La Libreria - Penelope Fitgerald

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La librería es una delicada aventura

tragicómica, una obra maestra de la

entomología librera. Florence Gree

vive en un minúsculo pueblo

costero de Suffolk que en 1959 está

iteralmente apartado del mundo, que se caracteriza justamente po

«lo que no tiene». Florence decide

abrir una pequeña librería, que seráa primera del pueblo. Adquiere as

un edificio que lleva año

abandonado, comido por lahumedad y que incluso tiene s

propio y caprichoso poltergeist

Pero pronto se topará con la

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privilegiada heredera de Jane

Austen, por su precisión y s

nventiva» (A. S. Byatt).

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Penelope Fitzgerald

La librería

ePUB v1.0

anbiar 12.04.13

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Título original: The Bookshop

Penelope Fitzgerald, 1996Traducción: Ana Bustelo

Editor original: anbiar (v1.0)ePub base v2.1

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 A un viejo amigo

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En 1959, Florence Green pasaba de veen cuando alguna noche en la que nestaba segura de si había dormido o no

Se debía a la preocupación que tenísobre si comprar Old House, unpequeña propiedad con su propi

cobertizo en primera línea de playapara abrir la única librería dHardborough. Probablemente era esncertidumbre lo que la mantení

despierta. Una vez había visto volar poencima del estuario a una garza quntentaba, mientras estaba en el aire

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ragarse una anguila que acababa dpescar. La anguila, a su vez, luchaba poescapar del gaznate de la garza, y se lveía un cuarto, la mitad o, en ocasionesres cuartos del cuerpo colgando. Lndecisión que expresaban amba

criaturas era lastimosa. Se habíapropuesto demasiado. Florence tenía lsensación de que si no había dormid

nada —y la gente a menudo dice estcuando quiere decir algo muy diferent— debía de haber sido por pensar e

aquella garza.Florence tenía buen corazón, aunqueso sirve de bien poco cuando de lo quse trata es de sobrevivir. Durante más d

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ocho años, a lo largo de media vidahabía subsistido en Hardborough con lpequeña cantidad de dinero que smarido le había dejado al morir, últimamente se había empezado preguntar si no tendría la obligación d

demostrarse a sí misma, y posiblementa los demás, que ella existía por derechpropio. A menudo se consideraba que lo

único que se podía exigir en el frío claro aire del este de Inglaterra erlegar a sobrevivir. Muerte o curación

pensaban sus vecinos; una vida longevo el envío inmediato a la tierra salindel cementerio.

Era pequeña de aspecto, delgada

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huesuda, un poco insignificante vistdesde delante y completamentnsignificante por detrás. No se hablab

mucho de ella, ni siquiera eHardborough, donde los amplioespacios permitían ver a todos los qu

se acercaban, y donde todo lo que sveía era objeto de comentario. Hacípocos cambios estacionales en s

atuendo. Todo el mundo conocía sabrigo de invierno, que era de esos ququizá estuvieran pensados para dura

siempre un año más.En Hardborough, en 1959, uno npodía tomarse una ración de Fish anChips, ni había tintorería, ni siquier

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cine, excepto un sábado por la noche dcada dos. En cierto modo, se sentía lnecesidad de todas estas cosas, pero nadie se le había ocurrido —y desduego, nadie pensó que a la señor

Green se le hubiera ocurrido tampoco—

abrir una librería en el pueblo.

—Lo cierto es que no puedcomprometerme de una forma definitiven nombre del banco en este moment

la decisión no está en mis manos), percreo que puedo aventurarme a decir quno habrá ninguna objeción, en principiopara un préstamo. La consigna de

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gobierno hasta ahora ha sido que srestrinja el crédito a los clienteprivados, pero hay señales evidentes drelajación, y no es que yo estdesvelando ningún secreto de EstadoClaro, que tendría poca competencia. O

ninguna (alguna novela que otra, que mhan dicho que prestan en la tienda danas Busy Bee). Nada que merezc

destacarse. Y usted me asegura que tieneuna experiencia considerable en eramo.

Mientras se preparaba para explicar poercera vez lo que quería decir con eso

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Florence se vio a sí misma y a su amigaveinticinco años atrás: dos jóveneayudantes en Müller's en la callWigmore, con el pelo ondulado al estiloEugène,[1] y los lápices colgándoles decuello con una cadena. El inventario er

o que mejor recordaba, cuando el señoMüller, después de pedir silencio, leícon una calma calculada la lista de la

ovencitas y sus compañeros, elegidopor sorteo, que se encargarían de lrevisión del día. Era 1934 y no habí

suficientes chicos, pero ella tuvo lsuerte de que la emparejaran coCharlie Green, el comprador de poesía.

 —Aprendí todo lo que hay que sabe

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sobre el negocio cuando era una niña —dijo—. No creo que lo fundamental haycambiado mucho desde entonces.

 —Pero nunca ha desempeñado upuesto de gestión. Bueno, hay dos o trecosas que quizá merezca la pen

señalar. Digamos que se trata más biede un consejo.

Había muy pocos negocios e

Hardborough, y la idea de tener unmás, igual que la brisa marina que llegierra adentro, movía ligeramente l

pesada atmósfera del banco. —No me gustaría robarle su tiemposeñor Keble.

 —Ah, deje que sea yo quien juzgu

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eso. Creo que se lo plantearé de estmanera. Cuando se vea a sí mismabriendo una librería, pregúntese cuál esu verdadero objetivo. Ésa es la primerpregunta que uno debe hacerse antes dembarcarse en cualquier tipo d

negocio. ¿Espera dar a nuestro pequeñpueblo un servicio necesario? ¿Esperobtener unos beneficios considerables

¿O quizá, señora Green, va usted upoco a remolque, sin comprender deodo el mundo completamente distint

que los años 1960 pueden tenepreparado para nosotros? A menudopienso que es una pena que no haya unoestudios homologados para el pequeñ

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empresario, o empresaria…Evidentemente, había estudio

homologados para los directores dbanco. Inmerso como estaba el señoKeble en una corriente discursiva qudominaba a las mil maravillas, su vo

adquirió ritmo, amparada por lexperiencia de muchas navegacioneprevias. Se explayó entonces sobre l

necesidad de llevar la contabilidad duna forma profesional, sobre sistemas dpréstamo y pago, sobre posible

descuentos. —… me gustaría insistir en upunto, señora Green, que lo máprobable es que a usted se le hay

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pasado y que, sin embargo, es muevidente para quienes estamos en unposición desde la que podemos disfrutade una perspectiva más amplia. Lcuestión es ésta: Si durante u

determinado período de tiempo lo

ngresos no son equiparables a lo

astos, se puede predecir con bastant

ino que las dificultades monetarias n

se harán esperar .Florence sabía esto desde el día e

que recibió su primera paga, cuando

os dieciséis años había empezado ganarse la vida por sí misma. Contuvo empulso de responder de forma grosera

¿Qué había sido de los bueno

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propósitos que se había hecho mientracruzaba por el mercado hasta el edificidel banco, cuyos sólidos ladrillos rojodesafiaban la persistencia del viento, dser prudente y obrar con tacto?

 —En cuanto a los fondos, seño

Keble, ya sabe que se me ha brindado loportunidad de comprar prácticamentodo lo que necesito a Müller's, ahor

que van a cerrar. —Logró decir esto coseguridad, aunque, en realidad, se habíomado el cierre de Müller's como u

ataque personal a sus recuerdos—. Nengo una estimación al respectodavía. Y, en lo que se refiere a lasnstalaciones, usted estaba de acuerd

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en que 3500 libras era un precio máque justo por Old House y por ecobertizo de ostras.

Para su sorpresa, el director vaciló. —La propiedad lleva mucho tiemp

vacía. Por supuesto que es una cuestió

entre su agente inmobiliario y sabogado… Thornton, ¿no? —Esto eruna floritura artística, una especie d

debilidad, ya que sólo había doabogados en Hardborough—. Pero yhabría deseado que el precio bajara alg

más… La casa seguirá ahí si decidesperar un poco… Ya sabe, edeterioro… La humedad…

 —El banco es el único edificio e

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Hardborough que no tiene humedades —respondió Florence—. Quizá trabajaaquí todo el día le haya hecho a ustedemasiado exigente.

 —… y he oído hablar de lposibilidad… Creo que puedo decir qu

se ha mencionado la posibilidad de qua casa se destine a otros menesteres

Aunque, claro, siempre se pued

realizar una reventa. —Naturalmente, mi intención e

reducir los gastos al mínimo.

El director se preparó para sonreíde forma comprensiva, pero se ahorró eesfuerzo cuando Florence continuajante:

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 —No tengo la más mínima intencióde revender —dijo—. Sé que es un tantpeculiar dar un paso así a mi edad, perouna vez hecho, no tengo intención de damarcha atrás. ¿Para qué otras cosas scree la gente que se puede utilizar Ol

House? ¿Por qué nadie ha hecho nada arespecto en los últimos siete años? Lograjos han anidado en la casa, se ha

caído la mitad de las tejas, huele a rata¿No es mejor que sea un sitio donde lgente pueda dedicarse a hojear libros?

 —¿Está usted hablando de cultura—dijo el director, con una voz a mediocamino entre la pena y el respeto.

 —La cultura es para aficionados. N

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puedo permitirme llevar una tienda quenga pérdidas. ¡Shakespeare era u

profesional!Hizo falta menos de lo previsto par

que Florence, se alterara, pero, amenos, tenía la suerte de contar con u

argumento que le importaba de verdadEl director respondió suavemente queer requería de una cantidad enorme d

iempo: —Me gustaría contar con má

iempo para mí. ¿Sabe?, la gente s

equivoca acerca de los horarios quenemos en los bancos. Personalmentedispongo de muy poco tiempo por laardes para dedicarme a mis propia

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aficiones. Pero no me malinterpreteCreo que un buen libro de cabeceriene un valor incalculable. Cuando po

fin puedo retirarme, no hago más queer unas cuantas páginas y me entra u

sueño incontrolable.

Florence calculó que, a ese ritmo, ubuen libro le duraría al director más dun año. El precio medio de un libro er

de doce chelines y seis peniquesSuspiró.

 No conocía bien al señor Keble. D

hecho, poca gente en Hardborough lconocía realmente. Aunque la prensa a radio no parasen de proclamar qu

eran años de gran prosperidad par

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Gran Bretaña, en Hardborough casodos seguían pasando apuros y, s

podían, evitaban tener que ver adirector. La pesca del arenque habídisminuido, la demanda de marineroestaba en uno de sus momentos má

bajos y había muchas personas retiradaque vivían de un único ingreso fijoPersonas que no le devolvían la sonris

al señor Keble, ni el saludo desde lventanilla bajada a toda velocidad de sAustin Cambridge. Quizá por eso habl

anto rato con Florence, aunqueciertamente, la conversación estabresultando muy poco profesional. Emás, en opinión del propio banquero

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aparición sobre el horizonte. Algunos destos seres solitarios no se dejaban vesiquiera. El señor Brundishdescendiente de una de las familias máantiguas de Suffolk, vivía tan encerraden su casa como un tejón en su guarida

Cuando salía en verano, con su atuendde tweed de un color entre verde oscur  gris, parecía un matojo andante entr

os tojos, o tierra entre el aluvión. Eotoño se ponía a cubierto. Su maleducación molestaba de la misma form

que lo hace el tiempo, cuando empiezdespejado por la mañana, para nublarsdespués, rompiendo las promesas quparecía traer consigo.

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El propio pueblo era una isla entrel mar y el río, que murmuraba y splegaba sobre sí mismo en cuanto sentíque llegaban los fríos otoñales. Cadcincuenta años o así perdía, como por udescuido o por indiferencia haci

semejantes asuntos, algún medio dransporte. En 1850 el Laze habí

dejado de ser navegable, y los muelles

os ferrys se habían ido pudriendo hastdesaparecer. El puente colgante se habícaído en 1910, y desde entonces habí

que hacer diez millas más por Saxforpara cruzar el río. En 1920 cerró eviejo ferrocarril. Casi ningún niño dHardborough, todos excelente

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nadadores y buceadores, había subido un tren. Miraban la desierta estación da LNER [2]  con una admiració

supersticiosa. En ella, unas placas dacero oxidadas, con anuncios de Fry'Cocoa y Iron Jelloids, colgaban a

viento.Las inundaciones de 1953 llegaro

hasta el muro de contención y l

derribaron, de modo que era peligroscruzar la boca del puerto, exceptcuando la marea estaba muy baja. U

bote de remos era ahora la única formde cruzar el Laze. El hombre del ferrescribía el horario del día con una tizen la puerta de su cabaña, pero ést

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quedaba en la otra orilla, así que nadien Harborough podía estar seguro de lahoras a las que podrían cruzar.

Después de su entrevista en ebanco, y resignada a la idea de que todel mundo en el pueblo supiera que habí

estado allí, Florence se dispuso a dar upaseo. Cruzó pisando los tablones dmadera que atravesaban los diques

precedida por crujidos y chapoteos dpequeñas criaturas, no sabía de qué tipoque se lanzaban al agua a su paso. Po

encima de su cabeza, las gaviotas y lograjos navegaban seguros de sí mismosobre las mareas del aire. El vienthabía cambiado súbitamente y ahor

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soplaba hacia el interior.Más allá de los pantanos se divisab

a cima del basurero y luego empezabaos ásperos prados, que no eran n

siquiera lo suficientemente buenos compara que los granjeros los vallaran. Oy

que gritaban su nombre, o más bien lvio, porque las palabras se las llevó eviento al instante. El hombre de lo

pantanos le estaba pidiendo que sacercara.

 —Buenos días, señor Raven.

Esto tampoco se pudo oír.Raven hacía las veces, cuando nhabía otro tipo de ayuda a mano, dveterinario supernumerario. En aquello

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momentos estaba en el prado qupertenecía al Consejo, donde cualquierpodía dejar pastar su ganado por cincchelines a la semana. En el extremopuesto había un viejo caballo castradde color castaño, un Suffolk Punch

cuyas orejas se le movían como clavijasobre la frente en dirección hacicualquier humano que se adentrara en s

erritorio. Se había quedado clavadocon las patas tiesas, contra la valla.

Cuando estuvo a unos cinco metro

de Raven, Florence entendió que lestaba pidiendo que le prestara lgabardina. Su propia ropa estaba rígidauna capa sobre otra, y no le iba

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resultar fácil quitársela rápidamente.Raven nunca pedía nada a no ser qu

fuera absolutamente necesario. Aceptóel abrigo con un movimiento de lcabeza y, mientras ella se quedaba dpie intentando abrigarse al socaire de

seto de espino, él cruzó tranquilamentel prado hacia la bestia que lobservaba todo con gran ansiedad. E

caballo siguió cada uno de lomovimientos del hombre con las aletade la nariz bien abiertas y, satisfecho d

que Raven no llevara consigo un ronzapareció negarse a intentar entender nadmás de lo que allí sucedía. Al final tuvoque decidir si entender o no, y u

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escalofrío profundo acompañado de ususpiro le atravesó el cuerpo desde lnariz hasta la cola. Entonces dejó lcabeza colgando y Raven le enroscó unde las mangas de la gabardina alrededodel cuello. Con un último gesto d

ndependencia, el caballo volvió lcabeza hacia un lado e hizo como sbuscara hierba nueva en una part

húmeda bajo la valla. No había nada, asque siguió al hombre de los pantanoorpemente por el prado, lejos de

ganado indiferente, hacia donde estabFlorence. —¿Qué le pasa, señor Raven? —Come, pero no le saca provecho

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a hierba. No tiene los dientes afiladosésa es la razón. Rompe la hierba, perno la mastica.

 —¿Qué podemos hacer? —preguntella con amable disposición.

 —Puedo arriesgarme a afilárselo

—respondió el hombre de los pantanos.Sacó un ronzal del bolsillo y l

devolvió la gabardina. Ella se puso d

cara al viento para poder abotonárselcon más facilidad. Raven guió al viejcaballo hacia adelante.

 —Ahora, señora Green, si pudierusted sujetarle la lengua. No se lpediría a cualquiera, pero sé que usteno se asusta.

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 —¿Cómo lo sabe? —preguntó ella. —Dicen por ahí que está usted

punto de abrir una librería. Eso significque no le importa enfrentarse a cosanverosímiles.

Metió el dedo bajo la carne suelta

horriblemente arrugada, por encima da quijada del animal, y la boca se l

abrió gradualmente en un bostez

extravagante. Quedaron expuestos unomponentes dientes amarillentos

Florence agarró con las dos manos l

engua oscura y resbaladiza, suave poarriba, rugosa por debajo y, como unviejo ballenero, la sujetó de forma quno le cubriera los dientes. Ahora e

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caballo estaba quieto y sudabcopiosamente, a la espera de que llegarel final de su tormento. Sólo movía laorejas de forma espasmódica en señade protesta por lo que la vida habípermitido que le ocurriera. Rave

empezó a raspar con una lima grande lacoronas de los dientes de un lado.

 —Aguante, señora Green. No s

relaje. Es más resbaladiza que upecado, lo sé.

La lengua se retorcía como si fuer

un ser independiente. El caballo fupateando el suelo con una pezuña detráde otra, como si quisiera asegurarse dque todavía tenía las cuatro pata

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plantadas sobre tierra firme. —No puede dar coces hacia delante

¿verdad, señor Raven? —Puede, si quiere.Recordó que un Suffolk Punch e

capaz de hacer cualquier cosa, meno

galopar. —¿Por qué cree que abrir un

ibrería es inverosímil? —le gritó a

viento—. ¿La gente de Hardborough nquiere comprar libros?

 —Han perdido el deseo por la

cosas raras —dijo Raven mientraseguía limando—. Se venden máarenques ahumados, por ejemplo, quruchas que están medio ahumadas

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ienen un sabor más delicado. Y no mdiga usted que los libros no constituyeuna rareza en sí mismos.

Una vez le soltaron, el caballo dejescapar un suspiro cavernoso y se quedmirándoles como si estuvier

remendamente desilusionado. De laprofundidades de su noble tripa lleguna nota cínica, que sonó más como un

rompeta que como un cuerno, y que fudesapareciendo hasta convertirse en unrisita. Salieron nubes de polvo de s

cuerpo, igual que de un felpudo cuandse sacude. Luego, abandonando pocompleto todo el asunto, trotó a undistancia segura y bajó la cabeza par

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pastar. Al instante vio un trozo muyverde de angélica y empezó a comecomo un poseso.

Raven afirmó que el viejo animal nse daría cuenta, pero que sin duda sencontraría mejor a partir de entonces

Florence, honestamente, no podía decio propio de sí misma, pero alguie

había confiado en ella, y eso no era alg

que ocurriera todos los días eHardborough.

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La propiedad que Florence habídecidido comprar no había recibido snombre por nada. Aunque prácticament

ninguna casa —menos las de lurbanización de protección oficial medio construir que se alzaba hacia e

noroeste del pueblo— era nueva, muchas databan de los siglos XVIII XIX, ninguna se podía comparar con Ol

House. Sólo Holt House, propiedad deseñor Brundish, era más antiguaConstruida con tierra, paja, palos vigas de roble quinientos años atrás

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Old House había sobrevivido gracias un sótano al que se descendía por unescalera de piedra. En 1953 el sótanhabía aguantado dos metros de agua dmar hasta que bajó el nivel de laúltimas inundaciones. Aunque, a deci

verdad, todavía quedaba algo de agua.El interior estaba conformado po

una gran habitación en la parte d

delante, una cocina en la parte de atrás  arriba un dormitorio de technclinado. No adosado a este edificio

sino dos calles más allá, junto a lplaya, estaba el cobertizo de ostras quera parte de la propiedad y que ellesperaba utilizar como almacén para la

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reservas de libros. Pero resultó que, pouna cuestión de comodidad, cuando lconstruyeron se había mezclado yescon arena de la playa, y la arena del mano se seca nunca. Cualquier libro qudejara allí se arrugaría por la humeda

en pocos días. Su decepción, siembargo, le granjeó la simpatía de loenderos de Hardborough. Todo

conocían la situación y podían habérseldicho. Sintieron un cambio en la balanzdel poder intelectual y empezaron

desear que le fuera bien.Quienes llevaban tiempo vivienden Hardborough también sabían que escasa estaba embrujada. No era un tem

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que se evitara, todos hablaban de ellcon normalidad. Por ejemplo, habíveces que en la plataforma del ferryalrededor de la hora del crepúsculo, sveía la figura de una mujer que esperaba que regresara su hijo, que se habí

ahogado hacía más de cien años. PerOld House no estaba embrujada de unforma tan conmovedora. Estaba invadid

por un poltergeist   que, junto con ehúmedo asunto sin resolver de lacañerías, había dificultado bastante l

venta de la finca. El agente inmobiliarino tenía ninguna obligación legal dmencionar el poltergeist , aunque quizhizo alguna alusión al respecto cuand

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habló de una «atmósfera de una épocnusual».

En Hardborough a los poltergeist

se les llamaba rappers.[3]  Podían estaahí, en el mismo sitio, durante años, y dpronto desaparecer de un día para otr

sin dejar rastro. Pero era poco probablque alguien que hubiera escuchadalguna vez ese ruido, que expresaba d

una manera tan precisa una furiosfrustración física, como si lo quhubiera detrás quisiera salir, lo

confundiera con otra cosa. —Su rapper   ha estado tocando mialicates —dijo sin rencor el fontanercuando ella fue a ver cómo avanzaba

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os trabajos.Su caja de herramientas estaba dad

a vuelta y todo lo que contenía se habídesparramado; había unos baldosineazul pálido con un bonito dibujo dnenúfares tirados por las escaleras. E

cuarto de baño, con su instalación dagua a medio terminar, tenía el aspectoalerta de quien ha sido testigo de algo

Cuando el bienintencionado fontanero somó su descanso para el té, ella cerra puerta del cuarto de baño, esperó u

momento y volvió a mirar dentrrápidamente. Cualquiera que lestuviera viendo, pensó, creería questaba loca. En Hardborough l

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expresión que se utilizaba en esos casoera «no estar bien del todo», igual qucuando uno estaba «muy enfermo» sdecía que lo estaba «moderadamente».

 —Si esto sigue así, a lo mejoermino no estando bien del todo —l

dijo al fontanero, mientras pensaba qupreferiría que éste no lo llamara «srapper ».

El fontanero, el señor Wilkinsestaba convencido de que lo superaría.

Era en ocasiones como ésta cuand

más echaba de menos a los buenoamigos de sus primeras épocas eMüller's. Cuando entró y se quitó eguante de gamuza para mostrar su anill

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de compromiso, adornado con ubrillante, había una larga y alentadorista de nombres para contribuir

comprarle un regalo. Cuando Charlimurió de neumonía en un campo drecogida improvisado al principio de l

guerra, la lista era prácticamente lmisma. Había perdido el contacto cocasi todas las chicas de lo

departamentos de Correos, Envíos Mostrador. Además, aunque tuviera sudirecciones, se sentía incapaz de admiti

que se habían hecho tan mayores comella. No es que le faltaran conocidos e

Hardborough. En Rhoda's, la tienda d

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ropa, por ejemplo, le tenían muchcariño. Pero apenas respetaban sntimidad. Rhoda —es decir, Jessi

Welford—, a quien le había pedido quee hiciera un vestido nuevo, no dudó e

hablar de ello alegremente con lo

demás, e incluso les mostró el material: —Es para la fiesta del General y l

señora Gamart en The Stead.[4] No sé s

o habría elegido un color rojo…Tienen invitados que van a venir desdLondres.

Después de varias colectas dcaridad, Florence conocía a la señorGamart lo suficiente como parsaludarla con un leve movimiento d

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cabeza y como para recibir de ella unsonrisa, pero jamás habría esperado qua invitaran a The Stead. Lo tomó,

pesar de que todavía no había llegado sstock de Londres, como un cumplido anmenso poder de los libros.

En cuanto Sam Wilkins terminó d

arreglar el cuarto de baño a su gusto, as tejas quedaron colocadas de nuev

en el tejado, Florence Green dejó s

piso y se instaló valientemente, con suescasas pertenencias, en Old House. Econjunto, incluso con los azulejos dnenúfares firmemente colocados, no er

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un lugar que inspirara confianza. Loruidos extraños que se atribuían aembrujo continuaron oyéndose por lnoche, mucho después de que las manstaladas tuberías hubieran quedado e

silencio. Sin embargo, el coraje y l

perseverancia son inútiles si no sponen a prueba. Florence sólo deseabque no se produjera ninguna interrupció

cuando viniera Jessie Welford con evestido nuevo para probárselo. Pero nse llegó a dar esa circunstancia. Recibi

una nota en la que se le pedía que se lprobara en Rhoda's, que estaba en lcasa de al lado.

 —Creo que después de todo no e

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mi color. ¿Cómo lo llamaría usted¿Rubí?

Fue un alivio cuando Jessie dijo quera más bien un granate o un cobrizoscuro. Pero había algo muy pocsatisfactorio en el reflejo rojo,

cobrizo, que parecía moverse con pocaganas en el espejo.

 —No me queda nada bien en la part

de atrás. Quizá si intento andar pegada a pared todo el tiempo…

 —Se irá haciendo a él a medida qu

o lleve puesto —dijo la modista cofirmeza—. Necesita un poco de bisuterípara desviar la atención hacia otro lado

 —¿Está segura? —pregunt

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Florence.Parecía que esta prueba se estab

convirtiendo en una conspiración parevitar que alguien se fijara en su vestidnuevo.

 —Bueno, a fin de cuentas, yo dirí

que estoy más acostumbrada que usted arreglarme y a salir por la noche —dija señorita Welford—. Juego al bridge

¿sabe? Aquí no hay donde jugar, así quevoy a Flintmarket dos veces a la semanaUn penique cada cien puntos por la

mañanas, y el doble por las tardes. Yvamos de largo, por supuesto.Dio unos pasitos atrás, haciend

sombra en el espejo, y luego volvió par

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coger unos alfileres por aquí y haceunos ajustes por allá. Ningún cambioFlorence lo sabía muy bien, haría qupareciera cualquier cosa menopequeña.

 —Ojalá no tuviera que ir a esa fiest

—dijo. —Pues a mí no me importaría ir e

su lugar. Es una pena que a la señor

Gamart le parezca que lo más adecuadsea encargarlo todo en Londres. Perestará bien organizada. No habrá qu

andar contando los sándwiches. Y unvez que esté usted allí, no tendrá qupreocuparse de su aspecto. Nadie sfijará en usted y, además, pronto se dar

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cuenta de que conoce a todo el mundo.

***

Florence estaba segura de que no seríasí, y no lo fue. The Stead, en cualquiecaso, no era uno de esos sitios donde losombreros y los abrigos se dejan en lentrada para que uno pueda adivinar

antes de lanzarse a hacer su entradaquién había llegado ya. En el recibidorforrado con madera de olmo barnizada

se respiraba la calidez de una casa en lque nunca se ha pasado frío. Se vio dreojo en un espejo mucho más brillant

del que había en Rhoda's, y deseó n

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haberse puesto de rojo.Más allá de la puerta se oían voce

desconocidas que llegaban desde unhabitación preciosa, pintada de un verdpálido que en aquella época todavía ermuy del gusto de la sociedad georgiana

Las fotografías enmarcadas en platsobre el piano y sobre varias mesitaofrecían un atisbo de la red d

parentescos que le daban a VioleGamart acceso al poder más allá de lafronteras de Hardborough. Su marido, e

General, andaba abriendo cajones armarios con el objeto de no encontranada, y tener así una excusa pardeambular de una habitación a otra. E

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os años cincuenta había muchas obrade teatro en Londres en las que lopersonajes hacían numerosas entradas salidas por diversas puertas, y despuévolvían a aparecer en el segundo actores horas más tarde. El General habrí

encajado bien en una obra de ese estiloSe cernía sobre los refrescos, epermanente estado de alerta, mientra

hacía experimentos con su sonrisa, a lespera de que se solicitara su ayudaaunque sólo fuera por unos instantes, y

que abrir el champán no era cosa dmujeres.Allí no había ningún director d

banco, ningún vicario, ni siquiera estab

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el señor Thornton, su abogado, ni eseñor Drury, el abogado que no era sabogado. Florence reconoció la espalddel deán y nada más. Era una fiesta parel condado y para los visitantes quhabían venido de Londres. Supuso

correctamente, que en algún momento senteraría de por qué la habían invitadprecisamente a ella.

El General, aliviado de ver a unmujer más o menos pequeña, que nparecía ser intimidante ni tampoc

pariente de su esposa, le sirvió una gracopa de champán de una de las docbotellas que él mismo había abiertoMientras no estuviera emparentada co

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su mujer no había muchas posibilidadede cometer un error, pero, aunque estabseguro de haberla visto antes en algunparte, sólo Dios sabía quién erexactamente. Florence le leyó epensamiento, que resultaba transparent

en su arduo avance de una duda a otra, e dijo que ella era la mujer que s

disponía a abrir una librería.

 —¡Eso es, claro! Ahora caigo. Estpensando en abrir una librería. Violeestaba realmente interesada en el asunto

Quería cruzar con usted una o dopalabras de las suyas sobre el temaSupongo que luego le dedicará uminuto.

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Como la señora Gamart era lanfitriona, podía dedicar un minuto quien quisiera en cualquier momentoPero Florence no se engañaba a smisma sobre su propia importanciaBebió un poco de champán, y la

preocupaciones más nimias del díparecieron elevarse como pinchazodiminutos de alfiler a través de lo

sorbos dorados, y romperse antes ddesaparecer.

Supuso que el General daría po

erminada su labor, pero se quedó conella. —¿Qué clase de cosas va a tener e

su tienda, me decía? —preguntó.

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Ella apenas sabía qué responder. —No hay muchos libros de poesí

en estos tiempos ¿eh? —insistió—. Amenos, yo no veo demasiados.

 —Tendré algo de poesía, posupuesto. No se vende tan bien com

otras cosas, y además me llevará uiempo aprenderme los títulos.

El General se quedó sorprendido. É

nunca había necesitado mucho tiempocuando era subalterno, para conocer posu nombre a toda su tropa.

 —«Es fácil estar muerto. Decid sólesto: están muertos.» ¿Sabe quiéescribió eso?

Le habría encantado poder decir qu

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sí, pero no podía. El brillo titubeante dexpectación en los ojos del General sapagó por completo. Era evidente que yhabía intentado demostrar algo con esmisma frase en otras ocasiones, quizá edemasiadas. En una voz tan baja que ell

e oyó a duras apenas entre el ruido ques llegaba procedente de la fiesta

continuó:

 —Charles Sorley…Florence se dio cuenta en seguida d

que Sorley debía de estar muerto.

 —¿Cuántos años tenía? —¿Sorley? Veinte. Estaba en loSwedebasher —los Suffolk, ya sabe—

oveno batallón, compañía B. L

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mataron en la batalla de Loos, en 1915Tendría sesenta y cuatro años si aúnestuviera vivo. Yo tengo sesenta ycuatro. Eso hace que me acuerde depobre Sorley.

El General se alejó arrastrando lo

pies hacia los demás invitados, que cadvez hacían más ruido. Florence estabsola, rodeada de personas que charlaba

con familiaridad, y algunas de las cualeenían su réplica exacta en los marcos d

plata. ¿Quiénes eran? No le importaba

al fin y al cabo, todos ellos se habríasentido igualmente perdidos si hubieraerminado, como ella, en e

Departamento de Envíos en Müller's

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Escuchó la voz suave de un hombroven justo detrás de ella:

 —Yo sé quién es usted. Debe de sea señora Green.

 No diría eso, pensó Florence, si nestuviera seguro de que ella sí que le ib

a reconocer. Y así fue: le reconocióTodo el mundo en Hardborough podríhaber dicho quién era, y, además, co

cierto orgullo, ya que todos sabían qurabajaba en Londres y que hacía algo ea televisión. Era Milo North, de Nelso

Cottage, en la esquina con Back Laneadie sabía del todo qué era lo quhacía exactamente, pero en Hardborougestaban acostumbrados a no estar mu

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seguros de lo que hacía la gente eLondres.

Milo North era alto y pasaba por lvida sin hacer demasiados esfuerzosDecir: «Yo sé quién es usted. Debe deser la señora Green» suponía para él u

gasto de energía poco corriente. Lo qupodía parecer una delicadeza por sparte, normalmente no era más que un

forma de evitar líos; lo que parecísimpatía era en realidad el resultado dsu instinto para esquivar cualquie

problema antes de que éste se originaraEra difícil imaginar lo que supondríhacerse viejo para una persona así. Suemociones, a base de no ejercitarlas

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casi habían desaparecido. Habídescubierto que la capacidad paradaptarse resultaba tan adecuada parsalirse con la suya como la propicuriosidad.

 —Yo también le conozco, po

supuesto, señor North —dijo ella—Pero nunca me habían invitado a ThStead. Supongo que usted viene

menudo. —Sí, me invitan a menudo —dij

Milo.

Le sirvió otra copa de champán Florence y, como ella había pensado quse quedaría sola indefinidamente tras lretirada del General, se sinti

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agradecida. —Es muy amable. —No mucho —dijo Milo, que rar

vez decía algo que no fuera cierto.La docilidad no es lo mismo que l

amabilidad. Su personalidad líquida ib

anteando el terreno, y se introducísigilosamente por los puntos mávulnerables de los demás hast

encontrar un lugar apropiado en el qunstalarse y sacar de él el máxim

provecho.

 —Vive sola, ¿no? —prosiguió—¿Se acaba de mudar a Old House, ustesola? ¿Nunca ha pensado en volver casarse?

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Florence se sintió desconcertadaCon este joven le resultaba fácil estar ecalma, como en un remanso de aguamientras que las elevadas voces que soían a su alrededor se iban haciendcada vez más y más incoherentes. Allí e

iempo parecía transcurrir más rápidoLas bandejas, que habían estado llenade sándwiches y coronadas con pereji

cuando ella entró, ya no tenían más qumigas.

 —Estuve muy felizmente casada, y

que me lo pregunta —dijo Florence—Mi marido y yo trabajábamos en emismo sitio. Luego entró en el antiguDepartamento de Comercio

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Exportación antes de que lo convirtieraen un ministerio. Me hablaba de srabajo cuando volvía a casa por la

noches. —¿Y era usted feliz? —Le quería, e intentaba entender s

rabajo. A veces pienso que el hombre ya mujer no son precisamente lo má

adecuado el uno para el otro. Aunqu

algo debe de haber, por supuesto.Milo la miró con detenimiento. —¿Está usted segura de que no e

una imprudencia tomar las riendas de unegocio? —preguntó. —No le conocía a usted, seño

orth, pero pensé que por su trabaj

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quizá agradeciera que hubiera unibrería en Hardborough. Probablement

en la BBC conocerá a escritores y pensadores, y a todo ese tipo de genteSupongo que vendrán a visitarle de veen cuando y a respirar algo de aire puro

 —Si vinieran no sabría qué hacecon ellos… Los escritores van cualquier parte. No estoy tan seguro d

que los pensadores hagan lo mismoPero Kattie se encargaría de ellossupongo.

Kattie debía de ser la chica morencon medias rojas —o quizá fueramallas, que ahora se podían conseguien Lowestoft y en Flintmarket, pero n

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en Hardborough— que vivía con Milorth. Eran los únicos en el pueblo qu

vivían juntos sin estar casados. PerKattie, que también era conocida porabajar para la BBC, sólo bajaba

Hardborough tres noches a la semana

unes, miércoles y viernes, lo que hacíque la cosa pareciera un poco márespetable.

 —Es una pena que Kattie no haypodido venir esta noche.

 —¡Pero si es miércoles! —exclam

a señora Green sin poder contenerse iempo. —No he dicho que no esté aquí, sól

que es una pena que no haya podid

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venir. Y no lo ha hecho porque yo no lahe traído. Pensé que algo así sólcausaría problemas, y no merece lpena.

La señora Green pensó que édebería tener el valor de defender su

propias convicciones. Pensaba que srataba de una pareja joven luchand

contra el mundo. Ella, por su parte, er

a mayor y tenía, por tanto, derecho estar agobiada.

 —En cualquier caso, tiene que veni

a mi tienda —dijo—. Cuento con usted. —De ninguna manera —respondiMilo.

La cogió por los codos, tocándol

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apenas, y la zarandeó un poco para daénfasis a sus palabras.

 —¿Por qué se ha puesto de rojo estnoche? —le preguntó.

 —¡No es rojo! ¡Es granate, cobrizo oscuro!

La señora Violet Gamart, patronpor naturaleza de todas las actividadepúblicas de Hardborough, se encamin

hacia ellos. Aunque Florence estaba despaldas, pudo advertir el temblor, peropensó que se trataba de algo indicativ

de la libertad de las Artes y, por loanto, no estaba fuera de lugar en ssalón. Sin embargo, había llegado emomento de tener unas palabras con l

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señora Green. Le dijo que llevaba toda noche intentando acercarse a ella

pero que se la habían llevado una y otrvez. Había venido tanta gente… Pero a mayoría los podría ver en cualquie

otro momento. Lo que realmente querí

decirle era lo agradecidos que debíaestarle todos por esta nueva aventurapor semejante previsión y tamañ

empresa.La señora Gamart hablaba con un

especie de urgencia generosa. Tení

unos ojos oscuros y brillantes, quparecían mantenerse abiertos gracias algún tipo de mecanismo que sencontraba al límite de su

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posibilidades. —¡Bruno! ¿Le han presentado a m

marido? Ven y dile a la señora… laseñora… lo encantados que estamos.

Por un momento, Florence sintialgo extraño, como una vocación, com

si estuviera dispuesta a dedicar su vida servir voluntariamente a la señorGamart.

 —¡Bruno!El General había estado intentand

atraer la atención de todos hacia un

herida que se había hecho en la mancon el alambre retorcido de uno de locorchos del champán. Se iba acercanduno por uno a todos los grupos d

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nvitados, con la esperanza darrancarles una sonrisa al decir de smismo que era un herido capaz de seguiandando por su propio pie.

 —Hemos estado rezando todos poque hubiera una buena librería e

Hardborough, ¿verdad Bruno?Contento de que se solicitara s

presencia, se acercó a ella.

 —Por supuesto, cariño, rezar no emalo. Probablemente deberíamohacerlo más a menudo.

 —Sólo hay una cuestión, señorGreen, una sin importancia en ciertsentido; todavía no se ha mudado a OlHouse, ¿o sí?

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 —Sí, llevo allí más de una semana. —¡Ah, pero si no hay agua! —Sam Wilkins me arregló la

cañerías. —No olvides, Violet —dijo e

General, agobiado—, que has estado e

Londres mucho tiempo últimamente y nhas podido mantenerte al tanto de todo.

 —¿Por qué no debería haberm

mudado? —preguntó Florence con toda suavidad de que fue capaz.

 —No se ría de mí, pero soy ta

afortunada que tengo algo parecido a udon, o quizá sea un instinto, para unipersonas y lugares. Por ejemplorecientemente… Claro, que me temo qu

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no va a significar mucho para usted si nconoce las dos casas de las que estohablando…

 —Quizá podrías decirme en cuáleestás pensando —dijo el General—. Yo podría explicárselo todo con calma

a señora Green. —Bueno, volviendo a Old House

eso es exactamente a lo que me refiero

Creo que puedo ahorrarle muchadecepciones y quizá incluso algo ddinero. De hecho, quiero ayudarla, y és

es mi excusa para decir todo que lestoy diciendo. —No es necesaria ninguna excusa

por supuesto —dijo Florence.

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 —Hay muchísimas propiedades eHardborough más adecuadas, máapropiadas en todos los sentidos paruna librería. ¿Sabía, por ejemplo, qucierran Deben?

Efectivamente, sabía que Deben, e

pescadero, estaba a punto de cerrarTodo el mundo en el pueblo sabícuándo quedaba vacía una propiedad

quién tenía problemas financieros, quiénecesitaría un poco más de espacio enueve meses, y quién estaba a punto d

morir. —Nos hemos acostumbrado de taforma, me temo, a que Old Housestuviera vacía, que hemos id

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retrasándolo todos estos años… Nos havergonzado usted bastante con suprisas, señora Green… Pero la cuestióes que estamos todos algo alterados poa repentina transformación de nuestr

Old House en una tienda; somos tanto

os que teníamos la idea de convertirlen algún tipo de centro… Quiero decirun centro artístico… para Hardborough

El General escuchaba con gestenso.

 —Habría que rezar por eso también

a sabes, Violet. —… música de cámara en verano…o podemos dejarlo todo en manos d

Aldeburgh… Conferencias e

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nvierno… —Ya tenemos conferencias —dijo

Florence—. La serie del vicario sobrel Suffolk pintoresco se repite cada treaños.

Eran unas tardes con mucho encanto

a que no había necesidad de prestademasiada atención y, ante las carasomnolientas de la primera fila, s

sucedían las filminas sin orden aparent  sin que obedecieran a la voz de

vicario.

 —Deberíamos ser bastante máambiciosos, en especial si pensamos ea gente que nos visita en verano y qu

probablemente viene desde muy lejos. Y

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es que, sencillamente, en el pueblo nhay otra casa antigua que tenga uambiente tan apropiado. Piénselo upoco, ¿de acuerdo?

 —He pasado seis meses negociandesta venta, y no me puedo creer qu

hubiera alguien en todo Hardborougque lo ignorara. De hecho, sé que todel mundo estaba al tanto.

Miró al General para obtener unconfirmación por su parte, pero éstenía los ojos clavados en las bandeja

vacías. —Y, por supuesto —continuó laseñora Gamart con el mayor énfasis—a gran ventaja, que sería casi un pecad

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desaprovechar, es que ahora contamousto con la persona adecuada par

hacerse cargo. Quiero decir, hacerscargo del nuevo centro, y ponernos odos al día sobre libros y cuadros

música, y animar las cosas, y asegurars

de que todo marcha por el buen camino.Le lanzó a la señora Green un

sonrisa muy expresiva, que decía much

más de lo que parecía. Había regresada ese momento de intimidaperturbadora, aunque, mientra

pronunciaba esta última frase, la señorGamart, se había ido retirando con todipo de gestos y saludos en dirección

su protectora horda de invitados.

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Cuando se quedó sola, Florence sdirigió hacia la pequeña habitación quhabía junto al recibidor para buscar sabrigo. Mientras revisabmetódicamente los montones, llegó a lconclusión de que, después de todo, n

era demasiado mayor para tener dorabajos; quizá habría que buscar u

gerente para la librería, y ella tendrí

que apuntarse a algún tipo de curssobre Historia del Arte, o sobrApreciación de la Música —la músic

siempre se aprecia, mientras que el artiene una historia— que, se imaginabae supondría tener que ir a menudo

Cambridge.

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Fuera, la noche estaba clara y habívisibilidad por encima de los pantanohasta el Laze, enmarcado por las lucede los botes de pesca que esperaban que bajara la marea. Pero hacía frío y eaire le cortó la cara.

«Fue muy amable por su partnvitarme», pensó. Sin duda les habr

parecido extraño hablar conmigo.

En cuanto se marchó, los invitadose reagruparon, igual que el ganadcuando Raven se llevó al viejo caball

hacia un lado. Ahora eran todos de lmisma clase, y todos miraban hacia emismo lado, mientras pastaban juntosEntre ellos podían arreglar mucho

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asuntos, aunque, a menudo, cuandconseguían arreglar algo se debía mábien a la intervención del puro azar. Amedida que se acercaba la hora dempezar a pensar en irse a casa, lseñora Gamart iba sintiéndose alg

nquieta por lo que ella consideraba upunto negro en su plan para Old HouseEsta señora Green, aunque sin duda mu

discreta, no había terminado daceptarlo todo al momento. No tenídemasiada importancia. Pero entonce

Milo le puso un poco más de champán, su mente empezó a dar unas vueltavertiginosas y se lanzó a hablar coodos: con el segundo marido de s

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prima, que tenía algo que ver con eConsejo de las Artes; con su tíosegundo, que no tardaría en ocupar ualto puesto de la AdministracióTerritorial; con su brillante sobrino, quse presentaría a las elecciones por e

municipio de Longwash, en WesSuffolk, y que ya se había hecho unombre como perseverante Secretari

de la Sociedad para Ofrecer AccesoPúblico a los Lugares de Interés Belleza; y con Lord Gosfield, que s

había aventurado a venir desde scastillo en las marismas, porque si lafiebres aftosas le atacaban de nuevo npodría viajar en meses. Con todos ello

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habló del Centro para la Música y laArtes de Hardborough. Y en las mentede su brillante sobrino, de su tío y dodos los demás, se instaló la vag

noción de que quizá habría que hacealgo porque, de lo conrrario, Viole

podría acabar siendo una lata. HastLord Gosfield se sintió conmovidoaunque no había dicho nada en toda l

noche y, de hecho, había conducido máde cien kilómetros precisamente para ndecir nada en compañía de su viej

amigo Bruno. Todos procuraban seamables con su anfitriona, porque eses hacía la vida más fácil.

Había llegado la hora de marcharse

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o estaban seguros de dónde habíadejado las llaves del coche, ellos o sumujeres. Remolonearon en la puertdiciendo que no había que dejar quentrara el aire frío, mientras el viejperro del General, que vivía con la sol

expectativa de que se abriera la puertameneaba débilmente la cola sobre eustroso suelo; luego los coches n

arrancaban y la perspectiva de qualgunos de ellos regresaran para pasaa noche se hizo peligrosamente real; a

final se encendió el último chispazo odos se pusieron en camino, gritandpalabras de despedida y moviendo lamanos, y, en el silencio que quedó

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después de todo aquello, se pudo oír dnuevo el viento de los pantanos.

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3

A la mañana siguiente Florence spreparó arenques —no tenía muchsentido vivir en East Suffolk si uno n

sabía cómo cocinarlos—, dos rebanadade pan con mantequilla y un té. Lcocina estaba en la parte trasera de l

casa. Era el cuarto más acogedor de OlHouse, con las paredes encaladas, y simás ruidos que los suspiros del viejpozo tapiado bajo el suelo. Loanteriores inquilinos sabían que eramuy afortunados de no tener que salifuera para bombear agua; y se sintiero

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más afortunados aún cuando lenstalaron el enorme lavabo pulido acado, hondo como un sarcófago. U

grifo de latón, que brillaba orgullosoescupía agua helada desde una alturconsiderable.

A las ocho en punto desenchufó letera eléctrica y enchufó la radio, qunmediatamente empezó a hablar d

disturbios en Chipre y Malawi, y lueganunció, con un leve cambio dentonación, que la esperanza de vid

ahora era de 68,1 años para los hombre de 73,9 para las mujeres, frente a lo45,8 para los hombres y los 52,4 paras mujeres que había a principios d

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siglo. Intentó que esto la animara. Perel Aviso a las Embarcaciones —Madel Norte, vientos ciclónicos denoroeste de fuerza variable rolando más fuertes o temporal con mar gruesa muy gruesa— hizo que se sintiera alg

avergonzada. Avergonzada de estar allsentada en su casa, de sus arenques depiélago y de lo inútil que era sentirs

avergonzada. Por la ventana que daba aeste divisó cómo la tormenta anunciabsu llegada, instalada sobre lo

guardacostas y contra un cielo de ucolor verde amarillento pálido.Al mediodía aclaró. El cielo s

había despejado desde una punta de

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horizonte hasta la otra, y una elevadnube blanca se reflejaba milla tras millen el agua transparente del dique, dmodo que los pantanos parecíasobresalir entre las nubes. Después dhacer los recados de la mañana, tomó u

atajo de vuelta por el parque. Loalumnos de primaria estaban en ssegundo recreo. Los chicos separado

de las chicas, excepto los de la clase dos mayores, que rondaban los onc

años y que estaban dando vueltas uno

alrededor de los otros. Una niñpequeña lloraba, completamente solaLa habían sacado de casa biepertrechada, con una bufanda cruzad

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sobre el pecho y abrochada por detrácon un imperdible, y con unos guantes dana enganchados a un elástico qu

pasaba bajo el cuello del abrigoSaltaba a la vista que no encajaba eningún grupo, ni con los chicos ni co

as chicas. Florence intentó calmarla. —Eres del jardín de infancia. N

deberías estar fuera ahora. ¿Te ha

perdido? ¿Cómo te llamas? —Melody Gipping.Florence sacó un pañuelo limpio y l

sonó la nariz. Una figura con aspectpoco cuidado y un pelo fino como lhierba seca se separó del grupo de laniñas.

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 —Está bien, señorita. Soy ChristinGipping, yo me ocupo de ella. TenemoKleenex en casa, son más higiénicos.

Se marcharon juntas. Los chicos sestaban pegando tiros; las chicabotaban viejas bolas de tenis en u

círculo mientras cantaban:

Uno, dos, Pepsi-Cola,

Tres, cuatro, Casanova,

Cinco, seis, péinate,

Siete, ocho, da la vuelta,

 Nueve, diez, hazlo otra vez.

Florence miró hacia el sur, dond

una franja de bosque de pinos oscurecí

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el horizonte. Era una reserva de garzaspero en 1953, cuando el mar anegó laierras del bosque con sal, las ave

volaron y dejaron de hacer sus nidoallí.

Cuando llegó a la verja del parqu

vio que se aproximaba, casacechándola y con la mirada esquinadde un comerciante que ha fracasado, e

señor Deben, de la pescadería. Segurque la había seguido; de hechoprácticamente admitió que lo habí

hecho. —Se trata mi propiedad, señorGreen. Va a salir a subasta, aunque esono será hasta abril, o quizá más tarde

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Pero preferiría que llegáramos a uacuerdo antes. Ahora, como usted hmostrado interés por la propiedad… —no le dio tiempo a que ella respondierque no había hecho nada parecido, sinque continuó hablando a toda velocida

—. Si no se va a quedar usted en OlHouse y tampoco se va a marchar depueblo (se dará cuenta de que esto

demasiado ocupado para hacer caso dodos los rumores que llegan a mi

oídos), lo lógico sería que hiciera un

oferta para comprar otro local.Debía de estar alterado por supreocupaciones financieras, pensó ellaHabía salido directamente de su tiend

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con el sombrero de pescadero puestohecho de paja, y con unos horriblepantalones de peto viejos. Mientraanto, su astuto y embrollado discurso l

había traído a Florence una iderepentina pero no extraña, que reconoci

nmediatamente como la verdad. Unverdad que le había llegado en forma dadvertencia, y por la que debería estarl

muy agradecida. —Ha debido de haber u

malentendido, señor Deben. Pero n

iene la menor importancia, y mgustaría ayudarle. La señora Gamart fuextraordinariamente amable al hablarmde su plan para montar en el pueblo u

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Centro para las Artes, que nobeneficiaría a todos aquí, eHardborough. Está buscando un lugar, ¿qué mejor ubicación que una tienda dpescado vacía?

Sin darse tiempo a sí misma par

reflexionar, salió precipitadamente poa puerta del parque, que, como d

costumbre, estaba atascada de una form

bastante engorrosa, mientrantercambiaba despedidas con Deben

Cruzó High Street, giró a la derecha e

a tienda de maíz y grano, y a la derechde nuevo en dirección a Nelson CottagePor la ventana del piso de abajo pudver a Milo North, junto a una mes

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cubierta con un mantel hecho a manoEstaba allí sentado, sin haceabsolutamente nada.

 —¿Por qué no está en Londres? —preguntó Florence al tiempo qugolpeaba la ventana. Le molestab

igeramente lo poco predecible que ersu día a día.

 —He mandado a Kattie a trabaja

esta mañana. Pero pase, por favor.Milo abrió la diminuta puerta de l

entrada. Era excesivamente alto par

aquella casa, que estaba alquitranada pintada de negro, como las chozas de lopescadores.

 —¿Le apetece un Nescafé?

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 —Nunca lo he probado —dijo ell—. Aunque he oído hablar de ello. Mhan dicho que no se prepara con aguhirviendo. —Se sentó en una mecedorde madera muy delicada—. Estas cosason demasiado pequeñas para usted —

dijo. —Lo sé, lo sé. Me alegro de qu

haya venido esta mañana. No hay nadi

que me haga enfrentarme así a la verdad —Pues es una suerte, porque h

venido a preguntarle algo. Cuando l

señora Gamart hablaba, en su fiesta, da persona ideal para llevar el Centrpara las Artes, era usted, evidentementeen quien estaba pensando, ¿no?

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 —¿La fiesta de Violet? —Esperaba que yo me mudara —e

más, probablemente esperaba que mfuera a vivir a otro pueblo— con la idede que usted se instalara en Old House así dirigirlo todo.

Milo la miró con sus ojos de un griransparente.

 —Bueno, si se refería a mí, no cre

que hubiera utilizado la palabr«dirigir».

Florence se acusó a sí misma de ser unvanidosa, de autoengañarse y de hacenterpretaciones erróneas co

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premeditación. Era la dueña de ucomercio: ¿por qué iba a suponealguien que ella pudiera saber una solpalabra de Arte? Curiosamente, durantos días siguientes estuvo tentada d

ofrecerse a abandonar Old House. L

sospecha de que se quedabsimplemente porque habían herido svanidad se le hacía insoportable. «Po

supuesto, señora Gamart, a quien nunclamaré o me referiré como Violet, era

Milo North a quien tenía usted e

mente… Que se instale inmediatamenteMi pequeño negocio de los libros spuede reubicar en cualquier otro lugarSólo le pido que no se salten la

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convenciones sociales demasiaddeprisa. East Suffolk no está todavípreparado. Kattie tendrá que vivirdurante los primeros años al menos, eel cobertizo…»

En momentos más tranquilo

pensaba que si la señora Gamart y susecuaces pudieran obtener algún tipo dsubvención del gobierno y permitirs

pagar el precio que ella pediría por sfinca, más los gastos de mudanza y ubeneficio justo, estaría abierta a nueva

oportunidades, quizá no en Suffolk, ni englaterra siquiera. Así, además, tendríesa impagable sensación de quiecomienza de nuevo; una sensación qu

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a no podía esperar sentir muy a menuda su edad. No había duda de que erabsurdo imaginar que la estabaechando y que el brazo de loprivilegiados la empujaba hacia lhúmeda pescadería del señor Deben.

Resumiendo, se había engañado a smisma al dejarse convencer, por umomento, de que los seres humanos n

se dividen en exterminadores exterminados, y que los exterminadoreienden a colocarse en la situació

dominante en cuanto pueden. La fuerzde voluntad es inútil si no se va a algúado. Y la suya estaba en unos nivelean bajos que ya no era capaz de darl

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as instrucciones necesarias para podesobrevivir.

 No obstante, esa voluntad resurgisin esfuerzo alguno por su parte, y ecuestión de diez minutos, un martes poa mañana a finales de marzo. El tiemp

estaba raro, y le recordó al día en quvio pasar la garza que intentaba tragarsa anguila. Mientras la ropa tendida s

agitaba en dirección oeste con la brismarina, el molino de los pantanos shabía adueñado de la brisa del interior

se movía hacia el este. Dejó su pequeñcoche en el garaje al lado de loguardacostas, lo más cerca que podía dOld House, y tomó el camino corto, cas

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un pasadizo, que comunicaba la playcon su puerta de atrás.

El pasadizo era estrecho y, cuandoel viento soplaba fuerte, las casitas dadrillo y azulejo parecían agarrars

unas a otras, como decía el refrán, igua

que el hijo de un marinero. Había quabrir la puerta de atrás con cuidadporque, si no, la llama piloto de l

cocina se apagaba con la corriente. Gira llave en la cerradura, pero la puert

no se abrió.

 No desperdició más que un momenten pensar en bisagras oxidadas, maderdeformada y cosas por el estilo. Lfuerza hostil que empujaba contra s

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empuje, iba y venía, siempre con upoco de ventaja sobre ella, con lsagacidad de los dementes. La puertemblorosa esperó a que lo intentara d

nuevo. Desde el interior de la casa soyó una sucesión de golpes. No son

como si una cosa golpeara contra otrasino más bien como una serie dexplosiones diminutas, y todas seguidas

Entonces, cuando se dejó caer contra lpuerta para recuperar el aliento, ésta svenció violentamente, girando haci

delante y hacia atrás como una mano quaplaudiera en un espectáculo cómico, ella cayó de rodillas sobre el suelo dadrillo.

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Estaba segura de que todo el munden Score Lane la había visto estrellarsede cabeza, contra el suelo de su propicocina. Pero más poderosa que lvergüenza, el miedo y el dolor, era lsensación de injusticia. Al rapper   l

encantaba el cuarto de baño y el pasillde arriba. Florence nunca había oído nvisto señales de su malicia en la part

de atrás de la casa. Los acuerdos tácitoexisten incluso con los entemetafísicos, y el rapper   no los habí

respetado. Su fuerza de voluntad, quFlorence sintió en forma de indignaciónfue creciendo hasta situarse al mismnivel que el dolor de sus heridas. L

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Oculto, como lo llamaban las chicas dMüller's, ya podía meterse en supropios asuntos tanto como lo no oculto

inguno de los dos evitaría que ellabriera su librería.

En consecuencia, el señor Thornto

recibió instrucciones claras de resolveel asunto lo antes posible, lo cuasignificó que siguió procediendo a

mismo ritmo que hasta el momentoThornton & Co. llevaba muchos años eactivo. El trabajo de los juzgados podí

dejarse en gran medida en manos dDrury, el abogado que no era Thorntonpero Thornton era absolutamente de fiarHabía oído, por supuesto, que a s

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cliente la habían visto caerse por lcalle, sujetar la cabeza de un caballpara ese viejo canalla de Raven, visitar a Milo North, a quien el propiThornton observaba con recelo. Por otrparte, la habían invitado a una fiesta e

The Stead, un lugar donde él mismo nhabía sido invitado nunca, aunquodavía tenía esperanzas de que algú

día los Gamart entraran en razón retiraran la administración de suasuntos de las manos de Drury quien

por lo demás, no estaba preparado parmanejar cuestiones familiares dmportancia… Así que la señora Gree

conocía a los Gamart. Bien, pero inclus

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en ese aspecto, creía él, debían actuacon cierta prudencia.

Mientras sacaba la documentaciósobre Old House, explicó que se lehabía presentado una pequeña dificultaen lo que se refería al cobertizo d

ostras. Podría alegarse que lcomunidad de pescadores, por derechpropio desde tiempos inmemoriales

podía atravesarlo cuando iban hacía lorilla y, posiblemente, dejar secar lavelas en la galería.

 —Si se pasa por el cobertizo no slega a la orilla —señaló ella—. Slega a la oficina del gas. De toda

formas, ahí no se puede secar nada; la

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paredes están húmedas por lcondensación. La galería estdestrozada, y ninguno de los pescadoresale ya al mar con barcos de vela. Siduda, ese tema no tardará esolucionarse.

El abogado explicó que los derechono se veían afectados de ninguna manerpor la imposibilidad física de ponerlo

en práctica. Los asuntos de compra venta, añadió, no son tan sencillos coma gente se imagina.

 —De hecho, estoy encantado de quhaya venido hoy, señora Green. Algoque he oído, por pura casualidad, me hhecho considerar si no estaría uste

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pensándose mejor todo este asunto de lransacción.

Se diría que estaba temblando dcuriosidad.

 —Al decir «pensándose mejorquiere usted decir «pensándose peor»

claro —dijo ella. —Planteándoselo de nuevo, querida

Siempre es una pena perder a u

miembro de una comunidad pequeñcomo Hardborough, pero si ofrecemejores oportunidades en otro sitio, l

único que podemos hacer es aplaudir sdecisión y tratar de ser comprensivos. —¿Quiere usted decir que h

pensado que yo querría cambiar d

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opinión y marcharme a otro sitio?En encuentros como éste, habrí

deseado poder hacerse mucho más altaaunque sólo fuera durante media horapara poder mirar hacia abajo y no haciarriba.

 —¿Quiere decir que ha pensado quo me querría marchar de Old House

que, por cierto, es el único hogar qu

engo, mientras usted todavía le sigudando vueltas a los derechos de paso dos pescadores?

 —Hay otras muchas propiedadevacías en Hardborough, y resulta que yengo una lista de algunas que hay u

poco más lejos; Flintmarket, e inclus

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pswich. No sé si usted ha pensado…

Era mayo y el cielo se había poblado dbandadas de golondrinas que selevaban y descendían con cada batir d

sus alas, y se posaban en grupos de máde cien sobre la arena cerca de la orillaLos fondos de Müller's llegaron en do

camionetas de Carter Paterson, y unsemana después llegaron los pedidos dos mayoristas. Para el resto, para la

novedades, tendría que esperar a lovendedores, si es que los pobres estabadispuestos a internarse en los pantanohasta un punto de venta como aque

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completamente desconocido. Comestaba claro que el cobertizo no spodía utilizar, Florence tendría quapilar todo el material en el espaciosarmario debajo de las escalerasmientras pensaba en cómo organizarlo.

Una mañana, cuando volvía dFlintmarket, se encontró la casa llena dchicos de doce y trece años ataviado

con jerseys azules. Eran Scouts deMar.[5] Ella les preguntó:

 —¿Cómo habéis entrado?

 —El fontanero le entregó la llave aseñor Raven —dijo uno de los chicoscuadrado y firme como una bala de paja

 —Pero él no es vuestro capitán

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¿verdad? —No, pero nos dijo que viniéramo

aquí. ¿Por dónde quiere quempecemos?

 —Quiero que coloquéis laestanterías —dijo ella de un modo igua

de directo—. ¿Seréis capaces? —¿Cuántas brocas puede consegui

usted, señorita?

Entonces ella se fue y comprbrocas y tornillos al peso. Los Scoutrabajaron durante dos horas, luego s

fueron a casa a comer y cuanderminaron volvieron a llamar a lpuerta. Para cuando estuvierocolocadas las estanterías, el suelo y cas

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odos los libros estaban cubiertos pomedio centímetro de serrín.

 —Podemos arreglarlo después dejarlo todo ordenado —dijo Wally.

 —Ya lo ordenaré yo —respondióFlorence. Se sentía henchida de amo

por ellos—. Me gustaría daros algo parvuestro cuartel general.

Su cuartel era un viejo barco de tre

mástiles que había encallado en eestuario.

 —Tenéis ya algún libro de código

de morse, o el Diccionario Médico  dPears? —Me temo que no.Estaban los dos igual d

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desconcertados. —Mira, Wally. Quiero que te lleve

estos taladros. A mí ya no me sirvenpara nada, no sé utilizarlos. Si quierhacer un agujero en algún lado, tendrque mandarte un recado.

 —Gracias. Desde luego que novendrán bien —dijo Wally—. Pero concada trabajo que hacemos estamo

obligados a contribuir con el valor ddoce ladrillos a la nueva Casa dBaden-Powell que están construyend

en South Kensington.Florence le dio cinco libras y él scuadró.

 —South Kensington es un barrio d

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Londres —explicó el chico.Los Scouts, sobre los que Rave

ejercía una influencia misteriosa perdirecta, regresaron para pintar, después ella quedó libre, tras rechazaotra oferta al respecto, para ordenar lo

ibros.Los libros nuevos venían e

paquetes de dieciocho, envueltos en u

fino papel marrón. A medida que los fuesacando de las cajas, fueron formandsu propia jerarquía social. Los má

pesados y lujosos que hablaban sobrcasas de campo, los libros sobre laglesias de Suffolk, las memorias de lo

hombres de Estado en varios volúmenes

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omaron el lugar que les correspondípor derecho natural en la ventandelantera. Otros, indispensables, perno aristocráticos, ocuparían laestanterías centrales. Ése era el lugapara los libros sobre coches —desde e

Austin hasta el Wolseley—, obraécnicas sobre el pulido de los guijarrosa vela, los clubs de ponis, las flore

silvestres y pájaros, y para los mapas da región y las guías. Entre éstos, la

exitosas memorias sobre la guerra, co

sobrecubiertas de color caqui y rojoscuro, se enfrentaban unas a otras comrivales en aguda hostilidad. Al fondoentre las sombras, colocó lo

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Perseverantes, sobre todo filosofía poesía, a los que tenía poca esperanzde perder de vista. Los Permanentes —diccionarios, libros de consulta y esipo de cosas— irían directamente a l

parte de atrás del todo, con las Biblias

os libros para premios que, era desperar, la señora Traill, de la escuelaprimaria, entregaría a sus mejore

alumnos. Por último, estaban las cajade restos en mal estado procedentes dMüller's. Algunos incluso eran d

segunda mano. Aunque le habíaenseñado que nunca se miran los libropor dentro mientras se está trabajandoabrió uno o dos, viejas ediciones d

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Everyman con sus tapas de coloaceituna estampadas en oro.[6]  Allestaban las elaboradas guardas qusiempre le habían dado que pensacuando era pequeña. Un buen libro es l

reciosa savia del alma de un maestro

embalsamada y atesorad

ntencionadamente para una vida má

allá de la vida. Después de vacilar u

poco, los colocó entre Religión Primeros Auxilios.

La pared de la derecha la dejó par

os libros de tapa blanda. A un chelín yseis peniques cada uno, de colorevistosos, enormemente democráticoslenaron las estanterías en filas bie

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disciplinadas. Se moverían con rapide  contaban con su aprobación; pero s

acordaba de aquel mundo en el que sólos extranjeros se contentaban con tene

sus libros encuadernados en papel. LoEveryman, con su dignidad raída

parecían enfrentarse a ellos lanzándolemiradas de reproche.

En la cocina (ya que no quedab

nada de sitio en la propia tienda) habídos cajones profundos consagrados a loLibros de los Libros: el Libro Mayor, e

de Pedidos, el de Compras, el dDevoluciones y el de Dinero de CajaTodavía en blanco, con sus doblecolumnas intactas, estos libros n

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queridos amenazaban el bienestasilencioso de las estanterías vecinas. Nmuy buena con las cuentas, Florenchabría preferido que se quedaran siectores. Esto suponía un problema, as

que le pidió a la astuta sobrina de Jessi

Welford, que trabajaba en una empresade contabilidad en Lowestoft, quviniera una vez al mes para echarles u

vistazo. —Una breve comprobación de

balance de vez en cuando —dijo Iv

Welford con condescendencia, como sfuera un tónico para los cortos de menteSus conocimientos mundanos, para unchica de veintiuno como ella, era

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alarmantes, y habría que pagarla, posupuesto; pero tanto el señor Thorntocomo el director del banco parecieroaliviados cuando oyeron que habíhablado con Ivy. Tenía la cabeza en susitio, dijeron.

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La Librería Old House abriría supuertas a la mañana siguiente, perFlorence no tenía pensado hacer ningú

ipo de celebración, porque no estabmuy segura de quiénes debían ser sunvitados. El estado de ánimo, si

embargo, lo es todo en estos casos. Coeso, uno puede tener una fiesta mugratificante aunque se estcompletamente solo. Estaba pensando eello cuando se abrió la puerta de la call entró Raven.

 —Pasa mucho tiempo sola —dijo.

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Se disculpó por llevar las botas dgoma, y miró a su alrededor para ver erabajo que habían hecho los Scouts coas estanterías.

 —Sobra un cuarto de centímetro allícerca del armario.

Pero ella no estaba dispuesta sacarle defectos a la decoraciónAdemás, ahora que los libros estaba

colocados, bien echados hacia delantno podía soportar que se deslizara

hacia atrás, como si estuviera

derrotados), cualquier anomalíquedaría oculta. Igual que sucediera coel vestido rojo, se acostumbraría a laestanterías a medida que las fuer

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usando. —Y no hay quien mire ese enyesado

—continuó Raven—. Se lo puede decia próxima vez que les vea.

 No creía que fuera capaz ddistinguir a ninguno de los Scouts sin s

uniforme; pero se equivocó, porqucuando apareció Wally, con su chaquetadel colegio y unos pantalones de l

ienda agrícola, le reconoció al instanteDijo que traía un recado para l

señora Green.

 —¿Quién te lo ha dado? —preguntRaven. —Fue el señor Brundish, seño

Raven.

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 —¿Qué? ¿Salió de Holt House y to dio?

 —No, sólo se apoyó un poco contra ventana e hizo un chasquido.

 —¿Con la lengua? —No, con los dedos.

 —Entonces, ¿cómo pudiste oírlo ravés de la ventana?

 —No lo oí. Fue más bien como si l

notara. —¿Qué aspecto tenía? ¿Pálido?Wally pareció dudar.

 —Pálido y oscuro. No es fácidescribir su aspecto. Tenía la cabeza unpoco hundida entre los hombros.

 —¿Tuviste miedo?

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 —Sentí que tenía que arriesgarme. —Un Scout del Mar siempre deb

arriesgarse —respondió Raven de modautomático—. Creo que no le he vistdesde hace más de un mes, a pesar debuen tiempo, y hace mucho más que n

e oigo hablar. No te dijo nada¿verdad?

 —Sí, sí. Se aclaró la garganta u

poco y me dijo que le diera esto a lseñora Green.

Wally traía un sobre blanco con

bordes negros. Aunque Florence lohabía estado mirando fijamente todo esiempo, lo cogió con incredulidadunca había hablado con el seño

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Brundish. Incluso en la fiesta de ThStead, no había tenido ninguna esperanzde conocerle. Era bien sabido que a lseñora Gamart, como anfitriona de todo que tuviera valor en Hardborough, l

habría gustado contarle entre su

amigos, pero como sólo había estado eThe Stead durante quince años y no eroriginaria de Suffolk, sus esperanza

habían sido en vano. Quizá el señoBrundish no era consciente de spresencia. Además, en los últimos año

había estado tan confinado en su casque era algo sorprendente que supiersiquiera su nombre.

 —No entiendo cómo esto puede se

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para mí.A Raven y a Wally no se les pasó

por la cabeza irse hasta que Florenchubiera abierto el sobre.

 —No se preocupe por los bordenegros —dijo Raven—. Esos sobres lo

mandó hacer, debía de ser el año 1919cuando volvieron todos de la primerguerra y murió la señora Brundish. Yo

odavía era un chaval. —¿De qué murió? —Fue una cosa extraña, señor

Green. Se ahogó cruzando los pantanos.Dentro del sobre había una hoja dpapel, también con bordes negros.

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 stimada Sra.,

e gustaría desearle suerte. E

iempos de mi bisabuelo había u

ibrero en High Street quien, a

arecer, tumbó a un cliente con un

ibro cuando éste se puso pesado. Shabía producido algún retraso en la

legada de la última parte de una nuev

novela, creo que era Dombey e hijoesde ese día hasta hoy, nadie ha

enido el valor suficiente para vende

ibros en Hardborough. Usted nos está

haciendo un honor. Visitaría su tienda

sin ninguna duda si saliera alguna vez

ero últimamente he decidido no

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hacerlo; en cualquier caso, estar

encantado de hacerme socio de s

biblioteca.

tentamente suyo,

 Edmund Brundis

¡Una biblioteca! Ni se le habípasado por la imaginación. Además, e

absoluto había sitio suficiente parmontarla.

 —Es evidente que no está content

con la Móvil —dijo Raven.La camioneta de la bibliotecpública venía desde Flintmarket una veal mes. Los libros, de tanto usarlos

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habían adquirido un tufillo muy peculiarLos que tenían algún interés por lectura en Hardborough los habían leídodos varias veces.

Florence acompañó a Wally, quemovió la cabeza como respuesta a s

agradecimiento, hasta la puerta de lcalle. Parecía un mensajero. Su bicicletestaba cargada con paquetes, y de

manillar, que él había colocado al revépara que se pareciera más a una bici dcarreras, colgaba una cesta con un

gallina dentro. —Está triste, señora Green —dijseñalando a la gallina—. Me la llevo casa de la hermanastra de mi primo

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Quiere criar polluelos.Florence puso la mano suavement

sobre la masa adormilada de plumas. Lvieja gallina estaba hundida como en umontón suave y de color tostado, siapenas abrir los ojos. Toda su energí

estaba dedicada a producir calor. Lpropia cesta palpitaba con un ritmo lent lleno de resolución.

 —Gracias por traer la nota, WallyVeo que tienes mucho que hacer.

Había traído su bolso, así que, e

silencio, hizo su contribución parsufragar otro ladrillo.Raven no se marchó enseguida

Explicó que había venido, en principio

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para decirle que quizá necesitara alguien joven y despierto para echarluna mano, puede que después de clase.

 —¿Estaba usted pensando en Wally —No, en él no. No es de los que s

quedan en casa con los libros. Él es má

de matemáticas. Si le hubiera gustadeer, habría abierto su carta mientra

venía hacia aquí; pero ya ha visto que n

o ha hecho.Raven había pensado más bien e

una de las chicas Gipping. No dij

cuántas eran, ni parecía importarle cuáde ellas vendría. La fama que tenían dcompetentes la había difundido smadre, la señora Gipping. La famili

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vivía en esa casa que había entre lglesia y la vieja estación de tren,

contaba con un buen pedazo de tierra. Eseñor Gipping era yesero, pero se lpodía ver a menudo en la parte de atráponiendo estacas a su plantación d

guisantes o recogiendo patatas. Lseñora Gipping salía a trabajar de veen cuando. Daba prioridad a Milo, lo

días en que Kattie estaba en Londres, ambién iba regularmente a casa de

señor Brundish.

 —Yo hablaré con ella —dijo Raven—. Puede enviar a alguna de sus hijadespués del colegio. Las clases acaban as tres y veinticinco.

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El señor Raven se marchó. Lapisadas mojadas de sus botas de gompor todo el suelo, barnizado más de unvez para la inauguración del dísiguiente, parecían las huellas de unespecie de anfibio amistoso. L

sensación de que alguien le organizaralgo era agradable. Ella sola no habríenido el coraje suficiente para llamar

a puerta de la superpoblada casa de lseñora Gipping.

Su mente volvió con desgana a

problema de la biblioteca. Aquello seríun incordio, y puede que hasta ufracaso. ¿Sería razonable esperar, poejemplo, que la señora Gamart s

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abonara? No se había vuelto a oír nadprocedente de The Stead, pero la miradde Deben mientras colocaba loarenques en su mostrador de mármouna mirada llena reproche conocimiento de lo que ocurría, le habí

dejado claro que la polémica seguíviva. Cuanto más modesta fuera en emanejo de su negocio, al menos durant

el primer año, mejor. Pero, después dreleer la carta del señor Brundish, dijen voz alta:

 —Veré qué puedo hacer respecto a biblioteca.

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Si había pensado en algún momento quel poltergeist  relajaría sus esfuerzos unvez abierta la tienda, se habíequivocado. En repetidas ocasione

durante la noche, detrás de cada uno dos tornillos que habían puesto lo

Scouts, se oía un golpe delicado

certero, como si el ente los estuviernumerando para futuras referenciasDurante el día, los clientes comentaba

que había mucho ruido en la casa de aado, en Rhoda's, y que nunca habíaoído una máquina de coser quorganizase semejante escándalo

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Florence contestaba, consciente de estadiciendo la verdad, que nunca se sabícon estas casas tan viejas. Instaló uncaja registradora con una campanapensando que un ruido así distraería latención de casi cualquier otra cosa.

El día de la inauguración no suscitdemasiado interés en Hardborough. Lpropia Old House no despertaba ningun

curiosidad. Llevaba vacía tanto tiempocon las ventanas rotas y las puertaabiertas, que todos los niños de la zon

habían jugado allí en alguna ocasión. Lfacturación de la primera semana fue d70 u 80 libras. La señora Traill, de lescuela primaria, había encargado un

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suscripción a Vida cotidiana en la

antigua Gran Bretaña; el señoThornton había comprado un libro sobrpájaros, y el director del banco, bastantnesperadamente, uno sobre cóm

ponerse en forma. El señor Drury, e

abogado que no era el señor Thornton, uno de los médicos de la clíniccompraron sendos libros escritos po

hombres de las SAS[7]  que se habíaanzado en paracaídas sobre Europa

habían cambiado el curso de la guerra

ambién hicieron pedidos de libroescritos por comandantes aliados quridiculizaban a los hombres de las SA  dudaban de sus méritos. Esto fue e

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martes. El miércoles empezó a llover, as chicas del internado que había

salido a dar un paseo se refugiaron en lienda, que se llenó de cuerpos mojado humeantes, apretados unos contra otro

como si aquello fuera un redil de ovejas

Las chicas dieron la vuelta a lapostales a las que, de mala gana, se lehabía concedido un lugar al lado de la

ediciones de tapa blanda, y comprarores. Hubo que encontrar sobres, y l

caja se atascó cuando se le pidió qu

sumara 9 peniques y medio, más 6 medio, más 3 y medio. El jueves —díde media jornada, aunque Florencdecidió que esa primera semana harí

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una excepción— apareció Deben pardemostrar que no había rencores, estuvo curioseando y pasando sus manocallosas por los muebles. Encargó unpartitura del Mesías.

 —¿Quiere que le haga un pedido? —

preguntó Florence intentando adoptar uono de voz amistoso.

 —¿Cuánto tardará en llegar?

 —Es difícil aventurar una fecha. Aos editores no les gusta enviar sólo un

cosa cada vez. Tengo que esperar

ener doce títulos o así del mismo editopara hacer un pedido. —Creía que tendría una obra com

ésa en el almacén. El Mesías  d

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Haendel se canta todas las Navidades¿sabe? Tanto en Norwich como en eAlbert Hall de Londres.

 —Es algo difícil tener en cuenta logustos de todo el mundo cuando hapoco sitio para las existencias.

 —No es como si tuviera qudepender de la pesca del día —dijDeben—. Por aquí no veo nada que s

pueda deteriorar.Todavía no había encontrado

comprador para su tienda.

Por las tardes cerraba lacontraventanas, ponía en orden lopedidos, se ocupaba de lcorrespondencia con su vieja máquin

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de escribir, y leía el Bookseller   y eSmith's Trade News. Para cuando smetía en la cama estaba completamentagotada y ya no soñaba con la garza ncon la anguila ni, al parecer, con nadmás.

Quizá su batalla para establecerse eOld House había terminado, o quizá sequivocaba al pensar que habí

encontrado su lugar o que podríencontrarlo alguna vez. Aunque nosupiera con certeza a cuál de esta

alternativas se refería, la batalla npodía ser decisiva en absoluto.Cuando la librería llevaba abiert

res semanas, el general Gamart entr

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sin llamar la atención. Con un escalofrírepentino, Florence temió que le pidieros poemas de Charles Sorley; pero éambién quería las memorias de lo

hombres de las SAS. —A menudo he pensado en escribi

algo por mí mismo, ahora que tengiempo libre. Desde el punto de vista da infantería, ¿sabe? El tipo que avanza

al que le pegan un tiro.Florence le envolvió el libro co

mucho cuidado. Le habría gustado tene

el poder para que aprobaran una ley poa que se asegurara que aquel hombrnunca volviera a ser infeliz. Pero quizno debería haber ido a la tiend

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siquiera. Estaba allí contra su voluntadpor decirlo suavemente. Miró a salrededor como si estuviera en libertabajo palabra, y se batió en retirada cosu paquete.

La astuta sobrina de Jessie Welford

se quedó un poco sorprendida cuandfue por allí la primera vez a echar unmano con la contabilidad. La facturació

era mayor de lo que esperaba. No sabíque había tanto interés por la nuevempresa.

 —¿Echamos un vistazo a laransacciones? —preguntó sacando lpunta de su Eversharp[8]  de plata usando ese tono que hacía que su

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empleados se cuadraran—. Se haabierto tres cuentas: la escuela primari dos médicos. ¿Dónde está su provisió

para deudas incobrables? —Me parece que no he hech

ninguna —dijo la señora Green.

 —Debería ser un 5 por ciento de lque se le debe en el libro mayor. Luegoa depreciación… Eso tiene qu

aparecer en el debe, aquí, y como habeen la cuenta de propiedad. Todo débitoha de tener su crédito. Es esencial qu

usted pueda ver, con sólo mirar una veen cualquier momento, exactamentcuánto debe y cuánto le deben. Ése es eobjetivo de llevar bien los libros

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Porque querrá usted saberlo, ¿no?Deseó que así fuera y se sinti

culpable. A menudo pensaba que comose enterase exactamente de cuál era ssituación financiera hasta el últimcuarto de penique, tal y como insistí

vy Welford, no tendría valor paraseguir adelante un solo día más. No satrevía a mencionar siquiera que estab

pensando en abrir una biblioteca.El tiempo había cambiado y reinab

un verano prematuro.

—¡Alguien trae un envío para usted! —gritó Wally desde la bici, con un pie en

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el suelo—. Preguntó dos veces cuál erel camino, una en la gasolinera y otra ea vicaría. Ahora tiene problemas par

dar la vuelta. Está intentando hacerlo euna sola maniobra, para cruzadirectamente y venir por la parte d

atrás.Con el tiempo, esta furgoneta e

concreto, elegante con su pintura roja

crema, se convertiría en la más conocidde Hardborough. Era la furgoneta dBrompton's, la tienda de Londres qu

ofrecía servicio de biblioteca a librerode provincias, sin importar lo lejos questuvieran. A petición de Florence, lehabían traído los primeros volúmenes,

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ella tenía que firmar un compromiso eer las condiciones que proponí

Brompton's.Éstas parecían más una filosofí

moral o las leyes de un Estado idealque la expresión de una transacció

económica. Los libros disponibles parpréstamo estaban divididos en treclases: A, B y C. Los de la clase A eran

os que se pedían mucho, los de la clasB eran simplemente aceptables, mientraque los de la clase C eran libro

francamente viejos y que no interesabaa nadie. Por cada A que se llevaradebía llevarse tres Bes y un númerconsiderable de Ces para sus lectores

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Si pagaba más, podía llevarse más Aespero también un montón enorme de Be  de Ces. Además, no se le enviarí

nada nuevo hasta que devolviera lúltima remesa.

Brompton's no ofrecía ningun

sugerencia sobre cómo inducir a loectores a que eligieran el libro má

adecuado. Es posible que e

Knightsbridge tuvieran sus propiométodos al respecto.

El mismo día en que se anunció l

apertura de la biblioteca con apenas unnota escrita a mano y colgada en lventana de la librería, se inscribieroreinta vecinos de Hardborough. S

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mundo sabía, con sólo echar un vistazoel libro que tenían los demás. No ernecesario que se dedicaran a curioseapor todos lados, tocando las cosas en eespacio excesivamente pequeño que shabía acomodado para la biblioteca

pero lo cierto era que no estaban muhabituados a la disciplina.

 —Creo que ha habido algún error…

Me parece que había dejado bien clarmi elección. Esto tiene toda la pinta dser una historia de detectives, y e

absoluto parece reciente —dijo lseñora Keble, y luego añadió quvolvería en media hora. Siempre creíque las cosas tardaban una media hor

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en resolverse. —Tampoco me interesa La histori

del pensamiento chino —dijo.La biblioteca se abría los lunes d

dos a tres. Normalmente era la hora máfloja. La señora Keble no tenía ningú

motivo para venir tan pronto, pero a lados en punto solían entrar varioectores a la vez, y el ambiente en l

concurrida parte de atrás de la tiendempezaba a parecerse a los históricoasedios al Banco de Inglaterra. Durant

el año 1945, recordó la señora Green, eBanco se había visto obligado mantener a los clientes en orden, fundir los tinteros para hacer balas y

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pagar los reembolsos en monedas dseis peniques. Si la señora Thorntoviniera de una vez a llevarse su ReinMary… Pero satisfecha, quizá, con srrefutable derecho adquirido, no s

presentó, aunque se la esperaba cad

vez que se abría la puerta de la calleMientras tanto, todo el mundo podía vesu tarjeta.

 —… lo que significa, supongo, quse le permitirá ser la primera en llevars

a reina Mary. Me han dicho que es un

ectora especialmente lenta, pero ésa nes la cuestión, claro. —La señora Thornton fue la primer

en pedir el libro. Eso es lo único que y

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engo en cuenta. —Permítame que le diga, señor

Green, que si tuviera un poco más dexperiencia trabajando en comités, sdaría cuenta de lo imprudente quresulta tomar decisiones teniendo e

cuenta un único aspecto. Una pena. —En un pueblo pequeño n

podemos evitar saber ciertas cosas d

os demás. Puede que algunos dnosotros nos sintamos más cercanos quotros al concepto de realeza. Alguno

pueden pensar que tienen derecho a seos primeros en leer acerca de lfallecida Reina Madre. Es posible quse trate de una devoción leal cultivad

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a malinterpretar mi lista. Mírelo, estescrito ahí, claramente. Parece un fallde la sencilla rutina burocrática. Si todel mundo quería La reina Mary, ¿poqué no se encargaron más copias?

Así que la biblioteca de la Librerí

Old House echó el cierre por unemporada, para volver a abrir en u

mes, momento en que la propietari

esperaba contar con algo más de ayudaEsta acción constituía todo ureconocimiento de debilidad. Wally

levó una nota formal al señor Brundispara explicarle la situación. No habíogrado ver al viejo caballero po

ningún lado; de modo que le entregó l

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nota al lechero, quien se la dejó junto a leche, bajo la arpillera del almacé

de las patatas, que era donde el señoBrundish, cuyo buzón se había oxidadhacía tiempo, solía recibir scorrespondencia.

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«Necesito ayuda», pensó Florence. «Eruna locura creer que podía llevar todesto yo sola.» Pidió una conferencia co

as oficinas del Flintmarketingsgrave and Hardborough Times.

 —¿Podrás conectarme lo ante

posible, Janet? —preguntó.Había visto la motocicleta de Janeaparcada fuera de la oficina deléfonos, y sabía que estaría en buena

manos. —¿Está intentando contactar con lo

anuncios clasificados, señora Green?

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 —Sí. Es el mismo número. —No le merece la pena gastarse e

dinero, si quiere poner un anuncio parun ayudante. Una de las chicas Gippinse pasará por su casa al salir decolegio.

 —Es posible, Janet, pero no eseguro.

 —Raven habló con ellas hac

alrededor de una semana. A él le habríagustado que fuera la mayor, pero se tienque quedar en casa mientras la señor

Gipping está en la recogida del guisanteQuizá no le importe que sea la segunda a tercera.

Florence le recordó a Janet qu

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quizá hubiera alguien esperando unconferencia, pero ella le respondió quno había nadie más.

 —Los de las líneas privadas se hado casi todos a Aldeburgh para oír e

concierto ése, y los demás están en e

nuevo Fish and Chips. Esta noche es lnauguración.

 —Bueno, Janet, a lo mejor se le

ncendia el local. Creo que utilizaaceite para cocinar. Deberíamos dejar línea libre por si se produce algun

emergencia. ¿Lo va a llevar el señoDeben? —No, no, al señor Deben le parec

que va a ser un golpe mortal para s

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viene. A mí no me han salido todavía. —¿Y tu otra hermana? —Le gusta quedarse en casa y cuida

de Margaret y Peter. Son los pequeñosFue un desperdicio darles esos nombresal final no pasó nada entre él y l

princesa.[10]

 —No quiero que pienses que ndeseo darte el trabajo. Es sólo que n

pareces lo suficientemente mayor, nfuerte.

 —Las apariencias no lo son todo

Usted parece mayor y, sin embargo, noparece fuerte. No habrá muchdiferencia si contrata a otro miembro dmi familia. Somos todas muy mañosas.

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Su piel era casi transparente. Spelo sedoso parecía no tener sustancicuando se apartaba de su cara y se ldespeinaba con la mínima corrienteCuando Florence, todavía preocupadpor no ofenderla, sonrió animadamente

ella le devolvió la sonrisa dejando vedos dientes rotos.

Se los había quebrado el inviern

anterior de una forma bastante curiosase había congelado la ropa tendida, y uchaleco helado le golpeó la cara. Igua

que los demás niños de Hardboroughhabía aprendido a resistir. Todocorrían como malabaristas por lopasamanos de los puentes sobre lo

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pantanos, se caían y se rompían lohuesos o estaban a punto de ahogarse. Sanzaban piedras unos a otros, o raíce

arrancadas de los arados. A un chicoalgo retrasado le dijeron que logusanos que se utilizaban como cebo l

sentarían bien y le harían menoaburrido, y él se comió un bote enteroLa propia Christine estab

peligrosamente delgada, aunque era algsabido que la señora Gippinalimentaba bien a sus hijos.

 —Iré a ver a tu madre mañanaChristine, y ya hablaremos de esto. —Como quiera. Le dirá que teng

que venir siempre después de clase, y e

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sábado todo el día, y que usted no debpagarme menos de doce con seis a lsemana.

 —¿Y qué hay de los deberes? —Los haré después de la cena, e

casa.

Christine mostró su impacienciaEstaba claro que había decididempezar a trabajar enseguida. Dejó s

chaqueta rosa en la parte de atrás. —¿La has tejido tú? Parece mu

difícil.

 —Es de la revista Woman's Own  —dijo Christine—. Pero las instruccioneeran para manga corta.

Frunció el ceño. No quería admiti

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que se había puesto lo mejor que tenípara causar buena impresión en sprimer encuentro.

 —¿No tiene hijos, señora Green? —No. Pero me habría gustado. —Para usted la vida ha pasado d

argo en ese aspecto.Sin esperar a que se le diera ningun

explicación, se paseó por la tiend

abriendo cajones y poniendo pegas a lforma en que estaban ordenadas lacosas, mientras su fino pelo volaba e

odas direcciones. No había suficientepostales expuestas, afirmó —ya sencargaría ella de elegir algunas más—Y había paquetes enteros sin abrir en e

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fondo de los cajones porque la señorGreen las odiaba.

Al principio, los métodos de la niñeran algo excéntricos. Con una habilidapara la organización que nunca habílegado a manifestarse, al ser la tercer

hija de la familia, primero colocó lapostales de una forma, luego de otraHizo caso omiso de los mensajes qu

mostraba cada una y las ordenbásicamente por colores, de modo quas rosas y las puestas de sol quedaro

al lado de una langosta de color rojbrillante ataviada con un sombrerescocés, que se estaba llevando un vasa la boca y decía: Just a wee doch a

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doris afore we gang awa![11]  Lo máprobable es que se tratara de unmuestra gratuita.

 —En realidad tendrías que separaas románticas de las de humor —dij

Florence.

Éstas, qué duda cabe, eran las doúnicas actitudes que uno podía adoptaen la vida, a juicio de los fabricantes d

as postales. La langosta se tomaba smarcha con humor. La puesta de sovenía acompañada de una frase triste.

 —¿Qué quiere decir esto de esta«encima» o estar «debajo»? —preguntChristine con firmeza.

Este primer reconocimiento de qu

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había cosas que no sabía animó un poca su patrona. Christine se dio cuentnmediatamente de que había perdid

pie. —Hay muchas más que ni siquier

ha desenvuelto —dijo con tono d

reprobación.Juntas, revisaron todo un paquete

hombres y mujeres desnudos

entrelazados, con un pie de foto qurezaba: Otra cosa que no hemo

olvidado hacer hoy.

 —Éstas las vamos a tirar ahormismo —dijo Florence con convicció—. Hay algunos distribuidores que nienen ni idea de lo que es apropiado.

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Christine se retorció de risa y dijque había unos cuantos en Hardborouga los que no les importaríencontrárselas en el buzón. Estaba biepreparada, pensó Florence. Su ayudsería muy valiosa cuando tocara volve

a abrir la biblioteca. No parecía que hubiera nada qu

discutir esa tarde con la señora Gipping

que se quedó de pie pacientemente en lpuerta entornada cuando Florencacompañó a Christine hasta su casa.

El pequeño Peter estaba plantandfilas de pinzas de la ropa entre loguisantes tempraneros.

 —¿Por qué llega Christine tan tarde

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—preguntó. —Ha estado trabajando para est

señora. —¿Para qué? —Tiene una tienda llena de libro

para que la gente pueda leer.

 —¿Para qué?Las camionetas y furgones que traía

a los vendedores de las editoriale

empezaron a aparecer con máfrecuencia por el brillante horizonte dos pantanos, hundiéndose de vez e

cuando en el lodo a la altura del cruce, siempre, sin remedio, cuando intentabadar la vuelta en la orilla. Incluso everano se trataba de un viaj

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complicado. Los que lograban llegasanos y salvos eran un poco reacios desprenderse de las novelas romántica  los libros de noviazgos, que eran lo

que Florence quería realmente, a no seque accediera a quedarse también con u

montón de esas novelas de cubiertaigeramente envejecidas, que tenían e

aire de una mujer a la que nadie h

solicitado nunca su favor. Ssolidaridad tanto con los vendedorecomo con los libros que envejecía

rremediablemente, la convertían en uncompradora algo imprudente. Ademásos vendedores llegaban de tan lejos qu

ella no tenía más remedio que llevarle

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a la cocina y ofrecerles un té. Allí, cona esperanza de que tardarían todavía uiempo en regresar a ese agujero dejad

de la mano de Dios, los vendedores spodían permitir el lujo de revolver eazúcar y relajarse un poco.

 —Una cosa es cierta: lcompetencia no le supondrá uproblema. No hay otro punto de vent

entre este páramo y Flintmarket.A todos se les había caído el alma

os pies cuando se dieron cuenta de qu

no había servicio ferroviario alguno, lque obligaría a que todos los pedidouvieran que llegar por carretera. Par

cuando empezaban a sentir que habí

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legado el momento de ponerse emarcha, se había levantado el viento, sus furgonetas, sin la carga que las habímantenido estables, se bamboleaban dun lado para otro, incapaces de ceñirsal eje de la carretera. Los jóvene

novillos, los animales más inquisitivode todos, se acercaban por la hierbpara mirarles apaciblemente.

 —No sé por qué he comprado est—reflexionó Florence después de unde estas visitas—. ¿Por qué me los h

quedado? Nadie me forzó a ello. Nadime aconsejó.Tenía ante sí un paquete con 200

marcapáginas chinos, pintados sobr

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seda. La cigüeña, que simbolizaba longevidad; un ciruelo en flor, parlustrar la felicidad… Su debilidad poas cosas bonitas la había traicionado

Era inconcebible que alguien en todHardborough los quisiera. Per

Christine la consoló. Los visitantes locomprarían; cuando llegara el veranono sabrían en qué gastar su dinero.

En julio, el cartero trajo una carta co

matasellos de Bury St. Edmund's. Erdemasiado larga, como podía verse poel grosor del sobre, para tratarse de usimple pedido.

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 stimada Sra.,

Quizá le interese o le divierta sabe

cómo fue que llegué a tener noticias d

su establecimiento. Un primo de m

mujer, que en paz descanse (quizá

debiera llamarle tío segundo), estrelacionado, por un segundo

matrimonio, con ese joven prometedor

el diputado de la circunscripción dongwash, quien me comentó que e

una fiesta que dio su tía (la Sra

Gamart, a quien no conozc

ersonalmente) se mencionó qu

ardborough por fin iba a contar con

una librería.

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Florence se preguntó de qué manerpodría esto considerarse divertido. Perno debía ser tan dura.

 Puede que le divierta más

todavía saber que no la escribo

 por nada relacionado en

absoluto con los libros.

Seguían varias páginas de fino papede carta, de las que dedujo el dato dque quien las escribía respondía a

nombre de Theodore Gill, que vivía ealgún lugar cerca de Yarmouth, que eraun pintor de acuarelas que no veí

motivos para abandonar el estilo de

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cambio de siglo, y que le encantaríorganizar o, mejor, que le organizaranuna pequeña exposición de su obra eOld House. El nombre de la señorGamart y su brillante sobrino, no teníduda, servirían de recomendació

suficiente.Florence miró sus estanterías, detrá

de las cuales se podía distinguir medi

metro escaso de pared. Siempre cabía lopción de utilizar el cobertizo de laostras, pero incluso ahora, en plen

verano, la humedad era tremendaGuardó la carta en un cajón en el que yhabía varias del mismo estilo. Entre lclase media alta de East Suffolk, l

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mediana edad algo avanzada solía llevaaparejada una crisis, después de la cuacasi todos se convertían en pintores dacuarelas y se especializaban epaisajes. No habría importado tanto shubieran pintado mal, pero lo cierto er

que se les daba bastante bien. Todos sucuadros, por lo demás, eran muparecidos entre sí. Una vez enmarcados

colgaban en las paredes de los salonesmientras por las ventanas el paisajvacío, desteñido y enmarañado se uní

con el cielo transparente.Esta crisis, además, iba acompañaddel deseo de exponer en un lugar máambicioso que la entrada de l

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parroquia, y Florence la relacionaba coas cartas que había recibido d

diversos «autores locales». Los cuadroenían títulos como Puesta de sol en e

aze, mientras que los libros situlaban A pie a través de los pantano

o  El este de Inglaterra sobre cuatro

ruedas. Porque, ¿qué otra cosa se puedhacer con las llanuras además d

cruzarlas? No tenía ni la más remotdea de dónde pondría a los autoreocales si éstos venían, como había

sugerido, a firmar ejemplares de suibros a los compradores ansiososQuizá podría colocar una mesa debajde la escalera, si es que lograba move

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una parte de los libros. Se imaginó coodo detalle la decepción que sentiría

estos autores, allí empotrados detrás da mesa repleta de ejemplares, bolígraf

en mano, mientras pasaban las horas sique viniera nadie a comprar ninguno d

sus libros. —El martes siempre es un dí

ranquilo en Hardborough, señor…

sobre todo si hace bueno. No le sugerque viniera el lunes porque ese día emás tranquilo todavía. Los miércole

ambién son tranquilos, excepto por emercado, y el jueves abrimos sólmedia jornada. Los clientes no tardaráen venir y preguntar por su libro, clar

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que sí. Han oído hablar de usted, es uautor local. Naturalmente que querráener su autógrafo, cruzarán los pantano

a pie, o a motor.La sola idea de tanto sufrimiento

vergüenza era difícil de sobrellevar

pero al menos veía que, de momentoaquello no estaba ocurriendo. Metió lcarta del señor Gill en el cajón.

Había estado casi demasiado ocupad

para darse cuenta de que las vacacionehabían terminado. Ahora se fijó en laoallas de playa que colgaban en todaas ventanas de las casas más cercanas

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a orilla. El ferry cruzaba el Laze variaveces al día, y el Fish and Chipampliaba su espacio con trozos dhierro forjado traídos de la pista daterrizaje abandonada. Apareció Wallypara preguntarle a Christine si l

gustaría ir de acampada, y Florence spreguntó si el muchacho no venídemasiado, y de forma demasiad

persistente. Christine, en cualquier casorechazó la invitación con una dignidaque ella imaginó aprendida de su

hermanas mayores. —Ese Wally lo que quiere es suabla de lavar la ropa. Querrá utilizarl

para su grupo de música. He visto qu

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no le quita ojo siempre que se mete en lparte de atrás de la casa.

 —Entonces será mejor que se lleve —dijo Florence—. Nunca h

sabido qué hacer con ella. También spuede quedar con el escurridor, s

quiere.Debería bajar a la playa. Era jueves

ocaba cerrar pronto, y Florence s

sentía un poco desagradecida por vivian cerca del mar y tirarse semanas

semanas sin mirarlo siquiera. E

realidad prefería la playa en inviernopero se lo reprochó a sí misma, se diun baño y luego estuvo un rato al sol afinal de la hondonada sembrada d

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guijarros de colores. Los niños sagachaban para decidir cuáles meteríaen sus cubos; hombres ya maduroelegían otros para tirarlos al agua. Loperiódicos que habían traído consigpara leer, se los había arrebatado e

aire. Las madres se habían refugiado deviento cortante en las cabañas de lplaya, que se habían instalado en form

de campamento lo más lejos posible defrío e invasivo Mar del Norte. Máhacia el norte, la marea había traíd

cosas inaceptables a la orilla. Lohuesos se mezclaban con la franja ddesechos que depositaba la marea. Lcorriente había dejado allí los resto

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putrefactos de una foca.Los lugareños de Hardborough s

relacionaban sin temor con lovisitantes. Florence vio al director debanco, desconocido con su traje de baña rayas, acompañado de su mujer y de

cajero. Hablaba a voces y se le oydecir, a intervalos, que tanto trabajo lestaba convirtiendo en un soso, y qu

era la primera vez que había pisado lplaya ese año. Su afirmación no merecírespuesta. Otra voz, tierra adentro, grit

que el mal tiempo les estaba respetandese año. Raven pasó en su nuevfurgoneta. La semana siguiente llevaría algunos Scouts del Mar a Londres par

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su excursión anual. Echarían un vistazo as obras de la Casa de Baden-Powell,

después, según habían votado pounanimidad, irían a la estación dLiverpool Street para ver salir lorenes.

Andar un poco más playa arribasignificaba hundirse a cada paso. Larena mojada y las piedras s

desmoronaban como si no estuvieradispuestas a soportar su poco peso, uego se elevaban de nuevo rezumando

para llenar las pisadas de aguresplandeciente. Dejar una huella dcualquier tipo constituía un logrexultante. Más allá de los restos de l

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foca muerta, más allá de los guijarrodonde, ochenta años atrás, un hombrhabía encontrado un pedazo de ámbaan grande como su cabeza —aunqu

desde entonces nadie más había vuelto encontrar ámbar—, Florence llegó a u

camino desolado por el que loveraneantes no se atrevían a pasar. Erdesigual y ascendía bruscamente d

vuelta al parque. Pudo divisar algunafiguras humanas solitarias, y parejapaseando a sus perros. Se sorprendió a

ver a cuántos de ellos conocía ahorcomo clientes ocasionales. Se saludarocon la mano desde la distancia después, como el terreno era tan llano

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a aproximación tan lenta, tenían qusaludarse de nuevo a medida que sacercaban, y reservar las sonrisas parel último momento. Además de sonreírcasi todos los paseantes, contentos dpoder tomarse un respiro, le preguntaro

o mismo: ¿cuándo volvería a abrir lbiblioteca? Les hacía tanta ilusión. Loperros, tiesos de indignación, tiraban d

sus correas hacia los lados. Florence soyó a sí misma hacer numerosapromesas. Se sentía en desventaj

estando descalza, y pensó que tendríque haberse puesto los zapatos antes ddirigirse al parque.

En las tardes lluviosas, cuando s

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evantaba el mal tiempo, Old House slenaba de visitantes extraviados

desconsolados. Christine, que decía quponían la tienda perdida de arena, ermplacable con ellos, y les exigía qu

decidieran qué querían comprar.

 —Hojear libros es parte de lradición de una librería —le dij

Florence—. Debes dejar que se quede

 toquen los libros.Christine le preguntó a Deben qu

haría él si todo el mundo tocara s

pescado. Además, había montones dhuellas de dedos mojados en lapostales.

Ivy Welford vino a revisar la

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cuentas un poco antes de lo acordadoSu curiosidad era una forma de medir eéxito de la tienda y su reputación fuerde Hardborough.

 —¿Dónde están las devoluciones proveedores?

 —No hay —respondió Florence—Los editores no aceptan devolucionesOdian esos acuerdos de venta co

derecho a devolución. —Pero aquí veo que tien

devoluciones de clientes, ¿cómo es eso?

A veces a los lectores no les gustaos libros después de haberlocomprado. Se quedan asombrados, digamos que detectan en el libro u

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matiz evidente de socialismo. —En ese caso, el precio deberí

aparecer en el haber de su cuentpersonal, y el debe bajo ladevoluciones.

Era una acusación de debilidad.

 —Ahora, el libro de comprasCiento cincuenta marcadores chinos cinco chelines cada uno, ¿es correcto?

 —Había un pájaro diferente o unmariposa en cada uno. Algunos erapájaros de arroz. Eran preciosos. Po

eso los compré. —No lo pongo en duda. No es de mncumbencia cómo lleva usted e

negocio. Lo que me preocupa es qu

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aparecen en el libro de ventas comvendidos a cinco peniques cada uno¿Cómo explica usted eso?

 —Fue un error de Christine. Pensque estaban hechos de papel y leyó mael precio. No se puede esperar que un

niña de diez años sepa apreciar el artoriental transmitido de generación egeneración desde hace siglos.

 —Quizá no, pero se ha olvidado dreflejar la pérdida de 4 chelines y peniques por cada artículo. ¿Cómo voy

preparar entonces un balance dcomprobación? —¿No lo podemos anotar com

gastos de caja? —suplicó Florence.

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 —La caja debe ser para sumas mupequeñas. Estaba a punto de preguntarlsobre eso. ¿Para qué ha sido estdesembolso de 12 chelines y 1peniques?

 —Yo diría que para leche.

 —¿Está completamente segura¿Tiene un gato?

Al llegar septiembre, lo

veraneantes, al igual que los pájaromigratorios, mostraban el nerviosismpor el viaje de regreso que s

aproximaba. La escuela había vuelto abrir, y Florence se pasaba todo el dísola en la tienda.

Vino Milo y dijo que le gustarí

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comprarle un regalo de cumpleaños Kattie. Eligió un libro para colorear das Tierras de la Biblia. A Florence

aquello le pareció una mera pose. —Así que Violet no se va a salir co

a suya —dijo Milo—. ¿Ha venido y

por aquí? —No llevamos abiertos much

iempo.

 —Seis meses. Pero vendrá, no ldude. Tiene demasiado amor propiocomo para no hacerlo.

Florence se sintió aliviada y, a lvez, vagamente insultada. —Espero poder reabrir la bibliotec

muy pronto —dijo—. Quizá la señor

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Gamart… —¿Gana usted dinero? —pregunt

Milo.Sólo había dos o tres personas en l

ienda, y uno era un Scout que veníodos los días después de clase par

eer un nuevo capítulo de Yo volé con e

ührer . Marcaba la página con uncuerda de la que colgaba un caramelo

para hacer peso. —Lo que necesita de verdad es alg

como esto —dijo Milo, sin prisas. Baj

el brazo llevaba un libro más o menodelgado, envuelto en el papel verde da editorial Olympia Press—. Éste e

sólo el primer volumen.

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 —Ah, ¿pero hay un segundvolumen?

 —Sí, pero se lo he prestado alguien, o me lo he dejado en algúado.

 —Debería usted guardarlos juntos

como cuando forman parte de una mismcolección —dijo Florence con firmezaMiró el título del libro, Lolita —. Sól

engo novelas buenas en stock, ¿sabeo se mueven demasiado rápido. ¿E

buena?

 —La hará rica, Florence. —Pero ¿es buena? —Sí. —Gracias por sugerirlo. A vece

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necesito consejo. Es muy amable de sparte.

 —Siempre comete usted el mismerror —dijo Milo.

Lo cierto es que Florence Green nhabía sido criada para entender a la

personas como Milo. Igual que seguíconsiderando que la gravedad es unfuerza que atrae las cosas hacia sí, y n

una simple cuestión que se encarga das que menos resistencia opongan

ella, estaba segura de que el carácter er

una lucha entre las buenas y las malantenciones. Le costaba creer que Milhiciera algo solamente porque lsuponía menos esfuerzo en ese moment

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que hacer cualquier otra cosa.Tomó nota del título, Lolita, y de

nombre del autor, Nabokov. Parecíaextranjero. Ruso, quizá.

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A Christine le gustaba encargarse dechar el cierre cada tarde. A los dieaños y medio tenía la certeza, quizá po

última vez en su vida, de cómo habíque hacer las cosas exactamente. Éstera su último año en primaria. L

sombra del examen de reválida parpasar a la secundaria, al final del veransiguiente, ya se iba dejando notar. Quizdebería abandonar el trabajo concentrarse en los estudios, perFlorence, por temor a que smalinterpretaran sus intenciones, n

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podía sugerirle a su ayudante quposiblemente había llegado el momentde que se marchara. En los últimomeses no había sido poca la influencique habían ejercido la una sobre la otraSi Florence se había hecho má

resistente, Christine se había hecho másensible.

La primera tarde de septiembre qu

realmente se podía decir que habíhecho frío se sentaron, después dcerrar, en el cuarto delantero en do

cómodas butacas, como señoras. La niñse fue a la cocina a calentar agua Florence se quedó escuchando el ruidque hacía el chorro del agua del grifo

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Siguió una nota metálica cuando puso lata roja de Coronation, donde guardabas galletas, de golpe sobre la encimera

 —En casa tenemos una azulTambién representa la abadía dWestminster, pero la procesión da toda

a vuelta a la lata. —Voy a encender la estufa —dijo

Florence, que no estaba acostumbrada

estar sin hacer nada. —Mi madre no cree que esas estufa

de parafina sean seguras.

 —No hay ningún peligro mientras senga cuidado de limpiarlaadecuadamente y no haya corriente podos lados a la vez —respondi

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Florence, mientras enroscaba la tapa decontenedor con fuerza.

Alguna vez tenía derecho a llevar lrazón.

La estufa no parecía pasar por smejor momento aquella tarde. No habí

corriente, si es que eso era posible eHardborough; pero la llama azul selevó un instante, como si quisier

alcanzar algo, y luego se hundió dnuevo, más que antes. El nombre algextravagante de la estufa er

evercold.[12]

  Acababa de conseguiponerla en marcha cuando entrChristine muy seria transportando ungran bandeja negra y dorada, sobre l

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que llevaba todo lo necesario para el té —Me gusta esta vieja bandeja —

dijo—. Me la puede dejar en sestamento, si quiere.

 —Creo que no me apetece pensar emi testamento todavía, Christine. So

una mujer de negocios en el ecuador dsu vida.

 —¿Es japonesa?

La bandeja tenía un dibujo qurepresentaba a dos ancianos pescandapaciblemente a la luz de la luna.

 —No, es esmalte chino. Mi abuela trajo de Nanking. Era un gran viajeroo estoy segura de que hoy día sea

capaces de hacer esmaltes como ésto

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en China.Para entonces la Nevercold ardía y

con más regularidad. La tetera estabdelante, absorbiendo el calor, y ecuarto se hizo más acogedor. Ldiferencia de edad entre Christine

Florence pareció disminuir, como si nohubiera más que dos etapas en la vida duna mujer. En Hardborough, las tarde

como aquélla, en la que apenas se oía emar, se consideraban silenciosasDisfrutaban, por lo tanto, del calor y l

quietud; y, sin embargo, poco a pocoChristine, que hasta ese momento habíestado relajada como una muñeca drapo, empezó a ponerse tensa

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mpaciente. Naturalmente, no se podíesperar que una niña de su edaestuviera quieta durante mucho tiempo.

Al cabo de un rato se levantó y fue a parte de atrás de la casa par

asegurarse, según dijo, de que la puert

estaba bien cerrada. Florence habríquerido impedir que saliera de lhabitación, algo innecesario, como s

demostró inmediatamente cuandregresó. Del pasillo de arriba llegaba ususurro casi inaudible, acompañado d

débiles arañazos y golpes. Parecía qualguien estuviera arrastrando algo de uado a otro, como un gato que estuvierirando de un juguete demasiado pesad

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atado a una cuerda. Florence no sengañó a sí misma, al menos no más quotras veces, haciendo ver que no ocurrínada.

 —Estás cómoda, ¿no, Christine?La niña respondió que sí. No cabí

duda de que había intentado adoptar s«mejor» tono de voz, el que exigía lprofesora a las niñas cuand

representaban el papel de Florencightingale o el de la Virgen María

Mientras, seguía aguzando el oído, co

angustia, como si estuviera estirando laorejas o levantándolas. —He estado pensando que podrí

ayudarte con tu examen —dijo Florenc

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ntentando empezar una conversación—Con algo que te sea útil, quiero decirPodemos leer algo juntas.

 —No tenemos lectura. Te dan unodibujos y tienes que decir cuál es el quno encaja con los demás. O te dan uno

números, como 8, 5, 12, 9, 22, 16, ienes que decir qué número vien

después.

Igual que había sido incapaz dentender a Milo, Florence no habrísabido decir cuál era el siguient

número de la serie. Había nacido hacídemasiados años. A pesar de laevercold, la temperatura parecía habe

caído de forma dramática. La puso a

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máximo. —No tienes frío, ¿verdad? —Siempre estoy pálida —respondi

Christine altiva—. No hay necesidad dsubir esa cosa por mí —añadiemblando—. Mi hermano pequeñ

ambién es pálido. Se supone que él y ynos parecemos bastante.

 Ninguna de las dos estaba preparad

para reconocer que le gustaría protegea la otra. Habría sido como permitir quel miedo entrara en la habitación. E

miedo parecería más natural si el lugahubiera estado a oscuras, pero la lubrillante de la tienda inundaba toda lestancia. El barullo sofocado de arrib

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se convirtió en un caos. —Suena cada vez más, señor

Green.Christine había abandonado su vo

de Florence Nightingale. La señorGreen le cogió la mano izquierda, qu

era la que tenía más cerca. Parecía qupasaba por ella una pequeña corrienteque transmitía un pulso frío, como si l

electricidad se pudiera convertir ehielo.

 —¿Seguro que estás bien?

La mano de Christine descansabsobre la suya, ligera e inmóvil. Quizfuera peligroso presionar a la niña, perFlorence sentía la abrumador

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necesidad de hacer que hablara y de quse admitieran algo la una a la otra.

 —Esa cosa me está pasando ahormismo por el brazo como si tuviera upar de dedos caminando —dijChristine muy despacio—. Y ahora se h

parado encima de mi cabeza. Se me hapuesto los pelos de punta.

Era un reconocimiento en toda regla

Medio tensa, medio adormilada, smeció de un lado a otro en la butacaadoptando una postura curiosa. El ruid

de arriba paró un momento y luegestalló de nuevo, pero esta vez en episo de abajo, aparentemente debajo da ventana, que vibró con violencia

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Parecía que el vidrio iba a estallar hacidentro. Temblaron las tazas comenzaron a dar vueltas encima de loplatillos. Se oyó un repiqueteenloquecido, como si algún idiotestuviera tirando guijarros, puñado tra

puñado, contra el cristal. —Es el rapper . Mi madre sabe qu

hay uno en esta casa tan vieja. Pensó qu

no actuaría conmigo aquí, porquodavía no me han salido.

Los golpes en la ventana s

ransformaron en un silbido, que selevó, una y otra vez, hasta asemejarsal grito de un animal.

 —No le hagas caso, Christine —

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gritó Florence con una energía repentin—. Sabemos perfectamente lo que npuede hacer.

 —  Eso no quiere que nos vayamos —murmuró Christine—. Quiere que noquedemos para así poder atormentarnos

Estaban rodeadas. El asedio durpoco más de diez minutos, durante locuales el frío fue tan intenso qu

Florence no sentía la mano de la niña ea suya. No sentía ni las propias yema

de sus dedos. Diez minutos más tarde

Christine se quedó dormida.

Florence no esperaba que su ayudant

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volviera por allí; pero lo hizo al dísiguiente, con la sugerencia de que svolvían a tener problemas podíaponerse las dos a rezar juntas la oraciódel Señor. Su madre había indicado qusería una pérdida de tiempo consultar a

vicario. Los Gipping no pertenecían a lglesia Anglicana y no iban a St

Edmund's, pero el párroco tampoc

sería de gran ayuda; los fantasmapodían combatirse con lecturas oraciones, pero no así los rappers

Entretanto, seguro que había llegado emomento de lavar los plumeros.A Florence le dio pena ese aparent

desdén hacia la elegante iglesia cuy

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orre protegía los pantanos, y cuyo sueldel famoso pórtico sur, entrcontrafuertes angulosos, había siddecorado por un ancestro del señoBrundish con baldosas de sílex de cologris plateado y gris oscuro. Le habrí

gustado que, cuando hablara con evicario, la conversación no versarsobre el dinero. Se había alegrado d

donar parte de sus libros para la fiestde la cosecha, aunque se preguntabc ó m o Usted puede ser su propio

mecánico  y una pila de novelas podíaconsiderarse frutos de la tierra y el marPara el canónigo debía de constituir unpesada carga —eso lo sabía muy bien—

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ener que dedicar tanto tiempo recolectar fondos. Le habría gustadpoder verle sólo un momento parpreguntarle: ¿Tenía razón William Blakcuando dijo que todo aquello en lo quera posible creer era una imagen de l

Verdad? ¿Y si era algo en lo queresultaba imposible creer? ¿Creía él eo s rappers? Mientras tanto, decidi

asistir a la misa matutina en StEdmund's, y al salir se dio cuenta de qua semana siguiente le tocaba ocupars

de las flores. Se dio de bruces con lista que estaba colgada en el porcheseñora Drury, señora Green, señorThornton, señora Gamart dos semanas

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eso debía de ser porque tenía el jardímás grande.

La señora Gipping, cuya casquedaba entre la vieja estación de tren a iglesia, estaba trabajando en s

huerto. Al ver pasar a la patrona d

Christine de vuelta de la misa, le hizuna señal para que se acercara. Gippinga la que se podía ver entre hileras d

hojas verdes, estaba cuidando el apiempranero, que aguantaría hastavidad.

En el calor húmedo de la cocina eun día de colada, la señora Gippinresultaba tranquilizadora. Su hija lhabía hablado de la visita del rapper ; e

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su opinión, dijo, todos los trabajoenían algún inconveniente.

 —Querrá tomar algo, supongo, antede ir a abrir su negocio.

Florence esperaba que le diera unaza de Nescafé, al que ya se habí

acostumbrado, pero, en cambio, dirigisu atención hacia una enorme calabazque colgaba encima de la pila. Habí

una espita de madera incrustada en unde los lados tersos y brillantes de lfruta. Lucía unas atrevidas franja

verdes y amarillas. Alineadas debajohabía tazas y algunos vasos, y si se ldaba una vuelta a la espita salía, gota gota, un líquido turbio que caí

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pesadamente sobre la taza más cercanaLa señora Gipping explicó que nlevaba mucho tiempo allí colgada y qu

no se subía en absoluto a la cabeza, perque ella había visto a un hombre fuertentrar, tomar un sorbo de una calabaz

de cuatro semanas y desplomarse sobrel suelo de piedra, poniéndolo todperdido de sangre.

 —Ya me dará usted la receta —dijoFlorence educadamente.

Pero la señora Gipping le respondi

que nunca se la daba a nadie, porque, so hacía, el Instituto de la Mujer, contrel que parecía albergar algún tipo dresentimiento, tomaría nota par

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ncluirla en su repertorio de viejaradiciones rurales.

Abrir la tienda producía eFlorence, cada mañana, la mismsensación cargada de promesas oportunidades futuras. Los libro

estaban tan bien alineados como laverduras del huerto de la señorGipping. Dispuestos para todos lo

visitantes.Milo vino a la hora del almuerzo. —¿Qué? ¿Al final va a encarga

olita? —Todavía no lo he decidido. Hpedido un ejemplar de lectura. Estoalgo desconcertada por lo que han dich

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sobre ella los periódicos americanosUn crítico ha afirmado que spublicación era una mala noticia para eramo y para los lectores, porque eraburrida, pretenciosa, de lenguajflorido y repulsiva. Pero por otro lad

había un artículo de Graham Greene qudecía que era una obra maestra.

 —No me ha preguntado qué es l

que pienso yo. —¿De qué serviría? Ha perdido e

segundo volumen o se lo ha dejado e

algún lado. ¿Llegó a terminar de leerlo? —No lo recuerdo. ¿No se fía de spropia valoración, querida?

Florence se lo pensó.

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 —Me fío de mi valoración moral, síPero yo soy sólo una comerciante; nengo suficiente preparación par

entender de Arte, y no sé si un libro euna obra maestra o no.

 —¿Qué le dice su valoración mora

acerca de mí? —Eso no es muy difícil de contesta

—dijo Florence—. Me dice que deberí

casarse con Kattie, pensar menos en smismo y trabajar más duro.

 —Pero no está usted segura e

cuanto a Lolita. ¿Teme que lo lea espequeña Gipping? —¿Christine? En absoluto. E

cualquier caso, nunca lee los libros qu

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vende. Es la ayudante perfecta en essentido. Sólo lee Bunty,[13]  y de vez ecuando.

 —¿O quizá teme que no les guste os Gamart? Violet todavía no ha venido

por aquí, ¿verdad?

Milo añadió que el General le habídicho, cuando los coches de amboestaban esperando en el paso a nivel e

Flintmarket, que su mujer no creía quolita  llegara nunca a venderse en u

sitio tan entrañable y aletargado com

Hardborough. —Prefiero no tener ninguna de esacosas en cuenta. Si Lolita  es un bueibro, entonces lo venderé en m

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ibrería. —En el peor de los casos ganarí

dinero, ¿sabe? —Ésa no es la cuestión —respondi

Florence. Y, de verdad, no lo era.Se preguntó por qué últimamente s

hablaba de forma tan recurrente del peode los casos. Hacía sólo unos días, eos pantanos, Raven le había enseñad

unas suculentas hierbas verdes quesegún dijo, se consideraban un manjaen Londres, y que alcanzarían un bue

precio si las enviaba allí. —Esto le puede ser de ayudaseñora Green, si las cosas no salecomo es de esperar.

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 —Nos va bastante bien, de moment—le dijo a Milo—. Haré caso de subuenos consejos sobre Lolita  en sdebido momento.

Milo pareció vagamentdesilusionado.

 —Deme un ejemplar de Bunty  —dijo.

Florence le dijo que había un montó

enorme en la parte de atrás, pero que npodía deshacerse de ninguno sin epermiso de Christine. Y las clases no

erminaban hasta las tres y media.Tras seis meses de negocioFlorence calculó que tendría unas 250ibras en mercancía en el almacén; l

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debían unas 80 libras y su balanccorriente con el señor Keble era de upoco más de 400 libras. Eso significabun activo circulante de 3000 libras. Salimentaba en gran medida de tégalletas y arenques, y no había gastad

prácticamente nada en publicidad, sexceptuaba (y eso porque no podíhacerle el feo al vicario) un anuncio qu

puso en la hoja parroquial. Sus gastos dpersonal seguían siendo de 12 chelines 6 peniques a la semana, 30 cheline

durante las vacaciones. No hacídescuentos a nadie, excepto a la escuelprimaria. Despachar no se parecía enada a lo que había hecho en Müller's

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Los vecinos estaban acostumbrados dejarle cosas cuando pasaban por allCualquiera que tuviera un vehículo ddos o cuatro ruedas (no sólo el serviciade Wally) era un portador potencial dealgo. Ella misma se disponía a tomar e

ferry para cruzar el Laze, ya que ese díocaba media jornada, para llevar treint

ejemplares del Manual para e

econocimiento de las FloreSilvestres  al Instituto de la Mujer. Arecordarlo, cogió el libro de arriba de

montón y miró las ilustraciones en buscde la planta de los pantanos que le habíenseñado Raven. No se decía ni una solpalabra sobre ella.

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Al final, la señora Gamart terminpor hacer una visita a la Librería OlHouse. Fue quince días después de qu

se abriera de nuevo la biblioteca, eesta ocasión con un ritmo mucho márelajado que la primera vez, como si lo

ectores se estuvieran controlando y eambiente se hubiera tranquilizado aavanzar el año.

Christine no tardó en cogerle eranquillo al sistema, y se propus

memorizar los nombres de los socioque no conocía, es decir, aquéllos qu

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vivían fuera de Hardborough. Decidiclasificarlos por alguna característicfísica —la señora Mancha d

acimiento, el Asmático Mayor, ynombres por el estilo—, igual que hacíRaven para distinguir a las vacas; si no

nunca sabría reconocer a las que salejaban de la manada. Después veníaos nombres de verdad y, a la hora d

recordar los libros que habían pedido ncluso cuáles se iban a llevar, la niñ

no fallaba nunca. Su imparcialidad hací

que fuera especialmente estricta. Ahora biblioteca no abría hasta que acababel colegio, y bajo su régimen a nadie se permitía mirar siquiera qué había

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pedido los demás.El tiempo otoñal hizo que la cort

expedición a la biblioteca constituyera distancia justa para los jubiladosanto para los que se acercaban

propósito a pie o en coche, como par

os que simplemente salían a pasearParecía que estaban dispuestos a aceptaos libros de clase B, e incluso los d

clase C, sin quejarse demasiado.La señora Gamart apareció por l

puerta una tarde a finales de octubre. E

sol ya estaba bajo, y su sombra lprecedió mientras descendía por loescalones. Llevaba un tres cuartoJaeger de piel de camello. Florence s

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omó aquel momento como una crisis esu racha de suerte. Había estaddemasiado ocupada últimamente compara pensar en la presión a la que se lhabía sometido seis meses antes con efin de que abandonara Old House —o

mejor dicho, se mantenía ocupada parque esa idea no ocupara su mente pocompleto—. Ahora la invadió del todo

La tienda se transformó en un silencioscampo de batalla en medio de unregua. Ella era la autoridad, estaba e

su terreno y contaba con cierto apoyopuesto que Christine acababa de llegar estaba dejando las botas Wellington y lachaqueta en la parte de atrás. Por otr

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ado, a la señora Gamart, como clientque era, había que tratarla codeferencia; y, en tanto mecenas, estaben la posición invulnerable de quien lhabía perdonado todo. Había hecho unsolicitud en el nombre de las Artes,

ésta había sido rechazada; Old Housseguía siendo una tienda y, sin embargoella continuaba comportándose con un

sonriente dignidad.La parte dedicada a la bibliotec

estaba llena de socios que merodeaba

silenciosamente por la estanciaTambién había algunos clientes en lparte delantera de la tienda.

 —Ya veo que está usted muy

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ocupada. No, por favor, no salga. Erealidad he venido a conocer lbiblioteca. Tenía ganas de saber cómofuncionaba. Llevaba tanto tiempqueriendo hacerlo…

Christine, según tenían acordado, er

quien se encargaba de los préstamos as tarjetas de la biblioteca, sobre tod

si había gente esperando. Encantada d

ser indispensable, en aquellos momentose peinaba ese pelo suyo tan pálidoquitándose los nudos, y se sentía llen

de energía para tomar el relevoEntonces, más o menos aseada, salió dgolpe de la parte de atrás con eentusiasmo de un terrier al que se le h

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autorizado, esa tarde en concreto, hacer de perro pastor. Sus rápidodedos empezaron a pasar las tarjetarosas a toda velocidad.

 —Un segundo, señora Keble. Leatenderé a todos por turno.

Esto no sería apropiado para lprimera visita de la señora Gamart, asque Florence abandonó la caja par

acompañarla y explicarle el sistema epersona. En ese momento sintió que alga agarraba con fuerza por el codo,

notó una punzada en la parte baja de lespalda.Se trataba de la esquina de u

marco. Una mano apremiante estab

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sujetándola. Detrás de ella había uhombre, no precisamente joven, quvestía una chaqueta de pana y que lsonreía como lo hacen los sapos, que nienen otra expresión. La sonrisa, quizá

no encajaba con la cara. Acababa d

bajar las escaleras con un lienzo de graamaño. Llevaba otros más pequeño

bajo el brazo.

 —Usted recordará mi cartaTheodore Gill, pintor de acuarelas, a sservicio. Hablamos de la posibilidad d

una exposición… Una pequeña muestrde mi trabajo. Son poca cosa señorapero auténticamente míos.

 —No respondí a su carta.

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Había marcos y bocetos por todoados. ¿Cómo podían haber invadido lienda tan rápidamente?

 —El que calla otorga. Hay menoespacio de lo que esperaba, pero me lapuedo arreglar para que alguien m

preste unas mamparas. Un buen amigmío, que también pinta unas acuarelaexcepcionales…

 —Espero que no quiera exponer éambién.

 —Más adelante… Veo que m

entiende usted muy rápido. Pero eso sermás adelante. —Señor Gill, éste no es el mejo

momento para hablar de sus cuadros. M

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ienda está abierta para todo el mundopero en este momento estoy muocupada. Ahora que ha visto usted cómoes Old House, se dará cuenta de que nengo sitio para su exposición ni para l

de nadie.

 —  Puesta de sol vista desde e

arque de Hardborough con el Laze

delante  —interrumpió el señor Gil

alzando la voz—. ¡De interés localHacia el oeste, miren cómo brilla lierra!

Durante todo este rato, desde máallá de donde alcanzaba su atención, econcreto desde la parte de atrás, habíempezado a surgir un murmullo d

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ensión, incluso algo así como un gritoMientras intentaba evitar que el señoGill colgara su puesta de sol, en lo que ella le pareció una reyerta indigna, spercató por primera vez de que srompían filas y el avance habí

comenzado. La señora Gamart, con lcara muy colorada, una mano sujetandde forma extraña la otra y aparentement

poseída por una fuerte conmociónatravesó rápidamente la tienda y smarchó sin decir palabra.

 —¿Qué…? ¿Qué ha pasado?Detrás apareció Christine, mácolorada todavía. Tenía los mofleteencendidos. Las lágrimas le corrían po

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as mejillas. —La señora Gamart, de The Stead

no quería esperar su turno y cogió loibros de los demás y empezó oquetearlos. ¡Eso no estaba permitidoY ha desordenado mis tarjetas rosas!

 —¿Qué has hecho, Christine? —¡Usted me dijo que mantuviera e

orden! Así que le di unos bueno

cachetes en los nudillos.Todavía sostenía en la mano su regl

del colegio, decorada con dibujos de

pato Donald. Aprovechando la corrientde indignación que iba y venía, el señoGill se las había apañado para colgavarios cuadros más en las paredes

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Algunos lectores clamaban por el pocuicio del que Florence había hech

gala. Siempre habían pensando que eruna locura confiar tanta responsabilidaa una niña de diez años. Mire, ahorestaba llorando. La señora Gamart habí

sido víctima de violencia física, yademás, uno de los clientes habíntentado escabullirse con una postal

un sobre. Dijo que se había dado povencido al ver que no recibía la atencióadecuada. Entonces Florence le cobró

peniques y tres cuartos, y lo marcó en lcaja. Y ésa fue la única ganancia de laarde.

Si hubiera salido inmediatamente

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High Street a pedir disculpas, se podríhaber salvado la situación. Pero juzgque lo más importante era consolar Christine. Claro que los clientes teníarazón: a la niña se le había daddemasiada autoridad, un veneno, igua

que cualquier otro exceso. Sin embargoel único remedio en este caso consistíen darle más veneno aún.

 —No quiero que le des más vueltasPero, farfulló Christine, se había

do con sus tarjetas rosas, y sin su

ibros. Lloraba por la destrucción de ssistema. —Queda éste para el seño

Brundish. Estará esperando. Cuent

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contigo para que se lo lleves, comhaces habitualmente.

Christine se puso la chaqueta y eanorak.

 —Se lo dejaré donde siempre, aado de las botellas de leche. ¿Qué va

hacer con todos esos cuadros?El señor Gill había ido, segú

explicó, en busca de una taza de té, alg

que no conseguiría hasta llegar al FerrCafé. Y en octubre era posible queestuviera cerrado. Quizá se llevara un

dolorosa decepción; otra másposiblemente, en toda una vida ddecepciones. Florence tendría quencontrar tiempo para ocuparse de éste

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otros asuntos; pero lo único que queríen ese momento era encontrar algo qudotara de más dignidad al recado dChristine.

 —Espera un momento. Hay una cartque quiero que le lleves también a

señor Brundish. No tardaré eescribirla.

Esa mañana había llegado po

correo el ejemplar de Lolita para hacea evaluación. Le quitó la sobrecubiert  miró la cubierta negra estampada e

plata.

 stimado Sr. Brundish,

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a carta que me escribió cuando abr

esta tienda me dio muchos ánimos y

ahora me atrevo a pedirle consejo. Su

amilia, al fin y al cabo, ha vivido e

ardborough mucho más que

cualquiera de las otras. No sé si hoído hablar de la novela que Christin

Gipping lleva con esta nota, «Lolita»

de Vladimir Nabokov. Algunos críticodicen que es pretenciosa, aburrida, d

enguaje florido y repulsiva; otro

dicen que es una obra maestra. ¿Serí

usted tan amable de leerla y dejarm

saber si le parece que haría bien a

encargarla y recomendársela a mis

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clientes?

Sinceramente,

 Florence Gree

 —Entonces, ¿habrá respuesta? —

preguntó Christine dubitativa. —Hoy no. Pero en unos días, quizá

una semana, estoy segura de que sí.

La biblioteca no cerró a la semansiguiente, pero Florence continuó con enegocio de manera callada y decorosa

Theodore Gill, con lo que parecía snterminable reserva de acuarelas, fudesalojado en lo que constituyó unvaliente maniobra: Rhoda's, en e

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edificio de al lado, no era en absolutuna casa vieja; y, sí, quizá fuera unástima que la hubieran remozado con u

revestimiento rugoso y que hubierapintado los marcos de las ventanas dcolor malva. Pero tenía un salón d

exposiciones estupendo y lleno de luz. —Tienes unas paredes tan bonitas

Jessie… —empezó a decir Florence co

diplomacia—. No sé si has sentidalguna vez la necesidad de ponealgunos cuadros.

 —Una exposición semi-permanent—ofreció el señor Gill, que estabmerodeando por allí como dcostumbre. Iba a echarlo todo a perder.

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 —No, sólo unas cuantas acuarelapor ahora. Podrías poner una o dos cada lado de tu calendario de RecuerdoTranquilos —dijo Florence, que habísido quien le había vendido ecalendario a precio de coste.

Jessie Welford no respondiódirectamente, sino que se dirigió apropio artista.

 —Nunca me ha parecido que laparedes necesitaran nada, pero si estusted en apuros, yo estoy dispuesta

aceptar.El pintor estuvo dando golpes martillazos toda la tarde; el ruido ercasi tan irritante como el poltergeist

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También se podía oír la risreprobatoria de Jessie. En la ventana dsu tienda pusieron una tarjeta paranunciar la exposición. Jessie siguiriendo, y dijo que ella nunca habíenido nada que ver con el Arte, pero

que para todo tenía que haber unprimera vez.

Florence no había pensado en cóm

legaría la respuesta a su nota. No sesperaba, en ningún caso, que fuerransmitida por la señora Gipping e

persona. Pero, al día siguiente, la madrde Christine, de pie delante de Florencen la cola de la compra, dijo de pronto con bastante franqueza que había ido

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comprar medio kilo de frutas variadaporque el señor Brundish le habípedido que dejara una tarta hecha edomingo. Había decidido, y era mejodecírselo ahora para evitar problemasnvitar a Florence a tomar el té ese día

De esta manera, lo que supuestamentera un recurso para poder disfrutar dalgo de privacidad, se difundió por tod

Hardborough. Resultaba tan extraño qucasi daba miedo. Nadie, excepto algúmisterioso y viejo amigo de Cambridg

o de Londres, había recibido nunca unnvitación semejante. Ése era, sin dudael motivo de que la señora Gipping nquisiera desperdiciar esa noticia ante u

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público más reducido.Ir allí acrecentaría el malentendid

con la señora Gamart, que todavía nhabía sido reconocida en Holt HouseAunque quizá pensar algo así no era máque vanidad. ¿Qué podía importar

dónde iba? Un instinto, quizá el instintdel comerciante, le decía que smportaba. Pero la extraña respuesta de

señor Brundish enviada por Wally, en laque mencionaba el honor, la comodidad  una hora, las cinco menos cuarto e

punto el domingo por la tarde, hicieroque Florence se decidiera. Él dijo quhabía pensado con mucho cuidado en lque ella le había preguntado, y esperab

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que quedara satisfecha con su respuesta

Los primeros días de noviembrconstituían una de las escasas épocadel año en que no hacía viento. En l

arde del día 5 se encendía una grahoguera sobre la piedra, cerca de laamarras del estuario. La pila d

combustible pasaba allí días enteroscomo el nido gigante de una garza. Srataba de una empresa conjunta sobre l

que prácticamente todos los padres dHardborough estaban dispuestos a daalgún consejo. El diésel, aunque sdecía que le había quemado las cejas

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alguien y que no le habían vuelto crecer, se utilizaba para encenderlaLuego prendían los palos que, recogidopor toda la costa y cubiertos de la sadel mar, explotaban en una brillantlama azul. Las nutrias y las ratas salía

huyendo por los diques; los niños sacercaban desde todos los rincones deparque, y para ellos se asaban patatas

que salían del fuego llenas de cenizaLas patatas también sabían a diesel. Loresponsables de la hoguera, una ve

empezaba a arder, se alejaban del brillocavernoso, y comentaban loacontecimientos del día. Hasta edirector del instituto de formació

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profesional, que vigilaba las llamaradadesde una posición semioficial, lseñora Traill de la escuela y la señorDeben con su aspecto abatido, sabíadónde iría Florence el domingo a tomael té.

i siquiera estaba segura de cómo s

entraba en Holt House. Al salir de casse dijo a sí misma que había uncampana de hierro a la derecha de l

puerta principal. Se había fijado en ella menudo. Era decorativa y enorme, parecía que se iba a desprender dejandal visitante con un trozo de cadena en l

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mano. Menuda vergüenza si a alguien lsucediera algo así.

Pero cuando llegó, la puerta nestaba cerrada. Daba paso a urecibidor escasamente iluminado pouna cúpula que había dos pisos má

arriba. La luz se reflejaba en el cristacansado de un enorme espejo veneciancolgado sobre el papel rojo oscuro de l

pared, que tenía una cenefa de un rojmás oscuro aún. Justo al entrar, al ladode la puerta, había una estatua de bronc

de un fox-terrier, algo más grande que eamaño real, con una actitud suplicante una correa en la boca. La correa era dcuero de verdad. En la cómoda de

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recibidor había cacharros de porcelanaovillos de lana, y un cuenco lleno darjetas de visita amarillentas. El fuert

olor a alcanfor procedía, quizá, de estmueble, que estaba contra la pared de lzquierda.

 —Antiguamente era para guardar uuego de croquet —dijo una voz en l

penumbra—. Pero ya no se me presenta

muchas ocasiones para jugar a nada.El señor Brundish se acercó mirand

a su alrededor con ojo crítico, como s

se hallara en una provincia lejana de serritorio, que rara vez se dignaba visitar. Su cabeza giraba codesconfianza hacia uno y otro lado sobr

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su corto cuello. Una limpia camisblanca era todo lo que podívislumbrarse entre las sombras. Ecuello parecía la entrada de unmadriguera en la que se escondía su caroscura, y sus ojos, también oscuros

ofrecían una mirada ansiosa. —Pase al comedor.El comedor era un rectángulo, co

balcones que daban al jardín. La visthacia el exterior estaba cubierta en partpor un seto de haya, del que todaví

colgaban hojas marrones, pesadas por lhumedad de noviembre. A Florence ledio pena imaginar a alguien comiendsolo en una mesa semejante

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Obviamente, estaba preparada para locasión con diversos cacharros de barrazul y blanco, que parecían premios duna feria. Perdida entre todos ellohabía una tarta de frutas, una botella deche y un jamón de un desagradabl

color rosa, todavía en la lata. —Deberíamos poner un mantel —

dijo el señor Brundish mientras sacab

uno de lino blanco almidonado de ucajón, e intentaba echar a un lado lgigantesca vajilla. Florence evitó est

operación al tomar asiento. Su anfitrióhizo lo propio inmediatamente. Sacomodó en un sillón de orejas extendió sus manos largas y peludas

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cada lado de su plato. Desgarbado poco presentable, no era el tipo dfigura que pudiera perder jamás ldignidad. Estaba esperando, con cierthumildad, a que ella hiciera los honoresLa tetera de plata era del tamaño de un

pequeña pila bautismal, difícil devantar y casi tan fría como el mármol

En la parte de arriba había un lema: N

ener éxito en algo es fallar en todo.Afortunadamente, como sólo habí

un cuchillo en la mesa y nadie se habí

acordado de los tenedores, el señoBrundish no hizo ningún intento dmponerle la tarta o el jamón a snvitada. Tampoco bebió su té medio

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frío. Florence se preguntó si comería dforma regular. Quería hacer que ssintiera cómoda, pero estaba máhabituado a amenazar, y le resultabdifícil cambiar de actitud. Esto era algque a ella le atraía. Después de un rat

de silencio absoluto, que no fuembarazoso ya que era obvio que éestaba acostumbrado, el señor Brundis

dijo: —Usted me hizo una pregunta. —Sí, lo hice. Era sobre una novel

nueva. —Me hizo el cumplido de hacermuna pregunta seria —repitió el señoBrundish lentamente—. Usted creyó qu

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Florence dio un sorbeducadamente.

 —Debe de echar de menos a sunietos.

El señor Brundish se pensó esto comucho cuidado.

 —¿Que si me gustan los niños? —preguntó.

Ella se dio cuenta de que la pregunt

era sencillamente el fruto de su falta dpráctica. Hablaba tan poco con la gentque había olvidado cómo funcionaba

as normas de la conversación. —No me lo parecía —dijo ella—. Amí sí.

 —Tengo entendido que una de la

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niñas Gipping, la tercera, la ayuda usted en la tienda. Y ésa es toda laayuda que tiene.

 —Tengo una contable que viene dvez en cuando, y luego está mi abogado.

 —Tom Thornton. No sacará mucho

de él. En veinticinco años de profesiónunca he oído que haya llevado un casa juicio. Siempre llega a un acuerdo

Nunca acepte un acuerdo! —No tengo ningún problema legal

Eso no era en absoluto lo que querí

preguntarle. —Me atrevería a decir que Thorntose negaría a ir a su casa en cualquiecaso. Está hechizada, y no le interesa

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Por cierto, quizá le habría gustadavarse las manos. Hay un cuarto d

baño en el lado derecho del recibidocon varios lavabos. En la época de mpadre era especialmente útil para lacacerías.

Florence se echó hacia delante. —Verá, señor Brundish, hay cierto

grado de responsabilidad en intenta

levar una librería. —Eso creo, sí. No todo el mundo l

aprueba, como sabe. Tengo entendido

que hay ciertas personas que no terminade aceptar la situación. Me refiero Violet Gamart. Tenía otros planes paraOld House, y ahora parece que se la h

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ofendido de alguna forma. —Estoy segura de que ella sabe qu

fue un accidente. —Era difícil decir otrcosa que no fuera la verdad en HoHouse, pero Florence continuó—. Estoconvencida de que tiene buena

ntenciones. —¡Buenas intenciones! ¡Piense co

a cabeza! —dijo, y dio un golpe en l

mesa con una cuchara pesada—. Quierun Centro para las Artes. ¿Cómo puedel Arte tener un centro? Pero ella cre

que lo tiene y quiere echarla a usted. —Aunque lo hiciera —dijo Florenc—, no me afectaría lo más mínimo.

 —Me parece que usted podría esta

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confundiendo la fuerza con el poder. Lseñora Gamart, por sus relaciones amistades, es una mujer poderosa. ¿Ese preocupa?

 —No.El señor Brundish no conocía,

quizá nunca se la habían enseñado, lconvención social de no mirar fijamenta los demás. Él sí lo hacía. Clavó l

mirada en Florence como sorprendidde que estuviera allí y, aun así, ella ssintió animada ante esa concentració

absoluta. —¿Puedo volver a mi primerpregunta? Estoy pensando en hacer uprimer pedido de doscientos cincuent

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ejemplares de Lolita, lo que supone uriesgo considerable. Pero, por supuestono le quiero consultar a usted desde upunto de vista comercial, eso no estaríbien. Lo que me gustaría saber, antes dhacer el pedido, es si usted cree que e

un buen libro y si hago bien en venderlen Hardborough.

 —Yo no le doy tanta importanci

como usted, supongo, a las nociones debien y el mal. He leído Lolita, comusted me pidió. Es un buen libro y, po

o tanto, debería intentar vendérselo os habitantes de Hardborough. No lentenderán, pero será mejor asEntender las cosas hace que la mente s

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vuelva perezosa.Florence suspiró aliviada ante un

decisión en la que ella no tenía nada quver. Entonces, para reafirmarse en sndependencia, cogió el único cuchill

que había, cortó dos pedazos de tarta,

e ofreció uno al señor Brundish. Cogran preocupación, él puso el trozsobre su plato tan cuidadosamente com

si estuviera volviendo a colocar unapa en su sitio. Tenía algo que decir

algo que se acercaba más al verdader

motivo de la invitación que nada de lque se hubiera dicho hasta entonces. —Bueno, le he dado mi opinión

¿Por qué cree que un hombre sería mejo

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uez en este caso que una mujer?Al decir estas palabras introdujo u

elemento nuevo en la conversación, taperceptible como un cambio en ldirección del viento. El señor Brundisno hizo ningún intento por cambiar l

situación, sino más bien al contrarioparecía alegrarse de haber llegado a upunto previamente acordado.

 —No creo que los hombres seamejores jueces que las mujeres —dijFlorence—. Pero pasan mucho meno

iempo lamentándose de sus decisiones. —He tenido tiempo de sobra paromar la mía. Pero nunca he tenid

problemas para llegar a una conclusión

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Deje que le diga qué es lo que admirdel ser humano. Lo que más valoro es lvirtud que comparten con los dioses con los animales, y que, por tanto, ndebería considerarse una virtud. Mrefiero al coraje. Usted, señora Green

iene esa cualidad en abundancia.Ella fue consciente, allí sentada e

a tenue luz de la tarde, ante e

despliegue absurdo de cuencos arrinas, de que en ese momento l

soledad estaba hablando con la soleda

 de que él estaba intentando llegar a uentendimiento con ella. Las palabras lahabía dicho despacio, como si en cadpausa le estuviera dando la oportunida

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de responder. Pero, mientras se mantuvoel equilibrio un instante, ella luchó poponer algo de orden en lo que sentía en lo que medio adivinaba, y el señoBrundish suspiró profundamente. Quizdescubrió que ella carecía de algo. Es

mirada tan directa se alejó lentamente della y se centró en su plato. Volvió lanecesidad de entablar una conversación

 —Esta tarta habría sido un venenpara mi hermana —dijo él.

Poco después, y sin atreverse

hacer ninguna sugerencia en cuanto recoger los platos, Florence se levantpara marcharse. El señor Brundish lacompañó hasta el recibidor. Habí

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oscurecido bastante, y ella se preguntsi se quedaría sentado en la oscuridad si encendería las luces al cabo de urato. Él le deseó buena suerte, como yhabía hecho antes, con su empresa.

 —No debo preocuparme —dijo ell

—. Mientras hay vida, hay esperanza. —Qué idea tan terrible —murmur

el señor Brundish.

British Railways[14]  realizó el porte d

os ejemplares de Lolita  desde lestación de Flintmarket, a 40 kilómetrode distancia. La aparición de lfurgoneta provocó, como de costumbre

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un aplauso entre los observadoresLlegaba algo nuevo a Hardborough. A lapuerta de cada pub había paquetepreparados para salir, y Raven, parahorrar gasolina, quería que lacercaran a los pantanos.

Christine estaba atónita ante eamaño del pedido. No habían vendidamás tanto de una sola cosa, ni siquier

de Cómo construir su propio barco deregatas. Y era tan largo… cuatrocientapáginas. Pero admiraba la integridad d

su patrona y sus aparentes excesosFlorence le había dicho que el libro yera famoso.

 —Todo el mundo habrá oído habla

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de él. Probablemente no esperan podecomprarlo aquí, en Hardborough.

 —No esperarán encontrarsdoscientos cincuenta ejemplares. Creque ha perdido del todo la cabeza.

Cerraron más pronto que d

costumbre para poder volver a decorael escaparate. Colocaron Lolita  epirámides detrás de las contraventanas

gual que las latas en una tienda. Todaas viejas ventas se colocaron entre lo

Permanentes, y cambiaron de sitio, si

contemplaciones, a los dignos Ilustrado demás libros grandes. —¿Qué es todo este dinero que ha

en la caja? —preguntó Christine—

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Tiene casi cincuenta libras sueltas aqudentro.

Pero Florence lo había sacadntencionadamente, bastante segura d

que lo necesitaría todo. El cajero lhabía mirado con una emoció

controlada y esperó hasta que ella hubsalido del banco para ver qué pensabel señor Keble del asunto.

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8

4 diciembre 195

 stimada Sra. Green,

e ha llegado una carta de John Drury& Co. en representación de su cliente

a Sra. Violet Gamart de The Stead, en

a que se indica que su actua

escaparate atrae tanta atenció

ndeseable de clientes potenciales y

reales, que está causando una

obstrucción temporal, muy poc

razonable tanto por la cantidad com

or la duración, del uso de l

carretera, por lo cual su cliente tien

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a intención de alegar perjuicio

contra su persona ya que es necesari

que ella, como juez de Paz y presidenta

de numerosos comités (se adjunta

istado) realice sus compras con mucha

celeridad. Además, los usuario

habituales de su biblioteca, quienes, n

debe olvidar, desde el punto de vista

egal, son invitados, se han encontrad

ncómodos en unas ocasionesapretujados y empujados en otras, y, en

algunos casos, personas ajenas a

distrito se han referido a ellos comoviejezuelos, veteranos, carcamales

ncluso matusalenes. La acción civi

que es independiente de cualquie

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medida policial que se tome en e

uturo para acabar con la mencionada

molestia, puede derivar en la entrega

de una suma considerable po

erjuicios.

tentamente,

Thomas Thornto

 Abogado y notari

***

5 diciembre 195

 stimado Sr. Thornton,

a sido mi abogado durante vario

años y entiendo que «representarme»

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significa «tomar parte activa a m

avor». ¿Ha visto el escaparate con su

ropios ojos? Es cierto que estamo

muy ocupados con las ventas en est

momento, pero si pudiera recorrer 200

metros podría acercarse a la tienda y

darme su opinión.

Sinceramente,

 Florence Gree

***

5 diciembre 195

 stimada Sra. Green,

n respuesta a su carta del 5 d

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diciembre, cuyo tono me sorprendió

igeramente, he intentado en do

ocasiones diferentes acercarme a su

escaparate, pero me ha sido imposible

os clientes parecen venir de tan lejo

como Flintmarket. Creo que tendremo

que admitir que la obstrucción del pas

es poco razonable en lo que a cantida

se refiere. En cuanto a sus otras

observaciones, me parece aconsejablque, para el bien de ambos, guardemo

copia de toda comunicación futura.

tentamente,Thomas Thornto

 Abogado y notari

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***

6 diciembre 195

 stimado Sr. Thornton,

¿Qué aconseja entonces?

Sinceramente,

 Florence Gree

***

8 diciembre 195

 stimada Sra. Green,

n respuesta a su carta del 6 d

diciembre, creo que deberíamos pone

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in a la obstrucción, con lo cual quiero

decir que hay que evitar que el públic

se reúna en la parte más estrecha de

igh Street, antes de que surja

cualquier acusación. Asimism

deberíamos detener la venta de l

novela sensacionalista y que tanta

quejas ha recibido, escrita por V

abokov. No podemos remitirnos a

caso de Herring contra el Consejetropolitano del Trabajo de 1863 en

esta instancia, ya que la muchedumbr

no se ha arremolinado como resultadode una hambruna ni debido a l

escasez de artículos de primer

necesidad.

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tentamente,

Thomas Thornton

 Abogado y notari

***

9 diciembre 195

 stimado Sr. Thornton,

Un buen libro es la preciosa savia dealma de un maestro, embalsamada y

atesorada intencionadamente para un

vida más allá de la vida y, como tal, nohay duda de que debe ser un artícul

de primera necesidad.

Sinceramente,

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 Florence Gree

***

10 diciembre 195

ara: Sra. Florence Green

 stimada Sra.,

o puedo por más que repetirle e

consejo que ya le ofrecí, y permítamañadir que, en mi opinión, aunque est

es un asunto personal y por tanto fuer

de mi ámbito, haría bien en disculparsormalmente con la Sra. Gamart.

tentamente,

Thomas Thornto

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 Abogado y notari

***

11 diciembre 195

 stimado Sr. Thornton,

Cobarde!

Sinceramente,

 Florence Gree

***

Si Florence era valiente, lo era de un

forma bien distinta al general Gamart

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que se habría comportado exactamentde la misma manera en medio de ufuego cruzado que en un momento dcalma; o al señor Brundish, cuya formde rebelarse contra el mundo consistíen impedir que el mundo entrara en su

dominios. La valentía de ella, al fin y acabo, no era otra cosa que sdeterminación por sobrevivir. L

policía, sin embargo, no tomó medidani consideró tomarlas siquiera, ydespués de que Drury le explicara a l

señora Gamart que no había ni muchmenos pruebas suficientes para procedecon el caso, la queja quedó olvidada. Lmuchedumbre se hizo más manejable, l

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ienda obtuvo 82, libras, 10 chelines y peniques de beneficio en la primersemana de diciembre sólo con Lolita, os clientes nuevos regresaron par

comprar los pedidos de Navidad y localendarios. Por primera vez en su vida

Florence tenía una alarmante sensacióde prosperidad.

Es probable que se hubiera sentid

menos segura de haber revisado eestado de sus alianzas. Jessie Welford yel pintor de acuarelas, que a esta

alturas era ya un inquilino permanente eRhoda's, le eran hostiles. El comentaride Christine, que dijo que preferiría irsa la cama con un sapo antes que con es

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señor Gill y que estaba sorprendida dque no le salieran verrugas a la señoritWelford era del todo irrelevante; lo quocurría era que hacían frente común: nuno solo de los que abarrotaban HigStreet había entrado en la tienda de rop

  mucho menos había comprado unacuarela. Tampoco se había detenidonadie a mirar el pescado que ofrecía e

señor Deben. Ahora todos locomerciantes estaban en contra, emayor o menor medida, de la Librerí

Old House. Se tomó la decisión de nnvitar a Florence a ser miembro denfluyente círculo del Rotary Club d

Hardborough y su distrito.

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A medida que se acercaba lavidad, Florence empezó a comete

algunas imprudencias. Retiró sus asuntode las vacilantes manos del señoThornton y se los encomendó a udespacho de abogados de Flintmarket. A

ravés de esta nueva firma contrató Wilkins, quien hacía trabajos tanto dconstrucción como de fontanería, par

irar el cobertizo de ostras, obra quehabía que admitir, avanzaba con relativentitud. Ya decidiría más adelante lo

que haría con el terreno. Después, parhacer sitio a los nuevos pedidos, sdeshizo, como por un impulso, de lomontones de material mohoso que l

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habían dejado los vendedores de laeditoriales para adornar el escaparateun Stalin y un Roosevelt de cartón damaño natural, un Winston Churchil

más grande todavía, un tanque nazi aacecho que había que armar con tre

piezas y pegar por la línea de puntos, uStan Matthews con su balón de fútbopara colgar del techo con la cuerda qu

se incluía a tal efecto, carteles de dometros con pisadas manchadas dsangre, un caballo a pilas con unos ojo

que se movían cuando saltaba una vallafotografías amenazadoras de SomerseMaugham y Wilfred Pickles… Todofuera. Todo para Christine, que lo querí

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para el baile de disfraces de Navidad.Se trataba de un evento qu

organizaban las instituciones benéficaocales.

 —Le agradezco mucho que me hayregalado todo esto, señora Green —dij

Christine—. Si no, habría tenido que idisfrazada de paquete de detergentOmo.

Las empresas de detergentes estabadispuestas a enviar grandes cantidadede material, igual que el Daily Herald  

e l Daily Mirror . Pero todos eHardborough estaban hartos de esodisfraces. Florence se preguntaba poqué la niña no quería ir de algo bonito

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como un arlequín. Pero Christine cosió pegó todo ese material tan pocprometedor, hasta conseguir un disfraextraño pero atractivo: «Adiós a 1959»Con una de las sobrecubiertas de Lolit

e dio el último toque, y Florence, qu

enía los pies casi tan pequeños comos de su ayudante, le prestó uno

zapatos. Eran de piel de cocodrilo, co

as hebillas forradas de la misma pieChristine, que nunca los había vistoaunque había curioseado lo suyo por e

piso de arriba, se preguntó si serían dChristian Dior. —¿Sabe que una gitana le dijo

Dior que tendría diez años de buen

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suerte y que luego encontraría la muerte—dijo.

A Florence le parecía que no podípermitirse hablar con ligereza de lsobrenatural.

 —Sería una gitana francesa, claro —

añadió Christine para consolarsemientras daba zancadas con los ilustrezapatos de cocodrilo.

La patrona del desfile de disfraceera la señora Gamart de The Stead. Euez, por deferencia a su relación con l

BBC y, por lo tanto, con las BellaArtes, era Milo North, que protestamablemente argumentando que nunca so tendrían que haber pedido, mientra

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ntentaba, en todo momento, evitar emitiun juicio definitivo sobre algo. Sucomentarios se recibían coestruendosas carcajadas. El desfile shizo en Coronation Hall, que nunca serminó de construir como le hubier

gustado a Hardborough, de modo que eecho seguía siendo de hierro forjado

La lluvia golpeaba con fuerza y sólo s

dejaba de oír cuando se convertía elovizna o aguanieve. Christine Gipping

que entró empujando a Melody en u

carrito decorado con un alambre despino que habían enviado para anuncia scapa o muere, era una firm

candidata a llevarse el premio al disfra

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más original. Apenas había discusióposible.

El auto de Navidad se representuna semana después, un sábado por larde, cuando en la tienda habí

demasiado lío con las ventas navideña

para que Florence pudiera tomarse unahoras libres. Pero tuvo noticias de lactuación gracias a Wally y a Raven

que le hicieron una visita, y a la señorTraill, que fue a preguntar por supedidos para el siguiente cuatrimestre.

Las opiniones sobre lrepresentación fueron variadas. Quizá shubiera intentado darle demasiadrealismo al hacer que Raven subiera a

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escenario un rebaño de ovejas que habíraído de los pantanos. Por otro lado

nadie había olvidado su papel, y el bailde Christine había sido el gran éxito da tarde. A resultas de su éxito con e

disfraz, se le había otorgado e

codiciado papel de Salomé, lo qusignificaba que tenía permiso paraparecer con el bikini de su herman

mayor. —Tenía que bailar para hacerse co

a cabeza de Juan Bautista —explic

Wally. —¿Y la música? —preguntóFlorence.

 —Era una grabación de Lonni

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Donegan, Putting on the Agony, Putting

on the Style. No creo que le gustarmucho, señora Traill.

La señora Traill respondió qudespués de tantos años como profesorde primaria ya nada podía sorprenderla

 —Me temo que a la señora Gamarno le pareció muy apropiada.

 —Pues si no le gustó, no pudo hace

nada al respecto —dijo Raven—Absolutamente nada.

Irradiaba un brillo de bienesta

después de haberse tomado una o dos eel Anchor antes de ir hacia allíFlorence todavía estaba preocupada poos resultados de Christine en el examen

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 —Es tan buena ayudante que npuedo dejar de pensar que al terminar ecolegio a lo mejor podría dedicarse esto. Tiene mucho talento parclasificar, y eso es algo que no se puedenseñar.

La mirada que atravesó los cristalede las gafas de la señora Traill sugeríque todo sí   se podía enseñar. E

cualquier caso, el sentido de lresponsabilidad pesaba sobre FlorenceConsideraba que debía haber hecho más

Teniendo en cuenta que a la niña no lgustaba leer, con la única salvedad dunty, ni que le leyeran en voz alta, ¿n

habría alguna otra posibilidad? Retuvo

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Wally después de que se marcharan lodemás, y le dijo que le había gustadmucho que le contara todo lo de lrepresentación, pero ¿habían ido él o suamigos o Christine alguna vez a un teatrde verdad? Quizá podían ir a

Maddermarket, en Norwich, si hubieralgo que mereciera la pena.

 —Ninguno de nosotros ha ido nunc

—respondió Wally con cierto reparo—Pero el año pasado fuimos con ecolegio a Flintmarket a ver a un

compañía itinerante. Fue bastantnteresante. Vimos cómo ajustaban lamplificación del sonido.

 —¿Qué obra hacían? —pregunt

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Florence. —El día que fuimos nosotros daba

ansel y Gretel . Había muchacanciones en la obra. No lrepresentaron entera. Sólo la parte eque el niño y la niña se tumban y s

ponen un poco frescos, y vienen loángeles y les cubren con hojas.

 —No entendiste la obra, Wally

Hansel y Gretel son hermanos. —Eso no cambia nada, señor

Green.

Enero, como siempre, trajo consigo udía en el que la gente decía que parecí

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primavera. El cielo estaba poblado dvetas azules entre jirones de nubes; y epantano, con sus miles de hierbajos maleza, despedía un leve olor resurrección.

Florence salió a dar su paseo po

una zona que habitualmente solía evitarQuizá no lo hiciera de manerdeliberada, pero lo cierto es que n

había ido por allí en mucho tiempoDando la espalda al Laze, pasó por ecabo, hacia el norte. Un cartel en un

puerta cerrada con alambre rezabaPRIVADO, TIERRA DE LABRANZA . Sabíque sobre el camino existía unservidumbre de paso, así que saltó po

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encima, y continuó. El sendero girabbruscamente hacia el mar, que rompícontra la playa pedregosa quince metromás abajo. La hierba estaba mullidacomo si fuera un fino cabello verde. Edirección al borde del acantilado s

veía el fantasma de una vieja carretersecundaria, flanqueada de ruinas: ruinade casas y de mansiones algo má

ambiciosas. Cinco años atrás se habíconstruido en ese lugar todo ucomplejo residencial sin tener en cuent

a erosión del mar, y antes de que nadilegara a vivir allí, el acantiladarenoso había cedido y las casas habíaempezado a deslizarse y a tambalearse

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Todavía quedaban algunos carteles dPROPIEDAD EN  VENTA. Una de lamansiones más pequeñas quedaba justen el borde. La mitad de los cimientos a fachada habían desaparecido

mientras que en el salón, expuesto

odos los pájaros del cielo, ondeaban eel vacío los últimos jirones de papepintado.

Durante unos diez minutos —parecíprimavera— Florence se sentó en eescalón de una de las puerta

principales, decorado con azulejos. EMar del Norte despedía un olor brutal sal, limpio y putrefacto a la vez. Lmarea, que estaba bajando rápidamente

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se detenía en las rocas sumergidas parconvertirse después en espumamarillenta, como si estuvierdecidiendo qué traer o qué dejar atráscuántos barcos y cuántos náufragoscuántas botellas de plástico. Le dab

rabia no poder acordarse exactamenteaunque se lo habían dicho a menudo, dcuánto se erosionaba la costa cada año

Wally le daría la informaciónnmediatamente. Había iglesias co

carillón debajo de esas olas, y u

erreno tan extenso que cabría unurbanización. Los historiadores negabaa leyenda, argumentando que habrí

habido tiempo de sobra para salvar la

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campanas, pero quizá no conocíaHardborough. ¿Cuántos años habíadejado Old House, cuando todo emundo sabía que se estaba cayendo pedazos?

Milo, acompañado de Kattie —

alguien joven, en cualquier caso, qulevaba unas medias de color roj

brillante, así que no podía ser otra—, s

acercaba andando por el camino deacantilado. Cuando los dos estuvieromás cerca, Florence tuvo la impresió

de que Kattie había estado llorando, asque no parecía que el paseo hubiera sidun éxito.

 —¿Por qué está sentada en u

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escalón, Florence? —preguntó Milo. —No sé por qué salgo a pasea

siquiera. Los paseos son para loubilados, y yo pienso seguir trabajando

 —¿Hay sitio para mí en su escalón—preguntó Kattie.

Estaba siendo sociable, intentandcomplacer y resultar conciliadora. Unde dos, o quería que Milo viera l

rápidamente que podía caer en gracia otras personas, o quería demostrarle lamable que podía ser con una aburrid

mujer de mediana edad sólo porquMilo parecía conocerla. Fuera lo qufuera, Florence se sintió profundamentagradecida. Le hizo sitio en el escalón,

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Kattie se sentó con cuidado. Luego sbajó la falda hasta cubrir completamentsus largas piernas rojas.

 —Kattie no se creía que hubierruinas en Hardborough, así que la hraído para que las vea —dijo Milo

mirándolas a ellas primero y luego edirección a las patéticas casas—Estaban para entrar a vivir, ¿verdad

Me pregunto si seguirán teniendo agua.Pasó por encima de un montón d

escombros hacia los restos de un

cocina, y probó los grifos. Un aguoxidada, del color de la sangre, salicon fuerza.

 —Kattie podría vivir aqu

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estupendamente. No para de decir quno le gusta nuestra casa.

Florence, que quería cambiar dema, le preguntó a Kattie por su trabaj

en la BBC. Fue un poco decepcionantdescubrir que no tenía nada que ver co

a televisión, sino que su labor consistíen revisar las hojas de gastos para eDepartamento de Programa

Pregrabados, el DPP. Seguro que eso noresultaba muy gratificante para una chicque parecía tan inteligente como ella.

 —Hemos ido a almorzar con VioleGamart —dijo Milo balanceándose conaturalidad sobre la corta hierba, aborde mismo del acantilado—. Era un

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buena ocasión para mejorar el conceptque tiene de nosotros.

 —¿Por qué nunca puede usted decinada amable de nadie? —preguntFlorence—. ¿La señora Gamart todavíquiere que usted dirija, o que al meno

eso parezca, un Centro para las Artes eHardborough?

 —En su caso se trata de alg

estacional. Todos los veranos sufre uncrisis grave, cuando Glyndebourne y efestival de Aldeburgh salen en la

noticias. Ahora estamos en enero, asque el ritmo es más lento. —La señora Gamart estuvo de l

más amable —dijo Kattie agarrándos

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os hombros como hacía Christine veces.

 —A mí no me gusta la gente amableexceptuándola a usted, Florence.

 —Eso no me impresiona —dijFlorence—. Me da la sensación de qu

usted trabaja cada vez menos. No olvidque la BBC pertenece al Estado. Asque, al fin y al cabo, su sueldo sale d

os fondos públicos. —Eso es cosa de Kattie —

respondió Milo—. Ella se ocupa de mi

hojas de gastos. Volveremos andandocon usted. —Gracias, pero me quedaré un rat

más.

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 —Por favor, venga con nosotros —dijo Kattie. Parecía que se estabdevanando los sesos para decir algo—¿No me querría contar cómo se laapaña para envolver los libros? Yo soyun desastre con el papel y el lazo.

Florence siempre utilizaba bolsas dpapel, y no recordaba haber visto nunca Kattie en la tienda, pero acept

acompañarles de vuelta a HardboroughKattie no paró de coger trocitos dplantas y preguntarle con deferenci

cómo se llamaban. Florence le tuvo qudecir que no estaba segura del nombrde ninguna de ellas, excepto del tomill el llantén, mientras no tuvieran flor, y

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eso no ocurriría hasta dentro de unomeses.

Un día, durante la hora del recredel último curso de primaria, que, en lo

días de frío, significaba básicamente quos alumnos se quedaban sentados en su

pupitres e intercambiaban todas la

palabras sucias que hubieran aprendidúltimamente, un extraño apareció por lpuerta.

 —No hace falta que os levantéisniños. Soy el inspector. —No es verdad —dijo el delegad

de clase.

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La señora Traill, que había estadocomprobando la lista de asistenciavolvió al aula.

 —Creo que no le conozco —dijo. —¿Señora Traill? Me llamo

Sheppard. Quizá quiera usted echarle u

vistazo a mi tarjeta de identificación dedistrito escolar y autoridadecorrespondientes, que me permite, baj

a Ley de Pequeños Comercios de 1950entrar en cualquier colegio en el que yenga una causa razonable para creer qu

niños escolarizados actualmente estánademás, empleados en una tienda. —¡Empleados! —gritó la señor

Traill—. Desde luego que les gustarí

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estar empleados, pero, aparte de lonegocios familiares y el reparto dperiódicos, me gustaría que me dijerqué es lo que hay para ellos. Quizquiera volver a intentarlo cuandempiece la recogida de la patata. Po

cierto, no recuerdo haberle visto poaquí antes.

 —Debido a la falta de personal

nuestras visitas no se han hecho con lregularidad deseada.

 —¿Quién le sugirió que vinier

usted a esta hora? —preguntó ldirectora—. Christine Gipping es lúnica que trabaja de forma reguladespués del colegio —añadió al n

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recibir respuesta. —¿Cuál es la dirección? —La Librería Old House. Ponte d

pie, Christine.El inspector consultó su cuaderno. —Supongo que será consciente d

que tengo derecho a examinar a esta niñcomo considere oportuno respecto a loasuntos que engloba la Ley d

Comercios.Una tormenta de silbidos estalló e

a clase.

 —He traído a una colega conmig—dijo el inspector con escasentusiasmo—. Está fuera cerciorándosde que el coche está bien cerrado.

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 —Entonces no habrá interferenciacriminales —dijo el delegado de lclase con voz tranquila.

Christine no se inmutó. Siguió a lnspectora, que entró dand

explicaciones desde el jardín

apresuradamente, y que se dirigidespués hacia la pequeña habitación ququedaba detrás del piano, donde s

hacía el recuento del dinero de la cena.

ara: Sra. Florence Green, Librería

Old House

os inspectores del distrito escolar han

examinado a Christine Gipping y l

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han solicitado que firme un

declaración jurada acerca de lo

asuntos por los que fue sometida

examen. Aunque no hay indicios d

rregularidad en su asistencia a

colegio, parece ser que, como

consecuencia de la llegada de u

número uno en ventas, trabajó más d

44 horas en su establecimiento durant

una semana de sus vacaciones. Ademásni su seguridad ni su bienestar está

arantizados en su propiedad, que está

embrujada de una manera del todnaceptable. Cito literalmente la

alabras de Christine Gipping. «E

rapper no hace tanto ruido ahora, pero

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no conseguimos deshacernos de él de

odo». Se me ha indicado que bajo la

estipulaciones de la Ley, los hecho

sobrenaturales están clasificados a

mismo nivel que las cortadoras d

bacon y otra maquinaria a la que n

deben estar expuestos los jóvenes ant

a posibilidad de que puedan sufri

algún daño.

e: Sra. Florence Green

a ley de Comercios que menciona sólo

es aplicable a personas que tenga

entre catorce y dieciséis años

Christine Gipping sólo tiene once. D

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otra forma, ¿por qué iba a estar e

rimaria?

ara: Sra. Florence Green, Librería

Old House

Si Christine Gipping tiene, como uste

asegura, once años, no le est

ermitido por ley trabajar en unegocio de venta que no sea un quiosc

o una estructura móvil que conste d

una tabla sujetada por caballetes qu

se desmonte al final del día.

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e: Sra. Florence Green

o hay espacio en la acera de la call

igh Street de Hardborough para

ablas con caballetes que se puedadesmontar al final del día. Christine

como gran parte de los alumnos d

rimaria de Suffolk, y como usted biesabe, está «echando una mano». S

examinará en julio y supongo qu

asará a la secundaria en Flintmarke

donde no tendrá tiempo para ningú

otro tipo de trabajo después de clase.

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o se volvió a saber nada de lonspectores del distrito y esta queja

donde quiera que se originara, muricomo las otras. Una breve nota dfelicitación llegó de parte del señoBrundish. ¿Cómo podía habers

enterado? Recordaba que, en tiempos dsu abuelo, el inspector siempre pasabpor los colegios con un hurón dispuest

a hacerse útil y acabar con las ratas.Pero la Librería Old House, como u

paciente que ha superado una crisis per

que no logra recuperar las fuerzas, tuvunos beneficios menos prometedoreque a finales de año. Era de esperar un

situación semejante en los mese

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después de Navidad. Habría más capitadisponible después de demoler ecobertizo y vender el terreno. PerWilkins era tremendamente lento. Nunchabía sido un hombre rápido yevidentemente, el frío actuaba en s

contra. Parecía que estos viejoenclaves se vendrían abajo de un solgolpe, pero a veces podían poners

ercos. Florence se vio obligada repetirle todo esto al director del bancoque le había pedido que se acercar

para tener una charla, y que habíprocedido a preguntarle si se habípercatado del poco activo circulante quenía en esos momentos.

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 —¿El cobertizo va a dejar de ser uactivo fijo para ser circulante?

 —No es ninguna de los dos cosas dmomento —respondió Florence—Wilkins dice que la argamasa es mádura que el sílex.

El señor Keble le hizo notar ququizá no fuera el momento máapropiado para vender un pequeñ

erreno que se sabía que tenía tendencia anegarse fácilmente. Florence nrecordaba que se hubiera hecho menció

de algo así meses antes, cuanddiscutieron el préstamo. —Ahora habrá algo menos d

actividad en su negocio, supongo. Quiz

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sea mejor así. Durante un tiempo dio lmpresión de que iba usted a sacarno

de nuestras viejas costumbres de golpePero todos los pequeños comercioienen sus altibajos. Ésa es otra de la

cosas que uno puede comprender má

fácilmente desde una posición como lmía, donde se disfruta de unperspectiva más amplia.

Más adelante, esa misma primaverael sobrino de la señora Gamart, ediputado de la circunscripción d

Longwash, un joven brillante, triunfado estúpido, presentó su proyecto de ley obtuvo su aprobación. Se trataba de uadmirable hito en su carrera. La

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estipulaciones de esta ley resultabaaceptables para todos los partidos —eran humanitarias, democráticas, contribuían a solucionar el crecientproblema del ocio—, aunque difícilede llevar a la práctica. Conocida com

a Ley de Acceso a Lugares de ValorEducativo y de Interés, otorgaba a loconsejos locales el poder de comprar

de manera obligatoria y según uacuerdo previo de compensacionescualquier edificio levantado entero o e

parte antes de 1549 y que no se utilizarcon fines residenciales, en el caso dque no hubiera en la zona otro edificide una fecha parecida abierto a

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público. Los edificios adquiridos debíautilizarse para el recreo cultural depúblico. Florence se fijó en que había upequeño párrafo acerca de este asunte n The Times, pero sabía que no lafectaría. Ni el consejo de Hardboroug

ni el de Flintmarket tenían dinero parproyectos de ningún tipo y, en cualquiecaso, Old House se estaba utilizand

«con fines residenciales»: ella todavívivía allí, aunque esas palabradesviaron sus pensamientos hacia lo

problemas derivados del purmantenimiento de la finca. El invierno shabía llevado por delante un buenúmero de tejas, y había una mancha d

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humedad que se estaba extendiendo poel techo de la habitación, centímetro centímetro, del mismo modo que el mase iba comiendo la costa. También habíhumedades en el armario dondguardaba el stock, bajo la escalera. Per

aquél era su hogar y el de sus libros, allí se quedarían todos juntos.

El contenido de la ley no se lo habí

sugerido la señora Gamart a su sobrinopero se quedó encantada cuando él lcontó, durante una comida en Th

House, que la idea se le había ocurridestando en una de sus fiestas lprimavera pasada. Como fuente denergía en un lugar como Hardboroug

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que necesitaba tan poca, una energíaademás, que a menudo se perdía equejas, estaba seguro de que ella serícapaz de generar un círculo creciente defectos secundarios que irían mucho máallá de la idea original. Siempre que s

percataba de esto, la señora Gamart ssentía complacida, tanto por sí mismcomo por los demás, porque ell

siempre había actuado según lo qucreía que era lo correcto. No erconsciente de que la moralidad rara ve

representa una guía segura para lconducta humana.Sonrió a su sobrino desde el otr

ado de la mesa del almuerzo, y dijo qu

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no tomaría el pescado. —Me temo que vivir e

Hardborough hace que no desees comepescado en ningún otro lugar —dijo—Allí se consigue tan fresco…

Era una mujer encantadora, bie

conservada además, y había venido Londres ese día para presionar a favode algún asunto caritativo, nada que ve

con la Librería Old House. Su sobrinno conseguía acordarse de qué era, pera se encargarían de recordárselo.

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9

En el colegio de primaria dHardborough, el examen para pasar a lsecundaria no lo corregía la propi

directora, como hacía habitualmente unvez que los niños se habían marchado casa. Los ejercicios se intercambiaba

con el colegio de Saxford Tye. Así, eexpectante pueblecito tenía lanecesarias garantías de imparcialidad ocomo decía la señora Traill, ella sibraba de quedarse hecha polv

después de corregir los exámenes. Siembargo, quizá no fuera tan sensible a l

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hora de repartir los resultados. Laadmisiones para estudiar secundaria ea escuela de Flintmarket llegaban e

sobres blancos y cuadrados. Las denstituto de formación profesional e

unos alargados de color beige. Al llega

al colegio aquella mañana de verancada niño del último curso miraría spupitre, vería su sobre, y sabría s

destino de inmediato. Lo sabría tambiéel resto de la clase.

Cuando en los años venidero

miraran hacia atrás, los niños dHardborough no recordarían nada tadoloroso o tan decisivo como esosobres que esperaban sobre sus mesas

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Fuera hacía buen tiempo. Habíabrotado las flores amarillas del tojdesde una punta del parque hasta la otra  el verano había tomado posesióambién de la clase. Se les había pedid

a los alumnos que trajeran algo de l

naturaleza para la clase de biología, asque había botes de mermelada cocollejas blancas y rosas, y escaramujos

había paja desparramada por la mesa da profesora, y en el alféizar de l

ventana había una anguila que nadab

ncómoda en un tanque de cristal.Se acabó todo en un minutoChristine fue una de las últimas en entraen clase. Miró su sobre y supo a

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nstante lo que siempre había esperadoTenía uno largo de color beige.

La señora Gipping pasó en personpor la Librería Old House, unconcesión que merece destacarse ya quecon lo ocupada que estaba, salía sól

cuando lo consideraba estrictamentnecesario. Había venido a decirle Florence que Christine no podría segui

rabajando, pero enseguida se dio cuentde que Florence ya se lo imaginaba, y nhizo falta que le dieran el recado. E

ugar de eso, se sentaron en la parte datrás de la casa. La tienda estabcerrada y a lo lejos se oía a loveraneantes de ese año gritando desde l

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playa. —El viejo rapper   no parec

manifestarse cuando estoy yo —observa señora Gipping—. Ése sabe cuánd

no perder el tiempo, supongo. —No lo he oído mucho últimament

—dijo Florence, y luego se acordó de lcalabaza y sugirió que tomaran algo—Vamos a tomar un vaso de coñac de

cereza, señora Gipping. No acostumbro mucho menos por la tarde, pero pued

que hoy haga una excepción.

Sacó dos vasos pequeños y lbotella que, como muchas botellas dicor, tenía una forma extraña, insolent

con su delgado talle y sus curvas

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exigiendo que se la conservara para laocasiones especiales.

 —Ganó eso en la rifa de la iglesiasupongo —dijo la señora Gipping—Estuvo allí tres años sin que nadisacara el número. El vicario no sabr

qué hacer sin ella.Quizá le trajera suerte. Amba

mujeres dieron un sorbo del líquido d

color rojo brillante y tremendamentempalagoso.

 —Dicen que al príncipe Charles l

gusta esto. —¡A su edad!Entonces, consciente de que era s

deber como anfitriona afrontar l

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cuestión, Florence dijo: —Siento mucho lo de Christine. —Es la única de los nuestros que n

ha entrado en el colegio de enseñanzsecundaria. Es lo que llamamos unsentencia de muerte. No tengo nad

contra la formación profesional, perentrar ahí quiere decir lo siguiente: ¿quposibilidades tendrá en la vida d

conocer a un hombre con educación y dcasarse con él? Nunca podrá aspirar nada más que a un obrero o, incluso,

uno en paro. Y, créame señora Greenenderá su propia colada hasta el día eque se muera.

La imagen de Wally pasó por la

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cansada mente de Florence. Wallylevaba un año en secundaria y no podí

negarse que se le había vistúltimamente con una novia nuevaambién del colegio. Él le estab

enseñando a nadar.

 —Christine es rápida y habilidos—dijo intentando ver el lado bueno deasunto—. Y tiene mucho oído —añadió

recordando el baile en la corte del reHerodes—. Seguro que llega lejos en lvida, esté donde esté.

 —No quiero que piense que tenemoalgo en contra de usted —dijo la señorGipping—. Eso es en realidad lo que hvenido a decirle. Ninguno de nosotro

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cree que Christine hubiera pasado eexamen aunque no hubiera trabajadaquí después de clase. Es más, puedresultar que constituya una ventajaSupongo que la experiencia es algo quse tiene en cuenta. A los que dejamos e

colegio no nos cogen sin experiencipero ¿cómo la conseguimos? En cambiosi Christine necesitara referencias, l

hemos dicho que sólo tendría que acudia usted.

 —Por supuesto, no tiene más qu

pedirlo. —No quiere dejar de ganar dinermientras está en el instituto.

 —Claro que no.

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 —Hemos estado mirando un pocoHemos pensado que a lo mejor la cogeos sábados por la noche en la nuevibrería en Saxford Tye.

La señora Gipping hablaba con unespecie de honestidad tranquila. S

erminó su coñac de una forma qundicaba que sabía muy bien cómo hace

que un vaso pequeño durara un rat

argo. —Es demasiado dulce —dijo—

Pero no nos podemos quejar si es par

a iglesia.Después de que la señora Gipping shubiera marchado, Florence sacó scoche del garaje, que era un cobertiz

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para barcos abandonados que había aado de los guardacostas, y se fue

Saxford Tye. Aparcó en la calleprincipal y anduvo con tranquilidad aatardecer. Era cierto. En muy buensituación, al lado del recién arreglad

pub Washford Arms, habían abierto unanueva librería.

 No llevaba abierta mucho tiempo

así que no podía ser el motivo de quhubieran bajado las ventas en su tiendaFlorence dejó que el último balance d

comprobación, que le había estadrondando la cabeza de una forma mudesagradable, pasara a ocupar su mentcon toda crudeza. En aquellos días, la

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res denominaciones de libras, cheline  peniques permitían que hubiera treipos diferentes de amenazas asomand

desde las tres implacables columnasCompras: 95 libras, 10 chelines y peniques (muy excesivas); ventas a

contado: 62 libras, 10 chelines y 1peniques con 75 centavos; personal: 1chelines con 6 peniques; gasto

generales: 2 libras, 8 chelines y peniques; ningún pedido; entrada dbeneficios: 2 libras, 17 chelines y

peniques; dinero en mano: 102 libras y peniques; valor del almacén a 31 dulio: unas 6oo libras; dinero de caja

como de costumbre, no lo tenía mu

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claro. Los veraneantes no parecían teneanto para gastar ese año, o quizá nanto para gastar en libros. En el futuro

si paraban en Saxford en el caminoendrían mucho menos.

Aunque no había forma de saberlo

Libros Saxford Tye no era una emprescomo la suya, sino una inversión decorto de mente Lord Gosfield, que habí

emprendido la marcha desde su castillen las ciénagas para acudir a la fiesta da señora Gamart hacía más de un año

Desde entonces, todos sus conocidoparecían estar dedicándose a convertisus segundas residencias en casas dveraneo, y ésa había sido su intenció

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dado que era propietario de buena partde Saxford Tye). Pero había resultadompracticable porque todavía no s

sabía de nadie que pasara allí lavacaciones. Hundido entre silos montones de tubérculos, el pueblo er

único en esa parte de Suffolk: no tenísiquiera una iglesia pintoresca quofrecer al visitante. De hecho, había

dejado que la iglesia se quemara durantas celebraciones de 1925, cuando s

aprobó la ley para subvencionar l

remolacha, evitando así que la apáticpoblación se extinguiera. En cualquiecaso, la construcción de una nuevcarretera había convertido el pu

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Gosfield Arms, que tenía dos buenougares para dejar el coche, en un siti

razonable para hacer una parada en ecamino a Hardborough o a YarmouthLas propiedades anexas podíaconvertirse en tiendas, y Lord Gosfiel

creía recordar que Violet Gamart, qusin duda era una mujer inteligente, habídicho algo sobre una librería. L

preguntó a su agente si hacer algo así nconstituiría una buena maniobra. Y, enconnivencia con éste, que tenía má

uces que su jefe, los cerveceros habíaconseguido que cualquiera que quisierestirar las piernas, es decir, cualquierque llegara hasta los relucientes cuarto

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de baño del pub, tuviera que pasanecesariamente por delante deescaparate de la nueva libreríaExpuestos había caballos de latón ceniceros en forma de remolachaademás del tipo de novelas que Florenc

no tenía ninguna intención de vender. Aas seis y media el lugar estaba todaví

abierto. No había duda de que aquell

sería mucho más alegre para Christine.

—Te voy a echar de menos Christine, quería saber qué te gustaría que tregalara.

 —Ninguno de esos libros. Ningun

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de los que tiene usted. —Bueno, ¿entonces qué? Voy a ir a

Flintmarket mañana. ¿Qué te parece unchaqueta?

 —Preferiría el dinero.Christine era implacable. Sól

encontraría consuelo si causaba dolorSu resentimiento iba dirigido contrcualquiera que tuviera algo que ver co

os libros y con leer, o que pensara quel éxito estaba condicionado a lescritura de pequeñas composiciones

a saber qué dibujo era el que npertenecía al conjunto. Los odiaba odos. La señora Green, que se suponí

que entendía de estas cosas y qu

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siempre le había dicho que aprobaríano era mejor que los demás. Christine nes daría la satisfacción de hace

distinciones entre ellos. —Bueno, espero que vengas por l

ienda a verme alguna vez.

 —No tendré mucho tiempo. —El autobús del colegio llega haci

as cinco, ¿no? Si estoy atenta, a l

mejor te veo. —No debería hacer tantos esfuerzos

Dicen que no es bueno después d

cumplir los cuarenta.Quizá no lo fuera. Florence habíadvertido en sí misma una o doexcentricidades últimamente, que podía

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ser consecuencia de trabajar tanto, de ledad o bien de su vida solitaria. Cuandlegaba el correo, por ejemplo,

menudo se encontraba perdiendo eiempo en mirar los matasellos y e

preguntarse de quién podían ser la

cartas en vez de abrirlas, que sería lmás sensato para enterarse al instante.

Las cartas, en cualquier caso, cad

vez llegaban en menor número, y spodía decir que toda su vidempresarial se estaba contrayendo. L

biblioteca que, al fin y al cabo, habísido una fuente constante, aunqumodesta, de ingresos, estaba cerradpara siempre. El motivo era que, po

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primera vez en la historia, se habíabierto una biblioteca pública eHardborough. El municipio llevabmuchos años solicitando este servicio sería difícil decir quién había sido eresponsable de presionar para que e

ayuntamiento tomara por fin medidas. Lnueva biblioteca constituía uentretenimiento importante

Afortunadamente, había disponible uerreno apropiado: la propiedad que s

adquirió fue la antigua pescadería d

Deben.El rapper  se dejaba oír cada vez comenos frecuencia, aunque una veFlorence se encontró los libros d

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cuentas, con los que pasaba tanto tiempúltimamente, tirados violentamente en esuelo boca abajo. Las páginas estabaarrugadas y llenas de garabatos. Ssintió un poco incómoda cuando se lomostró a la sobrina de Jessie Welford

quien, además, le dijo que se temía quhabría que buscar otro arreglo, ya que lhabían ascendido en la oficina y en e

futuro no tendría tiempo para echar unmano en Old House. La frialdad con lque se lo dijo reflejaba la opinión qu

enían de ella en Rhoda's. Sólo al finalcuando estaba comprobando que no sdejaba nada, se ablandó un poco:

 —Por supuesto que mi cometido n

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era otro que el de comprobar laransacciones, y profesionalmente n

estaría bien que yo le diera otro tipo dconsejo…

 —No estaría nada bien, querida, ndebo permitir que lo hagas —dij

Florence mientras miraba cómo loven, tan autosuficiente, se acomodab

dentro de su gabardina.

 —Bueno, pues entonces creo queso es todo. Espero que no me haydejado ninguna de mis pertenencias

¿Qué es lo que decía mi padre…? Sestás en el fondo de la garganta, piensen Jonás. Él salió airoso.

Iba a cenar al lado, a Rhoda's, as

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que salió rápidamente dejando Florence con estas imágenes de desastr naufragio. Afortunadamente, había qu

hacer la limpieza de primavera y eistado de los envíos, que los Scouts s

habían ofrecido a preparar en s

mprenta. Eso significaba que habría quevantarse una hora antes, o dos, por la

mañanas. Miró con vergüenza las fila

de libros que esperaban pacientemente ser vendidos.

 —Trabaja demasiado, Florence —

dijo Milo. —Intento concentrarme. Deje ésoen el suelo, acaban de llegar y todavíno los he revisado. Si uno pone todo s

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empeño, tiene que salir adelante. —No sé por qué. Todo el mundo

iene que poner todo su empeño al finaTienen que morir. Y no puede decirseque morir signifique salir adelante.

 —Usted es demasiado joven par

preocuparse por la muerte —dijFlorence, pensando que eso era lo quse esperaba que dijera.

 —Quizá. Pero me parece que Kattia lo mejor se muere. Gasta tantenergía…

Tres veces a la semana, pensóFlorence. Suspiró. —¿Cómo está Kattie? —preguntó. —No lo sé. De hecho, me ha dejado

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Se ha ido a vivir con otra persona eWantage. Está en el departamento dprogramas externos. Se lo cuento porquconfío en usted.

 —Supongo que se lo ha dicho a todel que le quisiera escuchar.

 —Le concierne a usteespecialmente porque ahora tendrmucho más tiempo libre. Podré trabaja

aquí media jornada, como su ayudanteSupongo que echa de menos a la niña.

Florence se negó a que aquello l

cogiera desprevenida. —Christine aprendió una barbaridamientras estuvo aquí —dijo—. Y teníabastante mano con los clientes.

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 —No tanta como yo —dijo Milo—Le pegó a Violet Gamart, ¿no? Yo noharé eso. ¿Cuánto me puede pagar?

 —A Christine le pagaba doce coseis a la semana y no puedo ofrecer máahora mismo.

 No había duda de que eso la libraríde Milo, aunque Florence le teníbastante cariño. Si todo el mundo er

como él en ese sitio de la televisión eShepherd's Bush, tendrían seriadificultades para terminar las cosas. S

pasarían todo el día intentandconvencerse los unos a los otros. —Si está interesado en el trabajo —

dijo Florence mientras pensaba que e

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Müller's consideraban aquello como d«entrometidos»—, puede venir por laardes y probar durante unas semanas. S

no necesita los doce con seis, pueddonar el dinero para la lancha dsalvamento o para el fondo de lo

guardacostas. Sólo recuerde que yo ne pedí que viniera. Lo pidió usted.

Cuando el parlamento reanudó lasesiones, el proyecto de ley que habí

presentado el diputado de lcircunscripción de Longwash se aprobpor tercera vez, y fue directamente a lCámara de los Lores. En esta ocasió

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lamó todavía menos la atención. Mupocos de aquéllos a quienes iba dirigida ley leyeron sus enmiendas. Lo

edificios antiguos, por ejemplo, iban ser objeto de compra obligatoriancluso aunque estuvieran ocupado

actualmente, en el caso de que hubieraestado vacíos en el pasado durante máde cinco años. El sobrino de la señor

Gamart había contado con el consejo dpersonas expertas en la redacción deyes. Era imposible saber quién era e

responsable de este detalle o de aquél.

Todo el mundo pensó que el señor Nort

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era muy amable por echar una mano eOld House, sobre todo cuando enegocio no iba tan bien como antes. Lmás lamentable, quizá, era que siemprque Florence tenía que ir a Flintmarkepara ver si habían llegado los nuevo

pedidos, él echaba el cierrnmediatamente, y se le podía ve

sentado en la silla más cómoda

colocada bajo los rayos del atardeceque entraban por el escaparate. Pero nse le podía culpar de que el negocio n

fuera bien. Siempre tenía un libro dpoesía, o de algo parecido, entre lamanos.

Cuando ocurría esto, Milo jamás s

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acordaba de cerrar la puerta de atrás, Christine podía entrar directamente, sihacer ruido, ataviada con su nuevchaqueta del colegio.

Shower down thy love, O burnin

bright! for one

night or the other night 

Will come the Gardener in white

and gathered  flowers are dead, Christine.[15]

 —Mucho ojito, señor North —dijChristine.

 —¡Qué expresiones ta

desagradables os enseñan en ese colegi

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nuevo al que vas!Christine se puso muy colorada. —No he venido aquí a mezclarm

con los de su clase —dijo.Una especie de angustia había hech

que volviera, y fue una gran decepció

no encontrar allí a Florence, en partpara que la animara un poco y en partpara demostrarle que no volvería

aceptar ese trabajo a ningún precioAdemás, podía aprovechar parenseñarle la chaqueta de punto que s

había comprado con el dinero que habírecibido. Se abrochaba hasta arriba, nal estilo antiguo.

 —¿Por qué has dejado de ayudar

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a señora Green? —preguntó Milo—. Techa de menos.

 —Le tiene a usted, ¿no, señor NorthSiempre está entrando y saliendo —dijo luego vaciló. No quería que parecier

que estaba buscando información—

Dicen que no la dejarán que se quedcon esta librería —espetó.

 —¿Quién lo dice?

 —Quieren Old House para otra cosque se les ha ocurrido.

 —¿Y por qué has de preocuparte tú

por eso, querida? —Dicen que no se la puede quedarque la llevarán a juicio. Eso significa ial juzgado de la comarca. Tendrá qu

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urar que dirá la verdad, toda la verda nada más que la verdad.

 —Esperemos que no llegue a eso.Christine tenía la sensación de qu

apenas había logrado reafirmar sposición. Estuvo dando vueltas

impiando el polvo por aquí y por all—el plumero necesitaba un lavadocomo siempre, dijo—, mientras mirab

con el reconocimiento de un extraño sus viejos conocidos de las estanterías.

 —Éstos no deberían estar con lo

Perseverantes —dijo levantando los dovolúmenes de la versión reducida deOxford Dictionary.

 —Nadie se ha ofrecido

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comprarlos. —De todas formas, no so

Perseverantes. Son una raza aparte. No había mucho más que hacer

ncluso ahora, al final del día, apenahabía necesidad de poner las cosas e

orden. —Yo no veo que haya nada malo en

esta tienda, excepto la humedad terribl

  que nunca puedes saber cuándo va empezar a dar la lata el rapper .

 —Efectivamente, no puede habe

nada demasiado malo en ella, o yo nestaría aquí. —¿Cuánto tiempo se va a queda

entonces?

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 —No lo sé. A lo mejor no tengo lenergía necesaria para quedarme muchmás.

 —A lo mejor no tiene la energínecesaria para levantarse y largarse —dijo Christine observándole, co

menosprecio y fascinación, ahí sentadoLe vendría bien tener un pedazo dardín y dedicarse a cultivar algo, pensó

aunque sólo fuera unas filas drabanitos.

 —Yo nunca tenía tiempo de esta

sentada cuando era ayudante. —Seguro que no. Eres una niña una mujer, y ninguna de las dos tiene ndea de cómo relajarse.

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 —Mucho ojito —dijo Christine.

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10

El frío llegó después del estupendverano de 1960. Para principios doctubre, Raven había empezado a habla

con pesimismo del ganado, que tosía duna forma lastimera. Por la mañanemprano el denso vapor blanco le

legaba hasta las rodillas, de manera quparecía que sus cuerpos flotaban poencima de la bruma. Sus cabezas, counas orejas grandes a media astagiraban lentamente envueltas en unnube de vaho hacia los escasoranseúntes.

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La niebla no se levantaba hasta emediodía, y bajaba de nuevo hacia lacuatro. Era una locura que el señoBrundish saliera en semejantecondiciones; y, sin embargo, en HolHouse, completamente solo, se estab

preparando para hacer una visita. Hacias once menos cuarto había logradener casi la apariencia de u

boulevardier , con un abrigo de cuellde piel y un sombrero gris de fieltroalgo más elevado en la parte superior d

o que era costumbre en aquellos añosLos nativos de Hardborough sólrespiraban el aire otoñal a través de subufandas de lana, y el señor Brundis

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ambién llevaba una. Luego cogió ubastón de los muchos que le esperabaen la entrada.

La niebla hacía que sólo se viera esombrero y las tres cuartas partes deseñor Brundish, que se agachab

ocasionalmente con un respingo y uadeo, mientras se deslizaba po

Ropewalk, Sheepwalk y Anson Street

Pensaron, quienes le vieron por lventana, que se dirigía al médico o, máalarmante aún, a la iglesia. Hacía año

que el señor Brundish no oía una misaEstaba pálido y parecía afligido. Lopinión general coincidía en que teníun aspecto muy moderado.

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Si no era el médico ni la iglesiasólo podía ser The Stead. Pomprobable o imposible que pareciera

estaba subiendo las escaleras de lentrada con dificultad y, una vez siberó de la bruma por fin, tocó e

imbre.La señora Gamart estaba haciend

una anotación mañanera en su diario,

había escrito: «Miércoles: un tiemphorrible para oct. Hortensia petolari

bastante húmeda». Oyó el timbre

estaba lista para levantarse, restándolmportancia a la interrupción, cuando sdio cuenta de quién era el visitanteEntonces sintió la misma incredulida

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que el resto de Hardborough, que habívisto el avance del señor Brundisdesde Holt House. La joven lugareñque ayudaba con la limpieza, y quhabía abierto la puerta, estaba mediaturdida, como si hubiera visto árbole

andantes.Que este viejo cansino la aceptar

supondría entrar en una nueva dimensió

en el tiempo y el espacio —en los siglopasados del Suffolk habitado, y en ssilencio actual y su vida expectante—

Desde los primeros meses de su llegadaél había rechazado todas sunvitaciones con la excusa constante d

su mala salud. Sin embargo, no habí

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duda de que se celebraban pequeñoencuentros en Holt House, distinguidopor los visitantes que pasaban allí lnoche, así como por los ancianoamigotes que llegaban desde lorincones más recónditos del este d

nglaterra. Sólo hombres quizá, aunquse comentaba —pero la señora Gamarno se lo creía— que la señora Gree

había ido a tomar el té, y nunca se habíncluido a su propio marido. El Genera

sin embargo, con la complicida

ransparente del sexo masculino, insistíen que el viejo señor Brundish era uipo decente. Esta observación tan poc

apropiada desconcertaba a la señor

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Gamart hasta dejarla sin palabras.Y ahora el señor Brundish habí

venido. No pidió disculpas al entrar ea casa, ya que en su época, tratándos

de una visita a las once, nadie lo habríconsiderado necesario. Sin pretende

ocultar lo débil que estaba, sin fingique se detenía un momento para admiraas dimensiones del recibidor, se agarró

a las barandillas mientras intentabrecuperar el aliento. Se le cayó el bastósobre el reluciente suelo.

 —Recuperaré el bastón despuésAfortunadamente no he perdido ningunde mis facultades.

La señora Gamart, que había salid

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a recibirle, pensó que lo mejor serílevarle a la sala. Los impresionante

balcones daban al mar, tan brumosocomo la tierra. Se sentaron. Sin hacemás referencias a su salud el señoBrundish dijo:

 —He venido a preguntarle algo. Nes de muy buena educación, pero ncreo que pueda plantearlo de otra forma

Si le importa que le pregunte, debdecirlo enseguida. Claro, que podríhablar con su marido.

Por costumbre y desde tiempnmemorial, la señora Gamart rechazaba idea de que su marido pudiera se

necesario para algo. La concentració

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de su visitante parecía vacilar nterrumpirse. Durante lo que pareció u

rato considerablemente largo, estuvsentado con los ojos cerrados, mientrasu cara se teñía de una extraña palidepizarrosa, como si el mar se la hubier

blanqueado. Luego prosiguió: —Una extraña experiencia la d

desmayarse. Uno nunca sabe si lo est

haciendo correctamente. No hay nada o que agarrarse. Uno no se acuerda da última vez… Sería mejor que m

ofreciera algo —añadió subiendo eono. Después, sin bajar la voz, dijo—Esta arpía no puede negarme un vaso dcoñac.

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La señora Gamart miró con asombral enfermo. Si estaba teniendo algún tipde ataque, lo único que había que haceera llamar al médico. Entonces se llevarían y, por supuesto, él estaría e

deuda, como cualquiera que se pon

enfermo en casa de otro. Aunque quizel señor Brundish no supiera reconocecuándo debía un favor, pensó ella. E

cualquier caso, no podía haber hecho edoloroso camino desde Holt House, eun día como ése, simplemente par

decirle que no estaba bien, a no ser qude repente quisiera enmendarse por sescasa perspicacia durante esos quincaños. Pensó que sería mejor no ofrecerl

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estimulantes. —¿Quiere que pida que le hagan u

café? —preguntó ella. —Esta mujer intenta envenenarme

Ya se me pasará.El señor Brundish abrió y cerró la

manos, como si quisiera coger el airepero incluso ese movimiento estabdotado de nobleza.

 —Quiero que deje en paz a FlorencGreen —dijo.

A la señora Gamart la cogió

enteramente por sorpresa. —¿Le ha pedido ella que vengaquí?

 —En absoluto. Es una mujer que y

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no es joven y que lo único que quiere eener una librería.

 —Si la señora Green tiene algúmotivo de queja —dijo la señorGamart—, supongo que podría contrataa un abogado. Creo que tiene ciert

endencia a cambiar de consejero legal. —¿Por qué quiere que se vaya d

esa casa? Yo mismo vivo en una casa

bastante vieja y sé lo incómodo que esAdemás, la librería tiene corrientes, emposible hacerle una segunda hipotec

, por supuesto, la casa entera estencantada.Para entonces, el tacto y la buen

educación habían acudido en ayuda de l

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señora Gamart. —¿No se le ha ocurrido a usted, qu

seguramente es un hombre que snteresa por el bienestar y el patrimoni

de este pueblo, que un edificio de tantnterés histórico podría utilizarse par

algo mejor?Había dado un paso en falso. A

señor Brundish no le importaban e

absoluto ni el bienestar ni el patrimonide Hardborough. Él era, en ciertsentido, Hardborough, y nunca se habí

parado a pensar si aquello le interesabo no. —La antigüedad no es lo mismo qu

el interés histórico —dijo—. De l

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contrario, nosotros dos seríamos mánteresantes de lo que somos.

A esas alturas la señora Gamart shabía percatado de que, aunque svisitante probablemente estaba llevanda conversación según unas norma

determinadas, éstas no eran las que elldominaba. Necesitaría, por tanto, undefensa en consonancia.

 —Lo repito: quiero que deje a mamiga Florence Green en paz —gritó eseñor Brundish—. ¡En paz!

 —Su amiga, ya sabe, parece que sha saltado la ley más de una vez. Si éses el caso, yo, por supuesto, no pueddecir nada. Si sigue como hasta ahora, l

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ey tendrá que seguir su curso. —¿Tal vez se esté refiriendo a un

ey que no existía el año pasado y que scoló en el Parlamento a nuestraespaldas? Me refiero a una orden quprevé la compra obligatoria. Pued

lamarlo desahucio. Ése sería un términmás justo. ¿Empujó usted a su preciossobrino a que pasara ese proyecto de le

al parlamento?Ella no podía rebajarse tanto com

para hacer ver que no entendía de qué l

estaba hablando. —Es cierto que quizá el proyecto dmi sobrino afecte a la librería, ya quhay una disposición según la cual l

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propiedad tiene que haber estado vacídurante cinco años. Y eso, desde luegosería aplicable a Old House…

¿Cómo habría obtenido esnformación? Se diría que la habí

conseguido mediante unas raíce

nvisibles, sin moverse de Holt HouseSin ver ni escuchar.

 —… Hay tantas autoridades a tene

en cuenta, señor Brundish. Los simplemortales como yo —dudó un poco antede continuar— y usted, apena

sabríamos por dónde empezar. Yo soyuez de Paz y estoy acostumbrada aservicio público, pero aun así estaríbastante perdida. No podríamos n

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encontrar a la persona adecuada a la quescribir.

 —Sé perfectamente bien, señora, quién escribir. En los últimos años, sno me hubiera encargado de ello, habríperdido cientos de hectáreas de mi

pantanos, algunas tierras de labranza dos molinos. Déjeme que le diga que ecomprador de Old House tendrá que se

el consejo municipal de Flintmarket, que lo hará bajo la Ley dProcedimientos de Autorización para l

Adquisición de Tierras de 1946, la Lede Viviendas de 1957 y este grotescoesfuerzo de su sobrino. Si no se hhecho nada hasta ahora, podemos hace

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frente común contra ellos. Si hanoticias de que están dispuestos a llegaa un acuerdo, habrá que convocar unvista privada ante un inspector degobierno.

El significado y el peso de es

primera persona del plural no podílevar a equívoco. Violet Gamar

entendió perfectamente el trato que se l

estaba ofreciendo. Le estabproponiendo una alianza, una alianza drabajo en cualquier caso, entre Ho

House y The Stead, y, a cambio, se lpedía algo que ella no podía ofrecerPero ¿acaso importaba? Trataría dganar tiempo. El señor Brundish tendrí

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que venir otra vez para seguipersuadiéndola, y ella tendría que ir verle a él para discutir los detalles. Smente no estaba del todo bajo controSe olvidaría de lo que había dicho lúltima vez, y se convertiría en una visit

habitual. Ella no habría dado nada y, ecambio, habría ganado muchoEntretanto, sería más inteligente n

hacer demasiadas promesas. —Ciertamente, podríamos pensar e

alguna forma de facilitar el proceso, s

es necesario. Todavía hay bastanteiendas en alquiler, ¿sabe?, en pueblomás grandes que Hardborough.

 —¡Eso no es lo que estoy diciendo

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Usted tiene que hablar de lo mismo questoy hablando yo! ¡Me ha sido mudifícil llegar hasta aquí con este tiempoEsta mujer es estúpida o malévola…

 —Me gustaría poder hacer más. —Entiendo, entonces, que no har

nada.Esto es exactamente lo que habí

querido decir, y lo que pretendía. Tenía

que restablecer la situación y no serviríde nada ser ni evasiva ni franca. Éendría respuesta para amba

posibilidades. Pero no tenía ningunduda de que los viejos horrorosoambién tienen un corazón al que s

puede apelar. Le lanzó una sonris

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deliciosa, que templaba sus ojos negro  brillantes, y que había conmovido

gente mucho más importante que él. —Pero no debe hablarme así, seño

Brundish. No se da cuenta de lo que estdiciendo. Debe de pensar que soy atroz

¿Es eso?Daba la impresión de que el seño

Brundish estaba dando vueltas a la

palabras en su cabeza, como si fueraguijarros que había que valorar.

 —Me temo que no puedo responde

ni sí ni no. Por «atroz» supongo ququiere decir «sorprendentementofensiva». Qué duda cabe de que ha sidofensiva, señora Gamart; pero ha sid

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exactamente como esperaba.Se levantó con cierta dificultad, y

con la ayuda de diversos muebles, nodos preparados para soportar su peso

recuperó su sombrero y se marchó dThe Stead. Pero cuando llegó a la mita

de la calle —la niebla se habíevantado para entonces, de forma quos habitantes de Hardborough pudiero

verle claramente— el señor Brundiscayó muerto.

Los comerciantes locales, después dconsultar con la Cámara de Comercio dFlintmarket, decidieron no cerrar el dí

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plaza, con su sombrero y su bastónaquel día?

Se le enterró en la tierra pizarrosdel cementerio, entre muertos que shabía llevado el mar de Suffolkguardiamarinas ahogados a los onc

años, y pescadores desaparecidos. Lesquina del noreste del terrenpertenecía a la familia Brundish, ta

amante de la tierra. Hardboroughapretado bajo el nivel de sus pantanosfue al menos por un día el centro d

atención de la comarca. ¿Quién iba pensar que el señor Brundish conocía antas personas y que fueran a llegaantos parientes y tanta gente d

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Londres? Era miembro de la RoyaSociety, al parecer. ¿Cómo era posible?Todos los pubs habían solicitado que ses permitiera cerrar más tarde, y s

sirvió una gran comida fría en ThStead, donde los invitados charlaron

rieron, y luego bajaron el tono de surisas y apenas supieron qué hacer coellas. Se sabía que el viejo había muert

ntestado, y el señor Drury se pusmanos a la obra. Debía iniciar unexhaustiva investigación para dispone

de Holt House y de los pantanos y de lomolinos y de las dos mil setecientacinco libras con trece chelines y sietpeniques que le quedaban en la cuent

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corriente.Todavía se estaba celebrando l

ceremonia religiosa, y Florence, que nesperaba tener ningún cliente, estabcerrando lentamente la caja, cuandentró en la tienda el general Gamart. S

quedó un momento bloqueando la luz desol. Entonces, obedeciendo de manerevidente una orden dirigida a sí mismo

dio tres pasos al frente. Al principiopareció que aquello iba a ser todo. Ndijo nada y en cambio se dedicó

uguetear con un montón de anuariosFlorence Green no tenía muchas ganade ayudarle. Llevaba meses sin ir a lienda, y ella suponía que acatab

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órdenes. Pero luego se lo pensó mejorSabía que había venido siguiendo umpulso de bondad. Al final, lo que ell

valoraba por encima de cualquier otrcosa era la amabilidad.

 —No querrá un libro, ¿no?

 —No exactamente. Sólo he venido decir: «Se ha ido un buen hombre». —EGeneral se aclaró la garganta. No podí

hacerlo mejor—. Creo que usteconocía bien a Edmund Brundish —añadió con voz ronca.

 —Me siento como si así fuera, percuando lo pienso, lo cierto es que sólhe hablado con él una tarde en toda mvida.

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 —Pues yo nunca he hablado con élEstaba en primera línea, por supuestopero no en los Suffolk; estaba en lRFC,[16]  creo. Quería volar. Quextraño.

El General hablaba con más liberta

ahora que se había quitado de encima lparte más incómoda, que era la de daas condolencias.

 —Otra cosa extraña es que nos vina ver esa misma mañana.

 —Quería hablar con su mujer

supongo. —Sí, tiene usted mucha razón. Violeme lo contó todo. Hizo un gran esfuerz

por ir a verla, al parecer, para darle l

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enhorabuena por su idea; su idea, quierdecir, del Centro para las Artes. Es unpena que yo no pudiera intervenir ntercambiar alguna palabra con é

Debo decir que nunca habría pensadque el Arte fuera su tema preferido

Pero, en cualquier caso, un hombrbueno se ha ido. Doce años mayor quo. Supongo que cualquiera de nosotro

podría tener un colapso así, ahora que lpienso.

 No había nada que le detuviera

podía seguir así indefinidamente. —No debe llegar tarde al almuerzogeneral Gamart.

Florence sabía de los preparativo

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en The Stead. Su presencia serínecesaria para abrir el vino.

Consciente de que había estado algfalto de tacto, medio aliviado, medinsatisfecho, se despidió y se retiró.

Alrededor de un mes más tarde, OlHouse fue requisada bajo la nueva le

parlamentaria. Como una de laestipulaciones era la de que no debíhaber en la zona otros edificios de l

misma época que estuvieradeshabitados, se podía haber ofrecido ecobertizo en su lugar, así que fue unverdadera pena que Florence hubier

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dado instrucciones para que lderribaran. Wilkins había tardado casun año en demolerlo, pero ahoravanzaba bastante rápido.

Llegaban grandes cantidades dpapeles de un tamaño considerable a

buzón de latón de la librería. El carterse disculpó por traer tantos. Uno dellos, que venía de Flintmarket, l

notificaba a Florence Mary Green quenían la obligación de comprar

adquirir, bajo las estipulaciones de l

ey de 1959 o las leyes o partes de laeyes incorporadas a dicha ley, laierras o herencias mencionadas

descritas en el programa según s

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mostraba en el plan adjunto (aunque ses había olvidado adjuntarlo) y a tal fi

marcadas en rosa, así como todas laminas y minerales que hubiera en debajo de las tierras en cuestión, apartdel carbón, y que estaban dispuestos

ratar con ella y con cada uno de elloos aspectos concernientes a la compr

de dichas tierras y a la compensació

que debería recibir ella y cada uno dellos con motivo de la requisición ddichas tierras, autorizada como s

mencionaba más arriba. Florence sintiómientras leía esto, que era el momentde que el rapper  se dejara oír y, cuandono lo hizo, casi lo echó de menos.

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La noticia también apareció en elintmarket, Kingsgrave y

ardborough Times , e hizo quFlorence se sintiera como undelincuente buscada por la justiciaDesde luego, no era producto de s

maginación el que sus viejos conocidoa evitaran por la calle, y que lo

clientes pusieran cara de sorpresa

dijeran: «Ah, me parecía haber leído ealguna parte que había cerrado». Eseñor Thornton, el señor Drury y e

señor Keble y sus mujeres no volvieroa aparecer por la tienda, ya que estabmarcada.

 No le importó tanto como creía

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Suponía una derrota, pero la derrota emejor recibida cuando al menos uno estcansado. La compensación serísuficiente para saldar la deuda con ebanco y para dar la entrada de ualquiler, quizá en algún lugar mu

diferente. El cambio sería bienvenidoDespués de todo, se había dado cuentde que hasta el señor Brundish habí

aceptado la idea del nuevo centro. Poalguna razón, esta idea le dolía más qua propia noticia de la Disposición

Para-Llegar-A-Un-Acuerdo.Raven, acodado en la barra deAnchor, quería saber cómo esa panddel ayuntamiento de Flintmarket, que

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según ellos mismos, nunca tenían upenique de sobra y que ni siquierpodían permitirse dragar sus propiopantanos, se las habían apañado parreunir el dinero y echar a la señorGreen de Old House. Pero el municipi

de Flintmarket estaba tan poco dispuesta hablar de sus finanzas como cualquieotra institución pública. El comité d

recreo manifestó en su informe lo muesperanzador que era comprobar que sse deseaba o se necesitaba algo d

verdad, siempre se podía encontrar ubenefactor que tomara medidas parhacerlo posible.

Los abogados de Florence e

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Flintmarket estaban muy ilusionados aprincipio con la idea de llevar uno dos primeros casos bajo la nueva ley

como decían ellos. Hablaban de exigique hubiera una declaración o dsolicitar una petición de certiorari.[17]

 —¿Serviría de algo? —Bueno, en realidad no pued

haber ninguna base legal par

enfrentarse a una decisióadministrativa, pero se ha sostenido qude hecho el público puede hacerl

ateniéndose al derecho natural. —¿Qué es el derecho naturalpreguntó Florence. Cuando los abogadose dieron cuenta de que su diente tení

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muy poco dinero, olvidaron la peticióde certiorari y discutieron el asunto da indemnización. Igual que todos su

consejeros, adoptaron una actitunegativa y hostil. No habría reclamaciópor depreciación, ya que bajo un

perspectiva legal los libros eran coma chatarra, que no pierde su valor po

mucho que se mueva de un lado a otro

o se podía reclamar nada por loservicios prestados, ya que se trataba dun negocio unipersonal. El seño

Thornton habría hecho alguna bromacerca del hecho de que era un negocide una sola mujer, pero los abogados dFlintmarket no la hicieron. Quedaba l

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cuestión de la indemnización por OlHouse.

Cuando les llamó varias semanamás tarde, le hablaron de obstáculos retrasos. Con esto querían decir, aunquno lo admitieran durante un tiempo, qu

era probable que no obtuviera ni upenique. Varias leyes de planificaciónurbana y rural especificaban que si un

casa era tan húmeda que no resultabapropiada para la vida humana, y existía amenaza de que se hundiera, no s

podía reclamar indemnización. —Pero Old House ha estado ahdurante siglos sin hundirse. Yo estoyviviendo allí y todavía soy humana,

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además, no es tan húmeda. Se seca everano y a mitad del invierno. ¿Y qupasa con la tierra?

El abogado se refirió a la tierrcomo «el solar vacío», como si OlHouse ya hubiera dejado de existir.

 —De hecho, sólo se puede hacer unestimación si se trata de un terreno, perras una inspección del sótano se h

legado a la conclusión de que lpropiedad se asienta sobre un centímetrde agua.

 —¿Qué inspección? No se mnotificó.Al parecer, en distintas fechas en la

que usted estaba fuera del local, e

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ayuntamiento envió a un constructor enyesador experto, el señor JohGipping, para que hiciera unvaloración de las condiciones de laparedes y el sótano.

 —¡John Gipping!

 —Por supuesto, damos por hechque entró de forma pacífica.

 —Estoy segura de que fue así. No e

en absoluto un hombre violento. Lo qume gustaría saber es quién le dejentrar.

 —Ah, su ayudante, el señor Milorth. Se entenderá que actuó como sempleado y siguiendo sus instrucciones¿Tiene algún comentario que hacer?

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 —Sólo que me alegro de que ldieran el trabajo a GippingÚltimamente no le ha sido muy fáciencontrar empleo.

 —Lo más extraño para nosotros eel que el señor North también h

firmado una declaración alegando quas condiciones de humedad de l

propiedad han afectado su salud y qu

ha quedado incapacitado para un emplenormal.

—¿Por qué lo hizo? —le preguntó Milo—. ¿Alguien le pidió que lhiciera?

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 —Me lo pidieron con ciertnsistencia, y me pareció lo má

sencillo.Milo no siguió presentándose en l

ienda para echar una mano; se lencontró por casualidad cruzando e

parque. Él no hizo nada por evitar eencuentro en esta ocasión. Es másntentó ser útil y sugirió que si todaví

quería un ayudante, era posible quChristine estuviera libre otra vez ya quedespués de un cuatrimestre en e

nstituto, el director la había echadoMilo dijo que no conocía los detalles, Florence no insistió en saberlos.

 No podía hacer mucho más. E

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director del banco, con cierto pudor, lpreguntó si le vendría bien concertar uncita para verle lo antes posible. Querísaber si lo que había oído acerca de quno tenía ningún derecho legal a unndemnización era correcto, y, en es

caso, qué era lo que pensaba hacerespecto al pago del crédito.

 —Quería empezar de nuevo —dij

Florence—. Creí que podría hacerlo. —Yo no le aconsejaría que se

embarcara en otro pequeño negocio. E

curioso constatar cuánta gente ve ebanco como una institución benéficaLlega un momento en que cada uno dnosotros debe conformarse con admiti

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que ha llegado el final. Claro, qusiempre queda el almacén. Si se pudieriquidar eso, estaríamos en el bue

camino para resolver este problema. —¿Eso significa que usted quier

que venda los libros?

 —Para pagar el crédito, sí. Loibros y su coche. Me temo que ser

absolutamente necesario.

Por lo tanto, Florence se quedó siienda y sin libros. Se guardó, eso e

cierto, dos ejemplares de Everyman qu

nunca se habían vendido bien. Uno erUnto this Last,  de Ruskin, y el otrGrace Abounding , de Bunyan. Cada unenía su marcapáginas dentro: A todo

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os hombres seré vuestra guía, cuando

más necesitéis tener a alguien

vuestro lado, y el Ruskin tenía ademáuna genciana aplastada y descoloridentre las páginas. El libro debía dhaber viajado, quizá cincuenta año

atrás, a Suiza en primavera.En el invierno de 1960, por lo tanto

después de haber mandado su pesad

equipaje por adelantado, FlorencGreen tomó el autobús que iba Flintmarket pasando por Saxford Tye

Kingsgrave. Wally le llevó las maletahasta la parada. Una vez más, habílegado la época de las inundaciones, os campos, a ambos lados de l

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carretera, quedaron ocultos bajo ebrillo del agua. En Flintmarket tomó eren de las diez cuarenta y seis haci

Liverpool Street. Cuando arrancó parsalir de la estación, ella bajó la cabezen señal de vergüenza, porque el puebl

en el que había vivido durante casi dieaños no había querido tener una librería

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PENELOPE  FITZGERALD, de solter

Knox, nació en 1916. Era la hija deeditor de Punch, Edmund Knox, sobrina del teólogo y novelista Ronal

Knox, del criptógrafo Dilly Knox y deestudioso de la Biblia Wilfred KnoxFue educada en caros colegios dOxford. Durante la segunda guerr

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mundial trabajó para la BBC. En 194se casó con Desmond Fitzgerald, usoldado irlandés, con el que tuvo trehijos. Durante algunos años vivió en uncasa flotante en el Támesis. Autorardía, Penelope Fitzgerald publicó s

primer libro en 1975, a los cincuenta ocho años, una biografía del pintoprerrafaelita Edward Burne-Jones. E

1977 publicó su primera novela, ThGolden Child , una historia cómica dmisterio ambientada en el mundo de lo

museos. A lo largo de los siguientecinco años publicó cuatro novelavagamente autobiográficas, que lconsagraron como una de las figuras má

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mportantes de la nueva narrativnglesa, comparable a Iris Murdoch o A

S. Byatt. Con La librería  (1978) fufinalista del Booker Prize, premio qufinalmente consiguió con su siguientnovela, A la deriva. Siguieron Huma

Voices (1980) y At Freddie’s (1982). Eeste punto, Fitzgerald declaró que yestaba cansada de escribir sobre s

propia vida, y se decantó por la novelque desvelaba hechos y acontecimientodel pasado, desde un punto de vist

histórico. La primera de ellas serínnocence  (1986), desarrollada en ltalia de los años 50 y que narraba l

historia de amor entre la hija de u

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aristócrata arruinado y un médiccomunista. En 1988 publicó E

comienzo de la primavera,  que tienugar en el Moscú de 1913

protagonizada por un pequeño impresonglés perdido en los albores de l

Revolución rusa. Siguieron The Gate o

ngels  (1990) y La flor azul , centraden la vida del poeta alemán Novalis

Penelope Fitzgerald murió en Londreen abril del año 2000.

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Notas

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1]  Se refiere al príncipe Eugène d

Savoie-Carignan (1663-1736). En loretratos solía lucir un peinado rizado upido, separado por una raya en medioTodas las notas son de la traductora.

<<

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2]  La London and North Easter

Railway, segunda en importancia de lacuatro grandes compañías británicas drenes. Existió como tal desde 1923

1948, cuando fue nacionalizada. <<

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3]  Literalmente significarí

«golpeadores». <<

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4]  «To be in one's stead»: estar uno e

su lugar. Juego de palabras porque ldueña de The Stead cree estar siempren su lugar. <<

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5]  Los Scouts del Mar, o Sea Scouts

fueron creados por el mismo RoberBaden-Powell, creador del movimientScout, cuya familia tenía raícemarineras. Solían dedicarse a navegarfabricar embarcaciones y realizaabores de salvamento marítimo. <<

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6]  La Everyman's Library es un

biblioteca de clásicos de la literaturque empezó a publicarse en 1906. Sfundador, Joseph Malaby Dentpretendía crear una biblioteca de mivolúmenes de obras maestras de literatura que fueran accesibles parodo tipo de públicos. El nombre de l

editorial fue sugerido por el poeta editor Ernest Rhys, primer directoiterario de la colección, quien se bas

en una cita extraída de la obra medievaEveryman. En ella, el Conocimienthace destinatario a «Everyman», a

Hombre Común, de la cita que s

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ncluye a continuación. <<

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7]  Special Air Service, un cuerpo

especial de las Fuerzas Aéreas deReino Unido. Creado en 1941, pronto shizo famoso por sus labores de sabotajdurante la segunda guerra mundial. <<

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8]  Marca de bolígrafo, que signific

«siempre afilado». Posible juego dpalabras, ya que «sharp» tambiésignifica agudo o astuto, como es lpropia Ivy. <<

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9] Se refiere a Queen Mary, la extensa

bastante exitosa biografía real publicaden el año 1959 por el escritor ingléJames Pope Hennessy (1916-1974). <<

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10]  La princesa Margarita, hermana d

a reina Isabel II de Inglaterra, tuvo trael final de la segunda guerra mundial uromance con el oficial de la RAF PeteTownsend, caballerizo real. Peter, sinembargo, era un hombre divorciado, y eromance se frustró. <<

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11]  «¡Sólo una copita más antes d

emprender la marcha!» Doch an dories una expresión escocesa que significcopa de despedida. La frase estranscrita como se pronunciaría co

acento escocés. <<

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12] La traducción literal, y algo irónica

del nombre de la estufa sería «nuncfría». <<

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13]  Bunty fue una conocida revist

nglesa de historietas para niñasperteneciente a la «edad dorada» destas publicaciones en el Reino UnidoEmpezó a publicarse en 1958. <<

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14]  La red nacional de ferrocarriles e

Gran Bretaña. <<

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15]  «Vuelca tu amor en todo s

esplendor, pues una / noche u otra nochvendrá el Jardinero de blanco y laflores recogidas / son flores fallecidasChristine.» Parafraseando la últimestrofa del poema «Yasmin», del ingléJames Elroy Flecker (1884-1915). <<

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16]  Royal Flying Corps, las fuerza

aéreas durante la Gran Guerra. <<