La hija del conde

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  • Cat DArossi

    La hija

    del

    Conde

  • Ttulo Original: La hija del Conde

    Cat D'Arossi 2013

    [email protected]

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    mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso

    previo, por escrito, del autor.

  • Para Begoa, que siempre est,

    incluso en la distancia.

  • 6

    Captulo I

    Dos o tres veces te habr amado,

    antes de conocer tu rostro o tu nombre.

    As, en una voz. As, en una llama deforme

    Aire y ngeles, John Donne.

    Publicado en 1633.

  • 7

    l rebotar de las ruedas de los coches al hacer friccin con el concreto de la calle era

    algo a lo que hace mucho me haba acostumbrado. Nuestro hotel estaba situado en

    el barrio ms prestigioso de Londres, recibamos cientos de huspedes cada semana

    y yo, la hija del dueo, estaba obligada a ver la entrada y salida de extraos como algo natural.

    Ahora que medito al respecto, sin embargo, me doy cuenta de que nunca lo fue.

    Pasar gran parte de mis largos ratos leyendo junto a la ventana era, en mi condicin de joven

    solitaria, una de las formas ms exquisitas de invertir el tiempo, sobre todo en primavera.

    Durante el invierno, ciertamente, disfrutaba ms de mis libros pasendome por el hotel e

    invadiendo habitaciones que en cualquier otra poca del ao habran estado ocupadas, pero

    el caso es que en primavera solamos recibir huspedes extremadamente importantes. Era

    habitual, por ejemplo, que interrumpiese el ltimo prrafo de una pgina para asomarme por

    la ventana y ver entrar al Barn de Lunn o, en ocasiones, a algn caballero encapuchado que

    slo luego de varios das lograba identificar como un miembro del Parlamento.

    He dicho que los huspedes importantes eran comunes en primavera, pero quedan excluidos

    los visitantes. Estos arribaban con tal espontaneidad que mi lectura se vea truncada por un

    incipiente estado de excitacin. Y es que los huspedes y los visitantes despertaban, en m,

    emociones muy distintas; mientras que los primeros llegaban para marcharse en cuestin de

    das sin decir nada, los segundos me sacaban, aunque por poco tiempo, de mi largo y

    deprimente abandono.

    As, pues, haba entre ellos uno que me era imposible no asociar con grandes acontecimientos

    y, esa maana, no me equivoqu.

    - Buenos das, seor Crowley!

    El pequeo y regordete hombre se dio la vuelta con rapidez, denotando su gesto mal

    fingido una sensacin de pnico ante mi presencia.

    - Ah! Seorita Jane! exclam, aparentando normalidad. La cre sumergida en

    sus libros.

    E

  • 8

    - Lo estaba confirm, enseguida. Pero lo vi llegar.

    Crowley, forzando una sonrisa que ante mi agilidad se mostr como lo que era una sonrisa

    forzada dio media vuelta sutilmente y, en un intento por maquillar su escape, dijo:

    - Bien sabe que no hay cosa que me atrape ms que una pltica extendida con usted,

    pero hoy tengo los minutos contados. Espero sepa disculparme

    Aquella actitud esquiva no era nada usual en un hombre tan conversador y accesible como el

    seor Crowley. Me atrev a especular, llegu a la idea de que fuese cual fuese el motivo de

    su visita, si tena que ocultarlo incluso de m, era un tema delicado. La cuestin es que los

    libros, y me declaro inocente, haban desencadenado en m una incontenible, insaciable e

    inescrupulosa obsesin por los temas delicados.

    - Debo suponer que se dirige a la oficina de mi padre.

    - Supone bien contest, apurando el paso como si realmente creyera posible

    perderme de vista en mi propio hotel.

    - Lo acompao.

    - Oh, no es necesario!

    Apret el ritmo para evitar que la distancia entre sus pies y los mos se prolongara, gesto que

    el buen hombre no omiti, basndome en una mirada lanzada con el rabillo de su ojo derecho.

    - Insisto en negarme a robar su tiempo dijo, y su nerviosismo se hizo evidente. Ha

    de tener muchas cosas que leer.

    - No se preocupe, seor Crowley. Las palabras de los libros no se borran, por eso son

    ms confiables que las personas.

    Una carcajada seca se filtr por sus labios, resonando en el vestbulo.

    - Un juicio muy acertado, como de costumbre! afirm, sonriente.

  • 9

    Y, en ese momento, la frescura contenida en su voz me hizo saber que haba bajado la guardia,

    as que tom la osada iniciativa de preguntar:

    - Recibiremos algn husped importante estos das?

    Mi frase, tanto por su naturaleza inquisitiva como por el tono imponente, transform la

    sonrisa dibujada en su boca en una mueca torcida.

    - Creo que todos sus huspedes son importantes, no le parece?

    Estir el cuello, haciendo lo posible por captar una porcin de su gesto, pero estando detrs

    de l se me hizo una tarea irrealizable.

    - Un poltico, tal vez. O una celebridad insist, ejerciendo presin.

    - Esperemos que as sea fue su respuesta, al tiempo que nos adentrbamos en el

    corredor que da a la oficina de mi padre.

    En este punto, admito, mi curiosidad rebasaba los lmites de la decencia y, de no haber sido

    una dama, de no haberse tratado de un buen amigo como el seor Crowley, puede que de no

    haber ocurrido todo aquello en la zona ms concurrida del edificio, lo habra sujetado por un

    brazo impidindole avanzar hasta que me fuese revelado eso que de alguna forma yo

    saba que ocultaba.

    No obstante, para entender el origen de mis sospechas es imprescindible que me tome uno o

    dos prrafos para hablarles sobre el seor Crowley. En relacin a l, debo decir lo siguiente:

    Primero, su nombre de pila es Timothy, pero no conozco a nadie salvo mi padre que lo

    llame as.

    Segundo, es un caballero de gran intelecto y conducta irreprochable. Algunos dicen que no

    hay, en toda Inglaterra, un mejor abogado.

    Tercero y he aqu la raz del asunto el seor Crowley fue consultor del ex primer

    ministro, por lo que no hay miembro de la nobleza o gobierno con quien no haya tratado o,

    al menos, coincidido en eventos de gran relevancia.

  • 10

    Sera de una ingratitud imperdonable no decir que nuestros huspedes ms renombrados

    fueron referidos por el seor Crowley y su diligente labia. Sin embargo, nunca, ni con el

    Barn de Lunn, ni con el Conde de Essex, ni siquiera con el Duque de Cambridge se haba

    actuado ante m con tan inspida reserva. Y, a tales comparaciones, era inevitable que una

    pregunta hiciera eco en mi cabeza a medida que la puerta de la oficina de mi padre se abra:

    Por qu tanto misterio?

    - Timothy! solt en un exclamo jovial, levantndose del escritorio.

    - Buenos das, Thomas respondi el seor Crowley, entregndose a uno de esos

    abrazos que son habituales entre caballeros ntimos.

    - No te esperaba de vuelta tan pronto. Acaso Huntington no ha sido lo que esperabas?

    El seor Crowley no dijo nada, pero la mirada sagaz con la que inmediatamente fui abordada

    por mi padre sugiri algo que no tard en ser confirmado por el apacible aunque firme tono

    de su voz:

    - Jane, querida, djanos solos.

    Frunc levemente los labios

    - S, padre.

    y abandon la oficina exhalando decepcin.

    Con los aos, haba aprendido dos cosas de incalculable importancia. La primera de ellas,

    pienso, es comn en todos los hijos de bien; se llama sometimiento a la voluntad paterna, y

    no consiste en otra cosa ms que someterse.

    La segunda y esto es algo que an hoy no s si catalogar como bueno o malo tiene que

    ver con el grosor de las puertas. Dos pulgadas de madera de roble: suficiente para que el de

    afuera no escuche si el de adentro no lo desea.

  • 11

    Las manos humedecidas, el pecho oprimido, mi sombra movindose de un lado a otro de la

    habitacin No conoc la angustia sino hasta esa maana.

    Dira que me traicion mi ansiedad, mi ensimismamiento. De no haber estado tan ocupada

    generando ideas, bajo llave, en mi dormitorio, probablemente me habra percatado de que el

    seor Crowley y mi padre no sostuvieron una pltica de ms de veinte minutos.

    Hoy, en mis ratos libres, alimento la hiptesis de que mientras yo daba vueltas en crculo

    como una desvariada ellos concluan su reunin. Mientras yo, tumbada boca arriba sobre la

    cama, buscaba intilmente pistas en el techo, mi padre acompaaba a Crowley hasta el

    vestbulo... Todo esto no quiere sino decir que, contando a partir del primer segundo en que

    volv a entrar a la oficina de mi padre, desoxigenada, pidiendo informacin, l haca dos

    horas y media que haba apartado el asunto de su cabeza.

    - Tienes mala cara. Te encuentras bien?

    - Quin es, padre? A quin recibiremos?

    Pregunt, en una crisis de ansiedad que, lejos de preocuparlo, le hizo gracia.

    - Respira, cario. No queremos que se te funda el cerebro

    - Dime su nombre, al menos.

    - Eso tendrs que preguntrselo t misma.

    Lo mir absorta, confusa y ciertamente ofendida. En qu momento haba perdido el derecho

    a saber quines eran nuestros huspedes? Desde cundo era preciso ocultarme las cosas?

    No pude contener la indignacin y, aunque su semblante reflejaba una inmutable pasividad,

    lo ataqu bruscamente diciendo:

    - Acaso no confas en m?

    Una sonrisa dulce se dibuj en su rostro acentuando las arrugas de sus mejillas. Entonces,

    gir la silla de su escritorio, se puso de pie estirando bien las rodillas, se acerc a m y tom

    mi mano entra las suyas, cubrindola por completo bajo sus dedos.

  • 12

    - Querida Jane, por supuesto que confo en ti

    Respondi, acariciando mi mueca con ternura.

    - pero ella no.

  • 13

    Captulo II

    Mi amor es como una rosa, rosa roja

    que en junio floreci;

    Mi amor es como una meloda

    tocada con primor.

    Una rosa, rosa roja, Robert Burns.

    Publicado en 1919

  • 14

    ermtanme que les hable de nuestro hotel.

    Para empezar, es falsa la impresin de que por vivir en el sitio no gozbamos de

    intimidad, al contrario, no haba en todo el edificio quien tuviera ms intimidad

    que mi padre y yo. Esto porque, lejos de ocupar cualquier habitacin, residamos en el ltimo

    piso sin depender de servicios externos, aunque s de servidoras.

    Susan Boyd era una de ellas, suba los martes y viernes, quitaba el polvorn que nunca era

    mucho y volva a bajar. De la cocina se encargaba Felicia Wright, una mujer ya entrada en

    los sesenta pero de una calidez y buen trato inigualables. Era usual, por ejemplo, que se

    dirigiera a m como quien lo hace a una nia pequea, a pesar de mis veinte aos.

    Queda establecido, por tanto, que nuestra privacidad era envidiable; pero tambin lo era

    nuestra soledad. Restando la una o dos horas al da que Felicia inverta en la cocina y las

    cuatro o cinco semanales en que Susan limpiaba de rincn a rincn, el resultado es que la

    mayor parte del tiempo slo nos tenamos el uno al otro. Desde luego, el trabajo de mi padre

    consuma toda su atencin, lo cual que explica mi cotidiano aislamiento y mi entrega a la

    lectura...

    Pero no quiero ser de esos narradores que de vuelta en vuelta acaban por no decir nada, as

    que a partir de este momento procurar contarles lo que pas sin irme por las ramas.

    Y es aqu donde comienza, realmente, mi historia: en una tranquila noche de mayo, con la

    luna en cuarto creciente y un pajarillo del que no s nada porque no s nada de aves

    reposado en el balcn.

    Qu luz es esa que se asoma por la ventana? Ah! Es el Oriente y Julieta es mi Sol! Amanece t, Sol

    mata a la envidiosa Luna que siempre est enferma y por eso vive plida de dolor, al ver que t,

    doncella, en belleza la aventajas Es ella, s es ella! Ay! Es mi amor! Si supiera que estoy aqu

    Habla y no dice nada pero qu importa: veo que hablan sus ojos y son a ellos a los que les voy a

    responder Dos estrellas del cielo entre las ms hermosas han rogado a sus ojos que, en su ausencia,

    brillen en las esferas hasta su regreso Ah!, si habitaran su rostro las estrellas!, el brillo de sus mejillas

    podra sonrojar a las estrellas, como si fuese la luz del da que nos ilumina como si fuera una lmpara.

    Entonces, sus ojos en el cielo alumbraran tanto los caminos del aire que

    P

  • 15

    - Por aqu, por favor.

    Un murmullo repentino proveniente del corredor me sac de entre lneas sbitamente.

    Algn husped busca a mi padre pens, pero al levantar la mirada y encontrarme con el

    reloj de la pared conclu que nadie tendra la vergenza, o desvergenza, de llamar a la puerta

    pasada la medianoche.

    Un azote de inquietud se apoder de m al instante. Dej el libro envuelto en sbanas y baj

    de la cama sigilosamente, caminando de puntillas hasta la puerta.

    - Es todo su equipaje?

    - S. Muchas gracias, seor Watson Creek.

    Aquella voz Aquella voz era suave, delicada como la brisa que agita las copas de los

    rboles en el amanecer menos inquieto. No la conoca no crea conocerla pero aun as

    el corazn me dio un brinco salvaje, una sacudida voraz que me rob una bocanada de aire

    obligndome a apoyar el cuerpo contra el madero, desoxigenada.

    Lo supe, supe enseguida que el secreto de Crowley estaba a metro y medio de mi habitacin.

    A dos segundos de un simple movimiento!

    Me humedec los labios remordindolos con ansiedad Deba averiguarlo, tena que saber

    de quin se trataba o mi pecho estallara!

    Coloqu la mano en la cerradura, exhal y gir de ella, saliendo al corredor.

    - Este es su dormitorio, seorita. Por favor, hgame saber si se le ofrece algo

    Ni a una tarde de otoo se pareca su cabello. Haba ms rojo en ella que en el cielo de veinte

    ocasos, y ms fuego en su fuego que en los ojos del sol. Quin es? pensaba, y quera

    moverme, pero el azul claro de su mirada retena mi voluntad. Esa mirada, esa luz eran

    dos gotas de cielo aprisionadas en cristal, o dos cristales envueltos en un trozo de cielo.

  • 16

    Como si mi aparicin fuese comparada a un ltigo agitado en el aire, retrocedi, y el tenue

    rosa de su piel se volvi claro blanco plido. La cre desfallecida, pero se mantuvo en

    pie encandilndome como encandila a un gorrin el primer rayo del alba.

    - No se preocupe. Es mi hija, Jane.

    Fue la explicacin de pap, a la que acompa su mano haciendo amague de posarse en la

    espalda de la joven, como si no estuviera seguro de tomarse tal atrevimiento y, al final,

    hubiese preferido no hacerlo.

    - Entiendo dijo ella, y su angustia pareci disiparse. Buenas noches.

    Una leve sonrisa, ms de cortesa que de otra cosa, se bosquej entre sus pequeos y delgados

    labios.

    - Buenas noches

    Respond, y, acto seguido, la cintura de mi padre dio un giro ms veloz de lo que su anciano

    cuerpo, normalmente, era capaz de ejecutar. Con una mano abri la puerta de la habitacin

    contigua a la ma, siempre desocupada por la ausencia de mi hermano Walter, y extendi la

    otra sealando:

    - Es muy tarde. Ser mejor que descanse.

    Omitiendo cualquier posible comentario hacia m, la extraa huspeda entr al dormitorio

    dejndome a solas con mi sospechoso padre quien en otro movimiento inusualmente

    habilidoso y fingiendo no estar anuente de mi asombro se agach para tomar dos valijas

    de cuero marrn.

    Una cuatro cinco preguntas estuvieron a punto de desbordarse de mi boca, pero todas se

    vieron ahogadas por una sola palabra suya:

  • 17

    - Maana.

    Susurr, y sigui a la dama hasta el interior de la alcoba mostrando muy poca consideracin

    por mi salud mental.

    Mentira con descaro si dijera que pude conciliar el sueo esa noche, o si negara que tres o

    cuatro veces intent captar algn sonido de la habitacin de al lado pegndome a la pared.

    Y digo intent porque aquello fue un rotundo fracaso; si el grosor de las puertas no ayudaba

    para tales fines, el grosor de las paredes tampoco.

    Ah! Esa noche! No hubo rincn donde, al mirar entre sombras, no hallase su rostro como

    quien halla la luna en el cielo ms negro. Me perd recordando su imagen una, y otra, y otra

    vez, obsesionada con la idea de adivinar quin era... pero los segundos se volvieron minutos

    y, los minutos, horas que no me alcanzaron si quiera para imaginar su nombre.

    As que poco antes de que el amanecer inundara mi dormitorio de esquina a esquina, la fatiga

    dobleg mi obstinacin y ca en un sueo profundo cuyo contenido, al sol de hoy, no consigo

    rememorar.

    Lo que escuch, al principio, fueron seis o siete hachazos dndole a un trozo de lea.

    Segundos ms tarde, habiendo recobrado plenamente la consciencia, descubr que no haba

    tal hacha y que ese golpe seco no era sino un puo pesado llamando a mi puerta.

    An adormecida, me liber de las sbanas y me tambale hasta el cerrojo. Uno que otro hilo

    de luz escabullido entre las cortinas me anunci la maana.

    Maana repet y supe quin aguardaba de pie en el umbral.

    - No has dormido bien dijo, y aunque son desenfadado entend que era una

    reprimenda. Bajo a la oficina. Toma un bao y luego desayuna, te he dejado algo

    en la cocina que, por cierto, he preparado yo mismo, ya que no podremos contar con

    los servicios de la seora Wright por un tiempo. Y tampoco esperes a Susan.

    Lo mir expectante, sin atreverme a pestaear por miedo a que huyera sin decir lo que tanto

    deseaba escuchar. Sin embargo, tampoco me fue posible ignorar sus palabras y, aunque me

    vi tentada a indagar al respecto, decid contenerme deba contenerme.

  • 18

    De pronto, la frente de mi padre se arrug y sus pupilas marrones se empequeecieron, gesto

    que us para observarme ininterrumpidamente durante largo rato. No luca enojado este

    era un humor poco o nada frecuente en l sino ms bien agobiado por las circunstancias.

    - Jane murmur, con seriedad. El gato muri por ser demasiado curioso. Lo

    sabes, verdad?

    Tragu saliva.

    - S, padre.

    Asinti levemente. Pens. Y dijo:

    - Creo que deberas dejar esos cuentos de Sherlock Holmes. A la larga, no son buenos

    para tu salud.

    En un esfuerzo que se escapa al entendimiento humano, apret los dientes para evitar que

    una sonrisa de diversin machacara la seriedad de su comentario. Pude haber respondido, es

    cierto, pero tem que al hacerlo dejara salir una carcajada que ofendiera su virtud.

    - Te pido, por favor, que no la interrogues murmur, de pronto. De cualquier

    forma, no te dir nada. Lo que debas saber, lo sabrs cuando vuelva y sea yo quien te

    lo explique.

    Se acerc para darme un beso en la frente. Luego, sin ms, se alej por el corredor camino a

    la puerta principal.

    Volte la cabeza hacia al cuarto de al lado. Fcilmente podra haber salido despedida, tocar

    tres veces, esperar el movimiento de la madera e indagar: Quin eres?.

    Pero aquel habra sido el comportamiento de una desvariada. Y yo era una seorita.

  • 19

    Captulo III

    El rostro del mundo ha cambiado

    desde que o los pasos de tu alma;

    Leves, oh, muy leves!, junto a m

    Soneto 7, Elizabeth Barret Browning.

    Publicado en 1850.

  • 20

    i existe un momento, a mi parecer, propicio para la lectura, es durante el bao. De

    qu otro modo sobrellevar los quince o veinte minutos que se permanece en el

    agua, con la dermis hipersensible y los dedos de los pies arrugados?

    Esa maana, sin embargo, me fue imposible leer ms de tres lneas seguidas sin encontrar

    insinuaciones que me obligaran a abandonarlo todo para sumergirme en una profusa

    reflexin. De dicha actividad, pude concluir lo siguiente:

    Uno; la edad de nuestra huspeda deba oscilar entre los diecinueve y veintitrs aos.

    Dos; la elegancia de su porte refirindome con esto a su vestido de alta costura y al genio

    bien educado expuesto en su voz sugera claramente un proceder aristcrata.

    Tres; la minuciosidad con que Crowley y mi padre haban arreglado su llegada slo poda

    significar que mencionado proceder la situaba entre las familias ms renombradas de la

    capital. O de Inglaterra!

    Por qu se hospedaba en nuestra planta y no en una habitacin regular o por qu mi presencia

    haba infundido miedo en ella eran interrogantes cuya respuesta no habra podido adivinar

    aun desparramando toda mi imaginacin. Lo sabrs cuando vuelva haba dicho l, y yo

    contemplaba este designio como la cura al horrendo mal que aquejaba mis nervios.

    Jurara, de ser necesario, que mi intencin era aguardar pacientemente su llegada, y lo jurara

    porque es la infalible verdad... pero cuando, ms tarde, cruc el saln camino a la cocina,

    encontrndome con que tomaba una taza de t en el divn no pude contener el entusiasmo

    que siempre me haban generado los personajes enigmticos, e irrump diciendo:

    - Buenos das!

    Me sorprendi su atuendo excesivamente suntuoso y recuerdo haberme planteado que, tal

    vez, estaba por dirigirse a un encuentro de importancia. Es probable, a decir verdad, que me

    haya planteado un centenar de cosas, incluyendo el posible mvil de la reunin as como los

    personajes involucrados, pero cualquier hiptesis que hubiese anidado en mi mente fue

    opacada en seguida por la terrible molestia que me generaron las inesperadas maneras de

    nuestra huspeda.

    S

  • 21

    - Buenos das.

    Respondi, con aires de gran seora, y extendiendo los brazos hacia m agreg:

    - He terminado mi t.

    Quise decir algo que sirviese de respuesta a su comentario, pero me result extremadamente

    complicado en tanto no lograba entender, si quiera, la finalidad de su anuncio. Ella pareci

    notar mi indisposicin, pues no tuvo mesura en aadir:

    - Puede llevarse la taza.

    Si aquello hubiese sido una peticin gentil, si mi bien entrenado juicio no hubiese percibido

    en sus palabras un grado intolerable de arrogancia, la historia a contar sera muy distinta.

    Pero no fue as, y de esto se deduce que haya contestado, derramando una que otra gota de

    hostilidad:

    - La cocina est siguiendo el corredor.

    La seorita retir la espalada con elegancia, casi pegndose al respaldo del sof, e irgui los

    hombros en actitud discordante.

    - Sugiere que lleve la taza yo misma? cuestion, como si la idea fuera tan

    descabellada que solo poda explicarse habiendo entendido mal.

    - No veo nada que le imposibilite hacerlo respond, sin vacilar.

    Su mirada me recorri de pies a cabeza desatando en m una extraa inquietud. Me sent

    evaluada, comparada con algo o alguien ajeno a mi conocimiento. Era una sensacin amarga

    y, al mismo tiempo, excitante

  • 22

    Con las pupilas encandiladas, se levant del divn y sus manos sujetaron la porcelana contra

    su pecho, entonces frunci los labios como quien reprime el insulto ms horrendo y, sin decir

    nada, march hacia el corredor.

    No recuerdo haber deseado seguirla, ni siquiera haber pensado en ello, slo tengo memoria

    de mis pies movindose bajo un arresto involuntario, intoxicante e ineludible. Como si la

    razn me nublase cualquier camino alejado del suyo, y como si mi nico propsito fuera

    caminar por siempre.

    - Dnde debo dejarla?

    Pregunt, y slo entonces recuper el discernimiento. Carraspe afinndome la garganta,

    ocultando o pretendiendo ocultar la rareza de mi estado.

    - Las tazas se guardan en la despensa de la izquierda

    Se acerc a ella.

    - luego de haberlas lavado.

    Dio media vuelta y sus labios temblaron dejndose entrever su indignacin.

    - Pero no me corresponde hacer eso.

    Murmur, examinando cada centmetro de mi figura como si, luego de lo ltimo dicho, se le

    dificultase en sobremanera confiar en mi juicio.

    - Seorita, mi padre y yo no contamos con servicio para realizar tareas que podemos

    hacer por nuestra cuenta, como lavar una taza justifiqu, serenamente.

    - Pero es preciso que lo tengan! discuti ella. El servicio debe encargarse del

    hogar, es lo apropiado!

  • 23

    Su reaccin de incredulidad me result escandalosa, ms an: lamentable. Asoci su imagen

    con la de una chiquilla vanidosa, eglatra e incapaz de hacer nada por s misma un parsito

    como los que estaba acostumbrada a ver en la terraza del hotel, tratando con meticulosidad

    temas sin ninguna importancia, temas superficiales construidos alrededor de vidas

    superficiales.

    - Siento mucho que tenga usted tantas limitaciones, pero no hay nada que pueda hacer

    al respecto. Tendr que lavar la taza.

    - Pero pero no s cmo hacerlo replic, notablemente mortificada.

    - No es tan difcil, seorita. Slo debe imitar el complejo de inferioridad que, a juzgar

    por sus costumbres, lleva aos inyectando a sus criadas.

    Me mir confusa, y el azul cristalino de sus pupilas envolvi las mas como el cielo nublado

    envuelve al sol.

    - Acaso intenta ofenderme? inquiri, sin desvanecerse aquel tono de superioridad.

    - No tendra por qu hacerlo de no haber percibido, antes, lo mismo en usted fue mi

    argumento, pronunciado con una mezcla de apata y ansiedad.

    - Pero se equivoca

    Respondi de inmediato, fingiendo a mi juicio inocencia.

    - nunca ha sido mi intencin hacer semejante cosa. No tengo motivos

    - Ahrrese excusas poco convincentes la interrump. Est claro el tipo de persona

    que es.

    - Cmo puede decir eso? Se atreve a juzgarme sin siquiera conocerme.... Cun

    primitivo y perezoso ha de ser su intelecto!

    - Es irnico que lo diga, considerando que es usted quien no posee la destreza mental

    suficiente para lavar una taza.

  • 24

    El resplandor natural de su mirada se atenu lentamente hasta apagarse por completo. Su piel

    roscea volvi a tornarse nvea, palideciendo quizs como muestra de rechazo hacia m.

    Supe en ese momento que, fuese cual fuese el lmite de prudencia establecido entre dos

    desconocidas, yo lo haba sobrepasado irremediablemente.

    - Nunca, en toda mi vida, haba tenido la desgracia de tratar con alguien tan

    desagradable dijo, casi en un susurro, destilando desprecio. Es usted la mujer

    ms impertinente y detestable que he conocido. Ni exprimiendo a toda la nobleza de

    Gran Bretaa lograra hacer recaudo de una petulancia superior a la suya!

    Una a una, sus palabras calaron en m con rabia, desatando un ardor insoportable del que no

    supe, si quiera, justificar su origen. Era como lumbre derramada sobre mi corazn,

    consumiendo hasta lo ms diminuto de mi esencia.

    Con una descomunal aversin reflejada en los ojos, su mirada se ancl a m hasta arrancarme

    el ltimo trozo de aliento, dejndome en una asfixia momentnea fue entonces cuando sus

    delicadas manos se extendieron, posando suavemente la taza sobre el mueble de la cocina.

    - Con permiso.

    Dijo, indiferente y fra, horriblemente fra. Y el sonido de sus pasos alejndose por el corredor

    inund mi pensamiento mi cuerpo mi alma...

  • 25

    Captulo IV

    Y mirando hacia el cielo que se arquea sobre ti,

    muy a menudo, bendigo al Dios que me ha hecho amarte as.

    La Presencia del Amor, Samuel Taylor Coleridge.

    Publicado en 1807.

  • 26

    aba pasado el da entero imaginando lo poco complacido que estara mi padre

    al or las quejas de nuestra huspeda sobre mi comportamiento. Haba

    visualizado, adems, una extendida y acalorada reprimenda sucedida por una

    lista de libros que ya no se me permitira leer bajo acusacin de incitarme a la rebelda. Todo

    esto explica que estuviese preparada para recibir un castigo incluso antes de que l cruzara

    la puerta principal, llamara a mi alcoba y me hiciera pasar al estudio. Lo ltimo, sin embargo,

    haba ocurrido haca ms de cinco minutos y yo saba que mi padre era un hombre de

    inmediatez, por lo que difcilmente esperara tanto para invocar su descontento. Partiendo de

    este hecho, slo una explicacin se me hizo consistente: que nuestra huspeda no hubiese

    expresado queja alguna.

    - La has interrogado, cario?

    Pregunt, deshaciendo el incmodo silencio que haca largo rato rebotaba de pared en pared.

    - No, padre. No he tenido oportunidad.

    Respond, procurando escoger las palabras correctas para que mi respuesta fuese ms cierta

    que falsa.

    - Ya veo

    Dio media vuelta y se alej de la ventana, desde la cual haba estado observando, casi

    embelesado, los faroles de Mayfair.

    Con las manos en los bolsillos de su pantaln de seda, se acerc sin ninguna prisa puede

    que contando los pasos y tom asiento junto a m, frente al librero de caoba.

    - Lo que voy a decirte murmur, despus de haber reclinado la espalda es un tema

    muy delicado y no debe salir de esta habitacin.

    H

  • 27

    Mis plpitos respondieron a sus palabras con tal violencia que llegu a sentir cmo retumbaba

    mi cavidad torcica. Las manos humedecidas, los msculos rgidos, la garganta inmersa en

    un desierto rido no haba experimentado nunca una ansiedad tan atroz como la que se

    apoder de m en ese momento y, aun as, la descompostura no me impidi mover la cabeza

    de arriba a abajo para hacerle saber que haba entendido sus condiciones.

    As que empez:

    Recuerdo haberte dicho que nuestro buen amigo, el seor Crowley, fue invitado a pasar unos das en

    Huntington. En la residencia del Conde Capel, para ser exactos. Bien, pues ocurre que el hombre ya

    es muy anciano, puede que me saque diez aos... o un poco ms Bueno, no hay porqu hondar en

    la edad de un caballero, lo importante, querida ma, es lo que voy a contarte a continuacin.

    Vers, recientemente la salud del Conde ha venido decayendo, tanto que ha recibido la visita de cinco

    o seis mdicos en los ltimos dos meses. Todos parecen haber concluido lo mismo: cualquier opinin

    en torno a su permanencia en este mundo sonara demasiado optimista. Siendo l ms consciente de

    su estado que nadie ms, ha tomado una decisin que yo mismo imitara de encontrarme en sus

    zapatos. Resulta que el Conde se las ha ingeniado para mantener a su hija inmersa en un

    desconocimiento tremendamente absurdo de su enfermedad, lo cual no ha resultado una tarea difcil

    considerando que la seorita Capel ha permanecido los ltimos diez meses fuera de Gran Bretaa,

    bajo la tutela de su abuela quien, a juzgar por lo plida que te has puesto, no necesito decir quin es.

    De modo que la hija del Conde no sabe nada sobre los doctores, nada sobre la enfermedad, y es mejor

    que no lo sepa.

    A Timothy se le ha pedido cuidar de la seorita Capel el tiempo que sea necesario y bajo las

    explicaciones que deban inventarse con tal de impedir que viaje a Huntington, lo cual debi haber

    hecho hace tres das. Desafortunadamente, ambos sabemos que Timothy es la personas meno indicada

    para darse a la exhaustiva misin de ocultar cosas, por lo que la convivencia con la seorita Capel lo ha

    dejado neurastnico al cabo de las primeras veinticuatro horas. De ah que viniera implorando ayuda

    de rodillas y no revelo esto con la intencin de faltar a su dignidad sino de dar fe de la gravedad del

    asunto.

    Por mi parte, querida Jane, te dir que desconozco hasta cundo habremos de alojar a la seorita Capel,

    pero el tiempo que sea necesario lo haremos con toda nuestra ocupacin y buena

    - Es la hija del Conde?

  • 28

    Interrump, pronuncindome con la garganta seca debido tanto al prolongado silencio como

    a la fuerte impresin.

    - Ciertamente respondi l, ms que tranquilo. Es la seorita Amelia Capel.

    Me levant ipsofactamente, con la presteza de quien siente el pinchazo de una aguja por

    debajo del cojn. Vi la habitacin sacudirse bruscamente a mi alrededor, o puede que fuera

    yo quien, sin saberlo, haba empezado a tambalearme en el sitio presa del desconcierto.

    As, entre confusa, resentida y apenada, mir a mi padre a los ojos con una severidad

    tremebunda y, sin meditarlo, espet:

    - Debiste habrmelo dicho antes! No habra actuado de esa manera si lo hubiese

    sabido!

    - A qu te refieres? cuestion l, tragndose de pronto su serenidad Acaso has

    hecho algo inadecuado, Jane?

    No respond, naturalmente. Estaba demasiado avergonzada de mi comportamiento como para

    entrar en detalles bochornosos. Lejos de repasar el amargo incidente del que haba sido

    protagonista aquella maana, cada uno de los pensamientos que rondaba mi cabeza, cada

    gota de virtud, de intuicin, sugera disculparme con la seorita Capel lo ms pronto posible.

    Y no debe inferirse en base a esto que Huntington tuviese ms relevancia para Inglaterra

    que cualquier otro condado pero tampoco debe inferirse que nuestra huspeda fuese,

    nicamente, la hija del Conde.

    Al sol de hoy, mientras mis dedos empuan la plumilla hacindola dibujar palabras sobre el

    papel desnudo, pienso que pude haber reaccionado ante aquello de una manera distinta y,

    entonces, todo habra sido diferente. Pude haber abandonado el estudio, llamado a la alcoba

    de la seorita Capel y ofrecido mis ms sinceras disculpas. Quizs de esa manera ella hubiese

    intuido algo

    Pero nada de eso ocurri. Porque si Amelia no era ni una pizca de la mujer orgullosa que, en

    un principio, haba imaginado yo s lo era.

  • 29

    Captulo V

    El amor es suficiente: aunque el mundo disminuya,

    y los bosques no tengan voz salvo la voz de la pena

    El vaco no agotar ni el miedo alterar

    estos labios y estos ojos del que ama y del amado.

    El amor es suficiente, William Morris.

    Publicado en 1873.

  • 30

    unque haba pasado la noche entera debatindome entre mi necedad y el reclamo

    de mi conciencia, lo cierto es que estaba lejos de tomar una decisin. No era mi

    terquedad lo nico que me impeda disculparme con la seorita Capel, sino

    tambin el incmodo zumbido que me envolva al recordar la forma tan displicente en que

    se haba referido a m, calificndome de impertinente, detestable y petulante.

    Con qu derecho juzgaba mi carcter sin siquiera conocerme? Su conducta altiva y

    prejuiciosa deba ser algo tpico en la gente de su posicin de su origen...

    Me vi, aunque entonces no lo supe, propensa a especular en torno a la hija del Conde,

    propensa a formularme opiniones con una facilidad amedrentadora y, an peor, a crermelas

    sin el menor reparo.

    El asunto acaparaba la totalidad de mi mente, condicionaba mis pensamientos y me mantena

    no s decir si contra voluntad sumida en una constante inquietud. La reunin con mi

    padre no slo haba revelado la identidad de nuestra visitante, sino tambin el motivo por el

    que se hospedaba en nuestra casa y el motivo por el que ella crea estarlo.

    Result que el buen seor Crowley haba justificado su traslado al gran hotel haciendo

    mencin de un inesperado viaje de negocios al sur la verdad es que viajaba a Huntington

    para dar seguimiento al estado del Conde. En cuanto a la permanencia de la seorita Capel

    en Londres, y para fortuna de todos, tena tanto sentido que resultaba creble: su padre quera

    que conociera la capital. Referente a esto, otra gran revelacin me haba sido hecha: Amelia

    mostraba un particular desinters hacia todo cuanto no guardase relacin directa con sus

    propiedades o su familia. Debido a esto, y contra cualquier expectativa tomando en cuenta

    su edad y status social, no disfrutaba acudir a eventos pblicos o sitios excesivamente

    concurridos, adems de mostrarse especialmente incmoda frente a cualquier extrao.

    No entend, sino hasta or aquello, el pnico que mi presencia haba generado en ella la noche

    de su llegada. Aunque aun sabindolo, debo decir, de vez en cuando no entenda muchas

    cosas.

    Haba pensado que la hostilidad impresa en nuestro primer encuentro obligara a la hija del

    Conde a recluirse en su alcoba el mayor tiempo posible con tal de no toparse conmigo, pero

    cuando cruc el saln pasado el medioda despus de no haberla visto en toda la maana

    A

  • 31

    supe que haba estado ah haca largo rato: en la mecedora junto al ventanal que da al balcn,

    casi imperceptible, con un libro entre las manos.

    Quise evitar ser vista y por eso permanec inmvil, furtiva, observndola a lo largo de dos

    metros que me parecan riesgosos y, al mismo tiempo, demasiado lejanos.

    Con la delicadeza de un ptalo que ralea en el viento, se humedeca los labios con la punta

    de la lengua y una de sus manos le bajaba por el pecho, acaricindolo con las yemas de los

    dedos. Su boca se mova con una suavidad atrayente, seductiva, como si leyera para s el

    mismo prrafo una, y otra, y otra vez. Me inclin prudentemente, queriendo ver el ttulo de

    la obra o su autor pero mi cautela fue insuficiente. Vi su rostro girar con sutileza frente a

    las cortinas color ocre. Vi su figura envuelta en un vestido de seda blanca translcida,

    inexplicablemente hechizante, mientras los hilos de su cabello rozaban su mejilla empujados

    por una tenue brisa que alcanzaba a escabullirse entre el dintel de la ventana y el cristal.

    - Necesita algo?

    Pregunt, con la simpleza cortante de quien no siente especial agrado por alguien.

    Podra decir que contempl un sinnmero de respuestas, pero no tiene caso mentir: ante la

    hija del Conde, mi agilidad mental sufra una metamorfosis tras la cual no era capaz de

    dirigirme a ella sino con frases surgidas de una extraa e incorregible formalidad.

    - Me permite el atrevimiento de preguntar qu est leyendo? dije, siguiendo un

    impulso arrasador.

    - Sonetos.

    Contest ella, luego de un considerable espacio tcito en el cual, supongo, debi plantearse

    si responder a mi interrogante u omitirla haciendo uso de una frivolidad que habra estado

    muy bien justificada.

    - Cul de ellos? insist.

    - Soneto ciento treinta. No creo que lo conozca.

    - Y por qu supone que no lo conozco?

  • 32

    Guard silencio, pareci dudar y, en su duda, no respondi. Tampoco fue necesario, el

    destello acusativo de su mirada me bast para saberlo: adems de impertinente, detestable y

    petulante, me crea insensible y, por consecuencia, ignorante.

    Pero no lo era. Y deba demostrrselo.

    - Los ojos de mi amada no se parecen en nada al sol. El coral es ms rojo que el rojo

    de sus labios. Si la nieve es blanca, sus pechos son morenos. Si los cabellos son

    alambres, negros alambres crecen en su cabeza. He visto rosas damasquinas, rojas

    y blancas, pero no veo rosa alguna en sus mejillas, y algunos perfumes tienen ms

    delicia que el aliento que mi amada suspira. Adoro escucharla hablar, aun cuando

    s que la msica tiene un sonido ms agradable. Es verdad, nunca he visto a una

    diosa andar: mi amada, cuando camina, toca el suelo. Y aun as, por los cielos, creo

    que mi amada es tan bella que, por ella, negara toda comparacin hecha.

    Vi sus ojos infinitos, y ellos me vieron, y una luz ardiente inund sus pupilas, atndome a

    ellas en una esclavitud mrbida pero extraamente dulce.

    - Veo que s lo conoce.

    Murmur, en voz tenue que casi acab consumindose antes de llegar a m.

    - Es uno de mis favoritos, seorita

    Saba su nombre, pude haberlo dicho y, as, evidenciar que su identidad no era ningn

    misterio para m. Desenmascarar el asunto, obligar a todos a decir la verdad

    Pude haberlo hecho pero no deba.

    - En ese caso dijo, cerrando el libro y aferrando los dedos a la cubierta no es del

    todo la persona que haba escatimado.

    - Una impertinente, detestable y petulante?

  • 33

    - Una frgida.

    - Oh! Debo deducir que se ha formado ms de cuatro conjeturas en relacin a mi

    carcter

    - Debe deducir que he respondido a las que usted se form de m.

    Respondi, permitiendo que una tenue sonrisa de picarda irradiara sus bellas facciones.

    - Ha ledo los poemas de la seora Barrett Browning, seorita Jane?

    - Me temo que no he tenido el placer.

    - Pero cmo?! Siendo una autora excepcional!

    En un movimiento delicado, la hija del Conde se puso de pie y dio dos cuatro pasos

    recatados, acercndose a m lentamente hasta que nuestros cuerpos se unieron en sombras

    reflexionadas en el alfombrado; separadas, puede que veinte o treinta centmetros, pero

    juntas, siendo una sola, en la ilusin que engaa los sentidos.

    - Cmo te amo? Djame contar las maneras. Te amo hasta la profundidad, y la

    extensin, y la altura que puede alcanzar mi alma cuando busca a ciegas los lmites

    del ser y de la gracia ideal.

    Me mir cautivada, en un lapsus de xtasis, y continu:

    - Te amo hasta el nivel ms habitual de silenciosa necesidad cotidiana a la luz del

    sol y el candelabro Te amo con el aliento, sonrisas, lgrimas de mi vida entera y,

    si Dios lo quisiera, te amar an mejor cuando muera.

    Vi los muros caerse a pedazos con su respiracin, y vi sus ojos de cielo sacudirme por dentro

    hasta dejarme vaca, sin aliento sin emociones. Me derrumb ante ella como se derrumba

    un tmpano de hielo ante el ms egosta y cruel verano. Me perd en Amelia Capel y,

    secretamente, dese no ser encontrada ni en ese instante, ni nunca.

  • 34

    - La ha sentido, seorita Jane? La pasin que casi mata?

    Pregunt, en un murmullo apenas audible por encima de los latidos que estremecan mi

    pecho.

    - Tal vez continu, tornndose su gesto y volumen tan moderados que bien podra

    interpretarse como una demostracin de timidez Si no tiene asuntos importantes en

    los cuales volcar el resto del da, tal vez quiera acompaarme a leer.

  • 35

    Captulo VI

    Ella camina en la belleza, como la noche bella,

    despejada y de cielos llenos de estrellas;

    y lo ms bello de lo oscuro y brillante

    se rene en sus ojos y en su semblante

    Ella camina en la belleza, Lord Byron.

    Publicado en 1815.

  • 36

    - Es muy peculiar. Sentenci, mientras nos pasebamos por los inmensos jardines del hotel bajo el velo dorado

    del atardecer.

    - Qu?

    Me atrev a preguntar, mientras mis ojos seguan hechizados el reflejo de su silueta flotando

    sobre los geranios.

    - Su falta de curiosidad.

    Dijo ella, alejndose en un movimiento delicado y minsculo que, de no haber contemplado

    una y otra vez a lo largo de los ltimos dos das, quizs hubiese pasado desapercibido.

    - No ha hecho ni el menor esfuerzo por averiguarlo continu, con suspicacia.

    Realmente no le interesa saber quin soy?

    Ya s quin es sola pensar, cada vez que el tema sobrevolaba, y en ms de una ocasin

    estuve a punto de decirlo pero algo me lo impeda. Concretamente, alguien.

    - Puedo asegurarle que me interesa.

    Respond, evadiendo su recelo con desvergenza.

    Has de fingir que no la conoces haba dicho mi padre porque esa fue su peticin.

    No desea ser molestada, o perseguida, o juzgada, o cualquier otra cosa a la que normalmente

    estara sujeta por ser quien es. Ha solicitado que su nombre se manipule con extrema

    discrecin, por lo que nadie debe saberlo... nadie ni siquiera t

  • 37

    - Su paciencia es admirable y singular. Sera injusto de mi parte ignorarla.

    Murmur, suavizando el paso a medida que la banca situada bajo al viejo olmo se haca ms

    cercana.

    - Adelante, seorita Jane. Hgame una pregunta dijo, detenindose a la sombra de

    las frondosas ramas, donde la penumbra tea de gris su cabello rojizo.

    Una pregunta. Slo una. Pero cul? Ya crea saber todo lo que a una persona como yo le era

    permitido saber de alguien como ella. Saba que era la hija del Conde, saba de su origen, su

    apellido y su majestuosa herencia. No haba nada ms en lo que me atreviese a hondar por

    miedo a caer en la insolencia; despus de todo, aunque la seorita Capel me creyese anegada

    en una ignorancia absoluta, yo no poda evitar estremecerme recordando la procedencia de

    su nombre.

    - Su nombre

    Respond, al fin.

    - quisiera saber su nombre.

    Ahora me dije suceder una de dos cosas. Puede recurrir a un pseudnimo que

    disfrace su identidad o puede, por el contrario, decir la verdad. En el primero de los casos,

    me resignara a prolongar esta farsa el tiempo que sea necesario pero, en el segundo,

    deducira que he ganado su confianza y no dudara en buscar la manera de poner fin a todo

    esto

    Dese que ocurriera lo segundo, supliqu por ello; aquel engao me pareca atroz y no quera

    nunca quise formar parte de l. Minuto a minuto pona en tela de juicio mi propia

    decencia flagelndola con reproches injustos y ridculos, repitindome incansablemente que

    su padre estaba muriendo y que no podra despedirse de l debido a mi cobarda.

  • 38

    Si tan slo su respuesta hubiese sido otra Si hubiese pronunciado lo que tanto deseaba

    escuchar Pero en lugar de eso, y dejndome al amparo de una insufrible decepcin, Amelia

    movi los labios deslizando la punta de la lengua contra el cielo de la boca resultando una

    palabra simple, corta.

    - Ela.

    Un hormigueo me envolvi la piel mientras su voz retumbaba en mis adentros,

    deshacindome retazo a retazo.

    Ela

    Un nombre de los cientos que habr ledo en libros pens. Un disfraz para eludir a

    gente como yo, comn y sin importancia

    Me aferr a la hiptesis de que nuestro grado de empata no le bastaba para depositar, en m,

    ni una sola gota de su confianza, sino ms bien lo opuesto: ella desestimaba mi honor, mi

    lealtad y todo principio que, en el ms vil de los casos, pudiera desestimarse en una persona.

    Me convenc de esto con la misma sencillez con que me convenc de muchas otras cosas. Y

    cmo no hacerlo, si cada segundo junto a Amelia Capel terminaba desencadenando una

    tortuosa culpa que me impeda considerarme digna de su trato?

    Me odiara si supiera lo que oculto meditaba, y esta idea era suficiente para inducirme

    a un estado de exaltacin que me privaba de calma durante varias horas.

    El por qu me aterraba tanto causar disgusto a la hija del Conde es algo que y espero sepan

    disculparme no considero conveniente hacer pblico de momento. No habiendo detalles

    de la historia mucho menos amargos.

    - Sentmonos aqu la escuch decir, luego de un intervalo. Bajo los brazos del

    olmo.

    Y me sent a su lado. Tal vez demasiado cerca, pues la vi deslizarse discretamente hacia el

    extremo opuesto de la banca.

  • 39

    En este apartado, me veo obligada a hacer un intento por describir la fascinante vista que se

    ergua frente a nosotras. Primero, han de saber que mi padre siempre fue amante de la

    horticultura y que la mayor parte de su tiempo libre lo dedicaba a enriquecer nuestro jardn

    con las flores ms bellas. Magnolias lilas y blancas rodeaban los caminos y, al borde de la

    terraza, decenas y decenas de camelias. El paso del olmo estaba marcado por una preciosa

    hilera de geranios que haba plantado luego de or que eran los favoritos de la Reina. No muy

    lejos, en el corazn de la parcela, se extenda un hermoso estanque de agua cristalina que

    abarcaba un dimetro de cinco o seis metros, y en el cual flotaban ptalos de azalea que el

    viento arrastraba del sendero de los arces. Este era, entre todos, mi favorito.

    Cada otoo, las hojas de los siete arces se pintaban de coral y caan desprendidas puado a

    puado, envolviendo medio jardn con pedazos de sol que el servicio tardaba das en retirar.

    - Hbleme de usted, seorita Jane.

    Pidi, en un tono afable que mis nervios asociaron errneamente con un mandato, y al

    el cual acced an sin desearlo. Porque exponerme no era algo que considerase comn ni

    agradable. Es cierto que disfrutaba de los dilogos con el seor Crowley, pero estos nunca

    rebasan los lmites de una pltica amena entre lectores vidos.

    - Qu desea saber?

    Pregunt, consciente de que fuese cual fuese su respuesta no tendra el valor de negarle nada.

    - Hace tres das que me hospedo en su casa, pero no he visto entrar o salir a nadie ms

    que a su padre y a usted. Acaso no tiene hermanas, o hermanos?

    - Tengo un hermano le dije, sin el menor inconveniente. Pero hace mucho que no

    lo veo.

    - Por qu? Dnde est? insisti, dejndome entrever, con el destello de sus ojos y

    el giro de su cintura, que haba despertado en ella un profundo inters.

  • 40

    Me di a la tarea de explicarle que Walter se haba unido a un regimiento siendo muy joven y

    que difcilmente mi padre o yo tenamos contacto con l. Pregunt si este regimiento se

    encontraba en el extranjero, a lo que respond que estaba desplegado en las Islas Malvinas.

    Luego, quiso saber cundo haba llegado su ltima carta, y yo dije: Hace tres meses.

    Una a una, las interrogantes ocupaban su boca con una curiosidad infantil que me

    desconcertaba. No entenda la razn por la que mi vida resultaba tan significante para la hija

    del Conde, en especial porque yo misma la hallaba montona y condenada a la invariacin.

    Pero ella preguntaba preguntaba incansablemente y no haba cosa que pudiera hacer

    ms que dar respuesta a sus dudas con toda mi entrega y disposicin. As, la tarde nos rode

    en un manto carmes que poco a poco se volvi ail, y luego grisceo Entonces, poco antes

    de que la noche tiera el firmamento de negro dejndonos a ciegas, su mirada me azot por

    undcima vez y una ltima pregunta sali de sus labios, acaricindolos.

    - Y su madre? Dnde est su madre?

    Un manojo de espinas me estruj el corazn, pero lo contuve. Con los aos, haba aprendido

    a contenerlo.

    - Muri.

    Respond, con simpleza, y la cordialidad de mi voz fue irremediablemente suplantada por

    una horrenda melancola que me impidi decir cualquier otra cosa.

    Los cinco segundos trascurridos a continuacin produjeron un efecto ms disparejo de lo que

    hubiese imaginado. Mientras yo especulaba en relacin a cul sera la prxima pregunta de

    Amelia dndolo por hecho ella atravesaba un tormentoso conflicto en el cual deba

    decidir si revelarme o no un detalle crucial de su identidad, lo cual termin haciendo al cabo

    de un prolongado silencio.

    - Mi madre tambin muri. Hace muchos aos. Cuando era nia.

    Y despus de esto, no dijo nada.

  • 41

    Captulo VII

    Temo tus besos, gentil doncella.

    T no debes temer los mos.

    Mi espritu va tan hondo en el vaco,

    que no puede agobiar el tuyo.

    Temo tus besos, Percy Bysshe Shelley.

    Publicado en 1824.

  • 42

    a seorita Capel estaba obsesionada con que su presencia fuese lo menos notable

    posible. No se paseaba por el hotel a la luz del da, incluso lo haca muy poco

    bajo el claro de la noche; su hora preferida era la puesta del sol, cuando las damas

    que tomaban el t en la terraza volvan a sus dormitorios y los caballeros se encontraban en

    el saln, despejndose el camino a los jardines.

    Normalmente, la conducta de Amelia me enajenaba por su rareza y en numerosas ocasiones

    la cre fuera de sus cabales. No lograba comprender, por ejemplo, su capricho de rehuir

    cualquier insinuacin que pudiese vincularla con su origen. Tampoco entenda esos largos

    silencios a los que se entregaba luego de una pltica agradable, su temor inminente a los

    cambios de clima y mucho menos esa extraa mana de guardar, siempre, las distancias.

    De todas sus costumbres e indescifrables hbitos, este era el que ms me intrigaba: la

    negacin a ceder un solo milmetro de su espacio. Ya sea que tuvisemos una charla

    placentera recorriendo sendero a sendero o que nos sentsemos frente al estanque

    embelesadas por el reflejo del crepsculo en la turbiedad, su distraccin nunca le impeda

    moverse si nuestra cercana le era inadecuada. Y as, no haba tocado ni una hebra de su

    cabello ni rozado su piel ni percibido su aroma.

    - Se lo has propuesto?

    - Claro que s. Tres veces.

    - Y qu ha dicho?

    - Que no le apetece.

    Hundi las manos en la maceta y removi la tierra de un lado a otro, formando un hoyo en el

    centro del barro.

    - Debes hacer algo para mantenerla ocupada, Jane.

    - Lo intento, padre, pero ella

    Reflexion.

    L

  • 43

    - Su comportamiento es inusual dije, procurando acertar en el empleo de los

    conceptos.

    - Naturalmente. No podemos olvidar quin es.

    - Pero no me refiero a su etiqueta, que desde luego es exquisita ni siquiera a su

    gramtica perfecta

    - Entonces a qu te refieres?

    Interrog, revolviendo los dedos en el pote sin levantar la cabeza.

    - A sus fobias.

    Mi anciano padre solt una estrepitosa carcajada que le hizo desparramar unos cuantos

    grumos de tierra sobre el cemento del prtico.

    - Y desde cunto es inusual tener miedos? fue su respuesta inmediata.

    - Pero esos miedos son un sinsentido!

    Repliqu, inmersa en la teora de que Amelia Capel no estaba bien de la cabeza.

    - Es como si le aterrase su propia sangre! Su linaje!

    Ante esto, alz la mirada fijndola en m durante unos instantes que recuerdo resultaron

    ser ms breves de lo que haba predispuesto.

    - No creo que a la seorita Capel le mortifique ser quien es murmur,

    pausadamente sino ms bien que todos tengamos la facilidad de saberlo.

    Se enjug el sudor de la frente con el antebrazo desnudo y aadi:

  • 44

    - Te imaginas, Jane? Ser reconocida sin importar a dnde vayas. Ser amada, respetada,

    servida, y que no haya alma capaz de negarte nada

    Hizo una pausa para soltar un gruido de desaprobacin.

    - Pobre gente.

    Farfull, y volvi a dirigir la vista hacia la maceta de barro en la que llevaba medio da

    echando y sacando tierra, de rodillas, con la camisa arremangada y media humanidad cubierta

    de polvo.

    - Qu sabes de ella, pap? indagu, omitiendo su apariencia de indigente.

    - Lo mismo que el resto declar, mientras tomaba una pequea bolsa de tela que

    haba dejado a un lado.

    - Me preguntaba

    Di uno o dos titubeos, pero no bast para contener la insaciable curiosidad que haba

    germinado en m con los aos.

    - Me preguntaba cmo muri su madre. Acaso ella tuvo?

    - Han hablado de eso? interrumpi, y por un segundo not un cntimo de agobio en

    su semblante.

    - No, por supuesto que no. Apenas y habla conmigo de cualquier cosa.

    - Ya veo! exclam l, retomando la serenidad. Bueno, su madre muri cuando

    tena cinco o seis aos, no creo que haya sido mucho mayor. Si mal no recuerdo, fue

    en marzo s, tuvo que haber sido en marzo, porque el invierno casi terminaba

    - Qu le pas?

    Intervine, sabiendo que mi padre tena la mala costumbre de caer en circunloquios que podan

    extenderse, en los peores casos, durante horas.

  • 45

    - Enferm. Nada inesperado tomando en cuenta que su salud siempre fue muy frgil.

    Recuerdo que mucha gente sin oficio habl de tisis, lo cual nunca tuvo pies ni

    cabeza pero al final result ser una neumona.

    Sac una semilla de la bolsa de tela y, con extrema delicadeza, la enterr en el corazn del

    tiesto.

    - Timothy me cont que la abuela de la seorita Capel reclam su custodia absoluta,

    pero el Conde se neg, por lo tanto no hubo ms remedio que compartirla. De ah que

    la joven pase una larga temporada en Inglaterra y otra en el Principado yendo y

    viniendo como un trompo de aqu para all...

    - Desde cundo?

    - Desde siempre.

    Lo mir absorta por aquello que antes ignoraba y ahora saba. Qu tanto puede vivir su

    infancia una criatura que va y viene de un sitio a otro, constantemente, sin saber a dnde

    pertenece? reflexion, a lo que una vocecita en mi interior respondi en el acto con

    sequedad: Nada

    - Por qu no subes a verla? Debo admitir que su recurrente aislamiento me inquieta.

    - Y qu supones que haga, padre? Ni siquiera permite que me acerque a ella.

    Se apoy en m y fue desdoblando las piernas a ritmo lento, con la cautela propia de quien

    no confa ni en la resistencia ni en la lealtad de sus huesos. Poco me falt para advertirle que

    su maa de enroscar el cuerpo como si tuviera quince aos acabara dndonos un disgusto,

    pero su ingenio, indiscutiblemente experimentado, se adelant diciendo:

    - Entonces acompala mientras se aleja. Cuando no le quede espacio, tendr que

    volver.

  • 46

    Captulo VIII

    Yo no te amo! No! No te amo!

    Sin embargo soy tristeza cuando ests ausente;

    y hasta envidio que sobre ti yazga el cielo ardiente;

    cuyas tranquilas estrellas pueden alegrarse al verte.

    Yo no te amo, Caroline Norton.

    Publicado en 1829.

  • 47

    - No saldr hoy, seorita Jane. Me quedar aqu. Y ya que insista en cubrirse con las sbanas de la cabeza a los pies, deb encorvarme

    ligeramente hacia delante para or con claridad lo que deca.

    - Pero qu ocurre? Le duele algo?

    - No Todava no.

    - Fiebre?

    - No.

    - Le han salido manchas en la piel?

    - Bueno, tendra que fijarme

    - Ha soltado esputos?

    - No, ninguno.

    - Y tosido sangre?

    - No estoy agonizando, seorita Jane!

    Refunfu, y, con un manotazo violento, destap su hermoso rostro haciendo que una

    efmera e indescriptible calidez brotara bajo mi piel.

    - En ese caso, disclpeme si no entiendo qu hace ah tumbada.

    Le dije, a lo cual reaccion instantneamente entornando la mirada y frunciendo el entrecejo

    con severidad.

    - Que qu hago aqu tumbada? repiti, arrastrando cada palabra como si fuese

    tortuoso pronunciarlas. Ha visto el tiempo que hace?

    - Desde luego. Es una tarde templada

    - Templada?!

  • 48

    Se descubri el cuerpo hasta la cintura y vi que se haba armado con dos camisones de

    algodn blanco, uno encima del otro, ceidos de tal forma a su torso que me sorprendi que

    pudiese respirar.

    - Acrquese a la ventana pidi.

    Me acerqu.

    - Cuntos nubarrones hay?

    - Quiere que los cuente?

    Inclin ligeramente la cabeza en seal de afirmacin. Por lo tanto, los cont.

    - Cuatro dije, con absoluta certeza.

    - Seis! vocifer ella, levantndose de la cama vigorosamente y abalanzndose

    contra el vidrio Uno dos tres

    Su dedo ndice recorri el cristal apuntando nube por nube, torcindosele el gesto en una

    mueca de espanto a medida que el clculo ascenda.

    - Llover esta noche, seorita Jane. Una tumultuosa tempestad predijo, con un

    susurro lnguido y viendo hacia los jardines en una fase de paralizacin.

    - Se encuentra bien? pregunt, consternada y casi convencida de que haba perdido

    completamente el juicio.

    En un giro brusco, se dio la vuelta entrelazndose las manos con gesto de enorme

    contrariedad.

    - Debemos abrigarnos bien, tomar muchos lquidos y guardar reposo.

    Dijo, con tal atropello que poco me falt para no entender una sola palabra.

  • 49

    - Es debido a esto que odio Londres sigui, cruzando el dormitorio de un lado a otro

    sin rumbo aparente. Este clima pernicioso inestable Me agobia

    profundamente, no lo tolero Deseo marcharme.

    Y con esta ltima sentencia, el corazn me subi a la garganta como una ventisca que me

    empuj a dar un sobresalto.

    - Pero no debe! exclam, en un arrebato impulsivo. No debe preocuparse por

    el clima. Es tpico de la ciudad, e inofensivo.

    - Inofensivo? Cmo puede decir eso? Debe temer a la enfermedad. Todos debemos

    temerle! Es lo que mi abuela dice y ella nunca se equivoca.

    En ese impalpable fragmento de espacio que su voz atraves para rodearme, no pude evitar

    sentir una descomunal tristeza. Qu frvola y vaca imaginaba su vida. Inerte marchita

    como los ptalos de azalea que a veces dejaba das y das entre las pginas de los libros.

    Realmente era as de trgica su existencia? Tan condicionada y perturbable? De qu

    estaba hecho, entonces, su corazn asumiendo que estuviera consciente de tenerlo?

    - Por qu no leemos, seorita Jane? Leamos algo.

    La escuch decir, de modo suplicante, y como no pudo ni hubiese podido llegar a m una

    mejor forma de apaciguar sus nervios, no dud un instante en responder:

    - Qu le placera que leyramos?

    Una minscula sonrisa de complacencia remarc sus mejillas antes de surcar el dormitorio

    velozmente hacia la cama. La vi agacharse y tomar un libro de bajo el mueble que, supe en

    seguida, haba estado leyendo todas esas noches en que yo jugaba a adivinar por qu las luces

    de su habitacin permanecan encendidas. Luego, tom asiento sobre el colchn dejndose

    caer suavemente, me mir y dijo:

  • 50

    - Sintese a mi lado. Hay espacio para las dos.

    Recuerdo, carente de las deformaciones que por lo general agrietan las memorias con el

    tiempo, haberme inducido en un episodio de agitacin que me abras el pecho, se escurri

    hasta mi vientre y fue a dar a mis extremidades en forma de hormigueo. Recuerdo, tambin,

    haber caminado hacia ella con una dificultad impropia, temblando mis piernas paso a paso y

    a penas flexionando el cuerpo debido a una particular rigidez.

    Me sent perdiendo la mirada en el cuero del libro, evitando su rostro por un infundado temor

    a ser vctima de asfixia. Pero Amelia s me observ, y lo hizo con detenimiento durante varios

    segundos hasta que los msculos del cuello se me entumecieron fue en ese momento

    cuando una de sus manos se pos al borde de la cama y, en un ligero impulso, se distanci

    de m. Lejos de m. Otra vez.

  • 51

    Captulo IX

    Te amo, como el pjaro alegre ama

    la libertad de sus alas.

    Te Amo, Eliza Acton.

    Publicado en 1826.

  • 52

    aba algo consumiendo la vastedad de mi alma con una rapidez inexpresable.

    Ese algo era un sentimiento. Poda considerarlo inconsistente, irracional e

    inapropiado, mas no poda negar su existencia, porque se haba convertido en

    una extensin de mi persona. Evocaba mi debilidad y mi bsqueda ininterrumpida de placer

    en cada detalle. Este sentimiento me gobernaba. No. Me posea plenamente como se poseen

    dos amantes en el lecho de la intimidad. Una, tres, cuatro noches estremecindome ante la

    sospecha de mi subconsciente en una inservible privacin del sueo. En vela, as alcanc lo

    ms recndito de mi ser la esquina ms punzante, oscura e inexploradadonde no vi nada

    ni a nadie, solo a ella.

    Amelia.

    Amelia.

    Amelia.

    Escribo su nombre repetidas veces porque no hay motivo sobre la tierra que me invoque

    mayor deleite, mayor dulzura y mayor nostalgia.

    Amelia.

    Pronuncio en lo bajo, con la absurda pretensin de que mi voz la traer en un suspiro, y que

    nuestras huellas volvern a fijarse en el pasto guardando las distancias Pero el corazn se

    contrae sin misericordia desentrandome la vida, lacerando mi carne con espinas que nacen

    de su hiriente recuerdo. Y, sin embargo, debo recordar.

    - Hbleme de su infancia, seorita Jane.

    - Qu aspecto de ella le interesa?

    - Todos.

    - Bien. Pues comenzar por decirle que siempre fui muy inquieta, y que de vez en

    cuando el despacho de mi padre se abarrotaba de huspedes insatisfechos.

    - Y usted era la causante de su insatisfaccin?

    - Me temo que s.

    - Por favor, cunteme.

    H

  • 53

    - Ver, lo que haca era ocultarme tras los rboles con una bolsa llena de hojas, frutos

    secos o lo que hallara segn la estacin. Esperaba pacientemente y, cuando se

    aproximaba un husped, saltaba hacia el camino y le arrojaba todo encima.

    - Eso haca?! pregunt, cmicamente escandalizada.

    - En efecto, pero no era mi mejor jugarreta. Los sbados por la maana, el estanque era

    propenso a recibir la visita de alguna pareja de enamorados, as que yo vigilaba tras

    el racimo de azaleas. Cuando estaban lo suficientemente cerca, corra a sumergirme

    en el agua contena la respiracin y saltaba fuera de golpe, salpicndolos todos!

    Amelia esboz una sonrisa tenue que se prolong se prolong y se prolong un poco

    ms, dibujando una media luna en sus labios rosceos. Este simple y natural gesto se convirti

    en una risa tierna sonora en una carcajada donde vi contenido un deslumbrante rayo de

    vida que nunca antes haba visto en ella. Sus ojos ardan, irradiaban ms luz que cualquier

    estrella o constelacin con la que, en un intento ridculo, se le quiera comparar. Su belleza

    flua como el voraz viento que en ese preciso instante azotaba nuestros cabellos hacindolos

    bailar en ondas y en lneas que, secretamente, buscaban tocarse.

    Era indescriptiblemente hermosa. Y, como he dicho indescriptible, no dir ms.

    - Pero seorita Jane! solt, en una exclamacin inesperada. Esa travesura

    debi causarle catarro ms de una vez!

    Y, entonces, fui yo quien dej escapar una sonrisa.

    - No tiene gracia alguna! me reprendi, enderezando la espalda y clavando en m

    una mirada rigurosa. Excseme, seorita Jane, pero tengo que decirle lo que he

    notado de usted. He notado que es una persona muy irresponsable.

    - Seorita Ela

    Comenc, recurriendo a todas mis capacidades sensitivas y podero de voluntad para no hacer

    evidente lo gracioso que me resultaba aquello.

  • 54

    - Es natural invertir el tiempo en cosas como esa cuando se es nio.

    - Natural?

    - Por supuesto.

    - Bueno, a m no me lo parece difiri, aunque con aire pensativo. Nunca realic

    ese tipo de actividades. Jams me lo habran permitido.

    - Por qu? me atrev a preguntar.

    - Mi abuela

    Y como hizo una pausa nada breve, llegu a plantearme que no continuara.

    - Sabe, seorita Jane? Mi madre enfermaba con gran facilidad. No tena ni el ms

    ligero soplo de resistencia. Luego de su muerte, mi familia temi que yo hubiese

    podido heredar su flaqueza, su fragilidad... Y he de haberla heredado, porque soy

    sangre de su sangre, vivo reflejo de su complexin. Debido a eso, est claro que tuve

    una infancia muy distinta a la suya.

    - Pero no debi ser as! Debi ser como cualquier nia!

    - Una nia como usted?

    - Qu habra de malo en ello?

    - Estara muerta.

    - No, seorita Ela. No lo estara.

    - Y cmo puede estar tan segura?

    - Porque usted no es su madre.

    Me mir confusa, ensimismada, posiblemente extravindose en los linderos que establecan

    el lmite entre lo que haba sido su vida y lo que hubiese podido ser. La not, en pocos

    segundos, terriblemente afectada decada ante la posibilidad de que su propia estirpe le

    arrebatase lo ms invaluable e insustituible de la existencia humana: el tiempo.

    - An puede hacerlo.

  • 55

    Apoy las manos sobre el tibio y seco prado, y me puse de pie. Las aguas del estanque

    trazaban figuras turbias frente a nuestras sombras, una seguida de dos, infatigables como el

    atardecer que las tea de escarlata.

    - Vamos, seorita Ela

    Dije, mientras me acercaba a la orilla con determinacin.

    - Pero no podemos

    - Acaso pretende hacerme un desplante? Le recuerdo que esta es mi propiedad y,

    usted, una invitada.

    - Lo tengo muy presente, pero

    - Tan escasa es su confianza en m?

    Sostengo y seguir sosteniendo que dichas palabras no emergieron con el propsito de ser

    escuchadas, sino ignoradas. Nunca ejerc ni el ms nimio esfuerzo por ganar su confidencia,

    sencillamente porque no cre merecerla. Ella era la hija del Conde de Huntington, futura

    Condesa con el favor de la Reina, y nieta de

    En mi obstinacin, en mi estpida ingenuidad reafirm su casta una y otra vez en mis

    pensamientos, creyendo saber todo sobre Amelia Capel, creyendo saber quin era cuando, en

    realidad, nunca supe nada.

    - Se sumergir conmigo? Al mismo tiempo? pregunt, levantndose y siguiendo

    mis pasos hasta la orilla.

    - Al mismo tiempo respond. Contar hasta tres. Le parece bien?

    Ella asinti con nerviosismo.

    - Uno.

    Dio un paso discreto hacia m

  • 56

    - Dos.

    Se acerc an ms.

    - Tr

    - Seorita Jane.

    Interrumpi, y al girar a verla me di cuenta de que nuestra distancia era irregularmente corta,

    equivalente a diez o quince centmetros, tan fcil de romper que sus brazos me acariciaban

    con el movimiento de su respiracin.

    - Puedo pedirle susurr, mientras su rostro adquira un tono ms rbeo de lo

    habitual que sostenga mi mano?

    Y yo la sostuve deslizando mis dedos entre los suyos, estremecindome con su suavidad. La

    sostuve con fuerza hasta sentir que mi piel y su piel se unan en un fuego imparable nacido

    de la proximidad y la lejana a la que me haba acostumbrado su cuerpo; de la claridad y la

    penumbra de un da a su lado y una noche sin ella. En ese fugaz e intocable trozo de tiempo

    que llamamos segundo, la sostuve deseando no soltarla jams, porque yo era suya, completa

    y eternamente suya y ella era ma.

  • 57

    Captulo X

    No obstante, el amor, por ser amor, es hermoso

    Y el amor es fuego; y cuando digo

    te quiero Oh, cmo te quiero!.. Ante tus ojos

    me transfiguro en esplendor

    y siento mi rostro centellear de pasin.

    Soneto 10, Elizabeth Barret Browning.

    Publicado en 1867.

  • 58

    - Oh! Fue maravilloso, seor Watson Creek! Nos empapamos de la cabeza a los

    pies, lo ve?

    - Difcilmente podra no verlo, seorita!

    - Nunca, en toda mi vida, me haba divertido tanto! Fue trepidante, y algo

    inadecuado para una dama, desde luego Ah! Seorita Jane, lo repetiremos,

    verdad?

    - Si le apetece

    - Como ninguna otra cosa en el mundo!

    La mir con toda la ternura, y la indomable fascinacin, y la debilidad en que me hunda su

    sola presencia. Y ella me devolvi la mirada como si lo supiera.

    - Me complace que su estancia est siendo agradable, pero le sugiero ponerse ropa seca

    cuanto antes.

    Dijo mi padre, en un impetuoso discurso que fue acompaado de una miradita sagaz arrojada

    a m con el rabillo del ojo.

    - Tiene usted razn.

    Afirm Ela, y aunque su semblante y su tono profesaban rectitud, pecara de mentirosa si

    dijera que no detect en ella una pizca de socarronera infantil.

    - Con permiso.

    Aadi, marchando apresuradamente por el pasillo y dejando las impresiones hmedas de

    sus zapatos delineadas en la madera.

    - Por todos los cielos! Pero pero qu les ha ocurrido?!

  • 59

    - Jane, acepto la responsabilidad de haberte pedido que la mantuvieras ocupada

    Musit l, no queriendo que nuestra huspeda tuviera conocimiento de la pltica.

    - pero estos mtodos a los que acudes me escandalizan. No s... puede que sean

    demasiado modernos o excntricos. Francamente, no me atrevo a preguntar dnde los

    has ledo. Porque has tenido que leerlos en alguna parte

    - Seorita Jane!

    Su voz se impuls desde la puerta abierta del dormitorio haciendo eco altsono en las paredes

    del corredor, extendindose en cada viga y rincn del edificio hasta envolverme en brazos.

    - Podra venir un momento, por favor?

    Solicit el consentimiento de mi padre con un atisbo silencioso, y l me lo otorg meneando

    la cabeza resignado, a la vez que haciendo un ademn justo antes de dar media vuelta rumbo

    al estudio.

    Con la tela del vestido adherida a la piel, di uno, dos, tres pasos rechinantes, impregnndome

    del agua estancada en mis zapatos. Tiritando, conteniendo la respiracin al borde del ahogo,

    sumida en el delirio ms intenso en que puede sumirse el alma de una mujer.

    Amelia.

    Ela.

    Me acercaba y senta que la realidad se despedazaba en figuras extraas, en bosquejos

    irreconocibles que danzaban en al aire apropindose de lo inapropiable.

    - Me gustara

    Murmur con timidez, asomndose al umbral con un libro en manos.

    - Realmente me producira una gran satisfaccin que leyese a mi autora favorita.

  • 60

    Concluy, extendiendo el brazo y ofrecindome el ejemplar con la sublime fineza de quien

    ofrece su primer beso.

    - Nada me inducir mayor placer.

    Dije, mientras mi mano se estiraba buscando la suya y tomaba el libro sin perder la

    oportunidad de rozar sus dedos. Ah, por encima del ttulo, sobre el nombre de la seora

    Barret Browning.

  • 61

    Captulo XI

    No soy tuya, no me pierdo en ti.

    Nunca me pierdo, aunque anso perderme.

    Perderme como la llama en el medioda;

    perderme como la nieve en el mar.

    No soy tuya, Sara Teasdale.

    Publicado en 1915.

  • 62

    u belleza era tan indiscutible como corriente y, sus modales, tan exquisitos como

    predecibles. No posea una estatura por encima de la media, tampoco una

    complexin voluptuosa. Era, ms bien, de medidas estticas perfectamente

    equilibrada.

    Sus maneras, al primer contacto, resultaban toscas, agrias y fcilmente aborrecibles. Sus

    hbitos, tan raros e inexpresivos que no transmitan ms que incertidumbre e insipidez.

    La ilusin que poda tener hacia la vida era equivalente a la punta de una aguja, y, sus miedos,

    tantos y tan absurdos que apenas le permitan respirar.

    Su inclinacin por la literatura se limitaba a los clsicos y, muchas veces, lea y relea el

    mismo captulo una y otra vez. Tena un conocimiento magistral de las artes; a veces elogiaba

    a Renoir pero no mostraba pasin por el tema, lo mismo que no mostraba pasin por casi

    nada.

    No haba en Amelia Capel algo que le hiciera particularmente especial. Ninguna de las

    cualidades que, en los mejores casos, se espera encontrar en la nobleza. Era reservada,

    desconfiada, altiva por naturaleza y terriblemente difcil de comprender. Tena motivos de

    sobra para detestarla... y sin embargo la amaba. La amaba con toda la locura, el desacierto y

    la desvergenza con que una mujer es capaz de amar a quien no debe. La amaba con un

    miedo que no me haca estremecer, con un fuego que me destrozaba por dentro sin hacerme

    sentir dolor

    Ella era mi luz, el pequeo rayo de luz por el que mis das eran das, y, su ausencia, noches

    de interminable sufrimiento.

    - Ocurre algo, seorita Jane?

    Pregunt, en medio de un irreprimible bostezo que, en vano, intent cubrir con su mueca.

    - Siento mucho despertarla, pero no poda esperar para decirle cunto me han fascinado

    los poemas de la seora Barrett Browning.

    S

  • 63

    Dije efusivamente, sosteniendo el libro contra mi pecho.

    - A decir verdad aad, temblndome la voz esperaba que que pudisemos

    leerlos juntas.

    - A las dos de la maana? pregunt, pasndose una mano por la mejilla con la

    intencin de ahuyentar el sueo.

    - Tiene razn Qu imprudente!

    - No, espere! No se vaya.

    Pidi, tomndome del brazo y entumecindolo con el tacto de su piel.

    - Ahora que la he visto, no podra dormir si se va.

    Argument, evitando el encuentro de su mirada y la ma.

    - Por favor, pase. Leeremos un rato.

    Mis brazos estrujaron el libro con fuerza. Deba hacerlo, necesitaba hacerlo o cometera

    un acto sumamente inapropiado.

    - Seorita Jane?

    - S, s disculpe

    Entr a la habitacin dando pasos tan largos y rgidos que estuve cerca de tropezar con los

    flecos de la alfombra, escena que, agradezco inmensamente, Amelia ignor por hallarse de

    espaldas cerrando la puerta.

    - Sentmonos en la cama.

    Dijo, con resequedad, dando media vuelta y caminando junto a m sin siquiera mirar por

    encima del hombro.

  • 64

    Acaso buscaba ocultar, sin xito, el desagrado que le causaba mi visita a deshoras? Por qu

    haba impedido, entonces, que me marchara? Su inesperada apata me confundi

    sobremanera, incluso me hizo dudar de si realmente era adecuado permanecer un segundo

    ms en aquella habitacin o si, por el contrario, deba actuar con uso de razn y apartarme

    apartarme apartarme...

    - Acrquese.

    Y me acerqu.

    - Imagino que le habr gustado alguno en especial.

    Coment, aun rehuyendo el contacto visual, mientras yo me acomodaba a su lado apoyando

    la espalda en el cabezal de la cama.

    - S uno respond, refugiando la mirada en el blanco de las sbanas.

    - Slo dgame de cul se trata indic, sin mutar la frialdad de su tono. No necesito

    leer, los s todos de memoria

    - Tambin yo interced, girando levemente hacia ella. Los he memorizado.

    - Tan pronto? dijo Amelia, asombrada.

    - Me he esforzado en hacerlo, porque s cunto le gustan.

    Gir la cabeza con mesura, lentamente poco a poco y yo la imit sin poder evitarlo.

    Deseaba encontrar sus ojos, deseaba perderme en ellos. Rozarla, volver a sentir sus dedos

    entre los mos

    - Demustrelo dijo, ardiendo su mirada como hoguera inextinguible.

    - Acaso no me cree?

    - Por supuesto que le creo respondi. Por eso quiero que lo

    - Cmo te amo? Djame contar las maneras. Te amo hasta la profundidad, y la

    extensin, y la altura que puede alcanzar mi alma cuando busca a ciegas los lmites

  • 65

    del ser y de la gracia ideal Te amo hasta el nivel ms habitual de silenciosa

    necesidad cotidiana, a la luz del sol y el candelabro

    Me entregu completa, y rotunda, y desnuda en alma, y ella, aunque tan solo por un segundo,

    tambin se entreg a m. Tuvo que haberlo hecho. Tuvo que haberlo sentido.

    - Te amo con la libertad con que se opone el hombre a la injusticia. Te amo con la

    pureza de quien desdea los elogios... con la pasin que sola poner en mis viejas

    penas, y con la fe inocente de mi infancia. Te amo

    La amo

    - Te amo con el aliento, sonrisas, lgrimas de mi vida entera Y, si Dios lo quisiera

    Si usted lo quisiera

    - te amar an mejor cuando

    - No diga ms.

    Y en un movimiento sumamente agresivo se levant de la cama y me mir con una mezcla

    de rechazo y temor; de tristeza y, muy en el fondo, un destello de resentimiento.

    - Es mejor que vuelva a su habitacin dijo, y aunque su voz temblaba no dej de

    sonar fra, y distante, y espantosamente severa.

    - La he incomodado, no es verdad? Lo siento mucho, s que es demasiado tarde

    para

    - Solo vyase.

    La dureza de sus palabras me infundi tanta crueldad, tanto abandono y desesperanza que no

    pude evitar que los prpados se me inundaran en lgrimas que cubrieron mis pupilas

    nublndome la vista.

  • 66

    - De acuerdo dije en un murmullo dbil, y me puse de pie. Me ir si es lo que

    quiere.

    - Es lo mejor.

    - Mejor para quin?

    - Para todos.

    - No No entiendo por qu

    - Me entiende perfectamente. Entiende todo esto perfectamente. Puede que lo entienda

    incluso mejor que yo. Puede que lo haya entendido incluso antes que yo, pero est

    claro que prefiri no hacer nada al respecto.

    Camin hacia la puerta y puso una mano en la cerradura antes de continuar:

    - Estoy hacindome cargo por las dos, seorita Jane. Estoy haciendo lo correcto por las

    dos.

    - Esto es lo correcto?

    - S. Lo es.

    - Cmo puede ser esto lo correcto?! Cmo puede si quiera insinuar que deb

    haber hecho algo como si?! Como si pudiera haber hecho algo!

    - Debi haber hecho algo. Una persona que detecta un comportamiento inapropiado en

    s misma debe autocorregirse.

    - Un comportamiento inapropiado?

    Repet, y entonces ya no pude contener aquel flujo de lgrimas que de pronto se escurri por

    mis mejillas empapndome hasta la punta del mentn.

    - Yo la amo

    Dije, as, simplemente, como debe decirse.

  • 67

    - La amo sin que me quepa en la cabeza ninguna buena razn para hacerlo. Es que no

    lo ve? Estoy enamorada de usted, a pesar a pesar de que me resulte absurdo! y

    completamente inaceptable!

    - Usted es una mujer.

    Su mano se ancl con tanta fuerza a la cerradura que la presin de sus dedos contra el metal

    produjo un breve chasquido.

    - Usted es una mujer. Y yo, ciertamente, tambin soy una mujer. Y lo que sea que le

    est cruzando por la mente, no va a ocurrir nunca Lo entiende?... Yo nunca podra

    enamorarme de una mujer.

    Su mueca dio un giro brusco y la puerta se abri.

    - Estoy haciendo esto por ambas, seorita Jane. Por usted tambin.

    Y esto creo que fue lo ltimo que dijo, ya que en aquel momento dej de escuchar su voz.

    Dej de escuchar el reloj de la pared marcando los segundos de aquella agona. Dej de

    escuchar a ese pajarillo en el balcn de al lado cuyo canto a deshoras sola incrustrseme en

    los tmpanos Dej de escuchar Dej de pensar Y, de no ser lo que haba en m tan

    profundo, tan hondo y desolado como el peor de los abismos, tambin habra dejado de sentir.

    No puedo decir que lo que dije a continuacin plane decirlo. No puedo, si quiera, decir que

    lo pens, porque no tengo recuerdo alguno de ello, ni conciencia. Cada palabra fluy en ese

    momento tal cual fluye el agua en los espacios que ocupa, porque no puede contenerse

    porque no est hecha para contenerse.

    As, cruc el umbral y en seguida me di la vuelta. La mir apenas pudiendo sostenerme, y

    por un instante quise creer que segua sujetando la puerta porque ella tampoco poda

    sostenerse pero no pude. Haba muerto algo en m. Haba muerto vida, el ms hermoso

    trozo de vida que alguna vez tuve, y con l haba muerto toda mi fe, y mi esperanza, y

    cualquier voluntad de creer en todo cuanto pudiera creerse.

    Yo ya no era nada.

  • 68

    - Su padre est muriendo...

    No quera ser nada.

  • 69

    Captulo XII

    Estrella brillante, si fuera yo constante como t

    Despierto por siempre en una dulce fatiga,

    silencioso, silencioso para escuchar su tierno respirar,

    y as vivir por siempre, o en la muerte desmayar.

    Estrella brillante, John Keats.

    Publicado en 1884.

  • 70

    odra parecer que les he contado todo esto exhibiendo un gran control sobre m

    misma, incluso cierto grado de objetividad indiferente que sugiere que lo que

    entonces dola ya ha dejado de doler. Pero debo confesarles que esto no es sino

    una mscara que he montado con retazos de lo que un da fui. Es una ilusin. Un engao para

    conmigo misma Un intento por fingir que ya no siento lo que senta. Y digo intento porque

    jams lo he conseguido. Fingir. No es posible hacerlo. No cuando mi vida entera se contuvo

    en ella. Cuando mi vida entera fue ella.

    Algunas cosas han cambiado desde aquellos das. El hotel ha sido ampliado y, ahora,

    recibimos huspedes importantes con mayor frecuencia que antes. Mi padre se lo atribuye a

    las remodelaciones, pero siempre he sabido que nuestra fama despeg cuando corri el rumor

    de que la hija del Conde de Huntington haba estado hospedada largo tiempo sin que nadie

    notara su presencia. La gente comenz a preguntarse si acaso llegaban a menudo personajes

    de buena cuna y, despus de Amelia Capel, en efecto llegaban a menudo. Todos queran

    recorrer los pasillos que haba recorrido ella, deslizar con disimulo la yema de un dedo sobre

    el tapiz e imaginar que su mano haba seguido el mismo camino. No porque fuera Amelia

    Capel. No porque fuera la hija de un Conde. Sino porque era Amelia Victoria Capel Grimaldi,

    nieta de Mara Victoria Grimaldi... Mara Victoria de Mnaco La Reina de Mnaco.

    Me disculpo por omitir un detalle tan valioso de su identidad a lo largo de tantas pginas,

    pero no cre oportuno ni necesario hacer mencin de ello antes. Ahora, sin embargo, ya no

    tiene sentido omitir ningn otro detalle, y por eso tendra que aadir que Amelia Capel jams

    volver a ser llamada Ela. No solo porque este sea un nombre falso del que seguramente

    solo yo tengo conocimiento, sino porque nadie, nunca, se atrevera a llamar por su nombre a

    una princesa, segunda heredera al trono, y, adems, Condesa de Huntington

    - Jane!

    Levanto la cabeza ante aquel alarido grave y disperso, y lo veo acercarse a ritmo apurado.

    No deja de sorprenderme que sus rodillas le permitan hacer tanto sin craquear en cada

    P

  • 71

    movimiento, y a menudo pienso que s lo hacen, que lo llevan haciendo mucho tiempo pero

    a l, sencillamente, no le importa.

    - Te has topado con Alastair?! pregunta, en la llanura distante que lo separa de m,

    sentada bajo la sombra del viejo olmo.

    - Se march a casa, pap! contesto, cerrando el diario sobre mi regazo y apoyando

    una mano al borde de la banca. Dijo que haba terminado por hoy!

    - Vaya sinvergenza perezoso! exclama l, y detenindose abruptamente se lleva

    una mano a la cintura mientras se alisa el bigote meditabundo.

    Estiro las piernas, me pongo de pie sujetando la recopilacin de mis confesiones contra el

    pecho y desciendo la colina a paso apretado. Solo cuando me encuentro lo suficientemente

    cerca noto que sus mejillas se han enrojecido y, sabiendo que esto no es en l sino una

    manifestacin de profundo disgusto, pregunto:

    - Qu ocurre?

    - Hay una gotera en el quinto piso que cae justamente en el centro del saln. Gladys ha

    puesto el platn ms grande que ha encontrado en la cocina, pero se ha llenado en un

    abrir y cerrar de ojos.

    - Es