La Invención de La Tierra de Israel - Sand, Shlomo

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Akal Cuestiones de antagonismo

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    Shlomo Sand

    Akal Cuestiones de antagonismo

    Qu es una patria?, cmo y cundo se transfigura en un territorio nacional? Por qu multitudes enteras han estado dispuestas a inmolarse por tales lugares a lo largo del siglo xx? Cul es la esen-cia de la Tierra Prometida? Tras el escndalo desatado por su obra anterior, La invencin del pueblo judo, el historiador israel Shlomo Sand examina ahora esa enigmtica tierra sagrada que se ha convertido en el solar donde acontece la lucha nacional ms longeva de la modernidad. La inven-cin de la tierra de Israel desmonta las antiguas leyendas que envuelven Tierra Santa y los prejuicios que continan asfixindola. Sand disecciona el concepto de derecho histrico e indaga en la concepcin moderna de la Tierra de Israel formulada por cierto protestantismo evanglico del siglo xix y por el sionismo. Esta inven-cin que, a su juicio, hizo posible la colonizacin de Oriente Prxi-mo y la creacin del Estado de Israel, constituye ahora una seria amenaza a su propia existencia como hogar nacional judo.

    Shlomo Sand estudi Historia en la Universidad de Tel Aviv y en la cole des Hau-tes tudes en Sciences Sociales (EHESS, Pars). Actualmente es profesor de His-toria Contempornea en la Universidad de Tel Aviv. Entre sus libros destacan Le xxe sicle lcran (2004), Les Mots et la terre: les intellectuels en Isral (2006), La invencin del pueblo judo (Akal, 2011), as como la edicin y presentacin de una antologa de textos de Ernest Renan titulada On the Nation and the Jewish People.

    ISBN 978-84-460-3855-9

    9 7 8 8 4 4 6 0 3 8 5 5 9

    www.akal.comEste libro ha sido impreso en papel ecolgico, cuya materia prima proviene de una gestin forestal sostenible.

    Piel negra, mscaras blancasFrantz Fanon

    La economa de la turbulencia globalRobert Brenner

    Pars, capital de la modernidadDavid Harvey

    La soledad de MaquiaveloLouis Althusser

    Descartes poltico, o de la razonable ideologaAntonio Negri

    Adam Smith en PeknGiovanni Arrighi

    Breve historia del neoliberalismoDavid Harvey

    Palestina / IsraelVirginia Tilley

    Privatizar la culturaChin-tao Wu

    De la esclavitud al trabajo asalariadoYann Moulier-Boutang

    Espacios del capital. Hacia una geografa crticaDavid Harvey

    El asalto a la nevera. Reflexiones sobre la cultura del siglo xxPeter Wollen

    Crisis de la clase media y posfordismoSergio Bologna

    Nazismo y revisionismo histricoPier Paolo Poggio

    Fbricas del sujeto / ontologa de la subversinAntonio Negri

    Discurso sobre el colonialismoAim Csaire

    Akal Cuestiones de antagonismo

    Otros ttulos publicados

    De qu hablamos cuando hablamos de marxismoJuan Carlos Rodrguez

    Viviendo en el final de los tiemposSlavoj iek

    El enigma del capital y las crisis del capitalismoDavid Harvey

    El Nuevo Viejo MundoPerry Anderson

    El acoso de las fantasasSlavoj iek

    La invencin del pueblo judoShlomo Sand

    Commonwealth. El proyecto de una revolucin del comnMichael Hardt y Antonio Negri

    Mercaderes y revolucinRobert Brenner

    En defensa de causas perdidasSlavoj iek

    Lenin reactivadoSlavoj iek, Sebastian Budgen y Stathis Kouvelakis (eds.)

    El futuro del sistema de pensionesRobin Blackburn

    Crtica de la razn poscolonialGayatri Chakravorty Spivak

    Dinero, perlas y flores en la reproduccin feministaMariarosa Dalla Costa

    Ese sexo que no es unoLuce Irigaray

    Arqueologas del futuroFredric Jameson

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  • Diseo de interior y cubierta: RAG

    Traduccin deJos Mara Amoroto Salido

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270

    del Cdigo Penal, podrn ser castigados con penas de multa y privacin de libertad quienes sin la preceptiva autorizacin

    reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen pblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artstica o cientfica,

    fijada en cualquier tipo de soporte.

    Ttulo original: The Invention of the Land of Israel

    Shlomo Sand, 2012

    Ediciones Akal, S. A., 2013para lengua espaola

    Sector Foresta, 128760 Tres CantosMadrid - Espaa

    Tel.: 918 061 996Fax: 918 044 028

    www.akal.com

    ISBN: 978-84-460-3855-9Depsito legal: M-21.752-2013

    Impreso en Espaa

  • La invencin de la Tierra de Israel

    De Tierra Santa a madre patria

    Shlomo Sand

  • En memoria de los habitantes de al-Sheikh Muwannis, que hace mucho tiempo fueron arrancados del lugar

    donde ahora yo vivo y trabajo.

  • 7Introduccin: asesinato banal y toponimia

    El sionismo y su progenie, el Estado de Israel, alcanzaron el Muro occi-dental mediante la conquista militar, en realizacin del mesianismo nacional. Nunca ms sern capaces de renunciar al Muro o de abandonar las partes ocupadas de la Tierra de Israel sin negar su concepcin historiogrfica del ju-dasmo [] El mesas secular no puede retirarse: solo puede morir.

    Baruch Kurzweil, 1970

    Es totalmente ilegtimo identificar los vnculos judos con la ancestral Tie-rra de Israel [] con el deseo por reunir a todos los judos en un moderno Estado territorial situado en la antigua Tierra Santa.

    Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780, 1990

    Los fragmentados recuerdos aparentemente annimos que subyacen en este li-bro son vestigios de mis das de juventud y de la primera guerra israel en la que tom parte. En beneficio de la transparencia y de la integridad, creo que es importante compartirlos desde el principio con los lectores para mostrar abiertamente los fun-damentos emocionales de mi aproximacin intelectual a las mitologas de la tierra nacional, de los antiguos y ancestrales cementerios y de las grandes piedras talladas.

    Recuerdos de una tierra ancestral

    El 5 de junio de 1967 cruc la frontera entre Israel y Jordania en Jabel al-Radar, en las colinas de Jerusaln. Era un joven soldado que, como muchos otros israeles, haba sido reclutado para defender a mi pas. Despus de que hubiera anochecido

  • 8atravesamos silenciosa y cautelosamente los restos de la alambrada de espino. Los que haban pisado all antes que nosotros haban tropezado con minas terrestres y las explosiones haban desgarrado la carne de sus cuerpos, arrojndola en todas las direcciones. Temblaba de miedo, con los dientes rechinando violentamente y la camiseta empapada de sudor pegada al cuerpo. Sin embargo, en mi aterrorizada imaginacin, mientras mis piernas se movan automticamente como partes de un robot, nunca me par a pensar que aquella iba a ser mi primera salida al extranje-ro. Tena dos aos cuando llegu a Israel y a pesar de mis sueos de salir al extran-jero y viajar por el mundo nunca tuve suficiente dinero para hacerlo; crec en un barrio pobre de Jaffa y desde joven tuve que trabajar.

    No tard mucho en darme cuenta de que mi primer viaje fuera del pas no iba a ser una aventura agradable: fui enviado directamente a Jerusaln para incorpo-rarme a la batalla por la ciudad. Mi frustracin creci cuando me di cuenta de que otros no consideraban que hubiramos entrado en territorio extranjero. Muchos de los soldados que me rodeaban consideraban que simplemente esta-ban cruzando la frontera del Estado de Israel (Medinat Israel) y entrando en la Tierra de Israel (Eretz Israel). Despus de todo, nuestro antepasado Abraham haba vagado entre Hebrn y Beln, no entre Tel Aviv y Netanya, y el rey David haba conquistado y ensalzado a la ciudad de Jerusaln situada al este de la lnea verde del armisticio, no a la prspera ciudad moderna situada al oeste. Ex-tranjero?, preguntaban los combatientes que avanzaban conmigo durante la cruenta batalla en torno al barrio de Abu Tor en Jerusaln. De qu ests ha-blando? Esta es la verdadera tierra de tus antepasados.

    Mis compaeros de armas pensaban que haban entrado en un lugar que siem-pre les haba pertenecido. Yo, por el contrario, senta que haba dejado atrs mi verdadero lugar. Despus de todo haba vivido en Israel casi toda mi vida y, asus-tado por la posibilidad de que me mataran, me preocupaba el que pudiera no re-gresar nunca. A pesar de que fui afortunado y con grandes esfuerzos regres vivo a casa, el miedo a no volver nunca al lugar que haba dejado atrs finalmente resul-t acertado, aunque de una forma que en aquel momento nunca pude imaginar.

    Al da siguiente de la batalla por Abu Tor, los que habamos sobrevivido fui-mos conducidos a visitar el Muro occidental. Con las armas cargadas caminba-mos con cautela por las calles silenciosas. De vez en cuando veamos fugaces imgenes de caras asustadas que aparecan momentneamente en las ventanas para hurtar destellos del mundo exterior.

    Una hora ms tarde entramos en un callejn relativamente estrecho flanquea-do a uno de sus lados por un imponente muro de piedras talladas. Esto era antes

  • 9de que las casas del barrio (el antiguo Mughrabi) fueran demolidas para hacer sitio a una enorme plaza que acomodara a los devotos de la Discotel (un juego de palabras con discoteca y kotel, el trmino hebreo para el Muro occidental), o de la Discoteca de la presencia divina, como al profesor Yeshayahu Lei-bowitz le gustaba decir. Estbamos agotados y al lmite; nuestros sucios unifor-mes todava estaban manchados con la sangre de los muertos y heridos. Nuestra principal preocupacin era encontrar un lugar donde orinar, ya que no poda-mos detenernos en ninguno de los cafs abiertos o entrar en las casas de los aturdidos vecinos. Por respeto a los judos practicantes que haba entre nosotros nos aliviamos sobre las paredes de las casas que haba por el camino. Esto nos permiti evitar la profanacin del muro exterior del monte del Templo, el muro que Herodes y sus descendientes, aliados con los romanos, construyeron con enormes piedras en un empeo por exaltar su rgimen tirnico.

    Lleno de inquietud ante la pura inmensidad de las piedras talladas, me sent pequeo y dbil en su presencia. Muy probablemente este sentimiento tambin era producto del estrecho callejn y del miedo hacia unos habitantes que todava ignoraban que pronto seran expulsados. En aquel momento yo saba muy poco acerca del rey Herodes y del Muro occidental. Lo haba visto dibujado en viejas postales de los libros de texto pero no haba conocido a nadie que aspirara a visi-tarlo. Tampoco saba que, de hecho, el muro no haba sido parte del Templo y que ni siquiera haba sido considerado sagrado durante la mayor parte de su existen-cia, al contrario que el monte del Templo que los judos practicantes tienen prohi-bido visitar para evitar la contaminacin con la impureza de la muerte1.

    Pero los agentes seculares de la cultura que buscaban recrear y reforzar la tradicin por medio de la propaganda no dudaron antes de iniciar su asalto nacional sobre la historia. Como parte de su lbum de imgenes victoriosas seleccionaron una cuidadosa fotografa de tres combatientes (el del medio, el soldado asquenaz con la cabeza descubierta y el casco en la mano como si estuviera en la iglesia), con los ojos afligidos por dos mil aos de anhelo por la poderosa muralla y los corazones exultantes por la liberacin de la tierra de sus antepasados.

    1 El Muro occidental no es el muro del Templo del que se habla en el Midrash Rabbah, Cantar de los Cantares (2, 4). No era un muro interior sino una muralla de la ciudad, y por esa razn su nombre es equvoco. Se estableci como un lugar de oracin hace relativamente poco tiempo, aparentemente durante el siglo xvii. Su importancia no puede compararse al antiguo y duradero carcter sagrado del monte del Templo (la plaza de la mezquita de Al-Aqsa), al que los judos practicantes solo pueden acceder despus de procurarse las cenizas de una vaquilla roja.

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    A partir de aqu cantamos sin parar Jerusaln de oro con inigualable devo-cin. La aoranza por la anexin, reflejada en la cancin que Naomi Shemer compuso poco antes de que empezaran las luchas, desempe un papel instan-tneo y extremadamente eficaz para hacer que la conquista de la ciudad oriental pareciera la realizacin natural de un antiguo derecho histrico. Todos aquellos que tomaron parte de la invasin de la Jerusaln rabe durante aquellos devasta-dores das de junio de 1967 saben que la letra de la cancin, los pozos haban perdido toda su agua / solitaria la plaza del mercado / el monte del Templo os-curo y desierto / all en la Vieja Ciudad, aparte de ser una preparacin psicol-gica para la guerra, no tena ningn fundamento2. Sin embargo, pocos de noso-tros, si es que hubo alguno, entendimos hasta qu punto la letra era realmente peligrosa e incluso antijuda. Pero cuando los vencidos son tan dbiles, los exul-tantes vencedores no pierden tiempo en semejantes minucias. Ahora la pobla-cin conquistada, sin voz, no solo estaba arrodillada ante nosotros sino que se haba desvanecido en el sagrado paisaje de la ciudad eternamente juda; como si nunca hubiera existido.

    Despus de los combates, junto a otros diez soldados fui asignado a custodiar el Hotel Internacional que posteriormente fue judaizado y actualmente se cono-ce como Sheva Hakshatot (Siete Arcos). Este espectacular hotel fue construido cerca del antiguo cementerio judo en la cima del monte de los Olivos. Cuando telefone a mi padre, que entonces viva en Tel Aviv, y le dije que estaba en el monte de los Olivos, l me record una vieja historia que se haba trasmitido en nuestra familia pero que por falta de inters yo haba olvidado por completo.

    Justamente antes de su muerte, el abuelo de mi padre decidi abandonar su casa en Lodz, Polonia, y viajar a Jerusaln. No era sionista en absoluto sino ms

    2 Como con el Muro occidental, haba cosas que no saba sobre esta cancin tan estrecha-mente asociada con la Guerra de los Seis Das. Como muchos otros en aquel momento, no era consciente de que la meloda que tatarebamos estaba realmente tomada de la balada vasca Pe-llo Joxepe. Esto no es inusual. La mayor parte de la gente que canta Hatikvah, el himno del movimiento sionista que fue adoptado como himno nacional del Estado de Israel, no es conscien-te de que esta meloda estaba tomada de un poema sinfnico de Smetana llamado Vltava (Mi patria) o Die Moldau. Esto mismo sucede en relacin a la bandera de Israel: la estrella de David no es un antiguo smbolo judo sino ms bien un smbolo originario del subcontinente indio, donde diversas culturas religiosas y militares lo utilizaron ampliamente a lo largo de la historia. De este modo, las tradiciones nacionales a menudo son ms un producto de la imitacin y de la reproduccin que de la originalidad y la inspiracin. Sobre esto vase, E. Hobsbawm y T. Ranger (eds.), The Invention of Tradition, Cambridge, Cambridge University Press, 1983 [ed. cast.: La invencin de la tradicin, Barcelona, Crtica, 2002].

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    bien un judo ultraortodoxo. Por ello, junto a los billetes para el viaje, tambin se llev una lpida. Como otros judos devotos de la poca no pretenda vivir en Sin sino ser enterrado en el monte de los Olivos. Segn un Midrash del siglo xi, la resurreccin de los muertos empezara en esta elevada colina situada delante del monte Moriah, donde una vez estuvo el Templo. Mi anciano bisabuelo, cuyo nombre era Gutenberg, vendi todas sus posesiones e invirti todo lo que tena en el viaje, sin dejar ni un penique a sus hijos. Era un hombre egosta, la clase de persona que siempre est empujando para aparecer en primera fila y por ello aspiraba a estar entre los primeros que resucitaran con la llegada del Mesas. Simplemente quera que su redencin precediera a la de cualquier otro, y as es cmo lleg a ser el primer miembro de mi familia en ser enterrado en Sin.

    Mi padre me sugiri que tratara de encontrar su tumba pero, a pesar de mi primera curiosidad, el fuerte calor del verano y el desalentador agotamiento que sigui al cese de la lucha me llev a abandonar la idea. Adems, circulaban ru-mores de que algunas de las viejas lpidas se haban utilizado para construir el hotel, o por lo menos como baldosas para pavimentar la carretera que ascenda hasta l. Aquella noche en el hotel, despus de hablar con mi padre, me apoy contra la pared que haba detrs de mi cama e imagin que estaba hecha de la lpida de mi egosta bisabuelo. Embriagado por los deliciosos vinos que se alma-cenaban en el bar, me maravill de la irnica y engaosa naturaleza de la historia: el que se me destinase a salvaguardar el hotel contra saqueadores judos israeles, que estaban convencidos de que todo su contenido perteneca a los liberado-res de Jerusaln, me convenci de que la redencin de los muertos no se pro-ducira en un futuro cercano.

    Meses despus de mi primer encuentro con el Muro occidental y el monte de los Olivos, me aventur ms en la Tierra de Israel donde sufr una dramtica experiencia que, en gran medida, determin el resto de mi vida. Despus de la guerra, durante mi primer viaje cumpliendo el servicio en la reserva, fui enviado a la vieja comisara de polica a la entrada de Jeric, la primera ciudad de la Tie-rra de Israel que segn antiguas leyendas fue conquistada por el Pueblo de Is-rael mediante el milagro del prolongado sonido de un cuerno de carnero. Mi experiencia en Jeric fue totalmente diferente a la de los espas que segn la Bi-blia encontraron alojamiento en casa de una prostituta de nombre Rahab. Cuan-do llegu a la comisara, los soldados que haban llegado antes que yo me dijeron que los refugiados palestinos de la Guerra de los Seis Das haban sido sistem-ticamente tiroteados cuando por la noche intentaban regresar a sus hogares. Aquellos que cruzaban el ro Jordn a la luz del da eran arrestados y uno o dos

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    das despus devueltos al otro lado del ro. Mi tarea era vigilar a los prisioneros, a los que se mantena recluidos en una improvisada crcel.

    La noche de un viernes de septiembre de 1967 (recuerdo que era la noche anterior a mi cumpleaos), nos quedamos sin nuestros oficiales que se haban ido a Jerusaln en su noche libre. Un anciano palestino que haba sido arrestado en la carretera llevando una gran suma en dlares americanos fue conducido a la sala de interrogatorios. Estando de guardia fuera del edificio me vi sorprendido por los aterradores gritos que venan del interior. Ech a correr y, subido a un cajn, vi a travs de la ventana al prisionero atado a una silla mientras mis bue-nos amigos le golpeaban por todo el cuerpo y le quemaban los brazos con ciga-rrillos encendidos. Baj del cajn, vomit y regres a mi puesto asustado y tem-blando. Alrededor de una hora despus, una camioneta con el cuerpo del rico anciano sala de la comisara mientras mis amigos me decan que iban al ro Jor-dn para librarse de l.

    No s si el maltratado cuerpo fue lanzado al ro en el mismo punto donde los hijos de Israel cruzaron el Jordn cuando entraron en la tierra que el mismo Dios les haba concedido. Y cabe suponer que mi bautismo en las realidades de la ocupacin no se produjo en el lugar donde san Juan convirti a los primeros verdaderos hijos de Israel y que la tradicin cristiana sita al sur de Jeric. En cualquier caso, nunca pude entender por qu se haba torturado al anciano; to-dava no haba aparecido el terrorismo palestino y nadie se haba atrevido a ofrecer ninguna resistencia. Quiz fue por el dinero. O quiz la tortura y el ase-sinato banal haban sido simplemente producto del aburrimiento de una noche en que no haba formas alternativas de entretenerse.

    Solamente ms tarde llegu a ver mi bautismo en Jeric como un momento decisivo en mi vida. No haba tratado de evitar la tortura porque estaba demasiado asustado. Tampoco s si lo hubiera podido hacer. De cualquier forma, no haberlo intentado es algo que me afect durante aos y, realmente, el hecho de que est escribiendo sobre ello significa que todava llevo el asesinato dentro de m. Por encima de todo, el injustificable incidente me ense que el poder absoluto no solo corrompe totalmente, como sealaba Lord Acton, sino que trae consigo un intolerable sentido de propiedad sobre otra gente y, finalmente, sobre el lugar. No tengo ninguna duda de que mis antecesores, que vivieron una vida indefensa en la Zona de Asentamiento Autorizado de Europa Oriental, nunca pudieron imaginar-se las acciones que perpetraran sus descendientes en la Tierra Santa.

    Durante mi segundo viaje del servicio en la reserva fui destinado de nuevo al valle del Jordn, esta vez durante el celebrado establecimiento de los primeros

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    asentamientos del Nahal3. Al amanecer del segundo da de mi estancia en el valle tom parte en una inspeccin realizada por Rehavam Zeevi, ms conocido como Gandhi, que acababa de ser nombrado jefe del comando central. Esto fue antes de que su amigo, el ministro de Defensa Mosh Dayn, le regalara una leona que se convertira en un smbolo de la presencia del ejrcito israel en la Ribera occidental. El general israel se plant frente a nosotros con una pose digna del mismsimo general Patton4 y nos dirigi un breve discurso. En aquel momento estaba algo sooliento y no puedo recordar exactamente sus palabras, sin embargo, nunca olvidar el momento en que alz su mano sealando a las montaas del Jordn a nuestras espaldas y con entusiasmo nos areng para que recordramos que aquellas montaas tambin eran parte de la Tierra de Israel y que nuestros antepasados haban vivido all, en Gilad y Bashan.

    Unos cuantos soldados asintieron con la cabeza, otros se rieron, la mayora quera volver a sus tiendas lo antes posible para dormir un poco ms. Alguien brome diciendo que nuestro general deba ser un descendiente directo de esos antepasados que tres mil aos antes haban vivido al este del ro, y propuso que en su honor nos lanzramos inmediatamente a liberar el territorio ocupado por los atrasados gentiles. No encontr gracioso el comentario. En vez de ello, la breve alocucin del general actu como un importante catalizador para el desarrollo de mi escepticismo hacia la memoria colectiva que se me haba inculcado como alum-no. Incluso entonces saba que, de acuerdo con su lgica bblica (por lo menos un tanto tendenciosa), Zeevi no estaba equivocado. El hroe del Palmach y futuro ministro del gobierno israel siempre era franco y consistente en sus apasionadas opiniones sobre la patria. Su ceguera moral hacia aquellos que anteriormente ha-ban estado viviendo en la tierra de nuestros antepasados y su indiferencia hacia la realidad que vivan, pronto lleg a ser compartida por muchos.

    Como ya he sealado, yo senta una poderosa sensacin de conexin con la pequea tierra donde crec y donde por primera vez me enamor, y con el paisa-je urbano que haba dado forma a mi carcter. Aunque nunca fui un verdadero sionista, me ensearon a ver el pas como un refugio en tiempos de necesidad para los desplazados y perseguidos judos que no tenan otro sitio adnde ir. Como el historiador Isaac Deutscher, entenda el proceso histrico que condujo

    3 Un programa de las Fuerzas de Defensa de Israel que combina el servicio militar con el establecimiento de nuevos asentamientos agrcolas.

    4 O por lo menos digna del actor George C. Scott, que interpret al conocido general estado-unidense en la pelcula de 1970 Patton.

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    a 1948 como la historia de un hombre que salta desesperado desde un edificio en llamas y hace dao a un paseante al aterrizar5. Sin embargo, en aquel momen-to era incapaz de prever los colosales cambios que llegaran a remodelar a Israel como consecuencia de su victoria militar y de su expansin territorial, unos cam-bios que no guardaban ninguna relacin con el sufrimiento judo por las perse-cuciones y que ciertamente no se podan justificar con el sufrimiento del pasado. El resultado a largo plazo de esta victoria reforz la visin pesimista de la histo-ria como un escenario de continua inversin de papeles entre vctima y verdugo, ya que los perseguidos y desplazados a menudo emergen posteriormente como los dominantes y perseguidores.

    No hay duda de que la transformacin de la concepcin israel del espacio nacional desempe un significativo papel en la formacin de la cultura nacional israel a partir de 1967, aunque puede que no fuera verdaderamente decisiva. Despus de 1948, la conciencia israel se mostraba descontenta con el limitado territorio y las estrechas caderas del pas. Este malestar surgi abiertamente despus de la victoria militar en la guerra de 1956, cuando el primer ministro David Ben-Gurin consider seriamente la posibilidad de anexionarse la penn-sula del Sina y la Franja de Gaza.

    A pesar de este significativo pero fugaz episodio, el mito de la patria ancestral declin significativamente despus del establecimiento del Estado de Israel y no regres con fuerza a la escena pblica hasta la Guerra de los Seis Das, casi dos dcadas despus. Para muchos judeoisraeles pareca que cualquier crtica de la conquista israel de la Ciudad Vieja de Jerusaln y de las ciudades de Hebrn y Beln socavara la legitimidad de la anterior conquista de Jaffa, Haifa, Acre y otros lugares comparativamente menos importantes dentro del mosaico sionista que conectaba con el mitolgico pasado. Realmente, si aceptamos el derecho histrico de los judos a regresar a su patria, resulta difcil negar la aplicacin de ese derecho al mismo corazn de la antigua patria. No estaban justificados mis camaradas de armas cuando sentan que no habamos cruzado ninguna fron-tera? No era esta la razn por la que en nuestras escuelas seculares habamos estudiado la Biblia como una asignatura histrico-pedaggica independiente? En aquella poca nunca imagin que la lnea del armisticio la llamada Lnea Verde iba a desaparecer con tanta rapidez de los mapas elaborados por el Mi-nisterio de Educacin israel, y que las futuras generaciones de israeles iban a

    5 I. Deutscher, The Non-Jewish Jew and Other Essays, Londres, Oxford University Press, 1968, pp. 136-137 [ed. cast.: Los judos no judos (y otros ensayos), Madrid, Ayuso, 1971].

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    tener unas concepciones de las fronteras de la tierra de Israel tan diferentes a las mas. Simplemente no era consciente de que, tras su establecimiento, mi pas no tena otros lmites que las fluidas y modulares regiones fronterizas que constan-temente prometan la opcin de expandirse.

    Un ejemplo de mi ingenuidad poltica humanista fue el hecho de que nunca se me ocurri que Israel se atrevera a anexionarse Jerusaln Este por decreto, a describir la medida invocando una ciudad que est firmemente unida (Salmos 122, 3) y al mismo tiempo que se negara a otorgar los mismos derechos civiles a un tercio de los residentes de su unida capital, como sucede todava en la ac-tualidad. Nunca imagin que sera testigo del asesinato de un primer ministro israel porque el letal patriota que apret el gatillo crea que estaba a punto de retirarse de Judea y Samaria. Tampoco imagin nunca que estara viviendo en un pas de locos cuyo ministro de Asuntos Exteriores, despus de haber llegado al pas a los veinte aos, residira fuera de los lmites soberanos de Israel durante toda su permanencia en el cargo.

    En aquel momento no tena manera de saber que Israel lograra controlar du-rante dcadas a una poblacin palestina tan grande despojada de soberana. Tam-poco poda imaginar que, en su mayor parte, la elite intelectual del pas aceptara este proceso y que sus principales historiadores mis futuros colegas continua-ran refirindose, de buena gana, a esta poblacin como los rabes de la Tierra de Israel6. Nunca se me pas por la cabeza que el control de Israel sobre el otro local no se ejercera mediante mecanismos de ciudadana discriminatoria como el gobierno militar y la apropiacin y judaizacin sionista-socialista de la tierra, como haba sucedido dentro de las fronteras del bueno y viejo Israel anterior a 1967, sino ms bien mediante la arrolladora negacin de sus libertades y la explotacin de los recursos naturales en beneficio de los pioneros colonos del pueblo judo. Igualmente, nunca llegu a considerar la posibilidad de que Israel lograra asentar a ms de medio milln de personas en los territorios recientemente ocupados. Que de formas complejas, conseguira mantenerlas cerradas y aisladas frente a la pobla-cin local que se vera despojada de sus elementales derechos humanos, subrayan-do desde el principio el carcter colonizador, etnocntrico y segregacionista de toda la empresa nacional. En resumen, era totalmente inconsciente de que pasara

    6 Un ejemplo tpico se puede encontrar en la obra de Anita Shapira, que se refiere al trau-mtico encuentro con los rabes en la Tierra de Israel. A. Shapira, From the Palmach Ge-neration to the Candle Children: Changing Patterns in Israeli Identity, Partisan Review 67/4 (2000), pp. 622-634.

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    la mayor parte de mi vida viviendo puerta con puerta con un sofisticado y excep-cional rgimen de apartheid militar con el que el que el mundo ilustrado, debido en parte a su conciencia culpable, se vera obligado a llegar a un compromiso y, en ausencia de cualquier otra opcin, a apoyar.

    Durante mi juventud nunca pude imaginarme una desesperada Intifada, la dura represin de dos levantamientos y el brutal terrorismo y contraterrorismo. Lo que es ms importante, me llev mucho tiempo comprender el poder de la concepcin sionista de la Tierra de Israel en relacin a la fragilidad cotidiana de lo israel que todava estaba en proceso de cristalizar, y llegar a comprender el simple hecho de que la forzada separacin sionista de partes de su ancestral pa-tria en 1948 solamente era temporal. Todava no era un historiador de las cultu-ras y de las ideas polticas; todava no haba empezado a considerar el papel y la influencia de las mitologas modernas en relacin a la tierra, especialmente de aquellas que prosperan sobre la intoxicacin causada por la combinacin de un poder militar con una religin nacionalizada.

    Derechos a una tierra ancestral

    En 2008 publiqu la edicin hebrea de mi libro The Invention of the Jewish People, un esfuerzo terico por desmontar los supermitos histricos de los ju-dos como un pueblo errante en el exilio. El libro fue traducido a veinte idiomas y criticado por numerosos comentaristas sionistas hostiles. En un artculo, el historiador britnico Simon Schama mantena que el libro no consigue romper la recordada conexin entre la tierra ancestral y la experiencia juda7. Tengo que admitir que inicialmente me sorprendi la insinuacin de que esa haba sido mi intencin. Sin embargo, cuando muchos otros estudiosos repitieron la afir-macin de que mi objetivo haba sido socavar el derecho de los judos a su anti-gua patria, me di cuenta de que la declaracin de Schama era un significativo y sintomtico adelanto del ataque ms amplio a mi trabajo.

    Durante el tiempo que pas escribiendo The Invention of the Jewish People, nunca pens que, a comienzos del siglo xxi, tantos crticos daran un paso al frente para justificar la colonizacin sionista y el establecimiento del Estado de

    7 The Invention of the Jewish People, Londres, Verso, 2009 [ed. cast.: La invencin del pueblo judo, Madrid, Akal, 2011]. Vase la crtica de Schama en el Financial Times, 13 de noviembre de 2009.

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    Israel invocando reclamaciones de tierras ancestrales, derechos histricos y an-helos nacionales que se remontaban a milenios. Estaba seguro de que las razones ms importantes para el establecimiento del Estado de Israel se basaran en el trgico periodo que comenzaba a finales del siglo xix durante el cual Europa expuls a sus judos y en determinado momento Estados Unidos cerr sus puer-tas a la emigracin8. Pero pronto me di cuenta de que mi obra haba estado desequilibrada en diversos aspectos. En cierta medida, el libro actual est con-cebido como un modesto aadido al anterior y pretende tanto precisar algunas cuestiones como rellenar algunas lagunas.

    Sin embargo, debo empezar por aclarar que The Invention of the Jewish People no abordaba ni los lazos de los judos con la ancestral patria juda ni sus dere-chos sobre ella, incluso aunque su contenido tuviera implicaciones directas sobre el tema. Mi propsito al escribirlo haba sido principalmente utilizar las fuentes histricas e historiogrficas para cuestionar el concepto etnocntrico y ahistrico del esencialismo, as como el papel que ha desempeado en definiciones pasadas y presentes del judasmo y de la identidad juda. Aunque resulta completamente evidente que los judos no son una raza pura, mucha gente judefobos y sionistas especialmente todava tienden a adoptar la idea equivocada de que la mayora de los judos pertenecen a un antiguo pueblo basado en una raza, a un ethnos eterno que encontr lugares de residencia entre otros pueblos y que en una etapa decisiva de la historia, cuando fueron expulsados por las sociedades que les albergaban, empezaron a regresar a su tierra ancestral.

    Despus de muchos siglos viviendo con la imagen de ser un pueblo elegido (lo que sirvi para conservar y reforzar su capacidad para soportar su constante humillacin y persecucin), despus de casi dos mil aos de insistencia cristiana en presentar a los judos como los descendientes directos de los asesinos del hijo de Dios y, lo que es ms importante, despus de la aparicin (junto a la tradicio-nal hostilidad antijuda) de un nuevo antisemitismo que asign a los judos el papel de miembros de una raza extranjera y contaminante, no era una tarea fcil desmontar la desfamiliarizacin tnica de los judos en las culturas europeas9.

    8 Como resultado del establecimiento del Estado de Israel y de su consiguiente conflicto con el nacionalismo rabe, las comunidades judas de los pases rabes tambin fueron desarraigadas de sus tierras natales; algunas fueron obligadas a emigrar a Israel y otras eligieron hacerlo.

    9 Elementos influyentes dentro del cristianismo encontraron difcil considerar al judasmo como una legtima religin rival, y por el contrario prefirieron ver a sus seguidores como un grupo repulsivo con una ascendencia tnica compartida y una herencia de castigo divino. La cristalizacin inicial de un pueblo moderno formado por una gran poblacin de habla yiddish en

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    Intentando hacerlo, mi anterior libro parta de una premisa bsica: una unidad humana de origen plural, cuyos miembros estn unidos por un tejido comn que carece de cualquier componente cultural secular una unidad a la que uno se puede unir, incluso siendo ateo, no por medio de forjar una conexin lingstica o cultural con sus miembros sino nicamente mediante la conversin religiosa no puede ser considerada bajo ningn criterio un pueblo o un grupo tnico (este ltimo es un concepto que floreci en los crculos acadmicos despus de la quiebra del trmino raza).

    Si queremos ser coherentes y lgicos con nuestro entendimiento del trmino pueblo como se utiliza en casos como el pueblo francs, el pueblo esta-dounidense, el pueblo vietnamita, o incluso el pueblo israel entonces referirse a un pueblo judo es tan extrao como hablar de un pueblo budis-ta, un pueblo evanglico, o un pueblo bahai. Un destino comn de porta-dores de una creencia compartida unidos por una cierta solidaridad no les con-vierte en un pueblo o en una nacin. Incluso aunque la sociedad humana est formada por una coleccin de complejas experiencias multifacticas vinculadas entre s que desafan todos los intentos de formularla en trminos matemticos, no obstante debemos hacer cuanto est a nuestro alcance por emplear mecanis-mos precisos de conceptualizacin. Desde los comienzos de la era moderna, los pueblos han sido conceptualizados como grupos en posesin de una cultura unificadora (que incluye elementos como una gastronoma, un lenguaje hablado y una msica). Sin embargo, a pesar de su gran singularidad, a lo largo de toda la historia los judos han estado caracterizados solamente por una diferente cultura de la religin (que incluye elementos comunes como un lenguaje sagrado no hablado, rituales y ceremonias).

    No obstante, muchos de mis crticos que no casualmente son todos eruditos declaradamente seculares permanecieron firmes en su definicin de la judera histrica y de sus descendientes de los tiempos modernos como un pueblo, si bien no un pueblo elegido, s uno excepcional, nico e inmune a la compara-cin. Semejante postura solo se poda mantener si se proporcionaba a las masas una imagen mitolgica del exilio de un pueblo que aparentemente se produjo en el siglo i a.C., a pesar del hecho de que la elite acadmica era bien consciente de que realmente nunca hubo semejante exilio durante aquel periodo en cuestin.

    Europa Oriental un ncleo que justamente estaba empezando a surgir cuando fue brutalmente eliminado durante el siglo xx tambin desempe un papel indirecto en facilitar esta equivoca-da conceptualizacin de un pueblo judo de alcance mundial.

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    Por esta razn no ha habido ni un solo libro de investigacin sobre el forzado desarraigo del pueblo judo10.

    Adems de esta efectiva tecnologa para la preservacin y difusin de un forma-tivo mito histrico, tambin era necesario: 1) borrar, de una manera aparentemen-te no intencionada, cualquier recuerdo del judasmo como una religin dinmica y proselitizadora por lo menos entre el siglo ii a.C. y el siglo viii d.C.; 2) ignorar la existencia de muchos reinos judaizados que surgieron y florecieron en diversas regiones geogrficas a lo largo de la historia11; 3) eliminar de la memoria colectiva el enorme nmero de personas que se convirtieron al judasmo bajo el dominio de estos reinos judaizados y que proporcionaron los fundamentos histricos para la mayora de las comunidades judas del mundo y 4) minimizar las declaraciones de los primeros sionistas especialmente las de David Ben-Gurin, padre fundador del Estado de Israel12 que saban bien que nunca se haba producido un exilio y que por ello consideraban a la mayora de los campesinos del territorio como los autnticos descendientes de los antiguos hebreos.

    Los ms desesperados y peligrosos defensores de esta postura etnocntrica buscaron una identidad gentica comn a todos los descendientes de judos del mundo para diferenciarlos as de las poblaciones entre las que vivan. Re-chazando negligencias, estos pseudocientficos reunieron jirones de datos diri-gidos a corroborar suposiciones que sugeran la existencia de una antigua raza. Despus de que el antisemitismo cientfico hubiera fracasado en su deplora-ble intento por localizar la singularidad de los judos en su sangre y en otros atributos internos, fuimos testigos de la aparicin de una pervertida esperanza nacionalista juda de que quiz el ADN podra servir como una slida prueba

    10 La leyenda del masivo desplazamiento de los judos realizado por los romanos se relaciona con el exilio en Babilonia al que se refiere la Biblia. Sin embargo, tambin tiene fuentes cristianas, y parece haberse originado con la profeca de castigo articulada por Jess en el Nuevo Testamen-to: Habr una gran calamidad sobre la tierra e ira contra este pueblo. Caern bajo la espada y sern llevados prisioneros a todas las naciones (Lucas 21, 23-24).

    11 Concretamente me estoy refiriendo al reino de Adiabene en Mesopotamia, al de los him-yaritas del sudoeste de Arabia, al de Dahya al-Kahina del norte de frica, al de Semien en frica del sudeste, al de Kodungallur en el sudeste del continente indio, y al gran imperio jzaro del sudeste de Rusia. No nos debe sorprender que no seamos capaces de encontrar un solo estudio comparativo que intente explorar la fascinante judaizacin de estos reinos y el destino de sus numerosos sbditos.

    12 Un ejemplo se encuentra en el artculo de D. Ben-Gurin de 1917, Clarifying the Origins of the Felahs, en D. Ben-Gurin, We and Our Neighbors, Tel Aviv, Davar Press, 1931, pp. 13-25 (en hebreo).

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    de un emigrante ethnos judo de origen comn que finalmente llegaba hasta a la Tierra de Israel13.

    Aunque de ninguna manera sea la nica, la razn fundamental de esta inflexi-ble posicin que solo me qued parcialmente clara en el transcurso de escritura de este libro es simple: de acuerdo con un implcito consenso entre todas las concepciones ilustradas del mundo, todos los pueblos poseen el derecho a la pro-piedad colectiva del territorio concreto en el que viven y del que generan un medio de vida. A ninguna comunidad religiosa con una variada afiliacin dispersa entre diferentes continentes se le concedi nunca semejante derecho de posesin.

    Para m, esta bsica lgica histrico-legal no era evidente desde el principio. Durante mi infancia y el final de mi adolescencia, siendo un tpico producto del sistema educativo israel, crea sin asomo de duda en la existencia de un pueblo judo virtualmente eterno. Igual que haba estado equivocadamente seguro de que la Biblia era un libro de historia y que el xodo de Egipto haba sucedido realmente, en mi ignorancia estaba convencido de que el pueblo judo haba sido desarraigado por la fuerza de su tierra natal despus de la destruccin del Templo, como se afirma de manera tan oficial en el documento de proclamacin del Estado de Israel.

    Pero al mismo tiempo, mi padre me haba criado de acuerdo con un cdigo moral universalista basado en la sensibilidad hacia la justicia histrica. Por ello, nunca se me ocurri pensar que mi exiliado pueblo tuviera el derecho de pro-piedad nacional sobre un territorio en el que no haba vivido durante dos mil aos, mientras que la poblacin que haba estado viviendo all continuamente durante muchos siglos no pudiera disfrutar de semejante derecho. Por defini-cin, todos los derechos estn basados en sistemas ticos que sirven como un fundamento que se requiere que otros reconozcan. Desde mi punto de vista, solamente el acuerdo de la poblacin local con el regreso judo le poda haber concedido un derecho histrico que tuviera legitimidad moral. En mi inocencia juvenil, crea que una tierra perteneca ante todo a sus habitantes permanentes, cuyos lugares de residencia estaban situados dentro de sus fronteras y que vivan y moran sobre su suelo, no a aquellos que lo dominaban o trataban de contro-larlo a distancia.

    En 1917, por ejemplo, cuando el colonialista protestante y ministro de Asun-tos Exteriores britnico Arthur James Balfour prometi a Lionel Walter Roths-

    13 Sobre este tema vase S. Sand, The Invention of the Jewish People, cit., pp. 272-280 [ed. cast.: La invencin del pueblo judo, cit., pp. 291-300].

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    child un hogar nacional para los judos, a pesar de su gran generosidad no pro-puso establecerlo en Escocia, su lugar de nacimiento. De hecho, este Ciro de los tiempos modernos fue coherente en su actitud hacia los judos. En 1905, como primer ministro de Gran Bretaa, trabaj incansablemente para promulgar una rigurosa legislacin antiemigracin dirigida principalmente a evitar que entraran en Gran Bretaa los emigrantes judos que huan de los pogromos de Europa del Este14. A pesar de ello, despus de la Biblia, la Declaracin Balfour est conside-rada como la ms decisiva fuente de legitimidad moral y poltica del derecho de los judos a la Tierra de Israel.

    En cualquier caso, siempre me pareci que un intento sincero de organizar el mundo tal y como estaba organizado hace cientos o miles de aos significara la inyeccin de una violenta y engaosa locura en el sistema global de relaciones internacionales. Habra alguien que apoyara una reclamacin rabe para esta-blecerse en la pennsula Ibrica y establecer un Estado musulmn simplemente porque sus antepasados fueron expulsados de la regin durante la Reconquista? Por qu los descendientes de los puritanos que siglos atrs fueron obligados a abandonar Inglaterra no intentan regresar en masa a la tierra de sus antepasados para establecer el reino celestial? Apoyara cualquier persona en su sano juicio las reclamaciones de los nativos americanos para asumir la posesin territorial de Manhattan y expulsar a sus habitantes blancos, negros, asiticos y latinos? Y algo un tanto ms reciente, estamos obligados a ayudar a los serbios a regresar a Kosovo y recuperar el control sobre la regin debido a la heroica batalla sagra-da de 1389, o porque los cristianos ortodoxos que hablaban un dialecto serbio constituyeron una decisiva mayora de la poblacin local solamente hace dos-cientos aos? Bajo esta ptica podemos imaginar fcilmente una marcha de lo-cos iniciada por la afirmacin y el reconocimiento de incontables antiguos de-rechos que nos enviara de vuelta a las profundidades de la historia y sembrara el caos generalizado.

    Nunca llegu a aceptar como evidente la idea de los derechos histricos de los judos a la Tierra Prometida. Cuando me convert en un universitario y estudi la cronologa de la historia humana que sigui a la invencin de la escritura, el re-greso judo despus de ms de dieciocho siglos me pareca que era un ilusorio salto en el tiempo. Para m, no se diferenciaba en lo fundamental del mito que acompaaba al asentamiento de los cristianos puritanos en Amrica del Norte o

    14 Vase el captulo titulado The Other Arthur Balfour, en B. Klug, Being Jewish and Doing Justice, Londres, Vallentine Mitchell, 2011, pp. 199-210.

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    de los afrikners en Sudfrica, que imaginaban que la tierra conquistada era la tierra de Canan concedida por Dios a los verdaderos hijos de Israel15.

    Sobre esta base mi conclusin era que el regreso sionista era, por encima de todo, una invencin dirigida a suscitar la simpata de Occidente especial-mente de la comunidad cristiana protestante que propuso la idea antes que los sionistas para justificar una nueva empresa de asentamiento; una invencin que haba demostrado su eficacia. En virtud de la lgica nacional que subyaca en ella, semejante iniciativa resultara necesariamente perjudicial para una dbil po-blacin indgena. Despus de todo, los sionistas que desembarcaron en el puerto de Jaffa no lo hicieron con las mismas intenciones que albergaban los persegui-dos judos que desembarcaron en Londres o Nueva York, es decir, vivir juntos en simbiosis con sus nuevos vecinos, los anteriores habitantes de sus nuevos entornos. Desde el principio, los sionistas aspiraban a establecer un Estado judo soberano en el territorio de Palestina, donde la gran mayora de la poblacin era rabe16. En ningn caso se poda realizar semejante programa de asentamiento nacional sin empujar finalmente fuera del territorio a una considerable parte de la poblacin local.

    Como ya he indicado, despus de muchos aos estudiando Historia no crea ni en la pasada existencia de un pueblo judo exiliado de su tierra, ni en la pre-misa de que los judos descienden originalmente de la antigua tierra de Judea. No puede dudarse del llamativo parecido que hay entre los judos yemenes y los musulmanes yemenes, entre los judos del norte de frica y la poblacin indge-na bereber de la regin, entre los judos etopes y sus vecinos africanos, entre los judos de Cochin y los dems habitantes del suroeste de India, o entre los judos de Europa del Este y las tribus turcas y eslavas que habitaban el Cucaso y el sureste de Rusia. Para consternacin de los antisemitas, los judos nunca fueron un ethnos extranjero de invasores sino ms bien una poblacin autctona cuyos ancestros, en su mayor parte, se convirtieron al judasmo antes de la llegada del cristianismo o del islam17.

    15 Una discusin sobre las tierras prometidas de los puritanos y los afrikners se encuentra en A. D. Smith, Chosen Peoples: Sacred Sources of National Identity, Oxford, Oxford University Press, 2003, pp. 137-144.

    16 Incluso las facciones sionistas que en ocasiones propusieron planes federativos lo hicieron por razones pragmticas, principalmente para facilitar la creacin de una mayora juda, y no buscaban la integracin con la poblacin local.

    17 Virtualmente todos los grupos religiosos mencionados evolucionaron en las zonas gober-nadas por los reinos judaizados mencionados en la n. 11. Por ejemplo, vanse las afirmaciones

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    Estoy igualmente convencido de que el sionismo no logr crear una nacin juda mundial sino ms bien solamente una nacin israel, una nacin cuya existencia desafortunadamente contina negando. Ante todo, el nacionalismo representa la aspiracin de la gente, o por lo menos su voluntad y acuerdo, para vivir juntos bajo una soberana poltica independiente de acuerdo con una nica cultura secular. Sin embargo, la mayora de las personas por todo el mundo que se catalogan a s mismas como judas incluso aquellas que, por diversas razones, expresan su solidaridad con el autodeclarado Estado judo prefieren no vivir en Israel y no hacen ningn esfuerzo por emigrar al pas y vivir con otros israeles dentro de los trminos de la cultura nacional. Realmente, los prosionistas que hay entre ellos encuentran bastante cmodo vivir como ciudadanos de sus pro-pios Estados-nacin y continuar teniendo una parte inmanente en las ricas vidas culturales de esas naciones, al mismo tiempo que reivindican derechos histricos sobre la tierra ancestral que creen suya para toda la eternidad.

    No obstante, para evitar cualquier malentendido entre mis lectores, vuelvo a hacer hincapi en que: 1) nunca he cuestionado, ni lo hago actualmente, el dere-cho de los judeoisraeles de los tiempos modernos a vivir en un Estado de Israel abierto e inclusivo que pertenezca a todos sus ciudadanos y 2) nunca he negado, ni niego ahora, la existencia de fuertes y viejos lazos religiosos entre los creyentes de la fe juda y Sin, su ciudad santa. Tampoco estos dos puntos preliminares de clarificacin estn causal o moralmente relacionados entre s de ninguna manera vinculante.

    En primer lugar, en la medida en que yo mismo puedo juzgar la cuestin, creo que mi aproximacin poltica al conflicto siempre ha sido pragmtica y realista: si a nosotros nos incumbe el rectificar acontecimientos del pasado, y si hay im-perativos morales que nos obligan a reconocer la tragedia y destruccin que he-mos causado a otros (y a pagar un elevado precio en el futuro a aquellos que se convirtieron en refugiados), retroceder en el tiempo solo puede acabar en nue-vas tragedias. El asentamiento sionista en la regin cre no solo una explotadora elite colonial sino tambin una sociedad, una cultura y un pueblo cuyo traslado es inimaginable. Por ello, todas las objeciones al derecho a la existencia de un Estado israel basado en la igualdad civil y poltica de todos sus habitantes ya

    de M. Bloch, uno de los grandes historiadores del siglo xx, en su libro Ltrange dfaite, Pars, Gallimard, 1990, p. 31 [ed. cast.: La extrana derrota, Barcelona, Crtica, 2002] y de R. Aron en Mmoires. 50 ans de rflexion politique, Pars, Julliard, 1983, pp. 502-503 [ed. cast.: Memorias. Medio siglo de reflexin poltica, Barcelona, RBA, 2013].

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    procedan de musulmanes radicales que mantienen que el pas debe ser borrado de la faz de la tierra, o de sionistas que ciegamente insisten en considerarlo como el Estado de la judera mundial no son solo una anacrnica locura sino una re-ceta para otra catstrofe en la regin.

    En segundo lugar, mientras que la poltica es un escenario de dolorosos com-promisos, los estudios histricos deben estar tan libres de compromiso como sea posible. Siempre he mantenido que el anhelo espiritual por la tierra de la prome-sa divina era un eje central de identidad para las comunidades judas y una cir-cunstancia elemental para entenderlas. Sin embargo, esta fuerte aoranza por la Jerusaln celestial en las almas de minoras religiosas humilladas y oprimidas era principalmente un anhelo metafsico por la redencin, no por piedras o paisajes. En cualquier caso, la conexin religiosa de un grupo con un centro sagrado no le concede modernos derechos de propiedad sobre algunos o todos los lugares en cuestin.

    A pesar de las muchas diferencias, este principio es tan verdadero para otros casos en la historia como lo es para el caso de los judos. Los cruzados no tenan ningn derecho histrico para conquistar la Tierra Santa a pesar de sus fuertes lazos religiosos con ella, del largo periodo de tiempo que pasaron all y de la gran cantidad de sangre que derramaron en su nombre. Tampoco los templarios que hablaban un dialecto germano meridional, se identificaban a s mismos como un pueblo elegido y, a mediados del siglo xix, crean que heredaran la Tierra Pro-metida se ganaron semejante privilegio. Incluso las masas de peregrinos cristia-nos, que tambin marcharon a Palestina durante el siglo xix y se aferraron a ella con tanto fervor, normalmente nunca soaron en convertirse en los seores de la tierra. Del mismo modo, podemos estar seguros de que las decenas de miles de judos que en los ltimos aos han peregrinado a la tumba del rabino Najman de Breslov, en la ciudad ucraniana de Uman, no reclaman ser los amos de la ciudad. (Dicho sea de paso, el rabino Najman, un fundador del judasmo jasdi-co que peregrin a Sion en 1799 durante la corta ocupacin de la regin por parte de Napolen Bonaparte, no la consider su propiedad nacional sino ms bien un punto focal de la desbordante energa del Creador. Por ello para l era lgico regresar modestamente a su pas de nacimiento, donde finalmente muri y fue enterrado con gran ceremonia.)

    Pero cuando Simon Schama, como otros historiadores prosionistas, se refiere a la recordada conexin entre la tierra ancestral y la experiencia juda, lo que hace es negar a la conciencia juda la reflexiva consideracin que se merece. En realidad Schama se est refiriendo a la memoria sionista y a sus propias experien-

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    cias extremadamente personales como sionista anglosajn. Para ilustrar este punto no tenemos que ir ms all de la introduccin de su fascinante libro Lands-cape and Memory, donde cuenta su experiencia recogiendo fondos para plantar rboles en Israel cuando era un nio que asista a la escuela juda en Londres:

    Los rboles eran nuestros representantes de los emigrantes, los bosques, nues-tras plantaciones. Y aunque asumamos que un bosque de pinos era ms bonito que una colina desolada por rebaos de cabras y ovejas, nunca estbamos total-mente seguros de para qu eran los rboles. Lo que sabamos era que un bosque enraizado era el paisaje opuesto a un lugar de arena a la deriva, de rocas desnudas y polvo rojo diseminado por los vientos. Si la Dispora era arena, qu deba ser Israel si no un bosque, arraigado y alto?18.

    Por el momento ignoremos el sintomtico desprecio de Schama hacia las rui-nas de muchos pueblos rabes (con sus huertos de naranjas, sus macizos de cactus sabr y los olivares que los rodeaban) sobre los cuales se plantaron los r-boles de la Fundacin Nacional Juda y cuya sombra los ocult de la vista. Scha-ma sabe mejor que la mayora que los bosques profundamente enraizados en el terreno siempre han sido un tema esencial de las polticas de la identidad nacio-nalista romntica en Europa del Este. Su tendencia a olvidar que en toda la rica tradicin juda la reforestacin y la plantacin de rboles nunca se consider una solucin a la arena a la deriva del exilio, es tpica de los textos sionistas.

    Por decirlo una vez ms, la Tierra Prometida era, sin duda, un objeto de an-helo judo y de la memoria colectiva juda, pero la tradicional conexin juda con la zona nunca asumi la forma de una aspiracin de masas por la propiedad colectiva de una patria nacional. La Tierra de Israel de los autores sionistas e israeles no tiene ninguna semejanza con la Tierra Santa de mis verdaderos ante-pasados (como opuestos a los antepasados mitolgicos), cuyos orgenes y vidas estaban incrustados en la cultura yiddish de Europa del Este. Al igual que los judos de Egipto, del norte de frica y del Creciente Frtil, sus corazones rebo-saban de un profundo respeto y de un sentido de duelo hacia el lugar que, para ellos, era el ms importante y sagrado de los lugares. Sin embargo, por muy exal-tado que estuviera este lugar por todo el mundo durante los muchos siglos que pasaron despus de su conversin no hicieron ningn esfuerzo por volver a establecerse all. Segn la mayora de las figuras rabnicamente educadas cuyos

    18 S. Schama, Landscape and Memory, Londres, Fontana Press, 1995, pp. 5-6.

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    escritos han sobrevivido al paso del tiempo, el Seor dio y el Seor se lo llev (Job 1, 21) y solamente cuando Dios enviara al Mesas, el orden csmico de las cosas cambiara. Solamente con la llegada del redentor se reuniran los vivos y los muertos en la Jerusaln eterna. Para la mayora, el apresurar la salvacin co-lectiva se consideraba una trasgresin severamente castigada; para otros, la Tie-rra Santa era principalmente una nocin alegrica, intangible, no era un lugar territorial concreto sino un estado espiritual interno. Esta realidad quiz donde mejor se reflej fue en la reaccin del rabinato judo tanto tradicional, ultraor-todoxo, reformista como liberal al nacimiento del movimiento sionista19.

    La historia tal como la definimos se ocupa no solo de un mundo de ideas, sino tambin de la accin humana tal y como se manifiesta en el tiempo y en el espacio. Las masas humanas del remoto pasado no dejaron detrs material es-crito, y sabemos muy poco sobre la manera en que sus creencias, imaginacin y emociones guiaron sus acciones colectivas e individuales. Sin embargo, el modo en que se enfrentaron a las crisis nos hace entender un poco mejor sus priorida-des y decisiones.

    Cuando los grupos judos fueron expulsados de sus lugares de residencia durante las campaas de persecucin religiosa, no buscaron refugiarse en su tierra sagrada, sino que dirigieron todos sus esfuerzos para reubicarse en otros lugares ms acogedores (como en el caso de la expulsin espaola). Y cuando dentro del Imperio ruso empezaron a producirse los malvolos y violentos po-gromos protonacionalistas y una poblacin cada vez ms secular emprendi su camino, llena de esperanza, hacia nuevas tierras solamente un minsculo grupo marginal, imbuido de una moderna ideologa nacionalista, imagin una nueva/vieja patria y puso rumbo a Palestina20.

    Esto tambin fue cierto tanto antes como despus del atroz genocidio nazi. De hecho, fue la negativa de Estados Unidos, entre la legislacin antiemigracin de 1924 y el ao 1948, a aceptar a las vctimas de la persecucin judefoba euro-

    19 A pesar de la existencia de varias concepciones ms relacionadas con la tierra, que (no por casualidad) estaban entre las ms etnocntricas, el goteo de peregrinos y la pequea minora de emigrantes tanto de Europa como de Oriente Prximo confirman la tendencia de las masas judas, de la elite juda y de los lderes judos a abstenerse de emigrar a Sin.

    20 Las masas de asimilacionistas desde los israeles liberales a los socialistas internacionales no fueron los nicos en tener problemas para entender la esencia de la nueva conexin pseudo-rreligiosa sionista con la Tierra Santa. El Bund, el movimiento seminacionalista ms extendido entre la poblacin yiddish de Europa del Este, tambin estaba asombrado por el esfuerzo para espolear la emigracin juda hacia Oriente Prximo.

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    pea lo que permiti a los responsables de tomar decisiones a canalizar un nme-ro algo mayor de judos hacia Oriente Prximo. Sin esta severa poltica antiemi-gratoria resulta dudoso que hubiera podido establecerse el Estado de Israel.

    Karl Marx seal una vez, parafraseando a Hegel, que la historia se repite a s misma: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. A principios de la dcada de 1980 el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, decidi permitir que los refugiados del rgimen sovitico emigraran a Estados Unidos, un ofrecimiento recibido con una abrumadora demanda. En respuesta, el go-bierno israel presion para cerrar por cualquier medio las puertas a la emigra-cin a Estados Unidos. Debido a que los emigrantes continuaban eligiendo Es-tados Unidos y no Oriente Prximo como su destino preferido, Israel colabor con el dirigente rumano Nicolae Ceausescu para limitar sus posibilidades de eleccin. A cambio de pagos a los rganos de seguridad de Ceausescu y al co-rrupto rgimen comunista de Rumana, ms de un milln de emigrantes soviti-cos fueron encaminados hacia su Estado nacional, un destino que ellos no haban elegido y en el que no queran vivir21.

    No s si a los padres o a los abuelos de Schama se les dio la oportunidad de regresar a la tierra de sus antepasados en Oriente Prximo. En cualquier caso, como la gran mayora de los emigrantes, tambin ellos eligieron emigrar hacia Occidente y continuar soportando los tormentos de la Dispora. Tambin estoy seguro de que el propio Simon Schama pudo haber emigrado a su antigua tierra natal en cualquier momento que hubiera querido, pero prefiri utilizar rboles emigrantes como representantes y dejar que fueran los judos que no podan obte-ner la entrada en Gran Bretaa o en Estados Unidos los que emigraran a la Tierra de Israel. Eso recuerda un viejo chiste yiddish que define a un sionista como un judo que pide dinero a otro judo para donarlo a otro tercer judo para que este ltimo realice la aliyah a la Tierra de Israel. Es un chiste que actualmente se puede aplicar ms que nunca, y una cuestin a la que regresar a lo largo del libro.

    En resumen, los judos no fueron exiliados a la fuerza de la tierra de Judea en el siglo i d.C., y no regresaron a la Palestina del siglo xx, y posteriormente a Is-rael, por voluntad propia. El papel del historiador es profetizar el pasado, no el futuro, y soy plenamente consciente del riesgo que tomo lanzando la hiptesis de

    21 Sobre esta cnica forma de sionismo, vase la entrevista con Yaakov Kedmi, antiguo di-rector de la agencia de espionaje Nativ, que confirma que a los ojos de los judos soviticos, la opcin no israel EEUU, Canad, Australia e incluso Alemania ser siempre preferible a la opcin israel, Yedioth Aharonot, 15 de abril de 2011 (en hebreo).

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    que el mito del exilio y del regreso un tema tan caliente durante el siglo xx debido al antisemitismo que impuls el nacionalismo de la era podra enfriarse durante el siglo xxi. Sin embargo, eso solo ser posible si el Estado de Israel cambia su poltica y pone fin a las acciones y prcticas que levantan la judeofobia de su letargo y aseguran al mundo nuevos episodios de horror.

    Los nombres de una tierra ancestral

    Un objetivo de este libro es recorrer los caminos que condujeron a la inven-cin de la Tierra de Israel como un espacio territorial cambiante sometido al dominio del pueblo judo, un pueblo que como he argumentado aqu bre-vemente y de forma ms extendida en otras partes tambin fue inventado a travs de un proceso de construccin ideolgica22. Sin embargo, antes de em-pezar mi viaje terico a las profundidades de la misteriosa tierra que se ha mos-trado tan fascinante para Occidente, primero tengo que llamar la atencin del lector sobre el sistema conceptual en el que ha quedado incrustada esta tierra. Como es comn en otras lenguas nacionales, el caso sionista contiene sus pro-pias manipulaciones semnticas, repletas de anacronismos que frustran cual-quier discurso crtico.

    En esta breve introduccin me ocupo de un destacado ejemplo de este pro-blemtico lxico histrico. Durante muchos aos el trmino Tierra de Israel que no se corresponde y nunca lo ha hecho con el territorio soberano del Esta-do de Israel se ha utilizado ampliamente para referirse al rea entre el mar Mediterrneo y el ro Jordn y, en el pasado reciente, tambin para incluir gran-des zonas situadas al este del mismo ro. Durante ms de un siglo, este fluido trmino ha servido de instrumento de navegacin y fuente de motivacin para la imaginacin territorial del sionismo. Para aquellos que no viven con el lenguaje hebreo, resulta difcil entender por completo el peso que lleva este trmino y su influencia sobre la conciencia israel. Desde los libros de texto de las escuelas hasta las disertaciones doctorales, desde la gran literatura a la historiografa aca-

    22 Tres obras que se relacionan con el tema de este libro, pero que en su mayor parte ofrecen perspectivas y conclusiones diferentes, son las de J.-C. Attias y E. Benbassa, Isral imaginaire, Pars, Flammarion, 1998; E. Schweid, Homeland and a Land of Promise, Tel Aviv, Am Oved, 1979 (en hebreo); e Y. Eliaz, Land/Text: The Christian Roots of Zionism, Tel Aviv, Resling, 2008 (en hebreo).

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    dmica, desde la cancin y la poesa a la geografa poltica, este trmino contina sirviendo como un cdigo que unifica las sensibilidades polticas y las ramas de la produccin cultural en Israel23.

    Las estanteras de las libreras y de las bibliotecas universitarias de Israel tie-nen incontables volmenes sobre temas como la prehistrica Tierra de Israel, la Tierra de Israel bajo el dominio de los cruzados y la Tierra de Israel bajo la ocupacin rabe. En las ediciones hebreas de libros extranjeros la palabra Palestina se sustituye sistemticamente por las palabras Eretz Israel (la Tierra de Israel). Incluso cuando se traduce al hebreo la obra de importantes figuras sionistas como Theodor Herzl, Max Nordau, Ber Borochov y muchos otros que, como la mayora de sus partidarios, utilizaban el trmino estndar de Palesti-ne (o Palestina, la forma latina utilizada en muchas lenguas europeas del mo-mento) este apelativo siempre se convierte en la Tierra de Israel. Semejante polticas del lenguaje algunas veces acaba en divertidos absurdos como, por ejemplo, cuando los ingenuos lectores hebreos no entienden por qu durante el debate de principios del siglo xx dentro del movimiento sionista sobre el esta-blecimiento de un Estado judo en Uganda en vez de en Palestina, a los oponen-tes al plan se les denominaba palestinocntricos.

    Algunos historiadores prosionistas tambin intentan incorporar el trmino a otras lenguas. Tambin aqu un destacado ejemplo es Simon Schama. Su libro conmemorativo de la empresa de colonizacin de la familia Rothschild lleva por ttulo, Two Rothschilds and the Land of Israel24, a pesar del hecho de que duran-te el periodo histrico en cuestin el nombre de Palestina lo utilizaban habitual-mente no solo todas las lenguas europeas sino tambin todos los protagonistas judos de los que habla en su libro. El historiador britnico-estadounidense Ber-nard Lewis, otro leal defensor de la empresa sionista, va incluso ms lejos en un artculo de investigacin en el que intenta utilizar lo menos posible el trmino Palestina haciendo la siguiente declaracin: Los judos llamaron al pas Eretz

    23 El trmino tambin se utiliza en forma adjetivada en el hebreo moderno, por ejemplo, una experiencia de la Tierra de Israel (como opuesta a la experiencia israel), poesa de la Tierra de Israel, un paisaje de la Tierra de Israel, etc. Con los aos, algunas universidades israeles han establecido departamentos separados, dedicados a las disciplinas de la Historia y la Geografa, cuyo programa presta una atencin exclusiva a los Estudios de la Tierra de Israel. Para apoyar la legitimidad ideolgica de esta pedagoga, vase Y. Ben-Arieh, The Land of Israel as a Subject of Historical-Geographic Study, en A Land Reflected in Its Past, Jerusaln, Magnes, 2001, pp. 5-26 (en hebreo).

    24 S. Schama, Two Rothschilds and the Land of Israel, Londres, Collins, 1978.

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    Israel, la Tierra de Israel, y utilizaron los nombres de Israel y Judea para designar los dos reinos en los que se dividi el pas despus de la muerte del rey Salomn25.

    No sorprende que los judeoisraeles estn seguros de la naturaleza inequvo-ca, eterna, de esta designacin de titularidad, una designacin que no deja dudas en cuanto a la propiedad, tanto en la teora como en la prctica, y que se consi-dera que ha sido dominante desde la misma promesa divina. Como ya he soste-nido en otros lugares de una manera algo diferente, ms que los hebreoparlantes piensen por medio del mito de la Tierra de Israel, la mitolgica Tierra de Is-rael se contempla a s misma a travs de ellos y, al hacerlo, esculpe una imagen del espacio nacional con implicaciones polticas y morales de las que no siempre podemos ser conscientes26. El hecho que desde el establecimiento del Estado de Israel en 1948 no haya habido una correspondencia territorial entre la Tierra de Israel y el territorio soberano del Estado de Israel proporciona una buena idea de la mentalidad geopoltica y de la conciencia de las fronteras (o de la au-sencia de la misma) que son tpicas de la mayora de los judeoisraeles.

    La historia puede ser irnica, especialmente respecto a la invencin de tradi-ciones en general y de las tradiciones del lenguaje en particular. Poca gente ha notado, o est dispuesta a reconocer, que la Tierra de Israel de los textos bblicos no inclua a Jerusaln, Hebrn, Beln o sus reas circundantes sino solo a Sama-ria y un nmero de zonas adyacentes; en otras palabras, no inclua a la tierra del reino septentrional de Israel.

    Debido a que nunca existi un reino unido que comprendiera tanto a la antigua Judea como a Israel, tampoco surgi un nombre hebreo que unificara semejante territorio. En consecuencia, todos los textos bblicos empleaban para la regin el mismo nombre faranico: la tierra de Canan27. En el libro del Gnesis, Dios hace la siguiente promesa a Abraham, el primer converso al judasmo: Yo te dar a ti y

    25 B. Lewis, Palestine: On the History and Geography of a Name, The International His-tory Review II, 1 (1980), p. 1.

    26 S. Sand, The Words and the Land: Israeli Intellectuals and the Nationalist Myth, Los nge-les, Semiotext(e), 2011, pp. 119-128.

    27 Sobre la no existencia de un reino unido, vase I. Finkelstein y N. A. Silberman, The Bible Unearthed, Nueva York, Touchstone, 2002, pp. 123-168 [ed. cast.: La Biblia desenterrada, Ma-drid, Siglo XXI de Espaa, 2003]. La tierra de Canan aparece en fuentes mesopotamicas y es-pecialmente egipcias. En una ocasin en el libro del Gnesis, Canan aparece como la tierra de los hebreos (40, 15). El malestar nacionalista judo con el nombre bblico de la regin desemboc en esfuerzos por corregir de alguna manera los textos escritos. Vase Y. Aharoni, The Land of Israel in Biblical Times: A Historical Geography, Jerusaln, Bialik, 1962, pp. 1-30 (en hebreo).

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    a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, toda la tierra de Canan, en posesin perpetua (17, 8). Y en el mismo tono paternal, alentador, ms tarde or-dena a Moiss: Sube a este monte de Abarim, al monte Nebo, que est en la tierra de Moab frente a Jeric, y mira la tierra de Canan (Deuteronomio 32, 49). De esta manera, el popular nombre aparece en cincuenta y siete versos.

    Jerusaln, al contrario, siempre estuvo situada dentro de la tierra de Judea y esta designacin geopoltica, que ech races como resultado del establecimien-to del pequeo reino de la casa de David, aparece en veinticuatro ocasiones. Ninguno de los autores de los libros de la Biblia lleg a soar con llamar Tierra de Israel al territorio alrededor de la ciudad de Dios. Por esta razn, en el libro segundo de las Crnicas se relata que derrib los altares y las imgenes de As-hera, y quebr y desmenuz las esculturas, y destruy todos los dolos por toda la tierra de Israel. Entonces volvi a Jerusaln (34, 7). La tierra de Israel, cono-cida por haber sido morada de muchos ms pecadores que la tierra de Judea, aparece en once versos ms, la mayora con connotaciones bastante poco favore-cedoras. Finalmente, la concepcin espacial bsica expresada por los autores de la Biblia es coherente con otras fuentes del periodo antiguo. En ningn texto o hallazgo arqueolgico encontramos que se utilice el trmino Tierra de Israel para referirse a una regin geogrfica definida.

    Esta generalizacin tambin es aplicable al periodo histrico ampliado que se conoce en la historiografa israel como el periodo del Segundo Templo. De acuerdo con todas las fuentes textuales a nuestra disposicin, ni la triunfante rebelin asmonea de los aos 167-160 a.C. ni la fracasada rebelin zelote de los aos 66-73 d.C. se produjeron en la Tierra de Israel. Es intil buscar el trmi-no en los libros primero y segundo de los Macabeos ni en los otros libros no cannicos28; tampoco en los ensayos filosficos de Filn de Alejandra ni en los escritos histricos de Flavio Josefo. Durante los numerosos aos en que existi alguna forma de reino judo ya fuera un reino soberano o que estuviera bajo la proteccin de otros esta denominacin nunca se utiliz para referirse al territo-rio entre el mar Mediterrneo y el ro Jordn.

    Los nombres de las regiones y de los pases cambian con el tiempo, y algunas veces es habitual referirse a tierras antiguas utilizando nombres que les fueron asignados en momentos posteriores de la historia. Sin embargo, esta costumbre lingstica se ha practicado habitualmente solo en ausencia de otros nombres

    28 El libro de Tobit, que parece que fue escrito a comienzos del siglo ii a.C., contiene y utiliza el trmino Tierra de Israel para referirse al territorio del reino de Israel (14, 6).

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    conocidos y aceptables para los lugares en cuestin. Por ejemplo, todos sabemos que Hammurabi no gobern sobre la eterna tierra de Iraq, sino sobre Babilonia y que Julio Csar no conquist la gran tierra de Francia, sino la Galia. Sin em-bargo, pocos israeles son conscientes de que David, hijo de Jes, y el rey Josas gobernaron en un lugar conocido como Canan o Judea, y que el suicidio en grupo de Masada no se produjo en la Tierra de Israel.

    Sin embargo, este problemtico pasado semntico no ha preocupado a los acadmicos israeles que regularmente reproducen este anacronismo lingstico sin restricciones ni dudas. Con un raro candor, su posicin cientfico-nacionalis-ta la resuma Yehuda Elitzur, un destacado estudioso de la Biblia y de la geogra-fa histrica de la Universidad de Bar-Ilan:

    De acuerdo con nuestra concepcin, nuestra relacin con la Tierra de Israel no debera equipararse simplemente a la relacin de otros pueblos con sus tierras natales. Las diferencias no son difciles de percibir. Israel era Israel incluso antes de que entrara en la Tierra. Israel era Israel muchas generaciones despus de que partiera a la Dispora, y la tierra permaneci siendo la Tierra de Israel incluso en su devastacin. No sucede lo mismo con otras naciones. La gente es inglesa por el hecho de que vive en Inglaterra, e Inglaterra es Inglaterra porque est habitada por ingleses. En una o dos generaciones, los ingleses que abandonan Inglaterra dejan de ser ingleses. Y si Inglaterra se vaciara de ingleses dejara de ser Inglate-rra. Lo mismo sucede con todas las dems naciones29.

    Igual que el pueblo judo se considera un ethnos eterno, la Tierra de Is-rael se considera como una esencia, tan inmutable como su nombre. En todas las interpretaciones de los libros de la Biblia y de los textos del periodo del Se-gundo Templo mencionados anteriormente, la Tierra de Israel se describe como un territorio definido, estable y reconocido.

    Los siguientes ejemplos son ilustrativos de todo esto. En una nueva traduc-cin hebrea de calidad del segundo libro de los Macabeos publicada en 2004, el trmino Tierra de Israel aparece 156 veces en la introduccin y en las notas de pie de pgina, mientras que los propios asmoneos no se enteraron de que esta-ban encabezando una rebelin dentro de un territorio que tuviera ese nombre. Un historiador de la Universidad Hebrea de Jerusaln daba un salto similar pu-

    29 Y. Elitzur, The Land of Israel in Biblical Thought, en Y. Shaviv, Eretz Nakhala, Jerusaln, World Mizrachi Center, 1977, p. 22 (en hebreo).

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    blicando un trabajo acadmico bajo el ttulo The Land of Israel as a Political Concept in Hasmonean Literature [La Tierra de Israel como concepto poltico en la literatura asmonea], incluso aunque ese concepto no existiera en el periodo en cuestin. Este mito geopoltico se ha mostrado tan dominante en los ltimos aos que los editores de los escritos de Flavio Josefo han llegado incluso a incor-porar el trmino Tierra de Israel a la traduccin de los propios textos30.

    En realidad, el trmino Tierra de Israel, como uno de los muchos nombres de la regin algunos de los cuales como la Tierra Santa, la Tierra de Canan, la Tierra de Sin o la Tierra de la Gacela no estaban menos aceptados por la tradicin juda fue una posterior invencin cristiana y rabnica que de ninguna manera tena una naturaleza poltica sino teolgica. Realmente, podemos suponer con cautela que el nombre apareci por primera vez en el Nuevo Testamento en el Evangelio de Ma-teo. Claramente, si la suposicin de que este texto cristiano fue escrito alrededor de finales del siglo i d.C. es correcta, entonces la utilizacin puede considerarse innovadora: Pero cuando Herodes muri, un ngel del Seor apareci en sueos a Jos en Egipto y le dijo: Levntate, toma al nio y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que buscaban la muerte del nio. As que l se le-vant cogi al nio y a su madre y march a la tierra de Israel (Mateo 2, 19-21).

    Esta nica y aislada utilizacin del trmino Tierra de Israel para referirse al rea que rodea Jerusaln es inusual ya que la mayora de los libros del Nuevo Testamento utilizan Tierra de Judea31. La aparicin del nuevo trmino puede haber procedido de los primeros cristianos, que se referan a s mismos no como judos sino como hijos de Israel, y no podemos descartar la posibilidad de que la Tierra de Israel fuera insertada en el antiguo texto en una fecha muy posterior.

    El trmino Tierra de Israel ech races en el judasmo solamente despus de la destruccin del Templo, cuando el monotesmo judo mostraba signos de declive por toda la regin mediterrnea como consecuencia de las tres fallidas revueltas antipaganas. Hay que esperar hasta el siglo ii d.C. cuando la tierra de Judea se convirti en Palestina por decreto romano y un importante segmento de la poblacin empez a convertirse al cristianismo para encontrar las prime-ras vacilantes apariciones del trmino Tierra de Israel en la Mishn y en el

    30 The Second Book of Maccabees, Introduction, traduccin y comentario de U. Rappaport, Jerusaln, Yad Izhak Ben-Zvi, 2004 (en hebreo); D. Mendels, The Land of Israel as a Political Con-cept in Hasmonean Literature, Tubinga, Mohr, 1987. Vase por ejemplo, History of the Jewish War against the Romans, Varsovia, Stybel, 1923, Libro II, 4; 1, y 1-15; 6. Una traduccin ms reciente se encuentra en Libro VII, 3, 3, Ramat Gan, Masadeh, 1968, p. 376 (en hebreo).

    31 Vase por ejemplo Marcos 1, 5, Juan 3, 22 y 7, 1, Actas 26, 20 y Romanos 15, 31.

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    Talmud. Esta denominacin lingstica tambin puede haber surgido de un pro-fundo temor a la creciente fuerza del centro judo de Babilonia y a su cada vez mayor atractivo para los intelectuales de Judea.

    Sin embargo, como se indicaba anteriormente, la encarnacin cristiana o ra-bnica del trmino no es idntica en significado al trmino tal y como se emple durante la era del nacionalismo en el contexto de la conexin juda con el terri-torio. Como los conceptos antiguos y medievales de pueblo de Israel, pueblo elegido, pueblo cristiano y pueblo de Dios que significaban algo total-mente diferente a lo que se considera actualmente un pueblo moderno tampo-co los conceptos bblicos de Tierra Prometida y Tierra Santa de las tradicio-nes juda y cristiana guardan ningn parecido con la patria sionista. La Tierra Prometida por Dios abarcaba la mitad de Oriente Prximo, desde el Nilo al ufrates, mientras que las ms limitadas fronteras religiosas de la Tierra de Israel en el Talmud siempre delimitaban solamente pequeas zonas, no contiguas, a las que se asignaba diverso grado de santidad. En ninguna parte de la larga y diver-sa tradicin del pensamiento judo se conceban estas divisiones como fronteras de una soberana poltica.

    Solamente a principios del siglo xx, despus de aos en el crisol protestante, el concepto teolgico de Tierra de Israel finalmente se convirti y se refin en un concepto claramente geonacional. El sionismo colonizador tom prestado el trmino de la tradicin rabnica en parte para desplazar al trmino Palestina que, como hemos visto, estaba generalizado no solo en toda Europa, sino tam-bin entre la primera generacin de dirigentes sionistas. En el nuevo lenguaje de los colonos, la Tierra de Israel se convirti en el nombre exclusivo de la regin32.

    Esta ingeniera lingstica parte de la construccin de la memoria etnocntrica que ms tarde implicara la hebreizacin de los nombres de regiones, barrios, ca-lles, montaas y riberas de ros permiti a la memoria nacionalista juda dar su asombroso salto en el tiempo pasando por encima de la larga historia no juda del territorio33. Sin embargo, mucho ms importante para nuestra discusin es el he-

    32 Incluso la cancin Hatikva, escrita a finales de la dcada de 1880 todava privilegiaba el trmino Tierra de Sin sobre el de Tierra de Israel. Todos los dems nombres judos para la regin se perdieron y desaparecieron de la cultura del discurso nacional.

    33 David Ben-Gurin explicaba en 1949 la racionalidad que se encontraba detrs de este esfuerzo: Estamos obligados a retirar los nombres rabes por razones de Estado. Igual que no reconocemos la propiedad rabe de la tierra, tampoco reconocemos su propiedad espiritual ni sus nombres. Citado en M. Benvenisti, Sacred Landscape: The Buried History of the Holy Land since 1948, Berkeley, University of California Press, 2000, p. 14.

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    cho de que esta designacin territorial, que ni inclua ni tena relacin con la gran mayora de la poblacin de ese territorio, rpidamente facilit el considerar a esa mayora como una coleccin de subarrendatarios o de habitantes temporales que vivan en una tierra que no les perteneca. La utilizacin del trmino Tierra de Israel desempe un papel para dar forma a la imagen ampliamente difundida de una tierra vaca, de una tierra sin un pueblo eternamente asignada para un pueblo sin una tierra. El examen crtico de esta dominante pero falsa imagen, que de hecho fue formulada por un cristiano evanglico, nos permite entender mejor la evolucin del problema de los refugiados durante la guerra de 1948 y el renacer de la empresa de asentamiento despus de la guerra de 1967.

    Mi principal objetivo en este libro es desmontar el concepto del derecho histrico judo sobre la Tierra de Israel y sus asociadas narrativas nacionalistas, cuyo nico propsito era establecer la legitimidad moral para apropiarse del te-rritorio. Desde esta perspectiva, el libro es un esfuerzo para criticar la historio-grafa oficial del establishment sionista israel y, en el proceso, trazar las implica-ciones de la influyente revolucin paradigmtica sionista dentro de un judasmo que gradualmente se est atrofiando. Desde el principio, la rebelin del naciona-lismo judo contra la religin juda implic un constante aumento de la instru-mentalizacin de las palabras, valores, smbolos, festividades y rituales de esta ltima. Desde el inicio de su empresa de asentamiento, el sionismo secular nece-sitaba una vestimenta formal religiosa, tanto para conservar y fortalecer las fron-teras del ethnos como para situar e identificar las fronteras de su tierra ances-tral. La expansin territorial de Israel, junto a la desaparicin de la visin socialista sionista, hicieron que esta vestimenta formal fuera todava ms esen-cial, reforzando hacia finales del siglo xx el estatus de los componentes ideolgi-cos etnorreligiosos de Israel dentro del gobierno y de los militares.

    Pero no debemos engaarnos por este proceso relativamente reciente. Fue la nacionalizacin de Dios, no su muerte, la que levant el velo sagrado de la tierra transformndola en el suelo sobre el cual la nueva nacin empez a caminar y a construir de la forma que consider conveniente. Si para el judasmo lo opuesto al exilio metafsico era sobre todo la salvacin mesinica, que inclua la conexin espiritual con el lugar aunque careciera de cualquier reclamacin concreta sobre l, para el sionismo lo opuesto al imaginado exilio se traduca en la agresiva re-dencin de la tierra mediante la creacin de una patria geogrfica, fsica, moder-na. Sin embargo, la ausencia de fronteras permanentes hace que esta patria sea peligrosa tanto para sus habitantes como para sus vecinos.

  • I37

    Qu es un pas? Un pas es un pedazo de tierra rodeado por todas par-tes por fronteras, normalmente no naturales. Los ingleses estn muriendo por Inglaterra, los estadounidenses por Estados Unidos, los alemanes por Alemania, los rusos por Rusia. Ahora hay cincuenta o sesenta pases luchan-do en esta guerra. Con tantos pases no todos pueden ser merecedores de morir por ellos.

    Joseph Heller, Catch-22, 1961

    Las fronteras externas del estado tienen que convertirse en fronteras internas o lo que viene a ser lo mismo las fronteras externas tienen que imaginarse constantemente como una proyeccin y proteccin de una perso-nalidad colectiva interna que cada uno de nosotros lleva dentro de s mismo, y que nos permite habitar el espacio del estado como un lugar en el que siem-pre nos hemos sentido y siempre nos sentiremos como en casa.

    tienne Balibar, The Nation Form: History and Ideology, en Race, Nation, Class: Ambiguous Identities, 1988

    Las discusiones tericas sobre las naciones y el nacionalismo que se produje-ron a finales del siglo xx y comienzos del xxi dedicaron solo una atencin mar-ginal a la construccin de las patrias modernas. El espacio territorial, el hardware en el que una nacin actualiza su propia soberana, no reciba la misma conside-racin acadmica que el software, las relaciones entre cultura y soberana polti-ca o el papel de los mitos histricos para formar la entidad nacional. No obstan-te, igual que los proyectos de construccin de naciones no pueden desarrollarse sin un mecanismo poltico o un pasado histrico inventado, tambin exigen una

    Construir patrias: imperativo biolgico o propiedad nacional?

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    imaginacin geofsica del territorio que proporcione un respaldo y sirva de cons-tante foco de nostlgica memoria.

    Qu es una patria? Es el lugar por el que es dulce y adecuado morir, como una vez dijo Horacio? Durante los dos ltimos siglos este conocido adagio lo han citado muchos devotos del nacionalismo1, aunque con un significado di-ferente al que le daba el ilustre poeta romano del siglo i a.C.

    Debido a que muchos de los trminos que utilizamos actualmente se derivan de antiguas lenguas, resulta difcil diferenciar la sustancia mental del pasado de las sensibilidades modernas del presente. Toda conceptualizacin histrica que se emprende sin un meticuloso esfuerzo historiogrfico se expone a caer en el anacronismo. El concepto de patria es un ejemplo de ello; como ya hemos sealado, aunque el concepto existe en muchas otras lenguas no lleva siempre el mismo equipaje moral.

    En los dialectos griegos ms antiguos, encontramos el trmino patria () y algo ms tarde patris (), que se abri camino en el latn antiguo como patria. Derivado del nombre padre (pater), el trmino dej su huella en un cierto nmero de lenguas europeas, como la patria italiana, espaola y portugue-sa, la patrie francesa, y encarnaciones en otras lenguas todas ellas derivadas de la antigua lengua de los romanos. El significado del trmino latino dio origen a la fatherland inglesa, a la vaterland alemana y a la holandesa vaderland. Sin embar-go, algunos sinnimos basan su concepcin de patria en el concepto de madre, como la inglesa motherland, o en el concepto de hogar, como la inglesa home-land, la alemana heimat, y la yiddish heimland (). En rabe, al contrario, el trmino watan () est etimolgicamente relacionado con el concepto de pro-piedad o herencia.

    Los estudiosos sionistas que disearon la moderna lengua hebrea cuya len-gua materna era habitualmente el ruso (y/o el yiddish) adoptaron el trmino moledet () de la Biblia siguiendo aparentemente el ejemplo de la rusa rodi-na () que significa algo ms cercano al lugar de nacimiento o al origen familiar. Rodina es de alguna manera similar a la alemana heimat y sus ecos de

    1 Dulce et decorum est pro patria mori. Horacio, Odas 3.2, en Odes and Epodes, Cambrid-ge, Harvard University Press (Loeb Classical Library), 2004, pp. 144-145. Estos versos fueron escritos entre los aos 23 y 13 a.C. En su encarnacin sionista, el mismo sentimiento fue expresa-do utilizando las palabras es bueno morir por nuestro pas, que fueron atribuidas a Josef Trum-peldor, un precursor colono judo que fue asesinado en 1920 en un enfrentamiento con rabes locales. Como Trumpeldor haba estudiado latn en su juventud, pudo de hecho haber citado a Horacio justo antes de su muerte.

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    aoranza romntica (y quiz sexual) parecen haber sido coherentes con la cone-xin sionista con la mitolgica patria juda2.

    En cualquier caso, el concepto de patria que se abri camino desde el Medi-terrneo antiguo a travs de la Europa medieval hasta llegar al umbral de la era moderna, est asociado con diversos significados que habitualmente no se co-rresponden con la manera en que ha sido entendido desde el auge del naciona-lismo. Pero antes de entrar de lleno en materia, primero debemos reconocer y librarnos a nosotros mismos de unas cuantas ideas preconcebidas, ampliamente difundidas, respecto a la relacin entre los seres humanos y los espacios territo-riales en los que habitan.

    La patria, un espacio vital natural?

    En 1966 el antroplogo Robert Ardrey lanz una pequea bomba sociobio-lgica que, en aquel momento, tuvo unas reverberaciones sorprendentemente potentes entre una franja relativamente amplia de lectores. Su libro The Territo-rial Imperative: A Personal Inquiry into the Animal Origins of Property and Na-tions3, se propona de