La Gaceta Junio 2011

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA JU NIO 2 011 486 ISSN: 0185-3716 Hay química entre nosotros Además LOS PROBLEMAS TIPOGRÁFICOS DEL LIBRO ELECTRÓNICO y un adiós a GONZALO ROJAS (1917-2011) “Hablar de química es acercarse al tejido de la realidad; significa descubrir cuál es el pegamento dinámico de las estructuras animadas e inanimadas. La química le da sentido a lo físico y a lo biológico. ” CARLOS CHIMAL

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Revista mensual México

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D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A � J U N I O 2 0 1 1

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ISSN

: 018

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Hay químicaentre nosotros

Además LOS PROBLEMAS TIPOGRÁFICOS DEL LIBRO ELECTRÓNICO y un adiós a GONZALO ROJAS (1917-2011)

“Hablar de química es acercarse al tejido de la realidad; signifi ca descubrir cuál es el pegamento dinámico de las estructuras animadas e inanimadas. La química le da sentido a lo físico y a lo biológico. ”

—CARLOS CHIMAL

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D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A

Joaquín Díez-Canedo FloresDIRECTOR GENERAL DEL FCE

Tomás Granados SalinasDIRECTOR DE LA GACETA

Moramay Herrera KuriJEFA DE REDACCIÓN

Ricardo Nudelman, Martí Soler, Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles Santo Tomás, Nina Álvarez-Icaza, Juan Carlos Rodríguez, Alejandra VázquezCONSEJO EDITORIAL

Impresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cvIMPRESIÓN

León Muñoz SantiniDISEÑO

Juana Laura Condado Rosas, María AntoniaSegura Chávez, Ernesto Ramírez MoralesVERSIÓN PARA INTERNET

www.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/

www.fondodeculturaeconomica.com

La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México.

Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206.

Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.ISSN: 0185-3716

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Que no quepa duda: hay química entre nosotros. Lo decimos porque la ciencia de los elementos se manifi esta por doquier en el mundo de hoy y porque también abundan en el catálogo del Fondo las páginas dedicadas a ella, a su historia y a sus conceptos fundamentales. Este número dela Gaceta es una invitación a ver con ojos diferentes las sustancias que nos rodean —domesticadas o inventadas, da igual— y

a celebrar desde los libros el Año Internacional de la Química, según bautizó la UNESCO al 2011. De entrada, hallará el lector un poema deRoald Hoff mann, en el que una hiedra, voraz e insensible, coloniza al árbol que le da sustento, pero también una serie de retratos de algunos de los mayores científi cos de las últimas décadas, ideas a propósito de la práctica profesional de los químicos, muestras de las técnicas de laboratorio más novedosas. Salpicados entre esos textos, encerrados en recuadros, pueden leerse extractos del más reciente título de la colección La Ciencia par a Todos: Químicos y química, de José Luis de los Ríos, que mediante breves estampas se vale de la historia de esta ciencia para explicar algunos de sus conceptos clave; de esa colección de divulgación hemos elegido media docena de obras que presentan la química desde miradores tan diversos como la gastronomía o la literatura de infl uencia árabe. Adoradores de los aspectos gráfi cos del libro, presentamos asimismo una sutil disquisición sobre la ausencia de diseño en el libro digital, ese ser mitad némesis, mitad salvador de la lectura a escala mundial; un activo “punzonista” contemporáneo lamenta la chata nostalgia de quienes añoran “el olor de los libros” y no atinan a apreciar las amenazas tipográfi cas que acompañan a la edición electrónica. Cerramos esta entrega con una suerte de responso por Gonzalo Rojas, fallecido en las postrimerías de abril. Ojalá con todo esto también haya química entre ustedes, lectores, y quienes hacemos esta publicación.�W

S U M A R I O

PORTADA

Fotografía de León Muñoz Santini

DESARROLLO SUSTENTABLE Roald Hoff mann 3 VISIONARIOS DE LA QUÍMICA CONTEMPORÁNEA Carlos Chimal  5LA CIENCIA COMO ARTE TRASCENDENTAL Carlos Rojas Urrutia 7LINUS PAULING Gerardo Deniz 9¿EXISTE UNA FILOSOFÍA DE LA QUÍMICA? Joachim Schummer 1 1 SOBRE EL EXPERIMENTO QUÍMICO José Antonio Chamizo 1 5LA QUÍMICA EN LA CIENCIA PARA TODOS 1 6UNA OJEADA AL NANOMUNDO Henrri Van Damme 1 7SI DARWIN HUBIERA SIDO QUÍMICO... Martín Bonfi l Olivera 1 8 NOVEDADES DE JUNIOCAPITEL Tomás Granados Salinas 1 9EL OLOR DE LOS LIBROS Cyrus Highsmith 2 0GONZALO ROJAS (1917-2011)EL POETA QUE ESCRIBÍA EN EL VIENTO Fabienne Bradu 2 2

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¿Vivos? Lahiedra sólo hacea un lado

la pregunta, undesatino verde paraestos árboles, revis-

tiéndolos muyceñidos como unentrelazado po-

límero vueltoloco. El proble-ma en primavera

es de los árboles:¿lo están? Y¿lo estarán?

¿O la hiedrase detendrá enuna rima sim-

biótica, dejandoa las hojas un es-pacio anodino,

otra sombra,para empaparlos caros fotones

del sol?¿O tomaránada menos

que el en-salmo molecu-lar, las te-

nazas mejorformadas insidio-samente prendidas

en una ranuraen la marañainterna anti-

paralela de lahiedra hacinadorade códigos. Ascende-

mos, sin tiempopara la evo-lución, retenemos

los desechos de lacultura —ro-pa y humores—

por míquerría que estahiedra llegara

a sustituir la cor-teza. La marañaañadida

que puede sofo-car empieza ino-centemente,

sí, en primavera,como el primersuave reposo

de la enreda-dera en elárbol. Creemos

que tenemos opción,podar, atiempo. Pero ésta,

como un oscuroenjambre verde,crece, divina.�W

Versión de Mónica Mansour

P O E S Í A

Todo químico sabe que los elementos se representan con unas cuantas letras. Roald Hoff mann, ganador del Nobel hace tres décadas, sabe además que las letras sirven para dar forma a sustancias intangibles. Este poema apareció a principios de año en Clinical Chemistry, como parte de sus festejos por el Año Internacional

de la Química. Agradecemos al autor el permiso para verterlo aquí al español

Desarrollo sustentable

R O A L D H O F F M A N N

Roald Hoff mann es autor de Lo mismo y no lo mismo, una colección de lúcidos ensayos sobre la práctica química; Vino viejo, ánforas nuevas, escrito junto con Shira Leibowitz Schmidt, en el que refl exiona sobre los nexos entre la ciencia y la tradición judía, y Química imaginada, preparado a cuatro manos con la pintora Vivian Torrence (en la página 8 puede verse un ejemplo de su trabajo), todos publicados por el FCE.

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H AY Q U Í M I C A E N T R E N O S OT R O S

Carlos Chimal es un mirón de la ciencia y, más aún, de los científi cos. Su vocación por el saber que se gesta en los laboratorios lo ha hecho recorrer el mundo, enhebrando conversaciones con algunos de los más destacados pensadores contemporáneos. Aquí comparte una serie de retratos de grandes químicos de la actualidad, algunos

de ellos presentes en el catálogo del Fondo

VISIONARIOS QUíMICA CONTEMPORÁNEA

MAX PERUTZ y la hemoglobina AARON KLUG y el virus mosaico del tabaco FRED

SANGER y las estructuras vitales MARIO J. MOLINA y la capa de ozono DEREK BARTON

y las macromoléculas CARL DJERASSI y la píldora ROBERT WOLF y la cocina

molecular PETER ATKINS y la enseñanza de la química JOAN JULI BONET SUGRAÑES

y el viaje a Saturno THOMAS EISNER y el lenguaje químico de los insectos ELOY RODRÍGUEZ y el lenguaje químico de las plantas ROALD HOFFMANN y la forma

DE LA

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“HABLAR DE QUÍMICA ES ACERCARSE AL TEJIDO DE LA REALIDAD;

SIGNIFICA DESCUBRIR CUÁL ES EL PEGAMENTO DINÁMICO DE LAS ESTRUCTURAS ANIMADAS E INANIMADAS. LA QUÍMICA LE DA SENTIDO

A LO FÍSICO Y A LO BIOLÓGICO.

”CARL DJERASSI y la píldoraSi existe la excentricidad entre los científi cos, Dje-rassi es sin duda su mejor exponente. Nunca obtuvo el Nobel y, sin embargo, es un químico que derrotó a grandes luminarias, como el mismo Woodward, quien con su sofi sticado equipo material y su gru-po de talentosos colaboradores en Harvard no pudo frente al joven doctor Carl, algunos químicos mexi-canos y una veintena de operadoras, quienes en los laboratorios de Syntex consiguieron ganar la carrera por la primera píldora anticonceptiva. Como podrá suponer el lector, Djerassi ha sido el ídolo y el demo-nio de muchas mujeres. Pero, como me dijo alguna vez, “es sólo una sustancia química que puede ayu-darnos a vivir mejor, no una panacea”. Las novelas y obras de teatro que ha escrito son originales y sor-prendentes por su manera de observar el mundo, sin hablar de su notable colección de pinturas y de arte prehispánico.

ROBERT WOLF y la cocina molecularTampoco ganó el Nobel. Fue, sin duda, uno de los mejores maestros de química de la Universidad Paul Sabatier. Este último obtuvo en 1912 el Nobel por sus estudios sobre la hidrogenación de compuestos orgá-nicos. En 1996 conocí a Wolf en su casa de la ciudad del viento, Toulouse, donde te hacía sentir los place-res de la cocina y la sabiduría química que hay escon-dida (o que puede perderse) en ella. Hoy sería consi-derado el padre de la cocina molecular. Robert fue maestro de la destacada química mexicana Rosalin-da Contreras Theurel.

PETER ATKINS y la enseñanza de la químicaAl igual que Wolf, ha sido uno de los mejores edu-cadores de la ciencia química, al menos en el área de Oxford. Sus libros (The Periodic Kingdom, Las molé-culas de Atkins y El dedo de Galileo) son ejemplos de la más imaginativa divulgación. Uno puede gozar sus conferencias, como las que ha ofrecido en la Royal Institution, llenas de lucidez y humor. Al fi nal, uno tiene la sensación de que la velada ha sido realmente peculiar. Cuando lo vi en el mismo sitio donde Hum-prhy Davy y Michael Faraday impartían sus célebres conferencias de popularización de la ciencia, el tema que habría de exponer, la termodinámica y sus ses-gos químico-físicos, recordé a un ilustre conocedor de este campo, cuya labor ha sido crucial en la ciencia mexicana: Leopoldo García Colín. Atkins también estuvo casado con otra ilustre química, la baronesa Susan Greenfi eld, quien ha orientado sus estudios al estudio de la conciencia y las bases biológicas de los procesos mentales.

JOAN JULI BONET SUGRAÑES y el viaje a SaturnoUno de los químicos catalanes más ilustres. Cola-boró con Leopold Ruzicka y Oskar Jeger. Como me dijo alguna vez, “la vida está llena de viajes, con idas

E n los últimos veinte años he tenido la fortuna de conocer a un grupo selecto de cientí-fi cos dedicados a una de las ciencias básicas, la química. Idolatrada, vituperada, ex-plotada, la ciencia química es, no obstante, la forma de conocimiento que recon-cilia las posturas, en cierta

forma equidistantes, de la física y la biología. Hablar de química es, pues, acercarse al tejido de la realidad; signifi ca descubrir cuál es el pegamento dinámico de las estructuras animadas e inanimadas. La química le da sentido a lo físico y a lo biológico. A continua-ción, una pincelada de ellos.

MAX PERUTZ y la hemoglobinaConocí a Max Perutz en su laboratorio del legenda-rio Medical Research Council (mrc), en Cambridge, Gran Bretaña. El diminuto hombre, con una vida lle-na de aventuras en las que había desechado tanto un reduccionismo estricto como un laxo y misticoide punto de vista holístico, encontró vías para salvar el pellejo gracias al espíritu científi co, a la imaginación escéptica y a la sagacidad, sin olvidar la pura e irra-cional suerte. Perutz obtuvo el premio Nobel por ha-ber dilucidado la estructura de una molécula esen-cial para el funcionamiento de los organismos vivos que tienen sangre. La hemoglobina es un tipo de pro-teína que, entre otras cosas, transporta el oxígeno dentro del fl ujo sanguíneo. Según me dijo el profesor Perutz, esta relación de afi nidad u hostilidad entre un elemento químico y una molécula que es parte de un organismo complejo permite la consolidación de mecanismos adaptativos en la naturaleza. Así, dos especies muy cercanas entre sí presentan diferentes respuestas al medio.

Mientras que la afi nidad entre la sangre del came-llo y el oxígeno disponible en el aire del desierto es la que se esperaría para un animal de su tamaño, la llama de los Andes presenta una afi nidad inusual, a pesar de que sus dos proteínas globínicas son idénti-cas a las de su pariente, el camello. Perutz, uno de los fundadores de la genética molecular, descubrió que una mutación genética favorable en términos evolu-tivos, había producido semejante adaptación.

AARON KLUG y el virus mosaico del tabacoSir A aron era un tipo que te hacía reír a cada rato. Al menos así lo recuerdo. En alguna ocasión me con-fesó sus verdaderas motivaciones para esforzarse por el Nobel. “Un día mi esposa vino con un letrero que iba a pegar al frente de su automóvil si no hacía algo por cambiar su vida. El letrero había sido escrito para leerse por el espejo retrovisor del vehículo que fuese por delante de ella, y el cual rezaba: “diputs, yaw ym fo tuo”. Es decir, “quítate de mi camino, idiota”. Entonces gané el premio.” Era una broma, desde luego, pero tan seria como la búsqueda hones-

ta de conocimiento útil. Klug fue uno de los primeros en ser capaz de observar cristales de cadenas quími-cas con interés para la vida debido a los enormes pa-sos dados en el campo de la microscopía electrónica. Como él mismo me dijo, “lo que hicimos a los largo del siglo xx fue una curiosa mezcla de química apli-cada a la biología, cristalografía de rayos X, micros-copía de electrones”.

FRED SANGER y las estructuras vitalesEs el único científi co que ha ganado el premio Nobel en química dos veces (pues Marie Curie lo ganó una vez en Física y otra en Química, mientras que Linus Pauling recibió los de Química y la Paz), uno por el descubrimiento de la insulina, para lo cual inventó varios métodos químicos, y otro por ha-ber encontrado las secuencias básicas de los ácidos nucléicos. Si a alguien le debe algo la genómica de nuestros días es al profesor Sanger, a quien también conocí en el mrc de Cambridge, pues ideó una técni-ca que aún sigue empleándose, “dideoxy”, mediante la cual se aligera la lectura de bases. Esto lo agrade-cen los investigadores cuando examinan genomas que poseen hasta tres mil millones de pares de bases.

MARIO J. MOLINA y la capa de ozonoPocos meses después de haber ganado el Nobel, vi-sité al profesor Molina en su enorme ofi cina del piso 14 en el mit de Cambridge, Massachusetts, a fi n de escribir su biografía. Era el más reciente galardona-do de la aplanadora bostoniana y había que consen-tirlo. A lo largo de un mes pude apreciar la epopeya llevada a cabo por F. Sherwood Rowland y Mario J. Molina, en una época de triunfalismo tecnocrático. El desarrollo de la química de la atmósfera y sus con-secuencias tanto en el medio como en los organis-mos vivos fue una labor pionera de Molina y sus cola-boradores, y hasta hoy se mantienen a la vanguardia.

DEREK BARTON y las macromoléculasFue ganador del Nobel junto con Odd Hassel por haber colaborado en la creación del análisis confor-macional. Dicho análisis revela las consecuencias químicas que se desprenden del hecho de que las mo-léculas posean una estructura tridimensional, lo cual revolucionó la química orgánica. Uno de los más des-tacados investigadores en esta materia es el mexica-no Eusebio Juaristi. “No es fácil entender qué signifi -ca ser original”, me dijo la única vez que vi a sir Derek, una mañana fría y húmeda de otoño, en 1997. Y me puso un ejemplo: “R. B. Woodward tenía una mente extraordinaria, que sabía resolver, como ninguna, un problema aplicando una lógica estricta. Yo preferí atacar los enigmas por intuición.” Una intuición en-trenada, se entiende. Algo similar a lo que afi rmaba el gran hombre del siglo xx, un químico, a pesar de haber nacido y desarrollado su obra en el xix, Louis Pasteur: “La suerte favorece a los mejor preparados.”

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y vueltas, vaivenes inesperados y coincidencias sorprenden-tes”. Su viaje al reino de Saturno es una jornada literaria hacia la esencia de la química. Gracias a Juan fui invitado a ofrecer una conferencia en la Sociedad Catalana de Química sobre el viaje, la literatura y la química. Un diálogo franco y divertido acerca de la ciencia de las transformaciones, las anécdotas li-terarias y el buen discurrir.

THOMAS EISNER y el lenguaje químico de los insectosLa bbc de Londres puede presumir de haber iniciado el gé-nero del documental científi co para la televisión. Pues bien, su creador fue el profesor Eisner, a quien conocí en el Depar-tamento de Química de la Universidad de Cornell. Su relato sobre la manera como el escarabajo bombardero mantiene y activa su dispositivo de fuego marcó un hito tanto en el cono-cimiento como en el campo de la difusión científi ca. Eisner fue un talentoso diletante de la música. Es considerado el pa-dre de la química ecológica.

ELOY RODRÍGUEZ y el lenguaje químico de las plantasFue el primer chicano en graduarse en una ciencia dura y en una gran universidad de los Estados Unidos, Cornell. Lo conocí también en Ithaca, aunque ahora se ha mudado a California. Su campo, la fi toquímica, tiene una componente social muy importante. Al observar a las comunidades indí-genas, por ejemplo, del Orinoco, no ve en ellos conejillos de Indias, sino personas. Me habló de la “zoofarmacognosis”, término concebido por él para seguir el rastro de los remedios que emplean los animales y luego ver si pueden aplicarse a los humanos.

ROALD HOFFMANN y la formaLa amistad que me une a Roald ya no me permite ser ob-jetivo. Creo, no obstante, que es uno de los grandes quími-cos del siglo xx. Su humildad para acercarse al ejercicio de la poesía es algo digno de mencionar. Ha vivido de manera profunda y se ha visto en riesgo, y sobrevivió. Su tema es la forma, por lo cual ganó el Nobel, en su momento el más joven de la historia. Su obra científi ca es una refl exión rica en posibilidades sobre las estructuras que, aunque no exis-tan, podrían ser factibles. Una manera de anticipar el futu-ro material. Roald es también un reconocido difusor de las ideas. Recuerdo haber asistido a una clase suya para unos 300 alumnos de licenciatura, en la que no sólo había gente de ciencias sino que muchos de ellos provenían de humani-dades, artes y ciencias sociales.

¡Larga vida a la ciencia de las transformaciones y sus visionarios! �W

Con estudios de química y literatura, Carlos Chimal es autor de novelas como Lengua de pájaros, publicada por Era, y de libros de entrevistas como Luz interior y Armonía y saber, ambos publicados por Tusquets. El Fondo tiene en preparación Vasos comunicantes. Literatura y ciencia a través del tiempo.

GANADORA DEL XX PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA2011

Quiero escribir con el silencio vivo.Quiero decir lo que la mano dice.Porque tú lees mejor el texto vivo

y el alma, en su guerrear callado, escribe.

A veces la ola blanca da en la rocade espumeantes cavernas y sus fauces

orla con su jirón que hace y deshaceletras que tú descifras. Que la boca

calle y entre a lo blanco en la esforzadafaena que se pierde. La luz poca,

mi alejarme de ti de cada día,

pausas son del sentido, inacabadasimágenes de mí. La línea toscasalta y completa tú la melodía.

FINA GARCÍA MARRUZ

☞ AUTORA DEL FONDO

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En esa convulsa segunda mi-tad del siglo XX, cuando el mundo buscaba en las calles y en el pensamiento el sen-tido de la libertad, la píldora anticonceptiva vino a revo-lucionarlo todo. Una década después de su aparición ya la usaban más de 10 millones de mujeres. Y la vida cambió. En

particular para Carl Djerassi (Viena, 1923), el joven químico que dirigió en el laboratorio mexicano de Syntex la confi guración de la noretisterona, el ingre-diente activo de la procreación responsable.

Con menos de 30 años, Djerassi había alcanzado la cima de la ciencia terrícola. Año con año, los perio-distas del mundo le recuerdan que la humanidad lo reconoce como el padre de la píldora; una paternidad de la que él renegó discretamente para fi nalmente aceptar, con cierto placer, que en todo caso tendría que ser la madre.

Migrante de Austria hacia Estados Unidos du-rante el horror nazi, Djerassi se describe a sí mis-mo como intelectual polígamo, culto y seductor. Se mueve en los círculos del arte y de la ciencia. Admite abiertamente que su motivo y el de la gente que lo ro-dea es el ego. Sabe que sus cercanos lo describirían como una persona ambiciosa “que ha tenido que pa-gar el precio”.

Además de su consagración en el Everest cientí-fi co, el químico vienés tiene mucho que contar. Los engranajes de su personalidad están dados por el mapa de los sentimientos y no por el método cientí-fi co: exploró las montañas de Nepal; se congratuló de poseer la colección privada más vasta de Paul Klee; se casó tres veces y en la última, cuando cruzaba por los 60 años, su mujer lo abandonó y el despecho lo encaminó a hacer literatura; el suicidio de su hija en

el rancho smip (un sugerente nombre que sintetiza el germen del éxito de Djerassi: Syntex Made It Possible) lo convirtió en mecenas del arte contemporáneo. Todo eso o casi lo narra él mismo en su autobiografía La píl-dora, los chimpancés pigmeos y el caballo de Degas.

A Djerassi le gusta decir que la mayoría de sus li-bros se ubican en un género del cual es creador y úni-co autor: la ciencia-en-fi cción (science-in-fi ction). Para escribirla, hay que adentrarse en las minucias de labo-ratorios, congresos y luchas intestinas a las que asis-ten quienes conforman la “cultura tribal” de la ciencia mundial.

Sus primeras novelas son una tetralogía articulada por una mezcla de afán didáctico, retratos de hombres de ciencia y arquetipos: El dilema de Cantor se cierne en torno a las ansias por alcanzar el reconocimiento científi co; en El gambito de Bourbaki se hace patente la imposición de vetos y acuerdos de los cuerpos colegia-dos de la ciencia. Finalmente, La semilla de Menachem se adentra en el estudio de la infertilidad masculina, una narración que se complementa con NO, que ofrece noticias del descubrimiento del óxido nítrico —el títu-lo de la obra es la fórmula química de este compuesto, no el adverbio con que se niega— como agente respon-sable de la función eréctil en el hombre.

Como padre (o madre) de la píldora, Djerassi defi en-de su posición respecto a los métodos radicales para el control de la natalidad. En La píldora de este hom-bre se entrecruzan las memorias del personaje con su postura respecto a la procreación. Para ahondar en ese mismo tema, está su pieza escénica Inmaculada con-cepción furtiva, donde debate la fertilización in vitro y ofrece una mejor comprensión del signifi cado social de la reproducción asistida (en la obra se incluyen un par de escenas con fi lmaciones reales de una microin-yección intracitoplásmica de espermatozoide).

Valiéndose también de los recursos escénicos que sirven para refl exionar y compartir conocimientos,

H AY Q U Í M I C A E N T R E N O S OT R O S

P E R F I L

Djerassi escribió en coautoría con Roald Hoff mann la pieza Oxígeno, que versa en torno a ese podero-so elemento químico y el crédito compartido de su descubrimiento.

Espectador privilegiado del arte, Carl Djerassi sabe que ser coleccionista signifi ca elaborar una interpretación de la realidad. En su caso, trazó su geografía íntima con base en la lírica, el color y las texturas de Paul Klee. Ocupó la posición de nú-mero uno como coleccionista privado de obras del pintor suizo, hasta que las donó todas al Museo de Arte Moderno de San Francisco, donde se exhiben actualmente.

Recientemente, Djerassi publicó el volumen de cuentos Cómo derroté a…, que conjunta 13 relatos como marcas cruciales en su desarrollo como es-critor: el primer cuento que dio a conocer en las pá-ginas de Vanidades (“¿Qué hace Tatiana Troyanos en la tierra de Espartaco?”), el germen de su prime-ra novela (“El dilema de Castor”) y otras historias que, asegura, abordan los otros temas que siempre le han interesado: la comida, el sexo, el arte.

Desde que su nombre quedó asociado a la píldo-ra, Djerassi ha llenado su agenda con conferencias científi cas, cátedras universitarias, inauguracio-nes de museos, subastas de arte y negociaciones para vender derechos de sus libros. Acostumbrado a mirarlo todo desde la cúspide, el doctor Carl Dje-rassi indaga en algunos elementos de nuestra exis-tencia pero prefi ere no describirlos como son en realidad, sino imaginar cómo podrían haber sido. Esa postura, que es moneda corriente entre los es-critores, resulta poco ortodoxa para un científi co; ahí está, quizá, el origen de la fórmula que logró desencadenar toda una revolución.�W

Carlos Rojas Urrutia, periodista, es responsable de difusión en el Fondo.

La ciencia como arte trascendentalA Carl Djerassi no le gustan las fronteras comunes. Aunque nació en Austria, su gran aporte a la química lo realizó en México y luego se instaló en California. Y si sus logros científi cos son excepcionales —se le atribuye el hallazgo de la píldora anticonceptiva—, sus búsquedas literarias le han dado renombre e incluso su apetito por el arte contemporáneo lo singulariza. He aquí un recorrido por su obra

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Cuando aquella mañana, hace mu-chos años, al abrir el acostumbra-do número semanal de Science me encontré de manos a boca con un artículo de Linus Pauling acer-ca de —una teoría molecular de la anestesia general—, reconozco que me sorprendí, aunque tampo-co demasiado: ya había aprendido a esperar cualquier cosa de él.

Todo comenzó un decenio antes, cuando la Biblioteca Franklin se mudó de Reforma a Niza y yo, que estrenaba inglés leído, descubrí allí un ejemplar de la anti-gua segunda edición de La natu-raleza del enlace químico (mucho más tarde apareció y compré la tercera), obra que desde en-tonces constituye un pilar de mi existencia. Si recuerdo el fragor lejano de los tambores del desfi le del 16 de septiem-bre, 1952, es porque lo tengo curiosamente asociado a las estructuras de los carbonilos metálicos discutidas por Pau-ling en su libro, que leía yo en aquellos precisos momentos.

De Pauling procede, como es bien sabido, la teoría de la resonan-cia, uno de los recursos más excelentes y fecundos de la química de este siglo. De la orgánica, sobre todo, que era la mía, aunque este terreno lo cultivó poco Pauling en persona: aquí el profeta fue Wheland —a quien, por esta razón, frecuenté aún más que al propio Alá. Desde hace tiempo, la teoría de la resonancia atardece interminablemente (pese a las prisas de M. J. S. Dewar), y así tiene que ser, y así está muy bien que sea, etc., etc. Eso sí: ¡qué estupendas décadas le debimos a Pauling con ella!

1953. Remontándome en busca de las publicaciones ju-veniles de otro monstruo (R. B. Woodward), caigo por azar en tres artículos viejos de Pauling, de inmunoquímica esta vez. No era mi asunto (ni casi lo fue, ay, nunca), pero todavía me sorprendió, si bien para entonces, gracias a noticias pes-cadas al azar, estaba al tanto de que —por ejemplo— ya en los frenéticos thirties Pauling se ocupó de las propiedades magnéticas de la hemoglobina y sus congéneres: este señor —me dije— invade mi biología desde ángulos inquietantes.

Yo, en cambio, en una grata bifurcación de la química or-gánica, empecé a derivar hacia la bioquímica, por rumbos más estructurales que dinámicos. ¿Estructurales? Forzoso tropezar con la bella hélice alfa —y demás chácharas pro-teínicas— que poco tiempo atrás sacó al escenario el ineva-dible Pauling. Para entonces —estamos en 1957— cosecha lauros el dna de Watson-Crick. Debe reconocerse que, en el terreno de los ácidos nucleicos, a Pauling, por una vez, le fue muy mal. Watson confesó luego el pavor que les causaba, durante su rato afortunado, saber que Pauling andaba suel-to y en pos de lo mismo que ellos. Y Crick —el hombre de un hallazgo y dieciséis sandeces— se permitió hablar despec-tivamente de Pauling. Lujos nulos de ciertos enanos (¿ver-dad, amargo Chargaff ?).

También me causó gran euforia la descripción de la es-tructura de Mg32(Al, Zn)49. Quizá muy lejos de mi vida, los compuestos intermetálicos —aunque cerca, sin remedio, de mis ojos concupiscentes. Y perdón, pues con lo dicho hasta aquí basta y sobra, me temo, y así mis relaciones con Pau-ling en torno al pacifi smo, la vitamina C o la regla de las car-gas adyacentes, tienen que ser aplazadas acaso para siem-pre. Sólo un recuerdo más; lo siento.

De pie en el autobús atestado, paso lentamente por Insur-gentes, como cada día, hacia el centro de la ciudad. Finales

del 63. Voy leyendo un número —felices tiempos aún— de Acta chemica scandinavica, y ahí un

nuevo trabajo de Pauling: —Estudios de restauración molecular de formas ex-

tintas de vida—. De pronto advierto cómo se asemejan estas compara-

ciones entre aminoácidos a la re-construcción del protoindoeu-ropeo que hace poco empecé a cultivar, culpa de Dumézil.

Si alguno alguna vez me preguntara si Linus Pauling fi gura entre mis héroes, no vacilaría al responder que sí.

Ahora bien, hace siglos traté de leer cierto libro de Carlyle,

indigesto y lleno de mayúsculas ridículas. He consagrado asimis-

mo algunos ratos, ya que el libro mismo apenas es transitable, a tra-

tar de entender el pensamiento —por así llamarlo— de aquel eunuco dispéptico

(algún mérito aparte, notable caracterización de Carlyle que vi por ahí).

Pues bien, ni con esa preparación estoy nada seguro de hallarme en condiciones de añadir un capítulo —“El Héroe como Fisicoquímico”— a la obra de Carlyle. Si bien Pauling representa una cima de más de ocho mil metros en el Hima-laya de la química, existen otras cumbres comparables, no faltaría más. Para colmo, las de menor altura son también esenciales. Y existen, además, nexos entre distintas cordi-lleras (según vimos, Pauling es un ejemplo óptimo de esto). En una palabra, sospecho que esta enrevesada visión mía es incompatible con los desenfrenos carlailianos. No hay reme-dio. Simplemente, me parece que mis tribulaciones en torno a esto de los héroes están algo más cerca de la realidad, y ayu-dan a evitar ciertas beaterías sobremanera desagradables.

Razonando estrictamente, lo mejor sería suprimir el concepto de héroe; convengo en ello. Sin embargo, mientras llega el momento de elevar el género humano a la perfec-ción —dentro de unos años, tal vez—, pienso que bien pode-mos conservar múltiples héroes —olvidando carlailiadas y orientando el concepto hacia los territorios de la actividad humana donde es posible decir, sin hacerse uno demasiado pendejo, —esto vale la pena—.1�W

1�Linus Pauling murió a los 94 años, el 19 de agosto de 1994.

Gerardo Deniz es, entre muchos otros ofi cios, poeta. El Fondo está por poner a circular imdinb, un fresco y sarcástico relato, en una edición facsimilar de la que publicó Taller Ditoria.

Obras de Carl

Djerassi en el

Fondo

LA PÍLDORA DE ESTE HOMBRE

2001, 235 pp.ciencia y tecnología

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2002, 120 pp.ciencia y tecnología

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2000, 228 pp.ciencia y tecnología

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LA SEMILLA DE MENACHEM

2001, 217 pp.ciencia y tecnología

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Linus Pauling Es infrecuente una afi ción como la de Gerardo Deniz

de dedicar sus ocios a la lectura de revistas científi cas. En el texto que presentamos en seguida, publicado en

Anticuerpos (Ediciones Sin Nombre, 1998), revive frente al lector la emoción que le causaban los artículos del mayor promotor del consumo de vitamina C.

Aquí, leer química es leer el mundo

G E R A R D O D E N I Z

P E R F I L

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Ilustraciones de Vivian Torrence, tomadas de Química imaginada. Refl exiones sobre la ciencia de Roald Hoff mann, FCE, 2011

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fi losofía, hay lo que se quiera menos una historia conti-nua de una disciplina llamada así, en el sentido de histo-ria de una profesión. Las preferencias temáticas de los fi lósofos de hoy refl ejan lo asombrosamente joven e in-adecuada que es la historia de su disciplina.

La relación con las matemáticas se remonta a una época, todavía a principios del siglo xix, en que “fi loso-fía” no era más que el nombre genérico de todas las ar-tes y ciencias reunidas en las facultades de fi losofía, de las cuales las artes matemáticas constituían la mayor parte desde tiempos medievales. Así, los profesores de las facultades de fi losofía, es decir, los “fi lósofos” pro-fesionales, tenían que enseñar muchas matemáticas, incluidas matemáticas aplicadas como mecánica y óp-tica geométrica, que a mediados del siglo xix entrarían a formar parte de la física moderna. Otras ciencias na-turales como la química y la biología (historia natural) se enseñaban sobre todo en las facultades superiores de medicina y, por lo mismo, permanecieron más bien aje-nas a los fi lósofos hasta el día de hoy. Cuando, durante el siglo xix, la mayoría de las disciplinas, incluida la física moderna, maduraron hasta salir del ámbito de la fi lo-sofía en el sentido genérico, la psicología y las ciencias sociales (“fi losofía moral”) permanecieron bajo la eti-queta de “fi losofía”. Su separación defi nitiva no ocurrió mucho antes de principios del siglo xx. En términos ge-nerales, cuanto más tarde se independizó de la fi losofía (en el sentido genérico) una disciplina, tanto más pe-queña es ahora y más estrechos son sus vínculos histó-ricos con los fi lósofos actuales, de acuerdo con nuestro principio general.

La separación de las disciplinas produjo una crisis seria en torno a la pregunta de si quedan temas para la fi losofía como disciplina en sí misma. Aunque la ma-yoría de las disciplinas se independizaron defi niendo un tema propio que investigar por métodos empíricos, los fi lósofos que quedaban se negaron a hacer lo mis-mo. Muchos recogieron las ideas dieciochescas de Kant (propuestas antes de la formación disciplinar de las ciencias modernas), quien había reservado fundamen-tos metafísicos y epistemológicos de las ciencias ma-temáticas como temas fi losófi cos genuinos, además de la ética y la estética. Eso les permitió, ciertamente, re-construir una tradición que se remonta a los principios de la era moderna.

Si examinamos la tradición que la moderna fi losofía de la ciencia considera propia, resulta ser una tradición sumamente parcial, centrada en la mecánica que antes se enseñaba en las facultades de fi losofía con el nombre de matemáticas “mixtas” o “aplicadas”. Unos cuantos puntos podrían ilustrar esto. Primero, el surgimien-to de la primitiva epistemología moderna, tanto en su rama racionalista como en la empirista, con excepción

de Francis Bacon, tuvo una relación estrecha con el surgimiento de la fi losofía mecánica, que se oponía férreamente a varias clases de fi losofía química. Se-gundo, como las raíces teóricas de la física moderna están en la mecánica analítica o “racional”, que to-davía a principios del siglo xix no pertenecía a las ciencias físicas sino a las matemáticas, los debates fi losófi cos sobre el “método científi co” giraban, en gran medida, en torno a si debía establecerse la me-cánica como ciencia física. El anterior principio de Kant de que, a diferencia de las ciencias experimen-tales, sólo la mecánica es una ciencia propiamen-te dicha porque tiene fundamentos a priori en las matemáticas, representó un temprano e infl uyen-te prejuicio favorable a incluirla en la física. Lo an-terior propició que los kantianos se centraran en la mecánica y se olvidaran de las demás ciencias. Por último, durante la fase decisiva de profesionaliza-ción de la fi losofía de la ciencia en el siglo xx, fueron ante todo los físicos teóricos interesados en fi loso-fía quienes confi guraron el campo con sus numero-sas disertaciones sobre los enigmas de la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad. Pronto ocupa-ron la mayoría de las recién creadas cátedras de fi -losofía de la ciencia, situación que no ha cambiado mucho desde entonces.

Su afi nidad con la física teórica, antigua pero his-tóricamente incidental, hizo que los “fi lósofos de la ciencia” descuidaran no sólo la química, sino to-das las demás ramas de las ciencias naturales, in-cluida hasta hace poco la física experimental. Los vestigios del más antiguo sentido de “física” como nombre genérico de las ciencias naturales todavía a principios del siglo xix, y la ambigüedad del adjeti-vo inglés physical, contribuyeron a la confusión de la fi losofía de la física con la fi losofía de la ciencia. No fue sino hasta principios de los años setenta del siglo xx cuando los biólogos reaccionaron a tan estrecho enfoque y establecieron grupos propios conjunta-mente con fi lósofos interesados en la biología. Pasa-ron todavía dos décadas más para que se produjera un movimiento parecido con respecto a la química. En cierto sentido, la fi losofía de la ciencia repite hoy tardíamente el proceso decimonónico de ramifi ca-ción y profesionalización de las ciencias naturales.

Aunque la principal corriente occidental de la fi -losofía de la ciencia ha descuidado la química, no es cierto que no hubiera fi losofía de la química antes de los años noventa. La corriente imperante de la historiografía de la fi losofía simplemente ignoró lo que los fi lósofos clásicos habían dicho de la quími-ca. En segundo lugar, otros estudiosos, en particular químicos e historiadores de la química, llenaron el

H a pasado la época de quejarse del descui-do en que se tenía a la fi losofía de la quími-ca. Con más de 700 disertaciones y cerca de 40 monografías y colecciones apareci-dos desde 1990, éste es uno de los campos

de la fi losofía de más rápido crecimiento.1 Quizá de-masiado rápido, pues empieza a serles difícil a los en-tendidos mantenerse al día, problemático a los princi-piantes iniciar su estudio y prácticamente imposible a los extraños sondear las principales ideas. En cuanto a mí, tras dedicarme a este campo desde fi nes de los años ochenta, me parece oportuno hacer una pausa y escribir un ensayo con preguntas del tipo “¿de dónde venimos?, ¿dónde estamos?, ¿a dónde deberíamos ir?”

Se han propuesto muchas explicaciones de por qué los fi lósofos han descuidado la química tan obs-tinadamente, casi como si no existiera. ¿Es la falta de “grandes preguntas” de la química, su estrecha rela-ción con la tecnología o el históricamente arraigado pragmatismo de los químicos y su falta de interés por cuestiones metafísicas? ¿O será el principal problema la supuesta reducción de la química a la física (mecá-nica cuántica), de modo que, si la química no fuera más que una rama aplicada de la física, no habría una verdadera consideración fi losófi ca de ella?

Lo que todos estos supuestos tienen en común es que intentan explicar el descuido de los fi lósofos en función de la química, como si esta ciencia tuviera la culpa. Hoy en día los fi lósofos en conjunto escriben tantas publicaciones en un año como los químicos en cuatro días. Irónicamente, la cifra revela un principio general sobre el interés de los fi lósofos por las cien-cias: cuanto menor es la disciplina, tanto más escriben los fi lósofos sobre ella (a excepción de las ciencias de la Tierra). Si hubiera sólo un poco de verdad en ese principio general, lo que exigiría una explicación es el extraño orden de los intereses de los fi lósofos. En tal explicación, el descuido de la química resultaría ser un simple caso especial, aunque extremo. No me propongo dar una explicación completa, sino algunos indicios que ofrece la historia de la fi losofía como dis-ciplina. Aunque podemos, en retrospectiva, construir una historia de textos a los que hoy en día llamamos

1�Los lectores interesados pueden encontrar una bibliografía en línea, que el autor actualiza periódicamente, en www.hyle.org/service/biblio.htm.

¿Existe una fi losofía de la química?

Tenemos en preparación Filosofía de la química. Síntesis de una nueva disciplina, una ambiciosa

exposición del estado actual de esta rama del pensamiento en torno a las ciencias. La obra, preparada por David

Baird, Eric Scerri y Lee McIntyre, permite rastrear las preocupaciones de autores como Aristóteles o Kant a propósito de la química, señala las principales áreas

de interés de quienes la abordan fi losófi camente y ubica a esta ciencia en relación con la física. Éste es un fragmento sobre el desinterés que la

química había merecido entre los fi lósofosJ O A C H I M S C H U M M E R

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A D E L A N TO

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“SU AFINIDAD CON LA FÍSICA TEÓRICA, ANTIGUA PERO HISTÓRICAMENTE INCIDENTAL,

HIZO QUE LOS “FILÓSOFOS DE LA CIENCIA” DESCUIDARAN NO SÓLO LA QUÍMICA,

SINO TODAS LAS DEMÁS RAMAS DE LAS CIENCIAS NATURALES, INCLUIDA HASTA HACE POCO

LA FÍSICA EXPERIMENTAL.

H AY Q U Í M I C A E N T R E N O S OT R O S

teorías, dinámica de teorías y formación de subdisciplinas de la química moderna. Es im-posible revisar la literatura en la materia, ya que hay estudios sobre casi todos los temas fi lo-sófi cos, aunque de distinta ca-lidad. Podría decirse al menos que el marco decimonónico de Engels fue lo bastante liberal para ampliar en detalle temas complicados como la relación entre la química y la mecánica cuántica, pero demasiado in-genuo desde el punto de vista epistemológico para abordar conceptos de química cuánti-ca como las estructuras de re-sonancia de Pauling.

La argumentación de la fi -losofía dialéctica de la quími-ca demuestra que la fi losofía poskantiana de la ciencia no habría hecho caso omiso de la química de haber confi ado en autoridades posteriores. Engels publicó en la década de los setenta del siglo xix, cuando la formación de las disciplinas científi cas mo-dernas estaba casi comple-ta, sin que la mecánica fuese más que una subdisciplina de la física moderna. Kant había publicado hacía un si-glo, antes de la formación de las disciplinas modernas, en la actitud premoderna de es-tablecer la mecánica racio-nal como única ciencia real y desacreditar las entonces nacientes ciencias experi-mentales. Aunque a ambos se les ha erigido en autoridades históricas de validez eterna en distintas ideologías fi losó-

fi cas, hoy en día sus opiniones sobre la ciencia re-visten sólo interés histórico, y la opinión de Kant resulta sin duda mucho más anacrónica que la de Engels. Sin embargo, el legado kantiano aún pre-domina en la fi losofía de la ciencia. Por ejemplo, cuando la parte oriental de Alemania se unió con la occidental en 1990, la fi losofía dialéctica de la química desapareció de inmediato, en benefi cio del kantismo falto de inspiración que ha permeado la parte occidental. Por ende, el descuido de la quími-ca es también consecuencia de la elección arbitra-ria de autoridades anacrónicas.

Mientras los fi lósofos profesionales de los países de Occidente desatendían la química, estudiosos

vacío dejado por los fi lósofos pro-fesionales. En tercer lugar, la fi lo-sofía de la ciencia en los países co-munistas fue lo bastante amplia como para incluir la química, so-bre todo en el periodo transcurri-do de fi nes de los años cincuenta a principios de los noventa.2

La fi losofía de la química en los países comunistas se inspiró en el materialismo dialéctico de Engels, donde la química cumplía una función prominente como ar-gumento contra lo que él llamaba el materialismo vulgar o francés, es decir, la fi losofía mecánica. Al igual que Comte pocas décadas antes, pero en relación con la dis-tinción de Hegel entre “mecanis-mo”, “quimismo” y “organismo”, Engels propuso una jerarquía no reductiva de las ciencias. Para el nivel mecánico, el químico y el fi -siológico postuló distintas “for-mas de movimiento”, cada una con leyes propias, además de “le-yes dialécticas” generales para la transformación desde los niveles inferiores a los superiores.

Aunque el propio tratamiento de la química de Engels perma-neció fragmentario, fi lósofos del siglo xx desarrollaron sus ideas. No tardaron en comprender que los fenómenos químicos podían servir para ilustrar leyes univer-sales de la doctrina de Engels. Por ejemplo, las reacciones ácido-bá-sicas se usaron para ejemplifi car su “ley de las contradicciones” en torno a las fuerzas opuestas de la naturaleza. Además, las reaccio-nes ácido-básicas, cuando se lle-vaban a cabo por volumetría con indicadores, permitían visuali-zar a todo color su ley general “del paso de lo cuantitativo a lo cualitativo”. Los fi lósofos de la ciencia en los países comunistas tenían una función establecida en la educación superior científi ca y estaban ofi cialmente obligados a interpretar hechos, problemas y avances científi cos concretos dentro del marco gene-ral del materialismo dialéctico e histórico. Como En-gels había reservado una “forma de movimiento” propia para la química, los fi lósofos tenían libertad para tratar la química como campo autónomo. De hecho, produje-ron un rico acervo de estudios sobre fenómenos, leyes,

2�Por desgracia, aún no se revisa la literatura de la fi losofía de la química en los países comunistas, excepto la de la República Democrática Alemana.

No todos los medicamentos desarrollados por los médicos y los químicos han tenido un fi nal feliz.

Un ejemplo trágico de esto es la talidomida. Se desarrolló en 1956, en un laboratorio alemán, el Chemie Grünenthal, y se comercializó para controlar la náusea y el mareo. Muchos médicos en el mundo lo recetaron a las mujeres embarazadas, porque son precisamente ellas quienes padecen de estos síntomas. El fármaco presentó un terrible efecto secundario: los bebés nacieron con malformaciones, concretamente no se les desarrollaban los brazos ni las piernas. Varios miles de niños, cuyas madres habían ingerido la talidomida, nacieron con estos defectos antes de que pudiera relacionarse su consumo con este espantoso resultado. En los Estados Unidos la Food and Drug Administration (Administración de Drogas y Alimentos) no aprobó su consumo, con lo que salvaron de esta tragedia a las mujeres norteamericanas. La talidomida se presenta en dos formas quirales y, al parecer, la forma (S), o sea la izquierda, es la que presenta las propiedades teratogénicas. (Se dice que una sustancia es teratogénica si puede afectar el desarrollo del feto o de los embriones durante el embarazo.) En 1961 la sustancia fue prohibida en la mayoría de los países, aunque ahora se está estudiando su uso en casos de lepra y de sida, lo cual ha provocado una airada polémica entre la comunidad científi ca por los riesgos que esto implica.

Óscar Hahn☞ AUTOR DEL FONDO

GANADOR DEL PREMIO IBEROAMERICANO DE POESÍA PABLO NERUDA 2011

A Q U A R I O

Palpo tu lengua con mi dedotus mejillas por dentrocon mi dedoCómo será atraparentre el pulgar y el índicea ese pez rojoque se asoma y escondeentre tus labiosLucha por escaparel pececitose repliega me esquivame provocay de pronto lo cazojuego con éllo acaricio lo aprietoSinuoso se retuerceprotegidopor rejas de marfi lque se cierran de golpecomo valvasY tu lengua vibrátilsibilinadeja su madrigueray lame con deleitelas gotitas de sangreque corren por mis dedos

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no puede contar como fi loso-fía de la ciencia propiamente dicha. Esto nunca ha recibido mejor crítica que la de la quími-ca y fi lósofa Elisabeth Ströker en uno de los relatos históricos más detallados de la “revolu-ción química”.

Más que en otras ramas de la historia, los historiadores de la química trataron cuestiones fi losófi cas en un abundante acervo de excelentes estudios sobre la historia de las ideas, teorías y métodos, y las mutuas repercusiones entre la quími-ca, por un lado, y las discipli-nas contiguas —la fi losofía, las humanidades, la religión— y la sociedad en general, por el otro. En la medida en que lo hicieron a fi n de lograr un me-jor entendimiento de nuestra actual cultura intelectual y del papel que en ella desempeña la química, desarrollaron un trabajo que los fi lósofos profe-

sionales se negaron a hacer. Es interesante que los pocos fi lósofos occidentales que se ocuparon de la química por extenso en libros, por ejemplo Gaston Bachelard, Ströker y François Dagognet, tuvieran marcados intereses en la historia.

El ejemplo de la historia anterior a 1990 en los países occidentales ilustra que se necesitan re-fl exiones fi losófi cas sobre la química, les interese o no a los fi lósofos profesionales. Esta necesidad comprende tanto el análisis de hechos y aspectos específi cos de la química como perspectivas inte-gradoras para situarla en el conjunto de la cultura y la historia de las ideas. Gracias a su formación, los fi lósofos suelen tener aptitudes particulares para satisfacer estas necesidades si se acompa-ñan de cierto conocimiento de la química e inte-rés en ella. Uno y otro faltaban, sin embargo, sal-vo en unas cuantas personas ajenas a los círculos establecidos.�W

Joachim Schummer, fi lósofo y químico, es profesor en la Universidad de Hannover. Traducción de Gerardo Noriega Rivero.

có todo un libro al tema del re-duccionismo, sosteniendo que el holismo mecanocuántico no permite inferir aseveraciones sobre objetos químicos sin pre-supuestos adicionales. A fi na-les de los ochenta del siglo xx, Del Re y Liegener consideraban que los fenómenos químicos se dan en un nivel de complejidad superior que se deriva del nivel mecanocuántico, mas no se re-duce a él. También otros quími-cos empezaron a cuestionar el reduccionismo ingenuo.

Como nunca se ha trazado una frontera nítida entre la fi lo-sofía y la historia de la ciencia, no es de extrañar que muchos his-toriadores de la química hayan abordado el campo ocupándose de consideraciones fi losófi cas del pasado, dos de las cuales lle-garon a distinguirse tanto entre los temas históricos de la quí-mica que es imposible reseñar aquí la literatura. Se trata de la consideración metafísica del atomismo y la considera-

ción metodológica del cambio conceptual y el progreso teórico según los ejemplifi ca la exposi-ción de Thomas Kuhn de la “re-volución química”.4 Desde luego, ambos temas atrajeron también a muchos fi lósofos. El segundo tema, en particular, produjo du-rante un tiempo un alto grado de colaboración y competencia fructíferas, y un aluvión de es-tudios casuísticos. Cuestionados por el rigor historiográfi co de sus colegas, los estudios de los fi ló-sofos a menudo no diferían gran cosa de las obras históricas, sal-vo en la mayor ambición de con-vertirlos en argumento a favor o en contra de una postura meto-dológica general, por ejemplo, la de Popper, Kuhn, Lakatos, etc. Sin embargo, elegir historias de la química como pruebas de una u otra metodología general de la ciencia en conjunto difícilmente es un argumento concluyente, y

4�Paul Hoyningen-Huene ha afi rmado que la revolución química fue incluso el caso paradigmático que inspiró a Kuhn su noción de revoluciones científi cas.

de diversas disciplinas abordaron el tema, cada uno desde una perspectiva propia y con preguntas espe-cífi cas. Los estudiosos de la enseñanza de la quími-ca, en particular, siempre han reconocido la necesi-dad de refl exionar sobre los métodos y trabajar en la aclaración de conceptos, de modo que la mayoría de sus publicaciones periódicas siguen siendo una fuente abundante de estudio para los fi lósofos. Los químicos prácticos solían tropezar con problemas fi losófi cos cuando sus investigaciones los desafi a-ban a refl exionar sobre nociones o ideas metodoló-gicas generalmente aceptadas. Entre los ejemplos destacados de los primeros tiempos se cuentan Ben-jamin Brodie, Frantisek Wald, Wilhelm Ostwald y Pierre Duhem. Sin embargo, la serie de químicos con inquietudes fi losófi cas no terminó a principios del siglo xx.3 Por ejemplo, la obra de Paneth (1962) sobre los isótopos lo hizo pensar en el concepto de “elemento químico”. La refl exión de Mittasch (1948) acerca de la noción de causalidad en química se de-rivó de sus estudios de la catálisis química. Ante la renuencia de sus contemporáneos científi cos a acep-tar sus teorías, y con base en su concienzuda expe-riencia en la práctica de laboratorio, Polanyi (1958) cuestionó las metodologías científi cas racionalistas aceptadas señalando la importancia de los factores sociales y del papel del conocimiento tácito. Caldin (1959, 1961), quien como cualquier químico trabajó sobre todo en el laboratorio, ale-gó que la metodología popperia-na entonces imperante era inca-paz de comprender la función de la experimentación en las cien-cias experimentales y el modo en que los científi cos se ocupan de las teorías.

Desde fi nes de los años seten-ta, por otra parte, químicos teó-ricos que se afanaban en el desa-rrollo de modelos de la química cuántica para fi nes químicos empezaron a poner en duda la ingenua opinión reduccionista, que no obstante era común en-tre los fi lósofos de la ciencia oc-cidentales, según la cual los con-ceptos y las leyes de la química podían inferirse simplemente de principios mecanocuánticos. En un fecundo ensayo, Wooley (1978) afi rmó que el concepto de estructura química no podía deducirse de la mecánica cuán-tica. Primas (1981, 1985) dedi-

3�Los lectores interesados pueden encontrar más información sobre los químicos mencionados en la serie de HYLE Short Biographies of Philosophizing Chemists.

Cuando alguien quiera burlarse de las ideas y los objetivos de la alquimia, bastaría con recordarle que

una de las mentes más brillantes y quien es considerado uno de los mejores científi cos que hayan existido jamás, sir Isaac Newton, estaba más que interesado en buscar recetas para transmutar metales.

Newton fue un alquimista afi cionado que se dedicó a estudiar los escritos más esotéricos de la Gran Obra, en búsqueda de la fórmula para transmutar metales, convencido plenamente de que los alquimistas realmente poseían un secreto, mismo que él se sentía capaz de descifrar. Su estudio se basó en el “león verde”, el régulo con estrella del antimonio.

Hizo también voluminosos escritos sobre sus estudios teológicos acerca de los pasajes más místicos de la Biblia, especialmente los relacionados con las profecías. Contra lo que pudiera creerse, Newton estaba mucho más orgulloso por sus estudios bíblicos y alquimistas que por sus trabajos científi cos.

María la Judía, también llamada Miriam, era una mujer practicante de la alquimia y a la que se le

atribuye la invención del baño María, muy conocido por las amas de casa y el cual consiste en dos recipientes, uno encima de otro, uno de los cuales contiene agua en ebullición y calienta al recipiente de encima, de modo que la temperatura de calentamiento se mantiene constante. A María, quien era una gran conocedora de las técnicas alquimistas, se le cree inventora de varios aparatos alquimistas, entre ellos uno llamado kerotakis, una especie de destilador a refl ujo. También se dice que desarrolló el tribikos, un equipo para destilar. El kerotakis se usaba para tratar placas metálicas con vapores de diversas sustancias, lo cual tenía por objeto la transformación de los metales comunes en oro.

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L a química actual es here-dera de una gran cantidad de ofi cios y tradiciones que infl uyeron en la vida coti-diana de todas las cultu-ras. Los laboratorios, tal y como los conocemos hoy, son una de esas herencias compartidas con las otras ciencias y que caracteri-

zan el quehacer de la química como una ciencia ex-perimental. Sin embargo, el experimento químico, como acto de creación y que identifi ca a la química como la actividad científi ca más productiva, lo vuel-ve prácticamente singular.

Los laboratorios son espacios dedicados al trabajo práctico en lugar de a la investigación teórica; las ac-tividad es realizadas en ellos desde hace miles de años han sido consideradas, por ello, de menor nivel inte-lectual. La palabra latina laborare nos remite al tra-bajo manual, el cual era realizado, tanto en el imperio romano como en las ciudades griegas que lo antece-dieron, por los esclavos. El fi lósofo inglés del siglo xvii Thomas Hobbes indicaba la inferioridad social de aquellos que se dedicaban al trabajo práctico: drogue-ros, jardineros, herreros o mecánicos. Aquellos que suponían que con dinero (con el cual comprar mejo-res materiales y/o equipamiento) podían obtener co-nocimiento, estaban equivocados. Para él, como para otros muchos académicos de su tiempo y aun de hoy en día, una biblioteca era mucho mejor que un labora-torio. Estas ideas calaron fuertemente en la mentali-dad y en las universidades hispanas y posteriormente latinoamericanas, particularmente en lo referente a la investigación y enseñanza de la química, en la que se privilegió el hablar al hacer.

Desde la más remota antigüedad y en particular a partir de la Edad Media, la preparación de medica-mentos, la fabricación de jabones, pigmentos, vidrio, materiales cerámicos y explosivos, y la extracción de metales fueron actividades prácticas, alejadas de la refl exión fi losófi ca y realizadas alrededor de mer-cados y en lugares públicos. Sin embargo, desde esa época ya se identifi ca la característica más impor-tante de un laboratorio: su aislamiento de la vida cotidiana. Esto se logró con los primeros laborato-rios de química, que antecedieron a los de física por casi dos siglos. Como ha indicado Maurice Crosland, “En los laboratorios alquímicos habría uno o varios hornos, de ser posible junto con un almacén de com-bustible y un suministro de agua, con un fregadero,

frascos, retortas y otros aparatos, y una variedad de reactivos químicos etiquetados. […] era habitual en los laboratorios alquímicos la presencia de diferentes ti-pos de horno, que ofrecían grados ascendentes de ca-lor, desde un fuego suave con un baño de agua hasta un horno de reverbero. La destilación usualmente se llevaba a cabo a una temperatura intermedia, aunque, por supuesto, el concepto de temperatura realmente se alcanzó sólo en el siglo xviii.”1

Así, desde el siglo xvii el acceso a una fuente de ca-lor permanente y agua corriente fueron confi gurando el espacio de lo que hoy reconocemos en cualquier lugar del mundo como un laboratorio. Incluso a principios del xix los laboratorios de química eran aquellos en los que se utilizaba la recién descubierta corriente eléctrica y que en Inglaterra Humphry Davy utilizó tan efi caz-mente para aislar muchos de los elementos alcalinos y alcalinotérreos.

Los aparatos y los reactivos en los laboratorios quí-micos eran productos artesanales, construidos y prepa-rados localmente. Eran preciadísimos, como se mues-tra en las cartas que Stanislao Cannizzaro, en pleno siglo xix, escribía a sus colegas, en diversos lugares de Italia, para intercambiar entre ellos sus artefactos. Es importante hacer notar que los aparatos utilizados en los laboratorios, a partir del siglo xvii, eran construidos ya con dos intenciones: por un lado, para realizar pro-piamente investigación en química y, por otro, para en-señar. Algunos de los aparatos que utilizó Antoine La-voisier tenían este último propósito. La fabricación ma-siva de balanzas comerciales empezó en Londres solo hasta mediados del siglo xix, poco antes de que Robert Bunsen, en Alemania, inventara su famoso mechero.

Los químicos, aproximadamente un poco más de tres millones de personas en todo el mundo, hacemos nuevas sustancias. El número de sustancias y de apli-caciones comerciales de las mismas ha crecido de ma-nera impresionante a lo largo de los últimos doscientos años. De algunos cientos en 1800 a hoy (mayo de 2011), cuando se han identifi cado pocos más de 56 millones de sustancias diferentes (y se van añadiendo aproxi-madamente 6 mil cada día), de los cuales 48 millones se comercializan.

La síntesis de nuevos compuestos hace que la quími-ca sea la ciencia más productiva. Como lo ha indicado el fi lósofo de la química Joachim Schummer, en el año 2000 el Chemical Abstracts, la base de datos que infor-

1� Maurice Crosland, “Early Laboratories c.1600-c.1800 and the Location of Experimental Science”, Annals of Science, 62, 2005, pp. 233-253.

ma sobre la mayoría de publicaciones de esta disci-plina, reportaba prácticamente el mismo número de publicaciones que todas las demás ciencias juntas.2

La síntesis de nuevos compuestos se hace a través de experimentos químicos. Y en ellos los gases y el aire mismo funcionan como disolventes permitien-do o inhibiendo la formación de determinados pro-ductos químicos. La síntesis de una determinada sustancia química, como un medicamento o un ma-terial específi co, se logra en un disolvente, pero no en otro diferente. Como lo ha indicado Cerruti: “Los fenómenos son generalmente aceptados, y fi losófi -camente discutidos, como los objetivos y el resulta-do del experimento en física; en general, las sustan-cias son los objetivos y los resultados de las prácti-cas experimentales más importantes en química.”3

Así, podemos llegar a defi nir lo que es un experi-mento químico, defi nición que lo separa claramente de los experimentos realizados en las otras ciencias: “El experimento químico crea, en un aparato, un fe-nómeno (sustancia) utilizando como instrumentos (capaces de aislar físicamente las propiedades de las entidades que queremos usar y/o conocer) disolven-tes y reactivos específi cos.”4

La química actual es la empresa tecnocientífi ca más productiva. Lo sepamos o no, nos guste o no nos guste, los cerca de 7 mil millones de personas que habitamos este planeta vivimos en un mun-do artifi cial construido fundamentalmente a par-tir de experimentos químicos. Este enorme poder coloca a la química actual como parcialmente res-ponsable de muchos problemas e indispensable para su solución. �W

José Antonio Chamizo, profesor en la Facultad de Química de la U NA M, es un activo divulgador de esta ciencia (y también de las otras, como cuando fue di-rector de Universum). Coordinó Historia y fi losofía de la química: aportes para la enseñanza, publica-do hace unos meses por Siglo Veintiuno Editores.

2� Joachim Schummer, “La fi losofía de la química. De la infancia hacia la madurez”, en Davis Baird, Eric Scerri y Lee McIntyre, comps., Filosofía de la química. Síntesis de una nueva disciplina, fce, 2011.3� Luigi Cerruti, “Chemicals as Instruments. A Language Game”, HYLE, 4, 1998, pp. 1-18 (disponible en www.hyle.org/journal/issues/4/cerruti.htm).4� José Antonio Chamizo, “The Chemical Experiment”, ponencia presentada en el Summer Symposium. International Society for the Philosophy of Chemistry, Oxford, 2010.

H AY Q U Í M I C A E N T R E N O S OT R O S

Sobre el experimento químico

¿Qué distingue al quehacer de los químicos? Preguntas como ésta han dado pie al auge de una novedosa

disciplina: la fi losofía de la química. Uno de sus impulsores entre nosotros intenta aquí una respuesta, en la que se denuncia cierto

desdén intelectual que ha padecido el trabajo de los químicos y muestra la complejidad de asomarse a los lugares en que se

hurga en lo esencial de la naturaleza

J O S É A N T O N I O C H A M I Z O

E N S AYO

Page 16: La Gaceta Junio 2011

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H AY Q U Í M I C A E N T R E N O S OT R O S

EL CARBONOCuentos orientales

P E D R O B O S C H G I R A L Y G R A C I E L A PA C H E C O

Si los libros dedicados a la química publicados por el fce son sin falta atractivos e informados, éste es particularmente seductor, gracias a la audaz propuesta de sus autores: develar todos los secretos del carbono y sus propiedades a partir de cuentos que ocurren dentro de la atmósfera —su tono, sus aires y su ambiente— de Las mil y una noches, con sus peripecias, sinsabores y sentimientos de príncipes, doncellas y sultanes. Desfi lan en esta afortunada reunión de literatura y ciencia, que no carece de una puntual explicación de términos técnicos, temas de gran interés, como el de los átomos de carbono, los diamantes, el grafi to, los carbonos naturales, el carbono 14, entre otros que cautivarán a los lectores. De Bosch Giral el fce ha publicado también Fuego en el alma y en la vida infi erno.

3ª ed., 2002, 122 pp.978 968 16 6650 7$59

LA CIENCIA NUESTRA DE CADA DÍA

F R A N C I S C O R E B O L L E D O

La ciencia es fruto de la curiosidad, la perseverancia, el talento y la imaginación. Tales atributos son los que despliega el autor de estos artículos —reunión de textos, de calidad literaria, publicados originalmente en el suplemento cultural Laberinto del diario Milenio,— al abordar temas centrales de la física, la astronomía, la química, la biología y la evolución. Pasan por estas páginas, temas como el tiempo, la luz, la gravedad, la fuerza atómica, Marte (¡amenazado por una hipotética colonización terráquea!), las estrellas de neutrones, los elementos químicos, el hombre de Flores... Quien quede atrapado por la prosa del autor de la célebre novela Rasero, del estudio Desde la barranca. Malcolm Lowry y México (Colección Popular, 2004) y de los relatos reunidos en Pastora y otras historias del abuelo (Letras Mexicanas, 1997) quedará a la espera del segundo

DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA

T E R E S A D E L A S E LVA

Un viaje apasionante —como todos los viajes del científi co: con la razón y la imaginación a todo tren— emprenderá el lector de estas historias en que la autora lanza preguntas básicas: ¿de qué está hecha la materia que nos rodeay de la que formamos parte?, ¿es válido suponer que está formada por la agregación interactiva de moléculas indestructibles?, ¿existen las partículas últimas? Empleando recursos literarios, en un bien logrado tono narrativo, Teresa de la Selva, maestra en ciencias por la unam y doctora en física por lauam, va aproximándose a las respuestas, “desde la complejidad y oscuridad de la alquimia a la sencillez y luminosidad de la teoría atómica de Dalton y Avogadro”, pasando por la importancia de la teoría del fl ogisto y por la grandeza de las aportaciones de Lavoisier.

3ª ed., 2003, 162 pp.978 968 16 6909 6$59

DEL TEQUESQUITE AL ADNAlgunas facetas de la química en México

A N D O N I G A R R I T Z R U I Z Y J O S É A N T O N I O C H A M I Z O

Con precisión y un enorme cúmulo de datos, los autores de este libro examinan los usos diversos de ciertos elementos químicos en la vida mexicana, desde las sales (el tequesquite) en la época prehispánica hasta los presentes en la industria petrolera. Se presenta, así, una historia compendiada y reveladora de aspectos centrales de la química y sus aplicaciones en los campos educativos, cotidianos e industriales en nuestro país. A la vez, se explican con claridad conceptos centrales de la materia, como los de “ácido”, “base”, “macromoléculas” o la “doble hélice del adn”, por ejemplo, con la ayuda de reveladores cuadros ilustrativos del fondo químico que hay en nuestros bienes de uso común. Una lectura adecuada para aquel que quiera conocer mejor, y sin complicaciones, el mundo que nos rodea.

4ª ed., 2003, 143 pp.978 968 16 6890 7$72

volumen de La ciencia nuestra de cada día, que verá la luz este mismo año.

1ª ed., 2007, 242 pp.978 968 16 8443 3$77

LA QUÍMICA Y LA COCINA

J O S É L U I S C Ó R D O VA F R U N Z

Además de servir para la preparación de los platillos sabrosos y nutritivos, la cocina es campo propicio para observar más de 200 reactivos químicos y equipos y procedimientos análogos a los de un laboratorio. El autor acude a la experiencia culinaria para mostrar el vastísimo campo de la química y cómo se entrelazan, de numerosos modos, el conocimiento científi co y el común, lo que bien puede llevar del asombro a la refl exión; revisa, en consecuencia, los componentes de los alimentos, las formas de preparación; el olor, el color y el sabor, la sazón, la temperatura, entre otros temas ricos y de lo más ilustrativos, siempre con una intención didáctica que se acompaña de ejemplos concretos.

3ª ed., 2002, 154 pp.978 968 16 6608 8$59

QUÍMICA, UNIVERSO, TIERRA Y VIDA

A L F O N S O R O M O D E V I VA R

En el origen del Universo, de la Tierra y de la vida están presenten, de modos sencillos o complejos, diversos procesos químicos en los que intervienen distintos elementos. Aquí se describen estos procesos y estos elementos, las formas en que interactúan y los equilibrios que generan. El autor explica cómo actúa la química en estas grandes escalas (los otros planetas, por ejemplo) y se detiene también, con fortuna, en casos concretos, conocidos por todos nosotros desde tiempos lejanos, como lo que ocurre en los alimentos (un caso: el del tradicional pozole) o en productos más recientes y de uso generalizado (los detergentes, que pueden ser degradables o biodegradables).

3ª ed., 2003, 160 pp.978 968 16 6799 3$59

Laquímica

en LaCiencia

paraTodos

R E CO M E N DAC I O N E S

Page 17: La Gaceta Junio 2011

J U N I O D E 2 0 1 1 1 7

Todo aquél que haya par-ticipado en una manifes-tación un poco agitada lo sabe: ¡los golpes los reci-ben quienes están en pri-mera fi la! En el nanomun-do sucede lo mismo; así, de todos los átomos que cons-tituyen un nanoobjeto, los de la primera capa atómi-

ca del objeto (su “piel”) son los que más resienten los choques con las moléculas circundantes. Los átomos que se encuentran resguardados en el interior del ob-jeto están en una situación incomparablemente más cómoda. Aunque se mueven junto con los otros, pues todo el objeto recibe un choque, no están en contacto directo con el proyectil. Incluso, estar en segunda fi la (en la segunda capa atómica “bajo” la superfi cie) re-presenta un progreso notable en cuanto a comodidad.

Los átomos de la primera capa no sólo son los más expuestos, sino que también son los más vulnerables. No sólo son quienes reciben los golpes, sino también quienes menos los resisten. ¿Por qué? Simplemen-te porque tienen menos vecinos en el nanoobjeto. Un átomo del interior tiene un vecino a la izquierda y otro a la derecha, un vecino al frente y otro atrás, un veci-no abajo y otro arriba. Cada uno establece una rela-ción química con el átomo en cuestión, que se mantie-ne con fuerza en su posición de equilibrio. Aunque la energía térmica lo haga vibrar, alargando momentá-neamente un enlace y acortando el que está en direc-ción opuesta, su posición promedio está bien defi nida y bien centrada.

Un átomo de la superfi cie está en una situación me-nos estable. Le hace falta cuando menos un vecino, es decir, un enlace. Eso afecta sus vibraciones, que son más amplias, sobre todo en la dirección del veci-no faltante, perpendicular a la superfi cie. También se modifi ca su comportamiento químico. Su “estado de carencia”, en términos de enlaces químicos, lo vuel-ve más reactivo. Tratará de establecer un enlace con cualquier cosa que esté a su alcance; en particular, con las moléculas del medio que golpean la superfi cie del nanoobjeto. En algunos casos, la molécula que golpea la superfi cie tiene sufi ciente energía como para no en-lazarse, y simplemente rebota. En otros casos se deja atrapar, cuando menos temporalmente, por un átomo de la superfi cie, ávido por restablecer el enlace que le falta. Este enlace temporal entre un átomo (o una mo-lécula) del medio y un átomo de la superfi cie del na-noobjeto se conoce como absorción. Según la intensi-dad del enlace establecido, se habla de absorción física (débil) o absorción química (fuerte). En algunos casos, la interacción es tan fuerte que la molécula absorbida

se rompe en dos o más fragmentos. Por ejemplo, cuando una molécula de hidrógeno libre (H2) golpea la super-fi cie de un trozo de níquel (Ni), la interacción entre los dos átomos de hidrógeno con dos átomos de níquel de la superfi cie sólida produce su disociación. El enlace H-H se rompe y cada átomo de hidrógeno se enlaza con un átomo de níquel, de manera que se forman dos enlaces Ni-H. Esos enlaces son temporales pues, una vez absor-bidos, los átomos de hidrógeno pueden “saltar” a otros átomos de níquel que también estén en estado de caren-cia. Por lo tanto, las especies químicas absorbidas son móviles, y si dos átomos de hidrógeno se en-cuentran mientras siguen un camino al azar por la superfi cie, pueden recombinarse para formar una molécula de hidrógeno libre, que regresará al medio gaseoso.

Esos fenómenos de absorción constitu-yen la base de la catálisis heterogénea, sin la cual no podrían funcionar varios sectores de la industria química. Una molécula absorbi-da no está en el mismo estado energético que una molécula libre. Esto resulta cierto en particular para las moléculas o las asociacio-nes de moléculas que llamamos “estados de transición”. Cuando una molécula A se trans-forma en una molécula B, suele pasar por un estado intermedio A* de energía muy elevada. Para transformarse, A debe alcanzar un um-bral energético, y esto limita la velocidad de la reacción química. Si la reacción tiene lugar sobre la superfi cie de un sólido al que puedan enlazarse temporalmente A, A* y eventual-mente B, la energía necesaria para alcanzar el estado A* (lo que se conoce como altura del umbral) disminuye mucho y la reacción se acelera. Lo que sucede para una reacción simple de tipo A E B, también es cierto para reacciones más complejas, como A + B E C + D.

Los catalizadores más comunes son metales, óxidos y sulfuros. Un ejemplo muy extendido y muy útil es el de las chimeneas catalíticas. Éstas contienen una peque-ña cantidad de platino, que puede transformar algunos venenos resultantes de la combustión del carburante, como el monóxido de carbono (CO) o el óxido de nitró-geno (NO), en compuestos inofensivos, como el dióxido de carbono (CO2) y el nitrógeno libre (N2). Es verdad que el dióxido de carbono es el principal productor de efec-to invernadero, pero al menos no envenena la sangre. El platino no se presenta en forma de anillos ni de tro-zos colgantes, sino como nanopartículas que tapizan las paredes de un bloque cerámico muy poroso. ¿Por qué? Para entenderlo, basta, por un lado, recordar que los átomos de platino de la superfi cie son los que trabajan y, por otro, realizar un pequeño cálculo.

Consideremos un cubo de platino de 1 cm de lado. El diámetro de un átomo de platino es cercano a 0.2 nanómetros, es decir, 2 × 10–10 metros. Un lado del cubo (recuérdese que 1 cm = 10–2 m) tiene entonces unos 5 × 107 átomos (o sea, 50 millones). En total, el cubo contiene (5 × 107)3 = 125 × 1021 átomos. ¿Cuan-tos están “en primera fi la”, es decir, en la superfi cie del cubo, listos para ayudar en la reacción química? Para calcularlo, basta contar la cantidad de átomos en una cara del cubo, que son (5 × 107)2 = 25 × 1014, y multiplicar ese número por 6. El resultado son 150 ×

1014 átomos, un número enorme pero mu-cho menor que la cantidad total de áto-mos en el trozo. Al comparar ambos nú-meros, notamos que aproximadamente sólo uno de cada diez millones de átomos está en la superfi cie y es útil a la reacción química.

¿Cómo podemos mejorar la situación? No se necesita mucha refl exión para dar-se cuenta de que basta cortar el cubo en pedazos pequeños. Cada vez que lo cor-tamos, dejamos átomos nuevos en la su-perfi cie exterior, en ambos lados del cor-te. Si pudiéramos cortar en pedazos tan pequeños que tuvieran un solo átomo, ¡todos los átomos de platino estarían “en la superfi cie”! Tal división no es muy rea-lista, pero los químicos de la catálisis son maestros en el arte de preparar metales y otros catalizadores en forma de partícu-las de tamaño cercano al nanómetro. Un cálculo análogo al que hicimos, para un cubo de 1 nm del lado, ¡muestra que cua-tro de cada cinco átomos de platino están

en la superfi cie! (Nótese que, para hacer el cálculo correctamente con cubos tan pequeños, debemos considerar que con el método utilizado para el cubo de 1 cm, contamos dos veces los átomos de las aristas y tres veces los de los vértices; con cubos grandes, el error resultante es despreciable, pero con cubos de un nanómetro es importante considerarlo.)

¿Cuál es el área de dicha superfi cie? Un cubo de 1  cm de lado tiene 6 cm2 de contacto con el medio. Si lo partimos en cubos de 1 nm de lado, tenemos un área de 6 000 m2, o sea, ¡más de media hectárea! En una chimenea catalítica, el gas recorre un área simi-lar. ¡Por eso funciona el método! La materia en forma de nanoobjetos no tiene mucho volumen. Se trata, por decirlo de algún modo, de polvo atómico…�W

Henri Van Damme, físico de origen belga, es profesor en la Escuela Superior de Física y Química Industriales, de París. Traducción de Martín Manrique.

Una ojeada al nanomundo

No es fácil enseñar ciencias, pues el objetivo debe ser, además de la transmisión de conocimientos concretos, la adopción de un modo de

pensar que permita formular preguntas, conjeturar respuestas y validar esas hipótesis. El Fondo prepara la publicación de 29 conceptos clave para

disfrutar de la ciencia —del que hemos tomado este fragmento para abrir el apetito de los lectores—, que forma parte de un innovador proyecto

francés de involucrar a padres y maestros en la difusión de la cienciaH E N R I V A N D A M M E

H AY Q U Í M I C A E N T R E N O S OT R O S

A D E L A N TO

29 CONCEPTOS CLAVE PARA DISFRUTAR

DE LA CIENCIA

Pierre Léna,Yves Quéré y

Béatrice Salviat(comps.)

FCE, México, 2011

ISBN9788437506432

Page 18: La Gaceta Junio 2011

1 8 J U N I O D E 2 0 1 1

más exitosas del paso anterior, hasta obtener fárma-cos con una gran especifi cidad y actividad, de mane-ra rápida y relativamente sencilla.

Es precisamente esta nueva modalidad de la sín-tesis química la que presenta el libro de Ricardo Furlán y Ernesto Mata, investigadores de la argen-tina Universidad Nacional de Rosario y miembros del Consejo Nacional de Investigaciones Científi cas y Técnicas. En él, ofrecen una visión panorámica de su historia, desarrollo, aplicaciones, técnicas y casos exitosos, que sin duda resultará utilísima para ac-tualizar las bibliotecas no sólo de químicos (orgáni-cos, industriales, farmacéuticos y de muchas otras ramas), sino también los programas de las escuelas de química en Latinoamérica.

Al examinar el libro, dirigido a estudiantes o es-pecialistas del área química, lo primero que se des-cubre es que la sencillez de la química combinatoria es sólo aparente. En realidad consta de una gran va-riedad de técnicas muy refi nadas y requiere tecnolo-gía especial: desde procesos relativamente manua-les, que utilizan pipetas múltiples, varillas y “placas” con cientos de “pozos” de reacción, pasando por mé-todos como el descriptivamente llamado “de saqui-tos de té”, hasta las tecnologías robóticas, controla-das por computadora y ejecutadas por brazos me-cánicos, del “tamizado de alto rendimiento” (high throughput screening), que automatizan y aceleran notoriamente los distintos pasos de la síntesis y el posterior análisis, así como las pruebas de actividad de los compuestos formados.

El método más usado para fabricar las inmensas “bibliotecas” de variantes moleculares de las que luego se seleccionan los candidatos más prometedo-res es la síntesis en fase sólida. Fue desarrollada ini-cialmente por Bruce Merrifi eld en 1967 para fabricar péptidos (cadenas cortas de aminoácidos) y lo hizo acreedor al premio Nobel de química en 1984 (hoy se sintetizan también polisacáridos y otros polímeros, además de moléculas pequeñas como benzodiazepi-nas, anillos heterocíclicos, beta-lactamas y otras).

En vez de llevar a cabo las reacciones en solu-ción, se fi ja uno de los reactivos a una sustancia só-

La química es una ciencia con dos caras: una es la analítica, que descubre de qué está he-cho el mundo. Pero es la otra, la sintética, la que representa su lado más creativo. Y es que la química es la única ciencia que —sobre todo en el último siglo— crea sus propios obje-tos de estudio.

Los productos de utilidad para el ser humano, es-pecialmente los fármacos, se habían obtenido tradi-cionalmente a partir de plantas y otros seres vivos. Pero, aunque los llamados “productos naturales” siguen ofreciendo una gran riqueza, su localiza-ción, aislamiento y estudio se habían convertido en un gran cuello de botella para la industria químico-farmacéutica. La continua necesidad de nuevas mo-léculas sobrepasa lo que la naturaleza puede ofrecer.

Una solución había sido, hasta hace poco, la sín-tesis química. Pero se trata de un proceso laborioso, detallado y artesanal, en que “un compuesto [era] cuidadosa e individualmente preparado, asegurán-dose su pureza y la perfecta caracterización de inter-mediarios y productos”.

Entonces entró en escena la química combinato-ria. El principio es simple: en vez de trabajosamente localizar compuestos naturales que tengan efectos farmacológicos, o sintetizar uno por uno compues-tos nuevos y ensayar su posible actividad, ¿por qué no imitar a la evolución, en su proceso de variación y selección, tan genialmente descrito por Darwin?

El enfoque combinatorio, en vez de hacer reaccio-nar una sustancia A con otra B para formar el pro-ducto AB, utiliza una gran cantidad de variantes de A (A1, A2,…, An), y las hace reaccionar, en paralelo, con numerosas variantes de B (B1, B2,…, Bn), para produ-cir una cantidad inmensa de productos AnBn distin-tos. A continuación, somete a todos los productos así formados a pruebas simultáneas —pero separadas— de actividad, para determinar cuáles son los más efi -caces. El ciclo puede repetirse, esta vez con el reac-tivo C, para obtener variantes ABC de las moléculas

Si Darwin hubiera sido

químico…En la química combinatoria —tema que abordan los argentinos

Ricardo Furlán y Ernesto Mata en un libro de próxima aparición, coeditado con la Sociedad Mexicana de Física— sobrevive buena

parte del ánimo de los alquimistas: convertir una sustancia en otra. Pero en esta no del todo explotada rama de la ciencia de los

elementos los resultados son menos místicos y, a qué dudar, más útiles

M A R T Í N B O N F I L O L I V E R A

H AY Q U Í M I C A E N T R E N O S OT R O S

A D E L A N TO

lida (normalmente una resina), y se van añadiendo los reactivos, lavando o fi ltrando de manera senci-lla entre un paso y otro para evitar contaminación y así mantener puros los productos. Esto se lleva a cabo simultáneamente en cientos de reacciones paralelas.

Para jugar esta especie de “Lego molecular” tie-ne que conocerse muy bien el tipo de compuestos, grupos químicos funcionales y reacciones que pue-den llevarse a cabo, y las condiciones para hacer-lo. El libro de Furlán y Mata describe precisamente las numerosas variantes de la química combinato-ria, pasando por los distintos sustratos sólidos, las distintas estrategias de reacción (alquilaciones, ci-cloadiciones, aminaciones, uso de reactivos organo-metálicos…) y los métodos comerciales disponibles en el mercado.

Furlán y Mata describen también los fundamen-tos y opciones para la química combinatoria en solu-ción (fase líquida), en fase fl uorada, polímeros solu-bles o en sistemas bifásicos, y discuten las ventajas e inconvenientes de cada uno.

No es sorprendente que la química combinato-ria misma continúe evolucionando: Los autores presentan las variantes más novedosas de este en-foque, como la “química enfocada a la diversidad”, que aborda el problema paradójico de la poca varia-bilidad de los productos de la química combinatoria tradicional, que explora sólo regiones limitadas del “espacio de variabilidad” de los compuestos quími-cos, o la “química combinatoria dinámica”, en la que los productos se “seleccionan” a sí mismos según su estabilidad termodinámica.

Química combinatoria ofrece, sin duda, un nece-sario y bienvenido primer acercamiento a una pro-metedora rama de la química que seguramente tiene todavía por ofrecer sus mejores frutos.�W

Martín Bonfi l Olivera, químico farmacobiólogo, es editor de El Muégano Divulgador, boletín mensual de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia,de la U NA M.

VICENTE QUIRARTE ☞ AUTOR DEL FONDO

PREMIO IBEROAMERICANO

DE POESÍA RAMÓN LÓPEZ

VELARDE 2011

QUÍMICACOMBINATORIA

Ricardo FurlánErnesto Mata

FCE, México

2011

Page 19: La Gaceta Junio 2011

J U N I O D E 2 0 1 1 1 9

Fondo cuenta en su catálogo con otras obras de Sheridan, como Los Contemporáneos ayer (Vida y Pensamiento de México, 1985) y México en 1932: la polémica nacionalista (Vida y Pensamiento de México, 1999).

vida y pensamiento de méxico1ª ed., 2011, 299 pp.978 607 16 0562 7 (rústica)978 607 16 0580 1 (empastada)$190

CASI NADA

E D U A R D O H U R T A D O

Del mítico futbolista Garrincha, “dipsómano atareado”, a la sencilla mesa, “frondosa y suspendida”; de la “constancia ciega” de las campanas a los “laberintos y praderas” de las cajas, este poemario de Eduardo Hurtado muestra una asombrosa sensibilidad para lo diverso y una extraña capacidad para hallar la grandeza en los elementos ordinarios: en un pelícano, “maltrecho, / vapuleado/ por la marea irrefrenable”, o en el mar, que “huye desde sí mismo hacia otros mares”. Así, ya sea en los seres comunes como la hormiga, ya en nociones abstractas como el sueño, el poeta consigue lo más preciado del fruto poético: la

SEÑALES DEBIDAS

G U I L L E R M O S H E R I D A N

En el presente libro, uno de nuestros mayores críticos vuelve a algunos grandes periodos y fi guras de la poesía mexicana, como Jorge Cuesta, Gilberto Owen, José Gorostiza y Salvador Novo, entre otros. No obstante, Sheridan regresa a estos temas con novedad y sabiduría, como en el ensayo “Sindbad: un viaje al origen”, donde desentraña de manera brillante los misterios del gran poema del escritor sinaloense; de igual forma analiza las cercanías y distancias de los Contemporáneos con Federico García Lorca, los titánicos volúmenes de la serie La vida en México de Salvador Novo y la célebre animadversión que causó Xavier Villaurrutia entre los escritores “revolucionarios”. El lector también hallará textos sobre Enrique González Rojo, José Juan Tablada —“la bengala más reluciente en el amanecer de las modernas letras mexicanas”—, la gran Antología de la poesía mexicana moderna de Jorge Cuesta, un rescate de Jaime Torres Bodet y la correspondencia entre Pedro Henríquez Ureña y el “abundante” Alfonso Reyes. El

belleza, de quien logra decir: “Te punza / te lastima / -y te lame / la herida.”

poesía1ª ed., 2011, 99 pp.978 607 16 0527 6$140

TRÍPTICO

C A R L O S S O L Ó R Z A N O

Solórzano , escritor y promotor de teatro nacido en Guatemala, en 1919, graduado en arquitectura y en letras hispánicas por la unam, falleció apenas en marzo de este año. Como homenaje a su breve y condensada obra, el fce reúne en este volumen su novela Los falsos demonios, cuatro obras de teatro y sus célebres ensayos sobre arte dramático: Teatro latinoamericano en el siglo XX y Signifi cado del teatro en la vida universitaria de América Latina, que lo proyectaron como uno de los principales impulsores de ese arte escénico. Este libro, en advertencia preliminar del propio Solórzano, se propone “mostrar las dotes del autor en la creación literaria y en la investigación”.

tierra firme1ª ed., 2011, 560 pp.978 607 16 0586 3$365

E n la expresión “libro electrónico” el adjetivo ejerce tal fuerza que casi po-dría decirse que cambia la naturaleza del sustantivo. Los e-books se presen-

tan como nuevas encarnaciones de los que hemos entendido hasta hace no mucho como libro —aunque sean justamente lo contrario: un ejemplo extremo de la separación entre cuerpo y alma, entre la materialidad del pa-pel y la espiritualidad del “contenido”—, pero entrañan cambios profundos en el uso de los textos. Si, como puede leerse en el artículo de Cyrus Highsmith que aparece en esta edi-ción, el pobre diseño de un libro electrónico diluye parte del mensaje que autores y edi-tores buscan transmitir con el uso de cierta familia tipográfi ca, cierto papel, cierta dis-posición del texto en la página, también los términos legales bajo los que se adquieren las ediciones electrónicas están afectando la re-lación de los lectores con los textos.

A fi nales de febrero pasado, la bibliote-caria Sarah Houghton-Jan, directora asistente de la biblioteca pública de San Rafael, en California, propuso

una declaración de derechos del usuario de li-bros electrónicos que llama la atención sobre algunos aspectos tecnológicos y otros legales del nuevo avatar de los textos escritos. Asomé-monos a los cuatro artículos postulados por la autora del blog Librarian in Black (librarianin-black.net), cuyo modesto lema es “extraordi-nariamente informada y por lo tanto adecua-damente necia”, pues por un lado muestran la magnitud de la metamorfosis en curso y por otro señalan algunas incomodidades que en-frentan los “poseedores” de libros digitales.

La declaración comienza enunciando el derecho de los lectores a acceder a los libros electrónicos por encima de las restricciones impuestas por los fabri-

cantes. Houghton-Jan es una franca oponente del control de los derechos digitales —conoci-dos por la sigla drm, de digital rights manage-ment—, es decir, de los medios informáticos que restringen la copia, la impresión, el présta-mo, la consulta simultánea en más de un dis-positivo de lectura, pues, con un liberalismo ingenuo, considera que eso atenta contra la circulación de las ideas. Es cierto que un drm extremadamente restrictivo puede obstaculi-zar el acceso a las obras —aunque por defi ni-ción todo cerco informático puede ser violado por un hacker sufi cientemente escurridizo—, pero el reconocimiento jurídico de la creación intelectual implica límites a los derechos del público a conocer, poseer, utilizar una inven-ción, sea literaria o industrial. Este primer ar-tículo de la declaración no alcanza la violencia de detractores del control de los derechos elec-

Declaración de

derechosDE JUNIO DE 2011

C A P I T E L

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Por fi n llegaron los dispositivos para leer libros electróni-cos: tenemos iPads, Kindles y Nooks, entre otros. Como tipógrafo y lector siento gran curio-sidad por los efec-tos de este nuevo

instrumento de lectura y por el tipo de experiencia que ofrecen. Llevamos es-perando este momento casi tanto como hemos esperado los coches voladores.

Casi todo lo que leí verano pasado, lo leí en mi celular: instalé la aplicación Kindle de Amazon y en un instante te-nía ya un lector electrónico: ¡tenía li-bros en el teléfono! (que no es lo mismo que tener un libro de teléfonos; según me cuentan, son cosas muy diferentes).

Los problemas tipográfi cos que sur-gen cuando se tiene que adaptar la pá-gina de un libro a una pantalla tan pe-queña como la de un celular son eviden-tes; resulta tedioso describirlos y no es necesario explicarlos a los lectores de La Gaceta. Por ahora, puedo tolerar los renglones entrecortados y la difi cultad para desplazarse en forma lineal: me gusta que se pueda modifi car el tama-ño de la letra y aún más poder ajustar el brillo del fondo (lo prefi ero gris en vez de blanco), por no hablar de las enormes ventajas de llevar docenas de libros en el bolsillo.

Hay quienes no gustan de los libros electrónicos —y están en su derecho— pero hay que decir que esta gente a ve-ces es obsesiva. Los más feroces detrac-tores de los libros electrónicos tienen una curiosa fi jación: el olor de los libros impresos. Hablan todo el tiempo de ese aroma cautivador que, evidentemen-te, es una característica que los libros electrónicos no tienen. Tal vez esto se convierta en una excelente oportuni-dad publicitaria para las editoriales de libros impresos: “¡Aproveche esta edi-ción limitada, empastada y con 20 por ciento extra de olor a libro!”

En lo personal, no me interesa mu-cho el olor que puedan, o no, tener los libros electrónicos y ciertamente no re-comendaría el rescate de la Olorovisión, el fallido sistema por el que una película se acompañaba de olores. Sin embargo, tras algunas semanas de practicar esta nueva forma de lectura descubrí un

problema muy elemental y me sorpren-dió no haberlo notado antes: no tenía ni idea de qué libro estaba leyendo.

Me gusta la narrativa y tengo la cos-tumbre de leer varias novelas al mis-mo tiempo, a menudo dos o tres; inclu-so cambio de una a otra mientras estoy leyendo. El hecho de que los lectores electrónicos puedan contener muchos libros en un solo aparato podría ser muy conveniente para este tipo de lectura; el problema es que todos los libros se ven iguales, y con ello quiero decir: exacta-mente iguales. Las correcciones de Jo-nathan Franzen se ve igual que Harry Potter, el cual, a su vez, es idéntico a Via-je al centro de la Tierra, y todos se pare-cen, en fi n, a mi correo electrónico.

Sé bien que no todo el mundo lee va-rios libros al mismo tiempo, pero el pro-blema que acabo de señalar es serio y afecta a todos los lectores.

Un libro impreso no sólo incluye las palabras del autor: tiene un contenido visual compuesto por elementos como la portada, la tipografía y los márgenes, así como un contenido físico, táctil, que reside en el papel, el tipo de impresión y la portada. Todos estos elementos con-tribuyen a defi nir el contenido y la iden-tidad del libro. En un libro bien diseña-do, estos detalles pueden ayudar a re-forzar e intensifi car el relato contenido en el libro. La ilustración de la portada, por ejemplo, puede evocar la época y el lugar en que se desarrolla el relato, el es-tilo de los caracteres puede añadir pro-fundidad a las voces de los personajes y las orillas intonsas de las páginas de ciertos libros pueden aumentar nues-tra percepción del prestigio del autor. Todos estos rasgos se complementan para crear la experiencia de lectura de un libro.

Podríamos eliminar uno, dos o in-cluso tres de estos elementos sin afec-tar demasiado el contenido del libro, pero si los quitáramos todos, de modo que cada libro se viera igual a los demás, como ocurre con los libros electrónicos, el lector ciertamente se perderá de algo importante.

Esta situación me recuerda un expe-rimento que se hizo hace algunos años. A principios del 2007, Gene Weingar-ten, columnista de The Washington Post, propuso a Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo, que to-cara en una estación de metro en Wash-

ington, D. C., a la hora pico. Esto es lo que Weingarten escribió al respecto: “Dos días antes de tocar en el metro, se habían agotado las entradas para ver a Joshua Bell en un auditorio de Boston en el que la entrada costaba aproxima-damente cien dólares […] En la víspera del concierto, los editores de The Post Magazine se reunieron para pensar cómo enfrentarían los posibles resulta-dos del experimento. La mayoría pensa-ba que se correría la voz entre la gente y que habría problemas para controlar a la multitud: se imaginaban destellos de cámaras, gentíos congregados en el me-tro, embotellamientos obstaculizando el tráfi co ordinario de las horas pico; ha-bría riñas, llegaría la Guardia Nacional con gases lacrimógenos, balas de goma, etcétera. Pero resultó que sólo una per-sona reconoció a Bell; incluso, esta per-sona llegó casi al fi nal de la función.”

Alrededor de mil personas pasa-ron por donde estaba Bell y sólo unos cuantos se detuvieron a escucharlo. Es probable que hayan ustedes oído esta historia en las noticias y, si lo hicieron, también notarían que muchos comen-taristas serios concluyeron que ya na-die tenía tiempo para escuchar buena música, que perdíamos la capacidad de apreciar las cosas bellas: no eran buenos augurios para artistas y diseñadores.

No estoy de acuerdo con dicha con-clusión. Lo único que demostró el expe-rimento fue un principio básico del arte: el contexto importa, y mucho. Tenemos buenas razones para construir esas ele-gantes salas de concierto para intérpre-tes como Joshua Bell: la presentación importa; por eso los creadores invier-ten tanto tiempo y esfuerzo para que un evento salga bien. Los detalles se unen para lograr un gran impacto en el públi-co. Entre más sentidos se involucren en la apreciación de una obra, su impacto será mayor. Si se elimina todo el conte-nido menos el supuesto “elemento prin-cipal”, el público se perderá gran parte de la experiencia.

Uno puede llevar el equivalente a un estante lleno de libros en un celular y éste cabe en un bolsillo. Es decir, uno puede llevar consigo un estante lleno de libros que son todos iguales entre sí e incluso iguales a los mensajes de co-rreo electrónico. Cuando esto ocurre, las grandes obras literarias pueden per-derse en la multitud de textos (como

se perdió Joshua Bell al tocar el violín en el metro a la hora pico). No importa cuánta defi nición puedan alcanzar las pantallas de los lectores electrónicos, o cuanto mejore el interlineado, ni siquie-ra que se descubra la manera de hacer que estos aparatos emitan un olor a li-bros viejos; no podremos explotar todo el potencial de este nuevo medio hasta que se logre que los libros se distingan entre sí, hasta que las historias que con-tienen se puedan contar de maneras di-ferentes echando mano de todos los re-cursos técnicos que estén disponibles.

Uno de esos recursos es, por supues-to, la tipografía. Mi trabajo consiste en diseñar familias tipográfi cas y el diseño tipográfi co para los lectores electróni-cos es un desafío nuevo e interesante. La tecnología está cambiando rápida-mente, pero eso no es lo que me intere-sa; lo que me atrae de la tipografía es el acto de dibujar letras: me parece una forma muy pura de dibujo puesto que sólo hay dos componentes, el blanco y el negro. Desde mi punto de vista, el pro-pósito fundamental del dibujo es contar historias. Cuando dibujo caracteres es-toy, de alguna manera, narrando algo: la función de una buena tipografía va más allá de hacer un texto legible; es, en realidad, uno de los elementos que confi eren carácter y profundidad a la presentación de la obra. En este sen-tido, se puede pensar en la tipografía —sin importar el libro del que se trate— como una parte de la historia que ahí se cuenta.

Seguimos esperando la llegada de los coches voladores, pero los lectores de libros electrónicos ya están aquí. Con-forme disminuya el frenesí que este cambio tecnológico suscita, se verá que el trabajo de los artistas, los diseñado-res y todos los creadores que se ocupan de descubrir la mejor manera de contar una historia apenas empieza.�W

Cyrus Highsmith, diseñador de tipografía, trabaja en el prestigiado despacho Font Bureau. Quien quiera conocer uno de sus diseños no tiene más que abrir un ejemplar del diario capitalino El Universal: la familia con patines se llama Zócalo y está basada en trazos del grabador de punzones húngaro Nicholas Kis. Traducción de Lucía Cirianni Salazar.

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El olor de los libros La función de una buena tipografía va más allá de hacer

un texto legible; es, en realidad, uno de los elementos que confi eren carácter y profundidad

a la presentación de la obraC Y R U S H I G H S M I T H

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en el tema de las epidemias. Por tal motivo hizo una extensa investigación alrededor de seis de las epidemias que más han azotado a las sociedades modernas. Así, la enfermedad de Lyme, el vih-sida —“enfermedad cuya mortífera diseminación global era conocida por casi todos”—, el mal de las vacas locas, el Síndrome Respiratorio Severo (sars), la encefalitis del Nilo y la Salmonela dt 104, son materia de este escalofriante estudio, que aporta luz a incógnitas tales como: ¿en qué condiciones ambientales y humanas se genera una epidemia?, ¿qué factores la permiten y la propagan?, ¿cómo podemos erradicarla? Sin ser alarmista, el libro de Walters hará consciente al lector de una aterradora verdad: “Ahora, después de más de tres décadas (1960), las enfermedades infecciosas matan a una de cada tres personas en el mundo.”

colección popular1ª ed., 2011, 224 pp.978 607 16 0584 9$130

ANIMALES AL NATURALUn zoológico portátil

T E R U Y U K I K O M I Y A y T O Y O F U M I F U K U D A

Éste libro mide casi 40 centímetros de alto por una buena razón: las fotos de los animales están, como sugiere el título, a tamaño natural. Las tomas muestran fabulosos detalles de bichos de diversa talla; se da también el nombre del animal, algunas de sus características físicas y de sus atributos. De esta manera, los lectores sabrán que la cebra es un perisodáctilo de la familia de los équidos que tiene bigotes en los belfos y, dentro de las orejas, un pelaje negro y blanco, y que las hay de Grevi, de la Sabana y de la Montaña. En estas páginas quedaron atrapados una jirafa, un orangután, un tigre, un gracioso capibara y un koala, tierno como siempre, con sus pupilas verticales y alargadas en medio de los ojos, y con dos dedos ahí donde nosotros tenemos el solitario pulgar. Pocas veces tendrá el lector tan cerca a los habitantes del zoológico. Quien quiera una nueva dosis de animales al natural, pero ahora de los que viven en el acuario, deberá esperar a que, en unos meses, publiquemos el segundo volumen de la serie.

los especiales de a la orilla del viento1ª ed., 2011, 32 pp.978 607 16 0545 0$190

trónicos como Richard Stallman, iniciador del movimiento copyleft, quien en el reciente con-greso The Book Tomorrow: The Future of the Written Word, organizado por la UNESCO en la ciudad italiana de Monza, salió con la boutade de considerar al drm como fruto de “una cons-piración maliciosa” y de sugerir que “cualquier empresa que lo use debe ser acusada de cometer un delito”.

M enos extremista, el segundo postu-lado de la declaración diagnostica la juventud de la nueva tecnología para que un texto llegue a sus lectores

—no olvidemos que el libro en papel es otra solu-ción tecnológica a ese problema—: es el derecho a acceder a los libros electrónicos en cualquier plataforma, independientemente del hardware o el software elegidos por el usuario. Hoy está en curso una batalla campal entre fabricantes de artefactos, programas informáticos y cana-les de distribución, que no pueden ocultar sus aspiraciones monopolísticas y que a menudo castigan a los lectores al obligarlos a sellar pac-tos tácitos de fi delidad. Acierta la bibliotecaria de California al exigir a los editores versatili-dad, toda vez que las máquinas lectoras nacen con el nefasto gen de la obsolescencia planifi -cada, noción diametralmente opuesta a lo que caracteriza a lo mejor de la producción escrita.

M enor importancia tiene el tercer de-recho de la declaración, que clama por la posibilidad de que los lectores puedan escribir notas, extraer citas,

imprimir y compartir el contenido de un libro electrónico, pues buena parte de los dispositi-vos para ojear los libros ya lo permiten (salvo, casi siempre, la impresión). Houghton-Jan exi-ge estos derechos en el ánimo del fair use y el copyright, dos nociones del sistema anglosajón que no tienen clara contraparte en la legisla-ción mexicana, de inspiración francesa y basa-da en el derecho de autor.

L a proclama más trascendente es la cuar-ta y última, en la que se establece el de-recho a conservar, archivar, compartir y revender los libros electrónicos que el

lector haya comprado. Nadie duda de que esos cuatro verbos pueden entrar en una oración cuyo objeto directo sea el libro en papel, pero acciones tan sencillas, obvias y aparentemente anodinas se vuelven delicadas en el orbe digital. HarperCollins, por ejemplo, ha establecido un límite de consultas, que afecta particularmen-te la consulta y el préstamo bibliotecario: lue-go de que 26 usuarios distintos metan la nariz en un título de esta editorial, el archivo literal-mente desaparecerá del anaquel electrónico del “dueño” del ejemplar. Hace ya un par de años, Amazon quiso corregir su error de haber acep-tado vender una edición electrónica, no autori-zada, de 1984, el anticipatorio relato de George Orwell, y no se le ocurrió mejor salida que reti-rar subrepticiamente los archivos de cada una de las máquinas que ya lo habían descargado, lo que hizo patente la fragilidad en que se hallan los compradores de esta clase de libros.

El préstamo de e-books es una de las áreas de mayor innovación, tanto de los libre-ros como de los bibliotecarios; aquéllos parecían dispuestos a perder algunas

ventas al permitir que un cliente compartiera sus compras con quien quisiera, siempre que a su vez este último tuviera una cuenta con esa librería —lo que en realidad signifi ca la amplia-ción de su público potencial—, pero para éstos la restricción tendrá efectos potencialmente de-vastadores, ya que limitar el número de perso-nas que pueden hacer uso de los libros es contra-rio al ánimo que da origen a todo reservorio de libros. Finalmente, constreñir la posibilidad de vender libros electrónicos “de segunda mano” sí representa una limitación molesta, violenta, que lleva al derecho de autor a los terrenos de la intromisión lesiva. Más que para suscribirla, esta declaración de derechos sirve para seguir desentrañando el misterio de esta transustan-ciación del libro en sentido contrario.�W

TEATRO COMPLETO II

V I C E N T E L E Ñ E R O

En este segundo volumen de su teatro completo se reúnen once piezas teatrales que abarcan una década de producción (1986-1997), en donde Leñero refl eja con magistral pluma y humor inteligente la situación, la historia y el devenir de una sociedad mexicana compleja. Entre las obras aquí reunidas se encuentran Jesucristo Gómez (1987), Nadie sabe nada (1988), El Infi erno (1989), Hace ya tanto tiempo (1990) y Los perdedores (1996). Una joya recuperada en la presente recopilación es la entrevista concedida por el autor de Confabulario a Leñero unos días después de la muerte de Juan Rulfo, titulada ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? (1986), originalmente publicada por Proceso, en la cual se revelan muchos secretos del genio jalisciense, entre ellos la infi nitamente debatida participación del propio Arreola en el ordenamiento fi nal de Pedro Páramo. Hace unas semanas, al ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua, Leñero emprendió una lúdica defensa de la dramaturgia como género literario, en oposición a la puesta en escena; quede este volumen como celebración de uno de los pocos autores dramáticos que ha visto representada, ¿deformada?, prácticamente toda su producción para la escena.

letras mexicanas1ª ed., 2011, 616 pp.978 607 16 0603 7 (rústica)978 607 16 0604 4 (empastada)$355

SEIS PLAGAS MODERNAS Y CÓMO LAS ESTAMOS OCASIONANDO

M A R K J E R O M E WA LT E R S

Desde 1999, cuando se enteró, en su ofi cina de Manhattan, de que había llegado a Nueva York la encefalitis del Oeste del Nilo, el veterinario Mark Jerome Walters comenzó a profundizar

ESTEBAN Y EL ESCARABAJO

J O R G E L U J Á N , ilustraciones de C H I A R A C A R R E R

Esteban y el escarabajo es un inusual libro para niños no sólo por su belleza sino por el contenido ético que presenta. El Esteban del título es un niño que al pasear por el jardín de su casa se encuentra con un escarabajo y casi sin pensarlo se quita un zapato, lo empuña como un arma y… El escarabajo está en peligro de muerte, pero de pronto a Esteban se le ocurre bajar la cabeza a ras del suelo y mirar a su víctima. Desde ahí, empequeñecido, descubre que el escarabajo se ve enorme, como “un temible triceratops”; además, esta perspectiva suscita en Esteban otra refl exión: “Si dejara caer el zapato, el día seguiría su curso, pero una pequeña historia quedaría interrumpida.” Al fi nal, decide dejar ir al escarabajo y seguir su marcha: la conciencia del daño que uno puede generar ha aparecido en el niño. De Jorge Luján también hemos publicado Accidente celeste (ilustrado por Piet Grobler), Barco de papel (en colaboración con la ilustradora Julia Friese) y Numeralia (que cuenta con las imágenes de Isol).

los especiales de a la orilla del viento1ª ed., 2011, 36 pp.978 607 16 0610 5$110

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L a aspiración de Gonzalo Rojas no es una mera idea, una postura intelectual, teórica o teológica. Antes bien, es un ejercicio poético que se verifi ca literal y fi guradamente. Como sucede en casi toda la poesía de Rojas, hay una di-mensión muy literal de la obra y de la vida que es impres-cindible tomar en cuenta para entender los vasos comuni-cantes que las unen en un solo y mismo intento.

“Escribir en el viento” no es una expresión atenazada entre lo simbólico y el sentido común. “Escribir en el vien-to” no es la equivalencia poética del proverbio popular: ha-

blar al viento. Para Gonzalo Rojas la fórmula quiere expresar, a un tiempo, la fe ab-soluta en la necesidad de la palabra poética: las ruinas que desafían al Tiempo, y el cumplimiento de una apuesta existencial. Efectiva y realmente, escribe en el aire tantos poemas como los que ha consignado en el papel a lo largo de su vida.

Gonzalo Rojas confi esa que escribe poemas sin escribirlos, mejor dicho, los va construyendo en su mente, poco a poco, al paso de los días y los desplazamientos, pero no como quien ensaya versiones antes de correr al escritorio para anotar los atisbos que eventualmente se convertirán en obra. Cuando está inmerso en seme-jante ejercicio parece enconcharse como un molusco que transmuta un grano de arena en perla. Para él escribir en el aire signifi ca, ante todo, nunca dejar de vivir y de pensar el mundo como poeta. Ser poeta, vivir como poeta, pensar como poeta,

no es una actividad a destajo, un ofi cio de ofi cinista que se ejerciera a horas fi jas, cuarenta horas a la semana, con días feriados y vacaciones pagadas. Ser poeta es vivir todos los instantes de una vida mirando, oliendo, oyendo el mundo con los di-latados sentidos. “¿Por qué escribir poesía sobre la vida y no transformar la vida en poesía?”, proponía Octavio Paz en El arco y la lira. En el caso de los poetas, la indis-tinción entre obra y vida no se verifi ca en el cúmulo de coincidencias anecdóticas entre una y otra. No es un asunto acumulativo, una suma que nos hiciera decir que el fi el de la balanza se mantiene en equilibro entre los dos platillos. Vivir la poesía es un saldo incomprobable, inmedible en sumas y restas, algo inconfundible que se percibe en una manera de ser y de expresarse. Vivir como poeta es otra forma de coincidentia oppositorum, porque sólo podemos conocerla a través de las palabras cuando, en rigor, habría que buscarla en el silencio.

Escribir en el aire implica una doble y simultánea conciencia: uno escribe un poema cuando éste se ha vuelto absolutamente necesario, y para sentir el rigor de esta necesidad es preciso sacrifi car poemas al aire. Se tendería a pensar que los poemas escritos en el aire, literalmente lanzados a las alturas del olvido, son infe-riores a los consignados sobre el papel en virtud de la necesidad que deben encerrar los últimos. En pocas palabras, los poemas visibles de la obra son los mejores entre todos los ensayados en la cabeza del poeta. Pero la idea del sacrifi cio, tan necesaria a Gonzalo Rojas, podría poner en tela de juicio la certeza deductiva. ¿Y qué si los poemas escritos en el aire, los que también son “aire nuevo”, fueran los mejores? Es algo que nunca podremos comprobar pero que daría un peso inconmensurable al sacrifi cio. Semejante sacrifi cio sería la máxima prueba de confi anza en la palabra poética, al tiempo que la más acabada expresión de humildad frente a ella. En el sa-crifi cio también residiría la auténtica libertad, tanto la del poeta como la de la pala-bra, puesto que el poema dejaría de ser así el único testimonio de una existencia de poeta. Es esta clase de sacrifi cio que se adivina tras la renuncia de ciertos poetas. El arte del callamiento, el silencio como sacrifi cio mayor (sea el de Rimbaud o de Rul-fo), ¿no sería la prueba de que es posible vivir la poesía sin necesidad de atestiguarla para nadie?

Gonzalo Rojas no se abisma en ninguno de los dos extremos: ni en el exceso de palabras ni en su ausencia cabal. Consciente de los límites, aunque siempre sea para intentar rebasarlos, escribe en las dos inseparables vertientes: en el aire y so-bre la página. Nosotros, sus lectores, conocemos una sola vertiente, pero, desde la cumbre que dibuja la obra, no es difícil intuir que la otra debe ser de semejante magnitud. Sacrifi cio no es renuncia, aunque en el gesto que sacrifi ca esté inscrita la fe en el valor de la renuncia.�W

El poeta que escribía en el viento

FA B I E N N E B R A DU

——————————

El 25 de abril falleció Gonzalo Rojas, el feliz poeta chileno nacido en 1917. Su cercanía con México, y con esta casa editorial en particular, nos hizo sentirlo uno de los nuestros. Para recordarlo, reproducimos este fragmento de Otras sílabas sobre Gonzalo Rojas, el libro con que Fabienne Bradu intentó una biografía del vate chileno y

que se convirtió en un empático ensayo sobre la creación literaria

Gonzalo Rojas1917-2011

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PEDIDOS

CASA MATRIZJuan Carlos Rivas HidalgoSubgerente de Ventas NacionalesCarretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, Tlalpan, 014738, México, D.F.Teléfonos: (01 55) 5227 4655 y [email protected]

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MONTERREYRaymundo Cruz LeónJefe de VentasAv. San Pedro 222 Norte, Miravalle, 64660,Monterrey, Nuevo León. Teléfono: (01 81) 8335 [email protected]

LIBRERÍAS CIUDAD DE MÉXICO

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Page 24: La Gaceta Junio 2011

Homero AridjisDiario de sueños

Obedeciendo a una especie de disciplina onírica, al despertar

el poeta escribe sus sueños y éstos, encadenados en una secuencia

literaria, le dan un retrato olvidado de sí mismo, de manera que ahora,

dice, “confundo poemas con sueños, y sueños con poemas”

“Diario de sueños es un libro profundamente bello”

—ALEJANDRO JODOROWSKY

poesía

1ª ed., 2011978 607 16 0552 8

$185

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