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Estar privado de libertad, no importa cómo, por qué, dónde, cuándo, cuán-to…, nunca ha sido una situación envidiable. Toda privación de libertad connota una restricción de derechos. Desde las cárceles de los sistemas penitenciarios más avan-zados del mundo, hasta las más inhumanas e infra acondicionadas, la suerte de la persona presa es prácticamente la misma: hacer primar el error sobre la habilitación de la persona, el pasado sobre el futuro y, por supuesto, el castigo-pena sobre el perdón y la misericordia.

Si el sistema cárcel sigue siendo, hoy por hoy, una de las asignaturas pen-

dientes de la humanidad, tal suspenso sube de categoría (y es más apremiante) cuando percibimos cómo en nuestros centros penitenciarios residen un gran porcen-taje de mujeres y hombres con enfermedades mentales.

Cuando uno tiene la osadía de asomarse a la ventana del alma de estas per-

sonas, a través de sus ojos, habitualmente perdidos en el vacío de la nada, avista un sinfín de viejos cerrojos que han ido sustrayendo la normalidad de sus vidas; cerrojos que desvalijan sus mentes del precioso presente para cargarlas de inanes culpabili-dades y de rancias posibilidades soñadas que nunca pudieron ni podrán ser; cerrojos que inocularon atenciones que nutrieran apropiados procesos afectivos facilitando bajas autoestimas y variopintas violencias; cerrojos que impidieron la entrada de abrazos y caricias provocando rechazos, inhibiciones y desencuentros; cerrojos que forjaron y fraguan ansiedades, nerviosismos, depresiones y…

Cerrojos tan viejos como los que todavía suenan en nuestras viejas prisiones

y cuyo sonido sigue desvencijando el ánima de tantas personas enjauladas por el sino genético, familiar e histórico, concretizado y expresado en determinados delitos; cerrojos tan nuevos que siguen entorpeciendo esos vericuetos de auténtica libertad que discurren por las intrincadas combinaciones de la creatividad, la afectividad y la operatividad, tan ausentes en nuestros centros penitenciarios; cerrojos tan consis-tentes como hieráticos, pues seguimos cebando una sociedad que se recrea en la pena y el castigo como venganza.

Cerrojos que desgarran el cerebro, la cabeza, el cuerpo, la vida… en un vano

intento de conseguir una paz desconocida y ansiada; cerrojos que fastidian todo atisbo de libertad pues no se encuentra en el alma algo valioso que merezca la pena compartir con gozo; cerrojos que alejan toda chispa de felicidad, facilitando hui-das, ensoñaciones, alucinaciones y todo tipo de droga que agigantan frustraciones y deterioros internos y externos.

Todo ello articula un proceso degenerativo ingente, mucho más si tenemos en cuenta que un buen número de Centros Penitenciarios no tienen profesionales médicos capacitados para atender realmente estas patologías, con el agravante de encontrarse muchas veces aislados de los especialistas en Psiquiatría del Sistema General de la Salud.

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La locura de la cárcel se agranda a partir de la reforma de la asistencia psi-quiátrica que inicia una transformación sustancial del sistema de atención a la salud mental, determinando un proceso de desinstitucionalización de centros psiquiátricos (los antiguos ‘manicomios’). Estos centros se van cerrando sin crear servicios alter-nativos que mejoren el tratamiento, la protección y el género de vida que toda per-sona enferma tiene por dignidad y derecho a recibir constitucionalmente.

Merced a este agravamiento, la locura de la cárcel va degenerando en una

cárcel de locura, donde entre un 30% a un 40% de la población reclusa actual (68.614 personas según los últimos datos de Instituciones Penitenciarias) se verán incapaci-tados para llevar una vida digna cuando recobren su libertad. ¿Dónde queda la tan cacareada rehabilitación del art.25.2 de nuestra Constitución Española?

Con estas cautas reflexiones vamos, de puntillas, a entrar en este desgarre

mental, social, político, religioso-pastoral… y, desde el dolor y la impotencia, inten-taremos escuchar la voz del Crucificado para que nuestro compromiso personal y eclesial pueda ser la respuesta más adecuada a esta lacerante situación. Quizá, en medio de tanta nada, tanto vacío y tanta injusticia, la locura del Evangelio nos brin-de alguna pauta, para seguir siendo Buena Nueva.

Los modernos automatismos tecnológicos han suprimido los cerrojos en las

nuevas prisiones: ¿por qué no tenemos y usamos la misma habilidad y pericia para suprimir todos los demás cerrojos de nuestras propias cabezas y de las de los demás?

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Las personas, enfermas mentales, que bullen por nuestras cárceles configu-

ran esa pobreza silenciada y soterrada que, en aras del delito perpetrado, nunca será, ni quiere, ser percibida, escuchada y atendida. Su presencia, día a día más amplia y con diagnósticos cada vez más graves, ha alterado la dinámica penitencia-ria. Ha sido tal la presión del alto número de personas reclusas que padecen enfer-medades mentales –bien a su ingreso en prisión, como consecuencia del abuso de estupefacientes, o por el propio deterioro que la privación de libertad produce- que Instituciones Penitenciarias se ha visto obligada a crear el PAIEM (Protocolo de Aten-ción Integral al Enfermo Mental), cuyo objetivo es coordinar recursos penitenciarios de tratamiento, sanitarios y asistenciales para atender a las personas con enferme-dad mental que se encuentran en los centros penitenciarios.

Así, amén de los dos centros penitenciarios psiquiátricos de Sevilla y Fontca-

lent (Alicante), repletos y por encima de sus posibilidades, se ha visto forzada a acomodar y dedicar dependencias de las enfermerías y disponer de módulos especí-ficos –verdaderos psiquiátricos encubiertos en las diversas cárceles modulares-.

Quien visita las enfermerías, los módulos específicos y muchos de los patios

de los diversos módulos, se siente interpelado con tal laceria como si volviera a ver la película ‘alguien voló sobre el nido del cuco’ o se adentrase, de la mano de Alice Gould, en los diversos departamentos, que nos describe con mano magistral la obra ‘los renglones torcidos de Dios’. En ambos casos, la sensación acaba en interpela-ción: ¿qué es la locura? ¿Quién detenta realmente demencia?

Podríamos definir la enfermedad mental como un malestar que afecta al ce-

rebro produciendo alteraciones en el pensamiento, la percepción, las actitudes y la conducta. Trastornos de ansiedad, trastornos de angustia, trastornos de personali-dad, trastornos depresivos, trastornos bipolares, trastornos afectivos, trastornos psi-cóticos… son algunas de las alteraciones que viven y padecen estas personas enfer-mas. Los especialistas suelen distinguir entre trastornos neuróticos y trastornos psi-cóticos, quedando claro que muchas de las personas con enfermedad mental de nuestras cárceles entraron en ella siendo ya víctima de alguna perturbación.

La etiología es múltiple pues topamos con elementos biológicos, genéticos,

neurológicos, familiares, ambientales, psicosociales… Todo ha de ser tenido en cuen-ta a la hora del diagnóstico y tratamiento para que pueda haber verdaderas posibili-dades de rehabilitación.

Una gran mayoría de estas personas no tiene conciencia de enfermedad, sino

de sentirse mal. Cuando estamos a su lado percibimos pensamientos confusos, deli-rios de grandeza, desconexión de la realidad, sentimientos de persecución, lenguaje incoherente, alucinaciones sensitivas en los sentidos… Una incorrecta relación con el mundo exterior les impulsa a crear un universo a su medida donde se instalan de mil y una maneras: inmovilidad generalizada o una intensa agitación motora, adop-ción de tics, imitación de gestos o palabras, dificultad para expresarse, abandono de medicación y hábitos higiénicos, convulsión o violencia…

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Semejante desconexión conlleva conductas inadecuadas: desconfianza del entorno y personas, reiteradas distracciones, encierro en un silencio doloroso o dis-persión en una verborrea disparatada, abulia, desorden en la organización de su vi-da, inactividad, stress, fobias herméticas, miedos y pánicos, insomnio, comporta-mientos asociales que ocasionalmente pueden ser violentos o con intentos de suici-dio. Ante tanto dislate, quizá haya algo de razón al afirmar que ‘la locura es un cier-to placer que sólo el loco conoce’ (John Dryden).

Uno de los ámbitos socio ambientales más relacionados con la salud mental

es el de las drogas, en todas sus acepciones y categorías. Las drogas son, y serán siempre, una invitación a huir al mundo de la fantasía, donde se ofrece una fascina-ción que nunca será realidad. Aceptar la cruda y maravillosa realidad exige una ma-durez acrisolada en la reflexión y el sufrimiento…, y hay que reconocer que no so-mos educados convenientemente para ello.

La visita-relación periódica con estas personas enfermas constata su deterio-

ro; muchas de ellas tienen una avanzada edad y otras un alto nivel de dependencia; la mayoría de los delitos por los que cumplen condena son consecuencia de su en-fermedad y como resultado existe en muchos un rechazo familiar; ello conlleva au-sencia de lazos afectivos que aporten comprensión y afecto: carencia que genera aislamiento y que difícilmente puede ser compensada por los que frecuentamos la prisión; es así como se incrementa la discriminación y exclusión de estos reclusos con graves consecuencias en el intento de recuperar su salud mental. ¿Cuáles son los modos y formas de estar junto a estas personas enfermas que posibilitan cierta empatía? ¿Cómo acercarnos a ellos? ¿Cómo acompañarles para que nuestra presencia sea benéfica? Personas especialistas con cierta experiencia a sus espaldas nos invitarían a:

buscar espacios agradables (dentro de las circunstancias) evitando distracciones,

mirar a los ojos con serenidad y afecto, guardando un metro de distancia,

usar palabras sencillas con un lenguaje claro y bien articulado,

mostrar interés, atención y afecto con gestos y expresiones,

respetar los turnos de palabra evitando negaciones e interrupciones,

usar afirmaciones concisas que resuman y reafirmen lo que ellos comunican,

formular preguntas que aseguren la comprensión del mensaje,

tratar uno o dos temas como máximo,

reforzar los aspectos positivos,

con mucha delicadeza favorecer alguna toma de decisiones,

permitirle evadirse cuando él lo pida y reclame.

Otros consejos útiles a tener en cuenta:

establecer límites entre lo permitido y no permitido,

ser claro, firme y concreto sobre todo en conductas problemáticas sin enfadarse,

ante lenguajes incoherentes, confusos o violentos no perder la calma,

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no acusar ni condenar pero dejar claro lo que se tolera y no se tolera,

si nos cuenta algo que le afecta mucho, ignorar el contenido y reconocer su sen-timiento de angustia,

cuando sea posible y, con mucho tacto, ayudarle a distinguir lo real e irreal,

si lo acepta, mantener cierto contacto físico que exprese afecto y cercanía,

asegurarse de que toma la medicación.

Y cuando nos sintamos impotentes, permitamos que el silencio y nuestra cer-cana presencia sean elocuentes y acierten a comunicar que alguien a su lado com-parte su angustia, su malestar, su sensación de asqueo y vacío. Que sean elocuentes convirtiéndose en oración desgarrada, al saber que el que cargó con nuestras dolen-cias está vivo, compartiendo nuestra historia personal y comunitaria.

1. ¿Por qué crees que nuestra sociedad vive de espaldas al sino y realidad de las per-

sonas que sufren enfermedades mentales? 2. ¿Crees que el estilo de vida actual favorece, más que antes, la presencia e incre-

mento de todos estos tipos de enfermedades psíquicas y psicológicas? 3. ¿Tienes experiencia de relación y trato con personas que padecen algún tipo de

trastorno mental?

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“Dicen que las desgracias les vienen de nosotros, los dioses, pero son ellos los que, con sus locuras, se atraen infortunios no decretados por el destino”.

(Homero en ‘la Odisea’) Hará un año, más o menos, en medio del patio de la cárcel, un jefe de servi-

cios me señalaba a Pedro, una persona gitana con más de 30 años de cárcel a sus espaldas, destrozada física, mentalmente y con un deterioro palpable en todas sus expresiones, del que se guarecía en un poli consumo de estupefacientes…, y me de-cía: ¿dónde va a ir esta persona? ¿Dónde va a estar mejor que aquí, en la cárcel? A los dos meses Pedro moría con 52 años: nunca sabremos si fue por sobredosis, por un hastío crónico de la vida, por el desgaste que la cárcel produjo en su alma, por…

Esta anécdota, tan real como la vida misma, describe el tipo de cárcel que

entre todos hemos diseñado y que entre todos hemos convertido en espacio de locu-ra. Cada centímetro de cárcel nos susurra esa serie de realidades que vamos dejando al margen y olvidamos: todo aquello que, en el ámbito familiar, educacional, social, político y religioso, contribuye a educar la responsabilidad del individuo. Así hemos convertido la cárcel en el margen de los márgenes, sin que nadie dé la voz de alar-ma: la cárcel se ha convertido en un lugar terrible y patético para intentar la rein-serción. ¿Será posible educar a una persona en un espacio donde no quiere estar?

Resulta igual de escandaloso comprobar cómo las políticas públicas y sus ad-

ministraciones han descuidado la salud mental y los muros de las cárceles son los que ocultan esta dura realidad. Hemos pasado de la desinstitucionalización de la Reforma Psiquiátrica a la Reinstitucionalización en prisión, haciéndonos eco de las palabras de Michel Foucault, allá por 1970: “si una sociedad libera a los locos de su encierro, significará que la prisión ocupará el espacio vacío dejado por el manico-mio”. Queda claro que si la sociedad no habilita dispositivos asistenciales y sociales dignos y adecuados para los enfermos o los marginados, la prisión se convierte en el elemento sustitutivo de dichas carencias.

El carácter de peligrosidad con que son calificados estos enfermos, cierran las

puertas de sus hogares de origen, cuyas familias han agotado todos los medios a su alcance y tras llamar a todas las puertas sin respuesta alguna, viven una absoluta fragilidad, bajo el escaparate de una sociedad que invita a la alarma social, hacien-do que estos ciudadanos dejen de ser atendidos como enfermos para convertirse en delincuentes peligrosos.

Para aquellos enfermos, abandonados por sus familias, no hay respuesta, por-

que no suelen encajar en los recursos existentes ni tampoco existen dispositivos es-pecíficos para su perfil, marcado por la exclusión social, el deterioro y la falta de oportunidad, por lo que se suelen encontrar en un desamparo absoluto. La situación se va agravando más en los más pobres y la crisis económica se ha convertido en la justificación perfecta para que nuestras cárceles ejerzan también de manicomios,

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con ausencia de monitores, de actividades ocupacionales y hábitos de trabajo con los que llenar el tiempo libre y la potenciación educativa y cultural de las personas.

Por disposición judicial, muchos personas con enfermedad mental, tras delin-

quir (la gran mayoría debido a su déficit mental-relacional-afectivo), son ingresados en prisión para cumplir su pena; los más graves serán trasladados a las dos prisiones psiquiátricas que hay en España; estas dos prisiones, en la actualidad, se encuentran saturadas de internos por encima de sus capacidades; faltos de monitores, de activi-dades ocupacionales, de espacios adecuados y de orientación laboral para su futuro.

Sin entrar en terminologías técnicas ni florituras psiquiátricas, los entendidos

en enfermedades mentales coinciden en señalarnos que la atención a este tipo de pacientes ha de tener tres campos de incidencia: atención clínica, tratamiento psi-cológico y acompañamiento en la reincorporación social.

La atención clínica detectará la patología concreta del paciente, elaborando

un diagnóstico para perfilar un control-tratamiento médico. El tratamiento psicoló-gico, a su vez más allá de los síntomas, evaluará habilidades y discapacidades y enfi-lará-ejecutará un proceso individualizado de rehabilitación (autocuidados, autono-mía, autocontrol, relaciones interpersonales, funcionamiento cognitivo…). La rein-corporación social conlleva un acompañamiento, cargado de paciencia y confianza, que, siempre que se pueda, ha de recuperar los lazos familiares; si éstos no existen habrá que derivar hacia centros o comunidades donde se prolonguen los cuidados y se favorezca la relación con el entorno social, sin más alteraciones de las debidas.

Estos tres campos han de coordinarse en todo momento para brindar un ade-

cuado servicio a la persona enferma en un ambiente de cercanía, escucha, compren-sión, ternura y afecto. Sólo el calor cálido del cariño empático irá aflojando los pre-juicios, miedos y sospechas de quien busca en su corazón alguien que le brinde con-fianza y apoyo desmedido. Si en todo proceso educativo es apropiado el consejo de Von Goethe, en el trato con enfermos mentales resulta imprescindible: “trata a las personas como si fuesen lo que deberían ser y les ayudarás a convertirse en lo que son capaces de ser”.

Somos conscientes de que los centros penitenciarios no

son espacios apropiados para proporcionar estos cuidados y tra-tamientos; en la mayoría de ellos el personal médico se ve des-bordado; el recurso a las pastillas (según el argot taleguero) y a un exceso de medicación (por la continua confusión entre con-ductas anómicas, consecuencia de la enfermedad mental, y con-ductas regimentalmente reprobables) parece ser la única salida posible que lejos de abordar la situación del paciente la atempera para un mañana incierto.

Nos encontramos con escasez de alternativas para derivar a personas enfer-

mas mentales no susceptibles de ser tratadas en una institución cerrada como la cárcel; el paso por ésta puede ser incluso más perjudicial (personas con retraso mental, cuadros psicóticos leves, toxicomanías diversas…). Todo ello provocará un refuerzo del desarraigo y de la desvinculación familiar, lo que conduce a una mayor dificultad para su tratamiento y reinserción.

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Es muy doloroso tener que corroborar las palabras del jefe de servicio arriba aludido; y es que, a pesar de todo y con inusitada rapidez, estamos convirtiendo los centros penitenciarios en el único lugar donde estas personas enfermas son asistidas y se encuentran preservadas del trato excluyente y marginal que reciben de la so-ciedad, que solo alimenta el castigo en un intento vano de descargar sus responsabi-lidades. Muchos días, el trato cercano y comprensivo que reciben, incluso dentro de prisión, suplen las carencias y dificultades que en sí tiene el sistema con ellos.

Lamentablemente esta realidad no está lo suficientemente visibilizada, es

más, está silenciada y por tanto no existe ni la conciencia, ni la sensibilidad necesa-ria que movilice a reivindicar y exigir condiciones más justas. Hay una evidente falta de información concreta que se agiganta y agita por delitos aislados, a los que se da una excesiva repercusión nacional con sesgos proclives a primar la sanción, la pena y el castigo sobre la recuperación de las personas (víctimas y agresores). La estigmati-zación social se agiganta y los espacios de locura, cuanto más duros sean, son consi-derados los más propicios para castigar y hacer sufrir a quien transgrede la ley.

Esta sensibilidad social, tan peyorativa, no facilita la creación de medidas al-

ternativas (centros y recursos extrapenitenciarios) que propugnen realmente la rehabilitación de estas personas que han delinquido, en, con y desde su enfermedad. La nula demanda social de estos centros y recursos y la baja de los recursos presu-puestarios en tiempo de crisis económica contribuyen a agravar una situación que sufren alrededor de 19.000 personas en el interior de los Centros Penitenciarios. En definitiva, sin suficientes medios para atender, curar y rehabilitar, su reinserción en la sociedad, con un cierto grado de dignidad, se nos torna inviable.

La experiencia nos muestra que muchas de estas personas, una vez acabada su

condena, al no encontrar acogida ni en sus familias ni en los servicios sociales comu-nitarios, son depositadas en la puerta del Centro Penitenciario, donde, con cierta facilidad, sustituirán la medicación por altas dosis de alcohol y estupefacientes; el deterioro físico y mental se agravarán, propiciando la propuesta de nuevos delitos.

1. Podemos detenernos a ver cómo los esquemas sociales que nos ro-

dean han trastocado escalas de valores y propician la infelicidad, el desafecto, el desinterés por el otro, la inmersión en el abismo vario-pinto de las drogodependencias. Veamos si todo ello predispone a una mayor presencia de deterioro personal e incidencia de enfermedades mentales.

2. Desde las diversas pastorales diocesanas y nacionales ¿cómo hemos de actuar para hacer más cercana esta realidad tan inhumana y alimentar una cultura que impli-que en el perdón y la dignidad de la persona?

3. ¿Cómo hacerse entender y transmitir el soplo de la libertad si las posibilidades del destinatario para entrar en contacto con nosotros están limitadas? ¿Cómo liberar, sin medios de liberación?

4. ¿Será posible hablar de Dios en un mundo tan hambriento de calor y afecto? ¿Urgi-rá hablar a Dios de estas criaturas suyas y que esta oración sea escuchada por los hermanos y, sobre todo, por quienes detentan responsabilidades en la sociedad?

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Tu que cargaste con nuestras dolencias y, desde el Calvario, eres compañero de los que en la cárcel están prisioneros de sí mismos, angustiados atormentados por sus pensamientos negativos, enfermedades mentales y traumas emocionales, libéralos de las ansiedades de este mundo, para que puedan vivir con una mente sana y tranquila, llenos de paz y salud emocional - espiritual. Haz tuyas sus cargas, limpia sus heridas, cura sus miedos, aparta de ellos pensamientos de autodestrucción-suicidio y libérales de cualquier obsesión.

Dales el ánimo e ilusión de cada día para sobrellevar contrariedades y tribulaciones que les toca vivir. Da nitidez a sus ojos y clarividencia a su inteligencia hasta que sus nervios y sentidos estén calmados. Ayúdales a confiar en tu Palabra de Vida capaz de aliviar y sanar toda dolencia que amenaza la salud. Fortaléceles en la debilidad y tranquilízales en tu amor para que no cedan en la duda, tentación e incredulidad. Señor, renueva su espíritu y dibuja en sus rostros sonrisas de gozo y la riqueza de tu bendición.

Señor, bendice cada minuto de sus vidas, acompaña a sus familias restaurando lazos rotos, libéralos de toda agresividad y violencia para que puedan sentirse atendidos y queridos creando relaciones de afecto y comunión.

Restaura cada vida y devuelve la paz perdida, sana heridas y frustraciones abiertas, fruto de fracasos y deseos no satisfechos. Líbrales de esas experiencias negativas que les inducen a la desconfianza y el temor, de sus reacciones agresivas y viejos rencores, de sus pérdidas de ánimo y paciencia. Ilumina su interior con tu Luz para que no sean víctimas de la oscuridad: aparta toda tiniebla de su interior para que puedan descansar en Ti, Señor.

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Los parámetros de este mundo califican y tratan de locos y necios a quienes se atreven a alterarlos o van contra ellos. Las estructuras de poder riqueza y honor siguen y seguirán creando, como hemos apuntado en el apar-tado anterior, espacios de locura y cárcel: para que unos pocos se sientan (fa-lazmente) triunfadores, libres y… tendrá que haber otra inmensa proporción de fracasados y esclavos. Paradójicamente la cordura, que brindan y nunca proporcionan estos parámetros, engendra locura, desorden y desigualdad.

La sabiduría del evangelio es locura para los necios y para otros escán-

dalo: “nosotros predicamos un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos; en cambio para los llamados… un Mesías que es por-tento y saber de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres” (1 Cor 1, 23,25)

Lo de poner la otra mejilla, lo de perdonar 70 veces 7, lo de amar al

enemigo, lo de ocupar los últimos puestos, lo de servir al otro considerándole superior, lo de compartir lo que se tiene en vez de acaparar y almacenar, lo de venderlo todo y dárselo a los pobres, lo de que son bienaventurados los pobres, los perseguidos, los que lloran… va contra las lógicas de este mundo.

Y Jesús afirma que en este evangelio, que se identifica con su propia

vida, está la libertad y la felicidad. Él nos dice que la salud consiste en poder desarrollar las capacidades personales y participar de las tareas comunes de estudio, trabajo, vida afectiva, relaciones de amistad y comunidad, compro-metiéndose en hacer presente ya y aquí el Reino de Dios.

La fe no es una conquista-consecución de nuestros proyectos en la que

contamos con Dios; la fe se recibe, se mantiene y se da desde la experiencia de haber sido visto por Dios y de sentirse amado por él. Es necesario mucha oración y mucho ayuno para que el mal desaparezca de nuestras vidas:

Cuando llegó a donde estaban los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos. Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a Él, le saludaron. Él les preguntó: ¿qué disputáis con ellos? Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, te traje a mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron.

Él respondió y les dijo: ¡oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo. Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien ca-yendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: desde niño. Y muchas ve-ces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: creo; ayuda mi incredulidad.

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Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él que-dó como muerto, de modo que muchos decían: está muerto. Pero Jesús, tomán-dole de la mano, le enderezó; y se levantó. Cuando él entró en casa, sus discípu-los le preguntaron aparte: ¿por qué nosotros no pudimos echarle fuera? Y les di-jo: este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno. (Mc 9,14-28)

Jesús acaba de bajar del monte Tabor donde el Padre ha estado presu-

miendo de su Hijo, invitándonos a escucharle para disfrutar de su gloria; en el valle se encuentra con la tragedia humana: tantos padres, madres, familiares y amigos que no saben qué hacer con sus deudos, inmersos en situaciones tan dolorosas como inhumanas. El mismo texto nos invita a entablar una correla-ción significativa entre lo que pasa en el Tabor y lo que ocurre en el valle.

Toda enfermedad engendra lejanía, maldición, exclusión e impotencia;

en algunos casos provoca compasión, culpabilidad, desesperación y demacra-da resignación. Se buscan las terapias y salidas más apropiadas, pues la apues-ta por la salud es algo innato al ser humano. Las enfermedades mentales qui-zá insisten más en el dato de la mudez, pues dificultan el diálogo y la comuni-cación al verse alterada la percepción sensorial y real del mundo exterior e interior.

Jesús nos invita a ver la realidad personal y la del otro desde una pers-pectiva integral: biológica, psíquica, familiar, social, ética, espiritual y trans-cendente. Esa mirada es la mirada del Padre y, por ello, Jesús nos habla de oración y ayuno: orar es dejar que Dios nos mire y quiera, hasta hacer nuestra esa mirada y ese cariño que compromete toda la existencia; ayunar es dejar a un lado todo lo que no facilite y exprese esa mirada y esa atención divina. No es que Jesús nos invite a despreciar los cuidados médicos y otros recursos de atención, sino a situarlos en el regalo vital que es encontrarse con Dios, para posibilitar una atención integral a toda creatura, más si está dañada-enferma.

El Tabor es la lupa para contemplar el Calvario: Jesús habla con Moisés

y Elías de lo que va a pasar en Jerusalén; sin la experiencia del Tabor no hay elucidación de tantos Calvarios, Auswitchz, centros de reclusión, campos de refugiados, espacios de esclavitud, infinidad de injusticias humanas y catás-trofes naturales. El Tabor nos invita a romper la dinámica de Job en la gran pregunta “¿por qué?” y a contemplar con la mirada del Padre que sufre en cada uno de sus hijos. Él está con nosotros, encarnado en las mentes y cuer-pos, maltrechos y yertos que llenan las cunetas del mundo y de la historia.

Ante la insolencia del “¿por qué?” de nuestra impotencia, Él nos contes-

ta con su prolongada presencia encarnada: Él está y estará siempre al lado de los últimos mirándoles, tocándoles, sonriéndoles, escuchándoles, lavando sus heridas, acogiéndoles en su corazón para proporcionarles valor y esperanza. Y cuando le preguntemos qué es eso del Reino, Él nos seguirá diciendo como a los emisarios de Juan, el Bautista: “id y anunciad lo que estáis viendo y oyen-do: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11, 4-5). Así, somos testigos de la fuerza de Dios recreando nuestra debilidad.

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En el Tabor, el Padre nos invita a escuchar a su Hijo predilecto y la úl-tima y definitiva Palabra de Cristo está en el Calvario, donde se nos muestra y revela el amor indefectible de Dios por cada uno de nosotros. En lo alto del Calvario el Amor divino se encuentra con el Amén humano y es posible la Re-surrección. Es en la contemplación del Crucificado donde el Espíritu nos con-firma que el mal, la enfermedad, el sufrimiento, tanta y tanta injusticia-maldad, y hasta la misma muerte no tienen la última palabra.

Es en ese diálogo divino-total del Calvario donde cada día hemos de si-

tuar a nuestros hermanos privados de libertad, a quienes viven en nuestras cárceles enfermedades mentales. Es ahí, en el Calvario, donde el Espíritu nos revela que hace, ya más de 2000 años, el mismo Abba de Jesús nos dio la res-puesta, desencadenando un proceso de Resurrección permanente.

El Papa Francisco, en su reciente visita a Brasil, nos ha dicho que la en-

trega total de Jesús ha transformado la Cruz: de instrumento de odio, derrota y muerte…, ha pasado a ser signo de amor, de victoria y de vida. Por eso, na-die puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a su propia vida.

Cada vez que entramos en la cárcel y nos acercamos a los últimos, es-

tamos palpando al Crucificado y desde la fe se entabla una relación que per-mite aspirar a la salud integral. Quien mira y palpa la Cruz queda libre de la serpiente egocéntrica, que repta en nuestra mente y corazón, y puede rega-larse e identificarse con el que está a su lado.

Es esa energía y conexión que se entabla entre el Tabor y el Calvario la

que nos da alguna posibilidad de allegarnos, con tiento, de puntillas y con el corazón descalzo, a estos hermanos privados de libertad y con enfermedades mentales; la posibilidad de acoger y tocar sus vidas, para seguir batallando por su salud integral, asegurada ya, plenamente, en los planes del Padre. La posibilidad de vivir, hoy y siempre la locura del evangelio: enderezar y levan-tar nuestra vida y la de los demás, desde la dinámica y Espíritu del Crucifica-do que fue y es Resucitado.

1. Desde tu experiencia personal, como creyente y como agente de pastoral

penitenciaria, ¿te consideras capacitado para tener una visión integral de las personas que sirves, atiendes y te relaciones en ámbitos de exclusión?

2. ¿Tienes experiencias de Tabor que te permiten adentrarte en el misterio

del dolor, posibilitando su curación? ¿Te sientes, cada día, contemplado y amado por Dios o sigues teniendo la sensación de que Dios continua siendo de alguna manera una conquista tuya personal?

3. Quienes te conocen y conviven contigo ¿perciben en tu forma de ser, estar

y actuar que vives la pasión y locura del Evangelio? ¿Podrías decir cómo, y compartir alguna experiencia personal?

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Cancelamos estas reflexiones con la

esperanza de haber contribuido a erradicar algún que otro cerrojo, permitiendo que la locura del Crucificado proporcione sobrada luz para disipar esas tinieblas que envuelven y ha-cen opacas las cárceles de locura en la que me-rodean, como fantasmas, tantos hermanos nues-tros que con miradas perdidas nos muestran sus ros-tros y corazones agrietados, rotos, hendidos...

Consideramos justo, en medio de tanto desmán, agradecer la atención, dedi-

cación y entrega de tantas personas profesionales (funcionarios, personal sanitario, capellanes…) y voluntarias que, día tras día, en condiciones adversas y más allá de formas y normas institucionales, aciertan a brindar cercanía, acogida, sonrisas, cari-ño, tiempo y palabras de aliento a estas personas que, con enfermedades mentales de todo tipo, salpican todos nuestros Centros Penitenciarios.

Como fruto de todo lo apuntado, nos gustaría plantear algunas propuestas que

consideramos propicias para quienes sufren trastornos mentales en la cárcel y acer-tadas para el devenir positivo de la misma sociedad: Si ya desde la experiencia cotidiana ponemos en entredicho el artículo 25.2 de la Constitución Española, consideramos que nuestros recintos penitenciarios no están preparados y son los menos adecuados para dar una respuesta correcta a personas que, con trastornos mentales, han delinquido. Es patente que nuestros centros peni-tenciarios, en la actualidad, no cumplen los criterios para una atención adecuada a estas personas y, mucho menos, para el desarrollo integral de su personalidad. Finalizar una política de construcción de nuevos centros penitenciarios para apos-tar por centros alternativos que, realmente, den respuesta a la situación personal y concreta de muchas de las personas que cumplen condena en nuestras cárceles. Favorecer derivaciones adecuadas a Centros de Psiquiatría, de las personas con trastornos mentales más agudos, para quienes la permanencia en la cárcel suponga un agravamiento de su enfermedad. Igualmente, facilitar cualquier derivación que se vea factible, dando primacía a la salud mental de la persona por encima del cum-plimiento de la condena. En tanto la situación actual permanezca, sería conveniente reforzar el servicio médico de los Centros Penitenciarios con especialistas adecuados para la atención, promoción y autonomía de las personas con trastornos mentales o alteraciones psico-lógicas. Sería conveniente normalizar la atención a estas personas desde los servicios públicos existentes mediante el proceso de transferencia de la sanidad penitencia-

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ría a los servicios existentes públicos y la inmediata conexión informática entre la sanidad penitenciaria y los sistemas de salud de cada Comunidad Autónoma. Así, es-ta atención y cuidado tendría continuidad, al concluir el cumplimiento de la pena. Que no exista discriminación alguna en la aplicación, sustitución o modificación de las medidas de seguridad por razones de discapacidad, sea cual sea el origen de ella, evitando todo tipo de agravio comparativo en la aplicación de los beneficios penitenciarios. Promover desde todos los ámbitos una sensibilización social que conlleve un au-mento de recursos educativos, sanitarios y sociales dirigidos tanto a la prevención como a la atención de personas con trastornos mentales. Crear y favorecer hábitos saludables que favorezcan la autoestima, creatividad y autogestión de los ciudadanos. A nivel eclesial, nos hacemos eco de la invitación del Papa Francisco: “salid a las periferias”, donde se contemplan y revelan nuestros modos de pensar, vivir y creer… Es en estos espacios que habitan los últimos, donde la locura del Evangelio tiene la resonancia del Crucificado, amplificada hoy en las vidas rotas de quienes aguantan y sufren las locuras de nuestros egoísmos y nuestra falta de compromiso. Un último apunte, hecho oración: que la locura del Evangelio, encarnada en nuestras vidas, descorra la cremallera de tanta nefasta locura por todos entretejida, para que quienes sufren y aguantan la cárcel, la injusticia, la inhumanidad, la indi-ferencia, el abandono, la incomprensión y la soledad de la incomunicación…, puedan lo más pronto posible descorrer todos los cerrojos que colapsan sus vidas y lanzarse a esa feliz libertad que lleva a todo ser humano a transcenderse en el Absoluto.

(JFPA)