La Isla de Las Estrellas

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Victor M. Tamaris S. Taller de Narrativas del barrio – Biblioteca Vasconcelos - 2014 L A I S L A D E L A S E S T R E L L A S Mis amados nietos: Esta vez, permítanme contarles acerca de la Isla de las Estrellas. Por favor, lean ustedes con atención, las siguientes líneas… Hace muchos, pero muchos años… en cierto pueblo isleño del Océano Atlántico, frente a las costas de la Guyana Francesa, la vida transcurría con una naturalidad increíble para sus bronceados pobladores; bajo un severo clima ecuatorial, que les impedía la realización de labores más allá del medio día, so pena de sufrir los acerados y ardientes rayos solferinos. ¡Claro! Como ustedes ya habrán deducido, el clima tenía sin cuidado a los niños de la Isla, que jugaban a todas horas bajo el amparo de la frondosa vegetación. Bueno, eso de jugar todo el tiempo es un decir, porque aunque pequeños, debían ayudar a sus padres en algunas tareas familiares; e invertir otro tanto de tiempo, en recibir una educación rudimentaria, basada en principios ancestrales, y aplicada a normar su existencia. LOS ANGELITOS Y LOS HECHICEROS En ese entonces, era casi imposible la muerte de un infante en la Isla. Los hechiceros del pueblo eran capaces de evitarlo en la mayoría de los casos, mediante el empleo de hierbas y pócimas cuyas formulas habían aprendido de sus padres y abuelos, por generaciones. Debido a ello, gozaban de un gran prestigio. Por eso, sus consejos y vaticinios, eran bien recibidos por la población. Ya fuera acerca del pronóstico de la sequía prolongada, o el adelanto de las lluvias; que lo mismo, si aventuraban una tragedia o avizoraban tiempos propicios para la pesca en una dirección u otra, donde se sabía, se localizaban los bancos de peces. Porque este pueblo isleño, no habría sobrevivido mucho tiempo, de haber limitado su dieta a la escasa variedad de comestibles que recolectaban en la Montaña, que emergía en el centro de la Isla, y que consistía, de bananos y patatas, principalmente. Además, no les parece el colmo, que siendo un pueblo isleño, no aprovechara la riqueza alimenticia del mar. ¡Verdad que si, pequeños! Incluidos los niños, que daba la impresión de que ya nacían con un instinto natural para meterse al agua. Habría que verlos, desplazándose felices sobre el oleaje, como unos expertos nadadores. Eso sí, cabe decir, que sus técnicas de natación, por alguna extraña coincidencia, se asemejaba a las que conocen los niños del resto del mundo. Lo único que no me atrevería a plantear, es la posibilidad de superarlos en una

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Victor M. Tamaris S. Taller de Narrativas del barrio – Biblioteca Vasconcelos - 2014

L A I S L A D E L A S E S T R E L L A S

Mis amados nietos: Esta vez, permítanme contarles acerca de la Isla de las Estrellas. Por favor, lean ustedes con atención, las siguientes líneas…

Hace muchos, pero muchos años… en cierto pueblo isleño del Océano Atlántico, frente a las costas de la Guyana Francesa, la vida transcurría con una naturalidad increíble para sus bronceados pobladores; bajo un severo clima ecuatorial, que les impedía la realización de labores más allá del medio día, so pena de sufrir los acerados y ardientes rayos solferinos.

¡Claro! Como ustedes ya habrán deducido, el clima tenía sin cuidado a los niños de la Isla, que jugaban a todas horas bajo el amparo de la frondosa vegetación. Bueno, eso de jugar todo el tiempo es un decir, porque aunque pequeños, debían ayudar a sus padres en algunas tareas familiares; e invertir otro tanto de tiempo, en recibir una educación rudimentaria, basada en principios ancestrales, y aplicada a normar su existencia.

LOS ANGELITOS Y LOS HECHICEROS

En ese entonces, era casi imposible la muerte de un infante en la Isla. Los hechiceros del pueblo eran capaces de evitarlo en la mayoría de los casos, mediante el empleo de hierbas y pócimas cuyas formulas habían aprendido de sus padres y abuelos, por generaciones. Debido a ello, gozaban de un gran prestigio. Por eso, sus consejos y vaticinios, eran bien recibidos por la población. Ya fuera acerca del pronóstico de la sequía prolongada, o el adelanto de las lluvias; que lo mismo, si aventuraban una tragedia o avizoraban tiempos propicios para la pesca en una dirección u otra, donde se sabía, se localizaban los bancos de peces.

Porque este pueblo isleño, no habría sobrevivido mucho tiempo, de haber limitado su dieta a la escasa variedad de comestibles que recolectaban en la Montaña, que emergía en el centro de la Isla, y que consistía, de bananos y patatas, principalmente. Además, no les parece el colmo, que siendo un pueblo isleño, no aprovechara la riqueza alimenticia del mar. ¡Verdad que si, pequeños!

Incluidos los niños, que daba la impresión de que ya nacían con un instinto natural para meterse al agua. Habría que verlos, desplazándose felices sobre el oleaje, como unos expertos nadadores. Eso sí, cabe decir, que sus técnicas de natación, por alguna extraña coincidencia, se asemejaba a las que conocen los niños del resto del mundo. Lo único que no me atrevería a plantear, es la posibilidad de superarlos en una competencia deportiva; ya que eran duchos, lo mismo en aguas apacibles en las cercanías de la playa, que en mar abierto. Bueno, quizá exagero un poco mis pequeños lectores, porque esas aguas son temidas hasta la actualidad, por estar infestadas de fieros tiburones.

EL HECHICERO BARBADO

Mejor volvamos a los hechiceros. Dicen, que sin embargo, cuando sus amplios conocimientos no resultaban suficientes para erradicar y detener la enfermedad en un niño, deshonrados y abatidos, se alejaban a la cima de la montaña, en medio de la Isla, a una especie de exilio voluntario.

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Hay quien dice, que solo imitan a su Maestro, el único hombre barbado de la Isla

quién llegara un día venido del mar y acompañado de un reducido grupo de hombres y mujeres. Y quien, les enseñara nuevas formas de enfrentar las enfermedades; entre otras tantas y variadas cosas. Como mirar el cielo y descubrir la vida oculta en el firmamento; como sembrar algunas especies desconocidas de granos, semillas y plantas, unas alimenticias y otras medicinales o de simple ornato. As í como, novedosas formas de convivencia y trabajo comunitario.

Y algo, muy importante: la belleza de las palabras. Porque antes, según recuerdan los más viejos, sus padres decían que los abuelos de sus abuelos, se comunicaban con muecas y sonidos guturales simples. Fue entonces que empezaron a nombrar y diferenciar las cosas, los objetos y a ellos mismos, con nombres propios y con cierto acento musical; en lugar de los sonidos limitados de sus antecesores. Se encontraron con los matices de la voz humana para denotar calor, hambre, afecto… y amor, en sus diferentes manifestaciones.

Casi lo olvido, pero quizá por ser un pueblo isleño y apartado del mundo, aunque heredaron la palabra de su Maestro o Hechicero barbado, se distinguen por ser en lo general, muy parcos para hablar. Hasta los niños más bulliciosos, a la hora de jugar, emplean el lenguaje corporal en gran medida y muy poco el verbal; si acaso, realizan exclamaciones con reminiscencias al lenguaje de sus antepasados, burdas interjecciones: ¡Heeee! ¡Ooooh! ¡Iiii!

Pero, como ocurre a lo largo de la historia de los pueblos, el Hechicero barbado, tal como llegó, un día, misteriosamente se marchó de la Isla, sin despedirse de nadie, con su séquito de acompañantes, en una rústica aunque fuerte barcaza. Y jamás sabrían más de él.

Desde entonces, cuando un hechicero partía a la Montaña, lo hacía en silencio. Este, era reemplazado por un hechicero más joven, cuya responsabilidad le venía como balde de agua helada. ¿Saben ustedes porqué? Porque muchos apenas alcanzaban la categoría de aprendices y su temor era creciente ante lo desconocido y la responsabilidad asumida. Porque la salud de la gente no era un juego, sino algo muy serio y apreciado, por cualquier hombre que se inclinase por convertirse en un digno hechicero isleño.

Pero, la verdad, es que los isleños y sus patriarcas hechiceros, poco se daban a la reflexión. Es decir, no se detenían a pensar que aquellos lamentables sucesos que concluían con la perdida de la vida infantil, tuviese una connotación científica diferente a los casos tradicionales. Y ello, les motivara a su minucioso estudio, para evitarlo en lo futuro. En la simplicidad de su forma de ver la vida, creían que era un designio del cielo y debían respetarlo.

LA PIRA FUNERARIA

Cuando estos lamentables sucesos llegaban a ocurrir, tras la muerte de un niño o niña, el pueblo en su totalidad, interrumpía sus actividades. Los infantes salían en grupos a recoger flores silvestres para ofrecer a la familia del angelito. Los hombres, rudos pescadores, hacían entrega de una cantidad de peces, para que los deudos y sus familiares más cercanos, atendieran a sus semejantes que les acompañarían durante los actos funerarios. Las mujeres, por su parte, se dedicaban a recolectar leña seca en los bosquecillos de las faldas de la Montaña, para procurar mantener encendido el fuego, en el que ardería la noche entera, el cuerpo material del pequeño. Creían que,

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mientras tanto, su alma iniciaba el largo viaje al infinito hasta encontrar su sitio en el firmamento e iluminar la bóveda celeste junto con el resto de las estrellas.

¿Saben? Apenas aparecía la luna en el cielo, el angelito era conducido desde su choza hasta la playa de la Isla, por su padre -a quien apoyan otros isleños-, por sinuosas veredas rodeadas de espesa vegetación, cuya roce les resultaba habitual, sin daño alguno para sus curtidos y bronceados cuerpos.

Detrás del angelito, la dolida e inconsolable madre y sus hijos. Enseguida, en ordenada fila india, marchaba el pueblo fraterno, entonando milenarias y tristes plegarías. Como un lamento ancestral de piedad para el pequeño; como quien pide con humildad, que por su inocencia, su difuntito sea bien acogido en el cielo.

Luego, una vez en la playa, las familias forman un gran círculo alrededor de la torre construida para el efecto, en cuya parte superior, sobre una sólida base de troncos, se deposita el cuerpo del angelito envuelto en finas hojas de plátano recién cortadas; dejando visible solo su rostro, en el que se advierte una expresión apacible, cual si ya fuera ajeno a los males terrestres; y sus dolencias y enfermedades, le hubiesen abandonado, en un acto de justicia celestial.

LA INCONSOLABLE MADRE.

Ello, regularmente, no sirve de consuelo a la madre del pequeño, que no se resigna tan fácilmente a su pérdida, por más que le conminen a dejar de llorar para que se libere de inmediato el alma de su hijo y pueda emprender el viaje al infinito. Las ancianas de la Isla, dada su edad y sabiduría, tratan de consolarla y le repiten una y otra vez que se alegre, porque aquel inocente ser, al que un d ía trajera a esta vida, muy pronto se convertiría en una estrella más en el firmamento.

Pero, el sentimiento maternal no entiende de razones en ese momento y se vuelca en llanto y lamentos nomás de ver cómo han prendido fuego al cuerpo de su amado hijo. Y escuchar, el macabro crepitar de leños y restos humanos, en la oscuridad de la noche. Este, no es ningún misterio pequeños, el amor maternal, siempre será inconsolable cuando de perder un hijo se trate. Y solo una voz, muy dentro de s í misma, le indicará a la madre, cuando haya llegado el momento de aceptar el dolor de la pérdida; más no la resignación total.

FELIZ INVOCACIÓN.

Unos momentos después, la dolida madre, parece no advertir el giro que ha dado el canto de los demás isleños antes lastimero, por uno de corte más dulce y tierno, entonado por hombres, mujeres y niños ahí presentes. Se trata de un canto suave y esperanzador, cuya letra invoca la bondad del Universo para aceptar en su regazo un nuevo integrante en sus múltiples constelaciones. Al mismo tiempo, se agradece la bienvenida que el Padre Sol le dé al pequeño, dotándolo de los atributos necesarios para reflejar eternamente, en las noches siderales, su luz patriarcal generadora de vida.

El canto, agrega, que se trata de un joven embajador del pueblo pescador, que habrá de interceder por ellos ante la divinidad cósmica; y que luego, habrá de velar por ellos, desde su posición estelar; como ha sucedido durante todos los soles, siempre que fallece un niño o una niña isleña. De ahí que el nuevo cántico, no tiene el sonido del dolor por la pérdida de un ser querido; sino el de una alegr ía colectiva por la partida y transformación del ser terrestre en una bienaventurada estrella.

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A LOS CUATRO VIENTOS

A la mañana siguiente, mis amados nietos, el padre trepa al templete y recoge las cenizas de su hijo. Las guarda en un costal de piel confeccionado por la madre del pequeño. Con éste a la espalda, baja con cuidado y lo entrega a la madre que no ha cesado de llorar. Luego, ambos se dirigen a la orilla de la playa y suben a una barca, adornada con flores silvestres. El padre rema hasta una Isleta situada frente a su Isla, inhabitada por mortal alguno y dedicada a los dioses.

Aprovechando la calma matutina y un suave viento, ambos padres se dan a la tarea de depositar en el mar, las cenizas de su vástago. La madre lo hace hacia el Este y el Oeste; en cambio, el padre hace lo propio, hacia el Norte y el Sur.

PERLAS ÚNICAS

Según el viejo marino vagabundo que me contó esta parte de la historia, los pobladores de la Isla tenían la creencia de que con ello, se favorecía el fenómeno de perlización en las ostras, abundantes en el fondo marino entre una y otra Isla. Decía que el fino polvo de las cenizas, se alojaba en las ostras y ello, propiciaba el maravilloso fenómeno de la producción de perlas, que variaban de tamaño y hermosura.

Aunque, también se quejó amargamente, de que nunca se paga el precio justo a los isleños por estas joyas naturales, que alguna relación tenían con sus hijos y sus cenizas. Decía, sin dejar de fumar, que seguramente algo había de mágico o divino en su producción, puesto que por su belleza y tamaño, eran únicas en el mundo.

HACIA LA INMORTALIDAD CÓSMICA.

Además, pequeños, el anciano marinero me ha contado que en ninguna otra parte del mundo se pueden observar el cúmulo de estrellas que se pueden apreciar a simple vista aquí en la Isla. Me dijo, en tono ultra confidencial, que para verlas se necesita estar, algo así como dicen ustedes ahora:”enchufados”. Me explicó que, mientras padres y hermanos mantengan vivo el recuerdo de su angelito en sus corazones y sus mentes, la estrella permanecerá en el firmamento, visible para todo el mundo.

Pero, si por alguna razón, le olvidan… Entonces, se pierde el encanto y aunque continua brillando en el firmamento, los simples mortales ya no pueden verla. O sea, que es necesario, que se honre la memoria del angelito, para que no disminuya el número de hermosas estrellas que pueblan las noches de la Isla. Quizá ello, explique la costumbre isleña de reunirse en familia, por las noches. Y sentados en los patios de sus chozas, dedicar unos minutos a mirar el cielo; corroborando que ahí sigue la estrella de su ser querido.

ESTRELLAS CON NOMBRES DE NIÑOS.

Aunque el lenguaje de los isleños y su rito de invocación de piedad, es sencillo y emotivo, no deja de tener un significado grandioso para este pueblo de costumbres y tradiciones ancestrales, que han guiado su camino por la vida, honrando a la Madre Naturaleza y a sus divinidades Cósmicas. Quizá por ello, durante las noches en la Isla, si

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uno se fija con detenimiento, es muy fácil advertir la gran pléyade de estrellas que el resto del mundo aún no ha descubierto, pese a sus modernos y poderosos telescopios.

El Hechicero barbado les dijo que aquellas agrupaciones de estrellas que nosotros conocemos como Osa mayor, etc., no son sino rondas celestes que los Niños-Estrella, forman para seguir jugando en el espacio. Quizá ello nos explique los porqués de la fe de este pueblo, en los Dioses celestes y en el pedazo de tierra que habitan, desde tiempos inmemoriales.

¿Saben pequeños? Además, es curioso, pero aquí, es el único lugar donde las estrellas no tienen nombres griegos o latinos, ni científicos; por el contrario, los isleños sencillamente, han bautizado a las estrellas con los nombres de sus hijos, o sea, de aquellos niños que partieron de esta vida, con la inocencia de la infancia a cuestas. Ello, me pareció maravilloso. Y, sobretodo, agradecí al Padre Sol, a la Madre Tierra, esa práctica. Lamentaría escuchar nombres en idiomas extraños venidos de ultramar o ridículos nombres de mercaderías occidentales. ¿No lo creen mis amados nietos?

COLOFÓN

No crean, pequeños míos, que esta historia es producto de alguna enfermedad contraída durante mi estancia ahí, en medio de la espesura de la Isla, o al ataque feroz de los mosquitos. Tampoco la he inventado, no señor. Tan solo se las he contado como a mí me fue confiada.

Además, deben saber que ustedes son los primeros niños, fuera de aquella Isla,

en conocer esta historia. Y que su abuelo, aguardo celosamente el momento más propicio para dárselas a conocer; es decir, justo ahora en que he decidido volver a ese mágico lugar: “La Isla de las Estrellas”. Pues, como dice la canción:

-“Uno vuelve siempre, a los viejos sitios… donde amó la vida…”.

Atentamente: Su abuelo, Pata de Perro.

PD. Casi me olvido.Debo advertirles que es inútil que traten de localizar la Isla de las Estrellas, con

sus modernos navegadores; porque, pese a sus sofisticados aparatos, les resultará imposible localizarla.

En cambio, esta noche, cuando estéis acostados… cerrad los ojos e imaginaos cuanto os he contado… entonces verán como aparece con claridad, la majestuosa Isla, en un punto al sur del océano Atlántico. Sí ahí está, pequeños, esperándolos… cómo ocurrió conmigo.

No se preocupen, la curiosidad y el afán de ir en pos de la aventura, han sido baluartes familiares. Además, su valiente corazón, se encargará de mostrarles la senda por donde echar a andar y descubrir nuevos mundos.

¡Ah! Eso sí, no le dejen la enorme tarea de registrar sus fabulosas andanzas en la Isla, a su noble memoria… Mejor, queridos nietos, provéanse de plumas y papel suficiente. Porque esas experiencias que habrán de vivir, no se repetirán jamás.

Otoño de 2014