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CRITICÓN, 97-98,2006, pp. 123-136. La inmediatez paradójica o la relación amorosa imposible en las Églogas de Garcilaso de la Vega Florence Madelpuech Université de Paris-IV Sorbonne El género de la égloga confiere a la Naturaleza un papel importante, si se considera, siguiendo la tradición instaurada por Teócrito y Virgilio, que este poema ubica en el marco idílico del campo donde se escenifica a unos pastores que cantan; también se sabe cómo fue ésta la aportación más grande del Renacimiento italiano a las letras españolas. Garcilaso otorga al elemento natural especial «complacencia, en la luminosidad, el color y la armonía» 1 , en palabras de R. Lapesa. Los pastores de las tres Églogas se mueven o, mejor dicho, se lamentan en un paisaje bañado de una luz nítida, en el que el susurro de las abejas y el ruido del agua clara alegran la vista y el oído. Los ejemplos son numerosos: esmaltan el espacio poético y dan la sensación de una Naturaleza perfecta. Sin embargo, si parece dominar esta imagen de la dulce armonía, se han subrayado los fallos de tal concepto. Gallagher habla de «subversión de la armonía» 2 , de violencia. Destaca que «nunca aparece la palabra armonía una sola vez», y pone de relieve la discordia que reina en las Églogas. La belleza tópica de los versos garcilasianos aparece herida por la muerte. Asoma la tristeza y se eleva el lamento de los pastores. Otros, inspirados en la corriente de Derrida 3 , analizan la insistencia en la armonía como la respuesta a un vacío original: la pérdida de la amada engendra un desorden que hay que arreglar. Así la insistencia en la armonía serviría para colmar ese vacío original. 1 Lapesa, citado por Morros en el «Prólogo» (p. LXXXVIII) a su ed. de la obra de Garcilaso, por la que citaremos en adelante. 2 Gallagher, 1977, p. 114. 3 Smith, 1988; Grossi, 1994; Martínez-López, 1972; Barnard, 1987.

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CRITICÓN, 9 7 - 9 8 , 2 0 0 6 , pp. 123-136 .

La inmediatez paradójica o la relación amorosa imposible

en las Églogas de Garcilaso de la Vega

F l o r e n c e M a d e l p u e c h

Université de Paris-IV Sorbonne

El género de la égloga confiere a la Naturaleza un papel importante, si se considera,

siguiendo la tradición instaurada por Teócri to y Virgilio, que este poema ubica en el

marco idílico del campo donde se escenifica a unos pastores que cantan; también se sabe

cómo fue ésta la aportación más grande del Renacimiento italiano a las letras españolas.

Garcilaso otorga al elemento natural especial «complacencia, en la luminosidad, el

color y la a r m o n í a » 1 , en palabras de R. Lapesa. Los pastores de las tres Églogas se

mueven o, mejor dicho, se lamentan en un paisaje bañado de una luz nítida, en el que el

susurro de las abejas y el ruido del agua clara alegran la vista y el oído. Los ejemplos son

numerosos: esmaltan el espacio poético y dan la sensación de una Naturaleza perfecta.

Sin embargo, si parece dominar esta imagen de la dulce armonía, se han subrayado

los fallos de tal concepto. Gallagher habla de «subversión de la armonía» 2 , de violencia.

Destaca que «nunca aparece la palabra armonía una sola vez», y pone de relieve la

discordia que reina en las Églogas. La belleza tópica de los versos garcilasianos aparece

herida por la muerte. Asoma la tristeza y se eleva el lamento de los pastores.

Otros , inspirados en la corriente de Derrida 3 , analizan la insistencia en la armonía

como la respuesta a un vacío original: la pérdida de la amada engendra un desorden que

hay que arreglar. Así la insistencia en la armonía serviría para colmar ese vacío original.

1 Lapesa, citado por Morros en el «Prólogo» (p. L X X X V I I I ) a su ed. de la obra de Garcilaso, por la que citaremos en adelante.

2 Gallagher, 1977, p. 114. 3 Smith, 1988; Grossi, 1994; Martínez-López, 1972; Barnard, 1987.

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La serenidad/sosiego que se desprende de la poesía garcilasiana sería el reflejo en

realidad de un profundo trastorno que aflora a veces (ver «la ninfa degollada») 4 .

Estas lecturas descubren la complejidad del mundo del príncipe de los poetas. Su

obra puede leerse c o m o la afirmación de la armonía en cuanto verdad poética o, en

c a m b i o , c o m o la de la armonía en cuanto m á s c a r a de la violencia o sea una

imposibilidad: la obra, pues, de un poeta paradójico, a propósito de quien se pueden

defender con pertinencia lecturas opuestas.

N o se tratará aquí de resolver la cuestión, sino de ver que la obra permite el debate y,

c o m o tal, despierta la curiosidad. ¿ C ó m o se origina este conflicto interpretativo? La

paradoja crítica, ¿no sería la de la obra misma?

Nos parece, en efecto, que esta valoración paradójica del mundo garcilasiano nace de

la forma particular que cobra en ella la temporalidad: la violencia y la discordia

yuxtapuestas a la delicadeza pastoril sólo serían síntomas de esta escritura del t iempo,

de esta trayector ia de los pastores que descubren con dolor que son cr ia turas

temporales, víctimas del instante revelado por el sentimiento amoroso .

E L M U N D O D E L A DOXA

La naturaleza garcilasiana ejemplifica el locus amoenus, tópico literario consagrado

por los clásicos 5 , lugar que reúne todas las características de belleza y armonía.

Remitimos a la famosa octava de la tercera égloga, sin insistir más en lo que fue tan

comentado:

Cerca del Tajo, en soledad amena, de verdes sauces hay una espesura toda de hiedra revestida y llena, que por el tronco va hasta el altura y así la teje arriba y encadena, que'l sol no halla paso a la verdura; el agua baña el prado con sonido alegrando la vista y el oído (III, vv. 57-64).

M á s alia del mero decorado pastoril , la Naturaleza encarna el orden: refleja la

organización perfecta del cosmos.

cuál por el aire claro va volando, cuál por el el verde valle o alta cumbre paciendo va segura y libremente, cuál por el sol presente va de nuevo al oficio y al usado ejercicio do su natura o menester Pinclina (I, w . 74-80) .

4 Porqueras Mayo, 1970. 5 Curtius, 1956.

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é B r a g u e , 1 9 9 9 .

Cada una de sus criaturas, mediante la posición anafórica de «cuál» , cumple con una

ley y se acomoda a ella; cabe notar la sencillez de estos versos desprovistos de todo

efecto ingenioso: muy al contrario , se acentúa la evidencia casi pleonástica de tal escena.

Los verbos se contentan con actualizar el semantismo de los sustantivos. La descripción

de lo cotidiano consagra la adecuación entre la ley y el ser.

Este arreglo no puede sino crear armonía y belleza, arrobando a quien lo contempla;

Albanio exclama:

¡Oh natura, cuan pocas obras cojas en el mundo son hechas por tu mano (II, w . 80-81) .

Armonía y belleza que remiten al segundo sentido de «cosmos» cuando significa

'ornamento': la ley de la Naturaleza cobra un valor estético 6. De m o d o que nos parece

ejemplar la siguiente estancia, en la que todos estos elementos se vinculan: la ley se

plasma en el locus amoenus, cantada por los párajos que participan libremente en este

movimiento perfecto y lo expresan estéticamente:

Convida a un dulce sueño aquel manso ruido del agua que la clara fuente envía, y las aves sin dueño, con canto no aprendido, hinchen el aire de dulce armonía (II, w . 64-69) .

Esta representación de la Naturaleza, considerada c o m o la expresión estética de la organización del cosmos , goza de un gran consenso en las diversas corrientes del Renacimiento en cuanto representación filosófica a la vez que literaria, al igual que la síntesis neoplatónica de Marsilio Ficino. Prevalece la idea de una Naturaleza ordenada. En las Églogas, compone una especie de doxa; dibuja el mundo cotidiano en el que se mueven los pastores, regidos por un orden tan inmutable que los sustrae al fluir del tiempo: un mundo emblematizado por el locus amoenus.

Ahora bien, la atemporalidad del marco pastoril es la tela de fondo sobre la cual se proyecta el único acontecimiento de las Églogas: el enamoramiento. El abandono por la amada sólo es una consecuencia de este accidente original que permite al pastor nacer al tiempo. Rompe con la armonía. Un hiato se produce entonces entre la doxa y el pastor por (descubrir) el a m o r , de la manera más brutal y repentina, ya que se hace en el instante. El mundo sin tiempo se abre a la temporalidad en y con el instante del accidens amoris y el pastor conoce el dolor de la paradoja, o sea la desdicha de vivir fuera de la doxa. Pero la paradoja es también la que surge de esta inmediatez: el acontecimiento que surge es paradójico y condena el amor al fracaso.

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E L ACCIDENS AMORIS7; L A I N M E D I A T E Z

C o m o vimos, el mundo armonioso de las Églogas escapa a la temporal idad: lo

cotidiano del mundo pastoril corre sin que el tiempo lo marque; transcurren las horas

apacibles, puntuadas de paseos felices:

cuando en aqueste valle al fresco viento andábamos cogiendo tiernas flores ( I , w . 283-284) .

o de cacerías vaga bundas (Égloga II, vv. 2 0 0 - 3 1 0 ) .

E s , efectivamente, lo que ponen de relieve los personajes al re latar su pasado .

Parecían disfrutar de una felicidad eterna, dedicados a las actividades típicas de pastores

despreocupados y distraídos, hasta que un día se p r o d u c e un acontec imiento

fundamental, que rompe el velo de la atemporalidad para abismarlos en el instante,

primer nivel del sentimiento del tiempo. La herida amorosa inicia la historia de los

pastores. La muerte y el abandono por la amada reciben su forma, sus modalidades de

este núcleo original.

El hado

La figura del hado, del destino o de Fortuna corre por todas las Églogas, entregando el espacio poético a la fuerza de lo arbitrario . Esta presencia en que muchos han reparado 8 remite a la tradición literaria renacentista que reúne a Petrarca, el amor cortés y el neoplatonismo. Esta mezcla fecunda nutre los versos garcilasianos. Pero, más allá de esta perspectiva fuentista, subraya la ausencia de todo sistema de causalidad. Por eso, junto a Fortuna o a sus equivalentes, no aparece nunca la Providencia, cuya mención implicaría cierta forma de causalidad, inspirada o no por Dios. Aspecto éste que tiene su importancia: las cosas ocurren sin ninguna expl icación ni comprens ión posible. Recordemos al respecto el desamparo de Albanio, Salicio y N e m o r o s o . L a causa explicativa no existe y deja a los personajes desconcertados. Y cuando es posible prever el acontecimiento, se manifiesta una especie de ceguera entre los hombres, prefigurada por los animales:

Acuérdasme agora que'l siniestro canto de la corneja y el agüero para escaparse no le fue maestro (II, w . 260-262) .

No aprovechaba el ánsar la cautela ni ser siempre sagaz discubridora de noturnos engaños con su vela (II, vv. 299-301) .

Bien claro con su voz me lo decía la siniestra corneja repitiendo la desventura mía. (I, w . 109-111) .

7 Heiple, 1983. 8 Green, 1969; Aparici Llanas, 1968; Mendoza Negrillo, 1973; Creel, 2000 .

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¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta, reputándolo yo por desvarío Vi mi mal entre sueños, desdichado! (I, w . 113-115) .

Los pastores son incapaces de descifrar lo que podrían anticipar y sólo lo consiguen a

posteriori, sin que ello llegue a constituir ninguna explicación. Se ven manejados por

influencias astrales que les imponen un amor desmesurado, que les impulsan a actuar .

Citemos a Albanio:

desde mis tiernos y primeros años a aquella parte m'inclinó mi estrella y aquel fiero destino de mis daños (II, w . 167-169) .

Y detengámonos un instante más en la Égloga II, que es la primera cronológicamente

hablando, y fundamental, por lo tanto, para la definición de las características del amor

y de la relación con el t iempo de los pastores. Desde el principio, Albanio se siente

invadido por una pulsión tremenda que le anima a querer a Camila inmediatamente: en

el instante tiene que apoderarse de ella. Es decir que el amor no sufre paciencia, no es el

resultado de una evolución lenta y acompasada con los sentimientos del otro: es ruptura,

decisión repentina a la vez que rotunda; hasta podemos hablar de instantaneidad

amorosa. Además, la herida amorosa saca a Albanio de lo cotidiano y se presenta como

el paso de un estado a su contrario, con notable inversión de esencia:

basta saber que aquesta tan sencilla y tan pura amistad quiso mi hado en diferente especie convertilla, en un amor tan fuerte y tan sobrado y en un desasosiego no creíble tal, que no me conosco de trocado. El placer de miralla con terrible y fiero desear sentí mesclarse (II, vv. 314-321) .

Albanio siente este a m o r c o m o una alienación. L o expresa la oposición entre

«sencilla», que dice la unidad, la pureza, y «mesclar» que indica el carácter compuesto.

T o d o el pasaje gira alrededor de esta temática de la metamorfosis: «convert i l la»,

« t rocado» , «mesclarse». L o que se describe aquí se parece a una verdadera operación

química que se vale de cuerpos simples y de cuerpos compuestos . Antes del arrobo

a m o r o s o , el pastor era simple, sin mezcla. Pero , por una manipulación, el hado se

entrega a un experimento desastroso: no respeta las leyes de medida ni de proporción

( « s o b r a d o » ) . La estructura en tercetos encadenados parece reproducir esta mezcla

química cuyo resultado es que el Y o queda ajeno a sí mismo. El pastor impotente

contempla a su Y o dividido: «no me conosco de trocado» .

Nacido en el instante, sin evolución, el amor surge c o m o una necesidad imperiosa y

renueva la alienación que aflige a Albanio. Una voluntad extranjera, la del hado, se

impone al pastor, y de la misma manera, éste intenta imponer la suya a Camila. Esta

lucha psicológica se traduce por un enfrentamiento físico, en la escena dialogada que

reúne a Camila y a Albanio. Los dos personajes tratan de encontrar un tercer término,

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una explicación a lo que les ocurre; intentan buscar un culpable pero no lo logran. L a

búsqueda de un tercer término permitiría dilatar la inmediatez a m o r o s a , sería un

intermediario entre los dos amantes, una manera de mediar entre los dos. Porque la

imposibilidad del amor procede de su falta de duración. N o se instala en el fluir dulce

del tiempo sino que tiene la forma del punto, sin extensión temporal ya que no tiene

explicación, lo que es sinónimo de duración c o m o bien lo indica la etimología de

«expl icar»: el verbo significa 'desarrollar', 'dar una extensión'. La ausencia de tercer

término es el símbolo de la imposibilidad del devenir. N o existe ningún devenir en la

égloga garcilasiana.

La consecuencia de todo ello es la condenación del a m o r al fracaso. El a m o r es

paradoja . Pr imero porque se opone a la doxa que rige el mundo pastori l , es

desmesurado, y segundo porque, en sí, contradice lo que le precede. Va en contra de lo

que podría explicarlo ya que falta el tercer término, reducido al instante.

Los demás acontecimientos

El a m o r es imprevisible, es voluntad extranjera que se impone al pastor . Y si

constituye el acontecimiento fundamental y fundador de las Églogas, es también porque

da a la muerte y a la infidelidad —dos facetas del abandono— su forma repentina a la

vez que inesperada. Un abandono que tampoco tiene justificación, porque no se inscribe

en la duración. Eros aquí informa a Thanatos. De nuevo nos encontramos, en la muerte

y la infidelidad, con una característ ica que ya nos es familiar. La más trillada es la

rapidez c o m o figura de la fugacidad del instante, así c o m o r e p a r a Albanio ,

lamentándose en la Égloga II:

¿Cómo pudiste tan presto olvidarte d'aquel tan luengo amor, y de sus ciegos ñudos en sola un hora desligarte? (II, w . 578-580) .

Y lo repite Salicio en la Égloga I:

¿Cómo te vine en tanto menosprecio? ¿Cómo te fui tan presto aborrecible? (I, vv. 183-184)

También, reaparece el tema de la alienación que nos muestra al pastor ajeno, por el dolor, a sí mismo:

y de mí mismo yo me corro agora (I, v. 66).

yo me vi tan ajeno del grave mal que siento (I, vv. 245-246) .

De manera recíproca, Galatea está presentada c o m o ya liberada de un sentimiento que la alienaba:

Cuando tú enajenada de mi cuidado fuiste [...] (I, vv. 147-148).

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La imagen del hilo antes de tiempo cortado asoma varias veces al evocar el carácter injusto de la muerte. N o puede ilustrarse mejor la sorpresa del accidente, pues en esta imagen falta también el tercer término que permita la mediación:

¡Oh miserable hado! ¡Oh tela delicada, antes de tiempo dada a los agudos filos de la muerte! (I, w . 259-262) .

Estaba figurada la hermosa Eurídice, en el blanco pie mordida

descolorida estaba como rosa que ha sido fuera de sazón cogida (III, vv. 129-134) .

Todas, con el cabello desparcido, lloraban una ninfa delicada, cuya vida mostraba que había sido antes de tiempo y casi en flor cortada (III, w . 225-228) .

C o m o fuerzas brutales que se equiparan, la muerte manifiesta la misma desmesura

que su opuesto, recalcada por el lamento de Nemoroso:

¡Ay, muerte arrebatada, por ti m'estoy quejando al cielo y enojando con importuno llanto al mundo todo! El desigual dolor no sufre modo [...] (I, vv. 344-348) .

L a adjet ivac ión asoc ia de m a n e r a significativa « i m p o r t u n o » y «desigual» ('desmesurado'): el propio pastor se convierte en un accidente en la Naturaleza y para siempre se rompe la adecuación entre los dos. Se desgarra la armonía y se sobrepasan los límites de este mundo arreglado para entrar en otro que «no sufre m o d o » .

M A N I F E S T A C I Ó N D E L I N - M U N D O

De repente, el amante alegre se descubre abandonado, bien desairado por la mujer

fiel que se revela infiel —Gala tea—, bien dejado por la mujer que muere en el momento

en que iba a dar la vida —Elisa. Tanto Salicio como Nemoroso experimentan la ley de la

inversión paradójica, a imagen de lo que instaura la Égloga II. Al quedarse solos, los

pastores están hundidos en un nuevo mundo que se opone en todo punto al de la doxa

armoniosa: es un in-mundo. Surge inmediatamente y petrifica a los pastores.

Hic et nunc: el instante inmóvil

Ante la fuerza del acontecimiento y a causa del dolor que genera, los pastores ya no

pueden moverse. Permanecen inmóviles, hic et nunc, en el instante que les robó su

felicidad.

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Arrancado a lo cotidiano por lo que vive, el personaje garcilasiano pierde su libertad

de movimiento: de manera simbólica el espacio se reduce al instante temporal , al

fragmento de tiempo mínimo que hirió al personaje. Albanio cuenta:

sé que, tornando en mí, como estuviese sin comer y dormir bien cuatro días, y sin que el cuerpo de un lugar moviese (II, vv. 503-505) .

Estos versos sólo son un ejemplo. Los adverbios «aquí» y «ahora» esmaltan las Églogas, aunque van desapareciendo en la Égloga III, remate de la poesía garcilasiana. Sin embargo, es de notar que los tres mitos en ella contados (Orfeo y Eurídice, Apolo y Dafne, Adonis y Venus), así como la historia de Nise, cuentan cada uno un instante fatídico. Todas las escenas caben en un hic et nunc particular: el paso de la vida a la muerte.

El in-mundo: adynata y paradoja

E n una pausa d o l o r o s a , el p a s t o r e s tá t i co c o m p r u e b a c o n a m a r g u r a el

derrumbamiento de su credo: lo inmundo es negación del mundo y se fundamenta en los

adynata o impossibilia9.

La cordera paciente con el lobo hambriento hará su ajuntamiento y con las simples aves sin ruido harán las bravas sierpes su nido (I, vv. 161- 165).

L a doxa cotidiana se derrumba y asoma la paradoja. La pérdida de la mujer, aquí infiel, hace que desaparezca el contorno tranquilo de las cosas y permite que ocurra lo increíble, lo imposible:

Materia diste al mundo de'speranza d'alcanzar lo imposible y no pensado y d'hacer juntar lo diferente. (I, vv. 155-157).

La mujer viene denunciada como la fuente del trastorno. Parecía ser la garantía de la

armonía cuando el amor correspondido constituía un verdadero pacto de estabilidad.

Pero, al marcharse , engendra una serie de inversiones y rompe la permanencia de las

cosas para hundir al pastor en la confusión:

¿cómo puede ora ser que'n triste lloro se convertiese tan alegre vida y en tal pobreza todo mi tesoro? (II, w . 22-24) .

9 Orobitg, 1997, pp. 44-57.

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¿Qué no s'esperará d'aquí adelante, por difícil que sea y por incierto, o qué discordia no será juntada? (I, w . 141-143).

no hay bien que'n mal no se convierta y mude. La mala hierba al trigo ahoga, y nace en lugar suyo la infelice avena; la tierra, que de buena gana nos producía flores con que solía quitar en sólo vellas mil enojos, produce agora en cambio estos abrojos, ya de rigor d'espinas intratable (I, w . 299-307) .

Hasta el amor mismo padece la terrible inversión: el principio de vida se ha hecho

principio de muerte:

Amor quiere que muera sin reparo (II, v. 374) .

Incluso el mito de Orfeo sufre una perversión completa y simbólica. Galatea

(Eurídice) es quien desvía la mirada y pierde a Salicio (Orfeo) 1 0 . La paradoja contamina

también la doxa literaria.

T a m p o c o escapa la Égloga III a la plaga. Las ninfas bordan tres historias de a m o r

imposible y paradójico: primero el mito de Orfeo y Eurídice, perdida ésta por la mirada

de su amante (vv. 1 2 9 - 1 4 4 ) ; luego la fábula de Dafne y Apolo, cuando éste provoca la

huida mortal de la ninfa, con la imagen paradójica del dios que llora haciendo crecer el

laurel con sus lágrimas (vv. 1 4 5 - 1 6 8 ) ; y, finalmente, la muerte de Adonis por un jabalí,

lucha agónica causada de manera indirecta por Venus (vv. 1 6 9 - 1 9 2 ) . Pero, ya no se trata

de saber por qué ocurrió, ni de buscar causas, sino de aceptar lo que fue. La Égloga III

deja de lado la preocupación por el «por qué» en beneficio del «cómo» .

La paradoja va invadiendo entonces todo el espacio poético de las Églogas. Cada una

pinta el caso a m o r o s o imposible, contenido en la fugacidad de un instante, con su

fracaso inmediato, sin ninguna explicación o duración. Se abre delante de los pastores

atónitos de las pr imeras Églogas un abismo tremendo donde se manifiesta lo

extraordinario, o sea lo que sale de lo ordinario.

Y de eso precisamente se trata: el pastor está arrancado de lo cotidiano por la muerte

o la infidelidad, y eso lo despierta.

De la experiencia del tiempo nace a la conciencia del tiempo. Sólo la interrupción del

fluir del tiempo por el accidente del que es víctima le permite darse cuenta de que el

t i empo va t r a n s c u r r i e n d o . Es lo que O. Impey calif ica de «sent imiento de

transitoriedad» 1 1 . El pastor experimenta el devenir de las cosas, concibe el tiempo como

un elemento del que puede surgir lo desconocido; el tiempo cobra para él una indudable

realidad y la temporalidad se convierte entonces en la ocasión del acontecimiento. La

mujer ya no es solamente la que rompe la armonía sino que revela el sentimiento de

1 0 Ballestero, 1980. "Impey, 1989, p. 511.

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temporalidad al pastor. El tiempo ya tiene sentido para él; antes se contentaba con vivir

inconsciente, distraído, por así decirlo, por lo que le rodeab:

Por ti el silencio de la selva umbrosa, por ti la esquividad y apartamiento del solitario monte m'agradaba; por ti la verde hierba

deseaba. (I, vv. 99-104) .

Estaba preocupado sólo por el amor que le infundía la mujer, en una feliz anestesia del mundo terrestre. De ahí el lamento de Salicio, cuando, perdida ya la eternidad tiene que abrazar la fugacidad del tiempo:

Y tú, desta mi vida ya olvidada,

dejas llevar, desconocida, al viento el amor y la fe que ser guardada eternamente sólo a mí debiera. (I, w 85-90).

Observemos, sin embargo, que en todos estos procesos de inversión no prevalece tanto el análisis de los cambios profundos c o m o el registro de la ruptura misma. N o cabe buscar en ellos una condenación de unos valores trastornados y que quedarían c o m o arruinados; sólo sirven para asentar el nacimiento del pastor en el t iempo. L a inversión no será la ley de este nuevo mundo; lleva un mensaje mucho más valioso. Pueden surgir sorpresas, acontecimientos inesperados que prueban el fluir del tiempo. Estas inversiones increíbles sólo sirven para sacar al pastor de un largo sueño, para arrancar lo a un orden atemporal . El pastor es el hombre del Renacimiento: viene proc lamada su historia propia, ya no vinculada con la Naturaleza, dado que, c o m o escribe Impey, «el fallecimiento del individuo, por lo querido que sea no pone fin a la exuberante vida de alrededor, ni altera el orden cósmico » n , lo que permite al hombre gozar de su propia temporalidad, una vez separado de la Naturaleza por el accidente amoroso .

En otros términos, dicho accidente permite al hombre salir de la «mismedad», de la «gemelidad n a t u r a l » 1 3 entre él y la Naturaleza, y lleva consigo la forma radical de lo irrevocable e irreversible, lo que, c o m o ha subrayado Nadine L y 1 4 , posibilita la organización del tiempo, entre pasado, presente y futuro.

Prisa generalizada

Así, el pastor pasa de la ausencia del t iempo al descubrimiento sorprendente del

mismo. Todo puede ocurrir; al nacer, el tiempo perdió su inocencia, su fluir apacible,

que era réplica del ciclo natural. Todo , pues, puede moverse. El instante es la única

1 2 Impey, 1989, p. 512. ^Foucault, 1966, p. 37. 1 4 Ly, 1981.

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no vieran que era ya pasado el día; la sombre se veía venir corriendo apriesa ya por la falda espesa del altísimo monte (I, vv. 408-417) .

Los rayos ya del sol se trastornaban, escondiendo su luz al mundo cara

los peces a menudo ya saltaban con la cola azotando el agua clara, cuando las ninfas, la labor dejando, hacia el agua se fueron paseando (III, vv. 273-280) .

Las Églogas concluyen con la fugacidad del tiempo que impide a los pastores darse cuenta de que el día a c a b ó . Pero es también una prueba de que se han separado definitivamante de los límites impuestos por la Naturaleza. Y a no viven con ella, tienen su propia temporalidad.

Y así puede entenderse la llegada de Tirreno y Alcino (Égloga III): desafían la

tradición bucólica al empezar su canto cuando desaparece el día. Engañan al tiempo ya

que no reparan en el ciclo de la Naturaleza sino que proclaman la «joie d'étre dans le

temps», en palabras de G. Poulet 1 5 , y afirman el valor del instante, de su instante. A

partir del hic et nunc, los dos pastores, cantando ad libitum, inventan su propia

duración. Se valen del instante y lo dilatan.

Concluyendo: va dibujándose en las Églogas una trayectoria temporal a través del

tema fundamental del a m o r . Su nacimiento inmediato impide que se desarrolle. Se

impone, irrumpe en la armonía, y fracasa. Hunde al pastor en un mundo trastornado,

paradój ico , en lo inmundo, entregado a la brevedad, a la fugacidad. Constituye el

a c o n t e c i m i e n t o m o d e l o de las Ég logas y a b r e un hor i zonte t r e m e n d o de

1 5 Poulet, 1964, vol. I, p. 14.

realidad de las cosas. Después de la pausa dolorosa —experiencia del desgarramiento—,

el pastor vuelve a la vida para darse cuenta de la evanescencia del instante. A partir del

momento en que uno puede morir en el instante y perderlo todo, el mundo reviste la

forma acuciante de la rapidez. Todo está condenado a desaparecer:

¡Oh bien caduco, vano y presuroso! (I, v. 256) .

El adverbio «ya» salpica los versos de su brevedad monosi lábica, simbólica del

semantismo que lleva. Una prisa generalizada se apodera de las Églogas y las acciones se

encadenan tan rápidamente que no se divisan bien sus límites:

Nunca pusieron fin al triste lloro los pastores, ni fueran acabadas las canciones

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1 3 4 F L O R E N C E M A D E L P U E C H Criticón, 97-98, 2006

(im)posibilidades: los adynata que emblematizan el derrumbamiento de la dulce doxa. L a violencia que asoma a veces expresa la violencia del desgarramiento del pastor , privado de la felicidad atemporal de la que gozaba en medio del locus amoenus.

Sin embargo, la paradoja tiene su virtud : arranca al pastor de lo cotidiano para conferirle su propia historia. Se quiebra la adhesión, por no decir la disolución, del pastor en el seno de la Naturaleza. El acontecimiento brutal e imprevisto lo convierte en un hombre particular, con un destino único. Así lo expresa Nise al rechazar los mitos consagrados por toda una tradición literaria clásica, para fijarse en el drama propio de N e m o r o s o . El acontecimiento hiere por su radicalización pero permite a lcanzar la temporalidad precisamente porque marca un hito —lo irreversible—, a partir del cual el pastor se organizará entre presente, pasado y futuro.

El instante fatídico presta su rapidez a la condición temporal del universo. El mundo se desvanece, los instantes se suceden, no existe ninguna duración. Pero la tentación de la impaciencia, la de desear que las cosas lleguen aún más rápidamente, virtual en tal contexto , constituye un error, un fallo casi moral . Los tres mitos evocados nos muestran a tres héroes que perdieron al ser querido por culpa de su impaciencia. Y es que, aceptada ya esta rapidez mundana, se deberá encontrar cierta duración. Se tra tará de volver a encontrar la dilatación perdida dentro de la fugacidad, nueva paradoja del arte garcilasiano.

L a relación amorosa , tan inmediata y brutal, ya es imposible, faltando también el tercer término. Permanecer, entonces, será encontrar una mediación. Las ninfas lo comprendieron. Al tejer las historias, las relatan deteniendo lo que ocurrió. Fijan el paso del tiempo en lo que tiene de más fugaz, eligiendo una metamorfosis y tres muertes y valiéndose de la técnica de la écfrasis. Pero no tienen la última palabra, interrumpidas por la inesperada llegada de Alcino y Tierreno. Su «durée fa ta le» 1 6 no basta, se trata también de dejarse sorprender por el acontecimiento para gozarlo. O sea, como dijo G. Poulet, de «s'installer dans un temps prometteur» 1 7 , abierto a la sorpresa.

R. Brague resume perfectamente la trayectoria temporal de la escritura garcilasiana: «l'idée d'harmonie qui était synchronique connaît une transposition diachronique. [...] L'harmonie qui régissait le retour régulier des phénomènes célestes est désormais celle d'une histoire irréversible» 1 8 . De modo que no cabe luchar contra lo efímero, buscando vanas causas, sino fijarlo por la escritura y abrirse al tiempo en una nueva relación.

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Resumen. Este estudio intenta examinar cómo el nacimiento del amor, en las Églogas de Garcilaso de la Vega, se traduce bajo la forma de la paradoja, ya que se opone a la doxa atempoal, que figura el orden de la Naturaleza. Porque surge tan repentino, sin justificación ni explicación, el acontecimiento garcilasiano no conoce ningún desarrollo, o sea ninguna historia. Así, el accidens amoris condena la relación amorosa a no ser más que pura instantaneidad. Saca, pues, a los pastores de la duración feliz, hundiéndolos en un in-mundo, caracterizado por los adynata. Sin embargo, así arrancados a la duración por el drama que viven, los pastores toman consciencia del tiempo y descubren el sentido de la temporalidad.

Résumé. Cette étude se propose d'examiner en quoi la naissance de l'amour, dans les Églogues de Garcilaso de la Vega, se traduit sous la forme du paradoxe, comme opposition à la doxa atemporelle, figurée par l'ordre de la Nature. Parce qu'il surgit subitement, sans justification ni explication, l'événement garcilasien ne connaît pas de déroulement, c'est-à-dire pas d'histoire. Par là, ['accidens amoris condamne la relation amoureuse à une

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pure instantanéité. Il prive les bergers garcilasiens d'une durée heureuse et les plonge dans un im-monde, caractérisé par les adynata. Mais ainsi arrachés à la durée insouciante par le drame qu'ils vivent ils prennent conscience du temps et découvrent le sens de la temporalité.

Summary. This work tries to analyse how the birth of love, in Garcilaso de la Vega's Eclogues, is translated in a paradoxical way, as opposed to the atemporal doxa of the natural order. Because it appears suddenly, without any justification or explanation, the garcilasian event is unfolded, it has no story. The accidens amoris condemns the love affair to be a mere immediacy. Then it prevents the shepherds from enjoying a pleasant time and, on the contrary, it puts them in a antithetical world, caracterized by the adynata. Meanwhile, through this drama, the shepherds become conscious of time and discover the sense of the temporality.

Palabras clave. Acontecimiento. Amor. Églogas. GARCILASO DE LA VEGA. Instante. Paradoja. Temporalidad.