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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XLIII, No 85. Urna-Boston, 1 er semestre de 2017, pp. 23-40 GEOGRAFÍAS EN LA FLORIDA DEL lNCA: PINTANDO LA TERRA INCOGNITA Resumen Eva V alero Juan Universidad de Alicante El planteamiento de la dificultad de "pintar" la naturaleza incógnita al comien- zo de La Florida del Inca por parte del Inca Garcilaso de la Vega abre la posibili- dad de análisis de la obra desde el punto de vista de las geografías literarias y de la construcción de la naturaleza y el paisaje. Esta se aborda, por tanto, desde el punto de vista del sujeto enunciador que se sitúa ante lo que está en proceso de ser visto o descubierto por los españoles, como aporte tanto a los estudios con- cretos sobre La Florida, como a los que han planteado en la obra completa del Inca la temática relativa a la visión de la naturaleza en conexión con sus cono- cimientos sobre historia natural. Esta perspectiva permite a su vez planteamien- tos sobre la visión del Inca Garcilaso con respecto a los pueblos preshispáni- cos, así como la vinculación de las construcciones de la naturaleza con elemen- tos de la épica ya senalados por la crítica. Palabras clave: Inca Garcilaso, La Florida, geografía, paisaje, naturaleza. Abstract The difficulty of "painting'.' an unknown nature at the beginning of La Florida del Inca by Inca Garcilaso de la Vega opens the possibility of analyz- ing the work from the point of view of literary geography and the construction ofNature and landscape. This topic is approached from the perspective of the observer who stands before what is in the process of being seen or discov- ered by the Spaniards, as a contribution to the specific studies on La Florida and to those who have raised, in the complete work of the Inca, the theme related to the vision of nature in connection with his knowledge of natural histo- ry. This perspective allows approaches on the vision of Inca Garcilaso with re- spect to the pre-Hispanic peoples as well as linking the constructions of nature with elements of the epic already indicated by critics. Krywords: Inca Garcilaso, La Florida, geography, landscape, nature.

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA

Año XLIII, No 85. Urna-Boston, 1 er semestre de 2017, pp. 23-40

GEOGRAFÍAS EN LA FLORIDA DEL lNCA:

PINTANDO LA TERRA INCOGNITA

Resumen

Eva V alero Juan Universidad de Alicante

El planteamiento de la dificultad de "pintar" la naturaleza incógnita al comien­zo de La Florida del Inca por parte del Inca Garcilaso de la Vega abre la posibili­dad de análisis de la obra desde el punto de vista de las geografías literarias y de la construcción de la naturaleza y el paisaje. Esta se aborda, por tanto, desde el punto de vista del sujeto enunciador que se sitúa ante lo que está en proceso de ser visto o descubierto por los españoles, como aporte tanto a los estudios con­cretos sobre La Florida, como a los que han planteado en la obra completa del Inca la temática relativa a la visión de la naturaleza en conexión con sus cono­cimientos sobre historia natural. Esta perspectiva permite a su vez planteamien­tos sobre la visión del Inca Garcilaso con respecto a los pueblos preshispáni­cos, así como la vinculación de las construcciones de la naturaleza con elemen­tos de la épica ya senalados por la crítica. Palabras clave: Inca Garcilaso, La Florida, geografía, paisaje, naturaleza.

Abstract The difficulty of "painting'.' an unknown nature at the beginning of La Florida del Inca by Inca Garcilaso de la Vega opens the possibility of analyz­ing the work from the point of view of literary geography and the construction ofNature and landscape. This topic is approached from the perspective of the observer who stands before what is in the process of being seen or discov­ered by the Spaniards, as a contribution to the specific studies on La Florida and to those who have raised, in the complete work of the Inca, the theme related to the vision of nature in connection with his knowledge of natural histo­ry. This perspective allows approaches on the vision of Inca Garcilaso with re­spect to the pre-Hispanic peoples as well as linking the constructions of nature with elements of the epic already indicated by critics. Krywords: Inca Garcilaso, La Florida, geography, landscape, nature.

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Regresar al Inca Garcilaso de la Vega implica situarse ante la prolífica obra crítica que su obra ha generado, notablemente acre­centada en las últimas décadas, sobre todo en los últimos años con la aparición de libros recientes entre los que destaco Encontrando un inca. Ensqyos escogidos sobre el Inca Garcilaso de la Vega de José Antonio Mazzotti (2016), Garcilasismo creativo y critico: nueva antología, del mis­mo Mazzotti y Eduardo González Viaña (2016), Inca Garcilaso and Contemporary World Making de Sara Castro-Klaren y Christian Fer­nández Palacios (2015) y el libro de Raquel Chang-Rodríguez Carto­grafía garcilasista (2012). Asimismo, para el tema que me ocupa en es­tas, páginas -otro abordaje a La Florida del Inca- resultan esenciales los volúmenes editados en 2006 por la misma autora, Raquel Charig-Rodríguez, bajo el título Franqueando fronteras. La Florida del Inca, y por Carmen de Mora, Nuevas lecturas de la Florida del Inca en 2008. Ambos están constituidos por aportes fundamentales para nuevas visiones esclarecedoras sobre diferentes aspectos que atañen a La Florida y que requerían la iluminadora visión que los autores proyectan en cada uno de sus trabajos. A partir de estas perspectivas ya abordadas planteo una nueva cala en la obra desde un flanco que estimo necesario a la luz del estado de la cuestión: el análisis de las geografías literarias en la crónica del Inca Garcilaso en relación con la naturaleza y el paisaje.

El punto de partida para tal objetivo se sitúa al comienzo de la obra, en el Capítulo II del Libro Primero, titulado "De la historia de La Florida del Inca, contiene la descripción della", donde Garcilaso ya nos expone la problemática que tal tema plantea, en tanto que uno de los objetivos centrales del autor -como en general de los cronistas que relataron desde el lado europeo procesos de la con­quista- surge ante la necesidad de dar noticia de lo hallado en la empresa de conquista de los territorios correspondientes a la exten­sa región de la Florida en la expedición de Hernando de Soto. El Inca nos sitúa aquí en la idea de paisaje ignoto y, por tanto, en cons­trucción, en un momento en el que el estado de conocimientos geo­gráficos sobre la región se ciñe, como señala Raquel Chang­Rodríguez, a que "por la elaborada cartografía de las costas del sur y

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oeste de la zona (el área del Golfo particularmente), ya se sabía que esa tierra no era una isla sino un continente"1 (Cartogrqfía ... 109):

La descripción de la gran tierra Florida será cosa dificultosa poderla pintar tan cumplida como la quisiéramos dar pintada, porque como ella por todas partes sea tan ancha y larga, y no esté ganada ni aun descubierta del todo, no se sabe qué confines tenga. Lo más cierto, y lo que no se ignora, es que al mediodia tiene el mar océano y la gran isla de Cuba. Al septentrión (aunque quieren decir que Hernando de Soto entró mil leguas la tierra adentro, como adelante tocaremos), no se sabe dónde vaya a parar, si con­fme con la mar o con otras tierras (La Florida 3; la cursiva es núa).

La idea que se deduce de estas líneas me sugirió parte del título del presente artículo: pintar la terra incognita, o sea, lo que está en proceso de ser visto o descubierto por los españoles, en un proyecto de escritura consistente en seguir describiendo siempre algo que va a cambiar a esa categoría progresivamente Oa de descubierto) y que por tanto configura un hermoso espacio de incertidumbre; describir, pues, lo que a cada paso va a convertirse en "lo que no se ignora". Al interés que suscita tal proceso se une el uso metafórico del verbo "pintar" para referirse a escribir sobre la geografía y la naturaleza, o sea, para describirla. U na búsqueda en el Corpus diacrónico del es­pañol de la RAE -acotada a los Siglos de Oro- sobre este uso del verbo pintar referido metafóricamente a la escritura, revela que no es un uso frecuente, aunque sí atestiguado en Fray Jerónimo de Mendieta, en una carta de 1562 ("hay lenguas para pintar y encare­cer algunas faltas de frailes") o en el Tirant lo blanc (1511), cuando el autor habla de la dificultad de "pintar en el blanco papel el descono­cimiento humano de la desconocida fortuna". El CORDE da tam­bién otro ejemplo en la obra del Inca, en este caso en Comentarios reales, en el capítulo XXII del libro Octavo:

[ ... ] las seiscientas y cincuenta leguas de poniente a oriente, sin las vueltas y revueltas del río [Apurímac], se las da la carta de marear, que, aunque no suelen los mareantes entremeterse en pintar las cosas de la tierra adentro, sino las del mar y sus riberas, quisieron salir de sus términos con este río,

1 "Se especulaba entonces si, atravesándolo, se podría hallar otra ruta para llegar a la China pues La Florida se veía como una masa territorial extendida hacia el norte y oeste del actual estado de idéntico nombre de los Estados Uni­dos de Norteamérica" (Chang-Rodríguez, Cartogrcifíagarcilasista 109-110).

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por ser el mayor que hay en el mundo y por decir que no sin causa entra en la mar con la grandeza de setenta leguas de boca (Comentarios reales 221).

En suma, la idea de "pintar" la geografía incógnita resulta un campo de análisis que permite un aporte tanto a los estudios con­cretos sobre La Florida, como a los que se han dedicado a observar en la obra completa del Inca la temática colindante a la aquí plan­teada: la relativa a la visión de los elementos de la naturaleza en rela­ción con los conocimientos del Inca Garcilaso sobre historia natu­ral, sabiamente estudiados y explicados por Luis Millones en el tra­bajo "Filosofía e historia natural en el Inca Garcilaso" (2006).

El fragmento citado, y su fmal, abren esa idea de paisaje en cons­trucción en una doble dirección: la que atañe a lo que se ve y por tanto a lo que se va conociendo en la expedición (y que hasta el momento se ignoraba), y la referida a su traslación a la escritura, que por defmición siempre va a ser una recreación subjetiva a través de la cual la naturaleza se convierte en paisaje letrado. La Florida se nos presenta desde esta óptica como un "texto repleto de ojos" que ob­servan esa realidad (y cuya versión testimonial, como sabemos, lle­garía a la pluma del Inca fundamentalmente a través del relato de Gonzalo Silvestre), tomando la idea del entrecomillado de Margo Glantz (17), desde la que escribió sobre los paisajes en la literatura de Juan Rulfd.

Es de saber que la idea, pintar la terra incognita, se sustenta, cla­ro está, en la larga tradición que construye la naturaleza como uno de los grandes temas de la literatura hispanoamericana; construcción que recuerdo, antes de entrar al análisis específico, a través de Artu­ro U slar Pietri, quien en su imprescindible artículo "Lo criollo en la literatura" llamó la atención sobre el eje de la naturaleza y geografía de América como tema que se convertiría en topos constitutivo de la tradición literaria hispanoamericana:

El héroe por excelencia de la literatura hispanoamericana es la naturaleza. Domina al hombre y muestra su avasalladora presencia en todas partes. A la árida literatura castellana llevan los primeros cronistas de Indias, más que la noticia del descubrimiento de costas y reinos, un vaho de selvas y un ru­mor de aguas. Los ríos, las sierras, las selvas son los personajes principales

2 En el texto que introduce el catálogo de las fotografías de paisajes de Mé­xico que hiciera el escritor (Juan Ril!fo fotógrqfo), titulado "Los ojos de Juan Rul­fo".

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de esas crónicas deslumbradoras para el castellano que las lee desde la sole­dad de su parda meseta. Es con bosques, con crecientes, con leguas con lo que luchan Cabeza de Vaca, o Gonzalo Pizarro, u O rellana (U slar Petri 244).

Tenemos pues, la idea, y su fijación en la tradición. Pero en estas líneas introductorias interesa plantear una segunda idea principal -que se incardina con la de U slar Petri- para la cual acudo a Claudio Guillén en su artículo "Paisaje y literatura. Los fantasmas de la otre­dad" (1989). Aqui, Guillén formula que entendemos la naturaleza como "inmensa zona de otredad", y por tanto el paisaje como "la omisión del hombre" en ese espacio, denotando sin embargo al mismo tiempo "su esfuerzo por descubrir" en él "significaciones y valores que justifican el mundo y su propia pertenencia a él" (95). U slar Pie tri nos sitúa justo en esta idea de la naturaleza que es "lo otro" al ser humano, y que en el contexto de la conquista duplica la noción de "otredad", en tanto que además es una naturaleza desco­nocida por quienes la van a relatar del lado europeo; naturaleza que, por ignota, se va a tratar de dotar de significación para justificar el mundo que va a nacer de esa conquista. El mecanismo para ello será la escritura, "los textos repletos de ojos" que convertirán la natura­leza en paisaje, "consiguiendo -como teoriza Claudio Guillén- que una porción de tierra adquiera por medio del arte calidad de signo de cultura" (78). Ello nos sitúa ante la consabida dicotomía oralidad (América) y escritura (Europa) surgida del choque cultural de la Conquista, que será medular en los Comentarios reales, si bien La Flo­rida también se construye como "una prosa marcada por el tejido de testimonios orales y escritos", como señala Chang-Rodríguez (Carto­grafía garcilasista 1 03).

Hecha esta introducción, y fijadas las dos ideas principales, pa­semos a ver cómo el Inca Garcilaso construye a través de la escritu­ra esa porción de tierra, el vasto territorio denominado la Florida por Ponce de León en la expedición de 1513. Una selección de fragmentos clave revela la convivencia de la geografía real y la ima­ginaria que, como ha sido sobradamente estudiado, se amalgamó en las crónicas de Indias con la incorporación transculturadora de los mitos antiguos que se proyectan en el espacio americano. El caso de la Florida no es una excepción. Así continúa el texto tras el primer fragmento citado, en estas líneas en las que pareciera que visualiza-

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mos aquellos primeros mapas de América que iban dibujando, con prolijidad de errores que el tiempo iría minimizando en la cartogra­fía, las tierras que se iban descubriendo:

Al levante, viene a descabezar con la tierra que llaman de los Bacallaos, aunque cierto cosmógrafo francés pone otra grandísima provincia en me­dio, que llama la Nueva Francia, por tener en ella siquiera el nombre. Al poniente conflna con las provincias de las Siete Ciudades, que llamaron así sus descubridores de aquellas tierras, los cuales, habiendo salido de México por orden del visorrey don Antonio de Mendoza, las descubrieron año de mil y quinientos y treinta y nueve, llevando por capitán a Francisco Vázquez Coronado, vecino de dicha dudad (3).

El verbo "llamar" se repite en estas líneas en las que efectiva­mente nombrar es el acto principal con el que se comienza a dotar de significaciones, desde el punto de vista europeo, esa "inmensa zona de otredad" que es el para ellos inédito paisaje. "Lla­mar"/ nombrar utilizando nombres antiguos, la Nueva Francia o las míticas Siete Ciudades de Cíbola -que los primeros españoles en llegar a estas tierras situaron allí- es además la forma de comenzar a vincularse con ese territorio y de apropiárselo. El fm: construir esa "pertenencia" sobre la que reflexiona Claudia Guillén.

La visión de la naturaleza en La Florida, que como vamos a ver no es unidireccional, sino que es heteróclita y hace confluir todos los tópicos generados por las crónicas de Indias (la América idílica y maravillosa, la inhóspita, la fértil y por tanto gananciosa) c9mienza con el acto fundacional a través de la palabra. Y ese eurocéntrico bautizo de la realidad en relación con la naturaleza está presente a lo largo de toda la obra. Así por ejemplo al comienzo comprendemos el porqué del nombre la Florida, en una explicación que contiene las ideas de significación y pertenencia destacadas por Guillén:

Al cabo de ellos, con tormenta, dio en la costa al septentrión de la isla de Cuba, la cual costa, por ser día de Pascua de Resurrección cuando la vio, la llamó la Florida, y fue el año de mil y quinientos y trece, que según los computistas se celebró aquel año a los veinte y siete de marzo. Los Reyes Católicos le hicieron merced de ella, donde fue con tres navíos el año de quince. Otros dicen que fue el de veinte y uno. Y o sigo a Francisco López de Gómara; que sea el un año o el otro, importa poco (3-4).

Como vemos, la precisión cronológica no es para el Inca funda­mental, lo cual resulta significativo para comprender que el objetivo de su proyecto es ante todo el relato de las historias acaecidas en la

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Florida, y no tanto la precisión del historiador. Veamos a continua­ción en ese relato fragmentos significativos que nos permiten hablar de esa confluencia de visiones de la naturaleza americana antes anunciada.

De la Edad de Oro a El Dorado, y un anticipo a la teoría de los climas

En el Capítulo XXII, titulado "Las provisiones que el goberna­dor proveyó en Santiago de Cuba, y de un caso notable de los natu­rales de aquellas islas", se encuentra un fragmento en el que conflu­yen las dos temáticas contenidas en este primer punto de análisis: América como reedición de la Edad de Oro, en toda su riqueza, y el mito del Dorado imponiendo el reverso a la edad feliz, como puede verse en el relato citado a continuación.

Recordemos primero que la asociación explícita entre el pasado prehispánico y la Edad de Oro ya había sido constituida previamen­te por toda una serie de autores a lo largo del siglo XVI. Fernando Aínsa cita en su imprescindible De la Edad de Oro a El Dorado. Génesis del discurso utópico americano/ (1992) diversos fragmentos de crónicas de Indias que realizaron esa asociación y que recuperaron de este modo el gran mito de la clasicidad grecolatina: esa Edad de Oro que desde Hesíodo hasta Macrobio, Ovidio, Virgilio, Séneca, etc. se construyó como lugar feliz en el que la codicia era imposible, porque el hom­bre subsistía de los bienes que la tierra ofrece, por lo que no tenía la necesidad de "codiciar" otras metas. Entre dichos fragmentos po­demos recordar, por ejemplo, la referencia de Aínsa a Pedro Mártir de Anglería, que en sus Decadas de Orbe Novo explica el uso del cacao como moneda de cambio por parte de los aztecas, y que le lleva a concluir: "Oh, feliz moneda, que proporciona al linaje humano tan deliciosa y útil poción y mantiene a sus poseedores libres de la in­fernal peste de la avaricia, ya que no se te puede enterrar ni conser­var mucho tiempo" (Década I, Libro III, cap. VIII). Y más adelante el cronista apunta explícitamente: "Viven en plena Edad de oro y no rodean sus propiedades con fosos, muros ni setos. Habitan en huer­tos abiertos, sin leyes, sin libros y sin jueces y observan lo justo por

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interés natural" (en Aínsa 107r. Esta visión, concluye Aínsa, se repi­te con asiduidad en las crónicas de Indias convirtiéndose así en un verdadero tópico.

Pero el tópico no siempre fue formulado con idéntica perspecti­va sobre la historia de América. Recordemos, antes de entrar en La Florida, que el Inca Garcilaso, en sus Comentarios reales, dio nueva vida al mito a través de la creación utópica de una Edad de Oro in­caica que preparó el camino para la llegada de los españoles -y por tanto para el advenimiento del cristianismo-. En La Florida, sin em­bargo, la construcción del mito se sustancia en la naturaleza. Así, el inicio del mencionado capítulo nos sitúa ante el mito paradisíaco por el cual es posible vivir de los frutos de la tierra evitando con ello la codicia inherente al sistema económico y mercantil occidental, si bien el mito aparece opacado por el que es un anticipo de la teoría climática degeneradora de lo americano que tendría su auge en el siglo XVIII:

Y entonces estaba aquella tierra próspera y rica y muy poblada de indios, los cuales, poco después, dieron en ahorcarse casi todos. Y la causa fue que, como toda aquella región de tierra sea muy caliente y húmeda, la gente nat­ural que en ella había era regalada y floja y para poco trabajo. Y como por la mucha fertilidad y frutos que la tierra tiene de suyo, no tuviesen necesidad de trabajar mucho para sembrar y coger, que por poco maíz que sembraban cogían por año más de lo que habían menester para el sustento de la vida natural, que ellos no pretendían otra cosa; y, como no conociesen el oro por riqueza ni lo estimasen, hacíaseles de mal el sacarlo de los arroyos y so­bre haz de la tierra donde se cría, y sentían demasiadamente, por poca que fuese, la molestia que sobre ello les daban los españoles (21).

Sigue el relato y el Inca Garcilaso da un paso más al incorporar la extendida idea de la tendencia del "indio" no sólo a la holgazane­ría, sino también al vicio:

Y como también el demonio incitase por su parte, y con gente tan simple, viciosa y holgazana pudiese lo que quisiese, sucedió que, por no sacar oro, que en esta isla lo hay bueno y en abundancia, se ahorcaron de tal manera y

3 Aínsa da también el ejemplo de Vasco de Quiroga, quien en Información en derecho (1535) escribe: los indígenas, "como los siervos entre aquellas gentes que llaman de oro y de edad dorada, se contentan con poco y con lo de hoy, me­nosprecian y olvidan las otras cosas tan queridas y deseadas y codiciadas de este nuestro revoltoso mundo, cuanto por ellos olvidadas y menospreciadas en este dorado suyo" (en Aínsa 110).

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con tanta prisa que hubo día de amanecer cincuenta casas juntas de indios ahorcados con sus mujeres e hijos de un mismo pueblo, que apenas quedó en él hombre viviente, que era la máyor lástima del mundo verlos colgados de los árboles, como pájaros zorzales cuando les arman lazos. Y no basta­ron remedios que los españoles procuraron e hicieron para lo estorbar. Con esta plaga tan abominable se consumieron los naturales de aquella isla y sus comarcas, que hoy casi no hay ninguno (21).

En suma, la responsabilidad de la tragedia aquí relatada recae sobre los propios indígenas de aquellas islas, denigrados en este caso a través de la argumentación que vincula el clima con el carácter de sus gentes, que en el siglo XVIII tendría su formulación pretendi­damente científica en la serie de teorías vertidas desde Europa (Buf­fon, De Paw) que denigraban lo americano fundamentándose en el influjo determinante de los climas sobre las especies naturales y las capacidades del ser humano. La polémica generada por estas teorías fue sabiamente analizada en todas sus vertientes por Antonello Gerbi en su clásico La disputa del N u evo Mundo. Historia de una polémi­ca) 1750-1900 (1955), en cuya "Introducción" se remonta a los ante­cedentes de la misma cuando plantea que

los descriptores antiguos de la naturaleza americana, y en particular el más grande de ellos, Gonzalo Femández de Oviedo (1526, 1535), ya habían ob­servado con asidua perspicacia las muchas peculiaridades físicas del Nuevo Mundo, las muchas diferencias existentes entre los animales de América y los de los países más conocidos por los europeos. Pero, aun cuando no dejaron de señalar ciertos aspectos relativamente débiles, ciertas deficiencias específicas de las Indias -como hicieron entre otros el padre Acosta (1590), Antonio de Herrera (1601-1615) y el padre Cobo (1653)- no llegaron nunca a coordinar sus observaciones en una teoría general de la inferioridad de la naturaleza americana (tan ·admirada y tan amorosamente ilustrada por ellos), ni mucho menos a teorizar sobre una pretendida "inmadurez" o "degenera­ción" de las nuevas tierras (Gerbi 3-4).

El Inca Garcilaso, como se observa en el citado texto, da un pa­so más allá con respecto a sus predecesores en su ejemplificación -anticipo de teorización- de dicha inmadurez en algunos grupos in­dígenas (de los que los Incas se diferenciarán radicalmente en Co­mentarios). En este punto interesa observar la contradicción que se produce con respecto a lo señalado por Luis Millones en su citado trabajo sobre la visión de la naturaleza por parte del Inca Garcilaso. Argumenta Millones, ejemplificando con fragmentos de La Florida

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sobre los cérvidos americanos en comparación con las especies eu­ropeas, o sobre los leones americanos -que el Inca ve menos gran­des, pero igual de fieros-, y con otros aspectos de esa misma natura­leza como el maíz o la medicina indígena, que

esta defensa del tamaño y fiereza de la fauna de Indias, así como la val­oración del maíz por encima del trigo, y la reivindicación de la medicina indígena muestran que Garcilaso conocía los debates sobre la naturaleza americana. Sin embargo, es claro también que Garcilaso eligió no exponer de manera directa los debates que implicaban temas de illosofía natural. Detrás de los médicos que apreciaban el maíz sobre el trigo, los españoles que aprovecharon de la medicina nativa, y de los exploradores de la Florida que vieron de cerca a ciervos y leones americanos, Garcilaso participa -a su manera- en los debates que dilucidaban filosóficamente la naturaleza de Indias (s. p.).

Ello constata una aparente paradoja del Inca en relación con di­chos debates sobre la naturaleza americana, en tanto que la defensa de la misma no se acompasa con el planteamiento sobre "los natu­rales" de este capítulo. Aparente porque Garcilaso estaría proyec­tando aquí una visión acerca de los indígenas de aquellas tierras co­lindante a la que utilizaría para construir en Comentarios reales la ver­sión bárbara de los pueblos preincas, o de los habitantes del cabo de Passau en la actual provincia de Manabí (Ecuador), justo por donde pasa la línea equinoccial, en la zona tórrida4

; versión bárbara y "sal­vaje" que, como es bien sabido, le permitiría ensalzar e iluminar con mayor énfasis a los Incas como pueblo civilizador a través de la transposición de la praeparatio evangelica de Eusebio de Cesarea. En todo caso, esta diversidad de visiones no es sino una prueba más de la complejidad del Inca Garcilaso como el hombre "heterogéneo" que supo ver y plantear Antonio Cornejo Polar en su imprescindible

4 "Passau reaparece en el libro noveno cuando el narrador describe los dio­ses, costumbres y reducción de los Manta <<y la de otras [naciones] muy bárba­ras» entre las cuales ubica a los habitantes de ese cabo. Repite aquí su localiza­ción debajo de la línea equinoccial y los describe como «barbaríssimos sobre cuantas nasciones sujetaron los Incas». Esa extrema bestialidad se confirma por medio de los tópicos tradicionales asociados con la humanidad americana: an­dan desnudos, con los labios horadados, la cara pintada, los cabellos mugrien­tos; no tienen casas, ni agricultura, ni mujeres conocidas; son ignorantes de sus hijos y abiertamente sodomitas" (Chang-Rodríguez, Cartograftagarcilasista 177).

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obra Escribir en el aire, concretamente en su análisis sobre "la armo­nía imposible" y "desgarrada" en la obra de nuestro autor5

La naturaleza fértil

Como acabamos de ver, en La Florida una jmagen principal es la de la fertilidad, de modo que el tópico de la América paradisíaca, y explotable económicamente, tiene en la obra un desarrollo principal. Se repite también en La Florida el proceso de descripción que siem­pre parte del referente europeo o español, en el consabido afán de hacer comprensible el relato al lector peninsular. Por ejemplo, en este fragmento del capítulo X del Libro II, titulado "Cómo se em­pieza el descubrimiento y la entrada de los españoles tierra adentro":

Por todas las veinte y cinco leguas que Baltasar de Gallegos y sus com­pañeros desde el pueblo de Hirrihigua hasta el de Urribarracuxi anduvieron, hallaron muchos árboles de los de España, que fueron parrizas, como atrás dijimos, nogales, encinas, morales, ciruelos, pinos y robles, y los campos apacibles y deleitosos, que participaban tanto de tierra de monte como de campiña. Había algunas ciénagas, mas tanto menores cuanto más la tierra adentro y apartado de la costa de la mar (48).

En otros fr~gmentos relativos a la fertilidad, el Inca comienza a proyectarse como el intérprete idóneo que se erigirá deftnitivamente en toda su dimensión en Comentarios, por ejemplo, cuando en algu­nos momentos introduce el léxico americano, haciendo gala de su americanidad y por tanto de esa cualidad de traductor de culturas fundamental en su obra posterior. Así, leemos en el capítulo XV del Libro Sexto, "que estaban cogiendo fruta debajo de un árbol grande llamado guayabo en lengua de la isla Española y savintu en la mía del Perú" (333).

Algunos fragmentos sobre la fertilidad, comenzando por el capí­tulo XVII del Libro Sexto apuntan a la ya destacada traslación del mito de la Edad de Oro. Escribe el Inca en la misma dirección de Pedro Mártir de Ariglería o Vasco de Quiroga: "no tenían necesidad de plantar morales para criar seda pues los habían hallado en tanta cantidad, como se ha visto, con la demás arboleda de nogales de tres

5 Vid. el capítulo "Garcilaso: la armonía desgarrada" de Escribir en el aire 83-95.

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maneras, ciruelos, encinas y roble, y la abundancia de uvas que ha­llaban por los campos" (336). Una riqueza que extrapola a todas las tierras conquistadas, abundando así en la idea de América-Paraíso terrenal, pero desde el planteamiento de su potencial económico:

A este comparar de unas cosas a otras se acrecentaba la memoria de las muchas y buenas provincias que habían descubierto [ ... ] . Acordábaseles la fertilidad y abundancia de todas ellas, la buena disposición que tenían para producir las mieses, semillas y legumbres que de España les llevasen y la comodidad de pastos, dehesas, montes y rios que tenían para criar y multi­plicar los ganados que quisiesen echarles (337).

Es decir, Garcilaso no proyecta una visión paradisíaca de la natu­raleza desde el punto de vista de la curiosidad ante la geografía física de otros cronistas como José de Acosta y Fernández de Oviedd, si no es para ligarla a la agricultura y a la potencial transformación de la naturaleza americana a través de la importación de especies traí­das de España, como ha planteado Luis Millones:

basa su historia natural en el significado cultural y, podria decirse, ecológico de los elementos de la naturaleza que describe. Se trata de una visión desde la agricultura, de la naturaleza en tanto inmersa en el mundo social y económico. No debe sorprendernos entonces la presencia en su biblioteca del que fuera quizá el libro más influyente en esta materia en la época, la Obra de Agricultura de Gabriel Alonso de Herrera, publicado por primera vez en 1513 (s. p.).

Finalmente, la exaltación del territorio de La Florida conduce a este fragmento en el que la comparación es con México y Perú:

Con lo cual pudiera ser que hubiera dado principio a un imperio que fuera posible competir hoy con la Nueva España y con el Perú, porque en la grandeza de la tierra y fertilidad de ella, y en la disposición que tiene para plantar y criar, no es inferior a ninguna de las otras, antes se cree que les hace ventaja (Cap. XXI, Libro Sexto, 346).

Esta reedición del discurso de la fertilidad en La Florida también da pie a la descripción de especies vegetales tan características y en­démicas de México como el maguey:

6 Vid. Jorge Olcina, "La fascinación por los paisajes del Nuevo Mundo en la obra de los cronistas de Indias: La Historia natural y moral de las Indias de José de Acosta" (2016).

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hallaron en una choza y un pavo de los de tierra de México, que en el Perú no los había, y un gallo y dos gallinas de las de España y un poco de con­serva hecha de unas pencas de uri árbol llamado maguey, que son como pencas de cardo, del cual árbol hacen los indios de la Nueva España muchas cosas, como vino, vinagre, miel y arrope, de un cierto licor dulce que las hojas, quitado el tronco, echan a cierto tiempo del año, y las pencas tiernas, cocidas y puestas al sol, son sabrosas de comer y asemejan en la vista al calabazate, aunque no tienen que ver con él en bondad (Cap. 15, Libro Sexto, 333).

Con todo, queda claro que la dimensión significativa del espacio físico que se está construyendo, en aras de comenzar a vincularse al territorio, está en estos fragmentos planteada desde el punto de vista de la riqueza potencial. Tesis ya planteada esclarecedoramente por Millones en la conclusión de su mencionado artículo:

Para Garcilaso, me atrevería a proponer, lo importante de la historia natural era ofrecer un panorama de la transformación del mundo natural peruano con la llegada de la flora, la fauna y las personas de Europa. De manera que podría verse a Garcilaso como un primer comentarista de lo que Alfred Crosby llamó en 1972: «El intercambio colombino»; y que ha dado lugar a muchos estudios de historia ecológica (s. p.f

Sin embargo, todo ello no es óbice para que encontremos tam­bién en La Florida el reverso, esa otra cara de la naturaleza america­na que ya había aparecido en otras crónicas, incluida la última carta de relación de Hernán Cortés. Así, la fluctuación entre la naturaleza idílica y la naturaleza real, en toda su braveza, es una constante en La Florida como lo es también, por poner un ejemplo paradigmático de la convivencia de ambas imágenes, en La Araucana de Alonso de Ercilla.

7 A lo que Millones añade: "En la historia natural de Garcilaso aprendemos de las plantas y animales como alimentos, como parte de la economía local y como parte de la historia del intercambio biológico de especies. La perspectiva desde la agricultura se revela desde el vocabulario. Garcilaso comienza sus capí­tulos de historia natural hablando de los «frutos», aquello que se goza de labrar y cultivar la tierra, divididos en los que se «crían>> encima y los que se «crían>> debajo de la tierra. Más adelante hablará del ganado <<manso», las aves <<mansas», es decir que el énfasis está en lo cultivado y domesticado, mientras que las plantas y animales «bravos» ocupan un lugar secundario en cada capítu­lo" (s. p.).

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La naturaleza inhóspita

La vinculación de La Florida con La Araucana ha sido certera­mente estudiada por Carmen de Mora desde un punto de vista que planteo a continuación en conexión con las visiones de la naturale­za: el análisis de las amplificaciones que "demuestra que el Inca es­taba muy familiarizado con los procedimientos de la epopeya" (Mo­ras. p.). En su trabajo, Carmen de Mora plantea los vínculos de La Florida con las obras épicas de Matteo Maria Boiardo, Ludovico Ariosto y Ludovico Dolce, "pero la obra más próxima a La Florida del Inca, sobre todo por el tema, los enfrentamientos entre indios y españoles durante la Conquista, y el escenario americano es La Araucana de Ercilla". Desde esta constatación, Mora testimonia, con una serie de ejemplos, "algunos de los procedimientos amplificati­vos más recurrentes en La Florida (paralelismos, simetrías, repeticio­nes y antítesis)" y comprueba "cómo el tratamiento particular de la dualidad o disyunción exclusiva, propia del discurso épico, constitu­ye su principal soporte estructural". A lo que añade una cuestión fundamental para lo que planteo en relación con la naturaleza:

Pero es importante distinguir que en unos casos la dualidad concierne a as­pectos meramente retóricos y constructivos, relativos a la sintaxis narrativa (la dispositio), y en otros hay que añadir un componente moral e ideológi­co. Es en estos últimos donde, más allá de la simple retórica, interviene el discurso mestizo del Inca que, al juicio negativo de los europeos sobre la incapacidad y falta de entendimiento de los indios, le contrapone la elo­cuencia de sus discursos, la ejemplaridad (en el caso del cacique Mucoso, por ejemplo) y la valentía de sus hazañas, en un esfuerzo por equilibrar la visión sobre conquistadores y vencidos (Mora s. p.).

Si bien este enaltecimiento no es efectivo para algunos pueblos indígenas, como hemos visto con anterioridad, el mecanismo de la dualidad propio de la épica, tan marcado en La Araucana, es aplica­ble asimismo a las visiones de la naturaleza en La Florida que aquí nos ocupan. Y a desde el capítulo XI del Libro Segundo encontra­mos esa naturaleza que se convierte por momentos en el enemigo principal de los conquistadores:

Con estas imaginaciones se daba más prisa a caminar, sirviendo de espuelas a todos los que con él iban, hasta que llegaron a una grande y mala ciénaga. Dificultando todos el pasar por ella, sólo Vasco Porcallo hizo instancia a

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que entrasen. [ ... ] Mas, a pocos pasos que el teniente general dio, cayó el caballo con él, donde se hubieran de ahogar ambos (49).

En el capítulo XXII del Libro Sexto, leemos: "se levantó des­pués de medio día el viento norte con la ferocidad y pujanza que en aquella costa más que en otra parte suele correr, el cual los echaba la mar adentro, que era lo que siempre habían temido" (328). Y en el XIII, el relato continúa insistiendo en la bravura de una naturaleza que, fmalmente, se está convirtiendo en estos pasajes en motivo de exaltación de la heroicidad de los españoles:

todo este tiempo anduvieron nuestros españoles resistiendo las olas y el viento, sin dormir ni comer tan sólo un bocado porque el temor de la muerte [ ... ] cuando, cerca de ponerse el sol, vieron tierra por delante, la cual se descubría de dos maneras. La que se descubría por delante y volvía a mano derecha de como los nuestros iban era costa blanca y parecía ser de arena, porque con el viento recio que hacía veían mudarse muchos cerros de ella de una parte a otra con facilidad y presteza. La costa que volvía a mano izquierda de los nuestros se mostraba negra como la pez (329).

Costa blanca y costa negra son una bella metáfora de ese proce-dimiento dual que atraviesa la obra en diferentes aspectos, entre los que se cuentan también las visiones de la naturaleza, que no obede­cen sino a la descripción de su esencia. De modo que vemos cómo el Inca está trazando, a través de la escritura basada en el relato de Gonzalo Silvestre, una imagen de América que responde al tópico que parte de Colón para vincular la imagen paradisiaca con el po­tencial económico.

La unión de ambas naturalezas. Pintar la terra incognita

Esa fluctuación en la representación de la naturaleza convertida en paisajes contrapuestos a veces se da la mano en un mismo frag­mento. Así leemos en el Capítulo XII del Libro Sexto: "Pasados los ocho días que tardaron en brear los carabelones, salieron nuestros castellanos de aquella fresca ribera y playa apacible y siguieron su viaje llevando siempre cuidado de ir tierra a tierra porque algún viento norte, que los hay en aquella costa muy furiosos, no los en­golfase en alta mar" (327). De la paz a la furia, en defmitiva, la plu­ma del Inca Garcilaso construye estos paisajes en los que lo incógni­to es la pauta del relato, como en el capítulo XIII:

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Entonces un mozo que se decía Francisco [ ... ] les elijo: "Señores, yo conozco esta costa, que he navegado por ella dos veces sirviendo de paje a un navío, aunque no conozco la tierra ni sé cuya es. Aquella costa negra que parece a nuestra mano izquierda es tierra de pedernal y costa brava, y corre muy larga hasta llegar a la V eracruz. En toda ella no hay puerto ni abrigo que nos pueda socorrer, sino peña tajada y navajas de pedernal donde, si damos al través, moriremos todos hechos pedazos entre las ondas y las pe­ñas. La otra tierra que parece por delante y vuelve a nuestra mano derecha es costa de arena y por eso parece blanca. Toda ella es limpia y mansa, por lo cual conviene que antes que el día nos falte y la noche cierre, procuremos dar en la costa blanca, porque, si el viento nos aparta de ella y nos echa so­bre la negra, no nos queda esperanza de escapar con las vidas (329).

Esta idea es obviamente recurrente a lo largo de toda la obra, en tanto que lo que se relata es un proceso de des-cubrimiento: "y ha­bía de ir por tierra que no conocía ni sabía si por el camino había otros ríos o esteros, o si estaba segura de enemigos, porque, como se ha dicho, no sabían en qué región estaban", leemos en el capítulo XIV del Libro Sexto (332).

En suma, la expresada dificultad de poder "pintar" la Florida a través de la palabra al comienzo de la obra, atraviesa las páginas en las que el relato de todo lo acaecido en la expedición de Hernando de Soto va configurando un cuadro que siempre queda desdibujado al fondo en sus perspectivas. Lo incógnito frente a "lo no ignorado" impone la apertura de lo incierto. Y deriva fmalmente en la hermo­sura de un cuadro en el que nunca todo está definido ni cerrado. Muy al contrario, todos los horizontes están en permanente apertu­ra. Y mientras la embarcación o los pasos avanzan, la escritura del Inca Garcilaso que da cuenta de ellos transforma la naturaleza en paisaje diverso, en signo de cultura que será a veces Paraíso terrenal y otras el temible enemigo que rechaza ese sentido de pertenencia que se estaba tratando de conquistar. Con La Florida del Inca el espa­cio de otredad se hacía menos otro y más comprensible, pues es con la palabra con la que lo ininteligible puede "leerse" y comenzar a comprenderse. En ese proceso pondría todo su empeño el Inca Garcilaso, para ofrecer después, en los Comentarios reales, la lectura de su propia historia, la de los Incas y conquistadores del Perú. Pero allí ya no querría pintar lo incógnito, sino que se empeñaría en con­vencer a los lectores de que pintaba la tierra conocida y, en buena

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parte, vivida. El cuadro resultante es él mismo: el traductor de cultu­ras o, para ser más exactos, el desgarrado intérprete ideal.

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