La Legión Desnuda - Maciá Serrano, Antonio.

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    Antonio Maci Serrano

    LA LEGIN DESNUDA

    A la memoria del General Milln Astray, coronel creador de la realidadsublime y eterna de la Legin, que quiso, supo y pudo cambiar un

    veleidoso tiempo espaol por otros de arrebatado herosmo.

    Todos los personajes de este relato son reales. El autor tan slo se halimitado a contarlo cambiando algn nombre y alterando lo menos

    posible la forma en que se realizaron los hechos.

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    Primera parte RETABLO DE LA

    CREACIN.

    CUANDO LA MUERTE SE HIZOLEGIONARIA

    El Espritu del legionario.- Es nico y sin igual, es de ciega yferoz acometividad, de buscar siempre acortar la distancia con

    el enemigo y llegar a la bayoneta.Fue a la luz incierta del amanecer. Con la neblina de aquel

    otoo madrileo que todo lo esfumaba y haca vagoroso. La nochehaba sido agradable, pero igual, repetida, como todas. Copas ytanguistas, msica de tzinganes y bofetadas y, luego, la comisara;como siempre.

    Estaba alegre y estaba triste. Su porvenir se le haba cado porla borda, pero se diverta. Claro que su madre le estara esperandocon sus sermones, con sus quejas, con sus lgrimas. Sus hermanastendran para l las mismas miradas de desprecio, y sus dos cuados,qu caras!... Pero sus amigos le admiraban. Era el primero en lasbroncas y, luego, a solas, sin la compaa, tan correcto; demasiado.Pero le gustaba mucho armarla, para que le admirasen; a l, elpollo ms estirado, el ms trueno de Madrid.

    Un sereno, ya de retirada, se le acerc solcito,-Le pasa algo, seorito?.-A m? Qu me va a pasar?El sereno lo comprendi en seguida: el jovencito estaba

    borracho, y amablemente le pregunt:-Queda lejos su casa?

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    -Yo qu s... No s por dnde voy.-En eso puede que tenga razn -se ri burlonamente y luego,

    con cierto descaro, pregunt-: Dnde vive el seorito?Este hip con las ltimas burbujas de champaa, tir de su

    corbata, se desabroch el cuello y, soltndose del sereno, lepregunt:

    -Ya ti qu te importa?-Seorito, que va a dar un espectculo.-Bueno y qu?-Que se va a dejar las narices en el suelo. Que no puede andar

    de cargao que va.Los borrachos como los nios, se creen valientes, cuando en

    realidad sienten miedo. Este, nio mimado y borracho consentido,aun a pesar de las reprimendas de la familia, se sinti hroe de supropio miedo. Se encar con el sereno y le empuj violentamente.

    El pobre hombre vino a caer sobre el bordillo de la acera. Elborracho se ri de veras.

    El sereno entonces se levant movido por la ira. Se desprendidel chuzo y le agarr con una mano el cuello. Se apago la carcajadaque herva en su garganta. Con la otra le abofete cuanto quiso.Cuando se cans le tir contra la pared. A la luz de una farola vio suboca sangrante.

    -Seorito de...! Ni sabes defenderte! Ni siquiera eres hombre!Anda y que tu madre te ponga las enaguas!

    Y le arrumb contra una casa. Recogi el chuzo, la manta y lagorra que se le haban cado, y tranquilamente se fue acera abajo,dejando la calle solitaria.

    El borracho parpade aturdido. Era la primera vez que le

    haban pegado de veras y tambin, por primera vez, senta vergenzade s mismo.

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    De pronto se dio cuenta que la sangre la manaba de la boca, dela nariz, de los ojos. En la nuca senta un gran dolor. Tena razn elsereno: Ni siquiera era hombre!.

    Todo le daba vueltas, muchas vueltas. Se vea intil,completamente intil y cansado de todo. Sobre todo de s mismo.Su familia le importaba muy poco, pero cuando le vieran sus

    amigos, qu iban a pensar de l? Algo contara; aunque demomento se senta totalmente derrotado.

    Se busc el pauelo. Se lo llev a la cara. Lo ti de rojo.Tena deseos de gritar, de pedir auxilio, de llorar, de morir, dematarse. Pero no; para nada de aquello, a solas, consigo mismo,tena valor. Era un desgraciado. El quera salirse de aquel mundoque le rodeaba; dejar a los suyos, a sus amigos, sus deudas, y haceralgo importante, algo por lo que le admirasen, y luego volver un dacon una fama muy grande de...

    Se oy un coche que se acercaba. Levantse el cuello delabrigo. No quera que nadie le viese. Cuando pas intent andar,

    seguir su camino. Pero adnde?... En su casa, lo de siempre; lecuraran, y, como aquello iba a durar, todo su mundillo se enterara yqu no habran de contar! Pero ya inventara algo. Para qu? Lasrisas y los chistes sobre sus ojos amoratados y su nariz chafada,sobre su valor... iban a sonar.

    Dio unos pasos. Se tambale. Senta una gran confusin. Seapoy con una mano en la farola. Por la calzada vena otro coche.No quiso ver a nadie. Volvise de espaldas.

    Los casos del caballo resonaban en la calle silenciosa con unacorde pausado de tambor militar. Los claros de la aurora todo loiban tiendo de una luz triste, gris, agria, que haca palidecer la delgas.

    Levant la cabeza para contener la hemorragia nasal y sobre lapared de la casa frontera algo le llam la atencin. Era un cartel de

    colores, ocre, azul y negro. No anunciaba un nuevo debut en el

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    Romea o el Parisienne. Era un soldado en pie, airoso, con rasgosviriles y enrgicos, con una mirada desafiadora.

    As le gustara ser a l. Fuerte, dominador, ganando a un

    mundo. Pero qu era aquello? Un soldado con camisa remangada,tocando una corneta... Ah!, s. Espaa tena una guerra chica, mejordicho, dos: una, como siempre, en Espaa, en la misma Espaa; otraall por Marruecos. Algo recordaba por all, por Ceuta, por Melilla,en frica. Pero todo aquello nada le importaba.

    Algo le sonaba el Raisuni, Gmez Jordana, que aconsej algobierno del conde de Romanones se ocupara de todo aquello.Tambin le venan a la cabeza los nombres de Berenguer, CastroGirona, las cbilas de Beni-Hozmar y Anyera... Pero los liberalesprotestaron contra aquella estril sangra de hombres y dinero.

    Otras cosas haban pasado en Beni-Salen, un poblado delmoro. Pero desde Tnger, el Raisuni... Le pinchaban en la cabeza losnombres de Silvestre, Navarro, Vallejo, Barrera Qu lo! Uad-Lau,Wad-Ras, Haus... Caramba, qu nombres! Pareca que iba aempezar a ladrar. Mir de nuevo el cartel y ley (1):

    1 El primer cartel de la Legin tena buenas proporciones para llamar laatencin. Un legionario muy perfilado, casi en silueta, enrgico y audaz,preconizaba el espritu. Fue un xito rotundo. Contribuy a este resultado:slo en siete das se alistaron ms de cuatrocientos voluntarios.

    Alistos en la Legin de Extranjeros! Espaoles yextranjeros: Los que seis amantes del Ejrcito y de sus glorias, los

    que gustis de la vida de campaa, alistos!.

    Ya se daba cuenta. Era la Legin, un cuerpo de voluntarioscreado recientemente. Bueno, y qu?... Pero sigui leyendo.

    El Tercio de extranjeros es un cuerpo de infantera quetendr bandera propia, y sus soldados estarn amparados por ella.

    -Bueno -pens-, eso no est mal. Y sigui leyendo:

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    Es un cuerpo honorable; en los combates ir en puesto dehonor; el uniforme es vistoso; las pagas suficientes; la comida sana yabundante. Los que sean buenos soldados, disciplinados y valientes,pueden hacer muy honrosamente la carrera de las armas.

    Le empez a bailar el cartel con sus palabras: Combate, honor,valiente, carrera...

    Si l no volviera a su casa y se fuera. Pero su vida, tan buena!...Claro que...

    Se vio las manos manchadas de sangre, sangre de su mismacobarda. De seorito tronera. Si l se atreviera... y un da volviera asu casa con aquella carrera de valiente, de soldado, de espaol, quehaba hecho en tierras de frica... Cmo le envidiaran sus amigos!Cmo le recibira su madre!

    vidamente sigui leyendo:Condiciones: Se admiten espaoles y extranjeros cuya edad

    no exceda de cuarenta aos.El record que an no tena los treinta.Primas de enganche: Por cinco aos, 700 pesetas. Por cuatro

    aos, 500 pesetas.Un capital! Y buena falta le haca para pagar las deudas!

    Tambin para los suyos que, al fin, no eran ms que seoritos depan pringao.

    Otras ventajas -ley-. Primas de reenganche, ascensos en pazy en guerra, cruces, medallas, validez para los espaoles del tiempode servicio en el Tercio de Extranjeros como servicio en las filas delEjrcito, aumentos de sueldo segn los aos de servicio. Presentaosen el Bandern de Enganche! En el Gobierno Militar podisinscribiros. No se exige documentacin alguna.

    Adems, se dijo, all van los que sufren, los que les duele el

    alma, los desgraciados, los ambiciosos, los perseguidos, los que,

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    como yo -pongo por caso-, no son nada y quieren serlo todo. Lopeor de cada casa, pero con una ambicin tan noble que...

    No se haba dado cuenta, cuando ya el da lo haba vestido

    todo con su claridad. Por la acera pasaban obreros, muchachas deservicio a la compra, seores, beatas de la primera misa... Todos conesa pereza taciturna de las primeras horas de la maana madrilea.

    Se le quedaban mirando y algunos hasta con una sonrisa depicarda. Se dio cuenta de la sangre, de su cara hinchada, de sus ojosenrojecidos. Por dentro se vio an ms deforme. Quiso andar. Peroadnde? Si hasta en la calle se burlaban de l. El, tan valiente, tanchuln y tan fiero, con aquellas huellas de haber sido abofeteado,con el abrigo manchado de sangre, con sangre cobarde hasta en susdedos.

    No, no quera que lo viesen. Ni los suyos, ni los amigos, nisiquiera aquellas gentes que pasaban.

    Se levant an ms el cuello. Busc el sombrero sinencontrarlo, y empez aandar.A medida que avanzaba el da se senta ms extrao. Ms fuera de sy con ganas de ser otro. Le molestaban las miradas de la gente; lepareca que le vean por dentro. Le ofendan, le humillaban. Ypensar que algn da le podran mirar con entusiasmo, conadmiracin, s...!

    Anduvo hasta sentirse agotado. Al medioda, sin saber cmo,se encontraba en las Vistillas, buscando las afueras de Madrid. El

    mismo, sin darse cuenta, se haba desterrado de la ciudad. Se sentanufrago de s mismo.

    Slo aquel cartel, en aquella esquina, sobre aquella fachada, enla otra valla, en esta pared..., le acompaaba, le persegua. Lo volvia leer. Podra ser otro si algn da volviera nuevo. Y entonces...

    Se dej llevar del cartel. Pregunt: Siguieron sus pasos aquelladireccin que le dieron. Entr en un cuartel, el de San Francisco (2),

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    y all crey entregarse sin saber porqu y a quin. Pero, eso s, queraque lo hicieran nuevo.

    2 El cuartel de San Francisco se llamaba as por medianero del convento y

    templo de San Francisco el Grande. Posteriormente se le dedic a prisionesmilitares hasta que ltimamente fue derruido.

    Eran las dos de una tarde de mediado de octubre, cuando conmano temblorosa firmaba su compromiso como legionario. Elcapitn, al tomarle la hoja y notarle el temblor le dijo:

    -Tenga en cuenta que esto no es definitivo. Est sujeto alrefrendo del Jefe del nuevo cuerpo y, adems, depende de un nuevo

    reconocimiento mdico.(3)-No, no estoy enfermo. El mdico me ha visto. Es otra cosa.-Sueo? Hambre? Le persiguen?...-Quizs..., de todo un poco -replic, queriendo sonrer.Pero no, no era verdad. Era otra cosa. Aquel temblor, l lo

    saba muy bien, era... Tampoco era aquello; era posiblemente laemocin de dar un paso tan definitivo en su vida. Seguramente seraeso.

    Porque l ya era medio legionario, que quera decir valiente,temerario, audaz... Un hombre de honor con todo un porvenirheroico por delante.

    3 La fundacin de la Legin se inicia en el ao 1920. Toma realidad con la

    incorporacin del primer legionario, Marcelo Villeval Gaitn, muerto desargento el 23 de septiembre de 1925 en Malmusi Alto. Acontecimientoesencial para la fundacin fue la conferencia pronunciada por el tenientecoronel Milln Astray el 14 de mayo del citado, 1920. (Madrid R. Velasco,impresor). La portada y pginas interiores de ABC (15 del mismo mes) dauna extensa referencia. La conferencia, en sntesis es un profundo informesobre la Legin francesa y el proyecto del Tercio de Extranjeros de Espaa.El teniente coronel Milln Astray fue nombrado jefe de esta fuerza el 2 deseptiembre del mismo ao.

    * * *

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    Despus ya no se dio cuenta de nada. Con el grupo de otrosdiez afiliados aquel da le llevaron al comedor de tropa y luego aunos camastros en otra dependencia del mismo cuartel.

    Al caer rendido sobre aquellas tablas pens en su familia, ensus amigos. Nadie, ni l mismo, se figuraba aquella tremendaresolucin que tom. Total por qu? Pero algn da volvera... Diouna vuelta sobre la colchoneta y se arrop con la manta. Sigui consus pensamientos: Ellos seguiran su vida alegre, con aquellastanguistas de labios pintados en forma de corazn, con medias colorcarne, pelo a lo garcone y que fumaban con aires de perdicin...Aquello era lo de siempre y l tena por delante una nueva vida. A

    los suyos les escribira desde all, cuando ya fuera definitivamentelegionario. Cuando tuviera un ascenso -qu alegra!- y viniera a...Aqu se durmi; cansado, destrozado l y sus pensamientos.

    De un tirn fue su sueo, hasta que, muy de maana, al herir el airela corneta, se despert...

    -Vaya, muchachos. Arriba! Diana.Se levantaron remolones. Bajaron el grupo a un gran patio. Enuna fuente se fueron lavando. Despus, con los soldados, tomaron

    caf. Algunos se marchaban a la cantina cuando un cabo les dijo:-Podis salir a despediros de vuestra familia. A las siete hay que

    estar aqu. Salimos para Ceuta.El grupo sigui inmvil. Estaban como forasteros, ajenos a

    cuanto les rodeaba y como temerosos de algo. Cuatro de ellos, los

    ms decididos, se fueron a la cantina, se sentaron en la misma mesay pidieron unas copas.

    -Oye t -le dijo uno-. T no eres un seorito? Cmo temetes en estos trotes?

    -Pues... -dijo cuando, pasados unos momentos, se dio cuentaque la pregunta era para l-, no s...

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    Y mir por la ventana, y vio las ramas de un rbol que semovan como jugando con el aire en libertad.

    -A m, sabes?, me buscan. Siempre me han tenido grandes

    simpatas los civiles y los de la poli. Pero si llego a Ceuta...-Je suis capitain de larme roumaine.-Chicos, yo estoy cansado de vivir como viva. Oficina y ms

    oficina. Aventuras, guerra... Eso es lo bueno! Por lo menos cambiar.-Yo -dijo uno que lleg despus- no os digo quin soy, pero

    algn da lo sabris.-A ver si resultas ser Napolen.Clidamente la conversacin se fue enlazando entre aquellos

    hombres, y as, con todas las eventualidades del da, se pasaron lashoras hasta que a las siete, unos quince presuntos legionarios seagruparon en el patio del cuartel y conducidos por un cabo llegarona la estacin.

    Cuando la mquina rasg el cielo con su silbido y se puso enmarcha, los ojos amoratados de aquel hombre miraron con pena laestacin que quedaba atrs. An poda saltar y volver con los suyos.Abandonar aquella locura. Inventar cualquier pretexto para aquellashuellas de sus bofetadas y volver a su vida de siempre. An tenatiempo...

    -T eres de Madrid, verdad?Se volvi como si le hubieran descubierto sus pensamientos.

    Sorprendido, pudo contestar:-S, claro. Qu pasa?-Menos humos, chico. Te duele dejarlo?-Qu s yo?

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    -Y quin te ha puesto as? Algn marido? La costilla? Teres una persona fina. No nos hemos visto alguna vez? Yotrabajaba -y tuvo un gesto de rapia- en el Ritz. Ms de una vez hesalido en los papeles. De esta me parece que escapo... Pero, ojo! ,

    soy buena persona. El Risita me llaman. De pueblo soy, peroespabilado. Bueno, hombre, si no quieres hablar me callar. Cmote llamas?

    Se miraron fijamente y a punto estuvo de soltar una sonrisa,pero bronco el otro le contest:

    -Llmame como quieras.-Bueno; te llamar el Seorito.Yel Seorito, despectivamente, reclin la cabeza como para

    dormir y cerr los ojos. Cuando los volvi a abrir mir aldepartamento. Era corrido. Fue observando a los nueve legionarios.Qu caras! El hambre, el temor, el vicio... tenan en ellas su sello.Todos le parecieron sospechosos, amedrentados, fros; sobre todoaquellos extranjeros. El Risita, con su viveza y sonrisa peculiar ya

    haba hablado con todos.Luego se durmi. Cuando de nuevo, en la noche, abri los

    ojos a la luz incierta del departamento, aquellos rostrosennoblecidos por el sueo, le parecieron otros. A medida que losvolva a mirar le parecan ms risueos y amables. Y es que los ojosque miran acaban por hacer parte de ellos lo que ven. El Seoritotambin se consideraba recprocamente, como si fuera parte deellos, como lo era en realidad: uno ms.

    Despus de dos das de viaje, al llegar a Algeciras ya todos seconocan y hablaban. El airecillo andaluz y las pesetillas del viticoles haban hecho confraternizar.

    En el puerto embarcaron en el Fernndez Silvestre. ElSeorito mir con pena las costas de Espaa. frica, al frente,misteriosa y lejana, se fue agrandando.

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    De todo el grupo, nicamente el Risita se desprendi.Hablaba con una mujer joven, al parecer extranjera; toda una seora.Estaba como perro fiel al cuidado de sus maletas. Cruz una miradacon el Seorito y tuvo un gesto de ufana.

    Se ofreca Ceuta a la vista. Ceuta, con todo su hechizo depuerta espaola de Marruecos y llave del Estrecho. En sus aires,todo el sortilegio africano y toda la claridad sabrosa y salada de lastierras y mares del confn europeo. Porque Ceuta es as: mora ycristiana, cristiana y mora.

    Cuando el barco atrac en el muelle, antes de que nadiepusiera los pies en el suelo, una voz ronca y fuerte grit:

    -A la Legin Extranjera!Era un cabo de la Legin que, sin que nadie pudiera saber

    cmo, haba llegado a bordo.Todos aquellos hombres se sintieron llamados como por un

    pastor. Se les notaba sumisos, pacientes, corderos. El Risita,

    cuando la oy, le di las maletas a la seora, que le sonri, dndolelas gracias. Cuando lleg al grupo que formaba el cabo, se pusojunto al capitn Tarok, como deca llamarse. Bajando la escalerillale dijo casi al odo:

    -Es la seora de un capitn mdico de la Legin.El rumano no le hizo el menor caso. Ya en el muelle, siguieron

    al cabo. Calle arriba andaban, y la gente que se les cruzaba les miraba

    con cierto aire de recelo, no exento de desdn y hasta de desprecio.Siguieron por ms calles, y al fin pasaron una gran puerta, la

    del cuartel del Rey. All haba, por lo menos, unos cuarenta. Por unaescalera, acompaados siempre de un cabo, entraron en una gran ydestartalada sala donde haba unos legionarios que saludaban alpasar algunos oficiales. Se convertan, al cuadrarse, en estatuas,como de hierro. Al fin, en masa, fueron pasando a un ampliodespacho. Por vez primera iban a ver a la Legin por dentro.

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    Tras una mesa los esperaba un hombre en pi. Los nervios, suimpulso, no le dejaban. Miraba tan penetrantemente que parecadesnudarlos. Su mirada acababa en punta; pero tena sonrisa ygracia, dentro de una apostura, de una gallarda irrefrenable. Era el

    teniente coronel primer jefe (4). Le acompaaba un teniente. Detrs,como escolta, dos legionarios. Uno de ellos, negro. Otros dos, en lamesa, estaban dispuestos a tomar nota. Todo resultabaimpresionante. Tena espectacularidad.

    4 Jos Milln Astray y Terreros naci el 5 de Julio de 1879 en La Corua. Degran vocacin militar a los 15 aos ingresa en la Academia de Infantera.Despus en la de E.M. Interrumpe los estudios para combatir voluntario enFilipinas. En San Rafael, Pampanga, con 30 soldados se defiende contra milesde tagalos. Se le concede la Cruz de Mara Cristina, mxima condecoracin al

    valor en aquellos tiempos. Vuelve en 1897. Se reintegra a la Escuela de E.M.Profesor de la Academia de Infantera. En 1910 forma parte de la comisinde lmites de la frontera hispano-francesa en Marruecos. Renuncia al E.M.para pasar destinado a fuerzas indgenas. En 1919, comisionado a Argelia,perfila la creacin del Tercio. Al ao siguiente se decreta la fundacin y sudestino de primer jefe.

    El teniente coronel dio la vuelta a la mesa. Los mir fijamente.Inesperadamente, se acerc a uno cualquiera.

    -T, t: a qu has venido? Por qu has venido? De dndehas venido? Cmo te llamas?

    -Yo -contest titubeante-, yo soy..., me llamo... Carlos...,Carlos Piqueras... eso es -dijo, tragando un poco de aire-. Vengo deBarcelona...

    -Anarquista tenemos -replic el Jefe-. Bueno, hombre, est

    bien.El futuro legionario movi la gorra entre las manos, llevado

    por su azoramiento. El teniente coronel, con voz enrgica, mand:-Las manos quietas! Los brazos cados! Todos cuadrados!

    Quietos!El tiempo pareca detenido. Tras una breve pausa, y con voz

    natural, continu:

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    -Se pueden dar nombres supuestos -dijo el oficial.Luego, ya detrs de la mesa, el Jefe, en silencio, los fue

    observando mientras daban los datos.-Pngame Relenga. Relenga nada ms.Seguan los dems. Entre ellos; un espa francs, un alemn

    que se dijo doctor, otro aviador malts, un tal Werner, un Ardittide DAnnunzio, alguno que fue guardia civil, otro al parecerandaluz, otro que dijo ser oficial espaol.

    Cuando iba a tocarle el turno a el Risita, de nuevo se levant

    el teniente coronel para decir:-Ah, se me olvidaba! Legionarios: el que se arrepienta de

    entrar, el que tenga miedo a morir, que diga al mdico ahora, alpasar reconocimiento: Que le duele la garganta. Con ello bastapara quedar en libertad.

    Mientras, golpearon en la puerta y se oy una voz que deca:-Da usa su permiso?Cuando el Jefe acab de hablar, contest: S, pasa.-Mi teniente coronel, ste que desea hablarle.-A m, que me han dado por intil y estoy bien, estoy bueno.

    Puedo hacer lo que cualquiera. El ms duro servicio.-Esto no es un asilo! Anda! Te puedes marchar ahora mismo.Y t qu?-Yo, mi teniente coronel, por fin he tenido vista. Es as?-As lo dijo el capitn -contest el cabo que les acompaaba.-Pues enhorabuena. Ya eres legionario. Tomarle la filiacin.En tanto el otro suplicaba haciendo alardes de buena salud, elnuevo legionario estaba contentsimo, de una alegra estallante. Se

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    haba enganchado dos veces, en dos banderines diferentes, connombres distintos; pero al llegar a Ceuta su miopa le delataba y noconsegua pasar. A la tercera, pudo salvar cuantas pruebas ocularesle puso el mdico. Que su truco no le fallara en el combate...

    Impetuoso, se coloc delante de El Risita. El legionario queescriba pregunt:

    -Nombre?-Rodrigo.-Apellido?-Daz-El segundo?-De Vivar.El capitn se ri, diciendo:-El Cid Campeador!

    -Quin sabe! -contest con una seriedad graciosa el nuevo

    ingresado.A todos se les escap la risa.Cuando le toc el turno al siguiente, dijo:

    -Pedro Bernrdez Expsito, alias el Risita.

    -Te sobra el alias, muchacho -le dijo el teniente.El Risita levant los hombros, como diciendo: Como usted

    quiera; pero el Risita soy y ser, me ponga lo que me ponga.Seguan desfilando. La puerta, de vez en cuando, se abra para

    dejarlos pasar al reconocimiento mdico, Cuando el Seorito iba a

    dar su nombre, alguien entr precipitadamente y se dobl ante elteniente coronel.

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    -Ya no es tiempo. Aunque te duela la garganta... legionariosers.

    Jos Solano, por toda contestacin, le sonri con cierto

    desplante. Pero mientras se diriga con todos a la cantina mir alcielo. Vio a las nubes altas, navegantes. Parecan fugitivas del sonidode aquella cadena que arrastraba el desertor... Como si temieran seruncidas.

    Algo as, impreciso, senta en su alma; pero miraba al Cabocon arrogancia, como si nada hubiera hecho. Como si no temierenada.

    * * *-Un, dos!... Un, dos!... Un, dos!...-De frente. Mar!...La rueda de la instruccin es siempre lenta y pesada; pero aqu,

    en este campamento, era dura, dursima.-Un, dos!... Un, dos!... Un, dos!...En verdad, todo cuanto se les prometi se les haba dado. Una

    camisa verde kaki, un correaje, el fusil, el machete, botas... , aunquemuchos nunca las haban calzado. Tambin la comida sana,abundante, como se les dijo. y muchas cosas ms.

    -Un, dos!... Un, dos!... Un, dos!...Pero aquello de la instruccin era demasiado. Les converta en

    autmatas, en muecos, en marionetas, y los hilos eran aquella voz:-Un, dos!... Un, dos!... Un, dos!...Les reventaban. Despus, en los descansos, ni ganas les

    quedaban de hablar. Ms agradable les resultaba aquello del tiro. Unblanco, cuerpo a tierra y a disparar.

    -Apunten. Fuego!

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    O las marchas sin enemigo, tan largas y penossimas, y porrivalidad en la resistencia les iba capacitando en la fortaleza corporal.O aquellos otros ejercicios en que les hacan correr y esconderse enel suelo, entre la gaba, buscando a un contrario que no estaba. O

    llenar sacos terreros. O aprenderse el Credo. O... todo, cualquiertrabajo, por duro que fuera, era preferible a aqul:

    -Un, dos!... Un, dos!... Un, dos!...Cualquier cosa. Qu pesadez la de la instruccin. Cualquier

    cosa! Como or a aqul teniente hablarles del valor o aquel otroexplicarles la disciplina. Lo que fuera! Adems, ellos haban venidoa luchar y los estaban convirtiendo en soldados de parada.

    -Un, dos!... Un, dos! Un, dos!...Qu suerte la de aquellos cuarenta legionarios! Se fueron,

    aunque en calidad de acemileros, y en las operaciones de Xauenestaban. Qu agradable les resultaba que les llamasen -a ellos!-caballeros, aunque fueran tirando de un mulo. Por eso tan sencillo,cuando miraban al cielo, al mar, a aquella tierra despoblada -mira

    t!-, ya la queran. Sus ojos, la mirada, se les encariaba, se lesenredaba en el paisaje. A ellos, caballeros!, si en el mundo seenterasen.

    -Un, dos!... Un, dos!... Un, dos!...El campamento era como un hormiguero desorientado. Por

    aqu unos hombres marchando; ms all, otros en rueda, mientras elteniente les hablaba; all, unos tirando; ms lejos, una seccin que

    llegaba. Cada grupo en la suyo y la mirada de los jefes en todo.Un legionario, con un saco a la espalda, describa, corriendo,

    siempre el mismo crculo alrededor de un cabo que ni siquiera lemiraba.

    Solo aquel tictac de:-Un, dos!... Un, dos!... Un, dos!...

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    Otros grupos, haba entre ellos algunos cubanos, cantaban confina entonacin; como despidiendo a la tarde o saludando a la nocheque llegaba.

    De pronto, las reuniones se fueron descomponiendo. Muchosfueron los legionarios que se acercaron a curiosear los nuevos quellegaban. El cabo, el mismo cabo que habl con Solano, despus deaposentarles, se reuni con el grupo que formaban Piqueras, Garca,el Risita, el viejo Colbert, el Seorito y algunos ms. Lesaludaron militarmente y luego cambiaron impresiones.

    -No os habis enterado y ha pasado por vuestro lado y comosi nada. Hoy han venido: un prncipe ruso, Dirka le llaman, msfalso que un duro sevillano; un conde autntico, el de los Olmos;tres sindicalistas; el Caballero de la Muerte, y no s cuntos ms.Dentro de poco no vamos a caber.

    -Pero, bueno, cundo va a haber barud? -dijo Tarok, con suacento extranjero. -Barud o lo que sea, aqu no lo hay como en esaGuerra Europea en que t has estado. Aqu la muerte llegasilenciosa, de puntillas, sin gloria. Cuando menos te lo figuras. Con

    un paco...-Qu es un paco?-Un fusil y detrs un moro.-Pero cundo vamos a salir? dijo alguien.- Esto est aburrido,

    cansado.-Yo sabr salvaros siempre de la muerte. Ya veris cmo curo.-Pronto sabremos si monsieur Colbert es o no doctor.-Salimos pronto?-Creo que si.-Ah!, s? Si sabes algo, desembucha.

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    Pero nada pudo decir. La corneta vino a cortar el dilogo.Tocaba fagina. Formaron y se les dio la cena. En grupos, sentadosen el suelo, coman. Slo la noche, sembrada de estrellas, lesalumbraba.

    -Sabis, vamos a salir pronto?-S?-La primera Bandera hacia Uad-Lau. La segunda al Zoco el

    Arba.-Quin te lo ha dicho?-Juan Zunueta, el cabo que hoy ha estado de conduccin. Por

    lo menos, eso sedice.Se desparramaron los legionarios por las cantinas y cafetines.

    A la luz de las velas y faroles, aquellos rostros, curtidos por la fatiga,el aire y el sol africanos, iban tomando una dureza y una fisonomapeculiar. Algo raro ya fulguraba en ellos.

    Zunueta le deca a el Seorito:-Creo que vas muy bien; que te lo sabes todo.-Es envidia? Inteligente que es uno. A ti ya te costara. Con

    esa cabeza...-Oye t, que no me gustan las bromas pesadas.-No me las gastes.-Es que a ti no te puede entrar esto. T eres un seoritingo...-Pues ya ves, t mismo me lo has dicho; me lo s todo. Estoy

    de vuelta.-Ya hablaremos a la hora de luchar.Solano apur la copa. Se levant y mirndole de lado, un pocoen jaque, se march.

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    En aquel momento tocaban retreta. Se pas lista. Formentonces, con su saco a la espalda, el legionario que corradescribiendo el crculo. Cuando rompieron filas, Fulman, el alemn,pregunt;

    -Por qu estar se en el pelotn de castigo?-Te contestar como l lo hace: Dicen que por desertar, y

    cuando le aclaran: No ser por lo que dicen, sino por haberlointentado, l contesta: Tal vez, quiz....Y se le nota el acento gallego...

    -Qu es ser gallego? Cosa mala? -interrumpi Fulman.-Oh, no! Ser natural de Galicia y algunas cosas ms...-Ah, ya!-Pero si le preguntan cualquier cosa: Has sido quincallero? El

    dice: Tal vez. Has sido afilador? Contesta: Quiz. Has estadoen la crcel?: Quiz. Y no hay quien le saque de ah. Es el

    caballero Tal Vez Quiz.Otra vez la corneta, ahora suavemente, como una aguja larga y

    fina que quisiera coser el sueo a la noche, cant silencio. Al toque,los legionarios fueron entrando en las tiendas y barracones. Se hizoel silencio con fingida paz.

    Desde el cielo, la luna todo lo tena con su plata plida. Parecano tener sangre y querer buscarla en aquel llano donde loslegionarios, esfinges de la muerte, dorman. Ella, con sus rayos, brujade ensueos, teja una escala tenue y sutil, como para subir a lagloria; incitando a conseguirla, buscando la sangre, los sueos, laamargura de aquellos hombres que reposaban en el llano de Dar-Riffien.

    * * *

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    As, con ms impaciencia que riesgo, con ms disciplina quearrogancia, con ms inquietud que aoranzas, fue madurndose laprimera levadura de la Legin.

    Cada da que pasaba, una nueva avalancha de hombres entrabaen el campamento. Distintos de raza, idioma, pas, pasado, vicios,virtudes... Los ms venan por la ambicin por el mstico deseo deredimirse; unos por la aventura de luchar; algunos, estoicamente, tanslo por morir... El Credo Legionario era como un soplo, elungimiento comn de aquellos hombres, entre los que ya fluctuabauna conciencia colectiva de combatividad y los entrelazaba,precisamente, sin borrar las propias personalidades.

    Los banderines y guiones marcaban sobre el aire, como afuego, las briosas estelas que haban de seguir. La contrasea:Legionarios a luchar, Legionarios a morir, ya era lo nico propiode cada uno y de todos. Agrupados en las unidades, un espritu desana y limpia emulacin fue brotando de buena y magnfica manera.De unidad a unidad haba orgullo y tambin estimacin. El emblemaera como una llama que todo lo una y lo funda. Las canciones, elentusiasmo, la justicia, los castigos, los premios, la obediencia, la

    aptitud para morir... Todo venia presagiando el podero para elchoque y la batalla que haba de tener aquella fuerza. Pero -eraverdad- slo era eso: un presagio.

    En Dar-Riffien, la vida iba pasando, y con ella, Werner, unlegionario austraco, construy una ingeniosa veleta, un oficialsaludando que, al moverle el viento, levantaba el sable con toda lagracia mecnica.

    Los moros se paraban a mirarla, pasmados, asombrados,diciendo:

    -Tu visor muico estar diablo? (6)

    6 El campamento va tomando su aspecto legionario; un ingenioso austraco,Werner, ha construido para el edificio ms alto una ingeniosa veleta querepresenta un Oficial saludando. El viento la mueve y cada vez que estarecorre cinco metros, levanta y baja el sable el fantstico mueco. Los

    naturales se paran al paso y miran curiosos la veleta. Y los soldadosburlones les, imitan. Tu visor muico istar diablo?. Comandante Franco,

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    Diario de una Bandera. Primera edicin. Editorial Pueyo. Arenal, 6. Madrid,1922.

    Los legionarios se rean y les imitaban.Fulman, francs, alemn, cataln, -cualquiera lo averiguaba-,

    era tonto y era listo. A veces loco. Se envolva con una manta ygritaba desaforada, desesperadamente. Quera matar con una caa alque se le acercase. Cuando le ponan la camisa de fuerza, aullaba enfrancs, cantaba en cataln, maldeca en alemn. El prncipe ruso,sobre la prima de enganche, pidi ms dinero para poder pagar elhotel de Ceuta. Relenga era una fiera; iberismo puro. Habladorcuando se emborrachaba, dijo haber bailado con los cadveres de

    unas monjas en Barcelona, la ciudad sin ley. Fue cmplice deRafael Sancho Alegre, el que dispar dos veces contra el Rey y lemat su caballo Alarun que montaba. Conoca los grandeshoteles de Chinchilla y Cartagena.

    -Esto es la gloria -deca.El conde estaba triste. El Risita, haciendo de las suyas,

    sacaba las carteras de los bolsillos sin que nadie lo notara. Luego lasdevolva. Era, sencillamente, un puro y honrado pasatiempo. CarlosPiqueras. el anarquista, un da par a todo el campamento. Habaque ver cmo cantaba aquello de:Mi padre estaba en presidio cuando se muri mi madre, y yo me qued solito en

    la mitad de la calle.Y alguien le replic con aire de fandango:

    Un querer tuve en lavida tan grande y tan verdadero, que si en Dios lohubiera puesto hubiera ganado el cielo.

    Sala de la garganta de Cifuentes. Aquel que dijo con ceceoandaluz que su mujer... Bueno, lo de siempre: Su mujer, eso...

    William Brown, un negro gigante, siempre sucio y derrotado -el que iba de escolta con el teniente coronel-, causaba la confusin

    entre los moros.

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    -T estar moro porque estar negro como yo. Cmo noentender?

    William rea y el Seorito explicaba:-No es moro, es yanqui; aunque le veis negro...-S, estar moro como yo. Cmo no entender?Haba que dejarles en su creencia. Unas cantineras: la Lola, la

    Chata, la Cuerpo-bueno y la Churra, se esforzaban enexplicarles que no era ni moro ni cristiano; era un boxeadoramericano al que se le haba pegado el cafard, el tedio, el

    aburrimiento de frica.Gamoneda y Santoja, Kuk y Picheli, los payasos del

    madrileo circo Coln, all estaban. Eran legionarios, y en losdescansos lucan su gracia contando chistes y tocando el acorden.

    El frailecito exclaustrado haca una vida ejemplar. Rezabasiempre al comps del Un, dos!... Un, dos!...; lo tema todo y slohablaba con el Caballero de la Muerte, el Arditti DAnnunzianoy Zunueta, que le era simptico, muy simptico. Observaba en lcmo el cumplimiento del deber fortaleca su voluntad, desarrollabaun carcter y creaba un espritu de abnegacin, que en algunaocasin haba de fructificar. Lo vea, lo senta, lo admiraba. Algo asquera que para l fuera su paso por la Legin...

    Zunueta, en cambio, estaba muy lejos de admirar a aquelFernando Sande, Fernandito, tmido y receloso, que no haba

    sabido cumplir con su deber.Aquel jovencito que estaba cansado de la oficina, Manolito

    Asin, para todos tena una mirada embobada, dulce.Un viejo cabo bvaro, Gustavo Hort, haca rer a todos

    durante la noche que le tocaba de centinela, al decir para dar el alto:Halt, qen vife!.

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    -Nada, mi cabo; ganas de salir -dijo Cifuentes.-Pronto ser. Ya s, Pedro, que vas de asistente.El Risita tuvo cierta emocin al orse llamar por su nombre,ya que casi todos le nombraban por el apodo.-As es. Yo obedezco.-Me parece muy bien. Tambin s que a ti Jos, te dejan por

    ahora aqu, en la compaa de, depsito. Escribes tan bien -aadicon chufla.- Algn da me escribirs una carta.

    -Con mucho gusto, mi cabo -respondi el Seorito.-Yo voy de acemilero, con mi mulo y mi guitarra que no

    pienso abandonar.-Ya te la pasarn las balas algn da. Desde entonces tendr

    otro sonido. Ya vers. Por qu no la traes? Antes de silencio noestara mal un poco de cante.

    -Voy por ella, mi cabo.-Hombre, no; as, no. Ahora no soy el cabo. Ahora soy vuestro

    amigo Zunueta.-Pues voy por ella, Zunueta.El Risita se march con Cifuentes, y quedaron solos, frente

    a frente, Solano y el cabo. Este se volvi para decir a los que iban

    por la guitarra:-Oye, Cifuentes, te esperamos en la cantina de la Chata.

    Vamos -le dijo a Solano. y luego, andando-: Y a ti te gusta que tedejen aqui?

    -Yo voy donde me mandan.-De palabras muy bien, pero...-Yo quisiera que usted...

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    A los pocos momentos lleg Cifuentes con su guitarra.Callaron todos cuando la empez a rasguear. Al conjuro del rasgueose fueron acercando los legionarios.

    Las luces del cielo parecan parpadear al comps de las notas,resonantes y trmulas. Mgicamente brotaban de las manos de unhombre que al moverlas parecan querer estrujar una pena que lesala del alma y saltaba hasta las estrellas.

    Fueron pasando los das. Las Banderas salieron, La primerahacia Uad-Lau; la segunda a Ben-Karrich; la tercera a Beni-Amram.

    Dar Riffien sigui nutrindose de nuevos legionarios. Era cunay matriz. Respaldado de altas cumbres y mirando al mar, pareca unnido de guilas dispuestas a emprender el vuelo con una solaconsigna: O remontarse o morir.

    Una tarde lleg una noticia que por primera vez conmovi.Vena del campamento del Zoco el Arba. La Legin haba tenidosu primer muerto. Un legionario, Baltasar Quieja Vega se llamaba(7).

    7 El primer muerto de la Legin fue el cabo Baltasar Quieja Vega. Nacido enMinas de Riotinto, Huelva, el 21 de mayo de 1902. Se incorpor a la Leginel 9 de Octubre de 1920. Poeta ingenio, hizo versos de vigor guerrero. Loscompaeros contaban: Cierto da, a los pocos de salir el campo, dicen querecibi una carta en la que deca que acababa de morir la mujer que quera. Ellegionario se emplaz para reunirse con ella en la muerte con la primera balaque llegase. Su gesto dio origen a la cancin: El Novio de la Muerte. Letra deF. Prado y msica de Juan Costa.

    La Legin Espaola. Cincuenta Aos de Historia. Tomo I. Madrid.1970, dice escuetamente: El 7 de enero de 1921, despus de habersedefendido honrosamente con su escuadra frente a los cabileos que leatacaron y pretendieron apoderarse de sus armas, muri a consecuencia de lasgraves heridas recibidas el cabo Baltasar Quieja Vega. Es el primer muerto dela Legin. En su bolsillo se encontraron unos versos legionarios llenos deemocin y amor al Cuerpo. Es significativo y ptimo que el primer muerto dela Legin fuese poeta.

    Todos recibieron la noticia emocionados. A Jos Solano letembl el alma.

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    Contaban, identificndole, que era un muchacho joven,valiente, no mal parecido y soador, al que los jefes estimaban.

    La misma tarde de su muerte, la del 7 de enero de 1921, segn

    decan, el propio teniente coronel lo encontr solo y triste en elcampamento. Entre sus manos apretaba una carta.-Qu te pasa, muchacho? Te ha ocurrido algo?-Acabo de saber que mi novia ha muerto, mi teniente coronel!

    Ojal la primera bala no tarde mucho y sea para mi corazn, parareunirme pronto con ella!

    Aquella misma tarde, dos horas despus, el enemigo atacaba aldestacamento en retirada de la proteccin del camino alcampamento. Hubo una bala: La de Baltasar Quieja Vega.

    En sus bolsillos encontraron unos versos, la Cancin dellegionario, se titulaba, Entre poesas llegaba la muerte. Los versosdecan as:

    "Somos los extranjeros legionariosel Tercio de hombres voluntarios

    que por Espaa vienen a luchar..;"Por lo visto la Muerte tambin haba ledo aquel cartel. La

    Muerte ya estaba filiada. La Muerte lleg a Dar-Riffien. La Muerte sehizo legionaria.

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    LA PRIMERA EN LA FRENTE

    El espritu de compaerismo.-Con el sagrado juramento de noabandonar jams a un hombre en el campo hasta perecer

    todos.Las nuevas figuras de la baraja legionaria fueron lanzadas al

    pardo tapete del campo marroqu; pero las bazas que queran jugarno les llegaban. El mando ordenaba, y viendo en ellas un mpetuingenuo, inexperto y brioso no se atreva a jugarlas.Pero el enemigo -del enemigo el consejo- ya les llamaba losharamis, los malos.

    -T matar padre y madre y escapar aqu, decan los moros.Cuando no les llamaban, distinguindoles, los de bujann,

    los del madroo, por la borla colorada que colgaba del gorrilloladeado.

    Los amigos, soldados y compaeros -la guerra siempre esalegre, porque siempre la hace la juventud- les cantaban al verles encampaa con sus enormes sombreros:

    Quines son esos soldadosde tan bonitos

    sombreros? El Tercio de Legionarios,que llena sacos terreros.

    La chufla y rechufla de la copla no fue contestada por otra,sino que se esperaba el momento propicio para mostrar unherosmo bravo, particular y acumulado: de propia marca... , cuandoel mando ordenase, la ocasin lo pidiera y en el momento oportuno.

    Todo pareca incierto en aquella aventura de coagular, defundir tantas sangres distintas en un slo espritu desafiando la

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    muerte. Slo una opinin modesta, absurda, descabellada -comotoda profeca cierta- fraguaba el perfil de lo que haba de ser la Legin. La opinin vena, ni ms ni menos, que del comandante delHacho (8); al ver a los legionarios sin uniformar, pero

    distinguindose entre los dems condenados de la prisin de sumando, deca:

    -Son sin igual: la Legin no fracasar.

    8 El Hacho, fortaleza del monte que domina a Ceuta. Fue famoso presidiohasta ayer mismo. En aquellos tiempos sus celdas reunan lo peor de Espaay sus guarniciones; los impeorables. No obstante mantenan el suministrode agua potable de la ciudad.

    Pero, en verdad, una desesperanza y una defraudacin a lasansias puestas de combatir al emplearlos el mando en el grueso delas columnas, haba invadido a todos y cada uno. Mas lo primero,antes que nada, era obedecer. Y en eso ya cumplan al quemar laplvora disciplinadamente, para adentro, como en un incendio derabia de su propia sangre.

    Los hombres de la Legin fueron ocupando sus puestos:

    nuevos, como creados para ellos, sin ningn historial. Parecanhechos a propsito, como para lanzarlos a una vida distinta.Y as, Zunueta, el cabo de vela, vino a mandar una escuadra

    que formaban: Cifuentes, aquel que vino por no matar a su mujer; eljovencito cansado de la oficina, Manuel Asin, el Manolito;Wanffer, -austraco o polaco, con los ojos ms claros y soadoresque haban visto; Garca, el escapado del presidio, y Nohabit, unfrancs misterioso del que nada se saba. Le provena el nombre dela traduccin francesa del No visto, el caballero no visto,aunque bien es verdad, que cuando lleg a la Legin y le pidieron elnombre, dijo sencillamente con fino descaro parisino: Ponganustedes lo que quieran.

    Pero en Nohabit se qued. Todos fueron a parar a lasegunda Bandera, con muchos ms que la formaron.

    A la primera fueron: Piqueras, el anarquista barcelons; Tarok,siempre hablando de sus pasadas grandezas; William Brown, el

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    negro boxeador neoyorquino; Colbert, que aun a pesar de ser doctorle llevaban de camillero; Gamoneda y Santoja, los famosos clownsKuk y Picheli; uno que fue guardia civil; un malts,Macarroni le llamaban, que saba muy poco espaol, pero lo

    suficiente para insultar mejor que nadie; Fulmn, el loco; GustavoHort, un antiguo suboficial bvaro... y el Risitas, con su asistencia,y otros muchos, que desde luego, con el tiempo y el combate,haban de revelar su personalidad.

    En la tercera Bandera formaron: Relenga, el Cid, un italiano,el Caballero de la Muerte, un prncipe, Dimitri Grigiroff, Zamiski,Lpez, Contreras... El resto de ella, por ser la ltima unidad que se

    organiz, recogi los que llegaron despus.

    La escuadra de Zunueta se fue compenetrando. Wanffer, elaustraco, siempre estaba como teido de una vaga melancola,siempre tena ganas de dormir y siempre sonrea; por lo dems, nadase saba de l. A Cifuentes cada da se le notaba con ms afecto alcabo. El jovencito oficinista, el Manolito, era cuidadossimo. Nopareca andar por Africa, el barro de los campamentos jams lemanchaba. Nohabit era un enigma. Garca, por el contrario, de da

    en da, hablaba ms.-Pero mira que se est bien aqu. Andar! Qu gusto!El Arditti DAnnunziano, sus gestos y sus cicatrices, le daban

    un aspecto feroz, y cargaba la camilla con Sande, el Frailecico; lemir con cierto desprecio.

    -Oye, t italiani tallarini, no te parece bien lo que digo?-Andar! Puaf...! T tener la alegra de andar al salir de

    presidio, de la crcel. Yo estar desinflado, que decs vosotros. Yohe venido por los tiros.

    -No te preocupes, ya los tendrs -le replic Zunueta serio.-A m los tiros...? Pues qu quieres que, te diga. Si llegan ya les

    responderemos.

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    -A m me gusta mucho apretar el dedo, y tuve un amigo, queamigo...! Bueno, vosotros habis odo hablar de lo de Canalejas.

    -Hombre, claro! -contest Fernando Sande, el frailecico,

    aquel novicio exclaustrado que estaba en la Legin como penitente yllevaba como una cruz el palo de la camilla-. Era todo un seor!-Pues yo conoc a Manuel Pardias. Qu to! Lo que se dice

    todo un to!-A ese no le recuerdo yo.-No te asustes, curita. Yo le conoc en la crcel. Quera

    acabar con el mundo. Luego, se peg un tiro.-Menos mal, si quera acabar con el mundo empezando por

    l... Es una manera de principiarla tarea como cualquiera otra,aunque muy chuscamente...

    -Bueno, pero es que antes se llev por delante a Canalejas. Fueel que le peg el tirito; despus se suicid.

    -Y t qu habas hecho que estabas en la sombra?. -lepregunt Cifuentes.

    -Yo? Nada de particular: robar. Mejor dicho, una estafa, laquinta creo que fue, a un amigo de mi padre, y aunque se la pag, am me metieron en chirona. All le conoc. Cmo hablaba!

    -Blasfemara?-No, qu va; eso no le importaba nada. El quera acabar con

    el mundo.-Y por qu fue aquello de Canalejas?-Pues recordars hubo en Cullera...Wanffer se volvi, y casi riendo dijo:-Quererlo contar todo, Garca... todo! Otra vez? Todo?

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    Le mir de fijo, un poco sorprendido, y le respondi:-Buen pjaro debes de estar t.-Oh...! No interesar poltica. Es cosa para volver locos.

    -Pues, mira, ya ves, en eso puede que tengas razn. Desde que

    yo o a Pardias creme que voy para eso... , para loco.-Polticos! -e hizo un gesto de asco.-El tambin deca eso, que haba que acabar con ellos.

    Callaron al parar la marcha. Cerraron sobre las filas y tomaronel paso ordinario al comps del un, dos...!, un, dos!!, ya no habaque cantarles; se lo cantaban ellos mismos, interiormente, sinsospecharlo siquiera.

    Rotas las filas se dirigieron a las tiendas de campaa. Dejaronel armamento y los correajes -eran de lona, los Mills ingleses- ycada uno fue a buscar, entre los amigos, los que ms simpatizaban.

    Cifuentes fue derecho a buscar a Solanes, un cataln que habasido marinero. No le encontr en su tienda, y al fin, dio con l en unchamizo. Delante del legionario, un vaso de vino, y por el fondo, enla penumbra, una mujer.

    -Oye, t, tienes trabajo?-Yo nunca tengo trabajo.-Bueno, lo que yo quiero es que me marques. Aqu, en elbrazo.-S, hombre, ahora mismo. Y qu quieres que te marque?-Un nio, sabes?, un nio.La Churra lo mir sorprendida. Solanes se sonri al decir:-Me parece que te equivocas. Eso... no s si sabr pintarlo. Decarne s s hacerlo.

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    La mujer le mir sorprendida y se acerc a Solanes que laapart con desgana.

    -Yo s marcar corazones, puales, bichas... Pero un nio. Qu

    capricho msraro!...Cifuentes call, un poco tmido, mas volvi a su ruego:-Un nio quiero, si no sabes...-Anda este... Si Jaime sabe tatuar hasta el alma-Bueno, pero va o no?-Ven, djame el brazo.-Mira, aqu, por adentro, para que al saludar me lo vea.-Bueno, hombre, donde quieras. Churra, acrcale el cajn

    para que se siente... Qu tiene que estar uno en todo!As lo hizo Mara, cuando el legionario se buscaba en el

    bolsillo de la camisa. Sac de l una fina aguja y fue punteandopacientemente, pitillo en boca, mientras canturreaba algo que no seentenda.

    Sobre el brazo de Cifuentes aparecan unos puntitos de sangre.El legionario sonrea y se mova impaciente sobre el duro cajn.

    -Te duele?-No, nada. Quedar bien?Mara, la Churra, que un poco separada contemplaba a los

    dos hombres, sali:-Que si va a quedar bien...? Jaime es un artista, lo que se dice

    un artista. Ese nio va a hablar.-Cllate t; trete una vela y la tinta.

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    As lo hizo la mujer, siempre curioseando el trabajo deSolanes. Abstrado en l, pinchaba y volva a pinchar en el brazo deCifuentes, que aguantaba pacientemente. A pausas se separaba ycontemplaba el punteado, cuando a lo lejos son un disparo, luego

    otro.-Deben de estar retirando la proteccin de los caminos.-Seguramente.La Churra, curiosa, se asom a la puerta del chamizo.

    Levant la cortina y an entr la ltima y delgada luz del atardecer,crdena y violeta. A lo lejos, en el horizonte, el ltimo rayoincendiaba unos celajes que parecan de cristal,Mara, experta, dijo:

    -S, es la proteccin que se retira. Ya entran en el campamento.No ha habido novedad. Aunque traen una baja. Ahora le sacan de laartola y le ponen en la camilla. Debe venir muerto. Le tapan hasta lacabeza.

    -Entonces, s que ha habido novedad -respondi Solanes.-Para el servicio, no.-Para ese que ha muerto... Bueno, para se: Vaterl! .Deca esto Solanes impasible, sin distraerse de su trabajo.

    Cifuentes, con ms inquietud, intentaba mirar lo que ocurra fuera.La Churra, ya sin poder contenerse, sali.

    -Te gustan mucho los nios?-Es que... Yo tengo un hijo y...-No me digas ms. Si me hubieras dado un retrato te lo saco

    igual.-Ya lo s. Pero no lo tengo. Ni siquiera eso. Slo el recuerdo.

    Mi mujer...-No me lo cuentes, me lo figuro. Como todas!

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    Cifuentes se sent entonces en el camastro, cariosamente,junto a Solanes.

    -De ste te aseguro que no me arrepentir. Me sale de dentro.En esto lleg Mara con el vino.-Del bueno, del mejor. Y el Sultn a m me considera muy

    mucho. Un vino que quita las penas, pero de veras.Empez la cosa con el vino, y hasta despus de tocar silencio

    dentro del chamizo siguieron cruzando palabras, dichos y recuerdos.Cifuentes cant como nunca por lo bajini, ganguendole la voz

    quiebros desgarrados al calor de aquel vinillo que se pegaba.Cuando sali en busca de su tienda, el norte un poco perdido,

    briosa la sangre, derretida ya un poco, mir al cielo y se figur quesu tatuaje haba volado.

    En el cielo africano, dos estrellas parecan aquellos ojos,aquellas otras la nariz y aquella otra, tan bonita!, su boca, que lellamaba...

    Se mir el brazo. Su nio estaba all. Amorosamente se lobes. A su nio no se lo haba robado el cielo. All, con l, estaba.

    Pero la disciplina es dura, y ms la legionaria. Cifuentes ySolanes llegaron tarde a sus puestos; no precisamente a los decombate, sino a los de descanso, tan slo unos momentos, y fueronarrestados. Tres noches al parapeto, al saludable relente de las

    estrellas de marzo.

    La segunda noche coincidieron con al escuadra de Zunueta,que rondaba por los puestos preciso y exacto. A la madrugada,relevados los centinelas, coincidi con Cifuentes, que ya no quisotumbarse. Los otros se fueron a buscar la lumbre de una hoguera yl qued reclinado sobre los sacos terreros de la principal,mirndose, casi acaricindose el brazo.

    -Te pasa algo? Quieres un trago de matarratas?

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    -No me pasa nada. No quiero nada.-Bueno, hombre.La noche, en esa calma de antes de la amanecida, era ms lentay agobiadora con sus sombras negras. Slo las llamaradas de la

    hoguera, de vez en cuando, les enviaban su tenueresplandor...-A estas horas, quiz... All en Espaa...-A estas horas todo el mundo duerme.-Quiz un nio llore y su madre...-Ests casado?-Casado y como Dios manda. Tengo un nio! Ese nio quiz

    est llorando porque su madre, mi mujer, dnde estar?-Y por qu viniste?-Tuve miedo de matarla.Call Zunueta. El silencio se poda cortar. Slo estuvo herido

    por el aliento de Cifuentes.-Las mujeres...! -dijo el cabo.-No... Y los hombres tambin! Ella me quera y me quiere. Lo

    que pasa es que yo me encari demasiado con esa guitarra. Yo nacen Nerja, un pueblecillo de la provincia de Mlaga. Con una aficin

    por el cante...!-Y bien que lo haces.-Pues ya ves, eso ha sido mi perdicin, mi desgracia...Los ojos de Cifuentes relumbraban. El cabo sac tabaco y le

    ofreci. Encendieron los pitillos.

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    Les sirvi unos vasos que aceptaron encantadas.-Oye t, Rompehuesos, deja eso para luego que ahora

    estamos en sociedad dijo Paca, la loca, a un legionario que coga

    por la mano a la Juana.-Mira ste, un morenito -y la Concha, salerosa, se acerc a

    l.Mximo le huy, afectando un miedo que no tena, y

    movindose jacarandosamente, vaso en mano, pitillo en boca ygorrito milagrosamente ladeado cant:

    Hay ojos que cuando miran los corazones destronan.Ae, la chamelona.

    Como les gust el cantar improvis otro:Qu pasa, que hay peligro all arribita en la loma?

    Ae, la chamelona.Y otro aadi:

    Pues vamos los legionarios, que somos buenas personas.Ae, la chamelona.

    La cancin, como si sonara la corneta, fue congregando a loslegionarios. Pronto apareci un acorden, y cogido el comps,

    fueron cantando letras distintas.De momento, todos se olvidaron de sus penas. Se senta una

    alegra tan retumbante y encendida que algunos oficiales seasomaron. El cubano, levantando el vaso de vino, cant:

    Saludo a los oficiales,que son muy buenas personas.

    Ae, la chamelona.

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    -Demonio del morenito, se las sabe todas.* * *

    -Permita Dios que te mueras y nazcas acemilero -le deca unmuchacho fuerte y colorado, Cndido Ponte, legionario de segunda,a un mulo, mirndole fijamente.

    Lo trataba de igual a igual, insultndole. vociferando. El mulo,incmodo con su carga de cubas, coceaba cuando no se paraba enseco. El acemilero entonces tiraba de l y la bestia se quedaba quietacomo una estatua y al menor ademn del legionario le enseaba losdientes, se violentaba coceando y... al aire cubas!

    Era la tercera vez que lo haca en el corto trayecto delcampamento al pozo que serva de aguada.

    -Mira que a bruto no me ganas!Y le tiraba de las riendas. y el mulo, dolorido de boca, quera

    escapar.-Recaredo, quieto o te...!Recaredo, el mulo, segua quieto, plantado. Al acemilero se

    fe crisparon los puos y le golpe en los ojos, en la boca... hastadonde le lleg la rabia.

    Zunueta, desde lo alto de una loma, por la que llevaba suescuadra dando el servicio de proteccin a la aguada, le grit:

    -Anda, Ponte, qutale otra vez el baste y seprate de la sendapara que pasen losotros.

    -Perro! Canalla...! La cuarta vez que me lo haces. A la otra temato y yo solito me llevo la carga.

    Le deca esto el legionario, mientras consegua separarle delcamino. Recogi la cuba que le colgaba y la otra tirada en el camino.Luego le quit el baste y, al fin, el sudadero.

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    Zunueta le mir con gesto despectivo. Solano, en aquelmomento, lo comprendi todo. El deba de haber acudido como elManolito al fuego. Lo deca el Credo: La Legin, desde el hombresolo hasta la Legin entera, acudir siempre a donde oiga fuego...

    Pero el cabo no le hizo caso alguno y slo atenda al herido.-Qu te pasa, Cifuentes?Cifuentes, mirndolo con los ojos vidriados, le dijo:-Nada, Zunueta..., que me muero. Me han dado y bien; a

    modo.-En seguida, al campamento. Habis acabado vosotros con la

    aguada?-S, mi cabo. Ponte ah viene, luchando con el mulo, como

    siempre.-Pues en marcha.Manolito se acerc al cabo:-Zunueta, est herido.-S, ya lo s!-En la frente.-Espera, hombre, que te cure.Mientras los otros empezaron a andar, el Manolito hizosentar al cabo. Cuidadosamente, hasta con exquisitez, deshizo su

    paquete de cura individual. Le vend y una vez acabado:-Ea! Ya est! Y qu fuerte eres, ni te has quejado. Te he

    hecho dao?-No; si curas como una enfermera.El Manolito se sinti conmovido, se estremeci con ciertogozo extrao.

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    Hasta para curarse, hasta para morir sujeta la disciplinalegionaria.

    Llegados que fueron al campamento y dadas las novedades,

    Cifuentes pas al botiqun, donde se le practic la primera cura,calificando su estado de grave. Zunueta, por ms que pidiera y hastasuplic que le dejaran curarse en el campamento, recibi la orden deevacuacin. Era un simple surco en la frente -de esas balas quebesan-; pero ante el peligro de la infeccin, aquel polvo delcampamento!, tuvo que marchar al hospital.

    Esperando estaban la ambulancia, una camioneta Lhoner, paraconducirlos a la plaza. Zunueta se senta triste, pesaroso. Cifuentes,cerrados los ojos, respiraba con mucha fatiga y apenas si hablaba.

    Entr el teniente, al que saludaron, y acercndose al cabo, ledijo:

    -He conseguido lo que queras. Cuando te cures volvers a tuescuadra; as lo ha ordenado el capitn.

    -Gracias, mi teniente.

    -No te preocupes; nuestros mdicos son muy buenos y tecurarn. Quedars nuevo.

    Salieron con el teniente los legionarios. Junto a Cifuentes sloqued el camillero Fernando Sande.

    -Qu tal va eso? Animo, hombre, y rzale a Dios, que te

    salvar.

    Al herido se le notaba fiebre y cansancio. La cara, fra,brillante; la nariz, por momentos, se le agudizaba. Pareca dormir,aunque de vez en cuando alzaba sus ojos turbios, que ya daban lasensacin de mirar para adentro.

    En la puerta se qued Solano junto al cabo.-Yo quera decirte, Zunueta...

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    Era ya muy mediada la tarde y la ambulancia no llegaba.Cuando el cura sali de la tienda entraron todos y muchos mslegionarios que venan a preguntar por el herido.

    Cifuentes, inquieto, angustiado, alzaba de vez en cuando subrazo desnudo para mirarse el tatuaje. Sande se lo envolva con lamanta. Cifuentes le pregunt al cabo:

    -Y lo tuyo, te duele?-Eso no es nada -le contest, alegre de ver que le hablaba.-Te han herido muchas veces?-La primera.-La primera en la frente, no est mal... Como ensea la

    doctrina cristianaaadiSande.-Por qu es eso? -pregunt ingenuamente el cabo.-La primera en la frente, la primera cruz en la frente para

    santiguarse; en la frente, para que nos libre Dios de los malospensamientos...-Ah!, ya...Zunueta se sinti avergonzado, y no porque ignorara aquello,

    sino porque haba pensado que Cifuentes era demasiadoconsentido: Solano, un seoritingo cobarde: el Manolito, muyfino; Garca, un criminal; Ponte, ms bruto que su mulo;

    Nohabit, un pretencioso; Solanes, un golfo; del mismo Sande...Desde su mundo elemental, infantil, primitivo, envidiaba a aquelloshombres, que ahora, de momento, y a travs de sus defectos, veamejores que l mismo. Ellos haban venido all sencillamente,porque queran acabar con sus faltas, en tanto l, con su pobreza,como nunca haba vivido ni gozado del mundo, quera ganarlo, y sevea perfecto. Ahora lo comprenda; se vea as, tontamente, porqueno haba pasado por la vida con sus vicios y dolores. Era un

    orgulloso ignorante, que no saba nada y encima, despreciaba atodos. Era...

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    No pudo pensar ms. La ambulancia haba llegado. ACifuentes le transportaron en la camilla. El cabo subi por suspropios pasos.

    A una regular velocidad por los caminos de Marruecos lesllevaba la ambulancia, cuando Cifuentes sac su brazo. Zunueta learrop.

    -Djame que lo vea... mi nio!Ya lo vers cuando te cures. Te darn un permiso de

    convalecencia y podrs verle. Y a tu mujer...-S que no les volver a ver. Me muero, Zunueta. No lo siento

    por m: para eso he venido a la Legin. Mi nio!-Perdname, si la otra noche...-Tenas razn. La deb matar...: pero si la culpa slo era ma...-Le escribiste?-No, pero t lo hars. Slo t lo sabes. Ni siquiera Solanes.-El pter le escribir. El tiene la direccin. Algn da besars

    a mi hijo: t, tan hombre... T lo hars.Zunueta callaba; se senta abrumado. Mir a Cifuentes, y al

    verle en los ojos la visin perdida, comprendi que se mora.-Si juramos no dejar ningn hombre en el campo, Por qu

    dejar solo a mi hijo?... Solo y con mi mujer...El cabo, agobiado, le respondi:-S, lo har; pero calla, te ests fatigando.-Mi guitarra, sabes?, tambin mi guitarra...-Calla, no te fatigues.

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    CARNAVAL SIN ANTIFACES

    El Espritu de amistad.De juramento entre cada dos hombres.

    El hospital de sangre es un reino blanco, misterioso y suave; dealgodones y teres; de gasas que parecen cortadas de tnicas deenigmticos ngeles que sonren impasibles a la vida y a la muerte,mientras los doctores con batas blancas, como para un carnaval deespectros, bajo luces de inmviles anunciaciones, se afanan en

    descubrir y arrancar a la carne doliente el secreto camino: la fugaincgnita del alma que huye.

    Zunueta -Juan Zunueta Zalve, cabo legionario de la segundaBandera-, aguant sin estremecerse que le quitaran la venda, elalgodn y la gasa y vieran su carne quemada, su frente rasgadaporque as lo quiso una bala que despreci su existencia.

    Resisti, con un slo cerrar de ojos, apretndolos, el bao dealcohol; luego una minscula lluvia fra y despus unas punzadas.Algo as como si cosieran a otro y l sintiera; mejor, se figurara eldolor. Despus no pudo apreciar nada ms, porque una mano vino aposarse sobre la suya.

    Era -tan fina!-, le pareca hecha de luz caliente. Nunca habasentido nada parecido. La apret para que no se le escapase. Eracomo un pjaro tierno y cndido que buscase su nido. Movi la

    cabeza y abri los ojos.-Procure estar quieto; en seguida acabamos.Pero el cabo, por el rabillo del ojo, pudo ver de quin era la

    mano. De una enfermera, que miraba sin inmutarse la operacin.-Ea, ya est!Zunueta, impulsivo, quiso levantarse; pero la enfermera le dijo:

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    -Espere, hay que vendarle.Y dejando la mano del legionario, le ci una larga tira blanca

    a la cabeza.-Va a parecer un moro.Abri decididamente los ojos. Se vio rodeado de un capitn

    mdico y sus ayudantes. La enfermera y una hermana de la caridad.Que no tome nada; reposo y la antitetnica. Dnde fue

    muchacho?-Muy cerca del campamento.-Muchos tiros?-Pocos.-Bueno ahora unos das de hospital...Tmidamente, por ese agobio que da cambiar de un mundo a

    otro, por blanco y encantado que sea, se atrevi a preguntar:

    -Cuntos, mi Capitn?-Si no se infecta y todo va bien, unos quince.-Quince das! -exclam el cabo.Pero nadie le hizo caso. La hermana y la enfermera le

    acompaaron a una gran sala en penumbra, donde se vean unascamas alineadas muy limpias, muy blancas, como surgidas de unsueo.

    -sta es su cama. Acustese y ahora mismo vendremos ainyectarle.

    Se fue desnudando con cierto rubor, dejando su ropa en unasilla. Suave, oy un ligero quejido. En la cama de al lado alguien

    dorma. La del otro costado, estaba vaca. Cuando se iba a meter enla cama, del fondo de la sala se dej or una voz:

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    -Escucha, t, el nuevo, el que acaba de entrar. Cmo tellamas?

    -Juan Zunueta.-De qu cuerpo?-De la Legin.-Te han dado bien?-Nada, un rasguo sin importancia.

    -Ha entrado alguien ms?

    -Otro, pero muerto; un legionario; Cifuentes se llamaba -dijoZunueta, metindose en la cama.

    Estaba blanda, esponjada. Le pareca haber entrado en unanube.

    -Dnde ha sido?-En la frente.-No, hombre; en qu posicin?-Muy cerca del campamento, cuando la aguada, en...De pronto Zunueta crey ver visiones. Unos bultos negros,

    unos fantasmas salan de aquella semioscuridad y se le aproximaban.

    Se incorpor ligeramente.

    -Yo tambin soy de la Legin. Estoy herido en el pi. Soy de laprimera Bandera. Me llamo Carlos Piqueras dijo una de las sombras.

    Zunueta respir tranquilo. No eran visiones suyas.-Yo tambin de la Legin. Richard Tarok, rumain.-A ti ya te conozco, de Ceuta, de Dar-Riffien.

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    -T no poder. Estar cojo. Ser como... la impedimenta. Tdelatarnos sin querer con la muleta. No poder saltar h tapia. Cuandopuedas correr... -aadi burln- y te mandarn al campamento.

    Saltaron por la ventana. El Charte la cerr con todocuidado. Quedaron en medio del jardn. Al llegar a la tapia, Tarok seagach y le ofreci la espalda:

    -Allo! Vite! Arriba, a la pared. Que no te vean.Zunueta salt sobre la espalda del legionario, alcanz la tapia,

    sobre ella se puso a horcajadas. Indeciso, no saba qu hacer.-Las manos, vit, las manos...Se las di. Tarok gate y gan la pared. Se descolgaron al otro

    lado.-Ca est! Ves qu fcil?... Y Ceuta nuestra por toda la noche.

    As no me siguen: Tarok duerme. Slo as Tarok puede estar seguro.Me persiguen siempre, siempre... Es ella. Me quiere y me odia...Algn da te contar. Yo no soy Tarok: me llamo Boulewski...

    Zunueta, llevado por el legionario entre callejas estrechas, sinapenas luz, se crea otro y se dejaba guiar por las alas de la noche.Pareca soada y cantada a lo lejos por el mentir de las estrellas.

    * * *En el oscuro rincn del cafetn, Tarok o Boulewski, ya un

    poco alegre de coac, miraba fijamente a cuantos entraban.-Bajo esa chilaba, quizs...-Qu dices?-Posiblemente, bajo esa chilaba, est el hombre, el asesino, el

    que me busca a m,a m!.El cabo, ingenuo, ms confidencial y abierto por el alcohol, le

    dijo:

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    -Si es algo secreto, que no debo or, yo me voy.-Todo lo contrario, mon camarade. Si me buscan es para

    matarme.El cabo le mir sorprendido, mientras Tarok o Boulewski, con

    el dedo meique, elegantemente, sacuda la ceniza del cigarrillo.Boulewski es un nombre que tuve que borrar por lo de Sarajevo (11).

    11 Sarajevo. Ciudad de Yugoslavia. antigua capital de la Repblica de Bosniay Herzegovina. Form parte del imperio austro-hngaro hasta despus dela Primera Guerra Mundial. En ella fueron asesinados el archiduqueFrancisco Fernando de Austria y su esposa el 28 de junio de 1914. Elasesinato provoc la iniciacin de la citada guerra.

    Ante los nombres tan raros, Zunueta se fij en l. Era unhombre rubio, alto, de ojos azules muy vivos, casi llameantes; caraachatada, pmulos salientes; su boca dejaba ver una dentadurapotente. Las manos muy finas. El uniforme le sentaba a las milmaravillas. Algo atraa en su mirada. Y a pesar de su robustez yfortaleza, gravitaba sobre l esa picarda de nio bueno.

    -T conocer los Dardanelos?Zunueta, tmido, en su ignorancia, slo pudo decir:-Los Dardanelos...?Y pens si seran aquel padre y su hijo que se juntaron en la

    Legin.Pero, en ese preciso instante, el saln qued en una

    semioscuridad. Se encendieron las candilejas de un pequeo tabladoy un piano, acompaado de un aullante violn, atac una meloda.

    Zunueta distingui perfectamente cmo su compaero sellevaba la mano a un pual escondido y observ cmo miraba a lasmesas, a los soldados, a los legionarios, a los moros y a las mujeres;hasta las que iban sirviendo de mesa en mesa.

    Dej de observar porque todas sus miradas se centraron sobreel tabladillo, donde una mujer, vestida con un traje que brillaba

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    Los dos legionarios se levantaron y fueron derechos altumulto.

    Zunueta y otro sargento que apareci queran imponer su

    autoridad, aunque nada conseguan. Por fin los separaron.-Vamos a ver si somos caballeros -dijo el sargento.-A las tres de la maana ya no hay caballeros...Como relmpagos empezaron las bofetadas. La mujer vino a

    caer en brazos del cabo. La recogi junto con una sonora bofetada.Se dispona a devolverla cuando oy:

    -La vigilancia!Todos a una corrieron a separar a dos legionarios que,

    enzarzados, rodaban por el suelo tirando mesas, botellas y vasosentre gritos de mujeres y de la clientela que corra de un lado paraotro.

    Zunueta, sin saber cmo, se vio en una calle estrecha. Lo haba

    sacado Milkovitchs o Maak. El cabo protestaba:-Esa mujer, esa mujer-No preocuparte. Las mujeres siempre saber ganar. No le

    pasar nada. A ellos... veraneo en el Hacho, no? La vigilancia! Paraandar por aqui, como decir vosotros en el campo: saber manera...

    -Y es guapa, eh?-Oh si haber visto Marissa! Acabada la guerra vivir con ella,

    pero un da la dej... Desde entonces me persigue siempre, siempre...Todos los agentes secretos vienen tras de m.

    Se volvi a mirar por si alguien los segua. Se apoy enZunueta y continu confidencial:

    -Es su venganza. Porque me quiere an. Siempre, siempre...comprendes? Todos mis papeles estn en manos de los agentes.

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    Por ella traicion a los mos y a los suyos. Un da, silenciosamente,me matarn. T slo sabes mi vida, este secreto que... Mistere...

    Zunueta, con tantas emociones encontradas, tanto hablar

    aquel dichoso legionario, ya no se acordaba de lo que le habacontado, ni siquiera de los nombres... Eran tantos, y tan difciles y,luego, con aquel chapurreado!

    La noche oscura y silenciosa les ocultaba entre las sombras. Elcabo pregunt:

    -Oye t, y dnde vamos ahora?Se sonri el rumano o lo que fuera y como se llamase, y dijo:-A ver a las Hijas del Islam.Respir el cabo, porque aquello lo conoca l muy bien de

    cuando estuvo en Ceuta. Casi se orient en la noche. Al llegar a unarevuelta, entre luz y sombras, en las que la luna pareca jugar alescondite, entraron en una casa.

    Les recibi una vieja mora, Jadduya, rifea, los ojos ribeteadosde rojo, casi en carne viva. Les mir bien, les hizo sentar.

    De lejos vena una msica de guitarra. Milkovitchs o Maak, enfin, Tarok, se levant para ver quin andaba por all.

    -Oh, no: eso, no! -le dijo Jadduya detenindole.Tarok se sonri diciendo:-Oh, esto ser igual en todos los pases! Secreto profesional.

    Sin embargo, por ah puede llegar la muerte... y desde all... -y sealun ventano bajo con su celosa entreabierta que pareca cerner lasestrellas.

    Zunueta, impaciente, desapareci.Un silencio completo se apoder de la casa. La noche africana,

    con toda su sangre caliente que le vena del desierto, se haca

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    -Tan hombre! -dijo Tarok desde la cama, pues las andanzas dela noche anterior le haban abierto la herida.

    -Ya poda habernos dejado algo!-Mira que con tanto dinero y venir a cascar aqu desde La

    Habana. Si yo lo hubiera tenido... -deca el Charte.A Piqueras se le notaba preocupado y a todos tristes. Era la

    cama de aquel legionario millonario. Ya estaba vaca. Sus hierrospintados de blanco y su limpia colcha la hacan como un fantasmade ella misma. Otro vendra, doliente y herido, pero entonces lacama, qu contraste!, tendra vida para continuar su historial.

    -An no se sabe nada.-Nada... de qu?-De lo de Dato.-Ah! -exclam Zunueta.-Ha sido un gran golpe. Bueno de veras! Iba en su coche y enla Puerta de Alcal lo han claveteado. Mira la fotografa.Piqueras le ense el diario. Con desgana lo mir Zunueta.Creo que era un gran hombre.Como Tarok ya dorma, se separaron de la cama. Piqueras y

    el Charte, con el bastn y la muleta, siguieron a Zunueta. Se

    cruzaron con un enfermero, Paco, al que le dijo el Charte:-Maana a cobrar, eh? De esos no caen todos los das.El enfermero se sonri frotndose las manos.-Todos los pillos tienen suerte.Paco sigui a sus menesteres y los legionarios hasta la cama del

    cabo, sobre la que se sentaron.

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    -Bueno, y qu tal anoche?-Eso..., con lo del millonario no nos habis contado nada. El

    Tarok ese ha llegado hecho polvo.-Lo quisieron matar o robar, yo qu s...-No te lo creas. Yo le tomo el pelo... -deca el Charte.-Embustero ya lo es.-Algo extrao debi pasar. Grit: A m la Legin.

    -Pues para que grite... lo que sea, ya necesita. Porque si estrolero, valiente lo es un rato. Si grit... casi me creo que..., anda,cuenta.

    Zunueta cont lo ocurrido, y a dems segn deca el mismoRaissuni le haba mandado agentes, porque Tarok, en secreto, porfavor!, l era tan importante o ms para Europa que el problemaespaol de Marruecos.

    Mira, no hagas caso. Yo los primeros das me lo cre todo yahora le hago rabiar. As me vengo. Tomadura de pelo por corte alrape -deca el Charte-. Lo de anoche...

    -Te cont la historia de las minas?-No.-Cuando era millonario en la Costa Azul?-No.-Naviero de Londres?-Tampoco...-Ese va a tener ms repertorio que la Guerrero? (12) Entonces..

    qu te cont? -dijo Piqueras, al fin, sonriendo.

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    12 Frase tpica de aquellos tiempos. Mara Guerrero (1868-1928). Actrizespaola de fama mundial. Sus grandes xitos: La de San Quintn de Galds;La Dolores Feli y Codina; La Malquerida, Benavente; Mancha que limpia,Echegaray; En Flandes se ha puesto el sol, Marquina... Revaloriz el teatroclsico espaol. Actu en Pars con Coquelin y Sara Bernhardt. Fue primera

    actriz de los teatros de la Comedia, Espaol y de la Princesa de Madrid.Triunf en toda Amrica y contribuy a edificar el Teatro Cervantes deBuenos Aires.

    -Cuando era espa en los Dardanelos y le cambiaron la cara enRumania... Con unos nombrajos!

    -Luego dicen de los andaluces! Eso de anoche es nuevo, Queto!.

    -Pero intentaron quitarle la cartera y quin sabe?... Esa es lafetn.

    -Y de valiente es un jabato.Interrumpieron la charla. Llamaban a cenar. En el cielo

    aparecieron las primeras estrellas.Cuando acabada la cena volvieron a la sala, Tarok segua

    durmiendo.-Vas a salir, Zunueta? -pregunt el Charte.-No, estoy cansado.El Charte se meti en la cama y Piqueras y el cabo se

    sentaron a los pies de la misma.-Ahora mi familia, all en Yurre, estar a la lumbre de la cocina

    rezando. Quizs preparando el viaje... La vieja ya estar contenta!-Contenta de que ests en la Legin? -replic extraado

    Piqueras.-Contenta porque se creer que tengo negocios y gano dinero.

    Le mand la prima de enganche y se podr operar. Sus ojos sequedaban sin vista. Cataratas, sabis?

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    -Y por qu no le has dicho que estabas aqu, que ese dineroera de la prima?

    -Hubiese sido peor el remedio que la enfermedad. En la

    Legin!... Y vine por ella, por mi madre, por sus ojos. No tena dednde sacar el dinero y cuando le lo de la prima en el cartel, medije: Charte, majo, a la Legin. Y aqu estoy.

    Yo le he dicho que tengo negocios aqu, que gano muchodinero, que gaste todo lo que quiera, que... All, en la Bandera, meescriba Cavero... Como yo no tengo muchas letras!

    -Si quieres, yo te escribo -dijo Piqueras.-T sabrs?-Pues claro...Rpidamente, de una mesilla trajo papel y pluma, tintero y

    sobre. Se sent en una silla, dispuesto a escribir en la mesilla denoche, y dijo, como retndole:

    -Aada, dime.-Querida madre...El cabo les miraba arrobado. El Charte, tierno y sumiso, iba

    desgranando suavemente sus palabras como si fueran una oracin.-He tenido mucha suerte. Tengo ya un gran almacn de... eso

    es!, de vinos, mi nombre es una garanta para los bancos y...Piqueras, cataln o valenciano, hasta haba perdido su sonrisa

    de medio lado, pero graciosamente levant la cabeza para decirle:-Oye, t, que vas muy de prisa.Y como el Charte se parara un ratito, aadi:-Digo de prisa en el negocio, no en el dictado. Al paso que vas

    eres el rey delvino.

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    -Vaya, Piqueras, si alguna vez tengo que escribir una carta depostn, ya te buscar. Redactas muy bien.

    -Disparo mejor.Piqueras se haba levantado y se iba a su cama. Busc apoyo en

    Zunueta.-Hasta maana Charte.Pero el legionario no le oy. Apoyaba su cabeza en la

    almohada guardaba la carta. Era como un sueno despierto. Susvinos! Su automvil...!

    -A disparar, -le deca el cabo a Piqueras, al dejarlo junto a sucama- te gano. Soy tirador distinguido, selecto; el que ms premiosse ha llevado..

    -Yo me refiero a otra clase de tiro... Desde las esquinas, con lapistola. En ese solo me gana a m el que ha tumbado a Dato.

    * * *Cuando al medioda, despus de pasar revista el comandante,

    qued de guardia Paco el enfermero, el Charte, le dijo:- Bueno, ya convidars.El enfermero tuvo muy mal gesto. Le mir con desprecio.-No me vas a decir que sientes tanto su muerte...-Vivo deba estar que lo...-Que lo qu? -pregunt chuln Piqueras.-Hombre, que no hay derecho. Tanto hablar de sus millones a

    la hora de la verdad, a la hora de la muerte, y resulta que no tena niuna perra. Todo fantasa! En el banco no saban nada, y todos sehan redo.

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    Se sorprendieron. Tarok el que ms. Intrigados, se acercaron alenfermero.

    -Pero, qu dices?-Que nos ha engaado! Que no tena ni un centimillo chico!

    Fantasa moruna!-Legionario bueno, de la mejor ley.El Charte, volvindose a Tarok, le dijo:-Ya ves, este te ha ganado. Para que te empapes!-Gran hombre, ya lo dije! Magnfica herencia! Buen humor!En enfermero los miraba con gesto adusto y los legionarios se

    rean cada vez ms, hasta el punto que Paco, contagiado, tambin seech a rer.

    -Qu se le va a hacer! Seguir siendo enfermero.Esta quiz, iba a ser la verdad, la nica verdad entre todas laspalabras que se cruzaban en aquella sala. Tarok, aun a pesar de aquel

    A m la legin, era un caso: el Charte, un negociante de vinos;Piqueras, qu enigma tena que slo se le escapaban algunaspalabras y luego volva a un mutismo inquietante?

    Mas los das con su paso an trajeron algo ms realmentelegionario. Dej boquiabierta a Ceuta y casi a Espaa.

    Haba ingresado en el hospital un morenito de Jamaica queno deca ni palabra y, a su lado se movan una serie de personajes,cnsules y periodistas, los que segn decan, haban odo:

    -Ha reposado su alteza?-Le traigo recuerdos de su abuelita la emperatriz.-La Embajada francesa se siente agobiada por tanto honor.

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    La gente se interesaba, preguntaban vivamente por aqulpersonaje al que los legionarios llamaban familiarmente Micheln.Segn contaban, en una penosa marcha de castigo, iba de acemileropor haber perdido el cerrojo de su fusil. Rebelndose ntimamente

    con su nuevo destino se le escap esta queja:-Si la emperatriz viese a su nieto!Interrogado, vino a decir:-Por la muerte de mi padre, el prncipe de Kenya, soy el

    heredero directo del trono de Abisinia. Pero mi abuela, la emperatrizZadultu, ignora la muerte de mi padre y mi existencia.

    Esto era, en definitiva, lo que se saba. Pero ya toda Ceutadeca que en el Hospital Central estaba Menelik III, emperador deEtiopa. Que iba a venir un barco de Estados Unidos paracumplimentarle. Que el propio rey de Espaa le haba escrito...tutendole!

    Mas nada de cierto se poda saber, aunque los periodistas no

    abandonaban el tema. Micheln estaba en una habitacin aparte,solo, y esto s que se saba: estaba enfermo.Cuando un da ingresaron dos legionarios heridos de su

    Bandera, las cosas se pusieron ms en claro. El morenito, segndecan, era hijo del prncipe de Kenya, hijo a su vez de Su MajestadImperial el Negus Menelik II de Etiopa. Invitado el prncipe deKenya por lord Kitchener, ministro de Inglaterra, de Abisinia, vino aEuropa. De aqu pas a Amrica y, abandonando todo lo que tena

    de majestad y de abisinio, se convirti en sbdito americano,rompiendo las relaciones paternales para contraer matrimonio conuna linda muchacha de Nueva Orleans. La Imperial familia reinanteen Abisinia le abandon completamente, dejndole a su propiasuerte.

    Perdido en las grandes ciudades de Amrica del Norte, sindejar rastro en ellas, un buen da apareci en el Uruguay, en calidad

    de cnsul ingls. Un nio habido del matrimonio le dejaron paraeducarle en un colegio de Boston, y la madre, tambin otro da, dej

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    al esposo para fugarse con un blanco. Un terremoto causo la muertedel prncipe, del que ya nada ms se supo, y la viuda, que entoncesse cas en segundas nupcias, march a Filipinas con su nuevomarido.

    Sherwington Harlesson, sbdito norteamericano, negro matede pelo muy rizado, de gesto bobalicn y ojos muy expresivos, decaser aquel pequeo...

    -Et pourqui non? Por qu no ha de ser as? -exclamabaTarok indignado.

    -Esta tarde subimos a verle y que nos cuente...-Y cmo lleg a la Legin?-Segn dicen, le ha escrito a la emperatriz y ha contestado con

    una serie de preguntas para saber si realmente es su nieto.-Cualquier da vendr la Escuadra a rendirle honores, ya lo

    dicen los papeles...-Pero cmo vino aparar a la Legin?Uno de los legionarios recin llegado lo explic

    detenidamente. Iba ya camino de Abisinia, protegido por un pastorprotestante, pero en la travesa se enamorisc de una mujer concierto escndalo en el barco. El pastor, avergonzado, le dej corrersu propia aventura, y fracasado en sus amores, en La Corua vio uncartel de la Legin...

    -Y lo que pasa... -acab el legionario.-A todo hay quien gane, Tarok.-Ese es tan prncipe o emperador como yo rico -dijo el

    enfermero.-Pues parece que tiene en su poder un papel del director del

    colegio de Boston que confirma que lo es y un acta de su madre.Poco antes de morir revel el secreto.

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