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CARMEN RUIZ BARRIONUEVO Universidad de Salamanca La «línea indecisa» de la memoria: Juan Antonio Pérez Bonalde revisitado El más destacado poeta venezolano del siglo XIX, Juan Anto- nio Pérez Bonalde (1846-1892) comienza uno de sus más celebrados poemas con estos versos: Tierra! grita en la prora el navegante Y confusa y distante, Una línea indecisa Entre brumas y ondas se divisa 1 . Esa «línea indecisa», que en este caso hace referencia a las costas de la patria, que el poeta vislumbra después de un largo des- tierro, puede servirnos no sólo como referencia al título de la novela a la que me voy a referir enseguida, sino también como imagen ilu- minadora que la orienta, y que destaca cuanto la memoria significa en el hacer literario. Es algo aceptado que el acto de la rememora- ción ha sido siempre el acicate de la escritura, y que muchas de las más importantes obras literarias se han escrito bajo el efecto del rescate del pasado. Pero ahora nos interesa muy especialmente ob- servar ese funcionamiento de la memoria dentro de un tipo de na- rrativa histórica, como la que plantea el autor de la novela a la que haremos referencia, Una línea indecisa (1999), del venezolano Ricardo Gil Otaiza 2 , que precisamente toma como centro la perso- 1 J. A. Pérez Bonalde, Poesías y traducciones (recopilación), Caracas, Ediciones del Ministerio de Educación Nacional, Dirección de Cultura, 1947, p. 3. 2 Ricardo Gil Otaiza, Una línea indecisa, Caracas, Monte Ávila Editores /CDCHT de la Universidad de Los Andes, 1999. Ricardo Gil Otaiza (Mérida, Vene-

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CARMEN RUIZ BARRIONUEVO

Universidad de Salamanca

La «línea indecisa» de la memoria:Juan Antonio Pérez Bonalde revisitado

El más destacado poeta venezolano del siglo XIX, Juan Anto-nio Pérez Bonalde (1846-1892) comienza uno de sus más celebradospoemas con estos versos:

Tierra! grita en la prora el naveganteY confusa y distante,Una línea indecisaEntre brumas y ondas se divisa1.

Esa «línea indecisa», que en este caso hace referencia a lascostas de la patria, que el poeta vislumbra después de un largo des-tierro, puede servirnos no sólo como referencia al título de la novelaa la que me voy a referir enseguida, sino también como imagen ilu-minadora que la orienta, y que destaca cuanto la memoria significaen el hacer literario. Es algo aceptado que el acto de la rememora-ción ha sido siempre el acicate de la escritura, y que muchas de lasmás importantes obras literarias se han escrito bajo el efecto delrescate del pasado. Pero ahora nos interesa muy especialmente ob-servar ese funcionamiento de la memoria dentro de un tipo de na-rrativa histórica, como la que plantea el autor de la novela a la queharemos referencia, Una línea indecisa (1999), del venezolanoRicardo Gil Otaiza2, que precisamente toma como centro la perso-

1 J. A. Pérez Bonalde, Poesías y traducciones (recopilación), Caracas,Ediciones del Ministerio de Educación Nacional, Dirección de Cultura, 1947, p. 3.

2 Ricardo Gil Otaiza, Una línea indecisa, Caracas, Monte Ávila Editores/CDCHT de la Universidad de Los Andes, 1999. Ricardo Gil Otaiza (Mérida, Vene-

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nalidad y los momentos decisivos de la vida del poeta Juan AntonioPérez Bonalde.

La novela de Gil Otaiza, en consecuencia, está vinculada aesa parcela de la novela histórica actual que pretende rectificar ladesmemoria, poner de relieve la incomprensión y a la vez colmarun vacío y un silencio injustos acerca de determinados personajes yacontecimientos del pasado nacional. En este caso el objetivo re-sulta claro, se trata de evidenciar el descuido y el olvido del poetaromántico por parte de la historiografía literaria y de la culturaoficial venezolana, poniendo de manifiesto mediante esa actualiza-ción, su dimensión humana, intelectual y literaria, tanto en suaspecto individual como nacional. Porque si por algo destacó la per-sonalidad de Pérez Bonalde, aparte de su vocación de poeta y detraductor, fue, desde luego, por su amor a su país de origen, en elque, contradictoriamente, vivió pocos años por su condición de con-tinuo exiliado: primero con su padre y toda su familia en PuertoRico de 1861 a 18643, luego, ya adulto, en Nueva York, donde con lallegada al poder del presidente Antonio Guzmán Blanco, hubo defijar su residencia desde 18704. A partir de esta fecha, sólo volveráa Venezuela por breve tiempo en 1876, y luego seguirá ausente desu país hasta su regreso definitivo en 1890, dos años antes de sumuerte. Esta trayectoria vital, unida a su personalidad literaria, hacontribuido a crear un estereotipo, el del triste y desdichado poetadecimonónico que subyace en palabras como las que le dedica subiógrafo, José Ramón Medina, al enfatizar lo dramático de suexistencia: «Él cruza como una sombra enlutada por nuestra poe-sía, encarnando uno de los personajes más destacados para las le-tras venezolanas y americanas durante el siglo pasado»5. Tal vi-

zuela, 1961) es farmacéutico, profesor universitario y columnista de El Universal,y de otros diarios regionales de Mérida. Ha publicado la novela Espacio sin límite(1955), la colección de cuentos, Paraíso olvidado (1996), y un libro de divulgacióncientífica, Plantas usuales en la medicina popular venezolana (1997).

3 Ernest A. Johnson Jr., Juan A. Pérez Bonalde. Los años de formación. Do-cumentos 1846-1870, Mérida, Universidad de los Andes, 1971, p. 24 y ss.

4 Ibidem, p. 299.5 José Ramón Medina, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), Caracas,

Eds. de la Fundación Eugenio Mendoza, 1954, p. 5.

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sión, con su afectada propuesta, ha venido a desnaturalizar la en-traña más viva del escritor y a sumirlo en una nebulosa lejana einasible.

Al tomar como centro una personalidad como la de PérezBonalde que formó parte, aunque lateralmente, de la historia ofi-cial y cuya dimensión se ha perdido, la obra nos propone una incur-sión histórica, la ficcionalización de una vida, por lo que este in-tento de Gil Otaiza podría vincularse a otras novelas que tambiénutilizan el referente literario dentro de la novelística latinoameri-cana, como Margarita está linda la mar (1998) del nicaragüenseSergio Ramírez, que se centra en la figura de Rubén Darío, Delmira(1996), del uruguayo Ornar Prego Gadea, que ficcionaliza la inquie-tante biografía de la poeta modernista Delmira Agustini, o Juana-manuela mucha mujer (1983) de Martha Mercader que rescata laolvidada figura de la escritora decimonónica argentina, Juana Ma-nuela Gorriti6. Sin embargo, también la novela traza otro parentes-co que resulta más que evidente en el planteamiento de su entra-mado, el de su vinculación con la denominada narrativa intrahistó-rica, con la que comparte una "precisa línea" de aprovechamientode recursos. La novela intrahistórica, que remite al famoso términode Miguel de Unamuno, es definida por una de sus estudiosas, LuzMarina Rivas, como el procedimiento según el cual «esa concienciahistórica se hace presente en un texto que reescribe la historia depersonajes anónimos y de sus vidas privadas torcidas por la histo-ria colectiva», pues ésta se presenta desde abajo, tiene el carácterde una microhistoria7, y tal discurso, dentro del subtipo de la nove-la histórica, constituiría la «narración ficcional de la historia desdela perspectiva de los subalternos sociales» o «una visión de la histo-ria desde los márgenes del poder»8. Este tipo de novela ha sido muy

6 Martha Mercader, Juanamanuela mucha mujer, Barcelona, Planeta,1983; Ornar Prego Gadea, Delmira, Madrid, Alfaguara, 1996; Sergio Ramírez,Margarita, está linda la mar, Madrid, Alfaguara, 1998.

7 Luz Marina Rivas, La novela intrahistórica: Tres miradas femeninas de lahistoria venezolana, Valencia, Universidad de Carabobo, Eds. El Caimán Ilustra-do, 2000, p. 39.

8 Ibidem, p. 58.

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desarrollada en Venezuela por parte de las mujeres escritoras enlas últimas décadas, como Laura Antillano, Milagros Mata Gil, Ste-fania Mosca o Ana Teresa Torres, con claros antecedentes en otrasobras testimoniales también escritas por mujeres como Victoria DeStefano o Antonieta Madrid, y aunque no se pueda ofrecer comoalgo exclusivo de la escritura de mujeres, hay que conceder quepresenta rasgos marcados, como la presencia de voces femeninas,la atención destacada a su condición, educación y las dificultadesde su desarrollo dentro de una mentalidad regida por las pautasmasculinas. Pero ello no impide que autores como Gil Otaiza pue-dan aprovechar con acierto esta misma perspectiva; más bien re-sulta una prueba del grado de madurez y de convencimiento que laliteratura escrita por mujeres está logrando entre sus colegas mas-culinos.

Al intentar infundir existencia a un personaje como PérezBonalde, casi fosilizado por la historiografía literaria y sobre el queel prejuicio ha vertido tantos lugares comunes, se planteabangrandes obstáculos para la elaboración de la ficción. Claro que todoescritor de la Nueva Novela histórica es dueño de un margen delibertad que otros procedimientos escritúrales de la historia no po-seen, no sólo por la holgura con que se pueden manejar los propiosdatos históricos y biográficos9 sino porque no es necesario ajustarsefielmente a la realidad histórica, ya que lo que prima es la produc-ción de «un efecto de realidad»10 que sirva a ese propósito correctorde la historia oficial. Por ello la obra del autor venezolano se plan-tea evocar con verosimilitud y cercanía el referente, para lo cualutiliza el recurso de procesar como hipotextos la producción litera-ria y los estudios realizados acerca del poeta decimonónico. Si, poruna parte, había que humanizarlo y aproximarlo a los años y a loslectores actuales, por otra, no se le podía desposeer del aura quelegítimamente conquistó Pérez Bonalde como poeta de los orígenes

9 Aínsa, Fernando, Invención literaria y "reconstrucción" histórica en lanueva narrativa latinoamericana en Karl Kohut (Ed.), La invención del pasado. Lanovela histórica en el marco de la postmodernidad, Frankfurt am Main, Madrid,Vervuert, Iberoamericana, 1997, pp. 117-118.

10 Ibidem, p. 118.

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de una nacionalidad. De este modo Una linea indecisa trata dediseñar un personaje ya consolidado en el imaginario literario, aun-que no por ello deba regirse exclusivamente por el estereotipo co-múnmente aceptado. Ese «paradigma de rasgos» de que está com-puesto el personaje de toda obra literaria adopta en este caso unaconducta previsible, exenta de rasgos variables11 cuya composiciónno puede constituir un demérito pues se juzga necesaria para undesarrollo ficcional que pretende apuntalar un paradigma construc-tivo, una conducta y una trayectoria ya consagradas. Y tal paradig-ma afecta no sólo al poeta sino al otro personaje, la hermana narra-dora, pues la novela adopta este punto de vista intrahistórico, el deElodia Carolina Pérez Bonalde, la hermana del escritor. Y así sepone en pie la figura del poeta desde una perspectiva indirecta, pa-ra rectificarla, en la convicción de que plasmarla tal y como la hacomprendido la historiografía literaria, implicaba una perspectivanada atractiva, y aún diríamos inverosímil. Por eso, siguiendo lapauta ya establecida en tantas novelas de tipo histórico, el autorpresenta una personalidad compuesta, cuyos rasgos suman al deun poeta romántico con sus inquietudes y firmezas, el intelectualconsciente e implicado en la política12 de su momento, y, por su-puesto, el hombre de carne y hueso, con su vida atormentada y trá-gica. En consecuencia la figura de Pérez Bonalde, acartonada por eldecurso del tiempo, se vivifica gracias a la doble perspectiva que elautor adopta. Por un lado el punto de vista principal, que rige lanovela desde el comienzo, reside en el testimonio de su hermana, lanonagenaria Elodia Carolina. Por otro, el propio punto de vista delescritor, nada discrepante de las valoraciones de su hermana, peronecesario y complementario, aparece a través de un ramillete decartas, seleccionadas por ella, en las que se afianza una similarlínea interpretativa. Con ello, esta novela de Gil Otaiza estaría

11 Seymour Chatman, Historia y discurso. La estructura narrativa en lanovela y en el cine, Madrid, Taurus, 1990, pp. 135 y 141.

12 Como ejemplo de esa actividad, dentro de su obra literaria, reflejan susconvicciones los sonetos «A un tirano» y «Tienen razón». Versos de este último re-sultan evidentes: «Tienen razón! Se equivocó mi mano / Cuando guiada por noblepatriotismo, / Tu infamia tituló de despotismo, / Verdugo del honor venezolano!»(J. A. Pérez Bonalde, Poesías..., op. cit., pp. 171-172).

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también dentro de lo que Carlos Pacheco ha llamado «ficciones me-tahistóricas» en las que la trama ficcional incorpora «la presenciaentre los personajes ficcionales de un historiador (o de alguien queejerce sus funciones rememoradoras)»13 cuya acción «es aprovecha-da para exhibir, ponderar y poner en tela de juicio no sólo ciertasmanifestaciones canónicas, oficiales, de la historiografía, sino todauna serie de otras operaciones culturales»14. Aunque en este casotal función de "historiadora" es desempeñada por la hermana delpoeta y ello hace que, dentro de esas coordenadas sociohistóricasvenezolanas, la voz marginal e intrahistórica se imponga, ejercien-do ella también, al igual que las protagonistas de las novelas demujeres citadas, una función «exploradora del pasado» para formarparte de ese corpus que puede integrarse en la literatura venezola-na como una «narrativa intrahistórica, [que se definiría] como unconjunto de relecturas del proceso histórico venezolano desde ópti-cas particulares, alternativas, cuestionadoras, en ocasiones inédi-tas y resemantizadoras»15.

Con estas pautas la obra se sumerge desde su mismo comien-zo, desde la sugerencia de los paratextos, en el espíritu y los textosde Pérez Bonalde. Así la novela queda amparada por el gran epí-grafe del comienzo que marca, a través de los versos del poema«Sub-umbra»16, que se transcribe completo y sangrado hacia la de-recha, - con lo que se encubre un tanto su origen -, el ideal necrofí-lico de la voluntad de acabamiento romántico que entraña laatracción de la fosa desde su primera imagen: «Traedme una caja /

13 Pacheco observa el mismo procedimiento en novelas de Ricardo Piglia,Enrique Bernardo Núñez, Carlos Fuentes, Andrés Rivera, Laura Antillano, LuisLópez Nieves, Ana Teresa Torres, Augusto Roa Bastos, Ana Pizarro o Tomás EloyMartínez. Véase: Carlos Pacheco, Historiadores de papel: La metahistoria en la re-ciente ficción hispanoamericana, Rodrigo Cánovas y Roberto Hozven (Eds.) Crisis,apocalipsis y utopías. XXXII Congreso Internacional de Literatura Iberoame-ricana, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2000, p. 270.

14 Ibidem.15 Carlos Pacheco, Textos en la frontera: memoria, ficción y escritura de

mujeres en La patria y el parricidio. Estudios y ensayos críticos sobre la historia yla escritura en la narrativa venezolana, Mérida, Eds. El otro, el mismo, 2001, pp.260-261.

16 J. A. Pérez Bonalde, Poesías..., op. cit., p. 64.

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de negro nogal,/ y en ella dejadme / por fin reposar». Hay que teneren cuenta también que el poema termina con otro tópico romántico,el del olvido eterno (versos como: «¡Ni flores, ni losa,/ ni cruz fune-ral;/ y luego... olvidadme/ por siempre jamás») que irónicamente seglosa en el texto que leeremos después, pues no otra cosa se propo-ne: sacar la figura del poeta de ese olvido que él mismo deseó, y queselló la historiografía en su polvorienta recámara. Dentro de lamisma pauta intertextual, gran acierto es tomar como título elverso «Una línea indecisa», porque confluyen en él a un tiempo lareferencia y la sugerencia. En efecto, como hemos dicho, el novelis-ta elige como título uno de los primeros versos del que es conside-rado el mejor poema del romántico venezolano, y el más conocido,«Vuelta a la patria», dedicado significativamente a su hermanaElodia, la gestora de esa recuperación de la memoria en la novelade Gil Otaiza. Pero es evidente que el título, que en el poema hacereferencia a la patria entrevista en la lejanía, es también sugeren-cia en el texto que nos ocupa, de la fragilidad de la orilla que se-para la vida de la muerte. Vida y muerte se imbrican en esa líneasutil a través del tejido de la memoria de una autora y compiladoraimplícita, la de Elodia Carolina Pérez Bonalde. Dado este artificioconstructivo la novela de Gil Otaiza se articula con unos cuantosreferentes biográficos necesarios que hacen posible la encarnaduradel personaje evocado, pero sobre todo ello se armoniza un gran es-fuerzo de ficcionalización. Datos reales que posibilitan la recreaciónde este personaje femenino y su función narradora son la estrecharelación que existió entre la hermana y el poeta, que ocupaban losdos últimos lugares de los diez hijos de la familia. Está comprobadoque con ella viajó desde Caracas a Puerto Cabello en 1876 con oca-sión de un breve retorno, y en 1887 fue Elodia quien hizo el viajedesde Caracas a Nueva York para cuidar del hermano enfermo. Es-tá documentado que murió soltera a los 94 años dejando una cajacon recuerdos familiares17. Todo ello forma una excelente base his-tórica para infundir verosimilitud a este personaje cuya misión es

17 Ernest A. Johnson Jr., Juan A. Pérez Bonalde. Los años de formación...,op. cit., p. 11.

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perpetuar la historia familiar a través de su más alto representan-te.

Nueve monólogos y ocho cartas ponen en pie una novela quemetaliterariamente niega serlo: «Pero en mi caso no, no escribo unanovela ¡Dios me libre! Les tengo pavor y fobia. Creo no ser capaz determinar la lectura de alguna, me cansan y me fastidian»18 (44),rasgo que también la uniría a ese tipo de relatos intrahistóricosque, según observación de Carlos Pacheco, se caracterizan por estetipo de reflexión19, al mismo tiempo que pretende ser una especiede compilación de la memoria familiar reproducida y conservadapor la más joven de la familia Pérez Bonalde: «yo no estoy escri-biendo una novela [...] estoy recopilando las cartas de mi hermanoJuan Antonio» (35). Por tanto, dado el intento pretendidamente au-tobiográfico, estamos ante un relato en primera persona de raízhomodiegética en el que este personaje funciona como narrador desu propia experiencia presente y, al mismo tiempo, rescata del pa-sado hacia el presente y para el futuro, como narrador testigo, lavida y obra de su hermano Juan Antonio. Recuerda Luz Marina Ri-vas que «Las escrituras del yo, tan frecuentemente asociadas con laescritura de las mujeres, constituyen una de las estrategias másimportantes en la construcción de intrahistorias» y cita las novelasde Laura Antillano, Milagros Mata Gil y Ana Teresa Torres que seapropian de estos discursos a través de géneros como el diario, elgénero epistolar, el testimonio y el relato autobiográfico20. Del mis-mo modo Gil Otaiza en ese intento de representación del "otro"utiliza los recursos apropiados, la carta y el discurso biográfico21 alponer en manos de la compiladora la elaboración de unas memoriasy la ordenación de una correspondencia epistolar.

Es así como en Una línea indecisa la figura del poeta cobra vi-da en una doble dimensión, su propia escritura a través del recurso

18 Citaremos entre paréntesis la referencia de la página de la novela de GilOtaiza con los números correspondientes.

19 Carlos Pacheco, Textos en la frontera..., loe. cit., p. 265.20 Luz Marina Rivas, La novela intrahistórica, op. cit., p. 111.21 Hugo Achugar, Historias paralelas luidas ejemplares: La historia y la voz

del otro, en «Estudios» (Caracas), III, 5, 1995, p. 207.

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epistolar y mediante el testimonio de una voz. La voz de la her-mana que rige lo narrado se instala, a su vez, en un doble espacio,el del pasado familiar y del hermano poeta, y la del punto del pre-sente desde el que cuenta: a sus 94 años de edad, en plena dictadu-ra de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958). En uno de sus monólogosprecisa, para que no quepa duda: «Hoy 24 de julio de 1953, nadieme visita, nadie me recuerda, los míos - mi gente - se quedaron enel siglo XIX» (36). Para ello el autor introduce una separación dedoce años entre los hermanos, (Elodia habría nacido hacia 1859)único modo de abarcar y contrastar los dos momentos históricosdictatoriales, el vivido por el hermano en la época de GuzmánBlanco y la dictadura de Pérez Jiménez de mediados de los cincuen-ta del siglo XX en la se desarrolla la vejez de la hermana. Así, si-guiendo el artificio característico de la novela histórica, un perso-naje olvidado, subalterno, se erige y se potencia como "historiador"memorioso para alcanzar indirectamente el objetivo: la valoraciónde la vida y obra de otro de mayor entidad, en este caso del poetaPérez Bonalde. Mediante la oscura figura de la hermana, de la quese tienen pocos datos, cobra este último una importancia singular,porque a través de ella se humaniza al autor, se lo acerca comohermano y como ilustre personalidad. Ella se convierte en instru-mento fundamental de ese cometido en una novela que destaca porsu eficacia y linealidad.

El "Yo" de Elodia Carolina se asienta en la primera palabradel primer monólogo, que actúa como marco de la novela y que con-tiene toda la esencia anecdótica posterior, así como en la primeracarta de Juan Antonio, dentro del ejercicio confesional que la cartapropicia, se confirman los datos fundamentales de su personalidaddesde su posición de exiliado en Nueva York. Ambos hacen referen-cia a tiempos complementarios, si la carta del hermano tiene unafecha precisa y un lugar, Nueva York, 30 de enero de 1871, en cam-bio Elodia Carolina plantea su visión de testigo extendida en unmás amplio abanico temporal. Su avanzada edad le propicia unaautoridad para valorar y comparar ambos siglos en los que havivido, e incluso tras ese rango de su persona, «una vieja quintaño-na», «un cadáver ambulante», se avizora el orgullo de haber domi-

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nado el tiempo; se sabe superviviente de un mundo que se rescataúnicamente mediante su memoria: «lo único que no murió de mimundo, fue mi propio mundo, mis vivencias, mis recuerdos alegresy tristes, los poemas, la prosa, la rima, el gusto por todo lo bello»(1). También en las primeras páginas se establece la conexión entreesta decrepitud física y su destino que alcanza el carácter de unamuy marcada misión: la salvación de la memoria familiar y sobretodo el esclarecimiento del recuerdo del hermano, «conmigo residenlos papeles. Sí. Los papeles traerán a mi memoria - cuando me fa-lle - todo lo acontecido» (2). Y aún más claramente: «Desde queentré a los cincuenta años, comencé a recopilar todo lo que me re-cordara a Juan Antonio, mi hermano el poeta. Para entonces co-mencé a prepararme para la muerte» (3). Esos papeles son algomás que una ayuda para la memoria, contienen la autobiografía delhermano expresada a través de sus cartas, pero también su imageny la de la familia: «El álbum, con todos los recuerdos de la época: lamejor que vivió Venezuela con respecto a sus letras y sus artes» (2).Son papeles de los que se siente custodia y fiel heredera, que salvóde todos los peligros, «del mar embravecido cuando fui a NuevaYork en ayuda de mi pobre hermano» (2) y con posterioridad de unvoraz incendio:

Sólo tengo los papeles y el álbum que logré rescatar de la casade mi pobre sobrina Emma, hija de la no menos desdichadaTelesila. ¡Horror! Aquel incendio voraz, casi me chamusco tra-tando de salvar lo poco que quedaba de aquella tragedia. Lo-gré encontrar a mi sobrina con vida y me encargó del baúl queguardaba celosamente como recuerdo de nuestros antepasados(3).

Dentro de la tradición familiar parece cierta la existencia deese baúl que Elodia habría dejado, a su muerte, en casa de su sobri-na22 al que se añade en la ficción el dato verosímil del incendio que

22 Ernest A. Johnson Jr., Juan A. Pérez Bonalde. Los años de formación...,op. cit., p. 11.

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produce mayor dramatismo. Es decir, que con muy escasos referen-tes se va conformando ya en este primer monólogo de la novela unpersonaje de ficción que cumple con todos los requisitos de medio einstrumento para evocar la trayectoria del poeta. Tiene la memoriay los "papeles" y tiene, también, y lo que es fundamental, el poderde la escritura. Dos poderes, el de la memoria y el de la escritura,que la hacen excepcional. Los dos se despliegan con el desordencaracterístico de su decrepitud, ya casi sintiendo el final de suexistencia. La memoria proyecta los recuerdos de su propia vida,que es también la de la familia, como en este caso la cronología deldestierro del padre en Puerto Rico en 1861 - provocado por razonespolíticas, y al que acompañó toda la familia: «Recuerdo que fue alregreso del general José Antonio Páez», ya que «nosotros éramosmonaguistas» (3) - superpuesto a otro viaje realizado en 1887camino de Nueva York en el que un oportuno desembarco enPuerto Rico, a causa del asma, la salva de un seguro naufragio.

Es importante comprobar ya en este primer monólogo de Elo-dia Carolina el modo de evocar, mediante comparaciones y contras-tes en las que combina dos viajes, dos épocas, el pasado y el presen-te. Una bimembración que engarza desde el principio la novelapues son dos los personajes protagonistas, Elodia Carolina y JuanAntonio, cuyos monólogos y cartas producen ese juego textual, quese prolonga en la constante y dual comparación que rige el pensa-miento de la voz femenina que cuenta. De esta manera ya en esteprimer monólogo entramos en conocimiento de los rasgos físicosfundamentales de los dos personajes principales, por un lado los deella misma, los achaques de su extrema vejez, el asma que la ase-dió desde niña, y en cuanto a su hermano Juan Antonio se lo apre-cia, mediante su evocación, en un momento fundamental de suexistencia, ya en los últimos años, cuando las tristezas de la vida lehabían convertido en un ser atormentado:

jamás entendí cómo un hombre como él había podido sobrelle-var tanta tristeza sobre los hombros. Ya no era aquel buenmo-zo joven que atraía a las mujeres como el néctar a las abejas.Su figura había perdido la prestancia de otrora. Su muscula-

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tura no había podido mantenerse fuerte como consecuencia delas prolongadas fiebres, así como del ayuno obligado por la es-casez del dinero. Su producción literaria estaba casi a cero, delos periódicos locales llegaban de manera constante emisariosa la espera de sus codiciados escritos (4).

Se preludia, en el contraste de las dos personalidades evoca-das, el carácter complementario de ambos personajes, y cómo ellaes una proyección temporal de la vida y de la obra del hermano, porla que siente una inquieta obsesión. Todos son rasgos ficticiospropiciados por el rasgo real cuya muestra más efectiva la tenemosen la dedicatoria del poema «Vuelta a la patria», acerca del cualrecuerda Elodia el momento en que lo recitó por primera vez enPuerto Cabello: «Lloré mucho cuando lo leyó en medio de sus ami-gos y admiradores en mi amado Puerto Cabello. Se levantó entretodos y con ojos destellantes, dijo: "Hermana, nunca olvido lo queprometo, a ti dedico estos versos"» (4).

Pero, si contemplamos la estructura de la novela, resulta másfundamental la última duplicidad que se despliega al final de esteprimer monólogo, porque además se convertirá en motivo estructu-rante y metaliterario en todos los sucesivos soliloquios de la prota-gonista. Se trata del movimiento textual emanado de la misma or-denación de los papeles, del esfuerzo de su organización que se ma-nifiesta a través de dos verbos: tejer y escribir.

Intento en vano ordenar cronológicamente las ideas [...] Tejosin cesar para que las cosas fluyan sin necesidad de recurrir alos papeles amarillos y al álbum. Al lado de la mecedora tengopapel, pluma y tinta. Tejo y escribo, tejo y escribo... [...] Vivopara el pasado, mi presente está comprometido con el ayer. Yosólo tengo dos tiempos, los que ya he mencionado antes. Poreso tejo y escribo, tejo y tejo (5).

Nuevamente nos encontramos con una dualidad, la expresadaen el verbo "tejer" que hace referencia a esa labor que realiza, el cu-brecama que está tejiendo, y "escribir", la escritura como recupe-

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radora del tiempo. Ambas son acciones que de un modo u otro po-seía ya el hermano, su doble evocado. El hecho de tejer hace refe-rencia no sólo a la labor femenina sino al mundo mitológico de lasParcas que tejen la vida humana, Elodia teje el cubrecama, simbóli-camente su mortaja, que dejará en herencia a la negra Teodolinda,su sirvienta. Por otro lado la escritura, es tejido también, y se ela-bora como tal en la página, con lo que se produce esa duplicidad conel hermano, quien escribía obsesivamente sus obras literarias ytambién tejía la trama de la escritura. De este modo colocados estosverbos en los párrafos finales de ese significativo primer monólogo,nos alertan como lectores para sucesivas apariciones que se produ-cirán en casi todos los monólogos de forma más o menos obsesiva.

Parte fundamental del texto lo constituyen las sucesivas car-tas que cortan con eficacia los monólogos y nos acercan de formamás directa la experiencia del poeta ficcionalizado. Las ocho cartasrespetan el orden cronológico y comienzan significativamente en elaño siguiente a su asentamiento en Nueva York. De ellas, las cua-tro primeras corresponden de forma alterna a los dos hermanos, ypor eso están escritas, las de Juan Antonio desde Nueva York, y,desde Caracas, las de Elodia. La primera, fechada el 30 de enero de1871, es, como se ha hecho notar, de suma importancia, porquemarca las líneas fundamentales de su personalidad y de su vida. Ladualidad rige la evocación del pasado también en este caso, NuevaYork como presente, Caracas como pasado y como nostalgia, el tonogris de la primera y la luz de la segunda, la urbe cosmopolita y laciudad colonial; el presente y los recuerdos familiares; las deseadasensoñaciones que fingen la vuelta a su ciudad natal (8). La carta semantiene en un plano estrictamente personal, ya que para nadahace referencia a esa cadena de desgracias que dieron comienzo consu participación en política. Recordamos con José Ramón Medinaque «su actividad en el campo político va a ser, en verdad, suma-mente breve. Sin embargo, dejará hondas huellas en su espíritu. Yservirá, además, para crearle enemistades que jamás logrará bo-rrar»23. Contrario al presidente Guzmán Blanco contra el que se

23 José Ramón Medina, Juan Antonio Pérez Bonalde, op. cit., p. 19.

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manifestó ardientemente y ridiculizó en unos versos satíricos24,Pérez Bonalde se vio obligado a exiliarse a sus 24 años de edad.Esta actitud combativa es muy perceptible en la novela, como hadestacado uno de sus críticos, Rafael Rattia, porque «rescata elperfil ético e intelectual de un Pérez Bonalde libertario, heterodoxoy casi anarquista que opta por el más descarnado exilio político»25

antes que aceptar convivir bajo el poder de Guzmán Blanco.Y sin embargo en su epístola neoyorkina también se aprecia

la adaptación a un presente de vida que le obliga a vivir y trabajarcomo vendedor en la firma Lahman & Kemp, dedicada a los pro-ductos medicinales y de tocador26, y lo que es también dato impor-tante, - como incorporado de un referente -, la alusión esporádicaen éste y otros momentos a su cuñado Pedro Enrique Tesdorpf, ca-sado con su hermana mayor, Lastenia; Tesdorpf era de origen ale-mán y supuestamente tendría algo que ver con su dominio de esteidioma; y por último, su asistencia al Salón Theiss en cuyas tertu-lias participaba con otros exiliados como José Martí27, cuyo conoci-miento dio lugar al famoso prólogo del cubano a su «El Poema delNiágara»28.

Además en esta carta se marca ya, a través de su propio au-toanálisis, su carácter, y lo que resulta más importante, los ele-

24 Ibidem, p. 23.25 Rafael Rattia, Ricardo Gil Otaiza: la memoria epistolar, «Venezuela

Analítica», (Caracas), 28 de noviembre, 2000, http://www.analitica.com/bitblioteca/rrattia/gilotaiza.asp

26 José Ramón Medina, Juan Antonio Pérez Bonalde, op. cit., p. 24.27 El famoso texto de José Martí, Prólogo a El Poema del Niágara (José

Martí, Obras completas, VII, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1966,pp. 223-238), escrito tras la lectura del poema de su amigo, constituye una especiede manifiesto del modernismo que se colocó al frente de la segunda edición delpoema. «Entre los asiduos asistentes a esa tertulia literaria, se cuentan José Mar-tí, el gran patriota y poeta cubano, Nicanor Bolet Peraza, el combativo periodista ypolítico venezolano, cuya amistad cultivara Pérez Bonalde cuando estuviera enCaracas, Santiago Pérez Triana, colombiano, quien después evocará, en amablecrónica, aquellas reuniones neoyorquinas, y Juan de Dios Uribe, otro contertuliode interesante charla. En 1875 se agregará al grupo un nuevo venezolano: el poetaJacinto Gutiérrez Coli» (José Ramón Medina, Juan Antonio Pérez Bonalde, op.cit., pp. 27-28 y 33.

28 J. A. Pérez Bonalde, Poesías..., op. cit., pp. 17-34.

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mentos sustanciales de su poética. Así, al igual que reconoce que«Tal vez, sea problema de nacimiento, no concibo que otro corazónpueda abrigar más lúgubres sensaciones» (7), también se concedecomo especialmente dotado para la escritura y en particular para lapoesía:

Soy un enamorado de la perfección, de la belleza, de lo subli-me de la vida y del mundo. Me torturo buscando lo perfecto,pero como ser humano yerro de manera constante. [...] buscode manera infatigable la perfección, la pureza, la transparen-cia, lo depurado de los sentimientos, de las emociones huma-nas. Como un artesano o como un joyero: labro, pulo, dibujo yle doy forma a las palabras, les pongo música y espíritu (9).

Como respuesta a la anterior, la carta de la hermana, datadaen Caracas el 20 de mayo de 1871, tiene la fundamental misión demanifestarle su consuelo fraternal, de comentarle su fama en Cara-cas, y funcionalmente dentro del texto, de aclarar los entronquesfamiliares, puesto que se hace alusión a casi todos sus hermanos,Lastenia y Pedro Tesdorpf, Telesila y Pedro José de Sucre, Adela,Teófilo y su vocación sacerdotal, Abigaíl. Es ésta una carta instru-mental y necesaria para comprender algunas de las referencias yconectar las relaciones de la vida del personaje a su raíz familiar.En cambio, la otra carta de la hermana, fechada el 23 de agosto de1872 en Caracas, tiene una mayor dimensión para la caracteriza-ción del personaje de Elodia y de la relación de ambos hermanos.Expresiones como «Eres mi real consuelo, mi infinita alegría... mifraterno amor» (37), que se prodigan en las cartas del hermano,llevan a sugerir una relación más que fraterna entre ambos, y quecríticos de la obra como Enrique Plata Ramírez consideran priorita-ria en cuanto afecta a la novela, pues la tensión narrativa se centra«en las pulsiones amorosas del poeta, pero no en cualquier amor,sino ese amor incestuoso, corporal, que siente por su hermana»29;

29 Enrique Plata Ramírez, Ricardo Gil Otaiza tras la sombra de Juan Anto-nio Pérez Bonalde. Persistencia de la soledad, en «Verbigracia», Suplemento de «El

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en la misma línea, otro de sus primeros críticos ha destacado que«toca ámbitos febriles de estados anímicos y emocionales rayanosen el incesto»30. Si a ello se une que esta carta es, como Elodia mis-ma confiesa más adelante, «descarnada y descarada» (39), tendre-mos un más claro índice de la personalidad de la hermana. Éste es,además, el único momento en que el personaje ficticio que ella en-carna confía a Juan Antonio datos en extremo personales, como lainvencible timidez de su prometido:

En mi austeridad sufro amargamente, mi cuerpo pide con in-saciable sed el amor que sólo un compañero puede proporcio-nar. En las noches froto mi cuerpo contra los almohadonespara saciar el fuego que me consume, el hambre de compañíamasculina se me hace cada vez más notoria, hermano. [...] Meconsume el fuego de la pasión - te lo digo sin rubor, sólo por-que no te tengo de frente, que conste» (38).

Por tanto estas dos únicas cartas de Elodia, marcan aspectosfundamentales de la personalidad del poeta como ente ficticio ycontribuyen al delineamiento de la anécdota en el aspecto más ma-terial y familiar.

En cambio, las misivas de él presentan más variedad de án-gulos. Así, la fechada en Nueva York el 5 de diciembre de 1871, lasegunda de sus cartas, complementa su carácter recordando cómo«Los tristes recuerdos de mi infancia y juventud me han marcado»(23), para evocar un amor juvenil en Hamburgo, frustrado en susinicios por la sorpresiva muerte de la joven. También deja notar lacausa de su exilio: «Recuerda, hermana, que todas las desventurasde los Pérez Bonalde han sido como consecuencia de los problemasde orden político» (27), al paso que en su dualidad temporal nospermite calibrar el ambiente de Nueva York: «Esta gente nos vecomo a unos bárbaros, indios, caníbales, gente de tercera categoríay nosotros no hacemos nada positivo para modificar tal aprecia-Universal», (Caracas) IV, 17, 27 de enero de 2001. http://noticias.eluniversal.com/

verbigracia/memoria/N139/libros.htm30 Rafael Rattia, Ricardo Gil Otaiza: la memoria epistolar..., op. cit.

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ción» (27). Es ésta una carta que, frente a la precedente, potenciamás su ideario político: «Me consterna el parroquianismo, el regio-nalismo exacerbado de nuestros hombres de la política. Ellos sólomiran sus burdos intereses personales, sin vislumbrar nada másallá de sus propias perspectivas» (28), con lo que se nos define me-jor la altura de miras, la honradez y la limpidez de sus ideas.

Las cuatro cartas restantes están localizadas tres de ellas enNueva York y otra en Madrid. La fechada en marzo de 1873 es unacarta marcada por el leitmotiv de la lluvia, lo que delinea tópica-mente su contenido: el carácter y el estilo del poeta romántico ("enmí nace una poesía pesarosa y melancólica, aunque trate de evi-tarlo» 51) que se describe persistentemente en todos sus ángulos,hasta identificar su sentir incluso, en las páginas finales de la car-ta, con un vacío que le carcome las entrañas y que mal enfocado leharía pensar en el suicidio (que «no es mi solución, no remediaríaen nada mi amargura» 59); tono de negatividad que advierte hacontagiado a su doble: «Creo haberte contagiado con mi enferme-dad, percibo en tus cartas igual cúmulo de tristeza» (51). Como tex-to largo contiene numerosas y variadas reflexiones, además, sobresu escritura:

la inconsistencia de la palabra, del verbo, de la rima, se trans-forman en la duda angustiante y terrible del qué decir, del có-mo comenzar y mantenerme en la palabra. Pero por suerte, lapoesía es emoción, sentimiento, corazón, espíritu, momento(54).

Aunque su tono depresivo también está vinculado a otro delos sucesos más negativos de su vida, su matrimonio con la nor-teamericana Amanda Schoonmaker31, cuya noticia del noviazgoocupa gran parte de estas páginas. Engarzada a esta nueva vidaestá la noticia que se expresa en la carta del 2 de febrero de 1884,en la que su desgarramiento interior encuentra una expresión hon-damente elegiaca al evocar la muerte de su hija a los tres años. Las

31 José Ramón Medina, Juan Antonio Pérez Bonalde, op. cit., p. 46.

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dos últimas cartas, una escrita desde Madrid en 1885 y la siguientedesde Nueva York en 1888, presentan alguna similitud, y aunquesiguen dando cuenta del incremento del pesimismo de su carácter,están vinculadas a la última parte de su obra y a los honores que sele prodigan, su dedicación a la traducción del Cancionero de Heiney de «El cuervo» de Poe: «Es precisamente esta traducción la quemás me roba el sueño y el descanso, ella me tiene enfermo, agotadohasta el límite de mis fuerzas físicas y mentales» (79). En ésta, co-mo en la última carta, se advierte bien esa última esperanza delexiliado, ansioso de volver a su país, «sediento de mi patria», y tam-bién al escritor preocupado por dejar terminada una obra. Un sen-timiento que se redondea en la última carta de enero de 1888 en laque la enfermedad, el desaliento y la soledad se proyectan no sóloen la evaluación general de su propia obra, sino en la confesión deamor hacia la hermana: «Te convertí en la amiga perfecta» (100),confesión que nos lleva a pensar en el juego espejeante y meta-ficcional que subyace en la novela: Elodia pone en pie el personajedel hermano, pero también, y dentro del propio texto, el hermanomoldea a la hermana, pues a él, y a su fama, le debe su pervivenciaen la escritura. Además: «Te llevo, Elodia Carolina, prendada comoun broche de ensueño y fantasía, como se lleva pegada a la piel unaprenda muy íntima y secreta» (101). Y por último el anuncio de lavuelta a la patria en un momento en que presiente que será unviaje sin retorno.

El resto de los monólogos de la hermana a partir del inicial,están armonizados en una serie de temas recurrentes dentro deldesorden buscado en la evocación. Por un lado hacen presentesdesde el pasado las noticias y la situación de Venezuela, son noto-rios los contundentes momentos duales en que compara la Caracasdecimonónica y la ciudad que corresponde a 1953, en plena dictadu-ra de Pérez Jiménez:

Permanece hoy la inestabilidad política, he visto desfilar en elpalacio presidencial decenas y decenas de nuevos mandata-rios. Unos haciéndose llamar «demócratas», y otros «salvado-res de la patria». Hoy está en el poder el general Marcos Pérez

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Jiménez, de quien no digo nada, no vaya a ser que le llegue al-gún murmullo al oído, y no pueda publicar los papeles» (35-36).

Ello se completa con la divertida anécdota de la frustrada en-trevista con el dictador (65-66) en presencia de su sirvienta Teodo-linda y las alusiones a la corrupción política (95); el desgranamien-to de su propia vida como mujer en ese siglo XIX (16, 40); su frus-trado matrimonio (45-48) que la convierte, también en su biografía,en un ser tan desdichado como el hermano; acontecimientos fami-liares, muerte del padre, de los hermanos como Teófilo (73), y desdeluego la glosa de los momentos significativos de la vida de su her-mano Juan Antonio hasta su regreso a la patria (91-98). En su pre-sente de anciana de 94 años se aprecia lo gigantesco de la tarea dedifundir esa obra para ella tan querida, al tomar conciencia de supropia vejez y de la tremenda soledad (20-21). Por otro lado el grantema sigue siendo el obsesivo trabajo de la ordenación y difusión delos papeles, que en expresiones varias se recupera a lo largo losocho monólogos restantes. La expresión «Por eso tejo y escribo, tejoy escribo» (14) revive en cada una de sus intervenciones y se con-vierte en precisa tarea (21) pero también en urgencia a medida queavanzan las páginas: «Por eso tejo y escribo, tejo y escribo sin pa-rar, sin rendirme a la batalla del cansancio físico (35). Este tema,ya preludiado en el primer monólogo va adquiriendo caracteres rae-taliterarios sumamente importantes, pues a medida que la autorahabla insistentemente de su libro, se siente no sólo compiladora si-no autora y dueña de su ejercicio escritural: «no permitiré - si aca-so llego a publicar el libro - que eliminen una letra, frase o expre-sión, en aras de «mejorar» la edición. Sé que hay incoherencias, eslógico, es normal: porque escribo entre marea y marea» (43). Pen-sando en el límite de la oralidad, el resultado del esfuerzo es el li-bro que leemos:

Mi mayor problema son las incoherencias, hablo, hablo y hablosin parar; de la misma forma escribo, pasando de un tema aotro, sin orden ni secuencia. No estoy dividiendo el libro en

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capítulos, ni en partes fácilmente separables. Lo que hago esescribir y tejer. El tejer afloja mi mente, libera las ideas conte-nidas, fluidifica mis recuerdos y vivencias. Tejo y escribo aciegas (50).

Pero ello refuerza el carácter de doble del hermano, pues yamediados sus monólogos llega a pensar que su misión entraña uníndice de soberbia (49), de intento de perpetuación por la escrituraque sólo tenía, en origen, la obra de Juan Antonio. Hasta el puntode que se pregunta «¿Quién ha dicho que soy escritora? ¿Por quéme embarqué en semejante aventura?» (62).

En ese juego de dobles en que se complace la novela no hayque olvidar esa especie de doble rebajado que conforma la negraTeodolinda, su sirvienta, cuyo personaje, tal vez fantasma del pasa-do y producto de la mente de la compiladora, introduce la variedadsocial e incrementa la verosimilitud de la historia (64). En todocaso sus rasgos, como su mala suerte en el matrimonio, su soledady desamparo, la equiparan como reflejo de su madrina Elodia que,en desvío de su propia soledad, busca protegerla.

Los tres últimos monólogos alcanzan un progresivo desvaríomarcado por la desaparición de Teodolinda (76) y el deseo de domi-nio de sus familiares ya eternamente ficcionalizados: «No sabenque sus vidas están en mis manos, que los puedo hacer volver a lasoledad de donde surgieron. Me convierto en una diosa» (77). Estesentimiento y la caída física del lecho (78) darán entrada a los dosúltimos monólogos (82-99; 103-110) en los que son continuas lasimágenes amenazantes, las voces desconocidas, los pensamientostenebrosos, la urgencia por la muerte. Es entonces cuando se acu-mulan los recuerdos del pasado juvenil junto con el presente deacabamiento y decrepitud: duendes o fantasmas devoradores ame-nazan la escritura. Sin embargo, alguna lucidez sobreviene en elúltimo monólogo para cumplir el final de su obra en el hechoefectivo de la numeración de las páginas del manuscrito y las últi-mas voluntades (106), con lo que se desemboca en las últimas cua-tro páginas en una ausencia de control que propicia el desdobla-miento final en un viaje aéreo que apoya el carácter ficticio de la

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protagonista.En definitiva la obra de Gil Otaiza, a través de este entrama-

do, se inserta no sólo en el ámbito de la nueva novela histórica, sinoque practica dentro de la variedad intrahistórica, esa vocación de«situarse sobre un límite, compartiendo rasgos de más de un códigogenérico y poniendo también en tela de juicio cualquier deslindepretendidamente exacto de la noción de literatura», al practicartambién otras lecturas que en este caso se realizan mediante unade esas «figuras catalizadoras» que muestran los aspectos ocultosde la realidad32. Y para ello es requisito esencial ese poder de lamemoria en la que entra en juego una cierta función solidaria muysimilar a la que encuentra Hugo Achugar en la novela de testimo-nio33. Elodia se anima a dar testimonio, mediante su memoria, deuna vida que también presenta un factor ejemplarizante e inclusodenunciatorio de esa incomprensión y de ese silencio oficial apor-tando de una manera personal, y dentro de su mundo ficticio, larectificación biográfica de un personaje a la vez que nos aproximacríticamente, casi un siglo de historia venezolana.

32 Carlos Pacheco, Textos en la frontera..., op. cit., p. 269.33 Hugo Achugar, Historias paralelas ÁJidas ejemplares, loe. cit., pp. 210-216.

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SETTEMBRE 2004

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