La existencia de dios y su conocimiento según san anselmo de canterbury

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D D IOS IOS Y Y SU SU E E XISTENCIA XISTENCIA , , SEGÚN SEGÚN SAN SAN A A NSELMO NSELMO S S AN AN A A NSELMO NSELMO DE DE C C ANTERBURY ANTERBURY (1033-1109) (1033-1109) El filósofo y teólogo escolástico de mayor importancia del s. XI, nacido en Aosta (Piamonte). Tras ingresar al monasterio benedictino de esa misma ciudad, se dirigió al de Bec, en Normandía, para seguir los pasos de Lanfranco de Pavía, de quien había sido discípulo. Enseñó en este monasterio y luego, en 1093, fue nombrado arzobispo de Canterbury. En la cuestión de la relación entre fe y razón, sigue la línea agustiniana, pero se inclina por el lema la fe que busca la inteligencia: «No pretendo entender para creer, sino que creo para entender». Es de los primeros en intentar razonar sobre la propia fe con el recurso a la lógica de su tiempo. Su obra De grammatico se considera una de las primeras obras de semántica medieval. Pero su fama se debe sobre todo a haber sido uno de los primeros en buscar argumenta- ciones sobre la existencia de Dios: en el Monologion [Soliloquio] presenta argumentaciones a posteriori, del tipo de prueba cosmológica, pero el más conocido de estos argumentos es el argumento a priori, que luego la tradición, a partir de Kant, llamó argumento ontológico, que propone en el Proslogion (cap. 2) [Discurso]. La idea fundamental del argumento es que la noción de «ser perfecto» incluye ya la existencia de un ser perfecto, y a esto no puede oponerse ni siquiera el «insensato», que, según el salmo (Salmo 14,1) dice en su corazón: «Dios no existe». El monje Gaunilón, su opositor, ya le replicó en su tiempo que no es lógicamente posible pasar de una «existencia pensada» a una «existencia demostrada». 1

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DDIOSIOS YY SUSU E EXISTENCIAXISTENCIA, , SEGÚNSEGÚN SANSAN AANSELMONSELMO

SSANAN A ANSELMONSELMO DEDE C CANTERBURYANTERBURY (1033-1109) (1033-1109)

El filósofo y teólogo escolástico de mayor importancia del s. XI, nacido en Aosta (Piamonte). Tras ingresar al monasterio benedictino de esa misma ciudad, se dirigió al de Bec, en Normandía, para seguir los pasos de Lanfranco de Pavía, de quien había sido discípulo. Enseñó en este monasterio y luego, en 1093, fue nombrado arzobispo de Canterbury. En la cuestión de la relación entre fe y razón, sigue la línea agustiniana, pero se inclina por el lema la fe que busca la inteligencia: «No pretendo entender para creer, sino que creo para entender». Es de los primeros en intentar razonar sobre la propia fe con el recurso a la lógica de su tiempo. Su obra De grammatico se considera una de las primeras obras de semántica medieval. Pero su fama se debe sobre todo a haber sido uno de los primeros en buscar argumenta-ciones sobre la existencia de Dios: en el Monologion [Soliloquio] presenta argumentaciones a posteriori, del tipo de prueba cosmológica, pero el más conocido de estos argumentos es el argumento a priori, que luego la tradición, a partir de Kant, llamó argumento ontológico, que propone en el Proslogion (cap. 2) [Discurso]. La idea fundamental del argumento es que la noción de «ser perfecto» incluye ya la existencia de un ser perfecto, y a esto no puede oponerse ni siquiera el «insensato», que, según el salmo (Salmo 14,1) dice en su corazón: «Dios no existe». El monje Gaunilón, su opositor, ya le replicó en su tiempo que no es lógicamente posible pasar de una «existencia pensada» a una «existencia demostrada».

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-98. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

EELL A ARGUMENTORGUMENTO O ONTOLÓGICONTOLÓGICO DEDE LALA E EXISTENCIAXISTENCIA DEDE D DIOSIOS

Argumento sobre la existencia de Dios, considerado por Kant como «el único argumento posible», que se basa en que la sola noción de la esencia de Dios basta para probar su existencia. Se trata de un

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argumento a priori, propuesto por vez primera por el filósofo medieval Anselmo de Canterbury, en su obra Proslogion (cap. 2). El punto de partida es una definición, o idea o concepto de «Dios» hecha de tal modo que hasta el «insensato», o necio, citado por el Salmo 14,1, y que dice que «Dios no existe», ha de admitir por el solo hecho de pensar que Dios no existe. Dios es, en efecto, «el ser más perfecto que puede pensarse». Puestos a pensar lo máximo o más perfecto, debemos pensarlo como existente, porque en caso contrario no pensaríamos lo máximo. Por tanto, no tenemos más remedio que pensar a Dios como existente (ver texto ). La prueba iba dirigida contra Gaunilón, monje del monasterio de Marmoutiers, que negaba toda posibilidad de demostrar la existencia de Dios, y que le replicó que, de pensar en una cosa, no podemos concluir que tal cosa exista en la realidad, así como tampoco por el hecho de pensar en la mejor de las islas del océano nos está permitido suponer que existe una isla, llamada Perdida, en el océano. Suele decirse que Anselmo de Canterbury no pretendía una prueba meramente lógica, sino una comprensión racional de lo que ya «sabía» por la fe. Los argumentos anselmianos no convencieron al monje «insensato» Gaunilón, y han sido discutidos por muchos a lo largo de la historia. Tomás de Aquino, que ya mantenía la distinción medieval entre esencia y existencia (introducida por Avicena), sostuvo, por un lado, junto con otros muchos escolásticos, que del argumento se sigue sólo que Dios existe en el entendimiento, esto es, que no es una noción contradictoria, y, por el otro lado, que los argumentos sobre la existencia de Dios han de ser a posteriori. Descartes, en cambio, lo aceptó e hizo propio en sus Meditaciones metafísicas (Parte 5): la existencia de Dios va unida a su concepto igual como a la naturaleza del triángulo rectángulo va unido el que la suma de sus ángulos valga dos rectos (ver texto) o como el concepto de valle va unido al de montaña. Su contemporáneo Gassendi rechazó el argumento. Kant hizo la crítica definitiva al sostener que la «existencia» no es un predicado real que pueda añadirse a las cualidades del concepto, de modo que un concepto pensado como existente no posee más características esenciales que un concepto simplemente pensado: cien táleros en el bolsillo valen lo mismo que cien táleros pensados; pero éstos no existen, aquéllos si, aunque que existan debe probarse, no simplemente pensándolos, sino a través de la experiencia. Por consiguiente, el enunciado «Dios existe» debe tratarse como un enunciado sintético (ver texto).

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-98. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

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TTEXTOEXTO ORIGINALORIGINAL DONDEDONDE S SANAN A ANSELMONSELMO EXPLICAEXPLICA SUSU ARGUMENTOARGUMENTO::“Así, pues, ¡oh Señor!, tú que das inteligencia a la fe, concédeme, cuanto conozcas que me sea conveniente, entender que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos. Ciertamente creemos que tú eres algo mayor que lo cual nada puede ser pensado. Se trata, de saber si existe una naturaleza que sea tal, porque el insensato ha dicho en su corazón: no hay Dios. Pero cuando me oye decir que hay algo por encima de lo cual no se puede pensar nada mayor, este mismo insensato entiende lo que digo; lo que entiende está en su entendimiento, incluso aunque no crea que aquello existe. Porque una cosa es que la cosa exista en el entendimiento, y otra que entienda que la cosa existe. Porque cuando el pintor piensa de antemano el cuadro que va a hacer, lo tiene ciertamente en su entendimiento, pero no entiende todavía que exista lo que todavía no ha realizado. Cuando, por el contrario, lo tiene pintado, no solamente lo tiene en el entendimiento sino que entiende también que existe lo que ha hecho. El insensato tiene que conceder que tiene en el entendimiento algo por encima de lo cual no se puede pensar nada mayor, porque cuando oye esto, lo entiende, y todo lo que se entiende existe en el entendimiento; y ciertamente aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado, no puede existir en el solo entendimiento. Pues si existe, aunque sea sólo en el entendimiento, puede pensarse que exista también en la realidad, lo que es mayor. Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse existiese sólo en el entendimiento, se podría pensar algo mayor que aquello que es tal que no puede pensarse nada mayor. Luego existe sin duda, en el entendimiento y en la realidad, algo mayor que lo cual nada puede ser pensado”.

__________________________________________________Proslogio, cap. 2 (en F. Canals Vidal, Textos de los grandes filósofos. Edad Media, Herder, Barcelona 1979, p. 67).

TTEXTOEXTO ORIGINALORIGINAL DONDEDONDE R RENÉENÉ D DESCARTESESCARTES APOYAAPOYA ELEL ARGUMENTOARGUMENTO ANSELMIANOANSELMIANO::

“Pues bien, si del hecho de poder yo sacar de mi pensamiento la idea de una cosa, se sigue que todo cuanto percibo clara y distintamente que pertenece a dicha cosa, le pertenece en efecto, ¿no puedo extraer de ahí un argumento que pruebe la existencia de Dios? Ciertamente, yo hallo en mí su idea -es decir, la idea de un ser sumamente perfecto-, no menos que hallo la de cualquier figura o número [...] Y, por tanto, [...] yo debería tener la existencia de Dios por algo tan cierto, como hasta aquí

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he considerado las verdades de las matemáticas, que no atañen sino a números y figuras; aunque, en verdad, ello no parezca al principio del todo patente, presentando más bien una apariencia de sofisma. Pues, teniendo por costumbre, en todas las demás cosas, distinguir entre la existencia y la esencia, me persuado fácilmente de que la existencia de Dios puede separarse de su esencia, y que, de este modo, puede concebirse a Dios como no existiendo actualmente. Pero, sin embargo, pensando en ello con más atención, hallo que la existencia y la esencia de Dios son tan separables como la esencia de un triángulo rectilíneo y el hecho de que sus tres ángulos valgan dos rectos, o la idea de montaña y la de valle; de suerte que no repugna menos concebir un Dios (es decir, un ser sumamente perfecto) al que le falte la existencia (es decir, al que le falte una perfección), de lo que repugna concebir una montaña a la que le falte el valle”.

__________________________________________________Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas, Meditación quinta (Alfaguara, Madrid 1977, p. 55)

JJUANUAN P PABLOABLO II II en los números 14 y 42 de su EECNCÍCLICACNCÍCLICA “F “FIDESIDES ETET R RATIOATIO”” cita a San Anselmo y su visión de Dios y el conocimiento que el hombre puede tener de Él:

14.14. <<La enseñanza de los dos Concilios Vaticanos abre también un verdadero horizonte de novedad para el saber filosófico. La Revelación introduce en la historia un punto de referencia del cual el hombre no puede prescindir, si quiere llegar a comprender el misterio de su existencia; pero, por otra parte, este conocimiento remite constantemente al misterio de Dios que la mente humana no puede agotar, sino sólo recibir y acoger en la fe. En estos dos pasos, la razón posee su propio espacio característico que le permite indagar y comprender, sin ser limitada por otra cosa que su finitud ante el misterio infinito de Dios.Así pues, la Revelación introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca; más bien la empuja a ampliar continuamente el campo del propio saber hasta que no se dé cuenta de que no ha realizado todo lo que podía, sin descuidar nada. Nos ayuda en esta tarea una de las inteligencias más fecundas y significativas de la historia de la humanidad, a la cual justamente se refieren tanto la filosofía como la teología: San Anselmo. En su Proslogion, el arzobispo de Canterbury se expresa así: « Dirigiendo frecuentemente y con fuerza mi pensamiento a este problema, a veces me parecía poder alcanzar lo que buscaba; otras

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veces, sin embargo, se escapaba completamente de mi pensamiento; hasta que, al final, desconfiando de poderlo encontrar, quise dejar de buscar algo que era imposible encontrar. Pero cuando quise alejar de mí ese pensamiento porque, ocupando mi mente, no me distrajese de otros problemas de los cuales pudiera sacar algún provecho, entonces comenzó a presentarse con mayor importunación [...]. Pero, pobre de mí, uno de los pobres hijos de Eva, lejano de Dios, ¿qué he empezado a hacer y qué he logrado? ¿qué buscaba y qué he logrado? ¿a qué aspiraba y por qué suspiro? [...]. Oh Señor, tú no eres solamente aquel de quien no se puede pensar nada mayor (non solum es quo maius cogitari nequit), sino que eres más grande de todo lo que se pueda pensar (quiddam maius quam cogitari possit) [...]. Si tu no fueses así, se podría pensar alguna cosa más grande que tú, pero esto no puede ser ».(20)>>.

42.42. <<En la teología escolástica el papel de la razón educada filosóficamente llega a ser aún más visible bajo el empuje de la interpretación anselmiana del intellectus fidei. Para el santo Arzobispo de Canterbury la prioridad de la fe no es incompatible con la búsqueda propia de la razón. En efecto, ésta no está llamada a expresar un juicio sobre los contenidos de la fe, siendo incapaz de hacerlo por no ser idónea para ello. Su tarea, más bien, es saber encontrar un sentido y descubrir las razones que permitan a todos entender los contenidos de la fe. San Anselmo acentúa el hecho de que el intelecto debe ir en búsqueda de lo que ama: cuanto más ama, más desea conocer. Quien vive para la verdad tiende hacia una forma de conocimiento que se inflama cada vez más de amor por lo que conoce, aun debiendo admitir que no ha hecho todavía todo lo que desearía: « Ad te videndum factus sum; et nondum feci propter quod factus sum ».(42) El deseo de la verdad mueve, pues, a la razón a ir siempre más allá; queda incluso como abrumada al constatar que su capacidad es siempre mayor que lo que alcanza. En este punto, sin embargo, la razón es capaz de descubrir dónde está el final de su camino: « Yo creo que basta a aquel que somete a un examen reflexivo un principio incomprensible alcanzar por el raciocinio su certidumbre inquebrantable, aunque no pueda por el pensamiento concebir el cómo de su existencia [...]. Ahora bien, ¿qué puede haber de más incomprensible, de más inefable que lo que está por encima de todas las cosas? Por lo cual, si todo lo que hemos establecido hasta este momento sobre la esencia suprema está apoyado con razones necesarias, aunque el espíritu no pueda comprenderlo, hasta el punto de explicarlo fácilmente con palabras simples, no por eso, sin embargo, sufre quebranto la sólida base de esta certidumbre. En efecto, si una reflexión precedente ha comprendido de modo racional que es incomprensible (rationabiliter comprehendit incomprehensibile esse) » el modo en que la suprema sabiduría sabe lo que ha hecho [...],

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¿quién puede explicar cómo se conoce y se llama ella misma, de la cual el hombre no puede saber nada o casi nada ».(43)Se confirma una vez más la armonía fundamental del conocimiento filosófico y el de la fe: la fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda, admite como necesario lo que la fe le presenta>>.

Notas:(20) Proemio y nn 1. 15: PL 158, 223-224.226; 235.(42) S. Anselmo, Prosologio, 1: PL 158, 226.(43) Id., Monologio, 64: PL 158, 210.

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