La espada del guerrero - Jorge Prado Zavala

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Literatura Teatro

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La Espada del Guerrero1

Monólogo en un acto, por Jorge Prado Zavala2, basado en La tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, de William Shakespeare.

Dramatis Personae HORACIO, amigo del Príncipe Hamlet y oficial de la Guardia Real Danesa.

“Dadme un hombre

que no sea esclavo de sus pasiones y yo le colocaré en el centro de mi corazón.”

(Hamlet. III, ii.)

Espacio y tiempo La acción se desarrolla en una estrecha habitación que tiene simultáneamente las formas de un tablero de ajedrez, un escenario teatral y un salón del Castillo de Elsinor, en Dinamarca, poco tiempo después de la ascensión al trono de Fortimbrás. 1 Esta obra pretende explorar escénicamente, de modo unipersonal, las dificultades y procesos que atraviesa un actor para representar el drama de Hamlet. El título está inspirado en las palabras del personaje Ofelia acerca del Príncipe Hamlet: “The courtier’s, soldier’s, scholar’s, eye, tongue, sword…” (Hamlet III. i.) Fue seleccionada en concurso para ser publicada en la compilación Teatro breve. Antología para formación actoral. (México: Paso de Gato, 2011). Cuando no se indique o precise otra cosa, todas las citas y paráfrasis provienen del Hamlet de Shakespeare. 2 Actor-investigador teatral. Doctor en Humanidades con la primera tesis doctoral en México en tratar directamente Sobre el arte del actor (México: UAM-I. Medalla al mérito universitario 2012.) Licenciado en Literatura Dramática y Teatro (diploma de aprovechamiento 1996), y Maestro en Literatura Comparada (mención honorífica 2004) por la UNAM. Diplomado en Nuevas Tendencias en la Producción y Creación Teatrales (Barcelona: Sala Beckett 1996). Entre sus maestros destacan: Sergio Echeverría, Aimée Wagner, Mayra Mitre, Héctor Téllez, José Luis Ibáñez, José Terrazas, Rafael Pimentel, Gonzalo Blanco, Gabriel Weisz, Rodolfo Valencia, José Sanchis, Carmen Leñero, Lillian von der Walde. En 2007 realizó una investigación personal en Londres y Stratford upon Avon sobre el actor isabelino (Shakespeare’s Globe y Royal Shakespeare Company) a partir de la cual registró el ensayo Escenoma (México: Indautor, 2008, inédito). Como actor participó en Amor… Soledad te llamarías (escrita y dirigida por Raúl H. Lira, co-ganadora del 2o Festival Nacional de Teatro Universitario, 1994); Don Quijote (con el único grupo artístico invitado al Coloquio 400 Años del Quijote de Cervantes [UNAM, 2005]), y en El príncipe constante (de Pedro Calderón de la Barca, 2011). En mayo de 2005 (Teatro Mascarada de Germán Robles) y de septiembre de 2013 a mayo de 2014 (Centro Cultural Las Jarillas y Foro Shakespeare) protagonizó La tragedia de Hamlet de William Shakespeare. Es fundador del Laboratorio Libertad (Antigua Cárcel de Mujeres, 2000) y coordinador del Equipo Interdisciplinario de Investigaciones Escénicas (EIIE) del Instituto de Educación Media Superior del DF (IEMS), donde es Docente-Tutor-Investigador (DTI) nivel C de tiempo completo y donde ha dirigido decenas de espectáculos teatrales; organizado muestras, coloquios y jornadas culturales, y promueve el Programa de Teatro. Publicó: “Máquina Müller: El drama como puesta en crisis de la historia” (Acta poética 24-1, Primavera de 2003), y "Dramema" (Signos Literarios 15, enero-junio de 2012). 1er lugar del XXX Concurso Punto de Partida (1998) por la obra “Máquina Coatlicue” (publicada en el número mayo-junio de 1999 de la revista). Colaboró con "La espada del guerrero" para Teatro breve: Antología para formación actoral (México: Paso de gato, 2011). También ha publicado en Tertulia, Boletiems y Eutopía. El 16 de marzo de 2013 presentó la primera función de teatro ofrecida en el Museo Nacional de Arte (MUNAL): El diario de un loco de Nikolai Gógol, obra en repertorio del Laboratorio Libertad que protagoniza desde 2008.

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Acto Único (La habitación parece estar iluminada con la luz de varias velas. Entra Horacio, vistiendo el uniforme de la guardia real de la familia de Hamlet. Trae consigo, más como si fuera una criatura viva que un arma, la espada de Hamlet. Durante la representación esta espada habrá de usarse igualmente como marioneta, crucifijo, ballesta, bastón y cualquier otro juguete de utilería que haga falta. Del mismo modo, la voz, gestos y caracterización de Horacio se transformarán para interpretar a aquellos personajes que lo necesiten.) HORACIO- Hamlet, el joven Príncipe, como todos sabemos, ha muerto. ¿Cómo empezar así?... Su Majestad, señoras y señores de esta corte, yo… No, así no… (Muy elocuente:)

<<¡Ah! ¡Quién tuviera una musa de fuego para escalar el cielo más resplandeciente de la creación! ¡Un reino por teatro, príncipes como actores y monarcas para espectadores de la escena sublime! Pero por ahora tú, noble Fortimbrás, disculpa al genio sin llama que ha osado traer a este lugar un tema tan grande como el de mi amigo Hamlet. Perdona, ya que una reducida y libérrima adaptación tendrá que representar para ti un millar de hermosos versos en tan corto tiempo, y permite también que contemos como figuras de ese texto soñado las que forje la fuerza de tu imaginación: porque es tu imaginación la que debe hoy vestir a los héroes, transportarlos de aquí para allá, hacerlos cabalgar sobre las épocas, por lo cual vengo aquí, a manera de prólogo, a solicitar tu amable paciencia y a pedirte que escuches y juzgues suave e indulgentemente nuestro drama.>>3

Muchas gracias, Su Majestad, por permitirme… ¿cumplir con mi deber? ¿Entonces qué tengo que agradecer? No, entonces tampoco… ¿Cómo preparar este discurso? Ah, si estuviera él aquí, seguramente me diría… ¿Cómo representarte a ti, mi noble amigo? ¿Cómo representar a Hamlet? Las puras formas del lenguaje no bastarían, No, no sería suficiente con decir bien las palabras, con corrección. Me haría ver poco sincero… También podría expresarme de manera más emocional. Ese otro extremo conmovería, mas ¿qué tanto invitaría a la reflexión?... Tengo que resolver ese dilema pronto. Mientras, veamos, comenzaré mi discurso desde arriba…

Hamlet, el joven Príncipe, como todos sabemos, ha muerto. Yo, Horacio, su amigo, nuevamente solicito licencia a Su Majestad Fortimbrás, Príncipe de Noruega y ahora Rey de Dinamarca, para exponer en este momento y lugar, frente a usted y su nueva corte, tal y como se lo prometí al noble Hamlet, las circunstancias, sucesos y acciones que lo arrastraron a su triste destino. Mucho he suplicado a usted que me concediera esta ocasión, recordándole que el único motivo por el cual he rechazado el exilio, es mi promesa de limpiar la memoria de mi amigo, tan querido por todo el pueblo danés. Una vez cumplida mi promesa, puede usted contar con que nunca más mi presencia le causará molestia alguna y que, además, esta nación lo reconocerá como un monarca prudente y justo. Permitid que yo relate al mundo, que aún los desconoce, cómo han acaecido estos sucesos. Sabréis así de indecorosos actos, sangrientos y monstruosos, de juicios providenciales, de fortuitas muertes, de otras más producidas por la astucia y por forzadas causas y, por último, de fallidos designios que cayeron sobre las cabezas de sus inventores. Todo esto, fielmente, he de contároslo. Espero, Su Majestad, que los eventos en esta recreación sean tan conmovedores como cuando se vivieron, pues los pretendo representar con algunos efectos del arte teatral que tanto le gustaban al Príncipe.

3 Paráfrasis del “Prólogo” en Shakespeare. Enrique V.

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Después de todo, ¿qué otra cosa es el actor sino una breve crónica del tiempo? En consecuencia, le quedo a usted agradecido y procedo ya mismo a relatar, tal como lo supe de sus labios y por mis propios ojos, la Trágica Historia de Hamlet, el Príncipe de Dinamarca.

Creo que no está mal así el comienzo de mi relato. ¡Son tantas cosas! Tantos hechos, personajes, situaciones, que tendré que recortarlos para no perder la atención de la corte y, mejor aún, hacerles sentir la belleza con la que el Príncipe trazó las últimas escenas de su vida.

Sucedió que Gertrudis, reina de Dinamarca, a los dos meses de ser viuda por la súbita muerte del Rey Hamlet, casó en segundas nupcias con Claudio, hermano del difunto marido. Esta boda fue considerada como un acto de insensibilidad, o algo peor, porque hasta llegaron algunos a sospechar que Claudio había muerto secretamente al rey, su hermano, con el fin de casarse con la viuda y subir al trono de Dinamarca, en perjuicio del joven Hamlet, hijo del difunto rey y su legítimo sucesor.

Pero nadie se impresionó tanto por la mal aconsejada boda de la reina Gertrudis como este joven Príncipe, que amaba y veneraba a su difunto padre hasta la idolatría, y que con gran sentido del honor y de la más exquisita corrección sintió en el alma la indigna conducta de su madre. Entre el dolor de la muerte y la vergüenza de la boda, el Príncipe se puso profundamente melancólico, perdió la alegría y la salud, abandonó sus antes gratos libros y sus ejercicios, y se aburrió del mundo. No dejó de incomodarle la injusta exclusión del trono; pero lo que en realidad le amargaba y le quitaba todo contento, era que su madre hubiera olvidado tan pronto a su padre, ¡y tal padre!, que había sido para ella el más amable y dulce esposo. Ella parecía antes una esposa muy amante y luego, a los dos meses, o antes de dos meses, como le parecía a Hamlet, se casaba de nuevo con su cuñado, cosa impropia, además, por el próximo parentesco que los había mantenido hasta ese momento como hermanos políticos. Esto era lo que tenía nublado el espíritu del joven Hamlet.

<<¡Ojalá que esta carne tan firme, tan sólida, se fundiera y derritiera hecha rocío, o que el Eterno no hubiera promulgado una ley contra el suicidio! Mi padre, muerto hace dos meses... No, ni dos; no tanto… Mi padre: un rey tan admirable al lado de este sátiro. ¿He de recordarlo? Y ella se le abrazaba como si el alimento le excitase el apetito; pero luego, al mes escaso... ¡Que no lo piense! Debilidad, tienes nombre de mujer. Al mes apenas, ella, ella se casa con mi tío, hermano de mi padre, y a él tan semejante como yo a Hércules. ¡Ah, malvada prontitud, saltar con tal viveza al lecho incestuoso! Ni está bien, ni puede traer nada bueno. Pero estalla, corazón, porque yo debo callar.>>

En vano intentaron animarle su madre Gertrudis y Claudio, el nuevo rey, pues Hamlet aparecía en la corte con riguroso traje negro por la memoria de su padre, y no quiso quitarse nunca ese luto, ni siquiera el día de la boda para complacer a su madre.

<<No es mi capa negra, buena madre, ni mi constante luto riguroso, ni suspiros de un aliento entrecortado, no, ni ríos que manan de los ojos, ni expresión decaída de la cara con todos los modos, formas y muestras de dolor, lo que puede retratarme; todo eso es "parecer", pues son gestos que se pueden simular. Lo que yo llevo dentro no se expresa; lo demás es ropaje de la pena.>>

Lo que más perturbaba al joven príncipe era la incertidumbre acerca de cómo había sido la muerte de su padre. Claudio contaba que una serpiente le había mordido.

En esas mismas fechas los centinelas del palacio, a media noche, dos o tres jornadas seguidas, vimos una aparición del rey, su padre. El espectro vestía la misma armadura, de la

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cabeza a los pies, la misma que el rey solía llevar en vida. Siempre al dar el reloj las doce, se presentaba el espectro, pálido, expresando en su rostro más dolor que ira, la barba gris, plateada, como en vida, y no contestaba cuando le hablábamos, aunque una sola vez levantó la cabeza y parecía querer decir… (representa sonoramente el canto de un gallo) pero entonces cantó el gallo mañanero y el espectro se desvaneció.

El joven Príncipe, apenas le conté, creyó que el espectro era el alma de su padre, y determinó quedarse aquella noche con los soldados de guardia por si podía verle; pues calculó que tal aparición no podía ser sin algún fin, sino que el alma tenía algo que comunicar y quizás a él se lo comunicaría.

<<Si adopta la figura de mi noble padre le hablaré, aunque se abra la boca del infierno y me mande callar. Os lo suplico, si no habéis revelado aún la aparición, seguid manteniéndola en secreto, y a lo que vaya a suceder en esta noche podéis darle sentido, mas no lengua. Yo premiaré vuestra amistad. Y ahora, adiós: en la explanada, entre las once y las doce, me reuniré con el destino.>>

Así, aguardamos la noche con impaciencia. Llegada la noche, tomó posiciones conmigo y con los otros soldados de la guardia, en el mismo terraplén donde solía andar la aparición. La noche era fría y el aire desagradable. De esto hablábamos, cuando súbitamente lo miramos (Grita): ¡El Espectro! A la vista del espíritu de su padre, Hamlet quedó sobrecogido de sorpresa y miedo. Mas, poco a poco se sobrepuso a la impresión, le pareció que su padre le miraba con tristeza y como deseando conversar con él, y le pareció tan claramente que era su mismo padre, igual que cuando vivía, que Hamlet avanzó valeroso para hablarle. Le llamó: “¡Padre, Rey! Dime por qué dejas tu tumba a la luz de la luna.”

El espectro hizo señal a Hamlet para que le siguiese a un lugar apartado donde estuviesen a solas. Quise disuadir al Príncipe de seguirle, temiendo no fuera algún espíritu malo que quisiera llevarle al mar o a un precipicio, o tomar alguna forma extraña que le privase de la razón. Pero Hamlet no hizo caso de súplicas ni consejos, no le importaba la vida, no temió por su alma y siguió al espíritu hasta donde quiso guiarle.

Cuando estuvieron solos, el espíritu rompió el silencio y, según el Príncipe, le dijo (con voz espectral, fuerte y grave): “¡Escúchame! Yo soy el espectro de tu padre, condenado por cierto tiempo a vagar a través de la noche y a estar confinado durante el día rodeado de llamas, hasta purgar las culpas que cometí en vida.” Era efectivamente el espíritu del rey difunto, su padre, que había sido cruelmente asesinado; y añadió que el asesino era su hermano Claudio, el tío de Hamlet, con el objeto de sucederle en la posesión de su mujer y de su corona. Y contó que haciendo la siesta en el jardín, según su costumbre, su traidor hermano se le acercó a hurtadillas y le echó en la oreja un ponzoñoso veneno, tan enemigo de la vida que rápidamente corre por las venas, quema la sangre y esparce una lepra por todo el cuerpo; así, durmiendo, por la mano de un hermano, fue violentamente separado de su corona, de su esposa y de su vida. Y conjuró a Hamlet para que, si había de verdad amado a su padre, vengase aquel horrendo asesinato: “¡Escucha! ¡Oh, Hamlet, óyeme! Si es que alguna vez amaste a tu padre toma venganza de este horrendo asesinato.” Hamlet prometió seguir las indicaciones del espectro, y éste se desvaneció diciendo: “Adieu, adieu, Hamlet. Remember me.” Hamlet me contó luego lo sucedido, y me hizo jurar sobre su espada -esta misma que aquí traigo- el más estricto secreto acerca de lo pasado aquella noche. El terror que la vista y conversación del espectro dejó en el alma de Hamlet, ya antes débil y oprimido, casi le trastornó el juicio y le puso fuera de sí.

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<<¡Ah, legiones celestiales! ¡Ah, tierra! ¿Qué más? ¿El infierno? ¡No! Resiste, corazón, y vosotras, mis fibras, no envejezcáis y mantenedme firme. ¿Acordarme de ti? Sí, pobre ánima, mientras resida memoria en mi turbada cabeza. Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña nuestra filosofía. El tiempo está fuera de quicio. Oh, amarga maldición: que naciera yo un día para poner en orden su estropicio.>>

Temiendo el Príncipe que esto llamara la atención, y que su tío sospechara y se pusiera en guardia, tomó la extraña resolución de fingirse del todo loco, pensando que así sospecharían menos de sus pensamientos, y que su tío le creería incapaz de nada serio.

Desde entonces fingió mi amigo gran extravagancia en su conducta, palabras y trajes, con el jubón desabrochado, con las calzas sucias y caídas, más pálido que el lino, temblando las rodillas, y el semblante tan triste en su expresión que parecía huido del infierno. Y tan bien representaba el papel de loco, que el rey y la reina le creyeron; y, no sabiendo la verdadera causa de aquel trastorno, pensaron que era enfermedad de amor y hasta se figuraron haber hallado quién era la mujer amada: Era Ofelia, la hermosa doncella hija de Polonio, el principal consejero del rey en asuntos de Estado. Ya antes de su locura, Hamlet había cortejado a Ofelia y le había enviado cartas y sortijas, y había hecho muchas y honrosas declaraciones de amor a las que ella prestó entera fe. Escribió Hamlet a Ofelia (Horacio lee una carta):

<<Duda que: ardan los astros, duda que se mueva el sol, de lo que llamamos “real”, mas no dudes de mi amor. Mientras sea mía esta máquina que llamo mi cuerpo… Hamlet.>>

Ofelia enseñó esta carta a su padre Polonio, el cual se creyó obligado a comunicarla a los reyes, quienes desde aquel momento supusieron que Hamlet estaba loco de amor. La reina deseaba que los atractivos de Ofelia fuesen realmente la causa de aquella locura, porque así esperaba que las virtudes de la dama pudieran sanar felizmente a su hijo para mayor dicha de los dos enamorados. Polonio intentó confirmar en Hamlet la naturaleza de sus desvaríos y así, una ocasión en la cual el Príncipe leía tratando de distraerse le preguntó sobre el asunto de su lectura, a lo cual él sólo respondió: “Palabras, palabras, palabras. Así, tal y como va el mundo, ser honrado es ser uno entre diez mil.”

Polonio no pudo averiguar más, pues la enfermedad de Hamlet era mucho más honda y más difícil de curar.

<<Pudiera estar encerrado en la cáscara de una nuez y creerme soberano de un estado inmenso. Sin embargo hoy, para mí, Dinamarca es una cárcel donde algo muy podrido apesta. Últimamente he perdido toda mi alegría, he abandonado la práctica de casi todas mis actividades habituales; y lo cierto es que me siento tan abatido que esta bella estructura que es la tierra me parece un promontorio estéril. Esta regia bóveda, el cielo, este excelso firmamento que nos cubre, este techo majestuoso adornado con fuego de oro, todo esto no me parece más que un conjunto de emanaciones pestilentes e inmundas. ¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Qué noble en su razón! ¡Qué infinito en sus facultades! ¡Qué perfecto y admirable en forma y movimiento! ¡Cuán parecido a un

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ángel en sus actos y a un dios en su entendimiento! ¡La gloria del mundo, el arquetipo de todas las creaturas! Y, sin embargo, ¿qué es para mí esta quintaesencia del polvo?>>

Evidentemente, el negro negocio que Hamlet llevaba entre manos, la venganza de la muerte de su padre, no se avenía con las alegrías del amor. Así, las últimas desgracias hicieron que Hamlet se olvidase de Ofelia, y desde que él empezó a fingirse loco, la trataba con rudeza. La joven, una buena muchacha, creo yo, lejos de ofenderse, veía en aquella conducta la enfermedad del alma, pero también la dolorosa ruptura de una promesa. “¡Ah, qué noble inteligencia destruida! ¿Dónde quedó la espada del guerrero? ¡Pobre de mí! Tener que ver esto, después de lo que vi”.

El espectro de su padre estaba siempre en el alma del Príncipe, y el encargo de la venganza no le dejaría sosiego hasta su completa ejecución. Pero no era cosa muy fácil matar al rey, por estar constantemente rodeado de guardias; y además, la presencia de la reina, su madre, que generalmente estaba con el rey, era otro freno de su propósito. Además, el que el usurpador fuese marido de su madre le llenaba de dudas y remordimientos. El simple acto de matar a un hombre era por sí solo terrible y odioso para un carácter pacífico como el de Hamlet, y su melancolía y depresión acabaron de producir la falta de resolución y la inconstancia, por lo que, aun teniendo una oportunidad, no llegó a extremos violentos como cuando, según sé, el Príncipe halló solo a su tío, sin vigilancia, cuando éste rezaba.

<<Ahora es buen momento. Está rezando. Voy a hacerlo ya… ¿Entonces sube al cielo y esa es mi venganza? Esto hay que razonarlo. Un ruin mata a mi padre, y yo, su único hijo, por ello mando al cielo a ese ruin. Ah, esto es paga y recompensa, no venganza. Mató a mi padre en la impureza, saciado, en la flor de sus culpas. ¿Me habré vengado matándole mientras él purga su alma, cuando está preparado para el tránsito? No. Adentro, daga, y conoce sazón más horrorosa. Cuando duerma borracho o furioso, o en el lecho del placer incestuoso, blasfemando en el juego o en un acto que no tenga señal de salvación, entonces le derribas; que dé coces al cielo y su alma sea más negra y más maldita que el infierno adonde va. Tus rezos sólo alargan los días de tu enfermedad.>>

En aquel momento a Hamlet le contuvo la posibilidad de que matar a Claudio de esa manera significaba enviarle al Cielo, en vez de al infierno que se merecía. Además, admitió, no podía evitar algunas dudas sobre la aparición del espectro: ¿era realmente su padre?, o ¿era algún espíritu maligno que tomaba aquella forma para inducirle al crimen? Por esto pensó tener noticias más seguras que las de aquella dudosa aparición. Por lo pronto, sin embargo, la incertidumbre lo ponía en jaque frente al sentido de su vida misma:

<<Ser o no ser, de eso se trata: si para nuestro espíritu es más noble sufrir las pedradas y dardos de la atroz Fortuna o levantarse en armas contra un mar de aflicciones y oponiéndose a ellas darles fin. Morir para dormir; no más; ¿y con dormirnos decir que damos fin a la congoja y a los mil choques naturales de que la carne es heredera? Es la consumación

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que habría que anhelar devotamente: morir para dormir. Dormir, soñar acaso. Sí, ahí está el tropiezo: que en ese sueño de la muerte qué sueños puedan visitarnos cuando ya hayamos desechado el tráfago mortal, tiene que darnos que pensar. Ésta es la reflexión que hace que la calamidad tenga tan larga vida: Pues, ¿quién soportaría los azotes y escarnios de los tiempos, el daño del tirano, el desprecio del fatuo, las angustias del amor despechado, las largas de la Ley, la insolencia de aquel que posee el poder y las burlas que el mérito paciente recibe del indigno, cuando él mismo podría dirimir ese pleito con un simple punzón? ¿Quién querría cargar con fardos, rezongar y sudar en una vida fatigosa, si no es porque algo teme tras la muerte? Esa región no descubierta de cuyos límites ningún viajero retorna nunca, desconcierta nuestro albedrío, y nos inclina a soportar los males que tenemos antes que abalanzarnos a otros que no sabemos. De esta manera la conciencia hace de todos nosotros cobardes, y así el matiz nativo de la resolución se opaca con el pálido reflejo del pensar, y las empresas más grandes por tal motivo tuercen sus caudales y dejan de merecer el nombre de acción.>>

En medio de esta tormenta interior, Ofelia tuvo el desatino de buscar a su amado Príncipe, con tan mala respuesta por parte de él, que rompieron de la peor manera. Según creo, él le perdió la confianza a ella, nada extraño siendo hija del ministro más medroso del rey.

<<La belleza puede transformar la honestidad en alcahueta antes que la honestidad vuelva honesta a la belleza. Antiguamente esto era un absurdo, pero ahora los tiempos lo confirman. Yo te amaba. ¿Por qué querrías ser procreadora de pecadores? Yo mismo soy bastante “honesto”, pero puedo acusarme de cosas tales que más valdría que mi madre no me hubiese engendrado. Soy muy orgulloso, vengativo, ambicioso, con más disposición para hacer daño que ideas para concebirlo, imaginación para plasmarlo o tiempo para cumplirlo. ¿Por qué gente como yo ha de arrastrarse entre la tierra y el cielo? Todos somos unos miserables: no nos creas a ninguno. ¡Vete a un convento!... ¿Dónde está tu padre? Que cierre bien las puertas a su alrededor, para que sólo pueda hacer el tonto en su propia casa. ¡Adiós!... Sé muy bien lo de vuestros afeites. Dios os

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da una cara y vosotras os hacéis otra. Muy bien, se acabó; eso me ha vuelto loco. Quiero decir… que ya no habrá más boda. De los que ya están casados, todos menos uno vivirán. Los demás, tendrán que seguir como están. ¡A un convento, anda!>>

Mientras Hamlet estaba en sus dudas, llegaron a la corte unos actores con quienes el Príncipe y yo nos habíamos divertido en otro tiempo. En la Corte, nos pidió:

<<Mis buenos señores, ¿queréis cuidaros de procurar bien a los actores? Oídme: que sean bien tratados, pues son el compendio y la crónica del mundo. Más os vale un mal epitafio a vuestra muerte que sufrir en vida su censura.>>

Particularmente uno de ellos, un tal Guillermo -¿o William?4-, recitó tan admirablemente un monólogo trágico, que todos los presentes rompieron en lágrimas. ¡Vaya que era bueno ese Guillermo!, ¿o era William? En fin, Hamlet pensaba ahora en actores y en escenas, y en los poderosos efectos que un buen drama bien representado produce en los espectadores.

<< “La vida no es más que una sombra andante, un pobre actor que sobre el escenario se agita y pavonea en su momento y a quien nunca se volverá a oír jamás; un cuento contado por un idiota, lleno de sonidos y de furia que nada significan.”5 ¿No es increíble el que este actor, en su fábula, fingiendo sentimiento, acomode su alma a una imagen al punto que su rostro palidezca, le broten lágrimas, el semblante se le mude, la voz se le entrecorte, y que aplique todo el cuerpo a la expresión de esa imagen? Y todo por nada: Por un personaje de ficción. ¡Hey! Actúa, cerebro. He oído decir que unos criminales que asistían al teatro se han impresionado a tal extremo con el arte de la escena que al instante han confesado sus delitos; pues la culpa, aunque es muda, al final habla con lengua milagrosa. Haré que estos actores reciten algo como el crimen de mi padre en presencia de mi tío. Observaré sus gestos, le hurgaré la herida. Al menor sobresalto ya sé qué hacer. El espíritu que he visto quizá sea el demonio, cuyo poder le permite adoptar una forma atrayente, sí, y tal vez por mi debilidad y melancolía, me engaña para condenarme. Quiero pruebas concluyentes: La comedia es el medio que me trazo para tender al alma del monarca un lazo.>>

Resolvió Hamlet, pues, que estos actores representasen el asesinato de su padre ante su tío, el nuevo rey, para ver qué efecto le producían las escenas, y así conocer si era o no el asesino. Dispuso, en consecuencia, que los actores preparasen aquel drama bajo el engañoso título de La muerte de Gonzago, y a su representación invitó al rey y a la reina.

El asunto del drama era el asesinato de un duque de Viena. Este duque se llamaba Gonzago -sí, con G y no con L-, y su mujer Batista. Luciano, próximo pariente del duque, envenenaba a éste en el jardín para adueñarse de sus riquezas y honores, y a poco tiempo después se casaba con la mujer del asesinado. El drama se representó. (Hace la pantomima.)

El rey, que no sabía de la trampa para ratas que tenía tendida, asistió con la reina y toda la corte, y Hamlet se sentó cerca de él para observar bien sus impresiones. Observó Hamlet que esta representación hacía cambiar de color al rey, quien se levantó súbitamente, dijo que se

4 Es obvio que jugamos aquí con la presencia imposible en el relato de William Shakespeare, cuando sólo era un actor principiante y comenzaba apenas a empaparse de las historias que convertiría después en obras dramáticas. 5 Shakespeare. Macbeth, V.

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sentía mal y se retiró del teatro. La función se suspendió. “¡Luces, luces!” Hamlet tuvo ya bastante para no dudar de que fuera verdad todo cuanto le había dicho el espectro.

<<Ya es la hora embrujada de la noche en que se abren los sepulcros y el infierno exhala al mundo su infección. Ahora bebería sangre caliente y cometería atrocidades que, al verlas, el día se estremecería.>>

Antes de que pudiéramos formular el plan para la ejecución, Hamlet fue llamado por la reina, su madre, para hablar a solas en su aposento.

Yo supe por mi cuenta que hizo esto la reina por indicación del rey, a fin de explicar a Hamlet que su conducta era desagradable. Y deseando el rey conocer exactamente lo que diría Hamlet, temiendo que la madre ocultase algo, mandó a Polonio, su consejero, que se escondiera detrás de las cortinas del aposento y que, sin ser visto, observara bien lo que pasaba. Este artificio era muy propio de Polonio, hombre acostumbrado a las intrigas de la política, y amigo de saber las cosas por medios secretos.

Llegó Hamlet a la cámara de su madre, y ésta empezó a reprenderle sin rodeos por sus actos y conducta, pero Hamlet se lo impidió, ya que la tenía a solas, para probar a despertarle remordimientos por su comportamiento y, asiéndola por las muñecas, hizo que se sentara.

<<Eres la reina, esposa del hermano de tu esposo y, ojalá no lo fueras, pero eres mi madre… Tú no te mueves ni te vas hasta que ponga frente a ti un espejo que te enseñe tus adentros.>>

Espantada ella por aquella rudeza y temiendo que su hijo le hiciera daño en un acceso de su locura, gritó: “¡Socorro!” Al instante se oyó otra voz detrás de las cortinas: “¡Socorro, socorro a la reina!” Al oírla Hamlet, creyendo que era el rey quien estaba oculto tras las cortinas, tomó su cuchillo y lo hundió ahí donde había sonado la voz, como quien mata a un ratón acorralado, hasta que cayó un hombre muerto.

Pero cuando arrastró el cadáver, vio que no era el rey, sino Polonio, que allí se había ocultado como espía.

<<Tú, bobo, imprudente, entrometido, adiós. Te creí tu superior. Acepta tu suerte. Pasarse de curioso trae peligro.>>

Hamlet había ido demasiado lejos para que pudiera retroceder. Había empezado a hablar claro, y prosiguió. Le preguntó a su madre cómo podía vivir con el asesino de su verdadero esposo, que se había apoderado de la corona como un ladrón.

<<Mira este retrato, y ahora éste; imágenes son de dos hermanos. Ve la gallardía de este rostro. Él fue tu marido. Mira lo que sigue. Este es tu marido, espiga podrida que infecta a su hermano. ¿Tienes ojos? ¿Dejaste de pastar en tan hermoso monte para venir a cebarte en este páramo? Él, un asesino, un infame; un canalla que no llega a los talones del que fue tu marido; un remedo de rey, un ladrón del imperio y la ley, que robó la corona del estante y se la lleva en el bolsillo...>>

¿Quién le iba a creer ahora que el verdadero asesino de la familia era Claudio y, peor aún, que todo lo que había hecho fue tratando de seguir las instrucciones de un fantasma? Entonces

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Hamlet arrastró con vergüenza el cadáver de Polonio, el padre de Ofelia, su amada, y lo ocultó hasta ser detenido por los soldados del rey.

<<No está escondido donde come, sino donde es comido: tiene encima una asamblea de gusanos políticos. El gusano es el gran emperador de la dieta. Nosotros engordamos engordando animales, y así estamos gordos para los gusanos. Quiero decir que tal vez un hombre puede pescar con el gusano que antes se ha comido a un rey, y comerse después al pez que se alimentó de aquel gusano. Sólo quiero mostraros cómo un rey puede hacer un viaje por las tripas de un mendigo. Polonio… Polonio está en el cielo. Mandad que le busquen. Si allí no le encuentra el mensajero, buscadle vos mismo en el otro sitio. Si no le encontráis de aquí a un mes, os llegará el olor al subir las escaleras a la galería.>>

Éste fue el comienzo de una terrible masacre que ninguno en el reino hubiera imaginado jamás. Mi cuerpo vacila entre muchas ideas y emociones. Creo que debo reconcentrar la línea de mis pensamientos para seguir adelante con este ensayo y relatar el terrible final. ¡Qué difícil es representar a Hamlet! (Reza:)

“For us and for our tragedy, Here stooping to your clemency, We beg your hearing patiently.”

Mi amigo, a quien mucho le gustaba el arte del teatro, me dedicó una singular charla cuando preparábamos la representación de La muerte de Gonzago, donde hice un pequeño papel. Hoy creo que en esa breve disertación se encierran todos los secretos que necesito para poder interpretar su historia ante los demás.

<<Te lo ruego, di el fragmento como te lo he recitado, con soltura de lengua, pues si lo gritas, como hacemos tantos bufones, preferiría entonces que mis versos los dijera el pregonero. Y no cortes mucho el aire con la mano, así; hazlo todo con mesura, pues en un torrente, tempestad y, por así decir, torbellino de emoción has de adquirir la sobriedad que le pueda dar fluidez. Tampoco seas muy tibio: tú deja que te guíe la prudencia. Amolda el gesto a la palabra y la palabra al gesto, cuidando sobre todo de no exceder la naturalidad, pues lo que se exagera se opone al fin del arte de la actuación, cuyo objeto ha sido y será poner un espejo ante la vida: mostrar la faz de la virtud, el semblante del vicio y la forma y carácter de cada época y nación.>>

¡Haré lo mejor que pueda! Continuaré. Así pues: La muerte de Polonio dio a Claudio el pretexto para enviar a Hamlet fuera del reino. Mejor hubiera querido hacerle matar, pues lo consideraba peligroso, pero temió al pueblo que, a pesar de todo, amaba mucho al Príncipe. Así, este rey astuto, con pretexto de buscar la seguridad de Hamlet y de que no le pidieran cuentas por el homicidio de Polonio, hizo llevar al Príncipe a bordo de un barco con destino a Inglaterra, al cuidado de dos caballeros, Rosencrantz y Guildernstern, o Guildernstern y Rosencrantz6, da lo mismo, por medio de los cuales despachó cartas a la corte inglesa, entonces deudora de Dinamarca, exigiendo que Hamlet fuera muerto apenas pisara tierra.

6 Compañeros de Hamlet en la Universidad de Wittemberg, donde estudiaba cuando su padre murió, aunque el Hamlet histórico (Amleth) vivió hacia el año 700 y no pudo asistir realmente a esa escuela fundada en 1502.

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Hamlet sospechó alguna traición, y de noche pudo apoderarse de las cartas, borró diestramente su nombre, puso en su lugar el de sus dos acompañantes, y volvió a sellarlas y a ponerlas en su lugar.

Poco después el barco fue atacado por unos piratas, empezó una batalla y Hamlet, no teniendo más opción, saltó con su espada en mano al barco enemigo, defendiendo no solamente a sus compatriotas, sino también el honor y orgullo de su casta. (Horacio representa la batalla.) Derribó a varios, pero peleaba solo y, finalmente, fue sometido, mientras su propio barco escapaba cobardemente hacia Inglaterra, con las cartas que llevaban los dos caballeros, Guildernstern y Rosencrantz, o Rosencrantz y Guildernstern, es igual, para su propia destrucción. Los piratas que se apoderaron del Príncipe se mostraron nobles y buenos, supongo que esperando de él una buena recompensa, y le desembarcaron en el puerto más cercano a Dinamarca. Desde aquel puerto me escribió contándome todo lo pasado y avisándome que al día siguiente se presentaría ante el rey Claudio.

<<Horacio: No llevábamos dos días en el mar con rumbo a Inglaterra cuando un barco pirata bien armado nos dio caza. Al ser lentas nuestras velas, hubimos de mostrarnos animosos para la batalla, y en el choque lo abordé. Al instante se soltaron de nuestro barco, y yo quedé como su único prisionero. Me han tratado cual ladrones compasivos, pero saben lo que hacen: tengo que pagarles el favor. Deja que el rey lea esta carta donde le descubro… y me descubro.>>

Mientras tanto Ofelia, a la muerte de su padre, había empezado a perder la razón. Al pensar que su padre había muerto por mano del Príncipe, su propio novio, la pobre damisela tuvo tal trastorno que empezó a decir palabras incoherentes, y andaba dando flores a las damas de la corte para el entierro de su padre, y cantando canciones de amor y de muerte. (Canta:)

<<And will he not come again? And will he not come again? No, no, he is dead. Go to thy deathbed. He never will come again.>>

A orillas de un arroyo había un sauce cuyas ramas se inclinaban sobre la corriente. Dice la gente que a ese arroyo fue Ofelia cuando no la vigilaban. Dicen que llevaba en sus manos guirnaldas de flores y que, queriendo colgar esas guirnaldas en las ramas del sauce, se rompió una rama y entonces Ofelia cayó en la corriente, donde flotó un poco susurrando sus canciones hasta que, empapados los vestidos, se dejó hundir en las aguas y murió.

Mientras, el Príncipe y yo, a su regreso, para penetrar discretamente los límites del castillo de Elsinor, habíamos decidido atravesar el viejo panteón. Ahí lo acompañé para escucharlo platicar con unos macabros enterradores quienes habían encontrado la calavera del bufón del rey, ¡su propio amigo de la infancia!

<<Deja que la vea. ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía: tenía un humor incansable, una agudeza asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Y ahora, ¡cómo me repugna imaginarlo! Me revuelve el estómago. Aquí colgaban los labios que besé infinitas veces. Y ahora, ¿dónde están tus pullas, tus brincos, tus canciones, esas ocurrencias que hacían estallar de risa a toda la mesa? ¿Ya no tienes quien se ría de tus muecas? ¿Estás encogido? Vete a la estancia de tu señora y dile que, por más que se maquille, acabará

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con esta cara. Pero, alto. Apartémonos: se acercan el rey, la reina, cortesanos... ¡y también Laertes, el hermano de Ofelia! ¿Por qué habrá regresado tan pronto de sus estudios en Francia, y a quién siguen? ¿Por qué un rito tan menguado? Eso indica que el difunto, temerario, se quitó su propia vida. Vamos a escondernos y mirar…>>

No sabíamos que Laertes, el hermano de Ofelia, se aproximaba. Al oír que se acercaba gente, nos ocultamos. Vimos llegar a Laertes, que celebraba el funeral de su hermana ante el rey Claudio, la reina Gertrudis y la corte. Hamlet no entendía qué era aquello pero, no queriendo interrumpir la ceremonia, se estuvo quieto conmigo en un rincón. Vio las flores sobre el túmulo, según la costumbre en los entierros de las doncellas, y a la reina que esparcía pétalos mientras decía: “¡Flores para la flor! Yo quería, dulce niña, adornar tu lecho nupcial y no tu sepulcro, tú tenías que haber sido la esposa de mi Hamlet.” Luego vimos a Laertes, el hermano de la muchacha, saltar al hoyo enloquecido de dolor, pidiendo a los presentes que le echasen tierra encima para ser enterrado junto con su hermana. Seguramente Hamlet sintió renacer en su pecho el amor por Ofelia porque, de repente, él también saltó a la fosa, más loco que Laertes.

<<¿Cómo? ¿Mi bella Ofelia?... ¿Quién es éste que grita su dolor con tanto ímpetu? Aquí está Hamlet de Dinamarca… Yo quería a Ofelia. Ni todo el amor de veinte mil hermanos juntos sumaría la medida del mío. ¿Qué piensas hacer por ella? ¿Piensas llorar, luchar, ayunar, desgarrarte? ¿O beber vinagre, comerte un cocodrilo? Yo también. ¿Has venido aquí a lloriquear? Si te entierras con ella, yo también. Si gritas, yo hablaré tan hinchado como tú.>>

Entonces Laertes, sabiendo que Hamlet era la causa de la muerte de su padre y de su hermana, lo asió furiosamente por el cuello hasta que los presentes los separamos.

Después del funeral, los dos jóvenes parecían más dispuestos a reconciliarse. Sin embargo, del dolor y enojo de Laertes quiso el rey sacar la destrucción de Hamlet. Hoy se sabe que Claudio convenció a Laertes para que, con pretexto de consumar la paz, desafiara a Hamlet a una prueba amistosa de destreza en la esgrima y, aceptando Hamlet, se señaló el mismo día. Yo sabía que mi Príncipe intuía una nueva traición: “Perderéis este encuentro, Señor. Si vuestro ánimo está inquieto, obedecedlo. Haré que no vengan y diré que vos no estáis listo…”, pero él insistió.

<<Desafío a los augurios. Hasta en la caída de un gorrión hay una providencia divina. Si viene ahora, no vendrá luego. Si no viene luego, vendrá ahora. Si no viene ahora, de todos modos un día vendrá. Lo importante es estar preparado. Como nadie es dueño de lo que deja, ¿qué importa dejarlo antes?>>

A este acto asistió toda la corte, sin sospechar que Laertes, por indicación de Claudio, había preparado en secreto un arma con la punta envenenada. Hamlet, en cambio, escogió un florete con botón, como se acostumbra en los encuentros amistosos, sin sospechar la traición de Laertes a quien, incluso, pidió perdón por la muerte de su padre y de su hermana.

<<Perdonadme, señor. Os he agraviado. Perdonad como caballero. Los presentes bien saben y a vos de cierto os han dicho que estoy aquejado de un grave trastorno. Si rudamente he provocado vuestros sentimientos, honor y disgusto, aquí proclamo que ha sido mi locura.>>

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Comenzó el combate. Al principio Laertes parecía sólo jugar con Hamlet, permitiéndole algunas ventajas que el maligno rey elogió hipócritamente, brindando por el éxito de Hamlet. Después de unos lances, repentinamente Laertes tomó coraje y dio una estocada a Hamlet con la punta venenosa. Hamlet, herido y enojado, pero sin saber todavía de la traición, arremetió con brío, y en la lucha tomó el arma de Laertes y con ella, envenenada, dio a su contrario una punzada terrible. En aquel instante la reina Gertrudis dio un grito, diciendo que ella misma había sido envenenada. Se había bebido una copa que Claudio había intoxicado por si le daba sed a Hamlet durante la esgrima o, quizá, por si Laertes no lograba ensartarlo. Hamlet gritó: “¡Traición!” y mandó cerrar las puertas para descubrirla. Pero Laertes, sangrando, le dijo que no buscara, porque el rey era el inventor de todo el daño, que estaba envenenada la punta del arma, que él mismo se moría y que Hamlet no viviría mucho más. Pidió a Hamlet perdón y enseguida expiró. Hamlet tomó entonces la misma arma envenenada y la hundió con rabia en el corazón de Claudio, cumpliendo así su venganza contra el gran asesino. Sintiéndose ya morir, Hamlet me llamó. Yo estaba en ese momento a punto de beber el último trago de la copa con veneno para poder así acompañar a mi único amigo. Pero él me pidió que no me matara, sino que viviera para contar al mundo esta historia atroz.

<<Horacio, me muero; tú vives: relata mi historia y mi causa a cuantos las ignoran. Si todo quedara oculto, ¡qué nombre tan manchado dejaría! Así que, si por mí sentiste algún cariño, vive con dolor en el cruel mundo para contar mi historia.>>

Yo lo juré sobre ésta -su espada- y sólo entonces Hamlet se rindió satisfecho a la muerte. Se quebraba así su noble corazón. Si otra hubiera sido su estrella, seguro que hubiera resultado un grande y noble rey, ¿no lo cree usted? ¿No lo creen así todos? Bien. Creo que ya estoy listo para cumplir mi promesa. “El mundo entero es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores.”7 ¡Buenas noches, dulce Príncipe! Mañana me entregaré al rey Fortimbrás para contarle tu verdadera historia. ¡Canten vuelos de ángel tu descanso! Lo demás… ¿Cómo dijiste en tus últimas palabras?... Ah, claro: “Lo demás es silencio.”

(Horacio clava la espada en el piso, al centro de la escena. Se oyen cañones a lo lejos. Está a punto de soplar sobre las velas, pero se detiene. Observa el lugar un momento,

luego hace una reverencia de despedida hacia la espada y se retira. Oscuro.)

Fin de la obra

* * *

7 Shakespeare. Como gustéis. III.

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Bibliografía La dramaturgia se apoya principalmente en las siguientes fuentes: GIELGUD, John. Interpretar a Shakespeare. Barcelona: Alba, 2001. LAMB, Carlos. “Hamlet”, en Cuentos basados en el teatro de Shakespeare. Buenos Aires: Espasa-

Calpe, 1947. 93-105. PRADO ZAVALA, Jorge. Escenoma. México: Indautor, 2008. (INÉDITO.) ___. “La espada del guerrero”, en Teatro breve. Antología para formación actoral. México: Paso de

gato, 2011. (Adaptación de Hamlet de Shakespeare para espectáculo unipersonal.) SHAKESPEARE, William. Como gustéis. Barcelona: RBA, 2003. ___. “The Tragedie of Hamlet, Prince of Denmarke”, en Mr. William Shakespeares Comedies,

Histories, & Tragedies. A Facsimile of the First Folio, 1623. Edición de Doug Moston. NY/London: Routledge, 1998 (1623). 760-790 (152-282).

___. Hamlet. Traducción de Inarco Celenio (Leandro Fernández de Moratín). Madrid: Imprenta Real, 1798. Biblioteca Cervantes Digital, 2013.

___. Hamlet, Príncipe de Dinamarca. Traducción de María Enriqueta González Padilla. México: UNAM, 2000.

___. Hamlet. Edición por Cyrus Hoy. NY: Norton, 1963. ___. Hamlet. Versión para adolescentes de Jorge Prado Zavala. México: Laboratorio de Teatro

Libertad, 2005. (INÉDITO.) ___. Hamlet. Traducción de Tomás Segovia. México: Ediciones Sin Nombre, 2011 (2009). ___. Hamlet. Edición de Manuel Ángel Conejero Dionís-Bayer. Madrid: Cátedra / Instituto

Shakespeare, 2001. ___. Henry V. London: Penguin, 1994. ___. Enrique V. Introducción por A. R. Humphreys (1968.) Barcelona: RBA, 2003. ___. Macbeth. Barcelona: RBA, 2003. ___. Romeo y Julieta. Barcelona: Planeta, 2002.

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