La idea central del texto es - lecturasparachiquitines...balnearios y las playas. Todo esto cambió....

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En Estados Unidos hace años se detectaba un solo caso de cáncer a la piel por cada mil quinientos habitantes. Antes, la gente sana relacionada con la piel bronceada y la más elegante, presumía sus andanzas por los balnearios y las playas. Todo esto cambió. En lugar de tenderse en la playa, uno debe buscar un lugar sombreado, a donde los rayos del sol lleguen de manera indirecta. Además, conviene utilizar cremas protectoras, según lo sugiere el Instituto de Cáncer de Estados Unidos. La idea central del texto es a) El índice de cáncer a la piel en Estados Unidos. b) La prevención del cáncer a la piel en Norteamérica. c) El cáncer a la piel un estudio estadístico. d) El carácter dañino de los días soleados. e) El cáncer y su proliferación en Norteamérica. Solución: La idea central del texto es la prevención del cáncer a la piel en Norteamérica. El autor hace una especie de reseña en el texto, primero el poco porcentaje de afectados de cáncer a la piel que se reflejaba en la presunción del bronceado en las playas. Luego, para estos tiempos, el autor plantea su recomendación: uno debe protegerse de los rayos solares, bien en la sombra o bien utilizando cremas protectoras, siguiendo las instrucciones del Instituto de Cáncer de EE. UU.

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  • En Estados Unidos hace años se detectaba un solo caso de cáncer a lapiel por cada mil quinientos habitantes. Antes, la gente sana relacionadacon la piel bronceada y la más elegante, presumía sus andanzas por losbalnearios y las playas. Todo esto cambió. En lugar de tenderse en laplaya, uno debe buscar un lugar sombreado, a donde los rayos del sollleguen de manera indirecta. Además, conviene utilizar cremasprotectoras, según lo sugiere el Instituto de Cáncer de Estados Unidos.

    La idea central del texto esa) El índice de cáncer a la piel en Estados Unidos.

    b) La prevención del cáncer a la piel en Norteamérica.

    c) El cáncer a la piel un estudio estadístico.

    d) El carácter dañino de los días soleados.

    e) El cáncer y su proliferación en Norteamérica.

    Solución: La idea central del texto es la prevención del cáncer a la piel enNorteamérica. El autor hace una especie de reseña en el texto, primero elpoco porcentaje de afectados de cáncer a la piel que se reflejaba en lapresunción del bronceado en las playas. Luego, para estos tiempos, elautor plantea su recomendación: uno debe protegerse de los rayossolares, bien en la sombra o bien utilizando cremas protectoras, siguiendolas instrucciones del Instituto de Cáncer de EE. UU.

  • Cuando un animal no tiene un enemigo natural -es decir un depredador-,se reproduce sin freno. Por lo general, es el ser humano quien genera elproblema al llevar ejemplares del reino animal a lugares que les sonextraños. En la actualidad, hay preocupación en Colombia porque en laregión cafetalera se ha reproducido mucho la rana toro o mugidora. Estarana es originaria de Estados Unidos, de donde se importó hace treceaños. Como en algunos lugares hay demanda de ranas, se le empezó acriar en cautiverio. Pero hace cinco años, ejemplares de este anfibioaparecieron en Caldas, donde se desperdigaron por toda la región.

    NEWTON2. A partir del texto se concluye fundamentalmente quea) Los norteamericanos han introducido ranas en una región de Colombiadonde la multiplicación ha sido vertiginosa.

    b) Los animales se reproducen de una manera rápida si es que seextinguen sus depredadores o enemigos naturales.c) Una especie de rana ha alcanzado niveles alarmantes de reproducciónen una región de donde no es originaria.

    d) El ser humano genera grandes problemas al alterar la forma de vidanatural de especies animales silvestres.

    e) La región cafetalera de Colombia presenta una gran proliferación deanfibios debido a causas desconocidas.

    Solución: A partir del texto, se concluye que el ser humano genera grandesproblemas al alterar la forma de vida natural de especies animalessilvestres. La conclusión es finalmente la tesis del autor. Para él es innegablela culpabilidad del ser humano en el proceso de desadaptación de losanimales en hábitats que les son totalmente ajenos. Para sustentar dichatesis, el autor recurre al ejemplo de la rana toro que afecta las regionescafetaleras colombianas.

  • ¿Podría un videojuego llegara ser considerado un deporte? En opinión deMarco Conti, médico deportivo, "determinados aspectos de losvideojuegos pueden considerarse como deportes. Al igual que en otrasdisciplinas, también en este caso, es fundamental el entrenamiento paramejorar las prestaciones. Las sinapsis cerebrales de las nuevasgeneraciones son más reactivas que en las personas adultas, gracias a losvideojuegos. De la misma forma que ocurre con la mayoría de deportes,también el videojuego puede resultar nocivo si es utilizado en exceso. Losvideojuegos producen un sensible incremento de la tensión. Sin embargo,en contra de algunas informaciones, no pueden provocar la epilepsia porsí mismos. A lo sumo, pueden producir una chispa que la active enindividuos ya predispuestos".

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    8. A partir de la información brindada en el texto se puede concluir quea) Las sinapsis cerebrales se ven estimuladas por la difusión de losvideojuegos.

    b) Los videojuegos no pueden provocar por si solos enfermedades como laepilepsia.

    c) En alguna medida los videojuegos son un deporte, pero deben seradoptados con prudencia

    d) Los videojuegos son un deporte pero provocan enfermedades como laepilepsia.

    e) La igual que otras disciplinas deportivas, los videojuegos no sonaltamente dañinos.

  • Solución: A partir de la información brindada en el texto, se puede concluirque en alguna medida los videos juegos son un deporte pero deben seradoptados con prudencia. Son en alguna medida deporte porquerequieren de entrenamiento para mejorar la habilidad en el juego.Además, estimulan ciertas funciones cerebrales. Ahora, deben seradoptados con prudencia. Pues su exceso, al igual que de cualquierdeporte, puede generar daños o complicaciones en el organismo.

  • Los inventos.

    Un invento puede cambiar nuestro mundo y hacer que nuestra vida seamás fácil, más segura, más rápida, más interesante o más divertida.Durante miles de años, el ser humano ha inventado cosas. Cada vez queprendemos la computadora, andamos en bicicleta, leemos un libro o lesubimos el cierre a la chamarra, estamos aprovechando el trabajo de losinventores.Los inventores crean nuevas ideas y las ideas nos llevan a nuevos inventos.Alfred Nobel (1833-1896) fue un científico sueco que inventó la dinamita. Elpropósito de su invento era que se usara en las minas, para que sepudieran hacer explosiones en las rocas con menos peligro. Sin embargo,la dinamita se usó en las guerras para matar y destruir. Alfred Nobel semolestó mucho por eso, por lo que el dinero que ganó por este invento loutilizó para dar premios a las personas que hicieran algo importante oduradero en la ciencia, la literatura, la paz y los negocios. A estos premios,que se otorgan cada año, se les llama premios NobelUn invento puede ser muy sencillo, como un botón, pero también puedeestar compuesto por muchas piezas, como una televisión. De cualquiermanera, todos los inventos se basan en principios científicos. Los inventoresutilizan estos principios para crear nuevos objetos y mejorar los objetos queya tenemos. Si entendemos algunos de estos principios, será más fácilsaber cómo funcionan las máquinas y los aparatos.AerodinámicaLa aerodinámica usa los principios científicos de las fuerzas que produce elaire al pasar alrededor de los objetos y empujarlos. Los diseños que se hanhecho de las bicicletas se basan en estos principios. Las bicicletas de laactualidad son rápidas y fuertes.En 1889, el francés Gadget vendió copias en miniatura de la Estatua de la

  • Libertad a los turistas que llegaban a Nueva York, en los Estados Unidos. Lagente que compró estas figuritas, las llamó gadgets. La palabra gadget,en inglés, se usa desde entonces para referirse a aparatos sencillos, peroingeniosos, o herramientas. A veces, la gente inventa palabras comochunche para referirse a los objetos, cuando no se acuerda de su nombre.

    Contesta:

    ¿Qué es lo que puede hacer nuestro mundo más fácil?___________________________________________________________

    ¿Qué trabajo realizan los inventores?____________________________________________________________

    ¿Qué otros objetos conoces que se han inventado?____________________________________________________________

    Escribe el nombre de 5 inventores: ______________________________

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    ______________________________

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  • LAS ESTRELLAS

    Las estrellas son soles, es decir, grandes bolas de gas que arden ygeneran luz y calor, por eso brillan. Las hay de muchos tipos:pequeñas, inmensas, azules, rojas, amarillas....Las estrellas te parecen minúsculas porque están muy lejos, mucho másque el Sol (que es la estrella más cercana a nosotros), y tienes la impresiónde que tienen cinco puntas porque su luz, al pasar a través dela atmósfera, brilla en todas las direcciones.Las estrellas no están pegadas en el cielo; flotan en el espacio como losplanetas. De día están también ahí pero no podemos verlas porque la luzdel sol es más brillante que la de ellas.En la Antigüedad el cielo era un lugar mágico y misterioso para loshombres, ya que no poseían las tecnologías ni el conocimiento paracomprender su funcionamiento. Por eso pensaban que el conjunto dealgunas estrellas dibujaban formas en el cielo: un perro, un dragón, unaflecha, un oso...Son las constelaciones.Pero no todos los pueblos imaginaban las mismas constelaciones. Para losindios sioux lo que nosotros llamamos la Osa Mayor era siouxnturón y paralos vikingos era el carro de un dios.

  • Las constelaciones sirven también para orientarse, pues siemprepermanecen en el mismo lugar.

    Ahora vamos a trabajar con la lectura:

    1) Busca en el diccionario el significado de las palabras subrayadas.

    2) ¿Qué son las estrellas?

    3) ¿Cuál es la estrella más cercana a nosotros?

    4) ¿Por qué a veces parece que tienen cinco puntas?

    5) ¿Qué es una constelación?

    6) ¿Qué era la Osa Mayor para los indios sioux? ¿Y para los vikingos?

  • Piececitos

    (Gabriela Mistral)A doña Isaura Dinator

    Piececitos de niño,azulosos de frío,

    ¡cómo os ven y no os cubren,Dios mío!

    ¡Piececitos heridospor los guijarros todos,ultrajados de nieves

    y lodos!El hombre ciego ignoraque por donde pasáis,

    una flor de luz vivadejáis;

    que allí donde ponéisla plantita sangrante,

    el nardo nace másfragante.

    Sed, puesto que marcháispor los caminos rectos,

    heroicos como soisperfectos.

    Piececitos de niño,dos joyitas sufrientes,

    ¡cómo pasan sin veroslas gentes!

  • Lucero

    (Óscar Castro)

    Recortadas unas sobre otras, las cresterías de la cordillera barajan susnaipes pétreos hasta donde la mirada de Rubén Olmos puede alcanzar.Cumbres albísimas, azules hondonadas, contrafuertes dentados, enhiestaspuntillas van surgiendo ante su vista siempre cambiantes, cada vez másdifíciles al paso a medida que asciende. Antes de iniciar un repechodemasiado fatigoso, el viajero decide conceder un descanso a sucabalgura, que resopla ya como un fuelle. Y cuando se ha detenido, cruzasu pierna izquierda por encima de la montura y despeña su mirada haciael valle.Primero le salta a la pupila el espejeo del río, que alarga con desgano sucaprichoso serpenteo por entre pastizales y sembrados. Pasan luego susojos por sobre los cuadriláteros de unos cuantos potreros y busca el pueblode donde partiera en la mañana. Allí está, escaparate de juguetería, consus casas enanas y los tajos oscuros de sus valles. Algunas planchas de zincdevuelven el reflejo solar, tajeando el aire con plateado y violentoresplandor.Con un aleteo de párpados, Rubén Olmos borra la imagen del valle yexamina a su cabalgadura, cuyos mojados ijares se contraen y elevan enrítmico movimiento.–¿T'estay poniendo viejo, Lucero? –interroga con tono cariñoso. Y el animalgira su cabeza negra, que tiene una mancha blanca –plagio de unaestrella– en la frente, como si comprendiera.–Güeno, también es cierto que harto habís trabajado; pero te quean añosde viajes, todavía. Por lo menos, mientras la cordillera no se vote amadrastra...Torna a mirar la mole andina, familiar y amiga para él y Lucero; no enbalde la han atravesado durante once años. Rubén Olmos, encandiladoun poco por la llamarada blanca del sol en la nieve, piensa en suscompañeros de viaje y en la ventaja que le llevan. Pero no le concedeimportancia al detalle: está cierto de darles alcance antes de queanochezca.–Siempre que vos me acompañís; la'e no vamos a tener que alojar solitos –manifiesta al caballo, completando su pensamiento.Rubén Olmos es baqueano antiguo. Aprendió la difícil ciencia junto a supadre, que desde niño lo llevó tras él por entre peñascales y barrancos,pese a sus rebeliones y a la desconfianza que le inspiró al comienzo la

  • cordillera. Cuando el viejo murió –tranquilamente en su cama–, el patrónde la hacienda lo designó a él como reemplazante. Cruzó por lo menoscien veces esta barrera, que al principio se le antojara inexpugnable, ytrajo arreos numerosos de ganado cuyano, siempre en buenas relacionescon la fortuna.Eligió a Lucero cuando éste era todavía un potrillo retozón y él mismo tuvoa su cargo la tarea de domarlo. Desde entonces nunca quiso aceptar otracabalgadura, a pesar de que su patrón le regaló dos bestias más, demayor empuje al parecer, y de superiores condiciones. Este caballo ha sidopara él una especie de mascota a la que se aferró la superstición de suvida siempre jugada al azar.El baqueano, habituado a la lucha épica contra los elementos, antes quepor las hembras se apasionó por el peligro. Con instintiva sabiduría puso sudevoción en un bruto, presintiendo quizás que de él no podía esperardesaires ni traiciones. Si un día le dieran a elegir entre la vida de suhermano y la de Lucero, vacilaría un rato antes de decidirse. Porque elanimal, más que un vehículo, significó desde el comienzo un amigo paraél. Fue algo así como la prolongación de sí mismo, como la vibración desus músculos continuando en los tendones de Lucero.Rubén Olmos nació con la carne tallada en dura sustancia. Sintió la vidaen oleadas galopándole las rutas de su ser. Arriba de un caballo fuesiempre el que conduce, no el que se deja llevar. Y esta fuerza pidióespacio para vaciarse; ninguno pudo resultarle más propicio ni másadaptado a sus medios que la tumultuosa crestería de los Andes.Mirado sin atención, el baqueano es un hombre como todos. A lo sumo,da sensación de confianza en sí mismo.Debajo de su piel cobriza y de su nariz achatada asoma la evocación dealgún indio, su antepasado. Su risa no tiene resplandores; se le oscurece enlos ojos y, a lo más, blanquea en la punta de sus dientes. Apacentador desoledades, aprendió de ellas el silencio y la profundidad. Con Lucero seentiende mejor que con los humanos. Será porque el caballo no responde.O porque dice siempre que sí con sus ojos tiernos y húmedos. ¡Vaya uno asaber...!–Güeno, ahora vamos andando.Asentados sus cascos en cualquier hendedura, el caballo enfila endirección al cielo. El jinete, inclinado hacia adelante, lleva el compás delbalanceo. Ruedan piedrecillas hacia las profundidades y tintinean lasargollas del freno. Y Lucero, tac–tac–tac, arriba, por fin, a la cima, trascaminar un cuarto de hora.En la altura, el viento es más persistente, más cargado de agujas frías.Resbala por la cara del baqueano. Busca cualquier hueco de la manta

  • para clavar su diente. Sin embargo, la costumbre inmuniza al hombre de suataque. Y por más que el soplo insiste, no consigue inmutarlo.Traspuestas unas cuantas cadenas de montañas, ya no se divisa el valle.Hay cerros hacia donde se vuelve la mirada. Y arriba, un cielo frágil, puro,más azul que el frío del viento, manchado apenas por el vuelo de unáguila, señora de ese predio inabarcable.La soledad de la altura es tan ancha, tan diáfanamente desamparada,que el viajero siente a veces la leve sensación de ahogarse en el viento,como si se hallara en el fondo de un agua infinitamente liviana. Pero elhombre no tiene tiempo de admirar las perspectivas magníficas delpaisaje. Ni esta atmósfera que parece una burbuja translúcida; ni el verderotundo y orquestal de las plantas; sin la sinfonía de pájaros e insectos queascienden en flechas finas hacia la altura, dicen nada a su espíritu talladoen oscuras sustancias de esfuerzo y decisión.Desde una puntilla que resalta por sobre sus vecinas, Rubén Olmos explorael sendero con la esperanza de divisar a quienes lo preceden. Pero lamirada vuelve vacía de este peregrinaje. El hombre arruga la boca. Suscuatro compañeros, que partieron de la hacienda una hora antes que él,le han tomado mucha ventaja. Tendrá que forzar a su pingo.A su paso van surgiendo lugares conocidos: La Cueva del León, la Puntilladel Cóndor; la Quebrada Negra. "–Mis compañeros pueen taresperándome en el Refugio 'el Arriero" –piensa, y aprieta las espuelas en lascostillas de Lucero.El sendero es apenas una huella imprecisa, en la cual podrían extraviarseotros ojos menos experimentados que los suyos. Pero Rubén Olmos nopuede engañarse. Este surco anémico por donde transita, es una calleabierta y ancha que conduce a un fin: la tierra cuyana.A medida que asciende, la vegetación cambia de tono. Se hace másdura y retorcida para resistir los embates de las tormentas. Espinos,romerillos, quiscos filudos, ponen brochazos nocturnos en el albor de lanieve. La soledad comienza a tornarse cada vez más blanca y honda,revistiéndose de una majestuosa serenidad. El sol, ya soslayado haciaOccidente, forcejea por tamizar su calor a través del viento.Cambia de pronto el decorado, y el caballo del baqueano desembocaen un inmenso estadio de piedra. Dos montañas enormes enfrentan susparéntesis, encerrando un tajo cuyo fondo no se divisa. Parece que uninmenso cataclismo hubiera hendido allí la cordillera, separándola degolpe en dos.El jinete detiene a Lucero. El Paso del Buitre ejerce una extraña fascinaciónen su mente. A los quince años, cuando lo atravesó por vez primera, se leocurrió mirar hacia abajo, pese a las advertencias de su padre, y al cabo

  • de un momento, vio que la hondonada empezaba a girar semejante a unembudo azul. Algo como una garra invisible lo tiraba hacia el abismo, y élse dejaba ir. Por fortuna, el taita advirtió el peligro y destruyó la fascinacióncon un grito imperioso: "–¡Güelve la cabeza, baulaque!" Desde entonces, apesar de toda su serenidad, no se atreve a descolgar sus ojos haciaaquella profundidad insondable.Además, el Paso del Buitre tiene su leyenda. No puede ser atravesado enViernes Santo por un arreo de ganado sin que ocurran terribles desgracias.También su padre le advirtió este detalle, contándole, como ilustración,diversos casos en que la sima se había tragado reses y caballos de modoinexplicable.En verdad, el paso es uno de los más impresionantes que puede presentarla cordillera. El sendero tiene allí unos ochenta centímetros de ancho: lojusto para que pueda pasar un animal entre el muro de piedra y el abismo.Un paso en falso... y hasta el Juicio Final.Antes de aventurarse por aquella repisa suspendida quién sabe a cuántosmetros del fondo, Rubén Olmos cumple escrupulosamente la consignaestablecida entre los transeúntes de la cordillera: desenfunda su revólver ydispara dos tiros al aire para advertir a cualquier posible viajero que la rutaestá ocupada y debe aguardar. Los estampidos expanden sus ondas porel aire diáfano. Rebotan en las peñas y vuelven, multiplicados, hasta losoídos del baqueano. Tras un momento de espera, el jinete se decide areanudar su viaje. Lucero, asentando con precisión sus cascos en la roca,prosigue la marcha, sin notar, al parecer, el cambio de fisonomía en laruta.–¡Caballo lindo! –musita el hombre, resumiendo en esas palabras todo sucariño hacia el bruto.Lo que ocurre enseguida nunca podrá olvidarlo Rubén Olmos.Al salir de un recodo cerrado, el corazón le da un vuelco enorme. Endirección contraria, a menos de veinte pasos, viene otro hombre,cabalgando un alazán tostado. El estupor, el desconcierto y la ira sebarajan en el rostro de los viajeros. Ambos, con impulso maquinal, sofrenansus caballos. El primero en romper el angustioso silencio es el jinete delalazán. Tras una gruesa interjección, añade a gritos:–¿Y cómo se le ocurre metes'en el camino sin avisar?...Rubén Olmos sabe que con palabras nada remediará. Prosigue su avancehasta que las cabezas de los caballos casi se tocan. Enseguida, saca unavoz tranquila y segura del fondo de su pecho:–El que no disparó jue usté, amigo.

  • El otro desenfunda su revólver, y Rubén hace lo mismo con rapidezinsospechada en él. Se miran un momento fijamente, y hay un chispazo dedesafío en sus ojos. El desconocido tiene unas pupilas aceradas, frías, yunas facciones acusadoras de voluntad y decisión. Por su exterior, por suseguridad, parece hombre de monte, habituado al peligro. Amboscomprenden que son dignos adversarios.Rubén Olmos se decide por fin a establecer que la razón está de su parte.Empuñando su arma con el cañón hacia el abismo, para no infundirdesconfianza, extrae las balas, presentando un par de vainillas vacías.–Aquí'stán mis dos tiros –expresa.El desconocido lo imita, y presenta, igualmente, dos cápsulas sin plomo.–Mala suerte, amigo; disparamos al mismo tiempo –expresa el baqueano.Así es, compañero. ¿Y qué hacimos ahora?–Lo qu'es golver, no hay que pensarlo siquiera.–Entonces, uno tiene que quearse de a pie.–Sí, pero... ¿Cuál de los dos?–El que la suerte diga.Y sin mayores comentarios, el jinete del alazán extrae una moneda de subolsillo y, colocándola sin mirarla entre sus manos unidas, dice a RubénOlmos.–Pida.Hay una vacilación inmensa en el espíritu de Rubén. Aquellas dos manosunidas que tiene ante los ojos guardan el secreto de un veredictoinapelable. Poseen mayor fuerza que todas las leyes escritas por loshombres. El destino hablará por ellas con su voz inflexible y escueta. Y,como Rubén Olmos nunca se rebeló ante el mandato de lo desconocido,dice la palabra que alguien moduló en su cerebro:–¡Cara!El otro descubre, entonces, lentamente, la moneda, y el sol oblicuo de latarde brilla sobre un ramo de laureles con una hoz y un martillo debajo: elbaqueano ha perdido. Ni un gesto, sin embargo, acusa su derrumbeinterior. Su mirada se torna dulce y lenta sobre la cabeza y el cuello deLucero. Su mano, después, materializa la caricia que brota de su corazón.Y, finalmente, como sacudiendo la fatalidad, se deja deslizar hacia elsendero por la grupa lustrosa del caballo. Desata el fusil y el morral conprovisiones que van amarrados a la montura. Quita después el envoltoriode mantas que reposa sobre el anca. Y todo ello va abriendo entre los doshombres un silencio más hondo que el de la soledad andina.

  • La liebre y la tortuga

    La liebre y la tortuga se encontraron una mañana en el bosque.¿Puede saberse adónde vas con la casa a cuestas? –preguntó la liebre.No era la primera vez que la liebre se burlaba de la lentitud de la tortuga.Así es que ésta estiró su largo cuello, muy digna, y respondió:–Llevar la casa a cuestas es una ventaja. Si me sorprende la noche por elcamino, me basta con meterme dentro de mi caparazón ¡y ya estoy encasita! No como tú, que pierdes el resuello corriendo para regresar a tumadriguera.¿Que yo pierdo el resuello? exclamó la liebre–. Si tan segura estás,podríamos echar una carrera un día de éstos.Harta de las bromas de la liebre, la tortuga aceptó. Luego se alejó, ante elregocijo de la liebre, que se doblaba de risa, viéndola caminar.Aquella misma tarde, la sorprendente noticia de que la liebre y la tortugaiban a celebrar una carrera había llegado a todos los rincones del bosque.Por la noche, cuando todos los animales hubieron regresado de su trabajo,acudieron al claro del bosque donde se reunían siempre que tenían quetratar de asuntos importantes.

    – ¿Una carrera entre la tortuga y la liebre? –tuvo que preguntar porsegunda vez el topo, que era algo duro de oído–. Eso no me lopierdo.

    – ¡Será una carrera digna de verse! –exclamó el pájaro carpintero–.Podríamos invitar a los animales de los bosques vecinos... ¡y nuestrobosque se haría famoso!

    –Bueno, bueno –le interrumpió el puercoespín–. No creo que la tortugatenga muchas posibilidades; así es que será mejor no invitar a nadie.Decidieron entre todos que la carrera se celebraría al día siguiente, queera domingo. De ese modo, podrían acudir todos los animales del bosque.Al día siguiente, el sol también acudió a presenciar la carrera y despertócon sus alegres rayos a todos los animales.El pájaro carpintero había trabajado toda la noche para pintar laspancartas de salida y de meta. Y a primera hora de la mañana, habíacolgado la pancarta de salida entre dos árboles. Luego, muy animoso,había pintado una raya blanca entre los dos árboles.

  • Ante la expectación de todos los animales del bosque, la liebre y la tortugase acercaron a la línea de salida. Lucían dos llamativos dorsales, quemamá pata había confeccionado para la ocasión.La tortuga se situó sobre la línea de salida, preparada para iniciar lacarrera. Pero la liebre, como si la cosa no fuera con ella, se apoyó en unode los árboles que sujetaban la pancarta de salida y se dedicó amordisquearse las uñas.El ciervo, que había sido elegido juez de la carrera, carraspeó, conscientede su importante papel.Luego dio la señal de salida.La tortuga, no muy segura de su éxito y ligeramente arrepentida de haberaceptado participar en la carrera, comenzó a caminar pausadamente. Laliebre, por su parte, no echó a correr, como esperaban todos, sino quecontinuó apoyada en el tronco del árbol.Los animales del bosque se sintieron desilusionados. La mayoría habíaacudido para contemplar la fulgurante salida de la liebre.–Tengo tiempo de comer y hasta de dormir, mientras ella da dos pasos –lesexplicó la liebre–. Así, pues, no me importa darle una pequeña ventaja.La liebre continuó todavía un buen rato apoyada en el tronco del árbol.Por fin, ante las protestas del público, que se quejaba de que no habíaacudido para contemplar cómo la liebre se mordía las uñas, se decidió aempezar la carrera.Extendió sus ágiles patas y, en menos que canta un gallo, adelantó a latortuga, que, ahora un pasito, después otro, había recorrido muy pocosmetros.Cuando llevaba un rato corriendo, la liebre pasó junto a un prado."¡Qué hambre tengo! –se dijo–. Tengo tiempo de comerme toda la hierba,antes de que la tortuga llegue hasta aquí."Sin pensárselo dos veces, saltó fuera del camino. Vio entonces a unaatractiva ardilla de cola roja, que estaba recogiendo piñones del suelo.

    – ¿Ya se acabó la carrera? –le preguntó la ardilla a la liebre.– ¿Acabado? No ha hecho más que comenzar –respondió la liebre–.

    Pero la tortuga camina tan despacio, que me he detenido paracomer... y aún me sobrará tiempo para dormir un rato, ¿no crees? –preguntó riendo.

    La ardilla no pudo por menos que estar de acuerdo con la liebre. Así, éstase puso a mordisquear hierba y la ardilla a roer piñones.

  • Un buen rato después, la ardilla, que se había subido al árbol donde vivía,vio el pausado balancear del caparazón de la tortuga.La tortuga también tenía hambre. Y de buena gana se hubiera detenido areponer fuerzas. Pero continuó su lento y constante caminar, ahora unapatita, luego la otra.

    – ¡Eh! –llamó la ardilla a la liebre, que continuaba mordisqueandohierba–. Ya se ve a la tortuga.

    De un salto, la liebre volvió al camino y empezó de nuevo a correr.Corría con un estilo impecable, propio de un campeón de los cien metrosplanos, ante las aclamaciones de los animales del bosque, quecontemplaban la carrera a ambos lados del camino.Pero pronto la liebre dejó muy atrás a la tortuga."Si continúo corriendo así –se dijo entonces la liebre–, voy a llegar a la metademasiado pronto. Además, puedo ganar a ese caracol con patas sinnecesidad de cansarme.Dicho y hecho. La liebre acortó el paso y caminó tranquilamente duranteun rato.De pronto, se detuvo. Su primo, el conejo, había instalado un puesto deventa de helados, a un lado del camino.–¡Querida prima! –saludó el conejo a la liebre–. Todo el bosque estápendiente de tu carrera con la tortuga –añadió, mientras pensaba en lacantidad de helados que podría vender–. Pero vamos, acércate. Teprepararé un riquísimo helado.Mientras la liebre saboreaba un helado delicioso, los dos primos estuvieronhablando de la familia. Así fue como la liebre se enteró de que mamáconeja, la esposa de su primo, había dado a luz a media docena depreciosos conejitos. El conejo y su familia vivían en lo más profundo delbosque, y se pasaban los meses sin que la liebre tuviera noticias de susprimos.Ya se acababa la liebre el helado, cuando se dio cuenta de que latortuga estaba a punto de pasar por el camino.Rápidamente, se despidió de su primo y echó a correr de nuevo.Pero enseguida notó que empezaba a sudar y se detuvo. Vio entonces unriachuelo muy cerca; se acercó y bebió casi hasta secarlo. Luego seincorporó y miró a lo lejos. A menos de un tiro de piedra de donde seencontraba, se veía la pancarta de la línea de meta.Pero en lugar de correr los metros que le faltaban, la liebre se dijo que teníatiempo de echar una siestecita antes de que llegara la tortuga.

  • Se sentó, pues, sobre la hierba, se apoyó en el tronco de un árbol y, en unabrir y cerrar de ojos, se quedó dormida.El sueño de la liebre fue tan agradable, que durmió hasta el atardecer.–¡Qué bien he dormido! –exclamó, por fin, desperezándose.Luego se puso en pie e hizo varios ejercicios gimnásticos, paradesentumecer los músculos."¿Dónde estará la tortuga? –se acordó de pronto–. ¡Bah! Seguramentedebe haber comprendido que es imposible ganarme y se habrá retiradode la carrera."Diciéndose esto, la liebre volvió al camino, dispuesta a recorrer el últimotrecho de la carrera.Estaba tan segura de su triunfo que, aunque faltaban pocos metros para lameta, se dijo que sería mejor no correr demasiado para corresponder alrecibimiento que, de seguro, le dispensarían los animales del bosque. Perosu entusiasmo se trocó en sorpresa cuando, a medida que se acercaba ala meta, no oía aclamaciones ni aplausos. Y de la sorpresa paso a laalarma, cuando, al cruzar la meta, comprobó que ninguno de los animalesestaba allí para recibirla.Muy extrañada, miró a un lado y a otro; pero por más que buscó, no vio aningún animal por los alrededores.La liebre no sabía ya dónde mirar, cuando oyó una voz a sus espaldas, quele preguntaba:–¿Me buscas a mí?Era la tortuga, muy tranquila y descansada, que, despacito, despacito,pero caminando sin parar, había llegado a la meta hacía varias horas,mientras la liebre estaba durmiendo.Ella y los demás animales del bosque llevaban tanto tiempo esperando ala liebre, que se habían decidido por dirigirse a un claro del bosque paracelebrar un banquete en honor de la tortuga.¿Me creeréis si os digo que la liebre no volvió a presumir en su vida?

  • El ratón de campo y el ratón de ciudad

    (Félix María Samaniego)

    En un pequeño pueblo perdido entre montañas, vivió una vez un ratoncitomuy simpático y muy trabajador.Aquella mañana, lo primero que hizo el ratoncito nada más despertar, fuedirigirse al arroyo cercano a su casa, donde se cepilló los dientes y se lavó,sin dejar de frotarse bien las grandes orejas.Silbando una canción, se alejaba poco después por el camino, dispuesto apasar todo el día trabajando en el campo.–Buenos días –le saludó el conejo, mirando su reloj de bolsillo, pues se lehacía tarde para abrir su tienda de comestibles.–Hoy se te han pegado las sábanas –le dijo el ratoncito, contento de viviren el pueblo y de llevarse bien con todos sus vecinos.Llevaba el ratoncito un buen rato trabajando en el campo, cuando pasóel topo por el camino, pedaleando en su bicicleta.–¡Hay correo para ti! –gritó–. Es de tu primo, el que vive en la ciudad –añadió, pues tenía la mala costumbre de leer el correo.Y le tiró una postal al ratoncito, que éste cogió al vuelo, mientras el topo sealejaba, quejándose de que aún le quedaba mucho correo por repartir.El ratoncito comenzó a leer y no tardó en rascarse la cabeza, confuso. Suprimo lo invitaba a visitarlo y a que se quedara a vivir con él unatemporada.Cuando el ratoncito regresó aquella tarde a su casa, se cruzó con el señorBúho, que había terminado las clases en la escuela y paseaba por elbosque; y pensó que el encuentro le venía como anillo al dedo, pues elseñor Búho había vivido en la ciudad y le podría aconsejar.–Te gustará vivir en la ciudad –le dijo el señor Búho–, pero puede serpeligroso que vayas solo.Sin embargo, cuando el ratoncito llegó a su casa, ya había decidido queaceptaría la invitación de su primo.Aquella misma noche, llenó una maleta dos veces más grande que él yluego consiguió convencer al cascarrabias del cuervo para que lo llevaraen su destartalado taxi al aeropuerto de la pequeña ciudad próxima alpueblo.

  • El ratoncito nunca había visto tanta gente como en el aeropuerto. Losviajeros iban de un lado a otro del vestíbulo, empujando carritos llenos demaletas.Arrastrando su enorme maleta, nuestro pequeño amigo logró llegar almostrador de su compañía aérea, sin que nadie lo pisara. Luego no dudóen encaramarse sobre la maleta para entregar su pasaje.Pero cuando llegó la hora de subir al avión, el decidido ratoncito viajero nolas tenía todas consigo. Así es que, se puso el cinturón de seguridad y cerrócon fuerza los ojos.Sin embargo, el vuelo se le hizo corto y muy agradable, gracias a lassimpáticas azafatas, que al ratoncito le parecieron unas ratitas muyatractivas.En el aeropuerto de la gran ciudad, el ratoncito no vio a su primo porningún lado. Supuso que no había ido a esperarlo porque habría tenidoque hacer algo importante.Muy decidido, se acomodó en el asiento trasero de un taxi y, pocodespués, éste se ponía en marcha.Pero al poco rato, el taxista, un oso grande y peludo, gesticulaba, muyenfadado.–¡El tráfico está cada día peor!El ratoncito se dio entonces cuenta de que estaban parados y rodeadosde coches.Poco después, viendo que el atochamiento no parecía acabarse, elratoncito se dijo que debería utilizar otro medio de transporte para llegar acasa de su primo.Por fortuna, no tardó en ver una estación de metro cercana.Muy contento, porque así podría conocer el metro, bajó las escalerasmecánicas cargado con su maleta.En el andén, no cabía ni un alfiler; pero el ratoncito, que no se arredrabafácilmente, logró abrirse paso.Fue peor el remedio que la enfermedad, porque cuando llegó el metro yse abrieron las puertas, entró en el vagón dando traspiés y mucho másdeprisa de lo que hubiera deseado.Nuestro ratón de campo hizo todo el trayecto aprisionado entre el trombóndel señor Elefante, que iba a tocar en un concierto, y el cesto de la señoraHipopótamo, que regresaba de las compras."Bueno; por lo menos, he llegado", se dijo cuando, por fin, salió a la calle,una gran avenida, donde, vivía su primo.

  • Acababa de bajar un pie de la acera, cuando pareció que todos loscoches de la ciudad pasaran juntos, haciendo sonar sus bocinas.No sabiendo qué hacer, el ratoncito decidió cruzar corriendo; pero sonóun bocinazo aún más fuerte, que lo dejó clavado en el centro de laavenida. Un camión enorme cruzó entonces en dirección contraria, a unpalmo de sus narices.–¡Mira por dónde vas! –le gritó el conductor.Sin atreverse a avanzar ni a retroceder, se estuvo muy quieto sobre la rayablanca; luego aprovechó un hueco en el tráfico para cruzar corriendo y noparó hasta llegar a un callejón.–¡Eh, chicos! –oyó entonces una voz–. ¡Tenemos visita!Sin haber recuperado el aliento, el ratoncito alzó la cabeza y comprobóque había saltado de la sartén para caer en el fuego.Un gato con aspecto de lavarse sólo cuando llovía le contemplaba,apoyado de espaldas en una de las paredes del callejón. Otros dos gatosaún más sucios dejaron de revolver en un cubo de basura y se acercarona su compinche.–¿No os preguntabais hace un momento qué comeríamos hoy? –dijo éste–.Pues, aquí tenéis la respuesta: ¡ratón tiernecito!Pero nuestro joven amigo no estaba dispuesto a servir de comida aaquellos vagabundos. Así es que se despidió de su maleta, pues enaquellas circunstancias no podía pensar en cargar con ella, y, cogiendopor sorpresa a los gatos, salió corriendo.Todavía resoplando por la carrera, alzó la cabeza y vio dos piernaslarguísimas, sobre éstas, una oronda barriga y, al final, unos hombrosenormes, coronados por la cabeza de un perro de grandes y caídas orejas,entre las que sobresalía una gorra de policía.–Bus... busco esta dirección –tartamudeó el ratoncito.El policía, que miraba con cara de muy pocos amigos al ratoncito, se echóa reír cuando éste le enseñó el papel con la dirección escrita.–Estás encima... –le informó, sin dejar de reír y señalando la tapa de unaalcantarilla.Fue así como el ratón de campo descendió a una alcantarilla por primeravez en su vida.Tras recorrer un laberinto de túneles, acabó preguntándoles a unosratoncitos que jugaban a navegar en un barco hecho de papel deperiódico por el agua más negra que había visto en su vida.

  • Cuando, por fin, dio con el agujero donde vivía su primo, al ratón decampo le faltó tiempo para contarle cuanto le había sucedido desde quepuso los pies en la ciudad.–Todo esto te ha pasado por tu falta de experiencia. En la ciudad sepuede vivir estupendamente.–Pues a ti no parece que te vaya muy bien –replicó el ratón de campo.–Vivir aquí me permite comer cada día en una casa distinta... Ahora mismolo podrás comprobar, puesto que ya es la hora de comer.Acababan de doblar la esquina de la primera alcantarilla, cuando el ratónde ciudad se coló por una tubería.El ratón de campo, resignado con su suerte, se coló también por elagujero.¡Entonces sí creyó que el viaje a la ciudad había valido la pena! Seencontraban en una enorme cocina, en cuyo centro había una mesarepleta de manjares.En cuanto los dos primos hubieron trepado a la mesa, el ratón de ciudadcomenzó a dar buena cuenta de un pastel de chocolate; por su parte, elratón de campo, que estaba entusiasmado, comenzó a gritar:–¡Yupiiii! ¡Viva la ciudad!–¡Chist! –susurró su primo, llevándose un dedo a los labios.Pero ya era demasiado tarde. De pronto, se abrió la puerta de la cocina yasomó su hocico el gato más grande, más negro y más feo que el ratónpueblerino había visto en su vida.Los dos primos no tuvieron necesidad de consultarse para saltar al suelo yechar a correr.Cuando ya sentían en el pescuezo el aliento del gato, el ratón de campovio abierta la ventana de la cocina y saltó al alféizar, seguido por su primo.Y mientras descendían a toda prisa por la canaleta del desagüe, le decía:–¡Yo regreso al campo ahora mismo! ¡Tengo bastante con lo que he vistoen la ciudad!El ratón de ciudad no podía menos que darle la razón a su primo. No era laprimera vez que corría delante de un gato y ya empezaba a estar harto detantos sobresaltos.–Me iré a vivir contigo al campo –decidió.Algún tiempo después, los dos primos saboreaban una deliciosa cena a lapuerta de la casa del ratón de campo.Éste había invitado a su amigo, el conejo, y al señor Búho, para queconocieran a su primo.

  • –¡Esto es vida! –exclamó el ratón de ciudad, recostándose, feliz, en su silla.–Aunque a ti no te fuera muy bien –le dijo entonces el señor Búho al ratónde campo–, en la ciudad también hay cosas buenas.–¡No lo dudo! –replicó el ratón de campo–, pero prefiero un mendrugosaboreado con tranquilidad en el campo que un banquete rodeado depeligros en la ciudad.