La Felicidad a Tu Alcance

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1 La felicidad a tu alcance. Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net Queridos amigos: Yo creo en la tremenda fuerza renovadora de unos ejercicios espirituales. La experiencia de haberlos impartido en numerosas ocasiones me lo confirma. He visto cientos de rostros radiantes de paz y alegría después de haber hecho esta experiencia. Espero que tú también puedas decir lo mismo como tantos y tantas: “He encontrado a Cristo y, por tanto, la alegría de vivir.” Esto es una plática introductoria; es decir, una plática para que nos pongamos de acuerdo sobre las reglas que hay que seguir en unos ejercicios espirituales. La primera palabra que tengo que decirles es: ¡Felicidades por haber entrado a esta sección! Porque cuesta tanto, se dan tantas excusas, hay tanto miedo, tanta burla para los que realizan unos ejercicios espirituales. Ciertamente no se van a arrepentir. Pero, al mismo tiempo que les felicito, como si tratase de algo excepcional, no les felicito, porque han hecho algo que todos debieran hacer: dedicar al menos una hora del día a su alma, a lo único necesario. Estos ejercicios son unas horas para pensar en serio sobre la vida: ¿Qué piensas de tu vida hasta hoy? ¿Eres feliz del todo? ¿Qué le falta a tu vida para ser feliz de todo? ¿Estás aprovechando tu vida, la única, la que estás viviendo por primera y última vez? ¿Te sientes realizado haciendo lo que haces y viviendo como vives? ¿Qué ha pasado con tu fe, con tu Cristo? ¿Los has perdido, acaso? Renovarse o morir; lo has escuchado muchas veces, y aquí

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Un acercamiento al tema de la felicidad

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La felicidad a tu alcance.

Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 

Queridos amigos:

Yo creo en la tremenda fuerza renovadora de unos ejercicios espirituales. La experiencia de haberlos impartido en numerosas ocasiones me lo confirma. He visto cientos de rostros radiantes de paz y alegría después de haber hecho esta experiencia. Espero que tú también puedas decir lo mismo como tantos y tantas: “He encontrado a Cristo y, por tanto, la alegría de vivir.”

Esto es una plática introductoria; es decir, una plática para que nos pongamos de acuerdo sobre las reglas que hay que seguir en unos ejercicios espirituales.

La primera palabra que tengo que decirles es: ¡Felicidades por haber entrado a esta sección! Porque cuesta tanto, se dan tantas excusas, hay tanto miedo, tanta burla para los que realizan unos ejercicios espirituales.

Ciertamente no se van a arrepentir. Pero, al mismo tiempo que les felicito, como si tratase de algo excepcional, no les felicito, porque han hecho algo que todos debieran hacer: dedicar al menos una hora del día a su alma, a lo único necesario.

Estos ejercicios son unas horas para pensar en serio sobre la vida: ¿Qué piensas de tu vida hasta hoy? ¿Eres feliz del todo? ¿Qué le falta a tu vida para ser feliz de todo? ¿Estás aprovechando tu vida, la única, la que estás viviendo por primera y última vez? ¿Te sientes realizado haciendo lo que haces y viviendo como vives? ¿Qué ha pasado con tu fe, con tu Cristo? ¿Los has perdido, acaso?

Renovarse o morir; lo has escuchado muchas veces, y aquí también viene a cuento esta frase: renovarte o morir. ¡Escoge! Todos necesitamos renovarnos. Las realidades más grandes de la vida, si no se renuevan, se refrescan, se mueren. Tienes que cargar gasolina de vez en cuando; necesitas repintar la casa; necesitas arreglar tantas cosas en la vida, si no, se deterioran y se vuelven inservibles. Decía una vez un señor: “No puedo hacer unos ejercicios espirituales porque estoy pintando la casa”, y le preguntaron: “¿Desde cuándo no pintas tu alma?” Y siguió un silencio...

Por desgracia somos cristianos que creemos a medias. Creemos a

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medias en Dios; nos olvidamos de aquella frase que dijo un convertido: “Dios existe y me ama”.

No creemos en la Eucaristía más que a medias, y por eso las misas aburridas o las misas a las que no asistimos. Creemos poco en la confesión. ¿Desde cuándo no te confiesas? Creemos poco en la vida eterna: está de moda no creer en el infierno ni en el cielo. En pocas palabras, confiamos a medias, es decir, no nos atrevemos a confiar en Dios, y por eso los problemas nos ahogan; amamos a medias, vivimos un cristianismo mediocre, y por eso no nos comprometemos en serio, no amamos a Dios sobre todas las cosas, y menos al prójimo como a nosotros mismos.

Como consecuencia el cristianismo no nos llena, no nos hace felices, no nos resuelve los problemas, más aún nos pesa mucho.La verdad es que no estamos emocionadísimos de ser cristianos. Estamos, incluso, en grave peligro de cambiar de religión. ¿Que no? Y no somos capaces de trasmitir esa fe a los demás, por ejemplo a los hijos, por que nadie da lo que no tiene. Podríamos decir que estamos no en la religión católica fundada por Cristo, sino en la religión de Don Aburrido. ¿Cómo es eso? Te aburres yendo a misa, te aburres yendo a unos ejercicios espirituales, la Biblia te aburre, te aburre o te asusta confesarte; entonces dime cuál es esa maravillosa religión, quién la fundó. ¡Don aburrido!

Yo te estoy predicando aquí la religión del amor, la que fundó Jesucristo. Te reto a que te salgas de esa secta, por decirlo así, la religión que tú te has inventado, la aburrida, y te pases a la verdadera religión católica, la que fundó Jesucristo, la religión de los hombres más felices de la historia, la religión del amor.

¿Para que sirven los ejercicios espirituales? Más que decirlo yo, prefiero que te lo digan otros que han asistido.

Te leo algún cuestionario. “Cuando me invitaron al retiro fue una sorpresa, pues nunca había estado en uno, y me parecía que sería como ir a un planeta fuera de nuestra galaxia.” ¡Imagínate cómo empieza! “Tomé un día la decisión de ir, pero casi como obligado por mis familiares y por una persona que ha sido como el fiel en la balanza de mi vida. Todavía ese día, el día que comenzaba el retiro, dudé y le dije a mi esposa: “¡No voy!” Ella me hizo maletas... -muy bien hecho-, y tácitamente me dijo que era por mi bien. Me di cuenta de que mi lejanía de Dios no era más que por comodidad y pereza y por una falsa intelectualidad juzgadora, que rompía la humildad y aumentaba la soberbia. Sus palabras, padre, han removido mi conciencia y han cambiado en unas horas mi vida. Mi cambio lo sentí muy claro: Es como

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si hubiera vuelto a circular la sangre por mi cuerpo. El viernes en esos momentos de meditación que son maravillosos, recordé un cuento del que me platicaba mi abuela: Blas era un niño de mi pueblo, al cual se le conocía como el “Cara sucia”, pues nunca quería bañarse ni limpiarse. Un día, que había llovido, se formaron charcos en las hendiduras de las calles en las que reflejaban las imágenes. En uno de estos Blas “Cara sucia”, que nunca se había visto en un espejo, vio su imagen sucia y fea, y sintiendo repugnancia por saber que el del charco era él, inmediatamente partió a casa y, llorando, juntó sus lágrimas al agua, y se bañó durante mucho tiempo. Al terminar, vio que era un niño limpio y puro, y prometió que a partir de ese día iba a ser otro y diferente ... A mí me pasó lo mismo ayer. Me vi reflejado en el charco de mi vida, con mi mente sucia y confundida pero las pláticas y el Viacrucis han sido como el baño de Blas que han limpiado mi conciencia y mi raciocinio. La confesión ha sido el instrumento definitivo de mi cambio. Tenía mucho tiempo que no lo hacía. Y por primera vez en muchas, pero muchísimas noches, dormí sin despertar en ningún momento.”

Ahora quiero leer el cuestionario de una muchacha que también fue a un retiro:“Francamente salgo sorprendida de las maravillas que ha hecho el Señor conmigo. Siento una paz interna, como no lo había sentido más que una vez, un entusiasmo de vivir en gracia, de ser lo más parecido a María, sencilla, pura, generosa y cariñosa. Doy gracias al Señor porque es bueno y misericordioso, pues he aprendido en dos días lo que no había podido aprender en 17 años de vida que tengo. Espero ya no ser desde ahora -y creo haberlo logrado- la niña que era yo antes. Doy gracias al Señor porque me ha hecho ver que estaba en la basura, me ha dado la mano, y me ha ayudado a levantar y volver a vivir.”

¿Para qué sirven los ejercicios espirituales, por tanto?

Sirven para renovar, vivificar las grandes verdades de la vida, o bien recuperarlas, si se hubieran perdido; para refrescar las grandes motivaciones de la existencia, por las que vale la pena vivir y sin las cuales la vida pierde su sabor. Recuperar, por lo tanto, la fe en Dios, en la vida, en ti mismo; recuperar la paz y alegría, la auténtica alegría de vivir, la felicidad de poseer a Dios. Este retiro es la oportunidad, la gran oportunidad para ver tu pasado y purificarlo, para ver tu presente y ordenarlo, y para ver tu futuro y orientarlo debidamente. Tu futuro es lo más importante de tu vida.

Y aquí te espera Cristo; la solución de tu vida está cerca. Podría ser la gracia más importante de tu vida. Yo no lo puedo negar: puede depender de ella tu misma salvación eterna. ¿Quién puede decir que no? “Teme a Cristo que pasa y que no vuelve”. He he visto tantos cambios

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en los ejercicios espirituales que me considero un auténtico entusiasta de esta experiencia espiritual.

Se viene a los mismos a curarse de las heridas, las infidelidades, las caídas mayores o menores, la mediocridad, la tibieza, los pecados, todo lo que necesite curarse en la vida. Hay que dolerse profundamente de todo ello, pero con un dolor muy sano y esperanzado; sentir coraje, náusea hacia la mediocridad y tibieza para extirparlas. Armarse de valor para reaccionar con más amor y entrega que si nada de esto se hubiera dado en tu vida.

Ahora vamos a hacer un pequeño diagnóstico de cómo llegas a estos ejercicios espirituales: ¿Estás enfermo; incluso te consideras enfermo de gravedad, incurable? ¿Es una enfermedad crónica, constante, constantes recaídas, que te van acabando, que te van matando? Hay que tener valor para reconocer que estás enfermo de estas cosas, y querer curarte. Siempre hay tiempo de volver a empezar. La ventaja es que Cristo es aquí el médico, y puede curar todo. Gritarle como el leproso: “Señor, si quieres, puedes curarme”.

¿Cómo estás: Quizás desengañado de ti mismo, sientes que no tienes remedio, lo has intentado tantas veces...? Pues, intenta otra vez. Aún no lo has intentado de seguro con todas tus fuerzas. ¿Te acuerdas de GenGis Kan, aquel gran conquistador de China? En sus primeras batallas tuvo muchos reveses. En cierta ocasión estaba en su tienda muy triste y mirando con sus ojos al vacío, y se fijó en una hormiguita que subía por el hilo de la tienda y que se caía una, dos, hasta días veces se cayó; pero la hormiguita seguía intentándolo, hasta que, por fin, subió al techo de la tienda, que parece era su objetivo. Y en ese momento le vino una luz a este hombre: “Voy a intentarlo otra vez, como la hormiga”, y efectivamente, al intentarlo, conquistó China.

Así nos pasa a nosotros muchas veces: no lo hemos intentado con todas las fuerzas, y creemos que no podemos.

¿Estás desengañado, quizás, de Dios y de la religión? Puede ser que no conozcas bien a Dios o que tengas una idea inexacta de la religión del amor, la religión que ha hecho y sigue haciendo millones de felices. Obviamente con la condición de tomarla en serio. ¿Estás decepcionado de los demás? ¿De la vida? Tienes que saber que la vida sonríe a quien la trata bien.

Quizás tu problema es que estás insatisfecho por la vaciedad de tu vida, por esa mediocridad que produce malestar. Yo la llamaría insatisfacción provechosa porque lo malo es que no te preocupe, que te dé lo mismo. Porque de una gran insatisfacción puede surgir un gran propósito y un

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gran cambio en la vida.

O estás atormentado por remordimientos, dudas, egoísmos, miedos económicos, familiares, etc, etc. O bien, temeroso. Tal vez éste es el diagnóstico más exacto: con miedo de enfrentarte a Dios y reconocer que has sido, tal vez, un hipócrita, un cuentista.

Desde luego hay que tener la certeza de que es un doloroso pero muy positivo encuentro con Dios. Temeroso de enfrentarte a ti mismo, de ver tu vida manchada, mediocre, vacía. La verdad es que cuesta reconocerlo a cualquiera. Miedo de ir con los padres, de decir lo que tienes que decir, por ejemplo, en la confesión, quizás decir lo que nunca has dicho. ¿Qué va a pensar de mí? ¡Cuantas cosas les hacen pensar a los padres! O miedo al futuro. Decía alguien: “Todas las noches antes de acostarme lloro por esa fe que no tengo.” Este hombre indiscutiblemente tenía miedo de perder lo poquito que le quedaba de fe, y por tanto, del sentido de su vida.

Avanzando en esta charla, yo quisiera recalcar esta frase: “No importa cómo estás, si quieres cambiar” . Lo importante es que has entrado, y esto significa muchas cosas importantes: Que, aunque te duela, quieres saber la verdad de tu vida; que quieres renovarte; que quieres cambiar; que quieres volver a empezar, dejando atrás lo que pasó. Con Cristo todo se puede remediar mientras dura la vida. “Venid a mí -decía Él- todos los que andáis fatigados y agobiados, y yo os ayudaré.” Esta promesa es fabulosa, es gratis, la ofrece Dios que no puede engañarnos; nos la dice no un psicólogo bienintencionado sino el que lo puede todo, el mismo Jesús.

Vienes enfermo, pero con ansias de salud; triste, quizás, pero con hambre de felicidad; insatisfecho del rendimiento de tu vida, pero con ganas de dar la medida; frío y tibio, pero con ansias de calentarte; a lo mejor vienes fervoroso, y con ganas de aumentar el fervor.

Recomendaciones

¿Cómo estar en ejercicios espirituales? Voy a darles una serie de recomendaciones que son como una metodología para que los ejercicios espirituales produzcan los frutos que han producido en otros:

Hay que dejar las prisas, el sueño, los celulares, todo lo que me conecte con la problemática de la ciudad, y entrar sin nada, entrar tú solo. Son unas horas para pensar en serio sobre tu vida. Y los protagonistas de estos días serán Dios y tú. Convencido de que, si tú sales renovado, fervoroso, todo el resto de tu vida cambiará. Y debes de pensar que tu

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alma debe ser lo primero y que, para lo que es fundamental en la vida, siempre hay tiempo.

Hay que empezar desde el principio con toda el alma, removiendo obstáculos, flojedad, cansancios, prejuicios, miedos, lo que sea; en concreto desterrar los prejuicios que traes en la mente, como aquél de la galaxia; que el director de ejercicios espirituales habla así o no me convence o sí me convence. Tú escucha sus palabras, que son palabras a través de las cuales te habla Dios. Y sobre todo el prejuicio peor: que ya has hecho otros ejercicios espirituales, ya los conoces, que tú eres bueno, y que al leerlos simplemente quieres darte una afeitadita...

Hay que tener alma de niño, hay que hacer la oración como en la época en que la hiciste bien, quizás en otros ejercicios, quizás en otro momento de tu vida, y entrar del todo: Una decisión plena; procura tenerla rápido; sumérgete, arriésgate, lánzate; lo único que te puede suceder es que te cures, que te reanimes.

Además, estás tú sólo, como en un desierto, como en un paraje solitario, a solas con Dios. ¡OH silencio bendito que ha arrancado de las almas santas audacias! Pablo de Tarso necesitó retirarse a un desierto después de convertido. Cristo estuvo cuarenta días en el desierto antes de empezar su vida pública. Yo tengo predilección por estos retiros: se ve por un lado la miseria humana y por otro la grandeza de Dios y, si ambos se encuentran, surge el milagro.

Si hablas, y sigues lo mismo; si te distraes, y no pasa nada; si no haces caso a Dios, y sales amargado, culpa tuya entera.

Querer salir otro, distinto, nuevo, limpio, alegre, decidido... Pero necesitas quererlo, pelearlo, pedirlo; así salen todos los que han hecho estos retiros con sinceridad y sin medias tintas.

Reglas para obtener los frutos del retiro

El fruto de unos ejercicios espirituales no se improvisa, y yo aquí quiero recalcar seriamente cuatro reglas sin las cuales no puedo asegurar el fruto:

Primero: Silencio; y no pongas cara rara. Es una utopía hacerlo sin silencio. Ya sabemos que es una cosa que cuesta, y más a las mujeres, pero es necesario: te renueva, te enriquece. ¿Puedes o no puedes? Te reto y te sigo retando. Hacer unos ejercicios espirituales hablando es una santa manera de perder el tiempo.

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Segunda regla: Oración: que significa hablar mucho, sinceramente, de corazón, con Dios. Las ideas no entran en la cabeza sino a golpes de oración. Pedir mucho a Dios que se nos graven como fuego en el alma. Estos ejercicios serán lo que sea tu oración. Su hondura será la hondura de tu trato con Dios. Recordar los días en que la oración te quemaba, y vencías todos los enemigos. Cuando tenías un gran problema, dime si hablabas con Dios o te distraías. Hacer tus oraciones como en tus mejores tiempos, encontrar el gusto por la oración, disfrutar la intimidad con Dios. Porque orar es amar y ser amado.

Tercera regla: Generosidad: firmar en blanco. ¿Qué quieres que haga, Señor? Evidentemente que Dios te va a pedir algo, algo importante. Si no te pide nada, es que no le importas a Dios.

Y añadiría una cuarta regla como recomendación, que consiste en mantener la paz y la serenidad durante todo el tiempo. El demonio intentará robártela y, si te la roba, estás perdido. No te dejes. Dios ciertamente te pedirá cosas difíciles, pero nunca te pedirá que pierdas la paz.

¿Cómo vas a salir? 

Tengo otro cuestionario que me gustaría que leas “He dejado que pasen los días antes de decidirme a escribir esta carta, pues después del retiro al que asistí, pensé que el efecto iba a pasar pronto. Pensé, también, que el bienestar y alegría que he obtenido en mi reencuentro con Cristo iban a ser pasajeros, pero ha sido todo lo contrario: han pasado los días, y mi amor y mi fe han crecido de forma impresionante. Después del retiro nunca volveré a ser la misma, no quiero volver a ser la misma. He comprendido que, al estar llena de Dios, todo lo demás resulta fácil. Me encanta la canción que se canta en misa y que dice: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. Ha mejorado mi vida en todos los aspectos, después de buscar mejorarla por muchos otros medios. Quizás pueda pensar que estoy loca, pero para mí, mi reencuentro con Cristo fue como el reencuentro con un gran amor, el primero y el único que puede avasallar con tanta intensidad y que en mi ceguera, egoísmo y racionalismo podía haber dejado de lado. Debo también confesarle que al retiro acudí con pocas expectativas; iba con el clásico “a ver qué sale...” pero es lo mejor que me pudo suceder. No digo que yo sea de lo mejor, soy menos que nada, pero diariamente al único que trato de no fallarle es a Cristo y pues con eso todos van de gane, hasta mi esposo, que ha sido el más beneficiado con el retiro.”

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Primero. Puedes salir orientado, sabiendo lo que Dios quiere de ti, cuál es tu misión en la vida. Ya el saber cuál es su camino, cuál es su misión, es una cosa fantástica, porque muchos no lo saben.

Segundo: Motivados, es decir, con deseos de cambiar, felices, nuevos, limpios. Y, en tercer lugar, decididos. Decididos a luchar, a cambiar, con unos propósitos muy firmes.Lo mejor de tu vida está por verse. ¿De veras lo crees? Ya has hecho algo bueno, y Dios lo sabe, pero puedes hacer mucho más, y a eso debes aspirar. El retiro es una fuente de renovación y rejuvenecimiento espiritual; aprovéchala. A cuantos hombres y mujeres he visto renacer en los retiros. Si sientes deseos intensos de cambiar, de ser otro, de ser distinto, déjate inundar de esa luz y de esa gracia.

Obviamente, hay que vigilar a los enemigos: el cansancio físico y emocional, el desgaste espiritual, las pocas ganas. Se te perdona esto. Basta con que quieras que te motiven, y no pongas obstáculo. ¿Estás enojado contra algo o contra alguien? Ya sabes que el que se enoja pierde; no te conviene. Parte en mil pedazos el enojo, como Moisés rompió las dos tablas en las laderas del Monte Sinaí. Que sientes rutina, mediocridad, tibieza. Pero, entonces, ¿quieres morir o vivir? ¿Quieres vivir como un leproso, canceroso, tu vida? ¿o quieres vivir en plenitud? ¿Quieres alargar la náusea, el purgatorio de tu vida? ¡Claro que no!

Entonces a hacer los ejercicios con fuerza, como si de ellos dependiera tu salvación eterna. ¿Quién no quiere irse al cielo; quién no quiere ser santo; quién no quiere salvar miles de personas; quién se resigna a ser un semi-hombre, semi-mujer, un semi-cristiano, semi-apóstol? ¡Qué triste forma de vivir!

Por otra parte, hay que hacer alianzas con los amigos: en primer lugar con María Santísima. Cuentas con su ayuda y protección maternal desde el mismo instante en que empieza el retiro hasta el final. ¿Sabes que tú le caes muy bien a la Virgen? ¿Cómo lo puedo saber? Por que eres su hijo o su hija, y los hijos a una buena madre siempre le caen bien.

Tienes a Jesús en la Eucaristía. Que tu ida a la capilla sea un acto de amor, de agradecimiento, de fe, de algo positivo. Reencuéntrate con ese amigo, al que quizás le has dado la espalda. Él nos decía: “Yo estoy con vosotros, contigo, todos los días de tu vida”. ¿Por qué te empeñas en no creerlo?

Luego están los padres de tu parroquia. Todas sus limitaciones no podrán impedir que representen a Dios para ti, y te ayuden de manera muy eficaz.

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Como conclusión; ¿Por qué no pueden ser estos ejercicios espirituales la experiencia más grande de tu vida? Son unas horas de gloria, junto a la fuente de aguas vivas que ha beneficiado a tantos y tantos.

Llegas, como la samaritana, con tu cántaro vacío, medio vacío, o por lo menos no del todo lleno. ¿No quieres terminar con tu cántaro lleno de amor, de alegría, lleno de fe, de generosidad; con cara y alma de resucitado?

La Creación. Dios es amor, por eso es mi creador.

Por: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 

Esta primera meditación trata sobre la creación. Dios es amor, por eso es mi creador. Y me creó porque me quiere, sólo por eso. Y no me pidió permiso, no se aconsejó con nadie. De ahí que la decisión más importante en mi vida, que es mi existencia, depende sólo y exclusivamente de Dios: Existo y existiré porque Dios lo quiso. Fue una decisión de amor: He vivido, por tanto, veinte, treinta, cuarenta o más años sumergido en el amor eterno de Dios.Jack Loew, convertido, decía esto: “La realidad más radiante de mi vida es ésta: Dios existe y me ama”. Tú puedes decir con idéntica verdad la misma frase a la hora levantarte y a cualquier hora del día: “ Dios existe y me ama”. Cuando estás alegre, ahí es más fácil, pero también cuando estás en problemas, en dificultades. Que esa frase te dé seguridad, te de fuerza: Dios existe y te ama.

Crear para Dios es amar. En la Biblia se leen estas palabras claras: “No odias nada de lo que has creado” y entre esas cosas o personas que ha creado estás tú; por lo tanto puedes estar absolutamente seguro de que Dios a ti no solo no te odia, sino que te ama, aunque tú no le correspondas. Vivir para para ti, para mí, es ser amado.Además, tienes que pensar que Él te creó para algo muy importante...No para el egoísmo, tampoco para la mediocridad, menos aun para la desdicha. Ciertamente tú puedes ser un egoísta pero porque tú lo decides, torciendo el plan de Dios. Puedes ser un mediocre, incluso puedes ser una persona desdichada, triste, pero habría que preguntarse: ¿Es de Dios la culpa de que no seas feliz o de quién es?

Te creó, además, para ser santo. Se nos dice en la carta a los Efesios, en el capítulo primero, del versículo 4 al 5: “Él nos eligió en Cristo antes de crear el mundo -¡fíjense desde cuando!- para que fuéramos santos e irreprochables ante sus ojos, por el amor, y determinó, porque así lo

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quiso Él, que por medio de Jesucristo fuéramos sus hijos”.

¡Qué maravillosa forma de decirlo de San Pablo! Él determinó crearnos pero no solo determinó, quiso, se propuso que fuéramos sus hijos. Y la persona que nos lo dijo -y de una manera firme y clara- fue su propio hijo Jesucristo, al enseñarnos a rezar así: “Padre Nuestro que estás en el cielo...” Te creó para ser santo; puedes serlo. Es relativamente fácil cuando uno se decide a serlo. ¡Claro que es difícil cuando uno no se convence o no se anima a ser santo!

Te creó para ser un apóstol de los grandes. Créelo, porque te da las herramientas, te da las cualidades, las oportunidades de oro. En el Concilio Vaticano Segundo se nos ha recordado, -porque se nos había olvidado- que todos podemos y debemos ser santos y ser apóstoles, entendiendo como apostolado hacer el bien a los hermanos.

Te creó para ser feliz aquí y allá. Si yo no eres feliz, tendrás que preguntarte: “¿Es porque Dios me ha creado para ser un infeliz o es porque yo, contraviniendo su plan, me he resignado a ser infeliz? “Te creó para ser útil, para hacer algo útil. Si resultas ser un inútil, para ser sincero, tendrás que reconocer que es tu culpa, no culpa de Dios.

Bien, a estas alturas de la vida, ¿cómo has realizado el sueño de Dios? Es una pregunta fuerte, pero sería bueno contestarla. Si necesitas llorar, ¡llora! Pero convierte esas lagrimas en coraje, en decisión, en esperanza infinita. Estás muy a tiempo de realizar el sueño de Dios y el tuyo.

Quiero citar aquí unas palabras hermosas de un hombre santo, precisamente hablando de los ejercicios espirituales: Dios es lo único necesario en la vida humana, es el único ser que pasa el test de nuestros anhelos de eternidad, el que siempre está ahí, permanece, queda fijo, inmutable, a salvo del paso del tiempo. Dios es hacia donde mira toda alma que busca su salvación. Por lo mismo nada vale tanto como el invertir aquí abajo en la fidelidad a ese Dios mediante la total sumisión a su querer. Todo cuanto no sea esto es echar en saco roto. “Me dejaron a mí, fuente de aguas vivas, y se acabaron cisternas rotas que no pueden contener el agua”. Si poseer a Dios es el fin, buscarlo es el quehacer de la vida. Pero a Dios sólo le encuentra el que le ama, y la experiencia del amor puro a Dios es la experiencia del puro olvido de uno mismo. Se trata de ser libre para servir a Dios y a los demás con la única libertad interior del hombre respecto a si mismo. El gran error de nuestras vidas es vivir desorientados, engañados creyendo que vamos siguiendo un sentido, cuando en realidad cada día nos alejamos más del verdadero sentido: Dios. El que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto mas se va alejando del término”.

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Gracias debería ser una de las palabras más repetidas, más maravillosas que deberíamos decir a cada hora: Gracias al amanecer, gracias al mediodía, gracias al atardecer; gracias por los días pasados; gracias por este día, y gracias, también, por los días porvenir. ¡Qué suerte, qué alegría ser de Dios, pertenecerle, servir a tan gran Señor, amar a tan magnífico Padre; poderle decir desde el corazón: “Soy de Dios felizmente y para siempre”.

Dios es amor, por eso es tu Redentor: El amor que renueva su alianza contigo. Con la desobediencia y el pecado mataste aquel amor primero y te apuntaste con los condenados al infierno; perdiste el cielo, perdiste a Dios, perdiste todo; y estabas, como dice el profeta Oseas, a la orilla del camino revolcándote en tu propia sangre; pero pasó junto al camino de tu vida el Redentor con su cruz a cuestas y se compadeció de tu dolor, de tu desventura y te lavó con su sangre y con su gracia.

Cuando te creó sus manos estaban sanas y enteras; ahora están sangrantes, su corazón abierto, sus pies atravesados. Cristo lleva tus pecados, tu dolor, tu desventura en sus cinco heridas. Esas cinco heridas son el el precio que ha pagado por ti; son la prueba imborrable del amor que te tiene. Créelo, cree en el amor de Cristo, y no podrás ser un mediocre, un pecador, sino un santo.El ejemplo de santa Teresa es muy claro. Recordemos brevemente lo que le sucedió: Era una religiosa que vestía el hábito de Carmelita en el convento de la Encarnación, en Ávila. A veces se dice: “ Si está en un convento, será santa”. Pero, por lo visto, era bastante mediocre. Y, como Dios sabía que podía sacar de ella una santa, le hizo pasar una experiencia fuerte, le permitió ver el infierno. Ella comentó: “No me morí porque Dios no lo quiso.” Me dijo: “Fíjate en ese lugar concreto del infierno”.Yo pregunté: ¿Por qué, Señor? “Porque ese iba a ser tu sitio para toda la eternidad, si hubieras ido como ibas”.

Ella, obviamente, no podía decir lo que hoy dicen muchos: que el infierno no existe, y, como lo dicen ellos, pues, no existe. En su convento, en unos de los pasillos, había una imagen de Cristo flagelado. Por allí pasaba todos los días como si nada, pero ese día no pudo seguir adelante; se detuvo ante la estatua, diciendo: “Ahora comprendo de qué me has librado y cuál ha sido el precio que has pagado, es decir, cuanto me amas”. Y, a renglón seguido, añadió: “Desde ese día me decidí a ser santa”. Hoy es Santa Teresa de Jesús. Es decir, cuando ella comprendió el amor que Dios le tenía, cambió radicalmente; y esto mismo sucede, o no sucede en nuestra vida. Si hay un día en que sentimos, comprendemos, experimentamos cuanto nos ama Dios, seremos capaces, como ella y muchos otros, de decir: desde hoy me decido a ser santo, a ser un apóstol, a cambiar radicalmente de vida.

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Si eres capaz de amar, de comprender el amor, todo es posible al que ama. Si no eres capaz de amar, de comprender el amor, serás un eterno mediocre. Los santos, los de ayer y los de hoy, los de siempre, son pobres seres humanos llenos de defectos, pero que han comprendido el amor. Y cito aquí a uno de esos hombres santos: “Se es fiel sólo por amor; se es auténticamente feliz sólo en el amor; se es idéntico -en el sentido de auténtico-, sólo amando”.

La muerte de Jesús, tu Redentor, fue tu vida; su sangre lavó tus pecados; sus azotes, espinas y salivazos curaron, o debieron haber curado, tu soberbia.Si te hacen un favor, espontáneamente dices: ¡Gracias! Si el favor es muy grande, no te basta con dar las gracias. ¿Por qué con Cristo debemos hacer una excepción? Si comprendiéramos cuánto nos ama Jesucristo, deberíamos vivir toda la vida de rodillas, dando gracias, llorando de felicidad y de gratitud. Pero, a base de recibir dones y más dones, nos volvemos de piedra, con una ingratitud realmente inexplicable. Yo me pregunto si será tan difícil amar locamente, entrañablemente, apasionadamente a un Dios que me ama desde siempre y para siempre; que murió crucificado por mí, flagelado, coronado de espinas por mí; que me dio a su misma Madre y se dio a sí mismo en la Eucaristía.

Dios es amor, y por eso es mi padre. El mejor de los padres. La oración del “Padre Nuestro”, rezada en su máxima intensidad, provoca o provocaría la muerte por felicidad. Tengo un Padre en los cielos que me ama con un amor eterno. “¿Puede una madre olvidarse de su hijo, del fruto de sus entrañas?” -Pregunta Dios- “Pues, si ella se olvidara, yo nunca te olvidaré.” ¿Por qué esta realidad, la más grande, la más hermosa, la más entrañable de la vida, la olvidamos? Considero que la desgracia más grande del mundo consiste en ignorar este amor. A nosotros que nos consideramos católicos, cristianos, se nos ha olvidado la esencia, se nos ha olvidado lo que es la religión del amor, y no tanto de nuestro amor al prójimo, sino del amor de Dios a nosotros. El amar sería la consecuencia. Yo, que soy amado infinitamente por Dios, quiero amar a ese Dios y a mis hermanos.

Los cristianos han vaciado la religión del amor para quedarse con la religión de los mandamientos, del aburrimiento y no sé de qué otras cosas, y ¡claro! les resulta pesada, aburrida, inaguantable. También nosotros en la vida religiosa o sacerdotal podríamos hacer lo mismo. Y ¿qué queda de nuestra vida cristiana, cuando se va el amor; qué queda de nuestra vida consagrada, cuando se va el amor?En una ocasión preguntó a Jesús un doctor de la ley, por lo tanto, una persona seria, formada: “¿Cuál es el primer mandamiento de la religión, de tu religión?” Jesús respondió: “ El primer mandamiento es: Amarás al

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Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.

No le habían preguntado el segundo, pero Él se adelantó a decir: “El segundo mandamiento es semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y todavía redondeó la respuesta, diciendo: “En estos dos mandamientos está toda mi religión”.

No hay más; los dos mandamientos, los únicos dichos por Jesús son: Amarás, amarás. Por lo tanto Él fundó la religión del amor. Donde hay dos enamorados, ¿hay aburrimiento, hay ganas de acortar el tiempo, hay tristeza, o qué hay? Entonces, si nosotros no somos felices, no estamos realmente encantados en nuestra religión católica, de cristianos nos queda la pura fachada y la boleta de bautizo.

Se nos ha olvidado lo más importante, lo que los santos han defendido hasta con la sangre. Porque debemos de saber una cosa: Los santos son como nosotros, pero el amor se les ha clavado en el alma, en la sangre y, por eso, son lo que son.

Yo estoy convencido de que tú y yo, aunque seamos unos pobres seres humanos, si ese amor se clava en nuestro corazón también seremos santos.

Tengo un Padre en los cielos, un Padre que sigue todos mis pasos por la tierra, un Padre que ha orado por mí cuando hice de hijo pródigo, un Padre que me ha dado tantos dones que ya no los recuerdo, y de los recordados muy pocos he sabido agradecer.Dios es mi Padre. Antes de hablar de cómo debe portarse un hijo, hay que estar seguro de esto: de que Dios es mi Padre.

Disfrutarlo, agradecerlo y morirse de felicidad. Somos hijos de Dios cada uno de ustedes y yo. No nos miremos la cara, las manos o el alma, porque no lo merecemos. Pero Él nos puede decir: ”No les pido que lo merezcan, sino que lo acepten”. No busquemos en nosotros mismos ninguna razón o huella para demostrarlo, sino en ese corazón enorme, maravilloso, amorosísimo de Dios Padre.

Con qué ternura decía San Juan: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre que no sólo nos llamamos, sino que somos hijos de Dios”.

Manifestarle una confianza sin límites, esperándolo todo de Él; manifestarle un amor sin medida. Dios busca, Dios espera nuestro pobre amor pero lo busca como una fidelidad a su voluntad semejante a la de Jesús. Así debemos proceder. ¡Qué felices seríamos, si cada día, cada hora y durante toda la existencia, sintiéramos a Dios como un verdadero

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Padre!

Cuando Santa Teresa rezaba el Padre Nuestro, se detenía, se quedaba extasiada con esas dos palabras:, “Padre nuestro, Padre mío”, y se abismaba en la contemplación y la maravilla de lo que esto representa, y no podía seguir...

Recuerdo estas palabras de un hombre santo: “Antes de que pudiera defenderme contra el hechizo de su llamado, contra su amor devorador, caí sojuzgado”, o estas otras: “Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi compañero, mi Padre, mi grande y único amor y la única razón de mi existencia”. San Pablo era un cristiano verdadero porque era un enamorado: “Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí”.

Debemos pensar que, si no amamos, hacemos inútil tanto sufrir, tanto soñar, y tanto amar de Dios a la humanidad. Hacemos inútil su sangre derramada, hacemos inútil el amor más perfecto, damos la espalda a aquél que es el Amor.

¡Gracias, por haberme amado como nadie, sabiendo que iba a ser tantas veces ingrato, indiferente, y gracias, porque no te has arrepentido, y porque, después de meses y de años, sigues mendigando mi pobre e insignificante amor! “¿Quién soy yo para que me pidas y me exijas que te ame con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas’ ¿Quién soy yo?” Así se preguntaba San Agustín y también nos preguntamos cada uno de nosotros; por lo menos yo me lo pregunto. ¿Quién soy yo, Señor, para que me pidas ese amor, y te pones bien triste si no te amo? ¿Quién soy yo?

Es necesario de alguna manera experimentar este amor; es una gracia que hay que pedir; es una gracia que hay que tener, si es que de verdad queremos cambiar, ser santos, y queremos dejar para siempre la mediocridad.

Una religión fundada por el Hijo de Dios, un Hijo de Dios humillado, flagelado, coronado de espinas y muerto en una cruz, para salvar a sus seguidores, sólo puede vivirse con pasión de amor. Jesús no es un filósofo, Jesús no es un intelectual, que predicó pacíficamente unos principios como otros filósofos y que los dejó para los que quisieran oírlos y practicarlos. Jesús -y en esto se diferencia radicalmente a todos los fundadores de religiones- es el Hijo de Dios, no un simple hombre, pero, además, para fundar su religión, no lo hizo con un libro, Él no escribió. Lo escribieron los discípulos. Él la fundó con una sangre en un patíbulo, clavado en una cruz para salvar, para dar la vida a sus cristianos: Ésta es la gran diferencia del cristianismo, y, por eso, la religión católica o se vive con pasión, o no se vive. Nosotros, los

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cristianos, hemos querido descoyuntar esa religión queriendo hacer nuestros caprichos, nuestros gustos, y tener una pintadita, un barniz de católicos, y por eso, sigue siendo verdad para muchos de nosotros el ataque que Nietzsche dirigía a los cristianos: “No se les nota rostro de resucitados.”

Y uno tiene que plantearse severamente: ¿De qué me sirve ser católico? ¿De qué me sirve ese Cristo? ¿De qué me sirven las misas y los sacramentos y las predicaciones, si no hay diferencia con otros? ¿Si sigo criticando como los otros? ¿Si soy un pecador empedernido como los otros hombres, o, tal vez, más que los otros? Para tener solamente fachada de católico, sería mejor declararme no cristiano, y, cuando tuviera fuerzas, ganas, ánimo de serlo de verdad, entrar y decir : Ahora sí voy a amar a Dios sobre todas las cosas y a mi prójimo como a mí mismo.

¿Por qué hay tantos cristianos que se pasan a las sectas? Y habrá más porque hay muy pocos que están decididos a amar de esa manera, a comprometerse de esa manera. Quisieran un cristianismo domesticado, un evangelio de bolsillo: chiquitito y hecho a su medida. Pero Jesús inventó un Evangelio maravilloso, un estilo de vida maravilloso, pero nunca fácil, y hoy nos gusta lo fácil, lo light. Por eso, nos tenemos que plantear severamente, concienzudamente: ¿Quiero ser un cristiano auténtico, al estilo de lo que Cristo quiere o prefiero ser cualquier otra cosa con una fachada de cristiano?

Para concluir, quisiera, de una manera viva, leer un cuestionario de una persona, en concreto, una muchacha que vivía ese cristianismo light o menos que light, pero hizo la experiencia de María Magdalena, de Zaqueo. Aquí están sus palabras:“Antes de ir a aquel retiro, mi vida era horrible. La estaba llevando de tal forma que era, en verdad, de dar tristeza: Era una niña con tan solo 16 años, y ya sin alegrías ni ilusiones, ya decepcionada de la vida”. Hoy día hay miles de niños y niñas como ésta. “Pero era obvio: llegó el día en que me sentí asqueada de todo, y empecé a sentir un vacío enorme: algo me hacía falta.” Aquí hay un punto ya de reconocimiento: necesita algo y obviamente va en busca de llenar ese vacío. “ Pensé que ese vacío lo llenarían las fiestas, conocer niños nuevos, etc. Acababa de terminar con mi novio, -por lo tanto andaba en crisis sentimental- y así lo hice. Salí mucho, conocí a miles de niños, pero yo seguía igual. Antes los estudios me llenaban bastante, pero en esos momentos nada llenaba aquel vacío tan horrible. ¡Era desesperante! Nada me gustaba”. Esto lo pone con letras grandes. Y aquí vean cómo interviene Dios: “Llegó el día en que Dios me llegó directamente -recuerdo que fue por sus amigas que habían hecho un retiro como éste, y venían radiantes de felicidad-. La reacción de ella había sido burlarse de ellas, decirles que se iban al

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convento; les hizo llorar de coraje.

“Entonces Dios me llegó directamente, porque decir que nunca me había buscado sería una mentira; me insistió, y mucho, pero yo preferí vivir mi vida sin Él”. Uno podría preguntarse: ¿Por qué?: No lo necesito, me estorba, no me interesa, hay cosas mucho más interesantes, Dios es un aburrido, los jóvenes no necesitamos de la religión, etc.“Pero, como decía, me habló; me hizo ver directamente que ahora tenía nuevamente los dos mismos caminos que ya antes había tenido: con Él o sin Él. obviamente esta vez escogí con Él”. Ahora vamos a ver cómo le va: “Fui a hablar con el padre y, después de insistirle mucho, me dejó ir. Fue el día de mi cumpleaños, por eso digo que yo nací a los 17 años. ¡Qué día tan increíble! Volví a nacer, pero con la conciencia de que tenía mucho que hacer. Y así empezó mi cielo, que hasta ahora sigo viviendo y nadie ha podido convertírmelo en infierno. Es algo maravilloso, porque desde que fui, todo es diferente. Cristo me ha dado un ideal por el cual vivir” -¡Vean cómo habla de Cristo, antes no quería saber nada!- “Antes estudiaba por un MB, ahora estudio por Cristo; antes me reía, pero por tonterías, ahora porque sé que cuento con Cristo; antes era una niña responsable, pero sólo ante mí misma, ahora lo soy sobre todo ante Cristo; antes lloraba, y ahora también lloro; antes, por falta de Cristo, y ahora porque lo adoro, es decir, de felicidad.

¡Claro! He tenido problemas. Pero con Cristo todo lo he podido solucionar: ahora hasta los problemas los veo como una bendición, porque he aprendido a exigirme. No sé cómo explicarle, solo me sale decir que es extraordinario. Para mí Cristo lo es todo, y, si a mí me dijeran: déjalo, preferiría morirme en ese momento, ya que sin Él me perdería, no sabría qué hacer: perdería a Cristo, y, por tanto, mi felicidad. ¿Por quién lucharía, entonces? ¿Por mí? ¿Para qué...?”

Esta persona fue a unos ejercicios espirituales con otras chicas. Es un caso realmente típico de lo que es un cristiano light antes de conocer: Odian lo que no conocen, desprecian lo que ignoran, lo rechazan incluso cuando lo ven en el rostro de sus mismas amigas; lo dejan, no les importa, y, cuando aceptan con una cierta humildad acercarse a Dios, ahí está el resultado.

¿Quién de ustedes quiere tener una experiencia semejante? Porque Cristo sigue siendo el mismo que conquista corazones y les llena de felicidad.

Recuerdo aquella expresión de San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti”. “Nos has hecho Señor para ti”: es decir, que somos de ti por criaturas para amarte servirte y poseerte; somos de ti por el bautismo: hijos de Dios, y

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en el caso nuestro: somos de ti por la consagración, por ser sacerdotes y religiosos.

Darnos totalmente. Somos para Dios. El honor más grande del mundo consiste en ser servidores de Dios. Por algo se dice que “servir a Dios es reinar”. El hecho de que Él se haya interesado, Él haya pedido, buscado, el que tú le intereses, que te necesite para lo que a Él más le importa, dime si esto no es un grandísimo honor. Nos pide amor.Cuando el joven rico se fue, causó en Cristo enorme tristeza y con razón. Si te dedicas a tu egoísmo ¡estás perdido, definitivamente perdido, sin luz, sin paz, sin ilusiones, sin nada! Por eso, debemos concluir que amar a Dios y cumplir su voluntad es lo único necesario.

La frase sigue diciendo: “Y nuestro corazón está inquieto...” Nuestra historia lo grita. Así estuvo San Agustín, Margarita de Cortona y tantos otros. Recordemos los remordimientos por el pecado que sentía Caín. Nosotros experimentamos la vida vacía y sin sentido, la falta de alegría y realización. Nada llena: ni el sexo, ni las drogas, ni el dinero, la fama, los viajes, nada! Es el hueso dislocado; es el pez fuera del agua; es el pájaro tras las rejas de la jaula.

Esa inquietud y falta de paz total nos tiene que empujar a una entrega mayor y para toda la vida: Una gran insatisfacción puede convertirse en una entrega definitiva. ¿Qué es lo que te frena o te ata todavía? Pídele a Dios que te dé la gracia de que esa atadura se rompa para siempre.

Y termina la frase: “Hasta que descanse en ti”: hasta que te entregues del todo, dejando barcos, quemándolos, cruzando la raya. ¿Qué cosas te detienen para esa entrega? ¿Has pensado, has creído en la felicidad de darse totalmente, felizmente y para siempre? El joven rico no sabía de esto, se fue con sus riquezas, y perdió a Cristo... Al final de la vida, aparte de haber perdido a Cristo, perdió también las riquezas; se quedó sin nada. En cambio, Pedro y los demás que le siguieron, se quedaron con Cristo y con el ciento por uno. Allí mismo San Pedro en esa escena del joven rico hace la pregunta trascendente: “Nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué va a suceder? Jesús aprovecha ese momento solemne para decirle a Pedro y a los otros Once, a ti y a todo el que quisiera oír, esta palabras: “Todo el que me siga y sea fiel a mi evangelio recibirá el ciento por uno en esta vida en padres, madres, hijos, campos, etc., en todo lo que haya dejado, con persecuciones, y después la vida eterna.” La promesa de Jesús era tan clara, tan contundente que Pedro, el que solía preguntar más de una vez, allí no preguntó más.

Ciento por uno y la vida eterna. Debió de pensar: “¡Negocio redondo! Por eso, en aquella ocasión en que muchos de los discípulos querían

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marcharse porque habian interpretado mal la Eucaristía, les hace esta pregunta a los doce: ”¿También vosotros queréis marcharos? Pedro fue el que respondió con estas palabras: “¿A quién iremos, Señor, si Tú tienes palabara de vida eterna? Que era como decir: Yo no entiendo mucho de Teología de la Eucaristía, pero lo que conozco de ti hace que me quede para siempre. Y gracias a eso salvó la situación de los otros apóstoles, por lo menos de diez de ellos. Porque Judas ya se había pasado al otro bando.

“Hasta que descanse en ti... hasta que se entregue totalmente a ti, Esta es una forma de vivir apasionante. ¿Qué importa el frío, el calor, los sufrimientos, las humillaciones? ¡El amor lo puede todo, lo transforma todo! Lo que vuelve la vida aburrida, monótona y cansada es la falta de fuego, de amor. Cuesta más; a veces, mucho, pero compensa totalmente.

Y, en vez de andar pensando tanto y tanto en lo que cuesta, en lo difícil, en lo que dejamos, ¿por qué no pensar en lo hermosa y apasionante que es esa vida?

La abnegación es bendita. “La vida del alma, minuto a minuto, es siempre bella, preciosa y emocionante, cualquiera que sea la condición del cuerpo ¡Ningún precio es suficiente para pagar la amistad con Jesús!”

3o. PláticaRetiro Espiritual

La Salvación. Hay una sola cosa necesaria: la salvación eterna de las almas. 

Por: P Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net 

Podríamos titular esta charla como “Lo único necesario”. En una ocasión, nos narra el Evangelio, Jesús estaba hospedado en casa de unos amigos,

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que eran tres hermanos: Lázaro, Marta y María. María, era la Magdalena que, por estar recién convertida, se encontraba fuera de casa, platicando, o más bien escuchando embelesada. a Nuestro Señor.

Precisamente es lo que les sucede a los grandes convertidos, que es una experiencia tan fuerte, que la quieren alargar lo más posible. Su hermana Marta era la típica mujer hacendosa que se preocupa, de corazón, de dar el mejor recibimiento a un huésped, en este caso un huésped tan importante como era Jesús, el Hijo de Dios. Pero, se daba cuenta de que no alcanzaba, y en un momento dado salió, y le dijo a Jesús, - en plan de confianza – “¿Jesús, te da lo mismo que esté yo con todo el quehacer de la casa y mi hermana aquí sin hacer nada? ¡Dile que me ayude!

Cuando uno lo lee, esperaría como respuesta natural: “¡Ay!, perdónanos, María, en verdad nos hemos olvidado de ti, y estás con todo el trajín de la casa. A ver, María, ve a ayudar, incluso, si quieres, yo ayudo también. -“No, no, ¡Tú no, Señor!”- En el fondo equivalía a decir: “Mi hermanita está aquí de floja.”

Jesús, con una amable sonrisa en su rostro, dijo estas palabras: “Marta, Marta, te preocupas de demasiadas cosas. Hay una sola cosa necesaria. María ha escogido la mejor parte que no le será quitada”.

Pobre Marta, se quedó un poquito corrida; pero, hay que entender lo que quiso decir Jesús. Jesús, elevó la conversación a un nivel trascendente Le dijo: “Mira, me da mucho gusto que, cuando vengo a su casa, traten de darme una acogida tan buena, y no me puedo quejar, son mis mejores amigos, pero... hay algo que me importa muchísimo más que tener una buena comida, un reposo adecuado, etc. y es que tú, María y todo el mundo, escuchen el mensaje de salvación para el que yo he venido”.

Hay una sola cosa necesaria. ¿A qué se refería Jesús? : a la salvación eterna de las almas. En alguna ocasión ya había dicho Él: “Yo no he venido a ser servido sino a servir, y a dar la vida por la salvación de los hombres”.

Respecto de lo único necesario, vamos a decir algunas cosas importantes. La primera es que Dios quiere que todos obtengan lo único necesario, que todos se salven. Dios no quiere que su cielo quede vacío. Dios no quiere verte a ti, ni a mí ni a nadie fuera de ese lugar. Si te ha creado por amor, es por que quiere que lo ames eternamente en el cielo, y que seas amado por Él eternamente allí.

La prueba de que quiere salvarte es que sientes, por dentro, una inquietud, un deseo de cambiar, de mejorar, de superarte. Yo diría,

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incluso, que cuando sientes remordimientos es porque Dios te está llamando. El remordimiento, como la misma palabra lo dice, duele, molesta, y uno no quisiera sentirlo; el remordimiento es como el amor herido, ofendido, que reclama, que llama la atención para que se le haga caso.

Por eso, cuando uno se porta mal, siente ese remordimiento, siente cómo ese Dios por amor le llama, nos llama, para que volvamos nuevamente con El. Bien, lo que sería preocupante es que nunca, en ningún momento, tampoco en estos ejercicios, sintieras dentro de ti esa espinita o ese remordimiento, esa inquietud de superarte. Entonces, sí podríamos decir que ya no le importas a Dios. Mientras sientas interiormente eso, es buena señal.

Ahora bien, Dios quiere salvarnos a todos, pero no a la fuerza. Siempre dice Él: “si quieres, si quieres”; es como decir también: “si no quieres, ¡pues, ni hablar!” A empujones no entrará nadie al cielo. Uno tiene que decirle a Dios claramente, que no le quede ninguna duda, que uno quiere estar en el cielo con Él eternamente.

“¡Padre! ¿Pero usted cree que alguien no quiera ir al cielo?” Hay que decírselo a Dios con hechos, no con palabras, pues Él mismo recalcaba: “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Por lo tanto, con hechos y no con palabras, hay que decirle a Dios: “¡quiero ir al cielo!”. Ahora bien, tus hechos, tu vida, tus obras, ¿qué le dicen a Dios?: ¿que sí quieres, que no quieres, o que a ratos quieres y a ratos no; no se sabe.

¿Qué es salvarse? Podemos decirlo positiva y negativamente. Negativamente: Es librarse de eso que hoy muchos no están de acuerdo en creer: el infierno, una infelicidad eterna. A este respecto, yo les hago una pequeña reflexión: “Cuando contemplo el crucifijo, veo al Hijo de Dios clavado en la cruz, muerto, después de haber sido flagelado de una forma bárbara y cruel, coronado de espinas, humillado. Porque lo escupieron, se rieron de Él, lo convirtieron en un guiñapo. Pues bien, esa muerte tan humillante y tan horrible fue inútil, la más inútil, porque fue para librarnos de algo que no existe!”

Podríamos recordar lo que una mamá le decía a su niño chiquito cuando no quería que fuera a un lugar peligroso: Le decía que había un ogro que se comía a los niños, y él se lo tomaba tan en serio que se ponía a temblar. Pero ella, seguro que, por dentro, se reía: “ya lo engañé”. Entonces, lo del infierno es como el ogro -¿verdad?- para asustarnos, para que nos portemos bien. ¡Pero no existe!

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Cuando contemplo el crucifijo, miro su rostro y me impacta el tremendo amor de Dios, y por otro lado siento un profundo temor al infierno. Cuando Dios se tomó tan en serio las cosas, ¿creen que fue por algo que no existe? Piensa lo que quieras. También mi oficio desaparecería, pues, si al fin y al cabo todos nos vamos a ir al cielo, yo me dedicaría a otra cosa.

Positivamente. Significa lo contrario, conseguir una felicidad eterna maravillosa, increíble, como no nos la podemos imaginar. Creo que ninguno de ustedes ni ha visto el cielo para que nos lo cuente y nos emocione..., ni ha visto el infierno para que nos dé un buen susto. Entonces, vamos a entrevistar a dos personajes que vieron, uno el cielo y otro el infierno.

Ya contamos en la meditación anterior, cómo Santa Teresa vio el infierno. Pues bien, a eso me refiero. Librarnos, como ella se libró, de esa eternidad separada de Dios, en una absoluta desesperanza, sin amor. Así lo definía ella: “El infierno es el lugar donde no se ama”.

En relación al cielo, vamos a preguntar a San Pablo, porque él, en una de sus cartas, nos dice que vio el cielo, incluso el tercer cielo. O sea que en el cielo hay grados de felicidad. Cuando yo supe que San Pablo había visto el cielo, fui a leer sus cartas, Pero me llevé una decepción, porque dice que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni podemos saber lo que Dios nos tiene preparado”. Quería decir que las palabras humanas no pueden describir el cielo: Pero sí se entiende una frase suya: “Después de ver el cielo, todo lo que se sufre en este mundo es juego de niños, es nada en comparación”.

Vamos ahora a contemplar la escena del juicio universal, contada por San Mateo en el Capitulo XXV. Es una especie de reportaje que les narra Jesús: Toda la humanidad reunida. ¡Imagínense la cantidad de personas que vamos a ser! Se nos dice que unos estarán a la derecha y otros a la izquierda.

Tú yo estaremos allí presentes. En la mente de todos anidará un solo pensamiento: “¿Me salvé o no me salvé?” No nos va a importar cuantos hay, cuantos no hay, sino si estamos a la derecha o estamos a la izquierda. Cada uno debe preguntarse: “¿Dónde estaré?” Y no para asustarse tontamente. Porque no se trata de eso, sino simplemente de adivinar, con tu vida de hoy, dónde estarás el día de mañana, en ese momento. Se podrían ofrecer cuatro preguntas a modo de test para adivinar de alguna forma si ese día estarás a la derecha o a la izquierda. Ahí van las cuatro preguntas: Primera: ¿Qué te dice tu pasado? Por pasado entendemos tu vida desde que tenías uso de razón, siete u ocho años, hasta finales del año anterior. Ese período será para unos más

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corto, para otros ya bastante largo. Si una persona que no te conoce viera el vídeo de tu vida pasada, ¿qué podría concluir?: Esta persona, tal como ha vivido, sí se va al cielo, o no se va al cielo, o no se sabe, porque parece que a veces sí quiere y a veces no, no se sabe. Puede suceder cualquiera de las dos cosas.

¿Qué te dice tu pasado? Es importante consultar a ese período de vida ya vivido. A veces uno tiene que reconocer que ha bajado hasta donde nunca pensó, o positivamente, que ha subido hasta donde nunca creyó llegar. En realidad, si viéramos en una pantalla de televisión, en la mitad de ésta nuestro mejor día, y en la otra mitad nuestro peor día, nos asustaríamos de las dos cosas: Hasta dónde hemos subido y hasta dónde hemos bajado. ¿Qué te dice tu presente? Por presente, tomemos este año en curso que estamos viviendo, aunque no está todavía completo. Por ser el presente, aunque sea muy breve, es muy sintomático, porque es la vida que estás viviendo ahora.

¿Cómo estás viviendo? ¿Podrías decir que este año es el mejor año de tu vida? ¿O tendrías que decir: ¡El peor de todos! O ni bueno ni malo, un año mediocre. Tal como vas, ¿no hay problemas para estar ese día a la derecha, o sí los hay? Uno debe sacar la conclusión.

¿Qué te dice tu futuro ? ¿Cómo se puede adivinar el futuro? ¡Muy fácil! Si tú tienes unos hijos, unos nietos en primaria, y ves que desde primer año sacan dieces, sabes que los seguirán sacando. A la inversa, aunque sea tu hijo o tu nieto, si pasa siempre con reprobados, no crees que saque dieces ahora. Porque lo lógico es que siga con las mismas notas. A menos que haga un esfuerzo muy, muy notable, que se da en pocos casos.

Por lo tanto, mirando al presente y al pasado, si has vivido como un santo, una santa, lo lógico es que lo sigas siendo, a menos que haya un cataclismo. Y, si has vivido como un pecador o un mediocre, lo normal es que lo sigas siendo, a menos que haya un cambio muy fuerte. Yo he visto algunos cambios así de fuertes, justo en unos ejercicios espirituales como éstos, en los que se ha dado un parteaguas y donde una vida que iba directamente a la izquierda viró valientemente a la derecha, y sigue hacia la derecha.

Cuarta pregunta: ¿Qué te dice tu ambiente? Por ambiente tomemos algo muy amplio: todo lo que es tu entorno social, familiar, desde la persona con la que te has casado, esa mujer o ese hombre, tu familia política, tus amistades, fiestas, viajes, lecturas, televisión; todo lo que de alguna manera te afecta. ¿Puedes decir que, con ese ambiente, te estás mejorando cada vez, enderezando el rumbo hacia la vida eterna feliz, o, al contrario; aunque tenías buenas ideas y te educaron cristianamente,

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con esas amistades, lecturas, viajes y televisión, cada vez te desvías más hacia la eternidad infeliz? Por eso, es importante la pregunta: “¿Qué te dice tu ambiente?” Cuántas veces se encuentra uno a personas que han dado un cambio positivo por sus amigos, sus amigas, el ambiente, o una lectura, o unos ejercicios espirituales; y también un cambio negativo, cumpliéndose aquel dicho de: “¡Dime con quién andas y te diré quién eres!”

Con estas cuatro preguntas puede cada uno sacar la conclusión. Tal como vas, si no cambias, llegarás al infierno o, tal como vas, Dios mediante y con su gracia, podrás estar ese día a la derecha.

Saquemos algunas conclusiones: El asunto más importante de la vida es exactamente éste: ¡Me salvé o no me salvé! Por eso Jesús le contestó a Marta de esta manera solemne. Pero esa respuesta iba para Marta y para todos los demás, para todos nosotros: “Te preocupas de demasiadas cosas. Hay una sola cosa necesaria: tú salvación eterna”.

Nadie va a resolver por ti este asunto. Yo he escuchado a algunos hombres muy seguros: “ Mi esposa es muy santa y ella se va a ir al cielo y jalará de mí, de los hijos y de toda la familia...” ¡Eso no es cierto! Porque ella y otras personas podrán pedir por ti, podrán darte buen testimonio, pero tú tienes que decir: ¡quiero! Te pongo un ejemplo del mismo Evangelio. Junto a Jesús, rumbo al Calvario, iban dos bandidos: Dimas y Gestas. Los dos iban maldiciendo, los dos eran unos ladrones, posiblemente hasta asesinos. De pronto, uno de los dos le dice a Jesús: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Jesús, olvidando reproches que le podía haber reclamado, le dijo simplemente: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Uno se pregunta: ¿Se puede en el último momento cambiar? ¡Se puede! Y ahí esta el caso. La palabra de Jesús no puede fallar: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Pero, ¿y el otro? Es una reflexión que se hace San Agustín: ¿Por qué uno sí y el otro no? Ahí vemos claramente, cómo la misma gracia que recibió uno la pudo haber recibido el otro. Uno la acepta y el otro la rechaza.

Este asunto mucha gente no se lo plantea, y como no se lo plantea, cree que no existe el problema. Pues bien, uno durante la vida, olvidándose de Dios, puede reírse de la religión o simplemente despreocuparse, por estar zambullido en los asuntos terrenos: el dinero, el poder, el triunfo, etc. Llega la muerte, ¿y qué sucede? Algo que no se había planteado. Allí están con números rojos, porque directamente se van con Dios que les va a hacer esta pregunta: “¿Qué hiciste de tu vida?”. Sacando las conclusiones de tu pasado y de tu vida, la conclusión es: ¡No te has salvado!

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La misericordia de Dios es más grande de lo que tú y el más optimista puedan imaginar, pero también Dios es justo, y no le da lo mismo que luchemos, que nos esforcemos, o que digamos que el infierno no existe, y que nos vamos a salvar, aunque nos comportemos como nos dé la gana. Eso es reírse de Dios, y en la Biblia está escrito que de Dios nadie se ríe.

Por tanto, uno se tiene que hacer en la vida esta pregunta, -no cuando ya no hay remedio, sino antes, cuando se puede remediar todo-: ¿me salvaré ó no me salvaré? Y no para ponerse tontamente triste o nervioso. Porque tú, si quieres, te vas a salvar; pero, si no quieres, no te vas a salvar.

Repito que aquí no se trata de palabras: ¡Hechos! Te pongo el ejemplo de dos personas: grandes pecadores; uno se arrepiente y se confiesa, y se arrepiente y vuelve a caer, y vuelve a arrepentirse, y vuelve a caer, y está el pobre cayéndo y levantándose. El otro, igual de pecador, dice: “¿Confesarme yo? ¡Para nada! ¿Yo, arrepentirme? ¡No lo necesito! Me importa muy poco la religión.” Aparentemente es la misma situación, los dos son grandes pecadores, pero Dios ve en el primero una lucha, un esfuerzo, se arrepiente, vuelve a caer y se vuelve a levantar; al otro, no le importa; por lo tanto, hay una gran diferencia, y Dios la conoce.

Ante la pregunta:¿Me salvaré o no me salvaré? podría haber estas respuestas:¡No me salvaré! El que lo diga es porque ha olvidado la misericordia de Dios, se ha desesperado totalmente. Por lo tanto no es una respuesta cristiana. Entonces la otra: ¡Sí me salvaré! Sería una respuesta presuntuosa y muy peligrosa. Los santos son personas tan humildes y tan prudentes que no opinan así. Pongo el caso de San Pablo: “¡No vaya a ser que yo ayude a otros a salvarse, y yo no me salve; por eso me sacrifico, me esfuerzo y lucho!” Uno diría: “San Pablo, pero ¿cómo dices semejantes cosas? Él prefería -si ustedes quieren- pasarse de humilde, pasarse de prudente. Igual que otros se pasan de imprudentes y de desprevenidos. Yo ya había oído a un sacerdote que conozco y que para mí es un gran santo: “Todos los días pido la gracia de la perseverancia final”. Entonces, ¿qué vamos a hacer nosotros que no somos santos? ¿Nunca pedirla, nunca esforzarnos, creer que nos la van a dar gratis? ¡Eso no es cierto!Entonces, ¿cuál es la respuesta? La única es: “No sé si me salvaré”, que quiere decir: “quiero salvarme, voy a luchar, confío en Dios, voy a poner los medios, pero no tengo el boleto ahora en la mano; lo iré ganando poco a poco con mi esfuerzo o con mi arrepentimiento, con mis deseos de cambio, con mis sacrificios espirituales, con mis obras de caridad, con mi apostolado, etc.

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Si yo me quiero salvar, ¿qué debo hacer? Antes de responder, te felicito porque ya dices: quiero salvarme. Porque hay muchos a quienes, si les haces la pregunta, quién sabe que te van a responder; a lo mejor se ríen, a lo mejor dicen: “Por qué me preguntas eso?” Es una tontería.Medios hay. Lo primero, tomarse en serio la salvación eterna: No puede uno jugar con lo más importante. Y no empecemos como aquel señor que decía: “Yo me voy a arrepentir, cuando me vaya a morir”. Bueno, se ve que este señor sabe cuándo se va a morir y ha puesto en su agenda: ¡tal día! Y no dos días, ocho días antes irá a ejercicios espirituales, para prepararse a la buena muerte. Eso suponiendo que supiera el día de su muerte.

Y en ese caso, ¿para qué es la vida? ¿para echarla toda a perder menos el último pedacito? ¿Para eso es la vida?Por lo tanto, tomar en serio, y tomar en serio significa evitar el pecado, luchar para evitar el pecado. Porque uno puede decir: “Es que soy débil y caigo”. ¿Y no hay un sacramento -que por desgracia está hoy muy abandonado- que se llama la confesión, que la inventó el mismo Jesucristo para decirnos: “El que caiga allí tiene forma de levantarse, el que me ofenda tiene manera de ser perdonado?” ¡Cuántos bendicen desde el cielo ese maravilloso sacramento de la misericordia! Porque gracias a él están allá. Porque se podría decir que sí hay santos que no han cometido nunca un pecado mortal, pero serán los menos; la mayoría tenemos que pasar por el sacramento de la misericordia, si algún día queremos estar en el cielo.

La segunda forma de conseguir el cielo sería esta: Confiar, confiar, y confiar absolutamente en Jesucristo Crucificado y en María Santísima, nuestra Madre. Un Dios que ha muerto crucificado por mí, para salvarme, ¿qué no estará dispuesto a hacer para lograr esa salvación?¨ Pero siempre y cuando yo le deje... ¿Ustedes creen que a Jesucristo le faltaron ganas de salvar a Judas, siendo uno de sus doce íntimos? Lo vemos en el Evangelio: ¡Cuantos medios le ofrece para salvarse, hasta el último instante! Y Judas nunca, ni en los últimos momentos, aceptó. He ahí un caso dramático que nos tiene que hacer pensar. Porque Pedro lo negó, pero se arrepintió, y no pasó nada, siguió siendo el primer Papa. Algunos atacan diciendo: “Algunos Papas han fallado”. Pues bien, el primero -y no elegido en cónclave sino a dedo por Cristo- le falla de una manera terrible, negándolo en público tres veces; pero aquél hombre tenía capacidad de arrepentimiento, y lloró su pecado. Jesús le perdona y le restituye en el puesto. De esa manera nos quería decir: “Trabajo con hombres débiles, no busco que sean impecables, sino que sean humildes, que tengan capacidad de arrepentimiento, y con esto pueden trabajar conmigo”.

La tercera forma es -no sé si te ha ocurrido- ayudar a otros para que

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vayan al cielo. Cuando uno consigue x boletos de un grupo es muy fácil que le regalen en la propia agencia su boleto. De seguro que has viajado alguna vez gratis, de esa manera. Es decir, tú trabajas para la compañía, la compañía trabaja para ti. Si tú trabajas por la compañía del Reino de los cielos llevando no a Europa sino a la vida eterna a muchas almas, no te va a decir Dios: “¡Pues, lo siento mucho, tú trajiste mucha gente pero te quedas fuera!” No, más bien, te dirá: “Tú pasa primero, tú has traído muchas almas, que es lo que a mí más me interesa. ¡Pasa tú primero!”Lo triste sería que, al llegar allá, te digan: “¿Tú, a quién salvaste?”-A nadie.- En mi caso, como sacerdote, si voy solo, no hay boleto, porque supuestamente me hice sacerdote para salvar a otros. Si no los salvo, me van a decir: “¡A cualquier otro sitio, pero no al cielo!”. Y, por eso, me hago esta reflexión: Ojalá que esta predicación de ejercicios espirituales, que va con la buena intención de ayudar a otros a ir al cielo, a mí me ayude un poquito para facilitar mi boleto a la vida eterna.

Por lo tanto, ¿cómo salvar a otros? ¿Sabes rezar por los demás, sabes hacer sacrificios por los demás?, ¿sabes dar buen testimonio de fe, de caridad, de bondad con los demás?, ¿sabes hacer algún tipo de apostolado, dar catequesis, algo con lo que ayudes a tus hermanos?

Podrías reprobar el examen del Juicio Universal: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”, o aprobarlo. Por lo tanto, los que se preocupan por los demás van asegurando su boleto para la vida eterna.

Quisiera terminar con unas frases del mismo Jesús, que remachan y recalcan esta idea. Con esto se demuestra que la frase de lo único necesario no fue una frase que se le ocurrió a Jesús en ese momento para salvar la situación de Marta y María, es algo que llevaba en el corazón como Dios y como hombre, y tanto que a Él le costó su vida, una vida que fue terriblemente truncada en un madero, en una cruz. “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” Es la misma frase dicha de otra manera: “Si pierde uno lo necesario, ¿de qué le sirve tener todo lo demás”? Y esta otra frase también de Él: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” .

Como conclusión quiero referirme a un caso que le sucedió a un sacerdote. Una niña le dijo un día: “¿Puede ir a atender a mi papá?” Fue. El señor estaba muy alegre, a pesar de encontrarse en terapia intensiva. El sacerdote iba de negro y los doctores y enfermeras iban de blanco. Sabía desde el primer instante quién era y a qué iba.

Hablaron de todas las tonterías de las que se puede hablar con un enfermo grave: de la ONU, de Estados Unidos, no sé cuantas cosas, y, al

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final -pues invitan también a los sacerdotes a salir- él, por si no se había dado cuenta, le dijo: “Bueno, si algo se le ofrece, aquí estoy...” El enfermo repuso: “Mire, yo me siento muy bien, creo que saldré del hospital, y luego hablamos”. El sacerdote no podía obligar a un enfermo a hacer lo que debía hacer. Se fue, lo encomendó a Dios. Pasó un mes, y nunca le llamó. Regresó al hospital, y ese mismo día murió. Yo sé que la misericordia de Dios es infinitamente más grande de lo que tú o yo podemos imaginar, pero la duda de si esa persona realmente alcanzó a arrepentirse, no se la quita nadie.

Por eso, el “después hablamos” ... ese “después” puede ser la guillotina que de un tajo parta la vida en dos, puede ser la propia condena a muerte. “Después hablamos”...

4o. PláticaRetiro Espiritual

Invitación a la Santidad. ¿� Ser santo yo?

Por: P. Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net 

Los santos son los hombres y mujeres más inteligentes, o los que han usado mejor la inteligencia; los que han realizado un negocio redondo, los que han logrado lo único necesario. Recordemos las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? O estas otras: “ Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. Los santos son los que han obtenido el ciento por uno y la vida eterna en grado perfecto.

Ahora bien, ¿en qué consiste la santidad? Algunos se imaginan que la santidad es algo tan complicado que necesitan muchas horas para entender la respuesta, por eso, a propósito, yo voy a dar una respuesta bien sencilla: Consiste en tirarle al diez.Una alumna de un colegio de México un día estaba muy feliz con sus compañeras. La causa era que se había sacado un seis. Ella se sentía casi como Einstein por haber obtenido esa calificación. Y yo le dije: “te

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doy mi pésame”. Contrariada, me preguntó: “¿Por qué ?” “Pues, porque has pasado con lo mínimo, y considero que esas personas merecen un pésame”.

Otra vez, en ese mismo colegio, otra alumna de segundo de secundaria lloraba a lágrima viva. Me acerqué para preguntarle cuál era la causa. Respuesta: “Es que la maestra me ha puesto un nueve, y yo me merecía un diez”.Ya, en principio, me gustaron más esas lágrimas que la alegría de la otra alumna. Y le dije: “Mira, ve con la maestra, y pídele que te permita revisar el examen; y, tal vez, te ponga un diez”. Así lo hizo. La maestra vio que no estaba bien corregido el examen, y le dio un diez. ¡Me gusta la gente que le tira al diez! Y a Dios, más que a nadie, le gusta esta gente.

Los santos han explicado en qué consiste la santidad a su modo, a su manera muy simpática y muy atractiva. Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Consiste en hacer extraordinariamente bien y por amor lo ordinario”. ¡Eso lo podemos hacer cualquiera de nosotros!

San Agustín, el de las frases lapidarias, decía: “Ama y haz lo que quieras”. Es decir, si el amor es verdadero, no te puede permitir que te desvíes del camino. No puede permitir que seas un mediocre, no puede permitir que vayas en contra del amor, en contra de Dios. El amor, si es verdadero, te arrastra y te lleva, por necesidad, a la cumbre.

Un sacerdote santo decía: “Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi compañero, mi Padre, mi grande y único amor y la única razón de mi existencia” .

En una empresa se busca la excelencia; en cambio, en la vida cristiana -y a veces en la vida consagrada- se conforma uno con la supervivencia, con lo justo. ¡Qué poco hay que hacer para que a uno lo tachen de fanático, de exagerado, de loco y cosas semejantes!

Pensemos que, al final de la vida, lo único que se queda es lo que hayamos hecho por Dios y por los hermanos; lo que tengamos de santos. Todo lo demás desaparece.

Ser santo significa llevar el cristianismo hasta sus últimas consecuencias. Cumplir en línea de máxima tus deberes de estado, tu vida familiar, tu profesión, etc. El no conformarse con ser bueno, sino ser de los mejores. Sentir asco de ese cristianismo semi-podrido de misa dominguera y nada más.Ser como aquellos primeros cristianos. Ser santo significa tener una jerarquía de valores: en primer lugar Dios, pero en serio, no de labios para afuera; destronar el egoísmo que suele estar dentro de nosotros,

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con dos servidores muy fieles: Don Orgullo y Doña Sensualidad.

Cumplir perfectamente y por amor la misión que Dios te ha dado: Su Voluntad Santísima.Por otra parte, la santidad obliga a todos, o dicho más positivamente, la posibilidad de ser santos es de todos, de todo el que quiera. En primer lugar, por ser hijo de Dios. El parentesco obliga. Dios quiere que seas santo. “Sed perfectos, es decir, santos, como es perfecto vuestro Padre Celestial”. Palabras de su propio Hijo Jesús. San Pablo decía a los primeros cristianos: “Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación.” Si soy consagrado o sacerdote, con mucha más razón: soy todo de Dios, sólo de Dios, siempre de Dios.

Si no eres santo, no le eches la culpa a nadie. Yo sé, estoy convencido, de que lo más terrible que pudiera pasarme es llegar al final de la vida, presentarme ante Dios, mirarle a los ojos, y darme cuenta de que pude ser santo, de que fue relativamente fácil, y no lo fui.

Entiendo que para decidirse, para ser santo, hay que tener una experiencia fuerte, y una experiencia fuerte pueden ser unos ejercicios espirituales hechos a conciencia.¿Cómo se consigue la santidad? Podríamos decir que es fácil y que es difícil, nunca imposible. Subiendo los escalones siguientes: 

Primer escalón: Salir del pecado mortal. Vivir habitualmente en gracia y amistad con Dios. 

Segundo escalón: El abandono de la mediocridad, los pecados veniales, las faltas deliberadas, el cristianismo light que abunda muchísimo en nuestro tiempo. 

Tercer escalón: Un conocimiento, amor e imitación progresiva de Jesucristo. En definitiva, ser santo es ser una copia de Cristo. 

Cuarto escalón: Vivir cada vez de forma más alta, de forma más entrañable los dos mandamientos del amor: Amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo.

Podría tener uno la idea de que ser santo es, sí muy interesante, pero poco atractivo. Por eso, uno ni se lo plantea: “¿Ser santo yo? ¡Hábleme de otras cosas!”

Ser santo es algo sumamente atractivo, es amar apasionadamente a los hombres y a Dios, y por amor cumplir su voluntad. Esta es la forma más alta de vivir y esto es lo que nos pide la religión del amor, la religión católica. Pero, ¿qué hemos hecho de la religión del amor? Los cristianos han vaciado la religión del amor para quedarse con los Mandamientos y les resulta aburrida, pesada, inaguantable; y nosotros con la vida consagrada podríamos hacer lo mismo. Y ¿qué somos, qué queda de nosotros si nos falta el amor en la vida cristiana y en la vida consagrada?

“Antes de que pudiera defenderme contra el hechizo de su llamado, contra su amor devorador, caí sojuzgado”. Así de expresaba un hombre santo. Hace falta sentir lo que sentía San Pablo cuando decía: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”.

Yendo a lo práctico ¿cómo se fabrica un santo? ¿Cómo se hace uno santo? Tiene que haber mucha vida de oración, una oración jugosa, rica, apasionante, oración de los enamorados, porque orar es amar y ser amado. Tiene que darse una vida de sacramentos frecuente y fervorosa, la reflexión de la palabra de Dios, que es un auténtico alimento para el alma en busca

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de la santidad.

El cumplimiento lo más perfectamente posible de los deberes de estado por amor a Dios, como el ser un marido excelente, un padre fantástico, una educador de sus hijos, pero con excelencia. Si es profesionista, ser honrado, justo, caritativo con apertura social, ser un hombre que busca la salvación de sus hermanos, ayudarles desde lo humano hasta lo más espiritual.

Un santo posee como propias muchas virtudes: la humildad, la sinceridad, la caridad, la honradez, la fidelidad, etc. “Pues me lo va poniendo cada vez más difícil, Padre, yo no soy casi nada de eso. ¿Cómo voy a ser santo?” Voy a darte unas ideas o motivaciones que te pueden ayudar a querer ser santo.

El ser santo es el mejor modo de ser feliz. ¿Te gusta? El mejor modo y, yo diría, el único. El verdadero, el auténtico camino para ser feliz. Las Bienaventuranzas son el camino hacia la felicidad. Allí están escritos como en tablas de bronce los ocho caminos de la verdadera felicidad. Podríamos resumir los ocho en uno solo: Bienaventurados los santos, porque serán felices.

Allí a los santos se les llama así: pobres de espíritu, mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los limpios de corazón y los que sufren persecución por causa de la justicia.

¡Dios es la felicidad! Como los santos son sus amigos, participan de su felicidad, por eso son bienaventurados. Al apartarte de Dios, lo primero que entra en tu vida es la tristeza, la amargura y su cortejo de males: desesperanza, indiferencia, hastío, etc.Al aproximarte a Dios lo primero que ha vuelto a tu vida es la alegría; pero si ese acercamiento fuera más profundo, te sentirías la mujer o el hombre más feliz del mundo. ¡Busca la santidad y serás feliz!Pero, además, la santidad es el mejor modo de valer para algo y para alguien, es decir, para Dios y para los demás. “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al final pierde el alma?” Poco a poco pero inexorablemente todas las cosa buenas de este mundo se marchitan. Lo único que resiste el paso del tiempo, no se olvida, no se pudre, no se deteriora es el amor de Dios, es la santidad.

¡Atesorad tesoros en el cielo que es donde duran! La juventud del cuerpo se va... se es joven un momento; luego viene la edad adulta, pero también esta edad deja paso a la última etapa, la vejez, y la vejez a la muerte.

Si yo quiero realmente valer para algo y para alguien, no solo por un momento sino eternamente, debo ser santo.A veces uno sueña con ser útil, realmente no quisiera pasar por este mundo como un bulto facturado. Quisiera ser un hombre de bien, una mujer de bien ¿cómo lo consigo? ¿Cómo puedo realmente ser una persona útil a los demás?”. ¡Sé santo! Y serás lo más útil posible.

En tercer lugar: ser santo es el mejor modo de ayudar a los demás. Hay muchas hambres en el mundo, pero el hambre de Dios es la más terrible. Millones de seres humanos agonizan en su espíritu muertos en vida; te piden una limosna; no de dinero, que puede sobrarles; no de placeres, que pueden estar hartos: una limosna de Dios, de paz, de sentido de la vida, una limosna de felicidad espiritual. Los santos son los grandes bienhechores de la humanidad: llenos de Dios, lo reparten a manos llenas.Juan Pablo II es un santo, por eso su sola presencia alegra las almas que lo ven y lo escuchan. Estás invitado a hacer lo mismo. Si alguna vez has pensado en ayudar a este pobre mundo, no hay manera más eficaz que siendo santo, repartiendo a Dios, repartiendo amor y felicidad a otros.

Lo que debe México al indio Juan Diego, creo que nadie lo puede pesar. Lo que el mundo debe a Juan Pablo II menos todavía. ¿Se puede medir el bien que hizo San Francisco de Asís, Santo Domingo, Santa Teresa, Santa Teresita, la Madre Teresa de Calcuta? Es incalculable.

Los grandes bienhechores de la humanidad son los santos. El pecado no da miedo. La mediocridad no asusta, en cambio la santidad da terror, pero es el mejor riego.

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Preguntemos a los santos lo que ellos fueron e hicieron. Recordemos que el primero de Noviembre es la fiesta de todos esos campeones. Uno de Noviembre, fiesta de muchos, muchos valientes, valientes que ganaron a pulso un galardón eterno. Quiero encontrarme un día en la fila de bienaventurados que van llenando los escaños de la Gloria. Son de todas las edades, de todos los tiempos y aún no concluyen las entradas. Todavía hay tiempo de alcanzar un lugar, mi lugar, mi escaño vacío que me espera.

Yo quisiera darte algunos consejos de cómo empezar a ser santo. Sin complicarte mucho la vida, se llega a la cumbre dando el primer paso y luego el segundo, hasta el último paso que es ya la cumbre. De la misma forma a ser santo se comienza el día que uno quiere serlo y da el primer paso que es fácil y sencillo; luego el segundo y así sucesivamente. Un día le tocará dar el ultimo paso, llegando a la cumbre de la santidad.

Por ejemplo con la técnica del sí, en vez del no. Un sí a Cristo, un sí a las almas, un sí a la Iglesia. Un sí de Cristo, que ha sido para mí un sí divino de amor, de entrega hasta la muerte de cruz. No es tan difícil dar una respuesta de amor a una persona que me ha dado tanto a mí. El nos amó primero, decía San Juan, no fuimos nosotros los que le amamos primero a El. Un sí a las almas, a las personas: Ofreciendo una sonrisa, ofreciendo un consejo, una limosna, una oración, ofreciendo una buena amistad, ofreciéndoles el amor de Dios a través de nuestra persona. Un sí a la Iglesia. Cuánto necesita hoy la Iglesia, que es la continuadora de Cristo en la historia, de personas como tú y como yo, que sepamos ser auténticos cristianos, que nos quitemos la careta de hipocresía y seamos simplemente eso, cristianos.

Entonces, ¿qué pasará? Descubrirás maravillas, sabrás lo que es la vida, se acabará por fin esa especie de sobrevivencia. Incluso, cambiarás de carácter. A veces el carácter, con una vida mediocre como fermento, se vuelve agrio, se vuelve triste, impaciente, y, al contrario, el carácter y el rostro se vuelven alegres, felices, -diría yo, mirables- cuando damos un sí a Cristo, a las almas y a los demás. Es una manera fácil de ser felices. Y digo fácil porque siempre hay gente que no está de acuerdo. Bueno, el reto es: “Haz la prueba siquiera una vez para ver si es cierto; si no te convence, ¡olvídalo! Pero por lo menos date una oportunidad. Un sí a Cristo”, ¿qué quiere decir? Cumplir su voluntad.

Un sí a las almas! Alguien definió a un cristiano como un ser a quien le han sido confiados todos los hombres. ¡Qué hermosa misión, qué hermosa definición de un cristiano!

Un sí a la Iglesia. La Iglesia necesita tu sí, tu entrega, como la de aquellos primeros cristianos. Con aquellos primeros cristianos daba gusto pertenecer a esta religión. Hoy sigue dando gusto, pero tiene uno que cerrar los ojos a tantos malos ejemplos, sobre todo a tantas caras tristes de cristianos.

Hemos dicho la técnica del sí. Ahora la técnica del entregarse totalmente. Sin reservas, sin cálculos. Vivir lo que significa ser de Cristo felizmente y para siempre comenzando desde este mundo. ¿Qué te puede pasar si te entregas del todo? Lo único que te puede pasar es que seas más feliz y que vivas una vida infinitamente mejor de la que has vivido hasta ahora.En tercer lugar la técnica de jamás desanimarte. Como ven, estamos hablando de cosas asequibles no de grandes complicaciones teóricas. Simplemente no desanimarte jamás; promételo, aunque caigas muchas veces; levántate siempre. En realidad un santo no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta. Nunca te darás por vencido; siempre seguirás luchando, porque el fracaso verdadero comienza cuando se deja de luchar.

Cuarto, la técnica de comenzar cada nuevo día. En realidad ustedes ven que Dios nos ha dado la vida en pequeñas raciones, raciones de veinticuatro horas de las cuales nos ha dicho: “¡a la cama, a dormir a descansar la tercera parte, y a trabajar las otras horas”. Durante la noche podríamos decir que nos morimos por un largo rato porque realmente estamos tan inconscientes.

Al menos para muchos, despertar por la mañana equivale a una auténtica resurrección y algunos todavía necesitan una hora más para acabar de resucitar, van como sonámbulos cuando se levantan.

Empezar cada día con un entusiasmo grandísimo, comenzar por saltar de la cama y decir:

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“Gracias, Dios mío, por darme un nuevo día de vida”. Ganar, aprovechar, capitalizar los minutos de esa preciosa, corta vida que es un día.

Al llegar a la noche dormir lo más profundamente posible, morirme lo mas profundamente posible, para al día siguiente despertar como nuevo. Si uno vive así la vida, es relativamente fácil perseverar y ser santo. Te lo demuestro:.Si tú al levantarte puedes hacerte esta pregunta: “¿Puedo hoy, solo hoy portarme bien; desde ahora hasta la puesta del sol, hasta que me vaya a acostar”? Cualquiera puede decir: Bueno, si es un día ¡claro que puedo! Eso es lo que tienes que hacer. ¿Pero mañana? Mañana no ha llegado. ¿Ayer? Ayer ya pasó. Hoy, vive hoy, aprovéchalo. No en vano decía Jesús: “Bástale a cada día su afán”. Quería que nos concentráramos en vivir este día dejando en las manos de Dios los días pasados y los días que están por venir. Proponerte un mes, un año diferente, un año feliz. Porque es feliz el que se lo propone. Un año lleno de trabajo, lleno de entusiasmo, de realizaciones, de oraciones, en definitiva de santidad. Un año fiel, lo que se dice fiel, diferente; querer que sea distinto. En los otros años hubo pereza, egoísmo, falta de caridad, vida espiritual floja, tiquismiquis y melindres. Que sea el año de tu capitulación a Dios, el año de tu perfecta integración al cristianismo, el año en que por fin saldrá de tu interior ese santo o santa que llevas dentro, el año en que amarás a Jesucristo como jamás lo habías hecho, el año en que no vas a calcular, a criticar, a dudar o a mirar atrás sino a echarte al agua, a colaborar, a vivir de fe, a darte a Cristo y a los demás. “¡Ya me harté de ser un egoísta!” Esto alguna vez en la vida hay que decirlo y gritarlo desde el fondo del corazón. “Ya me harté de ser un egoísta, un soberbio, un vanidoso, un hombre a media hasta o una mujer a media hasta. Que sea un año diferente, voy a verme y sentirme distinto”.

Dios te ama con predilección. Quien se mira a sí mismo amado por Dios con predilección, se quiere más a sí mismo, quiere más la vida y siente una furia de la buena de aprovecharla.

Soy una persona privilegiada, elegida, estoy muy feliz de ser lo que soy: cristiano, y de estar donde estoy, donde Dios me ha puesto en este mundo. Voy a ver a la Iglesia y todo lo que la circunda con pasión, como una aventura apasionante en la que yo tengo un puesto privilegiado. Voy a realizar una gran misión. ¡Quiero realizarla! Amo apasionadamente esa misión, un apostolado dentro de ese Reino de Jesucristo. ¡Quiero ser otro, distinto! Quiero amar como nunca; voy a cumplir mi misión como no la había cumplido nunca. Voy a sentirme feliz y realizado, también, como nunca lo había sentido antes, diferente. Porque ya me harté de ser lo que he sido: el inconstante que nunca termina las tareas; el hombre o la mujer floja que se queja de todos los sacrificios e incomodidades; el sentimental y la sentimental que anda en crisis cada lunes; el superestrella y la superestrella que se cree tantas cosas; el hombre y la mujer calculadores que piensan, vacilan y no se lanzan, todo lo dejan para mañana; el mediocre o la mediocre que se entrega con medias tintas.... ¡Ya no quiero seguir siendo el mismo! Me decido a comenzar de nuevo mi vida, mi entrada al Reino de Jesús, a su Iglesia. Voy a estrenar una nueva vida, con alegría de vivir, de vivir para algo, vivir para alguien: para Jesús de Nazareth. Voy a estrenar un nuevo corazón.

¿Qué hermoso es esto! Un corazón puro, un corazón amoroso, un corazón generoso, un corazón entregado. Que sirva el corazón para lo que fue hecho: para amar, no para llenarse de lo contrario, del vinagre del odio, del rencor y de la desesperanza. Que todo el corazón sea para Cristo, sea para los demás. Dejaré de tener un corazón envejecido, lleno de egoísmo y sensualidad.

Ojalá que estas ideas te sirvan, no digo para llegar a la cima sino para dar el primer paso; después vendrá el segundo y el tercero. Así se han hecho santos miles y millones de hombres y mujeres. Un día decidieron, un día dieron el paso, el bendito primer paso que les llevó a la cumbre de la santidad.

Pensemos, por último, en los modelos. Los hay para todos los gustos, en todos los lugares, en todos los tiempos y en cualquier edad de la vida. Llevamos el nombre de uno o una que lo fue. Los vemos muy subidos en su pedestal, como al alpinista en la cumbre, pero empezaron la escalada desde el valle en el que todos vivimos. Todos empezamos desde el mismo lugar la subida, pero a medida que crece la altura, empiezan a destacarse; algunos empiezan a toser, se paran a contemplar el paisaje, les entra el mal de montaña, sienten nostalgia del valle y dan

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media vuelta a casita. Unos cuantos siguen subiendo, son ellos, los que son como todos, pero quieren ser diferentes. Los que eran igual que nosotros, igual de malos, de tontos, de mediocres, de pecadores, tal vez hasta peores que nosotros, pero que un día cambiaron. Un día dieron el primer paso que les llevaría a las cumbres, un día creyeron, como San Pablo decía: “Sé en quien he creído y estoy muy tranquilo”. Ellos y ellas también supieron de pecados y amarguras, así como de miserias terribles; tuvieron épocas fatales como las nuestras y peores que las nuestras ... porque, ¿se imaginan a Pablito de Tarso a los veinte años con un ejército de gamberros persiguiendo a los cristianos, encarcelándolos? ¡Cuantos insultos y blasfemias lanzaría contra el crucificado del Calvario y contra sus secuaces, a los cuales no solo les manifestaba el odio de palabra sino con hechos, metiéndolos a la cárcel aunque fueran mujeres o niños! Recordemos como disfrutó de la muerte del primer mártir de la cristiandad. Por ser menor de edad no podía tirar piedras, no lo permitía la ley, pero les dijo a los apedreadores: “¡Déjenme sus mantos, yo se los cuido, para que puedan tirar con más fuerza las piedras”. Y vio cómo aquel pobre hombre empezaba a sangrar de los ojos, de la cabeza, de la boca, de todo el cuerpo, y veía con gusto como se llenaba de sangre, y como respiraba jadeando, y como, por fin, cayó muerto. ¡Este era San Pablo! ¡Estaban machacando a pedradas aquel cristiano y él estaba allí echando porras! Y dicen Los Hechos que se alegró mucho de aquella muerte. ¡Que frase! ¡Pobre Esteban!

Pablo era un violento. Cristo tuvo que usar medios un poco violentos con él, tirarlo del caballo, dejarlo ciego y decirle: “Es duro dar coces contra el aguijón”. Pero, ¿qué le sucedió a aquel hombre? Primero Cristo era un maldito para él, después se aplicó el epíteto a sí mismo porque se llama aborto. “¡Soy un aborto!” Y Cristo se convirtió en la persona más amada del mundo.

Un día dio el primer paso con aquellas palabras: “¡Señor, qué quieres que haga!”De ahí que no importa de dónde se sale, dónde se comienza, sino dónde se termina, a dónde se quiere llegar. Tú no has descabezado cristianos ni los has metido a la cárcel. Saliste, quizás, de una familia cristiana, pero ¿hasta dónde has subido? Él empezó desde muy abajo, de anti-cristiano rabioso, subió hasta ser uno de los mejores cristianos y uno de los más grandes santos.

Nosotros hemos empezado desde más arriba, pero hemos quedado muy atrás de él. Por eso no importa lo que hayas hecho o dejado de hacer antes de hoy, lo que importa es lo que estás determinado a hacer desde hoy en adelante.

A veces nos angustiamos, nos entristecemos casi nos morimos pensando en nuestra vida pasada, la dichosa vida pasada, y estamos dando vueltas y vueltas a la noria como ese pobre burrito al que le tapan los ojos para no ver, le atan a una noria y allí se pasa dando vueltas y vueltas sobre el mismo sitio, realmente caminando kilómetros, pero sin moverse del sitio. Es la forma más inútil de caminar. El pobre burrito al final del día está cansadísimo de todo lo que ha caminado, y sigue en el mismo sitio. ¡Cuánto nos parecemos a veces -con perdón- al burrito de la noria! Y concluimos que no podremos nunca, porque hemos sido lo que hemos sido. Pablo concluyó al revés que nosotros: “¡He sido un malvado, por consiguiente debo y puedo ser un gran santo!” Nosotros hemos sido unos mediocres, por consiguiente nunca podremos ser santos. “ Padre, es que el refrán lo dice: El que mal empieza, mal acaba, y yo ya empecé mal”.

En el campo de la santidad este refrán no se cumple. La mitad de los santos han empezado mal, algunos muy mal, no podían haber empezado peor, y son santos. La diferencia está en esto solo: Ellos quisieron ser santos, tuvieron fe; nosotros no queremos, no tenemos esa fe.

El que quiere, puede; está bien demostrado, pero, ¿qué es eso que nosotros hacemos? Suspirar por la santidad, desearla inefablemente, pero rehuir el esfuerzo, el sacrificio. Querer es mandar al diablo todos esos tiquismiquis, esos miedos, perezas, sentimentalismos, y agarrar la cruz con amor, con generosidad, con alegría. Querer...En la vida de estos hombres y mujeres fieles a su vocación hubo un día grande en que tomaron su decisión. Y esa decisión era hasta la muerte. Y esa entrega rompió, de una vez por todas, los melindres, las vanidades, las medias tintas. Ellos se lo plantearon crudamente, valientemente: O todo o todo; o sí o sí.

Un amor apasionado los arrastró a esa aventura apasionante de la santidad; una voluntad de acero ayudó a la consumación de la tarea. Y ahí los tenemos, santos, porque quisieron. ¿Y tú? ¿Qué necesitas para realizar la misma aventura? ¿Medios? Hay medios de sobra. Tienes medios

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de sobra.

Ponte a recordar: Tienes la Iglesia, los sacramentos, la palabra de Dios; tienes hoy movimientos por todas partes; al lado de los que dan mal testimonio, tienes también gente que da buen ejemplo, gente buena, gente que anima, a veces muy cerca de ti. Tienes a la Santísima Virgen como Madre de tu santidad, tienes tantas gracias personales, tienes unos ejercicios espirituales como éstos.

Ojalá Dios quiera que, si los escuchas, algo te pase y comiences a dar el primer paso hacia la santidad.

Por eso, digo: ¿Medios? ¡Hay medios de sobra! ¿Tiempo? ¡Tienes todo el necesario. Santa Teresa de Jesús decía que para ser santo no se necesita mucho tiempo, sino mucha intensidad en el querer. Tiempo, por tanto, tienes todo el necesario, pero falta algo, querer... El día que tú quieras... Pero, ¿querrás algún día?...

5o. PláticaRetiro Espiritual

El Obstáculo: El Pecado .¡� Se trata de algo muy serio! � Se pierde primero la tranquilidad de la conciencia.

Por: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 

El pecado en nuestra vida. ¿Cuál ha sido nuestra respuesta a Dios? ¿Ha sido el pecado, la rebeldía, la desobediencia? Tenemos que hablar, no podemos menos que hacerlo, aunque nos cueste, pues el pecado es lo peor que podemos hacer contra Dios y lo peor que podemos hacer contra nosotros mismos.

Con olvidarlo no se soluciona nada. Una grave enfermedad no se cura con ignorarla o desconocerla, y el pecado es la más grave enfermedad de los hombres, más aún, es su muerte.

También, es necesario hablar del pecado, sobre todo en nuestros tiempos, porque tenemos una idea tan suave, tan inerte de lo que es verdaderamente.

Primero, ¿qué piensa mucha gente del pecado? Tiene una idea equivocada, no le da ninguna importancia, y por eso se peca tanto y tan

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descaradamente. El pecado tiene entre nosotros carta de ciudadanía; uno más no supone nada, ¡total! después te confiesas. Otros dicen: “¿Confesarme yo? Si el pecado no existe, como no existe Dios, ni existe el infierno”. A lo sumo, dicen, comete uno errores, pero eso lo hace todo el mundo. Sí, es cierto, el pecado no quita el apetito ni el sueño a muchísima gente. Se ha perdido lo que se llama el sentido del pecado.

Cuando obras en contra de tu conciencia, se provoca un shock, una inquietud, y vienen los remordimientos. Cuando un adolescente, por ejemplo, comete su primer pecado contra la pureza, se impresiona, se desconcierta; algo serio ha pasado, y pierde la espontaneidad. Con la repetición de actos pecaminosos la conciencia se va durmiendo tanto que llega incluso a morirse. Entonces, se traga uno los pecados como el agua, casi sin darse cuenta.

Podríamos decir, entonces, que hay dos clases de personas: Unas, para quienes el pecado no cuenta nada. Otras, para quienes el pecado cuanta algo más, incluso mucho; para los santos, muchísimo. “¡Sabes lo que te quiero, pero preferiría verte muerto, antes de saber que has cometido un pecado mortal!” Palabras de Doña Blanca de Castilla a San Luis, Rey de Francia.

Santa María Goretti, una niña italiana de unos diez años, antes de cometer un pecado contra la pureza, se dejó dar catorce puñaladas. Once años, en la flor de la vida. Cuantos dirían: “¡Qué pena, qué desperdicio!” Y, total, por no hacer lo que tantos hacen hoy sin el menor remordimiento. Pero Dios no piensa igual.Veamos ahora lo que piensa Dios del pecado. Eso es lo único que nos importa saber, cómo ve Dios el pecado, no cómo lo ve el mundo, pues no nos va a juzgar el mundo, sino Dios. Y ¿qué pasaría si no tiene importancia para los hombres, para ti, y para Dios tiene mucha, muchísima? ¿Podemos saberlo? Sí, porque lo ha revelado.

Por la forma de castigarlo podemos saber qué piensa Dios del pecado. Pensemos en el pecado de los ángeles. Eran seres perfectísimos y hermosísimos; cometen un solo pecado de desobediencia; en ese instante, Dios creó el infierno, y de ángeles, los convirtió en demonios. Fue su primer pecado, el único pecado, no tuvieron tiempo de cometer el segundo, y Dios no esperó, le pareció más que suficiente el primero. Y es que realmente es suficiente uno solo para ganar el infierno.

Si uno no va allí después de un pecado mortal, no es porque no haya merecido el infierno, sino porque Dios es muy grande en su misericordia. Un pecador, de hecho, vive ya con un pie en el infierno.

Comparemos: Ellos solamente uno, y tú ¿cuántos? Si Dios te hubiera

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tratado como a los ángeles, ¿cuánto hace que les estarías haciendo compañía? Pero Dios es muy bueno contigo.

¿Cuántas veces te habrás acostado en pecado, cuántas veces te habrás echado a la carretera con un pecado en el alma? Mueren tantos en la carretera. ¿Todos bien? ¿Tienen tiempo para arrepentirse? ¿Y, si murieron mal? ¿Por qué Dios te ha tratado tan bien a ti? ¿Acaso no se ha enterado? ¿Acaso no le duele tu pecado?

El segundo pecado lo cometieron nuestros Primeros Padres, Adán y Eva, en el Paraíso. Dios creó al hombre por amor y lo creó para ser inmensamente feliz. Se preocupó de darle todo, de prepararle absolutamente todo, preparó todos los detalles, como la mujer próxima a ser madre por vez primera: el hijo que vendrá es su ilusión, y rodea de detalles su venida. Pero cometen un pecado, desobedecen a Dios, y los arroja del Paraíso. Desde entonces, a trabajar con el sudor de su frente. Entró el dolor en el mundo y las guerras y la miseria; un egoísmo y perversión poco menos que incurables en los hombres.

¿Que será el pecado, cuando Dios lo castiga tan duramente? También aquí, un solo pecado le pareció a Dios suficiente para tamaño castigo.

Podríamos hacer una radiografía de lo que es el pecado. Tiene tres momentos este drama: Un primer momento, en que la caída nos parece algo fabuloso, como fuegos de artificio; la imaginación pinta esa situación como algo maravilloso, como algo deseable, como algo que atrae muchísimo, por ejemplo, robar. La segunda fase es consecuencia de la primera: disfrutar del pecado, robando, cometiendo un acto de impureza, una infidelidad, dejándose llevar del odio, queriendo matar a otra persona: No cabe duda que hay un disfrute, aunque perverso, en el pecado. Luego viene el tercer paso, que es cuando uno recapacita, cuando uno dice: ¿qué he hecho? y empieza a sentirse mal con Dios, consigo mismo y quizás con otras personas a las que haya afectado. Es ¡la hora de la verdad!¿Cuáles son las consecuencias del pecado en tu vida? El pecado, el alejamiento voluntario de Dios, es el que ha arrancado de tu vida la paz y aún el buen humor. Ha enturbiado tu mirada, porque esos ojos tuyos, que son la ventana del alma, ya no reflejan a Dios, porque Él no está, es un ausente; y has ido formando ese rostro severo en el que ha cicatrizado la tristeza.

¿Cuál es el mejor camino, el más corto, para echar a perder la vida, para ser infeliz? El pecado. Uno ve a los jóvenes hambrientos, sedientos de paz, de amor, de alegría, de felicidad. ¿Dónde van a beber? En las aguas turbias del pecado.

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Por eso vemos a tantos y tantos jóvenes, en la primavera de la vida, tristes, amargados, destruidos y con ganas de acabar con todo.No eres feliz, y lo sabes, aunque trates de ocultarlo. No eres feliz y no podrás serlo, porque has vuelto la espalda a la fuente de la auténtica felicidad que es Dios.

E infelices son muchos hombres y mujeres que se empeñan en ir a beber en cisternas rotas, y dejan a Dios que es fuente de agua viva.

El pecado, en especial, esclaviza. ¡Cuantos esclavos por ahí! Y lo peor es que el pecado es atractivo. Así somos, uno ama su propio veneno, su propia muerte. Y forma hábitos que se van arraigando a la vida como la hiedra al árbol, y así, se va fraguando una vida de pecado en pecado, hundido en el fango.

¿Te resignas a vivir así, caído, derrotado, espiritualmente muerto, con un cadáver dentro de ti que huele mal, que cada día se corrompe más? Para vivir así no se necesita esforzarse, para ser uno más de los vencidos, de los que se arrastran. Pero, para mantenerse en pie, hay que luchar y levantarse siempre, y nunca decir: ¡No puedo!Hay gentes que tienen tantos medios y tantas cosas: dinero, renombre, títulos, cargos. Si les falta Dios, lo único importante, lo necesario, quiere decir que no son tan ricos. Hay personas que se creen grandes y se sientes satisfechas, porque tienen todo lo que pueden desear y porque son muy hábiles para engañar al prójimo, para jugar al amor, y se divierten en grande. Si les falta Dios, son pobres hombres. El dinero no da la felicidad. Decía una joven: “Yo me sentía como un trapo sucio, sentía asco de mi misma, y alguien dentro de mí me reprobaba: “Has sido cobarde, has sido egoísta, infiel.”

Llamó al 138 -teléfono de la parroquia- un señor que decía desde el otro lado: “Por favor, venga a mi casa a darme los santos óleos, porque me estoy muriendo. Tengo un poco de miedo de que mis hijos no le dejen pasar, porque son ateos, pero usted haga la lucha, ¡por favor!”El padre fue, pidiéndole a la Virgen que le ayudara a entrar, y efectivamente logró entrar a la casa. El señor se había levantado, estaba sentado ante una mesa, y estuvo contando, en resumen, lo que había sido su vida. “Padre, yo comencé vendiendo periódicos, era un niño muy pobre, luego, ahorrando poquito a poco llegué a hacer una fortuna, y ya ve qué tienda de ropa tengo. ¡Soy millonario! Pues bien, después de haber estado luchando toda la vida para obtener dinero y lograrlo, ¿le digo una cosa? El dinero no da la felicidad”. El padre ya lo sabía, pero, que lo diga uno que ha estado toda la vida luchando por el dinero, tiene su valor. Le confesó, le dio la comunión y la unción de los enfermos, tres sacramentos a la vez.Pecar, ofender a Dios, además, ni siquiera compensa, no vale la pena; es

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un mal negocio en el que se pierde siempre, en el que se pierde lo mejor, porque la gracia, la amistad con Dios, vale más que la vida y que todo. Porque arranca de cuajo todo lo que la gracia nos da.

Hablemos de la dimensión social del pecado. El pecado envenena el ambiente y el aire de nuestros hogares, de nuestras calles y ciudades, de nuestras salas de fiestas y lugares de esparcimiento, de los cines, de los parques, de la literatura. Somos culpables de que la Iglesia no avance. ¿Qué va a hacer la pobre Iglesia arrastrando a tanto cristiano muerto dentro de sí? ¿Qué puede hacer con tantas ramas secas y podridas?

En los primeros tiempos de la Iglesia se hacía penitencia pública, porque se sabía que el pecado no era un asunto estrictamente personal sino de consecuencias publicas, y había que reparar el mal públicamente también. Somos responsables de que el mundo vaya como va. El mundo está integrado por dos unidades: por un lado un ejercito formidable de hombres egoístas, lujuriosos, bandidos, tibios, hipócritas, farsantes y cobardes. En ese gran ejercito, tal vez, vamos tú y yo. Por eso, si tú y yo con convertimos, serán dos pecadores menos, dos hipócritas menos, dos cobardes menos, y la Iglesia y el mundo se beneficiarán. Por otro lado, hay una gran multitud de hombres, la de la gente que contribuye, que es buena de cara y de corazón, la que hace que el mundo sea todavía amable y no un charca fangosa inhabitable.

Sumarnos a ellos, sencilla pero realmente, aunque nos tachen de estúpidos, idealistas, fanáticos y retrógrados. Y no esperar a mañana. ¡Hoy! No esperar a que empiecen otros, empecemos tú y yo.¿Qué piensas ahora del pecado? No he tratado de impresionar o de inventar, sino de manifestar lo que Dios piensa del pecado de los hombres, de nuestro pecado. Si el pecado no fuera para tanto, Cristo no se hubiera hecho hombre, ni hubiera muerto en la cruz. Dios no es un exagerado. Has de pensar como Él. Por lo menos que con el pecado no se puede, no se debe jugar, porque uno se juega su salvación, y se burla de Dios.

Por eso, el que quiera todavía pensar y decir que pecar es cualquier cosa, que lo piense y lo diga delante de aquel que murió crucificado por él en su lugar. A nosotros no nos crucificaron, a nosotros no nos coronaron de espinas, no nos escupieron en la cara, no nos han clavado en una cruz, por eso podemos pensar que la cosa no tiene importancia. Pero, a Cristo sí le azotaron y le golpearon y le escupieron y le mataron por nosotros. No sé qué se pudieras sentir, si tú dieras la vida por alguien, y te dijera: “¡Tu muerte me tiene sin cuidado!”

Pues, la muerte de Cristo a muchos cristianos les tiene sin cuidado. Ni

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porque Dios muera por nosotros cambiamos. El Padre Maximiliano Kolbe, se ofreció a morir en lugar de otro soldado, y murió por él en la celda del hambre. Aquel soldado, ya libre, pudo muy bien decir ante el cadáver de su salvador: “¡Tu muerte me tiene sin cuidado!” Pero no lo hizo, no podía hacerlo, más aún, es fácil imaginar lo que pasó por aquel hombre cuando, a los trece días, le dijeron: “El Padre Kolbe acaba de morir”. ¡Ha muerto por mí, en mi lugar, a estas horas estaría yo muerto. Le debo la vida”.

Tú le debes a Cristo la vida eterna, que vale más que esta vida de acá, pero puedes olvidarte de esto, porque cuando uno tiene muchos asuntos, lo olvida. Por eso, alguien tiene que venir recordarte que Dios ha muerto por ti en una cruz.

Pero, no porque tú lo olvides o lo ignores, dejará de ser eternamente cierto que se ofreció a morir por ti. Fue hace dos mil años, en la tarde del Viernes Santo. ¡Olvídalo si quieres, pero así fue!¿Qué será el pecado, cuando Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo dejó morir en una cruz? Ante el pecado Dios estaba ante una alternativa: la muerte de su Hijo Jesús, o el infierno eterno para el pecador. Eligió la muerte de su Hijo Jesús. Yo creo que bien podemos decirle a Cristo: Nadie me ha tratado mejor que tú, y a nadie he tratado peor que a ti. Y Él decirnos a nosotros: ¿Quién te ha amado más que yo? ¿Por cuál de mis beneficios me maltratas? Tengo espinas en la cabeza que llevan tu nombre. Tu recuerdo estará indeleble en mi memoria porque, recordar los momentos más duros de mi vida terrena, es recordarte a ti. Al recordar mi pasión y la muerte, no puedo menos que pensar en ti. Pero mi recuerdo es sin odio y sin enojo, porque mi amor a ti es mayor que mi dolor. Es por eso, que quisiera ofrecerte un remedio para tu pecado: Tú con tus lágrimas y arrepentimiento y yo con mi sangre vamos a borrar esas manchas de tu vida y a reconstruirla.

Y, si Cristo te dice eso, yo te digo esto otro de San Agustín: “Si lo vas a hacer alguna vez, ¿por qué no ahora? Y, si ahora no, ¿por qué dices que alguna vez lo harás?” Si Cristo en la cruz no te mueve, dime, ¿qué cosa te podrá mover? Como decía el poeta en forma muy hermosa:

“No me mueve, mi Dios, para quererte,el cielo que me tienes prometido,ni me mueve el infierno tan temido,para dejar por eso de ofenderte.

¡Tu me mueves, Señor! Muéveme el verteclavado en una cruz y escarnecido,¡Muéveme ver tu cuerpo tan herido!Muévenme tus afrentas y tu muerte.

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Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,que, aunque no hubiera cielo yo te amara,y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,Pues, aunque lo que espero no esperara,lo mismo que te quiero, te quisiera”.

Veamos ahora de una manera sintética lo que se pierde con el pecado, para ver si, de esta forma, logramos recapacitar y decir: “¡Se trata de algo muy serio!” De menos a más, con el pecado mortal se pierde primero la tranquilidad de la conciencia.

Esto es ya muy importante, porque la felicidad antes que nada tiene un presupuesto, tiene una raíz, que es esa paz interior del corazón. Cuando no existe, está presente el mal humor, la impaciencia; los remordimientos te persiguen; ni tienes paz ni dejas que la tengan los demás. La paz es necesaria, no podemos darnos el lujo de perderla, porque nuestra vida se enturbia, se vuelve triste.

Y así, los jóvenes, los pobres jóvenes de hoy, quieren ser felices, pero clavan un puñal a su propia felicidad, al dedicarse a buscarla en el pecado, en la borrachera, en el sexo vivido libremente, en la pachanga, en la droga y otras cosas. ¡Pobres jóvenes, infelices! ¿Por qué hay tantos suicidios en la juventud? Más ahora que nunca, el pecado lleva a la destrucción de la propia vida.

En segundo lugar, perdemos con el pecado mortal todos los méritos que tenemos. Es como tener una alcancía donde en vez de depositar monedas, depositamos méritos de tipo espiritual que nos van a servir para el cielo. Se pierden todos los méritos de la vida, es decir, como si en la vida no hubiéramos hecho ningún acto bueno. De todo eso que con tanto esfuerzo he ido adquiriendo, me quedo en cero ante Dios, no tengo nada; de nada me sirvió luchar, trabajar, sacrificarme. Obviamente, al recuperar la gracia a través de la confesión, también se recuperan esos méritos.

Tercero: Perdemos la gracia de Dios, que es lo más grande que llevamos encima. La vida divina que Dios te ha dado, esa gracia que te hace hijo de Dios, templo vivo del Espíritu Santo, heredero de una eternidad feliz, esa gracia para ti ya no existe, eres un templo profanado y tu amistad con Dios se ha deshecho. Si supiéramos lo que es la gracia, jamás la perderíamos, y, además, no nos costaría mucho trabajo.

Cuarto: Perdemos el cielo... pero, ¿ sabes tú lo que pierdes, sabes lo que

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es el cielo? Yo sé que San Pablo, después de haber visto el cielo, sabía lo que significaba perderlo. Yo sé que los demonios, que eran antes ángeles y conocieron la existencia del cielo, saben lo que han perdido mejor que nadie, mejor que tú. Saben lo que han perdido; por eso esa rabia infernal que tienen contra Dios. Contra Él no pueden nada, pero sí pueden contra los hijos de Dios, y arrastrar al infierno a muchísima gente. Y, si tú no te cuidas, tratarán de llevarte con ellos al infierno por toda la eternidad.

¿Entendemos lo que significa una eternidad feliz perdida, definitivamente perdida? Decía Jesús a sus apóstoles “No debéis alegraros de que habéis curado enfermos, o resucitado muertos; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo”. Cambiando en sentido contrario la frase: “Si por algo podéis estar tristes, es por que vuestros nombres están tachados en la lista del cielo”. Obviamente, ¿quién va a tacharte de esa lista? No será Jesucristo; Él te apuntó allí. Tampoco será el demonio, porque no puede. Serás tú solo, tú te tacharás de la lista, haciéndole caso al diablo y rechazando a Dios. Pecar es como gritar: “Bórrenme de la lista”. Y, entonces, esas puertas del cielo se cierran para ti a cal y canto, y las puertas del infierno se abren. ¿Sabemos lo que es perder el cielo?

Por último, perdemos al mismo Dios. Aquí sí que se pierde todo. Se pierde lo mejor. Es apostarlo todo, y perderlo todo. Si no te arrepientes, escucharás un día aquellas terribles palabras: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno”. Palabras dichas por Jesús, palabras que están en el Evangelio.

¡Qué contradicción más tonta, más absurda y dramática: El infierno no existe! Estas palabras no son de un predicador exaltado, son palabras de Dios, del manso y dulce Jesús. Y tener que decirlas a unas almas por las que dio su vida y su sangre debe ser algo muy dramático. Entre Dios y tú ya no hay nada, ni lo habrá jamás. Dios para ti no es nada, y tú para Él tampoco. Por eso, si bien se entienden estas cosas, hay que decir como los santos: “Antes morir, y morir mil veces, que pecar”

Podríamos, como contrapartida, preguntarnos: ¿Y qué se gana? Si todo esto es lo que se pierde, ¿qué es lo que se gana? Nada de nada, de nada; no vale la pena: es lo menos que se puede decir.

Recuerdo el pasaje de Esaú y el plato de lentejas: “Venía del campo muerto de hambre, y olió un guiso de lentejas. Con el hambre que traía, se acercó suplicando a los siervos de Jacob que le dieran algo de aquellas lentejas. Ellos le dijeron:” Sí, pero a condición de que firmes aquí de que renuncias a tu primogenitura”. Y él, aunque fuera arrastrado por el hambre, cometió la estupidez de su vida: ¡Firmó la renuncia a su

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primogenitura! Después de saciado, volvería el hambre de nuevo y, entonces, estaría sin lentejas y sin su patrimonio.Eso es lo que nos deja el pecado, más hambre de la que teníamos al principio, y esto, después de haber apostado todo, y haberlo perdido todo. Porque perder a Dios ¡eso sí que es perderlo todo!

Por último, pensemos que, para valorar realmente lo que es el pecado, hay que mirar a un Crucifijo. Ese Crucifijo para mí representa al Hijo de Dios clavado de pies y manos, coronado de espinas, después de haber sido flagelado cruelmente, después de haber sido golpeado, escupido, humillado como un gusano. Uno se pregunta: Esa muerte tan humillante del Hijo de Dios ¿para qué? Para librarme de algo que no existe. ¿Por qué se tomó tan en serio Dios las cosas? Él no es un exagerado.

Quiero hacer unas reflexiones finales que considero importantes: El problema del pecado en nuestro tiempo es que atrae muchísimo, y así, ocurre lo que decía Papini, este converso italiano: “Oh dulce pecado, ¡qué rico me sabes cuando te como, pero qué arteramente me matas! Veneno maldito, no matas al primer golpe, pues el primer golpe es sabroso, y se acepta con ansia; pero matas al segundo golpe, después de saciado”. El veneno produce la muerte de la paz del alma, mata la amistad con Dios, mata todo. Viendo el fruto en el árbol, ¡qué rico pareces, qué ansia de comerlo! Pero después de comido quemas las entrañas. Eres el engaño perfecto: Prometes felicidad, placer sin fin, pero luego engañas con el engaño más perverso. Pero el hombre no aprende; prefiere decir: “Te perdono la muerte que me das y el engaño que me haces por lo bien que me sabes”. Igual que el borrachito que se muere de cirrosis pero no resiste la botella, y, sabiendo que el beber lo va matando, le perdona la muerte que le procura, por lo dulce que le sabe.

Terrible situación del hombre que sabe lo que le envenena y sabe lo que le conviene; lo que le conviene lo rechaza y lo que le envenena lo acepta. ¡La vida amarga, la dulce muerte! Amar el veneno y odiar la salud. “¡OH dulce pecado, te perdono la muerte que me procuras, por lo dulce que me sabes!” Ese es el drama de muchas personas que, tal vez teóricamente saben que el pecado es algo muy grave, pero les sabe muy rico. Deberíamos encontrar unas motivaciones que nos den fuerzas para decir no al pecado. Hoy día es muy difícil, porque en todas partes está como amo y señor, se presenta como el rey, como la maravilla del universo, atractivo, gustoso, retador.Saber decir: ¡Por la Santísima Virgen, por mi Madre bendita, no al pecado! ¡ No a la tibieza, a la mediocridad! Porque es mi madre. Porque Ella quiere que sea un gran santo, y no puedo defraudarla. No puede tener al mismo tiempo un hijo santo y pecador. Porque me quiere muchísimo, y no puede verme muerto por el pecado. Porque Ella sí sabe

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lo terrible que es. Contempló el primer crucifijo, la obra maestra del pecado, en el Calvario; sintió lo que es el pecado, cuando una espada atravesó su alma, y sabe lo que es pecado, cuando uno de sus hijos se condena para siempre. Mis pecados no sólo han crucificado al Hijo de Dios, han partido también el corazón de una madre, María.

¡Por Cristo crucificado, no al pecado! Porque mis pecados le han puesto así. Hay azotes que llevan mi nombre; hay espinas que son mías; yo lo crucifiqué con mis pecados, y no debo volverlo a hacer. Porque mirándole agonizar en la cruz, no puedo decir: “peco, y no pasa nada.” Porque me ha perdonado todo, y no tengo derecho a seguir ofendiéndolo. Porque no puedo seguir lastimando al amor más grande de mi vida.¡Por las almas a mi confiadas, no al pecado! Porque, si yo peco, no las podré arrebatar del abismo; solo si soy santo. Porque me piden a gritos: “Sálvanos”. Porque el día que yo recibí el bautismo, me comprometí con ellas. Tú me hacías cristiano, Señor, para que yo después ayudara a otros a serlo también y tomar el camino del cielo.Pero no puedo acabar esta meditación sin esta última reflexión: Porque, si uno de veras recapacita en lo que es el pecado, puede entrar en el túnel de la desesperanza y decir: no tengo perdón de Dios. El amor de Cristo es más grande. Esto es lo que afirmarían más fuertemente los grandes pecadores perdonados y convertidos.

San Pedro negó a Cristo tres veces públicamente, y fue perdonado ¡Que poca penitencia le exigieron! Tres veces: “¡Tú sabes que te quiero!” Agustín cometió muchos y gravísimos pecados, y está perdonado: Es un gran santo. María Magdalena fue una pecadora pública, una prostituta, y con el mismo amor con que pecó, purificado, se convirtió en una gran santa.

Judas tenía perdón, Cristo le perdonó, pero Judas no quiso confiar. “He entregado sangre inocente, ¡demasiado pecado, pecado que no tiene perdón!”. Pero se equivocaba. ¡Sí tenía perdón!

Te equivocas, cuando crees que tú tampoco tienes perdón, porque algún pecado tuyo ha superado con mucho la medida. Tienes solamente que pedir, con humildad, perdón.El amor de Cristo ha superado todas las marcas; la misericordia de Cristo no tiene orillas ni fronteras; es mayor, infinitamente mayor que todos los pecados que has cometido y que puedas cometer en el futuro. Si desconfías, te equivocas, como se equivocó Judas, Si confías, aciertas como ese innumerable ejercito de pecadores convertidos.

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6o. PláticaRetiro Espiritual

La Felicidad Eterna Perdida. ¡Quién pudiera hacernos ver el dolor eterno, la separación de Dios en la eternidad!

Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 

Hemos hecho los méritos suficientes para ir eternamente al infierno, y, quizás, muchas veces. Cuantas veces Cristo crucificado nos ha arrancado de la boca del abismo. Si queda en nosotros un poco de gratitud, sepamos que, salvando a otros, Cristo se siente muy bien pagado; más aún, la forma mejor de evitar caer en ese lugar es luchar para que otros no caigan.

¡Quién pudiera hacernos ver el dolor eterno, la separación de Dios en la eternidad! Algún día sabremos decir con todas las fuerzas de nuestro corazón: “¡OH sangre bendita, clavos benditos que me libraron del eterno dolor!”El simple hecho de pensar: para siempre... para siempre... para siempre... Algo que comienza y nunca terminará. Hace mucho bien el imaginarlo.

En un cursillo que culminaba con una tribuna libre salió a decir su experiencia un señor con estas palabras: “Hace un año, iba yo una noche no precisamente a rezar, iba a pecar, iba a destramparme. De regreso a casa, a altas horas de la noche, viniendo a mucha velocidad, me di un trancazo tan fuerte que quedé en estado de coma un mes. Si Dios no me hubiera permitido regresar, ya estaría condenado para siempre en el infierno”... Y no se oía ni el vuelo de una mosca.

Además, lo que dijo era la pura verdad; pero estas cosas no se piensan, no se quieren pensar, y por lo tanto no existen... ¡Qué favor tan flaco nos hacen las personas que dicen: “¡Eso es mentira!” !Que lo digan delante de un crucifijo, delante de un Dios clavado en la cruz!

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Yo quisiera enfocar esta meditación no a la propia eternidad, sino a la eternidad de los otros, dado que hemos dicho que la mejor forma de salvarse es salvando a otros.

Hablemos positivamente de este tema, hablemos de la salvación de los demás.Primero: Cristo me pide que salve almas, lo pide muriendo en la cruz: “Tengo sed, sed de que salves muchas almas”. El mandato supremo de Jesús ya a punto de irse de nuevo al cielo: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas”, hoy se traduciría así: “Volved de nuevo a todos los caminos recorridos por los primeros e vangelizadores”. Es la Nueva Evangelización de la que habló y gritó Juan Pablo II.

Cristo te necesita; te necesita a ti, a mí, a todos los que estamos aquí, y nos necesita enteros: no un tiempecito, sino todo tu tiempo; no un esfuerzo, todo tu esfuerzo, tus fuerzas físicas, espirituales, intelectuales, etc., etc.

Cristo, recuérdalo, te ha confiado unas almas. Guíalas, reza por ellas, motívalas, compromételas; convierte a cada una de ellas, a su vez, en apóstol de otros, en un salvador de otros, y que siga la cadena...Al Cristo coronado de espinas, al Cristo flagelado, al Cristo agonizante en la cruz, al Cristo que tuvo tiempo para nacer en Belén por ti, tiempo para nacer en la pobreza por ti, tiempo para morir crucificado por ti, tú no le puedes decir: “Yo no puedo, no sé, no tengo tiempo de salvar a mis hermanos”. ¿Le debes mucho? ¿Le amas mucho? ¿Quieres agradecerle?Además, la Santísima Virgen te lo pide también. Ella también tiene sed de las almas de sus hijos. Es una Madre que ve cómo muchos de sus hijos se condenan para siempre. ¿La quieres mucho, le debes mucho? Cuántas veces lo hemos dicho... Sin rubor, yo tengo que decir que, si hoy sigo en pie, se lo debo a una mujer, de nombre María, de la que estoy muy orgulloso de que sea mi Madre. Escucha su grito lastimero: “¡Ayúdame a salvar a mis hijos, a tus hermanos!” Hay una canción que a veces le cantamos. A mí me gusta mucho una de sus frases que dice así: “¡Gracias, Madre, por haber dicho que sí!”

Me gustaría, y creo que a ti también, que ella me cantara una canción con una frase como ésta: “¡Gracias, hijo, por haber dicho que sí!”

Cada día se llena más el infierno de gente, también el cielo. Si es cierto que, según se vive así, se muere, saquemos la conclusión. Si tú no vas allí no es porque no hayas hecho los méritos, y muchas veces, sino por un privilegio, porque un pecador se convierte automáticamente en un condenado, a menos que le salven. Si te indultan, no es mérito tuyo,

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sino de Cristo crucificado. Somos condenados indultados. ¿Cuál sería la mejor forma de agradecer? Salvar a otros, ayudarles a que tomen el camino del cielo.

Nosotros ignoramos de qué nos han librado. Para comprenderlo, deberíamos haber estado allí. Santa Teresa vio el infierno. Ella sí sabía lo que era: “Este era tu sitio para toda de la eternidad”. Así le dijeron a ella. Palabras que con más razón que a ella, nos podría decir Cristo a nosotros.

Pero, si nosotros no vamos allí por la infinita misericordia de Dios, otros sí irán. Hay almas que nunca disfrutarán de Dios. Su eternidad será un sufrir sin parar, sin remedio y desesperadamente. El cielo tendrá eternamente cerradas sus puertas para ellos; y son aquellos que en este mundo conocieron a Dios y no quisieron aceptarlo. Y, cuando lo conozcan en toda su impresionante santidad y hermosura, será solo para constatar que ese Dios, esa felicidad absoluta y total nunca la tendrán, será para otros.

Todos los días mueren en el mundo alrededor de doscientas mil personas: de hambre, de ancianidad, de accidentes, en las guerras. ¡Cuántos niños mueren de hambre cada día en el mundo! ¿Todos esos hombres se salvan? Muchos, muchos se condenan. Hoy comenzarán muchas almas su eternidad infeliz, hoy, y otras mañana. ¡Pobres! Piensa que eres tú, imagina que eres tú el que mañana te condenas para siempre.

Estas personas me están pidiendo, te están pidiendo a gritos que les ayudes. ¿Te impresiona sentarte junto a compañeros ateos, que viven mal, tremendamente mal, o te da soberanamente lo mismo? ¿Haces algo por ellos? Porque supongo que tú y yo podemos hacer mucho, salvar muchas de esas almas, porque tienes los medios, tal vez te sobran los medios. Cristo te ha dado la Iglesia, te ha dado quizás una formación religiosa, te ha dado un instrumento apostólico, te ha ayudado a ti con tantos elementos de predestinación. Hay personas que no han entrado a la Iglesia católica porque tú tienes la llave y no has querido abrirles la puerta: ellos están ahí afuera esperando que tú quieras abrirles.

Salvar una alma es el favor más grande que le puedes hacer a una persona. Conseguirle una eternidad feliz. Aunque lo consiguieras a una sola persona, sería fantástico. Ojalá que en la otra vida muchas almas puedan decirte: “¡Yo estoy aquí por ti, tú me salvaste; si no llega a ser por ti nunca me hubiera salvado!” Yo como sacerdote tuve esa motivación para tomar mi decisión, cuando era un niño de diez años: la salvación de las almas. Sí me gustaría oír que por lo menos un alma se

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ha podido salvar por mi ejemplo, por mi oración o por mi palabra. Ojalá fueran muchas.

Cuando un santo va al cielo nunca va solo, con él se salvan muchas almas; les esperan en el cielo con los brazos abiertos para darles las gracias eternamente. Y me pregunto : “¿Cómo se pueden dar las gracias a una persona que le ha conseguido la vida eterna?”

Recuerdo el ejemplo de Santa María Goretti, aquella niña que, antes de fallar a su virtud de la pureza, se dejó dar catorce puñaladas por el joven Alejandro. Y no murió en ese momento sino en el hospital unas horas más tarde, después de haber perdonado a su agresor. La policía cogió a ese muchacho, y fue condenado a cadena perpetua, cárcel de por vida.

Estando en la cárcel, recapacitando en su terrible crimen, le entró la desesperanza, y quiso ahorcarse pero, fue o una visión o una palabra interior de esta niña que le decía: “¡No lo hagas, porque te irías al infierno!” Y este joven le hizo caso, y no se suicidó, más aún, empezó a comportarse de buena manera en la cárcel y con ello consiguió que, después de algunos años, lo liberaran.

Lo primero que hizo fue ir a casa de la mamá de María Gorettí; era el día de Navidad. Era ya un hombre. Al entrar dijo:- Señora ¿Me reconoce?- No, no sé quién es usted.- Yo soy Alejandro, el que asesinó a su hija. Acabo de salir de la cárcel por mi buen comportamiento; le ruego nuevamente me perdone lo que hice.La mujer, que era muy católica, le dijo:- Hace mucho tiempo que le he perdonado y le he rogado a Dios por usted.- Y la prueba de que realmente lo había perdonado es que fueron a misa y comulgaron juntos, la mamá de esta niña santa y el asesino de ella.

Yo ahora pienso en lo que seguía de la historia de este hombre. Cuando yo era un estudiante en Roma, un día, después del desayuno leí en el periódico del Vaticano “L°Osservatore Romano”, un artículo titulado así: “El asesino de María Gorettí acaba de morir”. Me lo leí de corrido, porque a mí me había impresionado mucho esta historia, incluso, había estado en su casa y después en su Basílica cerca de Roma. La lectura decía, en resumen, que este hombre había ido a un convento a pedir trabajo, que había vivido como un auténtico cristiano, y acababa de morir. Enseguida pensé en el reencuentro del asesino y la niña santa y pura, en el cielo. Me preguntaba: “¿Cómo se pueden dar las gracias? ¿Con qué ojos miraría a aquella alma inocente a la que la acuchilló catorce veces? ¿Cómo se pide perdón? El reencuentro.....”Esta niña santa logró lo más

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grande que se puede lograr, llevar al cielo a la persona que más daño le hizo. Estas maravillas suceden en el cristianismo, en esta religión del amor, cuando el amor llega a su culmen.

Cuando tú vayas al cielo ¿irás sólo, sola, o muy acompañado, acompañada? Es muy importante preguntarse esto, porque tú, tal vez, eres un papá, una mamá, has tenido hijos y, al llegar allá, preguntarás: “¿Dónde está Juanito, donde está Paulina? ¿No están aquí mis hijos? ¿Dónde están?” No sé si empieces a decirle a San Pedro: “Pues mire, San Pedro, le voy a decir lo que es la adolescencia: Es una edad en la que uno no entiende nada, a mí no me hacían caso, pues yo les decía que fueran a misa y no querían ir etc. ¿Le explico lo que es la adolescencia, la adolescencia... ¿Eso es todo lo que sabes decir?”

Realmente como padre o madre ¿hiciste todo lo que estaba en tus manos con oración, con sacrificio, con testimonio y también con una palabra oportuna, para lograr lo más importante para ellos, tus hijos, su salvación eterna? ¿O los alimentaste muy bien, disfrutaron de la comida, de la bebida, de los viajes, de los juguetes, pero... pero de fe, poco? Mucho ayuno de fe, mucha hambre de fe, porque tú no la tenías, y no pudiste dar lo que no poseías.

Y, ¿de qué te ha servido dar de comer a tus hijos, y darles todos los regalos del mundo, si no has logrado que estén un día en el cielo con Dios? ¡De nada! Por eso, ¿llegarás solo, sola, ó muy acompañado, acompañada?

En mi caso, como sacerdote, sé que no podré entrar solo en el cielo. O llevo a otras almas conmigo o para mí no hay boleto. Lo sé, estoy perfectamente consciente de ello.

¡Qué distintos se ven los sacrificios, el trabajo, cuando se puede salvar un alma más! ¿Qué importa tu cansancio, tu sufrimiento, con tal de salvar un alma? Si un día una persona condenada pudiera decirte: “Tú me pudiste salvar, y no te hubiera costado mucho: aquel retiro bien hecho, aquel compromiso espiritual, ¿qué te costaba?, aquel sacrificio que rehuías, aquel testimonio que yo quería ver en mi padre, en mi madre o en mi amigo, aquel acto de obediencia que no te hubiera costado mucho... pero no quisiste”. Le responderías que no tuviste tiempo, o que no tuviste ganas de hacerlo. ¿Qué tal, si los papeles se hubieran cambiado? Por qué has de ser tú el afortunado, el que ha recibido tantos dones de Dios, y él o ella no? Porque tú eres cristiano, incluso antes de que te dieras cuenta. Porque desde niño, niña, te llevaron a la pila bautismal y te pusieron el sello de cristiano, y de ahí en adelante todo el patrimonio cristiano es tuyo: La Biblia, los sacramentos, la Iglesia, la educación cristiana, etc. Y ¿qué tal, si Cristo te hubiera

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dicho a ti: “Yo no tengo tiempo de salvarte, no tengo ganas de venir a la tierra a morir en una cruz por ti?”.

Recuerda que hubo un momento en Getzemaní en que ese Jesús casi agonizante, sudando sangre, le pedía a su Padre, cuando veía que se le echaba encima la cruz y todos los sufrimientos: “¡Padre, si es posible aparta de mí la pasión!” Para que veas si a Cristo le costó o no le costó, y si tuvo que hacer una decisión heroica, que le costó sangre, para salvarte.

Y luego tú y luego yo decimos: “¡Ay! No tengo tiempo, no tengo ganas de hacer nada!” Pero Cristo sí tuvo tiempo, sí tuvo ganas de venir a salvarte y ¡qué bueno que así fue!El día que vayas al cielo, repito, ¿irás solo o muy acompañado? Aún quedan preguntas: ¿dónde está tú mamá, tú papá, tus hermanos, tus amigas, tus hijos? No lo sé. A ver qué razón vas a dar.

A veces Dios permite ver si salvamos a alguien. Un obispo fue a visitar un convento de monjitas; les celebró misa y, a la hora de repartir la comunión, sintió que se desmayaba, que se caía, pero se recuperó y siguió repartiendo la comunión. Al final de la misa le dijo a la superiora: “Me gustaría saludar a todas las hermanas”. Las reunieron. El obispo estaba bien nervioso, fijándose en todas las monjitas, como pensando: “aquí falta alguien”, y le dice a la Superiora: “¿No falta alguna religiosa?” Ésta le respondió: “Creo que no, pero, de todas formas, vamos a buscar”. Fueron a buscar a una monjita muy mayor que se había ido a su trabajo en el jardín después de la Misa. La mandaron llamar y le dijeron: “El señor obispo quiere saludarnos a todas”.

Cuando el Obispo la vio, dijo: “Madre, por algo le decía yo que faltaba alguien. Les voy a contar un secreto que no he contado a nadie: Cuando yo era joven, sentía que Dios me llamaba y me decía: “vete al seminario”, pero yo, oídos cerrados. Y un día, estando en una fiesta, en un baile muy divertido, no sé qué fue, pero vi la cara de una mujer que me dijo muy seria: “Tienes que irte al seminario”. Me llevé un susto tan grande que me lo tomé en serio y fui al seminario. Me he ordenado sacerdote y hoy soy obispo. Pues bien, viniendo hoy a su convento, he vuelto a ver la cara de aquella mujer, y es esta religiosa”.

La monjita se quedó un poco estremecida, asustada, porque todas las hermanas la miraban, y preguntaban: “¿Usted, hermana, qué ha hecho?” Ella respondía: “Yo, yo, nada. Bueno, todos los días pido por las vocaciones sacerdotales”.

Dios le hizo ver a este obispo, por si se sentía muy obispo, a quién le debía su vocación y la perseverancia en ella. Yo a veces me he puesto a

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pensar: “¿Quiénes serán esas benditas personas, perdidas quién sabe por dónde, que piden por los sacerdotes, y a quienes yo un día tendré que decirles: ¡Gracias! porque me ayudaron a salvarme?”La misma Santa Teresa, o Teresita, como la llamamos, cuenta en su autobiografía, en la Historia de un Alma, un caso como éste: “Había un matón que había ajusticiado a tres personas de la nobleza. Lo arrestaron y lo condenaron a la guillotina”. Entonces Teresita tendría alrededor de catorce años, y ya desde entonces manifestaba un gran deseo de salvar almas. Se enteró de lo sucedido y fue a decirle a Jesús: “¡Ay! Dios mío, este pobre pecador se va a ir al infierno por lo que ha hecho, pues no quiere arrepentirse. Por favor, pídeme lo que quieras, pero haz que este hombre se vaya al cielo! Y además, dame una señal”. Y como ella tenía una confianza verdaderamente de niña en Jesús, esperó pacientemente lo que iba a pasar.El día que lo llevaban a la muerte había allí un sacerdote con su sotana y un cinturón del que colgaba una cadena con un crucifijo. Estaba allí, por si se quería confesar. ¿El otro? ¡Para nada! Como una tapia. Y el pobre sacerdote pensaba: “¡No hay nada que hacer!” Un poco antes de ser ajusticiado, de pronto, el hombre se acerca al sacerdote, toma aquel crucifijo y lo besa bañado en lágrimas ¡Ésa era la señal, la señal que había pedido esta niña santa! Esta niña santa cuyos restos pasaron no hace mucho tiempo por México, y que es patrona de las Misiones.

Nuevamente, como en el caso de María Goretti, me imagino a este hombre llegando al cielo, y preguntando: “¿Qué hago aquí? Creo que me he equivocado de lugar”. -“No, no, está usted bien”- -“Pero,¿ a quién se lo debo?”- Seguro que san Pedro le habrá dicho: “¿Ve usted a aquella niña, Teresita, que es muy amiga de Jesús? Pues esa niña ha logrado que Dios le perdone, y que esté usted aquí en el cielo”.

¿Cuántas sorpresas de estas habrá en la otra vida? Yo estoy viendo con los ojos y con la imaginación a Dios diciéndole a algunos papás: “¿Ve usted a ese niño, a esta niña? -“Sí, es mi hijo Pepito, mi hija Juanita...”--Pues aquí, delante de mis ángeles, dele las gracias, porque está en el cielo gracias a su hijo, a su hija. El me pidió tanto, con tanta ternura y persistencia la conversión de su padre que me arrancó esta gracia.”Yo sé que muchos niños y niñas van a llevar al cielo a sus papás. Me acuerdo de un niño de Chetumal que, hace años, era mi acólito; siete años tenía, llegaba a la misa con mucha devoción, y comulgaba con gran respeto. Un día llegó a la parroquia un señor como de dos metros de alto, agarrado del sombrero y bien temeroso, y me dijo:

- ¿Usted es el Párroco?- ¡A sus órdenes!- ¿Le puedo robar unos minutos para hablar con usted?- ¡Claro que sí!

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- Le vengo a hablar de Pepito... - Y le pregunté:- ¿Usted es su papá?- ¡Sí! Me ha dicho que le ayuda en las misas de las cinco de la tarde.- Sí, en verdad es un angelito.- Pues mire, le vengo a hablar de él.Yo sospeché que había hecho alguna travesura, pero no. Dijo:- “¡Travesuras no, padre! Lo que pasa es que me ha dicho: “Papi, ¿por qué no vas a misa? ¿Por qué no te confiesas? Me lo ha repetido tantas veces que en dos ocasiones le he dado una bofetada. Y mire, me quema la mano, padre, porque es mi hijo, es un inocente, tiene además la razón... Así que, si no tiene inconveniente, padre, vengo a confesarme, tengo ocho años que no piso una Iglesia”.

Y yo pensé en aquel niño, en aquel apóstol medio mártir conversando en la comunión: “¡Ay! Diosito, hoy me pegó mi papá, pero no importa, te lo ofrezco para que un día sea tu amigo como yo!” ¡Cuántos casos de estos yo les podría contar a ustedes!

Recuerdo que en otra ciudad, hablando con un señor bastante joven, me decía esto:- “Mire, padre, mi esposa y yo de jóvenes no recibimos formación religiosa alguna, pero, desde que nuestro hijo esta yendo a su colegio, nos está enseñando a rezar”. Yo pensé que debía ser de Secundaria. Seguimos hablando y hablando, y volvió a decir:- Mire, que nos enseña a rezar el niño.- Y ¿cuántos años tiene el niño?- Cuatro años, padre.- ¿Qué? ¿Cuatro años?¡Claro! El niño nunca había oído hablar de Dios en su casa, ni rezar.Llegaba al colegio y la Miss. de Moral le hablaba de Diosito, de rezar a la Virgen. Llegaba a casa y decía:- “Papi, mami, ¿por qué no rezamos?”- ¡Pues, ponte a rezar!¿Se imaginan a Dios y a los ángeles viendo aquella escena: un niño de cuatro años rezando y haciendo rezar a sus papás? Y hablando con la esposa, decía: “Sí, padre, el otro día estaba con la radio puesta, y me dijo: “Mami, no hemos rezado el Rosario”. Bajé la radio, y nos pusimos a rezar”.

Claro, cada misterio para él era de un Ave María, pero a la Virgen María le agradaba más este misterio de un Ave María que las diez que muchos rezan distraídamente. Ha sido el Apóstol más chiquito. Un día fui al colegio, y le dije a la Directora: “Sin decirle para qué, presénteme a este niño, pues me quiero cuadrar”. Y allí lo tuve delante de mí, un niño de tan solo cuatro años, pero un niño que enseñaba a rezar a sus padres.

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¡El mundo al revés! Los padres deben educar a los hijos, sobre todo en la religión. Pues ahora, no se sabe quién enseña a quién. Yo al menos tengo no menos de treinta o cuarenta casos de niños y niñas que han llevado a sus papás a la Iglesia a rezar, a retiros. Algunos papás han escrito una carta a su hijo dándoles las gracias.

Si eres agradecido y, si Dios a ti te libra del eterno dolor, ¿no podrías, no querrías hacer algo por alguno de tus hermanos? Y, si eres alguno de esos padres, madres de familia, ¡piénsalo! Si tú no salvas a tus hijos, ¿quién los va a salvar: el chofer, la criada? Tienen un solo padre y una sola madre, y eres tú.

Por otra parte, el que salva un alma salva la suya propia. Trabajar para los demás es la mejor manera de trabajar para sí mismo, como la manera de ser infeliz es ser un egoísta. Salva a los demás, y te salvarás a ti mismo. Capta a otros para el Reino de Dios, y te darán el boleto gratis a ti.Por eso, podríamos concluir de esta manera: O salvamos almas, o no haremos nada, no seremos nada en la vida.

Quiero concluir con una petición: “Vengo a pedirte una limosna a ti que puedes dármela, en nombre de miles de jóvenes que no han sido tan afortunados como tú, en nombre de cientos de muchachos y de niños entre los doce y veinticinco años que intentaron suicidarse y en nombre de los cientos de chicos y chicas que no solo lo intentaron sino que se quitaron la vida. Dame una limosna de esperanza para los cientos de jóvenes entre los doce y veinticinco años, que un día me han dicho llorando de desesperación: ¡No encuentro sentido a mi vida!” Un muchacho de catorce años me dijo un día: “¡Me quiero morir!”

Una limosnita de caridad para los miles de gentes que no creen en Dios, que no creen en nada, que viven sin ilusión, gente sin esperanza que caminan por ahí sin rumbo. Una limosnita, por amor de Dios. No te pido que me des todo lo que tienes, dame un poquito de lo que te sobra, las migajas de tu fe, de tu esperanza, de tu ideal. Te pido una limosna en memoria de los que han muerto en pecado mortal y se han condenado para siempre. No te la pido para ellos, ya que les llegaría demasiado tarde; te pido una limosna de oración para los que están en la fila. Una limosna para los que, hartos de la vida, se la arrancaron violentamente, porque nadie les tendió la mano a tiempo.

Sé que estas muy ocupado, sé que tienes muchas cosas que hacer; tan solo dame un minuto de tu tiempo, una sonrisa, una palabra de aliento. Tú que pareces feliz, dime: ¿crees que puedo ser feliz en este mundo? Tú que te sientes tan sereno, ¿cómo le haces? Tú que hablas de un Dios que te alegra la vida, ¿podrá alegrar también la mía? Tú que pareces

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tener un por qué vivir, ¿no quieres dármelo a mí? Pero date prisa, porque ya estoy harto de seguir viviendo, de seguir pudriéndome en esta vida sin sentido y, posiblemente, si tardas, ya me habré ido al otro lado.

Una limosna pequeña. Mira esta mano extendida, es mi mano, pero esta mano representa a muchas manos, por ejemplo, la de aquel que dijo: “Y sigo pensando en un Cristo Místico, compuesto por cada uno de mis hermanos, y escucho su voz que clama: “Tengo hambre y no me das de comer, hambre de Dios. Tengo sed y no me das de beber, sed de vida eterna. Estoy desnudo y no me vistes, no me defiendes de mis enemigos. Y me convenzo de que esta hambre de Dios puede convertirse en desesperación, esta sed puede convertirse en rabioso frenesí, esta desnudez puede llegar a ser muerte”.

Y, si das esa limosna, en nombre de Dios y en nombre de todos esos infelices, ¡gracias, muchas gracias! El mundo, tú mundo está lleno de desgraciados, hambrientos, tristes, desesperados. ¡Una limosna por amor de Dios para un desgraciado!”

7o. PláticaRetiro Espiritual

Misericordia Divina. Hay que aprender a confiar en que Cristo nos ama.

Por: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 

Cristo te invita a mirar hacia adelante, a mirar el futuro de tu vida con una gran esperanza, porque tú eres un santo en potencia, eres un gran apóstol en potencia. Se puede, con Cristo se puede, y Él lo sabe muy bien. Hace falta querer, y ¿es tan difícil querer? ¿Y el pasado? El pasado

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déjalo en paz.

Reúne todas tus fuerzas y ponte a trabajar como en tus mejores tiempos. Todos hemos tenido buenos tiempos, y lo grande de nuestra vida es saber reeditar esos buenos tiempos. No mirarse tanto a sí mismo. Decía San Pedro: “He estado toda la noche pescando o tratando de pescar, y no ha salido ni un pez, pero en tu nombre echaré las redes”. Y ya sabemos el resultado: se llenaron las redes y la barca de Pedro y de sus amigos casi se hundían por la pesca.

Hay que aprender a confiar en que Cristo nos ama. Sabemos hacer muchas cosas en la vida, pero qué poco sabemos confiar en Dios. Todo comienza si tú quieres, todo vuelve a empezar con la fuerza, la firmeza y con la frescura del primer amor.

Cristo siempre nos da una nueva oportunidad. Cristo nunca se cansará de nosotros. Nunca confiaremos lo suficiente y, menos aún, nos pasaremos de esa confianza.

Vamos a ver ahora eso en acción en el Evangelio contemplando una de las páginas maravillosas de ese libro.

Recordemos en primer lugar la parábola del Hijo Pródigo. Lo que hace el Padre y lo que hace el hijo. El hijo menor, un día malo, un día en que realmente no pensó como debía, fue a pedirle a su padre la parte de la herencia que le correspondía, y el padre les repartió a los dos hermanos la herencia.

Y, con una alegría muy honda pero también mala, reunió todo lo suyo y se largó. Se fue de casa con los bolsillos repletos, la cabeza llena de ilusiones y sintiéndose liberado, liberado de la obediencia a su padre, y diciendo: “Soy el rey, soy amo de mi vida, y voy a hacer lo que yo quiera”.

Y efectivamente, se dedicó inmediatamente a despilfarrar, a disfrutar, a gastar dinero con otros amigos -habría que ver qué amigos- y con otras amigas. De esta forma, en poco tiempo se quedó con el bolsillo vacío. Este bolsillo vacío fue el que le hizo tomar decisiones que nunca imaginó que habría de tomar. “¡Tengo hambre, tengo que trabajar si quiero comer!” Y fue a pedir trabajo. El trabajo que le ofrecieron fue realmente humillante; lo mandaron a cuidar cerdos. Dice textualmente el Evangelio que deseaba llenar su estómago con las bellotas que comían los cerdos, y nadie se las quería dar. Y así, un día y otro, con la cara triste y el alma llena de amargura, con el estómago vacío. En esa situación humillante encontró la iluminación. Encontró aquella decisión costosísima pero que le salvó la vida. Empezó a recordar cómo en la casa de su padre vivían

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todos con abundancia, incluso los trabajadores. Y pensó: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia y yo me muero de hambre aquí! Volveré a mi Padre y le diré: Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo, pero admíteme por lo menos entre tus jornaleros”. Y así, un día, empujado por la necesidad y la nostalgia, tomó la decisión de regresar.

Le costó muchísimo, era muy dolorosa aquella llegada, aquel dejar todo lo que había soñado, regresar triste, casi con lo puesto, los bolsillos vacíos. Y, cuando esta llegando a la casa, sucedió lo siguiente: El padre lo vio y, conmovido por un amor extraordinario, corrió a su encuentro. El otro empezó su discursito, pero el padre casi no le oía, simplemente lo abrazaba, lo besaba. Se dio cuenta de cómo venía: descalzo, sucio, roto; y dijo a sus criados: “¡Pronto, tráiganle un vestido nuevo, unas sandalias nuevas y pónganle un anillo en el dedo!” Con esto quería decir que lo readmitía de nuevo a la familia. Y la orden fundamental: ¡Maten al becerro gordo y hagamos una fiesta! Y la razón hermosa: “porque este hijo mío se había perdido, y lo hemos encontrado; estaba muerto, y ha resucitado.” Y empezó la fiesta.

Y luego nos cuenta el Evangelio la llegada del hermano mayor que se enoja, que no quiere entrar, y el padre le dice las mismas palabras: “Deberías alegrarte, porque ese hermano tuyo se había perdido, y lo hemos encontrado; había muerto y ha resucitado”.Este es el autorretrato de Dios pintado nada menos que por su propio Hijo, que es quien mejor lo conoce. Por lo tanto, cuando uno quiere ver el rostro de Dios, el corazón de Dios, debe asomarse a esa parábola del Hijo Pródigo, y allí verá, como en un espejo magnifico, cómo piensa y cómo ama ese Padre Celestial.

Exactamente lo mismo hace contigo. ¡Qué bien has hecho el hijo pródigo; con cuanta ilusión te largaste de la casa! Te fuiste y creías que ibas a ser muy feliz, y en realidad has sido un perfecto desgraciado; has criado puercos, es decir, has alimentado tus pasiones desordenadas, y tú también has padecido un hambre terrible y, quizás, en algún momento de lucidez, has recordado aquellos tiempos hermosos, tiempos en los que eras amigo de Dios, en los que eras feliz, y te han entrado ganas de regresar; y eso es un deseo magnífico. Allí, cuando uno cuida a los puercos, cuando sufre, cuando siente hambre, allí puede encontrar la mano amorosa de Dios, su voz que te dice: ¿Por qué no regresas? Y, si decides regresar, será una decisión maravillosa, la mejor que puedas tomar; regresar a Dios, regresar a la vida de antaño, regresar a la autentica felicidad. Sucederá lo mismo, el mismo abrazo, el mismo beso del Padre, que dirá también: pónganle un anillo al dedo y una túnica nueva y unas sandalias nuevas, y hagamos una gran fiesta, porque este hijo mío estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y lo hemos

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encontrado.

Dice Jesús que en el cielo hay más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. ¡Que fiesta, que abrazo, que alegría! ¡Y tú no se la quieres dar!Vayamos a un segundo cuadro, el pasaje de Zaqueo. Zaqueo era un hombre pequeño de estatura, que por pura curiosidad quería saber quién era aquel hombre tan famoso, Jesús. Y, cuando entraba Él con una gran multitud en la ciudad de Jericó, se subió a un arbolito, a un sicómoro, precisamente para poderlo ver; era pura curiosidad. ¿Qué sucedió? La muchedumbre al verlo en alto, lo maldijo, le escupió como a un perro muerto.

Jesús podía haber dado un rodeo para evitarse complicaciones; podía haber pasado debajo del árbol, y no mirarle. Pero Jesús pasó cerca de él y le llamó por su nombre: “Zaqueo, baja pronto, porque quiero hospedarme en tu casa”. La invitación le llenó de tanta satisfacción a Zaqueo, que corrió, efectivamente, a su casa y mandó preparar un auténtico banquete con invitación para todos sus amigos y los que quisieran entrar. Entonces, fue la gente la que empezó a murmurar de Jesús: ¡Va a comer con un pecador! Ya ven que cuando uno murmura de los hijos, acaba murmurando del padre de ellos, y así, el que ofende, el que tira piedras a sus hermanos, también un día las tirará al rostro de Dios.

Por eso, los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo son inseparables; no se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y el que ama al prójimo no puede menos que amar a Dios.

Estando a la mesa, Zaqueo estaba tan feliz -me lo imagino todo coloradote, contento, con unos ojos brillantes, chispeantes- que de repente manda callar a todos y dice a Jesús: “Estoy tan contento de que hayas venida a mi casa que voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, -admiración y murmullos entre los comensales- y si a alguno le he robado -¿a cuántos no les habría robado?- le voy a devolver cuatro veces más”.

Esto era extraordinario, porque Zaqueo era un avaro y, cuando decía estas cosas, estaba realmente cambiado y convertido. ¡Y todo por una simple invitación a comer! Cuánta enseñanza tenemos aquí para aquellos predicadores, que, incluso, maldicen a los ricos, que los ponen en evidencia. Yo me preguntaría: ¿de dónde han sacado esa enseñanza? No ciertamente de Jesús.

Jesús dio como consigna para salvar a los ricos: “Hay que llegarles por el corazón, no maldiciendo su conducta”. Hallándose Jesús en casa de

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Lázaro con sus dos hermanas, María quiso hacerle un agasajo y, según la costumbre de la época, tomó un pomo de perfume de nardo verdaderamente precioso, y muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús. A nosotros nos parece un gesto curioso, era típico de la época. El perfume llenó la casa y los apóstoles empezaron a pensar: “Eso se podría haber vendido por mucho dinero. Judas calculó el precio: “¡Se podría haber vendido este perfume por trescientos denarios y haberlo dado a los pobres!” ¡Qué bonito suena eso! Parece una escena muy moderna que se ha dado también aquí. Y el bueno de san Juan explica: “Esto lo decía no porque le interesaran los pobres, sino porque era ladrón y teniendo la bolsa hurtaba lo que caía en ella”.

Si a mí me dijeran que la Madre Teresa de Calcuta amaba a los pobres, lo creo; si a mí me dijeran que tantos buenos hombres y mujeres que se desviven por los más necesitados aman a los pobres, les creo; pero, yo no creo a muchos otros que se adornan con la causa de los pobres y que van a muchos congresos para hablar del asunto, y los pobres les tienen sin cuidado.

En tu caso, Jesús también quiere invitarse a tu mesa, a la mesa de tu vida, para que sientas lo que es un Dios sentado junto a ti, amándote; y ojalá tú también, como Zaqueo, puedas decirle cosas semejantes que te salgan del corazón: “Señor, estoy tan contento de que hayas venido a mi vida y la hayas llenado de perdón, de amor y de misericordia, que voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, voy a hacer apostolado, voy a cambiar, voy a pasarme a tus filas”.

En estos ejercicios realmente Él te ha invitado a la mesa de su palabra, de sus gracias, de su Sagrario. Hoy ha llegado también la salvación a tu casa, a tu vida, como le dijo a Zaqueo. Y que Dios pueda decirte esas palabras es algo verdaderamente trascendente: “¡Hoy ha llegado la salvación a esta casa!” Cuántas veces he escuchado estas palabras de Jesús dichas a un alma durante los ejercicios, y he visto los ojos de alegría y el rostro feliz, con lágrimas, y cómo un alma se transformaba.

Un tercer pasaje sería el del buen ladrón. Recuerden aquellos dos ladrones que iban con Jesús al Calvario: Los dos maldecían, los dos decían improperios y pensaban que Jesús era un tonto, o poco menos que eso; Jesús soporta en silencio y con misericordia los insultos, le mueve poco a poco el corazón. Este hombre era testigo de lo que allí ocurría. No cabe duda que ver a la Virgen María encontrándose con su Hijo Jesús era para partir el corazón más duro, y efectivamente eso sucedió.

Ver a Jesús con aquella paciencia heroica, aguantando todos aquellos insultos de la plebe podía convencer a alguien y este alguien fue este

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malhechor. Para tomar vuelo, primero se encaró con su compañero diciéndole: “Cállate la boca; tú y yo merecemos todo esto, pero Él no”, Luego se animó a mirar a Jesús para hacerle esta súplica: -no cabe duda que fue la oración y las palabras más maravillosas que salieron de aquella boca pecadora- “Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino” -. No sé cuanto tiempo pasó hasta que llegó la respuesta de Jesús; posiblemente un segundo, porque la misericordia estaba totalmente abierta a trasmitirse a los pecadores. Y, mirándole con una ternura infinita al mismo tiempo que con un dolor inmenso, le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Hoy, no mañana. Estarás conmigo: en el sentido de amistad, de cercanía, de estar con la persona que le hablaba. En el Paraíso, es decir, en el cielo.Y sabemos que este hombre ganó el cielo, lo robó durante las últimas horas de su vida. Adivinó la misericordia de Dios, adivinó que Dios lo podría perdonar, y no se equivocó.

¡Lástima del otro que podía haber hecho después la misma petición, sabiendo cómo le había respondido Jesús, y podía también haberle dicho: “Acuérdate también de mí, Señor, cuando estés en tu Reino”. De seguro hubiera recibido la misma respuesta: “Tú también estarás conmigo en el Paraíso”.Con qué satisfacción hubiera ido Cristo a la muerte llevándose a sus dos compañeros de suplicio a la felicidad eterna. Pero solo se llevó a uno, y se quedó con las ganas de llevarse al otro.

¿No sucederá así con la humanidad? ¿No sucederá que algunos, aunque sea al final, tienen ese poco de humildad y arrepentimiento para pedir esa gracia, y la obtienen, y se van al cielo? Pero otros, ni siquiera al final, son capaces de doblar la rodilla, el alma, para decir: ¡Acuérdate de mí!

Tú sabes que cuentas con ese amor de Jesucristo toda la vida hasta el último instante. Tú sabrás lo que haces; tu sabrás si vas a ser capaz algún día de doblar la rodilla y decir: “me arrepiento”, y de pedir como aquel ladrón: “acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.”

Otro caso es el del apóstol Pedro. Fíjense lo que significa que el Vicario de Cristo le niegue públicamente tres veces; eso lo hizo Pedro, llevado por el temor porque había una criada y unos hombres allí a la lumbre, y no eran ni siquiera soldados.

Jesús le dirige una mirada. ¡Qué habría en aquella mirada, cuanto amor, cuanto dolor, cuanta misericordia, cuanto anhelo de recuperar a su Apóstol! Esa mirada le cayó a Pedro como un chubasco, como una

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tormenta que descargara agua sobre su alma, y salió fuera y lloró su pecado amargamente como un niño.

Podía haberle dicho Jesús: “Me has fallado demasiado, Pedro, y ya no puedes seguir como mi primer Vicario; voy a dar ese cargo a Juan que ha sido bastante más fiel que tú...y no pasó eso. Le exigió solamente una penitencia muy simple: Preguntarle tres veces ¿Me amas?, y escucharle tres veces “Tú sabes que te quiero”. Después de cada respuesta Jesús añadía: “Apacienta mis ovejas”, que era como decir: “ te reconfirmo en el cargo de pastor”.

Él pide solamente amor y lo pide -da la impresión- como un mendigo. Pide tu amor, y yo me pregunto: ¿Qué vale tu amor para Dios? Pero yo no soy nadie para decir lo que vale, porque Dios te lo pide, lo mendiga, lo suplica, y debe ser terrible no darle ese amor, ese amor verdaderamente pobre, a Dios que es el Amor con mayúscula.

Y quisiera ahora detenerme en el pasaje de María Magdalena: porque en él se manifiesta de forma muy especial la misericordia de Dios. Cualquiera puede contar la historia de una mujer de mala vida. Eso era María Magdalena. Probablemente -y sin probablemente- ella de chica fue buena, y empezó por los caminos el amor, como todas las mujeres y todos los hombres; empezó amando y terminó pecando; porque es tan fácil dar un traspié. Sin duda, si hubiera habido concursos de belleza, ella hubiera ganado alguno: el de Miss. Magdala, por ejemplo. Y, claro, se sentía muy admirada y muy envidiada, y mucha gente la seguía; engatusó a muchos hombres con los cuales ofendió a Dios.

Pero la belleza pasa, como las flores, y no me extraña que, cuando ella ya no era tan joven y veía que otras bellezas más frescas la superaban y le ganaban la clientela, empezara a sentirse mal consigo misma. No me extraña que pasara por su mente la idea del suicidio, como ha pasado, por ejemplo, con muchas personas famosas, artistas, que han terminado así, dándose un tiro, colgándose o simplemente tomándose unas pastillas para acabar con todo.

Un día escuchó un chisme, el chisme de la mujer adúltera. Brevemente nos lo cuenta el Evangelio de San Juan. Los fariseos, siempre eran ellos, toman a una mujer sorprendida en adulterio, se la llevan allí como si fuera un perro o un trapo, y le dicen: “Maestro, traemos aquí un caso muy grave: esta mujer ha sido sorprendida en adulterio, y tú sabes que Moisés mandó apedrear a estas mujeres, ¿qué es lo que tú dictaminas? Jesús se hizo el desentendido, como algunos alumnos en la clase, se puso a escribir quién sabe qué cosa en la tierra, y le dijeron: “No te hagas el distraído. ¿Qué dices?” Jesús respondió nada más así: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, y siguió escribiendo en

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el suelo. Y lástima de cámara in fraganti para captar la escena, pues empezaron a marcharse todos, comenzando por los más viejos, los que más pecados tenían, y al final se quedó ella sola con Jesús. -“¿Dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?- - Nadie, señor-. Y le dice Jesús: -“Yo tampoco te condeno, vete y no vuelvas a pecar”-. No le dice: “No has hecho nada, todo ha sido por amor; no pasa nada”, sino “ no vuelvas a pecar, pero yo no te condeno”.

No me extraña que fueran del mismo club estas dos mujeres. Al encontrarse, María Magdalena vio en el rostro de su amiga una alegría nueva; y le dijo: -“¿Qué te pasa? ¿Has usado un nuevo shampoo?- -¡No! Simplemente te quiero decir una cosa: ¿No has sabido de una mujer a quienes los fariseos querían apedrear...?- María comentó: -¡No me digas! ¿Tú eres esa mujer?- - ¡La misma!- -Y mira, María, te recomiendo que vayas con Jesús de Nazaret; yo ya dejé esa vida, no puedo seguir; me dijo: ¡No vuelvas a pecar! Yo tampoco te condeno”. María, hazme caso, ahora sí como buena amiga.-

Ella quedó muy inquieta. No me extraña que fuera a oír a Jesús cuando predicaba a la gente, quedándose en la última fila con la cara cubierta. Jesús, que sabía que allí había una futura santa, seguramente habló del Hijo Pródigo o de la e la Oveja perdida, y le llegó al corazón.

Y así, un día que a Jesús le habían invitado a comer en casa de un fariseo, llamado Simón, de pronto abre la puerta, entra y va a donde esta Jesús; rompe a llorar, abre un frasco de perfume precioso que traía, le unge los pies, los seca con la cabellera, los besa, y no dice más. Ella no hacía sino llorar, y llorar. De allí viene el dicho de llorar como una Magdalena.

Y el escándalo que se armó. Simón pensó en sus adentros: “Si éste fuera profeta, sabría que clase de mujer lo está tocando, porque es una pecadora.” Jesús, que leía los pensamientos, le dijo: -“Simón, tengo algo que decirte”-. El otro muy modosito le contestó: -“ Dime, Señor...”- Le cuenta un cuento inocente pero que llevaba curva... -“Mira, tengo por ahí una cuestión que no acabo de entender; había un señor que tenía dos deudores, uno le debía 500 denarios y otro le debía 50. Y un día que andaba de buenas, dijo:” No me deben nada, rompan las facturas y váyanse tranquilos.” ¿Quién de los dos estará mas agradecido?” Si a un niño de preprimaria le hubieran hecho la pregunta, hubiera respondido bien. Él respondió: -“Supongo que aquél a quien perdonaron más”.- -“Has respondido muy bien”-. Y ahora viene la curva... -“¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para los pies, y ella, en cambio, ella la mala, la pecadora, ha lavado mis pies con sus lágrimas...- Ya cambió de color el bueno de Simón. Segundo detalle de cortesía que él no había hecho: -” Tú no me diste el beso de paz en la cara, ella en

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cambio ha besado mis pies”.- Tercer detalle: -“No me has dado un perfume -como se solía hacer-; ella en cambio ha ungido mis pies con ungüento. Por lo cual te digo: se le perdonan sus muchos pecados -yo los conozco muy bien- porque ha amado mucho”.-

Y, dirigiéndose a ella, le dijo estas palabras, maravillosas palabras, dichas por Dios: “Tu fe te ha salvado, tus pecados están perdonados”. Y la mujer se fue, y se fue con diez años menos, con una alegría infantil, pensando: “¡Cuanta razón tenía mi amiga! ¡Qué bueno que he estado con Jesús¡ Nunca jamás volveré a ser la misma. No quiero ser la misma, comienzo una nueva vida”.

Yo he escuchado esta mismas palabras tantas veces, y las he escuchado con una inmensa alegría interior.

¿Qué hace Jesús? Tres cosas. Primera: perdona. Y perdonar para Dios es la cosa más maravillosa y divina. Segunda: defiende al pecador. Si alguien se hubiera atrevido a correr a esta mujer, le hubiera dicho Jesús: “A ver, Inocencio, ven acá, que te voy a decir los pecados de tu infancia, de tu adolescencia, de tu juventud y de tu edad adulta”. Por eso nadie se atrevió. Y tercera: rehabilita al pecador, es decir, como si nada hubiera pasado.

Ciertamente María Magdalena le pudo decir: “¿Señor, me permites, ir en tu Iglesia en primera fila? Jesús le hubiera dicho: “Recuerda lo que has sido; sí te admito en mi Iglesia... pero en la última fila, y que nadie lo note”. No, Jesús le dijo: “¿Te atreves, quieres ir en primera fila? ¡Tienes mi permiso!”

Este permiso se lo ha dado a miles de hombres y mujeres que fueron primero grandísimos pecadores. A Dios no se le cae la cara de vergüenza de presumir que tiene como grandes amigos a personas que fueron ladrones, prostitutas, avaros como Zaqueo, como María Magdalena y otros; y ha sacado de ellos unas joyas de hombres y mujeres realmente envidiables.

¿Qué hace María Magdalena? María Magdalena primero había dedicado los dones que Dios le había obsequiado: su belleza, su inteligencia, sus mañas femeninas, todo para pecar, para ofender a Dios. Si Dios la hubiera hecho coja, manca, leprosa, etc. no hubiera podido ofenderlo. Y aquí viene un recuerdo para las mujeres y también para los hombres ante la constatación de sus cualidades físicas, intelectuales, humanas y espirituales ¿Cómo reaccionas? ¿Das las gracias? ¿O Utilizas esos dones para ofender a quien te los dio?

Ahora estaba utilizando esos mismos dones para amor a Dios: Su

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perfumería: ahora ya no la utiliza por vanidad; ahora está ungiendo los pies de Jesús, del Salvador. Aquellos labios que habían dado tantos besos pecaminosos estaban ahora besando los pies más maravillosos que han pisado nuestros caminos, los del Hijo de Dios: aquellos pies que serían después clavados en una cruz por aquellos fariseos que se atrevían a tirar piedras a las adúlteras y tirar piedras al mismo Dios. Su cabellera que había sido pura vanidad, ahora no le importó utilizarla como una toalla para secar los pies de Jesús. Y, sobre todo, su corazón, que había amado tanto pero tan mal, de ahora en adelante se dedicaría a amar a Dios y a los hombres con aquella fuerza y más aún, de la forma más pura, como una auténtica santa.

¡Claro! Simón de esto no entendía nada, criticaba este gesto, ¿pero qué entendía él? Jesús veía a esta pecadora que le decía: “¡Mira, Señor, nosotros los pecadores te necesitamos; yo vengo en representación de todos y de todas las que te han ofendido, y vengo a besar esos pies que luego van a atravesar unos clavos, y vengo a ungirlos para la sepultura y vengo a besarlos! ¿Cómo podía Dios, que ve los corazones, rechazar un acto de amor tan puro, tan maravilloso que nunca tendrían Simón y sus compañeros? Y por eso le dice: “ Tu fe te ha salvado; se le perdonan sus muchos pecados porque ha amado mucho”. Esta es la reacción de Jesús.

Debo ser capaz de decirle: “¡Te amo! ¡Te amo locamente, agradecidamente, Jesucristo! Porque me has amado desde siempre, de forma personal e infinita; porque me has perdonado todo; porque eres verdaderamente una misericordia maravillosa! Y debo preguntarle a Zaqueo, a María Magdalena: ¿Qué viste? ¿Qué sentiste? ¡OH felices..! Señor, hazme sentir lo mismo; omnipotente ante las dificultades, decidido hasta la muerte, infinitamente feliz de tu amor; y hazme sentir un total rechazo a una vida sin amor, que eso es la vida de pecado.No quiero sentir lo que sintió Tomás, tu apóstol, cuando decía: “Si no meto mis manos.., si no meto mis dedos...”, sino lo que sintió el mismo apóstol cuando dijo, de rodillas, estas otras palabras: “Señor mío y Dios mío”. Déjame tocar tus llagas, la herida de tu costado, no porque me falte fe, sino para comprobar que no eres de cartón o de espuma, sino de carne y hueso, y que tienes un corazón que late de amor por mí.

Yo necesito experimentarte, Señor, como la verdad de mi vida, la alegría de mi juventud, el amor más entrañable que se ha cruzado en mi camino. Yo necesito saber, al menos una vez en la vida, lo que es creer en ti como Tomás, para decirte con la misma fuerza que él: “Señor mío y Dios mío”. Yo necesito aquellas lágrimas de María Magdalena mientras lavaba tus pies; necesito sentirme perdonado como ella; necesito experimentar el rechazo más absoluto hacia una vida de pecado, tibieza y apatía; y, sobre todo, experimentar un deseo infinito, total, eterno, de amarte, de cambiar, de ser distinto.

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María deseó ardientemente ser aquella mujer santa que logró ser después. Quiero desear ardientemente ser ese cristiano, ese apóstol que tu soñaste y yo también sueño, para luego serlo, para luego realizarlo. Necesito tener la generosidad de Zaqueo cuando decía: doy la mitad de mis bienes a los pobres. ¿Qué se siente cuando uno dice cosas semejantes? O mejor aun, ¿qué hay que experimentar y vivir, y sentir para poder decir cosas semejantes también yo?

8o. PláticaRetiro Espiritual

Llamamiento de Cristo. Si alguna vez lo vas a hacer, ¿por qué no ahora?

Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 

Estos ejercicios son un nuevo llamamiento de Cristo, una nueva oportunidad, una nueva invitación de Jesús para una vida mejor. No consideres que estos ejercicios espirituales son uno de tantos como los que has hecho en tu vida, porque Cristo nunca se repite; tiene sus sorpresas, sus gracias nuevas; es un nuevo paso de Cristo por tu vida, un llamamiento a la entrega total, a ser un apóstol más decidido, más programado; a volver a empezar una vez más, la definitiva, dejando ese lastre de mediocridad y poca generosidad que has venido quizás arrastrando.

Nunca es tarde para volver a empezar. En este sentido, les deseo que en estos ejercicios espirituales les ocurra algo que les decida, pero de verdad, algo que les tumbe del caballo de su soberbia, sensualidad, pereza, de su pesimismo.¿Quién te llama? ¿Quién te invita? Aquel que ha dicho de sí mismo: “Yo

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soy la luz del mundo. El que me sigue no anda en tinieblas”. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. “Soy la resurrección y la vida”. Quien puede decir estas palabras, o es un gran mentiroso, o es Dios.

“Yo soy el pan de la vida”. Creo que en medio de nosotros está uno a quien no conocemos, como no lo conocía la Samaritana. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber; quién es el que te pide tu vida, tu corazón, todo lo que tú eres y tienes...” ¿Quién es Jesús? Aquél que puede llenar las más grandes aspiraciones de tu vida, resolver todos tus problemas; el que tiene en su mano el secreto de tu felicidad en esta vida y en la otra.

La persona que más te quiere en el mundo. Y realmente tenemos que creerlo, porque todos buscamos a esa persona; a cualquiera le interesa conocer, ver a la persona que más le quiere en el mundo, y esa persona se llama Jesucristo. Ojalá descubramos en Cristo todo esto, porque lo tiene y mucho más.

¡Señor, si es cierto que me quieres tanto, que yo lo vea, que lo sienta, que lo palpe y lo experimente; que no se me pase la vida ignorando que el Amor infinito, la Bondad infinita, la Hermosura misma me quería tanto, tanto como yo nunca me había atrevido a soñar!

Decía San Pablo con una convicción tremenda: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Ese mismo Cristo se ha dignado amarte a ti y alargarte la mano para pedirte algo: Dame tu corazón. Nos hace falta la experiencia que tuvieron los apóstoles en el Monte tabor. Decía San Pedro: “Qué bien se está aquí”. Todos hubiéramos dicho lo mismo, porque ¡claro! allí Jesús se manifestó como era, como Dios, sin el disfraz de la naturaleza humana. Y Pedro, tú y yo hubiéramos dicho lo mismo: ”¡Qué bien se está aquí!” Cuando estemos en el cielo, por misericordia de Él, lo primero que diremos será: ¡Qué bien se está aquí, y, además, para siempre!

Te llama aquél a quien han seguido y por quien han dado la vida miles y miles de santos, mártires, vírgenes, apóstoles. Siempre que bajo a las catacumbas de Roma, siente una profunda nostalgia, una gran pena y un fuerte estímulo, pensando: “Todos éstos sí, y yo todavía no; yo no soy nada, soy un mediocre. Estos dieron su vida por el mismo Cristo a quien yo sigo desde hace tiempo. ¿Qué pasa?”

Recuerdo que a Julio César ante una estatua de Alejandro Magno, en Sevilla, se le vio llorando, y le preguntaron: ¿por qué? ¿por qué ante esa estatua de Alejandro has llorado? Respuesta: “Por que él, a mis años, había conquistado el mundo, y yo todavía no he hecho ninguna conquista.”

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¡Qué aleccionador es esto! Uno ve que los grandes jefes, los grandes militares tienen una persona a la que quieren imitar, que les inspira mucho. Jesús es el hombre que más inspira y más ha inspirado a millones. ¿Te inspira a ti lo que ha inspirado a los santos?

Ante esa fila incontable de mártires y santos uno también tendría que llorar. Tarsicio, a los doce años, era ya mártir de la Eucaristía; san Agustín a los 31 años se decidió a ser santo, y lo fue; María Goretti a los diez años mártir de la pureza; Teresita a los 26 años muere como una religiosa santa y patrona de las misiones. Y así un número infinito de almas grandes. Tú tienes tantos años. ¿Qué eres? ¿Qué has hecho?

Por lo menos recuerdo a dos hombres que un día se hicieron la misma pregunta: Ignacio de Loyola y Francisco de Sales. Ignacio, después del sitio de Pamplona, cuando una bala de cañón le rompió la pierna, tuvo que estar en convalecencia no sé cuantos meses allí en Loyola. En la biblioteca de la casa había sólo libros de santos, a él no le gustaba leerlos, pero no tenía otra cosa que leer. Pensaba “¡Vaya locos!”. Siguió leyendo hasta decir: “Puede que no estén tan locos”.Avanzando en la lectura llegó a la conclusión de que “el loco soy yo, no ellos”.

Y tímidamente se preguntaba: ¿podría ser yo como uno de ellos? Pero no se animaba. Poco a poco, viendo cómo otros habían pasado las mismas dificultades que él, llegó un día a decir: “Puedo ser uno de ellos y lo voy a ser”. Ése es San Ignacio de Loyola.Si ellos hubieran pensado lo que tú a veces, que eso no es para ti, hoy no serían santos. Hubo un momento en su vida que, como tú y como yo, no eran nada; eran unos cobardes y unos mediocres; pero también hubo un día en que se decidieron, y lo lograron.

¿Llegará un día también en tu vida?Decía Agustín a los que no se querían convertir: Si alguna vez lo vas a hacer, ¿por qué no ahora? ¿Por qué no ahora, en estos ejercicios espirituales? Ellos, tú y yo seguimos al mismo Cristo. ¿Qué pasa, entonces, que a ellos Cristo les llenaba plenamente, les enloquecía, podría pedirles lo que fuera, y a ti te dice tan poco ese Cristo? ¿Para qué quieres un Cristo que no te llena, que no te hace feliz, que no te resuelve los problemas y no te llena el corazón?

¿Quién es Jesucristo? Quiero a través de las palabras de un sacerdote santo explicar qué es, quién es Jesucristo. Dice él: “Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi compañero, mi padre, mi grande y único amor y la única razón de mi existencia”.

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Cristo es mi Dios. El alma se pierde en ese infinito: Creador del mundo, el Señor de la historia, el amigo de los patriarcas, de los Profetas, el Redentor del mundo, ése es mi Dios.

Cristo es el rostro de Dios, el amor de Dios, el perdón, la ternura de Dios para conmigo. Cristo es mi Dios y mi todo; Él es mi herencia, mi pasión, mi destino y mi premio final en la eternidad.

Cristo es mi Dios. El Dios que encuentro por doquier: en una flor, en un amanecer, en mis hermanos, en la Eucaristía; Cristo es el Dios mío, el amor mío, la gloria mía, la felicidad mía. Sólo Él existe en mi camino; de Él vengo, hacia Él voy, y, cogido de su mano, camino por la vida hacia la patria celestial. “Sólo Dios, hijos, sólo Dios; Dios sana las heridas más dolorosas, consuela las penas más profundas, alegra los más tristes momentos de la vida. Dios comprende todo nuestro ideal, Dios embellece los campos, y hace cantar a los pajarillos. Dios es el objeto digno de nuestro amor, es amigo, padre, hermano; Dios nunca falta; Dios es fiel”.

Cristo es mi gran amigo: El amigo de mi alma; el amigo fiel de los días malos, y de los días felices. El que comparte conmigo su vida y su palabra y sus grandes anhelos, y el que alterna el amor de un Dios con el de un pobre pecador.

Él es el gran amigo, yo el pequeño embustero; Él es todo, yo no soy nada; Él es la luz, y yo la oscuridad; Él Dios, y yo su criatura; Él, el Señor, y yo su siervo. Pero es mi gran amigo: me lo ha dicho, me lo ha demostrado: yo le importo, Él me busca, Él me quiere. Cristo es mi gran amigo. Yo quiero ser su amigo, también, felizmente y para siempre.

Cristo es mi compañero. Siempre hemos caminado juntos, codo con codo, a veces cargándome, cuando ya no podía seguirle. Él ha secado mis lágrimas, ha lavado mis pies polvorientos; mi dura existencia se ha vuelto más llevadora por su dulce compañía. Hemos sufrido juntos todos los Getzemanís y Calvarios. Yo he querido ayudarle con la cruz, pero ha sido Él quien se ha convertido en mi gran Cirineo. Juntos también hemos vivido los triunfos de su Iglesia; juntos hemos caído en el mismo surco, para también florecer juntos en esa Iglesia que es suya y es mía al mismo tiempo.

Cristo es mi Padre: la palabra grande que hace explotar el corazón del hombre y que enternece el corazón de Dios. ¡Padre santo, Padre mío! Me das la vida, el cariño, la ternura del mejor de los padres. Yo soy el hijo pródigo, pero el hijo amado, acariciado y protegido por mi Padre Dios.

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“Te amo y me estremezco en mi pequeñez, porque me has amado desde el principio de todo tiempo, con un amor determinado, personal, enclavado en un mundo sangrante, a pesar de la pobreza de mis dones”. Padre nuestro, Padre mío que estás en los cielos y en mi vida, en mis dolores y alegrías, sobre todo en mis dolores.

Cristo es mi grande y único amor: Hay en mi vida un gran amor, un único amor que se llama Jesucristo; un amor más fuerte que la muerte, un amor que nació en la niñez, que creció incontenible con el paso de los años hasta convertirse en la pasión de mi vida. ¿Quién me arrancará del amor a Cristo? Y nos sigue diciendo este hombre santo: “Quisiera que Dios repitiera con ustedes lo que hizo conmigo: pues antes de que pudiera defenderme contra el hechizo de su llamado, contra su amor devorador, caí sojuzgado”.

Termina diciendo: Cristo es la única razón de mi existencia. Sin Él mi vida no tendría ningún sentido, ninguna utilidad. La vida sin Cristo no me interesa, no me importa, no la quiero, no me sirve. Pero con Él mi vida será llegar a un puerto deseado, una felicidad completa, una plenitud, una aventura incomparable. La razón, el porqué de mi vida, de mis dolores, alegrías, triunfos, fracasos, incluso de mi salud y enfermedad, se llama también Cristo. Él es la única razón de mi existencia.

Si Cristo es, de verdad, tu Dios, tu amigo, tu compañero, tu Padre, tu grande y único amor, y la única razón de tu existencia, es que realmente lo conoces. ¿Quien te invita, pues? Este Jesucristo.

¿A qué te llama?, ¿a qué te invita? Aquí descubrimos, también, en la invitación lo más grande, lo más maravilloso a lo que nos puedan invitar; me invita a realizar la empresa más grande: la conquista de mí mismo y la conquista de los demás hombres, es decir, a ser santo y salvar almas.

No hay misión más alta, más bella, más entrañable que ésa.¿Qué quisieras haber sido tú a la hora de la muerte? Porque, si estas cosas las dices hoy a la gente, se ríen de ti. ¿De modo que ser santo y salvar almas es lo más importante en la vida? No me interesa.En esta tarea de ser santos y salvar almas, han dado su vida los valores auténticos de la humanidad: esos hombres y mujeres cuyos nombres están escritos con letras de oro en el cielo. Tú y yo tenemos un puesto al lado de ellos. Muchos no comprenden esta misión y la dejan y la tiran. ¡Pobres engañados!

Ojalá que no te pase a ti, porque puede ser que cambies algún día lo que vale por lo que brilla. ¿Quieres buscar un dueño que te pague mejor? Serás grande si tú quieres, porque tienes la mejor misión. ¿A quién vas a envidiar? El día que esos pobres que han dejado a Cristo, se

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enteren de lo que se perdieron, no van a tener lágrimas suficientes para llorar su torpeza. Y, si ese pobre eres tú... Recuerda que Cristo te necesita. ¿Cómo decírtelo?

En tercer lugar, vamos a pensar un poco en las condiciones que nos pone Cristo; dos condiciones básicamente: La primera: seguridad en el triunfo; seguridad en el éxito: en tu éxito personal y completo como hombre, como apóstol y como todo. El que sigue a Cristo fielmente, triunfa siempre aún medio de los fracasos, es un hombre realizado, entero, feliz; como, por el contrario, el cristiano que se busca a sí mismo siempre fracasa en medio de los triunfos externos. Pronto se queda sin Dios y sin almas, y realmente su vida se convierte en una triste historia.

La segunda condición: Un premio eterno: “Vosotros que me habéis seguido, recibiréis el ciento por uno en esta vida y luego la vida eterna”. Promesas dichas por Dios.

¿Has experimentado en esta vida el ciento por uno de lo que has dado? ¡Buena señal! Siempre sale uno ganando. Y, total, ¿qué es lo que damos? ¡Qué poco inteligentes somos, porque nos fijamos en lo que nos cuesta y no en lo que se nos da, que es infinitamente más! Pablo sufrió por Cristo cien veces más que nosotros y fue testigo ocular del cielo, y no pudo decir más que esto: “Después de ver el cielo, todo lo que se sufre en este mundo es nada, es juego de niños”. ¡Cuantos sacrificios haces a veces por cosas que valen muchísimo menos!

¿Cuál será tu respuesta a ese Cristo? ¿Quién puede decir que no a ese Cristo con esas condiciones y con esos regalos? Probablemente tú ya le has dado esa respuesta el día de tu bautismo, pero conviene volvérselo a decir: “No me arrepiento de ese sí que te di un día; lo sigo diciendo cada vez con más convencimiento, con más ganas, con más amor”. Y, si no he cumplido mi palabra, es tiempo de renovar ese sí, de pedir perdón y volver a empezar.

Cristo espera tu respuesta. ¿Serás tú de los que algún día dé la espalda a Cristo? ¿de los que, habiendo cogido en sus manos lo más grande, lo más grande del mundo, vayas a buscar otras cosas en los muladares de este mundo? ¿Habiendo tenido las manos y el corazón de Cristo para ti, para siempre, las vas a perder por cobardía o pereza? ¡Mira bien lo que haces, no te vayas a arrepentir!Hoy todo es esperanza.. Cristo te ama mucho, lo sabe. Tú puedes; también lo sabes porque, cuando te lo has propuesto, lo has logrado. Sabes que puedes. “Cuenta conmigo” o “sigue contando conmigo.” es la única respuesta.

Yo quisiera continuar con este tema del llamamiento de Cristo pensando

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que Él te ama infinitamente, personalmente, tiernamente, con hechos. Vamos a platicar de esto para que nuestra respuesta no solo sea fácil, sino gustosa y entrañable.

Te ama infinitamente, siempre y sin medida: desde antes de nacer... y quiere seguir amándote por toda la eternidad, a menos que tú claves un puñal en ese amor. ¡Te ama cuando le eres fiel y te ama cuando le ofendes! Cuando estás alegre y cuando estás triste: más que un amigo, el más fiel de todos; más que una madre, la mejor de todas. Más que un esposo... más que nadie, y eso no hace falta decirlo, sino sentirlo; porque el día que cualquier ser humano, aunque sea el hombre o la mujer más miserable, experimenta que Dios le ama más que nadie, su vida no podrá jamás ser la misma.

Te ama personalmente, como eres. Él comprende tu forma de ser; te ama como si fueras la única persona en el mundo. Si existieras tú solo en el mundo, no te amaría más que ahora. A ninguna persona ama en la forma particular en que te quiere a ti, porque no hay dos amores iguales.

Te ama tiernamente, delicadamente. ¿Quién ha curado las heridas de tu alma con más amor, con manos más maternales que Cristo? Hablo de heridas, hablo de turbación, desaliento, pecado, desesperanza. ¿Quién te ha regalado la paz de la conciencia tras las buenas confesiones, tan dulce y limpia como el cielo azul? ¿Quién te ha otorgado ese deseo tan grande y profundo de luchar por algo en tu vida, de realizarte como el hombre o la mujer auténticos? ¿Nunca lo has sentido? ¿La gracia de sentirlo cerca, presente como la fuente que apaga la sed, como el amigo que escucha, que comprende, que perdona, que anima a seguir adelante?

Y es un amor demostrado con hechos, un amor de realidades. ¡Qué difícil es amar con realidades! Pues Cristo te ama así.Cristo te ha dado la Iglesia, esa madre que te ha regalado la vida, la gracia, la fe y los sacramentos; recuerda que en el bautismo te hicieron hijo de Dios y heredero de una eterna felicidad. En la Iglesia recibes el perdón, la Eucaristía, la bendición de tu amor humano.

El amor de Cristo con hechos: ¡ una cruz ! Sangre fresca que mana de su cabeza, de sus manos benditas, de sus pies! Un río de sangre divina para purificar el río sucio y negro de tus pecados y egoísmos.

Él mismo dijo: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. Ahí lo tienes en la cima del Calvario, colgado de cuatro heridas abiertas en carne viva. La cabeza doblada hacia el suelo, la cara ensangrentada que, para darle un beso, te mancharías de sangre.

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Aquellas manos que han creado el mundo, las estrellas, los amaneceres y las flores; las manos que te han creado a ti, cosidas con clavos a un madero; y esos ojos divinos, los más dulces, los más hermosos, los ojos que te han mirado con más ternura, con más amor que ningunos otros ojos, ahora muertos. Ahora son los ojos más tristes que se conocen.

Amor se escribe con sangre! Amor de realidades el de Cristo, amor tremendo, amor auténtico, amor para ti, todo entero para ti. Infeliz, si no comprendes, si no correspondes a ese amor que jamás encontrarás en nadie. Tú buscador, buscadora de amor, hambriento de amor. Si algo vas a darle, que sea hoy ante la cruz.

Cristo te ama con realidades: La Eucaristía. El amor prisionero, el amor tras las rejas de la indiferencia más aplastante y un olvido que no tiene nombre. Cristo esperando años, esperando siglos a que tú vinieras a dirigirle una mirada, a dirigirle una palabra como ésta: “Te quiero, Señor; te quiero mucho, te quiero más que a nadie”.

Podríamos decir que es la fiesta del amor todos los días del año, porque todos los días son días del amor de Dios. ¿Vendrás a mirarlo? ¿Vendrás a decirle alguna palabra? ¿Cuantos regalos de índole personal habría que añadir en tu vida? Cuantas veces de forma espontánea has tenido que decir: “Dios me ha consentido demasiado!” que es como decir: “Dios te ha amado demasiado”.

Cristo espera de ti una respuesta, una respuesta de amor. ¿Un amor infinito? Es evidente no puedes; pero sí puedes amarlo mucho más de lo que hasta aquí y hasta ahora le has amado. Un amor personal: Si Él te quiere como eres tú, quiérelo como es Él. Un amor tierno, toda la ternura de tu corazón que es grande. Y un amor de realidades. Amor con amor se paga.

Recuerdo, a este respecto, unas palabras que por venir de quien vienen -es decir de un convertido- tienen una importancia especial: Decía así Giovanni Papini: “¡Jesús, Tú ves cuan grande es nuestra pobreza. No puedes dejar de reconocer cuan improrrogable es nuestra necesidad, cuan dura y verdadera nuestra angustia, nuestra indigencia, nuestra esperanza. Sabes cuanto necesitamos de una intervención tuya, cuan necesario nos es tu retorno! Tenemos necesidad de ti, de ti solo, de ti y de nadie más. Solamente Tú que nos amas puedes sentir hacia todos nosotros, los que padecemos, la compasión que cada uno siente de sí mismo. Tú solo puedes medir cuan grande, inconmensurablemente grande es la necesidad que hay de ti en este mundo, en esta hora del mundo. Ningún otro, ninguno de tantos como viven, ninguno de los que duermen en el fango de la gloria, puede darnos a los necesitados, a los que estamos sumidos en atroz penuria, en la miseria más grande de

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todas, la del alma, el bien que salva”.

Todos tienen necesidad de ti, incluso los que no lo saben, y los que no lo saben mucho más que aquellos que lo saben. Tú sabes cuan grande es precisamente en estos tiempos la necesidad de tu mirada y de tu palabra, tu sabes bien que una mirada tuya puede conmover y cambiar nuestras almas; que tu voz puede sacarnos del estiércol de nuestra miseria. Tú sabes mejor que nosotros, mucho más profundamente que nosotros, que tu presencia es urgente e inaplazable en esta edad que no te conoce.