La historia de «los últimos de Teniente Saturnino …La historia de «los últimos de Filipinas»...

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La historia de «los últimos deFilipinas» relatada por su másdestacado protagonista: elTeniente Saturnino MartínCerezo.En 1898, y durante casi un año,un pequeño destacamentoespañol resistió en una iglesiala embestida de las tropasindependentistas filipinasesperando unos refuerzos quenunca llegaron. Harapientos,

enfermos, y débiles por notener nada que llevarse a laboca. Aunque también valientesy decididos a dar hasta laúltima gota de sangre por supaís. Así fue como poco más demedio centenar de soldadospresentes en Baler (situada aunos 230 kilómetros de Manila)defendieron en 1898 el últimoterritorio español ubicado enFilipinas.

Saturnino Martín Cerezo

El sitio de Baler(Notas y Recuerdos)

ePub r1.0Titivillus 4.12.16

Título original: El sitio de BalerSaturnino Martín Cerezo, 1904Prólogo: AzorínDiseño de cubierta: Himali

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

Por R. O. de 25 de Mayo de1915 (D. O. número 114), serecomienda la adquisición

de resta obra para lasbibliotecas de los Centros,Dependencias y Cuerpos deEjercito por considerar que

su lectura sería útil yconveniente a todos los

militares.

PRÓLOGO

Al cabo de muchos años hevuelto a leer la Numancia, deCervantes. He leído una obranueva. He leído una obramaravillosa. No volvía de miasombro. No me explicaba cómouna obra de tal naturaleza no esconocida, comprendida, admiradapor las gentes. La Numancia nos

ofrece una mezcla primorosa,exquisita, de lo real y lo alegórico.En el primer acto, al final, aparecela figura de España y también elDuero. Nos sentimos conmovidos.España habla, entre otras cosas, delos obcecados que, nacidos en susuelo, existen en ella. Nos sumimosen una meditación profunda. Españahabla de la desunión de sus hijos.Volvemos a meditar. En estatragedia se revela un conocimientoprofundo del corazón humano. Hayen estas escenas tragedia de un

pueblo y tragedia individual. Sellega en la primera a lo mássublime a que el genio humano hallegado. Y se llega en la segunda asituaciones de tal hondura, de taldelicadeza, que el lector seestremece todo. No se puedeahondar más ni en el arte, ni en lavida. El punto más doloroso de todala obra, a nuestro entender, es aquélen que, reinando el hambre en laciudad, un hambre espantosa, esanecesidad orgánica, imperativa,llega a sobreponerse al amor, es

decir, a lo más etéreo, sutil einmortal. No podemos leer sinemoción profunda esa escena enque una amada, subyugada por elamor, un amor purísimo, casto, seve forzada a confesar al amado queella, la cuitada, la pobre, la mísera,tiene hambre. La necesidad físicatiene tal fuerza que sojuzga elsentimiento puro. La materia venceal espíritu. Y lo vence en la personade esta niña inmaculada, castísima.En este minuto, llorosa, acongojada,bajando los ojos, mostrando en la

palidez de su cara el último rostrode carmín, hace su confesión.Instinto o arte deliberado en elautor, esta escena es maravillosa.Nos indigna y nos admira. Nosirrita y nos sojuzga. Nosindignamos y lloramos. Sentimosfuror contra la materia dominadorabrutal del espíritu y tendemosnuestros brazos para estrechar entreellos a la mísera enamorada.

Numancia era un pueblecito deocho mil habitantes. Se hallaba asiete leguas de Soria, en el monte

Garray. Al pie de ese altozano selevanta hoy el pueblo del mismonombre. Durante veinte añosresistió Numancia a Roma. Seestrellaron contra sus murallas losmás famosos capitanes. No nosexplicamos hoy ni la obsesión deRoma ni la obstinación deNumancia. ¿Necesitaba Roma elvencimiento de Numancia? Tanlejos como estaba, ¿qué leimportaba la indomitez de estepueblecito perdido en laaltiplanicie de España? Y a

Numancia, ¿qué le importaba elllegar a una composición conRoma? ¡Y sin embargo, el heroísmoes el heroísmo! No se rindióNumancia. No quiso entregarseviva. Entregó sus escombros, suscenizas, sus ruinas, sus cadáveres.Por encima de todo flota inmortal,sublime, gracias al genio deCervantes, la figura de esta niñamaravillosa, delicadísima, que enun momento de confidencias alamado confiesa que tiene hambre.

No se rindió Numancia y no se

rindió Baler. No se acaba enEspaña la santidad. No se acaba elheroísmo. Una santa admirable,María Echeandía, ha habido enEspaña en estos últimos años. Balernos atestigua que el espíritu deNumancia no se ha extinguido. Laguerra con los Estados Unidos fueun desastre; pero fue también unademostración magnífica del espírituheroico de España. Ninguna páginamás bella que el heroísmo de losmarinos españoles en Cavite. Y enSantiago de Cuba. El combate de

Cavite fue entre una escuadrapoderosísima, escuadra de acero, yuna escuadra debilísima, escuadrade madera. Mostraron losespañoles, mandados por PatricioMontojo, una serenidad, unestoicismo, una perseverancia, unaintrepidez extraordinarias. Sabíanque iban a ser destruidos,aniquilados, y serenamente sepresentaron en línea de batalla yabrieron el fuego. Sabían que iban ajugar con ellos, como una fierajuega con un cordero, y se

dispusieron sin vacilaciones,resueltamente, al combate. Bienpuede citarse al almirante Montojoentre los héroes más simpáticos queEspaña ha tenido. Y allí mismo, enla isla de Luzón, a ciento ochentakilómetros de Manila, se estabaescribiendo la página más brillanteque desde Numancia, sí, desdeNumancia, ha escrito el heroísmoespañol. Cosas muy admirables sehan visto en la gran guerra europea;no se ha visto ninguna superior a ladefensa de Baler. Enrique de las

Morenas, Juan Alonso y SaturninoMartín Cerezo, jefe deldestacamento sitiado, son nombresque, con los de los muchachosacaudillados por ellos, puedencitarse junto a los más preclaros.

Baler es un pueblecito situadocabe al mar. Se halla de cara alPacífico. Contaba con un grupoescaso de casas dispersas y unaiglesia. En esa iglesia se refugió eldestacamento mandado, primero,por Alonso; después, fallecidoAlonso, por Saturnino Martín

Cerezo. Cerezo fue el que rigió losdestinos de la corta tropa másnúmero de días. Casi toda ladefensa de Baler fue dirigida porCerezo. La iglesia era reducida y demuros débiles. Se encerró en ellauna cincuentena de hombres. Setaparon las ventanas. En torno de laiglesia, muy próximo a sus paredes,el enemigo formó una reciatrinchera. Comenzó la defensa. Ibanpasando los días, las semanas, losmeses. Los víveres se acababan.Desde el primer día carecieron de

sal; las vituallas almacenadas sefueron averiando. Llegó unmomento en que la harina de lossacos estaba hecha pelotones, y losgarbanzos carcomidos por losgorgojos, y el arroz reducido apolvo, y putrefactas las sardinas enconserva. El sitio seguía riguroso.La defensa era obstinada. Se lesenviaban a los sitiados, de tarde entarde, mensajeros de paz; pero lossitiados los desdeñaban. Reducidosal interior de la iglesia, tabicadaslas ventanas, la ventilación era

deficiente; se respiraba un airedenso y viciado. Comenzó a asomarla terrible epidemia del beri-beri.Daba principio el mal por los pies.Se hinchaban las extremidadesinferiores con tumefaccionesdolorosas; iba ascendiendo el mal,y poco a poco, entre doloresagudísimos, acababa la vida delatacado. Había que mantenercentinelas día y noche. Huboprecisión de llevar los enfermos,sentados en sillas, para que durantelas seis horas, con el fusil entre las

piernas, hicieran la guardia en loalto de los muros. La serenidad yconstancia de los sitiados no sealteraba. Había formado unas listasen que figuraban todos los más omenos próximos a morir. Estabanlos más enfermos los primeros. «Túvas a ser el primero en morir», sele decía a un enfermo. Y el enfermo,sonriente, sin dar importancia a sumuerte, donaba una cantidad para elque había de abrirle la fosa. Se ibanacabando las provisiones. Se sentíaansiedad por comer algo nuevo y

fresco. Todo lo que se devorabaeran cosas averiadas,descompuestas. Se ideó el coger enuna huertecilla próxima hojas decalabacera; se las comía condelicia. Saturnino Martín Cerezo yel médico Vigil, muchas noches, sinque lo supiera nadie, salíanexpuestos a las balas enemigas y sedaban un banquetazo de grama. Eltecho fue destruido por el cañónenemigo. Caía la lluvia e inundabalos lechos. Apenas se dormía. Laropa se había gastado. Iban todos

vestidos de andrajos. No habíacalzado. Se iba también casidescalzo. A todo esto el enemigo nocesaba de enviar mensajes de paz.Acabaron los sitiadores por decirque no recibirían ya a ningúnemisario. ¡Y nadie se acordaba delos sitiados! «¡Estaba esto tansolitario y tan lejos!», diceSaturnino Martín Cerezo en el librodedicado al sitio. La banderaespañola que flameaba en la torrese había consumido por el sol, lalluvia y el viento. Afortunadamente,

en la iglesia pudieron encontrartelas de color amarillo y rojo. Labandera que amparaba a todos fuerehecha. Pero la torre, a fuerza decañonazos, se vino abajo. Ladefensa había llegado a límitesinfranqueables. Parecían todosespectros salidos de la huesa. Talestaban de exangües, pálidos ydescarnados. Llegaban lospostreros días del sitio. Habíacomenzado éste en febrero de 1898.Entregadas las Filipinas, no habíarazón para continuar más la

resistencia. Duró la resistencia 337días. Se escribe eso rápidamente.No se piensa lo que esos 337 díasrepresentan en un local cerrado,infecto, sin víveres, sin ropa,inundado por la lluvia, sin sal, sinagua saludable, sin zapatos,azotados por la epidemia, sin poderdormir. ¡337 días de serenidad, deconstancia, de heroísmo! Sí, desdeNumancia no se ha dado caso tanextraordinario en España. ¡Y casisin gloria! ¡Sin gloria clamorosa,resonante, trompeteada! ¡Estaba

aquello tan lejos y tan solitario!La capitulación se hizo con

todos los honores, los máximoshonores, para los sitiados. Treinta ydos soldados fueron los quequedaron. ¿Qué nación en Europapuede mostrar ejemplo tal deheroísmo?

Madrid, 1935

DE LOS ENTRESIJOS

De los entresijos de un legajo,el cual legajo estaba guardado en unarmario, el cual armario se hallabaen una lejana leonera, lejana en lacasa, saco el recorte de unperiódico, este recorte que arribahabrá leído el lector: un recorte delgran diario La Prensa, en BuenosAires. Voy pegándolo en anchosfolios; no sé lo que dice; no heleído, a hurtadillas, en tanto que lomanejaba, sino un vocablo:Numancia. ¿Y qué es lo quecontendrá ese recorte? Lo escrito

por mí hace algún tiempo, ¿no lorecordaré yo en estos momentos?No es posible que una gesta tanmemorable como la de Baler sehaya borrado de mi mente. No sehan borrado ni Numancia, niZaragoza, en sus dos sitios, niGerona; no se han desvanecido enlo incircunscrito, en lo nebuloso, enlo vago, en lo inaprensible, todosesos hechos obsidionales. Pero, eneste caso, las circunstancias seríanmás graves; el tiempo pasado no estanto; los hechos rememorables

están más cercanos. Y, sin embargo,he de confesarlo: no logro evocar,con todos sus detalles, un hecho yahistórico, con historia no lejana,que yo mismo he descrito. ¿Cuándoocurrió este hecho? ¿Cuándo lo hedescrito yo? Están ante mí losblancos folios, con el recorte, y nome decido a recorrerlos con lavista. Deseo ponerme a prueba;quiero ver, en mi persona, hastadónde llega el olvido, o elrecuerdo, de las gentes que vanpasando. Y torno a esforzarme en el

recordar. Poco a poco vansurgiendo en mi memoria visionesfragmentarias. No desconfío de mí;no desconfío, en el caso de talesheroicidades, de las generacionessucesivas. En la vorágine de lospormenores queda indemne, comoen el sitio de una plaza fuerte, algoque es esencial: el valor, laperseverancia, la constancia, elánimo igual que no se abate. Y siesto ocurre en el caso de Numancia,en los dos sitios de Zaragoza, enGerona, no habrá que desesperar;

se habrá salvado lo esencial, lointangible, lo que más importaba.No han perecido, en la memoria,quienes realizaron tan heroicashazañas. Ante la mesa en que estáncolocados los folios con la crónicadel hecho, en Baler, experimento, alfin, un profundo consuelo. Hesalvado la lección que meimportaba salvar; veo con todaclaridad cuál es la eficiencia deNumancia, de Zaragoza y de Baler.Se ha salvado Baler; se han salvadolos defensores de Baler. Siempre,

en un trance difícil, esforzado, nosacordaremos de Baler; sentiremos aBaler; viviremos, con mayor omenor intensidad, Baler. Lascuartillas, por ejemplo, estarán enla mesa; nosotros tendremos quecumplir una tarea difícil; nuestroánimo estará contristado por algoluctuoso; nos faltarán las fuerzas;flaqueará la esperanza; nossentiremos desconfiados denosotros mismos. Y con todo,pensando en Baler, como pensandoen los demás hechos mencionados,

comenzaremos la labor, la iremosprosiguiendo; sentiremos, conformela vamos cumpliendo, que nuestrasfuerzas son mayores de lo quecreíamos; la esperanza del triunfo,del triunfo sobre nosotros mismos,habrá ido recobrándose. Llegará unmomento en que, a pesar de todo,por encima de todo, hayamosrealizado la labor; allí estará, enforma de obra artística, delante denosotros. Y ello ha sido logrado porun estímulo interior; por el recuerdovivo, palpitante, de Baler.

¿Creíamos que Baler, con MartínCerezo, con los compañeros deMartín Cerezo, estaba desvanecidoen nosotros? ¿Juzgaba yo, en estecaso, que lo que se contiene en elrecorte se había,desventuradamente, evanescido?

EN LA CALLE DE LA PUEBLA

¿Y qué es lo que no había deevanescerse? ¿Y qué es lo que sedice en la crónica copiada? Al

pasar, diez, quince, o veinte añosatrás, por la calle de la Puebla, enMadrid, me he parado ante elescaparate de una litografía; sueloyo mirar, en las litografías, lastarjetas expuestas; las miro comoobservo, en las fotografías, lasmuestras que se exponen. Y entrelas tarjetas contenidas en la vitrinade esta litografía estaba una quedecía: Saturnino Martín Cerezo,general. Nada más, ni nada menos.El estupor mío fue profundo. Habíayo leído, en la edición original, la

única entonces, la gesta de Baler.Tenía de Martín Cerezo una ideasingular: acaba la gesta, MartínCerezo se había desvanecido; comoalgo que simboliza una idea grande,idea ya realizada, ya cumplida entodos sus pormenores, idea quedesde la nebulosa había decumplirse, Martín Cerezo, con suscompañeros, pasó súbitamente a lahistoria. No había ya ni rastro deellos; cumplida su misión histórica,no tenían más que hacer. Habíansido héroes y estaba ya en la

historia, en el pretérito glorioso,siendo héroes. Y de pronto, en unpedacito de cartulina, apareceSaturnino Martín Cerezo comogeneral; el antiguo capitán, ocomandante, o lo que fuera, se hatransformado, imprevistamente, engeneral. No lo podemos creer; nonos decidimos a creer que desdelos nimbos de la inmortalidad hayaretornado al presente SaturninoMartín Cerezo, para proseguir enpaz su carrera, ya conclusa enBaler, y llegar a general.

Seguramente que el personaje deesta tarjeta no es nuestro personaje.Habrá una coincidencia denombres. Hemos dejado en Baler anuestro héroe, en un tiempodeterminado, y nos lo encontramosde nuevo aquí: prosaicamente en lacalle de la Puebla. Ante el pedacitode cartulina permanecemosabsortos. No sabemos queconsecuencia sacar del hechoimprevisto; no nos atrevemos adeducir una lección. El tiempo hapasado, con toda su labor, y

nosotros no nos hemos percatado desu paso. Saturnino Martín Cerezo hacontinuado viviendo, y nosotros nohemos pensado jamás que podíaseguir su vida. En el interregno desu vivir, ¿qué habrá sido de él? Enel tiempo en que no ha sido nada ennuestra conciencia, ¿cuál habrá sidola trayectoria de su vida? Allí,debajo de su nombre, estáconsignado, en un solo vocablo, loque deseamos saber: General.¿Cuánto tiempo ha transcurrido?¿Cuáles fueron los trances, desde

entonces hasta hoy, de losdefensores de Baler? Comenzamosa dudar de nosotros mismos; antesestábamos seguros de nuestra visiónreal, y ahora, ante esta tarjeta, contodo lo que supone esta tarjeta,sospechamos que todo ha sido unsueño. No ha existido Baler; no haexistido Saturnino Martín Cerezo;no han existido sus compañeros. Enla madrugada, fruyendo del silencioabsoluto, el ánimo fluctúa entre loreal y lo ficticio. Nos hemosresistido a leer la antigua crónica,

la que hemos puesto en los anchosfolios, y sentimos ahora vehementesdeseos de ir repasando lo queantaño escribiéramos. De unestante, en la biblioteca, hemostomado dos ejemplares de laedición primera del libro escritopor Martín Cerezo: El sitio deBaler, Guadalajara, 1904. No seráacaso preciso que leamos, en estosmomentos, todo el volumen; bastaráque pasemos la vista por losrenglones manuscritos que antañopusimos en la cubierta, en el

respaldo de la cubierta: «Oncemeses, página 7; —de 12 de febrero1898 a 2 junio 1899, página 40—;Gregorio Catalán, página 57 ysiguientes —cortesías, página 60—;Numancia, página 62…» Pero deestos registros pasamos al texto; eraindefectible que, con el libro en lamano, no resistiéramos al deseo deirlo recorriendo. Todo el sitio deBaler resucita de pronto. El núcleoprimitivo, en nuestra conciencia, seva completando. La tarjeta, en lavitrina, nos dice una cosa: el libro

nos dice otra. ¿Podremos aglutinar,en un todo, una y otra visión?¿Lograremos completar, con lo quenos dice el libro, lo que nos dice latarjeta? ¿Y es que nos alegraríamosque hubiera entre un hecho y otrouna perfecta continuidad? ¿No nosparecería mejor que el nombre dela tarjeta, en la calle de la Puebla,no tuviera relación ninguna con ellibro que en este momentovolvemos a tener entre las manos?Baler, con Saturnino Martín Cerezoy sus compañeros, ha ido hace

tiempo a reunirse con Numancia,con Zaragoza, con Gerona. Y ahora,sin pensarlo, de pronto, Balerretorna: retorna, como nos dice elpapelito de cartulina, de un modoque no podíamos presumir. Aquíestá hecho general el antiguocapitán, o comandante, o lo quefuera, que conocimos en Baler. Nopensamos nunca volver a verle.

ENTRE EL AZUL REMOTO

Entre el azul remoto vemos unaisla, un grupo de islas. Está muylejos de España lo que estamosviendo: el azul es intenso; en la islacrece el boscaje. En esta isla habrá,sin duda, una iglesia; en esa iglesiaestará, no sabemos cómo, un grupode soldados con unos jefes. El cieloes de añil, y el mar es añil. ¿Quéhacen ahí esos hombres? ¿Cómopueden sostenerse en ese recintotanto tiempo? Y cuando no loshostilizan, en los respiros de lalucha, ¿qué es lo que hacen? Están

lejos y están cerca; han pasado ysubsisten. Separado de todaadherencia, el esfuerzo heroico senos aparece entre el azul del mar,bajo el azul del cielo. Entre el azul,la constancia heroica, maravillosa,de unos españoles abandonados a símismos. Todo ha terminado, y elloscontinúan la lucha; ya no son de símismos: son de algo que ellosmismos ignoran: están fuera deltiempo y del espacio. Entre el azulse ha disuelto lo contingente, loterreno, lo efímero: queda sólo lo

eterno. Desde este azul, losdefensores de Baler pasarán a laregión de la inmortalidad. Y entreel azul, ¿no habrá unas notasverdes, la hojarasca de unasverduras que harán resaltar más laturquí del mar y del cielo? ¿Y nohabrán desempeñado un papelimportante esas anchas, vellosas,blandas hojas de calabacera? ¿Nonos dirá ahora la ciencia, con larevelación de las vitaminas, lo queno podía decirles entonces a losdefensores de Baler? Transcurre

ante nosotros la gesta heroica contodas sus incidencias; ha pasado eltiempo; se han dispersado loshéroes; la iglesia defendida estásolitaria. ¿No habrá ocurrida nadaen ella desde entonces? ¿No estaráseñalado ese recinto, lugar heroico,para otras gestas? Si estabapredestinado al heroísmo, ¿cuálhabrá sido la suerte de los nuevosdefensores de Baler? ¿Habránigualado que no superado aSaturnino Martín Cerezo y suscompañeros? Acaso nos estamos

entregando al ensueño; hemos leído,sin embargo, algo que suscita elensueño: lo convierte en realmateria histórica. Es algo en otrositio de Baler, con otros defensores,que en el recinto de la iglesia sehan sostenido también. No sabemoscuántos días, ni conocemos elresultado de la lucha; todo estáabsorbido, en nosotros, por elhecho primigenio. Nos basta con él,y todo lo demás es adherenciasuperflua. La iglesia está empapadade perennidad heroica: por los

siglos de los siglos serán MartínCerezo y sus compañeros los queemanen, del edificio, en las páginasde la historia, un misterioso efluvioque envolverá al lector. ¿Y qué máspodemos pedir? ¿Y qué máspodemos desear?

¿CÓMO ES ESA PELÍCULA?

¿Cómo es esa película del sitiode Baler? No la he visto; temo quelo concreto empezca a lo

imaginado; lo poético vale más quelo real. Sin duda, en esa películahabrá un techo, el de una iglesiadesmantelada, que se llueve, y delque se desprenden pedazos; en tantoque esto ocurre, en una lejaníaremota veremos en Madrid, o dondesea, no lo sabemos, un salónconfortable y unos personajes quelanzan el humo aromático de suscigarros. Veremos las anchas hojasde la calabacera famosa, ycontemplaremos unos suculentosmantenimientos, no sabemos

tampoco en qué sitio. Contrastandocon el esfuerzo y la constancia delos defensores de Baler, habráasimismo, en un conjunto, flaquezasy abandonos, expresados con elcolor, con la forma, con gestos ycon ademanes, que no podemosprecisar. Una bandera, o mejor,jirón de bandera, flamea en el aire,y en una calle, de cualquier ciudad,la gente discurre presurosa,olvidadiza, sin saber que en un paísremoto hay, en una techumbre, unpedazo viejo de tela roja y gualda

que se mueve a impulsos del céfiro.Nos miran ansiosos unos ojos defiebre, y contemplamos, de pronto,una intensa llamarada que sube deunas ruinas a un cielo de azulintenso. Entre el ir y venir desoldados exangües, atisbamos, enun rincón, acurrucado, un cuerpocasi exánime, que tiritaviolentamente a causa de la fiebre.Los trenes corren por no sabemosdónde; los barcos surcan el piélago;las salas de espectáculos estánllenas de un público jovial, sereno;

la vida toda hierve con intensidad yvoluptuosidad: aquí, en este ángulo,un puntito invisible en el planeta,hay una vida, con la fiebre, con elhambre, con el desamparo, que essuperior a la otra vida. ¿Y cuálescogeremos nosotros, puestos aescoger: la heroica o la apacible?¿El tumulto de la muchedumbre o lasoledad del rincón en Baler?

AZORÍN

Madrid, febrero 1946.

V

AL QUE LEYERE

IVOS todavía en mi alma, comosi dataran de ayer, palpitantes comolo estarán mientras aliente, aquellos

once meses de angustia queagonizamos en la iglesia de Baler,creo que le debo a mi patria unarelación de lo sucedido entreaquellas cuatro paredes, últimoresto de su dominio en Filipinas.

Por eso doy a luz este libro.Satisfecho de la gratitud y larecompensa merecidas, no pretendoexhibirme; sólamente deseo nodejar olvidado lo que bien merecesumarse a nuestra dorada leyenda,hoy por desgracia tan controvertiday maltratada; hechos gloriosos que

indudablemente se hubieranmultiplicado en todo el teatro de laguerra, si otras hubieran sido lascircunstancias y los medios.

Un pequeño destacamento desoldados, puso allí en evidenciaque no han decaído nuestrasvirtudes militares: Convienerecordarlo, siquiera no sea más quepara reanimar esa fe salvadora deque tanto necesitamos actualmente.

Derribados por el infortunio,caídos en el apocamiento y eldescrédito, considero, pues, de

oportunidad estas páginas, humildeapunte para la historia de aquellosdías luctuosos y debido tributo amis valerosos compañeros.

Limpio de resquemores y nodeseando ni la censura ni la crítica,sólo ha de valorarlas mi sinceridadal escribirlas; sea ello mérito parala benevolencia en su lectura.

Y… Nada más. Paz a losmuertos, reflexión a los vivos y unaoración a Dios pidiéndole que nosilumine y nos proteja.

Saturnino Martín Cerezo

Madrid, 30 de Septiembre de1904

ANTECEDENTES

Nueva Écija.— Baler.—Destacamento de Mota.— SorpresaDestacamento de Roldán.— Sitio y

E

penalidades.— Columna desocorro.— Paz de Biac-na-bató.

N los mapas de Luzón,anteriores a 1860, la provincia deNueva Écija ocupa una situaciónmuy semejante a la que tiene larepública chilena, en la parte surdel continente americano. Desdealgunos kilómetros más arriba dePunta Malamoy hasta unos tres ocuatro más abajo de Puerto deLampón, extiéndese por unaestrecha zona, de anchura muy

desigual y accidentada, quealcanzará unos 425 de longitud ensu parte más ancha, por el cabo deSan Ildefonso, mientras en otras nopasará de diez o doce.

Abarcando, pues, casi todo eloriente de la isla, sepárala del restouno de los brazos más robustos delformidable Caraballo, sistema demontañas cuyos ramales,derivaciones y vertientes, cubrentodo el país con la maravillosacombinación de sus repliegues. Lasaguas del Pacífico bañan su litoral,

caprichosamente recortado, pero denavegación peligrosa, debido unasveces a lo inseguro de las costas ylo desigual de los fondos, otras a loborrascoso del clima, y siempre ala multitud de bancos y rompientesque lo bordean como barreradefensiva.

Cagayán por el norte y Lagunapor el sur completan estos límitesque, siguiendo al oeste por laindicada cordillera, sepáranla deTondo, Bulacán, Pampanga,Pangasinán, Nueva Vizcaya y otra

vez de la mencionada Cagayán.Aunque dividida entonces la

isla, para los efectos políticos, endieciocho alcaldías o provincias, lointerrumpido a trechos de susdemarcaciones, que hasta en mapastan cuidadosamente dibujados comolos de Coello, se observa desdeluego, pone de manifiesto loindeciso de todas aquellasdivisiones. Los diferentes rótulosque indican la situación de lasmisiones o las comarcas de losigorrotes y negritos, evidencian lo

extenso de la región que senominaba independiente.

Cubriendo ésta casi toda laparte central y montañosa,protegida por lo fragoso del terrenoy el abandono colonial de lametrópoli, tenía que cimentarhondas raíces, y no dejaba para ladominación española, sino lospuntos más habitables y accesibles.

Debido a esto y a suscondiciones topográficas, laprovincia de Nueva Écija, gozabade un aislamiento lamentable, y

Baler o Valert, su cabecera, tanbuen concepto debía de merecer alos gobiernos, que la utilizabanpara enviar a los deportados.

En los últimos años se activórelativamente mucho la exploracióny dominación del territorio; pero nila primera condujo en realidad másallá de la construcción de nuevosplanos, allanando en cierta manerala segunda, ni ésta pasó de lafundación de algún poblado,multiplicación de misiones yrectificación de las alcaldías o

provincias. Continuó, pues, ladificultad en las comunicacionesinteriores; la selva indemne con susmaderas de alto precio, la breñacon sus mármoles y el terruño consu tesoro inestimable; todo seredujo a la conversión de algunasfamilias igorrotes, creación degobiernos y algún aumento en lapoblación contribuyente.

El territorio que ocupaba NuevaÉcija, se dividió en su Alcaldíamayor, y los distritos de la Isabela,Príncipe e Infanta, lindante aquella,

por la parte del mar, con los dosúltimos, y en el interior con Benguety Nueva Vizcaya por el norte,Bulacán por el sur, y la Pampangapor el oeste. Así aparecen ya en elexcelente mapa itinerario de la Islade Luzón, publicado el año 1882por nuestro Depósito de la Guerra.

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Baler, antigua cabecera de laprovincia quedó siéndolo de la

Comandancia político-militar delPríncipe, comarca de 124.218hectáreas y unos 5.400 habitantes,distribuidos entre aquella (1.900),Casigurán (1.500) y San José deCasignán (2.000), únicos centros depoblación que teníamos, y aunquepoco lejanos, puesto que de Baler aCasigurán sólo hay como tresleguas (16 km.) y un poco menos (15 km.) a San José de Casignán,bien separados por las condicionesdel terreno.

Añádase a esto que limitado

aquel distrito por el mar, de unaparte, y las alturas del Caraballopor otra, sin más vías decomunicación que sendas yvericuetos y barrancos,interrumpidos a cada trecho porinvadeables corrientes, no se habíamodificado su aislamiento; quereducida la dominación al cobro delos impuestos y tributos; confiado eltrabajo de asimilación y cultura, noa las ventajas materiales queallanan la diferencia de costumbres,sino al cambio aparente de las

ideas religiosas, todo seguía en laindependencia más completa; loscomandantes político-militares,cargo desempeñado por capitanesdel Ejército, delegados también deHacienda, comandantes de Marina,jueces de 1.ª instancia yadministradores de Correos, ibancobrando y administrando yresolviendo lo que buenamentepodían, gracias a la docilidadpopular, no por la dominaciónefectiva, que se cimenta en lasenergías de los medios, y el hecho

era, como luego nos demostraronlos sucesos, que aun los mismostagalos más intimados, al parecer,con los castilas[1] gestionaban laindependencia, deseo estimuladoconstantemente por el desagradoque lleva siempre consigo el pagodel tributo, no combatido por laeducación y el trabajo, y muyfomentado en el distrito delPríncipe con la frecuentedeportación filibustera.

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* *

Baler está situado cerca delmar, sobre un recodo, al sur de laensenada o bahía de su nombre,distante de la playa unos 500metros y casi ceñido por unacorriente, que separándole deaquella y sufriendo las alteracionesdel flujo y el reflujo en las dosmareas diarias, suele cambiarlo enisla con las molestas inundacionesde las aguas.

Como todas las poblaciones

filipinas, de vida puramente rural yescaso número de habitantes,reducíase a la iglesia rectoral oconvento, de fuertes muros,sólidamente cimentados; algunacasa de tablas y argamasa, pararesidencia de su primer autoridad,cuartel o tribunal, y alrededor, entrelas frondosidades propias delclima, formando calles rectas, perono calles como en las urbeseuropeas, sino como las que allá enuna selva pudiera trazar el hachaleñadora, sus correspondientes

viviendas de caña y nipa, puestas oconstruidas de trecho en trecho,diseminadas, mejor o peor hechas;pero siempre indicando por suligereza y sencillez las tendenciaserrantes de sus moradores y loinseguro de aquel suelo feraz tanpropenso a la conmoción delterremoto. Una breve observacióndel plano que va inserto al finaldará una idea exacta de lascondiciones de aquel pueblo,necesaria para la inteligencia delrelato.

** *

Hacia fines de Agosto del año1897 circularon rumores de que porDingalán se habían desembarcadomuchas armas para la insurrección.El sitio donde se decía realizadoeste alijo se halla situado en lo quellaman la contracosta de Luzón,litoral de levante y límite de lacabecera del distrito del Príncipe, acuyo comandante político-militar,capitán de Infantería D. Antonio

López Irizarri, ordenó el general enjefe que informara lo que pudieseaveriguar acerca del asunto.

Inútilmente procuró dicho señorcumplimentar aquella orden. Lafalta de caminos entre Baler yDingalán era completa; por elespacio que separa dichos lugaressólo transitaban alguno que otronegro, refractarios a todacivilización y todo trato; comogamuzas para saltar de risco enrisco; ágiles como simios paraesquivar las dificultades en el

bosque, y recurrir a estosaborígenes ariscos, plenamentesalvajes, de los que difícilmentepodía conseguirse, a fuerza dehalagos, que bajaran al pueblo paracomprarles alguna carne de venado,era trabajo de una dificultadinsuperable.

Así hubo de manifestarloIrizarri, dando con ello prueba delescaso dominio que podía tenersobre la región que gobernaba.Entonces se dispuso que el crucerode guerra María Cristina y un

cañonero salieran a vigilar aquellasaguas, reconocer los parajessospechosos, evitar desembarcos yllevar la tranquilidad a laspoblaciones de la costa, seriamentealarmadas con los anuncios depróximos levantamientos, quecorrían misteriosamente iniciados ymisteriosamente comunicados porla isla.

Algo se calmaron los ánimos yen cierto modo se mejoró lavigilancia con la vista yreconocimientos de la infantería de

Marina.En Baler no existían más

fuerzas que un puesto de la GuardiaCivil veterana (un cabo y cuatroguardias) ni eran de conveniencia,dada la dificultad en la exploracióndel territorio, escasez de recursos yarriesgado aislamiento en que setenía que dejarles; pero el capitánIrizarri, atento quizás a lascircunstancias del momento y localdeado de los ánimos en aquelcentro de confinación filibustera,suponiendo muy halagüeños

resultados, pidió y obtuvo que ledestinaran cincuenta hombres. Loshechos, por desgracia, no hicieronesperar la equivocación quepadeciera.

** *

Tocó dar este destacamento albatallón de cazadores,expedicionario, núm. 2 y su mandoal teniente D. José Mota, devigorosa juventud y grandes

alientos, que llegó a Baler el día 20de Septiembre, realizando con tanescasa fuerza, cuando ya estaba lainsurrección muy alentada, unamarcha verdaderamente admirablepor el Caraballo y Caraballito,cuyas dos cordilleras, donde teníasu centro de acción y de poderío elenemigo, supo cruzar audaz,venciendo escabrosidades ypeligros. Tanto asombró estamarcha, que los mismos contrariosno quisieron dar crédito a quepudiera realizarla tan corto número

de soldados, y suponiendo que setrataba de una gruesa columna,vieron entre sus manos una victoriade importancia, garantizada por lasventajas del terreno, y se movierona su persecución en grande número.Mota y los suyos debieron susalvación a la fortuna, que, aúnreservándolos para una próximadesdicha, quiso evidenciar, sinembargo, todo el esfuerzo y todo elvigor de aquellos hombres dignosde mejor suerte, y, desde luego, delos honores del recuerdo.

Mota en Baler, cediendo a laconfianza que inspiraban alcomandante político-militar loshabitantes del poblado, incurrió enla imprudencia de fraccionar eldestacamento, alojando 10 hombresen el cuartel de los civiles, otros 18en casa del maestro de escuela y elresto en la comandancia. El seacomodó en la casa del maestro,como sitio más céntrico[2]

limitándose a establecer uncentinela en la plaza (V. el plano)para vigilar aquellos tres

alojamientos, donde no era posibledefenderse por la estrechez einseguridad de las viviendas.

Contrastando con tan apaciblesoptimismos, fundados en latranquilidad anterior y la ignoranciade la revolución que amenazaba, elpárroco del pueblo, a quien debesuponerse bien al corriente de lascircunstancias del momento,escribía estas significativaspalabras a un colega suyo en elsacerdocio y rectorado: «Aquí hanestado unos barcos de guerra para

reconocer el país, figúrate lo quehabrán reconocido, y ademástenemos cincuenta cazadores almando de un teniente muy joven;estas son calamidades que Diosnos manda y que tenemos queaguantar».

Así era efectivamente, pordesgracia. Trabajados mucho losánimos en todo aquel distrito porlos confinados políticos, tanto lavista y los desembarcos del crucerocomo el envío de la pequeñaguarnición, más que a impedirla,

debían contribuir a precipitar larebeldía, puesto que de una partecarecían de fuerza y de los recursosnecesarios para sofocarla en debidaforma, y de la otra, con su presenciaextraordinaria, verdaderamenteanormal, daban motivo parasuponer en todo el resto de la islaun trastorno grandísimo, cosa queallí no podría menos de producirefectos sugestivos, sonando comotoque de alarma que llamase a lainsurrección comprometida.

No tardaron, pues, mucho las

calamidades anunciadas. El día 7de Octubre se recibió un telegramaen la Comandancia general delapostadero, participando elcomandante del transporte Manilaque al desembarcar en Baler paraver si ocurría alguna novedad, sehabían hallado en la plaza con la dealgunos cadáveres de soldados eindios y la de haber sido víctima deuna sorpresa el destacamento, cuyacasi totalidad había sidovillanamente asesinada. Laocurrencia tuvo lugar el día 5, sólo

quince después de su alojamientoen el poblado.

** *

En vista del desastre, queprodujo gran extrañeza en la capitaldel archipiélago, porque no se teníanoticia de que por el distrito delPríncipe anduviera ninguna partidainsurrecta, dispuso el general enjefe que el capitán de InfanteríaD. Jesús Roldán Maizonada, con su

compañía, también del batallónexpedicionario núm. 2, fuerte deunos cien hombres, marchara el día8 en auxilio de los supervivientesdel ataque, y a bordo del transporteCebú. Diéronsele instrucciones y elencargo de ir recogiendo lasnoticias posibles, en todos aquellospuntos a que arribaran.

Llegados a la barra deBinangonan, el comandante de uncañonero allí estacionado les hizonotar las dificultades de laempresa: Ignoro —dijo— lo que

puede haber sucedido, pero se tratade una partida numerosa y llevanustedes muy poca gente para elcaso.

El 16 llegaron a Baler eintentaron desembarcar; pero nopudieron hacerlo, en vista delempeño con que se apercibió a laresistencia el enemigo, fuertementeatrincherado en la playa. Era yatarde para formalizar el ataque yestaba muy picada la mar. En vista,pues, de lo intempestivo de la horay lo imposible de maniobrar con la

prontitud y soltura que lascircunstancias requerían, elcomandante del transporteSr. Barrera, y el capitán Roldánacordaron seguir en demanda delManila, que debía estar próximo.

En el fondeadero de Casigurán,donde a poco trecho le hallaron,pusiéronse al habla con el oficialque lo mandaba y por éste supieronque la mayor parte de la dotaciónde dicho barco estaba sitiada enBaler con los restos de aqueldestacamento. Habían acudido en su

ayuda y desembarcado fácilmente,pero una vez en tierra, se habíanpresentado fuerzas muy superiores,y ellos tuvieron que limitarse a ladefensa.

Ambos jefes de marina y elcapitán Roldán concertaron sobre lamarcha el plan de ataque, difícil,pero inaplazable por el extremo enque se debía de hallar nuestra gente.Quedó, pues, acordado que alamanecer del 17 se partiría sobreBaler, debiendo el Cebú proteger eldesembarco, merced a una pequeña

pieza de artillería que llevaba en laproa. Tal se dijo y tal se hizo. Elcombate se inició al mediodía y aúncuando los rebeldes trataron dehacerse fuertes en el río que separala iglesia de la playa, oponiendouna vigorosa resistencia, fuerondesalojados y tuvieron queretirarse. Nuestros pobres infantes,que llevaban muchos días deincesante combate, se hallaban,como es de suponer, en un estadolastimoso. Pocas horas después dehaberse ahuyentado al enemigo se

presentó un soldado que habíapodido escapar a la sorpresa, yvagado los doce días por el bosque,sin otros alimentos que losnaturales de tan inclemente refugio,agenciados como Dios le habíadado a entender, temiendo a cadamomento ser cogido, y, en ciertaocasión, obligado a pasar muchashoras tendido e inmóvil junto a uncentinela insurrecto, bebiendo elagua que le caía de los cielos yesperando la muerte, pero sinpensar un momento en alistarse con

los enemigos de su patria.La sorpresa del destacamento

había tenido lugar el día 5, en lamadrugada. Una partida numerosa,formada con gentes del pueblo, deSan José, Casigurán y Binangonan,se acercó aprovechando laobscuridad, dio muerte súbitamenteal centinela y atacó al mismotiempo los alojamientos de la tropa.Toda resistencia fue inútil; Mota ynueve soldados perdieron la vida;nueve resultaron heridos y otrosocho, con un sargento y un corneta,

prisioneros. Los rebeldes sellevaron también a los cincoguardias civiles veteranos, con susrespectivos armamentos, veintiúnfusiles más, correajes y municiones,y al párroco del pueblo Fr. CándidoGómez Carreño. Los soldadosilesos corrieron a la iglesia con elpropósito de resistir a todo trance,como efectivamente lo hicieron,auxiliados por doce hombres de ladotación del Manila, cuyo médicosirvió de mucho a los heridos.

El motivo de aquello, según

decían los rebeldes, era eldestacamento, cuya presencia lesdisgustaba, efecto indudablementeproducido por la semilla que allídejara, un año y otro, ladeportación filibustera.

El día 19 embarcaron la fuerzasitiada, y el Sr. Irizarri,posesionándose interinamente de laComandancia político-militar elcapitán Roldán, que por esta razónno hizo entrega del mando de sucompañía, y se apresuró,escarmentado por los hechos, a

fortificarse en la iglesia, dondeacogió también a unas docepersonas que habían quedado en elpueblo. Como faltaban víveres,tuvo que facilitarlos el Manila, ycuando éste, imitando al Cebú, levósus anclas, quedó reducida lacabecera del distrito del Príncipe asu iglesia, defendida por escasatropa, incomunicada por tierra, conauxilios no muy fáciles de la partedel mar, y rodeada de unapoblación sin vecinos ¡tristepresagio, que no se tuvo en cuenta,

de lo que había de suceder másadelante!

** *

Si; Baler quedabaincomunicado por tierra. Lasfuerzas insurrectas, bien queahuyentadas por el envite de lacompañía de Roldán y susauxiliares, no habían hecho más queretirarse del poblado, acogiéndosea las fragosidades inmediatas, y

desde aquellas apercibíanse aldesquite.

Pocas horas después de haberdesaparecido los barcos, el día 21,volvieron al ataque, perdiendo en élun correaje, ciento treinta y tantoscartuchos y un machete. A lamadrugada siguiente (día 22)trataron de incendiar el convento,adosado a la iglesia, pero sinresultado. Los días sucesivos fuenecesario continuar rechazandosendas acometidas que, sino muyformales, bastaban para recluir al

destacamento, sujetándole afatigosa vigilancia.

El 13 de Noviembre tomaron yamás bríos las tentativas enemigas.Con motivo de la presencia delcrucero de guerra D. Juan deAustria que llevaba raciones,llegaron hasta oponerse aldesembarco. No pudieron lograrloy las raciones fueron bajadas a laplaya; pero no permitieron que lastrasladaran a la iglesia, sosteniendopor espacio de algunos días tannutrido y constante fuego, que

hubiera sido temeridad elintentarlo.

Una de aquellas noches sepresentó el cabo de la GuardiaCivil Pío Enríquez, jefe del puestoque había caído prisionero cuandola sorpresa de Mota.

Venciendo por fincontrariedades y peligros, bajo unalluvia tenaz que las averiaba ydificultaba su transporte, pudieronser entregadas las raciones, y elcomandante del crucero ver por suspropios ojos la suerte que debería

correr aquella fuerza si el enemigo,para impedir nuevos auxilios, seatrincheraba tras de los dos brazosdel río que por la parte del marhace imposible a veces lacomunicación con el poblado.

Así debió de verlo, puesofreció gestionar la supresión, deldestacamento, cuyo riesgo eramucho y cuya inutilidad no podíaser más evidente. Quiso, en efecto,desembarcar también un bote quetraía para reconocimientos de lacosta; pero el capitán Roldán se

opuso con mucha razón a que lohiciera, porque no disponía degente del país que lo tripulase, ni defuerza bastante para su guarda, si loabandonaban por la playa. Esto eraincontestable y ponía de manifiestola única misión que podía llenaraquella tropa, sufrir un día y otrolas acometidas enemigas, ejercitarcon su tiroteo al insurrecto y correrde continuo el peligro de unasorpresa o de un asalto.

Como el D. Juan de Austriallevó las órdenes nombrando a

Roldán comandante político-militarde aquel distrito, se hizo entrega delmando de la precitada compañía eloficial más antiguo de la mismaD. Darío Casado López.

Resumiendo ahora losacontecimientos que siguieron,baste decir que las circunstanciasfueron siendo peores cada día: enlos últimos de Noviembre setuvieron qué sostener recioscombates para oponerse a laconstrucción de trincheras; luegohubo que ir cediendo ante los

avances de la fuerza, dejar que lasabrieran, presenciar comoadelantaban a cerrarse, y el día 11de Enero del año 1898 ver ya, porúltimo, sentado y formalizado elnuevo sitio.

Por esto el día 18 fue necesarioejecutar una salida vigorosa paraponerse al habla con el vaporCompañía de Filipinas queaportaba recursos. Algo pudoindicársele, merced a loextraordinario del empuje, de latriste situación a que se veía

reducido el destacamento, pero niun solo vívere consiguió recogerse,y el barco tuvo que hacerse a la maren busca de refuerzos, que solicitódesde Atimonan, del general enjefe, puesto de acuerdo con elcomandante de la guarnición deBinangonan.

Por los comienzos de nuestrasdiscordias civiles se ha visto másde una vez quedar un puesto aisladoen las circunstancias de Baler; se hatenido que necesitar de rudoesfuerzo para ir a socorrerlo,

acrecer las dificultades en elauxilio, no importar nada supermanencia, y sostenerlo porciertas consideraciones de un efectomoral equivocado. Lo mismo sehizo entonces, la primera vez,cuando la desgracia del anteriordestacamento, se había mandadouna compañía de cien hombres quesólo pudo sustituir a los sitiados,falta de medios para ningunaoperación contra los enemigos;ahora esa misma tropa se hallabacompletamente rodeada; su

presencia sólo había servido, paraexcitar las acometidas insurrectas;había que salvarla, y fue preciso yaorganizar una columnarelativamente numerosa, de 400hombres, cuyo mando se dio alcomandante de Infantería D. JuanGénova Iturbe, personailustradísima y escritor militarventajosamente conocido; pero estaexpedición sólo llevaba el encargode levantar el sitio, batir elterritorio y dejar otra vez aldestacamento en su destino: de no

haberse firmado el convenio deBiac-na-bactó, quien sabe laimportancia que hubieran tenidoque revestir en lo sucesivo estosauxilios.

Pero afortunadamente aquellanominada paz coincidió con laexpedición de la columna, queforzando las marchas pudo llegar aBaler el día 23, en cuya madrugadaprecisamente, valiéndose de unpapel puesto en el extremo de unpalo, que a favor de la nochedejaron clavado en las cercanías de

la iglesia, el cabecilla enemigohabía noticiado aquelacontecimiento al capitán Roldán.

Confirmada tan satisfactorianoticia por Génova y el comandantepolítico-militar de la Infanta, quienañadió el encargo de ir admitiendolas presentaciones que se hicieran;levantado con ello el sitio, pudieronestimarse por dentro los trabajosde quienes lo habían padecido.

A los muchos que ya se dejanapuntados; a la escasez y malacondición de los víveres, fuego

incesante, reclusión obligada trasde los muros de la iglesia y unservicio penoso, habían agregado elde faltarles todo elemento sanitario,careciendo, pues, de medicamentosy de médico habían tenido quepresenciar el amargo espectáculode ver a sus enfermos y heridospoco menos que abandonados,inútil es hablar de lo mucho quedesalienta este abandono. Enfermosno hay que decir si los habría, y encuanto a heridos, sólo del combatesostenido el 11 de Enero, día en que

se cerró el sitio, habían resultado16 individuos y un oficial. Todoello, a cambio de no habersepodido cumplimentar ninguna de lasinstrucciones ordenadas al capitánRoldán; merece meditarse.

Curados unos y otros, a lallegada de la columna de socorro, yfranqueada la situaciónabiertamente con la pacificaciónarreglada, el comandante Génova sededicó a reconocer los contornos yrecibir presentaciones, entre lascuales hubo la de un titulado

coronel Calixto, y que si no fueronmuchas, dieron la nota expresiva deser todas ellas sin armas, indicioclaro de lo inseguro del arreglo.

EL SITIO

(PRIMERA PARTE)

DE FEBRERO A NOVIEMBREDE 1898

IEl RELEVO

Nuevo destacamento.— El capitánLas Morenas.— Incorporación.—

Relevo.— Falta de víveres.—Incidencias.— Primeras

disposiciones.— Política deatracción.— El maestro Lucio.—

L

Sin luz y descalzos.— Peticionesdesatendidas.

OS padecimientos sufridos por lacompañía de Roldán, hicieron quese ordenara un relevo, peroreduciendo éste a solo cincuentahombres, que tocó dar también alexpedicionario núm. 2. El tenienteD. Juan Alonso y yo fuimosnombrados para mandar aquellafuerza.

Los hechos de que Baler habíasido teatro últimamente, daban

lugar a una buena porción decomentarios, que girando sobre lascondiciones del distrito, no lehacían seguramente muy simpático alos que allí teníamos que ir sin otramisión que la del servicio de lasarmas. En tiempos normales,cuando los vientos de insurrecciónno hubiesen todavía oreado aquellaespecie de Barataria[3], en losbuenos tiempos de Filipinas, talvez aquella zona pudiera tener susparticulares atractivos; quizáspodía tenerlos aun para los

crédulos de Biac-na-bactó y losconfiados en la regresión a otrosdías felices de tranquilidad ybonanza; pero a los queadvertíamos la palpitación deaquella gente, porque nocerrábamos ni los oídos ni los ojos;a quienes percibíamos lo transitoriode la calma, no podía regocijarnosel envío, allí adonde sabíamos quesólo nos aguardaba la pasividad yla emboscada.

Tal era el crédito que se habíamerecido el tal destacamento, con

lo sucedido en aquellos cincomeses y la evidencia consiguientede sus circunstancias geográfico-políticas; que al salir de Manila, enla mañana del 7 de Febrero de1898, nos dijo el primer jefe delbatallón, cuando embarcamos: «Vanustedes a un pueblo donde al ¡quiénvive! de los centinelas responden¡Katipuman!; procuren atraerse alos naturales llamándolos conbuenas maneras y diciéndoles:hombre; Katipuman, no; mabutitao[4]. Aquello no es muy bueno,

pero, en fin, sólo van ustedes pordos meses».

Habiendo coincidido connuestra partida el nombramiento delcapitán de Infantería D. Enrique delas Morenas y Fossi, paracomandante político-militar deldistrito de El Príncipe, hicimosreunidos el viaje, que duró cincodías, y de cuyo itinerario parécemede oportunidad breve reseña, por loque pueda indicar, ya en plena paz,sobre los medios de comunicaciónde aquel distrito con la capital del

Archipiélago.Por el río Pasig, hermosa vía

cuyas poéticas orillas danconstantes ejemplos, bien que sóloiniciados, de lo que puede hacersecon el trabajo y la civilización enFilipinas, condújonos el vaporhasta Santa Cruz de la Laguna,donde nos detuvimos aquella noche,saliendo para Maubán al otro día.Dos nada menos tardamos enrecorrer esta corta distancia,pasando por Magdalena, Majaijay,Lumbán y Alfonso. La primera

jornada pudo Las Morenas ir acaballo, pero la segunda fue precisollevarlo en hamaca, rendido por lasneuralgias que sufría. Llegados aMaubán, hubo que aguantar nuevaespera mientras llegó un transporte,que zarpó de Manila tres días antesde que saliéramos nosotros, yembarcados en él llegamos anuestro destino el 12 por la tarde.

En dicho transporte fuerontambién a Baler con nosotros Fr.Cándido Gómez Carreño,prisionero cuando la sorpresa de

Mota, que volvía de nuevo a suparroquia, y el entonces médicoprovisional de Sanidad Militar,D. Rogelio Vigil de Quiñones yAlfaro, que llevaba el encargo deorganizar y dirigir la enfermería deque tanto se había necesitadoanteriormente. Acompañábanle adicho efecto un cabo y un sanitarioindígenas, con otro sanitarioeuropeo; personal, por lo visto, quese consideraba suficiente.

El río, desbordado hasta unoscuantos pasos de la iglesia, nos

ofreció la primera dificultad anuestro arribo, pues algunasraciones, que para la fuerza sedesembarcaron al llegar, tuvieronque permanecer más de tres díasabandonadas en la playa yestropeándose a la intemperie.

Aquel dichoso río fue siemprecomo un foso de incomunicaciónpara el destacamento. En otrascondiciones hubiera podidoservirnos de utilidad y aun deresguardo; pero con sus vueltas ysus revueltas y crecidas, invadeable

la mayoría de las veces, no podíaservirnos más que de red que nosdetuviera y nos aislase.

Tenía un puente que, arrebatadopor las aguas, no dejó más que lospilares de su asiento, recios, demampostería, que hubieran podidoservir para la reconstrucción sinmucho esfuerzo, pero que sedejaron a la corriente porinútiles[5]. En cambio se consideróresuelto el problema con un boteque se hacía pasar cogiéndose losconductores a un bejuco, tendido de

una orilla a otra, de igual maneraque algunas barcas en España. LasMorenas acordó nombrardiariamente un indio paradesempeñar este servicio, peroaquél se marchaba cuando mejor leparecía, y como no faltaban lospasajeros, pues casi todo el pueblovivía de la pesca y la sal, eracontinuo su tránsito y continuotambién el esperar los de un lado aque alguien pudiera traerles el bote,que había sido abandonado en elopuesto. Sin darnos cuenta, era este

un medio de recordar a tales gentesnuestro aislamiento cuando nosprivaran de aquel paso.

Hecho el relevo de lacomandancia político-militar porlos respectivos capitanes, y deldestamento por los oficialesrespectivos[6], pasaron a bordo, enel mismo transporte que nos habíaconducido, Génova con su tropa,Roldán y la compañía destacada,zarpando el buque por la derrota deManila, luego que, tranquilizada lamar, pudieron levar anclas para

salir de la ensenada.Su partida es en realidad como

la escena primera de la tragediacuya relación me propongo.Aquellos víveres que nos dejabanpor la playa eran los últimos quedebía recibir el destacamento, conellos y los almacenados en laiglesia debíamos afrontar un largositio ¿quién lo hubiera pensado? niun hombre, ni un cartucho, ni unsaco de galleta debíamos ya recibirde nuestro ejército.

No escaseaban las municiones

que teníamos; pero no sucedía lomismo en el inventario de raciones.Cuando todas quedaronalmacenadas en la iglesia pudimosver lo muy averiadas que sehallaban, así por las condiciones enque la mayor parte se habíandesembarcado y conducido, comopor las de su depósito, que a lasobra de humedad y estrechezreunía la falta de ventilación ysoleamiento. No fueron muchas, porotra parte las que llegaron connosotros, y la columna de Génova,

con el diario consumo de suscuatrocientos individuos y laexpansión natural de lo que abunda,se había surtido de los artículosmejores, quedando sólo intactos losaveriados e inservibles.

Tanta fue a pocos días ladescomposición a que llegaron ytanta la imposibilidad deutilizarlos, que fue necesario darcomo baja y arrinconar una granparte. Gestionando el remedio a laescasez que por consiguienteamenazaba, procuramos desde

luego granjearnos las simpatías delpoblado, comprándole cuanta carney pesca nos ofrecía, pagándologenerosamente al precio que fijabany estimulando por consecuencia sucodicia. Siguiendo esteprocedimiento se fue logrando queregresaran los ausentes, quevolvieron de nuevo a sus ordinariastareas, y reducir el gasto denuestras vituallas disponibles.

No pudo, sin embargo,continuar esta reducción muchotiempo. Cizañada la fuerza por el

cabo Vicente González Toca,espíritu indisciplinado a quien tuveque hacer fusilar más adelante,protestó reclamando que no sepusiera en el rancho ni carne decarabao ni de venado. Había queatenderles, y se dio conocimientodel hecho al Capitán general, parala resolución oportuna, que fue deconformidad con lo reclamado porla tropa; y como si aquel Balerhubiera sido una factoría bienprovista, fácil de reponer, sedispuso igualmente que a los

vecinos del poblado, teniendo encuenta la escasez de los medios devida que tenían, se les vendiesenlos víveres o raciones que pidieran.A esto siguió[7] una relación deprecios y otra de los artículos que acada clase de racióncorrespondían[8], pero ni aun elanuncio del oportuno suministro.

El destacamento se alojó losprimeros días en la iglesia, lugarque los acontecimientos habíandemostrado ser el más a propósito;

allí a lo menos había medios paraevitar una sorpresa, allí estaba eldepósito, buenas o malas, pocas omuchas, de las raciones queteníamos, allí nuestras municiones yallí el refugio extremo, llegado elcaso de alguna desagradablecontingencia, pero el capitán LasMorenas, queriendo seguramentedar a entender sus vivos deseos deintimidad y confianza, significó alteniente Alonso, jefe de la sección,la conveniencia de que la tropa seacomodara en la Comandancia

militar, donde él tenía su residenciay oficinas, quedando sólo para elresguardo de la iglesia, unapequeña guardia bajo las órdenesde un cabo. Así se hizo, y cuandofue retirado el puesto de la GuardiaCivil, que diariamente vigilaba laplaya con dos números, para evitarqué alijaran armas, se mandótambién a dicho servicio una o dosparejas de soldados.

El comandante político-militarbuscaba sobre todo el renacimientodel poblado, su regeneración

administrativa, la conformidad yavenencia de sus habitantes. Eraoptimista y se proponía reducirlosmoral y socialmente. Mucho logró,en efecto, con las relacionescomerciales de que ya dejohablado, pues al cebo de laganancia y al seguro de haberseolvidado completamente lo pasadofueron volviendo a sus respectivosdomicilios. Bien es verdad que aesa repoblación debió de contribuirpoderosamente la normalizaciónque se iba restableciendo en toda la

isla, más que real aparente, y, segúnvoz del pueblo, transitoria, hastaJunio, pero que al fin y al caboservía para tranquilizar mucho losánimos. Era el capitán LasMorenas, también, de un porte muyagradable con los indios; atento yexpansivo, fiaba demasiado en lassimpatías de aquellos.

Gracias a lo primero pudorecaudar algo del impuesto decédulas personales, timbre yalgunos otros que debían pagar losnaturales del país. A consecuencia

de lo segundo tuvimos pronto quelamentar una desgracia.

Había tomado por consultor oconsejero, que así a lo menos sededucía de su intimidad en el trato,al maestro de la escuela, de nombreLucio, quizá buscando la referidasimpatía, y se había dedicado consingular actividad al cultivo de losterrenos afectos a la Comandancia,valiéndose para ello de laprestación personal. De aquellaespecie de granja, prueba de suconfianza en la paz, encargó a dicho

maestro, quien no tardó, por ello encaptarse la enemistad de todo elpueblo. Sucedía efectivamente quelos vecinos cumplían de muy malagana este servicio, murmurandoque, por lo particular de su objeto,nada tenía que ver con la prestaciónde sus personas, legalmenteordenada; que se les perjudicaba ensus intereses; que aquello era unabuso. De modo y manera quemientras el capitán suponía que,merced a los atractivos de sumanera de portarse, cuanto él

mandaba era sabido y obedecidocon agrado, los otros, por elcontrario, renegaban, y, en su afánde satisfacerse con alguno,inculpaban a Lucio de aconsejar taninconveniente servidumbre.Siguieron, pues, la murmuración ylos trabajos, pero la nube debió deirse agrandando y electrizando entales términos, que el pobre maestrofue asesinado por algunos delpueblo.

Por cierto que a este individuohubo que agradecerle también, por

nuestra parte, no haber hecho contiempo y buenas condiciones lo queluego nos fue tan necesario, y tansalvador, y tan sencillo.

Como Baler no tenía más aguaque la de un canal que lo rodeabapor el sur y el oeste, a cuya opuestaorilla comenzaba la espesura delbosque, y como quiera que lossusurros del alzamiento no dejabande propagarse, me ocurrió el trancecrítico en que deberíamos hallarnossi, teniendo que afrontar nuevositio, nos encontrábamos sin agua,

ya porque nos privaran de ella,cortando el mencionado canal, loque no era difícil, o ya porque,situados y ocultos en el bosque, noshicieran imposible tomarla, puestoque desde aquél y al abrigo de lacortina del ramaje, podríanfácilmente cazarnos o fusilarnos amansalva.

La poca elevación del terreno, yla cercanía del mar,convenciéronme de la sencillez deabrir un pozo. Así lo indiqué a LasMorenas, señalando la plaza como

lugar más a propósito, yexponiéndole razonadamente misrecelos. Atendió la propuesta entredescuidado y conforme, diciendoque lo consultaría con el maestro yasí lo hizo, pero como éste learguyera, faltando seguramente a laverdad, que ya en otras ocasioneshabían querido abrirse algunospozos y que no habían obtenidoresultado, quedó en dicho yabandonado mi proyecto.

Con la recaudación de lascédulas, papel sellado y sellos de

correos, iba la Comandanciasaliendo de sus apuros delmomento. El señor Irizarri se llevóal marchar todo cuanto dinero habíaen ella; Roldán no había llegado nia percibir un sólo céntimo, y deManila no se acordaban demandarnos. Las Morenas emperocon los recursos que pudo irprocurándose, y que, según miscálculos, no debieron de pasar deunas 10.000 pesetas, fueabonándole al cura para lasatisfacción de sus haberes, al

destacamento para el socorro delsoldado y a nosotros las pagas; lomismo hizo con el Sr. Vigil ysanitarios, mas nada pudo hacersepara otras muchas necesidadesevidentes y perentorias, como era,entre otras, la instalación de laenfermería.

Bregando, pues, contra laestrechez y el abandono llegó unmomento en que la tropa no tuvo yacon que poder alumbrarse por lanoche; las provisiones, como yadejo dicho no abundaban; faltaban

elementos para reponer el vestuarioy la gente lo iba necesitando conapremio; no teníamos de repuesto niun mal par de zapatos y aquellosmalaventurados muchachosquedábanse descalzos: hubo quepedir todo esto y pedirlo coninsistencia, con la insistencia de lanecesidad evidenciada, lógica,inexorable, pero, amargo esdecirlo, no fuimos atendidos;razones poderosas creo yo, desdeluego, que obligarían a ello; nopretendo inquirirlas, ni examinarlas

ni juzgarlas, pero el hecho es, ybien merece después de todoconsignarse, que desde el día 12 deFebrero del año 1898 que llegamosa Baler, hasta el 2 de Junio de1899, fecha de nuestra memorablecapitulación, no recibimos, como yadije antes de ahora, ni un centavo,ni una galleta, ni un cartucho.

IICOMIENZA El SITIO

Renace la insurrección.—Incomunicados.— Fuga de un

preso.— Cerrazón.— Nuncios deataque.— Fuga del vecindario.—

Sin ropa.— Medidas deprecaución.— Más deserciones.—

A

Todos a la iglesia.— Primercombate.— Sitiados.

QUELLA inquietud de unprincipio, indicio claro de que lapaz de Biac-na-bactó no era másque un entreacto; aquel susurro deuna segunda y vigorosísimarebeldía, que llegó a señalar paraJunio la chispa del incendio, fueroncreciendo con alarmante desarrollo,como el rumor del trueno que,producido en las alturas, parececaer rodando por las vertientes y

despeñaderos de la sierra.En Abril de 1898, supe ya que

se reclutaba gente de Carranglán,Pantabangán y Bongabon, para unapartida cuyo centro de reuniónestaba en San José de Lupao. Tratésigilosamente de averiguar si eracierta la noticia, y por algunosvecinos del mismo Baler, quehabían ido en busca de arroz adichos pueblos, conseguícomprobarla: «A nosotros —medijeron— también nos han queridoalistar y nos han ofrecido buen

dinero».Seguidamente lo avisé al

comandante político-militar y al dela fuerza, quienes me contestaron, elprimero, que lo pondría enconocimiento del Capitán general, yel segundo, que lo haría saber porescrito al comandante del puesto dePantabangán, para que tomase lasresoluciones oportunas.

En la segunda quincena deMayo[9], las noticias se agravaronpúblicamente. Aquella partida,bastante numerosa ya para lanzarse

al campo, hízolo desde luegosimultánea y resueltamente, seapoderó de los dichos pueblos,donde se había reclutado, y noscerró del todo las comunicacionesinteriores con el resto de la isla.

Pronto advertimos la estrechavigilancia con que se cuidaba estecierre. El 1.º de Junio remitimos aManila los justificantes de revista ycon ellos la documentación deMayo; correo y conductores fuerondetenidos y prisioneros; pero a loscinco días consiguieron evadirse,

regresar al poblado y traernos elanuncio de, los nuevos peligros quese concitaban sobre Baler.

Era indudable que nuestropequeño destacamento seguíaexcitando la codicia y laspreferencias enemigas. Nada másnatural: Envalentonados con la fácilsorpresa de Octubre, que lesvaliera sus primeros fusilesMausser, su victoria en eldesembarco del Manila, y elacorralamiento de la compañía deRoldán; sabiendo, como debían de

saber, al detalle nuestra situación yrecursos, nuestro posibleaislamiento por la parte del mar, yconociendo la resonancia de lapresa, era lógico, digo, que seapercibieran contra Baler. Teníansegura la complicidad y laconcurrencia del poblado, creían asu alcance, aguardando no más quese adelantasen a tomarlos, cincuentafusiles con abundantes municiones,y sobre todo esto aquel deseo decopar al destacamento: deseo nosatisfecho anteriormente, y que, por

consecuencia, debía de aguijarextremadamente su amor propio;deseo, además, que podían mirarentonces, de realización biensencilla, porque tenían fuerzasobrada para ello y exceso nosotrosde abatimiento y desamparo.

Viendo la imposibilidad decomunicar al Capitán general lo quesucedía, hizo Las Morenas llamar alex-cabecilla y vecino del pueblo,Teodorico Novicio Luna, parientede aquel célebre autor delSpoliarium, a quien favoreció

España con el premio de honor enla Exposición de Bellas Artes deMadrid el año 1884[10], y lepreguntó si tenía persona deconfianza que pudiera llevar unparte al gobernador de San Isidro,para su tramitación a Manila.Contestó afirmativamente y lepresentó a un tal Ramillo, de quiendijo que respondía. Entregóse a ésteun telegrama cifrado, que se ató aun muslo por si le detenían losinsurrectos, y luego volvió diciendoque le habían efectivamente

detenido, puesto como nació, yencontrado el papel, cuya lectura nohabían podido lograr y cuyaprocedencia no había él queridodecir; que habían acabado porromper el escrito y que no le habíandejado pasar.

Ellos y Dios sabrán si todo estofue verdad o mentira. A mi desdeluego, aquello de atárselo al muslo,más a propósito para despertar lasospecha si por acaso ledesnudaban, que no para otra cosa,me ha parecido siempre del género

inocente.Procedentes de Binangonan,

llegaron a todo esto dos fontines[11]

conduciendo palay (arroz concáscara), para vender a los deBaler. No era de perder laoportunidad y así lo hicimos,confiándoles otro parte y ladocumentación, formalizadanuevamente, a fin de que losllevaran al jefe de la guarnición deaquel poblado. Aceptaron muyserviciales el encargo y partieroncon él dejándonos con la natural

esperanza, que no tardó, por cierto,en desvanecerse amargamente, puesque tan pronto como se marcharondichos barcos, hecha la venta de lamercancía que trajeran, y el encargosecreto que a buen seguro motivaríasu venida, cuando se corrió lanoticia, fundada en las que habíantraído sus tripulantes, de queBinangonan estaba yainsurreccionado.

Era una prueba más de lo quepodíamos fiar en aquel vecindario,tan reservado cuando pudo

advertirnos y tan comunicativodespués, cuando creía con lanovedad mortificarnos.

El día de San Juan tuvimos yaque anotar un mal presagio. Desdemucho tiempo antes había dosindividuos metidos en la cárcel.Incendiada ésta cuando losprimeros acontecimientos deOctubre, fue necesario trasladarlosal Tribunal, nombre que dan allí ala Casa Ayuntamiento, y en élpermanecían cumpliendo sucondena o esperando la resolución

de la causa. Ignoro cuales pudieranser las faltas o delitos que habíanmotivado el encierro, no serían muygraves, pero uno y otro erannaturales del país, hallábansedetenidos por nosotros, y a pesar delas ocasiones presentadas, el hechoes que sus compatricios no loshabían libertado. Merece repararse.

El Capitán, sin embargo, tomó auno de ellos, que decía llamarseAlejo, para que le sirviera decriado[12]. No se portaba mal yandaba con libertad por todas

partes; inútil es decir si tendríalugar de atisbaduras y de acechos.El fue quien dio la señal, pordecirlo así de la desbandada, quevino en breve como a obscurecer elhorizonte, marchándose al enemigoel día 24 de Junio, con el sable delseñor Vigil, nuestro médico.

Las Morenas dio el encargo decapturar a un tal Moisés, cabecillaen la insurrección anteriormente, elcual volvió diciendo que Alejo sehabía incorporado a los dePantabangán, partida numerosa que

vendría contra nosotros el día 27,para dar muerte a Novicio Luna,que no había hecho caso de suinvitación a sublevarse.

Mandóse llamar a éste,suponiendo tal vez que desconocíala noticia, mas como todo no eraotra cosa que una entretenida y unengaño, como sólo buscaban lapreparación de la sorpresa, y era derecelar, que les descubriéramos eljuego, ya no fue hallado en sudomicilio el tal Novicio: «Ha ido ala sementera, contestó su familia;

tardará en volver unos días». Si elhombre de confianza que aquelllevó a Las Morenas, para el parteal gobernador de San Isidro, se atóeste parte al muslo; bien pudo luegoimaginarse aquel pretexto,pensando en que nos le atásemos aldedo, como suele decirse por estacándida tierra de garbanzos.

Teodorico Novicio Luna era…el jefe de todas las fuerzasinsurrectas del distrito delPrincipe y a donde había ido erapor armamentos para la partida que,

a sus órdenes y en concurrencia conla otra de Pantabangán, debíarevolverse contra el destacamentode Baler.

Todo iba descubriéndose. El día26 fueron visibles las desercionesdel poblado, lo que anunciabapróximo ataque, de igual maneraque la desaparición de ciertas avessuele indicar la proximidad de latronada: El párroco durmió en laComandancia. Era necesario tomarprecauciones enérgicas, prontas; yasí nos lo dio a entender a la

siguiente mañana todo elvecindario, por si aúnesperanzábamos.

Al amanecer ya no quedaba niun habitante por el pueblo, todoestaba solo y abandonado, pero noera esto lo peor, que al fin y al cabomás valía estar así que malacompañados, lo más grave ysensible era que se habían llevadocon ellos el baúl de Fr. Carreño,con 340 pesos en dinero contante, y,sobre todo, la ropa interior yexterior que habían dado para lavar

nuestros soldados. Ya he dichoanteriormente como estaban devestuario aquellos infelicesmuchachos.

Teniendo, pues, que rendirse ala evidencia, se ordenóapercibirnos para defendernos en laiglesia, y durante aquel día, 27 deJunio, se trasladaron a ella unosvíveres que se habían llevado a laComandancia militar, como sitiomás ventilado, y unos sesentacavanes[13] de palay que habíacomprado el párroco a los fontines

de Binangonan, para revenderlodespués, con la ganancia noprohibida por los cánones.

Aquella tarde hubimos deañadir a los acontecimientos del díala desaparición del cabo y sanitarioindígenas, Alfonso Sus Fojas yTomás Paladio Paredes, que habíanido con el Médico. También tomólas de Villadiego mi asistente,soldado peninsular, Felipe HerreroLópez. Por la noche nos encerramosen la iglesia, con Vigil, Fr. GómezCarreño y el comandante militar,

cuya jurisdicción se desvanecíacomo el humo.

Lo mismo sucedía con elentusiasmo de todos. A nadie seocultaba que las circunstancias eranmuy críticas, el enemigoensoberbecido y numeroso,aquellos muros débiles, reducidoslos elementos defensivos, posiblela infidencia y no muy cierta lagarantía de socorro: era, en fin,llegado el momento, siempreangustioso, en que la voz del honorse alza imponiendo la consumación

del sacrificio, y una muerteprobable, inminente, sin otra gloriavisible que la de nuestra propiaconciencia, surge humillando con elsudario del olvido.

Aquel mar desierto, con el ríopor antefoso invadeable; aquelpueblo desalojado y silencioso; elbosque y la montaña, que se podíanconsiderar como imposibles, y elabandono que se nos veníademostrando, no eran seguramentepara inspirarnos resolución nigrandes ánimos.

La mañana del 28 hice yo ladescubierta con catorce individuos,sin novedad, y durante el díaocupamos toda la fuerza franca deservicio en abastecer de agua laiglesia, llenando unas veintitantastinajas que sacamos de algunascasas del poblado.

El 29 practicó el mismoservicio, con igual fuerza, elcomandante del destacamento, micompañero Alonso, y no se tuvoque lamentar más ocurrencia que ladeserción de un soldado, Félix

García Torres, que huía, por lovisto, de la debacle, como las ratasdel hundimiento de las ruinas.Después de todo no era el primeroni debía de ser el último. Luego nosocupamos en el derribo del llamadoconvento, que no era en realidadsino la vivienda del párroco,adosada a la iglesia. Almacenamosen sus mismas bodegas toda lamadera que produjo el derribo y,pensando en utilizarlo de corral,dejamos intacto el zócalo, de piedray unos dos metros de alto, como

cerca; yo hice coger tres o cuatrocaballos, con el fin de matarlos yaprovecharnos de su carne; perohabiendo protestado algunossoldados, manifestando que no lacomerían de ninguna manera, dicholo mismo Alonso, y no pareciendomuy conformes los otros, no tuvemás remedio que ceder a lo que medijo el capitán y ordenar que se lesdejase por el campo.

La fecha del 30 de Junio de1898 quiso ya Dios que laseñalásemos con sangre. Hasta

entonces no habíamos tenido queregistrar sino amenazas, presagios ytemores; la traición que desanima yla villanía que se burla; peroaquella mañana cerró el nublado y,lo digo sin alarde, con la llaneza deuna sensación deseada y temida,cerró el nublado y se respiró condesahogo.

Salí para realizar la descubiertacon sólo catorce hombres, el mismonúmero que los días anteriores.Todo estaba en silencio.Marchábamos con las precauciones

de ordenanza, pero sin advertirnada que pudiera inquietarnos,cuando al llegar como a unoscincuenta pasos del puente deEspaña, situado al oeste del pueblo;de pronto, el enemigo apostado enel canal que va por dicho puente,rompió nutrido fuego, y, al toque deataque, se abalanzó contra nosotros,pretendiendo envolvernos;comprendiéndolo así no tuve másremedio que disponer la retiradasobre la iglesia, adonde, no sintrabajo, pudimos llegar,

conduciendo al cabo Jesús GarcíaQuijano, herido de gravedad en elpie izquierdo, y donde fuenecesario refugiarnos a toda prisa.

Me había cabido en suertecontestar a los primeros disparos ydebía contestar con el último.

Estábamos sitiados.

III1.º DE JULIO AL 19

Primera intimación.—Apercibiendo la resistencia.—

Segunda intimación; respuesta deLas Morenas.— Desertores, no.—

Construcción de trincheras.—Gregorio Catalán prende fuego a

C

varios edificios.— Navarro Leónrepite la empresa.— Defensiva

contra el asalto.— Suspensión dehostilidades: cambio de obsequios.— Aparato y sedición.— Carta de

Fray Gómez.— Intimación deVillacorta.— No hay rendición.

ON las primeras luces de lamadrugada siguiente nosencontramos una carta que habíandejado cerca de la iglesia. En ellanos decían que depusiéramos lasarmas para evitar el derramamiento

inútil de sangre, puesto que ya casitodas las fuerzas peninsulareshabían hecho lo propio, y que todaresistencia era temeraria. Luegoañadían que formaban trescompañías sobradamentenumerosas para rendirnos: Elescrito no produjo grandeimpresión.

A lo de que hubieran capituladocasi todas las fuerzas españolas, nole dimos otra importancia que la deun ardid vulgarísimo; pero como laevidencia era incontestable y los

antecedentes que habíamos podidoir sumando revelaban que lascircunstancias debían de ser muycríticas y el trance muy tenaz,comprendimos que la cosa iba paralargo, y procuramos, con la naturalactividad, prepararnos para ello, entodo cuanto se hallase a nuestroalcance. La decisión había sucedidoal recelo y algo muy grande sedespertaba en nuestras almas.

Volví por mi parte a insistir enlo del pozo, porque si estrechabanel cerco y no podíamos salir de la

iglesia, como al fin sucedió, nohabía otro camino que rendirnos,inmediatamente a discreción. LasMorenas andaba, creyendo a piesjuntillas en lo dicho por el difuntomaestro, pero acabó porautorizarme, y con cinco soldadospuse manos a la obra. Bien prontoel éxito demostró que no habíaproyectado ningún imposible, puesa los cuatro metros de profundidadse halló agua en abundancia y losuficientemente potable para lasnecesidades de la vida. Nada

teníamos que temer de la sed; peroel suelo era muy arenoso por abajo,la corriente subterránea muy fuertey el hoyo se cegaba enseguida. Eranecesario revestir las paredes ypara ello deshicimos un poste depiedra que había en el corral; nobastando esto, encajamos mediapipa de vino en el fondo. Micompañero Alonso, con el resto dela fuerza disponible se ocupómientras tanto en terraplenar laspuertas y ventanas, que no pedíamenos el buen armamento de que

disponía el enemigo.Al día siguiente, de mañana

también, porque no se acercabansino protegidos por la noche,recogimos a unos diez pasos de laiglesia una segunda misiva, y porcierto que la dejaron de una maneratan extraña que no pudo menos dechocarnos graciosamente. Sehallaba metida en la hendidura deuna caña, ésta clavada por unextremo en el suelo y por el otrocubierta con una hoja de platanera,sin duda con objeto de que la lluvia

no humedeciera el contenido. Por lovisto no querían darnos motivo paraque pudiéramos calificar susmensajes de papeles mojados.

Aquella segunda carta reducíasea quejas por incontestación de laprimera, lo cual, decían, «no eracumplir con el deber decaballeros;» luego ampliaban lo yaparticipado en aquella sobre lamarcha victoriosa de lainsurrección, asegurando que teníandominadas la mayor parte de lasprovincias de Luzón, y que la

misma capital, Manila, estabasitiada por 22.000 tagalos, quehabían logrado cortar las aguas desu diario abastecimiento y puéstolaen el trance inminente de sucumbira la sed o capitular.

Esto seguramente lo decían porla situación a que nos habíanreducido cortando el canal,suponiendo limitada nuestraprovisión de agua, y angustiados,por tanto, con la inmediataprivación de tan necesarioelemento.

La respuesta de Las Morenasfue adecuada y conciliadora.«Manila no se rendirá por la faltadel agua, les decía, mientras puedautilizar la del mar que tan abundantese le ofrece». Seguíaaconsejándoles que no se hicieranilusiones, que dejaran las armas yque volvieran a la obediencia quedebían, que su comandante político-militar los aguardaba con losbrazos abiertos. Finalizabarecomendando que no dejasen máscartas en las cercanías de la iglesia,

que para enviarlas tocasen atención,y que, si respondíamos con lamisma señal, enviasen a unparlamentario con el escrito, perouno solo y con bandera blanca.También les indicaba la forma conque se les daría contestación:Nosotros izaríamos otra banderablanca, tocaríamos atención, y ellospodían comisionar un individuo queviniese a tomar la respuesta. Sehabía decidido no enviarles ningúnsoldado para evitar que losdesertores pudiesen catequizarlo y

atraérselo.Uno de aquellos miserables,

Felipe Herrero López, que habíasido asistente mío, tuvo el cinismode presentarse a recoger estacontestación. Salí yo mismo adársela y traté con las mejorespalabras que pude hallar a mano, deque volviese al destacamento, pero,recogiendo el mensaje, norespondió una sola palabra y sevolvió corriendo a los suyos,campamento para él de infidelidady de vergüenza.

El día 3 nos enviaron nuevacarta con otro desertor, FélixGarcía Torres, al que ya noquisimos recibir, diciéndole quehiciera saber al enemigo que si enlo sucesivo continuaba eligiendoemisarios de aquella clase, losrecibiríamos a tiros. Supongo quelo harían por juzgarles más aptospara entenderse con nosotros,quizás porque su pérdida, si ocurríaun percance, no les pareceríaestimable, por todos menos porinjuriarnos, pero no podíamos

admitirlos, su presencia con lamisión y el consejo de queabatiésemos la enseña, la mismaque sus labios traidores habíantocado, jurando morirdefendiéndola, era un cobardeultraje que de ninguna maneradebíamos tolerar ni permitirnos.

Aquel mismo día, siendoimposible ya salir de la iglesia, porel constante fuego que nos hacían,fue necesario levantar algunasbaldosas para construir un horno enel corral, pues no teníamos pan de

repuesto cuando nos encerramos yhacía setenta y dos horas que sehabía concluido el último pedazo.

La obra con todas lasdeficiencias que son de imaginar,pero útil desde luego para lacocción de tan precioso artículo, sedejó terminada por la tarde. Parafacilitar el lavado de la poca ropaque todavía nos quedaba, gracias alhonrado vecindario, que no pudollevársela toda, partimos por mitad,aserrándola, otra pipa de las delvino, como la enchufada en el pozo,

y tuvimos con ello dos hermososbarreños de madera. Unas latas quehabían tenido carne de Australiaservían de cubos para llenar estelavadero. Sólo nos faltaba materialcon que utilizarlo, pues algunostenían que desnudarse o pocomenos, si querían vestir de limpio.

En tanto que nosotros nadaomitíamos para continuar laresistencia, tampoco se descuidabael adversario. Reducidos alestrecho recinto de aquella humildeiglesia, donde nunca pareció como

entonces tan remoto el culto divino,y donde seguramente nunca fue Diostan invocado y reverenciado comoen aquellos días tan amargos,tuvimos que presenciar uno y otro,sin poder impedirlo, como ibanalargándose las trincheras del sitio,ciñéndonos y estrechándonos,formando con sus enlaces algo muyparecido a la red que aperciben tanhabilidosamente las arañas, a fin deasegurarse contra, los arranques ytentativas de su presa.

No podíamos neutralizar

aquellos trabajos porque lasuperioridad numérica del enemigoera mucha, y cualquier tentativa noshubiera ocasionado bajas inútiles,un desastre material y moral a queno debíamos arriesgarnos. Tampocoellos realizaban aquel aprochedescubriéndose; conocíanseguramente los peligros de hacerloy se amparaban de las tinieblas dela noche. Ya estábamos alerta paradisparar hacia el ruido, pero el quehacían las olas del mar próximo,concurrían también a protegerles.

Así pudieron llegar con susreferidas trincheras como hastaunos cincuenta pasos de nosotrospor unos lados, y hasta sólo veintepor otros, trazando una especie delínea de contravalación irregular,pero que de trecho en trecho secubría y flanqueaba con las casasmás inmediatas a la iglesia.Enfilando a ésta por donde lespareció más vulnerable,terraplenaron algunas de aquellasviviendas, transformándolas enverdaderas obras de campaña que

los ponían bien al abrigo denuestros proyectiles y desde lascuales podían hostilizarnos a susabor, merced a una especie deatrincheramiento aspillerado quesobre cada una levantaron,perfectamente acondicionado yrevestido.

Hasta el presente no he tenidomás remedio que mencionar larepetición de un delito, el másinfame y bajo que puede cometer unsoldado, la deserción. Contrastandoahora con semejantes cobardías

tócame referir un hecho deabnegación y heroísmo digno detodo encomio, el realizado por otromodestísimo individuo, GregorioCatalán Valero. Es el primero delos que fue testigo aquel sitio y esigualmente de los que merecen serprimeros.

Faltaba poco ya para cerrarcompletamente aquel cinturón detrincheras y vimos que para brocheo término las dirigían al cuartel dela Guardia Civil, situado a menosde 15 pasos de la iglesia, frente a la

esquina de la parte nordeste. Desdeallí era indudable que podíanhacernos mucho daño, tanto por lacercanía y condiciones del edificio,como por el dominio que hubierapodido facilitar contra nosotros.Era preciso evitarlo a todo trance, yasí lo hizo Gregorio con unaserenidad y un arrojoverdaderamente admirables. Salió ybajo un fuego nutridísimo incendió,no solamente dicho cuartel, sinoque también las escuelas, pero contal habilidad y reposo que las tres

construcciones quedaron arrasadascompletamente, muy a despecho deaquella nube de insurrectos que,aún siendo tantos, no se atrevierona desafiar nuestro plomo, saliendo apecho descubierto para impedir larealización de aquella empresa.Gregorio Catalán debe de vivirtodavía[14]. Si leyere estas páginasreciba con ellas la modestísimarecompensa con que yo puedoenaltecerle.

Y como nuestro soldado sólonecesita el ejemplo, la iniciativa,

para llegar adónde se quieraconducirle, pocos días después otromuchacho, Manuel Navarro León,víctima luego de la epidemia quesufrimos, logró dar fuego a otracasa cercana, desde la que nostiroteaban el esquinazo sudoeste.

Estos rasgos de tenacidad,unidos a la constante vigilancia quedemostrábamos para utilizarcualquier descuido, nopermitiéndoles descubrirseimpunemente, y la pesadezabrumadora de la espera, tenían por

fuerza que impacientar al enemigo,y con efecto; no pasó mucho tiemposin que notáramos que se apercibíanal asalto. Sobre la marcha, hicimostambién los preparativos del caso,terraplenando las puertas hasta lamitad de su altura y cubriendo laotra mitad con líos de mantas ocajones de tierra; las ventanasquedaron igualmente obstruidas,para que no pudiera entrar nadiepor ellas, y aspilleradas; sólodejamos, para salir cuando seofreciere alguna cosa, un pequeño

agujero en la puerta lateral quedaba entrada por el este. Con talclausura sólo podía franquearnuestro asilo una intrusa temibleque por esta misma razón ibateniendo a cada instante más llano yfacilitado su camino, la muerte.

El día 8 de Julio nos envió unacarta el cabecilla Cirilo GómezOrtiz pidiendo la suspensión dehostilidades, a fin de que la gentedescansase de los combatessostenidos. El hombre quisoecharlas de generoso; y diciendo

que por los desertores había tenidonoticias de la escasez quepadecíamos en cuestión dealimentos, nos ofrecía lo quenecesitásemos, proponiendo quemandásemos por ello a individuossin armas. En arras de la oferta nosincluía una cajetilla de cigarrillos;para el capitán y un pitillo paracada uno de la tropa. Se acordó lasuspensión, que nadie necesitabatanto como nosotros, hasta elanochecer, hora en que se leanunció que romperíamos el fuego;

dímosle gracias por su atención yofrecimiento, diciéndole queteníamos de sobra toda clase devíveres y en justa correspondenciadel obsequio le remitimos unabotella de Jerez, para que brindasea nuestra salud, y un puñado demedias regalías. A la hora señaladavolvimos a reanudar lashostilidades, que ya no volvieron ainterrumpirse durante todo el sitio.

Aquella gente no perdonabamedio ni recurso que pudieracontribuir a rendirnos.

Viendo que las noticias de susvictorias por la isla no dabanresultado, pretendió intimidarnoscon la red de trincheras que noshabía circundado; apeló después,como ya dejo referido, a la ofertaobsequiosa, y, no consiguiendonada tampoco, se propusoalarmarnos con teatrales aparatosde cornetas que iban repitiendo ycontestaban sus toques de distanciaen distancia, cual si de uncontingente numerosísimo setratara, estratagema ya registrada en

la historia militar de más de unacampaña, y que no produjo suobjeto; unieron a esto las amenazasmás tremendas, y, doloroso esdecirlo, el villano descaro de unaporción de traidores, procedentesde nuestro ejército, que no cesabande gritar que teníamos engañado aldestacamento, que íbamos a causarmiserablemente su ruina, queestábamos perdidos, y así por elestilo; voceando también a losindividuos que se fueran con ellos yque se dejaran de tonterías, que allí

tenían que perecer tristemente y quedejándonos, que nos defendiésemoslos oficiales si queríamos,salvarían sus vidas, serían bientratados y harían cuanto les diera lareal gana, por el campo enemigo.Contra este tiroteo de palabras queno dejaba naturalmente deinquietarnos, eran del todo inútilesrevestimientos y aspilleras, nohabía más que la vigilancia y eldesvelo.

El 18 resultó herido grave unsoldado, Julián Galvete Iturmendi,

que murió el 31 a consecuencia dela herida. Los cristianos deberesque fue preciso tributar al cadáver,hicieron utilizar aquel recinto paraun triste destino más, el decementerio. Dicho día 18 recibimostambién una carta para elcomandante político-militar y Fr.Gómez Carreño. La suscribía uncolega de aquel párroco, Fr.Leoncio Gómez Platero, y nosaconsejaba la rendición,excitándonos a que diésemos elarmamento al cabecilla Calixto

Villacorta y aceptásemos gustososel Katipunán, añadiendo queseríamos tratados con toda especiede consideraciones y embarcadosinmediatamente para España, comoya se había hecho con los demásdestacamentos, casi todos loscuales habían capitulado sincombate. La carta era expresiva,con cierta elocuencia de la que usanlos confesores in-extremis. No se lecontestó.

Pero no se pudo hacer lo mismocon la intimación apremiante que al

día siguiente, 19 de Julio,recibimos del mencionadoVillacorta:

«Acabo de llegar —nos decía— con las tres columnas de mimando, y enterado de la inútilresistencia que vienen ustedeshaciendo, les participo que sideponen las armas, entregándolasen el término de veinticuatro horas,respetaré sus vidas e intereses,tratándoles con toda consideración.De lo contrario se las haré entregara la fuerza, sin tener entonces

compasión de nadie y haciendo alos oficiales responsables de todasaquellas desgracias que puedanocurrir.— Dado en mi cuartelgeneral a 19 de Julio de 1898.—Calixto Villacorta».

A la mañana siguiente se lecontestó en esta forma:

«A las doce del día de hoytermina el plazo de su amenaza; losoficiales no podemos serresponsables de las desgracias queocurran, nos concretamos a cumplircon nuestro deber, y tenga usted

entendido que si se apodera de laiglesia, será cuando no encuentre enella más que cadáveres, siendopreferible la muerte a la deshonra».

Y era mucha verdad quepreferíamos la muerte.

IVDEL 20 DE JULIO AL 30

DE SEPTIEMBRE

Arrecia el fuego.— Artillería de ladefensa.— Siguen las intimaciones.

— Artillería del sitio.— Undesertor más.— Tentativa de asalto.

— Religiosos parlamentarios.—

T

Castigo providencial.— Aumentanlas bajas.— El Beri-beri.— Muerte

de Fray Carreño.— Heroísmo deRovira.— Carta de Dupuy de Lome.— Más pruebas del desastre.— No

puede ser.

IROTEO constante del enemigo,unas veces furiosamentegeneralizado y nutrido, como sicediendo a un paroxismo de corajetratase, repentino, de aniquilarnos ybarrernos, otros lento y calmoso,cual si no deseare más que

recordarnos la situación a que nosveíamos llegados; aumento de bajasy aparición de una enfermedadcuyos indicios eran de un amagoimponente; angustia enojosa deintimaciones y apercibimientos yconsejos; la traición, que noduerme, y la desdichadesconsoladora de la Patria que seva dibujando y manifestando anuestros ojos, como único porvenirque nos alienta, forman el cuadro,por decirlo así, de los setenta y dosdías de sitio, en que voy a

ocuparme.A las doce de la mañana del 20

cumplía el plazo que nos fijaraVillacorta, y a esta misma hora serompió en todo el circuito un fuegodesesperado, violentísimo, queduró hasta la mañana siguiente.

Habíamos acordado nocontestar, así por economía decartuchos como para excitar elasalto; pero viendo nuestrocontinuado silencio, en vez deaquellas columnas de su mando, eltal caudillo nos remitió nuevo

mensaje, diciendo que no volveríainútilmente a gastar más pólvora, yque no levantaba el sitio aúncuando hubiese de prolongarlo tresaños. «Yo —decía— no dejo aBaler sin hacerles capitular».Conviene observar qué mientrasleíamos su propósito de no gastarmás pólvora en balde, continuabasin disminuir el tiroteo.

Por nuestra parte, aunquepersistiendo en la economía demuniciones, tratamos de hacer algoque acompañase lucidamente aquel

estruendo. Había en la iglesia,ignoro desde cuando ni porqueserie de circunstancias, algunoscañones antiguos; no tenían restosde afuste ni sombra de accesorios,pero nos ocurrió un extrañoprocedimiento, y, ya que no lapólvora, bien se puede afirmar queinventemos un artillado.

Deshicimos para ello algunoscohetes y cartuchos de Remigthon yrifle, reunimos el explosivo quetenían y eligiendo uno de loscañones más pequeños,

comenzamos el fuego, cargando elarma de balas hasta la misma boca,y sobre una cantidad más quesuficiente de pólvora; llevándola enesta disposición, y a brazo, hastauna de las aspilleras que habíamosabierto en el zócalo del antiguoconvento (corral entonces),apoyábamos en ésta su boca y porel cascabel, valiéndonos de unasoga muy fuerte, la sujetábamos delotro lado a una de las vigas solerasque habíamos dejado en su sitio.Aquella suspensión nos permitía en

cierto modo inclinar más o menosel plano de tiro, y, por lo tanto, nosepararnos mucho de la deseadapuntería.

Colocada la pieza en esta formay luego de bien cebado el oído, secogía una caña de las más largasque teníamos, poníamos una mechaen el extremo, la encendíamoscuidadosamente, y separándonostodo lo más distantes que podíamos,allá iban el estrago y la sorpresa yel estrépito y… allí nosquedábamos con el formidable

golpetazo de ariete, porque tantoera el retroceso de la pieza que,saliéndose como un proyectil de laaspillera, daba contra la paredopuesta, que distaba ocho pasos, yhacía estremecer los cimientos.«Tirar, tirar, nos gritaban losinsurrectos, que ya vendrán nuestroscañones».

En la serie de parlamentos, queno se interrumpían muchos días,toca mencionar ahora el que nostrajeron dos españoles. Uno deéstos, el comisionado, fue conocido

enseguida por algunos soldados quehabían pertenecido al destacamentode Mota. «Ese, nos dijeron, eracabo de la Guardia Civil veterana ymandaba el puesto de Carranglán;le vimos cuando pasamos por allíen Septiembre para venir a Baler».El asistente de mi compañeroAlonso, Jaime Caldentey, añadióser paisano suyo, de Mallorca, yamigo. Con él venía otro muy alto, aquien llamaban el abanderado;compañía que debía de tener porobjeto vigilarle, para evitar

indiscreciones, porque no inspirasela suficiente confianza.

Suponiéndolo así ordenóAlonso a Jaime que, hablando enmallorquín, le invitase a reunirsecon nosotros, diciéndole quedisponíamos de muchos recursos ymedios de defensa. Obedeció elasistente, pero el otro negándose autilizar el dialecto, con voz alta ymuy clara, respondió que teníapadres, hermanos y mucho cariño asu país, que no quería perder laesperanza de verlos y que tenía por

muy seguro que si persistíamos enla defensa moriríamos todos,porque se habían rendido ya todaslas fuerzas peninsulares, nopodíamos ser auxiliados, yestábamos perdidos.

Al oír tales frases no pudecontenerme y le dije violentamente:«Quien está perdido eres tú y ya teestás largando inmediatamente deaquí». Quizás debí callarme; perodejo a la consideración decualquiera, si era o no para indignaraquella respuesta, aunque no fuese

más que por la resonancia quepudiera encontrar en los oídos delsoldado.

El día 31 volvió a escribirnosVillacorta, con el aviso de que sipara el siguiente, 1.º de Agosto, nocapitulábamos, rompería el fuegode cañón y echaría por el suelonuestro refugio, sin compadecersede nadie. Habían por lo vistorecibido algunas piezas, pero éstasluego vimos que debían de ser porel estilo de las que teníamosnosotros[15]. No hay que decir, sin

embargo, el embate que pudieronhacer contra los muros de la iglesia.Podiendo este dato servir decomentario a los que han afirmado,hablando seguramente de memoria,que la iglesia de Baler no tuvo querechazar ataques serios.

Lo dijo y lo hizo; no bienllegaron las doce de aquella mismanoche, cuando por tres lados a untiempo, sur, este y oeste, comenzóel cañoneo, aunque afortunadamentesin otros daños que los destrozosocasionados en las puertas y la

techumbre. Aquellas no haciéndoseastillas por milagro; dejando ir porel aire los líos de mantas conquelas habíamos reforzado, y abriendopaso a las balas y la metralla, quede todo arrojaban contra ellas; y laotra dejándonos poco menos que ala intemperie.

El día 3 de Agosto tuvimos quelamentar una deserción más, la deltal asistente Jaime, que se marchócon el armamento, municiones ycorreaje. La efectuó cuando estabade centinela en la ventana de la

derecha del altar, de donde searrojó, y fue atribuida, por loreciente del suceso, a unareprensión del teniente que le habíaencontrado jugando a la baraja.Pudo ser por aquello, pero bienpudo igualmente ser ideada, y talvez anunciada cuando laconversación en mallorquín.

Esta ocurrencia estuvo a puntode motivar una catástrofe. Alonsotenía el recelo de que los enemigospodían quemar fácilmente la iglesiapor la parte norte, donde no había

más centinela que uno, colocadoencima de la pared, y no se cuidabade reservar aquella idea que,preocupándolo mucho, y no sinfundamento, era tema frecuente deconversación entre nosotros. Sutraidor asistente no se olvidó por lovisto de comunicar a quien podíautilizar el aviso y pronto vimos losnaturales resultados, pues a loscuatro días, el 7 por la noche,trataron de sorprendernos,asaltando aquella pared con todoslos aprestos necesarios para

incendiar el edificio.Con este objeto arreciaron el

tiroteo contra dicho costado norte yarrimando sigilosamente una escalatrataron de ganar la pared, quehubiera sido la iniciación denuestra ruina. Afortunadamentecolocaron la escala junto al mismolugar donde se hallaba el centinela;corrió la voz de alarma y acudiendoal peligro tuvimos que sostenervivo combate porque los asaltantesdieron ejemplo de una tenacidadinesperada en ellos. Como su

obstinación era mucha y el empeñodaba señales de prolongarse más delo conveniente, dada lasuperioridad enemiga, nos ocurrióaparentar una salida. Mandóse paraello al corneta que tocasevigorosamente paso de ataque; gritóel teniente Alonso, dominando elestrépito ¡Al bahay de Hernández!(una de las casas atrincheradas), yrompiendo enseguida un fuegonutridísimo, logramos intimidar alos rebeldes, que precipitaron lafuga en tal extremo, que algunos se

arrojaron desde lo alto de laescalera tan pronto comoescucharon la corneta, abandonandoaquella y dejando por allí lostrapos y el petróleo de que sehabían provisto para el incendio.

Rechazado el asalto, continuó elfuego, de fusil y cañón, desde lastrincheras enemigas. Como nopodíamos salir de la iglesia y noshabían dejado la escalera, nopudiendo hacer otra cosa, lasujetamos fuertemente a una vigadel techo, a fin de que no pudiesen

ni utilizarla ni llevársela.El día 15, Asunción de Nuestra

Señora, tuvimos herido al soldadoPedro Planas Basagañas, y el día20 nos pidió Villacorta parlamento,enviándonos al párroco deCasigurán, Fr. Juan López Guillén,seguido a los pocos momentos porotro cura de la misma parroquia, Fr.Félix Minaya.

Ambos hicieron cuanto les fueposible para inclinarnos a larendición, sin añadir nuevosargumentos a los que tan oídos

teníamos, pero esforzándolos con elmás imponente colorido que pudosuministrarles su elocuencia. Nadalograron, y Las Morenas dispusoque se quedaran con nosotros.Ignoro los motivos que pudieronaconsejar esta resolución, peroaunque sigo ignorándolos, supongoque no debieron de ser caprichosos,porque no estábamos para elaumento de bocas inútiles, con laescasez de subsistencias queteníamos. Estos dos religiosospermanecieron allí hasta la

capitulación; y terminada ésta, lostagalos dijeron que los necesitabanpara el culto, quedándose con ellosmuy satisfechos los unos y losotros.

Una grata noticia, si es quepuede ser grato el castigo delcriminal, llegó a nosotros poraquellos sacerdotes. JaimeCaldentey, cuyas revelacionesdebieron de incitar al asalto que tana punto estuvo de finalizar ladefensa, había sido muerto, y lohabía sido precisamente al

demostrar su animosidad contranosotros. Al día siguiente de supase al enemigo quiso dispararnosun cañonazo y al intentar hacerlocayó atravesado por uno denuestros proyectiles. En la serie delos acontecimientos humanos haymuchas veces coincidencias tanextrañas que aún al menos creyente,al más escéptico, hacen pensar enlos fallos supremos de una justiciainexorable, la justicia de la DivinaProvidencia.

Desde el 20 de Agosto hasta el

25 de Septiembre no hubo queregistrar ningún acontecimientoextraordinario. Continuó el fuego ytuvimos que lamentar algunosheridos, pero ninguno degravedad[16]. En este último día, laintrusa de que hablé anteriormente,aquella de quien dije que tanto másle franqueábamos la entrada cuantomás pretendíamos impedir todas lasde la iglesia, hizo notar, con laprimera de sus víctimas, loinevitable de su aparición entrenosotros.

Las fatigas del sitio unido a laescasez y mala condición de losalimentos que teníamos; aquellainquietud persistente de todas lashoras y aquel aire viciado por lafalta de ventilación y las pésimascondiciones higiénicas a que nosveíamos reducidos; el constantefogueo y lo insuficiente de lapolicía y la limpieza, tenían queproducir, bajo aquel cieloabrasador y aquellos vientoshúmedos, la epidemia fatal, contrala que no teníamos defensa.

Y desgraciadamente, la que seinició era terrible, no sólo por sutérmino, sino por el avance con que,por decirlo así, va devorando yaniquilando al individuo. Se llamael beri-beri.

Comienza su invasión por lasextremidades inferiores, que hinchae inutiliza, cubriéndolas contumefacciones asquerosas,precedida por una debilidadextraordinaria y un temblorconvulsivo, va subiendo y subiendocomo el cieno sobre los cuerpos

sumergidos; y cuando alcanza sudesarrollo a ciertos órganosproduce la muerte con aterradoressufrimientos.

El antiguo párroco de Baler, Fr.Cándido Gómez Carreño, fue suprimera víctima, que falleció el 25de Septiembre, 77 del sitio yprimero que tuvimos noticia de lacapitulación de Manila, quetomamos por invención delenemigo.

Cuando agonizaba Carreño,tocaron a parlamento y se presentó

un tal Pedro Aragón, vecino deBaler y conocido por el «marido dela Cenaida», pidiendo hablar alpadre. Nos refirió que se hallabapreso en la capital por complicadoen lo del destacamento de Mota,pero que le habían puesto enlibertad a la rendición de la plaza yque traía el encargo de contárseloal párroco, además de otrasnovedades importantes, para ver sinos convencía y nos rendíamos. Sele contestó que Fr. Cándido estabaenfermo y que no podía recibirle,

pero que se aguardase y quehablaría con el padre Juan López;dijo que bueno y esperó un cortoespacio, en el que habiendocomenzado a llover y no saliendo elsacerdote, receló aquel hombre quele tendiéramos un lazo y se marchócorriendo sin atender a nuestrasvoces.

El 30 de Septiembre mató ladisentería otro soldado, FranciscoRovira Mompó, digno de mejorsuerte por su arrojo y suscondiciones de carácter. Este

valiente se hallaba enfermo degravedad, con las piernas inútiles,porque padecía también del beri-beri, cuando en una ocasión sehizo tan recio el fogueo delenemigo, que todos creímos en lainminencia de un asalto; pretendiólevantarse; no pudo sostenerse, yarrastrándose fue a colocarse juntoal agujero de la puerta; allí armó sufusil con el cuchillo y, tendido en elsuelo, casi espirante, aguardó quese presentara el adversario.

Repetíanse a todo esto las

pruebas del infortunio de la Patria.El mismo día 30 recibimos unacarta del gobernador civil de NuevaÉcija, señor Dupuy de Lome. Nosparticipaba en ella la pérdida deFilipinas, y el mismo comandantepolítico-militar, que dijo conocerle,no pudo menos de manifestar que sien circunstancias normales hubierarecibido aquel mensaje pidiéndoledinero, lo hubiese dado sin titubearun sólo instante, porque la letra, quetambién aseguró conocer, parecía laverdadera. Siguieron a esta carta

las actas de capitulación delcomandante D. Juan Génova Iturbe;del capitán D. Federico Ramiro deToledo, y de otros que no recuerdo.Luego fueron sucesivamenteparticipándonos que se habíarendido el comandante Caballos,destacado en Dagupán, y entregado750 fusiles; que el general Augustíhabía capitulado en Manila porquesu señora estaba prisionera de lostagalos, y otra porción de noticiaspor el estilo. Cerró la serie aquella,otra carta del cura de Palanán, Fr.

Mariano Gil Atianza, resumiendo yconfirmándolo todo, diciéndonosque se había perdido elArchipiélago; que ya no tenía razónde ser nuestra defensa y quedepusiéramos inmediatamente lasarmas, sin temor ni recelo, porquenos tratarían con todo linaje deatenciones.

Preciso es confesar que tanto ytan diverso testimonio era más quesobrado para convencer de larealidad a cualesquiera; masconocíamos el empeño, la cuestión

de amor propio que tenían losenemigos en rendirnos, y esta ideanos mantenía en la creencia de quetodo aquello era supuesto yfalsificado y convenido. Por estocuando nos participaron que teníancon ellos a varios de los que habíancapitulado, les contestamos que noslos llevasen para verlos[17] y poresto no dimos crédito ni a laevidencia de la carta delgobernador de Nueva Écija, ni a lasactas ni a nada. Por otra parte, nocabía en la cabeza la ruina tan

grande que nos decían; no podíamosconcebir que se pudiera perder contanta facilidad aquel dominio; nonos era posible ni aún admitir laprobabilidad de una caída tanrápida y tan estruendosa comoaquella.

V1.º DE OCTUBRE AL 22

DE NOVIEMBRE

Heridos.— Muere mi compañeroAlonso.— Tomo el mando del

destacamento.— Medidashigiénicas.— En brazos a prestarservicio.— Rondas nocturnas.—

T

Nuevas intimaciones.— Bajas.—Zapatos de madera.— Cambio de

papeles.— Muerte del capitánD. Enrique Las Morenas.—

Balance y situación.

RISTEMENTE comenzaba paranosotros aquel otoño de 1898. Lanaturaleza, que por aquellos paísesofrece siempre una lozaníavigorosa, podía no presentarse anuestra vista con los tonosamarillentos, precursores de lasmelancolías de Noviembre; ni una

sola hoja se desprendería de losárboles, como no fuese arrebatadapor el tiroteo que cruzábamos,nutrido a veces, lento y cansado enotras, pero siempre incesante; ni unsólo pájaro de los que anuncian laemigración de los inviernos era dever aleteando por el cielo; peroallí, entre nosotros, coincidiendo,bien que más lúgubre, con ladecadencia de otros climas, seiniciaba un desmocheverdaderamente aflictivo: unapalidez cadavérica, consecuencia

de las fatigas y del hambre, ibamarcando a todos cual hojaspróximas a un desprendimientoseguro, que había pronto denecesitar la sepultura; un fríoinexplicable solía en ocasionespasar como entumeciéndonos atodos, y en el gesto, en el habla, enla mirada, se iba notando comoescapaban fugitivas las pocas avesde la esperanza que alentábamos.

El 9 de Octubre resultó heridoel cabo José Olivares Conejero, yel día 10 murieron de la epidemia

el beri-beri, su colega y tocayo elcabo José Chaves Martín y elsoldado Ramón Donat Pastor, quepasaron a mejor vida, santificadospor el sufrimiento de los mártires.

El 13 resultaron heridostambién, el médico Sr. Vigil,gravemente, y leves, yo, con elsoldado Ramón Mir Brils, que porsegunda vez alcanzaba estesacrificio por la patria, pero el día18 fue aún más aciago y dolorosopara todos.

El segundo teniente, comandante

del destacamento, D. Juan AlonsoZayas, sucumbió a la epidemia, queya tuvo con este inolvidablecompañero la cuarta de susvíctimas. Era un excelente soldado,fundido en el tropel de los héroesbuen camarada, y su pérdida nosimpresionó amargamente.

Con este motivo mecorrespondió hacerme cargo delmando de la fuerza[18]. Muchocuidado requería el enemigo,siempre atento al descuido; pero eltal beri-beri había logrado tan

alarmante desarrollo, que nollegábamos a media docena losindemnes. Era menester combatirle,y hacerlo sin demora, con laurgencia de lo que supone cuestiónde vida o muerte, la extremaenergía que suele alcanzar hasta losprodigios del milagro. Acudí, porlo tanto, y desde luego, alsaneamiento de la iglesia.

Hacía falta ventilaciónprincipalmente, aire que barriese loinfecto, depositado en las capasinferiores de aquel ambiente poco

menos que irrespirable, corrompidopor tantas emanaciones perniciosas,y era necesario buscarlo sinperjuicio de la seguridad ni ladefensa. Para ello hice despejar,quitando el terraplén, la puerta sur,tras de la cual, y como a un mediometro, formando callejón, pusimostres cuarterolas de las que habíantenido vino, encima un tablón paraque sirviera de apoyo, y encima unabuena fila de cajones, llenos detierra como las dichas cuarterolas.Sobre aquéllos, y hasta cubrir todo

el hueco, pusimos líos de mantassólidamente apuntalados. Un par deagujeros abiertos en la puerta, casitocando al suelo, y correspondiendoa los claros que al efecto dejamosentre cuarterola y cuarterola,permitían la ventilación por abajo;y otros, abiertos a regular altura,debían prestar el mismo serviciopor la parte de arriba con el nomenos importante de aspilleras.

Había que ir procurando alejarel depósito de ciertas inmundicias,cuya descomposición tenía que ser

peligrosa, y por de pronto, hicetaladrar en la tapia del corral unpequeño boquete donde se arreglóun urinario que vertía la secreciónal exterior.

No era mucho todo esto, pero síde necesidad apremiante, porque atal extremidad habíamos llegado,que para cubrir el servicio teníamosque utilizar a los enfermos de lamisma epidemia, y como ningunopodía sostenerse de pie, llevarlosen brazos hasta sus respectivascentinelas. Allí se les colocaba en

una silla, o cosa parecida, y se lesdejaba seis horas, para economizarlos relevos, que se hacían de igualmanera, llevándoles, uno a uno,desde cada sitio a la cama. Se hanpasado los años y con ellos havuelto a rodearme la normalidad enla vida, el esfuerzo proporcionadoa las condiciones humanas, queparecen tan limitadas, y deboconfesarlo, yo mismo que un día yotro fui testigo y actor y estimuladorde tanto esfuerzo, dudo más de unavez si se trata de un sueño de

caballerescas fantasías o de unarealidad positiva, ¡seis largas horascon el fusil apercibido, las piernasinútiles, el sufrimiento vivo,creciente, y… aquellos hombres semanifestaban satisfechos!

Mientras pudo el tenienteAlonso, alternábamos la vigilanciade las noches, quedando él una, conel comandante político-militar, y yola otra, con el médico Sr. Vigil, quea todo se prestaba y a todas partesacudía voluntario, dando ejemplode abnegación y resistencia; pero

cuando falleció el compañero y vique Las Morenas tenía que ceder ala postración que le aquejaba,suprimí este servicio y establecí elsiguiente, mucho más práctico y demejores resultados.

Uno de los tres, Las Morenas,Vigil o yo, permanecíamos alerta,sustituyéndonos cuando buenamentepodíamos, que no era siempre quenecesitábamos del sueño, porque siel primero estaba muy enfermo, elsegundo padecía una herida grave.El cabo de cuarto, alternando con

los soldados vigilantes, recorríanlos centinelas cada cinco minutos, omejor dicho en turno sucesivo, unotras otro, cuando regresaba elanterior, y como los centinelas sehallaban casi todos apostados enalto y no era conveniente denunciarsu presencia, iban nombrándolos,en voz muy baja, por el sitio decada uno: así, al que estaba encimade la pared y detrás del altar se ledecía «altar»: al de su dererecha«derecha», etcétera, elloscontestaban tosiendo ligeramente e

inclinándose para no ser oídosdesde fuera y evitar que sedescubriera su situación, dando conello a conocer las partes débiles,propias para el asalto. Eranecesario evitar asimismo queacercándose cautelosamentepudieran saber desde lo exteriorquién vigilaba y dónde, lo quehubiera sido muy fácil de noguardarse todas aquellasprecauciones, por la sensible razónde que los desertores nos conocíanpor la voz. Mirando esto se imponía

toda la noche un silencioverdaderamente sepulcral y unaobscuridad absoluta: parecía unaescena de sombras, no interrumpidamás que por el movimiento del quedaba la vuelta de ronda, suscalladas preguntas y los vagidosque le servían de respuesta.

Es de tener en cuenta que uno delos recelos que más nos inquietabanera el trabajo de seducción que portodos los medios trataban delaborar los enemigos. Ya noté a sudebido tiempo los gritos y reclamos

con que trataban de llevarse a losnuestros, que después de todo eranhombres y como tales con susmomentos de flaqueza. Había, pues,que prevenir toda comunicaciónreservada que pudiesen buscar losenemigos y esta era otra de laspoderosas razones que nos inducíana tan extremada vigilancia. Poraquellos días precisamente dieronen pregonar los desertores queVillacorta había nombradosecretario suyo a nuestro cabo desanitarios, y hecho capitán, nada

menos, a mi antiguo asistente,Felipe Herrero López. Todo ellopodía ser verdad o mentira, peroaunque tenía más apariencias de loúltimo era muy peligroso quellegara a nuestros soldados por lapendiente de la confidenciasolitaria.

No pasó mucho tiempo sin quevolvieran los insurrectos aescribirnos haciendo muchohincapié en lo del término denuestro dominio en Filipinas, yprocurando atraernos con la

promesa de que nos embarcaríanseguidamente para España. Lescontestamos que según las leyes yusos de la guerra, en casos como elque nos decían, solía darse a losvencidos un plazo de seis mesespara la evacuación del territorio;que tuviesen paciencia, puesto que,por lo visto, se nos dejaba paraconcentrarnos de los últimos,sabiendo el Capitán general, comodebía seguramente de saber, losmuchos víveres, municiones ypertrechos que teníamos

disponibles. A esto nosrespondieron que no esperásemosninguna concentración por nuestrosjefes porque no la ordenaríanjamás, toda vez que desde laruptura de hostilidades con losamericanos, no habían vuelto acuidarse de los destacamentos, yque, por consecuencia, no teníamosotro remedio para salvarnos que lacapitulación inmediata. Bien era detemer que así fuese, pero lescontestamos lo que debíamoscontestarles, que ningún Ejército,

cuando abandona un territorio,puede olvidar las fuerzas que tienecomprometidas en campaña.

Dos bajas más del beri-beri,una ocurrida el 22 con la muerte delsoldado José Lafarga, y otra el 25con la de Román López Lozano,completaron las de aquel mes deOctubre, tan amargo para nosotros.A ellas hubo que añadir la de unherido grave, el soldado MiguelPérez Leal, a quien alcanzó elplomo enemigo el día 23.

A todo esto la fuerza se había

quedado sin zapatos. Si algunosindividuos, muy pocos, no habíanllegado al extremo de ir con lospies desnudos, cubríanlosúnicamente con andrajos, restos desuela cosidos y recosidostenazmente, que si de algo podíanservirles, no era de seguro para loque suele aprovechar el calzado,sino para evidenciar su miseria.Llegando a suponer que tal vez estopudiera contribuir a la epidemia,por lo húmedo del piso, idearon laconfección de unas abarcas, no muy

vistosas, pero de pronto arreglo yde suficiente resistencia.Componíanse de un pedazo demadera sujeto al pie lo mejor quese podía con bramantes o cuerdas;no eran muy cómodas pero evitabantodo contacto con el suelo.

Y llegó al fin Noviembre, mesde todos los santos, consagrado alos muertos por su fiesta inicial ysus tristezas, y que a los muertoscasi exclusivamente hubimos deconsagrar también nosotros. Sólo ensu primera quincena fallecieron

cuatro soldados más del beri-beri;en la segunda tuvimos que lamentarotra pérdida muy dolorosa, quedejó entre mis manos, porobligación y derecho, lo que yaestaba en ellas hacía días, pornecesidad y desgracia.

El 8 comenzó el fúnebre desfilepor el soldado Juan FuentesDamián[19], seguido al otro día porsus compañeros BaldomeroLarrode Paracuellos y ManuelNavarro León; tras ellos, el día 14,se marchó Pedro Izquierdo y

Arnáiz, pasando todos por unasagonías horribles; no teniendo másconsuelo que morir todos bajo labandera española, sucia y hechajirones, pero flameando al viento enel campanario de la iglesia.Ninguno bajó a tierra con el amparode los funerales eclesiásticos, peroa ninguno faltaron los méritos delsufrimiento. Nadie se vistió allí denegro por ellos, ni el templo ni loshombres; pero aún aflige mi ánimoaquel supremo luto que se fuerespirando, por decirlo así, más

abrumador cada vez, en lasceremonias sin ceremonia delentierro.

Agrandaba esta dolorosaimpresión, aparte de sus naturalestristezas, el concepto inevitable deque allí, en aquellas mismassepulturas donde íbamos echandolos restos mortales de nuestroscompañeros, no era difícil que nosreuniéramos con ellos, unos trasotros, en asamblea muy cercana.¡Tal estábamos todos!

Con el mes que avanzaba, los

padecimientos del señor LasMorenas, exacerbadosprimeramente por las circunstanciasque sufríamos, llegaron a tomar unagravedad alarmante, con lapresencia y complicación del beri-beri.

Seguía empero autorizando consu firma las respuestas quedábamos a los mensajes eintimaciones del asedio. «Esto medistrae», nos decía, y, acatando suparecer, seguíamos recibiendo,leyendo y contestando aquellas

intimaciones o mensajes, cuyainconveniencia, dados nuestrospropósitos de no rendirnos, eracada vez más visible, por el malefecto que producían en la tropa ylo que no podían menos de traslucirreferente a la situación queatravesábamos.

Todas las precauciones eranpocas para evitar esto último y nosiba mucho en hacerlo. Ya se habíatomado el acuerdo, a fin de ocultarnuestra vergonzosa indumentaria, deno salir a la trinchera, para recibir

pliegos o dar contestaciones, sinovestidos con lo mejorcito queteníamos. El hambre lo denunciabannuestros cuerpos, mas no eraevidente, porque la demacraciónpodía ser causada por la estrechezen que vivíamos. Las bajas nopodían saberlas, aunque sípresumirlas, pero había distanciaentre lo primero y lo segundo.

Estimándolo así, cuando lamuerte del capitán fue irremediabley próxima, cuando advertí que ya nopodría escribir en lo sucesivo y que

la sustitución de su nombre quizástrajera graves contingencias;queriendo por otra parte no dar aconocer mi firma, por si acasoimitándola, propalaban que noshabíamos rendido[20], traté debuscar un pretexto que sirvieracomo de punto final a toda suerte deparlamentos y misivas.

No tuvo más objeto, la que adicho propósito les dirigimos el 20de Noviembre, última que firmó elya poco menos que agonizantecapitán. Echando en ella el resto de

generosidad y clemencia, eimitando en cierto modo una vulgarescena de la farsa italiana, lesofrecíamos amnistía completa de larebelión y los atropellos cometidos.«Para demostrarles —decíamos—una vez más los filantrópicossentimientos de los españoles, sideponen su actitud y nos rinden lasarmas, todo quedará en el olvido,pudiendo volver desde luego susmoradores al poblado».

No fue, repito, ni la fantásticapretensión de un vano alarde,

lindante con lo grotesco ychocarrero, ni un arranque sublime,ni mucho menos, como lo handemostrado los hechos, buscar laoportunidad de contestarles:— «Sino queréis hacerlo, nosotros, másgenerosos, nos rendimos». Fue solay exclusivamente con el deseo de larespuesta que nos dieron.

Lo habían tomado a veras yaquello era una letanía de insultos,que no he de reproducir en estaspáginas. Era lo natural, de algunamanera tenían que desahogar la

bilis. —«Morenas —decían, porúltimo, —¿qué moradores han devolver al pueblo? ¿quieres quevengan los igorrotes a ocuparlo?¿Con qué perdón y olvido? Aquí nohay más sino que capituléis a todotrance».

¡No presumían ellos cuandoescribían estas líneas, elogiofúnebre del infortunado LasMorenas, el trance crítico a que nosveíamos caídos!

El pobre capitán nosabandonaba por la posta, víctima

como los demás del beri-beri. Suagonía era horrible; no habíaperdido el conocimiento porcompleto, pero sí la noción del sitioen que se hallaba; presa de unconstante delirio, que aumentaba suangustia, creía estar en compañía delos suyos, pero con el enemigo a lavista: una vez comenzó a gritarestremecido y alarmado,—«¡Enriquillo! ¡Enriquillo! (uno desus hijos) y volviéndose a mí, queno le abandonaba, lo mismo queVigil, me dijo sollozando:— Mande

usted que salgan a buscar a ese niño¡Pronto, que me lo van a coger losinsurrectos!…

Falleció el día 22 a mediatarde. Era un buen corazón,demasiado llano quizás, y la Patriale ha sido justa. Su memoria no seborrará de la mía; Dios le tenga ensu paz.

Como no quedaba más tenienteque yo, tuve inmediata yoficialmente que asumir todo elmando, con todas sus incidencias ypeligros, días hacía que todos ellos

corrían de mi cuenta, pero entonceslas circunstancias no podían menosde agravarse y dificultarsegravemente con semejante pérdida.Bien comprendí lo que meaguardaba en lo futuro, si es que nohabía de flaquear en el camino, muylargo aún y espinoso, pero me hallédispuesto y no dudé la resoluciónun sólo instante. Era el día 145 delasedio; quedaban a mis órdenes 35soldados, un corneta y tres cabos,casi todos ellos enfermos; paracuidarles no disponía más que de un

médico y un sanitario; paramantenerlos, de unos cuantos sacosde harina, toda ella fermentada,formando mazacotes; algunos másde arroz; otros que habían tenidogarbanzos, pero que ya noguardaban más que polvo ygorgojos; ni aún asomos de carne,pues la de Australia se habíaconcluido en la primera semana deJulio; algunas lonjas de tocinohirviendo en gusanos y de un sabor,por añadidura, repugnante; café muypoco y malo; del vino, que se había

terminado en Agosto, los envases;habichuelas, pocas y malas; azúcarabundante, pero ni una chispa desal[21], que nos faltó desde que nosencerramos en la iglesia, y algunaslatas muy averiadas de sardinas.Bien poco era todo ello,contrastando con el desarrollo de laepidemia, las fatigas del sitio y loremoto de que se pudierasocorrernos; pero aún teníamossuficientes municiones, una banderaque sostener mientras nos quedaraun cartucho y un sagrado depósito,

el de los restos de nuestroscompañeros, que guardar contra laprofanación del enemigo.

Podíamos resistir y resistimos.

EL SITIO

(SEGUNDA PARTE)

DESDE EL 23 DE NOVIEMBREDE 1896 AL 2 DE JUNIO DEL 99

I23 DE NOVIEMBRE A 13

DE DICIEMBRE

No hay parlamento.— «Juergas»diarias.— Chamizo Lucas.— Fiestade la Patrona.— Pastos nocturnos.— Fuego y pedreas.— «¡Castilas;

gualan babay!»— Venid por pan.—

E

Nota vergonzosa.— Precauciones.— El médico enfermo.— Por algoverde.— Relaciones para el otro

mundo.— Interrogación.

L día 24 volvieron a solicitarparlamento.

No queriendo recibirlo, mandétocar inmediatamente retirada, maspor si acaso no comprendían lo quesignificaba esta respuesta, o noquerían darse por entendidos, antesde sonar la corneta me subí al coro,previniendo a los centinelas que no

hiciesen fuego si alguien sepresentaba. No tardó mucho enaparecer un indio con la banderablanca en una mano y una carta enla otra. Le gritó desde arriba que semarchara, que ya no recibíamospapeles ni recados, y tal espantohubieron de causarle mis voces, quesalió disparado y se arrojó a latrinchera de cabeza, enviando pordelante la no admitida carta y ladesdeñada banderola.

De igual manera procedí en losucesivo negándome a recibir

parlamentarios. Pero como estopodía inspirar sospechas de quefuese debido al abatimiento delsoldado; como estas mismascomunicaciones, por muypeligrosas que fueran, siempretraían algo del exterior y algo nuevocontrario al tedio que nos aplanabay consumía, quise remediar ambascosas, levantar nuestro espíritudistrayendo la imaginación conalgunos ratos de juerga, que aunqueforzados cubriesen el expedientedentro y fuera, que alegrasen los

ánimos o hiciesen obscurecernuestras angustias; ratos de palmas,rumor alegre y chisporroteo decantares, que hacían alterarse a losenemigos y gritarnos: «Cantar, yalloraréis»; y a nosotros nosencendían el recuerdo de otros díasfelices, de aquel país adónde quizáno volveríamos, de aquel deber quese nos mostraba tan difícil.Recuerdos bien amargos, comedia ypura comedia que se repitiódiariamente hasta el fin del asedio;pero comedia en la que nos

produjimos como actores, a pesarde la voluntad que reclamaba;dolorosos recuerdos que, sinembargo, nos fortalecían de veras.

Para celebrar estas juergas,máscara de la risa con quepretendíamos encubrir el rostro yacorroído por el cáncer, mandé quepor las tardes saliese al corral todala gente libre de servicio, sanos yenfermos, con tal de que pudiesenmover las manos, entonar algunacopla, o animar con susmovimientos la jarana. Como dejo

indicado, esto sacaba de quicio alenemigo, que agotaba,insultándonos, su repertorio deamenazas y trataba de reducirnos alsilencio, redoblando su fuego; peroque sólo conseguían excitarnos, porla sencilla razón de que todo suvocerío y sus disparos no eran paranosotros sino algo así como laprovocación que galvaniza y elinterés con que se caldea unejercicio.

A todo esto la perfección queiba realizando en sus trincheras y el

dominio alcanzado por lafortificación de algunas casaspróximas a la iglesia, nos ponían yaen grave aprieto, sobre todo por laparte del oeste, donde alguna dedichas casas no distaba cuarentapasos. Íbamos careciendo tambiénde leña, y aún cuando la teníamoscerca, pues sólo nos impedíanllegar hasta ellas las tapias delcorral, junto a las cuales habíacaído cuando se derribó elconvento, no podíamos salir acogerla.

Esta necesidad y aquel dominiopedían con urgencia el arranque deuna medida salvadora. Concebirlaera fácil, porque bastaba con ladestrucción de aquellas casas, perola dificultad era mucha. Un soldadocuyo nombre merece colocarse muyalto, Juan Chamizo Lucas, vencióesta dificultad con su heroísmo.

Aprovechando uno de aquellosraros momentos de tregua o decansancio en que los rebeldes nosparecían descuidados, saliócautelosamente aquel arrojado

muchacho, y con una serenidadincreíble prendióles fuego por entrelas mismas aspilleras dondeasomaban las carabinas enemigas.Antes de que saliera coloqué yo aprevención los más hábilestiradores disponibles, cubriendotodo aquel frente del oeste, por sitrataban de aprisionarle o deultrajar su cuerpo, caso probable deque sucediera una desgracia; maspor fortuna cuando se apercibieronde la quema ya estaba Chamizo deregreso, metido en la trinchera de la

sacristía, y sólo fue necesariohostilizarles para impedirles quecombatiesen el incendio. Nopudieron hacerlo, y propagándose aotras viviendas dejó completamentearrasada la del cabecillaHernández, aquella misma sobre laque fingimos dirigirnos la noche delasalto, y una de las fortificadas enque habían emplazado cañones[22].

Con esto logramos debilitaraquella parte del ataque, donde lamisma naturaleza parecía comoafanada en resguardarnos de la

vigilancia enemiga. Fecundadoaquel suelo maravilloso por laslluvias continuas de la estación queatravesábamos, no circulando nadiepor el espacio comprendido entre laiglesia y el cinturón contravaladorque nos cercaba, todo un boscaje deplataneros y otros árboles,dondiegos, calabaceras, y otrasplantas de una exuberancia yfrondosidad paradisiacas, se habíaido levantando a ojos vistas sobreuna muelle alfombra de apetitosas ymultiplicadas yerbecillas.

He dicho apetitosas porque talnos hallábamos de los alimentosque comíamos, y tanta larepugnancia que nos daban, queaquéllas plantas que se nos ofrecíantan cercanas, luciendo frutos ymatizadas florecitas, la mismayerba con sus aderezos de rocío, suabundancia de oxígeno y la frescurade que parecía saturada,presentábanse a la necesidad en quevivíamos con las delicias decodiciada golosina.

Abundaba sobre manera este

boscaje por la zona de lasfortificaciones incendiadas y laparte del norte, pero aunque algotupido y suficiente para ocultar a unhombre, no era posible autorizar surecolección a los soldados, tantopor el tiroteo contrario, muy dignode respeto, como para evitarcualquiera incidencia de otrogénero. Sólo Vigil y yo, aescondidas porque nos parecíavergonzoso, nos deslizábamos porel agujero de la puerta, silenciosa yfurtivamente, bajábamos a la

trinchera, y… comíamos grama.Banquete de rumiantes que pudosalimos muy caro porque tal era elacierto del enemigo que,habiéndolo advertido, nos envióuna vez cierto cañonazo de metrallaque si no es por torpeza, nos hace ladigestión definitiva[23].

El 8 de Diciembre tuvimos otradefunción del beri-beri, la delsoldado Rafael Alonso Medero. Sinembargo, como era día tan señaladopara la Infantería española, yconvenía desvanecer el mal efecto

de aquella nueva pérdida, mandéhacer buñuelos y café para la tropa,dándoles además una lata desardinas por individuo. Poco valíaeste modesto refrigerio, porque yahe dicho el mal estado de losvíveres, pero allí todo lo querompía lo monotonía diaria, concierto aspecto de novedad ydesahogo, confortaba los ánimos.Por esto, aún cuando los buñuelos,como es de suponer, salieronhechos unos verdaderos buñuelos,el café un aguachirle y cada lata una

pequeñez aprovechable, todo setuvo por apetitoso extraordinario,que todo es relativo en el mundo, yla guarnición de Baler celebródignamente la fiesta de su Patronainmaculada: en lo religioso, con elsepelio del compañero fallecido ylos rezos por el descanso de sualma; en lo positivo, con elsimulacro de banquete, y en lomilitar, con su acerada resignacióna todo ello.

En el campo insurrecto debíande meditar constantemente, no ya el

envite serio, descubierto y a fondoque nos hubiera indudablementeaniquilado, sino el recurso que,bordeando los peligros de uncombate de frente, acabase porintimidarnos y abatirnos. De aquí elestruendo con que por entoncesdieron en acompañar sus ataques.No bastándoles con el de suscañones, que ya era muy sobrado,tomaron el sistema de acompañarlocon formidable griterío y unaslluvias de piedras, que, al caersobre los tejados de la iglesia, de

zinc y poco sólidos, ensordecíancon sus redobles del infierno.

Plagiando nuestras juergassolían otras veces armar bailes yjaraneo en sus trincheras, con lanota diabólica de hacernos oírmuchas voces de mujeres.—«Castilas, gualán babay»(españoles, no tenéis mujeres),voceaban con la sana intención quepuede imaginarse; nosotros lesgritábamos que no nos hacían faltapara nada, y formando ristras con elpan que no había resultado

comestible, lo sacábamos por unaaspillera y les decíamosburlonamente, —«venid, venid, porpan». Aunque no tenemos piñas niplátanos tenemos pan de sobra.—«No podemos ir, contestaban,porque nos cortarían la cabeza».

Lo del vocerío y estrépito nadatenía de particular, por ser muypropio de aquellos pueblossemisalvajes, que, al combatir,procuran así enardecerse,atemorizando al enemigo; pero eldetalle de los reclamos femeninos

ya indicaba un alcance mucho máshondo y bastante más temible quesus redoblantes pedreas. Pordesgracia y fortuna la situaciónlamentabilísima en que vivíamosquitábale su poder a este recurso.Digo que por desgracia enconsideración a las amarguras quesufríamos; hallo que por fortuna,pues la influencia de semejantesamarguras nos guardaba muy biencontra la sensualidad y sus deseosy, sin embargo, no vacilo encalificarlo de temible porque

siempre lo ha sido, en todas lascircunstancias y las épocas, eltercero de los pecados capitales.

Lo vergonzoso de aquelincesante martilleo, de aquel gotearcontinuo, de acechos y de astucias,de insultos y ofrecimientos eincentivos era la mediación quealardeaban tomar en ello nuestrosinfames desertores. No habíagriterío en que no dominasen lasvoces de aquellos miserables, niempresa donde a nuestra mismavista no se afanasen por distinguir

su felonía, procurando hacerméritos, ganar el premio y laconsideración del enemigo que, alparecer, no los regateaba con ellos.

Nosotros hubiéramos preferidoel asalto formal con todas suspeligrosas contingencias, porquedeseábamos hacer carne, saciarnuestro coraje, la ira forzosamentecomprimida un día y otro día, sinmás desahogo que un tiroteosedentario, no del todo infructuoso,pero de ninguna eficaciaperceptible. Aunque velados por la

espesura y la trinchera el efecto denuestros fuegos, ya conocíamos, porla viveza en la respuesta, quehabían dado en vivo, pero talestábamos con la desesperación denuestro encierro y aquellamortificación continuada, quehubiésemos querido ver de cerca elestrago, contar las bajas que leshacían nuestras balas, comoveíamos, el agonizar de nuestrosamigos y contábamos suslamentaciones y congojas.

Con este propósito dispuse que

luego de haber comido la tropa, seapostara en las aspilleras, bienoculta, y se tocase fajina pararancho. Hasta entonces no habíamosutilizado la corneta, sino para eltoque de parlamento y el de ataque,pero como podían tomarlo por unaformalidad imprudente, me parecióque tal vez se les ocurriese al oírlaque podían verificar una sorpresabajo el amparo de la ocupación aque llamaba, No me dio resultadoel ardid, que les hubieraproporcionado un escarmiento, y no

tuvimos el desahogo queanhelábamos. Ya he referido laforma en que hacíamos la vigilanciapor la noche y ahora debo añadirque tampoco los centinelasenemigos descuidaban lasconveniencias del sitio. En lugardel «alerta» sonaba un pito, cuyosilbo se repetía de una en otra, ycomo era muy breve no permitía lareferencia para el tiro.

La penuria, el fracaso de mireferida estratagema y la necesidadevidente de arrancar al

destacamento del terrible marasmoen que lo veía descendido, meindujeron a proyectar una salidaque, sobre animar a la gente, nospermitiese la recolección deaquellas hermosa calabazas que tancerca veíamos, con toda ladesesperación de nuevos tántalos.Reservé mi propósito y decidícelebrar con ellas la Nochebuena,mi objeto era también dar fuego atodo el pueblo, y aprovechando laturbación de la ocurrencia, tomaraquellos frutos, dar fe de nuestra

vida, y hacer una cacería deinsurrectos.

Concertada la empresa, fijépara ella el día 23 de Diciembre;pero tuve que anticiparla.Continuando la epidemia su mortaldesarrollo, había llegado almédico, y éste, que se veía yapostrado, y esperaba la muertesentado en un sillón, para nodescuidar a sus enfermos, hasta elúltimo instante, me dijo el día 13:«Martín, yo muero: estoy muy malo.Si pudiesen traer algo verde quizá

mejoraría, y, como yo, estos otrosenfermos». Ya sabe usted, lecontesté, que tenía proyectada unasalida para la víspera deNochebuena; pero como no esposible aguardar a esa fecha, quieredecir que la intentaré sobre lamarcha.

Procuró noblemente disuadirme,temiendo en el apresuramiento unacatástrofe, pero yo, que le víadecaer por momentos, a pesar desus vigorosas energías, le respondí:«No hay más remedio y se hará,

suceda lo que suceda, porque si nolo hacemos, aquí nos devoraseguramente la epidemia».

Tanta verdad era esto, tanseguro el peligro, que los soldados,con cierta despreocupaciónverdaderamente sublime, formabanya unas listas que llamabanexpediciones al otro mundo. Enellas colocaban primeramente a losque ya se hallaban en lo último delo último, luego a los menos graves,y así sucesivamente por este orden.Cuando alguno resultaba en cabeza,

le decían sus compañeros: «A ti tecorresponde ser enterrado en talsitio». Y ellos, con una calma fría eincomparable, legaban cinco pesospara los qué hiciesen el hoyo. Dabaespanto el oírles, allí, entreaquellas penumbras de tristeza, malcubiertos de andrajos, sucios,famélicos, con tanto y tantorecuerdo de los que humedecen losojos con llanto del espíritu y tantagrandeza en su postración y sumiseria.

Muchos de aquellos hombres

deben de vivir todavía ¿qué será deellos? quizás de nuevo se veancaídos en la estrechez y losandrajos, por causa de las fuerzasperdidas, por falta de socorro, y nohallen en su angustia ni aún elderecho a la protección de algúnasilo!…

¡Fue todo aquello tan solitario ytan lejano!

II14 A 24 DE DICIEMBRE

Salida.— Ganando espacio.—Saneamiento y provisiones.—Siembras y cosechas.— A la

intemperie.— Tapando agujeros yevitando hundimientos.—

Tempestad.— Nueva línea de

A

contravalación.— Fiesta deNochebuena.

QUELLA salida que yo habíaprometido a Vigil, sucediera lo quesucediera y sobre la marcha,ofrecía sus inconvenientes ydificultades a cual más peligrosos.Bien sé me alcanzaban los unos ylas otras; mi gente, la disponiblepara el caso, no llegaría ni aún a 20individuos, y el enemigo eradesproporcionadamente numeroso;aquellos tenían que salir a pecho

descubierto, y el otro podía esperaren la protección de sus trincheras;los unos débiles y entumecidos, elinsurrecto en la plenitud de sudescanso; parecía efectivamenteuna locura, y en aquel sacrificioveía yo que se traslucía unaesperanza, garantida y segura por lotemerario del empeño.

La sorpresa, en todas lascircunstancias de la vida, es de unefecto inmenso, tanto más poderosocuanto más se acompaña de loextraordinario e inesperado, cuanta

más audacia revista. A ello fiaba yola consecución de mis propósitos ya ello debí que se realizaran porcompleto.

Al día siguiente de miconferencia con el médico, 14 deDiciembre, sobre las diez y media uonce de la mañana, horaprecisamente la menos indicadapara cualquiera tentativa, llamé alcabo José Olivares Conejeros, degran corazón y de mi completaconfianza, le ordené que tomasecatorce hombres, de los más a

propósito; que saliese con ellosmuy sigilosamente, uno a uno yarrastrándose, porque no eraposible de otro modo, y estodifícilmente, por cierto agujero quedaba paso a la trinchera de lasacristía, y que una vez reunidos ycalado el machete, sin hacer ruidoalguno, se lanzara con ellos deimproviso, desplegándolos enabanico, a rodear la casa que dabafrente a la parte norte de la iglesia.Uno de aquellos hombres, llevandocañas largas y trapos bien rociados

de petróleo, debía dedicarse alincendio, los otros al combateresuelto y desesperado, a todotrance. El resto de la fuerza, quehice yo colocar en las aspilleras deledificio, tenía la misión de apoyarel ataque, aumentando la confusióncon sus disparos, hacer todas lasbajas posibles, e impedir lasofocación de los incendios.

Todo salió como se habíaproyectado y todo con el éxito quenos era tan necesario. Yo procurédistraer con algunas preguntas al

centinela que vigilaba en la casa dereferencia, muy bien atrincherada,pero éste vio muy pronto a los míosy se dio a la fuga ciego de miedo,sembrando el espanto y eldesconcierto entre los suyos. Lasllamas, que rápidamente sepropagaron por el pueblo, lo reciode la carga, el acierto en el fuegoque desde la iglesia les hacíamos,procurando no gastar plomo enbalde, y el barullo, el terror que deunos a otros se comunicabairresistible decidió prontamente una

general desbandada que dejó limpioel campo, en menos tiempo del quese tardaría en detallarlo.

Aparte de la sorpresa, quedesde luego hubo de realizar allíuno de tantos milagros como refierela Historia militar de todo tiempo,dos razones muy poderosas, dosjuicios acrecidos, latentes en lafantasía enemiga, debieron deproducir aquel efecto. Uno eltradicional de la superioridadespañola, que veníamosdemostrando, y otro el de la

violencia, el furor de que debíanconsiderarnos poseídos. Convienetomar nota, porque bien es desuponer que si en otros lugares y enotras ocasiones hubiérase cuidadono desvanecer estos juicios,previniendo acontecimientosdesgraciados, evitando flaquezas yprocediendo con resolucionesenérgicas, otros muy diferentes delos que aún lamentamos hubieransido los resultados obtenidos.

Aquella gente había formado unconcepto muy soberano del castila,

y este concepto, que nunca debiódescuidarse, pudo valernos mucho.En el hecho de que hablo,multiplicado por lo imprevisto delataque, decidió aquella pavorosadesbandada que no paró hasta elbosque; medítese ahora lo quehubiera podido lógicamentesignificar en otras circunstanciasmejores, con más fuerza y recursos,llevado a fondo y con objetivos demucha mayor entidad ytranscendencia.

No pudimos contar las bajas,

debido a la confusión que seprodujo; pero supongo que nodebieron de faltarles. Allí tengoentendido que murió el cabecillaGómez Ortiz, aquel de lasuspensión de hostilidades, uno delos centinelas situados en la partesur cayó muerto de un tiro y allíquedó abandonado en el trastorno.Las llamas del incendio, pasandoper encima, destruyeron a poco ratosu cadáver, y lo mismo sucedió conel pueblo, del que sólo respetamosvarias casas de las más apartadas,

por si llegaba en nuestro socorroalguna tropa, que no le faltaran losalojamientos necesarios.

Inmediatamente procedimos adestruir la trinchera que tan decerca nos rodeaba, y como el fuegoarrasó las viviendas fortificadasque la servían de apoyo y deflanqueo, pronto quedó espaciadauna regular zona polémica, deanchura suficiente para quepudiésemos abrir las puertas de laparte sur, cerradas desde losalbores del sitio, que había en la

fachada de la iglesia.Una ceja de monte nos venía

impidiendo la vista y dominacióndel brazo de agua o río que pasabapor el camino de la playa. Esta víaera de mucha utilidad para losrebeldes, que a todas horas bajabany subían descuidadamente por ella,conduciendo en sus barcos vituallasy refuerzos. Convenía dificultarlocuando menos, y para ello no habíaotro remedio que la poda, todo lomás a raíz que sé pudiera. Cortamosallí un claro y el paso quedó al

descubierto, no impedidocompletamente, pero sí bajo elriesgo de nuestros fuegos.

A esta beneficiosa expansiónque sobre mejorar nuestrascondiciones locales nos franqueabalas reacciones ofensivas, tuvimos lasatisfacción de añadir un buenrepuesto de hojas de calabacera,calabazas, y todo el sabroso frutode los naranjos de la plaza; cuantose pudo y nos pareció comestible.No desdeñamos tampoco las vigasy tablas que pudimos conducir a la

iglesia, donde también metimos laescalera dejada la noche del asalto,todo el herraje que se pudo ircogiendo entre las cenizas de laComandancia militar, que, comoedificio de madera, nos facilitóbuen repuesto de clavos, algunos demás de medio metro de largo, quenos fueron luego de mucha utilidad,y que de haberlos dejado alenemigo le hubieran servido quizáspara las cargas de metralla.

Si a todo esto se añade que denuestra parte no tuvimos que

lamentar ningún herido, no creoexagerado considerar aquellatemeraria locura como un hecho dearmas fecundo y victorioso. Laimportancia de cada cosa en estemundo debe graduarse por lascircunstancias que remedia; la minade brillantes no vale para elnáufrago lo que una humildeconcavidad que le ofrece agua;todos los trofeos que llegue aconquistar un ejército no puedencompararse a lo que significó paranosotros aquel enemigo

despavorido, aquel puebloincendiado, la tala de aquel monteque nos impedía la vigilancia deaquel río; la mísera hojarasca yagrestes frutos que hubiéramosrepugnado en otro tiempo, yentonces fueron tan codiciosamenterecogidos; los clavos y tablones,las trincheras rasadas, el campodespejado, y, sobre todo esto,aquellas puertas de la fachada surde la iglesia franqueadas al aire,después de cinco meses y medio declausura, facilitando entrada para la

ventilación que sanea y allanandosalida para los miasmas quedestruyen.

Sí; aquella memorable salida,en la que todos cuantos podíantenerse de pie hicieron verdaderosprodigios, fue para el destacamentode Baler como el soplo de oxígenopara el desdichado que se asfixia.Por de pronto con el aireo de laiglesia, los nuevos comestibles,frescos y verdes como pedíanuestro médico, y la esperanza queno pudo menos de respirarse con el

éxito, conocióse muy pronto quedescendía la epidemia. Másdistanciados los vigilantesenemigos, ya se pudo en losucesivo, cuando no arreciabamucho el fogueo, permitir la diariasalida de un par de hombres, quevolvían con sacos de hojas decalabaza, tallos de platanera yvarias yerbas, con las que seaumentaba y mejoraba la ya bienescasa ración que podíamosrepartir de nuestros víveres.Previendo que si de nuevo se

formalizaba el asedio, no seríaposible hacer este repuesto, procuréun abastecimiento más cercano; y,por último, aprovechando el tiempoque me dio para ello laestupefacción del contrario, logréque se despejara el corral de todaslas inmundicias que tenía.

Esto era importantísimo. Lasmaterias fecales, desechos ybasuras, habían llegado a formarallí tal depósito de fangosidadcorrompida que su hedor no podíaresistirse. Mandé, pues, abrir un

pozo negro a siete u ocho metrosmás allá de las tapias, y, por unazanja en declive, lleváronse a éltodas aquellas pestilencias,quedando luego, con el auxilio delas aguas, fácil conducto para laconservación de la limpieza y undepósito aislado, capaz y a bastantedistancia para no temer gravementesus peligros.

La cuestión de verduras noshizo utilizar como huerta ysembrado todo el terrenodisponible, mirando como ya dejo

dicho, que pudiéramos cosecharlas,aunque otra vez se nos estrecharamuy de cerca. Labramos al efectoun pedacito junto a la entrada denuestra trinchera, y en élsembramos pimientos y tomatesbravíos, de los que tanto abundanpor aquellos países. La mismatrinchera y su foso quedaroncubiertos de calabacerasabundantes, que a poco tiempo leshicieron tomar el aspecto de unacampiña de forraje. Todo sereproducía enseguida, pero las

calabazas, muy desmedradas, noeran mayores que huevos de gallina,seguramente por lo copioso de lasiembra, y había que arrancarlascuando alcanzaban este desarrollo,porque de lo contrario sedesprendían ellas solas y no eraposible comerlas.

Creo haber indicado que laiglesia estaba sólidamenteconstruida, excepto el anexodestinado a sacristía. Sus paredeseran anchas y recias, de hormigón ybien cimentadas. Tan dobles eran,

que por encima hice poner a trechosuna fila de cajones llenos de tierra,detrás de los cuales aún quedaba unescaloncito de medio metro deancho y podían servir comoexcelente parapeto en el fuego y lavigilancia. Por cierto, dicho sea depaso, que la famosa escalera delasalto nos prestó un buen serviciopara defender aquellas alturas yrelevar sus centinelas.

Pero si los muros no carecíande robustez, si eran firmes y dobles,no sucedía lo mismo con el techo,

de zinc todo él, formando sendosplanos a derecha e izquierda, comolos tejados ordinarios, y no muybien apoyados en las cornisas,como suele ocurrir a todocobertizo, por la misma derivacióncon que se asientan.

Cuando los sitiadorespercibieron los riesgos ydificultades que podría ofrecerlesotra expugnación por asalto,quisieron evitarlos; pero buscandoel medio más eficaz para conseguirque nos rindiésemos, acordaron,

por lo visto, dejarnos a laintemperie, sin techumbre,confiando en que la pertinacia delas lluvias pudriría enseguida lospocos o muchos víveres quetuviésemos almacenados,encharcaría el suelo, nos impediríael descanso y se haría imposible lacontinuación de la defensa.

Con este propósito, nosolamente piedras que lo vencieran,cayendo en él como poderosagranizada, según he referido, si nodescargas, cerradas lanzaron contra

nuestro pobre tejado que no tardóen ponerse lo mismo que una criba.Por sus numerosos agujerosllegamos a descubrir el firmamentolo mismo que por tupida celosía,cuyo aspecto, en las noches claras,recordaba el de los cielos muyestrellados; pero cuyo servicio,cuando llovía, más era de temer queno de aprovechar; puesto que, sobredejar paso franco a las aguas porsus numerosos boquetes, las vertíaen abundancia contra las indefensascornisas, donde las retenía,

pudriéndolas, con grave riesgo devenirse abajo todo y aplastarnos.

Para remediar esto fuenecesario el esfuerzo de un trabajodesesperado. Clavar la cornisautilizando aquellos largos clavos deque ya tengo hablado, empresa nadafácil, por las condicionespeligrosas en que había de hacersey lo incapaz de los materialesempleados. Atar bien seguro a lasvigas del techo el quizame[24] demadera que por debajo de lacubierta y apoyado en el borde

interior de las referidas cornisasimitaba la bovedilla de la iglesia; ircubriendo uno a uno losmultiplicados agujeros abiertos enel zinc. Para ello se improvisó unaespecie de masilla[25] que losobturaba en seguida, pero como alas aguas sucedía un calorsofocante, que todo lo encendía,saltaba la pasta y se nos perdía latarea. Luego tratamos de cerrarloscon pedacitos de lata, que metíamosen ellos formando canal para quevertiesen a fuera; y nos dio mejor

resultado, porque, a lo menos, eramás duradero el remedio, pero contodo, cuando apretaba la lluvia, nohabía sitio donde pudiéramosguarecernos, y así cada cual teníaque valerse como Dios le daba aentender. Yo tuve que amparar micama bajo una especie de cobertizo,que parecía el toldo de un carro, ylos demás se las ingeniaron a sumodo.

De nada nos valió cierta noche.Una tempestad horrorosa, propia deaquellos climas en que a los

temblores del suelo, cuando estallael furor de los elementos, suelenacompañar todos los espantos delespacio; un verdadero diluvio quese desplomó como presagiando elfin del mundo, nos lo puso todoinundado, perdido. Cayeron por elsuelo nueve o diez metros deaquella cornisa que tanto trabajonos había costado ir asegurando conlos clavos, y fue verdadero milagroque no matase a nadie. Satisfechoscon esto, no hubo más sinorevestirse de paciencia y al día

siguiente recomenzar lascomposturas.

El cerco mientras tanto se habíaformalizado nuevamente. La partedel pueblo que no dimos al fuegosirvió de apoyo a la faja detrincheras con que se volvió arodearnos; pero esta línea sehallaba mucho más distante que laprimera y casi toda, falta de losabrigos anteriores, al descubierto.Para resguardarlas tuvieron quehacer cobertizos y correr por elfondo una especie de entarimado,

porque se les inundaban fácilmente,unas veces a consecuencia de laslluvias y otras por las crecidas, queal diario flujo y reflujo tenían losdiferentes brazos del río.

Esto aumentaba las molestiasdel sitiador y con ellas suimpaciencia de rendición, lo quebien se notaba en la hostilidadvigilante con que procurabainquietarnos ¡cuánta pólvora gastóinútilmente a pesar de lo queanunciara Villacorta! Por nuestraparte procurábamos no

descuidarnos, acechar de continuo yno hacer fuego sino cuando loconsiderábamos preciso.

Llegó la Nochebuena, esa fiestade la intimidad que tantos recuerdosevoca en todos los hogarescristianos, y nos dispusimos acelebrarla con estrépito.

Dispuse que a la tropa se lediera un extraordinario de calabaza,dulce de cáscara de naranja y café.Habíamos hallado en la iglesiabuen golpe de instrumentospertenecientes a la música del

pueblo, y ordené repartirlos a todoslos francos de servicio, cual unaflauta, el otro con el bombo,aquellos con tambores, clarinetes,requinto, etcétera, y los demás,porque no hubo para todos, conlatas de petróleo; no es para dichoel estruendo que se armó en lavelada. Enronquecían desde lastrincheras enemigas voceándonostodo linaje de improperios,diciendo que ya se acabaría todo yvendrían los lloros, que allíhabíamos de morir; y nosotros,

redoblando la desacorde algarabía,procurábamos disipar la tristeza denuestras almas, pensando en queaún valíamos para enfurecerles, aúnhabía cartuchos para continuardefendiéndonos, y aún seguía en latorre, a despecho de tempestades yde lluvias, de angustias yviolencias, la bandera de nuestrapatria infortunada.

III25 DICIEMBRE 1898 A

FEBRERO DEL 99

Episodio.— Parlamento aceptado.— Cartas.— Espera inútil.— Añoviejo y Año nuevo.— Aislamiento.

— El palay.— Noticias porsorpresa y malas noticias.— El

E

capitán Olmedo.— Entrevista.—Informalidades.— Razón de

nuestras dudas.

N uno de los últimos días deaquel mes de Diciembre ocurrió unpequeño incidente, un sencilloepisodio que sin revestir ningunaimportancia me indujo en ciertomodo a reanudar los parlamentos.Yo mismo no he podido explicarmela razón lógica del hecho, pero elloes que lo uno se derivóinmediatamente de lo otro, y bien

pudo ser cediendo a la curiosidadque me produjo lo primero.

Sería media tarde cuando vimoscorrer por la trinchera enemiga,saltando y gritando, casi aldescubierto un muchacho como deunos doce años. «¿Quiere usted quelo mate, mi teniente?» me dijo elcentinela. «No; le contesté, llámalepor si quiere algo de nosotros». Lohizo el soldado, pero el chico no leatendió, y sin callar sus gritos, queno pudimos entender, ni parar ensus brincos, desapareció por el

bosque.Al día siguiente el corneta de la

partida del pueblo tocó atenciónpidiendo parlamento. Nosotrosconocíamos ya con sóloescucharlos a todos los cornetasenemigos; aquel precisamente erauno de los que tocaban peor y habíavivido enfrente de la iglesia. Aloírla me dije: ¡Se habrán marchadolos otros! ¿quedarán solos estos(los de Baler), y querrán decirnosalgo que merezca la pena? Mandétocar atención e izar bandera

blanca.Se presentó el parlamentario y

nos entregó una carta, en la quehallamos tres; una de Villacortadiciéndonos que el capitán Bellotohabía llegado al campamento, quehabía ido para conferenciar connosotros, y que por este motivoquedaban suspendidas lashostilidades hasta que terminase laconferencia, que tendría lugar a lahora y en la forma que nosotrosdeterminásemos; otra delmencionado capitán,

participándonos que le habíanllevado a Baler para la conferencia,y otra del cura Fr. Mariano GilAtienza, pidiéndonos por Dios queoyésemos y diéramos crédito a loque nos dijera Belloto. Contesté alparlamentario que fuese a participaral capitán que allí mismo en laplaza quedaba yo esperándole(cometí esta imprudencia que pudocostarme la vida). No se presentónadie, y cuando ya obscurecíamandé quitar la bandera deparlamento y hacer fuego en cuanto

se viese a un insurrecto, porquetodo indicaba que aquello no habíasido más que una estratagema,fingiendo la intervención de unapersona que no podía tener reparoen presentársenos, para ver si nosaveníamos a recibirla.

Examinando la situación en quevivíamos, fácil es deducir lo queme preocuparía este suceso. Dandopor cierto que la dominaciónespañola hubiese terminado en elArchipiélago, cual se nos afirmaba,¿cómo no esperar la participación

oficial de tan grave acontecimiento?Si la guerra iba mal y debíamosretirarnos de Baler, ¿cómo explicarla falta de un aviso en debidaforma? Si tantas eran lascapitulaciones conseguidas, ¿porqué no presentarnos algunos de losjefes capitulados?

La nueva de la presencia deBelloto me hizo esperar que seacabarían nuestras dudas, y por estosalí yo mismo, arriesgándolo todo,a la conferencia prometida; llevadopor una disculpable impaciencia

que, al verse defraudada, no pudomenos de aumentar midesconfianza. El peligro arrostradoen aquella ocasión, cuyatranscendencia medí luego, aladvertir como nos habían engañado,me hizo ser más cauto y receloso enlo sucesivo. Téngase muy en cuenta,medítese, repito, la serie deañagazas con que se pretendíareducirnos y se razonará micomportamiento en adelante.

Llegó con esto la noche del 31de Diciembre, última de aquel año,

primera del 99, 184 del sitio. Laúltima hoja del calendarioamericano, descubrió ante mis ojosel ya inútil cartón donde habíaestado pegada, y al arrancarla sentíuna sensación dolorosa, indefinible,que bien pudiera calificarse deromántica, pero… ¿qué másromántico, después de todo, queaquella misma tenacidad endefendernos? Júzguese comoquiera. Yo, que hambriento desueño y sin esperanzas de socorrohabía ido quitando las hojas

anteriores, viéndolas irse comonuestros compañeros fallecidos; yo,que a la merma del referidocalendario miraba ir compasada lade nuestras municiones y víveres,no pude ver con indiferencia la que,al desaparecer de su sitio, dejabaen él descubierta la huella delpasado, con todas sus amarguras ytristezas. El año nuevo se mepareció siniestro y nebuloso, con ladesesperación como término, ysentí un desfallecimientoirresistible, y una opresión que me

sofocaba; la falta de alguien a quienreferirle mis angustias, y el pesodel deber que me amordazaba y merecluía en el silencio.

Debo decirlo. Una de las cosasque más apenaban mi espíritu enaquellos días interminables y enaquellas noches de recelosadesvelada era el secreto en que nopodía menos de guardar mispropósitos, la falta decomunicación y de consejo. A nadiepodía confiar mis vacilaciones,pues que para no desalentar a mis

hombres tenía que parecerlesconfiado y resuelto, ni a nadie hacerpartícipe de lo gravísimo de lasituación que atravesamos. Vigil erala única personalidad que por suilustración y su clase podíaservirme de compañero y desahogo;pero Vigil, cuya entereza de ánimoy grandes condiciones patrióticasno hallaría yo términos para elogiarcomo deben ser elogiadas, carecíade conocimientos militares, sumisión era transitoria en el Ejército,y; si fue nuestra providencia en

muchos casos, nuestro auxiliarconstante, no podía ser mi asesor deninguna manera en aquellasdificilísimas circunstancias. Veíamesujeto, por tanto, a resolver por mísolo y bajo mi exclusivaresponsabilidad en todas lasocasiones y momentos, cosa enverdad más abrumadora que parece.

A fin de que no se perdiese lacuenta del día en que vivíamos,sustituimos el calendario terminadopor otro manuscrito, de formaparecida y sendas hojas, en las que

poníamos el nombre del mes, lafecha y el día de la semana. Antesde terminarse, cada taco mensual,seguimos luego escribiendo yordenando el inmediatocorrespondiente.

El día de Año nuevo tuvimosrancho extraordinario dehabichuelas con manteca. Mantecarancia y habichuelas que, sólo porextraordinario también, podíanconsiderarse comestibles.

Pero habíase concluido el arroza todo esto, y fue necesario

entregarnos a la enfadosa ocupaciónde pilar (desgranar) los sesentacabanes de palay que teníacomprados el difunto P. Carreño.Tarea pesadísima y siempre difícilpara quien no la tuviera porcostumbre; de una lentitud enojosa,y, entonces, de resultados pocogratos, pues a consecuencia de laspésimas condiciones en que lohabíamos tenido almacenado, y nopudiendo solearlo debidamente,costaba mucho trabajo ir quitandola cáscara, grano tras grano.

Poníase al hacerlo todo el esmero ydelicadeza posibles, todo elcuidado que obligaba, no diré lanecesidad, sino el hambre, y aún asíno había grano que no resultarapartido, lo que traía consigobastante desperdicio. Como elestado en que se hallaba la tropa noera muy a propósito para semejanteoperación, tuve que reducir a loestrictamente preciso, dos horasdiarias, el tiempo de la misma,sacando en ellas nada más que loindispensable para el rancho, y esto

de un arroz sucio, pulverizado,impropio. Dejo a la consideraciónde quien quiera suponer comoestaría condimentado en talescondiciones, mezclado con sardinasde lata medio inservibles, tocinoinsoportable u hojas de calabacera,y sin sal[26]. Pues con todo y coneso fue lo mejor que tuvo a diariola guarnición de Baler desde losprimeros del año 1899, cuandollevaba ciento ochenta y cuatrodías de bloqueo, y hacía yacuarenta que había muerto nuestro

comandante militar; cuando laración de harina, que debía ser de500 gramos, tenía que reducirse a200, y cuando me veía en laprecisión de suprimirle un pequeñosuplemento[27] de cinco centavoscada tres días, que, para compensarlo deficiente de las raciones, se levenían dando a cada individuodesde los principios del sitio.

El 13 de Enero resultó herido elsoldado Marcos José Petana, y unade aquellas noches, aprovechandola obscuridad, nos colocaron junto

a la puerta de la iglesia un paquetecon siete u ocho periódicosfilipinos, cuyo encuentro nossorprendió al día siguiente.

Nunca los hubiera leído, susnoticias no precisaban nada, perobien podían calificarse de unespumarajo de insultos, de unsalibazo inmundo, asqueroso contraEspaña y sus hijos; contra laNación generosa que había llevadoa tan apartadas regiones, y a costade su sangre, la luz del Evangelio; ycontra sus hijos, los mismos de

quienes habían recibido aquellasturbas de miserables aborígenes lasprimeras nociones de humanidad yde cultura.

Recuerdo que una de aquellassecreciones de oruga, por no decirnoticias, refería que en Manila, uncastila disfrazado de indio, habíarobado el portamonedas a unaseñora (india tal vez, disfrazada decastila) y que los americanos sehabían encargado de ponerle a lasombra. Otro suelto publicaba unainstancia del párroco de Albulug

(Cagayán), Fr. José Brugnes,pidiendo a un general filipino quele dejara permanecer en dichopueblo, si no como tal cura, comoparticular, para cuidar los «cafetos»que allí poseía. Con este motivoalegaba su interés por lainsurrección, demostrado, añadía,con auxilios de todas clasesprestados muchas veces a lasfuerzas tagalas. El efecto que meprodujo aquella desdichada lecturano pudo ser peor. Desgarré losperiódicos prometiéndome no coger

ningún otro aunque los volviesen adejar sobre la misma torre.

Entró el mes de Febrero, sinotras, novedades que la yaconsabida de los continuadostiroteos y la creciente penuria dealimentos. La epidemia se volvió, allevar otra víctima el día 13,causándonos la baja del soldadoJosé Sánz Meramendi.

El 14, cansado ya de oír alcorneta enemigo tocar a parlamento,me subí a la torre para otear lo quesucedía por el campo. Junto a una

de las casas atrincheradas, que seindica en el plano, descubrí al talcorneta y junto a él una banderablanca que debía de llevar otro.Viendo nuestro silencio, dichoindividuo se marchó a los pocosmomentos hacia el llamado «Puentede España», sitio donde nosotroscreíamos se hallaba la Plana Mayorde los contrarios, porque lo habíanfortificado, cerrando ambosextremos y procurando resguardarlode cualquier embestida, con esmeroverdaderamente notable.

Seguí observando y no hizo másque desaparecer el de la bandera,cuando le vi salir nuevamente yvolver a donde antes había estado.«Ya te han zurrado la badana, penséal ver esto, por retirarte tan aprisa»,y era de sospechar que así hubieraocurrido por lo breve de laindicada permanencia.

De nuevo tocó el corneta dosveces atención, sin que lerespondiéramos; yo permanecía enacecho, esperando a ver en lo queparaba todo aquello, o intrigado, no

por lo extraño del hecho, que nadaofrecía de particular en la forma, sino por la insistencia, y, sobre todo,por la pronta ida y vuelta del quellevaba la bandera.

Por lo general ocurría, ya hetenido lugar de notarlo, que si envez de contestar al parlamentario seguardaba silencio, no solían fiarse yse marchaban con el temor de algúndisparo. Júzguese, pues, cual nosería mi sorpresa cuando veo alindividuo en cuestión, o, mejordicho, a la bandera que llevaba,

echar por la calle del CardenalCisneros y dirigirse a dondenosotros nos hallábamos. Le gritéque hiciese alto y bajóinmediatamente a la trinchera.

—¿Es usted el capitán LasMorenas?, me dijo al verme.

—No señor, contesté, soy unode los oficiales del destacamento.

¿Qué se le ofrece a usted?—Soy el capitán D. Miguel

Olmedo y vengo de parte delCapitán general para hablar con elSr. Las Morenas.

—El capitán Las Morenas nohabla con nadie ni quiere recibir anadie. Le han engañado ya muchasveces, y se ha propuesto que no levuelvan a engañar; dígame usted loque desea y yo se lo diré.

Contestó que ya sabía elGeneral que se había intentadoengañarnos; pero que ya no habíaeste peligro, porque todo cuanto mehabía dicho era cierto y que traía unoficio de nuestra primer autoridaden el Archipiélago.

Sosteníamos este diálogo, yo

desde la trinchera, y él como a unoscuarenta pasos de distancia. Al oírque traía una comunicación oficial,mandó salir un soldado para quepudiera traérmela lo que resistiódesde luego diciendo tenía ordenterminante de darla en propia mano;pero habiéndole yo argüido, comofin de polémica, que sino queríaentregarla se retiraseinmediatamente con ella, cedió a miultimátum y me la envió con elsoldado.

Entonces le dije: «Puede usted

esperarse; voy a ver lo quedetermina el capitán». Entré, comosi fuese a la comisión prometida, yleí el oficio siguiente:

«Habiéndose firmado el tratadode paz entre España y los EstadosUnidos, y habiendo sido cedida lasoberanía de estas Islas a la últimanación citada; se servirá ustedevacuar la plaza, trayéndose elarmamento, municiones y las arcasdel Tesoro, ciñéndose a lasinstrucciones verbales que de miorden le dará el capitán de

Infantería D. Miguel Olmedo yCalvo.— Dios guarde a ustedmuchos años.— Manila, 1.º deFebrero de 1899.— Diego de losRíos». Y al pie «Señor ComandantePolítico-militar del Distrito delPríncipe, capitán de InfanteríaD. Enrique de las Morenas yFossi».

Extrañando semejante direcciónpersonal, volví a repasar el oficiocon la desconfianza que puedeimaginarse, y reparé que no parecíaregistrado en ninguna parte. «Vaya,

pensé, no se les ha ocurridonumerar la comunicación, y, encambio, sobre indicar al pie lapersonalidad oficial a quien vadirigida, no se les ha olvidadoprecisar además el nombre yapellidos, redundanciacompletamente innecesaria; y sepreocupan en lo de las arcas delTesoro, cosa que aquí ni aúnremotamente conocemos». Me volvía los soldados y les dije: «Nada; lamisma música de siempre». Salí ala trinchera y gritó al titulado

capitán Olmedo: «El capitán LasMorenas ha dicho que está bien;puede usted retirarse».

Lejos de hacerlo así mecontestó que desearía quedar en laiglesia porque venía muy calado.Respondí negativamente, y mepreguntó que donde iba él a dormiraquella noche. «Donde haya usteddormido las anteriores», repliqué.Dio entonces a lamentarsearguyendo que le parecía mentiraque Las Morenas se comportase deaquella manera con él, siendo

paisanos, habiendo estudiadojuntos, y mediando no sé que lazosde parentesco entre uno y otro…Bueno, exclamó por último: «¿Ycuándo debo volver por larespuesta?» «Cuando toquemosatención e icemos bandera blanca;le dije, y si no lo hiciésemos notiene usted que molestarse porqueno habrá contestación». Se retiró yya no volvimos a verle. Durantealgunas noches oímosle hablar en elbahay o casa del gobernadorcillo(también fortificada), por lo que

nos figuramos que debía de seralgún jefe insurrecto.

¿Quién podía imaginar otracosa? ¿Quién suponer que uncapitán de nuestro ejército se habíade presentar, con mensaje detamaña importancia, vistiendo depaisano, utilizándose de lascornetas enemigas, pidiendoparlamento en idéntica forma quetantas veces se nos había pedidoanteriormente, y sin ostentarninguna divisa española, ningúnsigno exterior que le presentara

como nuestro?Mediaba, por otra parte, la

circunstancié de que habiendo sidocondiscípulo de nuestro difuntocapitán, no me hubiese desconocidodesde luego y me hubiese, por elcontrario, preguntado si era yo LasMorenas. No era tampoco detallepara dejarlo inadvertido el hechode argumentar que veníacompletamente mojado y que notenía donde alojarse, cuando en sutraje no se advertían mojaduras, yera lo natural que, amigo o

enemigo, debía de contar con elauxilio y tolerancia de nuestrossitiadores. Hallábase muy recienteademás lo de Belloto, que tambiénse anunció como capitán de nuestrasfuerzas y que después no tuvo porconveniente presentarse.

Bien podía, pues, ocurrir que seproyectara una intentona; que antes,y en el momento crítico, les hubierafaltado resolución para terminarla,y que sabedores más tarde, porcualquier infidencia, de la muertedel comandante militar hubiesen

ideado la trama, fingiendo lacomunicación, sin reparar en lo delas arcas del Tesoro, ni en la faltadel número de registro, ni en lasobra de la dirección personal, yconfiando en la protección de aquelescrito, lograr por fin nuestrarendición a todo trance.

Seguramente que los placeresde Baler no serían la rémora queme aconsejaba tales dudas; nadiecomo nosotros deseaba queterminase todo aquello, mudaraquellos aires, y acabar de una vez,

si las circunstancias lo exigían;pero allá en mi memoria sereproducía el artículo 748 delReglamento de Campaña[28], estabaterminante y yo no podía comprobarla veracidad de aquel mandato, nopodía salir de aquel puesto dehonor sin cerciorarme de que no eravíctima de una estratagema deguerra; de que no podría inculparsedespués mi credulidad a misdeseos; de que obedecía una orden.

Reparos y dificultad que, por lovisto, y con el trastorno de las

cosas, no se tuvieron presentes porquien hubiera debido tenerlos muyen cuenta.

IVDE 25 DE FEBRERO AL 8

DE ABRIL

Confabulación sorprendida.— Cazainesperada.— Imitando a Robinsón.

— Emboscada.— Represalias:Cañón moderno.— Ataques

rechazados.— Se acabó el tocino.

E N el tiempo que llevaba tratandoa los individuos que formaban eldestacamento, habíanme sobradoespacio y ocasiones paraconocerlos a fondo. Si alguna vezse desnudan, por decirlo así, losespíritus y surgen al exterior losvicios o virtudes, las energías oflaquezas que todos llevamos en lomás recóndito del ser que nosanima, es indudablemente cuando elpeligro nos mortifica y nos oprime,cuando el sufrimiento nos

descompone y cuando el tránsitomisterioso de la muerte preséntaseinmediato con el despojo de laesperanza y de la vida. Entoncesbrillan con poderosa llamarada lafe y el entusiasmo que nos divinizano el interés que nos enloquece, y elhombre se hace mártir, alcanza lasregiones del heroísmo, desciendehasta las miserias del crimen o caede lleno en la cobardía que leinfama. En todos los defensores deaquella lejana iglesia de Baler teníapor fuerza que verificarse este

fenómeno, y yo, que no me hacíailusiones, que advertía muy bien lopoderoso de la tentación que podíaseducir a mi gente, ya por losofrecimientos y amenazas hechos agrito herido, un día y otro, desde lastrincheras enemigas o ya por laextremidad que padecíamos, noperdonaba indicio, momento nidetalle para llegar hasta laconciencia de cada uno. Sabía,pues, que allí tenía corazones deuna bondad extraordinaria, hombresde fibra, y corazones pusilánimes;

almas capaces de toda clase deiniciativas y almas irresolutas, delas que se dejan llevar pasivamenteal extremo a donde se quiereconducirlas; voluntades honradas yvoluntades egoístas; no se meocultaba el peligro. Sabía, por lotanto, que si afuera estaba elacecho, dentro podía germinar lainfidencia; que la más pequeñadebilidad o vacilación podíaresolver nuestra pérdida, y que nohabía otro remedio que unavigilancia continua y un rigor

extremado, tanto más difícil aquéllay más violento este último cuantoque yo estaba sólo con autoridadallí para el caso.

Por esto no me produjo granextrañeza la confidencia que se mehizo el día 25 de Febrero, ni vacilóun momento en la decisióncorrespondiente, y eso que luegoresultó algo mucho más grave de loque al pronto sólo daba motivospara suponer un conato dedeserción. Tenía determinada milínea de conducta, se hallaba esta

fundada en la común salvación detodos nosotros, regulada por losmandatos del deber y había queseguirla; no cabía otra senda queser despiadadamente inexorable.

El soldado Loreto GallegoGarcía me participó que sucompañero Antonio MenacheSánchez tenía el propósito depasarse al enemigo. Fundaba estasospecha en la propia declaracióndel tal Menache. GuardábaleGallego, algún dinerillo que tenía,lo que nada tiene de particular entre

camaradas, y hacía unos dos mesesque aquél se lo había pedido,confesando que tenía el propósitode irse con los tagalos, «porque sele había metido en la cabeza elhacerlo». Su compañero debió detomarlo a broma o censurarlo, y nose volvió a tratar del asunto, que yaparecía olvidado, cuando en lanoche del 24 de Febrero, a cosa delas diez, se vio a Menache subirsigilosamente, bien envuelto en sumanta, la escalerilla del escusado,atisbar desde lo alto el campo

sitiador y luego deslizarse a gataspor la derecha, donde se abría,poco distante, una ventana, la cual,aunque aspillerada como todas,ofrecía fácil salida. Observadotodo esto por el centinela máspróximo, le había dado el alto dosveces, pero el otro, sin contestar ysiempre a gatas, se había retiradoenseguida por el mismo camino,pudiendo vérsele, cuando bajó porla escalerilla, que llevaba en lamano derecha el fusil. Menache eraprófugo, le habían capturado, y,

como a tantos otros, enviado alEjército de Filipinas. Tenía, pues,un antecedente sospechoso queunido a su indiscreción de hacíados meses y al hecho referidojustificaban la confidencia deGallego.

Le hice llamar y le pregunté susintenciones. Comenzó por lanegación más terminante, apelandoa toda clase de juramentos, llorosoy lamentándose amargamente, peroyo que también por mi cuenta lehabía ido notando ciertos

cuchicheos extraños y ciertasomisiones le acosé de tal modo,tanto le fui a la mano, inspirado ensus mismas contradicciones ytropiezos que acabó por decírmelotodo. Algo más grave de lo que mehabía imaginado, pero algo tambiénde lo que me había presumido.Tratábase de una verdaderaconfabulación que, si no pudoalcanzar mayores vuelos, no fueseguramente por falta de voluntaden los culpables, sino por la deocasión, y debo decirlo en honor de

sus valerosos compañeros, por lafalta de atmósfera.

El tal Menache hacía ya muchotiempo que se había puesto deacuerdo con otro soldado, JoséAlcaide Bayona, cuyo nombre, detriste recordación, tendré lugar derepetir más adelante, y concertadosambos con uno de los cabos,Vicente González Toca, teníanpreparada la fuga. Era indudableque si no habían realizado estepropósito debía de ser por el afánde propaganda y el de hacerlo en

alguna oportunidad que lescongraciara la benevolenciaenemiga. Todo parecía indicarloasí, porque de otra manera no secomprendía la permanencia deaquellos hombres aguantando lasprivaciones del asedio. Cada unoaisladamente se hubieran podidoescapar muchas veces, pero yaentonces, la tentativa de Menache,dejando al fin a sus compañeros enla iglesia, daba motivo parasospechar muchas cosas. ¿Quéhabían acordado? ¿Seguirle

sucesivamente los otros? ¿Quedarseaquellos, proyectando algunatraición abominable que aqueldebía comunicar al enemigo? Bienpodía ser lo primero como ellosconfesaron, y bien podía ser losegundo.

Procedí a tramitar las oportunasdiligencias, porque de una o de otramanera, el delito era grande y habíaque tomar precauciones. Resultóque habían decidido únicamentepasarse a los tagalos con susfusiles, dos carteras cada uno y las

cananas del correaje llenas demuniciones; que no teníancómplices y que todo se habíaechado a perder por la irresoluciónde Menache. Esto último eraevidente; lo de la falta decomplicidad, probable; lo demás nomuy claro. Insistí en mis pesquisasy pude sólamente hallarlosconvictos de otros hechosgravísimos, aún cuando extraños asus deberes militares. No cabía otrasolución que asegurarlos,poniéndolos desde luego a buen

recaudo, y en la situación que mehallaba podía legalmente haberlosmandado fusilar enseguida, quedespués de todo, así parecían lascircunstancias reclamarlo, paraevitar mayores males,comunicaciones y lástimas, pero noquise hacerlo. Ordenó meterlos enel baptisterio, y aún, si les pusegrillos, fue por la poca seguridadque ofrecía la puerta o rastrillo desemejante habitación, y habersemanifestado en los tres unaperversidad alarmante.

Considérese la impresión queme causaría este suceso. Tenía querecelar hasta de mi sombra. Desdelos comienzos del sitio no habíadisfrutado las dulzuras de un sueñotranquilo y desde que todo estabaen mis manos faltábanme hasta lasocasiones para el sueño. Dormíapaseando; cuando vigilaba y cuandocomía; de pie y sentado; cuandohablaba y cuando callaba: miestado era una vigilia perpetua, micabeza un mareo, mi cuerpo el deun autómata. En esta situación había

sobrevenido la ocurrenciademostrando, lo insuficiente de misfuerzas, y ante aquello no pudemenos de sentirme desesperado.Llegó a tal extremo la inquietud demis nervios que un ligero murmullo,el ruido más pequeño,desvelábanme con agitacióndesconocida; en todo me parecíaencontrar indicios alarmantes, y entodo motivos de observación ysobresalto. No es para imaginar eldespecho y el sufrimiento queproduce la falta de recursos

fisiológicos cuando los reclama unavoluntad enardecida y yo pedía envano luz para mi cerebro que seaturdía, vigor para mis brazos,resistencia contra el abatimiento delcansancio: Dios me lo tendrá encuenta. Recordándolo ahora dudo siha sido una pesadilla lastimosa.

Ocurre por fortuna que tras dela noche más negra suele venir unamadrugada muy alegre. En lapenuria de alimentación a que nosveíamos sujetos, nada tan grato senos podía ofrecer como la carne

fresca, y nada, sin embargo, tandifícil de conseguir. ¡Cuántas veceshabíamos echado de menosaquellos tres o cuatro caballos queyo había guardado previsoramenteal encerrarnos y que me habíanhecho soltar por repugnancia!¡Cuánto hubiéramos dado poraquellos trozos de gamo que no sehabían querido al principio! Peronadie pensaba en ello porque seconsideraba imposible, tanimposible como el maná, o la lluviade codornices que disfrutaron los

israelitas en el Éxodo. El cielo,empero, quiso realizar el milagro ytuvimos carne abundante, merced auna cacería inesperada.

Cierta noche de las últimas deFebrero advirtieron nuestroscentinelas unos carabaos que seaproximaban a la iglesia. Rodeadaésta por las trincheras enemigas,que, a juzgar por su continuadotiroteo no debían de hallarseabandonadas, el suceso era extraño.En tiempos ordinarios había que iral bosque para encontrar esta clase

de animales, montaraces yesquivos, temerosos del hombre, yentonces resultaba que habíanllegado hasta los vivacs delinsurrecto, sin espantarse de supresencia ni sus fuegos, los habíanfranqueado y circulaban por nuestrocampo libremente. La cosa tenía,sin embargo, una explicación biensencilla. Los tagalos, con toda sufrugalidad, no querían privarse decarne, y para tenerla disponible a suantojo, habían reunido un pequeñorebaño de aquellos nutritivos

rumiantes, fácilmentedomesticables, echándole a pastarentre sus posiciones y nosotros.Quizás pensaron que aunque lesmatásemos alguno, serían ellosquienes se aprovecharían de lacaza.

La referida noche, debido a losingular de la visita, que nos cogiódesprevenidos, únicamenteconseguimos ahuyentarla. Uno delos centinelas disparó conapresuramiento y no hizo blanco;pero a la siguiente bajé yo a la

trinchera con cinco de los mejorestiradores, luego de prevenirles queno hiciesen fuego sino a mi voz yapuntando a la paletilla de unamisma pieza, quedamos en acecho.

La suerte nos favoreció a pocorato. Matamos uno de aquellosrobustos animales, y antes deamanecer lo teníamos yacuidadosamente desollado y hechocuartos. Hubo festín de largo. Todoresultó inútil para contener a lossoldados. Tanta era su hambre, quese volvieron como locos y fue

necesario dejarles, que a su gusto ysabor cortaran trozos paradevorarlos asados. La carne, poresta razón, sólo duró tres días; ybasta decir que tanta comieron elprimero, que a todos se lesdescompuso el estómago. Cuandose hubo acabado repetimos la caza,matando también otro, pero esta veznos vimos obligados a cobrarlebajo el fuego enemigo.

Como no había sal nada podíaconservarse, y en cuanto pasabandos días, aquella carne tan

codiciada se hacía insoportable.Tuvimos que acechar de nuevo, y untercer carabao sirvió para reponer,bien que muy transitoriamente,nuestros víveres. En esta ocasiónfueron dos los heridos, pero cuandoal siguiente día quisimos recoger elsegundo, ya estaba hinchado yempezando a descomponerse.

Terminóse con esto lainesperada cacería porque lossitiadores, viendo que no les traíacuenta y que no podían impedirla,se llevaron las reses. Mucho nos

venía doliendo la carencia de sal,pero entonces aún se nos hizo másdoloroso no tenerla por el servicioque nos hubiera prestadofacilitando la conservación deaquella carne.

Mas no se redujo todo a losnueve o diez días que pudimoscomerla. Estábamos descalzos y lastres pieles de que nos habíamosprovisto, bien secas y estiradas, nosfueron muy útiles para confeccionarsendas abarcas. A fin de que nohubiesen despilfarros, yo mismo

guardaba las pieles, a medida quese hallaban dispuestas, y yo mismocortaba el pedazo correspondienteal calzado de cada uno. Algo por elestilo debió de hacer aquelsoberano de Aragón que asíresguardó los pies de sus guerrerospara salvar las estribacionespirenaicas.

Comenzaba ya Marzo y la tropaestaba desnuda. Primeramente sehabía ido remendando lospantalones, dejándolos convertidosen taparrabos; y con las mangas,

entreteniendo las guerreras, o sealos justillos a que se quedaronreducidas; pero cuando ya no hubode donde sacar para remiendos ylas mutiladas prendas volvieron apresentar nuevos rotos; cuando seacabaron los hilos, y, poco a poco,desaparecieron las agujas, cadacual iba con la vestimenta quepodía.

Para remediar esta desnudezvergonzosa les facilité el 2 deMarzo algunas sábanas,calzoncillos y camisas de la

enfermería. Con esto se vistieron,pues imitando a Robinsón en su isladesierta, de un pedazo de telasacaron hilos, y con alambrehicieron agujas, no tardando enconfeccionarse las prendas másprecisas que la honestidad exigía.En la fotografía que puede verse alprincipio de este libro,reproducción de la que se hizocuando llegamos en Junio a lacapital del Archipiélago, aún hayalgunos que visten aquellas ropas,otros las fueron desechando por el

camino en cuanto pudieronsustituirlas, porque seavergonzaban. El 25, fiesta de laEncarnación, se acabó de mondar elpalay, ¡Todo iba concluyéndose!, yal día siguiente, para distraer a latropa, mandé abrir una zanja,cortando la calle de España[29], encuyo extremo se hallaba el puentedel mismo nombre. Ya he dicho queaquél estaba cubierto y fortificadocon esmero. Cerca del puente, a laderecha de la calle, alzábase lacasa del gobernadorcillo, y a la

izquierda, junto a la calle delCardenal Cisneros, otra casa,también atrincherada[30], en la quetenían un cañón. Resulta, pues, quedesde la zanja podíamos batir laentrada del puente e impedir lacomunicación entre éste y las dosreferidas viviendas.

Hecha la operación sin que loadvirtiera el enemigo, y pudiendoguarnecer y desguarnecer lacortadura sin que viese a mishombres, el día 28 embosqué allíunos cuantos que de pronto le

sorprendieron con sus disparoscastigándole rudamente yhaciéndole abandonar a tresindividuos en mitad de la calle, dosmuertos y uno muy mal herido. Conesto, sobre despreocupar a mi gentey animarla, me proponía demostrarque no estábamos ni desalentados nidormidos, incitándoles además paraque se irritasen y nos atacasen aldescubierto.

Y ataque si hubo, pero adistancia, desde sus abrigos;reducido a un tiroteo nutrido, que se

inició a las cinco de la madrugadadel 30 y duró hasta la noche, sinmás novedad que la de aparecer enescena un cañón moderno,emplazado sucesivamente ya en unfrente ya en otro de los cuatrodonde tenían baterías. Era estapieza, cuya fotografía se acompaña,una de las que teníamos en Cavite;sus disparos hacían estremecer laiglesia, pero no producíanconsiderables deterioros. Luego hesabido que al ver Aguinaldo nuestraprolongada resistencia envió al

general Tiño con instruccionesparticulares y fuerzas numerosas, alas cuales parece ser que hicimosunas cincuenta bajas el día quellegaron; que Tiño había tenido queretirarse a poco tiempo diciéndoleal caudillo de la insurrección que laiglesia de Baler no podía sertomada violentamente, y que a ellohabía contestado Aguinaldo, «Veráusted si se toma»; enviando paraello este cañón, más una regulardotación de proyectiles y botes demetralla que… no hicieron ver

nada, excepción hecha de nuestrafirme tenacidad en la defensa.

Imaginando acaso que lapresencia del cañón y sus tiroshubieran podido quebrantarnuestros ánimos, en las últimashoras de aquella misma nochepidieron parlamento con repetidostoques de corneta, y viendo nuestrosilencio, a cosa de las cuatrovolvieron a romper el fuego desdetoda su línea. El consumo demuniciones, tanto de fusil como dela nueva pieza de artillería, debió

de ser crecido en aquella hermosamañana, y digo hermosa porquesobre no ser para nosotros desangrientos efectos, sólo sirvió paraentusiasmarnos y enardecernos.

Cuando se hizo de díainsistieron en solicitar parlamento,sacando desde sus trincheras a cadamomento una caña muy larga, encuyo extremo había una carta y unpaquete de periódicos. Nosotroscontestábamos disparandotranquilamente allí a donde nosparecía que podíamos hacer blanco,

y ellos entonces recrudecían elataque. Menguó éste un poco en laplenitud del mediodía, pero alllegar las primeras horas de latarde, furiosos ya porque norecibíamos el mensaje, volvió atomar unas proporcionesformidables. Numeroso gentíodebía de llenar las posicionessitiadoras y rompió, con el fuego,en una gritería espantosa. Las vocesde una multitud de mujeres uníanseallí a las de nuestros ordinarioscombatientes y a otras

desconocidas cual si toda lapoblación de la isla, sin distinciónde sexos ni edades, hubieseconcurrido ansiosa de acabar connosotros por asalto definitivo. Nollegó a tanto, y en cambio lesobligamos con nuestros disparos acesar en los del cañón.

La primera octava de Abril sóloa intervalos cortos volvió a callarel fuego y sólo con visible recelotornaron a utilizar aquella pieza, delo cual dedujimos que habíamosconseguido escarmentar a los

artilleros. No hay que decir si nosregocijaría el advertirlo.

Y llegó el día ocho, de tristerecordación, pues en él acabamos,no diré con los restos, sino con lasúltimas inmundicias del tocino. Elpalay ya he dicho que se nos habíaconcluido, las habichuelas tocabana su término y el café nos dejaba.No había más remedio que apelar auna extremidad repugnante, de quehablaré muy pronto, contra elhambre voraz que nos acosaba;recurrir a ella o capitular con los

tagalos. El trance no podía ser másdifícil. Llevábamos de asedio lafriolera de 282 días, hacía ya 137que me había hecho cargo delmando, por fallecimiento de LasMorenas. El honor militar estaba,pues, a cubierto y bien cubierto; lanecesidad era grande; pero alrendirnos teníamos que humillar labandera, vivir de la clemencia deaquella chusma que nos rodeabaenfurecida, entregarse al escarniode nuestros infames desertores…

Me faltó valor para ello y

decidí que se continuara la defensa.

VSIGUE ABRIL

Esperanzas de auxilio.— Barco enla rada.— Combate y decepción.—

Parlamentos continuos.—Esperemos.— Tentativa de

incendio.— Hazaña de Vigil.— Sincafé ni habichuelas.— El hambre.

U N fenómeno de imaginación,hijo de la similitud decircunstancias, me hacía meditar adiario en el júbilo inmenso quedebe de causar a las tripulacionesque naufragan, luego de apuradoslos víveres y todo recurso para lacarena de su barco, el aparecerrepentino de una isla hospitalaria.Como perdida en la soledad delOcéano era de considerar nuestraiglesia; como expedición olvidadanosotros. Sin recursos de vida ni

medios para romper aquella líneade airados enemigos, que un día yotro nos combatía sin descanso,bien podíamos compararnos albuque desarbolado y solitario,juguete de las aguas, rodeado porlas fieras marinas, que se hundelentamente, burlando con su ruina lafe y abnegación de sus valerososmarineros.

Para completar la ilusión, ni aunfaltaba ese chapoteo de las ondasque tanto molesta en lasnavegaciones muy largas. Nos lo

aportaba la cercanía de la costa, yen el silencio de la noche tampocosolía faltarnos ese bramidoincomparable de la mar agitada; esepavoroso lamento, con dejos deamenaza, que parece surgir delabismo para elevarse hasta loinfinito del espacio.

Durante las nocturnas veladas,cuando en la soledad y el reposomeditaba yo, considerándolo frentea frente, sobre lo desconsolador denuestro estado; cuando, pensando enlos sufrimientos padecidos, medía

el tiempo que se sostenía la defensay reflexionaba lo que mientras tantohabía podido hacerse de todosmodos más allá de nosotros; desdeManila, desde el cuartel general denuestro Ejército, desde la mismaEspaña; cuando a todos miscálculos no respondía, en fin, otradeducción que la de un abandonomanifiesto y una ruina segura,confieso que la voz de aquel mar,lúgubre y poderosa, me afligía deuna manera indefinible,pareciéndome cual si contestase a

mis pensamientos con el anuncio demisteriosas desventuras. En talestérminos, hubo de obsesionarmetodo esto que, lo declaro, aquéllavoz, triste unas veces, airada enotras, pero siempre dominante ysolemne, llegó a ser para mí lo mástemible de las noches.

El día 11 de Abril, entre dos ytres de la tarde, creímos oír diezcañonazos hacia la parte de SanJosé de Casignán. Resonabanlejanos y parecían de alto calibre,así es que mi gente se volvió como

loca al escucharlos, porque sólopodían atribuirse a la llegada deuna fuerte columna de socorro; perocuando este regocijo subió depronto, rayando en el frenesí yenajenándonos a todos, fue cuandopor la noche vimos que unproyector eléctrico dirigía sus lucesdesde la bahía sobre la iglesia,como buscándonos para recogernosy ampararnos.

Aquello era la salvación tantotiempo buscada en las soledadesmarinas, y el goce que sentimos

sólo puede ser comparado al quedeben de experimentar los infelicesque se hunden por momentos,viendo súbitamente rasgarse laneblina y aparecer junto a la proade su barco la playa fácil, cubiertade árboles y sonriente de promesas.

No hay duda, nos dijimos,fuerzas por tierra y un vapor deguerra con otras para desembarcary rescatarnos; tan luego como seade día emprenderán el movimiento,y antes de las diez ya los tenemos anuestro lado victoriosos, despejado

el asedio y terminada estainsoportable resistencia.

Creo inútil decir que aquellanoche no hubo individuo allí que noestuviese de centinela voluntaria,husmeando el ambiente, acechandoy comentando los más ligerosruidos que llegaban del enemigo yesperando el amanecer con lanatural impaciencia que puedesuponerse.

Comenzó a suceder comoesperábamos. En las primeras horasde la mañana sentimos el tiroteo de

un combate cercano, a la parte delmar, lo que indicaba el desembarco.Nada se oía por la de San José, locual no dejó de inquietarme, peroesto podía obedecer a la falta deuna coincidencia bien determinada,y como el fuego no tardó enextinguirse, nos figuramos que sehabía tratado únicamente de algúnreconocimiento hecho por losmarinos. Cuando llegó la tarde,pareció que la cosa iba de veras,porque los cañones del barco, quedebían de ser de gran potencia,

comenzaron a disparar y vimoscorrer por el campo a los tagalosatropelladamente, cargados con susequipajes o petates. Tales eran losestampidos, que nuestra iglesiatemblaba en sus cimientos. Tambiénnosotros nos estremecíamos ytemblábamos, pero no de temor,sino de ansiedad y contento. Hastaseis disparos contamos, uno trasotro, a regulares intervalos, yviendo yo que no proseguía la seriee imaginando que todo habíaterminado, pues los indios

continuaban huyendo, mandéabocarse toda la gente a lasaspilleras y ordenó tres descargasconsecutivas para señalar a los delauxilio que aún vivíamos y queseguíamos defendiéndonos. Cerróla noche sin que nada indicara quenos habían oído, y por si esto eracierto, por si acaso tampoco habíanalcanzado a ver la bandera queteníamos siempre izada y flameante,mandé que dos soldados subiesen alo más alto de la torre, provistos deuna caña muy larga, en cuyo

extremo pusimos un trapo bienmojado en petróleo con el encargode encenderlo y agitarla cuando elbarco nos dirigiera el reflector. Asíse hizo sin obtener más que lacallada por respuesta. A las cuatrode la madrugada se apagó elreflector, las lucas del barcotraspusieron al poco rato «LosConfites», doblaron luego la Puntadel Encanto y… se perdieron sobrela ruta de Manila.

Renuncio a encarecer el efectoque semejante retirada no pudo

menos de producir en nuestrosánimos. No lo creo preciso, y auncuando tratara de hacerlo,probablemente no encontraríaexpresiones adecuadas. Piensecualquiera en la desesperación quesentiríamos; en el desfallecimientoque se desplomaría sobre todosnosotros, y deducirá el poco menosque insuperable compromiso en queme hube de ver para reanimar a missoldados.

Aquel vapor era el americanoYorktown[31]. Su misión era

rescatarnos, y en vez de conseguirlose iba, dejando víctimas de la furiaenemiga, catorce hombres y unoficial que, bajo el amparo de suformidable artillería, y provistos deuna ametralladora Gatling, lograrondesembarcar por su desgracia.

Ni uno solo quedó paracontarlo, según luego supimos. Susarmamentos y la referida pieza deartillería sirvieron como despojo alos tagalos, que bien atrincheradosen el río, y favorecidos por lascondiciones del terreno, pronto los

derrotaron merced indudablementea la sorpresa. Los cañonazos de latarde habían sido disparados contraun viejo castillete situado en ladesembocadura del río, donde lossitiadores también se parapetaronfuertemente.

Séame permitido a estepropósito notar una vez más laspésimas condiciones en que sehabía tenido. ¿Cómo diré? lainadvertencia de situar eldestacamento de Baler. Su fácilincomunicación era desde luego

visible, notoria ya cuando a élfuimos enviados nosotros. Que,dada su fuerza nada podía hacerpara la tranquilidad del territoriotambién era evidente. ¿A qué, pues,mantenerle condenándole a unsacrificio inútil? Confieso mitorpeza; todavía estoy sinexplicármelo satisfactoriamente. Nopretendo inculpar a nadie y hagoesta observación con todos losrespectos que se considerennecesarios: Después de todo, y engracia de lo mucho que allí

sufrimos, creo que tengo ciertoderecho para ello.

Perdóneseme ahora la digresióny continuemos. Por el pronto, yapelando a todos los recursos de miescasa elocuencia, pude tranquilizara los demás y aún tranquilizarme yomismo, argumentando que sólopodía tratarse de un aplazamientode días: el vapor no traía fuerzabastante para verificar undesembarco y debía de haberseretornado a buscarla. Esto parecíalo natural. Nosotros ignorábamos

entonces lo sucedido a sus quincetripulantes, y creíamos razonarlógicamente suponiendo que no erapropio un desistimiento efectivo dela empresa libertadora que debía detraer aquella nave, cuyanacionalidad ignorábamos[32]. Dehaber conocido ésta y tenido noticiade su desdicha en el cumplimientodel encargo, semejante regreso noshubiera parecido seguro ypoderoso, aunque no fuera más quepor los honores del desquite.

Aquella misma tarde, 13 de

Abril, arbolaron en las posicionesenemigas la banderanorteamericana[33] (cosa entoncesinexplicable para nosotros) y nosenviaron a un quidam, con traje demarinero, el cual llegó preguntandosi había entre nosotros alguno queparlase francés.

Tan pronto como le vieron lossoldados comenzaron a decirme queera el capitán Olmedo. Me pareciólo mismo, y notando él que se letomaba por el otro (probablementeque se le había conocido), hízose un

lío, y nos dijo, chapurreando, que elcapitán del vapor americanofondeado en la rada ponía elbuque a nuestra disposición paraconducirnos a España en vista deque se había firmado la paz entrelos dos países. Le contesté queestaba bien y que podía retirarse, loque no se hizo repetir, demostrandocon su presteza que conocíaperfectamente nuestro idioma.

Desde aquel día fue unverdadero rosario deparlamentarios el que dio en salir

de aquellas trincheras.Negábamonos a recibirlesamenazándoles con nuestrosdisparos, y poniéndose a cubiertonos gritaban que recibiéramos lacarta que nos traían, que en ellaestaba nuestra libertad, «nuestralibertad que nos la daba el pueblode Baler». Una tarde, por último,nos enviaron a un pequeñuelo, quepodría tener seis años; una, dos yhasta tres veces salió éste de latrinchera con la dichosa carta enuna mano y la bandera blanca en la

otra, le hicimos retirarse y, comotratara nuevamente de aproximarse,me dijo uno de los mejorestiradores que había en eldestacamento, «¿Quiere usted quele quite la carta?» «Bueno, le dije,pero asegúrate bien para noherirle». «No tenga usted cuidado».Hizo fuego y la carta salió volandopor los aires como por arte mágico;el pequeñuelo desapareció dandochillidos y el hecho puso remate,sirviendo como de cruz, al talrosario.

De suponer es la cuenta quellevaríamos del tiempo y comoiríamos adicionando las horasdesde la ocurrencia del Yorktown;el acecho y la observación erancontinuos, la excitación que nosdominaba insostenible. Cuando sepasaron los días, y, aúnpresumiendo todo linaje deinconvenientes y retardos, hubo másque sobrados, no ya para que dichobarco hubiese ido y vuelto a lacapital del Archipiélago, sino parala circunnavegación de la isla, me

vi en la precisión de forzar otravez la máquina, ideando nuevosmotivos que dieran explicación deaquel retraso. No había otroremedio. El desaliento nos invadíay aplanaba. Yo era el primero quenecesitaba reanimarme y yo era elllamado a reconfortar a missoldados. Buscaba y discurríapidiendo a la imaginación unpretexto más o menos facticio, peroun pretextó que diera largas a laexpectación en que vivíamos, quepareciese propio, y que,

tranquilizando a mi gente, a mítambién me satisfaciera y animara.

He aquí el razonamiento conque por esta vez Dios me inspiró yconseguí salir del paso:

«Mirad, decía yo, en la luchaque sostenemos con los EstadosUnidos es indudable que llevamosla mejor parte, si no ¿dóndeestaríamos? ¿que habría sido denosotros a estas horas? Pero esalucha debe de ser muy ruda, muysostenida, porque se trata de unanación poderosísima, y como aquí

no habrá fuerzas bastantes para quepuedan venir a socorrernos, queharto se hará con hacer frente a losamericanos y tagalos, es evidenteque se habrá de aguardar a quelleguen refuerzos de la Península.Ya estarán en camino. Esperemos,por tanto, y cumplamos con nuestrodeber, aquí donde nos ha tocado lasuerte. Rendirnos ahora cuandobien hemos visto que no se olvidande nosotros sería borrar de un golpelos meses que llevamos demerecimientos y trabajos».

En el entre tanto se nos habíaquerido tostar bonitamente. Lanoche del 20 de Abril disparó elcentinela de la sacristía, corrí aenterarme de lo que sucedía y medijo que había hecho fuego sobrealgo que se le acercaba; que ajuzgar por el bulto, le parecía muygrande para perro, suponiendo quedebía de ser un carabao pequeño;que seguramente se hallaba herido,y que continuaba en el sitio a dondele había tirado, porque de cuandoen cuando se movía la yerba. Poco,

después me avisó el centinela de laventana de la izquierda del altar,noticiándome que debajo de lamisma y arrimados a la pared creíasentir hombres puesto que sonabanlas latas. Conviene advertir que porlos alrededores del edificioteníamos esparcidas buen númerode las de conserva para quedenunciasen la proximidad delenemigo. «Fíjate bien, le dije, nosean los caracoles de otras noches»(había muchos por allí). «No;señor, contestó, los caracoles

siguen andando aunque las latashagan ruido, y los que ahora lasmueven, por el contrario, sedetienen al oírlas, notándose bien laprecaución con que procuranevitarlas. Tengo la seguridad de queson hombres y de que hay variosarrimados a la pared». Desde lasacristía pudimos comprobar locierto del suceso, pues cada vez eramás perceptible, también desde allí,que había gente bajo la ventana delaltar, pero desde ninguna partepodía ser batida porque de un lado

no lo permitía la esquina y del otroel ángulo muerto. No había, pues,flanqueo y el peligro aumentaba conlos enemigos que, bien a las claras,se iban ya reuniendo en el lugaramenazado. Mi gente se apuraba yya íbamos a correr la peligrosaeventualidad de una salida, cuandoVigil, en un momento de inspiracióny de arrebato cogió un revólver, ysacando el brazo por la mismaventana del altar, a riesgo de quepudieran cercenárselo, comenzó adisparar perpendicularmente sobre

los allí reunidos; huyeron éstosatemorizados, colocándose aldescubierto, y rompiendo enseguidael fuego nosotros desde la sacristía,les obligamos a retirarse porcompleto.

D. Rogelio Vigil

Aquel arranque, hijo espontáneode la desesperación y el heroísmo,pudo costarle caro a nuestrocompañero, porque la ventanaestaba muy baja, pero a él debimosnuestra salvación aquella noche. Aldía siguiente, cuando procedimos areconocer el terreno, loencontramos con señales visiblesde haber estado allí una porción degente arrastrándose por el suelo,

dos haces de leña que habían yacolocado sobre el parapeto de lasacristía, otros doce muy cerca yalgunos gruesos palos, comobastones, marcados por uno de losextremos, cuya utilidad noconseguimos explicarnos. Todo estonos lo apropiamos entrándolo comopudimos en la iglesia, y por ciertoque, como ya carecíamos decombustible, la tal leña nos vinomuy bien para cocer nuestrosmiserables alimentos.

La precipitada serie de

parlamentos en que me ocupéanteriormente, y esta última,inesperada tentativa me hicieronpresumir que nuestra liberación nodebía de parecerle muy difícil anuestros adversarios, cuando tantose apresuraban a rendirnos. Lasuposición no carecía defundamento y me indujo aperseverar en la defensa; pero ésta,desdichadamente, rebasaba ya ellímite a donde puede llegar lahumana voluntad, y, de no acudirpronto auxilio, yo no veía otro

desenlace que la muerte.El día 24 se nos acabaron las

habichuelas y el café, quiere decir,los últimos, desperdicios de ambascosas. No quedaban más víveresque algunos puñados de arrozmolido, restos de aquel palaymondado por nosotros, y algunasdocenas de latas de sardinasproblemáticamente comestibles.Nuestra comida, sobre ser muyescasa, estaba ya reducida a unaespecie de cataplasma de hojas decalabacera mezclada con las tales

sardinas y un poquito de arroz, peroaún hubo que disminuir estosartículos. Merece repararse que alos mismos individuos que alprincipio no querían comer aquellashojas, porque decían que se leshacían una bola en el estómago yque no podían digerirlas, fue luegonecesario contenerlos para impedirque saliesen a la trinchera, dondelas devoraban crudas con los tallos,sin esperar a que crecieran. Por lamañana, en lugar de café,tomábamos un cocimiento de hojas

de naranjo, que se cogían en los quehabía delante de la iglesia, en laplaza. Tal era, en fin, el hambre quesi un perro se aproximaba a nuestroalcance, un perro se comía; si gato,gato; si reptiles, reptiles; sicuervos, cuervos. Abundaban porallí cierta especie de caracoles quelos naturales repugnan, y pronto seles vio desaparecer sensiblemente;la iglesia estaba rodeada defrondosos dondiegos y todo quedólimpio[34]…

La mar, sin embargo, pasábanse

los días y continuabaimplacablemente desierta.

VIHASTA EL 27 DE MAYO

Sección de Tiradores.— Caza deartilleros.— Balazo extraño.—

Traidores lesionados.— Uno que sefuga.— En el cepo.— Insultosdesde lejos.— Un cañonazo.—Consejos piadosos.— ¡Que se

E

hunde la torre!— Escalerasimprovisadas.— La bandera no

desaparece.

N el capítulo anterior dejo hechomérito del tiro notabilísimo de unsoldado que hizo volar de lasmanos de un chiquillo, sin rozarlesiquiera, la carta que persistía enentregarnos. Ya es para maravillarel acierto, pero tiene suexplicación. El acecho constante aque nos veíamos obligados y elmucho tiempo que se llevaba

practicándolo, el deseo del blanco,el ansia de hacer carne que a todosaguijoneaba de continuo, y la calmarecomendada en los disparoshabían llegado a formar entre mishombres unos tiradores excelentes,a cuyo tino debimos en gran parte laimpotencia de la artillería enemiga.

Ocho de los mejores noprestaban servicio por la noche;pero desde que amanecía secolocaban por parejas, una en latorre y las tres restantes abajo, sinotro cometido que avizorar las

baterías. Cubrían éstas los delasedio con esteras, figurandocortinas, para ocultar el armamentode cada una, pues a fin deamedrentarnos, solían llevar de unlado para otro la pieza moderna deque ya tengo hecha mención. Elprocedimiento no carecía demalicia pero como los cañonazosnunca eran simultáneos, y comoquiera que para fijar la punteríatenían que levantar dichas cortinas,pronto descubrimos el juego ypronto se logró introducir el pánico

entre los artilleros. Luego supimosque se había llegado al extremo deque nadie quería prestar esteservicio, y el hecho fue que sólopreparando sus tiros a favor de laobscuridad pudieron ofendernos,excepto en casos muy singulares ycontados. Tal era efectivamente laseguridad con que disparaban losmíos que alzar la estera y rodarinmediatamente por el suelo, quientrataba de acercarse al cañón, todoera uno. Después de capitular medijeron que habían atribuido esta

exactitud en el tiro a… quetuviésemos amarrados los fusiles anuestras aspilleras! «Beati pauperesspiritu», como dice piadosamente elEvangelio.

Entro los varios heridos, todos«afortunadamente leves, que huboen aquellos días, sólo recuerdo aPedro Planas Basagañas, que porsegunda vez enaltecía la resistenciacon su sangre; pero el 7 de Mayotuvimos que lamentar uno grave,Salvador Santa María Aparicio,que falleció a los cinco días y cuya

pérdida nos produjo tanto dolor,pues era un buen soldado, comoextrañeza por lo chocante delbalazo que llegómalaventuradamente a producirla.

Se hallaba este muchacho en laventana del coro que se abría porencima del corral, y la bala entrópor otra ventana situada sobre laderecha del fondo, rebotó en lapared y, trazando un ángulo agudo,le hirió en el costado interesándolela médula. Diríase a veces que losproyectiles buscan la víctima que

tienen designada, mientras que hayotros en que parecen esquivar aquien se cruza en su peligrosatrayectoria.

El enemigo había dado ya encombatirnos diariamente rompiendoel fuego muy de mañana y a toquede corneta, como si se tratara deuna faena prefijada. Quería por lovisto mantenernos en zozobraconstante, derrochar las municionesa trueque de producirnos algúndaño, y la verdad es que, a pesar delas precauciones adoptadas, el

aprieto en que nos ponía eragrandísimo porque no había hueco,rendija ni agujero libre de aquelazaroso tiroteo, nutrido ypacientemente sostenido. Su objetoera sin duda impedir el ojeo deartilleros que practicaban mistiradores, y por esta razón, viendoque no conseguían sus propósitos,llegaron a imaginar que tendríamoslos fusiles apuntados y sujetos almuro. En sus entusiasmos guerrerosno se les alcanzaba, por lo visto,que hubiese hombres capaces de

acechar con tranquilidad bajo elpeligro.

No fue pequeño tampoco el quenos hizo correr una de sus granadasel día 8. Entró ésta perforando lapared del baptisterio, donde sehallaban presos y aherrojados lostres individuos que habíanproyectado pasarse al enemigo,Vicente González Toca, AntonioMenache Sánchez y el funesto JoséAlcaide Bayona; hizo dentroexplosión, y los tres quedaronheridos aunque no gravemente,

salvándoles de una muerte seguralos mismos escombros en que sequedaron medio enterrados. Comoel tal baptisterio solo teníaescasamente unos dos metros deancho por otros dos y medio delargo, y todo él quedó en un estadolastimoso, fue necesario sacarlos ala iglesia, en cuyo centro se lesdispusieron unas camas y curó deprimera intención cristianamente.Allí dispuse que permanecieranhasta descombrar el sitio donde seles tenía recluidos y tapar lo mejor

que se pudiera el boquete abiertopor la susodicha granada, cuyosefectos pudieron sernos fatales,como ya iremos viendo, y noseguramente por la violencia de suscascos.

Terminada la cura de losmencionados prisioneros, quedaronéstos como postrados, lo que unidoa la conmiseración que no pudomenos de producirnos la ocurrenciay a la ocupación del descombro,hizo que se descuidara suvigilancia. La distracción fue breve,

cosa de unos minutos, pero bastantepara que Alcaide pudiera quitarselos grillos, rompiéndolos bajo lacubierta de la cama, y saltandorepentinamente por una ventanapróxima, que se abría en el murodel este, huyera como un gamohacia las trincheras enemigas. Elvigilante que había en la puerta delsur volvió la esquina y le asestódos balazos que no le dieron, otrode los centinelas disparó tambiénpor dos veces, gritando a lasegunda que le había matado porque

le vio como vacilar para caerse, yparte de la fuerza salió en supersecución a la carrera, pero todoresultó inútil, pues ganando latrinchera insurrecta, que le protegióaumentando su fuego, logró ponersea salvo en tanto que mis hombrestenían que replegarse, cediendoante la energía del ataque.

Para que se pueda ir formandojuicio de los arrestos y condicionesde aquel miserable, a quien Dioshaya perdonado, baste decir porahora que la ventana por donde

consiguiera fugarse alcanzaba unaaltura total de tres metros,veinticinco centímetros, y que sipor el interior pudo servirle comoescalón el terraplén, que medía unoy medio, por la parte de afuera tuvoque pegar este salto estando herido,poco después de haberse hallado apunto de morir aplastado y cuando,sobre hallarse debilitado por lamala condición de los ranchos,debía de hallarse con las piernasacardenaladas y entumecidas porlos hierros de que acababa de

librarse.Para evitar que sus compañeros

trataran de imitarle procedimos aconstruir una especie de cepo en elque les sujetamos por un pie a cadauno. Ya era tiempo de hacerlo, puesal reconocerlos vimos que tambiénhabían aflojado los grillos.

Hablé antes de un sentimientode conmiseración hacia estosdesdichados que a todos nos habíaimpresionado viéndoles caídos,sangrientos y entre las ruinas delpoco menos que derruido

presbiterio. Debo decir ahora queaquel arranque de generosidad y declemencia tuvo muy pronto quedesvanecerse por completo, pues ala evasión realizada por el uno eintentada por los otros, hubo queañadir la procacidad quealardearon estos últimos alasegurarles en el cepo, fiando acasoen que las revelaciones de sucompañero fugado les darían enbreve la revancha y la libertadapetecidas.

Por si esto no era suficiente,

aquella misma noche Alcaidecomenzó a gritarnos a todos, y a míen particular, una serie de amenazase insultos que hacían olvidar losque hasta entonces nos habíandirigido los mismos adversarios.Fue un chaparrón de injurias quedemostraba toda la bilis de supecho; un anuncio de represaliasque denunciaba la villanía de sualma. Todos los desertores habíanhecho lo propio, desahogando enultrajes su propia indignidad, peroéste los dejaba tamaños, con la

circunstancia notable de que habíaen su acento algo que revelaba lafirmeza en el cumplimiento de susdichos.

El día 9 otro cañonazo de labatería del oeste perforó el muropor cierto sitio donde habíanlabrado una alacena que servía dearchivo. El proyectil rompió tresvigas del piso del coro, y al estallarhizo añicos el facistol, hiriendo ycontusionando a varios soldados,entre los que recuerdo a Pedro VilaGarganté y Francisco Real Yuste.

Después de la capitulación, Alcaidese vanagloriaba de ser él quienhabía hecho el disparo,aprovechando así la instrucción querecibiera en el arma de Artillería,donde hubo de militarprimeramente. También supimosque había detallado a los jefesinsurrectos la escasez demantenimientos que veníamospadeciendo, enterándoles conexactitud de la miseria queúnicamente nos quedaba y denuestro firme propósito de

refugiarnos en el bosque, primeroque rendirnos, si llegaba laextremidad a precisarlo.

El hecho de que aquel hombrepudiera conocer todos estospormenores, llevando encerrado enel baptisterio los dos meses largosque se había llevado en él, medemostraron que algún otro Judasles tenía bien al corriente de lo quesucedía en el destacamento. Porfortuna lo supe cuando ya no eratiempo de practicar informacionesdesagradables, cuando todo estaba

cubierto y redimido por los actosvisibles que habían coronado laempresa, y pude sin peligro evitarel conocimiento de quien fuese;pero ello me corroboró una vez máslo falso del terreno que mesostuviera en la defensa, y lo muchoque tenía que agradecer a Dios y ala lealtad de la mayoría de migente.

Que Alcaide había participadomi resolución de irme al bosque nome cogió de nuevas cuando lo supedespués de la capitulación, como ya

he dicho, y no podía cogermeporque desde la noche siguiente a ladel día de su fuga, no bien sequedaba todo en silencio, aquellastrincheras se convertían en unpúlpito donde a voces nossermoneaban que no hiciéramossemejante barbaridad; quepidiéramos parlamento; que suteniente coronel estaba deseandohablar conmigo, y que aceptaríacuantas condiciones le pidiera.Otras veces, y siempre insistiendoen sus consejos de que era una

locura pensar en lo del bosque, nosdecían que habíamos vuelto a sertodos unos para combatir a losamericanos, que les habían hechotraición; que el general Ríos era suministro de la guerra; que debíamosfraternizar, y así por el estilo. Deboañadir que todo esto nos lopredicaban en castellano,argumentándolo con razonamientosconvincentes, pero tan persuadidosestábamos de sus artificios ymentiras que ningún crédito nosmerecía todo ello.

Algo más atendible nos parecíala ruina de la torre. Sendoscañonazos habían hecho cascos tresde las cuatro campanas que tenía,desmontando la otra, con elestremecimiento derrumbador quepuede imaginarse, y un pequeñoatrincheramiento que habíamosapercibido en el campanariotambién lucía ya todo su parapetodestrozado. Era toda ella de maderacon regular altura y no hay quedecir como estaría de balazos nipor ende la conmoción de sus

cimientos. Únicamente a fuerza depuntales habíamos conseguidosostenerla y estos puntales no dabanya la garantía suficiente porque alprimer desvío que sufriera unosolo, cosa bien fácil dadas lasreferencias que podía suministrarAlcaide a los artilleros enemigos,no cabía duda que sobrevendría elhundimiento.

Peligroso era éste para el restodel edificio, pero como lascircunstancias no abrían campo adilatados calendarios, pues que, de

una o de otra manera, nuestrapermanencia en la iglesia tenía quereducirse a pocos días, y como loque principalmente nos importabaera utilizar la dominación deaquella torre, para la ofensiva y lavigilancia, tratamos ante todo derestablecerla en sus condicionesdefensivas, colocando en refuerzodel aportillado parapeto un grancajón lleno de tierra, lo cual teníaque hacerse a favor de la noche yprocurando que no advirtiese laoperación el adversario.

Con tal propósito mandé hacerruido como si estuviéramos defiesta, y al centinela que vigilabapor el coro que rompiese a coplear,como si participara del jolgorio, afin de llamar la atención poraquella parte. Quedó colocado elcajón tranquilamente y ya nosfelicitábamos del ardid cuando a lasiguiente mañana pudimos ver, conla natural decepción, que tampocolo había desaprovechado elenemigo.

Nada menos que dos trincheras,

y a sólo unos veinte pasos delcorral, había construido,utilizándose lo mismo que nosotrosde la obscuridad y del ruido. Lopeor del caso era que una deaquellas trincheras, la de laderecha, nos dominaba laescalerilla de la torre, que por allíhabía quedado al descubiertocuando derribamos el convento.

Imitando en cierto modo elprocedimiento de los defensores deSebastopol, hice poner unas telasde catre tapando este boquete, pero

aun así únicamente de nochepodíamos relevar los centinelas,por el continuo fuego que sobre lastelas granizaba, sucediendo en másde una ocasión que un cañonazo nosdestruía la escalera y teníamos queimprovisar otra de mano,aprovechando unas cañas, muylargas y muy recias que habíamosarrebatado a los tagalos, de las queusaban para revestir sus aproches.

El día 19 de Mayo falleció dedisentería el soldado Marcos JoséPetana, otro de los mártires cuyos

restos debían santificar aquelloscuatro palmos de suelo tan ruda ysañudamente disputados.Recordando los alimentos queteníamos y la falta de sal quepadecimos durante todo el sitio, laverdad es que parece milagroso, yríase quien quiera, que nomuriésemos todos de igualenfermedad.

Las injurias del tiempo, lasbalas enemigas y los embates delhuracán y de la lluvia, desgarrabanmuy a menudo la bandera, que ni un

solo momento dejó de ondear en lomás alto de la torre. Conservarla enbuen estado fue siempre una denuestras mayores preocupaciones,que alguien tal vez calificará dequijotescas, y para reponerla huboque aguzar el ingenio.Afortunadamente las sotanas quehabían usado los monaguillos de laiglesia y algunas de las cortinas queservían para cubrir las imágenes,eran encarnadas. Yo tenía unmosquitero de color amarillo, ytodo ello se utilizó en la renovación

perfectamente. Cuando lo creíamosnecesario subíamos de noche ymudábamos con verdaderoentusiasmo, bien sabe Dios que lodigo sin alardes, aquella enseñavenerable que al día siguiente,flameando todavía más alta, parecíacomo retar a los sitiadores y a unmismo tiempo bendecirnos anosotros.

Cierto es que así no añadíamosni un sólo puñado de arroz anuestros comestibles, ni un cartuchomás a nuestras municiones, pero no

es menos cierto que aquellasmudanzas nos caldeaban el espírituy que al ver aquella gloriosabandera cubriéndonos bajo labóveda celeste, nos parecía quetoda España se fijaba en nosotros yque nos alentaba con la esperanzade su agradecimiento y su recuerdo,si cumplíamos como buenos.

Y digo que nos parecía, porquerecuerdo lo sentido por mí, almismo tiempo que lo resplandecidoen los ojos, arrasados a veces deaquellos hombres, que agonizaban a

mis órdenes.

VIIFIN DE MAYO

Proyecto de salida.— Trabajosnocturnos.— Pared por medio.—

Utilidad del agua caliente.—Diecisiete muertos.— Parlamento.— El Teniente coronel Aguilar.—Desconfianza natural.— ¿Vapor o

E

lanchón?— Durmiendo la siesta.—Más hemos entregado en

Zamboanga.— Que se retiren ellos.

XPLORANDO el mar,angustiosamente solitario,pasábamos las horas de aquelamargo epílogo, en el que veíamosdesvanecerse la esperanza, comolas nieblas en el avanzar de lamañana. Cada nuevo crepúsculollevábase algo de nuestro vigor ynuestro aliento; cada noche nosinfundía más tristezas. El vapor no

llegaba y la situación era crítica.Mirábamos ya próximo el tanfunesto como inevitable desenlace,y en vano pretendíamos aplazarlo:nada es ilimitado y nuestras fuerzasdesaparecían por momentos.

Llegada la ocasión no había,pues, que perder un sólo instante. Siel barco tan deseado aparecíateníamos que jugar sobre la marchael todo por el todo, llegar a él omorir, y esto, repito, sin dilación deningún género. De lo contrario yano cabía otra resolución que la del

bosque; irnos allí o rendirse, y paraesto último eran muy grandes lossufrimientos padecidos.

Considerándolo así, tenía yodispuesto que si el vapor sepresentaba, uno de los individuosque supiera nadar, Chamizo Lucaspor ejemplo, cuya lealtad yresolución merecían toda miconfianza, saliera inmediatamentede la iglesia con instrucciones parael capitán expedicionario. Laprincipal dificultad estaba en llegara la playa sin que lo advirtiese el

enemigo, pero evitando sendas y lodescubierto del terreno,deslizándose por entre la yerba ysabiendo pasar el ríosilenciosamente, no era cosaimposible. Una vez en el mar, teníaque seguir hasta el buque, hacerserecoger a su bordo y, poniéndose deacuerdo con el que lo mandara,rogarle a todo trance una señal quese pudiera descubrir desde la torreo bien el disparar de un cañonazo.Otra indicación expresiva debíanoticiarnos si la tripulación

disponía de fuerzas para llegarhasta donde nosotrosaguardábamos, y otra, en casocontrario, que nos hallásemosdispuestos para que, al simularellos un desembarco por una parte,con el objeto de distraer a los delcerco, saliéramos acto seguido porla opuesta, y arrollándolo todo,ganáramos un sitio donde sepudiera recogernos. La empresa nodejaba de ser temeraria, mas ya nohabía espacio para medir losinconvenientes ni peligros.

El día 28, serían como las oncede la noche, me avisó el cabo decuarto que se oía gente por elcorral; mandé que se levantase latropa muy de callada y que secolocara en acecho tras de lasaspilleras; cuando todo el mundoestuvo en su puesto, subí yo mismoa lo más alto de la pared medianeracon el indicado lugar y traté dereconocerlo. No había nadie aldescubierto, pero el ruido eraindudable, como si raspasen latapia y deduje que alguien debía de

haber oculto por la que dividía endos patios el citado corral, o bienque afuera, muy arrimados a lacerca, debían de trabajar enhoradarla. Seguí observando hastaque pasado un buen rato quedó todoen silencio. La noche, por lo clara ytranquila, no dejaba recelos de quepudiera equivocarme, pero no sedistinguía si quedaba taladrada lacerca. Suponiendo lo peor, esto es,que hubiesen hecho agujeros paradominar el sitio donde teníamos elpozo, dispuse que se retirasen a

descansar los qué no estaban deservicio, encargué a estos últimosque me avisaran cualquierincidencia sospechosa, y prohibíterminantemente que nadie salieseal corral por la mañana, mientrasyo, como lo tenía diariamente porcostumbre, no reconociese losalrededores de la iglesia.

Con ser todas peores, aquellanoche fue para mí una de las másangustiosas del asedio. Abrigaba elconvencimiento de que si enalgunos días no recibíamos auxilio

estábamos perdidos; el desesperadorecurso de refugiarnos en el bosqueno me ofrecía más atractivo que uncambio trágico en el desenlace deaquel drama. Estaba, en realidad,hecho casi a la idea de que todohabía concluido para nosotros, yeste casi reducíase a una vagaesperanza, la que alientan losmoribundos que agonizan.Deseábamos acabar de una vez, y,sin embargo, aquel recelo de quepudiéramos ser aniquilados por lafuerza, bajo el pie de nuestros

odiosos enemigos, oyendo lasinjurias de nuestros villanosdesertores, y allí, en aquel recintocon tanto empeño y tanto corajedefendido, era una cosa quemartilleaba por decirlo así en micabeza, helándome la sangre yprivándome de la serenidad quetanto había de menester en aquellascircunstancias difíciles.

No bien amaneció, pude ver lacerteza en mis conjeturas de lanoche. Una ventana que habíamostapiado en la pared oeste del corral

estaba completamente aspillerada, yademás nos habían deshecho elurinario para hostilizarnos desde labrecha resultante. Su propósito era,de conformidad con mis temores, nodejar que nos acercásemos al pozo,a fin de que nos rindiera la sed.¡Bien se advertían las confidenciasdel miserable Alcaide Bayona! Yaún podíamos alegrarnos de quenuestra previsión hubiera impedidoalgo todavía más grave; queinutilizaran el pozo.Afortunadamente lo teníamos bien

tapado, cubierto de tablas y con unapuerta encima, sobre la cualponíamos latas vacías que hiciesenruido, caso probable de que algunose acercara. Situado en frente sehallaba el centinela del coro,dominando aquel sitio y conórdenes terminantes de hacer fuego,en oyendo algo que le parecierasospechoso. Debían de saberlo ypor esto no se atrevieron a más.Cuando filé completamente de díatocó su corneta fagina y nuestracontraseña, uno gritó ¡Naranjas! y

los vimos que se apercibían alcombate. Figurándose que nopodríamos sacar agua para cocerlas hojas con que habíamossustituido al café, por eso nosgritaban aquello. Dispuseinmediatamente que los mejorestiradores cubriesen las trincherasque daban a este lado, para que alretirarse del abrigo de la pared,aquella gente fuera bien despedida,coloqué otros en la tapia[35] quedividía el corral, a fin deneutralizar las dominaciones

enemigas, y yo me lancé conalgunos soldados, provistos depalas y otras herramientas, a cegarestas mismas dominaciones oboquetes. Conseguido esto ymientras los de afuera trataban deagujerear nuevamente la cerca,mandé calentar agua en dos vasijasde hierro que teníamos grandescomo calderas, y cuando la tuvimoshirviendo, con una lata de las quehabían tenido carne de Australia,puesta en el extremo de un palo,comenzamos a derramarla por

encima del muro sobre los quehabía del otro lado.

No pudo ser más satisfactorio elresultado, y, aunque parezcaimpropio de los sentimientos dehumanidad, que siempre se anublanen situaciones como aquella, deboañadir que la sensaciónexperimentada por nosotros nopudo ser más grata. Como andabancasi desnudos percibíase al caerdel agua la quemadura de suscarnes, y su chillar de ratas nosalborozaba grandemente. Corrían

de un lado a otro, pero siemprearrimados a la pared, evitando elponerse a tiro, y nosotros, pordentro, seguíamos junto a ellospropinándoles nuestras oportunasrociadas. Gritaban que si lesqueríamos pelar como a gallos(manos en tagalo) y, burlándonos,les decíamos que si les resultabademasiado caliente el café. Almismo tiempo, desde lo alto delescusado, se les perseguía con tirosde revólver. Uno, herido en elmuslo, dio en lamentarse a voces, y

fingiendo cariñoso interés lepreguntábamos que si le molestaba.Fue un trance inolvidable en el quela desesperación nos dio alientos yel mal causado tonificó nuestrasangustias. No pudiendo yasostenerse pedían a los de lastrincheras más cercanas quehiciesen fuego para favorecer suretirada; al escucharlo mandérecado a los tiradores de las míasque permaneciesen atentos a fin deque no me dejaran escapar aninguno, y también el éxito nos dejó

entonces completamentesatisfechos, pues huyendo a ladesbandada, sólo dos pudieronreunirse a los suyos, que tenían suszanjas, recuérdese que lo dijeanteriormente, a cosa de 20 pasosde la iglesia. Diecisiete quedaronmuertos, según, después nosmanifestaron sus mismoscompañeros; y como esta victoriacierra los hechos de armas a quedio lugar el asedio, bien se puedeafirmar que lo coronamosdignamente.

Voy a ocuparme ahora en elpenúltimo de los parlamentoscelebrados. En todos los anterioresse nos había ofrecido una salidahonrosa, y todos los habíamosrechazado sin hacer caso de lapenuria en que vivíamos; pero enéste ya se colmaba la medida, unjefe del Ejército, que nos decíatraer documentos justificativos desu personalidad y cometido nosgarantizaba una retirada tranquila yun viaje cómodo hasta la capital delArchipiélago, nada más podía

pedirse, y, en cambio, nuestrasituación había llegado a laextremidad más lamentable. ¿Porqué no transigimos? Algo difícil mesería razonarlo: principalmentecreo que fue por desconfianza ytestarudez; luego por cierta especiede autosugestión que se habíarealizado en nosotros a fuerza depensar un día y otro día, un mes yotro mes, que de ninguna maneradebíamos rendirnos; en cierto modopor la embriaguez de losentusiasmos nacionales, y sin duda

ninguna de los atractivosdeslumbradores de la gloría; muchopor amor propio, y con seguridadtambién por lo que ya he observadoalguna que otra vez, por aquelacervo de sufrimientos padecidos,por aquel tesoro de sacrificios yheroísmos que a nuestros propiosojos nos engrandecía, y que demodo alguno, sin darnos cuenta detan elevado sentimiento, por instintono más, queríamos rematarindignamente.

Pasada una hora, sobre poco

más o menos, de haberse terminadoel combate, hirió nuestros oídos eltoque de atención y vimos que nospresentaban la bandera española.Como nunca se les había ocurridoenarbolarla imaginé que se tratabade algún nuevo artificio paraentretenernos y retirar los muertosque habían quedado junto a losmuros de la iglesia; pero como estonos convenía que lo hicieran y elhecho excitaba mi curiosidad, lesgrité que aceptaba la conferenciacon tal que no avanzara sino el que

traía la bandera. Mostráronseconformes y se adelantó un señorvestido con el uniforme de Tenientecoronel de Estado Mayor, que dijollamarse D. Cristóbal Aguilar yCastañeda, comisionado por elgeneral D. Diego de los Ríos pararecoger el destacamento.

No hay que olvidar el muchotiempo que llevábamosincomunicados; la porción deinvenciones y estratagemas con quese había pretendido engañarnos, yen particular, aquellos recientes

dichos que por las noches habíandado en vocearnos, afirmando queRíos era su Ministro de la Guerra.No hay que olvidarlo por que todoello justifica mi naturaldesconfianza en esta ocasión.Difícil nos parecía desde luego queun general español pudiera formarparte del gobierno separatista, perocomo ignorábamos losacontecimientos ocurridos y daba lacoincidencia de atribuir a estamisma personalidad el encargo deretirarnos, haciéndolo a raíz de lo

sucedido por la mañana, que mal seavenía con semejantes órdenes, delas que ya debían de tenerconocimiento por el campoinsurrecto desde antes de sufracasada intentona, creo que no mefaltaban motivos para dudar de laveracidad del emisario; dudas queno podían menos de acrecerse a misojos en razón a los testimonios ydocumentos que procedentes deaquel general debían ofrecérseme.

Nos habían dicho asimismo quesu Teniente coronel estaba

deseando hablarme, y esto fuesuficiente para que al ver yo alseñor Aguilar con sus dos galonesdorados, le tomase por aquel jefe,trajeado a su capricho con eluniforme que ostentaba.

Enseguida que nos pusimos alhabla y me dio noticia de lacomisión que le traía, me preguntósi formaba en el destacamento algúnsoldado que por haber estado enMindanao pudiera conocerle.Respondí negativamente y añadíque allí fuera, en las trincheras de

que había salido, era con seguridaddonde le sobrarían conocimientospersonales. «Si duda usted me dijo,que soy el Teniente coronel Aguilar,puedo enseñarle documentos queme acreditan, y sacó un sobregrande». «No es necesario,contesté, ¿para qué va usted amolestarse?» Guardó los papeles ycontinuó diciendo que tenía unvapor a su disposición (nosotros nohabíamos visto ninguno) paraconducirnos a Manila; que sideseábamos verle, indicásemos la

parte del mar que se descubríadesde la torre para mandarle cruzarpor allí, haciendo la señal que nospareciese mejor, a fin deconvencernos. Repliqué admitiendola oferta y pedí que le hiciesenbordear los Confites, disparandosobre la sierra un par de cañonazos;a lo que puso algunos reparos,considerando que los del sitiopodían alarmarse y aduciendo quela nave sólo montaba una pequeñapieza de artillería. «Sí; le contestésonriendo, esa que tienen ustedes

ahí, ¿no es verdad? (señalando a laque poseía el enemigo).

Tras de algunas otras palabras,convinimos por último en que a lasiguiente mañana el vapor sedejaría ver donde yo había indicado(cerca de los Confites) y quelargaría dos cañonazos.

Quedé verdaderamenteperplejo. Las maneras y lenguajedel Sr. Aguilar evidenciaban ladistinción de su persona. La solturacon que vestía el uniforme denotabacostumbre de llevarlo, pero cuando,

reparando todo esto, suponía yo queciertos detalles, como el de suinmediata presentación, después dela tentativa rechazada, y latranquilidad con que le habíadejado llegar hasta nosotros aquellamisma gente que no había permitidoel desembarco del anterior socorro,me hacían dudar en la confusión demis recelos. Recordando, por otraparte, lo del general Ríos, parecíaexplicármelo todo el hecho de queaquél se hubiera podido pasar a lostagalos, fuese por lo que fuese, pues

claro está que alguien le habríaseguido y quizás Aguilar sería unode tantos.

Con objeto de cerciorarme de sien realidad había pertenecido alEstado Mayor, juzgando por laimpresión que le causara, pensédecirle, cuando volviéramos avernos, que si ya no erareglamentario llevar atada la fajacomo antes, pero desistí de laprueba por temor de que resultasepueril y negativa.

En el concepto, pues, de que se

trataba de una farsa, y en lainteligencia de que algo harían paraseguir desarrollándola, previne alos de la torre que me avisaran sioían algún disparo de cañón o veíanel barco. Serían como las diez de lamañana del día 30 cuando sonó laprimera detonación. Subí corriendo,provisto de los gemelos, y no habíahecho más que llegar cuandosentimos la segunda, tan sonora ydistinta que la creí procedente de laplaya. No tardó mucho en asomar elvapor, marchaba por el sitio

convenido, alejándose y al parecer,en las aguas de la costa. Viró luegohacia esta última y enseguidavolvió a girar retrocediendo en sucamino. Engañados por una ilusiónóptica, fácil de comprender, si serepara en la distancia que nosseparaba del mar y el boscaje querecubría esta distancia, dimos enfigurarnos que iba navegando porsitios donde apenas había fondopara cubrir hasta la cintura de unhombre. Nos habíamos bañadomuchas veces en aquellos lugares y

nos eran muy conocidos. Unido estoa la facilidad con que lo veíamoscambiar de rumbo nos hizo suponerque debían de conducirlo a brazoalgunos indios, y en la obsesión quenos dominaba, tuvimos por seguroque todo era comedia y aquello unlanchón teatralmente revestido yaparejado con el fin de burlarnos.Tanto fue así que algunos soldadosapostaban a que la chimenea era denipa y otros creían ver a los quetiraban del aparato.

Dieron las doce, y, viendo que

no parecía el Sr. Aguilar, dije a miscompañeros. «El enemigo sepropone que no descansemos lahora de la siesta, para que a lanoche nos rinda el sueño ypodernos dar el asalto. Veréis comoese Teniente coronel no viene hastaque cerremos la puerta[36]». Mandóa los centinelas que si se presentabale contestaran que volviese a lastres y media, por que yo me habíaechado a dormir. Así sucedió.Acababa de acostarme cuandollegó.

Le manifestaron lo que yo habíaprevenido, y aunque insistió en queme llamaran con urgencia, no tuvomás remedio que retirarse; pero alas tres me avisaron que ya estabaotra vez a la vista, y ordenandoentonces al cabo que no abriesen lapuerta me subí al coro a fin dereanudar la conferencia desde unade las ventanas, de igual maneraque lo había hecho la víspera[37].

Comenzó preguntándome sihabíamos visto el vapor. «Sí; señor,contesté, pero a quien se le ocurre

que podamos ir en ese barco,teniendo que llevar los muchosvíveres que todavía nos quedan,municiones, artillería y elabundante material deadministración y sanitario que hayaquí reunido». «Hombre, no,replicó, si eso no hay que llevarlo».«¿Pues qué haremos con ello?»«Entregárselo a esta familia (porlos del sitio)». «¿Entregárselo aesta familia?, repetí con asombro».«Sí, hombre, sí, ¿lo extraña? Puessi hubiera usted visto lo que

nosotros hemos entregado enZamboanga…

Me volví a los soldados, queme rodeaban escuchándonos, y dijepor lo bajo: «¿Veis? la mismamúsica de siempre; lo que deseanes el armamento». «¿Quiere ustedque lo mate, mi teniente?,preguntóme uno requiriendo sufusil». «De ninguna manera, meapresuré a decir conteniéndole; sepuede no recibir a losparlamentarios, pero de ningunamanera cometer un asesinato, que

podría tener además gravísimasconsecuencias.

Continuó el Sr. Aguilar tratandocon eficacia de reducirme a susdeseos y haciéndolo, dicho sea depaso, en tales términos que no pudemenos de decir a mis oyentes, luegoque se marchó. «¡Es una lástima queun hombre como éste se huyapasado a la insurrección!»

Me pidió que le permitierasacar una vista de la iglesia[38]

porque había ido con él unfotógrafo de Manila; negándome a

ello por considerarlo prohibido, enlo cual estuvo conforme, peroañadiendo, con alguna impaciencia,que no tenía razón de ser nuestraobstinación porque ya no eranuestro aquel territorio y porque desemejante locura sólo podíaresultar una catástrofe.

¿Y es razón, contesté, paraterminar, le parece a usted bien quedejemos entrar aquí a losinsurrectos para que nos degüellen?Ellos me han atacado y siguenatacándome, yo por mi parte me

limito a defenderme. Si está hechala paz que den el ejemplo ellosretirándose los primeros. Digausted al general que tengo aúncomida para tres meses (la vísperase me había concluido el arroz y nome quedaban más que unas latas desardinas), si transcurridos éstos noha venido algún buque de guerra ofuerzas españolas en busca denosotros, me iré a presentar enManila con la gente que puedasalvar, y tarde lo que tarde por losrodeos a que me vea precisado.

Terminó preguntándome siviniendo el general Ríosobedecería sus órdenes; dije que sí,que las obedecería sin reparos, y semarchó dejando en el suelo unpaquete de periódicos.

Allí, cifrada en la breve noticiaque menos era de suponer, estaba elpunto final de aquel calvario.

VIIIÚLTIMOS DÍAS

Al bosque.— Preparativos.—Fusilamiento ineludible.— Los delasedio extreman su vigilancia.—Saldremos a la fuerza.— Noticiainesperada.— ¿Capitulamos?—

Voto de confianza.— Parlamento.—

A

Dictando condiciones.— Acta decapitulación.— Ojeada

retrospectiva.

L decir yo que obedecería lasórdenes de don Diego de los Ríos,si él acudía personalmente adármelas, no me inspiraba otra ideaque la de ganar algunos días. Teníapleno convencimiento de que se metrataba de burlar, y ya dejo expuestocomo se había ido laborando en micerebro juicio tan desdichado, en elcual acabé de ratificarme y

afirmarme oyendo a los frailesretenidos por el difunto LasMorenas, que bien podía ser ciertolo del Ministerio de la Guerra, puescreían haber oído que dicho generalestaba casado con una filipina.

Mientras le avisan y viene,calculaba yo, se pasa una semana,durante la cual nos dejarátranquilos esta gente.Aprovechando la calma noslargamos al bosque, y cuandomenos lo esperen se hallan con laiglesia vacía, porque después de

todo, si nos consideran engañados yresueltos a capitular, no es muydifícil que descuiden la vigilancia ypodamos tomar las de Villadiegosin tropiezo.

Luego que se retiró el Sr.Aguilar mandé recoger el paquetede periódicos y nos pusimos aconfrontarlos detenidamente conotros que por casualidadposeíamos. Recuerdo que la másimportante de nuestrascomparaciones tuvo por objetovarios números de El imparcial,

entre los cuales no pudimos hallarotras diferencias que las naturalesde redacción. Mucho nos maravillóla semejanza tipográfica, lo exactodel tamaño y aún la calidad delpapel; mas recordando la notabledestreza que tienen para laimitación aquellos insulares, decíayo, al reparar en todo ello; «Nada;como estos chongos disponen demateriales a propósito, se handedicado a copiar nuestros diariosen el afán de que nos traguemos elanzuelo». Sucede con la

desconfianza lo mismo que sueleocurrir con el entusiasmo y con elmiedo, es contagiosa y ninguno demis hombres deseaba la rendición.Acabamos, pues, en lo que menoshubiera podido suponerse, dentrode lo racional y ordinario; enreputar de apócrifos todos aquellospapelotes, desdeñar su lectura, nohacerles caso y apercibirnos para laevasión que meditábamos.

Mandé primeramente quitar doslámparas que había colgadas anteotros tantos altares de la iglesia, y

preparar cuidadosamente loscordeles, que debían servirnos parael paso de los muchos ríos queseguramente hallaríamos. Algunosindividuos no sabían nadar, y yohabía proyectado que al llegar anteuna corriente invadeable la cruzaraun buen nadador llevando él unextremo de aquellas cuerdas y elencargo de amarrarlo, ganando laopuesta margen, a un árbol o piedraque ofreciese la convenienteresistencia. Sujetas de nuestro ladoen igual forma, y establecida la

necesaria tirantez, pasaría eldestacamento cogiéndose alpasamanos resultante. Otro nadadorcerraría la marcha, y cuando todoshubiéramos salvado el obstáculo,desharía el amarre y se nos reuniríafácilmente.

Dispuse también que se hiciesenabarcas, a fin de sustituir lasinútiles y calzar a los que notuviesen ninguna, con las carteras ycorreajes de los muertos; fijé lasalida para la noche del 1.º deJunio, y en la mañana de este día

procedí a quemar todos los fusilessobrantes, más un Remington y unrifle que habíamos hallado en laComandancia militar; distribuí lasmuniciones que aún quedaban,entregué a cada cual una mantanueva, y en uso de las atribucionesque me conferían los artículos 35 y36 del Código de Justicia Militar,cediendo, muy contra mi voluntad ysentimientos, a la presión de lascircunstancias, mandé fusilarinmediatamente al cabo VicenteGonzález Toca y al soldado Antonio

Menache Sánchez, convictos yconfesos del delito de traición enpuesto sitiado e incursos además enla pena de muerte ordenada por elCapitán general del Archipiélago,P. Basilio Augustí, en su bandoterminante del 23 de Abril de 1898.

La ejecución se realizó sinformalidades legales, totalmenteimposibles, pero no sin lajustificación del delito. Era unamedida terrible, dolorosa; quehubiera yo podido tomar a raíz deldescubrimiento de los hechos, y que

hubiese debido imponer sincontemplaciones cuando laintentona de fuga; que había idoaplazando con el deseo de que otrosla decidieran y acabasen, pero queya era fatal y precisamenteineludible. Mucho me afligió elacordarla; busqué un resquicio pordonde poder librarme de semejanteresponsabilidad, y no pude hallarlosin contraer yo mismo la deflojedad en el mando, y, sobre todo,la muy grave y suprema decomprometer nuestra salvación al

retirarnos. Fue muy amargo, perofue muy obligado. Procedíserenamente, cumpliendo mi deber,y por esto, sin duda, ni un soloinstante se ha turbado jamás latranquilidad de mi conciencia.

Para evitar que los enemigospudieran aprovechar resto ningunode los armamentos destruidos, hiceponer el herraje, antes que loscadáveres de los fusilados, en elhoyo que se hubo de hacer paraenterrarlos, y las piezas menudasfueron tirándose por los

alrededores de la iglesia. Con estoquedamos aguardando la noche.Mis soldados, tanta era sunecesidad, rasaron aquel día todolo comestible, hojas y tallos, queaún había en nuestras pequeñasplantaciones, y aunque la empresaera de las que sólo pudo aconsejarnuestra desperación extremada,todos evidenciaron su impacientealegría porque llegase la hora yabandonar aquella posiciónlúgubre, donde ya no faltaba, paraestar en carácter, ni siquiera el

horror de un triste cementarlo deajusticiados.

Obscureció por fin y con elreposo nocturno vimos que seaumentaba de una maneraextraordinaria la vigilancia por lastrincheras insurrectas. No habíaluna, pero el cielo estabacompletamente despejado y vertíaclaridad suficiente para que nopudiéramos evadirnos sin serinmediatamente descubiertos. Nohubo, pues, más remedio que hacerde tripas corazón y dejar nuestra

marcha para la noche venidera, conla esperanza de que nos favoreciesealgún descuido y la firmeresolución de que, si noconseguíamos desfilar inadvertidos,cargaríamos desde luego sobre laparte mejor fortificada, esto es, pordonde menos era de suponer quebuscáramos la salida: Con talpropósito hice jurar a todos que sialguno, desgraciadamente, quedabaen manos del enemigo, no diríapalabra ni haría gesto que pudieseindicar la dirección por donde

fuéramos[39].A la mañana siguiente, no bien

amaneció, volví a repasar losperiódicos. Toda la noche habíaestado preocupándome lo extrañodel asombroso parecido con quehabían logrado hacerlos; pero algoinstintivo me aconsejaba su lectura.Sin esperanza, pues, de que sedesvaneciesen mis recelos,comencé a ojear sus columnas,maravillándome la imaginación quese había gastado en ellas, con elintento de reducirnos y engañarnos.

Admirándolo estaba, cada vez a mijuicio más penetrado en lohabilidoso de la obra, cuando unpequeño suelto, de sólo un par delíneas, me hizo estremecer desorpresa. Era la sencilla noticia deque un segundo teniente de la escalade reserva de Infantería,D. Francisco Díaz Navarro, pasabadestinado a Málaga, pero aqueloficial había sido mi compañero eíntimo amigo en el Regimiento deBorbón; le había correspondido ir aCuba, y yo sabía muy bien que al

finalizarse la campaña teníaresuelto pedir su destino a lamencionada población, dondehabitaba su familia y su novia. Estono podía ser inventado. Aquellospapeles eran, por lo tanto,españoles, y todo cuanto decíanverdadero. No era, pues, falso quese habían perdido las Colonias; quehabíamos sido villanamentedespojados; que aquel pedazo detierra que habíamos defendido hastala insensatez, ya no era nuestro, y,como decía el Sr. Aguilar, ya no

tenía razón de ser nuestraobstinación en conservarlo.

Aquello fue para mí como elrayo de luz que ilumina de súbito lamortal cortadura en que íbamos acaer precipitados. Al retirarmedesesperadamente al bosque noestaba en mis propósitos quedarnosen él como los salvajes igorrotes, ylo de llegar a Manila sabía yo muybien que era empresa tan imposiblecomo la de subir hasta las montañasde la luna; pero esperaba ganar lacosta, quedar allí en cualquier

refugio solitario esperando elcrucero de alguno de nuestrosbarcos de guerra, que desde lo delYorktown me figuraba quenavegarían libremente, llamar atiros o izando una bandera muygrande, que al efecto habíamosarreglado con los restos de losmateriales disponibles, la atencióndel primero que acertase a pasar yhacer que nos recogiera y nossalvara. El desastre ocurrido, queya no me ofrecía duda ninguna,desvanecía también esta última

esperanza, y llevar mis soldados alas espesuras de los bosques, eracomo entregarnos miserablemente ala muerte.

No hallé pues, más remedio quela capitulación y acto seguido hicereunir a la gente, conté lo sucedidoy les manifesté sin rodeos que meparecía llegado el momento depactar con el enemigo. Algunos deaquellos valientes, con los ojosarrasados en lágrimas, todavía nose mostraban convencidos, y otrosme argumentaron «que se hallaba

muy reciente lo del agua hirviendoy que nos iban a quemar vivos».Ahogándome también de llanto y decoraje insistí en convencer a losprimeros de que ya no nos quedabaotro puesto de salvación, y paradesvanecer los temores que aducíanlos otros, muy fundadamente porcierto, les vine a contestar losiguiente:

«El Teniente coronel Aguilar esindudablemente el jefe de lasfuerzas que nos rodean. Desdeluego habéis advertido que parece

persona distinguida y muy perito encuestiones militares. Creo lo mismoy tengo la seguridad, por lo tanto,de que no ha de permitir se maltratea quienes únicamente merecen,como nos ocurre a nosotros, elcalificativo de beneméritossoldados, víctimas del amor a laPatria. Lo tenaz de nuestra defensaestá fundada en el rigurosocumplimiento de lo prevenido en elReglamento de Campaña, en elCódigo de Justicia Militar y en eldel Honor; en nuestras Ordenanzas

y en los Bandos, por último, delCapitán general del Archipiélago,Sr. Augustí: no hemos hecho, pues,otra cosa que cumplir con nuestrosdeberes lealmente; dando, si acaso,un ejemplo más digno deadmiración que de castigo, yfinalmente, aunque no lo considerenasí, yo soy después de todo el únicoresponsable de cuanto ha sucedidoy yo sólo he de ser quien pague,máxime habiendo mandado quemarlos armamentos.

—Pues entonces, me

respondieron, haga usted lo quemejor le parezca; usted es quien loentiende.

Les hice inmediatamente unabrevísima nota de las condicionesen que debíamos capitular,proponiéndoles que si no eranaceptadas saldríamos a muerte o avida, como Dios nos diese aentender, y habiéndolas aprobadopor unanimidad, mandé al instanteenarbolar bandera blanca e hice alcorneta que tocase atención yllamada. ¡Momento inolvidable!

Se adelantó enseguida uno delos centinelas insurrectos y le gritóque llamase al Teniente coronelAguilar. Poco después uncomandante, indígena también, seaproximó y nos dijo que ya noestaba con ellos aquel jefe, peroque al punto venía su Tenientecoronel, que había quedadoacabándose de vestir y era quienmandaba en el campo.

Tampoco se hizo esperar esteúltimo señor, y cuando estuvo alhabla le participé nuestros deseos,

pero apercibiéndole con estaspalabras terminantes:

—No se figuren ustedes que meencuentro con el agua al cuello;todavía me quedan víveres paraunos días, y si no acceden ustedes alas bases que pienso proponer,tengan por muy seguro que antesque rendirme con otras me marchoal bosque, asaltando las trincheras.

Me contestó que formulase lacapitulación en los términos que yotuviera por conveniente, siempreque no fuesen denigrantes, para

ellos, y espontáneamente me dijoque se me permitiría laconservación de las armas hasta ellímite de su jurisdicción, donde lasentregaríamos. Tan generosa oferta,que simboliza el honor másdistinguido que se puede hacer ensemejantes ocasiones, desvanecióen gran parte nuestros recelos, y nohay que decir si la hubiésemosaceptado con entusiasmo, pero yoque veía por momentos decaer a migente, cuyas fuerzas parecíanabandonarles según íbamos

llegando a la solución del arreglo,comprendí lo imposible de quépudiéramos hacer una sola jornadallevando aquellas armas, las cuales,además, podían servir de pretextopara cualquiera tropelía, y no quiseadmitir la propuesta.

Extendí, pues, el acta siguiente,que fue aceptada sin vacilación nidiscusiones:

En Baler, a los dos días del mesde Junio de mil ochocientos noventay nueve, el 2.º Teniente Comandante

del Destacamento Español, D.Saturnino Martín Cerezo, ordenó alcorneta que tocase atención yllamada, izando bandera blanca enseñal de Capitulación, siendocontestado acto seguido por elcorneta de la columna sitiadora. Yreunidos los Jefes y Oficiales deambas fuerzas transigieron en lascondiciones siguientes:

PRIMERA. Desde esta fechaquedan suspendidas las hostilidadespor ambas partes beligerantes.

SEGUNDA. Los sitiados deponen

las armas, haciendo entrega de ellasal jefe de la columna sitiadora,como también los equipos de guerray demás efectos pertenecientes alGobierno Español.

TERCERA. La fuerza sitiada noqueda como prisionera de guerra,siendo acompañada por las fuerzasrepublicanas a donde se encuentrenfuerzas españolas o lugar seguropara poderse incorporar a ellas.

CUARTA. Respetar los interesesparticulares sin causar ofensa a laspersonas.

Y para los fines a que hayalugar, se levanta la presente actapor duplicado firmándola losseñores siguientes: El TenienteCoronel Jefe de la Columnasitiadora, Simón Tersón.= ElComandante, Nemesio Bartolomé.=Capitán, Francisco T. Ponce.=Segundo Teniente Comandante de lafuerza sitiada, Saturnino Martín.=El Médico, Rogelio Vigil.

Así terminó el sitio de la iglesiade Baler, a los 337 días de

iniciado, cuando ya no teníamosnada comestible que llevar a laboca, ni cabía en lo humanosostener uno solamente su defensa.

Nada hubo de faltarnos en aquelhumilde recinto, preparado no másque para escuchar la plegariareligiosa, ni las inclemencias delcielo, ni el rigor del asedio, ni losgolpes de la traición y la epidemia.El hambre con su dogal irresistible,la muerte sin auxilios, y elaislamiento con su abrumadorapesadumbre, la decepción que abate

las energías más vigorosas delespíritu, y el desamparoenloquecedor que desconsuela, todoconcurrió allí para sofocarnos yrendirnos.

Mucho supone con el fragor dela batalla el ataque a la bateríaformidable; mucho el cruzarse conlas bayonetas enemigas, pero aúnhay algo más de pavoroso y deirresistible y de difícil en la tenazresistencia del que una hora y otrahora, un día y otro día, sabe lucharcontra la obsesión que le persigue,

sostenerse tras la pared que lederriban, y no ceder a losdesfallecimientos del cansancio.

Tal es el mérito de losdefensores de Baler, de aquellapobre iglesia, donde aún seguíaflameando la bandera española,diez meses después de haberseperdido nuestra soberanía enFilipinas.

Los que hablan de fantasías, quemediten; los hombres de corazón,que lo avaloren.

DESPUÉS DELSITIO

C

I

Medidas previsoras.—Consideraciones del sitiador.—

Noticias alarmantes.— En marcha.— Rectificación debatida.—Protección de Aguinaldo.—

Tentativa de asesinato.

UANDO firmada la capitulación,hubimos de franquear las puertas dela iglesia, dejar las armas y

confiarnos a nuestros enemigos dela víspera, nos pareció salir, nodiré despertar, de una pesadillacongojosa. Fue algo así como elque por espacio de mucho tiempoha tenido que arrastrarse por unagalería subterránea, cada vez másangosta, y sale de improviso a otrolugar menos apretado y tenebroso,donde puede andar másdesahogadamente, pero no todavíacon el respiro y la claridad quenecesita.

Aunque terminado el asedio no

podíamos entregarnos a latranquilidad y el descuido. Se habíafirmado un convenio por el que segarantizaban nuestra libertad ynuestras vidas; pero nos hallábamosentre fuerzas irregulares muylastimadas por nosotros, en las quedebíamos de tener irreconciliablesenemigos; donde formaban algunosvillanos desertores, gente de la quetodo era de temer a la primeraoportunidad, y teníamos que vivirmuy alerta. Por de pronto, y enprevisión de que lo del fusilamiento

pudiese motivar alguna violencia,pedí a Vigil que me certificase ladefunción de González Toca yMenache, como víctimas de ladisentería en dos fechas distintas,encargando a mis hombres queaseverasen esto mismo hastaencontrarnos con seguridad entrelos nuestros.

Para evitar la pérdida de 223pesos con 50 centavos que teníamosde la Comandancia Militar, y decuya existencia podían tenerconocimiento los insurrectos, pues

habían cogido la documentacióncorrespondiente, firmé un resguardocon la data muy atrasada,suponiendo que los había recibidopara el abono de los socorros a latropa, y no descuidando tampoco laresponsabilidad que pudiera cabera Las Morenas, si al ajustar suscuentas suponía la Administraciónespañola que había percibido larecaudación de las cédulaspersonales, rogué que se me diesenlas oportunas relaciones de locobrado en los tres últimos meses

que tuvo a su cargo la referidaComandancia; solicitud a la queasintieron desde luego,facilitándome además una copia delresumen de las cédulas sellos ypapeles sellado vendido, efectoscon cuyo sobrante se quedaron.

Las cosas, por lo tanto, noparecían ir mal orientadas.Comisionado el presidente local,Antero Amatorio, para que sehiciese cargo de una porción delegajos, también de laComandancia, que al encerrarnos se

trasladaron a la iglesia y de todocuanto había en esta última,cumplió su encargo con las mayoresatenciones. El tal presidente, quesustituía bajo las autoridadestagalas, al que nosotros llamábamosCapitán municipal ogobernadorcillo, dio también ordena la gente de Baler que se hallabaen las sementeras más cercanaspara que acudiesen con víveres y,sin alteración de los preciosordinarios, nos vendieran lo quepidiésemos. Nadie a primera vista

nos manifestaba odio ninguno. Porel contrario; las fuerzas del sitio ylos habitantes del poblado nosfelicitaban por el tesón con quehabíamos resistido, asegurando quetodos ellos hubieran hecho lopropio y que habíamos cumplidocon nuestro deber. Se afanaban porvernos y nos contemplaban conasombro, pudiendo asegurarse quefueron muy pocos los que dejaronde ir a la iglesia para saludarnos yadmirar la forma en que noshabíamos atrincherado.

Comparando aquellademostración de simpatías con lavillana conducta que luego se hubode observar con nosotros, bienpuedo suponerse que tanto agrado ytan afectuosas demostracionesfueron sólo debidas a la impresiónque produjimos. ¡Cuál nos veríanque, aún los mismos cuyasviviendas habíamos quemado, nohallaron más que frases de ánimo yde conmiseración para nosotros!

Por esto duró poco el efecto, ypasados los primeros momentos

pudieron ya laborar, contra mísobre todo, los miserables quedejaron de compartir aquellalástima. No tardó, pues, en llegar ami noticia que uno de los oficialesde la columna sitiadora, GregorioExpósito, desertor español quehabía servido como sargento en elregimiento de Infantería núm. 70,puesto de acuerdo con AlcaideBayona, se dedicaban a recabar demis soldados que se fuesen alTeniente coronel insurrecto paraquerellarse de que yo los había

tenido muertos de hambre,obligándoles contra su voluntad a ladefensa y despreciando sus ruegossuplicándome, por Dios, quecapitulase a todo trance. A estacizaña mezclaban torpementeciertas halagüeñas proposiciones yel anuncio de graves peligros si nome abandonaban. Alcaide les decía:«El teniente Martín ha quemado losfusiles y no sabe que le van aquemar a él los huesos».

No me sorprendió la noticiaporque desde luego había supuesto

que sobre mí vendrían todas las irasy los rencores enemigos. Lógico eratambién que los más interesados enperderme fuesen aquellos mismostraidores que se habían huido a losenemigos de su patria. Mi muerte nopodía menos de convenirles bajomuchos conceptos, y por estemotivo tampoco me debía extrañarninguna de sus criminalestentativas, ninguno de sus golpes.

Entre los insurrectos se hallabaun soldado, natural de Canarias,que habiendo caído prisionero fue

destinado como asistente a lasórdenes del Teniente coronelD. Celso Mayor Núñez, capitándesertor de nuestra Infantería. Esteseñor había ido a Baler con buenaprovisión de cartuchos de dinamitapara volar la iglesia, pero noconsiguiéndolo, tuvo que retirarsecon las ganas de hacerlo ydejándose al ordenanza, que hubode caer enfermo. Yo tenía en eldestacamento dos individuos, unocomo asistente mío, procedentes deCanarias también, y en cuanto

depusimos las armas, aquel se unióa ellos con la fraternal amistad queacerca en países lejanos a los quehan nacido en la misma región oprovincia. «Tenga usted muchocuidado, mi teniente —me dijo elbuen muchacho—, porque un día hesorprendido al Teniente coronelhablando con el Comandante ydecían que si llegaba usted acapitular sería muerto en el camino,para quitarle unos cuantos miles depesos que, según dice Alcaide,tiene usted en su poder, y muchas

alhajas[40]. Tampoco debe ustedfiarse de su antiguo asistente,Felipe Herrero López, que no lequiere bien, y, con muy buenaspalabras, tiene muy mala entraña».

Influido por estas noticias y eljustificado recelo que ya medesvelaba, pueden colegirse losánimos con que yo saldría de Balerel día 7 de Junio por la tarde.Acompañábame todo eldestacamento y nos daban escoltalas fuerzas sitiadoras. Los jefes deestas últimas habían tenido conmigo

deferencias; mi gente, sin embargo,de los buenos oficios de Alcaide ysu colega, me había demostradolealtad y cariño, pero el camino eramuy largo y solitario; lasdificultades a vencer numerosas ymuchas las ocasiones de untropiezo. Mis ojos, siemprevigilantes, y mi oído en acecho nome dejaban duda, por visiblesindicios, de que algo se ibatramando contra nosotros.

Aquella noche pernoctamos enSan José de Casignán y al otro día

franqueamos los Caraballos,pasando un río setenta y dos veces,tal era la madeja que trazaba en sucurso verdaderamente inextricable,y por cierto que al vadearlo se hubode hacerlo en grupos porque a losindividuos sueltos los arrastraba lacorriente. Llegamos por la tarde aun barrio llamado Mariquí,permaneciendo allí hasta lasiguiente mañana, en que salimospara Pantabangán, a donde llegamostemprano, alojándose mis soldadosen la iglesia.

El Médico y yo nosacomodamos en una de las mejorescasas del poblado, que tuvieron ladignidad de reservarnos. Parecía unhotelito, con un jardín y su verjitade madera. Como había elpropósito de que nos reparásemosallí dos o tres días, tuvieron ademásla notable deferencia de poner anuestro servicio un muchachito quese había criado en casa del cura ychapurreaba el castellano. Todoesto, en realidad, era muy digno deagradecerse y estimarse; pero,

como pronto advertimos, no teníamás objeto que allanar el terrenopara la informalidad queproyectaban.

Debo decir, sin embargo, que apesar de mis recelos no suponía yoque salieran por el registro quesalieron. Cualquier mal trato no mehubiera sorprendido, aquello sí,porque no me lo esperaba. Sucedió,pues, que al día siguiente los jefesinsurrectos le indicaron a Vigil,para que me lo hiciera saber, lanecesidad y conveniencia de

modificar la regla tercera del actade capitulación, haciendo constaren ella qué si no quedábamos comoprisioneros de guerra era enconsideración a que había cesadola soberanía española en Filipinas.Imagínese lo que me indignaría elsubterfugio. Después de habermeofrecido espontáneamente que senos dejarían las armas y de haberloyo renunciado; tras de pactarnuestra libertad sin discusiones,como ganada por la tenacidad en ladefensa, querían ahora rectificar

nuestro convenio, dando porderivado lo que debía considerarsecomo premio. Esto era un atropelloy así lo dije al Teniente coronel yComandante cuando nos avistamos.Arguyéronme que se hacíanecesario para evitar los reparosque seguramente opondría suGobierno, y conducirnos sindetenciones a Manila. Contesté,duplicaron, y acabé por acalorarmede tal modo que tiró al suelo el actagritándoles que se aprovecharan dela fuerza. Luego de rehacerla me la

enviaron a firmar y me quedé conuna copia.

Es de notar que durante todo elviaje no habían cesado de recibirdespachos de Aguinaldo,recomendando que se nos facilitaracuanto necesitásemos,guardándonos las mayoresconsideraciones, «porque elenemigo cuanto más valeroso —frase textual— más digno es derespeto, y que por todos los mediosposibles se vigilase nuestraseguridad, de la que serían

responsables los que nosconducían» ¡Pero ya estaba buenala subordinación de aquella gente!

El 11 por la tarde nos invitó elComandante a dar un paseo;salimos Vigil y yo acompañándole,y al llegar a un sitio donde habíatres o cuatro caballos, nos dijo:«Aquí tienen ustedes susmonturas[41] para mañana, puesvamos a continuar a Bongabón».Hablamos de otras cosasindiferentes y al caer el día nosretiramos a nuestro alojamiento,

bien ajenos de lo que pocas horasdespués había de ocurrimos.

A los jefes insurrectos les dabatodas las noches serenata la músicadel pueblo, durando el jolgoriohasta la madrugada. Molesto con elruido, me desperté aquella noche,cerca ya de las doce, no pudiendoestar acostado me dio la ocurrenciade asomarme a una ventana.Reparando estaba lo solitario de lacalle, obscura y silenciosa, cuandoadvertí que, del sitio de dondetocaba la música, llegaba un

individuo que me pareció HerreroLópez y traía la dirección denuestra casa.

Para entrar en ella había quedar la vuelta, y viendo que así lohacía el inesperado visitante, dijepara mi sayo: «Veremos que traeéste». La vivienda se componía dedos departamentos separados porun tabique divisorio sin otracomunicación que una puerta,cerrada entonces, y que chirriabamucho al abrirse. Me volví a lacama[42] esperando que si alguien

trataba de pasar a mis habitacionesno dejaría de anunciarlo dichapuerta, y a los pocos momentoscomienzo a sentir pasos de varioshombres en el primer departamento.Inútil es decir si tendría yo misfacultades en acecho, pero no tuveque aguardar mucho rato para darcon la solución de aquel misterio.De pronto noto que encienden luz enlas habitaciones que ocupaba Vigilcon dos o tres soldados queteníamos de ordenanzas, perciborumor de lucha, disparos, golpes, y

advierto que saltan por las ventanasa la calle. Desarmado como estaba,requería inútilmente los muebles yrincones, buscando alguna cosa conque acudir en auxilio de mi amigo,cuando veo a dos hombres[43], consendos machetes, que se vienenhacia la puerta de mi cuarto y tengoa mi vez que arrojarme por laventana, con tal mala fortuna[44] queme disloco el pie derecho, y nopudiendo seguir adelante porque sedoblaba el talón, no tuve más

remedio que sentarme a favor deuno de los rincones que formaba elcercadito de la casa, y esperar allílo que al Señor fuera servido.

He aquí ahora lo que habíapasado en las habitaciones delMédico: uno de les referidossoldados, por su robustez y estatura,se parecía bastante a mí, y a él fue aquien se abalanzaron primeramente,cogiéndole del cuello. Hombreforzudo se había desasido atrompazos, derribando a susagresores, y aprovechándose de que

las persianas estaban levantadas,había saltado afueraprecipitadamente, lo mismo que suscompañeros, porque los bandoleroscomenzaron a tiros y machetazos,resultando el muchacho deCanarias, que había sido asistentede Celso, con la nariz partida de untajo y salvo milagrosamente de unbalazo que le soltaron aquemarropa. Mi asistente, quedormía en mi alcoba, también tomócomo puerta la ventana, y a estodebí mi salvación, pues los

asesinos corrieron tras ellos y no sefijaron en mí.

Estando con las angustias quepueden suponerse veo pasar aljovenzuelo indígena que teníamosde sirviente, le llamo y digo: «Vetecorriendo a casa de los jefes y lesdices de mi parte que venganenseguida». Acabar este recado yverlos que se acercaban todo fueuno. Salgo a su encuentro, y mepregunta el Comandante: «¿Qué leha pasado, teniente Martín, lo hanherido a usted?» Respondí que sólo

tenía un pie dislocado, y nosdirigimos a la casa.

Yo iba delante, dando saltos ysufriendo violentos dolores almoverme. Subimos y veo que lapuerta de comunicación entreambos departamentos continuabacerrada[45], la franqueo de un golpey nos encontramos a Vigil tendidoen el suelo y amarrado fuertemente;no era esto sólo, detrás de la puertay escondido en un rincón descubroa un salteador, me abalanzo a él y,cogiéndole de un brazo, le grito a

mi asistente y a otro de los míosque venían con nosotros, que lesujeten para que no pueda fugarse;pero el Comandante se apresura adecirme: «No; mejor seráentregárselo a estos soldados míosque vienen armados». Acatamos laindicación y enseguida que lo tienenlos otros le dejan que se largue,produciendo gran confusión ydisparando algunos tiros al airepara dar a entender que se les habíaescapado. Recordando aquellaburda comedia todavía me agitan

estremecimientos de coraje.Ni el mismo Job creo que

hubiera sufrido con paciencia burlatan manifiesta. No bien desaparecióel prisionero comenzó a lamentarseaquel divinio comandante porque sino se hubiera marchado habríadenunciado a sus cómplices.Desoyendo toda prudencia le dije:«Mentira parece que por el interésse hagan tales cosas». «Habránsupuesto que yo guardo miles deduros, y están equivocados. Tengausted, haga el favor de guardarme

estos 590 pesos, único dinero quetengo, a fin de que no haya motivospara que repitan la escena».

Tomó la cantidad y me contestóque por aquellas inmediacionesvagaba una partida numerosa detulisanes (bandidos), y que al díasiguiente no sabía como saldríamosdel viaje, porque se habíamarchado parte de la fuerza y nodisponíamos de la necesaria contraun golpe de mano.

Por fin de fiesta vimos apareceral teniente Gregorio Expósito, con

su amigo Alcaide Bayona. Veníanarmados de fusiles y dijeron haberestado en acecho más abajo denuestra casa por si acertaban acorrerse los tulisanes por allí.Desde luego me figuré que yo era eltulisán que habían estadoesperando, y una vez más le digracias a Dios que me había sacadoa salvo del peligro.

—Bueno terminó diciendo eljefe tagalo, pues lo mejor seráponer a ustedes una guardia, y así lohicieron para cubrir las

apariencias.

D

II

Sin caballos.— Robados.— EnCabanatuán.— Continuación del

viaje.— Descuento por depósito.—En Aliaga.— Excelente

comportamiento del capitán Molo.— En el cuartel general de

Aguinaldo.— Decreto memorable.

IGO y repito que sólo paracubrir las apariencias, porque si

lealmente se hubieran resuelto adefender nuestros intereses ypersonas, bien puede asegurarseque al otro día no se hubierarealizado el villano despojo de quehube de ser víctima.

La siguiente mañana,observando llegaba la hora decontinuar el viaje y que no traíannuestros caballos, aquellos mismosque la tarde anterior nos habíaenseñado el Comandante, envié ami ordenanza con el oportunorecado para los jefes insurrectos,

quienes le contestaron que hacíarato los andaban buscando y que noparecían ni vivos ni difuntos.Enseguida que recibí esta respuestaconocí que se preparaba unaemboscada y mandé a visar, a migente, ya dispuesta en la iglesiapara emprender la marcha, queninguno se pusiera en caminomientras no recibieran orden mia.Era lo más prudente, si de algunamanera se habían de afrontar lasincidencias que por lo vistoamenazaban; pero algunos

momentos después me trajeron uncarabao, diciéndome que hiciesecargar en él los equipajes, a fin deque pudieran ir andando con lafuerza de a pie, que luegofácilmente podríamos alcanzar conlos caballos, en cuanto se diera conellos. No tuve más remedio quetransigir y confiando la vigilanciadel carabao a uno de mis soldados,Domingo Castro Camarena[46],quedamos en el pueblo aguardandoel hallazgo, en tanto que se alejabala columna.

Viendo que transcurría tiempo ymás tiempo sin que pareciesen lasdichosas monturas, y que yo nopodía humanamente mover el piederecho, nos dijeron a Vigil y a mísi queríamos ir en unos carabaosque había disponibles. Aquelofrecimiento, lo extraño de lapérdida y el empeño en que seadelantaran mis hombres con laescolta, me hicieron advertir que seobscurecía el horizonte, ¿qué hacer,sin embargo, ante semejantesCircunstancias? Nada; someterse y

callar. Afortunadamente se hallabapresenciando todo esto el jefe detelégrafos, cuyo nombre siento norecordar, y generosamente me dijo:«Usted no se apure; yo tengo unbuen caballo a su disposición».Acepté agradecido, y gestionandopor acá y por allá no tardó enhallarse quien nos facilitara otrocaballo para el Médico. Losnuestros, en tanto, los que se noshabían apercibido para el viaje,debían de trotar por el camino deSantiago.

Nos pusimos en marcha sin otroacompañamiento que un tenienteinsurrecto, un comandante y elTeniente coronel. Merece repararseque mal se avenía con los tulisanesde que nos habrían hablado lanoche anterior aquella separaciónde nuestra escolta y el aventurarnoscon tan escasos defensores. Ningúnpercance tuvimos, empero quelamentar en la jornada, y yacreíamos haberlo salvadofelizmente, cuando al llegar cercade Bongabón se nos adelantaron

ambos jefes, y, habiendo escuchadoque alguien sollozaba en el bosque,fueron al sitio de donde partían losgemidos, encontrándose a CastroCamarena, el conductor de nuestrosequipajes.

Ignoro la sorpresa que lespudiera causar este acontecimiento.El soldado les dijo que algunosindios le habían acometido deimproviso y, luego de amarrarle,habíanle quitado todo el dinero quellevaba, desapareciendo con elcarabao que conducía. Desligáronle

bondadosos y, presumo yo, quecompadecidos del percance;siguieron al referido Bongabón, yallí se unieron a lo restantes de lafuerza, tan poco celosa (y no lodigo con intenciones de ofenderla)en la custodia de la únicaimpedimenta que llevaba.

Cuando llegamos al pueblo,fuimos a parar en la misma casadonde se alojaba el teniente coroneldel Estado mayor filipino, D. CelsoMayor Núñez, de quien ya tengohablado. Le participó la ocurrencia

y se limitó a replicar, entreindiferente y censor, que nada noshubiera sucedido si, menos tenaces,hubiésemos capitulado cuando élestuvo en Baler, y que Diossolamente sabría entonces quienesserían los ladrones. Desdeñé lacensura como procedente de labiosque después de jurar la banderaespañola pudieron ofenderladirigiendo, contra ella las tropelíasinsurrectas, y me limité acontestarle que no me afligía másque la pérdida de los papeles y

documentos, para mi de muchaimportancia, e inútiles para losdemás completamente. «Bien, bien—me dijo— ya comisionaré a unoficial por si es posible recuperaresos papeles».

Poco después recibí en mihabitación la visita del jefe de lacolumna volante de aquel término,D. José Padín Gil, capitán devoluntarios que había sido tambiénde nuestro Ejército. Lamentó elaccidente y me aconsejó que noculpase a ningunos tulisanes

imaginarios porque los autores delhecho debían de haber sidoaquellos mismos que nos veníanescoltando. No hice comentarios yme limité a responder lo mismo queanteriormente a Celso Núñez, queno me importaban nada las ropas, nilas alhajas, ni el dinero, sino ladocumentación, y que sólo queríaesto por el interés personalísimoque para mí tenía. Estuvo muyafable, muy atento y solícito[47], y elotro creo que no dejaría decomisionar al oficial, pero la tal

documentación quedó perdida.Nos detuvimos en Bongabón

hasta el día 14 que seguíamos aCabanatuán. Aquí los indígenastenían establecido un hospital paralos españoles heridos o enfermos, ya él pedí me llevaran, a fin deatender a la curación de mi pie que,mal asistido por la falta de medios,no me dejaba un momento dereposo.

Logré que me atendieran oingresaron conmigo en dichobenéfico establecimiento el Médico

Sr. Vigil y aquel pobre soldado,natural de Canarias, a quien habíanpartido la nariz la noche del día 11.

Por entonces se habíatrasladado, desde esta mismapoblación a Tarlak, el cuartelgeneral de los filipinos, pero aúnquedaban allí algunas autoridades,y con ellas la esposa de Aguinaldo,quien tan pronto como supo quehabíamos entrado en el hospitalacudió a visitarnos con el 2.º jefede su Estado Mayor general,D. Manuel Sityar, coronel entonces

y capitán desertor de nuestroEjército. Aquella buena señora nosdirigió algunas frases de las queson de rigor en tales casos, y nosauxilió, no recuerdo bien si con unao dos pesetas a cada uno; socorrodel que también debieron departicipar el capitán de InfanteríaD. Ciriaco Pérez Palencia y unsegundo teniente de Infantería deMarina que allí estaban enfermos yprisioneros.

Mis soldados recibieronalojamiento cerca del hospital, y la

columna que nos acompañaba, nopudiendo esperarse a que merestableciera, siguió su marcha[48],pero la víspera de hacerlo se mepresentó el Comandante adespedirse y consultarme sientregaba el dinero que tenía mío alGobernador militar, FortunatoJiménez, íntimo amigo suyo; ypersona de confianza, el cual medaría recibo. Así lo hicimos,previendo que me robasen otra vez,aunque pronto veremos que no sepudo evitar completamente.

Pasaron dos semanas, finalizabaJunio y yo seguía mal, sin poder aúnvalerme del pie, cuando en lamañana, muy temprano, del día 29se recibió un telegrama deAguinaldo para que inmediatamentefuésemos a Tarlak, a fin de que,aprovechando el paso por allí de laComisión española que había ido agestionar la libertad de losprisioneros, pudiéramos seguir aManila con ella. Respondí que nome hallaba en disposición demarchar, pero que podían hacerlo el

destacamento y Vigil. Salieronéstos; y el Gobernador militar,enseguida, lo participótelegráficamente al general, dequien poco después se recibió otrodespacho con la orden expresa deque «utilizando todos los mediosque a mi estado convinieran» mepusiera en camino sin dilación,«por ser de necesidad queacompañase a la tropa hastaManila».

Cuando Fortunato Jiménez medio la noticia de semejante

resolución, quedó en mandarme unacamilla «para que pudiese ir agusto,» y así lo hizo efectivamente,con cuatro indios, pero la talcamilla era la misma en que sehabían llevado poco antes a unprisionero fallecido y no quiseadmitirla, ordenando a uno de losportadores que fuese a llamar adicho Gobernador de parte mía.Acudió este al momento y, sobre larazón expresada, le dije que nopodía yo arriesgarme a ir deaquélla manera porque los

conductores, faltos del suficienterelevo, se cansarían de llevarme ycorría el peligro de tener que pasarla noche a la intemperie yabandonado a las incidencias delcamino. Me ofreció entonces uncaballo y, de no convenirme, unacanga, en la que se haría poner unsillón grande para mayorcomodidad. Canga llamaban ellos auna especie de carreta pequeña, sinruedas, que llevan arrastrando.

Preferí la segunda, cuyainvención debe de remontarse a las

edades prehistóricas; y como ya eratarde, se aplazó el viaje hasta lasiguiente mañana, 30 de Junio, enque a primera hora recibí la visitadel tal Gobernador que venía paradevolverme los 590 pesos míos quetenía en depósito. Contó los billetesy eché de menos uno de 25 pesos;quiso explicar la falta, pero noquise permitírselo, porgue noestaba en ganas de medir a dondellegaba su inventiva, y aún le ofrecíla cantidad que le parecieseconveniente. Se negó a tomar nada,

le devolví su recibo y pasé adespedirme de los infelicesprisioneros que allí quedaban hastaque Dios fuere servido.

A todo esto ya estaba la cangaesperando con un cabo y algunossoldados que debían acompañarme.Si los que anteriormente nos habíanescoltado, sólo por su descuido, yhaciéndoles favor, se hicieronmerecedores de recuerdo, nosucedió lo mismo con aquellahonrada gente, que ni un momentome abandonó por el camino,

procurando evitarme peligros ymolestias, cuidando en particularque no volcase y fuese a ponerme lacarretilla por montera, cosa bienfácil con los baches que salpicabanel trayecto, y favoreciéndome contoda clase de atenciones. A mitadde jornada y pareciéndoles que nobastaba el carabao que iba tirandode la canga, se metió el cabo porunas sementeras y volvió a pocorato con otro de aquellos robustosanimales, merced al cual se pudohacer ya la marcha mejor y más de

prisa.Antes de medio día entramos en

Aliaga, donde hallé a miscompañeros, que se habían detenidoa esperarme, y al capitán filipinoD. Mariano Molo, comisionadopara conducirme a Tarlak.

De naturaleza india, tambiéneste señor había servido en laInfantería española, donde pudollegar hasta el empleo de sargento,pero fiel a su compromiso no habíadesertado. Se hallaba en Manila,destinado en la Subinspección hacía

mucho tiempo cuando estalló laguerra, y en su puesto siguió hastala rendición de aquella plaza.Logrando entonces que le dieran sulicencia absoluta, se unió a lossuyos para defender laindependencia.

Con la separación de la tropaque nos había escoltado desdeBaler, pareció desvanecerse todoacecho y todo linaje de rencores. Alsalir de Cabanatuán hubiérase dichoque repentinamente había sustituidoa nuestro alrededor el afecto a la

enemistad; la nobleza y buenosdeseos a la falsedad y laemboscada. Ya he mencionado elamable comportamiento de los queme acompañaron últimamente, yahora vuelvo a tener la satisfacción,que siempre lo es y grande, para mípor lo menos, decir bien de lasgentes, de consignar aquí las dignasatenciones que tuvo conmigo elreferido capitán.

Solícito como pudiera estarloun verdadero amigo, se apresuró afacilitarme alojamiento en casa de

Doña Esperanza DimalimatSamsón, mestiza bastante agraciadaque vivía en compañía de suspadres, personas honradísimas, yviuda de un español a quien sólopor serlo habían asesinado losinsurrectos. Padecía esta señora deuna tristeza que la devorabamortalmente y su afán consistía ensalir de aquel pueblo donde todo larecordaba su desgracia. Tenía unhermano presbítero en Manila,D. Teófilo Dimalimat para el queme dio una visita y el encargo de

pedirle que se la llevara consigo, afin de ver si mejoraba en el estadode sus ánimos.

Pocas horas, pues a la mañanasiguiente continuamos a Zaragoza,estuve disfrutando la hospitalidadde aquella bondadosa familia, peronunca podré olvidar los fraternalescuidados que la hube de merecer entan corto espacio de tiempo. Seahoy este recuerdo testimonio paraella de mi justificada gratitud.

El 1.º de Julio, como ya dejoindicado, salimos de Aliaga. El

camino era todavía más dificultosoque la víspera, y me hizo muchagracia ver a Molo, cuandoemprendimos la jornada, quitarselos zapatos, remangarse lospantalones hasta el muslo yagarbarse a la canga para nodescuidarme un sólo instante;dándose la ocurrencia de volcar, ypor evitar mi caída, vestirse delodo él desde los pies a la cabeza.Dormimos en Zaragoza esta noche;al amanecer seguimos a Paz, dondenos acomodamos la siguiente, y al

otro día nos dirigimos a Tarlak.En todo este viaje, nada nos

dejó desear, en cuestión dealimentos, el celo y diligencia denuestro conductor, a quien debimosun abundante suministro de pollos ygallinas. En Tarlak, donde tuvo quesepararse de nosotros, continuabael cuartel general de Aguinaldo.Llegamos por la tarde e hicimosalto frente a la puerta de laresidencia de aquel Jefe, que alpunto mandó a uno de sus ayudantespara entregarnos al Médico y a mí

dos pesos a cada uno y otro a cadasoldado, con la orden expresa deque se nos llevase a una de lasmejores casas del pueblo, de que senos atendiera con esmero, y, sobretodo, que se nos dieseabundantemente de comer.

También nos mandó algo que leagradecí más que todo: un númerodel periódico donde habíasepublicado un decreto suyo relativoa nosotros. Honroso documento quesi transcribo a continuación, biensabe Dios que lo hago, más que por

vano alarde, por lo que pueda valerpara la glorificación de mi Patria.La verdad es que si los juiciosconsignados en él debenconsiderarse como la última frasede aquella desdichada campaña,nada tan grato como el haberinspirado estos juicios y poderlostraer a España, cual santa ofrendade reverencia y de consuelo.

He aquí ahora el decreto:

Habiéndose hecho acreedorasa la admiración del mundo las

fuerzas españolas que guarnecíanel destacamento de Baler, por elvalor, constancia y heroísmo conque aquel puñado de hombresaislados y sin esperanzas deauxilio alguno, ha defendido subandera por espacio de un año,realizando una epopeya tangloriosa y tan propia dellegendario valor de los hijos delCid y de Pelayo; rindiendo culto alas virtudes militares, einterpretando los sentimientos delEjército de esta República que

bizarramente les ha combatido, apropuesta de mi Secretario deGuerra y de acuerdo con miConsejo de Gobierno, vengó endisponer lo siguiente:

ARTÍCULO ÚNICO

«Los individuos de que secomponen las expresadas fuerzas,no serán considerados comoprisioneros, sino, por el contrario,como amigos, y en su consecuenciase les proveerá por la Capitanía

General de los pases necesariospara que puedan regresar a supaís. Dado en Tarlak a 30 deJunio de 1899.= El Presidente dela República, Emilio Aguinaldo.=El Secretario de Guerra, AmbrosioFlores»[49].

P

III

De Tarlak a Bacolor.— En Manila.— Regalos y festejos.—

Proposición rechazada.— Conrumbo a España.— En España.

OCO me resta ya que decir.El día 5 salimos de Tarlak en el

tren, reunidos a la Comisiónespañola, que nos había esperadoen aquella localidad, vigilando el

cumplimiento de lo acordado por elgeneral filipino respecto denosotros. Formaban esta Comisiónlos Sres. D. Antonio del Río,antiguo Gobernador civil de laprovincia de la Laguna; D. EnriqueToral, comandante de nuestroEstado Mayor y D. EnriqueMarcaida, filipino. A ella, porcierto, debieron su libertad muchosdesgraciados prisioneros, algunosde los cuales[50] también nosacompañaron en este viaje, ygracias a ella se mejoró el trato y

alimentación que recibían otrosmuchos, a los que repartió más de28.000 pesos que sus particularesgestiones pudieron conseguir enTarlak, mediante cartas-órdenescontra Manila, donde luego fueronpagadas por la Comisión deSelección.

La vía férrea estabainterrumpida entre Ángeles y SanFernando, que los americanosocupaban, y sólo hasta la primerade las referidas poblaciones pudollevarnos el tren, cuya máquina, por

falta de carbón, tenía quealimentarse con leña.

En la estación se nos esperabacon diversos carruajes paraconducirnos al pueblo. Subí a unatartana con el primer tenienteD. Tomás Ruíz Ramos, que iba muydelicado, y como los indios nosaben guiar sino a la carrera,nuestro cochero tuvo la gracia defavorecernos con un vuelco, por milado precisamente. La cosa, porfortuna, se redujo a permaneceralgunos momentos, el Sr. Ruíz y yo,

como nuestros nombres en losescalafones del Ejército.

Se nos alojó en casa del generalMascardo, jefe de aquella línea,quien, muy obsequioso, nos agasajócon un banquete, por la tarde, y unbaile, por la noche, al queasistieron las señoritas másdistinguidas de la localidad, y aldía siguiente continuamos endirección a San Fernando.

Todos íbamos en los mismoscarruajes de la víspera. Micompañero, recordando el percance

que nos había sucedido, previno alconductor que no fuese corriendoaún cuando corriesen los demás, yme dijo: «Espero que hoy nostocará la vez de reírnos». «Mireusted, le contesté, no se vayan a reírtambién de nosotros, como ayer, sivolvemos a repetir la mismaescena.

Tal ocurrió, pues obedeciendoel cochero la recomendación que sele hizo, pronto nos quedamos atrás,con gran disgusto suyo, queprocuraba satisfacer de cuando en

cuando lanzándose a una carrerillapor sorpresa, y en uno de aquellosarranques, al volver una esquina decierto barrio, cuyo nombre norecuerdo, se desnivelaron lasruedas y… otra vez dimos connuestros cuerpos en el suelo; peroésta ya le tocó a mi compañero lainferioridad en la caída y tuvo paraél desagradables resultados.

Para él y para todos; tan rudofue nuestro soberano batacazo quele dejó maltrecha una mano; yorompí la cubierta y me asomé por

ella en improvisado ventanillo, queabrí con la cabeza; el conductor nosalió tampoco muy bien librado, yarrastrada la tartana, por impulsosde la velocidad, algunos pasos, semudó en caricaturesca plataforma,donde, gracias a que las ruedas yalgunos hierros del armazón notuvieron por conveniente separarse,llegamos como se pudo a Bacolor.

Lo ridículo de nuestra figura enaquel extraño esqueleto de carruajeprodujo entre los que nos habíanprecedido la chistosa impresión que

puede imaginarse, y en cuantovieron que nada teníamos quelamentar, creo inútil decir que nosbromearon a su gusto. Desde allí aSan Fernando quedaba poco trecho,pero como había que parlamentarcon los americanos pidiéndoles quenos franqueasen el camino, tuvimosque hacer alto dos horas largas ynos distrajimos almorzando. Miamigo Ruíz las aprovechó tambiénpara curarse la mano dolorida, cuyaluxación carecía de importancia,pero algo le debió preocupar el

suceso, porque después, cuandoproseguimos la jornada, no quisoacompañarme, «por si era yo el quetenía mala sombra».

Cuando llegó a San Fernando lanoticia de nuestro arribo, se habíadado ya la orden para que saliera eltren de Manila, pero se le mandóesperarnos, y en él seguimos a lacapital del Archipiélago. Entramosde noche y nos llevaron al palaciode Santa Potenciana. La Comisiónespañola no había queridotelegrafiar nuestra ida, para evitar

aglomeraciones de gente, y nadienos esperaba en los andenes, peroenseguida fueron a visitarnos elGeneral, con los jefes y oficiales dela Comisión de Selección.

Yo, por mandato facultativo, tanestropeado iba, tuve que guardarcama, y por esta razón no me fueposible concurrir a los muchosbanquetes y festejos con que setrató de obsequiarnos, con talprofusión, que se hizo necesarioestablecer un riguroso turno paraellos. Únicamente asistí al que nos

dio el Casino Español,verdaderamente suntuoso; mas nopor eso dejé de recibirmanifestaciones lisonjeras delentusiasmo que habíamos producidoen todas partes, y, como es natural,entre los elementos españoles. Mihabitación parecía un jubileo; acosta de la oficialidad de nuestroEjército, jefes y General, que habíaentonces en aquella población, senos regalaron hermosas placas deoro y plata, conmemorativas delsitio (las que nos dedicaron al

médico y a mí tenían las coronas depedrería); se abrió una suscripcióny se celebró una velada teatral abeneficio de los soldados[51], queademás recogieron muchosdonativos particulares; unasociedad catalana, mirando a lopositivo y conveniente, nos regalódos letras para que Vigil y yo lashiciéramos efectivas en España[52],y el oficial primero deAdministración militar, D. LuisJordán y Larré nos entregó, a los

que habíamos pertenecido aldestacamento, sendos ejemplares deun precioso álbum con todasnuestras firmas el nombre ynaturaleza de cada uno, artísticaportada, y una dedicatoria muyvibrante.

Me sería imposible, y para ellonecesitaría muchas páginas,enumerar tan solo aquelladeslumbradora multitud defelicitaciones y agasajos, deobsequios y atenciones con que allíse nos abrumó constantemente.

Quizá si algunas veces, en mishoras de incomparable abatimiento,pude soñar con el fantasma de larecompensa y de la gloria, bienseguro es que nunca llegué aimaginar que las consiguiera tanhermosas, y por si algo podíafaltarme supe también que me habíadignificado la calumnia.

Renuncio a manchar este librocon el relato de aquella torpeinvención hecha cobardemente paraenvilecer a los defensores de Baler,pensando acaso en que ninguno

quedaría con vida, y me limito acoleccionar en el apéndice, conotros que me parecen oportunos, unrazonado artículo publicado contraella en El Noticiero de Manila. Nodebo callar, sin embargo, querecordándola muchas veces hesentido algo que debe de ser comolos terrores del espanto, porque seme ha ocurrido lógicamente que sila iglesia hubiera sido tomada porasalto, si en ella hubiésemosrecibido la muerte, aquella infamecalumnia se hubiera extendido para

mancillar nuestra memoria.Una de las personas con quien a

nuestra llegada tuve allí lasatisfacción de cambiar un abrazo,fue con el Teniente coronel Aguilarque me preguntó sonriéndose:

—¿Y ahora, me reconoce usted?—Si señor, contesté, y más me

hubiese valido hacerlo en Baler.Aplaudió mi desconfianza y mi

conducta; le referí cómo y porquénos habíamos rendido y supo consorpresa el grave riesgo de que lehabía yo salvado no permitiendo

que le fusilaran mis soldados[53].Entre las muchas visitas con que

me vi favorecido recibí las dealgunos americanos que me hicieronofrecimientos muy pomposos, muyatractivos, pero que les rechacédebidamente. «Por todas lasgrandezas y por todo el oro delmundo no cambio yo, les dije, mihonrado puesto bajo las banderasde mi patria».

** *

Y voy a terminar:El día 29 de Julio nos

embarcamos en el vapor Alicante,de la compañía Trasatlántica, todoslo estábamos deseando pormomentos, pues a la impaciencia deabandonar aquellas tierras, uníasetambién la falta de salud[54] y el 1.ºde Septiembre desembarcamos enBarcelona, saliendo a recibirnos lasprimeras autoridades. Al díasiguiente se licenció eldestacamento, y el 8 fui a Tarragonapara dar cuentas a la Comisión

liquidadora. Pasando luego,segunda vez, por la capital delPrincipado vine a Madrid, dondeacudieron a esperarme un jefe delCuarto Militar de S. M., el Excmo.Sr. Ministro de la Guerra ycomisiones de la guarnición. El día21, por último, salí para Miajadas(Cáceres), mi pueblo natal, y allímis entusiastas paisanos echaron lacasa por la ventana, en celebraciónde mi regreso[55].

He recibido, por tanto, pruebasinestimables del agradecimiento

nacional. Banquetes, recompensas yhonores que no me handesvanecido, pero que han elevadomi ánimo haciéndome codiciar elsacrificio, ese trance difícil querealizado en el cumplimiento deldeber conduce siempre hasta lasalturas de la gloria.

H

POST-SCRIPTUM

E terminado mi narración, ycreo haberla escrito con lasinceridad prometida.

Leal o imparcialmente, limpiomi espíritu de bastardasintenciones, he ido refiriendo losacontecimientos y episodios talcomo sucedieron y he procuradobosquejar las circunstancias talcomo las sufrimos.

Quizás en algunos momentos, alrecordar nuestras decepciones yamarguras, evocando tantas y tantashoras de mortales angustias y deabrumadoras inquietudes, la fibradolorida se haya dejado manifestarcon su gemido, inspirando a mis

frases una viveza extraordinaria,bien que reflejo pálido de losestados de mi alma; pero estamisma viveza sólo demuestra laingenuidad de mi relato. Séameperdonada en gracia siquiera de lonatural del desahogo.

Por lo que se refiere a loshechos, su misma notoriedadacredita desde luego los de tiempo,situación y recursos, que son losprincipales ante la Historia, y encuanto a los demás, no testificosolamente con difuntos; aún alientan

por ahí la mayoría de mis animososcompañeros, gozando casi todos,en la tradicional estrechez delveterano, los gajes de su heroísmo ysufrimiento; aún deben de vivir lamayoría de nuestros sitiadores, yaún, si fuera preciso, creo que nofaltarían los documentoscomprobativos necesarios.

De propio intento no hedeterminado censuras; me haparecido inútil. Cuya sea la culpadel abandono y las contingencias,de la imprevisión y penuria que

hubimos de padecer, no soy yoquien debe decirlo: reflexionequienquiera y, examinado contranquila imparcialidad losucedido, falle después ante surazón y su conciencia.

Respecto de mí sólo deboañadir lo que ya dije al principio,que me hallo tranquilo ycompletamente satisfecho, dandomuchas gracias a Dios por habermereservado aquel trance de honordonde pude cumplir misobligaciones militares. Cuando me

vestí el uniforme supe que contraíacon mi patria una deuda sagrada, lade mi vida, la de mi porvenir; la detoda mi sangre y todos mis alientos.Creo haber demostrado, y esto mebasta, que no rehuyo el pago.

Y sólo deseo ahora que se mevuelva pronto a pedir lasatisfacción de aquel débito, peroque hagan los Cielos sea en lacuesta de la prosperidad y de lagrandeza nacionales.

Pues para la una y la otra tengapor seguro esta España tan

desdichada que a pesar de todos losdesvanecimientos de leyendas quepor allí se pregonan, no han defaltarle nunca soldados como lossoldados de Baler, alguno de loscuales, dicho sea de paso, bienpuede ser que tenga que mendigaruna limosna.

APÉNDICE

PUEBLO Y SUSDETALLES[56]

1 Iglesia2 Cuartel de la Guardia Civil3 Escuelas públicas4 Casa del Maestro Lucio5 Comandancia político-militar6 Tribunal

7 Trinchera enemiga que nosrodeaba

8 Plaza del pueblo con naranjos9 Terrenos de la comandancia

político-militar10 Casa de Hernández o bahayA Casa habitada por los

cabecillas tagalosB Casa atrincherada del

gobernadorcillo

PLANO DE LA IGLESIA

1 Puerta2 Baptisterio con tres aspilleras3 Puerta que da frente al camino

del río4 Entrada a las trincheras5 Plantaciones de pimientos y

tomates

6 Línea del coro7 Altar mayor8 Puerta de entrada a la sacristía9 Sacristía

10 Puerta de la sacristía al corral11 Boquete de salida al foso de la

trinchera de la sacristía12 Paso del 1.er patio al corral o

2.º patio13 Pozo14 Escusado15 Urinario

16 Patio de aseo con agujerospara salida (donde se hallabala escalera del convento)

17 Trinchera con su foso18 Ventanas aspilleradas19 Horno que se construyó20 Barandilla del presbiterio21 Parapetos construidos encima

de los muros de la iglesia22 Pozo negro23 Entrada del convento, cuya

puerta fue terraplenada pordentro

24 Atrincheramiento pararesguardar la puerta de lasacristía

25 Foso y trinchera de la sacristía

DETALLE DE LAS RACIONESDE ETAPA que eranreglamentarias en Filipinas, yde las que pudieron facilitarseal destacamento de Baler.

ETAPA DE 1.ª

Garbanzos...................... 200 gramosTocino............................. 25 -Carne de Australia......... 306 -Carne fresca................... 400 -[58]

Café................................ 10 -Azúcar............................ 20 -Vino................................ 500 mililitrosSal................................... 8 gramos

ETAPA DE 2.ª

Habichuelas.................. 150 gramosTocino........................... 150 -Café............................... 10 -Azúcar........................... 20 -Vino............................... 500 mililitrosSal.................................. 10 gramos

ETAPA DE 3.ª

Arroz............................ 200 gramosAceite........................... 0,50 mililitrosSardinas....................... 2 latasSal................................. 10 gramos

Vino, azúcar y café como lasanteriores,

——La ración ordinaria de pan para

los europeos era de 500 gramos deharina, sin gastos de elaboración.

——A los indios, en lugar de pan, se

les daban 95 centilitros de arrozpara su morisqueta.

——Merece advertirse que la ración

de etapa[59] es un aumento que sehace a la ordinaria del soldado,

para que pueda sobrellevar lasfatigas de la campaña, de lo cual sededuce que ni una ni otra seconsideran suficientes por si solaspara el necesario alimento enoperaciones[60].

Esto advertido, veamos,corroborando cuanto se ha dicho enel texto, lo que tuvo eldestacamento de Baler… mientraslo tuvo.

PAN

En vez de los 500 gramosreglamentarios no se dio a lossoldados (en los primeros meses)más que 400 de harina, que sehallaba muy averiada, endescomposición, por haberfermentado a consecuencia de lahumedad, y apelotonada enmazacotes, donde abundaban losgusanos y otros insectos.

El 1.º de Enero de 1899, 40días después del fallecimiento delSr. Las Morenas, tuve que rebajarese suministro a 200 gramos, con lo

cual tuve harina hasta el 27 deFebrero.

Desde este día facilité a cadaindividuo, en sustitución del pan,unos 24 centilitros de arroz (3gantas o sean 9 litros para 37individuos), esto es, la cuarta partede la ración del indio.

A partir del 19 de Mayo, no sepudieron ya dar más que dos gantas,seis litros, para los 33 individuosque quedaban, saliendo así cadauno a 18 centilitros, la quinta partede la ración indígena.

OTROS ARTÍCULOS

GARBANZOS.— En realidad nopodían considerarse como tales losque desde un principio se pudieronfacilitar. Comidos del gorgojo casitodos, hallábanse reducidos apolvo. Duraron hasta los primerosdías de Enero.

HABICHUELAS.— Eran tan malasque por bien que se procurabacocerlas, salían del fuego durascomo al ponerlas en él. Sin dudapor efecto de la humedad, su gusto

era, sobre la dureza, malísimo.Cuando se acabaron los garbanzosno hubo más remedio que darlas, ensustitución de aquellos para laración de 1.ª y duraron hasta el 24de Abril de 1899.

TOCINO.— Sumamente averiadoa consecuencia de la humedad, sellenó de gusanos tomó un saborrepugnante. Los últimosdesperdicios se consumieron el día8 de Abril del 99.

CARNE.— La de Australia seterminó a los pocos días de haber

comenzado el asedio, el 6 de Julio.Fresca no la comimos sino cuandola caza inesperada de los carabaos,en Febrero.

CAFÉ.— Aprovechando lo queantes del sitio se había dado debaja por inútil, a causa de lahumedad, también duró hasta él 24de Abril. En su lugar bebíamosluego un cocimiento de hojas denaranjo.

VINO.— Disminuyendo laración reglamentaria duró hasta el 3de Agosto.

SARDINAS.— Hubo hasta losúltimos días, pero tan echadas aperder que los soldados tenían quereunirse por grupos a fin de queninguno se quedara sin comer por lamala condición de las suyas (se ledaban dos latas a cada uno). Aúnaprovechando todo lo aprovechabletuve que tirar muchas latas por estarcompletamente podridas.

ACEITE.— La escasa cantidadqué tuvimos, se reservó para laenfermería y se acabó muy pronto.

AZÚCAR.— Esta la hubo hasta

el último día.SAL.— Nos faltó desde luego

porque ni un sólo grano había en laiglesia cuando nos encerramos enella.

Dedúzcase, pues, a lo quehubieron de reducirse las racionesordinarias y extraordinarias para eldestacamento de Baler.

Merece advertirse, y ya creohaberlo dicho en el texto: Durantelos 23 días que la columna delcomandante Génova, fuerte de 400hombres, estuvo en el poblado,

entre ésta y la compañía destacada(100 hombres) se consumió granparte y lo mejor de las provisionesaportadas, rechazando las quehallaron algo averiadas aconsecuencia de la intemperie y lalluvia que tuvieron que sufrirmuchos días.

Después ya he consignado queno volvimos a recibir ningúnauxilio.

RECOMPENSASOFICIALES

A nuestro desembarco enEspaña, con fecha 4 de Septiembrede 1899 (D. O. núm. 195) sepublicó la siguiente Real orden:

Circular. Excmo. Sr.: EnteradaS. M. (q. D. g.) de que han llegadoa la Península los oficiales ysoldados que restan de los queformaron la guarnición de Baler(Filipinas), al mando del segundoteniente de la escala de reserva de

Infantería D. Saturnino MartínCerezo; considerando que dichaguarnición ha sufrido más de un añode riguroso asedio incomunicadacon la Patria y dando señaladaspruebas de su amor a ella y de suculto al honor de las armas;considerando que a las muchasintimaciones que se le hicieron pararendirse contestó negativamente conheroica entereza hasta que,agotados los víveres y municionescapituló con todos los honores de laguerra, el Rey (q. D. g.), y en su

nombre la Reina Regente del Reino,se ha servido disponer que sinperjuicio de recompensar a cadauno de los oficiales, cabos ysoldados del destacamento segúnsus merecimientos, se les den lasgracias en su Real nombre, y sepublique en la Orden general delEjército la satisfacción con que laPatria ha visto su gloriosocomportamiento, para que sirva deejemplo a cuantos visten el honrosouniforme militar. Es asimismo lavoluntad de S. M., que se abra

juicio contradictorio en laCapitanía general de Castilla laNueva, para poder acordar laconcesión de la cruz de la Real yMilitar Orden de San Fernando alos que se hubiesen hechoacreedores a ella, según sureglamento.

De Real orden, etc.——

Por otra soberana disposiciónde 28 del citado Septiembre (D. O.núm. 215) y «en consideración a losimportantes servicios prestados por

las fuerzas del Ejército, destacadasen Baler (Filipinas), y del heroicocomportamiento observado en ladefensa de dicho pueblo hasta el 7de Agosto de 1898, en cuyo día fuerechazado el enemigo y puesto enprecipitada fuga al intentar asaltar yquemarla iglesia», se concedieron:

Al Capitán E. R. de Infantería,Sr. Las Morenas, el empleo decomandante.

Al Segundo teniente E. R. deInfantería, don Juan Alonso, empleode Primero.

Al ídem de íd., D. SaturninoMartín, íd. íd.

Al Médico provisional, D.Rogelio Vigil, cruz de 1.ª clase deMaría Cristina.

A los dos cabos, el corneta y 28soldados[61] supervivientes(comprendido el sanitario), cruz deplata del Mérito Militar condistintivo rojo y la pensión mensualde 7,50 pesetas, vitalicia.

——En otra Real orden de la misma

fecha, publicada en el mismo

Diario, y «en consideración a losimportantes servicios prestados porlas fuerzas destacadas en Baler, ydel heroico comportamientoobservado en los diferentes hechosde armas, ocurridos en la defensade dicho pueblo, desde el 8 deAgosto de 1898 hasta el 2 de Juniode 1902», se agració:

Al Primer teniente D. SaturninoMartín Cerezo con el empleo decapitán.

Al médico D. Rogelio Vigil conla cruz de 1.ª clase de María

Cristina.Y a los 31 hombres de tropa con

otra cruz de plata del MéritoMilitar a cada uno pensionada con7,50 mensuales y vitalicia.

——Instruidos los oportunos

expedientes, se concedieron luegoal Comandante D. Enrique de lasMorenas y al Capitán D. SaturninoMartín Cerezo sendas cruceslaureadas de San Fernando.

He aquí las correspondientesReales órdenes:

Al Comandante Sr. LasMorenas.

En vista de lo informado por elConsejo Supremo de Guerra yMarina en acordada de 12 deFebrero próximo pasado, relativa alexpediente de juicio contradictoriopara cruz de San Fernando,instruido a instancia de doñaCarmen Alcalá Buelga, quiensolicitó para su difunto esposo elcomandante de InfanteríaD. Enrique de las Morenas y Fossi,

la mencionada cruz por el méritoque contrajo en la defensa que hastasu muerte hizo del destacamento deBaler (Filipinas); y resultando delexpediente que, desde el 26 deJulio a 22 de Noviembre de 1898,la gloria de la defensa correspondea dicho jefe, quien en losexpresados cuatro meses yveintisiete días rechazó lasintimaciones de rendirse que elenemigo le hizo en tres distintasfechas, quedándose en la última conlos parlamentarios; negativas qué

revelan tanta más energía, cuantoque estaba seguro de la gransuperioridad numérica de aquél yno podía contar con el espíritulevantado de su escasa tropa, en laque tuvo deserciones de indígenas ypeninsulares.

Que durante su mando sostuvovarios combates que le ocasionaronbajas, además de las que sufrió porenfermedades y deserciones quedejaron reducida la fuerza a 39defensores de los 57 con quecontaba al comenzar la defensa, el

Rey (q, D. g.), y en su nombre laReina Regente del Reino, deacuerdo con el Consejo Supremo ypor resolución de 27 de Febreropróximo pasado, ha tenido a bienconceder al referido comandanteD. Enrique de las Morenas, la cruzde segunda clase de la Real yMilitar Orden de San Fernando, conla pensión anual de 2.000 pesetas,abonable desde la indicada fechade 22 de Noviembre de 1898, ytransmisible a la recurrente en losmismos términos y con iguales

condiciones que las de MontepíoMilitar, por considerar que loshechos que acometió puedenestimarse incluidos en el caso 33del art. 27 de la ley de 18 de Mayode 1862.[62]

Al Capitán Sr. Martín Cerezo.

Excmo. Sr.: En vista delinforme del Consejo Supremo deGuerra y Marina de 6 del actual,relativo al expediente de juiciocontradictorio para la cruz de SanFernando, instruido con objeto de

averiguar el derecho a la misma deldestacamento de Baler (Filipinas);y resultando de dichoprocedimiento, que al fallecer eljefe de aquel se hizo cargo delmando el segundo teniente deInfantería, hoy capitán, D. SaturninoMartín Cerezo, quien a pesar de lasbajas tenidas, tanto causadas por elenemigo cuanto por lasenfermedades epidémicas que sedesarrollaron, la escasez de víveresy la falta de vestuario ycomunicaciones, pudo prolongar tan

notoria defensa, manteniendo ladisciplina, reprimiendo algúnintento de sublevación en sustropas, imponiendo duro correctivoa los promovedores y rechazandorepetidas intimaciones derendición, hasta que después de 11meses de asedio, en 2 de Junio de1899, capituló; siendo el único que,extremando la defensa, contrajoméritos dignos de tan esclarecidarecompensa, el Rey (q. D. g.), y ensu nombre la Reina Regente delReino, de acuerdo con el parecer

del citado Consejo Supremo y porresolución de 10 del actual, hatenido a bien conceder al referidooficial la cruz de segunda clase dela Real y Militar Orden de SanFernando, con la pensión anual de1.000 pesetas, abonable desde el 2de Junio de 1899, día en queterminó la suma de méritoscontraídos como jefe del expresadodestacamento, según determina laReal orden de 17 de Noviembre de1875, y correspondiente al empleode primer teniente que en aquella

fecha disfrutaba, por considerarlocomprendido en el caso 55 del art.25 y en el 33 del art. 27 de la ley de18 de Mayo de 1862[63].

——Y finalmente:Con fecha 1.º de Febrero del

corriente año de 1904, y suscritapor D. José Canalejas y Méndez,D. Julián Suárez Inclán, D. JoséOrtega Munilla, D. Ramón Nocedal,D. Eduardo Dato, don BaldomeroVera de Seoane y D. Natalio Rivas,se presentó la siguiente

proposición:

AL CONGRESO

Ningún español ha olvidado laheroica defensa del poblado deBaler por unos cuantos héroes almando del comandante D. Enriquede las Morenas.[64]

No será, por tanto, necesarioevocar la memoria de aquel trágicosuceso, uno de los más gloriosos dela campaña de las Islas Filipinas.

Muerto el comandante Las

Morenas defendiendo aquel pedazode tierra española, luchando con lafalta de víveres y de municiones, laPatria debe premiar tan altosservicios en la viuda e hijos de tanheroico militar.

Por estas consideraciones, losDiputados que suscriben ruegan alCongreso se sirva tomar enconsideración la siguiente

PROPOSICIÓN DE LEY

Artículo único. Se concede a

Doña Carmen Alcalá y Buelga,viuda del comandante D. Enriquede las Morenas la pensión anual de5.000 pesetas, transmisible a sushijos, y sin perjuicio de la que porMontepío le correspondiese conarreglo a las disposicionesvigentes.

Palacio del Congreso, etc.

Aprobada este proyecto porambas Cámaras se promulgó confecha 9 de Mayo próximo pasado.

BANDO DEL GENERALAUGUSTÍ

D. Basilio Agustí y Dávila,Teniente General de los EjércitosNacionales, Gobernador y CapitánGeneral de las Islas Filipinas yGeneral en Jefe de su Ejército.=Ordeno y mando.

Art. 1.° Serán juzgados por losConsejos de Guerra, en juiciosumarísimo, y condenados a muertecomo reos del delito de traición

1.º Los que se concierten conrepresentantes de los EstadosUnidos, con individuos de susejércitos o escuadras, conciudadanos norteamericanos o conextranjeros que estén al servicio dedicha nación, para favorecer eltriunfo de sus armas o perjudicarlas operaciones de los ejércitosespañoles de mar y tierra.

2.º Los que faciliten eldesembarco de fuerzasnorteamericanas en territorioespañol.

3.º Los que provean al enemigode provisiones de boca, municionesde guerra, carbón o cualquiera otroselementos que contribuyan a susubsistencia o a mejorar susituación.

4.º Los que le faciliten datos onoticias que le permitan rehuircombate con las fuerzas nacionales,o provocarlo en condiciones másfavorables, o realizar algún ataquea puesto militar, plaza, buque de laArmada o de la Marina mercanteespañola.

5.º Los que intenten seducirtropas o marinería que esté alservicio de España con objeto deque deserte.

6.º Los que intercepten canales,esteros, caminos, vías telegráficas otelefónicas, retardando de estemodo, o intentando retardar el cursode las operaciones de la escuadra odel ejército nacionales.

7.º Los que promuevan rebelióno desórdenes públicos encualquiera parte del territorio deesta Capitanía general.

8.º Los que mantengan con elenemigo relaciones de cualquieraclase, directamente o por mediosindirectos; y

9.º Los que reciban armas omuniciones de guerra facilitadaspor el enemigo.

Art. 2.° Serán también juzgadosen juicio sumarísimo y condenadoscomo reos del mismo delito detraición, a la pena de cadenaperpetua o a la de muerte, según lascircunstancias:

1.º Los que propongan lacapitulación o rendición al enemigode plaza, barco o puesto militar ode fuerzas que se encuentrensitiadas, bloqueadas o amenazadaspor las enemigas.

2.º Los que viertan noticias oespecies que tiendan a desalentar alos defensores de la patria.

Manila, 23 de Abril de 1898.=El General en Jefe, Basilio Angustíy Dávila.

ARTÍCULO de El Diario deManila excitando se acuda enauxilio de los sitiados.(Publicado en Diciembre de1898.)

EL DESTACAMENTO DE BALERHERÓICA DEFENSA

Nos consta de una manerapositiva que el día 11 del actual seestaba aún defendiendo conheroísmo incomprensible elreducido destacamento de Baler

(Distrito del Príncipe).Extrañeza grande causará al

mundo entero la resistenciaprolongada de aquel puñado deespañoles que, sin perspectivaalguna de auxilio, y, aislados delresto del universo, sostienen conrigor inaudito y con serenidadimperturbable el honor de labandera jurada, sin más aliento queel recuerdo querido de la Patria niotra esperanza que la de sucumbirpeleando.

Pero más extrañeza que este

valor extraordinario, causará elabandono en que nuestrosgobernantes han tenido y siguenteniendo a aquel puñado devalientes, como si fuese necesariodemostrar hasta el último momentode nuestra dominación en Filipinas,la incapacidad de las autoridadesllamadas a velar por los interesesespañoles en estas Islas.

Sabemos que, por quiencorresponde, se telegrafió hace díasal Gobierno de Madrid, exponiendola aflictiva situación en que debe

encontrarse el referidodestacamento, e indicando laconveniencia de que fueseenseguida un barco de guerra arecoger a aquellos valerosossoldados; y sabemos también quepor el Gobierno de la Metrópoli sepreguntó donde estaba Baler,contestándose inmediatamente queen la contra costa de Luzón yseñalando al propio tiempo lalongitud y la latitud de dicho punto.

El silencio más profundo hasido la resolución del desdichado

gabinete del Sr. Sagasta.Por otra parte, se ha

telegrafiado también al generalRíos, rogándole despachara paraBaler uno de los buques de guerraque en Ilo-Ilo tiene a sus órdenes, y,a semejanza de nuestro Gobierno,ha dado la callada por respuesta.

¡Qué bien debe gobernarse así!Pero, dejando ahora aparte las

censuras, no debe transcurrir ni unsólo momento sin que todos losespañoles residentes en Manilagestionemos, por cuantos medios se

hallen a nuestro alcance, el auxilioinmediato de aquellos émulos deNumancia y de Sagunto.

Firmada ya la paz entre Españay los Estados Unidos y renunciadapor nuestra nación la soberaníasobre Filipinas, resulta un crimenespantoso dejar abandonados aaquellos infelices que, por lo visto,han decidido morir antes queentregarse. Y aunque tambiénsabemos que por las fuerzasrevolucionarias se ha mandado a unoficial español de los que tienen

prisioneros en Nueva Écija paraparticipar al destacamento de Balerel verdadero estado de las cosas, afin de que cesen en su obstinadaresistencia y se rindan al Gobiernofilipino; es también muy probableque aquellos valientes no hagancaso de emisario ninguno hasta quereciban noticias oficiales porconducto que aquellos suponganbastante autorizado. Por estocreemos de urgente necesidad laadopción por nuestras Autoridadesde cuantos recursos se hallen a su

alcance para libertar al heroicodestacamento mencionado.

A nuestro modo de ver elgeneral Rizzo debería visitar alAlmirante M. Dewey y exponerle ladesesperada situación en que sehallan aquellos españoles, alpropio tiempo, que la falta demedios con que él cuenta parapoder enviar allí un buque deguerra, solicitando, a este fin, elenvío inmediato de uno americanoque fuera a recoger a los dignosdefensores de la cabecera del

Príncipe.Firmada la paz entre España y

los Estados Unidos, no hay desdoroalguno para el general Rizzo enobrar como dejamos indicado. Yestamos seguros que, tratándosecomo se trata de una laborhumanitaria, el Almiranteamericano acudiría gustoso a losolicitado, y los valientes soldadosde Baler podrían llegar en breve aesta capital.

Hay que hacer algo, hay quesacudir esa prolongada inercia de

nuestros gobernantes, y ya que ni elGobierno de Madrid, ni el generalRíos han hecho caso alguno de losavisos recibidos, procure el generalRizzo no aparecer como cómpliceen aquel modo de obrar y aceptenuestra modesta indicación,abandonando, por un momento, elsolitario retiro donde se harefugiado.

Proseguir por más tiempo sinauxiliar al heroico destacamento deBaler, constituiría un crimeninaudito y nosotros creemos

bastante honrado al general Rizzopara abrigar la esperanza de queprocurará a todo trance no secometa aquél.

Aguardaremos el resultado denuestra excitación con verdaderaansiedad, pues no podemos alejarde nosotros, ni por un sólo instante,las penalidades que deben sufrir losheroicos soldados de Baler.

Asediados constantemente porun enemigo que es dueño absolutode todo el territorio de la isla deLuzón, excepto de ese pequeño

pedazo de tierra, donde todavíaondea orgullosa la bandera de laPatria; sin municiones casi; pues noes posible que las tenganabundantes después de tantos mesesde sitio; sin más víveres acaso quelos que les proporcione la pesca;con numerosas bajas, ya deenfermos, ya de heridos; elsufrimiento de aquel puñado devalerosos españoles debe ser tangrande como su heroísmo.

Acúdase pronto a su auxilio, yno hagamos, con nuestro abandono,

estériles tales sacrificios; ya que eldestacamento de Baler tiene lagloria de ser el único de Luzón quese sostiene a los cuatro meses decapitulada Manila y de perdida todala isla, tenga también la satisfacciónde ser el único de Luzón que no hatenido que entregar sus armas.

ARTÍCULO de El Noticierode Manila[65] impugnandorumores y calumniosasversiones contra elDestacamento.

LO DE BALER

Desde las primeras horas de lamañana de ayer no se habla de otracosa en los círculos españoles deManila que de la fracasada misióndel Teniente coronel señor Aguilar

y de la actitud, al parecerincomprensible, del oficial y de lossoldados que componen eldestacamento, heroico de todassuerte, que aún defiende lacabecera del Príncipe.

Y como quiera que la opiniónanda algo extraviada, vamos apermitirnos algunas observacionesque aclaren las referencias, anuestro juicio, con muy pocoacogidas por los periódicosespañoles en esta capital.

Como indicábamos ayer, no es

posible formarse todavía una ideaexacta de lo que ocurre en lacabecera del Príncipe; por eso noquisimos hacernos eco de los milrumores que, cual bola de nieve,según la frase vulgar, iban de bocaen boca, desfigurando los echos yexaltando las imaginacionescalenturientas.

Pero ya que, como decimosantes, algunos periódicos hanacogido esos rumores, creemos undeber nuestro hacer lo posible paraque la opinión reaccione y no se

deje llevar por impresiones delmomento.

Por eso, pasada la agitación quelas primeras noticias produjeran,rogamos a nuestros lectores quesuspendan todo juicio hasta quepueda éste ser exacto, sometiendo,mientras llega ese día, lassiguientes reflexiones a suconsideración.

Claro es que todas nuestrasobservaciones serán hipotéticas,pero no se podrá tampoco negar queson perfectamente lógicas. Y antes

da entrar en materia vamos apermitirnos algunas notasaclaratorias.

En primer lugar, no es ciertoque la cortesía obligue, comosupone un colega, a recibirinmediatamente a un parlamentarioque viene del campo enemigo,como era, para el destacamento deBaler, el Sr. Aguilar.

Y en segundo lugar, tampoco escierto que de lo sublime a lo vulgarno hay más que un paso, muy fácilde dar, que puede convertir una

epopeya dramática y gloriosa ensuceso vulgar y corriente, comosupone otro periódico. Porque seancuales fueren los móviles queimpulsan a los héroes de Baler aprolongar su defensa, ésta nuncaserá un suceso vulgar y corriente,sino extraordinario y sublime.¡Suceso vulgar y corriente ladefensa de un poblado por 33hombres, después de un año desitio!

Hechas estas dosobservaciones, vayamos al grano

poniendo el dedo en la llaga.¿Se ha hecho por nuestras

autoridades todo lo posible parasalvar a ese famoso destacamento?¡No y mil veces no! Vamos ademostrarlo.

Desde la misión del capitánOlmedo, en Febrero último, si norecordamos mal, esto es, desde elprimer emisario enviado pornuestras autoridades y noreconocido por el destacamento,han transcurrido tres meses. ¿Y noes lógico suponer que aquellos

héroes habrán tenido la perfectaconvicción de que Olmedo no eraenviado de Ríos, cuando hanpasado tres meses sin querecibieran nuevas noticias denuestras autoridades? ¿No es lógicosuponer que creyeran a Olmedo unenviado de los filipinos, como lofue Belloto? ¿No es lógico suponerque el incidente Yorktowon leshabrá hecho más y más recelosos?¿No es lógico suponer que al ver alSr. Aguilar desarmado seacentuaran sus sospechas? ¿No es

lógico suponer que, al ver elUranus, un buque mercanteaumentaran sus recelos? Pónganselos lectores en su lugar y tengamostodos un poco de sentido común. SiMartín fuese un loco, habría desdeluego rechazado el parlamentosolicitado por el Sr. Aguilar, comorechaza todos los que los filipinossolicitan. El hecho de querer ver elUranus ¿indica obcecación? ¿no esmás lógico suponer que signifiqueuna justificada desconfianza?

Seamos razonables: ¿Cuántos

parlamentarios han enviado a Balernuestras autoridades? Dos. Uno,Olmedo, en Febrero. Otro, Aguilar,en Mayo. Pues bien, si eldestacamento de Baler, fíjense biennuestros lectores, tiene sentidocomún, para él. Olmedo fue unenviado de los filipinos. Porque escontra el sentido común el que, siOlmedo era realmente enviado porel general Ríos, hayan transcurridotres meses sin nuevas intimaciones.¿Qué culpa tiene el destacamento deBaler de que nuestras autoridades

carezcan de sentido común? ¿Cómopueden pensar aquellos héroes queaquí se haya obrado tantorpemente?

El Teniente coronel Sr. Aguilariba ya con más garantías, y nótesebien que fue mucho mejor atendidoque el Sr. Olmedo. Ahora bien,como el general Ríos no va a Baler,creerán otra vez los defensores deesta plaza que el Sr. Aguilar no ibade parte del general Ríos o que elgeneral Ríos carece de libertad.

No se nos diga que el general

Ríos no podía ir a Baler, porque,aunque sea ya desgraciadamentedemasiado tarde, vamos ademostrar lo contrario.

Si Ríos, al salir hoy de Manila,se hubiese dirigido a Baler con el P.de Satrústegui; si al llegar allísolicitase parlamento con el jefe delas fuerzas filipinas; si, de acuerdecon éste desembarcase en la ría deBaler y se dirigiera, concuatrocientos o quinientossoldados, hacia el convento, al gritode ¡Viva España! ¿no creería el

destacamento que aquellos eran suslibertadores? imbécil sería el quedudara ni un momento siquiera de lafacilidad con que entonces severificaría la evacuación.

Y si lo que es absolutamenteimposible, así no sucediera,entonces si que se habría cumplidocon todos los deberes que la Patriaimpone.

Pero no, ni un solo momentovacilarían aquellos heroicosdefensores de nuestra gloriosabandera, al ver a sus compatriotas

armados que iban a libertarlos.Porque: ¿puede nadie creer que

estén allí por gusto? ¡Debe ser muydivertido estar sitiados tantotiempo!

¡Debe ser muy consolador elver que de los 54 que comenzaronel sitio, sólo quedan 33!

«¡Oh! —dicen algunos— es quehay algo que los impide volver aEspaña, por el temor del castigo».Antes de refutar esa absurdacalumnia, que no vacilamos encalificarla de tal, hemos de hacer

constar que si tratamos de ella, essólo porque algún periódico se hahecho ya eco de la misma.

Eso de qué el teniente Martíntiene ocho de los treinta y tressoldados que componen eldestacamento, a su favor, y que esosnueve hombres imponen su voluntada los otros veintidós, nos pareceevidentemente una bola, ypermitásenos la frase, tan enormeque no comprendemos como hayapodido caber en ningún cerebrobien organizado.

Porque, por acobardados queestuviesen los veintidós ante laentereza de los nueve, no sería tandifícil a los primeros desarmar alos segundos, ya cuando estuviesendurmiendo, ya aprovechandocualquiera de sus descuidos, quealgunos tendrán por muy vigilantesque sean. En segundo lugar, seríaabsolutamente imposible que losnueve pudieran sostenerse contra elenemigo exterior y contra lossupuestos veintidós descontentos dedentro, a menos que se les suponga

dioses. Y, por último, si existiesenesos veintidós disidentes, ¿nohabrían aprovechado el parlamentodel Sr. Aguilar, para ponerse a lasórdenes de éste? Cuando Martinestaba haciendo la siesta: ¿por quélos centinelas no dejaron pasar alenviado del general Ríos? Y no sediga que esos centinelas eran de losocho adictos a Martín, porque esimposible que los veintidós delcuento no oyeran los toques deparlamento y no se apercibieran dela llegada de Aguilar.

Creemos haber dejadosuficientemente pulverizada lanovela de los veintidós. Sinembargo, aún nos vamos a permitirotras observaciones.

El heroico y ya legendariodestacamento de Baler ha tenido,durante el sitio, tres jefes: elcapitán Sr. Las Morenas; el tenienteSr. Alonso y el actual. Pues bien: alcapitán Sr. Las Morenas le intimóla rendición el coronel filipinoCalixto Villacorta, intentandoenviarle, como parlamentario, al

capitán español Sr. Belloto, LasMorenas se negó rotundamente aadmitir el parlamento. Falleció,según parece, Las Morenas y seencargó del mando, por sustituciónreglamentaria, el teniente Alonso, aquien entregó Olmedo los pliegosdel general Ríos, ordenándole laevacuación, Alonso recibió aOlmedo pero no le hizo caso.Muere Alonso y le sustituye Martin.Este recibe a Aguilar quierecerciorarse de la legitimidad de lospoderes que ostenta el

parlamentario, y, finalmente vacilay pide que vaya el general Ríoscomo prueba de que es cierto lo quedice Aguilar. Nótese bien que esevidente la unanimidad de criteriode los tres oficiales que han tenidosucesivamente el mando deldestacamento. Es indudable que aesa unanimidad de criterio en lostres jefes distintos que ha tenido laguarnición de Baler, corresponde launanimidad de criterio de ésta. Sihay descontentos deben serevidentemente en minoría. Y nótese

otra cosa más singular aún, y queprueba victoriosamente que noexiste esa pretendida obstinación,sino sólo un plausible espíritumilitar y una exageradadesconfianza que han hecho posiblelos desaciertos de nuestrasautoridades. El hecho singular a quenos referimos es el siguiente: LasMorenas, en Diciembre, se niega arecibir a Belloto; Alonso, enFebrero, recibe a Olmedo, pero nole contesta; Martin, en Mayo recibey pide pruebas a Aguilar. ¿Dónde

está la obcecación? ¿No se véclaramente la actitud correcta deldestacamento?

Queda probado, pues, que nohay nada de lo que se dice por ahí.

Vamos, sin embargo, a refutar lamás absurda de todas las versionesacogidas por la prensa.

Dícese que algunos cazadores,desertores del destacamento, y queactualmente se hallan formandoparte de las tropas filipinas, handicho algo muy triste sobre lamuerte de los Sres. Las Morenas y

Alonso.Suponiendo, y ya es mucho

suponer que esto sea cierto, ¿quécrédito merecen esos desertores?Claro está que si han desertado deldestacamento, tratarán de disculparsu deserción de mil maneras.Porque es absurdo suponer que esosdesertores digan que eldestacamento cumple con su debery que ellos son unos traidores.Bastaría, por lo tanto, que lodijeran esos desertores para que sepusiera en cuarentena.

Pero aún hay más: suponiendoque fuese cierta esa versión, noexplica tampoco la porfiadaresistencia del destacamento.

Porque si este creyera que estáimposibilitado para volver aEspaña ¿sostendría con tantoheroísmo el honor de nuestrabandera? ¿Arrostraría las milpenalidades de un sitio tanprolongado, por defender el terrenode una nación, a la que según losque acogen esas versiones nopodrían volver? ¿No es natural que

en este caso se hubieran pasado alos filipinos, quienes les hubieranrecibido con los brazos abiertos?Esto suponiendo qué no pudiesendeclarar lo que a todos conviniera,ya que lo que se haya hecho, lohabrá sido con el consentimiento detodos.

Y a parte de que, dada la actituddel destacamento, sólo se concibeque hubiera hecho lo que alguiensupone, en el caso de que LasMorenas y Alonso hubieran queridorendirse, y entonces nadie podría

acusarle, pues Martin habíacumplido con su deber, fusilando aquien predicaba la entrega, conarreglo a todas las leyes militares yen particular al bando del generalAugustí del 21 de Abril de 1898.

Creemos, pues, que debendesecharse todas esas novelas,porque lo único que hay en Baler esuna leyenda y como tal, rodeada demisterios.

No es que creamos nosotros quees vulgar y corriente lo que ocurreen Baler, ¡cómo ha de parecemos

corriente una defensa tan heroica!Pero lo que sí decimos es que

carecemos todos, absolutamente,todos de datos suficientes parajuzgar estos hechos con elconocimiento de causa necesario.

Entretanto, locos o héroes, oambas cosas a la vez, losdefensores de la cabecera delPríncipe están demostrando almundo entero que todo eso de: laleyenda ha concluido; pasaron yaaquellos tiempos; la raza hadegenerado, es música, pura

música.¡Pregúntese a los sitiadores de

Baler si ha degenerado la raza!

OFICIO de la Presidenciadel Ayuntamiento deBarcelona, saludando yfelicitando al destacamento ennombre de aquella Excma.Corporación.

Hay un membrete que dice:Ayuntamiento Constitucional deBarcelona. Presidencia.

«El Excmo. Ayuntamiento queme honro en presidir al hacerconstar en actas la intensasatisfacción con qué vio la llegadaa esta capital de los 33 defensoresde Baler, resto del heroicodestacamento que tan alto sostuvoel pabellón español en Filipinas, enconsistorio del día 3.º del actualacordó que una Comisión de suseno, en relación con la Autoridad

militar superior de Cataluña, lesvisitase para ofrecerles eltestimonio de admiración de esteCabildo municipal y lestransmitiese el acuerdo dereferencia.

La perentoriedad con que dichodestacamento abandonó esta ciudadno dio lugar a que se llevase acumplimiento el transcrito acuerdo,y por ello esta Presidencia desea deque llegue a conocimiento de losinteresados por considerarlogenuina expresión de los

sentimientos que en losbarceloneses todos produjeron losseñalados hechos por ellosrealizados, lo notifica a V. S. comoa digno jefe que fue de aquellafuerza, felicitando al propio tiempoen el de V. S., el heroísmo de todossus individuos, que en medio de losdesastres que han afligido aEspaña, supieron añadir una páginamás al libro de oró de su historia.

Dios guarde a V. S. muchosaños. Barcelona 4 Septiembre de1899.= El Alcalde Constitucional

Presidente, Antonio MartínezDomingo, rubricado.

Hay un sello que dice:«Ayuntamiento ConstitucionalBarcelona».

Sr. D. Saturnino Martín Cerezo,2.º teniente de Infantería, jefe deldestacamento de Baler.

ACUERDOS tomados por elAyuntamiento de Miajadas(Cáceres) en sesiónextraordinaria de 25 deOctubre de 1899.

Don Enrique Fernández deAndrés, Secretario delAyuntamiento de esta villa.

Certifico: Que en el libro deactas de las sesiones que celebraeste Ayuntamiento y al foliocuarenta y cinco del mismo, se

encuentra la que copiada a la letraes como sigue:

«En la villa de Miajadas,siendo las siete de la noche del día23 de Octubre de 1899, previaespecial convocatoria, se reunieronen el Salón de Sesiones de estasCasas Consistoriales losConcejales Sres. Galán, Masa,Carrasco, Pintado, Correyero,Pedrero y Redondo, bajo lapresidencia del Sr. AlcaldeD. Emilio Sánchez Sáez, a cuyoacto concurren las autoridades

militares y eclesiásticas, así comoel heroico jefe del destacamento deBaler, don Saturnino Martín Cerezo,en honor del cual se celebra estasesión extraordinaria.

Abierta ésta de orden del Sr.Presidente, yo el infrascritoSecretario di lectura del acta de laordinaria anterior, que sin discusiónalguna y por unanimidad fueaprobada.

Acto seguido el Sr. Presidentedio lectura de la siguiente carta:

«El Gobernador civil de

Cáceres.— 9 de Octubre de 1899.— Sr. D. Emilio Sánchez, Alcaldede Miajadas.— Muy señor mío y detoda mi consideración: La carta deusted del 6 de los corrientes; queacabo de recibir, me ha servido degran satisfacción por penetrarme enlos altos propósitos de eseAyuntamiento de su dignapresidencia, de honrar al heroicojefe del destacamento de Baler, donSaturnino Martín Cerezo, a quienese pueblo tiene el legítimo orgullode contar entre sus hijos.

Siento en el alma queocupaciones perentorias y deimportancia suma me impidanausentarme un solo momento de estacapital, privándome así depresenciar y presidir esoshermosísimos actos a que ha de darlugar la sesión extraordinaria queese Ayuntamiento se proponecelebrar al objeto referido.

Si para él de algún modocreyeran necesaria mi cooperación,cuenten desde luego con ella demanera incondicional,

permitiéndome indicarle que entrelos acuerdos que se adopten lo seaalguno de tal carácter que perpetúeel hecho; pues los pueblos quehonran a sus hijos preclaros, sehonran a sí mismos.

Muy pertinente es su indicaciónde contar con el señor Gobernadormilitar, y por mi parte, dada laimposibilidad de ir a esa, leencarezco me represente en dichosactos, dándome cuenta, una vezverificados, para su mayorpublicidad y para ponerlos en

conocimiento del Gobierno deS. M.; sirviendo así de ejemplo atodos y de honra en primer términopara ese pueblo, y siempre paraesta desgraciada Nación, digna demejor suerte.

En V. y en la Corporación quepreside saluda a la villa deMiajadas, haciendo votos por suprosperidad moral y material, suafectísimo amigo, seguro servidorque besa su mano, J. D. de laPedraja».

Terminada que hubo, el mismo

Sr. Alcalde, empieza manifestando,que creía ante todo de su deber, darlas más expresivas gracias a laprimera Autoridad civil de laprovincia por su interés y atención;y que aún cuando no se creemerecedor ni con títulos bastantesacepta gustoso su delegaciónrepresentándola en este acto,siquiera sea para proponer en sunombre, y creyendo interpretarfielmente sus deseos, que paraperpetuar de algún modo losheroicos hechos llevados a cabo

por el digno hijo de este pueblo,D. Saturnino Martín Cerezo, setomen los siguientes acuerdos:

Primero. Variar el nombre de lacalle en que nació el valientedefensor de Baler, poniéndole elsuyo, y que a la calle de Mesonesse la conozca con el de la calle dela Reina en lo sucesivo, que es elnombre que actualmente lleva laque se ha de conocer desde hoy conel de Martín Cerezo.

Segundo. Que en el Salón deSesiones de este Ayuntamiento se

coloque una lápida de mármol conuna inscripción conmemorativa deeste acto, y otra de hierro fundidoen la casa en que nació el sufrido yheroico hijo de este pueblo.

Tercero. Que por elAyuntamiento se encabece unasuscripción con cincuenta pesetas, ala cual pondrán adherirse cuantos lodeseen, debiendo hacerse pública, yque tendrá por objeto regalar alcapitán D. Saturnino Martín Cerezoun sable de honor como recuerdo desus paisanos.

Y cuarto. Que de este acta seexpida por el Secretario de laCorporación una certificación quedeberá remitirse con atentacomunicación al dignoSr. Gobernador civil de laprovincia.

Seguidamente varios Sres.Concejales hacen uso de la palabraaceptando en un todo lo propuestopor el señor Alcalde y quedandoasí aprobado por unanimidad

(Continúa la sesión).

ACUERDO tomado por elAyuntamiento de Cáceres ensesión del 9 de Enero de 1900.

Alcaldía Constitucional deCáceres. El Excmo. Ayuntamientode la ciudad de Cáceres, con cuyapresidencia me honro, en sesióncelebrada en el día de ayer,deseando dar a V. una prueba de laestimación que le merece por su

heroico comportamiento en elArchipiélago filipino, acordó, porunanimidad, declararle hijoadoptivo de esta capital.

Tengo el honor de comunicarloa V. para su conocimiento ysatisfacción.

Dios guarde a V. muchos años.Cáceres 9 de Enero de 1900.Juan J. de la Riva, rubricado.

Sr. D. Saturnino Martín Cerezo.

ACUERDO tomado por elAyuntamiento de Trujillo ensesión del 12 de Febrero de1900.

D. Santiago FernándezCastellano, Secretario delExcelentísimo Ayuntamiento de laciudad de Trujillo.

Certifico: Que en el libro deactas de las sesiones que celebraeste Ayuntamiento y en lacorrespondiente al día doce del

actual, se encuentra la siguiente:—Particular de acuerdo.

«El Sr. Crespo, haciéndose ecode los deseos iniciados en elbanquete dado en esta ciudad enobsequio al héroe de Baler,D. Saturnino Martín Cerezo, gloriadel valor y honra de la historialegendaria de España, propuso seproclamase hijo adoptivo de estaciudad a dicho héroe.

El Sr. Pumar dice que pensabaocuparse de este asunto en igualsentido, congratulándose, sin

embargo, de que se le hayaanticipado el Sr. Crespo.

Sin discusión y por unanimidadse acordó de conformidad con lopropuesto y que por la Presidenciase comunique este acuerdo alSr. Martín Cerezo».

Lo anteriormente insertoconcuerda con su original a que meremito. Para que conste y obre susefectos, de orden del Sr. Alcalde ycon su visto bueno expido lapresente en Trujillo a diecisiete deFebrero de mil novecientos.—

Santiago Fernández, rubricado. V.ºB.º Velilla, rubricado.

Hay un sello que dice: AlcaldíaConstitucional de Trujillo.

LOS NORTEAMERICANOS ENBALER.

UN RECUERDO[66]

Un telegrama de Filipinas da

cuenta de que las fuerzasnorteamericanas destacadas enBaler se han rendido a losinsurrectos.

La rendición de esas fuerzas enel mismo sitio donde un pobredestacamento español, sinmuniciones, sin víveres, sinesperanza de auxilio, contuvo a unaenorme masa de enemigos durantemuchos meses, es un contrasteconsolador para España.

La abnegación espartana deaquel puñado de héroes, casi

desnudos, hambrientos, peroindomables, imponiendo terror yrespeto a fuerzas cien vecesmayores, escribiendo en la historiade la patria una de sus páginas másadmirables, resulta ahoradoblemente grande, doblementehermosa. Baler estaba consagradopor la sangre de mártires y de loshéroes, y hazañas como aquella nose repiten, no puede ostentarlasnación alguna; la orgullosa NorteAmérica podrá tener riquezasinmensa, posesiones dilatadas; pero

un sitio de Baler no lo tiene, no lotendrá nunca.

Tras largos meses de ensañadalucha; de resistir las inclemencias yangustias de la fiebre del hambre;de rechazar vigorosos y terriblesataques, el destacamento españolsalió de Baler a banderasdesplegadas, victorioso, invencible.

Era un destacamento deagonizantes, de rostros cadavéricos,de cuerpos devorados por lacalentura.

Pero debajo de aquellos

uniformes rotos, en aquellos pechosque temblaban con el frío febril, elcorazón de la patria latíaformidable y entero, capaz, comosiempre, de producir asombro almundo con su valor supremo.

Nos han arrebatado tierras ysangre; justo es que este recuerdo,avivado por la rendición del Balernorteamericano, nos haga volver losojos, llenos aún con el llanto de laderrota, hacia aquellos hijos querealizaron allí tan bizarra defensa.

Eso no podrán arrebatárselo

nunca a España; podrá caer en ladesventura, pero sus sitios de Balerla han impuesto y la impondrán enel respeto del mundo.

3Pesetas

Provincias..... 3,50 pesetasExtranjero..... 5 francos

———

Pedidos al autor, calle de SantaTeresa, 8, 3.º derecha, o alComandante de Infantería D. JuanPrats en la Caja de Huérfanos de laGuerra (Madrid).

SATURNINO MARTÍN CEREZO.Militar español, nació en 1866 enla localidad cacereña de Miajadas(Cáceres) y murió en 1945 enMadrid a los 79 años de edad. Fuemuy célebre y considerado héroe

después de superar un asedio de337 días en la Iglesia de Baler, enFilipinas; fue el oficial militar acuyas órdenes regresaron a Españalos últimos soldados que habíancombatido en Filipinas en 1899. Ensu carrera militar llegó al grado degeneral.

Por todo ello fue condecorado conla Cruz Laureada de San Fernando,la máxima condecoración militarespañola.

Notas

[1] Españoles. <<

[2] V. el plano. <<

[3] En tiempos de bonanza el destinodel comandante político-militar eramuy solicitado. Este de El Principetenía de gratificación 25 pesosmensuales. Por los de juez de 1.ªinstancia, administrador de Correosy subdelegado de Marina tambiénrecibía sendas gratificaciones, ycomo subdelegado de Haciendapercibía el 2 por 100 sobre lascédulas personales y demás efectostimbrados; papel, sellos, etc. <<

[4] Buen hombre. <<

[5] Mereciendo advertirse que nomuy lejos había madera cortada yabundante para reconstruirle. <<

[6] Ambos mandos eranindependientes. <<

[7] V. en el apéndice. <<

[8] V. en el apéndice. <<

[9] Por uno de los últimos correosque en este mes recibimos portierra llegó a nuestro poder laGaceta con la noticia delrompimiento con los EstadosUnidos y la catástrofe de Cavite. <<

[10] Luna Novicio. <<

[11] Barcazas de vela. <<

[12] El comandante político-militarno tenía derecho a que por eldestacamento se le diese asistente.<<

[13] El Caván tiene 25 gantas y laganta 3 litros. <<

[14] Posteriormente ha llegado a mínoticia que ha fallecido en la mayorestrechez, víctima de lospadecimientos adquiridos en estadefensa. <<

[15] Hasta mucho después norecibieron la pieza moderna, cuyafotografía se acompaña. <<

[16] El día 22 los soldados JoséSánz Miramendi y Francisco RealYuste. El 13 de Septiembre JuanChamizo Lucas y el 16 Ramón MirBrils, con algún otro cuyo nombreno recuerdo. <<

[17] A lo que se negaron, diciendoque: «si era para encerrarlos connosotros, como habíamos hecho conlos frailes». <<

[18] Mando que conservé hasta el 1.ºde Septiembre de 1899 quedesembarcamos en Barcelona. <<

[19] Este mismo día resultó herido elsoldado Ramón Ripollés Cardona.<<

[20] Y no iba descaminado. Luego hesabido que por Diciembre de 1898se preparaba una expedición enManila, con el fin de auxiliarnos.Ya estaba dispuesta para marchar,cuando la presentación del cabo deSanidad Militar Alfonso Sus Fojas,detuvo la salida.

Este desertor miserable tuvo eldescaro de ir a reclamar susalcances, asegurando que habíamoscapitulado hacía mucho tiempo,

citando el punto adónde nos habíanconducido, el socorro quediariamente nos daban y otrosmuchos detalles que acreditaban suinventiva. No dijo, como es natural,que se había pasado al enemigo,abandonándonos, el 28 de Junio,con el sanitario a sus órdenes, eignoro como justificaría su libertad,pero ello fue que se le dio créditoy… que no partió la columna.

Días más tarde se tuvieron noticiasde que seguíamos defendiéndonos,

y en vano se le hizo buscar, noapareció el tal Fojas y continuó enproyecto lo del envío del socorro.

Esto no impidió que más adelantese diese crédito a las invencionesde otro desertor nuestro, JoséAlcaide Bayona, que llegó hastainculparnos de asesinato y rebeldía.<<

[21] Precisamente de lo quehubiéramos podido abastecernoscon más facilidad, por comerciarcon ella los habitantes del poblado.<<

[22] Con los que fácilmente noshubiesen podido, arruinar lasacristía, toda ella de madera. <<

[23] El atacador fue a clavarse en latorre, lo que indica elapresuramiento del disparo. <<

[24] Este quizame hubo queromperlo en algunos sitios parapoder entrar a los parapetos de losmuros, sobre los cuales teníamosque sostener levantada la cubiertade zinc, para que abriese campo detiro. <<

[25] De harina y yeso. <<

[26] Para darle cierto sabor leponíamos unos pimentillossilvestres, muy picantes (lasguindillas pueden considerarsedulces comparadas con ellos) queabundaban mucho por allí. <<

[27] No era lo suficiente ni conmucho, pero nadie lo rechazaba. <<

[28] Dice así: Recordando que en laguerra son frecuentes los ardides yestratagemas de todo género, aún enel caso de recibir orden escrita dela superioridad para entregar laplaza, suspenderá su ejecuciónhasta cerciorarse de su perfectaautenticidad, enviando, si le esposible, persona de confianza acomprobarla verbalmente. <<

[29] Véase el plano. <<

[30] La misma cuya fotografía seacompasa. <<

[31] Cañonero de cubierta protegida,dos hélices, 3,600 caballos devapor, 70,10 metros de eslora por10,97 de manga (Datos oficiales.) yarmado con 6 cañones de 15 cm., 2de 6 libras, 2 de 3 libras, 1 de 1libra, 2 revólver, 2 ametralladorasGaelng y 2 tubos lanzatorpedos. <<

[32] Suponíamos que debía serespañol. <<

[33] Cogida seguramente a los delYorktown <<

[34] Sin que lo impidiera el riesgo,muy fácil, de comer alguna plantavenenosa. <<

[35] Que por fortuna estaba tambiénaspillerada. <<

[36] Todas las tardes la cerrábamos.<<

[37] Sin sacar la cabeza. <<

[38] Y del destacamento. <<

[39] Dirección que todos ignoraban.<<

[40] Las modestas alhajas que yoguardaba de mi difunta esposa. <<

[41] Nos facilitaban caballos paralos soldados que no podían andar,para Vigil y para mí, con loshombres necesarios para conducirnuestros equipajes, pues así lohabíamos convenido. <<

[42] Situada en un cuartito pequeñodel segundo departamento. <<

[43] Estos no tuvieron que abrir lapuerta de comunicación porquevaliéndose de una escalera entraronpor las ventanas, que se hallabanabiertas. <<

[44] Mala fortuna que fue misalvación. <<

[45] Ya he dicho el porque notuvieron que franquearla. <<

[46] Ya, por lo visto, se habíandisipado los temores de un asaltoen pleno camino, por los tulisanes«que tanto abundaban por allí», o lohabían pensado mejor. <<

[47] Me inclino a sospechar que lodeseado por este buen señor eraque yo le facilitara una reseña delos efectos que me habían robado,sin otra mira que… la de suconveniencia particular. <<

[48] Con ella se marchó ydesapareció ya para siempre de mivista el villano Alcaide Bayona. Heaquí su muerte: A primeros de Abrilde 1900 desembarcó en Barcelonael capitán D. Inocencio LafuentePeiró, conduciendo una expediciónde repatriados, en la que figurabanmi antiguo y desertor asistente,Felipe Herrero López, y el dichoAlcaide, uno y otro recluidos en labarra. Cosas muy negras debió de

meditar allí este último, pues tomóla firme resolución de negarse abeber ni comer, e inútilmente serecurrió a la violencia para queingiriese alimentos, haciendo queabriese la boca por medio de unallave; tenaz en su propósito, se dejóaquél malaventurado morir dehambre. Del Herrero López no hevuelto a saber nada. <<

[49] En Abril de 1901, según laprensa de Filipinas, un redactor deEl Noticiero de Manila, celebróuna interview con Aguinaldo, y lepreguntó.

—¿Qué opina usted de la defensade Baler?

—Para que usted no dude de misinceridad —contestó elgeneralísimo— le diré que unayudante del general Bates (el

teniente Reeve) me hizo la mismapregunta hace algunos días, y yo lecontesté que era muy heroica, queera verdad. Yo, para demostrar miadmiración a aquellos héroes, lessocorrí y concedí, libertadinmediata <<

[50] Estos iban con un coronel deAguinaldo. <<

[51] Con su producto dieron a cadauno de los soldados una letra de140 pesos, a cobrar en los pueblosrespectivos, o en el giro máspróximo. <<

[52] Yo cedí la mía para eldestacamento. <<

[53] Este señor, cuando estuvo enBaler, había llevado un fotógrafo, elcual me regaló una vista, cuya copiase inserta, del bahay donde lossitiadores tenían el cañón. <<

[54] Yo, el único de los que duranteel sitio no había estado enfermo,llegué a bordo bastante mal aconsecuencia de la disentería que,si estoy más tiempo en Manila, creoque me mata. <<

[55] Iluminando y adornando lascalles, conduciéndomeprocesionalmente a la iglesia, etc.,etc. <<

[56] Distante 180 kilómetros deManila. <<

[57] Por plaza. <<

[58] En sustitución de la deAustralia, cuando faltaba estaúltima. <<

[59] Equivalente al plus de campaña.<<

[60] Y esto suponiendo, como esnatural, que todos los artículosestén en buen estado. <<

[61] En esta relación aparecenequivocados muchos nombres. <<

[62] Real orden de 5 de Marzo de1901. (D. O. n.º 51). <<

[63] Real orden de 11 de Julio de1901. (D. O. n.º 150). <<

[64] Creo que el Parlamento harealizado un acto de justiciaconcediendo esta graciasingularísima y distinguida; perocreo igualmente que al proponerlano debieron emplearse términos tanabsolutos como los empleados. Elcapitán Sr. Las Morenas falleció eldía 22 de Noviembre de 1898, a losciento cuarenta y cinco de sitio, y eldestacamento de Baler no capitulóhasta el 2 de Junio de 1899, a los

ciento noventa y dos días de haberfallecido el referido capitán. Acada cual lo suyo y… nada másquiero decir a este propósito. <<

[65] Publicado el 3 de Junio de1899. <<

[66] Publicado en el Heraldo deMadrid de 5 de Octubre de 1900.<<