La ley de gresham (adriana azurmendi)
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Nº23
Adriana Azurmendi Azurmendi
Consultora de proyectos estratégicos
Tel. móvil: 688 880 758
LLeeyy GGrreesshhaamm
¿Darwin o Gresham? la pregunta del
doctor Tugores, Catedrático de
Economía de la Universidad de
Barcelona me genera una gran
curiosidad, se explica:
“La idea de que los mercados, gracias a
sus dinámicas de competencia, tienen
los efectos darwinistas de hacer
triunfar a los mejores o más aptos
puede verse alterada. Por el contrario,
esos mecanismos conducen a que los
planteamientos más prudentes y
sólidos a largo plazo pueden quedar
abandonados a favor de propuestas
más arrogantes y cortas de miras pero
presentadas como agresivamente
rentables… a corto plazo para algunos.
Hace siglos que conocemos la ley de
Gresham, según la cual si circulan
monedas de bajo contenido metálico y
otras con mayor cantidad de metal
precioso, la gente atesorará estas
últimas, de modo que, finalmente, sólo
circulará la de baja calidad. “La moneda
mala expulsa a la buena” es la
descripción clásica de la ley de
Gresham. Algo parecido ha sucedido en
los despachos de muchas entidades en
los últimos tiempos cuando se han
gestionado insensatamente la
información y los riesgos: las decisiones
malas han expulsado a las buenas.”
Sólo es posible cuando se mira
lejos – Ortega y Gaset
Estrategia en Acción
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Aplicado a las personas, que, al fin y al
cabo, somos una moneda, con valor
real -lo que uno sabe, quiere y puede
hacer- y un valor facial -en el mercado-
(entorno laboral) diríamos que, lo
“bueno” queda en reserva, se estanca,
y lo “menos bueno” es lo que circula,
asciende-promociona, luego podríamos
decir que la mediocridad y la falta de
espíritu crítico hace que algunos
conserven su trabajo y otros no
accedan a él o se vean obligados a
dejarlo.
Las nuevas tendencias en el mundo de
la economía y del trabajo y la presencia
dentro de las organizaciones de una
tecnología cada vez más cambiante y
unos mercados cada vez más exigentes
suponen un reto progresivamente
creciente para las empresas, que sólo
las mejor preparadas pueden superar
para asegurar su supervivencia.
Repetidamente se ha comprobado que
estar "mejor preparado" significa
simple y llanamente, contar con un
contingente humano integrado,
sólidamente formado, motivado,
comprometido, actuando
coordinadamente y que aplique todo su
potencial al logro de los objetivos
corporativos.
Sin embargo, épocas de cambio, de
crisis, de cuestionamiento interno
provocan en muchas organizaciones
una especie de amnesia, olvidando la
valía de ese colectivo y apelando al
mantra de la “falta de talento” interno
y la necesidad de buscar fuera como
condición necesaria y suficiente para
abordar cualquier línea- alternativa de
cambio o avance.
Pero, ¿Qué es el talento? El talento es
la inteligencia triunfante, y ésta
consiste en que una persona tenga
ideas adecuadas al momento,
soluciones a los problemas, una
manera adecuada de comunicarse con
los demás, que sepa utilizar sabiamente
sus recursos, y que tenga buenos
sentimientos.
No debe asociarse el concepto con una
titulación o unos conocimientos
específicos. Hay gente que no tiene un
MBA ni habla varios idiomas, pero que
trabaja bien bajo presión o tiene una
experiencia previa muy interesante;
todos esos parámetros deben ser
también tenidos en cuenta.
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Además, ¡el talento puede, sí puede
desarrollarse! Para bien o para mal, el
miedo se aprende, pero también la
valentía; el optimismo se aprende, pero
también el pesimismo; la actividad se
aprende, pero también la pasividad; la
sumisión se aprende, pero también la
libertad.
El primer elemento que funda la
inteligencia se denomina inteligencia
generadora, que es la encargada de
elaborar respuestas a problemas
concretos, aquella que sueña con ideas
(no necesariamente realizables o
útiles), que mira el mundo que le rodea
sin dar por válido y definitivo ningún
elemento, admitiendo la capacidad
para cambiar el entorno. Esta
inteligencia es también la responsable
de generar habilidades como la
motivación, la empatía o la creatividad.
La siguiente tarea de la inteligencia, la
ejecutiva, tal vez la más importante,
que completa el proceso del talento y
que consiste en llevar a la práctica la
idea, planificar su aplicación, mantener
la constancia y el esfuerzo, perseverar
hasta que la idea se hace realidad. De
nada sirve una creatividad desbordante
si no tenemos suficiente capacidad
crítica para comprender qué sirve y qué
no. Pero tampoco podemos desarrollar
nuestro talento si no somos capaces de
alentar esa creatividad. Finalmente, no
lograremos nuestros objetivos si
carecemos de la constancia suficiente
para lograr nuestros objetivos o si no
sabemos evaluar los resultados para
poder adaptar nuestros proyectos.
Por tanto, el equilibrio de todos estos
elementos será lo que determine el
desarrollo de nuestras capacidades y el
éxito en las acciones que abordemos.
El talento puede desarrollarse
Luego ese equipo formado, preparado,
motivado, implicado, capaz tiene
talento, y este talento puede ser
alentado, desarrollado, “reciclado”, es
labor de las organizaciones potenciar
este proceso de una forma natural y
constante creando entornos
adecuados. Es decir, una cultura de
empresa que induzca a ello.
¿Cómo?
Hay culturas que favorecen la iniciativa,
la asunción de riesgos y sus
consiguientes responsabilidades, que
no penalizan el fracaso pero premian el
éxito. En el lado opuesto, hay culturas
en las que la estabilidad es un valor y
desconfían de cualquier modo de
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diferenciación que rompa la
homogeneidad. Culturas que favorecen
o toleran la discrepancia y culturas que
la limitan, culturas que fomentan el
respeto por el otro o culturas que
elevan barreras.
¿Cuál es el ideal?
En estos momentos difíciles para la
economía en todo el mundo, cuando
las tentaciones tayloristas (unos
piensan y otros obedecen, control a
causa de la desconfianza,
compartimentos estancos,
cortoplacismo) reaparecen con fuerza
inusitada, es habitual escuchar en las
organizaciones que “esto no es una
democracia, así que si no te gusta lo
que ves a tu alrededor, ahí tienes la
puerta”. La utilización del miedo genera
un estado de ansiedad (que, más allá
de una emoción, es un estado de
ánimo) demasiado generalizado en
muchas organizaciones.
Creo que las organizaciones han de
aspirar a ser meritocracias (un sistema
de organización basado en el mérito).
Los primeros ejecutivos (los dueños de
una empresa familiar, los consejeros
delegados de empresas medianas y
grandes, los directores de recursos
humanos) harían bien en convertir sus
organizaciones en meritocracias porque
así serían más rentables, más valiosas,
más longevas, más innovadoras.
Meritocracia: sistema basado en
el mérito
¿Cómo pueden hacerlo? Deberían
seguir al menos, siete principios:
• No hay meritocracia sin una
estrategia, una visión de futuro
clara y compartida
• No hay meritocracia si el
talento no se especifica en
perfiles de competencias (con
aptitud –conocimientos y
habilidades- y actitud -
comportamientos observables-)
para cada una de las
responsabilidades de la
empresa
• No hay meritocracia sin una
auténtica gestión del
desempeño, un diálogo
poderoso, fructífero, entre
quienes lideran y los miembros
de sus equipos para reflexionar
conjuntamente sobre lo que se
hace bien y lo que se podría
hacer mejor,
• No hay meritocracia sin una
promoción coherente,
transparente, bien comunicada,
percibida como justa
• No hay meritocracia sin un
sistema de compensación
amplio e integral. Para fidelizar
y desarrollar el talento, es
esencial que cada líder de un
equipo sepa bien qué les
“compensa” a sus integrantes
(el salario y más allá del salario:
orgullo de pertenencia,
equilibrio de vida personal y
profesional, liderazgo, etc).
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• No hay meritocracia, sobre
todo, sin un liderazgo versátil
(que sea capaz, cuando debe, de
mandar, gestionar, cohesionar,
pedir sugerencias, orientar,
entrenar y representar las
mejores prácticas) que genere
un clima de satisfacción,
rendimiento y desarrollo.
Talento para dirigir talento.
• Y no hay meritocracia sin
transformar la formación en
verdadero desarrollo.
Las empresas deberían ser
meritocracias para atraer, fidelizar y
desarrollar talento. No cabe otra. Una
vez que se conoce el camino a recorrer,
de nuestra voluntad, de nuestra
valentía, depende el que lo sigamos con
decisión y firmeza.
Hagamos falsas esas frases tan
escuchadas en estos tiempos “en los
momentos difíciles las empresas no
necesitan profesionales que piensen
mucho”, “la falta de talento en las
empresas es más que evidente” y
construyamos unas organizaciones en
las que el darwinismo triunfe frente a
Gresham.
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