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© De esta edición, noviembre de 2009SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A.Menéndez Pidal, 3 bis. 28036 Madridwww.sigloxxieditores.com/catalogo/la-generacion-del-14-1332.html

© Manuel Menéndez Alzamora

Diseño de la cubierta: Pedro Arjona

Fotografía de cubierta: Redacción de España, 1915, Fundación Ortega y Gasset

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ISBN-DIGITAL: 978-84-323-1501-5

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VII

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN. LOS INTELECTUALES DE LA EDAD DE PLATA DE LA

CULTURA ESPAÑOLA........................................................................... 1

PRIMERA PARTEDEL 98 AL 14. NEXO Y DIÁLOGO ENTRE DOSGENERACIONES CULTURALES Y POLÍTICAS

1. EL REGENERACIONISMO DE JOAQUÍN COSTA............... 15EL INFLUJO DE GINER DE LOS RÍOS: EUROPEIZACIÓN Y MODERNI-

ZACIÓN DE ESPAÑA ................................................................... 15LAS SOMBRAS ILUSTRADAS. PESIMISMO Y ELITISMO ANTE LA CRI-

SIS NACIONAL ........................................................................... 24

2. UNAMUNO, PRECURSOR DESDE EL 98 DE UNA NUEVAMANERA DE CONTEMPLAR EL «PROBLEMA DE ESPA-ÑA»................................................................................................ 33EL SOCIALISMO DE UNAMUNO ........................................................ 33ÁBRANSE LAS VENTANAS: UNAMUNO ANTE EUROPA....................... 41EL REPLIEGUE INTERIOR: CASTICISMO Y ANTIEUROPEÍSMO ........... 44EL ANTIMILITARISMO DE LOS INTELECTUALES: DE LA CRISIS CO-

LONIAL A LA GRAN GUERRA...................................................... 49

SEGUNDA PARTEEL PROTAGONISTA. JOSÉ ORTEGA Y GASSET, VÉRTICE

AGLUTINADOR DE UNA GENERACIÓN

3. EL JOVEN ORTEGA POLÍTICO. PEDAGOGÍA Y EURO-PEÍSMO EN LOS CONTORNOS DEL IDEALISMO NEO-KANTIANO.................................................................................. 61

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COSTA, NIETZSCHE Y EL KRAUSISMO COMO PRIMERAS INFLUEN-

CIAS EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO DEL JOVEN ORTEGA........ 61LA INFLUENCIA DEL NEOKANTISMO ALEMÁN: EL IDEALISMO Y LA

PEDAGOGÍA POLÍTICA .............................................................. 64EL «LIBERALISMO SOCIALISTA» DE ORTEGA.................................... 70

4. EL GIRO ORTEGUIANO DE LA RAZÓN IDEAL A LA RA-ZÓN VITAL Y SUS CONSECUENCIAS POLÍTICAS............. 77EL GIRO FENOMENOLÓGICO: SUS CONSECUENCIAS EN LAS IDEAS

DE POLÍTICA Y CULTURA ........................................................... 77LA ESTÉTICA ESPAÑOLA COMO REFLEJO DE UNA IDENTIDAD CUL-

TURAL: MEDITACIONES DEL QUIJOTE ......................................... 80LA CULTURA COMO INSTRUMENTO DE LA RENOVACIÓN POLÍTICA

NACIONAL................................................................................. 88

TERCERA PARTELOS INSTRUMENTOS DE INTERVENCIÓN PÚBLICA

DE UNA GENERACIÓN

5. FARO (1908-1909): UNA NUEVA REVISTA PARA UNA«NUEVA JUVENTUD INTELECTUAL» .................................. 99NACIMIENTO Y FINANCIACIÓN DE LA PUBLICACIÓN...................... 99LA POLÉMICA DE ORTEGA CON GABRIEL MAURA ............................ 103LA POLÉMICA ENTRE ORTEGA Y MAEZTU........................................ 109LA CIRCUNSTANCIA POLÍTICA Y EL APOYO AL BLOQUE LIBERAL.... 118ANTINACIONALISMO Y ANTISOLIDARIDAD CATALANA................... 122UN PRIMER REGENERACIONISMO AMERICANISTA........................... 126LA GENERACIÓN DEL 14 A LA LUZ DE FARO ..................................... 129

6. HACIA LA PRIMERA IDENTIDAD GENERACIONAL:NEORREGENERACIONISMO Y CULTURA EN LA REVIS-TA EUROPA (1910) ...................................................................... 137UN NUEVO PROYECTO CULTURAL DE LA GENERACIÓN DEL 14........ 137LAS ÚLTIMAS FASES DEL IDEALISMO POLÍTICO ............................... 140LA APROXIMACIÓN GENERACIONAL AL LERROUXISMO, FEBRERO

DE 1910 ...................................................................................... 144EUROPA ANTE EL MOMENTO POLÍTICO........................................... 151EL EUROPEÍSMO COMO IDEAL POLÍTICO Y CULTURAL DE LA GE-

NERACIÓN DEL 14...................................................................... 156

ÍNDICE

VIII

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7. EL INTELECTUAL Y SUS VOCES: EL GRUPO JOVEN ES-PAÑA (1910-1911) ........................................................................ 161LA FUNDACIÓN DE JOVEN ESPAÑA, EMPRESA DE AGITACIÓN PÚ-

BLICA DEL «HOMBRE DEL 14» .................................................... 161JOVEN ESPAÑA DE GIRA. LA ILUSIÓN DE AUGUSTO BARCIA............. 172LA FRUSTRACIÓN DE UN PROYECTO DE «JUVENTUD INTELEC-

TUAL»........................................................................................ 179LA JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS Y LA RESIDENCIA DE

ESTUDIANTES............................................................................ 183

8. LOS INTELECTUALES Y EL REPUBLICANISMO POSIBI-LISTA (1912-1913) ........................................................................ 189EL REPUBLICANISMO EN EL PRIMER DECENIO DEL SIGLO............... 189LA FUNDACIÓN DEL PARTIDO REFORMISTA Y LOS INTELECTUALES 200EL BANQUETE DEL HOTEL PALACE, 23 DE OCTUBRE DE 1913............... 207EL HOMENAJE A AZORÍN EN ARANJUEZ, 23 DE NOVIEMBRE DE 1913. 218

9. «VIEJA Y NUEVA POLÍTICA» (1914)....................................... 231ORTEGA, 1914. LA CIRCUNSTANCIA .................................................. 231EL DIAGNÓSTICO: LA ESPAÑA MORIBUNDA..................................... 233LA SANACIÓN (I): LOS PROTAGONISTAS ........................................... 237LA SANACIÓN (II): LOS OBJETIVOS ................................................... 247«VIEJA Y NUEVA POLÍTICA» ANTE LA OPINIÓN PÚBLICA ................. 253LOS RESULTADOS: ORTEGA DESDE LA ACTUALIDAD........................ 260

10. LA IDENTIDAD ESCRITA DE LA GENERACIÓN DEL 14.EL SEMANARIO ESPAÑA BAJO LA DIRECCIÓN DE OR-TEGA (1915) ................................................................................. 263EL GRAN PROYECTO EDITORIAL DEL 14 .......................................... 263LA GRAN GUERRA. ALIADÓFILOS Y GERMANÓFILOS EN LA CRISIS

GENERACIONAL (1914-1915)........................................................ 269POLÉMICAS CON LA GERMANOFILIA: LOS CASOS DE ABC Y BENA-

VENTE ....................................................................................... 281LA ALIADOFILIA DE LA GENERACIÓN DEL 14 A TRAVÉS DE UNAMU-

NO Y ORTEGA............................................................................ 288LUIS ARAQUISTAIN, PERIODISTA Y ALIADÓFILO.............................. 299MANUEL AZAÑA ENTRA EN LA ESCENA GENERACIONAL: ESPAÑA Y

EL ATENEO DE MADRID ............................................................. 310VIDA, EDUCACIÓN Y POLÍTICA COTIDIANA EN EL ESPEJO DE ES -

PAÑA.......................................................................................... 327

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IX

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UN BALANCE, ALGUNAS PERSPECTIVAS (A MODO DE EPÍLOGO) ............... 343NOTAS ...................................................................................................... 351CRONOLOGÍA (1905-1915) .......................................................................... 421BIBLIOGRAFÍA COMENTADA .................................................................... 481FUENTES DE LAS ILUSTRACIONES............................................................. 496ÍNDICE ONOMÁSTICO .............................................................................. 497

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INTRODUCCIÓN. LOS INTELECTUALES DE LA EDADDE PLATA DE LA CULTURA ESPAÑOLA

Con los viejos maestros del 98 desaparece una forma de sentirse y ha-bitar en el mundo que caracterizó al siglo XIX. El despuntar del nuevosiglo se acompaña de una descarga de corriente que sacude con fuerzala conciencia de los jóvenes cultos de Europa. El tiempo detenido delnaturalismo, la novela como recreación del mundo, la melancolía y elespíritu decadente se transforman lentamente contaminados por unanueva ilusión histórica, por un optimismo de naturaleza deportiva,por una utopía nacida de la nueva sociedad de masas. Un panoramaque no se puede desligar del final del siglo XIX, donde prevalecieron labonanza económica y el asentamiento democrático de las principalesnaciones europeas. El nuevo clima cultural incuba las bases de losprincipales fenómenos de la modernidad que irrumpirán en las déca-das siguientes. Así, el culto a la energía del movimiento y a su repre-sentación en la máquina desembocan en el futurismo como preámbu-lo de las vanguardias artísticas. La ciega confianza en la voluntadcomo motor del mundo se apaga en favor de una renovada apuestapor la razón, lo que explica el interés por el ensayo como manera deinterpretar el mundo frente a la novela, un fenómeno unido a la bri-llante etapa de la prensa europea de principio de siglo, una etapa queen España se eleva hasta la categoría de Edad de Plata. La educación yla política —interpretada como escuela de ciudadanía— son las dosherramientas principales con las que empezar a cincelar el nuevo espí-ritu generacional.

El nuevo espíritu recorre Europa. En Francia, dos jóvenes delmismo entorno cronológico de Ortega, Henri Massis y Alfred de Tarde, hijo del sociólogo Gabriel Tarde, sacuden la conciencia intelec-tual al publicar en 1913, bajo el seudónimo de Agathon, Les jeunesgens d’aujourd’hui. Sus críticas se dirigen contra la Universidad, a la

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que consideran empapada por un racionalismo extremo, de origengermánico, que ha dado la espalda a la auténtica vida de las cosas pró-ximas, cotidianas. Crítico con el mundo académico, Maurice Barrèsjuega para la joven generación francesa un papel próximo al de Una-muno para los jóvenes españoles del 14. Barrès pertenece a la genera-ción finisecular francesa, la de 1885, caracterizada, como la española,por el recurso al pesimismo, el relativismo y la melancolía estética.Barrès ejerce de puente entre la llamada «Generación sacrificada» porAgathon y los jóvenes emergentes, entre los que debe incluirse al aven-turero y trotamundos Ernest Psichari, a Jacques Rivière, coeditor de laNouvelle Revue Française, o al más mítico y misterioso de todos ellos:Charles Demange. El retrato literario del nuevo joven del siglo se per-fila en el Jean-Christophe de Romain Rolland y en el Jean Barois de Ro-ger Martin du Gard.

El mismo espíritu surge en Italia de las manos de Giuseppe Prez-zolini y Giovanni Papini, embarcados entre 1903 y 1907 en la publica-ción de Leonardo, la revista que incuba el nuevo empuje generacionalproponiendo una revolución de naturaleza intelectual que agite a laItalia gobernada por Giolitti, tan pujante en lo económico como mor-tecina en lo cultural. La confianza en la juventud y la capacidad de ac-ción cívica explican el nombre de Giovane Italia, periódico de agita-ción juvenil republicana tan unido, en nombre y espíritu, al de JovenEspaña, el proyecto de la agitación política al que dedicamos un capí-tulo de este libro. El papel de mentor es ocupado en Italia por las figu-ras de Benedetto Croce y Gabriele D’Annunzio. El primero aporta suvisión crítica del positivismo, mientras que el segundo irrumpe con suestética aristocratizante de la cultura 1.

Ortega dicta en 1914 su conferencia «Vieja y nueva política» quese convierte en pórtico ideológico de una nueva generación en Espa-ña. El contrapunto de lo nuevo frente a lo viejo, lo joven frente a loestablecido, metaforiza una nueva manera de ver las cosas que se vie-ne gestando desde la segunda mitad del siglo XIX y que eclosiona conel nuevo siglo. Pero «Vieja y nueva política» no surge de la nada.Tanto Joven España como Europa y Faro son empresas periodísticasy de agitación pública sobre las que se construye una nueva genera-ción que toma su nombre de ese momento germinal representadopor 1914 2.

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Irrumpe con el nuevo siglo la intensa sensación de que se debía re-mover un pasado anclado en la melancolía y en los vaivenes de una in-dómita voluntad presentada en claroscuro. La juventud metaforiza eldeseo de renovación y se acompaña de la educación como instrumen-to científico de la construcción pública y de la acción política.

Los hombres del 98 exprimen el ideal nacional que se establecieraen Cádiz y que buscaba su sentido último tras la pérdida de las últimascolonias y el empuje de los nacionalismos periféricos en los confinesdel siglo XIX. Los escritores del 98 golpean cada una de las ramifica-ciones nerviosas de la empresa colectiva llamada España para com-probar la vitalidad o la morbidez del viejo ideal ilustrado de nación.Mientras que este frente parece agostado, la nueva generación quepresenta armas al filo de la primera década del siglo irrumpe con unaefímera publicación a la que denominan Europa. No era una premoni-ción, sino la manifestación de un nuevo horizonte mental instalado enlos intelectuales españoles, aquellos que destierran al Unamuno del«que inventen ellos» y se apoderan del Unamuno anterior que orde-naba abrir ventanas para orearnos con el viento europeo. Europa seconvierte en el revulsivo emocional para superar el pesimismo de unageneración, la finisecular, ensimismada llorando un origen nativista deEspaña, apto para desenvolverse bien en el marco de las alegorías lite-rarias, pero que mostraba serias dificultades a la hora de articularsecomo proyecto político.

La propia idea de generación es un producto clásico de la mentali-dad del siglo XIX, herencia de las primeras generaciones de sociólogospositivistas afanadas en interpretar con racionalidad biológica loscambios, los giros, las oleadas que el tiempo deslizaba en la manera deinterpretar la realidad. La teoría de las generaciones ha estado siem-pre rodeada del puntillismo racionalista, del espíritu clarificador. An-ticipemos que la tarea se presentaba como imposible: los ajustes geo-métricos emiten poca luz cuando se proyectan sobre organismossociales de contornos tan evanescentes y poliédricos como los de unageneración. La elaboración del concepto cristaliza progresivamentea lo largo del siglo XIX: de Stuart Mill a Dilthey, de Comte a Ranke oLorenz. La idea de generación no la traemos aquí como refutación dela validez de las herramientas del análisis social, ni como expresiónde la nostalgia por una forma perdida de nombrar las cosas. La resca-

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tamos como testimonio de un tiempo, como forma para interpretarcon lejanía metafórica una experiencia de coincidencias colectivas. Elpresente mundo globalizado hace cada vez más factible el dominio deltiempo y las experiencias vividas en tiempo real se difuminan en losespacios temporales: las transiciones desaparecen y cada vez resultamás fácil ser de hoy y de mañana, o ambas cosas a la vez. La idea de ge-neración, concebida como artefacto decimonónico para explicar eldominio racional sobre el tiempo, deviene hoy en arcaísmo necesariopara explicar un mundo en donde las décadas marcaban las vidas, unaépoca en la que el tiempo se ordenaba como las cajas o los libros sobrelos anaqueles, en la trastienda de la historia. La idea de generaciónpertenece a un pasado donde la operación de contrastar años de naci-miento y defunción servía para trazar el mapa de las trayectorias vitales,cuando la experiencia colectiva todavía tenía la escala de lo humano.Traemos aquí el concepto de generación con ese sentido antiguo quesurge de manera mágica, originaria e irrepetible para señalar un tiem-po concreto. La idea de generación como empresa de coincidencias.

El pedagogo Lorenzo Luzuriaga, en una reseña a la edición de lasObras completas de Ortega aparecida en la revista argentina Realidad,proponía en 1947 la denominación «Generación del 14» para esteconjunto de jóvenes intelectuales. En 1914 unos jóvenes de parecidaedad, extracción social, formación y coordenadas ideológicas coinci-den en el manifiesto interés de renovar la vida pública española. Elaño de 1914 se constituye además como emblemático por tres razo-nes. En este año Ortega pronuncia su conferencia «Vieja y nueva polí-tica» en el teatro de la Comedia de Madrid; en segundo lugar, se editasu libro Meditaciones del Quijote y, en tercer lugar, tristemente co-mienza a partir del atentado de Sarajevo la Gran Guerra que marcarálas corrientes políticas e ideológicas tanto de partícipes como de neu-trales.

La Generación del 14 es la empresa pública de José Ortega y Gas-set, Ramón Pérez de Ayala, Luis Araquistain, Enrique de Mesa, Enri-que Díez Canedo, Manuel Azaña, Pablo Azcárate, Ramón de Baste-rra, Constancio Bernaldo de Quirós, Américo Castro, Manuel GarcíaMorente, Lorenzo Luzuriaga, Salvador de Madariaga, Federico deOnís, Gustavo Pittaluga, Cipriano Rivas Cherif, Fernando de los Ríos,el joven Pedro Salinas, Luis Jiménez de Asúa, Alberto Jiménez Fraud,

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Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez y Eugenio d’Ors, en-tre otros.

La primera parte del libro rescata aquella porción del 98 que anti-cipa los nuevos ideales del europeísmo regenerador. Costa y Unamunoexploran algunos argumentos sobre los que pivotarán los hombresdel 14, básicamente aquellos que fijan su atención en Europa y en lacultura como instrumentos de la regeneración.

Joaquín Costa propone una interpretación sobre la realidad na-cional de tintes cientifistas y aplica un diagnóstico estricto que se filtraa todos los aspectos de la vida nacional. Costa recoge la amplia tradi-ción del primer regeneracionismo español de la segunda mitad del si-glo XIX y su veredicto de «oligarquía y caciquismo» para designar anuestros males nunca será olvidado a partir de este momento. La pau-ta de salvación costista incidirá en dos temas que se volverán recurren-tes: «despensa y escuela». Costa hereda parte del ideario gineriano yde los métodos institucionistas para hablarnos de escuela, educación ycultura como frente de salvación de nuestros males. Pero Costa tam-bién anticipa el horizonte europeo.

La figura del Unamuno europeísta y la de Costa presagian los de-rroteros intelectuales de los jóvenes escritores. Ortega escribe a su no-via desde Marburgo en 1906: «Ayer recibí una carta larga de Unamu-no; me caen bien estas cartas porque es el único hombre europeo queconozco en España y el único cuyo espíritu se aproxima al mío» 3.

Las etapas intelectuales del joven Unamuno acrisolan en un soloescenario personal esa lucha bifronte que subyace a la diferente pers-pectiva desde la que se atiende al «problema de España» en el 98 y enel 14. El Unamuno de En torno al casticismo, el de 1895, es el Unamu-no inmerso en el europeísmo regenerador, el que llama a los ventarro-nes del ambiente europeo para que ventilen España y alejen esa mor-tecina alma castellana, tan retratada por los del 98, que fue grandecuando se abrió y se derramó por el mundo pero que ha ahogado a Es-paña en la miseria mental cuando cerró sus valvas.

Por contra, y paradójicamente, el Unamuno de 1905, el de Vida deDon Quijote y Sancho, retornará a las esencias del puro casticismo, delrechazo a Europa, del muera la ciencia y del ¡que inventen ellos!..., elUnamuno que se alejará definitivamente del espíritu en ciernes del 14,con el que sólo volverá a coincidir cuando manifieste una radical posi-

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ción aliadófila que llegará a hacernos olvidar su siempre ponderadosentido del antimilitarismo. Esa lucha en Unamuno entre europeísmoy casticismo escenifica el divergente modelo de salvación que se ofertadesde el 98 y desde el 14. El Unamuno europeo, alejado del espíritucasticista de su tiempo, proporciona la verdadera herencia que recibi-rán nuestros protagonistas generacionales desde el 98.

La segunda parte del libro se inicia en torno a la figura del primerOrtega. Ortega sale de España huyendo —utilizando sus propios tér-minos— del achabacanamiento nacional y con objeto de completar suformación filosófica. En Alemania encontrará a esos maestros que Es-paña no le proporcionó, así como las fuentes con las que elaborar mu-chos de sus primeros pensamientos. La salida de España le pone encontacto con una sociedad de madurez cívica y con el neokantismoalemán, en boga en aquel momento, corriente que profesarán susmaes tros de Marburgo, Cohen y Natorp, por la que se sumergirá enun pujante idealismo ético.

La consecuencia inmediata es la ruptura con todo subjetivismo yla idea —presente en Kant y Fichte— de que la cultura es la negaciónde la naturaleza y la proclamación de los valores trascendentes, supe-riores. El destino y la libertad no son puro azar, pura espontaneidad,sino que implican reflexión, disciplina intelectual; en una palabra,educación. Cultura y educación son esas dos metas que el idealismoneokantiano instala en la mente del joven pensador como armas con-tra un destructivo subjetivismo que, a la altura de 1909, ha encontradoun acérrimo defensor en Unamuno. Un Unamuno que proclamará:«Odio a la ciencia y echo de menos a la sabiduría»; o que escribirá:«Hay que olvidar Europa [...]. A la ciencia la [sic] voy cobrando asco[...]. Me cago en el vapor, en la electricidad y en los sueros inyectados» 4;un Unamuno que lanzará su apuesta por la muerte y la obsesiva per-manencia tras ella; un Unamuno que hará exclamar a Borges algunosaños más tarde: «¿Unamuno? Yo no entiendo a Unamuno. Una perso-na que quiere ser inmortal me parece un loco» 5.

El trasvase del idealismo ético orteguiano, absorbido en Alemania,al campo de la vida cotidiana se instrumentará a través de un modeloque parte de principios culturales para derivar hacia propuestas detinte claramente político y social. La conferencia «La pedagogía socialcomo programa político», dictada en la sociedad El Sitio de Bilbao,

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el 12 de marzo de 1910, es el texto clave en el que se articula la vin cu -la ción entre cultura y política. Si la política es el arte de transformaruna sociedad, la educación, en tanto que implica transformar la rea li -dad dada en el sentido de un ideal o convertir una cosa menos buenaen una mejor, viene a significar lo mismo. Pedagogía y política se iden-tifican en el fin que persiguen: transformar, cambiar, trocar el sino deEspaña como nación. De esta equiparación hace renacer Ortega unnuevo concepto; lo que antes llamábamos política se ha hecho paranosotros pedagogía, pero si ésta debe estar al servicio de la renova-ción de la realidad que nos circunda, llegamos a la idea de pedagogíasocial.

Aquí se sitúa uno de los pilares que sustentan el ánimo de todauna generación: el problema español empieza por no ser un problemapolítico; es un problema pedagógico. La educación, el conocimiento,la cultura son la savia que alimenta de legitimidad un sistema político.Nace una generación que, inspirada por el propio Ortega, desconfiarádel partido político y se refugiará en aquellos instrumentos de inter-vención que sean difusores de la cultura: se atisba en el horizonte elpapel de la elite directora.

En torno a 1910 asistimos a un cambio profundo en Ortega res-pecto a la manera de entender el papel de la cultura en la vida pública.Los principios fenomenológicos absorbidos en la estancia alemana desu maestro Natorp (discípulo a su vez de Husserl) hacen germinar unanueva perspectiva que modificará sus presupuestos políticos. Si hastaeste momento nos movíamos en los territorios de la idealidad, dondela cultura es norma genérica, ahora —tras lo que denominamos el girofenomenológico— Ortega desciende a la realidad y busca una ads-cripción, un compromiso con el que emparentar toda idea. Pero enuna segunda etapa debíamos descubrir los efectos directos sobre laidea de cultura: la construcción del paradigma cultural desde las iden-tidades concretas, contextualizadas, hará volcar su interés en la «esté-tica española». Ortega encara el problema de España contando conella, desde sus esencias, su historia, su «circunstancia», proceso queculminará en sus Meditaciones del Quijote (1914).

En esta nueva clave se parte de una rápida constatación: nuestropueblo —nuestra raza, como gusta decir— es diferente de la germana;mientras a ésta le pertenece la claridad conceptual de Leibniz, Kant,

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Hegel, los mediterráneos sólo podemos competir en el terreno de laestética: «Los mediterráneos que no pensamos claro, vemos claro [...].Para un mediterráneo no es lo más importante la esencia de una cosa,sino su presencia, su actualidad: a las cosas preferimos la sensaciónviva de las cosas» 6. Pero una cultura construida sobre impresionesqueda diagnosticada como una cultura no progresiva, discontinua, in-segura, creada a base de genialidades que han debido partir de cero encada una de sus gestas. Repasamos el enconamiento de Ortega con losmás sobresalientes hitos de la propia historia cultural de su país. Delautor del Quijote nos dirá que, confrontado con él, «parece Sha kes -pea re un ideólogo» 7. El Mio Cid es un «balbuceo heroico [...], dondellega a expresarse un alma elemental, alma de gigante mozalbete entregótica y celtíbera, exenta de reflexión, compuesta de ímpetus discon-tinuos y confusos» 8. Su análisis alcanza a los contemporáneos: Pío Ba-roja queda caracterizado como un «organismo tan peculiar, tan intere-sante que consiste en la desorganización misma. Baroja es éste y es lootro, pero no es ni aquello ni esto. Su esencia es su dispersión, su ca-rencia de unidad interna» 9; incluso llegará, con tintes freudianos, aconsiderar a don Pío, en razón de la abundancia de improperios en suliteratura, como prototipo de lo que denomina «histerismo nacional»,cuyas manifestaciones más características son, entre otras, la bravuco-nería, el retruécano y la exageración.

La exageración como paradigma de la cultura española encuentrasu representación máxima en el monasterio de El Escorial, paradigmade lo que Ortega denomina «sustancia española», en el que se resumetodo el espíritu de un pueblo: ante la falta de ideas, de conocimiento,de orientación inteligente, nace el recurso a la grandeza por la grande-za; no queremos ser sabios, ni religiosos, ni justos, queremos ser sim-plemente grandes; «la mole adusta de San Lorenzo expresa acasonuestra penuria de ideas, pero a la vez nuestra exuberancia de ímpe-tus» 10. Representa, en suma, lo que somos los españoles como colecti-vo histórico: «un estallido de voluntad ciega, difusa, brutal» 11. Ortegacontempla con un poso amargo la historia de su pueblo: «Esta arqui-tectura —nos dice— es todo querer, ansia, ímpetu. Mejor que en par-te alguna aprendemos aquí cuál es la substancia española, cuál es elmanantial subterráneo de donde ha salido borboteando la historia delpueblo más anormal de Europa» 12.

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Desde este negador y pesimista panorama, Ortega hace renacertodo un programa de salvación. Esta realidad no queda rechazada, esla materia prima que nos aporta lo más hondo de nuestro ser; éstas sonnuestras virtudes específicas sobre las que hemos de ponernos a traba-jar. Nuestras irrenunciables miserias deben convertirse al mismo tiem-po en nuestras grandezas; «yo soy yo y mi circunstancia», establece lamanida frase de la que se olvida su segunda parte: «... y si no la salvo aella no me salvo yo» 13. Sobre esta nuestra específica personalidad his-tórica —que Ortega cataloga como la «vida espontánea e inmediata» yque se identifica con «el mundo de la vida» del que nos habla Hus-serl— ha de obrar la tarea salvadora de la cultura. Esta acción se des-dobla en dos direcciones concurrentes. De un lado, la cultura es uninstrumento de superación y elevación de la tradición cultural hereda-da; así, el artista ha de trascender su época; «la obra genial —afirma—se caracteriza porque nacida en unas circunstancias las anula, las rebo-sa» 14. En segundo lugar, aparece una dirección que nos hace ver quela génesis de una cultura española capaz de transformar la realidadnace de la integración con otras culturas. No pensemos que Ortegainterpretaba la superioridad cultural germánica como un elementode distanciamiento o diferenciación; al contrario, la creación de unacultura nacional operativa necesita de una suerte de cosmopolita en-granaje; «¿por qué el español se obstina en vivir anacrónicamenteconsigo mismo?», se pregunta Ortega. La integración destierra la pre-potencia o la aniquilación y se articula como empresa de colabora-ción. Por ello exclama rotundo: «No me obliguéis a ser sólo español,si español sólo significa para nosotros hombres de costa reverberante.No metáis en mis entrañas guerras civiles; no azucéis al ibero que vaen mí con sus ásperas, hirsutas pasiones contra el blondo germano[...]. Yo aspiro a poner paz entre mis hombres interiores y los empujohacia una colaboración» 15. En estos dos sentidos entrega Ortega suconcepto de cultura como instrumento de salvación individual y tam-bién colectiva.

La vida se convierte en innovación permanente, en un constanteacto creativo; el hombre es el último hacedor de su destino personal.Esta tarea no es fácil, es casi una tarea de héroes, pero no todos puedenser héroes. Se vislumbra al heroico individuo creador de su propiaexistencia frente al hombre genérico, el hombre masa. El germen de

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la teoría de ser aristocrático frente a la masa grisácea queda fecundadoa la altura de 1915: «Los espíritus selectos tienen la clara intuición deque eternamente formarán una minoría —tolerada a veces, casi siem-pre aplastada por la muchedumbre inferior, jamás comprendida ynunca amada [...]. Siempre habrá dos maneras irreductibles de pensarsobre la vida y sobre las cosas: la de las pocas inteligentes y la de losobtusos innumerables» 16.

La tercera parte del libro presenta las tres empresas en las que ci-framos los primeros pasos de la andadura generacional: las publica-ciones Faro y Europa y el proyecto de Joven España. Dos empresas decarácter periodístico y un heterodoxo proyecto de agitación intelec-tual son las primeras manifestaciones del nuevo espíritu generacionalque hace del problema de España un problema de «pedagogía políti-ca»: la prensa, la conferencia, la instancia apartidista con vocación po-lítica se convierten en los instrumentos de la acción pública. Los hom-bres del 14 hacen de la prensa la principal arma de intervenciónpública para embarcarse en la agitación publicística con una devociónde intensidades irrepetibles y desconocidas en nuestra historia intelec-tual contemporánea. El periódico y el semanario se entienden comoarmas de educación y sanación política. No hay auténtica vida públicaque pueda germinar sobre una sociedad inmersa en la apatía hacia locolectivo y encerrada sobre sus intereses individuales. Esta idea con laque Tocqueville y Constant habían golpeado la utopía liberal, cabalgade nuevo para proclamar que, desde la ignorancia, la ciudadanía de-mocrática deviene de cartón piedra. La experiencia de la democraciacon forma pero sin fondo la vivieron los del 98 emborrachándose denihilismo y nostalgia, con la voz irritada y final de Costa llamando ala terapia quirúrgica. Frente a esta España sin latido político que losdel 98 habían respirado con amargura y cierta impotencia política,los del 14 pretenden —y proclaman con ambición— el camino de lapedagogía. España era una problema de educación.

La cuarta y última parte se dedica a las empresas de consolidacióny primera madurez generacionales. La conferencia «Vieja y nueva po-lítica» se convierte en el manifiesto ideológico generacional, mientrasque la revista España y el Partido Reformista serán los instrumentos deintervención píblica de los que se dota la nueva generación. El librotraza este trayecto simbólico entre el nacimiento en 1908 de Faro y la

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salida de Ortega de la dirección del semanario España en 1915. No esel principio y el fin de la aventura generacional, pero sí el principio yel fin de su sentido unitario y de la fuerza luminosa, unívoca, potente yunidireccional del faro metafórico con el que los jóvenes presentanprimeras armas. Las llagas de la Gran Guerra y el devenir político es-parcirán la energía generacional en proyectos diferentes. Mientras queel eco generacional se volverá a manifestar de manera imposible en laAgrupación al Servicio de la República, la disgregación se escenificacomparando los derroteros que toman las trayectorias intelectuales ypolíticas de Azaña, Araquistain y Ortega 17.

AGRADECIMIENTOS

Editar un manuscrito es una tarea compleja en la que el autor puedenaufragar si no recibe la ayuda de algunas personas a las que deboexpre sar un público reconocimiento. La parte gráfica de este trabajono hubiera sido posible sin la colaboración generosa de la FundaciónOrtega y Gasset, la Residencia de Estudiantes y la Casa Museo Azorín.Quisiera agradecerlo en las personas de Asen Uña, Alfredo Valverde yJosé Payá, respectivamente. También ha sido muy estimable la colabo-ración de Isabelo Herreros, Francisco Moltó, Julián Montesinos yMargarita Sáenz de la Calzada. Enrique Selva ha leído críticamente elmanuscrito en diferentes fases de su elaboración y en el texto definiti-vo hay buena cosecha tanto de sus muchos saberes como de su gestopreciso con la palabra. Por último quiero agradecer la acogida intelec-tual que este proyecto ha recibido de Tim Chapman y Olga Abásolo.Sin su ilusión y su excelencia nada hubiera sido.

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8. LOS INTELECTUALES Y EL REPUBLICANISMOPOSIBILISTA (1912-1913)

EL REPUBLICANISMO EN EL PRIMER DECENIO DEL SIGLO

Fracasado el proyecto de Joven España y el de las efímeras empresas deFaro y Europa, y olvidada la fugaz atracción por Lerroux, los jóvenes in-telectuales del 14 cobran conciencia de que su proyecto ha de aterrizarsobre el horizonte político. El republicanismo, con el importante caudalideológico acumulado desde décadas anteriores, cristaliza una forma-ción en 1912 —los reformistas de Melquíades Álvarez— que hace suyala bandera generacional. Pero antes de profundizar en esa sinergia de in-tereses debemos preguntarnos por qué el republicanismo español deprincipios de siglo es capaz de ofrecer momentáneamente a la joven ge-neración el apoyo, los instrumentos y la ilusión que sólo de lejos y perifé-ricamente, el socialismo, en su vertiente fabiana y más ligada a los «so-cialistas de cátedra», alcanzó.

El republicanismo español alcanza la primera década de nuestrosiglo inmerso en una profunda crisis que nació con la propia quiebrade la República como modelo de Estado en la España del siglo XIX. Enese movimiento alternante de agotamiento y continua renovación sur-gen las ofertas del republicanismo radical de Lerroux y del reformistade Melquíades Álvarez; ambos jugarán un importante papel por suconexión ideológica con los hombres del 14.

Si tenemos que sintetizar las diversas maneras en las que afloranlas distintas opciones republicanas en los albores del siglo XX, siguesiendo de gran utilidad el esquema que proponía Álvaro de Albornozen su clásico y pionero estudio El partido republicano. Cuatro corrien-tes básicas confluyen y engloban la oferta republicana.

En primer término el republicanismo zorrillista. Ruiz Zorrilla creaen 1876 el Partido Republicano Reformista desde el exilio, junto a Sal-

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merón. A este partido le sucederá, en 1880, el Partido DemocráticoProgresista, avalado por un manifiesto que prometía, entre otras co-sas, instrucción primaria gratuita y generalizada, sufragio universal yservicio militar obligatorio. En 1895 el partido se divide en un sectormoderado y otro de carácter más radical que, encabezado por el doc-tor Esquerdo, será el germen del Partido Republicano Nacional que,andado el tiempo, pasará a integrarse en el reformismo melquiadista 1.

Ruiz Zorrilla significa desde el exilio una vocación claramenteconspiradora, cuyos mecanismos y financiación nos introducen en lafaceta más rocambolesca y curiosa del republicanismo histórico:«Progresista se llamó su partido. Progresistas continuaron llamándoselos que a su muerte siguieron al doctor Esquerdo, y progresistas se lla-man todavía hoy algunos comités. Y progresistas son, sin llamárselo,cuantos no se avienen a tener por definitivamente cerrado el ciclo delos pronunciamientos y las conspiraciones. Aún hay republicanos quesueñan con caudillos militares que hagan la revolución. Todavía elpueblo grita ante las ametralladoras, prontas a dispararse: ¡viva el Ejér -cito!» 2.

El zorrillismo representa también una fuerte evidencia del papeldesempeñado por la prensa como soporte del activismo político: ElManifiesto será el primer órgano del Partido Demócrata Progresista,al que seguirá El Porvenir, dirigido por Ginard de la Rosa. En 1881, ElProgreso mantendrá fases de intenso, valga la redundancia, progresis-mo, y El País, bajo la dirección de A. Catena, servirá a los intereses delzorrillismo a partir de 1887 3.

Ruiz Zorrilla muere a orillas del Mediterráneo en 1895; el PartidoProgresista firmará su acta de defunción poco tiempo después. Comoseñala Álvarez Junco, la herencia del zorrillismo pesará sobre el con-junto de republicanismo, especialmente sobre Lerroux, en lo referen-te al papel destinado a la fuerza militar en la instauración de la Repú-blica. Durante el periodo 1903-1906, Lerroux presionará sobreSalmerón para que intensifique los lazos con los militares; en 1906-1907alguno de sus discípulos «soñarán con el espadón» y el dirigente radi-cal se distinguirá durante la Primera Guerra Mundial por sus fervoresbelicistas 4.

El federalismo representa la segunda gran tradición republicanaque desemboca con fuerza en los comienzos de siglo. En 1882, se cele-

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bra en Madrid la primera asamblea del Partido Federal, en la que sedesignó un consejo directivo del que formaron parte Pi y Margall,Sorní, Benot, Ferrer y Mora, y Vallés y Ribot. En 1883 se reunió la se-gunda asamblea en Zaragoza, donde se discute un proyecto de Consti-tución federal, y en junio de 1894 quedó definitivamente formulado elprograma del partido. Como señala Albornoz, su base ideológica secompone esencialmente de las elucubraciones de Pi aunque debida-mente sancionadas por sus correligionarios en las asambleas. La fuer-za ideológica de Pi proyecta sobre el partido las esencias de sus princi-pios políticos expuestos en su obra Las nacionalidades (1877). Piestableció dentro del federalismo una cuasi dictadura, de acuerdo conun estilo y con unos hábitos políticos que recuerdan los propios delpablismo en el ámbito del primer socialismo español 5.

«La actuación de Pi —señala Albornoz—, que constituye un ver-dadero apostolado, es más bien social que política, y se extiende a to-das las manifestaciones de la vida española. En la prensa trata de cues-tiones religiosas y pedagógicas y combate supersticiones, errores yvicios, las costumbres groseras y los espectáculos incultos» 6. Pi puedeser acusado por ello de introducir un cierto tono de pedantería y cien-tifismo en el seno del discurso del Partido Federal 7.

Salmerón y los centralistas forman la tercera corriente que se dis-tingue en el caudal del republicanismo histórico. Salmerón llega a lapolítica desde la cátedra imbuido de un krausismo sociopolítico quecompartirá con uno de sus más fuertes apoyos, Gumersindo de Azcá-rate. Formado bajo los auspicios intelectuales de Sanz del Río, partici-pará en la formación del Partido Republicano Reformista junto a RuizZorrilla. Su renuncia a compartir los presupuestos revolucionarios delprogresismo le hará constituir el Partido Republicano Centralista, enel que reunirá a Azcárate, González Serrano, Pedregal, FernandoGonzález, Labra, Alfredo Calderón o Altamira. El manifiesto centra-lista apareció a finales de junio de 1891, desgranando un conjunto depresupuestos entre los que destacan los principios de soberanía nacio-nal, sufragio universal, régimen representativo parlamentario y unaplena afirmación de los derechos individuales.

Salmerón conjuga a la perfección la doble condición de profesor ypolítico: «Profesor por vocación irresistible de su espíritu; político,por el fuerte, intenso, sentimiento de la ciudadanía, por lo vivo de la

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emoción política» 8. Fruto de esa doble condición es su más recordadacaracterística: la persuasiva oratoria. Dotado de una palabra «ardoro-sa, elocuentísima» 9, era ante todo un profundo pensador. Aunque pa-radójicamente sus mejores discursos —en opinión de Albornoz— nolos pronunciara sobre cuestiones doctrinales, sino en improvisacionessurgidas en el fragor de algunos debates parlamentarios; quizás aquíse encuentre la confirmación de su portentosa oratoria.

El centralismo representa a los sectores de la derecha republicanaque se ampliarán en 1887 con la formación del Partido de Fusión Re-publicana, en el que entrará el ala derecha escindida del Partido Pro-gresista.

Por último, Castelar y los posibilistas conforman la cuarta alterna-tiva republicana que debemos considerar. El Partido Demócrata Gu-bernamental, después Partido Republicano Histórico, es la plasma-ción de un sosegado y conciliador sentimiento republicano. Frente alas gesticulaciones revolucionarias de Ruiz Zorrilla, Castelar alzaráuna visión más conservadora sobre las vías de retorno a la República.«Yo —escribe Castelar— estoy resuelto a seguir mi política; nada deaventuras, nada de pronunciamientos, nada de aquellas antiguas alga-radas que nos han perdido. Cuando el país nos necesite, que nos llamepor un movimiento de opinión expresado en los términos más pacífi-cos. Y cuando estemos en el poder, nada de dictadura, nada de palo,nada de reformas diarias, que por su vaguedad y por su indetermina-ción nos pierden» 10.

El Globo será el soporte periodístico de una aventura política queintentará crear en el país la sensación de que se puede instalar una Re-pública conservadora. La extraordinaria personalidad del líder impri-me, como en los casos que ya hemos revisado, su indudable sello en elmovimiento que acaudilla. Castelar destaca como tribuno y apabullacon una obra escrita de una torrencial abundancia. Conservador ensus planteamientos, creará un partido conocedor de la realidad europea,un partido de cuadros de cuya estructura y funcionamiento muchotendrán que aprender los reformistas de Melquíades Álvarez.

Albornoz hace girar todo el peso de la política española en losaños finales del siglo en torno a dos políticos: Castelar y Cánovas.«Castelar es el optimismo liberal, es la fe en la Humanidad y en la pa-tria. Cuando no gobierna y trabaja en su gabinete, piensa en los gran-

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des movimientos emancipadores y estudia las épocas que señalan unanueva fase de la conciencia humana [...]. Castelar es la fe en la virtuali-dad de las ideas». Frente a él, «Cánovas no tiene fe en su patria ni ensu raza. Admira a los germanos. Los admira por su fuerza» 11.

La gran dispersión que sufre el republicanismo conforme avanzaen el tiempo el sistema impuesto por la Restauración convierte al idealde la reunificación en la auténtica quimera. «Toda la historia del repu-blicanismo español desde la Restauración acá es una serie de uniones,fusiones y coaliciones», nos dirá Albornoz en 1918.

Cincuenta y ocho periódicos, entre los que se encuentran El País,La Justicia, La República y los dominicales Libre Pensamiento y El Mo-tín a la cabeza, forman una coalición de periódicos republicanos en unintento de la prensa de conseguir aquello que los partidos, con sus lí-deres a la cabeza, se mostraban incapaces: una unión es ta ble 12.

En enero de 1893 ve la luz un documento que contiene un nuevopacto republicano entre centralistas, progresistas y federales, gober-nado por una Junta Directiva compuesta por nueve personas, tres porcada organización coaligada. Fusión Republicana nacerá en 1897, yMuro, Azcárate, Romero Gil Sanz y Ruiz Beneyan firman, tres añosmás tarde, un nuevo manifiesto en nombre de la Unión Nacional Re-publicana, organización suprapartidista que recogerá a los fusionistasjunto a los progresistas de Esquerdo 13.

Alejandro Lerroux, Rodrigo Soriano y Ricardo Fuente crearán en1901 la Federación Revolucionaria. Según el primero, ésta debía cum-plir tres fines: enlazar y coordinar en una constante acción común todos los organismos republicanos bajo la fórmula federativa; incor-porar al proletariado a la democracia y constituir un núcleo dirigentedel republicanismo en condiciones de iniciar, promover o secundarcualquier movimiento de fuerza con tendencia revolucionaria 14.

Hasta este momento, el devenir de coaliciones, fusiones y alianzasno depara sino la evidencia de una profunda inconsistencia en el senodel republicanismo español. Tres causas estarían en el fondo de lacuestión: la división interna existente, el dogmatismo doctrinal y la de-bilidad con que eran abordados los problemas sociales en sus progra-mas 15.

El más consolidado de todos los intentos de aunar fuerzas en el te-rritorio del republicanismo político se afianzará en 1903, momento en

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el que nace la Unión Republicana. Bajo el liderazgo de Salmerón, laagrupación constituye el más sólido ejemplo de convergencia republi-cana. Suárez Cortina diferencia tres grandes grupos en la unión que,sin anularse, mantenían aspiraciones políticas diferenciadas. En pri-mer término, la Federación Revolucionaria, en la que destacaban le-rrouxistas y blasquistas; el populismo era su baza a la hora de las pro-puestas. Junto a ellos, el núcleo gubernamental, liderado por Azcáratey Melquíades Álvarez, reunía a quienes provenían del posibilismo ydel centralismo: era el sector conservador de la Unión. Por último, en-traba a formar parte un grupo no homogéneo de personalidades histó-ricas dentro del republicanismo, pero de imposible adscripción: Sal-merón, Costa y Nakens serían sus máximos representantes, todos deedad avanzada y con un fuerte prestigio en el seno del republicanis-mo; todos ellos irán desapareciendo con el transcurso de los primerosaños del siglo 16.

La irrupción de fenómeno de la Solidaridad Catalana provoca al-gunas distorsiones en el mapa que hemos trazado. El 29 de noviembrede 1905, interviene Salmerón en las Cortes con el ambiente políticoenrarecido a consecuencia del conflicto surgido a raíz de la publica-ción de un chiste en el semanario ¡Cu-Cut!, en el que se trajinaba conel honor militar frente al catalanismo. En respuesta, trescientos oficia-les asaltan y arrasan los locales de ¡Cu-Cut! y La Veu de Catalunya ycrean un movimiento de solidaridad con los protagonistas de la acciónante la impotencia civil y en clara provocación a las autoridades y alGobierno de Moret. Las palabras del líder de la Unión Republicanaen la Carrera de San Jerónimo dan inicio a un nuevo movimiento dealianzas políticas: «¿Queréis que vayamos juntos del brazo catalanis-tas y republicanos [...], en el santo y amoroso regazo de la madre co-mún España?». «Accepteu. Accepteu a ulls clucs, a l’instant [...]!»,reac cio na rá Cambó, mientras que el portavoz regionalista, Albó, sos-tendrá: «Nuestra respuesta es afirmativa [...]. El regionalismo olvidalos agravios ante el bien común y pacta una tregua para la paz socialde Cataluña» 17.

La alianza entre la Lliga y los republicanos encabezados por Sal-merón tendrá efímera vigencia dado que, desde mediados de 1906, seabre una brecha que divide a los republicanos en solidarios y antisoli-darios. Estos últimos, encabezados por Lerroux, irán ahondando sus

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diferencias en el seno de la Unión Republicana hasta alcanzar la plenaconfrontación. Lerroux será expulsado en 1907, aunque, como señalaÁlvarez Junco, su diagnóstico político estaba cargado de razón: la in-tegración de Salmerón en Solidaridad Catalana había significado lamuerte del Partido Republicano gestado en 1903 18. Solidaridad Cata-lana desaparecerá al mismo tiempo que el último ex presidente 19.

El seis de enero de 1908 Lerroux convoca un mitin en Santanderdonde anunciará la creación de su propia formación política, el PartidoRepublicano Radical. El nuevo partido supone el primer fenómenorenovador del republicanismo en el nuevo siglo. Radicales y, poste-riormente, los reformistas de Melquíades Álvarez representan unanueva visión de los anhelos republicanos acoplada a la realidad cam-biante que vive una nueva generación de políticos: Lerroux y Mel -quía des Álvarez ya no pertenecen al mismo estrato político de sus in-mediatos antecesores en el liderazgo del movimiento republicano.

La opción tomada por el dirigente republicano Alejandro Lerrouxde enfrentarse a la Solidaridad sellará definitivamente su destino polí-tico. Álvarez Junco ha estudiado las claves personales que convirtie-ron a Lerroux en un portento a la hora de atraerse a las capas más des-favorecidas de la sociedad barcelonesa de principios de siglo. Undiscurso fundado en tres estrategias: espectacularidad, subjetivizacióny trascendentalización, provocará intensos efectos en un auditorio nonecesitado de argumentos políticos y con muchos sentimientos pos-tergados a flor de piel: «La oratoria demagógica, expresión extremadel discurso político, tiene en Lerroux un espécimen antológico. Ensus artículos o intervenciones orales, los problemas sociales, económi-cos o políticos se esfuman. No se encuentran propuestas desarrolladasy explícitas de medidas gubernamentales, y sobran, en cambio, consi-deraciones sobre las virtudes del propio orador o referencias a térmi-nos tan repletos de carga valorativa y emocional como el honor, la viri-lidad, la dignidad del pueblo o el patriotismo [...]. La seducción pormedio del discurso se apoyaba más en su emotividad y su estética queen su capacidad racionalizadora» 20.

Aquí se encuentra, paradójicamente, uno de los pilares que fun-damenta la atracción que el radicalismo lerrouxista ejerce sobre al-gunos de los máximos representantes de la elite intelectual españolade 1910. Evidentemente existe un sustrato común y previo entre re-

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publicanismo político y regeneracionismo: «La elección del parla-mento falseado —señala Álvarez Junco— como blanco preferido delas críticas parece apuntar hacia este resorte de la vida política comoclave para la solución del resto de los problemas colectivos. De ahí lainicial sintonización entre los republicanos y los regeneracionistas,pese a que aquéllos querían una revolución y éstos pedían menos po-lítica» 21. Por encima de las coincidencias teóricas aparece el deslum-bramiento ante lo que desde el estricto plano del intelectualismo po-lítico no se tenía la esperanza de alcanzar: la pulsión directa yefectiva en lo más recóndito del alma colectiva de las masas popula-res. Aquí es donde Lerroux se maneja como un maestro. Mientrasque Ortega no logra alzar la voz más allá de los muros que sostienenel Ateneo madrileño, el político republicano logra llenar los aforoscon una oratoria y una escenografía que atraerá a la Barcelona obrerade la primera década del siglo. Lerroux arrastra y Ortega, junto conotros de nuestros representantes de la Generación del 14, lo percibecon claridad. El impacto del político produce la adhesión de algunosde estos intelectuales. Ya hemos analizado la aproximación de la ge-neración al radicalismo en el capítulo centrado en 1910, momento enel que aparece la revista Europa.

El enfrentamiento de Lerroux a Solidaridad Catalana —comodecíamos— supone un importante trance político en la vida del radi-calismo. De defensor de las clases bajas pasó a ser, en torno a 1905-1906, el chivo expiatorio preciso que necesitaba el nacionalismo cata-lán. Lerroux será el xulo madrileny 22. Por debajo de su apabullanteoratoria también corría un discurso político en el que la demagogia yel oportunismo no pueden hacernos eludir su contenido. Lerroux«predicó, en resumen, un ideario izquierdista y jacobino y encontróeco entre quienes, por tradición política o por condición social, se guíanidentificándose con tal postura» 23.

El año 1909 nos depara un fenómeno de vital importancia paraentender cuanto tenga que suceder a partir de este momento a la iz-quierda del Partido Liberal. Los sucesos de la Semana Trágica barce-lonesa y la represión que los siguió provocan un instintivo reagrupa-miento de fuerzas con el único objetivo de eliminar al Gobierno deMaura. La iniciativa proviene de la minoría republicana encabezadapor Pérez Galdós, quien firma un manifiesto en el que se pide la susti-

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tución de Maura y «el cambio de régimen en España» por cualquierprocedimiento 24. Razones a las que habría que añadir, en opinión deSuárez Cortina, las siguientes: la naturaleza y las características de lapolítica desarrollada por Maura desde 1907; la evolución de la estrate-gia de los partidos socialistas europeos ante la vida parlamentaria y susrelaciones con los partidos políticos de la burguesía progresista y, entercer lugar, las relaciones existentes entre los distintos partidos repu-blicanos y los contactos de algunos de ellos con el Partido Liberal.Añádase que la alianza con los republicanos venía siendo demandadadesde principios de siglo por parte de amplios núcleos del partido so-cialista 25.

El 7 de noviembre de 1909 se celebra en el frontón Jai-Alai el mi-tin del que saldrá la Conjunción Republicano-Socialista. La nueva pla-taforma supone un fuerte impulso al republicanismo que reúne a lossocialistas junto a la Unión Republicana, compuesta en esos momen-tos por una variedad de tendencias (progresistas, federales, posibilis-tas, centralistas, gubernamentales y radicales).

Con desiguales resultados aborda la Conjunción el envite de loscercanos comicios. Se convocan elecciones municipales en diciembrede 1909, bajo el Gobierno de Moret. Los resultados para la Conjun-ción no proporcionaron un gran ascenso en relación con las anterioresmunicipales; particularmente los republicanos no experimentaronuna clara mejoría. Pero las municipales de 1909 fueron un ensayo paralos conjuncionistas de cara a aprobar la viabilidad de su proyecto dealianza. Las elecciones generales de mayo de 1910 suponen, por elcontrario, la auténtica prueba de fuego para las fuerzas conjuncionis-tas. A pesar del fracaso en Valencia 26 a causa de la división republica-na y el empuje de los sorianistas, al que se sumará el de Asturias, laselecciones significaron un éxito parcial del conjuncionismo, tanto porlos resultados obtenidos —nada desdeñables en Madrid, en donde elrepublicanismo obtenía resultados inéditos desde hacía tiempo—como por la positiva respuesta a la inmersión en el complicado engra-naje electoral de una alianza que, sin ir más lejos, depara importantesobstáculos a la hora de confeccionar las listas de candidatos.

El panorama para el sector republicano de la Conjunción presen-taba graves incertidumbres en 1910. Ciertamente la plataforma queaunaba a socialistas y republicanos había supuesto para estos últimos

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un evidente avance en cuanto a la tarea de concentrar fuerzas, pero apesar de ello la Unión Republicana no era a principios de 1910 másque un mosaico de tendencias 27. Fueran conscientes de ello o no susprincipales líderes, asistimos en ese momento a una evolución de capi-tal alcance: «Un importante proceso de transformación en el interiordel republicanismo histórico. Una gradual, aunque crítica y, en ciertomodo, traumática, sustitución del repu blicanismo histórico por unrepublicanismo de nuevo tipo, cuya consolidación exigía una simpli-ficación de tendencias, entre las que apuntaban como las más sólidasla radical y la reformista o gubernamental» 28.

En definitiva, la transformación de fondo en el republicanismosupone el aniquilamiento natural de la compleja galaxia de tendenciasdel republicanismo histórico y su sustitución por dos partidos, radicaly reformista, de tendencia bipolar —a la izquierda el primero y decarác ter gubernamental el segundo—. Esa muerte tiene lugar dentrode la Conjunción y de ella rebrotarán las dos nuevas fuerzas con inusi-tada energía.

La primera fase de este importante proceso aparecerá ligada a unoscuro conflicto en el Ayuntamiento de Barcelona. En diciembre de1910, La Veu de Catalunya denuncia unas supuestas irregularidadesen la concesión del proyecto de conducción de aguas a Barcelona y enla ordenación del monopolio del yeso, la cal y el cemento. Se generauna polémica que es presentada por los catalanistas en el Congreso.Iglesias, Azcárate y Melquíades Álvarez desautorizan en las Cortes aLerroux y el Comité de la Conjunción apoya la conducta de éstos. Le-rroux se ve abocado a abandonar la Conjunción 29.

La segunda fase de este proceso está protagonizada por el ala gu-bernamental de la Conjunción, cuyos máximos representantes sonMelquíades Álvarez, Pedregal, Labra y Azcárate, y desembocará en laformación del Partido Reformista en abril de 1912.

En diciembre de 1909 se detectan los primeros síntomas que ex-plican las reticencias de los gubernamentales a la hora de ingresar enla Conjunción. Aparece en la prensa el anuncio de la consolidación deeste sector en un partido político, el Partido Republicano Guberna-mental 30. El aviso no deja de serlo y tan sólo apuntamos un primer sig-no de alarma. Porque el 23 de noviembre de 1910, las sospechasse con vier ten en hechos. En el seno de la Universidad de Salamanca se

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crea una Agrupación Republicana Gubernamental desprendida de laUnión Republicana y formada en sus órganos rectores por catedráti-cos de la Universidad. La asamblea general de la agrupación acuerda,por aclamación, ofrecer la presidencia honoraria a Melquíades Álva-rez y a Gumersindo de Azcárate 31.

Algo más complicadas se presentan las cosas en la Asamblea Na-cional de Unión Republicana, celebrada en Madrid en febrero de1911. Las importantes ausencias denotan el frágil estado de las fuerzasrepublicanas en ese momento. Suárez Cortina ha profundizado en eldesarrollo de la asamblea y concluye que sus resultados son una pruebaevidente de la exclusión de facto de la Unión Republicana, tanto deMelquíades Álvarez y Azcárate como de los seguidores de Galdós, So-riano y los republicanos de la Unión Federal Nacionalista Republicana.

A partir de este momento, y durante el resto de meses de 1911,asistimos a un creciente aumento de la conflictividad social que poneal Gobierno de Canalejas contra las cuerdas. El debate parlamentariosobre el juicio a Francisco Ferrer i Guardia, la política intervencionistaen Marruecos y la generalización de los conflictos laborales en el nortede España provocan una fuerte agitación de los diversos sectoressociales y políticos. Particularmente importante será la extendidaprotesta obrera que, nacida en Bilbao y convertida en huelga generalen septiembre de 1911, provoca la declaración del estado de guerra enVizcaya. Las protestas también se generalizan en Asturias y por solida-ridad en otras capitales de provincia. El 19 de septiembre se declara elestado de guerra en todo el país.

Este conjunto de factores relativos al enrarecido panorama socialque ambienta la segunda legislatura de Canalejas sirve para acelerar lacreación del partido, cuyos síntomas de aparición venimos detectandodesde 1909. Suárez Cortina explica por qué aparecen las circunstan-cias que hacen que los intereses del sector gubernamental se materia -licen como partido republicano en torno a finales de 1911 y principiosde 1912.

En primer término, encontramos una serie de elementos directa-mente relacionados con la agitación social de 1911: la política de in-comprensión practicada por Canalejas a la hora de enfrentarse a la olahuelguística que recorre el país, va en paralelo con la adquisición delpleno convencimiento de que los medios revolucionarios no eran de-

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seables, aunque se coincidiera en la necesidad transformadora a la queéstos estaban encaminados. En segundo término, la formación delPartido Republicano Gubernamental «culminaba un largo proceso dereactualización y adaptación del republicanismo histórico que veníandemandando desde hacía años» 32.

Desde la formación del Partido Republicano Radical en 1908,asistimos a una polarización de tendencias en el republicanismo histó-rico: de un lado, la corriente representada por el radicalismo; y, porotro, la ahora emergente gubernamentalista. En definitiva, las expec-tativas que crean el caldo de cultivo para el nacimiento de la nuevaformación se corresponden con la nula esperanza de formar un parti-do único republicano.

LA FUNDACIÓN DEL PARTIDO REFORMISTA Y LOS INTELECTUALES

El que puede considerarse como el primer acto creador del PartidoReformista fue el discurso anticanalejista de Melquíades Álvarez en elCongreso de los Diputados el 26 de enero de 1912. El político repu-blicano echa en cara al jefe del ejecutivo antiguas aseveraciones queahora se demuestran hueras: «O la Monarquía se democratiza o laMonarquía perece», había afirmado Canalejas 33. Acusaba Álvarez algobernante de haber reprimido las huelgas con radical severidad, dehaber amordazado a la prensa y de trastocar los planteamientos ex-puestos cuando se encontraba en la oposición: si entonces había pro-metido no enviar refuerzos a Marruecos, ahora envía tropas hastaconstituir en el Protectorado un destacamento de 38.000 hombres 34.

En abril de 1912 la prensa madrileña anuncia la convocatoria deun banquete en homenaje a Melquíades Álvarez. Se advierte a cuantosse asocien a dicho acto que «su presencia en el mismo se considerará,desde luego, como un voto favorable a la organización del llamadoPartido Republicano Gubernamental o Reformista» 35.

El banquete queda convocado para la mañana del 7 de abril en elpalacio de Industrias del Retiro madrileño. Bajo un radiante sol quehace comentar a alguno de los asistentes la oportunidad de haber de-sarrollado el acto al aire libre, empiezan a congregarse los seguidores

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del líder republicano. A las doce y media, los seiscientos comensalesse encuentran acomodados en cinco —según El Liberal; ocho, apuntaEl País— grandes mesas, perpendiculares a la tribuna; un centenar deellos reunidos en representación de distintas agrupaciones asturianas.Buena parte de los asistentes pertenecen a las clases medias industria-les e intelectuales.

En ese momento entra en el recinto Melquíades Álvarez bajo unaestruendosa salva de aplausos; rodeado y aclamado, inicia el corto re-corrido hacia el estrado donde se sitúa la mesa presidencial. Como pú-gil en los previos al combate es saludado y palmeado: «Calor en las al-mas y calor en el ambiente», escribe el anónimo cronista de ElLi be ral 36. Alfonso fotografía a la presidencia del acto con una imagenque abre la primera plana de El Liberal. Junto a Melquíades Álvarezaparecen sus inseparables Azcárate, Zulueta y Pedregal. En esta mesanos encontramos con algunos viejos conocidos de Joven España: Mi-guel Moya y Sánchez Ocaña, tesorero y secretario, respectivamente,de la agrupación, aparecen junto a algunos de los máximos propagan-distas de la misma como Gómez Hidalgo o Santiago Arimón. La co-mida servida por el Ideal Room transcurre bajo un vocerío denso deconfraternidad política; viejos conocidos se estrechan la mano con elojo puesto en el tribuno central.

A las dos menos cuarto en punto se hace silencio y Tomás Romeroda cuenta de las adhesiones recibidas al acto, entre las que se encuen-tran la de Mariano Cuber, Joaquín Dicenta —otro veterano de JovenEspaña— y, principalmente, la de Pérez Galdós, a la sazón presidentedel Comité Central de la Conjunción Republicano-Socialista: «Lláme-se como se quiera la nueva agrupación, yo la tengo por inexcusable ynecesaria, pues ella supone la transformación de las energías esporádi-cas que hoy actúan separadamente. Con el empuje de la doble falangerepublicana y la colaboración socialista, tendremos en la Conjunciónel ariete formidable cuyo funcionamiento espera con ansia el país másdesdichado que hoy existe en el mundo».

Azcárate toma la palabra para dejar sentadas dos cuestiones: enprimer lugar, el nuevo partido que nace no es una imposición artifi-cial, sino la materialización de una fuerza política que existe y que ac-túa dentro de la Conjunción, pero que necesita de su organización enpartido político; se trata básicamente de una estructuración de fuer-

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zas. En segundo lugar, la aparición del nuevo partido no conlleva ne-cesariamente el debilitamiento de la Conjunción y mucho menos la re-nuncia a la unión con los socialistas.

El discurso de Álvarez principia remarcando los puntos señaladospor Azcárate: «No tratamos de crear un partido nuevo; tratamos,como decía el Sr. Azcárate, de organizar lo que existe: un partido conuna tendencia perfectamente definida y clara, con un plantel numero-so de prosélitos desparramados por toda España, algo desorientadoshasta la fecha por la incertidumbre caótica en que vivimos». A orien-tar a ese grupo llega el nuevo partido, pero sin ninguna intención deperturbar la tarea y designios conjuncionistas: «Tratamos, correligio-narios, de organizar este partido, no para quebrantar la Conjunción,que sería un crimen de lesa patria sólo el pensamiento de intentarlo,sino precisamente para todo lo contrario, para afirmarla y para robus-tecerla».

La argumentación de Melquíades Álvarez trata de demostrar quela Conjunción no puede avanzar si no está integrada por fuerzas orga-nizadas. El líder republicano se detiene para reflexionar sobre la tantraída y manipulada unidad de los diferentes sectores republicanos.Su conclusión es taxativa: «Un partido único es una ilusión que sóloacarician los espíritus románticos o los demasiados hábiles». No sepuede avanzar hacia la condensación de fuerzas cuando los radicalesno quieren renunciar a su personalidad y los federales «no quierenplegar su bandera». El partido único no es un imposible pero, mien-tras tanto, no se debe paralizar el surgimiento y organización de nue-vas fuerzas. Hasta que llegue ese momento, Melquíades Álvarez vis-lumbra el panorama hacia el que se encamina el republicanismo y queya hemos esbozado: «Tengo esperanza [...] de que, respondiendo a ladirección del pensamiento colectivo, cristalicen todos los republica-nos en dos tendencias diversas: una tendencia, muy radical, que miremás al porvenir que al presente, y enamorada de lo abstracto se pierdaa veces en las idealidades del ensueño: otra tendencia, que es la nues-tra, reformista, práctica, que no pierda de vista el ideal, pero que sevaya ciñendo a las circunstancias del momento, a la realidad posiblede la política». Melquíades Álvarez se distancia así de los radicales yplantea un nuevo modelo regenerador de la política cargado de prag-matismo.

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La parte central de su discurso la dedica a revisar la situación delpaís en todos los frentes. El pesimista cuadro y las caóticas perspecti-vas que se auguran ponen su punto de mira en la monarquía: «Somosjuguetes en la vida pública de unos cuantos oligarcas que detentan elpoder soberano del país en consorcio con las Cortes y con el rey, se-cuestrando la voluntad nacional y atropellando los derechos de losciudadanos». Combatir al régimen como única salida; régimen, porotro lado, al que se da por fracasado, hecho que debe ser puesto enevidencia ante la opinión pública.

La segunda parte de la intervención se dedica a presentar el catá-logo de alternativas que la nueva formación ofrece. Melquíades Álva-rez afirma la necesidad de un programa que recoja las aspiraciones dela «democracia moderna», en el que intentará incluir ideológicamentea amplios sectores. El programa se plantea de manera que «podamosinspirar confianza a las clases conservadoras y podamos lograr que,asociados estos elementos a las clases populares, se fundan todos ellosen una especie de exaltación frenética de patriotismo y de amor a la li-bertad que concluya definitivamente con esta monarquía». El nuevopartido se sitúa en una posición de rechazo a cualquier extremismo yde reforma profunda de la monarquía. Melquíades Álvarez rememoraa Ruiz Zorrilla: «La República tiene que ser conservadora ante la anar-quía, radical ante la reacción».

¿Por qué Melquíades Álvarez ejerce un poderoso influjo en lossectores intelectuales que desde 1908 vienen configurándose como laemergente Generación del 14? El entusiasmo radical se encuentraapagado; Lerroux sólo fue un fugaz foco de atención ante el quequedaron fuertemente impactados el propio Ortega o Baroja. El relevoes tomado en este momento por el Partido Reformista. Buena parte dela explicación que demos a este fenómeno de engarce nos remite aalgu nos de los pasajes que más fervor producen en el Retiro madrileño.

En efecto, Melquíades Álvarez declara rotundamente: «necesita-mos afirmar la cultura como base y principio fundamental de nuestraobra política». El prestigio de la República se ha de fundar en la cultu-ra con objeto de modificar la «estructura mental» del país y formar auna nueva juventud culta, educada y vigorosa que se lance a la salva-ción de España. Melquíades Álvarez retorna al mensaje europeizadorde clara esencia regeneracionista: «Esto —afirma refiriéndose a la fal-

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ta de cultura— es lo que nos separa de Europa, esto es lo que nos con-vierte en un pueblo africano, frívolo, insustancial, indisciplinado, pro-penso al engaño, con flaquezas corruptoras de la voluntad, con todaslas supersticiones infantiles metidas en el alma, a merced de cualquiermalvado o de cualquier audaz que quiera explotar o su candor o suignorancia». Estas palabras, que bien podrían ir rubricadas por elUnamuno de En torno al casticismo o el Ortega de 1910, tal como he-mos considerado en capítulos anteriores, constituyen el marco genéri-co en el que el tribuno dibuja el papel de la cultura. Pero de inmediatodesciende a medidas más concretas. El líder reformista prometerá, nosin cierta carga de populismo, que el Ministerio de Instrucción Públicaserá en los gobiernos republicanos el ministerio que encarne «una ver-dadera dictadura nacional». Melquíades Álvarez vuelve a prometer«muchas escuelas, mejores maestros, mejor material, escuelas técnicasen armonía con las aptitudes de las regiones y con la riqueza que enellas se desarrolla, reformar la Universidad para que sean el alma ma-ter de la enseñanza». Reclama, además, una política que será llevada acabo sin necesidad de alcanzar la República y que favorecerá, a travésde los pensionados de la Junta para Ampliación de Estudios, a mu-chos intelectuales del 14; esta política reclamada es la de «llevar alpresupuesto muchos millones para que las gentes vayan de España aEuropa y vuelvan de Europa a España, y en este flujo y reflujo de la ci-vilización, podamos levantar para siempre nuestro nombre».

Álvarez proclama, en definitiva, el papel central de la culturacomo eje vertebrador de las sociedades, una vez desbancado el poderde la fuerza o de la monarquía: «En otro tiempo se pudo formar launidad nacional, la unidad de los pueblos, por la influencia de la reli-gión, por la influencia de la fuerza, por la influencia de la prestigiosaMonarquía. Ahora, yo diré lo que decía Cohen, ahora es simplementeel fundamento de la cultura el que labra el instrumento con que la so-ciedad ha de formar definitivamente la unidad de los pueblos».

Incluso llega a identificarse con ese socialismo de tintes fabianos yde ascendencia liberal que tanto hemos visto proclamar a Ortega.Melquíades Álvarez se declara socialista pero niega la lucha de clases,el colectivismo, la dictadura de los proletarios o la destrucción de lapropiedad privada. También rechaza declararse partidario de Marx ode la socialización de los elementos de producción: «Creemos que

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obreros y burgueses deben cooperar en la obra, común a todos, de so-lidaridad social, que representa una obra de progreso y es a la vez unaobra de democracia» 37.

En la prensa encontramos una primera valoración de la alternativaque nace en estos momentos. A Melquíades Álvarez, según El País, lepreocupa el presente más que la adivinación del futuro: «El presentepara él, como para todo espíritu de su tiempo, para todo español eu-ropeo [...], está en la difusión de la cultura, en el predominio de loesencial sobre lo formal, en la libertad, en el ejercicio de la democra-cia». Las luchas que preocupan al líder republicano «son las que ins-piraron sus formidables trinos al gran Costa, que también soñó un díaen realizar todo eso dentro de la monarquía o del actual régimen, sinmás que sustituir a los fracasados con intelectuales» 38. El Mundo seña-la que el nuevo partido «tendrá su basamento en el orden y la morali-dad [...], porque centra lo principal de su obra en una inmersa laborde cultura, una renovación cultural en la sociedad española» 39.

En noviembre de 1912 es asesinado José Canalejas en la madrileñaPuerta del Sol. Romanones le sucederá en la presidencia del ejecutivo.La desaparición de Canalejas abre un periodo de incertidumbre en elseno de la dirección liberal dada la expectativa, más o menos clara,que el político había creado sobre la reforma progresiva del régimen.La sólida posición de Maura en el partido conservador se resquebrajay empieza a sentirse el latido de las diversas facciones en el hasta ahoracompacto bloque maurista 40.

En esta coyuntura tiene lugar un importante hecho que marcará elinicio de un nuevo rumbo en el reformismo: el 3 de enero de 1913, Az-cárate, Cossío y Cajal visitan el Palacio Real a invitación de Al fon -so XIII. Como subraya Suárez Cortina, la llamada a los reformistas te-nía un doble sentido: Romanones y el monarca neutralizaban unaposible toma de fuerza de la Conjunción contra el régimen. En segun-do término, suponía una maniobra para atraer a los reformistas, con loque el régimen monárquico se aseguraba la izquierda de un futuro bi-partidismo, si los conservadores se hundían, o su añadidura al PartidoLiberal y la consiguiente formación de una fuerte mayoría 41.

Las relaciones monarquía/reformismo se iniciaron con la diplo-mática intermediación del duque de San Pedro de Galatino; el monar-ca desea atraerse al reformismo y lo conseguirá. El 3 de junio de 1913,

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Melquíades Álvarez declarará en el Congreso: «Queremos una mo-narquía que no usurpe el poder del pueblo, que abra cauces a todaslas ideas, por radicales que sean, y entonces podríamos nosotros algúndía ingresar en el régimen monárquico, pero sería evolucionando élhacia nosotros» 42. El pacto colaboracionista estaba sellado 43.

Las reacciones surgirán de manera escalonada: José Giral, futuroministro de la II República, y González de la Calle abandonan la agru-pación salmantina. ¿Constituyó la entente una maniobra de Romanonesy el rey para intimidar a Maura e intentar dinamitar la Conjunción? Elhecho es que la Conjunción, sin los radicales, se enfrentaba a princi-pios de junio de 1913 a la defección imparable del segundo de los mo-vimientos renovadores del republicanismo histórico en la primera dé-cada del siglo. El Comité Nacional de la Conjunción se reúne en lanoche del 11 de junio de 1913 y, tras largas conversaciones, acuerdanegar la compatibilidad de la pertenencia a la Conjunción con el man-tenimiento de una postura favorable a la accidentalidad de las formasde gobierno. Se produce la salida de los reformistas de la Conjuncióny la crisis en el seno partido entre quienes se suman a la tan traída acci-dentalidad y quienes afirman el carácter esencial de la forma republi-cana como modelo de Estado.

En opinión de Suárez Cortina, la proclamación de la accidentalidadde las formas de gobierno y la convivencia con la monarquía supone,doctrinalmente, la concreción política de las aspiraciones ginerianasque Azcárate venía plasmando en sus obras desde hacía vein ti cin coaños 44. El modelo de self-government que Azcárate importaba de In-glaterra encuentra su proyección última en la propuesta de integra-ción en el sistema monárquico.

El partido empezaba a caminar solo en el seno del engranaje parti-dista de la monarquía restauracionista. El abandono de la Conjunciónno sólo planteará problemas estructurales, agravados por conatos dedivisión en el propio partido, sino también problemas doctrinales,de fondo. El Partido Reformista habrá de reconducir su propuesta yadaptarla funcionalmente en la nueva situación a la que se enfrenta. Elresto del espectro republicano —excluidos radicalismo y reformis-mo— entrará en un progresivo movimiento de extinción.

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EL BANQUETE DEL HOTEL PALACE, 23 DE OCTUBRE DE 1913

El Partido Reformista convoca un banquete en el hotel Palace de Ma-drid el 23 de octubre de 1913. Hasta las once de la mañana podían re-cogerse las invitaciones en la secretaría del partido: Echegaray, 15. An-tes de las doce comienzan a llegar algunos concurrentes. Lleganrepresentaciones de todas las provincias; las menos numerosas las deVizcaya y Sevilla; la más concurrida, la valenciana. Catalanes y asturia-nos, feudo melquiadista por autonomasia, van a la par: «Oíase hablaren todas las lenguas de España —catalán, valenciano, gallego—, y conlos diversos y característicos cantos de las distintas regiones. Notábaseque la mayoría de los comensales eran personas de fuera de Ma-drid» 45. Cuando se abren los salones que dan a la Carrera de San Jeró-nimo se produce una avalancha de personas que tratan de ocupar losmejores lugares del espacio.

Mil novecientas diecinueve personas abarrotan las mesas dispuestasen los comedores. Aparece Galdós acompañado de su inseparable se-cretario Pablo Nougués. Gran ovación. Un poco después MelquíadesÁlvarez y Azcárate. Una gran salva de aplausos; «¡Viva nuestro ilustrejefe!», se escucha. La mesa presidencial está colocada sobre un estradoen el centro del salón y la forman Melquíades Álvarez, Gumersindo deAzcárate, Pérez Galdós, Emilio Junoy; junto con los diputados: JoséZulueta, Cándido Lamana, Juan Caballé, José Manuel Pedregal,Luis Zulueta y Laureano Miró; así como los ex diputados Rafael Ro-dríguez Méndez y Tomás Romero, organizador material del acto.

La comida no es ninguna delicia exótica, a lo que hay que añadirla insuficiencia de camareros ante tal multitud de personas; como se-ñala el cronista de El País: «Se dispensó la deficiencia en gracia al ob-jeto que allí llevaba a todos, y que no era precisamente la mayor o me-nor exquisitez de los manjares, sino lo que habrían de decir losoradores» 46. Después del almuerzo la atmósfera eleva su tensión, losmurmullos aumentan de tono, algunos comensales cambian de sitiopara escuchar los discursos mejor. El calor se hace poco a poco inso-portable y algunos, a pesar de estar prohibido, empiezan a fumar.Melquíades Álvarez recrimina a algunos fotógrafos que pretenden «ti-rar magnesios» en un ambiente tan irrespirable.

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El objeto último de este acto residía en conceder la mayoría deedad a las transformaciones que en el seno del partido se han produci-do en los últimos meses; básicamente: la aceptación del territorio mo-nárquico como factible para el desarrollo de una política transforma-dora.

Un análisis más detallado de la concurrencia del Palace nos puededeparar algunas certezas. Cuando El País comenta, el día antes de laconvocatoria, las reservas realizadas, nos anuncia que «catedráticoshay muchísimos de todas las Universidades e Institutos y es grande elnúmero de médicos que asistirán al acto» 47. Pedro de Répide comenta-rá al día siguiente: «Entre el concurso abundan nombres de prestigio-sos intelectuales. La cátedra ha enviado a unas cuantas de sus mejoresmucetas» 48. Junto con elementos de las clases medias industriales ycomerciales el Partido Reformista había logrado reunir a la plana ma-yor de la intelectualidad española del momento o, lo que es lo mismo,a los más prestigiosos elementos de la Generación del 14. Un recorri-do por la lista de principales asistentes incluye a Ortega y Gasset, Fer-nando de los Ríos, Manuel García Morente, Julio Milego, EnriqueDíez Canedo, Enrique de Mesa, Manuel Azaña, Américo Castro,Adolfo González Posada, Hipólito Rodríguez Pinilla, Federico deOnís, Pedro de Répide, Luis de Tapia, Pablo Azcárate, Rafael Maríade Labra, Pedro Salinas, Gustavo Pittaluga, Luis de Hoyos Sainz... ElComité Nacional Ejecutivo de la antigua Joven España asiste en ple-no: Augusto Barcia, Pablo Nougués, Rafael Sánchez Ocaña, FranciscoGómez Hidalgo, Miguel Moya Gastón y el destacado miembro San-tiago Arimón.

Junto a todos ellos, una pléyade de catedráticos y profesores:Adolfo Hinojar, Filiberto Villalobos, Juan Bartual, Manuel del Pino,Juan Antonio Bernabé Herrero, Luis Subirana, Manuel Villegas, JoséMur, Antonio Tuñón de Lara, Rafael Molla, Manuel Pérez García,Eduardo Boscá Casesnoves... La interminable lista de elementos de laintelectualidad podría completarse con Agustín Viñuales, Matías Pe-ñalba, Indalecio Corujedo, Rafael López de Haro, Jesús Coronas, Ri-cardo Orveta, Ángel Vegué, Teófilo Hernando, Francisco Rivera Pas-tor, Antonio Dubois, Alfredo Martínez, Ramón María Tenreiro,Joaquín Dualde, Darío Pérez, Víctor Ruiz Albéniz, Manuel GarcíaAleas, Leopoldo Bejarano... 49.

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Como señala El Liberal: «En conciencia se puede afirmar que es-taban allí la mentalidad, la riqueza, el comercio, la industria y la activi-dad de la Nación. Por veintenas se contaban los profesores de Univer-sidad, Institutos y Escuelas, los abogados, los ingenieros, los médicos,los banqueros, los fabricantes, los publicistas [...], jamás partido algu-no de los que turnan en el gobierno ha juntado tal codicia de fuerzaspositivas y militantes» 50.

Tras la lectura de adhesiones procede la de las cartas del ex mi-nistro de la República José Fernández González y la de Pérez Gal-dós, que lee Tomás Romero, aunque el escritor se encuentra entrelos asistentes. Acto seguido se dirige a los congregados, en breve alo-cución, Rodríguez Méndez, catedrático de la Universidad de Barce-lona. Toma después la palabra Gumersindo de Azcárate, que centra-rá su discurso exclusivamente en reafirmar la postura accidentalista.Han desaparecido los «obstáculos tradicionales», lo cual significa,en sus palabras, que el rey «está dispuesto a atender todas las orien-taciones del país, cualesquiera que ellas sean, con tal de que proce-dan realmente del país». El político trae a colación las palabras quele dirige el rey: «Es tal mi amor a España, que si mañana se procla-mara aquí la República, yo ofrecería a la República mi espada» 51. Unrey que habla de la República como posibilidad y además se muestradispuesto a servirla, debe llevar a los reformistas a encabezar una«revolución sin sangre» que transforme democráticamente a la mo-narquía.

El discurso de Melquíades Álvarez trata de situar al reformismoen las nuevas coordenadas políticas propiciadas por el acercamiento ten-dido a la monarquía. La «política nueva» del reformismo consiste enaceptar la colaboración con el sistema para, desde dentro, autentifi-carlo. Melquíades Álvarez recuerda lo afirmado sobre la cuestión: «Yodecía que en una monarquía democrática, abierta a todas las ideas,servidora, ante todo, de la voluntad popular, que es la única soberana,no era lícito negarse a colaborar en el Gobierno» 52; la no esencialidadde las formas de gobierno significa, tomando las palabras de Zulueta,que «nosotros —los reformistas— vamos derecho y virilmente a servirla regeneración del país con la monarquía, si el Rey, como nosotroscreemos, persigue el mismo objetivo, enamorado de la grandeza de lapatria; contra la monarquía, si la corona, por un egoísmo mal entendi-

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do, se divorciase del interés nacional y pretendiera sobreponer a éstesu propio, mezquino y transitorio interés». Desaparecidos los «obstá-culos tradicionales» que ha impuesto la monarquía, queda fuera de lu-gar proclamarse revolucionario y llamar a la violencia; se abren loscauces de la legalidad a todas las ideas y, por tanto, cabe atenerse a lalucha dentro del sistema.

Ahora bien, aceptado el marco de juego, los reformistas marcansu posición respecto al resto de fuerzas dinásticas. Hay «una fuerzaconservadora, de resistencia, que mira a la tradición y cuyo principalempeño consiste en mantener el statu quo de los intereses creados,otra fuerza de progreso, de iniciativa, que mira al porvenir y persigueconstantemente el triunfo del ideal, transformando la realidad en queactúa. De estas dos fuerzas, nosotros, que somos un partido de iz-quierda, representamos la fuerza del porvenir». Se reconocen afinida-des con el Partido Liberal porque «el liberalismo no es una fórmulavacía ni un aglutinante; es una orientación, un ideal común»; perotambién distancias. Los liberales deben permanecer en el gobiernoaunque en ningún caso deben mezclarse las trayectorias de los dospartidos —«perderíamos este prestigio y a la vez no les daríamos nin-guna fuerza»—. Respecto a Maura, el rechazo no tiene paliativos: «Loque no puede venir sin grave daño para la paz pública es la políticareac cio na ria del Sr. Maura».

Así se sitúan los reformistas en la galaxia política española de1913. De inmediato el político asturiano desbroza, punto a punto, elprograma reformista y recala en lo que considera el eje fundamenta-dor de su política. Es ahí donde el ideario del partido político se fundecon el programa ideológico de la Generación del 14. Es el momentoen el que se proclama la necesidad de concebir todo proyecto políticocomo empresa de cultura: la regeneración debe partir de la educación.Los reformistas alzan la voz de la juventud del 14 y proclaman la nue-va vertebración ilustrada.

En efecto, Melquíades Álvarez se dedica a revisar todo el progra-ma reformista en una prolongada segunda parte. Empieza con la pre-sencia española en Marruecos y se detiene en las reformas militares,en la economía nacional, muy extensamente en el panorama de la Ha-cienda Pública y de las alternativas posibles, en el estado de la maqui-naria administrativa y sus remedios —«hay que proveer seriamente al

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reclutamiento de funcionarios capaces, hay que acabar de una vezpara siempre con lo existente»—, la política internacional, el proble-ma religioso, la reforma constitucional —reforma del Senado y esta-blecimiento del principio de libertad de cultos—. Melquíades Álvarezse vuelve a declarar socialista cuando se enfrenta al análisis de la reali-dad social y laboral del país. Pero su socialismo es cumplidamentebernsteiniano: tan sólo implica al programa reformista en su más am-plio contenido social.

En todos los apartados en los que desglosa el renovado programareformista hay un punto en el que se muestra especialmente incisivo.El dirigente republicano proclama con nitidez que el problema políti-co fundamental es un problema de cultura y de ética. Y, por lo tanto,ambas, ética y cultura, se convierten en razones preferentes dentro delprograma. Álvarez recuerda a Proudhon cuando establecía como prin-cipal deber de la democracia el de la educación, la educación del pueblo;más en un país en el que reinan los vicios del egoísmo, la incompeten-cia, el incumplimiento de los deberes, el pandillaje, la indisciplina social..., todos ellos consecuencia de la incultura. La ignorancia y la in-moralidad son los rasgos más sobresalientes de nuestra ciudadanía,por lo que los gobernantes han de proceder «como franciscanos» paraextirparlas. Una democracia sin cultura es una democracia sin virtud,desenfrenada, donde todo se corrompe, desde la autoridad, presa delegoísmo, hasta la ley, que se olvida de la justicia. Una democracia sincultura no puede ser nunca el ideal de un pueblo libre.

Melquíades Álvarez trae de nuevo las palabras de su discurso enel acto fundacional del Retiro y reclama una dictadura ejercida por elMinisterio de Instrucción Pública. Añade ahora que para que esa dic-tadura sea eficaz hay que dotarla de un presupuesto saneado, plantea-do con prodigalidad, «porque en materia de enseñanza lo que se de-rrocha es como la semilla sembrada en campos fértiles, siempreresulta beneficioso y útil». Melquíades Álvarez promete «hacer todolo que se pueda hacer» en materia de universidades e institutos, y paraello cuenta con lo que «os dirán oportunamente los técnicos de estepartido, que son el alma de este partido», importante aseveración paravalorar el auténtico papel de las elites educadoras en el reformismo.

Dicho esto, el dirigente republicano revisa dos problemas relaciona-dos con la cultura. El primero de ellos es el de «la creación de aquellos

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pequeños núcleos de enseñanza superior y de investigación científicade primera mano, de donde ha de salir necesariamente la aristocraciadirectora de esta democracia». Este problema está parcialmente solu-cionado, según el orador, por la creación y trabajo desarrollado por laJunta para la Ampliación de Estudios y la formación de centros inte-lectuales en los que trabajan los pensionados y que constituyen la líneamás avanzada de reconstitución científica de España. A pesar de todo,su puesta en práctica conlleva el «luchar todavía en el Parlamento conlas resistencias de los misoneístas y de algunos catedráticos reacciona-rios, que por antífrasis se llaman intelectuales». Melquíades Álvarezrecomienda el aumento del presupuesto para los pensionados y la in-tensificación de la relación científica y cultural con el extranjero paraque, de esta manera, «podamos recibir algo de savia de fuera que vayapurificando y ennobleciendo el espíritu de España».

El segundo problema no está solucionado ni se encuentra en víasde estarlo: se trata de la enseñanza primaria, auténtica columna verte-bral de la regeneración cultural de un Estado. El objeto principal inal-canzado consiste en imponer a todos los españoles la obligación de re-cibir durante un determinado número de años una preparaciónmínima «que no desmerezca en modo alguno de la preparación que seproporciona en los países cultos de Europa». En materia de enseñanzaprimaria todo está por hacer. Tan sólo cabe destacar los parches queaquí y allí han colocando algunos gobiernos liberales. Estos pequeñosavances han perecido en el «caos burocrático» y el carácter anacróni-co de la legislación vigente. Como resultado de todo ello aparecenunas tasas de analfabetismo que en algunas edades superan el 50%.

Ante este panorama, Melquíades Álvarez no duda en sugerir loque él denomina «un remedio heroico»; expresa la necesidad de pre-supuestar más de sesenta millones cada año para «conseguir ponernosen esta materia al nivel de los pueblos cultos» 53. Junto a estas propues-tas reclama la creación de escuelas rurales en adecuadas condiciones,el aumento de las inspecciones y el fomento de la educación de los ma-estros, de los que hay y de los futuros, a través de cursos especiales,misiones pedagógicas, viajes al extranjero o la entrega de libros gratui-tamente a todos ellos.

Resulta muy interesante comprobar a quién otorga la responsabi-lidad de esta inmensa tarea educadora: para ello distingue entre el Go-

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bierno y el Estado. Al primero, con las Cortes, tan sólo le correspondeseñalar la orientación, las líneas generales, y consignar las partidaspresupuestarias. La labor de fondo tiene más altas miras y le corres-ponde al Estado, que a través de «una junta técnica, compuesta porlas más ilustres capacidades de España en estas materias, ha de ir de-senvolviendo autonómamente la parte técnica e interna del sistema.Éste es el propósito del Partido Reformista». El político asturianoconfía la labor transformadora a una elite intelectual y conecta de estamanera con los presupuestos aristocratizantes que hemos apuntadoen algunos jóvenes del 14, encabezados por Ortega.

Dando un paso más, el discurso constituye una auténtica apela-ción a la juventud intelectual y representa el punto central de confra-ternización entre la joven generación y el reformismo melquiadista. Elpolítico confía en que el programa será perfilado en la propagandaposterior «por estos jóvenes ilustres, que representan lo más excelsode la intelectualidad española, y que nos han de prestar su insustitui-ble y admirable concurso». En los últimos párrafos de su alocución seproduce una llamada plena de intensidad: «Ayudadme todos, prestad-me todos auxilio, los jóvenes sobre todo, los intelectuales preferente-mente, para que los días feriados podamos recorrer España y levantarel espíritu decaído de nuestro país, brindándole una esperanza con lasreformas contenidas en el programa de nuestro partido». En sus pala-bras brilla de nuevo el papel otorgado a la minoría intelectual que hade interpretar y dar sentido a la voluntad popular, que ha de crear unestado de opinión: «Hay que preparar un movimiento de opinión sinfijarnos en los representantes del país, que yo recuerdo que decía Siè-yes que aun en aquellos pueblos donde los órganos legislativos son re-presentantes fieles de la soberanía popular, se necesita que haya en loalto un gran elector que sepa interpretar y recoger sus latidos».

El cambio en los planteamientos que se deduce de la atenta lectu-ra del discurso del Palace hay que calificarlo como drástico. En el pla-no ideológico Melquíades Álvarez muestra su confianza en la monar-quía y se responsabiliza junto a ella de la transformación del Estado.El político republicano se presenta como una alternativa «posible»dentro del sistema y amplía y remarca las fronteras de su colabora-ción: «Quiero vivir en paz con todos los elementos de la izquierda,desde los liberales monárquicos, que lo sean, hasta los socialistas, y no

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sólo deseo vehementemente vivir en paz, sino vivir en contacto conellos, y hasta pido su concurso [...]. Yo no puedo apoyarme más queen esos elementos de la izquierda». Al mismo tiempo se distancia, sinconcesión alguna, de Maura y la derecha monárquica: «Los de la dere-cha, ultramontanos y amantes de la tradición, son nuestros ene mi -gos» 54.

Como subraya Suárez Cortina, «el reformismo se presentaba antela opinión pública como el virtual salvador de la política nacional [...],los reformistas pretendían aparecer ante la opinión y, muy especial-mente, ante el monarca como los nuevos reformadores, a semejanzade los ilustrados españoles del siglo XVIII» 55. Paralelamente se des-marca del populismo político: «Desde el mismo momento en que as-pira a gobernar con la Monarquía, el político asturiano, que nunca ha-bía manifestado su confianza en las masas, se marginó totalmente de latradición política populista del republicanismo español» 56.

Por debajo de esta lectura genérica del espíritu reformista hay quereferir la importantísima consecuencia que se deriva de otorgar unpreeminente papel a las elites intelectuales como principales sujetosactivos de esa labor transformadora. Como muy acertadamente cons-tata Suárez Cortina: «Esta tarea de renovación, de revolución desdearriba, habría de ser llevada a cabo por un reducido núcleo de exper-tos, buenos conocedores de su actividad, que daba al reformismo unestilo ciertamente elitista y cuya característica esencial tenía que ser lamoralidad. La moralidad gineriana se convertía en el método funda-mental de la acción reformista, matizada por significativos elementos:su expresa renuncia a las masas y, consecuencia en cierto modo de loanterior, el alejamiento definitivo de toda aspiración revolucionaria,que alterase las bases sociales y económicas del sistema» 57.

La prensa conservadora recibe con indignación el nuevo plantea-miento reformista, al que considera una auténtica amenaza a la coro-na. Especialmente virulento se muestra La Época de entre toda laprensa situada a la derecha del sistema.

En los periódicos liberales y republicanos reinará la diferencia deopiniones. El País se muestra tajante a la hora de desmarcarse del nuevorumbo reformista. Con un significativo «¡Adiós, ex correligionarios!»titula su editorial del 24 de octubre de 1913; debajo del mismo una es-peranzadora frase, «¿Para siempre? ¿Hasta luego?». En el artículo se

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aclara que «para nosotros, la monarquía es opuesta a la dignidad hu-mana; cuando no es una monstruosidad» 58.

El editorialista de El País se reafirma en un republicanismo que noofrece concesiones —«republicanos fuimos, republicanos somos»—.Al día siguiente, el mismo diario recuerda a los reformistas que si bienes plausible hablar de ética y de cultura, ello conlleva la innegociableconsulta ciudadana antes de cambiar de rumbo político: «Los diputa-dos elegidos a título de republicanos y hoy dispuestos a gobernar conla monarquía de D. Alfonso XIII se han olvidado de cumplir el deberde ciudadanía de consultar a sus electores. Y cuando hablan de éticay de cultura, y con razón, como cualidades precisas de una democracia,ese deber no ha debido ser olvidado» 59. No obstante, el diario repu-blicano no deja de reconocer el giro político que estrena el reformis-mo y la fuerza que le suministra el joven elemento intelectual quearrastra tras de sí: «Viejos republicanos y universitarios, ateneístas jó-venes, se han congregado en torno de Melquíades Álvarez. Ahí existeuna fuerza, ahí hay algo más que ex ministros, que fantasmones, quepolíticos de oficio y gobernantes de industria: ahí palpita algo nuevo» 60

El Liberal destaca «el número y calidad de los asistentes, que inne-gablemente representan una fuerza tan poderosa como nueva», yconstata que quien acudió al Palace es «lo más estimable y lo másprestigioso de una juventud trabajadora e inteligente» 61. El periódicoacepta de buen grado el ajuste político del reformismo dentro del sis-tema y elabora una interesantísima interpretación de las razones queconducen a la juventud intelectual a adherirse al melquiadismo. Enuna magistral descripción, el editorialista recorre en un párrafo el iterpolítico-intelectual que hemos tratado de desarrollar en este capítulo:«España desde 1898 viene ensayando un cambio, quiere intentar unahonda renovación en todas las esferas de la vida. Fracasaron todas lasmodalidades que tomó esta ansia reformadora, que tuvo a Costa y aParaíso por adalides, que quiso coagular después en la Unión Repu-blicana, que, más tarde, se condensó en el bloque de las izquierdas,que, por último, buscó la fórmula de la Conjunción Republicano-So-cialista. Todo esto y lo de ayer son efectos de una misma causa, frutosde una misma planta, latidos de un mismo sentimiento» 62.

El editorial nos remite al «día en que un pensador profundo anali-ce estos hechos de nuestra historia contemporánea» como el momen-

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to en el que se podrá explicar que una generación educada en estosensayos políticos «fatalmente tenía que ser, como es, la que en masallegara al campo reformista, indiferente a los problemas formales delEstado» 63. El propio periódico destaca días después el recurso a laselites culturalmente formadas como lo más positivo de cuanto acaecióen el Palace: «Probablemente, esto es lo más nuevo y lo más sano delreformismo: la llaneza con que su jefe reconoció en el discurso [...] lanecesidad de incorporar a su partido la técnica y los técnicos» 64. En elmismo sentido se situaba el Daily News al afirmar: «El Partido Refor-mista significaría poco si no se hubiesen incorporado a él los hombresque en estos últimos ocho o diez años se han nutrido de las mejoressubstancias de la cultura europea» 65.

Los jóvenes del 14 se identificaban con un partido moderno y sa-neado en su democracia interna —existía un censo en cada agrupa-ción y se elegían democráticamente todos los cargos, aunque estapráctica irá decayendo con el tiempo—, que atraía igualmente a lasclases medias o trabajadores, y muy excepcionalmente a la alta bur-guesía 66. Este liberalismo elitista, que se llama a sí mismo socialista,será la clave de esta confluencia que se demuestra fructífera en el pe-riodo 1912-1914.

Cuando Melquíades Álvarez llama a las elites culturales tambiénestá inculcando un mecanismo que destierra el sentido providencialis-ta de buena parte de la tradición política española. El recurso al hom-bre que hemos analizado en el discurso costista y que se hereda desdeel regeneracionismo finisecular queda desautorizado cuando se inten-ta —como ahora lo hace Melquíades Álvarez— construir un edificioideológico sin concesiones oficiales a los personalismos, basado, porel contrario, en el sosegado y silencioso trabajo de quienes más capaci-dad han demostrado. La oferta política que ofrece el líder asturianoquiere hacerse sentir como lejana de los fatuos populismos; bien alcontrario, el discurso político debe articularse desde el conocimiento,tanto por parte de quien lo elabora como —no lo olvidemos— dequien lo recibe.

Andrés de Blas señala: «El carácter elitista del nuevo partido yla prioritaria preocupación por la enseñanza, tanto la básica como launiversitaria, harán del reformismo un adecuado refugio para algunosde los más distinguidos intelectuales españoles integrantes de la llama-

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da Generación del 14, convencidos de haber encontrado en el PartidoReformista la fuerza política a la altura de los tiempos, capaz de traer aEspaña la definitiva homologación democrática con los países europeosmás avanzados, de ahí que el reformismo inicial sea la fuerza capaz deajustarse a las demandas orteguianas, a los deseos de la Liga de Educa-ción Política o a la sensibilidad política de Manuel Azaña» 67. Debe-mos sellar esa relación de confianza entre los jóvenes del 14 y el refor-mismo; así se desprende también de las palabras de Seco Serranocuando valora la importancia del acto: «Repasar la lista de los asisten-tes a este famoso banquete del hotel Palace da idea del alcance que enaquellos momentos revestía, de cara al futuro, el nuevo posibilismoencabezado por Melquíades Álvarez. Lo más granado del mundo in-telectual estaba con él: no sólo los antiguos afines —Azcárate, Galdós,Junoy, Zulueta, Pedregal...—, sino también, como una vigorosa savianueva, Manuel García Morente, Filiberto Villalobos, Díez-Canedo,Fernando de los Ríos, Rafael López de Haro, Gustavo Pittaluga, Pe-dro de Répide... Pero hemos de subrayar especialmente dos presen-cias: la de José Ortega y Gasset, que pocos meses después formularíaun programa de alto coturno intelectual en su conferencia “Vieja ynueva política”, y la de Manuel Azaña, futuro eje de la Segunda Repú-blica. Ambos —Ortega y Azaña—, encarnación de una gran esperan-za española y enmarcados, por lo pronto, en la corriente del reformis-mo melquiadista» 68.

El idilio entre intelectualidad y reformismo no tardará muchoen desvanecerse: el 1 de mayo de 1915 Melquíades Álvarez ofreceun mitin en Granada en el que presta su disposición al entendi-miento con el Partido Liberal. Ortega rechazará de pleno la pro-puesta en artículo publicado en España, como analizaremos en sumomento. La ocasión se presenta propicia para mirar hacia atrás:«Nació el partido reformista a su vida actual como un afán de nue-vos usos políticos. Rompía de un lado el conjuro republicano, queha hecho ineficaces a tantos hombres puros de nuestra España; deotro lado, reunía en torno suyo gentes nuevas que habían hechohasta entonces —con no poco trabajo algunas— de su no incorpo-ración a los dos partidos gobernantes su formal actitud política.Para los que no somos aún viejos, significaba esencialmente el pri-mer partido a cuyo nacimiento asistíamos, el primer partido “nue-

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vo”, el primer partido “otro”; es decir; otro que el liberal y el con-servador» 69.

EL HOMENAJE A AZORÍN EN ARANJUEZ, 23 DE NOVIEMBRE DE 1913

Un mes exacto después del acto reformista en el hotel Palace, se celebraa pocos kilómetros de Madrid un acto que bien podemos considerarcomo la puesta de largo de una generación.

«Atravesó el tren la mañana de noviembre, cruda sin ser fría, pin-tada a los dos lados de tiernos paisajes llanos, dudosos aún en la horadel entrado día, por cuyos finos verdores, cuajados de escarcha, innu-merables granjas, en bajos bandos, ponían sus largas ginerillas negras[...]. Después, grupos de árboles cárdenos, grises y amarillos, montessuaves, aguas tranquilas. Luego, Aranjuez, rojo todo, enseñando, enun incendio de consumación, el alma» 70. Ramón Gómez de la Sernanos hablará de «la espesura de Aranjuez, bajo un triste cielo de la Es-paña otoñal, el día 23 de noviembre de 1913» 71.

A diferencia de Laín Entralgo, para quien el homenaje a Azorínrepresenta el acceso a la «plena vigencia social» de la nueva genera-ción, Abellán opina que el acto «no es más que un pórtico a dicho ac-ceso» 72. Lo cual no significa restarle ninguna trascendencia al acto,«que tuvo evidente importancia, pues representa simbólicamente unencuentro entre las dos generaciones más importantes de la Españamoderna y constituye, en ese aspecto, un antecedente insoslayable enel surgimiento de la generación de 1914» 73.

La posición de Azorín ante la nueva juventud intelectual transcu-rre por un sinuoso camino. Iniciado el siglo, y desde las páginas deAlma Española, recibe el cambio generacional con melancolía y casiresignación: «Seamos sinceros: ya la decadencia se ha iniciado en losmaestros casi viejos. Valle-Inclán no volverá a escribir Epitalamio, niMaeztu sus artículos de Germinal, de El País y de Vida Nueva, ni Bue-no sus Volanderas...» 74. Los del 98 parecen haber marcado una cotacreativa que difícilmente será superada: «No queremos compararnuestros escritores jóvenes con los artistas universales; pero los fenó-menos del espíritu y de la Naturaleza se producen en lo pequeño del

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mismo modo que en lo grande. No se repetirán el Partenón, la DivinaComedia o las Meninas —formas definitivas e insuperables—; pero nose dará otra vez, en el curso de la vida, esta página que tú —refiriéndo-se a Baroja— [...] has escrito con el brío y la ingenuidad de la primerafresca visión de las cosas y de la vida» 75.

En 1904, desde la misma Alma Española, se muestra mucho másreceptivo ante la nueva juventud intelectual que irrumpe: «Todos es-tos jóvenes novísimos que vienen detrás de nuestra generación, que talvez valen más que nosotros, que son, desde luego, indiscutiblemente,más desinteresados que nosotros, mueven en mi espíritu una viva ycordialísima simpatía. Y lo más admirable en ellos es el sosiego y laconvicción con que marchan por su camino. Tienen fe en algo que noson los mundanos y deleznables intereses y granjerías del mo men -to» 76. Es lo que Cacho Viu ha designado ajustadamente como unas«cautelosas confrontaciones con los recién llegados» 77.

Una brecha profunda se abre en 1910. Azorín reaccionará inten-samente contra las acusaciones que se vierten sobre su trayectoria po-lítica en Europa, según hemos visto. Frente a las palabras de Pérez deAyala, Azorín afirma que el «ideal» de la nueva generación es el erotis-mo, la pornografía: «¿Qué pensar de esta generación que así se afirmaen la vida y en el arte? [...], ¿son todos estos libros torpes y obscenoslo que a la nueva generación se le ocurre? ¿No hay en la vida para es-tos jóvenes —muchos de ellos de un positivo talento— más que estasescenas y lances del más chabacano erotismo? ¿Se habrá borrado deun golpe todo el avance que a la literatura patria hizo dar la genera-ción de 1898?...» 78. Parecía haberse declarado la ruptura definitivadel escritor con sus sucesores intelectuales.

Pronto asistiremos a la normalización: Ortega publica en El Im-parcial, el 11 de junio de 1912, una crítica del libro Lecturas españolas,del que es autor el escritor levantino. Agudo y diplomático, Ortega nodeja sin pasar por su afilado y metafórico discurso la trayectoria delnovelista: «La realidad política es esencialmente discontinua; es unasucesión de cuestiones concretas ante las cuales hemos de tomar posi-ción. En algunas de éstas extremadamente graves, Azorín tomó unapostura torpe, incompatible con ciertas normas superiores» 79. A pesarde la reprimenda, el texto es profundamente elogioso del libro; sirva deejemplo de su tono la frase con la que Ortega comienza su artículo:

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«Uno de los libros mejores que yo he leído en castellano es este queAzorín publica llamándole Lecturas españolas» 80. Posteriormente aña-dirá: «Ha iniciado Azorín un ensayo histórico de trascendencia. No setrata de una obra con muchas notas al pie ni con un imponente escua-drón de datos. Sin embargo, representa una jugosa contribución a lanueva manera de entender la historia de España» 81.

Instalado en el «clima de distensión que se había generado en tor-no a sus Lecturas españolas» 82, Azorín percibe de manera positiva elpaso hacia adelante dado por la nueva generación: «Otra generaciónse inicia en 1910. No necesitamos citar ningún nombre de estos jóve-nes escritores. Representa este grupo literario un paso hacia adelantesobre el de 1898. Si en el de 1898 hay un espíritu de renovación y deindependencia —un espíritu iconoclasta y creador al mismo tiempo—,en el de 1910 este espíritu se plasma y encierra en métodos más cientí-ficos, en normas más estudiadas, reflexivas y modernas. Lo que antesera libertad bravía, ahora es libertad sistemática y científica. Han estu-diado más estos jóvenes de ahora; han disciplinado su espíritu; han es-tudiado en el extranjero; han practicado más idiomas y literaturas; sehan formulado, en suma, el problema de España en términos más pre-cisos, claros, lógicos, y eso es, en resumen, lo que caracteriza a la nue-va generación: un mayor sentido de la lógica» 83.

Hacia Aranjuez camina la representación más completa, el fron-tispicio, de la nueva juventud intelectual. Encabezados por José Orte-ga y Gasset, le acompañan Corpus Barga, Ramón de Basterra, Cons-tancio Bernaldo de Quirós, Manuel B. Cossío, Enrique Díez Canedo,Luis Fernández Ardavín, Federico García Sanchiz, Alberto JiménezFraud, Ramón Gómez de la Serna, Francisco A. de Icaza, Juan RamónJiménez, Enrique de Mesa, Leopoldo Palacios, Gustavo Pittaluga, Pe-dro Salinas, Luis de Tapia y Luis de Zulueta. El político más impor-tante: Alejandro Lerroux. Junto a ellos, Francisco Acebal, FelicianoÁlvarez, Julio Antonio, Joaquín Argamasilla, Francisco Beltrán, To-más Borrás, Álvaro Calvo, Juan Cobián, Fernando Gilis, José MaríaGonzález, D. W. T. Hilles, Ramón Jaén, Tomás Maestre, LeandroOroz, el marqués de Palomares del Duero, Luis Pérez Bueno, Emilia-no Pérez Juan, José Prieto del Río, Rodríguez de la Peña, Luis RuizContreras, Víctor Said Armesto, Amós Salvador, Modesto SánchezOrtiz, Ramón María Tenreiro, Miguel Vaello, Alberto Valero Martín,

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Gonzalo Valco Masem, Enrique de la Vega, Ángel Vegué y Rogelio Villar.

Desligado de connotación política alguna, el acto podemos califi-carlo de auténticamente intelectual. Se trata de un homenaje, de unreconocimiento, de un saludo generacional a la labor de los predece-sores. Distinguiremos dos planos a la hora de indagar en los motivosde la convocatoria. En primer término, nos hallamos ante las causasinmediatas: son la excusa, la razón superficial que aparece sobre lascartulinas de las invitaciones. Azorín es rechazado en nuestra Acade-mia. Ortega ha alzado la voz en este sentido: «No cabe hacer un motíncontra la Academia, porque esta dama es inexpugnable. Bastaría quenuestro acto tomara un cariz ligero de imposición y viva protesta paraque la Academia elevara a caso de conciencia la exclusión de Azorín» 84.Se tratará tan sólo de «marcar simplemente nuestro justificado deseode que Azorín sea académico».

Leemos las letras anteriores en la carta que el pensador madrileñole envía a Roberto Castrovido, director de El País, cuando se anunciaen su periódico el acto que él mismo se encuentra organizando. Orte-ga trata de quitar hierro con su misiva a un acto que tan sólo trata demanifestar un sentimiento de adhesión. No se trata de que los «sillo-nes de inmortalidad sean ocupados según un régimen plebiscitario».Dejemos la democracia para el Parlamento y para las elecciones, «de-jando que las Academias se gobiernen por vagos procedimientos aristo-cráticos». En un país en donde la desatención hacia la poesía, la literatu-ra y el arte es general, es posible que se haga el vacío a un personajecomo Azorín. Luego vendrá el tiempo para arrepentirse de los olvi-dos, cuando nada hay que hacer ya para remediarlos.

En primer término «se trata de esto simplemente», afirma Ortega:«Corregir la desatención pública de que entra a participar la Acade-mia, por lo visto». Es más, tampoco se trataría de rebelarse seriamentecontra la Academia, sino más bien de alzar a Azorín e intentar, a travésdel arte de la evidencia, transformar la distracción y desinformaciónde la misma sobre el autor español «que con mayor eficacia fomentahoy, entre la gente joven, la lectura de los libros castizos [...], el hechode su eficacia es tan patente, que no podrá borrarlo ni encubrirlo esamodesta opinión particular». En última instancia, no nos preocupe-mos, que de nada conseguir, «nos cabría el placer de haber estado en

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Aranjuez con Azorín, escritor romántico, viendo cómo en un día deotoño, alanceados por el sol, se convierten los árboles de los jardinesen altas llamaradas de oro» 85.

En el mismo sentido, El País afirma que «a la Academia Españolale debemos, contra su voluntad, naturalmente, esta manifestación ar-tística, esta solidaridad en la belleza. Bien podemos personar o des-preciar su nepotismo. Ya será académico Azorín» 86. El Liberal reto-mará el carácter plebiscitario que Ortega había rechazado en su cartaa Roberto Castrovido: «Trataron los allí reunidos de hacer patente lajusticia con que el admirable prosista, gloria de la literatura hispana,J. Martínez Ruiz, Azorín, merece ocupar un sillón en la Academia dela Lengua. Y para demostrarlo, acudieron en espontáneo plebiscito aotorgarle unos votos, que bien pueden ser tenidos en cuenta, ya queson los de toda la joven intelectualidad» 87.

Adolfo Maralilach descreerá de tan buenas razones y denuncia unmontaje interesado por parte de la intelectualidad madrileña: «Se tra-ta de nombrar académico a Azorín y la conducta de nuestros genios ygeniecillos cambia por completo —en referencia a la anterior posiciónde los mismos respecto a los premios Nobel y las candidaturas de Ra-món y Cajal, Echegaray y Pérez Galdós—. A ellos no les va nada conque el gran prosista castellano entre o no a formar parte de una Cor-poración que limpia, fija y da esplendor a un idioma que desprecian.Pero con ser esto así han emprendido una intensa campaña en favorde Martínez Ruiz académico. Mal hará Azorín si cree en la sinceridady en la honradez de esta campaña. Yo, que lo sé muy bien, puedo afir-mar que es interesada» 88.

Reunidos en fraternal encuentro, los más de cincuenta comensalesalmuerzan en lo que constituye la primera parte del acto. «La comida—nos recuerda Ramón Gómez de la Serna— transcurrió entonada, enel comedor de palacio de pueblo del hotel y al final de ella salimos delreceptáculo agobiador del Real Patrimonio. Los brindis no fueron enel comedor. Después del ruidoso arrastre de sillas y malhumoradodeje de servilletas, después de ese último momento en que se recuerdael último sorbo de café, salimos a los jardines de Aranjuez» 89.

Al principio de la tarde, la pléyade de jóvenes intelectuales sedirige a la glorieta del Niño de la Espina, en donde se desarrollaránlas alocuciones. Un parsimonioso trajín de sillas con la rémora que

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imponen los primeros momentos de la tarde invade el silencio delos jardines. Acompañado de «un lento sol casi blanco» y «el mirlocon su breve chorro de aguda música», Ortega, alma de la organiza-ción del evento, inaugura el acto con unas breves pero intensas pa-labras.

El pensador madrileño explica el doble plano, el doble sentido,que fundamenta la fiesta. El más «sencillo y próximo», que no el de«menos importancia moral», es el que ya hemos referido: «Nos hemosjuntado aquí —afirma— unas cuantas gentes dispuestas a otorgar confruición el santo sacramento del aplauso» 90. El segundo plano, en elque luego indagaremos, el «más complejo y transcendente preferiría-mos que usted mismo se encargara de interpretarlo».

Ortega reivindica la «pura voluntad del aplauso» que no se en-cuentra en un país en donde tanto se aplaude al político —nos halla-mos ante el aplauso como un «acto de postulación inferior» o un «ges-to de odio»— y a las glorias nacionales, en donde nos aplaudimos anosotros mismos. En el caso de Azorín, la juventud intelectual le rindeun «aplauso puro» que «proviene automáticamente de una de esas sú-bitas dilataciones del ánimo que ante una perfección, aparezca dondeapareciere, experimenta todo hombre honrado y sensible».

En la breve alocución del pensador madrileño, descubrimos unvelado llamamiento al aristocratismo intelectual. Así, el reconocimien-to de los méritos positivos, por encima de la envidia, la ligereza, el des-dén, la desatención, tal y como ahora se hace con Azorín, constituyeun «lujo espiritual, propio de las almas bien nacidas». Y allí en dondeno se ejercite esta valoración, la vida pública pierde «toda perspectivay jerarquía, triunfa la ineptitud y se pone a gobernar la astucia».

El aplauso puro se otorga a «un artista exquisito», a «quien ha di-rigido una mirada más afectuosa a esos años del siglo XIX, humildespor sus resultados, pero sembrados de fervor y sacudidos por un fuer-te dinamismo».

Tremendamente irónico, Ortega deja en el aire el segundo plano,el trasfondo último del acto: «Otros dirán ahora los sentidos más com-plicados de esta fiesta» 91.

Sabiamente intercalada la prosa con el verso, la poesía resuena enAranjuez en la voz de Juan Ramón Jiménez: «La mejor de las rosas denuestras emociones/ se erige hacia la llama de tu alto pensamiento [...].

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Así, virtud, idea y verbo acojan, plena/ gracia, este laurel vivo, paramayor decoro,/ regio, ardiente y divino por la magia serena/ del otoño,que enciende nuestras almas de oro» 92. Momento álgido que quedaimpregnado en la memoria y en la pluma de Ramón Gómez de la Serna:«Fue un banquete modelo en el que lucieron dos presencias impor-tantes, la de don José Ortega y Gasset —capitán del futuro español—y Juan Ramón Jiménez, poeta mágico de los jardines de España» 93.

Pío Baroja envía su texto desde París. De su lectura podemos de-ducir algo más del sentido último y final del acto. Pero antes de esohagamos un breve recorrido por la alocución del novelista vasco.

Baroja es, sin duda, la gran voz del 98 que acompaña a la de Azo-rín en Aranjuez. Ambos ejercen de puente intelectual entre dos gene-raciones. Una madura, plenamente formada, expele todo su ejemplo.La otra, naciente pero no titubeante. Baroja hace una semblanza delos recuerdos que Azorín le trae a la mente. Recuerdos, ante todo,de una colaboración: «Juntos hemos formado utopías políticas y litera-rias y hemos publicado periódicos» 94. Baroja recuerda el viaje literariocompartido con Azorín en empresas como las de las revistas Arte Jo-ven y Juventud. Recuerdos de la colaboración junto al levantino y aMaeztu en tareas más dogmáticas. Recuerdos de la coincidencia en laredacción de El Globo y reproche cuando Azorín «comenzó a adquirirel sarampión maurista, del que, afortunadamente, ya se va curando».Baroja elogia su prosa —«la más clara, la más lúcida, la más flexi-ble»—, su capacidad psicológica —«ha pintado el alma atávica de lospueblos castellanos»— y su labor de crítico —«agudo y claro para losantiguos, benévolo con los modernos».

Azorín es ante todo un escritor español que «tiene la gran impor-tancia de haber sido el maestro de su generación». Desde este punto,Baroja nos traza una importante consideración: a diferencia de Clarín,que logra ensañarse con los principiantes, con las nuevas generacio-nes, Azorín «ha sido de los que han elogiado con entusiasmo los auto-res noveles». Azorín es un modelo para la nueva intelectualidad y asínos lo hace saber Baroja: «Merece Azorín como pocos el entusiasmo yel reconocimiento de la gente joven, de la gente que sueña con el re-surgir del espíritu y de la intelectualidad de la Patria» 95. Aquí pode-mos leer algo más. Azorín, modelo de una nueva generación que in-tenta el renacimiento intelectual y espiritual de su patria. Ahora sí que

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tenemos el trasfondo, el segundo argumento de la celebración: la con-solidación como grupo generacional de unos jóvenes que purifican yengrandecen la misión a la que se enfrentan con la mirada detenida enel gran ejemplo, en el gran modelo que representa el maestro levantino.

Antonio Machado lleva a Aranjuez su «elogio» al libro Castilla delmaestro homenajeado. El País señala a este libro cuando anuncia laconvocatoria juvenil: «Castilla, una joya, una preciosidad, un primorde artífice del Renacimiento; Lecturas españolas y Clásicos y modernos,son ya tres libros clásicos. Azorín ahonda en ellos en el alma y en elpaisaje de España; Azorín estudia, como nadie hasta él, la personali-dad y las doctrinas de Costa, y nos da a conocer a sus precursores» 96.«Desde mi rincón en Baeza», el poeta interpreta muy bien el nexo ge-neracional que supone el homenaje de la juventud al levantino: «¡Ohtú, Azorín, escucha: España quiere/ surgir, brotar; toda una Españaempieza!/ ¿Y ha de helarse en la España que se muere?/ ¿Y ha deahogarse en la España que bosteza?/ Para salvar la nueva epifanía,/hay que acudir, ya es hora,/ con el hacha y el fuego al nuevo día» 97.

A media tarde se acerca el momento cenital... «Íbamos en el díaotoñal como a presenciar el ajusticiamiento de los oradores, algo asícomo a dar tormento a Azorín. Queríamos empalmar los dos mo-mentos, el de la comida y el de los discursos sin que resultase que ha-bíamos puesto paseo en medio. Los árboles tomaron un aspecto in-telectual de algo así como árboles de vidriera y se cernió en el aireuna humedad luminosa de haber estado llorando el paisaje y de dejarde llorar de repente. Buscamos un banco de jardín sobre el que Azo-rín pudiera encaramarse, pero al no encontrar ninguno nos agrupa-mos alrededor del maestro emocionado, y con esa nota poderosa de“par” extraño que tiene Azorín en los solemnes momentos. Enton-ces hizo Azorín uno de los más bellos y rebeldes discursos de suvida» 98.

Desentraña desde la primera línea el enigma que sobrevuela la ce-lebración de Aranjuez: el afianzamiento de la identidad de una gene-ración: «Una consideración capital se ha impuesto a mi espíritu cuan-do surgió la idea de este acto: la consideración —que estaba en elambiente— de que se trataba, más que de celebrar una persona, dereiterar y afirmar una tendencia. Afirmar, reiterar, corroborar, renovaruna tendencia, haciendo una pública manifestación de solidaridad, de

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hermandad espiritual, de fraternal compañerismo» 99. Transmisión delrelevo generacional: los del 98 y los de 14 se encuentran y se miran a lacara. Por encima de fechas y edades aquí les une una idea, un senti-miento, un anhelo: «De viejos y de jóvenes no se puede hablar miran-do a la edad; maestro de algunos de los que nos encontramos aquí fueD. Francisco Pi y Margall, y Pi y Margall, que murió en la senectud,acabó su vida en una esplendorosa lozanía de corazón y de intelecto.Jóvenes hay que son decrépitos; viejos hay que pueden dar leccionesde entusiasmo y de optimismo a los jóvenes» 100. Así lo parece ver tam-bién el comentarista de El País cuando nos habla de que «la genera-ción de 1898, con algunos viejos y con muchos jóvenes, hacen bien ensignificar que con Navarrorreverter [sic], con Bethancourt, con Sara-legui y con el obispo de Jaén, no se creen representados en la Acade-mia» 101.

¿Qué nos une a los del 98 y a los jóvenes ateneístas del 14?, parecepreguntarse Azorín. Si bien podemos hablar de ideas, éstas no provie-nen del mundo de la estética literaria. Las ideas en las que se cifra elnexo generacional no pertenecen en su totalidad al mundo de los va-lores artísticos —«la estética no es más que una parte del gran proble-ma social» 102—; existe un interés supremo por encima de la estética:«Esas esperanzas y esos anhelos se hallan englobados y difusos enotros ideales más apremiantes y más altos» 103. Estas palabras son lasque hacen pensar a Abellán que «la fiesta de Aranjuez en honor deAzorín fue la antorcha que transmitió la generación del 98 a la de 14, yen esa antorcha va prendido el amor y la inquietud por el problema deEspaña...» 104.

Para configurar esa idea, ese ideal, Azorín se sirve de Larra, quienviajando por Castilla y Extremadura, lóbregas y desnutridas, se inte-rroga: ¿dónde está España? Para Azorín la pregunta no ha sido con-testada todavía. No lo ha sido por los hombres del 98 y ahora transmi-te el hondo interrogante a la joven generación. Por ello invita Azorín alos intelectuales que le homenajean a que salgan de su entorno: «De-jad atrás vuestros libros, los teatros, la charla amena de la tertulia [...].Olvidaos de las eternas y alucinadoras discusiones del Salón de Confe-rencias» 105. Recomienda a los jóvenes un paseo por el campo españoldonde aparecen esos pobres labriegos, la contemplación de la miseriadel campo, donde «no hay lumbre ni pan; los hijos de estos hombres

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no tienen escuelas donde aprender los rudimentos de la instrucción[...], estos labriegos, con sus mujeres, con sus niños, pálidos, extenua-dos, cubiertos de andrajos...» 106. Todo esto produce indignación, de-sesperanza, abatimiento... De aquí debe nacer, en palabras de Azorín,un «impetuoso deseo de aniquilamiento y renovación». Gómez de laSerna señala la directa impresión de las palabras del levantino: «Eltono personal de aquel discurso, el aire de clarividencia triste del pai-saje, el algo de comuneros pobres y sin esperanzas que teníamos to-dos, sería difícil de pintar» 107.

El novelista se acusa de no haber articulado un discurso capaz dedar respuestas a esa realidad de España. La vuelta a Madrid supone elretorno a los «discursos grandilocuentes, conferencias, entrevistas,idas y venidas, conciertos y desconciertos, manifestaciones, declara-ciones, programas...» 108. Pero todo esto ¿qué tiene que ver con la tris-te verdad cotidiana? «No acertamos —perplejos, desorientados— acasar —concluye Azorín— la realidad angustiosa y brutal que acaba-mos de ver con la siniestra frivolidad que desfila frente a nosotros».Azorín afirma que nuestra fortaleza, como la de cualquier país avanza-do, no provendrá de los ejércitos y de los acorazados, «la fortaleza esuna resultante del bienestar y de la justicia sociales».

La Generación del 14 nace, como nació y murió su antecesora,con un grave problema social ante sus ojos: «Una disparidad profun-da existe entre la política y la realidad. Con el sentimiento desgarra-dor de esa disparidad ha nacido a la vida del arte una generación es-pañola».

Azorín destaca el doble sentido que debe regir a toda la acción ge-neracional: renovación en lo estético y profunda transformación en losocial. Ambos derroteros han de ir indisolublemente unidos so penade amputar toda perspectiva de progreso: «La agresividad con que hacombatido el artificio político, la ha llevado a combatir, lógicamente,los falsos valores estéticos. Todo se encadena y enlaza. No seríamosconsecuentes si, combatiendo la falsedad en la literatura, la aceptára-mos o toleráramos en la política [...]. A la comprensión del paisajequeremos unir la comprensión de la raza y de la historia».

El escritor levantino cerrará sus palabras a la joven generación conel recuerdo del premonitorio análisis en las memorias de dos ilustra-dos que viajaron a una España que tan poco dista de la de 1913.

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El duque de Saint-Simon visitó Aranjuez en 1721; venía de laFrancia formada bajo Descartes, Racine y Le Notre. En sus Memoriasdeja evidencias del misérrimo espectáculo que, comparativamente, leha producido España.

A fines del siglo XVIII, estuvo en Aranjuez Casanova, caballero deSeingalt. También en sus Memorias, escribirá: «¿Quién duda de queEspaña necesita de una regeneración [...]. Si España recobra algunavez su puesto en la gran familia europea, mucho tememos por ella queno sea sino a costa de una terrible conmoción. Sólo el rayo puede des-pertar esos espíritus de bronce».

«La significación de aquel acto —rememora Gómez de la Serna—pareció que iban a dárnosla en aquel paraje de conspiradores caballe-rescos, que escogen el bosque por sitio de su tenida, verdaderos tem-plarios desposeídos. El secreto de la España de entonces se nos debíapor labios del adivinador, y Azorín, como tantas veces, sin tener encuenta sus concomitancias con poderes y representaciones, dijo la ver-dad de España» 109.

Luis Fernández Ardavín glosa las palabras de Azorín en El Libe-ral. En un tono de exaltación clama por el advenimiento de la autén -ti ca transformación de España, el olvido del eterno casticismo quenos atrapa y la superación renovadora: «España: por ti pasó el Cid,pero —¡ay, tierra querida!— el Cid ya no sirve para tus cantos... ¡Lehan comido los gusanos del tiempo!... En ti se extasió Teresa; pero—¡ay, tierra querida!— tus muchos éxtasis trajéronte a tu mucha po-breza... El dinamismo es vida... ¡Renovación! ¡Renovación y dinamis-mo!» 110. El españolismo legendario que representa el Cid y el españo-lismo místico de santa Teresa han de ser definitivamente enterradospor un transformado españolismo de cultura y bienestar de tonos eu-ropeizantes: «Entonces seremos fuertes, con otros timbres que osten-tar, no por la fuerza misma, sino por la incansable labor del pensa-miento y el imperio de la justicia [...]. ¡Renovación! ¡Renovación!Ésta es la palabra. Esto es lo que Azorín desea para España, para queno muera. España es aún mística, ignorante y misérrima; florida desensualismo [...], pero sombría de espíritu». Azorín descubre a la nue-va juventud intelectual la misión no concluida, el esfuerzo regenera-dor que se perpetúa y se impone a quien, tras contemplar el yermo na-cional, se interroga con Larra: ¿dónde está España?

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Los del 98 han tomado la tensión espiritual a una España que seagota por momentos; «él —Azorín— se siente orgullosamente espa-ñol; pero su orgullo es triste, es melancólico y amarillento». Azorínquiere expresar en el relevo generacional la conmoción de lo inacaba-do. Los del 14 lo homenajean y reciben del levantino la pesada res-ponsabilización regeneradora.

Tanto en los días previos como en los posteriores a la celebracióndel acto de Aranjuez, Azorín y los organizadores del mismo —JuanRamón Jiménez sobre todo— reciben multitud de cartas y telegramasde personas que bien se adhieren al acto o bien excusan la imposibleasistencia. Políticos, escritores, periodistas..., engrandecen con susmisivas el sentido del acto. Antonio Maura, Emilio Junoy, Juan de laCierva y Ángel Ossorio, entre los primeros, excusan la ausencia —«unmucho de abogacía y un algo de política» me impiden sumarme, de-clara el último de ellos—. Pero la lista se completa con lo más relum-brante de la intelectualidad del momento. Gabriel Alomar —que seencuentra en Figueras—, Jacinto Benavente, Manuel Bueno, AméricoCastro, Manuel Machado, Gregorio Martínez Sierra, José Moreno Vi-lla —«trataré de santificar la fiesta leyendo el entrañable devocionarioCastilla»—, Federico de Onís, Eugenio d’Ors —que ante la imposibi-lidad de asistir envía a Xenius, «mi libre demonio»—, Benito PérezGaldós, Pedro de Répide, José María Salaverría o Valle-Inclán —«yo,en mi retiro, apenas sé cosa del mundo, y supe tarde de esa fiesta deperipatéticos en los Jardines de Aranjuez. Mi sentimiento ha sidogrande al verme ausente ese día, en el número de los que le admiran yle quieren». Por distintos conductos y medios, manifestarán su adhe-sión, entre otros, Manuel Bueno, Roberto Castrovido, sus compañe-ros de redacción del Abc, Pedro Corominas, Luis Nicolau d’Olwer,Prudenci Bertrana, Gabriel Miró, José Carner, Andrés GonzálezBlanco, Pedro Mourlane Michelena, Pompeyo Gener, Eduardo Gó-mez de Baquero (Andrenio), Luis Bagaría, Ricardo Baroja, EduardoMarquina y José Castillejo.

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10. LA IDENTIDAD ESCRITA DE LA GENERACIÓNDEL 14. EL SEMANARIO ESPAÑABAJO LA DIRECCIÓN DE ORTEGA (1915)

EL GRAN PROYECTO EDITORIAL DEL 14

El acto del teatro de la Comedia, el 23 de marzo de 1914, es el acto ce-nital de todo el proyecto de la Liga de Educación Política. El nuevoente intelectual casi muere con el propio acto de alumbramiento. Laexplosión de energía en la Comedia refleja las ansias de intervenciónde toda una generación, pero, como tantos otros proyectos acosadospor el ímpetu, su alcance no llega más allá de los primeros pasos. Elprecedente de Joven España ronda a esta muerte súbita.

Más allá de la duración y los efectos que tuvo el movimiento ini-cial de la Liga de Educación Política, hay que señalar que su puesta enmarcha agrupa la dirección espiritual de un nutrido grupo de intelec-tuales cuya presencia e interés no habían quedado agotados del todo.

Aunque la revista España no es el órgano de expresión de la Liga,porque ésta no ha rebrotado en 1914, sí que es el proyecto que heredatoda la carga espiritual y renovadora con la que los hombres del 14 ha-bían concebido la Liga de Educación Política.

Desde el 23 de marzo de 1914, se planea la publicación de una re-vista que responda a la llamada renovadora y educativa que Ortegalanza en su conferencia «Vieja y nueva política». Así se lo recuerdaUnamuno a Federico de Onís en una carta fechada el 6 de mayo de1914 1. Salvador de Madariaga confirma la misma impresión: «Deaquel discurso salió la Liga de Educación Política, en la redacción decuyo manifiesto me cupo colaborar; de toda aquella fermentación, cuyospiritus rector era Ortega, salió la idea de publicar una revista nacio-nal» 2. Ernesto Giménez Caballero comentará en 1933: «La revistaEspa ña fue fundada en 1915 [...], los auténticos lanzadores de aquella

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revista fueron los hombres de la generación posterior a la del 98. Lageneración “reformista, neokantiana y europeizante”. La de Ortega yGasset y Eugenio d’Ors» 3.

Es precisamente un oyente de la afamada conferencia de Ortega,Luis García Bilbao, quien pone a disposición de Ortega y su círculolas 50.000 pesetas que había recibido por la herencia procedente deun establecimiento de comercio madrileño. Ruiz Castillo aportará lasprensas de la editorial Renacimiento y el asesoramiento como editor.La correspondencia entre Ortega y Ruiz Castillo permite desvelar al-gunos pormenores del nacimiento de la revista: en carta de 18 de juliode 1914 se comprueba que los encargados de los preparativos en Ma-drid eran Ruiz Castillo y García Bilbao; tenían preparados los estatu-tos, la propaganda, el programa y los carteles publicitarios; como ilus-trador se baraja la idea de que lo sea Luis Bagaría 4.

Luis García Bilbao había escuchado a Ortega explicar en la Es-cuela Superior de Magisterio de la calle Montalbán —fundada por laJunta para Ampliación de Estudios— un curso sobre Descartes. Corríael año 1910 y Ramón Carande, testigo de aquellos momentos, lo re-cordaría así: «Las lecciones dadas en la escuela las escucharon, entreotros, con afán, como oyentes, Luis García Bilbao, Regino y un mala-gueño pequeñito, muy listo; Joaquín Álvarez Pastor, o cosa así, se lla-maba un condiscípulo de Ortega en el Palo. Terminada la lección es-cuchaban un apéndice, caminando en compañía del maestro, Joaquíny Regino, para dejarle en su casa, creo que en la calle Goya, número 6.Luis, humilde, enemigo de hacer actos de presencia desaparecía pre-suroso para eludir aquel trance. Antes del día de la conferencia de laComedia no había cruzado la palabra con Ortega; tampoco en dichafecha, ni en las más inmediatas» 5.

El acto del teatro de la Comedia se sitúa en el origen de funda-ción de la revista, dado que la profunda impresión que ésta produceen García Bilbao es la que le anima a poner el dinero para el proyec-to: «Aquel acto memorable para muchos causaría una auténticaconmoción en el ánimo de Luis García Bilbao. Atravesaba una cri-sis de desesperanza; era un profundo emotivo, propenso a la melan-colía; estaba descontento de sí mismo; se creía cargado de culpas,todas de omisión. Sin perder su inocencia, ni aquel buen humor ju-venil, que le evadía de sus remordimientos, sufría largas horas de-

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presivas. Creía haber perdido el norte y, de pronto... vuelve a des-cubrirlo...» 6.

Dos elementos se añaden a los reseñados para explicar la funda-mental aportación patrimonial de García Bilbao. Por un lado, su desa-pego al enriquecimiento personal: «El gesto de Bilbao, que no erahombre opulento, no sorprendería a sus íntimos cuando, pasado eltiempo, lo conocieron por tercera persona. Sabíamos que, además deno estimar el dinero, nunca lo consideró cosa suya; su desprendimien-to rayaba en la prodigalidad; lo ponía en manos extrañas —las suyasestaban horadadas— apenas notar que lo apetecía o lo necesitaba al-guien que lo emplearía bien. Lejos de envanecerle el fomento de aque-lla o de cualquiera empresa, le avergonzaba, le enojaba, que la gente leatribuyese dádivas y que alguien las festejara» 7. Esta humildad alcan-zará hasta el hecho de no aparecer su nombre en ninguno de los pri-meros ejemplares de la revista hasta que en 1917, en el número 112,publica una poesía —«Bilbao (una impresión de la villa)». En segun-do lugar, parece ocultarse en la compleja personalidad de García Bil-bao una tendencia hacia lo político que se incentiva al escuchar las pa-labras de Ortega: «Ya dije que, en tiempos anteriores, sus amigospercibimos el primer brote de una inquietud política que no imaginá-bamos muy honda. Aquella conferencia sería el chispazo que encen-dería anhelos en su sensibilidad exquisita» 8.

El 29 de enero de 1915 aparece el primer número del órgano pe-riodístico más importante de la Generación del 14: su nombre, Espa-ña. «Claro que se llamaría ESPAÑA —escribirá Madariaga—. PorqueEspaña era lo que nos dolía a todos, y la generación del 98 había inten-tado ya publicar un diario con nombre tan evidente, sólo que las leyeseconómicas de la viabilidad de un diario resultaron inexorables paratal empresa. En el fondo, se trataba de lanzar un periódico (o una re-vista) a contrapelo del país, en la que las cosas pesaran más que laspersonas; pero en un país en donde, en cuanto se comenzaba a hablarde cosas y no ya de personas, la gente perdía interés» 9.

A la hora de idear un título se piensa —según recuerda Eugeniod’Ors— en «España-1914», apelativo con el cual ya se identificaba ala generación de Ortega 10. La portada del primer número viene enca-bezada por la palabra ESPAÑA, debajo aparece el año 1915 y, comosubcabecera de la revista, «Semanario de la vida nacional». La revista

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tenía su redacción en la madrileña calle del Prado, 11, y se imprimía enel establecimiento editorial Renacimiento de la calle San Marcos, 42.

Un simple análisis del cuadro de redactores y colaboradores nossirve para completar una espléndida lista de personajes centrales yepisódicos de lo que hemos llamado Generación del 14. Como redac-tores de la revista aparecen José Ortega y Gasset, Pío Baroja, Ramirode Maeztu, Ramón Pérez de Ayala, Luis de Zulueta, Eugenio d’Ors,Gregorio Martínez Sierra y Juan Guixé; Díez-Canedo es el secretariode redacción. En opinión de Tuñón de Lara, «la heterogeneidad de suequipo, la profesión específica de la mayoría, que no es la de periodis-ta, su dispersión geográfica, son otras tantas razones para suponerque se trata, más que de otra cosa, de lo que hoy suele llamarse unconsejo de redacción, que orienta, pero que no hace prácticamente lapublicación. Y aún así, no creemos que haya sido confirmada la praxisconsultiva de esa especie de areópago creado en torno a Ortega» 11.

Los colaboradores desde Madrid forman una exquisita pléyade derepresentantes de la Generación del 14: Francisco Acebal, FranciscoAlcántara, Melchor Almagro, José López Pinillos, Luis de Tapia, LuisAraquistain, Manuel Azaña, Luis Bello, Manuel Bartolomé Cossío,Domingo Barnés, Jacinto Benavente, Enrique Díez Canedo, Fernán-dez Ardavín, Federico García Sanchiz, Manuel García Morente, Luisde Hoyos, Enrique de Mesa, José Moreno Villa, Federico de Onís,Leo pol do Palacios, Gustavo Pittaluga, Adolfo Posada, José MaríaSala verría, Ramón María Tenreiro y Ramón del Valle-Inclán. Las colabo-raciones artísticas correrán a cargo de Romero de Torres, Bagaría, Pe-nagos, Ricardo Baroja y Julio Antonio, entre otros 12.

Aunque muchas de estas personalidades habían presenciado laconferencia de la Comedia y se habían identificado con el proyecto deOrtega, la revista aparece, como hemos dicho, desligada orgánica-mente de la Liga de Educación Política. En el mismo sentido, recono-cemos en esta nómina de colaboradores a muchos de los asistentes alacto fundacional del Partido Reformista en el Retiro y del acto delMelquíades Álvarez en el hotel Palace, aunque anotemos en el grupode redactores algunas memorables ausencias respecto a la intelectuali-dad reformista, caso de las de Azaña, Barcia y Villalobos 13. Ello tam-poco implica relación de la empresa con el partido melquiadista. Tu-ñón de Lara así lo concibe: «Se ha dicho y escrito que ESPAÑA nació

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como publicación (y hasta como órgano se ha llegado a escribir) de laLiga de Educación Política; y otros que como del Partido Reformista.Esas afirmaciones simplifican las cosas más acá de la realidad [...]. Eraalgo más complejo, ni siquiera una correa de transmisión, cosa imposi-ble con semejante elenco intelectual» 14. Raúl Morodo nos acota conprecisión el sentido último de la publicación: «La revista España salecomo órgano genérico de expresión del ateneísmo político y del neo-rregeneracionista [...]. Lo que sí se constituye la revista es en órganodoctrinal y lugar de encuentro de la inteligencia crítica y reformista, yfuente hoy inexcusable para ahondar en nuestra historia cultural con-temporánea» 15.

Como decíamos, nada más comenzar 1915, el 29 de enero, apare-ce el primer número de la revista. En su primera plana aparece el edi-torial —«España saluda al lector y dice»—, que nadie duda en atri-buir a la pluma de su director, José Ortega. Su contenido es la másequilibrada muestra de lo que con la revista se trata de conseguir. Eldiscurrir de las ideas nos recuerda las palabras de su director en la Co-media.

El texto se inicia con el desmoralizado diagnóstico que, desde el98 hasta la fecha, se repite. «Durante esos diez y siete años de expe-riencia nacional, raro fue el día en que la realidad pública nos trajootra cosa que realidades ingratas. Cuanto más patriotas éramos, ma-yor enojo sentíamos» 16. Es éste un sentimiento que se extiende desdeel intelectual al comerciante; existe una «vasta comunidad de gentesgravemente enojadas». Para el editorialista, a pesar de todo, nos en-contramos en una buena época. Éstas, las épocas favorables, puedenser de dos clases: las rodeadas de plenitud y de gloria, las de persona-jes brillantes y epopeyas fastuosas y, por otro lado, otras etapas muchomás grisáceas, pero en las que un pueblo se reencuentra consigo mis-mo. España ha entrado en una de estas edades «exentas de gloria perotransidas de sinceridad». Desde el norte hasta el sur, sin hacer distin-ción de clases o condiciones, el editorial pregunta al lector: «¿No escierto que del Parlamento a la Universidad, pasando por las Acade-mias, del Ministerio de la Guerra a los Cuerpos judiciales, pasandopor la oficinas de Hacienda, nada despierta en ti fe? [...]. El despresti-gio radical de todos los aparatos de la vida pública es el hecho sobera-no, el hecho máximo que envuelve nuestra existencia cotidiana».

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Hasta este momento sólo tenemos una negación, pero de una ne-gación no se levanta un Estado. «Es preciso reorganizar la esperanzaespañola [...]. Aprovechemos con religiosa solicitud esta época de sin-ceridad para organizar de nuevo la confianza», exclama Ortega en laprimera página de la revista. Se trata de comenzar una tarea de autoa-firmación, de volver a intentar cumplir los deseos, de reclamar la vo-luntad y el orgullo de ser cada uno por sí mismo: hay que comenzar la«restauración de nuestra raza». Con tonos regeneracionistas, el edito-rial se encarama hasta pedir, como tarea patriótica, la lucha contra unasociedad ahogada en el caciquismo y en la injusticia: «Es urgente fae-na de patriotismo dar un empujón definitivo a todos esos valores des-prestigiados que corrompen nuestra vida colectiva».

Dos puntos importantes no pasan desapercibidos en este primercontacto con el lector. El primero de ellos hace referencia al concretoposicionamiento de la publicación en las coordenadas políticas del mo-mento. El editorial inaugural hace dos puntualizaciones. Una destaca-ble manifestación de rechazo a todo cuanto signifique implicación par-tidista, elemento que conecta muy bien con el manifiesto interés dealejamiento de las estructuras de partidos como vértices salvadores de lapolítica nacional. La cuestión queda muy clara, tal como hemos visto enlas palabras de Ortega en la Comedia, pero ahora se trae de nuevo a co-lación. «¿Partido? No somos de ningún partido actual porque las dife-rencias que separan unos de otros responden, cuando más, a palabras yno a diferencias reales de opinión. Hay que confundir los partidos dehoy para que sean posibles mañana nuevos partidos vigorosos». Quedaaquí renovado el manifiesto interés de alejamiento de todo cuanto re-presente un partido político tal y como se concibe en la España de 1915,es decir, estructuras con un lastre de inmovilismo que las incapacitapara asumir el nuevo reto de regeneración nacional. Por ello Ortega seidentifica con el proyecto de Joven España; por ello, creará la Liga deEducación Política; por ello, aleja a España de toda tensión partidista; y,por ello, creará en el futuro la Agrupación al Servicio de la República.

El segundo tema importante es de máxima actualidad en el mo-mento; se trata del conflicto mundial que se ha desatado en el seno deEuropa: «El momento es de una inminencia aterradora. La línea todadel horizonte europeo arde en un incendio fabuloso. De la guerra sal-drá otra Europa. Y es forzoso intentar que salga también otra España».

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De forma interesante, España lanza su mensaje hacia la periferianacional. La revista nace con una voluntad de no constreñirse al am-biente intelectual madrileño. La tarea de denuncia y reconstrucción esnacional, y nacionales han de ser, por tanto, quienes pongan sus fuer-zas al servicio de la tarea. La revista y el grupo generacional que la sos-tiene encabezan una empresa enmarcada en la idea de estado nacio-nal, sin concesiones: «No es para nosotros Madrid el centro moral delpaís. Por cada pueblo, por cada campiña pasa, a cierta hora del año, eleje nacional. Solicitamos, pues —sin ella nada haríamos—, la colabo-ración de cuantos aspiran a una España mejor y creen que a ella se lle-ga mediante una rebeldía constructora» 17. El semanario retoma esavoluntad descentralizadora que ya había manifestado Joven España.

LA GRAN GUERRA. ALIADÓFILOS Y GERMANÓFILOS EN LA CRISIS

GENERACIONAL (1914-1915)

El 28 de junio de 1914 marca un momento clave en el devenir de lahistoria europea del siglo XX. Francisco Fernando, heredero del tronode Austria-Hungría, es asesinado en Sarajevo a manos de terroristasserbios. Los días siguientes marcan un inusitado movimiento en todaslas cancillerías europeas; un mes más tarde, el 28 de julio de 1914,Austria-Hungría declara la guerra a Serbia. A partir de este momentose desencadena una compleja serie de implicaciones que ponen en piede guerra a media Europa. El día 3 de agosto, Alemania declara laguerra a Rusia y de inmediato a Francia; el 4 de agosto por la mañana,violando la neutralidad de Bélgica, las tropas alemanas atraviesan lafrontera y cruzan el Mosa al norte de Lieja. La guerra ha comenzado.

España se mantiene en estos momentos totalmente ajena a loscomplicados hechos que desencadenan el conflicto: «En julio de 1914—escribe Luis Bello— vive España un periodo de calma, preparatoriode la siesta canicular. La Corte en el Cantábrico, el Congreso discu-tiendo, aplazando, mejor dicho, el proyecto de segunda escuadra ysustituyéndolo por un barquito explorador. Tiros en Marruecos. Elconde de Romanones va a Tánger y desde allí recuerda a los españolesque tenemos compromisos internacionales en África y no debemos re-

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nunciar a nuestra parte de soberanía [...]. Madrid en los periódicos yBarcelona en las calles, volvían a discutir el proceso Ferrer» 18.

El rey se encuentra en Santander en el momento de desencadenar-se el conflicto. Dato, presidente del Consejo, maniobra con rapidez yel día 30 de julio aparece en la Gaceta un real decreto que establece:«Existente, por desgracia, el estado de guerra entre Austria-Hungría ySerbia, según comunicó por telégrafo el embajador de España en Vie-na, el Gobierno de Su Majestad se cree en el deber de ordenar la másestricta neutralidad a los súbditos españoles con arreglo a las leyes vi-gentes y a los principios del Derecho público internacional. En suconsecuencia, hace saber que los españoles residentes en España o enel extranjero que ejercieren cualquier acto hostil que pueda conside-rarse contrario a la más perfecta neutralidad, perderán el derecho a laprotección del Gobierno de su Majestad» 19.

Dos hechos vienen a perturbar este ambiente de neutralismo ofi-cial. El primero de ellos corre a cargo del conde de Romanones, queen un artículo publicado en el Diario Universal, el 19 de agosto de1914, se expresa tajante contra la posición gubernamental ante el con-flicto 20. El artículo provoca la inmediata reunión del Consejo el día20 de agosto y la primera crisis de la neutralidad. Un segundo ataquecontra la neutralidad proviene, en estas fechas inmediatas a la declara-ción de la contienda, de Melquíades Álvarez. El político asturiano,que se encuentra veraneando en Villaviciosa, no duda en ir más allá dela aparente posición de neutralismo de los sectores de la izquierda ydel republicanismo, para reclamar en agosto de 1914 la neutralidadbenévola con las naciones aliadas.

Un tercer frente contra la neutralidad oficial vendrá de manos deLerroux, quien, el 2 de agosto de 1914, protesta por la neutralidad enuna entrevista publicada en El Mundo. Días después, el 10 de agostode 1914, será mucho más claro desde las páginas de El Radical: «Paramis futuros destinos, cualesquiera que ellos sean, yo he renunciadoanticipadamente a todo ensueño imperialista. A lo que no he renun-ciado es a ese instinto de conservación, colectivo, nacional, que se lla-ma patriotismo. Ante conflicto como el actual, ninguna nación euro-pea tiene derecho a la neutralidad. La neutralidad en este caso es unainhibición cobarde» 21. Su posición iba mucho más allá del resto de laprensa republicana que se mostraba proaliada pero rehuyendo cual-

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quier llamada al recurso de la intervención. A principios de septiem-bre 1914, Lerroux declara a Le Journal de París su condición de alia-dófilo y opina que tanto el rey como la mayoría de los españoles parti-cipan de tal condición 22. Algunos días más tarde, a su vuelta a España,es objeto de un intento de apedreamiento por una multitud encoleri-zada que, a las puertas del hotel Palace de Irún, le increpa y le grita:«¡Muera Lerroux! ¡Mueran los traidores y los cobardes! ¡Viva Espa-ña! ¡Viva la neutralidad!» 23. Incidentes parecidos se repetirán en Cá-diz, Sevilla, Granada y Córdoba 24. Como ha puesto de manifiesto Ál-varez Junco, Lerroux «respondía así a la tradición nacional-belicistadel progresismo, a su deseo de afirmar la presencia española como po-tencia en el concierto internacional y al alineamiento, natural en unaformación política de izquierdas, en favor de las democracias liberalesfrente a los imperios autocráticos. Pero también se vieron en ello obs-curos intereses personales, debido a los tratos políticos y negocios deexportación que el propio Lerroux tenía con la república francesa» 25.

Lo que sí parece claro es que su posición le granjea ciertas mues-tras de afecto por parte de algunos sectores de la intelectualidad. Una-muno, distante y crítico con el político republicano los últimos tiem-pos, le felicita por su posición: «También yo —escribe el pensadorvasco—, padre de hijos reclutas, soy intervencionista» 26. Ruiz Manjóncomenta cómo la postura proaliada de Lerroux provoca la simpatía enlos círculos intelectuales madrileños. Así, Enrique de Mesa y Pérez deAyala hablarán de él como un patriota y como la figura más destacadade entre los líderes del republicanismo 27. Por su parte, Azaña expresa-rá sarcásticamente: «Indudablemente Lerroux es un gran estadista,conoce las armas que hay que emplear en este mundillo político espa-ñol: la corrupción y la amenaza» 28.

Analizadas estas primeras quiebras que produce la declaracióndel conflicto, revisemos cuál es la situación que se crea en cada uno delos sectores sociales y políticos más significativos en la España de 1914.

Si empezamos por las reacciones en el seno de las grandes corrien-tes políticas, diremos que los conservadores se agruparon —como se-ñala Bello— detrás del neutralismo de Dato 29: «Salvando la excepcióndel señor Sánchez de Toca y de algún otro político de tradición angló-fila y cultura latina que no han faltado nunca en los partidos modera-dos españoles, la masa de las fuerzas conservadoras fue neutralista por

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impotencia» 30. En el seno de los liberales convivían posturas radical-mente diversas, desde la explicada del conde de Romanones hastaquienes, identificados con los imperios centrales, sintieron verdaderaalarma con la postura anterior. Las derechas extremas mostraron unaclara inclinación hacia los imperios centrales. En el fondo, como seña-la Bello, se encontraba «la Kultur del imperialismo alemán frente a lacivilización política parlamentaria y democrática de Francia e Inglate-rra. De estas dos atracciones materializadas en el campo de batalla, lasderechas españolas eligieron la más próxima a su concepción del esta-do y del orden social» 31.

Los republicanos y las izquierdas se colocaron en una difícil situa-ción; deseaban el triunfo de las ideas de libertad y democracia que re-presentan Francia e Inglaterra y la derrota del Imperio germano, perosin que ello implique que España abandone la neutralidad 32.

Los socialistas no lograron articular una posición frente al conflic -to 33. Fabra Ribas escribe desde París en octubre de 1915 a propósito desus compromisos como socialistas y como españoles ante el conflictoeuropeo: «Como españoles debemos ser fervientes partidarios de la nointervención armada en el conflicto europeo; porque además de estarpreparados únicamente para ir a estorbar, necesitamos vivir en paz pararecuperar el tiempo y la riqueza derrochadas en las guerras que durantetantos años sostuvimos en el exterior y en las antiguas colonias. Ahorabien; la no intervención armada y la neutralidad oficial, no puede ni debeimpedir que contribuyamos moral y materialmente, en la medida de loque podamos, a la derrota del kaiserismo, ya que el triunfo de este po-deroso aliado de los reaccionarios de nuestro país podría conducirnos—y nos conduciría seguramente— a una terrible guerra civil y a unconflicto con Portugal. En fin, como socialistas y como españoles, nostoca estar ojo avizor y actuar con todas nuestras fuerzas en el panoramanacional con objeto: [...] de recordar continuamente a la opinión y alos gobiernos, que somos vecinos de Francia e Inglaterra por los cuatrocostados, y que si bien no hemos de humillarnos ante estas naciones niante nadie, hemos de evitar que, por torpeza o por ignorancia, encon-tremos mañana frialdad y hasta despego en estos pueblos que si no sonnuestros aliados, conviene que sean nuestros amigos» 34.

En Cataluña, Cambó adoptó una postura absolutamente pragmá-tica; más que interesarse por la victoria de uno u otro bando, su preo-

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cupación se centraba en la posición de España después del conflicto:«A fuer de franco, declaro que no me preocupa gran cosa el que llevenla mejor parte Alemania y Austria o el que alcance la victoria el grupode potencias que con ellas están en lucha [...]. El Congreso internacio-nal que fije después de esta guerra la situación de todos los Estados deEuropa puede constituir —no digo yo que así sea— un momento pre-cioso para que nuestra diplomacia supla la falta de ideal colectivo delpueblo español y prepare un periodo ascensional para la vida de Espa-ña» 35.

Fuera del terreno estrictamente político, dos fuerzas van a jugarun importante papel frente al fenómeno de la neutralidad. En primertérmino, el ejército. Carolyn P. Boyd ha estudiado la política militarespañola durante el reinado de Alfonso XIII y afirma que «pese a pro-pugnar la neutralidad, la oficialidad era abrumadoramente germanófi-la. La admiración por los ejércitos prusianos era una tradición entrelos oficiales españoles desde las victorias prusianas de cincuenta añosantes. Aparte de sus logros técnicos, se admiraba sobre todo la disci-plina y el autoritarismo del ejército [...]. Pero el entusiasmo del ejérci-to por la victoria de los alemanes nacía también de la antipatía frente alos aliados, en especial hacia Inglaterra y Francia, enemigos tradicio-nales de España». Por un lado, frente a Gran Bretaña, deseaban la vic-toria alemana que obligara a devolver el Peñón de Gibraltar. Frente aFrancia, la actuación francesa respecto a Marruecos no había dejadode producir resquemor tras la firma del tratado de 1912. Las asevera-ciones de los aliadófilos, que presentaban la guerra como una pugnaentre la civilización occidental y el barbarismo germánico, eran tajante-mente rechazadas por la prensa militar 36.

Luis Bello resume en cuatro los factores que determinan el germa-nismo de nuestros militares. En primer lugar, «la sugestión del triunfoalemán rápido y aplastante y la superstición de la técnica, perfecciona-da en cuarenta años, durante los cuales la casta militar constituyó en elImperio una aristocracia laboriosa y brillante. 2.º La enseñanza recibi-da en las Academias militares, basada en gran parte sobre la ciencia dela guerra alemana. 3.º Los roces, en ocasiones demasiado bruscos, en-tre nuestro ejército y el francés en la zona marroquí [...]. 4.º La reac-ción hacia la derecha de una gran parte de este ejército que fue en elsiglo XIX instrumento de la libertad y de la revolución» 37.

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No hay discusión a la hora de afirmar que los sectores católicos es-pañoles optaron generalmente por la germanofilia. Edmundo Gonzá-lez Blanco, en su detallado análisis España ante el conflicto europeo,comenta este hecho: «En lo social, conservadores no católicos y católi-cos muy liberales patrocinan la causa germánica». González Blancoalcanza más allá y realiza un pormenorizado estudio sobre las causasde la germanofilia de los católicos españoles. Apunta, en primer lugar,el hecho de que Francia no es católica: «Francia es anticatólica en susinstituciones, son anticatólicos su Gobierno, sus leyes, su prensa, la in-mensa mayoría de sus producciones literarias, su enseñanza oficial...».Del catolicismo inglés no se puede predicar nada mejor: «Se exteriori-za únicamente en obras ordinarias de piedad, que no trasponen losmuros de los templos [...]. La situación del catolicismo en Inglaterraes la del que respira desmayado en la planicie después de subir penosamontaña. De ahí su debilidad, mejor dicho, su impotencia para conte-ner o desvirtuar movimientos de reivindicación anglicana». Por con-tra, el «catolicismo alemán hierve en vida y energías [...]. La esenciadel espíritu alemán es la esencia misma del protestantismo o cristianis-mo reformado, y esta clase de cristianismo constituye, en materias reli-giosas, el acto de independencia de la razón humana» 38. No obstante,la Iglesia se encontró desde el primer momento con el importante di-lema de «atender a las apelaciones desesperadas de los católicos bel-gas y del cardenal Mercier o a los intereses de orden moral y materialque unen al Pontificado con el Imperio austro-húngaro» 39.

En el mundo de la intelectualidad el conflicto bélico produce unaimportante quiebra. José María Salaverría, germanófilo de pro, dibujala situación desde el plano cultural: «Con una unanimidad que asusta,los intelectuales latinos se han puesto al servicio de los aliados. Peroen España ha sido más evidente la unanimidad, más digna de preocu-pación. Ello importa una cualidad gregaria, zurda, irresponsable, denuestro mundo intelectual [...]. Mediante una santa simplicidad, ca-racterística de los medios literarios, poco trabajados, se ha resuelto elconflicto todavía más expeditamente: todo germanófilo, así, está in-cluido en las huestes reaccionarias. Unos cuantos señores, por partemilagrosa, nos hemos visto transformados en carlistas sin apelación,sin excusa, ni remedio». Salaverría denuncia la simplicidad y el esque-matismo con el que es tratado un problema tan complejo; le sucede

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algo parecido a lo que ocurre con Baroja; se halla frente al difícil cami-no de situarse junto a Alemania y no cargar con todas las connotacio-nes negativas que tal decisión implica. «¿Pero es —se pregunta Sala-verría— admisible, en un país positivamente neutral, la existencia deuna tiranía de literatos que niegan a otros tan literatos como ellos elderecho a discrepar? [...] Lo singular de esta guerra, en el sentido in-telectual, es que los adeptos de los aliados se ufanan como defensoresde la libertad y se portan, en efecto, precisamente como despóticos,en el sentido más triste de la intolerancia» 40.

La revista España aparece en medio de este torbellino en el quealiadófilos y germanófilos luchan por atraerse la mayor cuota posiblede la opinión pública española. España significa un importante hito enel seno de la propaganda aliadófila a la que se adscriben sin renuen-cias los componentes del grupo generacional. Si los hombres del 14son aliadófilos, España significa el instrumento básico para proyectarese sentimiento en la sociedad española. Si analizamos el contenido dela revista durante 1915, año de la dirección de Ortega, podemos dife-renciar todos los matices de esta aliadofilia militante que vertebra a lapublicación. Pero vayamos por partes.

Al lector contemporáneo de la revista le sorprende el tratamientode algunos temas relacionados con el conflicto desde sus primerasentregas. Así, en el segundo número se da inicio a una encuesta titu-lada «Después de la guerra». El tono intelectual de la propuesta esindudable se trata de pedir la opinión a una serie de destacadas per-sonalidades, ajenas básicamente al mundo ejerciente de la política,sobre la siguiente cuestión: ¿qué corrientes políticas, sentimentales eideológicas dominarán en Europa después de la paz? Ortega envía lacuestión a Unamuno, Ramón y Cajal, José Rodríguez Carracido, JuanMadinaveitia, Armando Palacio Valdés, Joaquín Sánchez de Toca, elarzobispo de Tarragona, Ramón Turró y Luis Calpena.

De la lectura de las contestaciones se desprende un indudable de-seo por la restauración de una paz sustentada en la victoria de los alia-dos. Unamuno califica el conflicto bélico como una «lucha de la de-mocracia popular contra el imperialismo de Estado». Europa se havisto arrastrada por una ola germanizante cargada de dogma y ortodo-xia, «Francia [...] dejó que invadiese su Universidad la técnica inespi-ritual del mandarinato tudesco». Unamuno predice un retorno al ro-

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manticismo, a la intuición, a la fe en el libre albedrío, a la genialidad...«Irá obscureciéndose aquella ramplonísima filosofía sedicente cientí-fica, aquella nueva y no menos bárbara escolástica, y la filosofía volve-rá a ser, ante todo, creación, poesía [...]. Yo por mi parte me preparo aresurgir romántico y herético» 41. En carta a Ortega comentará y en-mendará esta parte final del artículo: «Acabo de ver, mi querido ami-go, el segundo número de España y en él mis líneas y en éstas al finaluna errata que altera totalmente el sentido. Yo escribí: “Yo por miparte me preparo a un resurgir romántico y herético”. Y la suprensióndel un cambia del todo el sentido. No soy yo, es el mundo del espírituel que espero que resurja así» 42.

Tanto Ramón y Cajal como Rodríguez Carracido insisten, con tin-tes cientifistas, en la guerra como producto de la degradación huma-na 43. El segundo, mucho más metafórico, afirma que «los pueblos seprecipitan unos sobre otros con la misma inevitable fatalidad que es-tallan las tempestades en la atmósfera y se despeña el agua en los va-lles» 44.

Es interesante comprobar cómo surge una visión de los comporta-mientos humanos que nos remite a diferentes valoraciones de los pue-blos y las culturas. La idea de que, en el fondo, lo que nos separa porencima del concepto territorial de Estado son diferencias genéticas yraciales no aparece superada todavía. Palacio Valdés, desmoralizado,plantea el conflicto como una lucha entre el ideal germano y el latino.Mientras que el primero ha elaborado un concepto de Estado según elcual los buenos son los fuertes y los malos los débiles, «nosotros, loslatinos, cuyo instinto vital ha disminuido, somos decadentes, impo-tentes y debemos dejar el sitio libre a la raza germana cuya vida se ha-lla en progreso y representa lo más alto y espléndido de la humani-dad».

La revista España será terreno apropiado en el que se proyecteuna de las manifestaciones más destacadas del conflicto en la opiniónpública española. Si la guerra produce un profundo cisma en la socie-dad, éste lo es más intenso en el ámbito intelectual. Por ello, el conflic-to bélico depara entre los círculos periodísticos, académicos y cultura-les una suerte de enconada batalla instrumentalizada a través delgenuino medio de expresión en estos cualificados estratos sociales: elmanifiesto.

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Se ha llegado a calificar al conflicto mundial en relación a Españacomo de guerra de manifiestos. En efecto, a lo largo de sus primerosaños ven la luz algunos manifiestos que apoyan a alguno de los dosbandos contendientes. En el segundo número de España se publica el«Manifiesto de los “Amigos de la Unidad Moral de Europa”» 45. El ar-tífice espiritual del nacimiento de este manifiesto es Eugenio d’Ors. Elescritor catalán manifiesta sus inquietudes derivadas del conflicto enlas cartas que titulará Tina i la Guerra Gran; allí encontramos un pro-yecto europeísta por encima de las banderías que guerrean en Europa:«¿Qué me importa, en la presente lucha, vuestro anhelo, camaradas?¿Votáis por Francia? ¿Votáis por Alemania...? ¡Mi voto es por Euro-pa! ¡Mi anhelo es por la reconstitución mística del Imperio de Carlo-magno; desde Colonia al Ebro!» 46. D’Ors proclama un europeísmocultural de difícil encaje con las disputas nacionales en las que se hallaenzarzado el continente.

La frase clave del manifiesto es esta: «El principio de que partimoses que la terrible guerra que hoy desgarra al cuerpo de nuestra Europaconstituye, por definición, una Guerra Civil». En efecto, si partimos,como lo hace el manifiesto, de la «creencia irreductible en la unidadmoral de Europa», el conflicto europeo supone una lucha de aniquila-ción entre dos partes de un mismo ente colectivo: «No le ha de ser líci-to, pues, a ninguna de las partes en pugna trabajar por la destruccióncompleta del adversario». Ante la amenaza de naufragio europeo debeimponerse esa creencia en unos valores eternos, supranacionales, quehacen posible que hablemos de Europa como unidad moral; ésta es latarea que se trata de abordar desde el grupo catalán: «Para primer pasode la obra, nos esforzaremos en dar la mayor publicidad posible entrenosotros a la noticia de cuantos hechos, declaraciones y manifestacio-nes se produzcan, bien en los países belígeros, bien en los neutrales, yen que se revele la restauración de un sentido de síntesis superior y de al-truidad generosa». El manifiesto llama a la colaboración: «No pedimosotra cosa a nuestros amigos, a nuestra Prensa, a nuestros conciudadanos,que un poco de atención a estas palpitaciones de la realidad, un poco derespeto a los intereses de humanidad superior, un poco de amor a lasgrandes tradiciones y a las ricas posibilidades de la Europa una» 47.

Al manifiesto se adhieren la revista España y la sociedad El Sitio,de Bilbao. A favor del mismo se significan, allende nuestras fronteras,

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Romain Rolland, Arturo Farinelli, Benedetto Croce y Bertrand Rus-sell. Diversos movimientos como Au Dessuis de la Melé, en Francia; laUnion of Democratic Control, en Londres; la Ligue des Pays Neutres,en Suiza, y el Nederlandische Anti-oorlog Raad, en Holanda, se soli-darizan con D’Ors y su manifiesto. El mayor de los apoyos es el de Ro-main Rolland, que había dado a la luz en el Journal de Genève, el 9 deenero de 1915, un artículo titulado «Pour l’Europe. Un manifeste desécrivains et des penseurs de Catalogne» 48.

En el número siguiente al de la publicación del manifiesto leemosen España una columna de adhesión: «ESPAÑA, desde Madrid, seadhiere al manifiesto escrito en la ciudad hermana». El anónimo co-lumnista afirma: «Podíamos resumir en estas palabras su contenido:¡Paz en la guerra!». Se recalca desde luego el carácter civil, fratricidade la contienda, y se reclama la salvación de Europa, por encima desus naciones, apoyada en un consecuente neutralismo: «Pensar queEuropa pueda prescindir de Alemania o de Francia o de Inglaterra esuna mentecatez sólo explicable por la simplicidad o la demencia delque lo piense. No es esto decir que no nos coloquemos con el deseo enfavor de uno u otro de los grupos contendientes» 49.

El manifiesto orsiano representa, en el estado más puro que cabe,la identidad del más equidistante de los neutralismos. Reconozcamoslos derechos y virtudes de Europa por encima de los patriotismos quela componen. Pero D’Ors y su grupo serán de inmediato atacados ydespreciados como germanófilos 50. D’Ors se lanza, en esta espiral deeuropeísmo ascendente, a la crítica de posiciones aliadófilas como lade Unamuno: «Yo sé por qué es adversario de Alemania don Miguel deUnamuno. Yo sé que es adversario de Alemania porque es también, enlo íntimo de su corazón, adversario de Francia. Porque es con plenaconciencia y en explícita definición, adversario de Europa» 51.

Lo paradójico de la cuestión es que, dada la presión crítica ejerci-da sobre el grupo orsiano por parte de los aliadófilos, los primeros severán compelidos a situarse en posiciones germanófilas. Sostendrán,incluso, que llegaban a la germanofilia porque sus detractores les for-zaban 52. El caso más evidente viene protagonizado por Manuel deMontoliu, quien, fiel a la proclama de Eugenio d’Ors —«mientras du-ren las luctuosas circunstancias presentes jamás cesará mi voz de pre-dicar junto a él la indestructible unidad de Europa, la imprescindible

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cooperación que en nuestra definitiva educación nacional, han de te-ner Francia, Inglaterra y Alemania, esas tres gloriosas Europas hoy enlucha por el querer de un destino diabólico» 53—, fiel al llamamientode Eugenio d’Ors, decíamos, tenderá forzosamente al germanismo in-ducido por el acorralamiento aliadófilo: «De aquí viene que nosotros,que lo único que somos en el fondo [es] perfectamente neutrales, ynos hallamos en el equilibrio perfecto de las simpatías hacia las tresculturas maestras, hayamos de hacer acto continuamente de germano-filia ante los apasionados ataques de que es objeto, por parte de mu-chos compañeros, esa porción selecta de la moderna cultura humanaque se llama Alemania» 54.

Un segundo manifiesto proveniente de Cataluña se publica en Es-paña. «Pintores, hombres de ciencia, autores dramáticos, músicos, po-líticos, poetas, industriales, escultores, comerciantes, críticos, dibu-jantes y periodistas de Cataluña han firmado y publicado unManifiesto en que hacen votos por el triunfo de los aliados» 55. El tex-to es rotundamente aliadófilo y ejerce de respuesta a las acusacionesde germanofilia en las que se ve envuelto el grupo de D’Ors: «Nuestraconvicción es que en la guerra actual los supremos intereses de la justi-cia y de la humanidad piden la victoria de los Estados de la Triple In-teligencia»; el amor que se proclama por Bélgica, por Serbia o por In-glaterra se intensifica cuando se trata de Francia, «vecina de Cataluñapor la tierra y por el alma, en donde, Pirineos allá, tenemos hermanosnuestros, gente de nuestra raza, de nuestra sangre, de nuestra lengua».El manifiesto recalca los crueles procedimientos militares germánicosque han «hecho retroceder los sistemas de lucha a los siglos pasados yhan degradado la fuerza, haciéndola instrumento de venganza y de te-mor» 56.

La prensa aliadófila en Cataluña tiene su máximo exponente en larevista Iberia, que contará con un elenco de colaboradores entre losque destacan: Miguel de Unamuno, Ramón Pérez de Ayala, Luis Ara-quistain, Salvador de Madariaga y, entre los catalanes, a Antonio Rovi-ra y Virgili, Jaume Brossa, Gabriel Alomar, Josep Carner, Josep MariaLópez-Picó, Lluís Nicolau d’Olwer, Prudenci Bertrana y JoaquimMontaner. El semanario será un cálido receptáculo de cualquier mani-festación aliadófila y aparece dotado de una excepcional presentacióngráfica con abundancia de fotografías y caricaturas.

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En el número 24 de la revista España se publica el más importantemanifiesto aliadófilo. Se trata del «Manifiesto de Adhesión a las nacio-nes aliadas». Había visto la luz el 5 de julio en Francia, y apenas cuatrodías después aparece en España. Quienes suscriben el manifiesto ennuestro país representan el bloque central de la intelectualidad aliadó-fila en la que se mezcla lo más florido de los «hombres del 14», juntocon destacadas presencias de maestros finiseculares 57.

Este conjunto de intelectuales firman un manifiesto «como espa-ñoles y como hombres» cuya frase central establece: «Estamos ciertosde cumplir un deber de españoles y de hombres declarando que parti-cipamos, con plenitud de corazón y de juicio, en el conflicto que tras-torna al mundo. Nos hacemos solidarios de la causa de los aliados, encuanto representa los ideales de la justicia, coincidiendo con los máshondos e ineludibles intereses políticos de la nación». El manifiestocontextualiza su respuesta ante una «coyuntura máxima de la historiadel mundo» de la que España no puede quedar apeada «a modo deroca estéril, insensible a las inquietudes del porvenir y a los dictadosde la razón y de la ética». El manifiesto razona la necesaria opiniónante el conflicto al establecer que «no sería [sic] bien en estos momen-tos de gravedad profunda, de intensa religiosidad, cuando la especiehumana sufre sin cuento engendrando una más apretada y fraternasoli da ri dad, [que] España, por el apocamiento de los políticos res-ponsables, apareciera como una nación sin eco en las entrañas delmundo» 58.

El propio semanario se hace eco de los comentarios que ha susci-tado el manifiesto en la prensa madrileña. Tan sólo El País y El Liberalcomentan el evento. El primero saca a relucir algunas ausencias entrelos firmantes, así las de Gómez de Baquero, Pío Baroja, Ramón y Ca-jal, Mateo Inurria o la del pintor Villegas.

La más profunda carga crítica se dirige contra los diarios desafec-tos a la causa aliadófila que tildan al manifiesto de no contener «nin-guna idea clara». Frente a esta postura España establece: «Primero:que la opinión pública española no puede estar contenida en los de-nuestos de plumas y gacetas mercenarias. Segundo: que la neutralidaddel Gobierno no puede entenderse como la neutralidad de la nación.Valdría tanto como suponer que España había dejado de existir. Ter-cero: que hay un grupo de españoles que participan, por sentimiento y

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raciocinio, en el conflicto europeo, echándose del lado de los aliados.Cuarto: que la idea de Patria está subordinada a la idea de humanidad[...]. Y quinto: que siendo la cultura un fenómeno universal, los pue-blos débiles pueden cumplir igualmente su misión histórica y tienen elmismo derecho a la vida que los fuertes» 59. El anónimo comentaristadestaca un hecho importante y que constituye uno de los datos más in-teresantes que se derivan del estudio de los aliadófilos españoles: lamayoría de los intelectuales de esta orientación conocen en profundi-dad —incluso se han educado allí— el mundo germánico.

La revista acoge una tercera manifestación colectiva. En este caso,un manifiesto dirigido por católicos españoles al rector de la Universi-dad de Lovaina con motivo del aniversario de su destrucción: «El in-cendio de la Universidad de Lovaina ha merecido y merecerá eterna-mente la execración de todos los hombres que no se avienen a admitirla primacía de la fuerza sobre el derecho; antes al contrario, entiendenque la fuerza ha de ser siempre la esclava y el brazo inconsciente quenecesita el espíritu para realizar la misión que Dios le ha marcado en elmundo» 60. Firman el documento un nutrido número de abogados,profesores de derecho, diputados y periodistas, entre los que destaca-mos a Pedro Sangro y Ros de Olano, Juan de Hinojosa, Antonio deValbuena, Álvaro Alcalá Galiano, Luis Jordana de Pozas y el marquésde Pidal.

POLÉMICAS CON LA GERMANOFILIA: LOS CASOS DE ABC

Y BENAVENTE

La Gran Guerra enrarece el ambiente político y cultural. Los jóvenesintelectuales del 14 muestran su aliadofilia salvando la grandeza cultu-ral alemana; en el polo opuesto se encuentran con los sectores másconservadores del espectro ideológico y sus órganos de prensa. La po-lémica bélica, lejos de mantenerse en los estrictos límites de la rebati-ña sobre la neutralidad o la intervención, desata odios acumulados yhace aflorar un enfrentamiento que se encontraba soterrado. Los inte-lectuales del 14 rompen el envoltorio que los había preservado y reci-ben fuego cruzado desde ciertos sectores de la prensa madrileña. Or-

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tega y sus correligionarios se enzarzan en debate con Abc en unamuestra de inusitada dureza verbal. Las polémicas con la germanofiliadevienen en polémicas de una generación que mostraba sus armas po-líticas de manera progresivamente eficaz. El fondo ideológico que ha-bían aportado al reformismo, los guiños a Canalejas y el eco en pro-gresión exponencial que iban adquiriendo sus órganos de prensaponen en guardia a los círculos conservadores madrileños.

En el fragor dialéctico que se genera en torno a la división de laopinión pública española en aliadófilos y germanófilos, España prota-gonizará alguno de los más sobresalientes ejemplos de esta enconadalucha de verbo e ideas. La polémica —género intelectual por antono-masia— se convierte en especie que se prodiga en el primer año deexistencia del semanario. Así ocurrirá con el diario Abc.

La polémica entre los dos medios se inicia, por parte de España,en la sección de Ramón Pérez de Ayala, «Apostillas». El novelista as-turiano viene a criticar la costumbre del periódico madrileño de apos-tillar sus predicciones confirmadas sobre el conflicto con la frase:«Los hechos han venido a darnos la razón», y dedica toda su corrosivacrítica a la sección «Gráfico de la guerra» del periódico madrileño, es-pecializada, a su entender, en el falso augurio. Respecto al conflictobélico se sustancia una valoración progermana: «Abc es víctima de lasuperstición teutónica, está seguro de la superioridad alemana y deltriunfo de Alemania. Pero esto no quiere decir que Abc sea germanófi-lo. Abc rechaza igualmente este remoquete [...]. Nunca se había mos-trado Abc tan compuesto y amigo de las buenas formas como con oca-sión de la guerra» 61.

Con motivo del cumplimiento de los diez años de existencia deldiario Abc, éste publica una serie de opiniones de destacadas persona-lidades sobre el periódico. España critica la afinidad al medio de todoslos encuestados y la ausencia de grandes personalidades como Unamu-no, Galdós, Baroja, Azcárate y otros. A renglón seguido España mani-fiesta su opinión sobre el «diario alfabético». Tras elogiar el aspectotécnico y tipográfico del periódico, España pasa cuenta de sus conteni-dos: «Debemos confesar que ideológicamente es el Abc el periódicomás funesto de España». Le acusa España de ser un periódico que haapoyado causas retrógradas y combatido las más liberales, al tiempo deser propagador de las «doctrinas y tendencias más perniciosas para el

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progreso político de España». El semanario ataca con dureza: «Lafuerza de Abc proviene de sus grabados y de su aceptable información,pero especialmente de que su nivel mental medio corresponde a la me-diocridad pensante de las clases conservadoras acomodadas». ParaEspa ña el diario madrileño se asemejaría al Daily Mail y a Le Matin porestar dirigido a un público que no participa de grandes ideales, sinoque más bien compra un periódico para que otros piensen por él. «Fe-licitamos —concluye irónicamente España— al Abc como empresa in-dustrial, le leemos a diario, como Juan Belmonte, y le tenemos en elíndi ce de los que son los mayores enemigos de una España más liberaly más rica en substancias espirituales» 62.

Abc contesta el domingo 6 de junio de 1915 con una columna sinfirma. ¿Qué es España para Abc? «España es el órgano personal de lasabiduría del catedrático D. José Ortega y Gasset; es la tribuna dondeeste joven metafísico y otros jóvenes escritores trascendentales, entris-tecidos por la decadencia nacional, vocean su melancolía y pregonansu desacuerdo con todo lo que les rodea. España es en la Prensa unatentativa que tiene muchos precedentes. De tiempo en tiempo apare-ce un grupo de jóvenes heroicos dispuestos a demoler lo que puedan;cuando se cansan de predicar a la nación, desatenta y distraída, y dever que España sigue tercamente su mal camino, llegan otros jóvenesrenovadores con su correspondiente semanario y con las mismas for-midables empresas políticas [...]. Claro está que en el curso de las ge-neraciones, la tentativa se hace vieja [...]. Pero el que sea cada vez me-nos eficaz y más candorosa, por consiguiente, es lo que hace mássimpática la aparición de estos semanarios paradójicos, que represen-tan la tradición de los anti-tradicionalistas y forman una parte curiosay amena, la parte divertida de la Historia».

Abc repara en los ataques que le dirige «el semanario metafísico».Contra la descalificación de sus doctrinas e ideología no hay pesimis-mo alguno porque se «reconoce que son reflejo del pensamiento na-cional. Este sufragio es para nosotros el requisito de conciencia quenos tranquiliza contra los censores» 63.

España acoge positivamente el hecho de encontrar eco en Abc,aunque no acaba de comprenderlo. «Si España es un “periódico para-dójico” escrito por un grupo de jóvenes utópicos y desconocido decasi todos los lectores de Abc, cuesta comprender que el diario alfabé-

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tico le dedicara nada menos que media página. Suponemos que noserá simple generosidad, tratándose de un periódico como Abc dondeEspaña está acostumbrada a pagar 2,50 pesetas por línea por su anun-cio semanal» 64. España, en sus columnas sin firma, no comprende concierta ironía que Abc, periódico que olvida la crítica de libros mientrasque siente auténtica devoción por la crítica de toros, «haya regaladomedia plana a España, no siendo ni siquiera un periódico taurino». Elsemanario que dirige Ortega recuerda las palabras de elogio con quefue recibido desde las páginas de Abc: «Gente ni del todo moza ni deltodo vieja, lo suficientemente reflexivos para que sus enardecimientosno degeneren nunca en ciega acometividad y lo bastante independien-tes para no acatar prejuicios que momifican ideas, prestarán a las pági-nas del nuevo semanario las galas de un fecundo ingenio y la autori-dad de una sólida cultura». ¿Por qué este cambio de postura?, seplantea España.

España descalifica duramente al periódico madrileño, al que acusade «paladín de toda política férreamente autoritaria [...], de toda ten-dencia militarista; en suma, de todos los enemigos del pueblo español.Abc es el viejo y eterno odio a la libertad, modernizado, envuelto engalas ajenas, las de la técnica tipográfica, y no las del espíritu propio».Si Abc había incidido contra Ortega, España lo hará contra Luca deTena, a quien se da por fracasado en otros intentos periodísticos —Gen-te Menuda, Ecos, Actualidades, Gedeón o Blanco y Negro— y que halevan tado Abc sobre cuatro pilares: la carga gráfica del diario, los con-cursos, la «actitud defensiva de los intereses de las clases acomoda-das» y, por último, «una hábil manipulación industrial del conceptode patriotismo». Por ello no duda el columnista en calificar al periódi-co como «una síntesis de exposición gráfica, de rifa popular, de Com-pañía de seguros y de industria del patriotismo» 65.

Con tono sarcástico replica el Abc el día 13 de junio de 1915 y sedirige hacia los periodistas de España como «los pedagogos» o «losdoctores de España». Rechaza la omisión de la crítica de libros («laque algunos autores nos envían de sus obras —con la sinceridad quees de suponer—, ésa es la que no publicamos» 66); proclama el presti-gio de alguno de los colaboradores del semanario y justifica que el«bombo» dado a España se dirigió exclusivamente a reconocer loscontenidos del programa editorial del primer número.

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España se reafirma en sus críticas: «Era necesario decir que Abc esuno de los periódicos españoles más vulgares, aunque vista levita lamayor parte del vulgo que acepta su criterio como artículo de fe [...].Abc es, simplemente, un periódico vulgar, órgano de la incultura bientrajeada» 67. España trata de zanjar la polémica y así se lo comunica asus lectores. Pero Abc replica; desmiente la acusación de cobrar por lascríticas de libros —«al insistir en esta afirmación, el citado semanariocomete a sabiendas una falsedad» 68—, y desafía a España para que jus-tifique cualquier fuente de ingresos diferente a la publicidad 69.

España volverá a la carga: «Lo que dijimos y seguiremos diciendoes que Abc no publica nada que comercialmente no rinda sus benefi-cios, sin que por esto se entienda que cobre directamente a las perso-nas de las cuales se ocupa». Lo que sí afirma España es que Abc renun-cia a la crítica de libros porque «el aumento de venta que producenesas críticas no compensa ni mucho menos el espacio que ocupan»; setrata de renunciar a «esta forma educativa de su público» por razoneseconómicas. «A nosotros —continúa España— nos parece inmoral se-gún el criterio que tenemos de la función educativa que debe desem-peñar la Prensa. Creemos que un periódico no debe de ser una empre-sa puramente industrial, esto es, una empresa donde todo se supeditaa la ganancia, volviendo por completo las espaldas a cuanto signifiqueeducación desinteresada de la comunidad» 70.

En el mismo número 22, España publica una encuesta: «¿Quéopina usted de Abc?», con el objeto de corroborar que Abc no es unperiódico popular. Contestan: Valle-Inclán, M. García Cortés —con-cejal del Ayuntamiento de Madrid—, Gonzalo R. Lafora, AndrésOvejero, Rodrigo Soriano, Faustino Prieto, Ramón María Tenreiro,Eduardo Barriobero, Francisco Bernís, Enrique de Mesa, Miguel deUnamuno y Antonio Machado.

Valle y Unamuno escapan del compromiso justificando que noleen el periódico madrileño. Antonio Machado, muy escueto: «Miopinión es, sobre poco más o menos, la de ese periódico», refiriéndosea la de España. Enrique de Mesa y Ramón María Tenreiro, por ponerdos ejemplos, son más beligerantes. El primero afirma que «Abc es elSansón Carrasco de la prensa española»; Tenreiro diferencia: «En gra-bados, número de páginas, precio... verdadera honra de la Prensa deEspaña. En cuanto al espíritu, ni una sola vez, en los diez años de su

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existencia, riñó Abc batallas por ninguna cuestión central de los ver-daderos problemas españoles» 71.

A través de este enmarañado cúmulo de réplicas se desvela una di-ferente posición de dos medios frente al papel de la prensa en la socie-dad. En el trasfondo de toda esta lucha cabe afirmar que la germanofi-lia de Abc desempeña un importante papel. El semanario rechaza laidea de un bloque periodístico para defender la neutralidad 72.

El ataque contra el germanismo de Abc se encarnará en la personade José María Salaverría, a quien, a pesar de tener «en este periódicoalgunos amigos», España no perdona su corresponsalía desde Paríspara el diario madrileño: «Por eso nos duele tanto más que esté de-sempeñando sin repugnancia en Abc, desde París, la macabra misiónde un payaso en un entierro. No nos explicamos su devoción teutóni-ca, sabiendo que Alemania le es tan desconocida como Sirio» 73.

Una segunda polémica se entabla con otro de los representantesde la intelectualidad germanófila. La colaboración de Benavente en elEl Imparcial es foco permanente de conflicto con el semanario. LuisAraquistain inicia la polémica con una crítica a las palabras del drama-turgo que culpan a Inglaterra —frente a las disculpas de sus intelec-tuales— de la guerra y acentúa su carácter de opinión injustificada en-marcándola en una posición de hispanofilia a la que se llega por «esaotra forma de dogmatismo»: la pereza o la cobardía intelectual; «elprestigio del Sr. Benavente como dramaturgo no puede servirnos parasus juicios históricos» 74.

Tras la respuesta de Benavente en el El Imparcial del 7 de marzode 1915, Araquistain vuelve a recalcar la insolidez de las argumenta-ciones del dramaturgo: «Lo que él juzga traición de Inglaterra no esmás que un producto de su intuición artística». En lo que desea inci-dir ahora Araquistain es en el apoyo indirecto que recibe de El Impar-cial. Para ello articula un discurso que deriva en entusiasta apología dela fuerza regeneradora que puede inyectar la capacidad pedagógicade un periódico: «Un gran periódico, una gran fuerza educadora yorientadora, como es la Prensa, no tiene derecho a crear comedias, aafirmar sin presentarse con las pruebas en la mano [...]. En el mejor delos casos, un periódico debe ser como una Universidad popular don-de se le eduque al pueblo a moverse por motivos de justicia eterna yuniversal [...]. Un periódico que hubiera querido educar a su público

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en el sentimiento de la justicia debió comenzar, apenas estallado el con-flicto, por exponerle sus orígenes, los antecedentes y los hechos inicia-les. Después, si era más realista que idealista, debió examinar serena-mente la conveniencia para España de que triunfaran unos u otros».

Araquistain desecha incluso su particular sentimiento aliadófilopara poner por encima los razonamientos plenamente justificados, fue-ra de la esfera de apreciación subjetiva: «No nos importa que El Impar-cial sea germanófilo, con tal de que lo fundamente en razones ideales oprácticas [...]. Pero un periódico como El Imparcial no puede sacrificarlos intereses nacionales a un vaivén del sentimiento individual» 75.

Ramón Pérez de Ayala toma el relevo en el combate dialéctico conBenavente. Con ocasión de la crítica de la obra El collar de estrellas sedescarga de nuevo contra el dramaturgo: «No recordamos de ningunaagudeza del Sr. Benavente que no fuese una alusión al sexo o un me-nosprecio a la persona». Pérez de Ayala critica el tono ideológico desu columna en Los Lunes de El Imparcial.

Benavente vuelve a la ofensiva al traer a colación una carta deFrancisco Giner de los Ríos en la que se declaraba partidario de Ale-mania y los redactores de España saltan de inmediato en defensa delpadre del institucionismo: «Admitir la posibilidad de que D. Francis-co Giner prefiriera, en lo esencial, Alemania a Inglaterra, es descono-cer por completo su pensamiento, su obra y su vida» 76.

Otra «Sobremesa» volverá a desencadenar las iras de los redacto-res de España. Benavente se defiende de las acusaciones de germanofi-lia por parte de algunos republicanos y lanza los nombres de EmilioCastelar y José Carvajal como precedentes y como justificación: «Conestupor y rubor leímos la última “Sobremesa” del Sr. Benavente en ElImparcial del lunes. Nos produce este señor el efecto de un hombreque se ha caído en un cenagal y que más se hunde cuando más esfuer-zos hace por salir» 77. De nuevo, las críticas indirectas las recibe El Im-parcial: «Lo más extraño es que un periódico tan mojigato como ElImparcial se atreva a publicar artículos de esta índole. ¿No teme quemuchos padres se borren como suscriptores para evitar enojosas ex-plicaciones a sus hijos adolescentes? [...]. A este paso, va a haber queleer la prensa española, empezando por el grave Imparcial, con unaparato parecido a esos que los soldados emplean en Francia contralos gases asfixiantes» 78.

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LA ALIADOFILIA DE LA GENERACIÓN DEL 14 A TRAVÉS DE UNAMUNO

Y ORTEGA

La aliadofilia de la Generación del 14 se presenta como emblema conuna gran carga aglutinadora. Será incluso motivo para tender trinche-ras comunes con algunos maestros de la generación anterior; el casomás significativo es el de Unamuno. Pero esta aliadofilia no se ofrececon contornos uniformes. Unamuno y Ortega constituyen dos mues-tras muy significativas del sentimiento antigermano. El pensador vascoconcibe la guerra como síntoma de un conflicto de culturas en el quela germana representa la ortodoxia religiosa e ideológica, el imperia-lismo inquisitorial del tecnicismo, el racionalismo y el cientifismo,mientras que en lo político Alemania es una democracia corrupta y or-ganizada militarmente. Frente a ello Unamuno proclama un cristianis-mo heterodoxo, con derecho a la herejía, y una idea de libertad quealimente nuestras polémicas tanto internas como externas. Para ellono duda en justificar el conflicto y rechazar la neutralidad española.

Ya hemos comentado el papel que cumple Unamuno como líderespiritual de los hombres del 14. El catedrático nos desafía con unafirme posición junto a la postura aliada. En opinión de don Miguel, laguerra europea va más allá del simple enfrentamiento armado entrenaciones. El conflicto pone en evidencia un choque entre dos manerasde concebir el mundo y la cultura que se muestran antagónicas: «Haypor lo menos dos culturas, o si se quiere, dos tipos diversos de cultura,frente a frente. Y una de las maneras de que lleguen a armonizarse esla guerra» 79. Alemania representa lo que Unamuno denomina la Kul-tur, concepto al que apuntará todas sus críticas. La Kultur, peyorativa-mente, engloba todo lo que de negativo tiene una visión de la vida ydel mundo estructurada bajo unas coordenadas cuasi metafísicas:«Decíame José Ortega y Gasset en una de nuestras conversaciones úl-timas que lo característico de la cultura alemana, de esa Kultur a quehe hecho tantas veces objeto de mis chanzas, no es precisamente el es-pecialismo ni la técnica, sino la filosofía. Que cualquier especialistaalemán, el más especificado, el más técnico y más tecnicista, lleva im-plícita una concepción total filosófica [...]. Y creo que tiene razón. Yque ésa es la verdadera fuerza de la Kultur» 80.

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Esta Kultur, que encarna la faz del mundo germánico, se contra-pone a la idea —básicamente inglesa y francesa, latina y anglosajona—de civilización: «En cambio, la voz Zivilisation nunca ha logrado granfavor entre ellos. El énfasis de este término: civilisation ha sido másfrancés e inglés. Y junto a él tenemos la civiltà, la civilidad italiana, queadquiere otro matiz» 81. Alemania trata de imponer su concepto decultura, su Kultur, que se identifica con una suerte de nueva religión,de nueva ortodoxia militante que vendrá a imponerse con el triunfogermánico, una ortodoxia racionalista heredera del luteranismo, «yhay que convertir al mundo a ella a cañonazos. ¡Como se ve, Inquisi-ción pura!» 82.

En carta a Ramón Turró podemos contemplar de manera diáfanalos nuevos temores que acechan al filósofo: «Ahora que la guerra nosha trastornado todo [...]. Me aterra el exclusivismo de la Kultur, delpuro tecnicismo, del mecanicismo, de la impersonalidad. Todo esohace falta pero no basta. La ortodoxia cientifista, racionalista, es tanterrible como otra cualquiera» 83. El pensador vasco se aterra ante elmodelo de pensamiento alemán que, al contaminar a la táctica militar,puede convertir a Alemania en una nación imbatible: «Veo [...] eltriunfo del mecanicismo, del tecnicismo, de la impersonalidad y de lapedantería. No son brutos, naturalmente, son pedantes de brutalidad,brutos. Más que soldados... catedráticos! No maestros en el arte de laguerra, sino catedráticos de la ciencia de la milicia» 84.

La cultura alemana y su hipotética imposición al resto de Europatienen dos graves implicaciones. La primera estaría relacionada con lapuesta en peligro del sentido cristiano de los pueblos meridionales; lasegunda traería como consecuencia la imposición de un modelo polí-tico absolutamente inmovilista y jerarquizado.

De la lectura de los artículos y cartas de Unamuno en el periodo in-cial de la conflagración europea surge la impresión de que la amenazadel germanismo es también una amenaza al sentimiento de lo religiosoen los países aliados. «La guerra me absorbe una gran atención [...], enesta ocasión creo que Francia lucha con Inglaterra y Rusia por el por-venir de la civilización cristiana contra la Kultur pagana germánica» 85.La invasión alemana implica, sin duda, la crisis del modelo espiritualen Francia, Italia y España. Unamuno juega en sus artículos con lasideas de religión y de cultura: «Cuando leo a los apóstoles y profetas

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del nuevo paganismo Made in Germany, paganismo de fábrica, indus-trializado [...], cuando leo todo eso, de un bárbaro materialismo queno reconoce la materia, me entristezco pensando cuál puede ser nues-tro porvenir espiritual» 86.

Para comprender la posición de Unamuno debemos recordar sutrayectoria espiritual, marcada por la constante tensión entre fe y ra-zón. Como ha señalado Mainer: «La búsqueda angustiosa de la in-mortalidad personal y el apasionado reencuentro de la fe imposiblecon la agonía cotidiana son las consecuencias finales de aquel conoci-do debate entre la pasión y la razón, iniciado al calor de su crisis reli-giosa» 87. Unamuno vive ahora el momento de la búsqueda interior deun camino a la inmortalidad y el abandono de la razón. «Por cualquierlado que la cosa se mire —leemos en Del sentimiento trágico de lavida—, siempre resulta que la razón se pone enfrente de ese nuestroanhelo de inmortalidad personal, y nos lo contradice. Y es que, en vi-gor, la razón es enemiga de la vida» 88.

Afirmada la amenaza del germanismo sobre la civilización cristia-na, el problema es el siguiente: ¿por qué los cristianos españoles sonmayoritariamente germanófilos? Su cristianismo, el de Unamuno,no está al servicio de una posición autoritaria en lo político; al con -trario 89.

El germanismo cultural, con su carga de autoritarismo y orden je-rarquizado, nos lleva, en el plano religioso, a la ortodoxia, «las ortodo-xias todas —católica, luterana, calvinista, anglicana, nacionalista, im-perialista— se entienden entre sí» 90. Si además lo es religiosa, muereel auténtico sentido que quiere dar a su sentimiento espiritual. Nuevedías antes de escribir estas ideas en La Nación, le escribe a Ramón Tu-rró: «Las ortodoxias se atraen. Por eso nuestros católicos inquisitoria-les hacen votos por el triunfo de esa otra ortodoxia, de ese otro dog-matismo» 91. La misma idea surge de las palabras a Jacques Chevalier:«Aquí, en España, los defensores de los aliados, los anglófilos y fran-cófilos no somos mayoría. El elemento católico, los conservadores, losjaimistas, los de la derecha, están de parte de Alemania. Dicen queAlemania es el orden, la disciplina, la autoridad! [sic] Es que en el fon-do las ortodoxias se atraen y nuestros inquisidores católicos (??) [sic]se sienten solidarios de los inquisidores nacionalistas de la Kultur» 92.Unamuno contempla la amenaza del poder germánico en el ámbito de

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la espiritualidad 93. Incluso en determinados momentos llega a esbozaruna religión alemana de tintes anticristianos: «Porque lo curioso esque en esa tierra del antisemitismo la religión ha tomado un carizcompletamente judaico antiguo y nada cristiano. Ellos son el puebloescogido de Dios, del viejo Dios alemán [...]. En el fondo, paganismopuro» 94.

Junto al ámbito religioso, Unamuno manifiesta su rechazo al mun-do germánico en el ámbito político. «Porque —escribe a finales de1914— el régimen imperialista alemán ha sido políticamente no tirá-nico, sino corruptor [...]. La táctica de los cancilleres alemanes, desdeel maquiavélico Bismarck, ha sido dividir, corromper y desorganizar alos partidos y fabricarse mayorías dóciles» 95. Además, la opinión pú-blica se halla completamente anulada: «El pueblo ha delegado su ver-dadera soberanía en manos de una administración escrupulosa y hastameticulosa, y cabe decir que allí no hay opinión pública» 96. En lasmismas fechas, le escribe a Jacques Chevalier: «El actual Imperio Ger-mánico, anti-democrático y corruptor, es algo tan terrible como el Im-perio napoleónico francés de 1870» 97. Y no dudará en calificar el mo-delo político alemán como «democracia social imperialista organizadaa modo militar» 98.

Frente a todo lo que representa el germanismo como cultura —esdecir, ortodoxia y uniformidad en lo político y en lo religioso— Una-muno contrapone los valores últimos que en definitiva representan lasnaciones aliadas. Esta guerra es, ante todo, un conflicto entre dos ideas de cultura que se encontraban enfrentadas en sentido latentedesde hace tiempo pero que ahora exteriorizan violentamente su im-posible convivencia. Ante la uniformidad germánica, Unamuno seidentifica con «nuestra cultura»: «He proclamado siempre frente aesa kultur ortodoxa e inquisitorial, nuestra cultura, algo anárquica talvez, henchida de contradicciones —¡gracias a Dios!— y donde cabenlas herejías todas» 99. Lo que precisamente nos otorga autonomía ypersonalidad propia es la posibilidad de dar cabida a la diferencia, sinla cual es imposible la auténtica libertad 100.

Si hay algo que pueden aportar las naciones es la capacidad de ad-mitir en su seno el diálogo, la confrontación de ideas; la libertad, en de-finitiva: «Si dentro mío, en el pueblo que soy yo, no riñeran de conti-nuo el liberal y el reaccionario, el ortodoxo y el hereje, el dogmático y

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el escéptico, no sé cómo podría vivir vida interior» 101. Esta búsquedade la libertad individual se proclama más allá incluso de los límites delpropio conflicto: «Pasará la guerra y continuará en pie nuestra gran ba-talla, la de siempre, la de conquistar la libertad y la dignidad del almaindividual [...], la de no permitir que una sociedad de hombres des-cienda a ser una colmena o un hormiguero, por muy prósperos y bienmantenidos que sean. Y los que queremos creer en la inmortalidad delalma humana, los que la deseamos, tendremos que seguir combatiendocontra la desenfrenada admiración a la eficacia téc ni ca» 102.

La guerra es execrable como manifestación genuina del odio y eldesprecio humano; así lo manifiesta cuando exclama: «¿Francófilos?¡No! Es triste el tenerlo que decir. Apenas se encuentran ni francófi-los, ni anglófilos, ni germanófilos, ni menos rusófilos; no hay nada defilos, no haya nada o casi nada de amor, casi todo es odio —misos—,casi todo es horror —fobía— [...]. Es odio; odio ciego, odio ig no ran -te» 103. A pesar de interpretar la guerra como manifestación profundade violencia y rencor, Unamuno se declara antipacifista 104: «Yo no soylo que se llama corrientemente un pacifista [...]. Mi sentimiento po -lémico del pensamiento no se aliaría bien con eso que se llama pacifis-mo» 105. Su antigermanismo le conduce a justificar la guerra en diversasdirecciones, alguna irónica: «Morirá mucha gente en esta guerra, gen-te, por lo demás, que de todos modos habría acabado por morirse» 106.Luego se atreve a desafiar al pacifismo desde posiciones religiosas: «Elpacifismo es indispensable [...]. Pero no se olvide que el Cristo mismo,el que decía a sus discípulos: “mi paz os traigo”, dijo que vino al mun-do a traer la guerra. Y es que no se afirma la verdadera paz sino con laguerra». Incluso, incoherentemente, luce argumentos de corte positi-vista, ámbito que había defenestrado: «Las doctrinas de Lombroso yGarofalo se aplican a los pueblos lo mismo que a los individuos» 107.

El elogio del conflicto viene de la mano del rechazo de la pazcomo inmovilismo, como estado uniformador que enerva toda pro-puesta de debate: «Si la paz —afirma Unamuno— amenaza llevarnosa una concordia soñolienta, a la concordia de una sociedad mercantili-zada para la que no hay otra concurrencia que la económica, entoncesla paz es mala, muy mala» 108.

Proclamada y justificada la necesidad de la contienda, Unamunono duda en luchar contra la neutralidad porque vendría a ser la confir-

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mación de un pacifismo claudicante: «Los que nos predican neutrali-dad [...] son los que quieren que seamos neutrales en nuestras discor-dias y disensiones interiores de principios, son los que quieren que noluchen las dos Españas —o acaso más de dos—. Y eso no puede ser nidebe ser [...]. La guerra europea ha despertado la siempre latente gue-rra civil española, y ha sido por ello una bendición para nosotros» 109.

En su faz más extrema, el neutralismo puede ser síntoma de la ani-quilación de la soberanía moral con la que nos autogobernamos comopersonas: «Si nos empeñamos en mantener una neutralidad moral—que es lo más monstruoso que cabe— a su respecto no tendremostampoco conciencia moral para nuestros propios actos» 110.

Unamuno será el primero en contestar, en España, a la serie «Des-pués de la paz. ¿Qué corrientes políticas, sentimentales e ideológicasdominarán en Europa después de la paz?». Y lo hará expresando eltemor absoluto a que la victoria alemana suponga un triunfo del paga-nismo y una destrucción de la civilización católica: «Me aterra el quese nos tradujese eso que llaman disciplina, y orden, y organización, yque no es sino la muerte de la libre conciencia personal cristiana y hu-mana» 111. Unamuno se resuelve en España por el abandono de unneutralismo ficticio y la conversión nacional a la militancia aliadófila:«En esto de la guerra [...], hay que pronunciarse en un sentido o enotro [...]. España puede y debe convertirse en proveedora de los alia-dos. Puede y debe incluso suministrarle armas. Y abiertamente, comolo hacen los Estados Unidos, no de tapadillo y a contrabando» 112. Hayalgo, no obstante, que la militancia aliadófila de Unamuno no presen-ta con matices claros y es el modelo de democracia que debe surgir delconflicto.

La aliadofilia de Ortega es diferente a la de Unamuno. Exenta decualquier sustrato religioso, tiene un sentido netamente político. Laproducción periodística de Ortega durante el año 1915 se cifra —sal-vo dos colaboraciones en La Lectura y Summa— en el conjunto de ar-tículos publicados en la revista España. Dos son los temas que centranla preocupación del pensador madrileño: los concretos aspectos deldevenir de la política cotidiana del país y el conflicto bélico que sacu-de a Europa. A lo largo de este año, 1915, Ortega pasa de la diplomá-tica neutralidad activa a un rotundo posicionamiento aliadófilo, no sinantes sufrir el escozor sentimental de tener que cuestionar, en lo políti-

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co que no en lo cultural, el mundo germánico, mundo en el que habíatensado su armazón ideológico de juventud.

El diagnóstico de la situación de la España de principios de 1915no se distancia del de esa España moribunda que Ortega perfiló en laconferencia de la Comedia. España se encuentra aletargada, domina-da y aplastada por el peso inerte de unas instituciones que conformanun Estado completamente vacío, frente al que alza la idea de naciónespañola, cuya fuerza motriz es el pueblo en el que reside el auténticopoder vital: «Proclamad la supremacía del poder vital —trabajar, sa-ber y gozar— sobre todo otro poder» 113. Ésta es la misión de España:«La organización de los españoles frente al Estado español» 114. Aleja-dos del Parlamento y del gobierno hallaremos las auténticas esenciasde la regeneración nacional. Ortega insta a la sociedad civil, a la queconceptúa como nación, frente al Estado.

En esta situación de declive de la voluntad nacional la guerra haservido de revulsivo: «El primer efecto de la guerra fue aquí, como entodas partes, un despertamiento del instinto nacional (cosa muy dife-rente al nacionalismo)» 115. Como en Unamuno, el conflicto es inter-pretado en clave vitalizadora. Pero tan sólo como primer efecto, por-que no hemos dado un paso más allá. Así se manifiesta cuando conocasión de la entrada en el protagonismo bélico de Italia, en enero de1915, expresa su oposición al aletargamiento nacional cuyo primerefecto es la actitud de neutralidad: «La cómoda, grata, dulce neutrali-dad ¿seguirá pareciéndonos la mejor de las políticas? ¿Nos parecerásiquiera una política?» 116.

Ahora solamente hay una única razón para la neutralidad: revertiren «nuestra interna restauración» la capacidad de esfuerzo que Espa-ña, al igual que los contendientes, podría sacar a relucir. Ortega dibujael panorama de compromiso y responsabilidad del mapa europeo endonde todos los países se involucran en el conflicto y muestran «lamedida de su capacidad de perdurar, de su volumen de vivir» 117, ymientras esto sucede en Europa, donde los países se esfuerzan encomprometer un futuro mejor, «nada particular nos acontece en losespañoles» 118.

Si se considera que España no tiene recursos bélicos para dar apo-yo hacia una de las partes beligerantes, se alcanza fácilmente a enten-der el concepto propugnado por Ortega bajo el marbete de «política

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defensiva», que deviene en la idea de «neutralidad activa». En efecto:«Entre la neutralidad tal y como la piensa el señor Dato y la política dealiarse a uno de los bandos beligerantes hay una situación intermedia,que es la única seria y digna [...]. Pero de antemano estaba previsto quehabría de ir engrosando día por día una tercera voz en la discordia: lavoz, la política de los neutrales. Cada día tenía que ir significando estapolítica de los neutrales menos pasividad y más actividad. Dicho enotras palabras: la política defensiva» 119.

No se trata tanto de intervenir o no intervenir, sino de manifestar,en el seno de la neutralidad, «una tercera voz en la discordia». Es elúnico instrumento de acción si atendemos al potencial bélico na cio -nal 120. Esa «tercera voz» no quiere identificarla todavía con un senti-miento aliadófilo, y más concretamente anglófilo. A la altura de 1915se conforma con reclamar una posición de neutralidad activa que pro-yecte la energía vital de un pueblo sobre su futuro: «Si España no ma-nifiesta de alguna manera su energía vital ¿cómo podrá entrar por supie en el tiempo nuevo?» 121.

La idea de neutralidad como ejemplo y manifestación de una na-ción muerta se alcanza con rotundidad en el valioso planteamientoque Ortega ofrece en el artículo «Ideas políticas», publicado en Espa-ña el 2 de julio de 1915. Allí se denuncia la idea de opinión públicacomo opinión enmascarada y falseada que nos proporciona dos imá-genes de la neutralidad. De un lado, la neutralidad de aquellos que enel fondo se sienten germanófilos: «El círculo de los germanófilos quetan bravamente pugna por la no intervención, a nadie logra engañar.En su idioma espiritual neutralidad significa no alianza con los anglo-franceses». Por otra parte —y aquí es donde sitúa un amplio círculode opinión que se corresponde con los jefes políticos más importan-tes—, un ámbito de neutralidad que abarcaría a «la mayor parte de lasclases nacionales que se creen cultivadas y reflexivas, las que dominanen el Parlamento y en el periódico». En este círculo sobre el que Orte-ga trata de operar, se produce, a la hora de enfrentarse con el proble-ma bélico, un acto de cinismo. De nuevo, para Ortega «el esfuerzo dedinero y de sangre exigido por la contienda bélica está aún más exigi-do por la reconstitución interior». Pero como los dirigentes políticoscarecen de voluntad para afrontar esa tarea de regeneración nacionalse parapetan en el neutralismo a modo de fácil excusa para continuar

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sin hacer nada: «neutralidad quiere decir deseo de que la nación sigamuerta» 122. La neutralidad se convierte así en un signo más que evi-dencia el estado moribundo del alma nacional.

El 9 de abril de 1915, Joaquín Sánchez de Toca interviene en laAcademia de Jurisprudencia con un discurso en el que pasa revista ala posición española frente al conflicto que abate a Europa. Ortega locomenta en tonos de halago y se identifica plenamente con sus direc-trices 123. Con más detalle, Ortega entresaca aquellos párrafos que po-nen de manifiesto la insensibilidad como signo de la «atrofia nacio-nal» y la actitud especulativa ante un problema de la gravedad deun conflicto europeo. La guerra se ha convertido en nuestro país en unasunto tratado con absoluta superficialidad, «un vil apasionamientode mesa de café», un asunto intrascendente: «No pocas veces he soste-nido que la enfermedad mortal de los españoles actuales, mirada poruno de sus haces, se llama frivolidad [...]; frivolidad es simplemente unaperversión de la sensibilidad, y consiste en haber perdido la perspecti-va de la emoción» 124.

Ortega, sobre el esquema de los planteamientos de Sánchez deToca, responsabiliza tanto al Gobierno como al Parlamento del «fo-mento de la muerte del alma nacional», de esa inercia que a ningunaparte lleva, del estorbo en el camino hacia la primacía del interés gene-ral 125. La neutralidad se convierte así en una manifestación más de lamuerte del espíritu nacional. Frente a la misma, Ortega irrumpe conla idea de «neutralidad activa» que tímidamente se decanta hacia el sec-tor aliado. Será a finales de 1915 —cuando publica en España un largoartículo, «Una manera de pensar»— cuando condense y clarifique demanera radical su posición. El hecho de recibir noticias de Alemaniaen las que se confirma que algunos periódicos presentan a Ortegacomo «jefe del movimiento germanófobo» sirve de revulsivo para quedeclare plenamente su aliadofilia, de la que nos había ido dando perfi-les desde marzo de ese mismo año.

Justificada de entrada su cautela —«cuando las armas resuenan de-ben callar las plumas [...]. El silencio era la actitud ideal» 126— Ortegase distancia de manera tajante del infructuoso parcelamiento que con-lleva el dividir a la sociedad española en dos bandos, y reconoce quesólo ha escrito sobre la guerra para, entre otras cosas, «protestar de ladisensión entre “germanófilos” y “francófilos”, que me ha parecido y

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sigue pareciendo repugnante» 127. A pesar de todo lo cual, «los perió-dicos de la derecha se complacen desde hace meses en censurar mi“germanofobia”»; precisamente cuando desde esa misma orientaciónse le han dirigido permanentemente acusaciones de complacencia conel mundo germánico 128.

Su posición frente a Alemania, frente al mundo germánico, quedaestructurada en dos niveles absolutamente diferenciados y estancos.En primer término, hay que considerar el sustrato cultural germánico:«Son los maestros de Alemania a quienes debo casi todos mis pensa-mientos». Ortega se atreve a augurar que «cuando llegue la paz y cual-quier accidente político borre de las derechas españolas ese germanis-mo hipócrita y oral, muchas, muchas docenas de nuevos españoleslaboriosos e inteligentes seguirán estudiando con devoción, con inti-midad, con gratitud, con fervor entusiasta la vida germánica, el pensa-miento germánico, la técnica germánica, el arte germánico» 129. Ortegapropone en este plano una clara superioridad germánica en el contex-to de las culturas europeas: «Después del Renacimiento, la culturaconsiste en la comunicación y colaboración espiritual de estos trespueblos: Francia, Inglaterra y Alemania [...], creo que nunca ha supe-rado tanto uno de esos pueblos a los demás, como en los últimos cienaños ha superado en ciencia Alemania a los otros dos pueblos» 130.

Dicho esto, nos plantea que el conflicto bélico nada tiene ver conel sustrato cultural: «La guerra actual no es una guerra entre dos cul-turas como lo fueron las nuestras de la Reconquista [...], no es una di-vergencia cultural el motivo ni el tema del conflicto». En la raíz delconflicto bélico se sitúan motivos de índole económico junto conotros más difusos que combinan lo anterior con lo étnico. Así comen-ta: «Nace esta guerra de idénticos intereses económicos que se presen-tan con el carácter defensivo en Inglaterra y Francia, y con el carácterofensivo en Alemania [...]. El origen de la beligerancia alemana no essoberbia ni es ambición necia. Es una trágica necesidad de expan-sión». Y continúa: «Aparte de esto es una guerra étnica entre germa-nos y eslavos» 131.

Más allá de este neutralismo, hay razones de fondo político quehacen aflorar la clara posición aliadófila de Ortega. A la altura de 1915,la idea de democracia queda preservada y cuestionada, que no despla-zada, por otros modelos de circulación del poder que nos aproximan

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a la idea de gobierno aristocrático; en este sentido afirma: «La demo-cracia es una de las soluciones al problema de quien debe mandar.Acaso sea la mejor, mas, en tanto que se resuelve esa cuestión, en unou otro sentido, yo necesito, desde luego, sin distingos, equívocos ni re-servas, mantener mi personalidad intacta, saber que, mande quienmande —el Príncipe o el pueblo— nadie podrá mandar sobre lo quehay en mí de inalienable» 132. La idea de libertad se antepone a la deigualdad representada en la democracia: «¡Libertad, divino tesoro!...Todo lo demás es problemático: la democracia misma ofrece dudas[...]. Liberalismo, democracia, son, pues, no sólo dos cosas distintas,sino mucho más importante la una que la otra» 133. Tratándose la de-mocracia de una solución, no sabemos si categóricamente la mejor, elmodelo de la alemana, a la que califica de «estatista», siempre serápeor —«Como a mí me parece el estatismo una perversión de la ideapolítica, claro es que me parece la democracia alemana la peor de lasdemocracias imaginables» 134— que el modelo de la inglesa, adjetivadacomo «individualista». La aliadofilia orteguiana surge al anteponer lasideas de libertad e individualidad frente a las de igualdad, democraciay estatismo. Vistas así las cosas queda rota la aparente neutralidad: «Elsíntoma más grave de la situación española es que no haya podido niquerido intervenir en esta guerra [...]. Una cosa así podría yo decir enresumen: toma el saber de Alemania y el mandar de Inglaterra. Estamanera de pensar es la misma que he usado siempre» 135.

El conflicto europeo marca, por otra parte, de manera definitivasu alejamiento del socialismo: la guerra opera como catalizador de unapostura que ha aparecido de manera sesgada en innumerables ocasio-nes: «la guerra obra en la historia como el agua regia en la Química:disuelve y aniquila todas las composiciones artificiales, purifica loselementos y no deja en pie más que las energías plenamente eficaces.Así acontece con el socialismo: cuanto en él había de utópico, de abs-tracto, de convencional, de ineficaz, se había evaporado» 136. La gue-rra «significa el fracaso de los partidos socialistas e internacionalistas,un fracaso verdaderamente ejemplar»; aunque, a renglón seguido,deja la puerta abierta a la vigencia de los contenidos ideológicos: «enmodo alguno significa el fracaso del socialismo e internacionalismoque, por el contrario, sólo al través de esta guerra podrán llegar altriunfo eficaz» 137.

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LUIS ARAQUISTAIN, PERIODISTA Y ALIADÓFILO

No podemos concluir el análisis de la aliadofilia de España sin recabaren la personalidad de Luis Araquistain. Si España es el emblema pe-riodístico del nacimiento de una generación no es justo dejar fuera delanálisis, aunque sea breve, a uno de los tres directores de la revista, yel que sucederá en el cargo a Ortega. En el fondo, lo que queremosdejar apuntado es que la posición intelectual de este primer Araquis-tain coincide con los presupuestos generacionales.

Nace nuestro protagonista en Bárcena de Pie de Concha, en San-tander, el 18 de junio de 1886, aunque él siempre se reclamará comovasco: «Soy medio vasco. Biológicamente, quizás más vasco que caste-llano. Toda mi raza paterna es vasca y he vivido muchos años en el paísvasco. Durante una parte de mi niñez, sólo hablé vascuence. Mis raícesson vascas, pero mi cabeza es española. Antes que vasco soy español, yantes que español, soy hombre» 138. En polémica con Sánchez Albornozafirmará: «¿Pero no vendrá usted de esa aldea Albornoz, de su provinciade Ávila, de origen bereber, que encuentro en la página 30 del tomo II desu libro? Yo no se de dónde vengo, quizás por línea materna de los pin-tores rupestres de Altamira de mi provincia natal, y por línea paterna delos vascos de la edad de piedra. Pero no importa de dónde venimossino adónde vamos» 139. De su aspecto físico diremos que «era bajo deestatura, de complexión robusta, cabeza roquera y ojos azules, siempreocultos tras los gruesos aros de sus lentes: fumador empedernido, sucachimba en los gruesos labios era en él lo característico» 140.

De familia perteneciente a la pequeña burguesía, su primera voca-ción fue el sacerdocio, a la que renunció —según confiesa— por su in-compatibilidad con el celibato. En Bilbao siguió estudios de marino;«mi primera peseta la gané como mozo de cubierta en un barco mer-cante de Bilbao [...], entre duros trabajos de barco y angustiosos ma-reos de estómago» 141. Indalecio Prieto rememoró con ocasión de sumuerte aquellos tiempos en la capital vasca: «Cuando Araquistain ter-minó sus estudios naúticos, enrolóse en la tripulación de un buquemercante a fin de hacer el número de singladuras exigido para conse-guir el título de piloto. En uno de aquellos viajes se quedó en BuenosAires, iniciando allí sus tareas de escritor» 142; Araquistain parece des-

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mentir esta versión de su marcha a tierras americanas: «Cuando hubeterminado las prácticas, dejé esa profesión y emigré a América, y luegode allí a varios países de Europa» 143. En Argentina ejercerá todo tipo deoficios —dependiente de comercio, delineante...— para subsistir. Esen tierras australes donde inicia su carrera periodística en un órganoanarquista. Sin ocultar su primera atracción marinera, Araquistainsiempre antepondrá su vocación de hombre de letras: «Yo había naci-do para escritor, y si no fuera prueba suficiente de herencia, la ejecuto-ria de mis dos apellidos maternos: Quevedo y Calderón, oriundos demi cuna nativa, la Montaña, mi nodriza fue Vasconia, solar paterno, lodemostraría el irrefutable hecho de que ya a los doce años se insinua-ba mi predisposición lírica en epitafios y fábulas y a los quince, en en-cendidas anacreónticas. En esta temprana edad, pedí licencia a mi fa-milia para trasladarme a Madrid a lograr provecho y honra. Perocomo el proyecto pareciera disparatado a mis guardianes, comprendípor primera vez que, socialmente, la línea curva es la más corta, y asídeterminé hacerme marino mercante» 144.

De vuelta a España, en 1908 retoma su carrera publicista. VidaGalante acoge sus primeras colaboraciones: algunas poesías cuyos tí-tulos denotan su aire modernista: «Despertar», «Canto a la vida», «Laverdadera musa», «Orgiástica», «Idílica»... 145. El Noticiero Bilbaíno yLas Noticias de Barcelona son testigos también de esas primeras cola-boraciones. En el último periódico escribe unos artículos sobre asun-tos de navegación que le pagaban «al precio, a mi juicio exorbitanteentonces, de un duro por cada uno. Como Afrodita, mis primeras pe-setas, las manuales y las intelectuales, son hijas del mar: de ahí mi pro-fundo amor a esta felina y hermosa mitad del planeta, y espero que nosean las últimas, porque si mis amigos políticos —ya no sé quiénesson— se empeñan en hacerme ministro algún día, como me hicierona la fuerza concejal, el ministerio que por competencia y tradición mecorresponde es el de Marina. ¡Yo por lo menos he visto reflejadas lasestrellas en alta mar y entiendo la rosa de los vientos!» 146.

Las colaboraciones adquieren mayor continuidad cuando su fir-ma aparece en El Mundo, periódico madrileño financiado por Benig-no Chávarri, personaje de las esferas monárquicas de Bilbao, y al quellega Araquistain recomendado por el intendente del frontón Euskal-duna de Bilbao, un ex pelotari de su mismo nombre y apellido.

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Surge en Madrid, diciembre de 1909, un periódico cuya existen-cia se apaga a finales de marzo de 1910. Su nombre: La Mañana. Eneste órgano dirigido por Manuel Bueno se reúne un elenco de intere-santes periodistas y políticos: Luis Bello, Luis Morote, Gregorio Mar-tínez Sierra, Ramón Pérez de Ayala... Araquistain firma una columna,«La voz del exterior», desde la que, casi a diario, ejerce la crónica in-ternacional. Sus artículos destilan una admiración por el funciona-miento de la democracia anglosajona, muy en consonancia con las ideas que expresa Pérez de Ayala en cuanto tiene oportunidad de pro-fundizar en la política británica, tal y como hemos revisado en ante-riores capítulos 147.

En este punto hemos de anotar un elemento clave a la hora de in-tegrar ideológicamente al primer Araquistain en la empresa genera-cional. En los artículos de La Mañana, nuestro periodista presenta unpanorama del socialismo enmarcado en unas coordenadas liberalizan-tes, desposeído de todo matiz revolucionario y con una función socialmuy determinada: la educación política; exactamente igual al dibujoque trazábamos del primer Ortega político 148.

Tras el paso por La Mañana y El Mundo, la figura del primer Ara-quistain periodista se afianza en El Liberal. En este periódico se harácargo de la corresponsalía en la capital británica. Su columna «DesdeLondres» constituye uno de los grandes alicientes del periódico. En lacapital inglesa coincide con Pérez de Ayala y con Ramiro de Maeztu.De Londres pasará a Alemania, desde donde firmará una nueva sec-ción en El Liberal, «Desde Berlín».

En estas fechas, 1911, se sitúa —según Justo Martínez Amutio ysegún también la propia declaración de Araquistain, que, en 1921, aldejar el Partido Socialista, afirma haberse vinculado al mismo por diezaños 149— el ingreso del Araquistáin en el Partido Socialista. El 20 deagosto de 1911, Vida Socialista, la revista semanal del partido, publicaun artículo de Generoso Plaza en el que se incluye al joven periodistacomo miembro de una «pléyade de jóvenes que hasta llegan a llamarsesocialistas pero sin militar en nuestro campo». Plaza refutaba la defen-sa de Araquistain de la posibilidad de ingreso en un gobierno liberaldel líder socialista belga 150.

Araquistain colabora asiduamente en el primer año de España. Elepicentro de todas sus colaboraciones se encuentra en propagar su

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opinión sobre el papel de España en el conflicto europeo. Desde el nú-mero cuatro se muestra con contundencia su aliadofilia: «España no esindiferente a lo que ocurre en Europa; pero ¿por qué no ha gritadopor encima de sus fronteras? Está bien que oficialmente seamos neu-trales los españoles; pero como ciudadanos, no sólo de España, sino deEuropa, tenemos el deber, más que el derecho de no serlo. Todos, máso menos hemos expresado individual y domésticamente nuestra acti-tud. ¿Por qué no hacerlo colectivamente?» 151. Su aliadofilia cobra enalgunos momentos tintes enfervorecidos; el ejemplo más claro a lo lar-go de su intervención en España remite al acendrado militarismo quetranspira su justificación de lo que denomina actos de «barbarie espe-cífica». Con motivo del hundimiento por parte de los alemanes del Lu-sitania afirma: «Admitida la guerra, la barbarie genérica, si un acto debarbarie específica contribuye al triunfo deseado, ha de reconocerse,aunque hiera cruelmente nuestro sentimiento, que es un acto racional,considerando la victoria como la postrera razón» 152. A la hora de pro-pagar un fundamento aliadófilo desde las páginas de España aparececomo recurso fundamental el concepto de «amodorramiento». Somosun pueblo impasible ante el desangramiento europeo que se cometeimpunemente frente a nuestra presencia, y esa impasibilidad no es otraque la radicada en la pasividad mental que parece caracterizarnos.«¿Debe intervenir España? Si España fuese un pueblo sumamente jus-to, no podría permanecer neutral, como no puede permanecer impasi-ble ningún hombre justo ante el crimen que se está cometiendo antesus ojos. En pura justicia no debiera haber neutrales [...]. España estáamodorrada y no ha bastado una guerra que está ensangrentando a va-rias partes del mundo para suscitar en ella inquietudes ideales ni mate-riales» 153. La misma idea aparece con posterioridad cuando denuncia:«Somos un pueblo de amodorrados. Dijérase que la raza no tiene ner-vios, o que los tiene tan deshechos, que ya no vibran sino para las mi-nucias cotidianas, y son incapaces de recoger las grandes palpitacionesdel mundo. Lo estamos viendo con la guerra» 154.

Presentada esta aliadofilia en cierto modo radical, Araquistain tra-tará de conectar su necesidad con la realidad interna española. Laguerra implica necesariamente un fuerte aumento de flujo migratoriohacia los países en conflicto que no pueden nutrirse de la poblaciónde aquellos con los que se encuentran enfrentados. Consumada la

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emigración española, no sólo de obreros sino también de profesiona-les, el retorno es más que improbable —«la pobreza económica, polí-tica y moral de España, es para ellos un recuerdo demasiado punzan-te, una muralla que rara vez se puede franquear de retorno» 155—,constituyendo un gravísimo problema económico; el «desangramien-to», lo titula Araquistain. Pues bien, para afrontar este y otros proble-mas semejantes derivados de la conflagración, Araquistain proponedesde las páginas de España un gobierno de concentración nacional.«Desde el principio de la guerra debió constituirse un gobierno nacio-nal para poner cierto orden en el desequilibrio económico. Un gobier-no formado por todos los partidos gubernamentales y también —¿porqué no?— por los republicanos y socialistas» 156.

Para Araquistain, lo que en el fondo aflora a través de este conflic-to europeo es la lucha permanente y continua en el tiempo entre dosmaneras de concebir la vida política y que, de manera genérica, lasidentifica con las ideas liberal y conservadora. Hecha la distinción,apostilla: «Liberalismo significa hoy en tierra española simpatía porlos aliados». Y aunque España no entre en la lucha, el conflicto entreestos dos ideales sí que se reproduce en el país; de tal manera que Ara-quistain alienta a los lectores de España: «A ver si de esta suerte, mien-tras Europa se esfuerza en eliminar de su seno el tumor del despotis-mo prusiano, España, convertida en miniatura de la operaciónquirúrgica europea, elimina también del suyo el quiste de estas hordasde alma teutónica» 157. Lo que más nos sorprende es su concesión a lafuerza en esta espiral de activismo militar: «Si es necesario, hay que irhasta la lucha armada en los campos y en las ciudades» 158.

Para profundizar en el Araquistain radicalmente aliadófilo debe-mos revisar sus dos libros recopilatorios de artículos sobre el conflic-to. Sin retoque alguno, y con la espontaneidad de la columna practica-da habitualmente, tanto Polémica de la guerra (1915) como Dos idealespolíticos (1916) contienen la aguda crítica de nuestro autor hilvanadaen torno a hechos puntuales de la guerra. Pero la dispersión de estosartículos puede obstaculizar, y quizá también vulgarizar, cuál era en elfondo la posición de Araquistain frente al conflicto. Mucho más com-pacta me parece la conferencia que imparte en el Instituto Francés,que se suma a las que en el mismo lugar protagonizaron otros destaca-dos miembros de la aliadofilia militante: Augusto Barcia, Gustavo Pit-

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taluga, Andrés Ovejero... Nuestro protagonista centra su discurso enla manera de entender la política que se puede imponer en toda Euro-pa con el triunfo germano. La manera de conducir la vida pública de-viene, en manos del espíritu alemán, en una suerte de cientifismo hi-permetódico capaz de anular la personalidad de un pueblo y susvalores más fundamentales, especialmente la libertad. La victoria ale-mana puede suponer un retroceso desde la situación en la que se en-cuentran las democracias europeas y que Araquistain llega a dramati-zar al identificarlo, en sus últimas consecuencias, con la realidadpolítica de las viejas sociedades egipcia, babilónica o china. El idealalemán representa el «ideal de un Estado organizado científicamente,como una gigantesca factoría o como una ganadería; el ideal de unaautocracia efectiva, absoluta, sin representaciones populares ni luchaspor la libertad; el ideal de un monstruo abstracto que no se nutre,como los viejos dioses, de sangre humana, sino de lo que revela un re-finamiento más cruel e inhumano: de este supremo bien que se llamapersonalidad» 159.

El ideal político alemán es «el ideal de la ilimitación, de un domi-nio sin fin en el espacio, en el tiempo y sobre los espíritus». En el pla-no de la filosofía identifica esta visión con Hegel, «aquel genial charla-tán que restauró en filosofía y en política el principio de la ilimitacióncon sus conceptos absolutos», Treitschke, Schopenhauer, «que trajoesa idea de la voluntad absoluta», y Nietzsche, «el pobre loco símbolode la debilidad humana, que trajo ese mito antropológico del super-hombre, o sea, del hombre absoluto» 160. Frente a ellos, la auténticacultura filosófica alemana viene representada por Kant, Goethe yFichte.

La radical aliadofilia de Araquistain se sitúa en la base de giro queEspaña va a sufrir cumplido su primer año de vida bajo la dirección deOrtega. Como nos ha descubierto Enrique Montero, Araquistain pro-pone a ingleses y franceses —que centralizan su propaganda en el Ins-tituto Francés de Madrid— e italianos la creación de una revista depropaganda aliada que fundará su existencia en la divulgación de unlatinismo, en el que se incluye a América, frente al nacionalismo rei-nante en la Europa en conflicto 161. Araquistain cuenta con la colabo-ración del doctor Simarro y de Octavio Picón y confía, ante todo, en laayuda británica. En los archivos del Foreign Office se encuentra el de-

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tallado proyecto de Araquistain sobre una revista que debería llamar-se Unión Latina, Alianza Latina o Política Latina; ésta se convertiría enel núcleo centralizador de la propaganda aliada que serviría de puentepara difundir en otros periódicos, casinos, casas del pueblo..., cual-quier tipo de información o documentos a favor de los aliados; el obje-tivo no era otro que el de movilizar una «corriente de opinión». Ara-quistain solicita 6.000 pesetas. El Foreing Office califica el proyectode «vago». Pero nuestro protagonista no se desanima: a finales de1915 acude ante el embajador británico en Madrid acompañado, en-tre otros periodistas, de Manuel Bueno. El objeto de la visita: una ope-ración de venta a los ingleses de 10.000 mulas para su ejército; las ga-nancias se destinarían a crear un periódico aliado 162.

Desechadas todas estas posibilidades, se vislumbra una solución.Araquistain informa a los ingleses de las dificultades económicas deEspaña y de la ventaja que puede suponer el que compren entre 8.000a 10.000 ejemplares más de los que se imprimen. Ortega parece estarcansado del peso de la dirección del semanario aunque muestra clara-mente su interés por el «control intelectual» de la publicación. Los in-gleses parecen respirar de manera positiva ante las propuestas: se sien-ten impresionados por las caricaturas de Bagaría y desechan la idea decrear un órgano de prensa iberista que, por otro lado, ya tenían: las re-vistas América Latina, dirigida por Marmol, e Hispania, dirigida porPérez Triana, ambas publicadas en Londres 163.

A finales de diciembre Araquistain presiona: propone la subven-ción directa frente a la compra de ejemplares y amplía los contactos afranceses e italianos, que también responden positivamente. El objeti-vo es reunir 3.000 pesetas al mes entre todos los aliados para relanzarla revista. En el seno de España choca con Ortega. Primero, el filósofoes contrario a embarcarse en una postura aliadófila radical que le haceperder de hecho el control intelectual sobre la misma; segundo, Ara-quistain propone un modelo de publicación propagandística que, porsu naturaleza, no puede producir beneficios. Nuestro protagonista ex-pone el conflicto a los ingleses como una lucha entre el «homo econó-micus» (sic), Ortega, y los «idealistas», él mismo junto a García Bilbaoy Ruiz Castillo. Los ingleses dan el visto bueno a una subvención de1.000 pesetas por número: Ortega deberá abandonar la dirección. «Laúltima colaboración de Ortega aparece en el número del 13 de enero y

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la subvención se otorga el 14. Ortega no tuvo otra opción ante la deses-perada situación económica que dejar el campo libre para que GarcíaBilbao y Ruiz Castillo llevaran al final las negociaciones. En el númerodel 20 de enero se anunció ya la edición de la revista unipersonal deOrtega, El Espectador, que marca la separación efectiva de España» 164.

Las relaciones con Ortega indudablemente se enturbian con elcambio de dirección en España. Entre ambos se produce un vacío quejamás desaparecerá en aras de una aproximación. Las diferencias al-canzan su grado máximo en 1934. Araquistain le dedica unas páginasen Leviatán —la revista de un socialismo muy radicalizado, por él di-rigida— de tremenda dureza. Tras analizar algunos aspectos de suobra centrados en la dicotomía masa-hombre selecto y tachar de frívo-la su actividad académica 165, enjuicia con severidad su trayectoriacomo pensador: «Filosófica y políticamente su pensamiento es ana-crónico, extraño al Zeitgeist, al espíritu de la época. Es el pensamientode un pequeño burgués con un complejo de inferioridad social que secompensa y manifiesta en esa división simplista de la historia en masasy minorías selectas. Y cuando anuncia el fracaso de las masas, en reali-dad sólo quiere vengar en ellas su propio fracaso» 166. Cuando Ortegase exilia a París al inicio de la Guerra Civil no se acerca por la embaja-da española que desempeña Araquistain 167. Éste suavizará su posturaen un texto más tardío, El pensamiento español contemporáneo, al ha-cer un balance más benigno: «Un fuerte temperamento estético quehace filosofía, y, para hacerla, la busca antes en otros y la encuentra,sobre todo, en Nietzsche y Dilthey, dos pensadores también típicosdel si glo XIX, y, en resumen, un brillante escritor barroco que quedaráen la literatura española, no por sus ideas, sino por su forma y por suemoción estética, más que humana, por su poesía» 168. La última etapade este reencuentro es el artículo dedicado al pensador madrileño enel número-homenaje de la revista Sur —verano de 1956— a raíz de lamuerte de Ortega 169.

Si la posición de Araquistain hacia Ortega se transforma con elpaso de los años, algo parecido sucede con su fervorosa pasión pro alia -da. El tiempo moldeará su visión idealizada de Inglaterra y Francia.En 1928 viaja a Gijón a dar una conferencia y en la cena posterior tie-ne ocasión de conocer a un ingeniero asturiano que le relata su expe-riencia en la Gran Guerra: detenido en París, donde trabajaba para la

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industria de aviación francesa, es acusado de espionaje progermano:las causas remiten a la neurosis bélica, la prevención hacia los españo-les por su germanofilia y algunas fatales coincidencias entre las que seencuentra la existencia de algunas amistades alemanas; cayó en «esatupida red de prevenciones, desconfianzas, soplonerías y abusos poli-ciacos» 170. Injustamente condenado a muerte, la pena le es conmuta-da, siete meses después, por la de prisión perpetua. Tras penosa estan-cia como prisionero en la Guayana francesa, logra escapar.

Araquistain escribe el prólogo al diario de este desafortunado es-pañol, seguido de una carta-envío a Henry Barbusse. Trata de dar pu-blicidad al «régimen penitenciario de Francia, la tierra clásica de losDerechos del Hombre. Ese régimen envilecería al país más bárbaro deAsia o África. Ese régimen es un baldón de ignominia para Europa».Solicita una revisión del proceso, «dar una reparación moral —puestoque no se puede dar otra— a los inocentes castigados que duermen yael sueño irreparable. Y dar también a muchos escépticos una pruebade que en Francia la justicia se puede eclipsar pasajeramente; perono desaparecer en definitiva, encogerse de hombros, con desdén na-cionalista, cuando quien la reclama es un extranjero» 171. En el mismosentido le escribe a Henry Barbusse: «A usted, querido Barbusse [...],que supo lo que fue la guerra y no ha olvidado un momento lo quedebe ser la justicia [...], a usted van estas líneas mías y este libro de unhombre a quien Francia juzgó y sentenció a muerte en secreto, y aquien Francia está obligada a rehabilitar públicamente, revisando suproceso [...], por la Francia en la cual los hombres libres y justicierosde todos los países hemos visto siempre una de nuestras queridas pa-trias ideales» 172.

Nuestro periodista no ejerce como crítico de la política nacional.No obstante, deja caer algunas críticas sobre el sistema y sobre algunode sus más influyentes personajes. Maura, al que reconoce «un granvigor físico, una abundante riqueza nerviosa, una recia voluntad» 173,vendrá caracterizado por su «simplicidad mental», raíz profunda desu «mesianismo», que «ha dividido a la nación española en anarquis-tas y mauristas»; la fuerza estéril del político conservador deviene desu incapacidad para encauzar una fuerza de la que está sobredotado:«Con una energía compleja, lo que quiere decir inteligente, el Sr. Maurapudo haber revolucionado a la nación española desde dentro. Por cul-

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