La Lanza de Aquiles | Año 1, No. 2.

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¿Qué entendemos por un nuevo sistema político para Venezuela? Epílogo especial de Juan Carlos Sosa Azpúrua.

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La Lanza de Aquiles

Año 1, No. 2 Caracas, Venezuela

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El hombre creador es quien forja

su propio destino. Su entorno y su fuego

interior lo impulsan a pensar en un

mundo mejor; sólo crea lo nuevo, pues lo

viejo no hace parte de él. El hombre

creador es niño. No carga con los ídolos,

el pasado o los tormentos. Crea porque

es lo único que sabe hacer; cree tener la

voluntad de querer lo mejor para sí

mismo y los suyos. El hombre creador,

en suma, se asemeja a la oruga y la

mariposa.

La oruga es blanda y de muchos

colores. Su fisionomía es simple y

monótona, - se cree un insecto

terminado, pero por dentro, contiene la

posibilidad de otro existir. No lo sabe; es

presa de su propia apariencia, y envidia a

la mariposa por su regio aleteo. La

mariposa la observa, se maravilla por su

existencia, y tan sólo puede pensar en

que su anhelo -eso que ella también tuvo

alguna vez- se convertirá en realidad por

el propio devenir de la naturaleza. El

proceso de crear, de dar forma a un

elemento nuevo, es semejante al de la

mariposa. Nunca sabremos exactamente

qué estamos creando, hasta que

conozcamos lo que, en realidad, es.

Nadie puede pensar que nuestro

entorno es sólo una oruga si, dentro del

mismo, es un sistema profundamente

descompuesto. El proceso social que hoy

vivimos es un freno para crear. Muy

pocos se dedican propiamente a crear; al

parecer, lo que nos rodea es un cúmulo

de grupos que se transforman, desdoblan

y multiplican en una misma categoría.

Son plagio de los años, un recorta-y-

pega de lo que otros dijeron.

El hombre creador es un ser

político, permitiéndonos el reducto. Su

tarea supone inspirar, nunca regalar, y

sincerar cuando haya que develar; el

sistema que lo ampara debe permanecer

en ese proceso, infinitamente

manifestado en individuos que creen en

un único valor: la Libertad. ¿Hasta qué

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punto las transformaciones y los

fotostáticos de sistemas pasados pueden

permitirle al hombre creador superar la

decadencia? Esto, en efecto, de ninguna

forma ni manera es posible. Se requiere

un sistema político completamente

nuevo: que tenga nuevos valores, nuevos

personajes, nuevos referentes… y una

totalmente nueva y auténtica concepción

de la existencia, que le permita a ese

creador elevarse como un ser no-

dependiente; es decir, como un hombre

libre hasta del mismo sistema.

Todo sistema político se encuentra

ante la interesante conjugación de dos

visiones que lo justifican: la legitimidad

que le confieren los individuos para que

los proteja y la obligación de

coaccionarlos cuando sea necesario. Su

acción pende de un hilo: si no se legitima

con sus integrantes, no existe; y si se

permite coartar las libertades de los

individuos, alegando orden y estabilidad,

su único destino será la deposición de los

gobernantes, y el rompimiento de

cualquier yugo.

La tarea de implantar un nuevo

sistema político en Venezuela es

semejante al producto final del hombre

creador. Y visto que nace del fracaso

desintegrador y opresor del socialismo

venezolano y, posteriormente, de la toma

de las instituciones por parte de un

régimen foráneo, no es el tránsito hacia

un “mejor mundo”; no es el plagio de la

política de siempre, que promete

paraísos terrenales, realidades de

iguales; sino que más bien es un

producto terminante. Los agentes

políticos son otros; - son nuevos hombres

(en contraposición al “hombre nuevo”)

que se organizan en estructuras distintas,

con pensamientos y técnicas distintas. Es

así, pues, cuando se da la sustitución

definitiva de una casta política por otra.

La relación entre los políticos, una vez

tengan claros sus roles y funciones, debe

encontrar a la institución de frente. Ésta

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es su barrera, su marco de acción y

norma: no debe creer en más que la

fortificación de dicha institución, y el

mejoramiento de todos los elementos

relacionados con ella.

El proceso de decadencia no

comenzó hace unos pocos años, sino

más bien hace más de medio siglo. El

suceso que marca un impreciso inicio, a

finales de la década del „50, gesta una

simbología, unas formas y unos

personajes que, en el intento de

enarbolar una causa nacional, terminaron

sembrando las raíces del sistema que

hoy está desmoronando nuestra

nacionalidad y nuestro honor. El proceso

decadente fue dinámico; mutó en varios

estilos de gobierno y de sistemas

económicos; permaneció vivo durante el

auge y la crisis de la política petrolera;

respondía a una ideología imperante, y

su discurso igualitariamente populista a

penas se diferenciaba entre los emisores.

Para el hombre creador, este

sistema político es decadente por sus

aturdidos preceptos ideológicos y por

estar arraigado a una filosofía contra

natura, sosteniendo una contienda entre

“opciones” que no se diferencian. El

nuevo sistema político supone una

contienda política que versa sobre la

base de un mismo objetivo, no

constitucional, sino más bien nacional.

Tienen que nacer nuevas formas de

relación entre los distintos agentes del

sistema, estructuras de poder, leyes,

instituciones… pero además, deben

erigirse bajo un sistema educativo que

realce, por encima de cualquier nación, la

Nación venezolana, y por encima de

cualquier valor, el valor de la Libertad.

Libertad, porque no se podría

concebir otro valor sin que preceda éste;

no se podría profesar ninguna religión,

dedicarse a un oficio, estudiar una

carrera técnica o universitaria, formar una

familia, dirigir una empresa o trabajar

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como un funcionario público, si se

depende directamente de alguien distinto

al sí-mismo. Ésa es la esencia del crear

para ser libre; - nacer para conquistar,

liberar y construir, dejando de lado la

adicción por reproducir o copiar.

La Libertad de un pueblo, el

slogan populista de la política de

siempre, no es más que la libertad de

cada uno de los individuos que

conforman una sociedad. Siendo así,

hablar de individuo no es esoterismo; la

integridad, la dignidad que inspira lo que

somos y hacemos, no pueden ser

consideradas de esta forma. El sistema

nuevo, aquél que se alimenta de la libre

decisión de sus integrantes, no puede

concentrar y fungir de Leviatán de la

conciencia. Distinguir la desigualdad

natural no es evadir la dignidad común

de todos los que conforman a Venezuela.

Concentrar el poder ha sido la musa del

presidencialismo, de la camarilla

unicameral del poder legislativo e,

incluso, del control concentrado de la

“interpretación” constitucional.

Caracas no es el asiento de los

antojos y gustos de toda nuestra

sociedad; su rol de capital de la

República no puede ser más que el de

fungir de espacio donde se conjugan

todas las instituciones con proyección a

todos los rincones de Venezuela: ha sido

decadente olvidar las potencialidades de

cada una de nuestras regiones. Se

subestima la voluntad de los andinos, los

llaneros, los orientales, los occidentales,

los del sur… y de los individuos de los

pueblos más inhóspitos, de dar ejemplo

de desarrollo a sus localidades. Se

destruyó -a propósito- el regionalismo

que hace florecer cada pedazo de

nuestra tierra.

La viveza, esa cualidad que tanto

define hoy a Venezuela, deviene de

estos valores imperantes; no es

casualidad que la descomposición de

nuestro sistema político se fundamente

precisamente en aquélla. La Libertad es

víctima y enemiga de esta corriente de

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pensamiento; las ansias por igualar a

todos en todo anulan al individuo y

convierten la propuesta colectivista en la

forma más rentable de hablar sobre

política.

En Venezuela no se habla de la

forma de hacer política; la dependencia y

la esclavitud no son creadoras. Sólo es

lícito hablar de La Cuarta y La Quinta, el

antes y el después, el capitalismo y el

socialismo, los corruptos y los del pueblo;

en fin, los malos y los buenos. –Ante esta

aseveración, ellos replican, llevando la

discusión a su terreno: “¿y tú que

propones?”. Responder a esas opciones,

siempre tan reducidas y limitadas, es

meramente mutar y transformar la

decadencia, - el sistema político de

siempre.

Crear un nuevo sistema político,

dar forma a un Estado republicano con

vocación de independencia, no es una

propuesta para los oídos de quien anhela

heredar los vicios del pasado. Esta tarea,

por demás virtuosa y prometeica, es

agenda y proyecto para todos los que

quieren la Venezuela Futura.

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Epílogo

Juan Carlos Sosa Azpúrua

@jcsosazpurua

“Venezuela Futura” es un

concepto que comprende muchas ideas,

emociones, retos y esperanza.

Para hablar del futuro, es

necesario situarse en el presente y

evaluar qué cosa se está haciendo hoy,

día a día, hora a hora, segundo tras

segundo. Porque el futuro no existe más

allá de la proyección que se haga de los

anhelos, miedos, fantasías y planes;

estos últimos siendo la caja que contiene

esos anhelos, miedos y fantasías.

Así que poniendo de lado todo

romanticismo, el futuro no es otra cosa

que el recorrido del presente, el hoy con

ruedas y volante. Y este vehículo que es

el presente, nos sitúa en una Venezuela

que está mal, tan enferma que cualquier

médico dudaría sobre su capacidad para

curarla. Y si el futuro es el presente

proyectado, entonces lo que tenemos de

frente es un abismo.

El país se desangra, víctima de la

irresponsabilidad de sus hijos, de

aquellos vástagos más preparados que

subestimaron la fuerza que tiene la

desidia, abandonando los asuntos de

Estado a su suerte, dejando que los

menos capacitados tomaran las

decisiones más relevantes para el

destino nacional.

Para comprender el alcance de la

desidia, habría que visitar en el tiempo

lugares del pasado, momentos históricos

que marcaron con su sello el porvenir.

Muchos podrían ser los factores

determinísticos, tantos que es baladí

pretender un análisis de los mismos en

estas breves líneas.

Pero si tuviéramos que escoger

alguno, no dudaríamos en situarnos en la

noción de libertad, porque al final de

cualquier consideración que se haga de

la tragedia venezolana, siempre se

encontrará, como primera señal

indicativa de nuestra desgracia, el

desdeño hacia la Libertad; el desprecio

que los señores del pasado tuvieron con

el significado y alcance de un concepto

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que parece obvio, pero que termina

escurridizo en las manos de quienes

tuvieron la oportunidad de dirigir los

destinos de Venezuela.

No se puede comprender una

crisis tan profunda como la actual sin

señalar directamente a sus responsables,

porque al final la responsabilidad

individual es la clave para comprender la

libertad o su ausencia.

Y de responsables está sembrado

el camino que conduce al infierno del

presente, porque nada en la vida es

casual, todo hoy es víctima de su

pasado, y el futuro es su heredero, que

por más que reciba su herencia a

beneficio de inventario, el saldo de la

misma nunca se salva de las acciones de

sus benefactores.

Y en Venezuela la falta de

responsabilidad y de respeto a la

Libertad es lo que nos trajo el presente

que padecemos. Pero si somos

rigurosos con la causa de nuestros

males, también entendemos que no

siempre las cosas fueron así. En el

pasado hombres como Andrés Bello,

Francisco de Miranda, Simón Bolívar,

José María Vargas fueron producto de un

entorno social que favorecía el

surgimiento de líderes con estatura

mundial.

Porque Venezuela comenzó bien,

nos fuimos dando instituciones y

abrazamos las ideas más avanzadas de

nuestro tiempo. Lastimosamente

cortamos el cordón umbilical de la nación

de manera prematura, abortamos el

destino que lucía promisorio y le dimos

paso a la guerra, a un siglo XIX repleto

de sangre, violencia y desprecio.

El petróleo llegó como un regalo

de la providencia para compensar cien

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años de olvido, y gracias al petróleo

aceleramos el proceso de desarrollo que

en otras circunstancias tomaría el triple o

más tiempo conseguir.

Y funcionó al principio, porque la

esencia de la libertad no estaba

comprometida, pese a los hondos

precipicios que teníamos en la educación

y cultura de la sociedad.

Para los años cincuenta del siglo

XX, Venezuela se convertía en la primera

potencia económica de Latinoamérica, la

tercera del continente americano y la

sexta del mundo entero. La moneda

nacional era más valiosa que el dólar

estadounidense, y los consulados

venezolanos en Europa no se daban

abasto, recibiendo solicitudes de familias

enteras deseosas de venirse para

construir su futuro. Venezuela era

símbolo de esperanza, de porvenir.

Aquí se constituían empresas,

exportaban ideas, brotaban museos.

Nuestros artistas creaban tendencias y

se volvían referencias mundiales. Todo

parecía caminar bien, no cabe dudas que

las ausencias todavía pesaban, pero el

recorrido estaba direccionado hacia la

evolución prometedora de una sociedad

que se ponía los pantalones largos con

fuerza y optimismo.

Y aquí caben ciertas

consideraciones sobre el alcance de la

libertad y su peso en el moldeo del

destino. El ciclo de los países puede

asemejarse al ciclo de la vida humana.

La Libertad es un don que se conquista

paso a paso, con las experiencias vitales,

haciendo uso de las mejores facultades

para discriminar su alcance, porque toda

libertad tiene un precio y para pagarlo es

necesario comprender que la misma

debe calibrarse como un reloj suizo,

entendiendo sus matices, comprendiendo

el sentido de sus restricciones y la

bondad implícita de sus límites.

Un país diezmado por las guerras

civiles, enfermedades endémicas,

analfabetismo, pobreza y abandono no

podía darse su Libertad tan libremente

(valga la redundancia). Ciertos frenos

eran necesarios para hacer posible la

evolución armónica de sus etapas de

crecimiento, lo mismo que los niños que

deben ser educados por sus padres;

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hogares donde las reglas las fijan los

adultos y no los hijos…igual sucede con

las naciones y un país como Venezuela

necesitaba de un liderazgo firme y

decidido, capaz de tomar las decisiones

más duras y asumir sus riesgos

derivados.

Porque la democracia no puede

ser un activo que se regala. Todo país

requiere de cierta madurez antes de

poder cederle el criterio que define su

destino a toda la población, indiferente de

sus niveles educativos y éticos.

Y la irresponsabilidad de los más

preparados reside precisamente en no

comprender esta premisa y acelerar el

curso de los procesos de forma

antinatural y forzada, movidos por

ideologías contrarias a la naturaleza

humana, copiando modelos fallidos,

incorporando realidades ajenas, llevando

al país a los puertos equivocados, para

surcar las aguas del fracaso asegurado.

Movidos por un entendimiento

errado de las leyes naturales de la

economía, y con el populismo como

instrumento para captar voluntades, los

líderes truncaron el porvenir,

arrastrándolo al Tercer Mundo, a través

del diseño de un Estado todopoderoso

que se hizo el amo y señor de la

sociedad, invirtiendo el peso que tienen

los factores que hacen parte en las

naciones. Se agigantó el rol de la

burocracia y achicó al individuo, hasta

volverlo enano. Así se atrapó al país, que

venía bien encaminado, en una red

infinita de clientelismo, tejida con

artificios volátiles, sustentados en la

fantasía de un dólar petrolero inflado de

mucho aire y poco trabajo.

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Y ese Estado pulpo transmutó en

Minotauro, un monstruo encerrado en su

laberinto maldito. Este animal es voraz,

se engorda día a día engulléndose los

sueños de hombres y mujeres,

tragándose las libertades que se

condenan, porque el precio que exige

este Estado todopoderoso es la cesión

de la responsabilidad individual,

volviendo a Venezuela el país sin

dolientes, la nación integrada por seres

que no son responsables de sus vidas,

que esperan que otro les resuelva, que

sea el Estado y no el individuo el hacedor

de destinos, el creador del futuro.

Son ya demasiados años

atrapados en el laberinto del Minotauro.

Tanta irresponsabilidad cobró un precio

fatal y paradójico: regalando la Libertad,

sin antes aprender a conquistarla, se

llegó al destino presente, un hoy de

esclavitud que parece el final de un

camino infernal, pero que quizás es

apenas su comienzo.

Y es este presente una realidad

cíclica que obliga a repasar el pasado,

para rescatar sus lecciones donde las

haya. Aprender de los errores es el credo

obligado de la sabiduría, y sin ésta jamás

se escapará del laberinto del Minotauro.

“Venezuela futura” es un concepto

ambicioso porque parte de la base que

mañana habrá un país rescatable del

abismo al que condujo su presente.

¿Será posible?

La respuesta es una

incertidumbre, como lo debe ser todo

escenario que se plantea como un reto a

conquistar, como algo que no se tiene

pero se desea conseguir.

Y sin caer en romanticismos

engañosos, cursis proclamas o bobas

ilusiones, hoy podemos afirmar que

existe un rayo de luz escabulléndose por

las ranuras de la oscuridad.

Son jóvenes los que iluminan.

Decidieron tomar la lanza de Aquiles y

llevarla con dignidad, conscientes del

peso que tiene el conocimiento esculpido

con trabajo intelectual serio. Es la

responsabilidad que carga todo aquel

que toma por los cachos su presente y se

forma espiritualmente con rigurosidad,

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sin excusas, asumiendo la soledad fatal

que acompaña a todo individuo y que es

vital para entender cicatrices y móviles,

escuchando la voz de la conciencia.

Estos jóvenes que empuñan la

lanza de Aquiles son genuinos héroes, y

eso es bueno. Un presente como este,

que desangra a Venezuela, exige la

presencia de Teseos: individuos con el

valor de penetrar el laberinto maldito para

ponerle fin al voraz Minotauro, ese que

hoy se traga el destino de los

venezolanos.

Para tener la fuerza requerida,

estos héroes se preparan, estudian,

debaten, se hacen preguntas, infinidad

de preguntas que traen consigo las

enseñanzas del pasado, permitiéndoles

entender la razón de ser de las cosas

que nos pasan, de los demonios que

asechan las noches y días de Venezuela.

Y este ánimo de entender, de

formarse rigurosamente, no dejando

cabos sueltos, comprendiendo las

filosofías que tallaron la conciencia

universal, con los pies en la tierra y la

cabeza en las grandes ideas, hace que

los héroes se forjen con responsabilidad,

jamás permitiendo que sean otros los

que definan sus vidas. Estos jóvenes

saben muy bien que solamente la

responsabilidad individual es merecedora

de libertad, y es la libertad bien

concebida la única que puede salvar a

Venezuela.

Entonces, volvemos a preguntar:

¿Venezuela futura?

Y respondemos con la mirada

puesta en estos jóvenes que son la

esperanza…y así concluimos que el

presente tiene escultores virtuosos…y

esto es una buena señal…

…es la lanza de Aquiles que viaja

directo hacia el corazón del Minotauro,

para provocar la muerte que es requisito

necesario para que surja la vida… y para

que Venezuela tenga futuro.