La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos … · Lo que vive un santo canonizado es...

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COMISIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS Arquidiócesis de México Encuentro: Los procesos de canonización y los santos inspirados por la Eucaristía 22 de septiembre de 2004 La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos ° Pbro. Dr. Julián Arturo López Amozurrutia «Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?» 1 . Estas palabras del Papa Juan Pablo II en su última Encíclica pueden servirnos de marco y orientación para la presente participación. Nuestro objetivo es reflexionar sobre el sacramento central de la Iglesia, la Eucaristía, y su vínculo con el fruto más noble de la vida eclesial, los santos. Para reflexionar sobre la Eucaristía como fundamento e inspiración de los santos, podríamos proceder a través de un método empírico, inductivo, evidenciando desde ejemplos concretos la vivencia de la Eucaristía como algo central en su logro cristiano. Este camino sería válido, pues la vida de los santos es verdaderamente un testimonio privilegiado del río de gracia que constituye la Tradición de la Iglesia, y, en este sentido, constituye un lugar teológico; por cierto, poco frecuentado. Sin embargo, y sin prescindir del recurso a la fenomenología de la santidad en la Iglesia, quisiera proceder a través del planteamiento de una tesis. Para demostrarla, es mi intención recordar algunos principios de nuestra fe, tanto en lo que respecta a la Eucaristía como en lo que respecta a la espiritualidad, y corroborarlos, entonces sí, con algún ejemplo. Nuestra tesis puede enunciarse de la siguiente manera: La Eucaristía contiene en sí la forma de la espiritualidad y, por ende, de la santidad en la Iglesia . Esta idea puede ser ° Publicado en G. SÁNCHEZ SÁNCHEZ (ed), La Eucaristía, inspiración de los Santos, México 2005, 11-33. 1 JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia [=EcEu], 61.

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COMISIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS

Arquidiócesis de México Encuentro: Los procesos de canonización y los santos inspirados por la Eucaristía

22 de septiembre de 2004

La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos°

Pbro. Dr. Julián Arturo López Amozurrutia

«Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la

Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la

fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a

Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu

Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la

Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?»1.

Estas palabras del Papa Juan Pablo II en su última Encíclica pueden servirnos de

marco y orientación para la presente participación. Nuestro objetivo es reflexionar sobre el

sacramento central de la Iglesia, la Eucaristía, y su vínculo con el fruto más noble de la vida

eclesial, los santos. Para reflexionar sobre la Eucaristía como fundamento e inspiración de

los santos, podríamos proceder a través de un método empírico, inductivo, evidenciando

desde ejemplos concretos la vivencia de la Eucaristía como algo central en su logro

cristiano. Este camino sería válido, pues la vida de los santos es verdaderamente un

testimonio privilegiado del río de gracia que constituye la Tradición de la Iglesia, y, en este

sentido, constituye un lugar teológico; por cierto, poco frecuentado. Sin embargo, y sin

prescindir del recurso a la fenomenología de la santidad en la Iglesia, quisiera proceder a

través del planteamiento de una tesis. Para demostrarla, es mi intención recordar algunos

principios de nuestra fe, tanto en lo que respecta a la Eucaristía como en lo que respecta a la

espiritualidad, y corroborarlos, entonces sí, con algún ejemplo.

Nuestra tesis puede enunciarse de la siguiente manera: La Eucaristía contiene en sí

la forma de la espiritualidad y, por ende, de la santidad en la Iglesia. Esta idea puede ser

° Publicado en G. SÁNCHEZ SÁNCHEZ (ed), La Eucaristía, inspiración de los Santos, México 2005, 11-33.1 JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia [=EcEu], 61.

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desglozada haciendo ver que a cada una de las facetas del misterio eucarístico corresponde

un acento de santidad vivida o espiritualidad. Sugiero, para ello, proceder en dos

momentos: en primer lugar, destacando los principios generales de la comprensión de la

espiritualidad cristiana y de la Eucaristía al interno de la vida de la Iglesia; en segundo

lugar, desglozando una especie de tipología de la santidad, en referencia a las diversas

facetas del misterio eucarístico.

La vocación universal a la santidad, que el Concilio Vaticano II puso de relieve en

su Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium2 y que el Papa Juan Pablo II ha

identificado como el programa de la pastoral de la Iglesia del tercer milenio cristiano3, nos

permite visualizar una panorámica amplia de la santidad en la Iglesia, para entender, por

una parte, que no se trata de una nota peculiar de algunos privilegiados del Pueblo de Dios,

y para precisar, por otra, el papel específico de los santos canonizados en la dinámica

eclesial. Lo que vive un santo canonizado es lo que todo cristiano está llamado a vivir. En

este sentido, espiritualidad y santidad no sólo se relacionan, sino están llamadas a

identificarse.

La identidad de toda la Iglesia ha quedado perfilada en la misma Constitución: «La

Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, un signo e instrumento de la íntima

unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»4. Podríamos decir, de hecho, que

con estas palabras de define también la santidad, es decir, el cumplimiento de la vocación

de cada bautizado en la unión con Dios y la unión con los hombres. La identidad de la

Iglesia como sacramento de esta comunión y de la santidad en la Iglesia como la vivencia

de la misma, tiene evidentes resonancias eucarísticas. También Juan Pablo II lo ha

percibido: «La Iglesia, mientras peregrina aquí en la tierra, está llamada a mantener y

promover tanto la comunión con Dios trinitario como la comunión entre los fieles. Para

ello, cuenta con la Palabra y los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la cual “vive y se

desarrolla sin cesar”, y en la cual, al mismo tiempo, se expresa a sí misma. No es

casualidad que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos

de este sublime Sacramento»5.

2 Cf. LG V.3 JUAN PABLO II, Carta Apostólica «Novo millenio ineunte», 30-31.4 LG 1.5 EcEu 34.

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I – EUCARISTÍA Y SANTIDAD

a) Santidad y espiritualidad cristianaEl profeta Isaías, en una descripción de singular belleza, presenta una visión del

Señor sentado sobre un trono alto y sublime, en torno al cual serafines de seis alas repiten:

«Santo, Santo, Santo» (cf. Is 6,1-3). Santo es, en sentido estricto, sólo Dios. Para el pueblo

que ha sido incorporado a la Alianza con Dios, la Santidad divina se convierte en una

exigencia social, cultual y moral: el pueblo mismo debe ser santo, porque su Dios es Santo

(cf. Lv 11,45-46). Esta estructura veterotestamentaria, llegada la plenitud de los tiempos, se

focaliza totalmente en Jesús como el Santo de Dios (cf. Lc 1,35; Mc 1,24), único mediador

entre Dios y los hombres (Hb 9,15), a partir del cual se entenderá ahora toda participación

efectiva en la santidad de Dios. Esta es la razón por la cual, en tiempos neotestamentarios,

«santos» eran los hermanos que habían nacido a la vida nueva del Espíritu a través del

bautismo (cf., v.gr., Hch 9,13; Rm 1,7; 8,27; 1Co 1,2). La unión con Cristo es así, ahora,

condición para la incorporación salvífica – santificadora – en la vida de Dios.

La Iglesia primitiva acogió el hecho de que la Eucaristía era un lugar privilegiado

para el ejercicio de tal comunión. El apóstol san Pablo nos lo hace ver, delante de una

situación de escándalo, y lo plantea con firmeza: «La copa de bendición que bendecimos,

¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión

con el cuerpo de Cristo?» (1Co 10,16). La consecuencia natural de dicha constatación

implica la comunión eclesial: «Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo

cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan» (1Co 10,17). La Eucaristía es, así

vista, ejercicio peculiar de la comunión con Cristo que genera al mismo tiempo la

comunión eclesial; lugar privilegiado para ejercitar la condición de «santo» como

pertenencia de Dios en Cristo.

Una vez vislumbrada esta concepción fundante de la santidad cristiana y su natural

vínculo con la comunión eucarística, es posible identificar que ella nos abre en general a la

vivencia espiritual, a la espiritualidad. «Espiritualidad» significa, por una parte, la

condición espiritual del hombre; es decir, un acercamiento antropológico a la espiritualidad

pone en evidencia las condiciones por las que el ser humano es dueño de sí mismo por su

conciencia y libertad, y se encuentra abierto a la trascendencia. Ahora bien, esta condición

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fundamental humana nos abre a un segundo significado del término «espiritualidad», en el

cual hablamos del modo específico como el hombre realiza su condición espiritual. Existe,

en este sentido, una espiritualidad budista, una espiritualidad judía, una espiritualidad

incluso atea. Dentro de este sentido, lo característico del cristiano es orientar su vida a

partir de Cristo, y, al interno del cristianismo, los diversos modelos de seguimiento de

Cristo. Evidentemente hay que constatar un estatuto peculiar en la espiritualidad cristiana,

en el que se reconoce el orden sobrenatural de la acción del Espíritu en el bautizado. Por

último, existe un tercer sentido de la palabra «espiritualidad», que indica el estudio

sistemático de la condición espiritual del hombre y de los modos concretos en que se

realiza la experiencia espiritual. Se trata del nivel científico de la espiritualidad, que en el

ámbito cristiano, reconociendo lo específico del seguimiento de Cristo y del orden de la

gracia, podemos llamar Teología espiritual.

En estos tres niveles de comprensión de la «espiritualidad», desde el acercamiento

específicamente cristiano, la «santidad» implica la realización de la propia constitución

espiritual bajo la acción del Espíritu Santo – santificador – en una configuración con Cristo

– el Santo – en la propia condición histórica, y ello en un grado de plenitud que cumple el

audaz planteamiento del Señor: «Ustedes, pues, sean perfectos, como es perfecto su Padre

celestial» (Mt 5,48). Esta vocación a la plenitud implica la activación de los dones recibidos

por el creyente hasta el punto de verificarse en grados de heroísmo dentro del propio

contexto histórico y cultural. Ello ocurre en quienes la Iglesia reconoce públicamente como

«santos» – aunque no sólo en ellos –, como realización, finalmente, de lo que todo cristiano

está invitado a vivir, la comunión con Cristo, el Señor.

b) En la Eucaristía está todo el tesoro de la IglesiaPara nutrir al cristiano en esta realización espiritual, cuenta de manera especial con

el sacramento de la Eucaristía. En ella, nos ha recordado el Papa recientemente, está todo el

tesoro de la Iglesia, porque en ella está Cristo. «La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene

todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida,

que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo»6.

6 EcEu 1, citando PO 5.

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Conviene insistir en el peso de esta afirmación. La Eucaristía condensa de manera

sencilla y a la vez cargada de sentido la dimensión cristológica, trinitaria, cósmica y eclesial

de nuestra redención. A lo largo de su última Encíclica, el Santo Padre va colocando el

conjunto de los misterios de la salvación ante nuestros ojos, evidenciando que todos ellos

están de alguna manera representados y actualizados en la celebración Eucarística: la

encarnación del Verbo de Dios, sus palabras y obras, su muerte sacrificial en la Cruz, su

Resurrección, el envío del Espíritu Santo y la configuración de la Iglesia, y finalmente su

conducción de la Iglesia hacia la plenitud escatológica. Si Cristo es el artífice y el contenido

mismo de la salvación, la dimensión cristológica de la Eucaristía emerge en cualquier

acercamiento que realicemos a ella. Así, la consagración y la consecuente presencia

sacramental de Cristo es prolongación de la Encarnación, y el carácter sacrificial del

sacramento es memorial del misterio pascual.

Desde la dimensión cristológica de la Eucaristía nos abrimos a su dimensión

trinitaria. Lo que se realiza en la Eucaristía se sintetiza en la gran doxología: Por Cristo,

con Cristo y en Cristo se da gloria al Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo. La

salvación que el Padre nos entrega en Cristo se convierte circularmente en un acto de

alabanza. También el Papa nos abre a la contemplación de esta realidad. Lo que Cristo

realiza en la Eucaristía es ante todo un don al Padre. «Ciertamente es un don a favor

nuestro, más aún, de toda la humanidad, pero don ante todo al Padre: “sacrificio que el

Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo ‘obediente hasta

la muerte’ con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la

resurrección»7. Y afirma de igual modo que «por la comunión de su cuerpo y de su sangre,

Cristo nos comunica también su Espíritu»8. La configuración trinitaria de la salvación y de

la Eucaristía trasluce, por otra parte, el alcance cósmico del don divino: «Verdaderamente,

éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de

Dios creador retorna a Él redimido por Cristo»9.

Este movimiento salvífico incorpora directamente la acción eclesial, configurándola

con una dinámica propia. El Concilio Vaticano II habló de la Liturgia en general y de la

7 EcEu 13.8 EcEu 17.9 EcEu 8.

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Eucaristía en particular como «fuente y culmen de la vida cristiana»10. «La Liturgia – nos

enseña – es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente

de donde mana toda su fuerza»11. Y nos especifica, hablando de todos los bautizados:

«Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios

la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por

la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino

cada uno según su condición»12. El dinamismo eclesial a través del cual el cristiano recibe

el don de la salvación y eleva su vida como ofrenda a Dios se configura, así, de acuerdo con

la Eucaristía, como su fuente y su culmen, alimento y expresión, posibilidad y realización.

c) La Eucaristía, forma de la santidadYa desde este acercamiento general es posible evidenciar el sentido de nuestra tesis:

en la Eucaristía el cristiano se encuentra en el contexto privilegiado de realizar su vocación

a la santidad. En ella tiene acceso desde Cristo, en la Iglesia, al misterio del Dios Trino que

se le ofrece como realización de su propia vida, integrando al mismo tiempo la totalidad de

los dones vitales recibidos en un orden que a la vez santifica el cosmos y permite ofrecer la

propia existencia como alabanza al Padre. Si Cristo está presente en la Eucaristía – y con Él

la dinámica de nuestra salvación –, es posible reconocer el contenido y la dinámica

eucarística como forma de la espiritualidad y de la santidad en la Iglesia. Si la espiritualidad

cristiana se verifica como un seguimiento de Cristo, a quien el bautizado se incorpora y de

quien participa en comunión en la Eucaristía, y si la Eucaristía contiene todo el tesoro de la

Iglesia porque contiene a Cristo mismo, la Eucaristía es el don por excelencia y la práctica

eclesial por antonomasia en la que el cristiano se cristifica y cristifica su existencia. En ella

se incorporan los ritmos naturales de la vida humana, de modo que la celebración

eucarística es como la diástole, que dilata la fuerza salvífica hacia todos los ámbitos de

realización de la existencia cristiana, y a la vez la sístole, que reúne estos ámbitos en el

corazón eucarístico de Cristo, que atrae a todos hacia sí (cf. Jn 12,32). Es, pues, fuente y

culmen de la santidad cristiana.

10 Cf. LG 11.11 SC 10.12 LG 11.

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La vinculación entre la santidad y la Eucaristía puede quedar, además, subrayada a

partir del artículo de la profesión de fe del Símbolo Apostólico que dice: «Creo en la

comunión de los santos». En la explicación de este artículo, el Catecismo de la Iglesia

Católica nos dice que «la comunión de los santos es precisamente la Iglesia»13, y que

existen dos niveles de comprensión de la expresión: la comunión en las cosas santas y la

comunión entre las personas santas14. En todo caso, la raíz de ambos niveles de

comprensión depende de la comunión con Cristo: «Como todos los creyentes forman un

solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que

existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya

que El es la cabeza... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta

comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia»15. Un lugar especial,

evidentemente, en esta comunión, lo ocupa entre las realidades santas el sacramento de la

Eucaristía16, y entre las personas santas, quienes gozan ya de la presencia de Dios en el

cielo17.

Esta doble faceta de la comunión de los santos tiene, por otra parte, una expresión

muy rica en la práctica celebrativa de la Iglesia. Se trata de un signo discreto, en muchas

ocasiones descuidado, pero de un rico contenido. Desde los orígenes mismos de la

Eucaristía la invocación del Espíritu Santo para la consagración de los dones ha ido

acompañada de una invocación del mismo Espíritu para la consagración de los fieles. Es

significativo que el mismo Espíritu que transforma la ofrende del pan y del vino en el

Cuerpo y la Sangre del Señor, sea invocado para la unificación de los fieles en Cristo. De la

13 CICat 946.14 Cf. CICat 946-962.15 CICat 947, citando S. TOMÁS DE AQUINO, De symb. 10.16 «El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos... El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación». CICat 950, citando el Catecismo Romano 1, 10, 24.17 «Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad...no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad». Y también: «No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios». CICat 956 y 957, citando LG 49 y 50.

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comunión sacramental brota la comunión eclesial, y ello por la acción del Espíritu de

Cristo. La transubstanciación y la conformación del cristiano con su Señor son dos

realizaciones concretas y vinculadas de la gracia del Espíritu18.

La santidad del cristiano, en síntesis, es la realización de su vocación bautismal, que

se verifica como la «forma eucarística» que su vida asume bajo la acción del Espíritu. Con

razón el Papa llama a los santos «intérpretes de la verdadera piedad eucarística»19.

II – TIPOLOGÍA EUCARÍSTICA DE LA SANTIDAD

En base a estas consideraciones globales, un acercamiento a los rasgos

fundamentales de la teología eucarística nos permite descubrir que las modalidades

tradicionales – y por otra parte, siempre frescas – de la espiritualidad cristiana son

connaturales al Sacramento. Dibujemos, en este sentido, una tipología eucarística de la

santidad. En todo momento hay que ser conscientes de que nunca encontraremos en la vida

concreta de un bautizado la realización pura de una modalidad exclusiva de santidad. En

todo caso, queremos referirnos a ciertos acentos que la vivencia de la comunión con Cristo

marca como rasgos específicos del seguimiento del Maestro. Distintas facetas del misterio

eucarístico se relacionan, así, con modos privilegiados de vivir la santidad en la Iglesia.

Podemos mencionar, en primer lugar, dos modalidades dominantes: la santidad

contemplativa y la santidad oblativa.

a) Santidad contemplativaUna de los temas característicos de la teología de la Eucaristía es la presencia real

de Cristo en el Sacramento. De alguna manera, este misterio es la prolongación sacramental

del misterio cristológico de la Encarnación. El Papa lo recuerda: «La representación

sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por su resurrección, implica

una presencia muy especial que se llama “real” ... ya que por ella ciertamente se hace

18 «La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en el origen de la Iglesia, de su constitución y de su permanencia, continúa en la Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la Liturgia de Santiago: en la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo “sirvan a todos los que participan en ellos [...] a la santificación de las almas y los cuerpos”. La Iglesia es reforzada por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los fieles». EcEu 23.19 EcEu 62.

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presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro»20. La temática hunde sus raíces en la

shekinah veterotestamentaria y se realiza con toda fuerza en el Emmanuel (cf. Mt 1,23;

28,20), en el Verbo que pone su morada en medio de los hombres (cf. Jn 1,14). Ella

constituye, en la práctica eucarística, una invitación al reconocimiento de dicha presencia

en la fe y la adoración. Así lo reconoce el mismo Papa: «“Adoro te devote, latens Deitas”,

seguiremos cantando...»21.

Así, al misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía corresponde una

espiritualidad contemplativa. Es la vivencia de tantas familias religiosas fundadas sobre la

idea de vivir en adoración permanente, asumiendo simbólicamente el rol de María, la

hermana de Marta, en el pasaje evangélico (cf. Lc 10,38-42). En muchas ocasiones, en

efecto, espiritualidad contemplativa se ha identificado con adoración eucarística. Con

frecuencia, esta adoración implica la participación en la oblatividad propia de la oración

como intercesión por el mundo o por los sacerdotes. Tal vez en esta misma línea cabría

profundizar aún más la dimensión de la santidad implicada en la oración litúrgica como la

viven, por ejemplo, las comunidades benedictinas.

Pero como ejemplos más directos quisiera remitirme al período de oro de la mística

española, que constituye también la matriz de la identidad católica mexicana. Ignacio de

Loyola, por ejemplo, que en sus Ejercicios quiere ni más ni menos que llevar al hombre a

una decisión radical de vida por Jesucristo, y que tiene, por ende, como único programa, la

santidad del ejercitando, invita en su estilo de meditación a implicar todos los sentidos, la

imaginación, la fantasía, la memoria, y en una palabra todo recurso que esté a la mano del

ser humano, incluyendo la afectividad, para volcarse en adoración contemplativa ante los

misterios de Jesucristo. Ello se trasluce también en su famosa oración eucarística, por

demás contemplativa en lo concreto de los signos:

«Anima Christi, sancrifica me. Corpus Christi, salva me. Sanguis Christi, inebria

me. Aqua lateris Christi, lava me. Passio Christi, conforta me. O bone Jesu, exaudi me:

Intra tua vulnera absconde me: Ne permittas me separari a te: Ab hoste maligno defende

me, In hora mortis meæ voca me, Et jube me venire ad te, Ut cum Sanctis tuis laudem te, In

sæcula sæculorum. Amen»22.20 EcEu 15.21 EcEu 15.22 IGNACIO DE LOYOLA, Exercicios Spirituales, Madrid 1962, 8.

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En un tenor distinto, según su propia personalidad, también la fe en el ámbito

simbólico de la noche tiene en Juan de la Cruz un toque eucarístico. En su Cantar de la

alma que se huelga de conoscer a Dios por fe, cuyo estribillo repite: «Que bien sé yo la

fonte que mana y corre, aunque es de noche», dice en sus últimas estrofas: «Aquesta eterna

fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida aunque es de noche. Aquí se está

llamando a las criaturas y de esta agua se hartan, aunque a oscuras aunque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche»23.

Es posible, pues, del misterio de la encarnación del Verbo, que se prolonga

sacramentalmente en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, derivar una espiritualidad

y, por consiguiente, un modelo de santidad contemplativa.

b) Santidad martirialUn segundo modelo básico de espiritualidad cristiana puede descubrirse como

derivación del otro polo del misterio cristológico, el misterio pascual, que la Eucaristía

actualiza en su dimensión de memorial del sacrificio de Cristo. Hablando con sus discípulos

en la institución de la Eucaristía, nos recuerda el Papa, el Salvador «no afirmó solamente

que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor

sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en

la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos»24. De esta realidad se desprende

que la Iglesia «esté llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo»25,

y en ella cada bautizado. De hecho, en ello consiste, según Lumen gentium, el ejercicio del

sacerdocio bautismal: «Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida

cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto

por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción

litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición. Pero una vez saciados con el

cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo

de Dios aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo

23 S. JUAN DE LA CRUZ, Obras completas, Burgos 1998, 63-64.24 EcEu 12.25 EcEu 13.

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sacramento»26. Es posible, pues, reconocer una espiritualidad oblativa, que se convierte en

un modelo de santidad martirial.

Son muchos los ejemplos que han vinculado el martirio a la vivencia eucarística.

Uno de los más antiguos nos remite a uno de los más amados y famosos santos eucarísticos

de la antigüedad cristiana, San Tarcisio, para cuya tumba el Papa Dámaso escribió en el

cementerio de Calixto: «...Cuando insana muchedumbre oprimía al santo Tarsicio, portador

de los sacramentos de Cristo, para que los divulgase ante los profanos, él prefirió dar herido

[por las piedras] la vida antes que traicionar a favor de perros rabiosos los miembros

celestiales»27. Cabría también pensar, por poner otro ejemplo en esta misma línea, y

añadiéndole la perspectiva del sacerdocio ministerial como configuración con Cristo

ofrenda, en la actitud plenamente eucarística del P. Pro en su dinamismo apostólico ante la

persecusión y su conciencia eucarística ante el martirio. Sin embargo, quisiera reservar su

mención para más adelante. Un último ejemplo, que no terminó con el martirio de sangre

pero que sin duda tuvo la peculiaridad de la oblación vivida personalmente, es la vivencia

del cardenal Van Thuan en la prisión, quien pudo escribir: «Amadísimo Jesús, esta noche,

en el fondo de mi celda, sin luz, sin ventana, calientísima, pienso con intensa nostalgia en

mi vida pastoral. Ocho años de obispo, en esa residencia, a sólo dos kilómetros de mi celda

de prisión, en la misma calle, sobre la misma playa... Oigo las olas del Pacífico, las

campanas de la catedral. -Antes celebraba con patena y cáliz dorados, ahora tu sangre está

en la palma de mi mano. -Antes recorría el mundo dando conferencias y reuniones, ahora

estoy recluido en una celda estrecha, sin ventana. -Antes iba a visitarte al tabernáculo,

ahora te llevo conmigo, día y noche, en mi bolsillo. -Antes celebraba la misa ante millares

de fieles, ahora en la oscuridad de la noche, dando la comunión por debajo de los

mosquiteros. -Antes predicaba los ejercicios espirituales a los sacerdotes, a los religiosos, a

los laicos... ahora un sacerdote, también él prisionero, me predica los Ejercicios de san

Ignacio a través de las grietas de la madera. -Antes daba la bendición solemne con el

Santísimo en la catedral, ahora hago la adoración eucarística cada noche a las 21 horas, en

silencio, cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta

breve oración: “Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos: todas las tristezas, los

26 LG 11.27 J. SOLANO, Textos Eucarísticos Primitivos I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 322.

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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos

sufrimientos, las angustias, hasta mi misma muerte. Amén”. Soy feliz aquí, en esta celda,

donde crecen hongos blancos sobre mi estera de paja enmohecida, porque Tú estás

conmigo, porque Tú quieres que viva contigo. He hablado mucho en mi vida, ahora ya no

hablo. Es tu turno, Jesús, para hablarme. Te escucho: ¿qué me has susurrado? ¿Es un

sueño? Tú no me hablas del pasado, sino del presente. No me hablas de mis sufrimientos,

angustias... Tú me hablas de tus proyectos de mi misión»28.

De hecho, la fuerza desde la cual el obispo logró escribir tales palabras durante su

aislamiento en la prisión de Phú Khánh, en la fiesta del Santo Rosario de 1976, depende de

una conciencia de identificación martirial con Cristo: «Ofrezco la Misa junto con el Señor:

cuando distribuyo la comunión me doy a mí mismo junto al Señor para hacerme alimento

para todos. Esto quiere decir que estoy siempre al servicio de los demás. Cada vez que

ofrezco la misa tengo la oportunidad de extender las manos y de clavarme en la Cruz de

Jesús, de beber con Él el cáliz amargo. Todos los días al recitar y escuchar las palabras de

la consagración, confirmo con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un

pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía»29.

Las dos modalidades hasta aquí mencionadas concentran, sin duda, las dos actitudes

fundamentales de la santidad cristiana: el reconocimiento adorante de la presencia y el

ofrecimiento sacrificial de la propia existencia. Ambas constituyen los polos del misterio

cristológico y las dimensiones más destacadas de la teología eucarística. Ambas proyectan

los dos estilos característicos de la espiritualidad cristiana: el contemplativo y el activo.

Pero desde ellas es posible aún profundizar aspectos del seguimiento de Cristo que

configuran eucarísticamente la santidad cristiana. Hablemos ahora de una santidad

apostólica, de una santidad profética, de una santidad caritativa y de una santidad en la vida

cotidiana.

c) Santidad apostólica

28 F.X. NIGUYEN VAN THUAN, Cinco panes y dos peces. Un gozoso testimonio de fe desde el sufrimiento en la cárcel, México 1998, 46-48.29 Ibid, 42-43.

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Entre los temas característicos de la teología eucarística se encuentra el de la

«institución». La Eucaristía se remite a un acto consciente y fundacional del Señor Jesús,

realizado en la Última Cena. En ese momento, «los Apóstoles, aceptando la invitación de

Jesús en el Cenáculo: “Tomad, comed... Bebed de ella todos...”, entraron por vez primera

en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la

Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por

nosotros: “Haced esto en recuerdo mío...”»30.

La celebración eucarística es obediencia a una institución, a un encargo, a una

misión. Las palabras consagratorias terminan siempre con esta mención: «Haced esto en

conmemoración mía». Por ello se reconoce en la Última Cena no sólo la institución de la

Eucaristía, sino la institución, sobre los Doce, del ministerio sacerdotal. Se trata de un

encargo al que la Iglesia ha de mantenerse fiel, encargo que se ha de propagar y es también,

en este sentido, misionero. De este rasgo de la Eucaristía es posible derivar una

espiritualidad apostólica, en el doble sentido de institución jerárquica y de mandato

misionero.

Pasemos a los ejemplos. Ya insinué antes que el P. Pro podría muy bien ser

estudiado desde su conciencia eucarística en el martirio. Esta conciencia depende, si lo

observamos detenidamente, de su honda identidad sacerdotal. Diversos testimonios sobre

su vida insisten en la estricta devoción que manifestaba al momento de celebrar la

Eucaristía, que contrastaba, además, con su talante naturalmente bromista y aparentemente

superficial. Su celo apostólico con rasgos eucarísticos, dependiente siempre de su

obediencia religiosa, puede ser descubierta en esta carta que escribe a su provincial:

«Después de la partida del P. Ambía se me recargó el trabajo, pues a medida de mis fuerzas

me quedé con la feligresía de la Sagrada Familia. Antes de que las cosas se extremaran

más, tenía mis centros eucarísticos a donde iba todos los días a llevar la sagrada comunión,

que fluctuaban entre 300 a 400 diarias. Los primeros viernes aumentaban casi al triple y en

los tres primeros viernes que pude llevarla fueron de 900 a 1300 y del 1500 el último. Ya se

imaginará Ud. Lo que esto significa para un pobre curita, sin experiencia de trabajo de

confesiones. Muy caballero en una bicicleta de mi hermano, andaba desbocado por esas

30 EcEu 21.

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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos

calles de Dios, en peligro próximo de la vida, pues los camiones de aquí son muy

atrabancados»31.

Sobre esta misma línea, resulta interesante observar su petición de que le permitan

mantener el apostolado en la persecusión: «Es mejor la obediencia que los sacrificios y por

eso no me he movido de donde estoy; con todo permítame decirle una cosa sin pretender en

nada criticar ni murmurar. La situación es muy delicada aquí, hay peligro para todo y sé

que Dios dice que nos ayudemos para que él nos ayude. Sin embargo, la gente está muy

necesitada de auxilios espirituales; de diario me llegan noticias de que muere la gente sin

sacramentos; no hay sacerdotes que afronten la situación, pues por obediencia o por miedo

están recluídos. Contribuir yo con mi granito de arena sería expuesto, si lo hiciera como

antes; pero con discreción y medida no me parece temerario. D. Carlos tiene un miedo muy

grande y cree siempre entre dos cosas la más pesimista. Yo creo que entre la temeridad y el

miedo hay un medio y que entre la extrema prudencia y el arrojo también lo hay. Ya he

indicado esto a D. Carlos pero él teme por mi vida. ¿Mi vida? ¿Pero qué es ella? ¿No sería

ganarla, si la diera por mis hermanos? Cierto es que no hay que darla tontamente, pero

¿para cuándo son los hijos de Loyola, si al primer fogonazo vuelven grupas? Y esto lo digo

no en general, pues hay sujetos que servirán mucho el día de mañana y conviene que se

conserven y se cuiden, pero... ¿tipos como yo? No es, Padre, humildad ni deseo de aparecer

como muy valiente. Es sólo el convencimiento que tengo delante de Dios de lo inútil que

yo soy y de lo poco que puedo valer y de que sería animar mucho a infinidad de gente,

sacerdotes y no sacerdotes, si no abandonásemos a nuestros hermanos hoy que tanto

necesitan los auxilios de la Iglesia»32.

De sus estaciones eucarísticas habla, con menos gravedad, a un hermano de

religión: «Tengo lo que llamo estaciones eucarísticas, a donde voy cada día a dar la

comunión, burlando la vigilancia de los cuicos, unos días en un sitio y otros en otro,

teniendo un promedio de 300 comuniones diarias. Y el ‘Primer Viernes’ tuve yo solo 650

Comuniones; el segundo ‘Primer Viernes’, 800, ¡y el tercero, 910!» Podemos reconocer

fácilmente que este fervor apostólico está en perfecta consonancia con el ulterior

31 A. DRAGÓN, S.J., Vida íntima del Padre Pro, México 19883, 138.32 Ib., 139-140.

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ofrecimiento de su propia vida al ser fusilado, cuando tuvo la gracia de «sacarse la

Lotería».

Cabe también a este propósito indicar, al menos brevemente, la figura peculiar de

san Juan María Vianney, el cura de Ars, cuyo apostolado estuvo también anclado en la

contemplación eucarística. «La espiritualidad sin complicaciones del santo está ahí,

simplemente formulada. “Todo está ahí, hijos míos”. E indicaba su invariable orientación

cuando repetíá: “¿Qué hace nuestro Señor en el tabernáculo? Nos espera”»33.

d) Santidad proféticaLa Eucaristía es un misterio. «“¡Misterio de la fe!”. Cuando el sacerdote pronuncia

o canta estas palabras, los presentes aclaman: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu

resurrección, ¡ven Señor Jesús!”»34. Ahora bien, «la participación en los santos Misterios

“es una verdadera confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la vida por

nosotros y para beneficio nuestro”»35.

Como misterio, que nos remite finalmente al misterio de Cristo, Verbo hecho

hombre para nuestra salvación, llegamos a una realidad que ha de ser reconocida,

proclamada, explicada, profundizada y enseñada; finalmente, ha de ser objeto de profesión

de fe, asumiendo el carácter público de la homología en la que se juega la salvación (cf. Mt

10,32-33). En este sentido, el misterio eucarístico puede llevarnos a reconocer una

espiritualidad y un modelo de santidad profética, en el que públicamente se proclama la

obra de Dios en Cristo, y que continúa, de alguna manera, la misma labor de anuncio y

enseñanza del Maestro.

Aquí podemos mencionar dos ejemplos: el predicador de la Eucaristía, el Doctor

Eucharisticus, san Juan Crisóstomo, y el teólogo de la Eucaristía, santo Tomás de Aquino.

El amor a la Eucaristía y la convicción de su valor mueve conmovedoramente al

«Boca de Oro» en su labor homilética, que quiere contagiar su propia certeza. El gran

predicador es, ante todo, un predicador eucarístico. Lo escuchamos: «Debemos pensar,

desde luego, al llegar a esa mesa sagrada, que está en ella el Señor del mundo; este

pensamiento no podrá menos de hacernos conocer la intención con que nos debemos

33 S.E.M. FOURREY, El Cura de Ars, Barcelona 1956, 26.34 EcEu 5.35 EcEu 14.

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acercar a esa mesa, la santidad de que debe estar adornada nuestra alma, y lo distantes y

alejados que nos debemos hallar del vicio, de la inmundicia, de los pensamientos malos y

de las acciones infames»36. Y en otro lugar: «Pero ya es, por fin, hora de llegar a esta

tremenda mesa. Por tanto, lleguemos con la templanza y vigilancia convenientes. Que no

haya en adelante ningún Judas, ningún malo, ninguno infestado con veneno, o hablando

con la boca de otras cosas o reteniendo en la mente otros pensamientos. Cristo está

presente, y el mismo que preparó la mesa, ahora la adorna. Porque no es el hombre el que

hace que las ofrendas lleguen a ser el cuerpo y sangre de Cristo, sino el mismo Cristo,

crucificado por nosotros. El sacerdote asiste llenando la figura de Cristo, pronunciando

aquellas palabras; pero la virtud y la gracia es de Dios»37.

De otro orden y otro tiempo, pero de la misma intensidad y convicción, es el

testimonio del Doctor Angélico. Santo Tomás no sólo escribió, como es sabido, de manera

magnífica, sobre el misterio eucarístico a nivel teológico, sino que extendió su reflexión al

orden poético, que fue incorporado como el oficio litúrgico de la adoración eucarística. De

su síntesis teológica podemos leer: «El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes

de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los

hombres. Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por

nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su

Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos

lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos

nuestros pecados. Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la

memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su

cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida. ¡Oh

banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede

haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer,

la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al

mismo Cristo, verdadero Dios? No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por

él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de

36 Homilía 6, n. 4, tomada de J. SOLANO, Textos eucarísticos primitivos, I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 535.37 Homilía 1, n. 6, tomada de J. SOLANO, Textos eucarísticos primitivos, I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 480-481.

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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos

todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para

que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos. Finalmente,

nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad

espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que

Cristo mostró en su pasión. Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese

más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de

celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó

este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las

antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular

consuelo en las tristezas de su ausencia»38.

e) Santidad caritativaSi el modelo profético de santidad nos conecta con Cristo como Maestro, en cuanto

incorpora la propia expresividad para confirmar su palabra, un modelo complementario lo

podemos reconocer en la orientación derivada de la acción de Cristo. De hecho, palabra y

acción realizan el sacramento. Un gesto, también profético, acompañó según el evangelio

de San Juan el momento convivial que fue el preámbulo de la pasión del Señor: el lavatorio

de pies. «También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía,

grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada

por su amor. Es significativo que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la

institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del

“lavatorio de los pies”, en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio»39.

Si ritualmente este gesto se repite únicamente en la celebración del Jueves Santo, lo

cierto es que marca la clave de interpretación de toda la Eucaristía. La Tradición con san

Agustín ha repetido insistentemente que el sacramento es un vinculum charitatis40. Como

expresión efectiva de la oblatividad encontrada en la Eucaristía, el cristiano reconoce el

encargo que recibe de vivir el amor concreto por los hermanos. A este respecto, resulta

38 Op. 57. Este fragmento lo encontramos como Segunda Lectura del Oficio de Lectura de la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.39 EcEu 20.40 Cf. Comentario al Evangelio de San Juan, 26,13.

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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos

interesante destacar que esta oblatividad de amor no se separa de la dimensión

contemplativa, sino que encuentra en ella su razón de ser.

Un ejemplo que para nosotros, «hombres modernos», resulta definitivo y arrollador

es el de la beata Teresa de Calcuta. Tal vez la muestra más notable de caridad en nuestro

tiempo, la pequeña y frágil hermana afirmó siempre haber tomado fuerzas para sus jornadas

imposibles precisamente de su insustituible hora de adoración del Santísimo Sacramento.

Dice, en efecto: «Cuando miramos al tabernáculo nos damos cuenta de todo lo que Jesús

nos ha amado a cada uno de nosotros. Sabemos que se convirtió en pan de vida para que

nos pudiésemos amar los unos a los otros. Cristo se convirtió en pan vivo para mostrarnos

ese amor y para brindarnos una ocasión de dar muestras del mismo amor, amándonos unos

a otros»41. Esta fuerza es, al mismo tiempo, de modo quasi-sacramental, la clave de

interpretación del propio servicio de amor. «Habéis visto en la misa – decía la madre a sus

religiosas – con qué delicadeza el sacerdote tocaba a Jesús bajo las apariencias de pan.

Haced también vosotras lo mismo con Jesús bajo el disfraz de los cuerpos rotos de los

Pobres». Y a su regreso, una religiosa recién llegada, sonriendo, aseguró que durante tres

horas había estado tocando el cuerpo de Cristo: «Nada más llegar nosotras, trajeron a un

hombre que había caído en una alcantarilla y que había permanecido allí durante algún

tiempo. Estaba cubierto de heridas, de suciedad y de parásitos. Me tocó limpiarlo. Fui

consciente de estar tocando el cuerpo de Cristo»42. Esta convicción se convierte en un

modelo de espiritualidad y de santidad, y en un programa de vida religiosa: «Para ser

capaces de hacer esto, para poder llevar a cabo una vida tal, toda Misionera de la Caridad

ha de tener una vida impregnada en la Eucaristía. En la Eucaristía vemos a Cristo bajo las

apariencias de pan, mientras en los pobres lo vemos bajo la semejanza dolorida de la

pobreza. La Eucaristía y el pobre no son más que un mismo amor. Para ser capaces de ver,

para ser capaces de amar, tenemos necesidad de una profunda unidad con Cristo, de una

oración intensa. Por eso las Hermanas empiezan su jornada con la misa, la Santa

Comunión, la meditación. Y la cerramos con una hora de adoración al Santísimo. Esta

unión eucarística constituye nuestra fuerza, nuestra alegría y nuestro amor»43.

41 MADRE TERESA DE CALCUTA, Ver Amar Servir a Cristo en los Pobres, Madrid 1991, 5242 Ibid., 170-171.43 MADRE TERESA DE CALCUTA, Seremos juzgados sobre el amor, Madrid 19843,, 42.

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f) Santidad en la vida cotidianaEl heroísmo de la santidad cristiana puede, en algunos casos, amedrentar al hombre

común. Grande es, en efecto, la vocación cristiana a la santidad. Sin embargo, en ningún

momento se ha pretendido que se trate de algo inalcanzable para la mayor parte de los seres

humanos. La grandeza del cristianismo consiste en su pretensión de dirigirse al hombre en

los espacios cotidianos de su realización personal.

A este propósito quisiera destacar una dimensión de la Eucaristía tal vez demasiado

simple para ser percibida en toda su belleza. La Eucaristía se nos presenta como alimento

cotidiano. Es «nuestro pan de cada día», por aplicarle la expresión del Padre nuestro. La

Eucaristía es un banquete, al mismo tiempo sencillo y festivo, cotidiano y extraordinario.

«La eficacia salvífica del sacrificio – nos recuerda el Papa – se realiza plenamente

cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. Recordemos sus palabras:

“Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que

me coma vivirá por mí”»44. Así, «la Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se

ofrece como alimento. Precisamente por eso, es conveniente cultivar en el ánimo el deseo

constante del Sacramento eucarístico»45.

Al asumir el dinamismo de un banquete en la institución de la Eucaristía, Cristo

retomó al mismo tiempo un elemento de su enseñanza – el Reino como un banquete – y de

su acción – el sentarse a la mesa con sus pecadores –. Alimentarse es uno de los elementos

más ordinarios y a la vez fundamentales de la existencia humana; hacerlo en común, uno de

los más nobles. La Eucaristía – y la espiritualidad y la santidad cristiana – se viven en las

coordenadas elementales de la vida humana. La Eucaristía como banquete común nos

conduce al necesario ritmo cotidiano de nutrición en el cual se juega la santidad cristiana.

De hecho, nuestro tiempo ha reconocido el valor singular de la santidad secular, de la

vivencia heróica de las virtudes cristianas en el contexto de la cotidianeidad. Esto no es, en

realidad, algo novedoso, sino lo más original de la pretensión cristiana.

Los ejemplos sobre este aspecto son innumerables, y en muchos casos

contemporáneos. Cabría pensar de manera peculiar en ejemplos de santidad laical, y en

tantos acercamientos al deseo y a la necesidad de comer el pan eucarístico, de nutrirse con

44 EcEu 16.45 EcEu 34.

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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos

él y de hacerse uno con el Señor presente en el Sacramento. Preferiré, sin embargo, a este

propósito, remitirme a quien es considerado santo eucarístico de particular relevancia: San

Pascual Bailón46. Antes de su entrada como hermano franciscano ya era conocido como

pastor por su devoción a la Eucaristía y su emoción al escuchar las campanas que

anunciaban la celebración. Curiosamente, reconoce que por torpeza no fue mártir de la

Eucaristía: habiéndosele acercado un hereje a preguntarle dónde está Dios, él contestó que

en el cielo, y luego se lamentaba de no haber dicho que en la Eucaristía, para ser

martirizado. Lo cierto es que en las más humildes labores pudo mantener la Eucaristía

como su alimento. Síntesis de ello en su vida – más bien monótona, según sus biógrafos, si

se buscan peripecias o actos extraordinarios – fue el momento de su muerte, que coincidió,

según se narra, con el momento en que sonó la campana del templo a lo lejos indicando la

elevación. No hay mejor momento para la muerte de quien se ha alimentado en su vida

ordinaria del pan eucarístico.

Ahora bien, la vinculación de la Eucaristía a la vida cotidiana como alimento nos

remite aún a otro elemento: el cristiano vive una espiritualidad del Reino. El pan cotidiano

es, también, prenda de vida eterna. Todo santo es, finalmente, testigo del Reino anunciado

y realizado por Cristo. En este sentido, la vida presente es testimonio de una vida futura,

sobre la que se da testimonio y desde la cual se alimenta la esperanza cristiana. El cristiano

vive ambos elementos en una fecunda tensión. Por una parte, el cristiano es memoria viva

del futuro definitivo que se espera: «La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el

gozo pleno prometido por Cristo; es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda

de la gloria futura”»47. Ello no significa, sin embargo, enajenación, porque, precisamente

debido a dicha esperanza, la vida completa del cristiano queda orientada en razón de su fin:

«Una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da

impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la

dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. ... Eso no debilita, sino que más bien

estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente»48.

46 Cf. para lo siguiente J. ARRATÍBEL, «San Pascual Bailón», en Año Cristiano II, Madrid 1959, 400-406.47 EcEu 18.48 EcEu 20.

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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos

Este enfoque puede ser, a mi manera de ver, la orientación fundamental que tome el

programa de santidad que el Papa ha invitado a realizar en el nuevo milenio. Esperemos

que los ejemplos, cada vez más nutridos, de la vivencia eucarística, sean los que nos den los

santos que ahora se encuentran en proceso de canonización. Y con ello no me refiero a

aquellos cuyas causas han sido introducidas en la Iglesia, sino a los cristianos que viven aún

hoy y realizan, en su tiempo y espacio, la vocación de santidad que han recibido por su

bautismo y alimentan en la Eucaristía.

Que ellos puedan escuchar y vibrar, conscientes de su identidad y misión, con aquel

bello epitafio de la antigüedad cristiana, cuyo autor, en referencia a Cristo, el Pez salvífico,

se reconocía nutrido y conformado con la Eucaristía: «Raza divina del pez celeste, conserva

un corazón santo, habiendo recibido entre los mortales la fuente inmortal de aguas divinas.

Da vigor a tu alma, querido, con las aguas perennes de la enriquecedora sabiduría. Recibe

el alimento, dulce como la miel, del Salvador de los Santos, come con avidez, teniendo el

pez en tus manos. Que yo me sacie, pues, con el pez; lo deseo ardientemente, Señor

Salvador. Que descanse felizmente mi madre, te suplico, oh luz de los muertos. Ascandio,

padre carísimo de mi alma, con mi dulce madre y mis hermanos, en la paz del pez,

acuérdate de tu Pectorio»49.

CONCLUSIÓN: MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA

Ha sorprendido a algunos y conmovido a muchos la reflexión que el Santo Padre

hizo sobre María como «mujer eucarística» al final de su Encíclica sobre la Eucaristía.

Personalmente, recuerdo que durante el Congreso de Mariología que tuvimos como

preparación a la Canonización de Juan Diego en la Arquidiócesis de México, me había

cautivado la idea de algunos conferencistas de reconocer en el Magnificat un canto

eucarístico50. Para sorpresa mía, la misma idea vino a aparecer en Ecclesia de Eucharistia.

En ese mismo período, una consagrada me comentó las dificultades que ha tenido su

movimiento para que se acepte la advocación mariana: «María Madre de la Eucaristía». La

49 «Epitafio de Pectorio», tomado de J. SOLANO, Textos Eucarísticos Primitivos I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 84-87.50 Cf. María en la fe y en la vida del pueblo mexicano. Congreso Nacional de Mariología. Actas del Simposio celebrado con ocasión de la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, México 2002.

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discusión del problema lingüístico parece remitirnos al Concilio de Éfeso. Pero por encima

del problema terminológico, cabe en nuestro contexto mostrar la consonancia que aparece

en estas intuiciones con el planteamiento fundamental del Papa al señalar a María como

«mujer eucarística»51. Creo que con ello se confirma, como conclusión, la tesis fundamental

que hemos expuesto. Porque María es, de alguna manera, síntesis de los modelos de

santidad. Las virtudes cristianas parecen estar todas en ella, como lo ha pronunciado en más

de una ocasión la devoción cristiana y lo expresan también las letanías marianas.

Ahora bien, no está en discusión la santidad de María, sino su referencia a la

Eucaristía. El recurso histórico aquí resulta insuficiente. No es necesario entrar a la cuestión

del modo como María pudo estar presente en las primeras celebraciones de la fracción del

pan. El Papa alude a ello en su Encíclica52. Tampoco es necesario recordar aquí las

representaciones artísticas que han dibujado a María adorando al Santísimo Sacramento o

recibiendo el cuerpo del Señor en comunión.

En realidad, la vinculación de María, santa María, con la Eucaristía, se ha

encontrado en un nivel más profundo. La dinámica general de la espiritualidad y la santidad

cristiana, que hemos descrito en nuestros modelos, se concentra de modo eminente en la

santidad de María. La santidad es, ante todo, capacidad de acoger el don divino y ofrecer la

propia existencia en referencia al mismo don y configurándose con él. En su Encíclica, el

Papa nos invita a proclamar teológicamente que el cuerpo eucarístico es el cuerpo nacido de

María Virgen. Ello nos lleva a una conclusión admirable: reconocer que el fiat de María es

la síntesis de la santidad, que tiene forma eucarística – la del «Amén» del cristiano que

comulga – y explota como júbilo en el Magnificat. Si María como instrumento activo de la

encarnación es por excelencia santa, es lógico que la expresión de su santidad concuerde

con las características de la Eucaristía. «Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad

de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La

Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un

magnificat!»53.

Tal afirmación parece ser la última demostración de que la Eucaristía no sólo inspira

y alimenta al santo, sino que posee virtualmente la forma de la santidad, y que toda 51 EcEu cap. VI.52 EcEu 53.53 EcEu 58.

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espiritualidad cristiana nos remite a la Eucaristía. Por ello podemos concluir: «No hay

peligro en exagerar en la consideración de este misterio, porque “en este Sacramento se

resume todo el misterio de nuestra salvación”»54.

54 EcEu 61, citando a S. TOMÁS DE AQUINO, STh III, 83, 4.

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