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Sobre los errores de las izquierdas

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  • Mark Lilla es profesor de Humanidades en la Universidad de Columbia. Colaborador de la NewYork Review of Books, entre sus obras ms recientes destacan Pensadores temerarios: los inte-lectuales en la poltica y El Dios que no naci: religin, poltica y el Occidente moderno

    Traduccin de Guillermo Grao.

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    LA INOCENCIA POLTICA

    No lo saba. Durante un buen siglo, esta frase ha sido el mantra dequienes defendieron a los tiranos y a sus compaeros de viaje deregmenes totalitarios. No lo saba. Durante casi el mismotiempo, quienes estaban atentos a los crmenes de regmenes comunistas yfascistas, de despotismos del Tercer Mundo y, ahora, de movimientos isla-mistas, han ridiculizado esta excusa. Tienen, para ello, un buen argumento:las pruebas de muchos de esos crmenes estaban a disposicin de cualquieracon ganas de saber la verdad. Se requera una extraordinaria falta de curio-sidad, un ensimismamiento y una deliberada ceguera para no ver lo perfec-tamente obvio. En la Rusia en la que los Procesos de Mosc eran ejecucionesescenificadas y los campesinos moran de hambre; en la China en la que laRevolucin Cultural fue un auto de fe tan enloquecido como el Terror fran-cs; en la Camboya en la que la gente era expulsada de las ciudades hacia lamuerte; en Irn, donde los homosexuales son colgados de farolas. Nadie quequisiera saber puede decir que no saba. Los que no saban, no queran saber.

    Entonces, por qu no queran saber? Esta pregunta nos ha acompa-ado desde que existen las tiranas modernas. Se han dado dos tipos de

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    explicaciones a este autoengao poltico. Una primera es social y centra suatencin en los intelectuales como clase con sus propios sesgos, compro-misos y cegueras particulares. Julien Benda habla de La trahison des clercs,Milovan Djilas identifica a la nueva clase, Raymond Aron rastrea en elopio de los intelectuales, y Daniel Bell y otros proporcionan la idea de unacultura adversaria de los intelectuales.

    Aunque siempre he simpatizado con estos escritores, nunca me he sen-tido del todo satisfecho con este tipo de teoras sociales, por la mismarazn por la que soy escptico respecto a la reduccin de las motivacioneshumanas al inters de clase o a cualquier otro sesgo: simplemente, hay de-masiada diversidad dentro de una misma clase. Es verdad que, a lo largodel siglo XX, al llamado rebao de mentes independientes le ha faltadotiempo para acudir a apoyar desastrosas revoluciones y despotismos ca-rismticos. Sin embargo, tambin muchos de ellos resistieron a la tenta-cin totalitaria o, simplemente, cambiaron de opinin. As pues, paraentender esta tentacin, no llegaremos lejos si tratamos a los intelectualescomo a una clase homognea que comparte un punto de vista comn.

    Un segundo tipo de explicacin para este autoengao poltico cen-tra su atencin en la relacin existente entre el totalitarismo y la reli-gin. Este argumento es de ms antiguo linaje, y se remonta a lospensadores contrarrevolucionarios de finales del siglo XVIII y princi-pios del XIX que acusaron al Terror y a sus defensores intelectuales deatesmo. T.S. Eliot, si lo entiendo correctamente, tambin mantiene estaposicin. Una versin diferente y, en mi opinin, ms convincentede este argumento fue expuesta por primera vez por Dostoyevski, quienvio en el propio atesmo una expresin de religiosa desesperacin, y enla pasin revolucionaria un desplazamiento perverso del anhelo mesi-nico. Esta perspectiva fue particularmente popular despus de la Se-gunda Guerra Mundial, momento en que fue comn hablar de losmovimientos y grupos revolucionarios como sucedneos de iglesias, delos pensadores revolucionarios como sucedneos de telogos, y del au-toengao poltico como el correlato del autoengao religioso. Estoypensando en Eric Voegelin, Gershom Scholem, Czeslaw Milosz, LeszekKolakowski, Isaiah Berlin y Jacob Talmon.

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    Siempre he guardado simpata por esta visin y todava pienso que seacerca ms a la comprensin de por qu el totalitarismo ha sido tan atrac-tivo para tantos intelectuales. Una razn de esta simpata es que vincula ladinmica de la vida poltica con la psicodinmica de los individuos, no delas clases. Y, ciertamente, los paralelismos son asombrosos. De igual formaque las ideas religiosas de pecado, conversin, autoridad divina, providen-cia y redencin pueden llevar al creyente individual a negar la evidenciaque tiene delante de sus ojos, asimismo las ideas polticas de explotacin,revolucin, partido, lucha de clases y emancipacin pueden producir elmismo efecto. En mi ltimo libro, El Dios que no naci: Religin, poltica y elOccidente moderno, trat de hacer explcito cmo estos dos conjuntos deideas han convergido en el pensamiento moderno alemn.

    Sin embargo, desde que termin el libro he comenzado a sentir que estaperspectiva es insuficiente. Me ha ido resultando claro que, al tratar de ex-plicar el autoengao poltico, he dejado fuera algo, algo sencillo pero im-portante. Aquellos de nosotros que escribimos sobre mesianismo y polticamoderna estamos, de una manera u otra, intentando explicar los extremos:cmo han podido cometerse crmenes horrendos para despus ser justifica-dos por gente consciente de ellos. Lo que no hemos tomado suficientementeen serio es la posibilidad de que, para ciertos tipos de intelectuales, los cr-menes bien pueden no haber sido genuinamente tales. No se trata de queestos intelectuales estuviesen mintiendo o actuando de mala fe, como mu-chos hicieron, sino de que ciertos tipos de intelectual moderno por razonesprofundas, y no por razones superficiales son estructuralmente incapaces dehacerse cargo de la complejidad del mal. Son, en una palabra, inocentes.

    Qu es la inocencia? Y, en particular, qu es la inocencia poltica? Parael cristianismo, la inocencia es una virtud, aunque no una virtud simple.Los cristianos y, aadira yo, las culturas postcristianas como la nuestraestn divididos con respecto a su valor. Jess estuvo a menudo rodeadopor nios, y dijo a sus discpulos:

    Dejad que los nios se acerquen a m, no se lo impidis; pues el reino de Dioses de los que son como ellos. Os aseguro que quien no recibe como un nio elreino de Dios no entrar en l. (Mc 10:14-15)

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    sta es una perspectiva cristiana sobre la inocencia. Sin embargo, en lasConfesiones de San Agustn escuchamos otra. Repasando la historia de suvida, Agustn dice que, cuando nio, jams fue moralmente inocente, y queningn nio lo es. Fue un cro egosta, peda leche a todas horas del da yla noche, y lloraba cuando no la consegua. Siendo ya un chico joven, robunas peras slo por diversin para despus tirarlas en lugar de comerlas.

    Todos los cristianos estn de acuerdo en que, en su origen, el hombrees inocente y despus cae en el pecado, pero estn en desacuerdo respectoa lo que se colige de este hecho. Estn los fieles destinados, con la graciade Dios, a recuperar su inocencia original y ver el mundo otra vez comolo hicieron los nios a los pies de Jess? O deben aceptar la cada, verlacomo un hecho afortunado, y desarrollar la fe de adultos conscientes? Atravs de la historia intelectual cristiana se oyen ambas perspectivas. La vi-sin propia de Agustn es que no hay vuelta atrs al Edn y que tal cosaes buena.

    Fue Reinhold Niebuhr quien, en EE. UU., vislumbr de forma ms claracmo esta visin doble ha determinado la imaginacin poltica cristiana. Nie-buhr era un agustiniano que dedujo de la doctrina del pecado de Agustn losprincipios de un lcido realismo en asuntos polticos; no se haca ilusionesrespecto a la propensin del hombre hacia el mal, y conceba la fuerza pol-tica y la autoridad como herramientas imperfectas para prevenirlo y evitarlos peores crmenes. Sin embargo, Niebuhr tambin saba que estaba en mi-nora. Las iglesias cristianas del siglo XX, especialmente en EE. UU., toda-va se hacan ilusiones imprudentes respecto a la naturaleza del mal, laperfectibilidad del hombre y la ilegitimidad de la fuerza. Los cristianos eran,en trminos generales, inocentes polticos y la gente polticamente ino-cente es ms peligrosa de lo que parece. Como el novelista catlico GrahamGreene dijo una vez, la inocencia es como un leproso mudo que ha per-dido su campana y que se pasea por el mundo sin mala intencin.

    El ideal cristiano de inocencia ha proyectado una larga sombra sobrenuestra cultura postcristiana. Leszek Kolakowski lo vio acertadamente, creoyo, al decir que cuanto ms se aleja la modernidad del concepto cristiano depecado, ms polticamente inocentes son los intelectuales como clase. Esto

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    merece un poco de reflexin. Como nos recuerda Czeslaw Milosz en TheCaptive Mind, tipos humanos muy diferentes se sintieron atrados por losmovimientos polticos totalitarios o los legitimaron, y cada uno tuvo dife-rentes razones para hacerlo. Propongo ahora que echemos un vistazo a losinocentes, clasificndolos en dos tipos. Llamemos a los del primer tipo losBilly Budds, y a los del segundo tipo los prncipes Mishkins.

    * * *

    Billy Budd, el epnimo personaje principal de la novela de Melville, esun ngel encarnado. Se trata de un marino mercante profesional, siemprepopular en sus barcos, a medio camino entre un lder y una mascota. Todossus compaeros le aman y siguen instintivamente su ejemplo. As pues,cuando le reclutan para la Marina inglesa y le destinan a un barco llamadoel Bellipotent, Billy no se queja; asume que es un barco como otro cual-quiera, tripulado por hombres como cualesquiera otros. Pero no lo es; setrata de un barco de guerra, lleno de marineros y oficiales cuyo trabajo esmatar. Se enfrentan a la maldad todos los das, y a veces deben cometerla.No son ngeles.

    El sargento de marina del Bellipotent es Mr. Claggart, un hombre al queMelville califica de naturalmente depravado. Le coge ojeriza a Billy desdeel primer momento por la simple razn de que le ofende la bondad. Aspues, Claggart se las arregla con otro marino para tender una trampa aBilly ofrecindole dinero, pero Billy lo rechaza. Los otros marinos se dancuenta de lo que pasa y advierten a Billy de que Claggart va a por l, peroste se niega a creerlos. Defiende a Claggart porque el sargento de marinasiempre ha sido bueno con l algo que, en la superficie, es cierto.

    Frustrado por su incapacidad para atrapar a Billy, Claggart lo denunciaal capitn del barco, el Capitn Vere, alegando que Billy planea un motn.Cuando Vere llama a Billy y le pide que se explique, ste no puede ni ha-blar se ha quedado mudo ante la mera idea de haber sido falsamente acu-sado. El capitn no sabe qu pensar, as que llama al acusador, quien ledenuncia en persona. Billy le mira y le mira fijamente, y despus le asestaun golpe en la cabeza que lo mata al instante. De acuerdo con las leyes de

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    guerra, Billy debe ser ejecutado; camina hacia su propia muerte sin quejaalguna. Sus ltimas palabras, antes de ser colgado, son Dios salve al Ca-pitn Vere!

    Me vino a la cabeza la novela de Melville, recientemente, cuando estabareleyendo Political Pilgrims de Paul Hollander, un clsico estudio ameri-cano sobre los intelectuales y el totalitarismo moderno publicado por pri-mera vez en 1981. Es una extraa experiencia leer el libro ahora, treintaaos despus de su publicacin y veinte despus del colapso de la UninSovitica. Pgina tras pgina asistimos a las versiones ms extraordinaria-mente ingenuas e ilusorias de estos viajeros que visitan regmenes que hoyda todos reconocemos como despticos.

    Algunos visitan a Stalin y quedan deslumbrados por su paternal amorhacia su pueblo; otros pasan noches discutiendo de filosofa y literaturacon Castro y vuelven fascinados. Otros incluso se deshacen en elogios res-pecto a la armona social lograda bajo el socialismo, y parecen creer deverdad que escritores y dems intelectuales son, de hecho, ms libres en l.La economa socialista es otra maravilla. Ah donde Andr Gide vio miedoy estantes de tienda vacos, muchos otros vieron familias alegres y pleni-tud econmica. O, al menos, un tipo de miseria econmica ms jovial. Des-pus de hacer su visita, el novelista americano Theodore Dreiser escribi:En Mosc hay pobreza. Hay mendigos en las calles. Pero Seor, qu pin-torescos son los abultados harapos multicolores!.

    Y estn las prisiones! No estoy seguro de si los viajeros a los pases co-munistas fueron llevados a las prisiones por defecto, o si pidieron visitar-las ellos mismos. En todo caso, todos parecen asombrados con lo queencuentran. Qu humano, cuntos libros en las libreras, qu felices pare-can los prisioneros! En Rusia escriba George Bernard Shaw despus dedarse una vuelta el prisionero entra siendo criminal y sale siendo hombreordinario, si es que se le persuade para que salga. Hasta donde he podidoobservar, pueden quedarse cuanto gusten. Muchos peregrinos se lo cre-yeron cuando les contaron que haba una lista de espera de gente para en-trar en prisin. Una de dos: o esto era una mentira absurda, o era una claramuestra de hasta qu punto la poblacin estaba hambrienta.

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  • Pues bien, Shaw y Dreiser no eran sino cristianos en el sentido con-vencional del trmino. Y seguramente no tendran problema reconociendoy denunciando el mal: denunciaban el capitalismo y la poltica democr-tica de partido a cada instante. Lo que aparentemente les fue imposible dereconocer fue el lobo totalitario que se esconda tras el ropaje de un ino-cente cordero. Como muchos otros viajeros y apologistas, minimizaron elsufrimiento bajo el totalitarismo porque perdieron todo el sentido moral dela proporcin. Pensaron que slo poda haber un solo mal al que resistir, yno dos. Cmo puede ser una fuerza que combate el mal tambin malvada?Haba, creo yo, una ingenua inocencia cristiana detrs de toda la posenietzscheana de Shaw.

    Y cuando los cristianos practicantes visitaron los regmenes totalitarios,qu es lo que vieron? Desde los cuqueros en Rusia hasta el pastor iz-quierdista americano en Hani, Philipp Berrigan, el clero vio lo que espe-raba ver: el Reino de Dios construyndose en la Tierra. Una tpicaobservacin nos la proporciona el cuquero ingls, D.F. Buxton, despus devisitar la Unin Sovitica en los aos veinte. Escribi:

    En el nfasis que ponen en el espritu de servicio, los comunistas se toman muyen serio algunas de las mximas ms importantes del Nuevo Testamento. Re-pudian, por supuesto, el lenguaje religioso, pero como sus acciones son muchoms importantes que sus palabras, no creo que debamos tomar estas ltimasmuy en serio.

    Un cuquero americano, Henry Hodgkin, dijo aproximadamente lomismo despus de visitarlos ms o menos en la misma poca: Cuandomiramos al gran experimento ruso de hermandad, nos parece que algunavaga imagen del camino de Jess, que a ellos les pasa completamente desa-percibida, les est inspirando.

    Billy Budds como stos, inocentes como corderos, fueron idiotas ex-tremadamente tiles para todos los tiranos del siglo XX, desde Stalin yMao, hasta Tito, Ceaucescu, Castro, Pol Pot, Jomeini, y, hoy da, HugoChvez. Eventualmente, algunos de ellos perdieron su inocencia, al menosen lo que se refiere al comunismo y a la revolucin del Tercer Mundo, ymuchos de ellos escribieron libros confesionales sobre su conversin pol-

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    tica. Pero merece la pena remarcar cuntos de estos inocentes, siendo yaanticomunistas, permanecieron fieles a su carcter al arremeter violenta-mente una vez desaparecidas sus ilusiones, un poco como Billy Budd. Al-guien podra escribir un interesante libro algn da o quiz alguien ya lohaya hecho, sobre excomunistas radicales, y sobre lo poco que cambia-ron sus caracteres despus de que el velo se les cayera de los ojos. DesdeJames Burnham y John Dos Passos en los treinta, hasta el radical de los se-senta David Horowitz hoy da, nos enfrentamos con seres humanos quecambian de lado polticamente, pero que permanecen igualmente incapa-ces de entender la complejidad moral de la vida poltica y la polimorfa per-versidad del mal. Slo estn dotados de credulidad y de un puo.

    * * *

    El idiota de Dostoyevski se abre con la vuelta del prncipe Mishkin a SanPetersburgo. Acaba de pasar cuatro aos en un hospital mental suizo, aque-jado de epilepsia y de padecimiento humano. No fue curado de ninguna delas dos, pero mientras estuvo ah, tuvo una epifana que le hizo querer vol-ver a la vida y hacer el bien. En un pequeo pueblo, no lejos del asilo, elprncipe conoce a una joven chica condenada al ostracismo por todos, in-cluida su familia, por haber perdido la virginidad. Estaba sola y sufra cons-tantes abusos por parte de los nios del pueblo. A Mishkin le revolvi ensu interior la pena, y decidi ayudar. Antes de nada, asumi la responsabi-lidad de convencer a sus jvenes torturadores de que tambin ellos debansentir pena por ella. Y, de hecho, con su palabra y su ejemplo, se las arre-gl para restaurar su simpata natural. Cuando la mujer muri, no muchotiempo despus, estaba rodeada de nios inocentes y afectuosos, como loestaba Jess. Haban sido reformados.

    El prncipe Mishkin vuelve a San Petersburgo tenindose por un mesas:cree que todo el mundo puede ser redimido. Por esta razn se interesa in-mediatamente en Nastasia Filppovna, otra mujer perdida que conoce pocodespus de su vuelta. Se obsesiona con ella despus de or su historia enboca de otra persona, y se convence de que sabe cmo salvarla. Cree quees mala porque ha sufrido y ahora se odia a s misma. Su experiencia deSuiza le ha enseado que no existe nada parecido al pecado, sino slo su-

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    frimiento, y que, en el momento en el que mitigamos el sufrimiento, el im-pulso de actuar mal desaparece.

    As pues, Mishkin la persigue. Ella huye a los brazos de, al parecer, unmal tipo, Parfyon Rogozhin, pervirtindose as an ms. Despus, vuelve aMishkin. Este ciclo se repite varias veces hasta que Mishkin, en un intentopor salvarla, le propone matrimonio. Nastasia acepta la propuesta, pero,en el da de su boda, huye de nuevo con Rogozhin. Enloquecido por suamor hacia ella, y queriendo mantenerla lejos de Mishkin, Rogozhin mataa Nastasia. El prncipe se apiada de ella y tambin de Rogozhin. Final-mente, incapaz de gestionar toda esta pena, es conducido de nuevo al asilo.

    Los Billy Budds de la vida poltica tienen dificultades para reconocerel mal y hacerse cargo de su complejidad. En su inocencia, celebran lo te-rrible. Los prncipes Mishkins de la vida poltica no son tan ingenuos.Saben reconocer que vivimos en un mundo cado, pero tambin creen que,con el suficiente esfuerzo, podemos superar los efectos de la cada. Son, entrminos teolgicos, pelagianos. Los prncipes Mishkins suponen quetoda la maldad poltica es producto del sufrimiento, y conciben la accinpoltica como un aumento o una disminucin del sufrimiento en el mundo.La buena poltica es, pues, una actividad misionera.

    Hoy da, muchos progresistas sin ninguna ilusin totalitaria creen tam-bin que la poltica es una actividad misionera. Lo que distingue a los prn-cipes Mishkins es su compromiso con una cierta nocin de la redencinen la cual tienen una fe inquebrantable. Mishkin cree que, slo con seramada suficientemente, Nastasia puede ser buena y feliz. Se equivoca: Nas-tasia est demasiado perdida para ser buena, y, seguramente, demasiadoherida para poder ser feliz. Claramente, la tenacidad de Mishkin slo au-menta su sufrimiento, pero, a pesar de todo, l persiste en su creencia deque hace lo correcto, llevndola a ella a la muerte. Por el camino, tambinhace sufrir a mucha gente que la quiere.

    El amor redentor es al prncipe Mishkin novelesco lo que la revolucinredentora es a los prncipes Mishkins polticos del siglo XX. Por mo-mentos pueden ser algo lcidos respecto a lo que estaba pasando en la r-

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    bita sovitica. S, lo que ocurra en los gulags estaba mal, simplemente mal.S, los planes quinquenales eran falsos. S, el Gran Salto Adelante fue un de-sastre humano a una escala alucinante causado por el capricho de un me-galmano. S, se censura y encarcela a intelectuales y disidentes en Cubapor sus opiniones, lo cual no es para nada lo prometido por la revolucin.Y s, los refugiados que huyeron de Camboya, huyeron del infierno en laTierra. Reconocemos todo esto, dicen los Mishkins, y lo denunciamos.

    Sin embargo, su lucidez viene siempre despus del hecho. All dondecomienza una nueva revolucin, siempre se puede contar con el apoyo delos Mishkins. Muchos recordamos lo que era discutir con los entusiastasrevolucionarios de este tipo. Se cometieron errores en el pasado, pero estavez ser distinto, nos decan una y otra vez. La Unin Sovitica fue sim-plemente otro despotismo ruso que impuso su poder sobre la indefensaEuropa del Este de acuerdo. China es China, y siempre ser China, y Maoes simplemente otro cruel emperador. De acuerdo. Ni los regmenes sonverdaderas fuerzas revolucionarias, ni nos proporcionan esperanzas deemancipar a la raza humana. En Europa, slo la Yugoslavia tuvo una opor-tunidad puede ser.

    Pero miren a cualquier sitio y vern cientos de puntos luminosos. Algoest en movimiento en las junglas del Sureste Asitico, en las sabanas defrica, en las clulas guerrilleras de Sudamrica y en el Oriente Medio.Puede que la carne sea dbil, pero el espritu de la revolucin todava esfuerte. Como los personajes de una obra de Beckett, nuestros prncipesMishkin polticos se pasaron los sesenta y los setenta esperando a que sepresentase la revolucin buena. Fueron inocentes en serie que no estabandispuestos a contemplar la posibilidad de que todos esos fracasos apunta-sen hacia un fracaso de la propia idea de revolucin redentora. Para ellos,la revolucin era una fiesta movible.

    La fiesta termin ms tarde, cuando los refugiados que huan de Cam-boya y Vietnam empezaron a ahogarse en el Mar de la China meridional,y los opositores al ayatol Jomeini aparecieron colgados de las farolas deTehern. El ltimo prncipe Mishkin europeo fue Michel Foucault, co-rriendo hacia Irn poco despus de la revolucin y escribiendo como un

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    loco artculos entusiastas, principalmente para peridicos italianos, acercade qu significaba sta para la emancipacin humana en un futuro. Ahdonde iba, se topaba con un aluvin de crticas de los iranes demcratas,especialmente de mujeres. Foucault escarment y no volvi a escribir jamssobre poltica (a Dios gracias).

    * * *

    Sin embargo, los prncipes Mishkin gozan de buena salud en EE. UU.,si bien hoy se les conoce como halcones por su apoyo a la reciente Gue-rra de Iraq. Estos intelectuales me fascinan, especialmente porque muchosde ellos fueron pacifistas radicales en los sesenta. A lo largo de los ltimoscuarenta aos han recorrido un largo camino: desde la fe en el ideal revo-lucionario en los setenta, pasando por el escepticismo en los ochenta, a lareconciliacin con la democracia liberal, a pesar de sus problemas y limi-taciones, en los noventa. Sin embargo, a lo largo de la ltima dcada, hanvuelto a las andadas celebrando la revolucin que esta vez, creen, emanci-par de verdad a la raza humana: la revolucin democrtica que est re-moviendo el mundo rabe, y que pronto se extender.

    Estos inocentes no han aprendido nada. Creen realmente que la libertady la justicia pueden llevarse donde sea, hasta la ltima tienda de campaa delltimo pueblo del ltimo desierto. Han olvidado todo cuanto aprendimos enlas ltimas dcadas. Que no se pueden construir naciones ah donde la genteno se considera una nacin. Que en gran parte del mundo, las familias hacenlos clanes que hacen las tribus que hacen los Estados, y que un uniforme depolica no hace un ciudadano. Que la democratizacin le otorga el poder aldemos y no slo a los blogueros. Que el demos odia a los poderosos y nuncaolvida las humillaciones, reales o percibidas. Y, lo ms importante de todo, quelas revoluciones siempre provocan reacciones.

    Por supuesto, es imposible saber cules sern las consecuencias a largoplazo de la Primavera rabe. A corto plazo, en cambio, es una apuesta se-gura que, al menos en algunas naciones, veremos erigirse nuevas formas dedespotismo poltico. No sern totalitarias, pero, con toda seguridad, tam-poco sern democracias liberales; no hay absolutamente ninguna oportu-

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    nidad de que tal cosa ocurra pronto en ninguno de los pases hasta ahoraafectados. Simplemente, las precondiciones sociales no se encuentran ah,y no se encontrarn en nuestro tiempo de vida o en el de nuestros hijos.Lo que s pasar es que las naciones que se han levantado contra un ds-pota, se encontrarn seguramente con otros peores. Se preguntarn si todoesto ha merecido la pena, y nosotros nos lo preguntaremos con ellos.

    Significa esto que tales revueltas no merecen nuestra admiracin y apoyo?No. O, mejor dicho, depende. Es imposible no ser movido por la retrica dela libertad y los derechos humanos, pero necesitamos recordar que esta re-trica no siempre inspira la prctica de la libertad y la defensa de los derechoshumanos. Si algo nos ha enseado el siglo XX es eso. Adems, en aquellas par-tes del mundo donde las fuentes tradicionales de autoridad, legitimidad yorden todava siguen vigentes especialmente, las fuentes religiosas, stas ju-garn un papel fundamental y debern jugarlo, al menos a corto plazo. Sere-mos testigos de mucha experimentacin poltica, de Gobiernos hbridos, deposibles golpes de Estado. En Occidente slo podemos ser espectadores deeste drama, y pensar de otra forma pensar que, de alguna manera, a pesarde nuestra historia reciente con el mundo rabe y los musulmanes, podemosjugar un papel constructivo es pura fantasa. Todo lo que sensatamentepodemos hacer es seguir la regla de San Agustn y su moderno discpulo Rein-hold Niebuhr: esperar lo mejor y prepararnos para lo peor.

    Espero que sta sea la base de la futura poltica norteamericana en la re-gin. Pero no me hago muchas ilusiones de que as sea en el debate pol-tico intelectual americano, el cual parece dividido a partes iguales entreBilly Budds y prncipes Mishkin. Parecen no aprender nunca, y otrospagan las consecuencias. Esta situacin fue perfectamente captada por laescritora inglesa Elizabeth Bowen en su novela The Death of the Heart,cuando escribe:

    La inocencia se encuentra tan a menudo en una posicin errnea que, inte-riormente, la gente inocente aprende a ser insincera. Viven solos... Incurable-mente ajenos al mundo, nunca dejan de exigir una felicidad heroica. Su soledad,su falta de empata, su continuo nico deseo les empuja a ser crueles y a sufrircrueldades. Los inocentes son tan pocos que dos de ellos raramente se en-cuentran pero cuando lo hacen, sus vctimas yacen esparcidas alrededor.

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    PALABRAS CLAVEOccidentePensamiento polticoValores occidentalesFormas actuales de pensa-miento antiliberalIntelectuales

    RESUMENEl presente trabajo de Mark Lilla trata deexplicar por qu algunos de los intelectua-les ms relevantes de la cultura occidentalse han sentido atrados por los regmenespolticos de Stalin, Mao, Tito, Jomeini oCastro. Para ello el autor pone en el centrode su anlisis el concepto de inocenciacristiano y utiliza dos figuras literarias paraarticular su explicacin: Billy Budd, de Her-mann Melville y el prncipe Mishkin, deDostoyevsky.

    ABSTRACTMark Lilla's current work seeks to explainwhy some of the most renownedintellectuals of Western culture have feltattracted to the political regimes ofStalin, Mao, Tito, Jomeini or Castro. Inorder to do this, the author focuses hisanalysis on the Christian concept ofinnocence and uses two literary figuresto articulate his explanation: HermannMelville's Billy Budd, and Dostoyevsky'sPrince Myshkin.

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