La Imaginación Moral

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  • Agradecimientos

    Este libro debe buena parte de su evolucin a conversaciones con estudiantes y con colegas a lo largo de ms de una dcada. He compartido borradores de captulos y el texto completo con mis estudiantes de post-grados en el Instituto Internacional de Estudios de la Paz Joan B. Kroc, de la Universidad de Notre Dame, y con participantes en varios cursos de verano dedicados a la construccin de la paz en la Universidad Menonita del Este. La mejora del texto es sustancial, gracias al feedback recibido de mis estudiantes y colegas. Quisiera dar las gracias especialmente a aquellos y aquellas de mis colegas que respondieron a captulos e ideas concretos. Entre ellos y ellas, Emmanuel Bombande, Akm Longchari, Jarem Sawatsky, Dekha Ibrahim, Janice Jenner, Harold Miller, Herm Weaver, y Wendell Jones. Debo un agradecimiento muy especial a mis colegas del Instituto Kroc por sus aportaciones, segn yo me abra camino entre las principales ideas y texto. En especial, agradezco los comentarios y percepciones que surgieron las conferencias de la Iniciativa de Investigacin sobre la Resolucin de Conflictos tnicos, y en concreto las de John Darby y Scott Appleby. Me lo pas estupendamente garabateando con mi padre, John Lederach, cuya mano y don artsticos son mucho ms hbiles que los mos y dieron como resultado los magnficos grficos que aparecen en este texto. El texto definitivo debe mucho a la esplndida edicin y minucioso ojo de Maria Krenz. Quiero transmitir una nota de especial aprecio a Cynthia Read, Theo Calderra y Jennifer Kowing, de la editorial de la Universidad de Oxford. Gracias a Happy Trails y la Cafetera Acoustic de Nederland, Colorado, por mantener operativo el sistema java y encendida la chimenea mientras yo luchaba plasmando las ideas sobre papel. Finalmente, ninguno de mis proyectos literarios llega a la madurez sin la paciencia y apoyo de mi familia Wendy, Angie y Josh- con quienes estoy en deuda y de quienes recibo energa y sustento. Gracias.

  • Contenido

    1. Sobre la formulacin del problema y la tesis

    2. Sobre cmo tocar la Imaginacin Moral: Cuatro relatos

    3. Sobre el momento actual: Puntos de inflexin

    4. Sobre la sencillez y la complejidad: Hallando la esencia de la construccin de la paz

    5. Sobre acuerdos de paz: Imagen de una lnea en el tiempo

    6. Sobre el don del pesimismo: Percepciones desde las geografas de la violencia

    7. Sobre la esttica: El arte del cambio social

    8. Sobre el espacio: Vida en la telaraa

    9. Sobre masa y movimiento: La teora de la levadura crtica

    10. Sobre la observacin de telaraas: Hallando el alma del lugar

    11. Sobre la serendipia: El don de la sagacidad accidental

    12. Sobre el tiempo: El pasado que se nos extiende por delante

    13. Sobre los flautistas de Hamelin: Imaginacin y creatividad

    14. Sobre la vocacin: El misterio del riesgo

    15. Sobre las conclusiones: El imperativo de la imaginacin moral

    Eplogo: Una conversacin

    Glosario

    Notas

    Bibliografa

    ndice

  • Reflexiones para un Prefacio

    Durante mucho tiempo debat conmigo mismo una pregunta un tanto desconcertante: para quin escriba este libro? Siempre he actuado con la idea de que un autor debe escoger una audiencia, de hecho, a una sola persona significativa de esa audiencia, y escribirle. Pero yo quera escribir un libro que fuera de inters general, que atravesara disciplinas mltiples y resultase atractivo a quienes elaboran y ejecutan polticas, a quienes estn en los ayuntamientos y a quienes se arrodillan para los rezos del viernes o se sientan en los bancos de la iglesia los sbados o los domingos, a las y los tericos socialesi y a profesionales de resolucin de conflictos. Cuanto ms intentas dirigirte a todo el mundo, sin embargo, menos te diriges a nadie. Como no lograba dar con una solucin elegante, suspend la cuestin y, sin ms, me puse a escribir.

    Hacia la mitad del proceso de desarrollo de captulos, apareci un sentimiento de conversacin. Me percat de que estaba escribiendo a colegas de las profesiones de transformacin de conflictos, de mediacin, de justicia restaurativa y construccin de la paz. Todava abrigo la esperanza de que las ideas que deseo compartir y sobre las que deseo conversar tengan un atractivo amplio, pero est claro quin es la otra parte en la conversacin.

    Este libro comenz como una secuela, una continuacin. Al acabarlo, lo siento ms como una pre-cuela. De entrada, me dispuse a escribir la continuacin del que es probablemente mi libro ms conocido en el pequeo universo donde suelo ensear y trabajar. Las primeras pginas de Building Peace: Sustainable Reconciliation in Divided Societies (Construccin de la Paz: Reconciliacin sostenible en sociedades divididas) se escribieron a principios de 1990, aunque la edicin publicada y ms ampliamente compartida por la Editorial del Instituto de la Paz de EEUU no apareci hasta 1997. A efectos prcticos, el primer borrador de aqul libro se escribi hace ms de quince aos. Mucho de lo que viene a continuacin en La Imaginacin Moral tiene, de hecho, caractersticas de continuacin. El o la lectora encontrar descrita la evolucin y cambios de mis ideas, enfoques, y revisiones y referencias especficas a cmo se han desarrollado stas desde que escribiese La Construccin de la Paz. Pero La Imaginacin Moral no es un sumando a otra cosa. Se ha convertido en un esfuerzo por encontrar el camino de vuelta al origen de mi trabajo, el manantial de aquello que permanece invisible bajo la superficie pero da vida a un riachuelo que mana, y luego fluye.

    La Construccin de la Paz poda entenderse principalmente como un libro sobre la gestin del cambio social. No era se el propsito manifiesto, ni el lenguaje que utilic para describirlo. Pero, con toda honestidad, esa bien puede ser una forma de situar mejor su contenido. Basndome en la experiencia, intent proporcionar un marco terico para mejorar la aplicacin prctica. Muchas veces he dicho que el marco de La Construccin de la Paz no apunta soluciones. Plantea una serie de preguntas tiles para pensar sobre y desarrollar iniciativas y procesos que generen respuestas en escenarios de conflicto muy arraigado. Esos procesos, sin embargo, tienen que estar conectados a los aspectos concretos de las situaciones y contextos. Eso sigue siendo cierto, y apuntala la potencial utilidad del libro. Sin embargo, por su propia naturaleza, el marco se presta al diseo y gestin de la construccin de la paz. Tropec ah con una tensin, presente no slo en el campo en general sobre cmo nos movemos de la violencia destructiva a un compromiso social constructivo, sino presente dentro de m.

    A travs de La Imaginacin Moral quiero estudiar esa tensin. En algunos aspectos, quizs ms que en cualquier otro libro que haya escrito, descubr que emprender una conversacin con mis colegas en el campo definido globalmente como de resolucin de conflictos era en realidad mantener una conversacin conmigo mismo como profesional de conflictos. Carl Rogers sugiri que las cosas ms personales son compartidas universalmente. Creo que la idea tiene mucho mrito, aunque no se suele practicar en la literatura universitaria oficial. En el mundo profesional de la escritura, vemos con cautela, incluso con recelo, la aparicin de lo personal, y otorgamos un mayor grado de legitimidad a modelos y destrezas, teoras, bien documentados estudios de casos concretos, y aplicacin tcnica de la teora que lleva hacia lo que percibimos

  • como la objetividad de las conclusiones y propuestas. En ese proceso, hacemos un flaco favor a nuestras profesiones, a la construccin de teora y prctica, al pblico, y, en ltima instancia, a nosotros mismos. Ese flaco favor es el siguiente: cuando intentamos eliminar lo personal, perdemos de vista nuestro propio ser, nuestra intuicin ms profunda y la fuente de nuestra comprensin quines somos y cmo estamos en el mundo-. Al hacerlo as, llegamos a un destino paradjico: Creemos en los conocimientos que generamos, pero no en el proceso intrnsecamente embarullado y personal por el que los hemos adquirido.

    La Imaginacin Moral trata sobre ese desorden de la innovacin. Me propongo explorar la evolucin de

    mi visin de la construccin de la paz emprendiendo el recorrido de por dnde y cmo he estado realmente en este mundo de experiencia que yo llamo un hogar vocacional. Es un esfuerzo por compartir lo que he visto, las ancdotas e historias que he vivido, y, lo ms importante de todo, cmo a lo largo del camino surgieron ideas que llevaron a formas diferentes, quizs innovadoras, de construccin del cambio social. En este sentido, como sealaron las primeras personas que leyeron este manuscrito, ste es un libro que toma un rumbo decididamente personal, con todas las fortalezas y debilidades que acompaan a semejante empeo. Segn escriba, descubr que la escritura iba hablndoles a cosas de las que haba sido consciente, pero que no haba abordado plenamente y mucho menos asumido. En la fachada y la puerta trasera de la gestin de la paz, descubr que La Imaginacin Moral estaba colndose en el arte y alma de lo que hago.

    Histricamente, ha existido una tensin ms bien encubierta entre dos escuelas de pensamiento en este campo, que he visto que se insinuaba en cierto nmero de conferencias y en alguna pregunta desde la sala a algn orador tras su discurso de apertura: es la construccin de la paz un arte o una tcnica? Han aflorado discusiones entre quienes creen que responder al conflicto y construir el cambio social es fundamentalmente una tcnica aprendida y quienes lo contemplan como un arte. La Imaginacin Moral entra con una visin distinta: La construccin del cambio social en escenarios de conflictos muy arraigados requiere de ambos. Pero la evolucin hacia la profesionalizacin, la orientacin hacia lo tcnico, y la gestin del proceso en resolucin de conflictos y construccin de la paz han eclipsado, infravalorado, y, en demasiados casos, olvidado, el arte del proceso creativo. Este libro, como ha ocurrido en el caso de mi propia trayectoria profesional, es una recopilacin de conversaciones sobre cmo podemos re-encontrar el camino hacia el arte de la cuestin.

    No contemplo el arte de este tema como un correctivo menor a un sistema por lo dems sano. Requiere un cambio en la cosmovisin. Voy a proponer que, como profesionales del conflicto, tenemos que ir ms all de un espectculo de feria, de hablar de boquilla, para alcanzar el arte y el alma del cambio constructivo. Tenemos que imaginar nuestro trabajo como un acto creativo, ms cercano al esfuerzo artstico que al proceso tcnico. Esto no niega jams la destreza y la tcnica. Pero s sugiere que el manantial, la fuente que da vida, no se encuentra en el andamiaje de apoyo, el detallado conocimiento de sustancia y proceso, ni en la parafernalia que acompaa a cualquier esfuerzo profesional, sea artstico, poltico, econmico o social. El manantial se encuentra en nuestra imaginacin moral, que definir como la capacidad de imaginar algo enraizado en los retos del mundo real pero a la vez capaz de dar a luz aquello que todava no existe.

    Como cualquier autor o autora, tengo mis dudas e inquietudes sobre lo que he escrito. Me resultan mayores en este libro que en otros. Siento que me estoy aventurando en terrenos que, aunque estn basados en mi experiencia, me han empujado a escuchar las voces filosficas y artsticas que hay dentro de m. Ningn libro, y desde luego no este libro, puede colmar la totalidad de las esperanzas y deseos de una comunidad lectora diversa, aunque esos deseos y esperanzas sean legtimos e importantes. Si bien este libro se interna en territorio nuevo, reconozco que lo hace con ciertas deficiencias. En un estadio posterior estoy seguro de que habr tiempo de reflexionar, aprender de las respuestas y abordar los huecos que son necesariamente parte de una primera ronda de pensamiento nuevo.

  • Estoy seguro de que habr personas de las que practican estas disciplinas que preguntarn: Cmo se traduce concretamente esto en habilidades prcticas? Aunque en algunos captulos hablo de esa cuestin, la naturaleza de este libro no es proporcionar un manual tcnico. De hecho, propone romper ms all de esa visin. Invito a las personas practicantes a suspender la necesidad de herramientas, respuestas y tcnicas. Si es posible, dejen que estas pginas fluyan hacia la pregunta ms profunda de porqu hacemos este trabajo y qu es lo que nos sostiene.

    De igual manera, personas investigadoras, tericas y eruditas se preguntarn: dnde est la prueba emprica? Dnde el marco de la teora? En algunos puntos, me dirijo a algunos aspectos de esas preocupaciones. Por ejemplo, narro cuatro historias conductoras, no estudios de casos concretos, a las que me refiero a lo largo de todo el libro. Son prueba de la imaginacin moral, pero estn incompletas. Es legtimo plantear las preguntas: son estas historias demasiado individuales, microcosmos de innovacin pero no respuestas sistmicas? Son los escenarios y procesos demasiado particulares, nicos para un contexto dado pero no reproducibles? De qu forma son pertinentes al cambio a gran escala tales historias? Todas son cuestiones legtimas que no se abordan enteramente en este libro. Mi intencin aqu no es proponer definiciones eruditas rigurosas, ni nuevas teoras globales en el sentido clsico del trmino. De hecho, lo contrario puede ser cierto: Deseo mantenerme pegado a la actual confusin de ideas, procesos y cambios, y, desde ese punto, especular sobre la naturaleza de nuestro trabajo, y las lecciones aprendidas.

    Personas que filosofan, especialistas en estudios religiosos, y moralistas seguramente preguntarn: Cmo se relaciona y qu aade la imaginacin moral a las existentes escuelas de pensamiento? En algunos captulos s proporciono referencias a escritores influyentes, y comparo algunas escuelas de pensamiento, pero mi objetivo ha sido hallar un espacio para reflexionar sobre la naturaleza de la imaginacin, el cambio social, y la ruptura de los ciclos de violencia. Muchos captulos beben ms de fuentes y de lentes perifricas, como la poesa haiku, o el estudio del mundo natural, como las araas y quienes las investigan, que de los campos de los que tradicionalmente beben quienes escriben sobre cambio social o practican la transformacin de conflictos y la construccin de la paz.

    Dicho sencillamente, deseo compartir pensamientos y percepciones que he recogido en el camino sobre la naturaleza de cmo funciona el cambio social constructivo y qu contribuye a ello. Creo que esto tiene mucho que ver con la naturaleza de la imaginacin y la capacidad de representarse un mosaico de relaciones humanas. Esta imaginacin, sin embargo, debe surgir de, y hablar a, las duras realidades de los asuntos humanos. Esta es la naturaleza paradjica tanto de la imaginacin como de la trascendencia: Cada una tiene que tener un pie en lo que es y un pie ms all de lo que existe. Es necesariamente un proceso embarullado, en el cual cabe esperar la ocasional, cuando no sistemtica, metedura de pata. Tal es la naturaleza de la innovacin. Es la naturaleza de la bsqueda del cambio. Y, como argumentar, requiere ingenuidad y serendipiaii.

    Los libros, por supuesto, siempre se construyen alrededor de pensamientos, percepciones e ideas. Pero quizs no es frecuente que quienes los escriban sean explcitos sobre lo que supone compartir reflexiones que pasan del reino de la idea, emergentes muchas veces en el curso de mltiples conversaciones, para convertirse en algo que aparece sobre un papel. Las descarnadas letras negras sobre una pgina blanca cobran un significado que desmiente la naturaleza delicada de su misma existencia. Cuando una idea se plasma sobre un papel, le otorgamos una cualidad de definitiva. Quisiera insinuar lo contrario. Yo quiero compartir pensamientos en un proceso ms alineado con una conversacin, que espero claramente planteada, pero no obstante dinmica e incompleta por su misma naturaleza. Algunas y algunos de mis estudiantes comentan que parece que nunca presento la misma idea de la misma forma de una clase a la otra. Espero que eso no sea un comentario sobre convicciones sino una reflexin sobre la naturaleza de las ideas y el aprendizaje como un proceso indefinido, en constante evolucin.

  • En el sentido ms constructivo del trmino, propongo una pelea, una lucha con la naturaleza de este reto. En este sentido, me alineo con la misteriosa declaracin de Eric Hofer cuando insina que su empeo no fue crear un libro de texto autoritario. Ms bien, escribi, es un libro de pensamientos, y no elude las medias verdades siempre que stas parezcan sugerir un nuevo enfoque y ayuden a formular nuevas preguntas. Citando a Bagehot, conclua: Para ilustrar un principio, hay que exagerar mucho y hay que omitir mucho (Hoffer, 1951:60). Tomando esto en serio, intencionadamente he enmarcado cada captulo comenzando con la palabra sobre, para capturar la idea de que lo que estoy escribiendo son pensamientos sobre temas como sencillez, espacio, tiempo y vocacin.

    Estos pensamientos no nacieron por un proceso limpio de planificacin familiar. Muchos fueron accidentes. Formalmente, la comunidad cientfica se refiere a esto como aprendizaje inductivo. Otra forma de describirlo es decir que aparecieron sorpresas inesperadamente mientras yo iba trabajando, sugirindome a menudo que no slo debera cambiar mi trabajo, sino la forma de describrselo a otras personas y que yo mismo debera cambiar.

    Sorpresas puede sonar ridculo en un libro serio. Hay quienes preferiran lecciones aprendidas.

    Cientficos puros y duros podran proponer hiptesis en la bsqueda de una ms extensa teora de la paz. Otros podran sugerir presentarlas como la vanguardia de nuevas tcnicas en la resolucin de conflictos. Para m, la mayora de ellas fueron sorpresas vocacionales. ltimamente, me siento ms a gusto llamando a mis pensamientos sorpresas, despus de que, poco a poco, se me hiciera ver que los grandes descubrimientos cientficos de la historia de la humanidad se produjeron con ms frecuencia por accidente que por intencin. Dedico un captulo entero a la aparicin de la serendipia, del azar venturoso, en la vida cotidiana como parte esencial del cambio constructivo, y, por supuesto, las personas que ejercen en la prctica y las dedicadas a la investigacin comparten igualmente este aspecto de las sorpresas cotidianas, las reconozcamos o no. As fue como alguien choc con el disco de Petri y he aqu que la mezcla no intencionada contena una sorpresa, ms adelante considerada un descubrimiento. Desde Louis Pasteur a Thomas Edison, lo inesperado, lo no planificado, el error, crearon de repente nuevas avenidas de percepcin y comprensin. Las sorpresas son accidentes vistas en una luz positiva.

    Esto es lo que espero compartir: algunas reflexiones sobre la imaginacin moral, el arte y alma de la vocacin, y cmo brotaron las percepciones y descubrimientos por azar venturoso cuando intentaba encontrar el camino hacia la construccin de la paz.

    i Nota de la traductora. En general, el ingls no establece distinciones de gnero tan ntidas como el castellano, por

    ejemplo, al hablar de profesiones. Sin embargo, las que s existen van siendo tratadas de forma que se incluya a las mujeres, como se aprecia en la escritura de Lederach. En consonancia con la creciente inclusin del gnero femenino en el habla cotidiana tambin en castellano, he utilizado frmulas que recojan a hombres y mujeres, aunque en ocasiones pueda resultar un poco ms forzado.

    ii La palabra y el concepto serendipia aparecen en numerosas ocasiones a lo largo de todo el libro (vase especialmente el captulo 11). Serendipia, si bien empieza utilizarse en castellano, est lejos de ser un trmino comnmente entendido y aceptado, ni siquiera en ambientes eruditos, aunque, escribiendo la palabra en un buscador de internet, aparecen ya bastantes pginas. En esta traduccin, y teniendo en cuenta estas circunstancias, he optado por utilizar una expresin alternativa, azar venturoso para describir lo que significa, intentando captar tambin el sentido un tanto fantstico del trmino en ingls, derivado de una fbula persa que el autor explica en el texto. En resumen, se trata de la cualidad que permite aprovechar en sentido positivo circunstancias inesperadas.

  • Eplogo

    Una conversacin

    Eplogo: Discurso o breve poema dirigido a los espectadores por uno de los actores al final de la obra.

    Compact Oxford English Dictionary (Diccionario Compacto Oxford del Ingls)

    Sin eplogo, os lo ruego, pues su obra no necesita de ninguna excusa.

    Shakespeare, El Sueo de Una Noche de Verano.

    Cmo hago que aparezca la imaginacin moral? pregunt una lectora.

    No tengo una frmula mgica. No existe ninguna receta, contest el dramaturgo. Pero si prestas atencin, puede que el consejo acompae tu bsqueda. Observa y escucha!.

    Cuando te sientas denigrado, dijo el joven Konkomba, ofrece respeto.

    Frente al miedo, aconsej Abdul, ofrece tu vulnerabilidad.

    Cuando la divisin y el odio te rodean por todas partes, respondieron las mujeres de Wajir, construye solidaridad con aquellas personas que tengas a mano y luego tiende la mano a los dems, llegando lo ms lejos que puedas.

    Frente a la violencia y la amenaza, dijeron Josu y las campesinas y campesinos de Magdalena Medio, ofrece verdad, transparencia y dilogo.

    Cuando te abrume la complejidad, ri el maestro del haiku, busca la elegante esencia que lo mantiene todo unido.

    Piensa en el espacio que se extiende ante ti, sugiri la araa. Piensa en cunto hilo de seda tienes. S ingeniosamente flexible.

    Pisa con cuidado, dijeron las y los observadores de telaraas. Eres parte de algo ms grande que t, incluso si ese algo no es visible.

    No dejes que la meta de tu viaje te ciegue impidindote aprender sobre tu propsito a lo largo del camino advirtieron los prncipes de Serendip.

    Deja entrar a la msica, cant el flautista de Hameln.

    Sigue tu voz hacia el hogar, dijo la flauta de junco. Sigue caminando. Los ancestros te aguardan.

  • 1. Sobre el planteamiento del problema y la tesis

    Akmal Mizshakarol pint la imagen que aparece en la cubierta de este libro tras los trgicos acontecimientos desatados en Nueva York y Washington D.C. el 11 de setiembre de 2001. La fecha pone ttulo a la obra. Tayiko de nacimiento, su estudio est en su propia casa, al final de una calle a varias manzanas de la Avenida Rudaki, la principal va pblica de Dushanbe. En el transcurso de mis peridicas visitas a Tayikistn, donde he estado ayudando a desarrollar un currculo nacional sobre resolucin de conflictos con siete universidades, busqu a artistas contemporneos y fui a dar con su estudio. A lo largo del tiempo y las visitas, nos hicimos amigos.

    En la primavera de 2002, encontr a Akmal acabando la primera de sus piezas sobre la tragedia que golpe a Estados Unidos en el otoo de 2001. Un ao despus, termin la que aqu aparece. Para la poblacin tayika, una visita a cualquier casa, esperada o inesperada, supone siempre un proceso de atenderla bien. En casa de Akmal solamos visitar primero su estudio, repasando sus ltimos trabajos, y luego, antes o despus, acabbamos en el porche que da al patio. Gallinas de Guinea cacareaban en sus jaulas sobre nuestras cabezas. Rosales, manzanos y melocotoneros nos bendecan con sus aromas y sombra. Incluso para una visita de corta duracin, la mesa estaba repleta de frutos secos, pasas, panes y zumos. La conversacin iba desde las hijas (consejos sobre cmo casarse bien) al arte (la soledad e intensidad del trabajo en el estudio), de la poltica local a la internacional. Sus hijas, maravillosamente bien educadas e interesadas, rondaban a nuestro alrededor, escuchando, y de vez en cuando ayudaban a la traduccin con su ingls casi perfecto. Son parte de la emergente nueva generacin tayika, que dialoga ms con el mundo exterior, ms all de Asia central, que sus padres y madres.

    Akmal se form en el Instituto de Arte Surikov de Mosc, una de las mejores academias de Arte de Rusia. Hacia el final de su carrera, se alej de las normas de sus mentores rusos, explorando races en s mismo y en su Tayikistn natal. Hablando sobre su creciente estilo internacionalmente reconocido, coment una vez: Me llev tiempo, pero encontr mi propia voz. En algn punto, aunque es totalmente incierto, tienes que arriesgarte a seguir tu propia intuicin, tu propia voz. Todas las citas directas de mis amistades y colegas han sido reconstruidas lo mejor que he podido a partir de mis notas, diarios y recuerdos.

    Hablamos sobre el cuadro que denomin 11 de Setiembre. Desde la primera ojeada, me hipnotiz la combinacin del cuadro en s mismo, el contexto en el que se realiz, la eleccin de colores, las caras y las implicaciones de tal esfuerzo. Un pintor tayiko musulmn ubicado justo al norte de Afganistn haba reflejado por medio de sus manos una respuesta a acontecimientos sucedidos en la otra mitad del mundo, pero sin embargo cercanos a su hogar. Cuando le pregunt en qu pensaba mientras pintaba el lienzo, Akmal, en la exquisita lnea de la mayor parte de los artistas, respondi:

    No puedo decir demasiado. El comentario es el cuadro. Pero recuerdo aqul da. Observbamos incrdulos cmo se estrellaban los aviones. Era como si todos estuviramos quietos mirando al cielo. Preguntndonos de dnde sala aquello y qu estaba cayendo en nuestras vidas. Sola soar que iba en un avin, sabes, uno de esos sueos en los que el avin se est cayendo y te despiertas justo antes de que se estrelle. Era como si lo que suceda fuese demasiado parecido a aquel sueo.

    Aadi: Era el mismo sentimiento que tenamos durante nuestra guerra civil. Cada da, mirbamos al cielo y nos preguntbamos qu sera lo siguiente que ocurrira. Y seguamos esperando poder encontrar algo mejor, algo que detuviera aquello, algo para poner fin a la pesadilla.

    En el estudio de Akmal, observo el lienzo. Cinco personas forman un crculo en un patio, tres mujeres y dos hombres que miran hacia arriba, atentos a lo que pueda venir. Uno est evidentemente perplejo. Otras

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  • figuras estn llenas de asombro, y, segn me parece, intentando buscar algo ms all de lo que les est sucediendo. Expresan claramente preocupacin, incluso inquietud. Sin embargo, el cuadro, en conjunto, quizs por los colores utilizados, genera una esperanza. Es ese tipo de esperanza la que une a personas separadas por medio mundo, y sugiere la posibilidad de un cambio, una preocupacin no slo por la tragedia que cay sobre algunas y el temor por lo que pueda sucedernos a todas, sino tambin una preocupacin por lo que podamos crear desde y para esta humanidad que compartimos. Veo en el cuadro una cualidad de trascendencia, algo que desea tocar una fibra de humanidad compartida ms all de la violencia. En el lienzo y el contexto que rodea a su autor encontr una sencilla oferta de solidaridad y curacin. Le dije a Akmal que deseaba utilizar su cuadro 11 de Setiembre como portada de un libro que estaba escribiendo, porque captaba muchos de los elementos del ttulo y tesis de mi obra.

    La comunidad intelectual, a diferencia de la comunidad artstica, comienza a menudo su interaccin y su viaje hacia el mundo planteando un problema que define tanto la travesa como la interaccin. Segn me parece, la comunidad artstica empieza por la experiencia en el mundo y luego crea un trayecto hacia la expresin de algo que capture la totalidad de ese sentimiento en un momento conciso. Ambas comunidades tienen algo en comn: en ltima instancia, en algn punto en el tiempo, ambas confan en la intuicin.

    A pesar de que nunca he sido muy amigo de la exposicin de los problemas, he llegado a apreciar el arte de formular una buena pregunta. La que formula este libro es sencilla e infinitamente compleja: Cmo trascendemos los ciclos de violencia que subyugan a nuestra comunidad humana cuando an estamos viviendo en ellos? A esto le llamo el planteamiento del problema. Podra mencionar que se deriva de veinticinco aos de experiencia de trabajo en escenarios de conflictos prolongados, y como tal, esta cuestin es el lienzo de la condicin humana en demasiados puntos de nuestro globo terrqueo. He llegado a creer que esta es la cuestin a la que, en cada paso del camino, debe enfrentarse forzosamente la construccin de la paz, ese noble esfuerzo para liberarse de las cadenas de la violencia.

    A lo largo de este libro propongo una tesis que creo que puede ser un punto de partida para responder a esa pregunta: la posibilidad de superar la violencia se forja por la capacidad de generar, movilizar y construir la imaginacin moral. El tipo de imaginacin a la que me refiero se ve movilizada cuando cuatro disciplinas y capacidades se conjugan y llevan a la prctica por quienes logran la forma de elevarse por encima de la violencia. Dicho simplemente, la imaginacin moral requiere la capacidad de imaginarnos en una telaraa de relaciones que incluya a nuestros enemigos; la habilidad de alimentar una curiosidad paradjica que abarque la complejidad sin depender de la polaridad dualstica; una firme creencia y la bsqueda del acto creativo; y la aceptacin del riesgo inherente a dar pasos hacia el misterio de lo desconocido que est ms all del demasiado conocido paisaje de la violencia.

    La tesis de que un cierto tipo de imaginacin est a nuestro alcance y es necesaria para superar la violencia exige que analicemos estas cuatro disciplinas en dos amplias direcciones. En primer lugar, tenemos que comprender y sentir el paisaje de la violencia prolongada y por qu plantea unos retos tan arraigados al cambio constructivo. En otras palabras, tenemos que asentar muy bien nuestros pies en las geografas y realidades de lo que producen las relaciones destructivas, qu legados dejan, y lo que ser necesario para romper sus pautas violentas. En segundo lugar, tenemos que explorar el proceso creativo en s mismo, no como una investigacin tangencial, sino como manantial que nutre la construccin de la paz. En otras palabras, tenemos que aventurarnos en el ms inexplorado territorio del camino artstico aplicado al cambio social, los lienzos y poesa de las relaciones humanas, imaginacin y descubrimiento, y, en ltima instancia, el misterio de la vocacin de quienes emprenden tal periplo.

    Estamos ante la pregunta de qu es lo que hace posible moverse ms all de las arraigadas pautas del conflicto prolongado, destructivo. Nuestra tesis nos exige explorar la supervivencia del talento y del don artstico en los territorios de la violencia.

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  • 2 Sobre cmo tocar la Imaginacin Moral

    Cuatro relatos

    Un relato desde Ghana: Te llamo padre porque no deseo faltarte al respeto

    Durante la dcada de los 90, el norte de Ghana afrontaba la creciente escalada de un conflicto tnico mezclado con las omnipresentes y tensas corrientes de las relaciones islamo-cristianas. En la ms amplia regin del Oeste de frica, Liberia se haba sumido en una guerra interna catica y violenta, que derramaba poblacin refugiada sobre los pases fronterizos. El caos pareca simultneamente endmico y contagioso. En un breve plazo, Sierra Leona descendi a ciclos de derramamiento de sangre y crueldad sin precedentes en la sub-regin. Nigeria, el mayor y ms poderoso pas de la zona, transitaba por una fina lnea que apenas lograba evitar las llamaradas de una guerra civil declarada. En semejante contexto, el incremento de la violencia intercomunitaria, e incluso las espordicas masacres, contenan todos los indicios de un desastre paralelo en las comunidades del norte de Ghana.

    Estos no eran ciclos de violencia histricamente aislados. Las races de los conflictos entre varios de los grupos, especialmente entre Konkombas y Dagombas, se podan rastrear fcilmente hasta la poca de la esclavitud1. El grupo Dagomba, con una larga y poderosa tradicin de caciquismo, tiene una estructura social y de liderazgo que se prest a la negociacin con los mercaderes de esclavos europeos. Era el grupo ms poderoso y dominante en el norte del pas; sus aliados en el sur eran las gentes del igualmente fuerte Impero Ashanti. Los grupos caciquiles conservaron la estructura de la realeza, culminando en el jefe supremo, mientras que los grupos conocidos en Ghana como no-caciquiles perdieron, o no se les otorg una estructura poltica jerarquizada.

    El grupo Kokomba, por su parte, era ms disperso. Bsicamente agrcola, cultivadores de batata como se les estereotipaba y denigraba en ocasiones, las gentes Kokomba no se organizaban sobre los mismos rasgos sociales y de realeza. Eran una tribu no-caciquil, aunque no necesariamente por eleccin propia. En esa parte del mundo, una alta jefatura aportaba beneficios y un relativo sentido de importancia que se traduca en superioridad. Por ejemplo, los grupos caciquiles obtuvieron ventajas de la colaboracin con el comercio de esclavos; los no-caciquiles estaban condenados a vivir en la gran parodia de la deshumanizacin y explotacin encarnada por ese trfico de hombres, mujeres y nias y nios. Tras el periodo del comercio de esclavos, los grupos caciquiles siguieron obteniendo ventajas durante el periodo de colonizacin. Fueron reconocidos y su tradicional poder y sentido de superioridad se arraigaron an ms. Las semillas de la divisin sembradas durante el esclavismo florecieron en la etapa de los gobiernos coloniales.

    A lo largo de los siglos siguientes, sus conflictos se dirimieron en torno al control de la tierra y los recursos. La llegada de movimientos misioneros de raz religiosa aadi capas de divisin a sus relaciones. Mientras algunos grupos siguieron siendo animistas, los Konkombas se adhirieron al cristianismo y la mayora de Dagombas, incluyendo las poderosas casas reales y jefes supremos, se hicieron musulmanes. Una consecuencia inesperada fue que las misiones cristianas, con su nfasis en la educacin, suministraron escuelas que dieron a los Konkombas acceso y entrada a estatus sociales ms elevados. Con el tiempo, este hecho tendra su impacto sobre las comunidades y la poltica.

    1 La siguiente historia fue recogida durante mltiples conversacones con Emmanuel Bombande, que trabaja con la

    Red de frica Occidental para la Construccin de la Paz en Ghana. Tambin quiero recordar aqu la conversacin personal sobre este relato con Hizkias Assefa y el padre Clement Aapenguayo.

  • Segn Ghana iba logrando la independencia, se mova hacia la democracia electoralista. Polticos a la caza de votos comprendan las divisiones y temores existentes, y a menudo los exacerbaban para obtener el apoyo de sus respectivas comunidades durante las campaas electorales. Los periodos electorales se convirtieron en peridicos ciclos de violencia repetida y cada vez mayor. Incluso pequeos incidentes, como una discusin entre dos personas por una compra en un mercado, poda desencadenar una escalada de violencia, como ocurri con la Guerra de las Gallinas de Guinea.

    En 1995, el ciclo amenazaba con volver a estallar. Una disputa sobre tierras reclamadas por ambos grupos en una pequea ciudad nortea revent repentinamente en violencia abierta durante la campaa electoral. Las batidas para matar se extendieron rpidamente, rebasaron ampliamente el lugar de la disputa originaria, y amenazaban la estabilidad de toda la regin nortea. Las imgenes del catico colapso en Sierra Leona y Liberia estaban recientes en la memoria de muchas personas. Pareca que ese ciclo de violencia inter-comunitaria en Ghana estaba a punto de generar otra guerra civil ms, destructiva y declarada. En respuesta, un consorcio de organizaciones no gubernamentales que trabajaban en la zona norte de Ghana empez a impulsar pasos para la construccin de la paz. Un pequeo equipo de mediadores africanos, dirigido inicialmente por Hizkias Assefa y Emmanuel Bombande, abri el proceso de creacin de un espacio para el dilogo entre representantes de ambos grupos tnicos. Con el tiempo, ese proceso dio con la forma de evitar que la violencia escalase hasta una guerra civil, e incluso cre una infraestructura para hacer frente a la habitual reaparicin de crisis que en el pasado se materializaba en mortferas luchas. Pero no era un camino fcil.

    En uno de sus primeros encuentros, las personas implicadas en la mediacin observaron una historia que dio pie a una transformacin en el proceso y en las relaciones entre estos dos grupos, y, por tanto, modific la direccin fundamental del conflicto. En el primer encuentro cara a cara entre los dos grupos, el jefe supremo Dagomba lleg en todo el esplendor de sus insignias reales y con toda su corte. Sentadas a sus pies, haba personas encargadas de transportar su cetro. En los primeros compases del encuentro, adopt una severa actitud de superioridad. Asumiendo el papel del jefe supremo, degrad y atac verbalmente a los Konkombas sin prdida de tiempo. Dadas las tradiciones y derechos otorgados a los ms altos jefes, poco ms se poda hacer que dejarle hablar.

    Miradlos, dijo, dirigindose ms a los mediadores que a las gentes Konkomba. Quines son para que yo est siquiera en esta habitacin con ellos? Ni siquiera tienen un jefe. Con quin he de hablar? Son unas gentes que no tienen nada, que acaban de llegar de los campos y ahora nos atacan en nuestros propios poblados. Podan haber trado al menos a un anciano. Pero mirad! Son slo nios nacidos ayer.

    El ambiente era devastador. Para empeorar las cosas, el equipo mediador se senta en una encrucijada muy complicado. Culturalmente, ante un jefe, no haba nada que pudieran hacer para controlar el proceso. Sencillamente, no se le puede decir a un jefe que mida sus palabras o se cia a las normas bsicas, especialmente en presencia de su entorno y sus enemigos. Pareca que todo el intento poda estar mal concebido y que se acercaba a un punto de ruptura.

    El portavoz Konkomba solicit responder. Temiendo lo peor, los mediadores le facilitaron el espacio para hablar. El joven se gir y se dirigi al jefe de la tribu enemiga:

    Tienes toda la razn, Padre, no tenemos un jefe. No lo hemos tenido desde hace aos. Ni siquiera reconocers al hombre que hemos elegido para ser nuestro jefe. Y se ha sido nuestro problema. La razn por la que reaccionamos, la razn por la cual nuestro pueblo se desmanda y lucha con el resultado de estas matanzas y destruccin surge de ese hecho. No tenemos lo que vuestro pueblo tiene. Realmente, no es por la ciudad, o la tierra, o las gallinas de Guinea del mercado. Te lo ruego, oye mis palabras, Padre. Te estoy llamando Padre porque no queremos faltarte al respeto. Eres un

  • gran jefe. Pero qu nos queda a nosotros? Tenemos otros medios que no sean esta violencia para recibir la nica cosa que perseguimos, ser respetados y designar a nuestro propio jefe, alguien que pudiera hablar realmente contigo, antes de que tenga que hacerlo un joven en nuestro nombre?.

    La actitud, el tono de voz, y la utilizacin de la palabra Padre por el joven Konkomba afect tanto al parecer al jefe que se qued por el momento sin respuesta. Cuando finalmente habl, lo hizo con un tono de voz diferente, dirigindose directamente al hombre joven ms que a los mediadores:

    Haba venido para poner a tu pueblo en su sitio. Pero ahora slo siento vergenza. A pesar de que insult a tu pueblo, me has llamado Padre. Eres t quien habla con sabidura, y soy yo el que no ha visto la verdad. Lo que has dicho es cierto. Nosotros que somos jefes siempre os hemos mirado con desprecio porque no tenis jefe, pero no hemos comprendido la denigracin que sufrais. Te ruego, hijo mo, que me perdones.

    En ese momento, el hombre Konkomba, ms joven, se levant, se acerc al jefe, se arrodill y le asi el muslo, un signo de profundo respeto. Vocaliz un nico y audible Na-a, una palabra de afirmacin y aceptacin.

    Quienes asistieron a la sesin contaron que la sala estaba electrizada, cargada de sentimientos extremos y emotividad. Por supuesto que no era el fin de los problemas o desacuerdos, pero algo ocurri en ese momento que tuvo un impacto sobre todo lo que vino a continuacin. Comenz la posibilidad del cambio para alejarse de los centenarios ciclos de violencia, y quizs se plantaron en ese momento las semillas que lograron evitar que se desatase lo que podra haber sido una autntica guerra civil en Ghana.

    La posibilidad del cambio permanece abierta. En marzo de 2002, el rey Dagomba, Ya Na Yakubu Andani II, fue muerto en una disputa interna entre dos clanes Dagombas, las familias Abudu y Andani. Como adversarios desde mucho tiempo antes del pueblo Dagomba, caba esperar que los Konkombas se aprovecharan de las luchas internas de los Dagombas. Por el contrario, convocaron un gran Durban de todos sus jvenes y ancianos e hicieron una declaracin oficial en la televisin de Ghana. En primer lugar, expresaron su solidaridad con los Dagombas en su dolor y prdida. Despus, apelaron a los Dagombas a trabajar conjuntamente entre s para lograr una solucin duradera a sus disputas internas sobre la jefatura. Declararon que los Konkomba no permitiran que ninguno de sus hombres socavase a los Dagombas a causa de las dificultades internas que atravesaban. La declaracin acababa indicando que aquellos Konkombas que se aprovecharan de esas luchas intestinas de los Dagombas para crear situaciones que pudieran desembocar en violencia seran aislados y entregados a la Polica.

    Un relato desde Wajir: De cmo un puado de mujeres detuvo una guerra

    Las mujeres de Wajir no se pusieron en marcha para parar una guerra2. Lo nico que queran era asegurarse de que podan obtener alimentos para sus familias. La idea de partida era muy simple: garantizar que el mercado fuese un lugar seguro para cualquiera que fuese a comprar o vender.

    2 Esta historia se basa en conversaciones personales con mujeres y hombres de la Comisin de Wajir para la Paz y

    el Desarrollo. Estoy especialmente agradecido a Dekha Ibrahim por sus consejos y aportaciones para el desarrollo de esta concreta versin resumida. Para ms informacin, vase The Wajir Story, un vdeo documental producido por Responding to Conflict. Para ms informacin escrita, vase Breaking the Cycle of Violence in Wajir, de Dekha Ibrahim y Jannice Jenner, en Overcoming Violence: Linking Local and Global Peacemaking, editado por Robert Herr y Judy Zimmerman Herr.

  • El distrito de Wajir est situado en el nordeste de Kenia, cerca de las fronteras con Somalia y Etiopa. Est habitado mayoritariamente por clanes somales. Al igual que otras en otras partes del Cuerno de frica, las gentes de Wajir han sufrido el impacto de las numerosas guerras internas en las vecinas Somalia y Etiopa. Con el desmoronamiento del Gobierno somal en 1989, el incremento de las luchas en el interior del pas origin una incontable riada de personas refugiadas, que desbordaron la frontera hacia Kenia. En poco tiempo, Wajir se vio envuelta en luchas entre clanes, con un constante flujo de armas, grupos combatientes y personas refugiadas que hacan la vida cada vez ms difcil. En 1992, el Gobierno de Kenia declar el estado de emergencia en Wajir.

    Los 90 no fueron la primera vez que Wajir experimentaba guerras de origen clanista, pero pronto se convirtieron en uno de los peores ciclos de violencia. Dekha, una de las dirigentes claves de las mujeres en Wajir, recuerda que una noche a mediados de 1993 estall una vez ms un intercambio de disparos cerca de su casa. Agarrando a su primera hija, permaneci escondida bajo la cama durante varias horas mientras las balas atravesaban su habitacin. Por la maana, hablando de lo ocurrido durante la noche, su madre record los das en 1966, cuando Dekha era una nia, y su madre la mantena oculta bajo la cama. Reflexionaban aquella maana y se entristecan porque no haba acabado la violencia. Como madres, estaban cansadas de la violencia. Dekha qued tan afectada por el relato de su madre que tom la decisin de encontrar una forma de hacer de Wajir un lugar donde su hija pudiera disfrutar de una vida libre de violencia. Se reuni con otras mujeres con historias similares. Fatuma cuenta cmo durante una boda las mujeres estaban preocupadas sobre cmo regresaran a sus hogares, y tuvieron que marcharse pronto. Lamentaban la creciente violencia, los asaltos a lo largo de las carreteras, las armas que andaban por todas partes portadas por sus jvenes hijos, y el temor con que las chicas jvenes vivan incluso en sus propios pueblos ante los abusos y violaciones.

    As que las mujeres fueron reunindose discretamente, menos de una docena al principio. Slo queramos unir nuestras cabezas, decan, para ver qu sabamos y qu podamos hacer. Decidimos que el lugar desde donde empezar era el mercado. Se pusieron de acuerdo en una idea bsica. El mercado debera ser un lugar seguro para cualquier mujer de cualquier clan, seguro para acceder, vender y comprar. Las mujeres estaban pensando en su prole. El acceso y la seguridad en el mercado era un derecho inmediato que tena que ser garantizado. Dado que el mercado era gestionado bsicamente por mujeres, fueron corriendo la voz. Establecieron observadoras que vigilaban cada da lo que ocurra en el mercado. Estas personas daban cuenta de cualquier infraccin, de cualquier abuso contra alguien por su clan u origen geogrfico. Cuando surgan litigios, una pequea comisin de mujeres actuaba rpidamente para resolverlos. En poco tiempo, las mujeres crearon una zona de paz en el mercado. Sus reuniones e iniciativas desembocaron en la creacin de la Asociacin de Mujeres de Wajir por la Paz.

    Mientras trabajaban duramente en el mercado, se dieron cuenta de que los enfrentamientos ms generales seguan afectando a sus vidas. Reunidas de nuevo, decidieron entablar conversaciones directas con los jefes ancianos de todos los clanes. Aunque tenan acceso a ellos, no era algo fcil de lograr. Quines son las mujeres para aconsejarnos y presionarnos? era la respuesta que teman obtener. As que se sentaron y analizaron a fondo su comprensin del sistema de jefes ancianos, analizaron a los ancianos claves del momento, y la composicin de los clanes somales en Wajir. Utilizando sus conexiones personales con sus propios grupos, trabajaron tambin con hombres preocupados y consiguieron convocar una reunin de los ancianos de todos los grupos. Ellas se situaron fsicamente muy cuidadosamente para no presionar o dirigir los encuentros. Para ello, dieron con uno de los ancianos, muy respetado, pero proveniente del ms pequeo de los clanes locales, por ello mismo el menos amenazante. El se convirti en su portavoz en la reunin, hablando directamente a los otros ancianos y apelando a su responsabilidad. En realidad, por qu estamos luchando? pregunt. Quin se beneficia de esto? Nuestras familias estn siendo destrozadas. Sus palabras provocaron largas discusiones. Los ancianos jefes, incluso algunos de los que haban estado fomentando las matanzas de venganza, acordaron afrontar los temas y detener los enfrentamientos. Formaron el Consejo de Ancianos para la Paz, que inclua subcomisiones y un grupo que se reuna peridicamente. Iniciaron el proceso de comprometer a los luchadores que estaban en los montes y resolver los choques entre clanes.

  • Las mujeres, percatndose de que esa iniciativa poda ser muy importante para Wajir, decidieron ponerse en contacto con funcionarios gubernamentales del distrito y, ms adelante, con los representantes nacionales en el Parlamento. Acompaadas por algunos de los ancianos, describieron con transparencia sus iniciativas y el proceso. Accedieron a mantener informados a los funcionarios y les invitaron a diversas reuniones, pero les solicitaron a cambio que no alteraran el proceso que estaba en marcha. Recibieron el beneplcito del Gobierno.

    Enseguida la cuestin fue cmo implicar a la juventud, especialmente a los jvenes que estaban escondidos y luchando en los montes. Las mujeres y los ancianos mantuvieron encuentros con jvenes que eran clave en el distrito, y formaron lo que se acab conociendo como Juventud por la Paz. No slo se adentraron juntos en los bosques y se reunieron con los combatientes; empezaron a viajar por todo el distrito, dando charlas pblicas a madres y juventud. Pronto descubrieron que una preocupacin fundamental era el empleo. Las armas, la lucha y el robo representaban un considerable beneficio econmico. Si los jvenes tenan que abandonar la lucha, sus armas, y los montes, necesitaran algo en lo que ocupar su tiempo y con lo que obtener ingresos. As se comprometi a la comunidad empresarial. Se ofrecieron iniciativas para reconstruccin y puestos de trabajo locales. Juntas, las mujeres del mercado, las comisiones de ancianos, la Juventud por la Paz, el empresariado, y dirigentes religiosos locales formaron la Comisin por la Paz y el Desarrollo de Wajir.

    Mediante la labor de los ancianos, fueron dndose ceses del fuego. Se crearon comisiones para verificar y apoyar el proceso de desarme de las facciones de los clanes. Un proceso de entrega de armas a las autoridades locales se coordin con estas comisiones y la Polica del distrito. Se crearon equipos de respuesta en emergencias, formados por ancianos de diferentes clanes que se desplazaban de inmediato para ocuparse de nuevos brotes de lucha, asaltos o robos.

    Para solidificar la creciente paz, la Comisin por la Paz y el Desarrollo de Wajir reuni a todos los grupos y mantena encuentros regulares con dirigentes del distrito y nacionales. No podan controlar los enfrentamientos armados que continuaban en la vecina Somalia ni el flujo de problemas que llegaban de ms all de sus fronteras, pero fueron encontrando cada vez ms formas de proteger sus pueblos y detener las luchas locales antes de que se convirtieran en incontrolables. Fue fundamental para el xito de estas iniciativas la capacidad de actuar rpidamente y frenar los potenciales momentos de escalada comprometiendo directamente a las personas implicadas. Excombatientes ya desarmados y de regreso en sus comunidades se convirtieron en aliados del movimiento. Contribuyeron a comprometer constructivamente a otros grupos combatientes, potenciando el proceso de desarme. Cuando se cometan crmenes, el propio grupo marcaba a los culpables, y se buscaba la restitucin antes que la proteccin ciega y los ciclos de venganza.

    Diez aos despus, el distrito de Wajir se enfrenta an a serios problemas, y la Comisin por la Paz y el Desarrollo de Wajir an trabaja activamente por la paz y ha continuado su expansin. Los nuevos programas incluyen formacin policial y trabajo en las escuelas locales. Ms de veinte escuelas estn participando y han formado la Red de Educacin en la Paz, que incluye mediacin de igual a igual y formacin del profesorado en resolucin de conflictos.

    La pobreza y el desempleo siguen siendo retos importantes en Wajir. Las armas an atraviesan fronteras en esta regin. No han acabado los enfrentamientos en Somalia, y se desbordan hasta Wajir. Los asuntos religiosos y las implicaciones globales que surgen a partir del 11 de setiembre de 2001, con la presencia de marines de los Estados Unidos y las campaas antiterroristas, se han convertido en nuevos problemas. Pero las personas implicadas en la Comisin por la Paz y el Desarrollo de Wajir continan su duro trabajo. Los ancianos se renen con regularidad. Hay mayor cooperacin entre los poblados locales, clanes y el funcionariado del distrito.

  • Y las mujeres que detuvieron una guerra gestionan hoy un mercado mucho ms seguro.

    Un relato de Colombia: Hemos decidido pensar por nuestra cuenta

    Josu, Manuel, Hctor, Llanero, Simn, Oswaldo, Rosita, Excelino, Juan Roy, Miguel ngel, Sylvia, y Alejandro compartan varias cosas que les unieron entre s para siemprei. Vivan a lo largo del Ro Carare en una zona conocida como La India, en la selvas de Magdalena Medio en el pas de Colombia. Eran campesinosii. Se consideraban gente corriente. Y afrontaban un reto extraordinario: cmo sobrevivir a la perversa violencia de los numerosos grupos armados que atravesaban sus tierras y les exigan lealtad.

    El Ro Carare est situado en el corazn de Magdalena Medio. Es un territorio que rene una multitud de gente e influencias. El agua fluye por este territorio de espesas selvas, y, a mediados del siglo XX, atrajo a campesinos en busca de tierras desde otras partes de Colombia. Llegaron refugindose desde las zonas ms conflictivas de Colombia en mitad de una guerra que duraba ya 50 aos, la ms larga del Hemisferio Occidental. En el mejor de los casos, era un territorio fronterizo con muchos peligros naturales, carente de cualquier proteccin civil bsica o ley, y que exiga un trabajo muy duro. Se descubri petrleo que ahora mana en la regin y hacia la costa atlntica para ser entregado a la comunidad internacional. Igualmente fluye el ro de traficantes de droga. Y, por supuesto, como ocurre en muchas de las zonas rurales de Colombia, tambin fluye el ro de grupos armados y armas.

    A finales de los 60, el movimiento guerrillero de orientacin izquierdista FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) entr en los territorios de Carare. Tras l lleg la respuesta militar del Gobierno nacional, que fue incrementndose. Incapaces de perjudicar o eliminar la influencia de los movimientos guerrilleros en la regin, los terratenientes, en muchos casos conjuntamente con los militares, organizaban en secreto y financiaban privadamente a los paras, grupos armados de vigilantes de derecha, que pronto adquirieron mayor independencia. Se luchaba no slo por la tierra, en la cual haban establecido sus hogares las primeras familias campesinas que llegaron, y contra los impuestos de guerra extraoficiales, sino incluso por obtener su lealtad. Quien controlase el territorio concreto en ese momento, controlaba las leyes: quienquiera que robe, ser muerto; cualquiera que mate a alguien, ser a su vez muerto; quienquiera que informe a cualquiera de nuestra presencia, ser muerto. Como se recoga en una declaracin: Nadie est obligado a seguir nuestro cdigo, siempre tienes el derecho de abandonar el territorio. Prevaleca la ley del silencio: Est prohibido hablar sobre la muerte de cualquier amigo o miembro de la familia; sobre quienes los mataron o las razones por las cuales los mataron. Si abres la boca, el resto de tu familia morir. Tales eran las realidades a las que se enfrentaban Josu, Hctor, Manuel y las dems personas campesinas de la regin.

    La situacin lleg a su punto culminante en 1987. Cada vez haba ms combates y empezaron a dominar las masacres a gran escala. En respuesta a los grupos guerrilleros, un capitn del Ejrcito colombiano conocido por su violencia convoc a ms de 2.000 campesinos de La India y les ofreci el perdn en forma de amnista si aceptaban sus armas y se unan a las filas de las milicias locales para luchar contra los grupos guerrilleros. A ojos del capitn, muchos de aquellos campesinos eran culpables de apoyar a la guerrilla, -cuando no directamente de participar en ella-. As que la oferta de perdn se consider como un ultimtum para escoger bando en el conflicto. Concluy sus palabras con lo que llam las cuatro opciones que tenan las y los campesinos: Podis armaros y uniros a nosotros, podis uniros a los guerrilleros, podis marcharos de vuestras casas o podis morir.

    La multitud se qued anonadada. En medio del silencio, un campesino de mediana edad, Josu, habl desde la multitud y desde su corazn. Su discurso fue tan memorable que a da de hoy todava se encuentran personas en La India que pueden recitar palabra por palabra su respuesta al capitn, a pesar de que no

  • estuvieron all. Garca (1996), que hizo un estudio de este movimiento, ofrece esta versin del discurso de Josu. Respondiendo al capitn en la reunin abierta, dijo:

    Hablas de perdn, pero qu tienes que perdonarnos? Sois vosotros los que habis violado. Nosotros no hemos matado a nadie. Nos queris dar millones en armas pagadas por el Estado, sin embargo, no facilitis ni el mnimo crdito para nuestras necesidades agrarias. Hay millones para la guerra pero nada para la paz. Cuntos hombres armados hay en Colombia? Calculando a ojo, yo dira que al menos 100.000, ms la Polica, ms 20.000 guerrilleros, por no mencionar los Paras, los seores de la droga y los ejrcitos privados. Y para qu ha servido todo eso? Qu ha arreglado? Nada. De hecho, Colombia est sufriendo la peor violencia que ha sufrido nunca. Hemos llegado a la conclusin de que las armas no han resuelto nada, y de que no hay ni una sola razn por la cual debamos armarnos. Necesitamos crditos agrarios, herramientas, tractores, camiones, para hacer que este pequeo esfuerzo agrcola que intentamos sacar adelante sea ms productivo. Vosotros, como miembros del Ejrcito Nacional, deberais de cumplir con vuestra tarea segn la Constitucin Nacional, es decir, deberais defender al pueblo colombiano en vez de incitarnos a matarnos unos a otros. Mira a toda esta gente que has trado aqu. Todos nos conocemos. Y quin eres t? Sabemos que hace unos aos t mismo estabas en la guerrilla, y ahora eres el jefe de los paramilitares. Metiste gente en nuestras casas para acusarnos; mentiste, cambiaste de bando. Y ahora t, un chaquetero, t quieres que sigamos tu violento ejemplo. Capitn, con el debido respeto, no tenemos intencin de unirnos a tu bando, al de los otros, o al de nadie. Y no nos vamos de aqu. Vamos a buscar nuestra propia solucin. (Garca, 1996:189).

    Unos das despus, esa misma semana, un grupo de veinte dirigentes campesinos decidi jugar la ltima carta: Practicaran la resistencia civil sin armas. Segn lo defini uno de ellos, ese da decidimos hablar por nosotros. En las semanas y meses subsiguientes, organizaron uno de los ms inslitos y espontneos procesos de transformacin vistos en Colombia en 50 aos.

    Formaron la Asociacin de Trabajadores Campesinos de Carare (ATCC). Su primera accin fue romper el cdigo de silencio. Desarrollaron formas de organizacin y participacin. La participacin estaba abierta a cualquier persona. La cuota de entrada era un sencillo compromiso: Tu vida, no tu dinero. Se resuma en la frase moriremos antes que matar. Elaboraron una serie de principios clave que guiaran todas sus acciones:

    1. Ante la individualizacin: Solidaridad.

    2. Ante la Ley del Silencio y el Secreto: Hacer todo pblicamente. Hablar en alto y no ocultar nunca nada.

    3. Ante el miedo: Sinceridad y disposicin al dilogo. Comprenderemos a quienes no nos comprenden.

    4. Ante la violencia: Hablar y negociar con todo el mundo. No tenemos enemigos.

    5. Ante la exclusin: Encontrar apoyo en los dems. Individualmente, somos dbiles, pero en unin somos fuertes.

    6. Ante la necesidad de tener una estrategia: Transparencia. Diremos a cada grupo armado exactamente sobre qu hemos hablado con otros grupos armados. Y se lo diremos a la comunidad. (Garca 1996:200).

    Y esto no eran slo ideas. Las y los campesinos crearon un laboratorio viviente de impacto inmediato y gran riesgo. Dieron solidez al grupo detectando un ncleo al que llamaron las personas clave, excepcionalmente bien situadas individualmente para tener vnculos con distintas partes geogrficas de La India y con los distintos grupos. Apenas unas semanas despus de realizar consultas con dirigentes locales, pusieron carteles hechos a mano encabezados por la frase Lo que dice la gente de aqu, que incluan una

  • declaracin de que no se permitiran armas en sus pueblos. Espontneamente declararon sus tierras territorios de paz.

    Se enviaron delegaciones para reunirse con los grupos armados. Nunca encomendados a una sola persona, y siempre pblicos, estos encuentros con cada uno de los distintos grupos armados exigan una cuidadosa preparacin y eleccin de quin hablara. Pero el mensaje era el mismo: respeto a los territorios de paz y la poblacin campesina. La clave, segn diversos comentarios, era que haba que dar con la manera de llegar al ser humano, a la persona real. Se alcanzaron acuerdos y arreglos extraoficiales, en algunos casos oficiales. La asociacin se mantuvo fiel a su promesa de no ceder nunca ante las armas y no cejar nunca en el intento de dilogo. Todo el mundo, amigo o enemigo, era bienvenido a las reuniones abiertas donde se daba cuenta de los diversos encuentros. Nunca se cerraban las puertas. La transparencia se practic en su grado mximo.

    Durante los aos posteriores, la violencia se redujo en gran medida, aunque Magdalena Medio sigui siendo, y es an hoy, un semillero de conflicto armado. En 1990, la asociacin gan el Premio Nobel de Paz Alternativo por su trabajo innovador. En 1992, la ONU distingui al movimiento con el Premio Somos el pueblo. No obstante, la campaa local por el respeto y la dignidad tuvo su precio. Josu y varios ms de los dirigentes fueron asesinados por desconocidos y an no determinados sicarios. Los supervivientes creen que los asesinatos fueron cosa de los polticos locales, no de los grupos armados. Su herencia, sin embargo, pervive. Hoy en Colombia se habla mucho de la potencialidad de los grupos locales para desarrollar y construir la capacidad de resistencia civil como clave para la construccin de una paz permanente. Como escribi atinadamente Alejandro Garca, el profesor de Historia que entrevist exhaustivamente a muchas de las personas que participaron tanto en los inicios como en posteriores etapas de la asociacin: Nacida en el ncleo de la violencia, la ATCC introdujo un sentido de incertidumbre en la lgica de la guerra: rompi el ciclo convencional de violencia en espiral, y desarroll, mediante una demostracin en vivo, la idea bsica de que eran posibles las soluciones sin violencia.

    Un relato de Tayikistn: Hablando de filosofa con el seor de la guerra

    La informacin siguiente se basa en notas del diario de un preparador de febrero de 2002.

    Nos encontramos en un aula para seminarios de Dushanbe, con 24 profesores y profesoras de siete universidades de todo Tayikistn. Dos pequeas estufas elctricas, con las resistencias al rojo vivo, mantienen a raya el fro de febrero en el Centro Republicano de Vida Sana. Est la previsible flor y nata del sector. Uno o dos decanos, y otras cuantas personas que son cabeza de los departamentos de sus respectivas disciplinas. Desde el punto de vista de los organizadores, nos podemos considerar afortunados de que haya cinco mujeres y una buena representacin de jvenes intelectuales. Sentado da tras da en un rincn, sumindose de vez en cuando en cabezadas a ltima hora de la tarde, est el amable y a sus setenta aos siempre entusiasta director del Departamento de Comunismo Cientfico, rebautizado ahora como de Ciencias Polticas.

    La Guerra Inter-tayika tiene ya seis aos de historia. Nuestro seminario sobre resolucin de conflictos y construccin de la paz indaga en los retos y dificultades de responder a la violencia y construir una nacin en este recin independizado pas centro-asitico. A raz de los acontecimientos del 11 de Setiembre de 2001, el programa de nuestra iniciativa a tres aos, dirigido a ayudar a construir la sociedad civil, se retras unos meses, mientras la frontera entre Tayikistn y Afganistn y el espacio areo sobre esta montaosa regin eran testigos del despliegue del esfuerzo blico anti-talibn. En este momento, nuestra materia de estudio parece doblemente interesante y urgente.

  • Nuestros colegas de la Universidad Tayika completaron su ciclo de enseanza por el sistema sovitico. La mayora tienen doctorados. Sus viajes, cuando eran por razones acadmicas, eran a Rusia o Europa del Este. De las 24 personas, slo cuatro hablan ingls con cierta fluidez. La traduccin ingls-tayiko es desesperantemente lenta. Hay quienes preferiran el ruso. Bajo el estmulo y la direccin del ministro de Educacin, elaboraremos un texto en tayiko que recopile enfoques de diversas partes del mundo sobre la construccin de la paz, junto a la especfica investigacin tayika sobre el conflicto y la paz en este escenario.

    Las y los profesores se animan considerablemente cuando surge el tema de la guerra civil en Tayikistn. Tienen diversas opiniones sobre cules fueron las dificultades padecidas y qu fue lo que hizo posible que se lograse una paz negociada bajo la direccin de un mandato de la ONU. Un participante nos pregunt a mi co-monitora, Randa Slim, y a m, las nicas personas no tayikas de la sala, por qu haban sido tan pocos en la comunidad internacional quienes tomaron seriamente en consideracin lo que el pueblo tayiko consigui al poner fin a la guerra. Puede que tuvieran un punto de razn. Tayikistn, como argumenta convincentemente el periodista Ahmed Rashid, es el nico pas en la zona, o en todo el mundo, para el caso, que ha puesto fin a una brutal guerra civil con la creacin de un gobierno de coalicin que incluy a islamistas, neo-comunistas y dirigentes de clanes. Aade ms adelante: los islamistas perdieron las elecciones, pero estuvieron representados en las elecciones, y aceptaron sus prdidas. (Rashid, 2002:241). Los profesores piden una respuesta directa: Por qu no se presta atencin a lo que hemos aprendido? Ninguno de los dos tenemos una buena respuesta.

    Durante el descanso para el t de la tarde, tomo mi taza con el nico profesor de nuestro grupo que conoce algunos de los detalles internos sobre cmo negociaron los tayikos mientras la guerra se embraveca y cmo arrastraron a los movimientos islmicos en una negociacin en vez de aislarlos o intentar derrotarlos. Me lleva a un rincn, con un traductor, para contarme la historia.

    El Gobierno me pidi que me aproximase a uno de los seores de la guerra que era clave, un comandante Mullah que estaba en las montaas, para convencerle de que entrase en negociaciones, empieza el profesor Abdul. Era algo difcil si no imposible, porque a este comandante se le tena por un criminal archiconocido, y haba matado a uno de mis amigos ms cercanos. Se detiene mientras la traduccin traslada la parte personal de este reto.

    Cuando llegu por primera vez al campamento, el comandante dijo que haba llegado tarde y que era la hora de los rezos. As que fuimos a rezar juntos. Cuando acabamos, me pregunt: Cmo puede rezar un comunista?

    Yo no soy comunista, lo era mi padre, le respond.

    Entonces me pregunt qu enseaba yo en la Universidad. Enseguida descubrimos que a ambos nos interesaban la filosofa y el sufismo. Nuestro encuentro se alarg de los veinte minutos inicialmente acorados a dos horas y media. En esta parte del mundo hay que dar muchas vueltas para llegar a la verdad a travs de historias.

    En el vestbulo, los dientes de oro de Abdul brillaron en una sonrisa segn redondeaba su idea: Sabes, en el sufismo existe la idea de que la discusin no tiene fin.

    Bien remachado lo que quera decir, el profesor retom la historia:

    Segu yendo a visitarle. Hablbamos sobre todo de poesa y filosofa. Poco a poco le sonde sobre la posibilidad de poner fin a la guerra. Quera persuadirle de que se arriesgase a deponer las armas. Tras meses de visitas, tuvimos finalmente la suficiente confianza como para hablar de verdades, y todo se reduca a una nica preocupacin.

  • Abdul se detuvo y se inclin hacia m, imitando la voz del seor de la guerra. El comandante me dijo: Si depongo mis armas y voy a Dushanbe contigo, puedes garantizar t mi seguridad y mi vida? . El narrador tayiko hizo una pausa, acorde con el sentido ominoso de aquel momento. Mi problema era que yo no poda garantizar su seguridad.

    Abdul esper a que terminase el traductor, asegurndose de que yo entendiese bien el peso de su dilema pacificador, y seguidamente concluy: As que le dije la verdad a mi amigo filsofo y seor de la guerra, yo no puedo garantizar tu seguridad .

    En el vestbulo, el profesor Abdul pas su brazo bajo del mo y se par a mi lado para subrayar la respuesta que a rengln seguido dio al comandante: Pero puedo garantizarte esto. Yo ir contigo, codo con codo. Y si mueres t, morir yo.

    El vestbulo estaba en total silencio.

    Ese mismo da el comandante accedi a reunirse con el Gobierno. Algunas semanas despus, descendimos juntos de las montaas. Cuando se encontr por primera vez con la comisin del Gobierno, les dijo: No he venido por vuestro Gobierno. He venido por el honor y respeto que tengo a este profesor.

    El profesor se detuvo. Ves, mi joven amigo americano, y me golpe suavemente el brazo, esto es mediacin tayika.

    Acabamos nuestro t y regresamos a las discusiones en clase sobre la teora del conflicto y la construccin de la paz.

    Han pasado aos desde el final de la guerra. Se han depuesto las armas. Las cosas no son fciles en Tayikistn, pero segn todos los informes, el profesor-mediador y el seor de la guerra renegado estn vivos y sanos, y, de vez en cuando, an hablan de poesa y filosofa.

    La moraleja de estos relatos.

    Qu fue lo que posibilit estos cambios? A pesar de que estaban trabajando con total entrega y de que eran personas muy preparadas para su cometido, en el momento de las primeras reuniones no fueron las tcnicas utilizadas por los mediadores ni la naturaleza y diseo del proceso las que crearon el cambio en el encuentro Dagomba-Konkomba. Lo contrario puede ser cierto: pareca que el proceso arrancaba mal. No fue la experiencia tcnica introducida por profesionales de la construccin de la paz en Wajir o Magdalena Medio, o por el profesor-filsofo y su contraparte, el seor de la guerra. No fueron el poder poltico local o nacional, las exigencias, los temores a una guerra ms extendida, ni la influencia y presin de la comunidad que cre un momento, un punto de inflexin, de tal magnitud que cambi aspectos completos de un escenario internacional los que generaron el cambio. No fue una particular tradicin religiosa: de hecho, los relatos rebasan las religiones. No fue el poder poltico, econmico o militar en ninguno de los casos. Qu fue, por tanto, lo de conflicto violento, prolongado?

    Creo que fue la oportuna aparicin por azar venturoso de la imaginacin moral en los asuntos humanos.

    i Esta narracin est tomada de Hijos de la Violencia, de Garca. Tuve el privilegio de conocer y trabajar con

    algunos de estos campesinos a principios de los 90. La traduccin al ingls del texto en castellano es ma. ii La palabra aparece repetidamente en castellano en el original. N. de la T.

  • 3 Sobre este momento

    Puntos de inflexin

    No recordis las cosas anteriores,

    Ni consideris las cosas del pasado.

    Estoy a punto de hacer algo nuevo;

    Ahora brota a borbotones, no lo percibs?

    Isaias, 43:18-19

    En la primera dcada del nuevo siglo y milenio, nos enfrentamos a un punto de inflexin, un momento nico con potencial para influir y redefinir las formas en que organizamos y damos forma a nuestra familia global. El cambio de siglo, -y, en mucha mayor medida, el cambio de milenio-, brindan momentos nicos para reflexionar sobre el gran viaje de la Humanidad. Hemos recorrido un siglo lleno de cambios extraordinarios, un siglo que nos ha dejado retos incluso mayores. Durante muchas dcadas, se aliment la esperanza, que luego qued destrozada, de que estbamos hallando nuestro camino hacia un mundo definido menos por nuestras divisiones que por nuestra cooperacin, ms por nuestra capacidad de responder a las necesidades humanas bsicas que por la abierta denigracin de los derechos y dignidad humanas. Por encima de todo, y aunque no fuera ms que por eso, el siglo veinte gener en nosotros la clarividente percepcin de que la Humanidad tiene a su alcance poltico, econmico y tecnolgico la capacidad potencial para el cambio constructivo y una dosis igual de realismo, que no hemos llenado, y que nos hemos demostrado incapaces de realizar nuestras potencialidades. Si nos tomamos en serio este potencial realizable y nuestra incapacidad para alcanzarlo, nos quedamos con una pregunta particularmente confusa que parece especialmente apropiada en el marco temporal de la primera dcada del nuevo milenio: qu herencia colectiva y global estamos dejando para nuestros tataranietos y tataranietas en este siglo?

    No se trata de un reto planteado de forma general, o reservado a lderes polticos o elaboradores de polticas. Es un reto que deseo presentar a los florecientes campos de la transformacin de conflictos y construccin de la paz, definidos en sentido amplio, con todas sus aplicaciones profesionales. Me considero ejerciente en estas disciplinas, y creo que necesitamos una dosis de realismo. Las nuestras son profesiones afectadas por la propensin a las promesas de grandes cambios. Es cierto. La retrica nos sale con facilidad. Si el cambio social constructivo rodara tan fcilmente como nuestras palabras y promesas sugieren, para estas alturas, sin duda alguna, se habran logrado la justicia y la paz mundiales.

    Hay quienes argumentan que adolecemos de una retrica exagerada, sumada a una comprensin excesivamente optimista, y por tanto no realista, de cmo funciona realmente el mundo, y de cmo puede darse o no el cambio. Tras los acontecimientos del 11 de Setiembre, me enter de que un asombrado miembro del consejo de administracin de una importante fundacin que haba contribuido a una amplia gama de iniciativas en el campo de la resolucin de conflictos pregunt: Nuestras inversiones no han supuesto ninguna diferencia sustancial en la foto grande de las cosas? Aunque no creo que se pueda culpar ni lo ms mnimo a un campo en particular o a su concreta ineficacia por lo que se revel el 11 de Setiembre de 2001, hay en los acontecimientos que han venido ocurriendo en los primeros aos de este milenio una inherente apelacin a que abramos los ojos.

    El principio de los aos 90 estuvo lleno de la esperanza de que, como comunidad global, presencibamos una nueva era. Las ideas de nuestro campo de trabajo, el descubrir frmulas completamente nuevas para que personas individuales, comunidades e incluso naciones respondieran a la violencia y construyeran una justipazi aparecan como el gran amanecer de esa nueva era. Ahora, casi quince aos despus, tenemos que hacernos

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  • una serie de preguntas desalentadoras. No se plantean como reaccin a las dudas sobre nuestras potencialidades, dudas que surgen con frecuencia de diversos sectores, especialmente desde quienes abogan por la realpolitik. Estas preguntas reclaman algo ms importante. Estn pidiendo que se d una reflexin crtica en el corazn de nuestras profesiones como ejercientes de la justicia, la paz y los conflictos.

    Cmo se produce el cambio social constructivo? Cmo podemos ser ms estratgicos en la bsqueda de ese cambio? Qu nos acerca ms a la promesa que contienen nuestras palabras? Cmo se generan los puntos de inflexin que marcan la diferencia? Somos capaces de participar en un punto de inflexin que afecte al conjunto de la comunidad humana?

    Pensar sobre, y comprender, la naturaleza de un punto de inflexin exige la capacidad de situarnos con una mirada expansiva, no estrecha, del tiempo. Elise Boulding propuso que tal actitud ante el tiempo debe darse dentro de lo que palpamos y conocemos, pero no debe limitarse nunca a un momento fugaz que nos pasa por encima. En un provocador juego de palabras, cre una imagen enigmtica: Vivimos en un presente de doscientos aos (Boulding, 1990:3). Su planteamiento no es difcil de calcular. Permtaseme poner un ejemplo personal para ilustrarlo.

    Recuerdo bien las conversaciones con mi bisabuela Lydia Miller, cuya mano acarici en la primera dcada de mi vida. Haba nacido en la dcada de 1860. Los miembros ms recientes de mi familia extendida son Nona Lisa, Eliza Jane, Gracie y Garrison; las cuatro personitas tan slo llevan unos meses o unos pocos aos en esta aventura. Si disfrutan de una vida plena, habr tenido en las mas las manos de personas que, en su ancianidad, quizs vivan para ver las celebraciones de 2100. Boulding sugiere que calculemos el presente restando la fecha de nacimiento de la persona ms anciana que hayamos conocido en nuestras vidas de la previsible fecha de fallecimiento de la ms joven de nuestra familia. En mi caso particular, las manos que sostuvieron las mas se adentran bastante en el siglo XIX, y las que ahora toco continuarn viviendo en el siglo XXII. Ese es mi presente de 200 aos. Est formado por las vidas de quienes me han tocado y las de aquellas personas a quienes yo tocar. El presente de 200 aos representa mi historia vivida. Es en ese sentido del presente en el que tenemos que situarnos para poder comprender la naturaleza del punto de inflexin.

    Me parece que la confluencia de acontecimientos de los primeros aos del nuevo siglo, cuyo mejor smbolo probablemente sea la tragedia del 11 de Septiembre de 2001, representa uno de estos momentos, la cristalizacin de una ocasin nica. El punto de inflexin en nuestro presente de 200 aos est preado de un enorme potencial para impactar constructivamente sobre el bienestar bsico de la comunidad humana. Sin embargo, contrariamente a la esfera de proyecciones cientficas y polticas, este giro en el viaje de la Humanidad no pivota sobre las formas especficas de estructuras de gobernacin poltica, econmica o social que diseemos. No gira fundamentalmente en torno a la bsqueda de respuestas a las siempre presentes y urgentes cuestiones del crecimiento de la poblacin, de la degradacin medioambiental, de la utilizacin de los recursos naturales, o de la pobreza. No encuentra su esencia en la bsqueda de la comprensin de las races de la violencia, la guerra o el terrorismo, o en las soluciones a esas cuestiones. No se desarrolla sobre la base del aprendizaje de una serie de buenas habilidades de comunicacin, o de nuevas metodologas de facilitacin, o de tcnicas enseables para la resolucin de conflictos. Cada una de estas cosas es importante, y muchas de ellas representan los retos fundamentales a los que nos enfrentamos. Pero no constituyen la capacidad para crear un punto de inflexin que nos encamine hacia un horizonte nuevo y ms humano. El punto de inflexin de la historia de la Humanidad en la actual dcada del presente de 200 aos est en la capacidad de la comunidad humana para generar y sostener la nica cosa de la que ha sido dotada nicamente nuestra especie, pero que slo en contadas ocasiones hemos comprendido o movilizado: nuestra imaginacin moral.

    En el punto medio del siglo pasado, apareci un ensayo crtico que cre revuelo en la evolucin de las ciencias sociales. C. Wright Mills (1959) sugiri que la tarea emprendida por esa comunidad cientfica tena que abarcar un reto ms profundo del que haban asimilado plenamente sus colegas cientficos. Dejando al

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  • descubierto las falsas tensiones de ideologas que pretendan controlar el debate poltico e intelectual y desnudando las prolijas capas de grandilocuentes teoras sociales que confunden ms que clarifican, Mills planteaba una sencilla premisa: La historia estructural y la biografa personal estn conectadas. Apel a que las y los docentes, en especial las y los cientficos sociales, asumieran su vocacin correcta. Esa vocacin se pierde, argument, cuando se desva por la estrechez de las aplicaciones tcnicas basadas en la disciplina, o cuando se emborracha de verborrea esotrica que evita una evaluacin crtica del mundo social. En una frase inolvidable, dej sentado que el antdoto slo se encuentra en quienes tienen disposicin para comprometerse y construir la imaginacin sociolgica.

    Asumo la deuda intelectual y cultural que este libro tiene con las percepciones de Mills y su formulacin del problema. Mi intencin no es la de desarrollar sus crticas sobre el estado de cosas en la comunidad cientfica. Ni voy a explorar qu se hizo de esa imaginacin sociolgica, aunque cualquiera que lea aquel libro cincuenta aos despus de su publicacin no puede evitar sorprenderse por la extraordinaria relacin que tiene con debates y dilemas acadmicos y cientficos contemporneos. Mi inters surge inicialmente de mi propio sentido de la vocacin y de la necesidad de reflexionar ms intencionadamente sobre las experiencias que me ha sido dado vivir en los ltimos veinticinco aos de construccin de la paz a nivel internacional. Evidentemente, el crculo de la experiencia propia influye en lo que uno observa y escribe. Mi vocacin y mi crculo de experiencias me han llevado adentro y alrededor de la geografa del conflicto violento humano. En esos contextos, he sido testigo de las mejores y las peores caras de la Humanidad.

    En otros escritos, me he referido intencionadamente en ms de una ocasin a la vocacin. Aunque la resolucin de conflictos y la construccin de la paz han llegado a ser profesiones por mritos propios, y aunque me considero a m mismo como un profesional que trabaja en dichos campos, siempre he concebido mi iniciacin y continuado trabajo al nivel de una vocacin. Ms all de la profesin, mi preocupacin ha sido hallar y seguir una llamada, una voz ms profunda. En el ms puro sentido de la palabra, vocacin es aquello que se agita en el interior, pidiendo ser odo, pidiendo ser seguido. La vocacin no es lo que hago. Hunde sus races en quin soy y en un sentido del propsito que tengo en la Tierra.

    Seguir la voz y desarrollar un trabajo como artesana en la esfera de las ciencias sociales, argumentaba Mills (1959) requiere una imaginacin sociolgica. Para quienes estamos en las profesiones de la justicia, la paz, y el conflicto, la vocacin nos remite a la carretera que serpentea tras las reas de descanso de la tcnica y la prctica diaria. Nos llama a indagar en nuestro propsito profundo y posibilidades, que se hallan ms en quin somos que en qu hacemos. Que nuestra comunidad humana encuentre ese sentido ms profundo de quines somos, dnde estamos situados, y a dnde vamos, exige que localicemos nuestra orientacin, nuestra brjula. La aguja de la brjula funciona hallando su norte. Como mejor se articula el norte de la construccin de la paz es encontrando nuestro camino para transformarnos y ser comunidades humanas locales y globales caracterizadas por el respeto, la dignidad, la justicia, la cooperacin y la resolucin no violenta de los conflictos. Comprender este norte, leer esa brjula, requiere que reconozcamos y desarrollemos de forma mucho ms intencionada nuestra imaginacin moral.

    Este tipo de imaginacin tiene un paralelismo con las propuestas Walter Brueggemann, telogo del Antiguo Testamento, que quedan plasmadas en el ttulo de su libro La imaginacin proftica. En realidad, hallar la voz de la verdad, hallar formas de volverse hacia la Humanidad en el pleno sentido de la expresin, y la fe para vivir dependiendo del sustento de Dios Creador fueron los pilares de la vocacin de los profetas. Brueggemann transmite un ntido sentido de que esta labor es a la vez moral, y requiere una conexin con la voz del ser humano artista, en especial del poeta. Brueggemann describe el rol del profeta como el de quien trae a la expresin pblica esas mismas esperanzas y anhelos que han sido denegados (2001:65). Merece la pena destacar que un telogo del Antiguo Testamento y un socilogo de mediados del siglo coincidieron en sumergirse en el reino de la imaginacin para describir la capacidad de conexin tanto a la realidad como a la trascendencia. En ambos casos, nos lleva a algo que est ms all, pero a la vez enraizado, en la vida y en la

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  • lucha cotidiana de las gentes.

    Cuando estaba en un punto intermedio de la elaboracin de este libro, di una conferencia sobre la imaginacin moral a una audiencia joven en un seminario en Yangoon, en Burma. Entre la audiencia, aquella noche, estaba mi colega Ron Kraybill, quien manifest su entusiasmo por lo expuesto, y aadi que tena la impresin de que haba visto un libro con el ttulo de La Imaginacin Moral, aunque no estaba seguro de dnde. Mis sueos de originalidad se estrellaron contra el viejo dicho de no hay nada nuevo bajo el sol.

    Desde el 11 de Septiembre de 2001, yo haba estado emplazando a dirigentes religiosos y polticos por igual a que ejercieran un mayor grado de imaginacin moral en la respuesta a la violencia no provocada que se desat aquel da. Me pareca entonces, y ms an ahora cuando escribo, dos aos despus, que a nosotras y nosotros, como americanos, nos cuesta imaginarnos atrapados en un ciclo de violencia. Los actos del 11-S se vivieron como una provocacin injustificada que cay del cielo. Y efectivamente lo fueron. Pero tambin es cierto que estos actos pueden ser igualmente ubicados no como acontecimientos aislados, sino como parte de un ciclo con una historia de acciones, reacciones y contra-reacciones. Slo cuando se comprenden en el contexto de una pauta ms extensa, que a corto plazo puede ser muy difcil de visualizar, es posible ver que la respuesta que elijamos tiene consecuencias e implicaciones en trminos de una pauta histrica, ms dilatada. Mediante nuestra respuesta, elegimos superar el ciclo de la violencia o entrar en l y sostenerlo. En gran medida, desde el 11-S los dirigentes de Estados Unidos han elegido la ruta de la perpetuacin. En menos de dos aos, como nacin, nos hemos involucrado en dos guerras terrestres que han costado miles de millones de dlares. Y, segn indican todos los informes actuales, la ruta de la eleccin de la respuesta violenta no ha incrementado la seguridad domstica o internacional. Ha logrado avivar el ciclo.

    A finales del otoo de 2001, mantuve que tendramos que considerar seriamente las consecuencias de quedar presos del ciclo de violencia, y deberamos perseguir con el mximo ahnco el desarrollo de respuestas que trascendieran el ciclo. En varios ensayos y numerosos editoriales en peridicos locales, argument que esto requera desatar nuestra imaginacin moral e ir en busca de lo inesperado (Lederach, 2001). Un poco despus, vi que la frase emerga en algunas revistas religiosas. Pero no se me haba ocurrido que esa frase, la imaginacin moral, haba sido utilizada ya como ttulo de un libro. La investigacin confirm rpidamente la intuicin de Ron, y ms an: No haba un libro con ese ttulo, haba decenas de ellos.

    Pronto me vi metido en una comunidad de autores vinculados por la eleccin de la imaginacin moral como ttulo o subttulo de sus librosii. Fue para m una experiencia fascinante repasar leer la variedad de disciplinas y perspectivas. He realizado tareas detectivescas e incluso le un captulo sobre Sherlock Holmes como agente de la imaginacin moral (Clausen, 1986), pero no he sido capaz de descubrir quin pudo utilizar por primera vez esa frase o en qu contexto. La que creo ms atinada de mis conjeturas la sita en el ensayo de Edmund Burke sobre la Revolucin Francesa, en el cual lamenta la prdida de elementos que embelleceran y suavizaran la sociedad privada, sacados del armario de la imaginacin moral, que el corazn posee, y la razn ratifica, necesarios para cubrir los defectos de su naturaleza desnuda y temblorosa (Burke, 1864: 515-516). En su excelente libro El Genio del Cosmos, Brown (1999) sugiere en el subttulo que la gnesis de la imaginacin moral se encuentra en la Creacin misma. En virtud de tal visin, podramos, sin forzar demasiado la verdad o la metfora, proponer que la capacidad de la imaginacin moral se hunde en tiempo inmemorial.

    Lo que s tiene relacin con nuestro periplo es, sin embargo, la pregunta de por qu tantos autores y disciplinas coincidieron en la utilizacin de la imaginacin moral como parte del ttulo de sus libros. En un primer nivel, aparecen varias categoras. El grupo ms grande de ttulos trata de preocupaciones y enfoques de la tica y la toma de decisiones, principalmente en los mbitos de los negocios y la poltica (Clausen, 1986; McCollough, 1991; Johnson, 1993; Tivnan, 1995; Stevens, 1998; Williams, 1998; Werhane, 1999; Brown, 1999; Fesmire, 2003). Una segunda categora analiza la imaginacin moral en la literatura y las artes, dedicndose especialmente al cuento y a la narrativa como proveedores de orientacin para el desarrollo del carcter

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  • tanto de personas adultas como de la infancia (Price, 1983; Clausen, 1986; Kirk, 1988; Bruce, 1998; Guroian, 1998). Otro grupo tira de la expresin para promocionar una forma particular de criticar, provocar y estimular a sus respectivas disciplinas profesionales para que adquieran un mayor sentido de su propsito, o del desarrollo de los valores morales dentro de una tradicin religiosa (Babbit, 1996; Stevens, 1998; Allison, 1999; Fernndez y Huber, 2001; Newsom, 2003). Un cuarto grupo de autores plantea que esta frase captura la esencia de personajes extraordinarios, rompedores (Clausen, 1986; Kirk, 1988; Johnson, 1993; Babbit, 1996; Bruce, 1998; Fesmire, 2003). Muchos eran escritores y escritoras y visionarios de gran reconocimiento pblico, como T.S. Eliot, W.H. Auden, Toni Morrison, J.R.R. Tolkien, y Martin Luther King Jr. Otros eran renombrados filsofos como Emmanuel Kant, Sren Kirkegaard, Hanna Arendt, y John Dewey. Otros autores apuntaban hacia el conocimiento tradicional como el que hay en el pensamiento Kaguru (Beidelman, 1993), o a los esfuerzos contra los importantes impedimentos estructurales con que tropiezan las escritoras feministas cubanas para encontrar su lugar y su voz (Babbit, 1996).

    Repasando t