La importancia del liderazgo y de la participación de los partidos políticos en el Perú

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PONENCIA HGA – USMP 23/09/2015 La importancia del liderazgo y de la participación de los partidos políticos en el Perú Ponencia presentada en la Facultad de Derecho de la Universidad de San Martín de Porres Lima, 23 de octubre de 2015 © Dr. Hugo Guerra Quisiera abordar primero el problema de la falta de idoneidad y convicciones constitucionales de la enorme mayoría de miembros de aquello que denominamos como “clase política”, concepto que como recordamos fue creado por el politólogo y senador vitalicio italiano Gaetano Mosca a mediados del siglo XX. Por ejemplo, es grave que no se haya logrado unanimidad ayer en el pleno del Congreso para pedir la censura del Gabinete Cateriano tras el abuso de poder registrado en la destitución de la procuradora Julia Príncipe. También es grave que no se haya promovido una solicitud de vacancia presidencial contra el comandante Ollanta Humala pese a que, precisamente, en el caso de la doctora Príncipe, 1

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PONENCIA HGA – USMP 23/09/2015

La importancia del liderazgo y de la participación de los partidos políticos en el Perú

Ponencia presentada en la Facultad de Derecho de la Universidad de San Martín de Porres

Lima, 23 de octubre de 2015

© Dr. Hugo Guerra

Quisiera abordar primero el problema de la falta de idoneidad y convicciones constitucionales de la enorme mayoría de miembros de aquello que denominamos como “clase política”, concepto que como recordamos fue creado por el politólogo y senador vitalicio italiano Gaetano Mosca a mediados del siglo XX. Por ejemplo, es grave que no se haya logrado unanimidad ayer en el pleno del Congreso para pedir la censura del Gabinete Cateriano tras el abuso de poder registrado en la destitución de la procuradora Julia Príncipe. También es grave que no se haya promovido una solicitud de vacancia presidencial contra el comandante Ollanta Humala pese a que, precisamente, en el caso de la doctora Príncipe, resulta indiscutible el abuso del poder y el adoptar medidas de gobierno en base al interés particular –propender a la inmpunidad de la señora Nadien Heredia- en vez de resguardar el interés de la Nación. Eso es, simbólicamente, la gota que rebalsa la crisis de los inexactamente llamados partidos políticos.

Los partidos políticos deben ser organizaciones que por su singularidad, de base personal y relevancia constitucional, contribuyan de una forma democrática a la determinación de la política nacional y a la formación y orientación de la voluntad de los ciudadanos, así como a promover su participación en las instituciones representativas mediante la formulación de programas,

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la presentación y apoyo de candidatos en las correspondientes elecciones.

A tal efecto, deben durar y consolidarse para alcanzar su finalidad última y legítima de obtener el poder mediante el apoyo popular manifestado en las urnas.

Más aún, en el Estado de derecho, los partidos políticos deben expresar el pluralismo político, concurriendo a la formación y expresión de la voluntad popular, en tanto son instrumento fundamental para la participación política. Por supuesto, su estructura interna y funcionamiento deben ser democráticos, de allí que los militantes necesitan asegurar su derecho a ser electores y elegibles para todos sus cargos, a estar informados sobre sus actividades y situación económica, y a concurrir para formar sus órganos directores mediante sufragio libre.

En el Perú poco o nada de eso existe. Los partidos reales son mínimos y ese grave problema afecta no solo a quienes militan en alguna organización, sino que también cuestiona la calidad de nuestra frágil democracia.

Los partidos no cumplen con su deber de participaren una ordenada intermediación política y social entre Estado y sociedad; sus organizaciones no tienen de alcance amplio (nacional o, por lo menos, regional), carecen de ideología propia y estable, de una estructura interna que haga predecible y democrática la elección de sus dirigentes, y de programas de acción debidamente publicados. Además no tienen financiamiento transparente y muchas veces adolecen de un liderazgo reconocido.

Actualmente, en nuestro país –quizá con la sola excepción del Apra- no existen auténticos partidos, porque no cumplen con tales requisitos. Pero esa dura realidad, aunque indigna, no sorprende: a lo largo de nuestra república los intentos de partidarización fueron y siguen siendo poco fructíferos.

Recordemos que el caos se apoderó de los criollos independentistas en 1821 cuando la Sociedad Patriótica todavía no decidía si el Perú debía ser una república o una monarquía; luego el bolivarianismo desestructuró y mutiló al país hasta 1827; después la malhadada Confederación Peruano – Boliviana partió al Perú en tres segmentos artificiales entre 1836 y 1839; posteriormente, el

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militarismo se apoderó de la nueva república limeña (y digo esto porque gran parte del interior continuó siendo feudal) hasta 1872.

Poco después, la infausta Guerra del Pacífico nos arrojó a la tragedia humana e institucional

Entretanto, en todo el siglo XIX nuestra clase dirigente no tuvo la capacidad de organizar una visión de Estado soberano, careció de perspectiva geopolítica y se desbarrancó en el caudillismo torpe, corrupto y criminal. Inclusive los primeros lineamientos liberales fueron mayoritariamente trastrocados en los 14 textos constitucionales que ha tenido en Perú hasta hoy. Un ejemplo que grafica muy bien este drama son las elecciones de 1851, que constituyeron el primer proceso electoral moderno, con competidores bien identificados, con debate a través de la prensa y con una votación aceptable. Esas elecciones fueron convocadas por el Mariscal Castilla que venía de terminar un gobierno caudillesco. El pueblo eligió a Rufino Echenique y… sin embargo, el propio Castilla lo derrocó en 1854 usurpando la presidencia hasta 1862.

Entendámoslo bien, no hemos tenido una tradición partidaria como sí la tuvieron, por ejemplo, Colombia, Chile y Argentina. El civilismo auroral de Manuel Pardo y Lavalle, el constitucionalismo del Mariscal Cáceres y el democratismo de Piérola llevaron al país a falacias republicanas y pseudo democráticas. De allí el origen de las oligarquías y las aristocracias que velaron siempre por sus intereses directos sin construir un auténtico proyecto nacional.

Quizá las únicas excepciones dignas de mencionar esta noche son las que representaron los dos partidos de izquierda auroral, el Partido Radical impulsado por don Manuel Gonzales Prada (que duró entre 1899 y 1902) y el partido Liberal de Manuel Antonio Durand que se funda en 1901 pero desaparece demasiado pronto.

En cuanto a la participación popular, hasta el leguiísmo, es decir entre 1919 y 1930, la ciudadanía con derecho a voto estaba compuesta por apenas el 2% de la población.

Los verdaderos partidos de masas en el Perú comienzan, respectivamente, con la fundación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (el Apra) el 7 de mayo de 1924 por obra

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de Víctor Raúl Haya de la Torre; y del Partido Socialista (luego comunista), el 8 de octubre de 1928 bajo inspiración de José Carlos Mariátegui. La Democracia Cristiana, luego el PPC aparece recién a mediados de la década de 1950 y con arrastre esencialmente costeño, urbano y especialmente limeño pero con ausencia nacional.

Por supuesto, no intento esta noche hacer una historia cabal de los todos los partidos políticos peruanos. Pero en una apretadísima síntesis es justo recordar que entre las décadas de 1930 y 1950 hubo una alternancia nefasta entre caudillos civiles y golpistas militares aliados de intereses oligárquicos.

Aparte de Haya de la Torre y los perseguidos líderes apristas, quizá solo son rescatables las figuras de don José Lis Bustamante y Rivero, presidente en 1945 y 1948; y de don Fernando Belaunde Terry, fundador en 1956 del otro partido de masas, Acción Popular.

El velascato socializante que se inició con el golpe de estado de 1968 nunca llegó a tener ideología propia más allá de los esloganes propagandísticos inventados por sus mastines antidemocráticos. El retorno a la democracia en 1980 no condujo, sin embargo, al fin del populismo desgraciadamente proseguido por Belaunde y empeorado por el primer gobierno de Alan García, cargado de idealismo pero también de pésima gestión.

Desde la izquierda marxista las luchas intestinas de los comunistas organizados por las tres líneas históricas, la pro moscovita, la pro maoísta y la trotskista, desembocaron primero en las guerillas de 1965 lideradas por de la Puente Uceda del MIR que años después se convertiría en el MRTA; y, luego en Sendero Luminoso, la banda genocida que hoy se esconde detrás de la fachada del Movadef. De acara al 2016 esa misma izquierda intenta construir una alianza frentista improvisada, en la cual las líneas ideológicas y programáticas son un literal zafarrancho.

Perú Posible es, hasta hoy, un curioso caso de éxito surgido de un movimiento aluvional en contra del autoritarismo del fujimorato y el montesinismo. No llega a ser propiamente un partido bien estructurado y con ideología definida más allá de la conducción caudillesca de Alejandro Toledo. El nacionalismo, hoy llamado Gana Perú, es solo un proto partido sin ideología, sin estructura nacional, sin bases, sin operadores políticos, surgida con

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financiamiento ilegal extranjero, sin un auténtico plan de gobierno y liderado por una cúpula, como la dirigida por Nadine Heredia, que está profundamente cuestionada por sus actos de corrupción y por haber deformado al Ejecutivo con la creación de un poder paralelo inconstitucional, por lo cual esperamos que pronto sea procesada y debidamente sancionada.

A nivel de las 24 regiones que componen a la república – es decir de un proceso artificial que se inició y sigue sin legitimidad- la situación es peor. No solo por la corrupción sino porque se están creando desde hace una década una serie de señoríos y regímenes caudillescos que mayoritariamente solo tienen una mirada chauvinista y localista con pretensiones autonómicas y con riesgo para la república unitaria.

Hoy, pues, con honrosas pero muy pocas excepciones, el común denominador de la organizaciones políticas peruanas es la persistencia de cúpulas dirigenciales esencialmente caudillistas, o basadas en el culto a la personalidad y estructuras jerárquicas bastante cerradas, cada vez más alejadas de su propia militancia. De allí la expresión despectiva sobre la ‘clase política’.

La falta de institucionalidad la aportó más recientemente, en la década de 1990, el fujimorismo, que emergió con la retórica plagiada de la crisis venezolana contra los inexistentes “partidos tradicionales” y ofreció una “nueva democracia”, sustentada en ese hiperpragmatismo al que no le importó traicionar sus planteamientos (caso del ‘fuji-shock’ inicial), mientras pudiera gobernar a partir de un mercado desregulado en manos de tecnócratas, mecanismos populistas en reemplazo de la auténtica inclusión social y corrupción institucionalizada vía la cooptación del mando civil y las cúpulas traidoras de las FF.AA.

Entre tanto, en tiempos de política mediática, los ‘independientes’ han desplazado a los partidos, convirtiéndose en gestores de intereses sectoriales pero sin sólidas bases doctrinales, filosóficas y programáticas. Y, sobre todo en el interior del país las agrupaciones oportunistas son, simplemente, frentes anónimos o clubes electorales.

Los escándalos que vemos en el Congreso de la República son reflejo, entonces, de una crisis de identidad que se traduce en crisis de representación ciudadana, y eso implica que en el Perú cada día

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nos alejemos más de la democracia institucional (por ello el ocaso del Parlamento), para adentrarnos en una forma imprecisa de democracia de lo público, en la cual la prensa, las encuestas y los lobbistas terminan siendo representantes precarios de la ciudadanía.

En la perspectiva académica podemos decir que estamos en un estancamiento total de el sistema de partidos, no hay representación ciudadana auténtica, no existe debate ideológico alturado y tampoco se presentan propuestas programáticas que puedan ser debidamente analizadas. Volvemos así a la vieja admonición de Belaunde sobre cómo se ganan las elecciones: por corrientes emocionales y estados de ánimo, antes que por la razón. El modelo paradigmático postulado por la politóloga Hannah Fenitsel Pitkin de la representación ciudadana a través de los partidos por delegación, por defensa de intereses y por ‘espejo’ sociológico no se cumple.

Edmund Burke advertía, en “Speech to the electors of Bristol”, que “…El Parlamento no es un congreso de embajadores que defienden intereses distintos y hostiles, intereses que cada uno de sus miembros debe sostener, como agente y abogado, frente a otros agentes y abogados. El parlamento debe ser una asamblea deliberante de una nación, con un interés: el de la totalidad; donde ningún propósito local, ningún prejuicio local, debe guiar, sino el bien general que resulta de la razón general del todo.”

En cambio, entre nosotros se cumple la advertencia de Bernard Manin respecto a que “la forma de representación del siglo XX – la representación partidaria definida por la ideología, los programas y la organización- ha entrado en crisis y tiende a ser sustituida por la representación personalizada en la que juegan un papel central los líderes pragmáticos, los medios, las imágenes y el espectáculo”.

En consecuencia, como bien anota Sartori, “.. el gobierno de la mayoría se ha convertido en un "gobierno de la cantidad" regido por la máxima: obtener el máximo número de votos como se pueda y a cómo dé lugar. Si las elecciones estaban destinadas a seleccionar, han llegado a mal seleccionar, sustituyendo así la "dirigencia valiosa" por la dirigencia sin méritos”. Todo eso nos está llevando a que se cumpla el principio del contratexto subversivo sobre el cual trabajaron en la década de 1980 los semiólogo Zapata y Biondi,

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advirtiendo que cuando el trabajo de los políticos y las normas que ellos producen no corresponden al interés real y la necesidad de los ciudadanos, se genera una reacción subversiva que determina la fractura institucional del Estado y su eventual inviabilidad. Frente a eso, no podemos mantenernos en la anomia paralizantes y el desinterés por la cosa pública so riesgo de convertirnos en los imbéciles que el mundo helénico describía cuando los ciudadanos no se interesaban en la cosa pública. Tampoco podemos regirnos por la oclocracia de las turbas. Es urgente, más bien, abrir un debate nacional sereno pero profundo, que nos permita encontrar nuevos caminos de participación y restauración de las instituciones constitucionales que garanticen un sistema político realmente representativo y funcional.

Nuestra república está compuesta por 1.845 distritos, 195 provincias y 25 regiones y dentro de pocos meses 31’200.000 de peruanos tendremos nuevas autoridades que, podrían terminar siendo advenedizos, dispuestos a lucrar con el dinero de los ciudadanos y levantarse en peso cuanto recurso estatal les sea factible.

Nos enfrentamos, así, a una situación complicadísima. La ley electoral no es adecuada, apenas se le han puesto parches, pero nadie se ha atrevido a enfrentar la cuestión clave del financiamiento: ¿Cuánto puede valer una campaña para ser alcalde? Según cálculos diversos, pero fiables, para Lima Metropolitana unos 4 o 5 millones de dólares. Para un distrito de clase media alta, unos 200 mil dólares; para un distrito principal del interior del país (si no tiene canon) entre 80 mil y 150 mil dólares y así sucesivamente. Y la ‘inversión’ para una presidencia regional es multimillonaria, sino pregúntenle al ex presidente de Áncash, quien sigue preso, lo mismo que el de Cajamarca.

¿Quién financia a los candidatos? Pese a que la ley electoral lo exige, la ONPE sostiene que hasta hoy solo 13 partidos declararon sus gastos de campaña del 2011, y de estos, 9 sostuvieron no haber recibido financiamiento. Es decir, una tomadura de pelo general.

¿Y para qué tanto afán? Según el JNE, en el país hubo unas 14.171 listas de candidatos, con un número total de postulantes de 116.252 personas para los cargos edilicios y regionales este año.

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¿Postularon solo con la esperanza de ganar sueldos que van de 1.400 a 14.600 soles mensuales? ¿O será para administrar a su gusto y con poquísimo control más del 60% del presupuesto total del país?

Después cabe preguntarse: ¿quiénes postulan? Pues pocos vinculados a la institucionalidad partidaria: 50,8% de las listas de candidatos son movimientos regionales; 42,26%, partidos políticos (si puede llamárseles así); 4,44%, alianzas ocasionales; 1,36%, organizaciones locales provinciales; y 1,14%, organizaciones locales distritales. En el caso del Vraem (donde campea el narcoterrorismo), prácticamente no están presentes los partidos, sino grupos muy vinculados a la mafia de la droga.

Sobre las regulaciones, el abuso del derecho es increíble: los 91 jurados electorales especiales recibieron en las elecciones de este año más de 4.000 casos (desde tachas, observaciones, exclusiones, etc.). En cambio, ¿cuántos candidatos realmente han presentado programas y planes concretos?

En gran medida, las campañas son solo diatribas, insultos, publicidad chusca y torpe (como recurrir a cómicos y ‘vedettes’ para llamar la atención), pero hasta hoy hay enorme dificultad para el elector al identificar en cédulas mal concebidas entre el símbolo partidario y el candidato por quien votará.

La lista de atingencias es mayor y, aunque se puede entender que una democracia frágil como la nuestra tenga muchas deficiencias, la verdad es que, reitero, no tenemos partidos sólidos y eficientes. Por eso el Estado se debate en manos de muchísimos ineptos. Por eso necesitamos liderazgos nuevos, honestos y sólidos. Forjar una alternativa seria y convincente es tarea nuestra, de los académicos y de los ciudadanos, y, cuidado, porque si no cumplimos con nuestro rol no nos quejemos: quien elige mal no es víctima, sino cómplice del desastre.

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