qué quedarnos en el extremo de las experiencias. Estando en Sicilia de seminarista me conseguí con un adolescente, de buen porte y encantadora personalidad que parecía tener todo su futuro por delante. Sin embargo, su gran anhelo era conocer a sus padres biológicos, pues era adoptado, para saber quién era. Sin esto una inquietud interna lo devoraba.

Pero esto que se afirma a nivel individual también es cierto a nivel colectivo, de sociedades o países. El asunto de conservar la memoria histórica está relacionado con la comprensión del presente, da razón a costumbres y prácticas y, sabiendo de dónde se viene, se sabe quién es y a donde va.

Durante la segunda Guerra mundial, recuerda el papa Juan Pablo II en su libro Memoria e identidad, una de las formas de resistencia contra la ocupación alemana en Polonia era conservar sus tradiciones y el legado cultural incluso de los grandes escritores y dramaturgos polacos. Mantener viva su lengua y las grandes obras escritas por ellos, en el idioma de ellos. Para resistirse al Nazismo había que recordar quién se era, pues los nazis sabían que para desarrollar su proyecto de dominación debían desplazar la cultura nacional polaca.

También el papa Benedicto, siendo cardenal Ratzinger, recordaba como en su infancia el nazismo pretendía regresar a las religiones del Rihn, de tipo mitológico, para desplazar también los vestigios del cristianismo, que constituían una traba para su hegemonía. Igualmente se buscaba tener control sobre la memoria histórica.

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Pero es curioso el papel de la memoria y, por lo tanto, del pasado recordado en la proyección del futuro. Su papel era ya destacado por Platón y, en la historia del pueblo de Israel, en la Biblia, el memorial del pasado siempre abre al futuro, a la promesa. Así, pues, un pasado que se recuerda como calamitoso proyectará un futuro sombrío; un pasado radiante también incidirá sobre las expectativas del futuro. Por supuesto que hay casos donde un pasado difícil hizo de escenografía perfecta para un presente distinto y un futuro promisorio. Al igual que un pasado feliz puede valorarse como el paraíso perdido que tacha la actualidad como expulsión o exilio a una situación de exilio y cautiverio. Porque la persona tiene capacidad de maniobra y crecimiento… o decrecimiento.

Uno de los aspectos tétricamente interesantes, que ya se ha hecho mención sin darle la necesaria relevancia, es la posibilidad de de manipular el pasado. La palabra “manipulación” hace referencia a manejar algo con las manos (la manipulación de alimentos), pero también a la alteración intencionalmente engañosa de las conciencias de otros, por lo que la connotación es negativa.

En el adolescente la falta de historia personal hace que, tan sencillo, esté desorientado en la vida: al no saber quién se es, menos se sabe a dónde ir. Es muy fácil que se consiga caudillos a esa edad, distintos a los padres. Si a esto se le añade el aderezo de relaciones familiares conflictivas, o un pasado para salir corriendo, se entiende que un manipulador profesional lo puede enrolar en una banda de azotes de barrio, para que pueda irse desarrollando delictivamente, un grupo de contracultura, adicción a drogas, ciertas militancias políticas, terrorismo o fanatismos religiosos. Evocar y alimentar el ego, mover las cuerdas del resentimiento y el dolor, la baja autoestima… “los demás no te valoran, yo si lo hago”, “en tu casa no te quieren, nunca te han querido; nosotros sí”… El manipulador se encarga de darle una historia… y

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una misión. De sublimar complejos. Mao incentivaba el odio de los campesinos hacia los terratenientes para sumarlos a su revolución. Por supuesto que las relaciones eran injustas, pero el objetivo no era la conciencia sino el odio, para empuñar las armas. En Perú, 40 años más tarde el grupo guerrillero maoísta Sendero Luminoso mataba a 2 misioneros franciscanos polacos, pues con su ejemplo, labor y predicación no dejaban que el odio echara raíces en las conciencias campesinas, como exigía la estrategia de revolución.

Pero lo que pasa con las personas también pasa con los pueblos: el “no te quieren”, “no te valoran”, “yo sí”. “yo estoy contigo”. Mas la conexión afectiva debe reforzarse con la conexión ideológica (misión mesiánica que predice un futuro –sin barrancos- y de manera mesiánica) con la confiscación del pasado. Aunque la evidencia indique que somos una sociedad mestiza, tanto a nivel de fenotipo como cultural, aunque se usen computadoras, carros, aviones, se viva (y se quiera vivir) en ciudades y no en campos ni bohíos, vestirse de flux y vestido y no con taparrabos o guayuco; aunque se promueva el cine nacional y se hable español, que el IVIC haya comprobado que el 60% del genotipo es teutónico (blanco) y, añadimos nosotros, esta hazaña pertenece a aquellos 500 europeos que poblaron esta región del nuevo Mundo; que gran parte del ADN mitocondrial es de madres indígenas, y tantos datos más, se quiere manipular el pasado. Nos han inoculado la farsa de que nos invadieron, cuando el 60% de nosotros es de invasor y, la otra parte, de los invadidos. Por alguna extraña razón que prefiero no conjeturar, las mujeres indias de aquellas conquistas veían en los caballeros una oportunidad parecida a la marital, por lo que no siempre fue violencia sexual.

Si es por invasiones, la historia de la humanidad, y más si hablamos de la historia militar, se ha ventilado a base de invasiones… y no por eso los demás pueblos no andan lloriqueando por su pasado. Con las Naciones Unidas, por lo tanto de 1948 para acá, es que la comunidad internacional determinó que

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ningún país puede anexarse otro, o parte de otro. Antes era de lo más común y, por tristeza, les parecía que entraba dentro de la lógica de la guerra. La apreciación era tan distinta, que no se llamaba Ministerio de la Defensa, sino de Guerra y Marina.

Así que si de invasores se trata, los invasores no están en Europa, pues capaz que los que están allá nunca vinieron, sino los que se quedaron acá, con costumbres sexuales muy distintas a las de Pretoria. Y los invadidos, los auténticos, han quedado reducidos a algunos pueblos o protegidos por selvas y montañas… y a esos tan solo se les brinda un saludo a la bandera. Por otro lado habría que tener en cuenta que no existía una nación indígena, con sentido de unidad y pertenencia, sino naciones… y algunas “caribeadas” por otras. Sesenta millones de habitantes para 1492 en toda América de entonces significan hoy en día la población de dos Venezuela o menos de 2 veces la ciudad de México o 2 veces la ciudad de Nueva York en un territorio de 42.900.000 de Km2. Por lo que en América del Norte, al principio, podían convivir los dos pueblos, como en algún momento ocurrió, si no se empeñaban en ocupar el mismo territorio o algún desquiciado intentaba coleccionar cueros cabelludos o plumas para su recibo.

No se trata de negar el pasado, por supuesto. Se trata de asumir que este es mucho más complejo de lo que aparenta ser, por traumático que sea, y que permite diversas y variadas lecturas, que corrigen apreciaciones inexactas quieren ser hegemónicas, de parte y parte.

El pasado reciente de la democracia es otro ejemplo de adulteración intencional del pasado. No es que se lea desde la óptica del materialismo histórico de Marx, que ya puede ser un reduccionismo. Es que a sabiendas se callan algunos aspectos y se exageran otros para darle cierta teatralidad a la comprensión. Así todo queda reducido a lo que, de pequeño, uno se

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preguntaba ante una película de vaqueros: “¿quiénes son los buenos y quiénes son los malos?” Impartir la enseñanza de la historia fundamentándola en una premisa tan infantil deja mucho que desear o de su honestidad o de su profesionalidad.

Ha ocurrido también con la historia reciente: el gobierno venezolano a adulterado fechas de profundo dolor, como las del Caracazo (27 de Febrero de 1989), los golpes militares del 4 de Febrero y 27 de Noviembre de 1992, el 11 de Abril del 2002 y el 12 de Febrero del 2014 para ponerlo a su servicio. Pasado cargado de dolor donde el Estado venezolano se ha mutado en los últimos 15 años de victimario a justiciero, a través de un proceso amebiático de apropiación de las realidades y forjando matrices de opinión… que han logrado con cierto éxito… con el precio de vender sus conciencias al diablo.

El proceso de reconciliación de los venezolanos conlleva salir de este juego perverso, sin sacrificar ningún valor fundamental. O sea, no se trata de preferir defender la libre empresa en contra de la dotación de hospitales o por el estilo. La llamada justicia social tiene toda su vigencia dentro de otro modelo económico, por ejemplo. Así que la decisión de reconciliarse no debe verse como una renuncia a los valores fundamentales, sino precisamente la manera de realizarlos. Implica, por supuesto, la ciudadanía adulta que renuncia a la infantilada de pensar que puedo dormirme en los laureles, porque papá Estado me va a cuidar: el contrapeso del poder está en la ciudadanía activa y no dopada, pues en cualquier momento, si los ciudadanos no están en vigilia, el Estado se puede pervertir. Ahora bien, si por modelo socialista se entiende el de las fracasadas utopías encabezadas por la Unión Soviética, ese modelo hay que desecharlo, porque lejos de defender el Estado la justicia social lo que hace es envilecerlo para provecho propio.

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Un segundo aspecto para la reconciliación es la defensa de la Verdad. Quienes tienen el poder o, como se plantea en criminología, puede beneficiarse de unos hechos o una versión de los mismos, es de antemano sospechoso. Una comisión de la verdad significa la recuperación más precisa posible del pasado, por doloroso que sea. Ello implica también la aplicación de la justicia no de forma vindicativa (venganza) sino según el Estado de Derecho, que debe tener visos de neutralidad. Si el pasado resulta doloroso, pero hay que reconocerlo y asumirlo, igualmente lo es cuando una persona cercana resulta implicada en un hecho delictivo, más si son referentes a derechos humanos. Claro que las cárceles no pueden ser los mataderos en que se han convertido con la vista gorda de todo un país. Una sociedad debe contar con cárceles dignas, no porque los criminales se las merezcan, sino porque la sociedad tiene en alto la dignidad humana anterior a los hechos imputables, y que no se pierden luego de la sentencia. Lo contrario sería una depravación y degradación, donde los perseguidos serán otros pero la perversión institucional muy parecida.

Un tercer aspecto, con vigencia para el individuo o la sociedad, es entender que el pasado se supera en la medida en el que no se le niega , como tampoco se niega el dolor vivido o traído a cuestas. Esto no significa que se valore como positivo, sino que se reconoce todo lo negativo que pudo haber habido… pero que se busca encajar para que no contamine las posibilidades del presente. No se puede vivir permanentemente sacando las cuentas por cobrar. Hay que desactivar el odio de nuestras vidas. Del pasado se puede aprender… o me puedo distanciar: “yo ya no soy este” es mucho más que una coartada.

En dichos procesos puede que haga falta la mediación de alguien, como ocurre con los individuos: un terapeuta, esas figuras que inspiran sociedades, el concurso de psicólogos y sociólogos sociales, de escritores y dramaturgos, de personalidades ligadas a la religión. Pero el presente debe deslastrarse del

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pasado y debe representar, justamente por lo vivido, una nueva oportunidad de corregir, mejorar o superar, sin barreras mentales.

San Juan de la Cruz, ese famoso místico español, cifraba la purificación de la esperanza de la persona en la purificación de la memoria. Para posibilitar el futuro hay que purificar no el pasado, sino la memoria del pasado. Eso incide, añadiríamos al santo, en nuestra identidad personal o colectiva. Si bien es cierto que hacerse adulto y responsable puede ser manipular (moldear con mis manos, entrando en contacto) mi pasado y mi dolor para direccionarlo hacia donde quiero, el pasado presiona unidireccionalmente, en ocasiones. Al final la experiencia de Dios, que es Amor, es quien, sin el concurso de las palabras puede purificar la capacidad de esperar y amar. Bien compara el santo la labor de Dios como una “Llama de Amor viva” o como el proceso de forjado artesanal que hace el herrero. Más que definiciones es un proceso donde, para quien se dispone en Dios, es Dios quien purifica y reconcilia. De por sí el amor entre las personas también purifica todas ofensas, pues es gratuidad inmerecida.

Termino con esta frase de Paul Johnson, refiriéndose a la historia de los Estados Unidos y a su pasado como despojador de tierras indígenas y esclavista:

“Para juicio de la historia, lo que compensa esos pecados es una sociedad fundada en la búsqueda de la justicia y la imparcialidad

¿es esto lo que ha hecho Estados Unidos? ¿ha expiado sus pecados originales?”