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La emancipación del trabajo sobre el dominio del capital. Latinoamérica como un gran laboratorio revolucionario Humberto Miranda Lorenzo ¿Puede América Latina dejar de ser un mero traspatio de la política norteamericana, un instrumento de la geopolítica de potencias europeas o asiáticas? ¿Puede América Latina lograr que el andar y crecer por sí misma sea algo más que el sueño de sus próceres? ¿Qué rol pudieran tener los crecientes y beligerantes movimientos sociales que cada día en más emergen y se fortalecen en la región? El presente trabajo, más que aferrarse a certezas inamovibles trata de entender las nuevas realidades y escenarios en la región y cómo del presente contexto comienzan a emerger procesos alternativos y desgajados de la manera tradicional de la acumulación política. Luego de un largo período colonial, del que las nuevas repúblicas se fueron desgajando, el siglo XX trajo en su primera mitad un desarrollo capitalista mediatizado, estados de bienestar cuyos principales protagonistas fueron el México de Cárdenas, el Brasil de Getulio Vargas y la Argentina de Perón, así como el afianzamiento de la dominación económica y política de los Estados Unidos. Tales procesos tuvieron lugar en medio de luchas, revueltas populares y movimientos radicales, como en Colombia en 1947, Bolivia 1952, Guatemala 1954. Procesos sofocados por las oligarquías dominantes y por las intervenciones militares norteamericanas. En 1959 emerge la Revolución cubana, desafiando la lógica estructural del traspatio de Estados Unidos y, sobre todo, dando un ejemplo, a todo el hemisferio, de nuevas formas de organización social antisistémica. La Alianza para el Progreso, implementada como mecanismo de freno a la influencia de la Revolución cubana, no resultó lo suficientemente efectiva para detener el impulso del movimiento general hacia la autonomía y la independencia en América Latina. Y lo que continuó fueron las dictaduras militares de los 70, cuyo saldo mayor fue la destrucción del liderazgo y de la militancia de los movimientos que buscaban emancipar al trabajo del capital, así como el allanamiento del terreno para la puesta en marcha de las políticas monetaristas y neoliberales que comenzaron a funcionar a plena capacidad en los 80, a partir de la crisis de la deuda. Se había producido un proceso de «desruralización» con el auge industrial de los 50 y 60. Ello trajo consigo el aumento de las masas de trabajadores industriales. La precarización de la vida de los campesinos y la utilización intensiva de maquinaria agrícola produjo también importantes cambios en el campo latinoamericano y el aumento de las agrupaciones de trabajadores, del rol de los sindicatos (ligados estrechamente a la lógica asistencialista y clientelista del tipo de estado de bienestar que existió en Latinoamérica) y de la estructura de asociaciones políticas, los partidos.

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La emancipación del trabajo sobre el dominio del capital.

Latinoamérica como un gran laboratorio revolucionario

Humberto Miranda Lorenzo ¿Puede América Latina dejar de ser un mero traspatio de la política norteamericana, un instrumento de la geopolítica de potencias europeas o asiáticas? ¿Puede América Latina lograr que el andar y crecer por sí misma sea algo más que el sueño de sus próceres? ¿Qué rol pudieran tener los crecientes y beligerantes movimientos sociales que cada día en más emergen y se fortalecen en la región? El presente trabajo, más que aferrarse a certezas inamovibles trata de entender las nuevas realidades y escenarios en la región y cómo del presente contexto comienzan a emerger procesos alternativos y desgajados de la manera tradicional de la acumulación política. Luego de un largo período colonial, del que las nuevas repúblicas se fueron desgajando, el siglo XX trajo en su primera mitad un desarrollo capitalista mediatizado, estados de bienestar cuyos principales protagonistas fueron el México de Cárdenas, el Brasil de Getulio Vargas y la Argentina de Perón, así como el afianzamiento de la dominación económica y política de los Estados Unidos. Tales procesos tuvieron lugar en medio de luchas, revueltas populares y movimientos radicales, como en Colombia en 1947, Bolivia 1952, Guatemala 1954. Procesos sofocados por las oligarquías dominantes y por las intervenciones militares norteamericanas. En 1959 emerge la Revolución cubana, desafiando la lógica estructural del traspatio de Estados Unidos y, sobre todo, dando un ejemplo, a todo el hemisferio, de nuevas formas de organización social antisistémica. La Alianza para el Progreso, implementada como mecanismo de freno a la influencia de la Revolución cubana, no resultó lo suficientemente efectiva para detener el impulso del movimiento general hacia la autonomía y la independencia en América Latina. Y lo que continuó fueron las dictaduras militares de los 70, cuyo saldo mayor fue la destrucción del liderazgo y de la militancia de los movimientos que buscaban emancipar al trabajo del capital, así como el allanamiento del terreno para la puesta en marcha de las políticas monetaristas y neoliberales que comenzaron a funcionar a plena capacidad en los 80, a partir de la crisis de la deuda. Se había producido un proceso de «desruralización» con el auge industrial de los 50 y 60. Ello trajo consigo el aumento de las masas de trabajadores industriales. La precarización de la vida de los campesinos y la utilización intensiva de maquinaria agrícola produjo también importantes cambios en el campo latinoamericano y el aumento de las agrupaciones de trabajadores, del rol de los sindicatos (ligados estrechamente a la lógica asistencialista y clientelista del tipo de estado de bienestar que existió en Latinoamérica) y de la estructura de asociaciones políticas, los partidos.

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La impronta de la revolución cubana y, sobre todo, la expansión de la estrategia organizativa política de la Unión Soviética, influenció la configuración de los partidos de izquierda (convertidos algunos de ellos, en determinado momento en variantes en cada espacio local de partidos comunistas a la usanza de Europa oriental) en los principales instrumentos de la articulación de las luchas y demandas emancipatorias y de cambio en general. Sin embargo, 1989 marcó un punto de viraje de toda esta concepción estrategista y desmovilizativa de los movimientos emancipatorios latinoamericanos. Varios son los aspectos a señalar. De una parte estuvo la secuela (des)organizativa que dejó una década de represión dictatorial en la región. A ello se le sumó la fracturación de los movimientos de trabajadores tradicionalmente vinculados al estado de bienestar al aplicarse el paquete de medidas de ajuste estructural promovido por el FMI y el Banco Mundial, como representantes del capital internacional, el cual, a su vez, había operado transformaciones de gran impacto en su dinámica de funcionamiento. Los monopolios nacionales se expandieron hasta convertirse en empresas de producción mundial y la globalización fue el concepto-vehículo idóneo de plasmación de tales transformaciones. Tuvo lugar, entonces, un proceso de igualación tecnológica de la producción, pues el interés en disminuir el costo de producción estaba centrado en la disminución del costo de la fuerza de trabajo. Los paquetes tecnológicos se elaboran en determinados sectores de los países centrales y se aplican en cualquier región con mano de obra barata. El desempleo (y la propia noción de trabajadores no empleados) fue sustituido por la exclusión que llegaba de la mano de la desindustrialización. La reducción de las tareas de asistencia social del estado, la desregulación de los mercados laborales, la criminalización de la política fueron factores de desmovilización de los movimientos de transformación social. Paralelamente a este proceso estaba teniendo lugar el desmonte del sistema socialista mundial con la desaparición de la URSS y la vuelta al capitalismo más ramplón en los países de Europa del Este. Por encima del desbalance estratégico que ello provocó a escala global, el impacto mayor se hizo sentir en la desmovilización ideológica y en la pérdida de referentes de sentido antisistémicos. El «fin de la historia» de Fukuyama era el reflejo de la ofensiva hegemónica del capital a escala planetaria. Para ese entonces, la lucha armada, la toma del poder y la transformación social en América Latina, constituían un horizonte lejano, inalcanzable e inviable para las masas populares. No debe ignorarse el rol negativo que tuvieron (y aún tienen) las prácticas verticalistas de los partidos políticos tradicionales en la izquierda en la región. Sumado a esto, la idea de la toma del poder por un grupo de vanguardia que luego iniciaría un proceso de emancipación social paulatino fue también un factor de desmovilización de gran importancia. Muchos partidos se auto aniquilaron al permanecer enclaustrados en tales prácticas, mientras la marginalización, el empobrecimiento, la discriminación y la dominación en general crecían sin contención. En nuestra región se fortalecía la dominación norteamericana y se instalaban, unos tras otros, gobiernos neoliberales cada vez más al servicio del capital internacional. El sexenio de Salinas de Gortari en México, Violeta Chamorro en Nicaragua, Alberto Fujimori en Perú, Fernando Henrique Cardoso en Brasil, el «menemismo» en Argentina, por solo citar algunos, hundieron a la región en una mayor miseria y dependencia extranjera. Estados Unidos ofrecía el ALCA como la gran solución para América Latina y el Caribe. El contexto hemisférico de aquel entonces hacía avanzar la iniciativa.

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El 1ro de enero de 1994 tenían lugar, de forma simultánea, dos acontecimientos cruciales para la historia mexicana y del hemisferio. El Tratado de Libre Comercio comenzaba a funcionar entre México y Estados Unidos supuestamente anunciando la nueva era del comercio mundial. Al mismo tiempo, en el mismo día, el alzamiento indígena de Chiapas plantaba una señal que apuntaba la brújula en dirección opuesta, mostrando también la capacidad de los sectores sociales-populares de resistir y proponer alternativas de dignificación de la vida más allá de la lógica presente. Se habían acumulado problemas de muy difícil tratamiento y solución. Si algún rasgo positivo tiene la presente época es la de demostrar que no hay un solo problema que pueda ser «pospuesto» para después de la «toma del poder». De hecho, la idea por sí misma está sujeta a cuestionamiento vista desde la perspectiva de que no es suficiente (aunque sí necesario) para cambiar el sistema de dominación múltiple del capitalismo. Los problemas de género, raciales, étnicos, culturales, ambientales son de tal envergadura que hacen imprescindible e impostergable su solución desde el mismo inicio de la transformación social. El nuevo milenio ha traído consigo una etapa de auge de movimientos sociales y un activismo sin precedentes que permite la interacción de toda la diversidad de redes, organizaciones y movimientos que apuestan a la transformación de las condiciones de explotación y dominación actuales. Incluso, cuando no todos y no masivamente se plantean un cambio antisistémico, hoy puede hablarse de un proceso de cambio de la acumulación social hacia la acumulación política. Escenarios de acción de los movimientos, redes y organizaciones sociales en el contexto latinoamericano actual. Existen, al menos, tres escenarios de acción de movimientos en la región. Por una parte están presentes movimientos que emergen desde las luchas contra la exclusión (laboral, racial, étnica, de género, etc.) cuyo principal catalizador lo constituyó la aplicación salvaje del neoliberalismo. Estas son, principalmente luchas reivindicativas, las cuales, en dependencia del contexto en el que tienen lugar se tornan antisistémicas y contrahegemónicas. Aunque ya resulta evidente que no puede hablarse de anticapitalismo sin luchar contra el patriarcado, contra el racismo, o la discriminación en cualquiera de sus variantes. En Argentina, por ejemplo, los movimientos de trabajadores desocupados, los piqueteros, los movimientos de fábricas recuperadas, barriales, etc., están hoy, a la vez que cuestionando el orden social vigente y las prácticas tradicionales de la izquierda, planteándose alternativas de construcción de poder desde abajo y promoviendo formas de articulación impensables hasta hace un decenio. Estas experiencias asamblearias y colectivas en curso tienen, como efecto positivo en el proceso de empoderamiento de los sectores populares argentinos, la capacidad de proveer la posibilidad de decidir qué y para quién se producirá; salvaguardar y/o aumentar el empleo; establecer prioridades sobre lo que es producido (en el caso de las empresas recuperadas); definir la naturaleza sobre quién obtiene qué, dónde y cuándo; combinar la producción social y la apropiación social de los beneficios; crear solidaridad de clase en la fábrica, a nivel sectorial o nacional/internacional y democratizar las relaciones sociales de producción y la propia dinámica política en las que se dan1. Ello tiene una trascendencia que rebasa los marcos nacionales al coincidir en objetivos, luchas, armonización, consenso y construcción con movimientos como los Sin Tierra de Brasil y el propio zapatismo en México.

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El movimiento de los Sin Tierra en Brasil ha desarrollado tanto estrategias de lucha novedosas, como métodos de capacitación (no solo de sus cuadros, sino de todos sus integrantes). La democratización pasa por tomar en cuenta en la agenda emancipatoria asuntos preteridos como la dominación de género, la discriminación racial, por opción sexual, religiosa, etcétera2. La diversidad es un dato de la realidad que el capital levanta como bandera para la fragmentación. En este sentido, el movimiento brasileño de los Sin Tierra ha desplegado una labor educativa y de articulación en su propuesta de construcción contrahegemónica y en la actualidad es insoslayable el peso político de dicho movimiento, el cual, como en el caso de Argentina y otros movimientos (principalmente indígenas) a lo largo del continente, trabajan en una propuesta a largo plazo, pues el desafío es construir las alternativas a contracultura y de modo permanente. La experiencia del desgaste y descrédito del Partido de los Trabajadores y de su principal figura, Lula, se ha constituido en demostración palpable que el objetivo no es el poder presidencial, el gobierno, sino la transformación social radical y profunda. Las juntas del buen gobierno zapatista, por su parte, constituyen un ejemplo de práctica autónoma y democrática del movimiento popular, con equidad de género, con dignidad general al margen de la raza, la etnia la opción sexual y con respeto de la biodiversidad. Ha sido un criterio casi general el calificar de fracaso a «La otra campaña». Para muchos analistas, incluidos simpatizantes del zapatismo, no apoyar en el proceso eleccionario a Andrés Manuel López Obrador, fue una especie de suicidio político que le ha restado adeptos dentro y fuera de México. Nuestra intención en este trabajo no es entrar en una polémica (de difícil tratamiento) sobre si fue o no acertada tal decisión, sino señalar un fenómeno que está en el centro de las elaboraciones desde la izquierda y el pensamiento y la acción revolucionarias y es, la contradicción (apreciable en los movimientos en Argentina y Brasil también) entre los objetivos de tales movimientos y la perspectiva geopolítica que prevalece en los análisis y en la propia práctica. De un lado aparece la conveniencia de consolidar un muro de contención al neoliberalismo y la dominación norteamericana en la región. Los gobiernos de los Kirshner en Argentina, Lula en Brasil y el de Tabaré Vázquez en Uruguay (éste último con matices diferentes) no son revolucionarios, no se plantean una construcción anticapitalista y no producirán transformaciones contra el sistema. Sin embargo, son, en determinadas circunstancias, piezas estratégicas de freno a la política estadounidense en la región. Es conocido el rol decisivo de Argentina en el rechazo al ALCA, o la mediación de Brasil en determinadas coyunturas difíciles en Venezuela. Consiguientemente, se convierten en un marco propicio de acción y articulación de los movimientos más radicales. Por otro lado, la radicalidad de los movimientos se erige en un desafío importante, en tanto su acción puede llegar a desestabilizar y hacer fracasar a tales gobiernos. Los movimientos sociales están, además, ante el reto del aprovechamiento del espacio de acción que gobiernos de este tipo facilitan para la construcción alternativa con vistas a la necesaria articulación de la diversidad de dichos movimientos. ¿Qué país tenemos? ¿Qué país queremos? ¿Cómo construir el país que queremos desde el que tenemos? Parecen ser retos que lanza este tipo de relación. Otro escenario importante de acción de los movimientos sociales lo constituye la organización en redes y organizaciones de carácter permanente y de acción multinacional, regional y mundial. Se hace referencia aquí al proceso de articulación que está teniendo lugar no solo al interior de los movimientos y en cada país, sino entre movimientos y organizaciones disímiles ya sea con la convocatoria de una campaña concreta o por acciones de carácter permanente.

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Existen en la región temas que sobrepasan las realidades nacionales constituyéndose en ejes vertebradotes de la acción, la participación y el consenso de los diversos movimientos sociales-populares. Tales son los casos de las campañas contra la militarización y las bases militares (CADA y red No-bases, entre otras) que luchan contra el despliegue militar de Estados Unidos directamente o indirectamente a través del aumento y reforzamiento de los aparatos castrenses de varios países bajo el supuesto de la lucha contra el terrorismo o el narcotráfico, ejemplificados en los casos del Plan Puebla Panamá, el Plan Colombia y la base militar de Manta en Ecuador. Un eje importante (y muy enlazado con el antes mencionado) radica en el tema de los recursos hidráulicos. Se sabe que en la «triple frontera» existe ya un amplio despliegue militar norteamericano con vistas a asegurar el control sobre las fuentes de agua en la región3. La cruzada por la «internacionalización de la amazonía» está estrechamente vinculada a propósitos hegemónicos de Estados Unidos y ante ello, se está construyendo una amplia alianza de movimientos, redes y organizaciones sociales que a su vez están en constante interacción con otras campañas y movimientos de carácter reivindicativo y social-popular. La tierra, la soberanía alimentaria, los movimientos indígenas y la exclusión son otros importantes marcos de acción de los movimientos sociales en la región. La CLOC (Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo) agrupa a un amplio conjunto de poderosas organizaciones campesinas, las cuales interactúan a través de la Vía Campesina con otras organizaciones en América del Norte, África, Asia y Europa. Es conocido, así mismo, el rol social y político que están teniendo las organizaciones indígenas. En países como Bolivia, Ecuador, México, Brasil, Colombia y en Centro América existen agrupaciones, redes y organizaciones que han desbordado el marco de las reivindicaciones puntuales y han pasado a la acción social y política. El ascenso de Evo Morales al gobierno en Bolivia y el apoyo al proyecto de la revolución ciudadana en Ecuador, son manifestaciones palpables de progreso y fortalecimiento en este sentido. Existe otro grupo de redes, movimientos y organizaciones sociales de gran impacto y activismo social y político entre los que se encuentran el Grito de los Excluidos, Jubileo Sur, el Frente Continental de Organizaciones Comunales (FCOC), la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas y Afrocaribeñas (RMAA), la Red de Mujeres Transformando la Economía (REMTE), la Marcha Mundial de Mujeres, la Asamblea de Pueblos del Caribe, el Diálogo Sur-Sur GLBT, el Enlace Indígena y el Centro Martín Luther King/Red Compa. Todos ellos han ido encontrando espacios de articulación tanto a través de acciones y campañas (tales como la campaña contra los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos) así como en espacios regionales y globales de carácter permanente entre los que destacan la Alianza Social Continental, el Foro Social de las Américas y el Foro Social Mundial (este último un importante espacio de enlace con movimientos sociales alternativos en todo el mundo). Por otra parte, existen hoy procesos que están forzando la articulación de los movimientos y redes en la región y tiene que ver con la criminalización de la emigración y de la protesta. Estos dos aspectos atraviesan en la actualidad todo el panorama de la vida en las propias acciones de los movimientos. Más allá de mecanismos de homogenización que solo han propiciado la fragmentación, la propia reacción del capital está trayendo consenso y generando condiciones para que se articulen todas las luchas que aparecen atomizadas y que de conjunto cobran un carácter abiertamente antisistema.

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Un último y no menos importante escenario de acción de los movimientos radica en el proceso reciente de ascenso a los gobiernos de movimientos y partidos de izquierda y en algunos casos con clara orientación anticapitalista y antiimperialista. El contexto latinoamericano abrió el espectro de las alternativas ante la desesperanza y la opresión. Hugo Chávez y la revolución bolivariana en Venezuela no son resultado de una conspiración antinorteamericana fraguada por sectores del terrorismo internacional, sino, sencillamente, uno de los caminos que adoptó la reacción popular ante la incapacidad del modelo neoliberal vigente de resolver los problemas de la supervivencia humana. Algo similar ha sucedido en Bolivia con Evo Morales. El 62,2 % de la población boliviana es indígena4 y ha sido quien ha cargado con la explotación y la dominación de sectores minoritarios vinculados al capital internacional. En el Ecuador, los movimientos indígenas, agrupados en Ecuarrunari, Pachacutik y la CONAIE, principalmente, fueron protagonistas de revueltas antineoliberales y forzaron la salida de dos presidentes sentando las bases para el ascenso al gobierno de Alianza País y el proyecto de la Revolución Ciudadana encabezado por Rafael Correa. En estos tres países, donde hubo el espacio de transformación pacífica a través del sistema electoral, las grandes mayorías apoyaron la propuesta de movimientos populares radicales. Si bien es cierto que el caso venezolano requiere un análisis más a profundidad y matizado, en tanto el MVR no fue exactamente un movimiento social como los antes mencionados (y hoy el debate está en la conformación de un nuevo partido político por el socialismo en Venezuela) la dinámica social popular que le ha caracterizado, así como la vinculación y participación del proceso bolivariano con marcos de acción como la Alianza Social Continental y los Foros Sociales, lo colocan junto al accionar de los movimientos en la región. Por otra parte, la reacción popular ante el golpe de estado de abril del 2002, así como el mayoritario y constante respaldo a la revolución bolivariana a pesar de las campañas mediáticas y de todo tipo, despejan cualquier duda en ese sentido. En Brasil y Uruguay han tenido lugar también (con otras condiciones y con un accionar bastante distante de la radicalidad de los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador) ascensos de movimientos sociales convertidos en partidos al gobierno. El rasgo común a ambos ha sido el desgaste político a lo largo de varios y fallidos intentos electorales. Tanto el PT (en Brasil) como el Frente Amplio (en Uruguay) tuvieron que atravesar por un proceso de pactos, negociaciones y concesiones que al final debilitaron en mucho el carácter y la orientación social de sus propuestas de gobierno. Son casos interesantes en la misma en que se debe notar que como gobiernos locales (el ejemplo del PT en Porto Alegre y del Frente Amplio en Montevideo) tuvieron grandes avances en su gestión, aumentaron la participación popular en el gobierno (fórmulas de presupuesto participativo), implementaron un alto grado de horizontalidad en el mecanismo de toma de decisiones, y de hecho tuvieron una gran repercusión y legitimidad a escala regional e internacional. Pero los sucesivos procesos de elecciones debilitaron sus estructuras y desviaron los objetivos de cambio social que habían constituido horizontes de sentido en sus inicios. Más recientemente se asiste al ascenso de Lugo en Paraguay y al cambio que significa que, por primera vez, haya un gobierno que no sea de la tradicional oligarquía y además con una marcada orientación de izquierda. En Centro América, viene produciéndose una dinámica interesante marcada, en la actualidad, por la posición progresista del gobierno de Honduras y su disposición a incluirse en los acuerdos de integración latinoamericana, como el ALBA.

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En el caso de Venezuela, Bolivia y Ecuador el desafío aumenta cada día que transcurre. El enfrentamiento directo con Estados Unidos y el capital transnacional, la reacción interna, la existencia de mecanismos estructurales que frenan la dinámica social, la coyuntura internacional agresiva y guerrerista promovida a escala global por la presente administración norteamericana (y muchos otros factores) ponen a dichos proyectos en condiciones de sitio, de confrontación. En la perspectiva del análisis de estos tres escenarios de los movimientos sociales en América Latina aparecen dos importantes aspectos a tener en consideración. Primero, la mera existencia de tal diversidad de movimientos y el carácter múltiple y radical de sus demandas, no implica un devenir lineal hacia un cambio de sistema en la región. Estos movimientos, redes y organizaciones sociales están surcados de contradicciones, localismos, y toda una herencia que no puede ser desconocida y sí atendida para que las demandas populares más radicales puedan tener un curso y solución en términos de progreso real. Por otra parte, si no se construyen de modo permanente mecanismos que articulen y coordinen todas esas luchas y demandas y se transita de una acumulación social a una acumulación política (la orientación hacia el cambio sistémico) la región estará abocada a otro largo período de explotación y desesperanza.

Un desafío importante se constituye a partir de que dicha articulación tendrá necesariamente que emerger de una construcción colectiva en condiciones de igualdad. El «gran tejedor» no existe. No podrá ser un solo movimiento, un solo grupo, una persona, sino el conjunto de todas y todos quien construya ese otro mundo mejor posible. Diversidad social, diversidad económica, socialización de la economía, socialización de la diversidad. Al pasar revista al contexto latinoamericano se evidencia efervescencia política y claridad en cuanto a la lucha que se libra en ese terreno. Existen además, y como resultado político relevante, propuestas de integración que rebasan los marcos de la dominación norteamericana y del capital transnacional en general: el ALBA-TCP, los diversos proyectos gran nacionales, el Banco del Sur, UNASUR, MERCOSUR, y un sinnúmero de iniciativas a nivel de gobiernos de la región, así como alianzas hemisféricas de los movimientos, redes y organizaciones sociales. Sin embargo, esa lucha política en la que los adversarios dejan claras las líneas de demarcación (la reacción pronorteamericana en Venezuela, el separatismo en Bolivia y los intentos de separatismo en Guayaquil, Ecuador, a modo de ejemplo) comienza a hacerse más compleja a la hora de plantearse el modelo de producción y reproducción de la vida sobre el que se asentarán los cambios antisistémicos. El capitalismo es un sistema de dominación múltiple cuyo centro radica en el modo de producir y reproducir la vida para el cual la premisa de partida es la diferencia. La felicidad del ser humano pasa por su diferenciación con respecto a los restantes. Diferenciación en cuanto al lugar en la producción y la apropiación de lo producido. Esa diferencia no es otra cosa que la explotación del trabajo de otros en beneficio propio. Pero la entrega en régimen de explotación de la capacidad creativa del ser humano no puede tener lugar sino a través de la violencia. Violencia corporal, simbólica, económica, política, cultural, global. Ningún sistema jerárquico, no importan sus apellidos puede funcionar, ni se sostiene, por otra vía que no sea la violencia, la coerción.

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El sistema del capital establece las reglas de la producción y reproducción de la vida sobre las jerarquías y por medio de la violencia. Es la única explicación lógica para una guerra como la de Irak, o que se destinen los alimentos a producir combustible para vehículos cuyo fin es el transporte individual. El capitalismo, como resultado de su propia naturaleza, transita de una crisis a otra, cada una más compleja, en la misma medida en que se hacen más complejas e interdependientes las relaciones a escala global. La tendencia monetarista del capital está provocando el estallido de toda la estructura del sistema. La manifestación mas reciente es la crisis financiera mundial originada en los Estados Unidos, principal promotor del capitalismo monetarista, y que se extiende a todos los mercados bursátiles y productivos del planeta. Marx lo anunciaba en los Grundrisse:

En agudas contradicciones, crisis, convulsiones, se evidencia la creciente inadecuación del desarrollo productivo a las relaciones de producción vigentes. La violenta acumulación de capital (en las crisis), no por circunstancias ajenas a este, sino como condición de su autoconservación, es la forma más contundente de aviso de que desaparecerá y dará lugar a un estadio superior de producción social (…) Estas contradicciones tienen como resultado cataclismos, crisis en las cuales la suspensión momentánea del trabajo y la destrucción de gran parte del capital lo hacen volver al punto en el cual es incapaz de desplegar plenamente sus poderes productivos sin cometer suicidio. En tanto, estas catástrofes regulares y recurrentes tienen como resultado su repetición en una escala mayor y, por último, el violento derrumbe del capital.5

Sin embargo, por sí solas las condiciones críticas de la economía capitalista no generarán un cambio evolutivo hacia un estadio humano superior. Más allá de cuán severas puedan ser las turbulencias económicas del capitalismo, sin la organización y la disposición de lucha de los sujetos sociales, sin el establecimiento de nuevas relaciones de producción, de nuevas prácticas de producción y reproducción de la vida no surgirán situaciones revolucionarias de las cuales se transite a un cambio sistémico. Como señala Valério Arcary: “Nunca hubo recesión o depresión sin salida. Siempre habrá una salida económica para el capital, si su dominación política no estuviese amenazada, descargará sobre otras clases, de una u otra forma, los costos de la recuperación de la tasa media de ganancias.”6 Es necesario pasar a una fase propositiva diferente de la del capital para producir y reproducir la vida de las personas, aprender de, y aprehender las experiencias de convivencia que han resistido toda la dominación, otras que han surgido en medio de las luchas por la emancipación, otras de las que hay que (des)aprender, todas, sin dudas, experiencias y prácticas valiosas para la superación de la lógica del capital. Alberto Acosta sitúa como uno de los puntos de partida lo que Aníbal Quijano ha denominado “el fantasma del desarrollo”, según Acosta:

(…) hay que reconocer que esto es parte de un proceso que resulta de perseguir al fantasma del desarrollo. Los problemas no son nuevos, no son solo de la larga noche neoliberal, vienen desde antes. Pero antes había la ilusión del desarrollo cuando teníamos la industrialización a través de la sustitución de importaciones y en la actualidad estamos en una suerte de crisis interminable, en la cual hemos perdido aparentemente el rumbo.7

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Entre tantos finales de la Historia que se han anunciado, no figura el fin de la noción de desarrollo. Pero el desarrollo significa el crecimiento de la acumulación del capital, y, por consiguiente, de la diferencia, de la violencia, de la depredación, de la jerarquización social. Persiguiendo el desarrollo, se llega solo a un punto, vivir la crisis desde el primer mundo o sufrirla siempre desde el par categorial, el subdesarrollo, la pobreza, la miseria como condición humana. Desarrollarse económicamente implica crecer infinitamente en la producción dirigida al consumo y basada en la sobreexplotación de la vida y de las fuentes de esa vida. Desarrollo implica el crecimiento urbano, industrial, basado en la tecnología como vehículo de sustitución de las capacidades creativas del ser humano para la maximización de las ganancias. Desarrollo implica el progreso material del individuo, la imposición de un solo patrón cultural, basado en un solo patrón de producción y reproducción de la vida. Sin embargo:

En la simbólica moderna –afirma Pablo Dávalos- toda persona, o todo pueblo, al menos teóricamente, quiere progresar, quiere “salir adelante”; quiere “superarse”. (…) poner trabas al progreso es ser retardatario. Poner trabas al crecimiento es una aberración de los pueblos “atrasados” que, de forma imperativa, deben modernizarse. Oponerse al desarrollo, por tanto, es antihistórico. Estar en contra del crecimiento económico es síntoma y signo de oposición al cambio.8

De tal manera está entrampada la cultura que se basa en el crecimiento, el desarrollo y el progreso. Desarrollo que es siempre concebido de modo individual, en predios urbanos, construcciones sofisticadas y costosas de concreto y materiales caros y contaminantes, utilizando el automóvil como vehículo de transportación individual (cada auto debe parecerse a su dueño). Ese desarrollo está basado en la explotación industrial, minero extractivista, adosado a una estructura monetarista y una estrategia comunicativa que exacerba los valores individualistas, sexistas, patriarcales, racistas. Crecimiento económico, desarrollo económico, son la expresión a nivel utópico y conceptual de la acumulación del capital, y el capital es una relación social mediada por la explotación. La acumulación del capital implica, por definición, la ampliación de las fronteras de la explotación y de la enajenación humana. A más crecimiento, más acumulación de capital, y, por tanto, más explotación, más degradación, más enajenación. Perseguir el desarrollo, al menos en el modo que se ha concebido hasta hoy, no conducirá a la emancipación humana, a la salida de las crisis cíclicas del sistema. La distribución equitativa de la riqueza social producida en la lógica del desarrollo ya demostró no ser la vía de salida del modelo civilizatorio del capital. Pretender la extensión a escala global de los niveles de vida de Irlanda, Suecia o Dinamarca, por no mencionar el de las clases altas de Estados Unidos, Japón y Europa, implicaría la carga de tres planetas Tierra. Ese es un imposible matemático, económico, objetivo. De hecho, los altos y lujosos estándares de vida en los sectores mencionados son imposibles de alcanzar sin la inclusión en la ecuación de la variable de la diferencia, de la dominación, de la violencia. La lógica del crecimiento económico tiende a la fragmentación y a la ruptura de la relación del ser humano con la naturaleza, en la misma medida que necesita de individuos diferenciados, organizados jerárquicamente y de la sobreexplotación del medio vital, tratado también en términos de diferenciación y jerarquía. Somos diferentes y superiores al resto de las especies, y la naturaleza “asciende” a la categoría de “recurso natural”. Desde el proyecto de Descartes del “hombre” como “amo y señor de la naturaleza”, hasta el informe de la Comisión Brundtland en los 80 del siglo XX sobre desarrollo sostenible9, pasando por la Cumbre de Río y las preocupaciones recientes sobre el

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calentamiento global, el desarrollo económico y el discurso del crecimiento, no han resuelto los graves problemas que conlleva el desarrollo. Todo lo contrario, ahora genera problemas que antes parecían inconcebibles. La Comisión Brundtland introdujo el término de “desarrollo sostenible” o “sustentable” como si fuese un colchón que pudiese amortiguar eternamente los impactos medioambientales de la lógica del capital expresada en el desarrollo. Ese concepto implica, sencillamente, sostener o sustentar una lógica destructiva de las fuentes de vida y de la vida misma. Aún hoy se prestidigita con apellidos diversos: desarrollo humano, desarrollo social, desarrollo local, etcétera. Y el desarrollo va en una sola dirección, en la de la lógica del mercado, del capitalismo, pero tanto forma parte de nuestra cultura, tanto se sostiene cada día en nuestro pensamiento que no hay otra opción que pensarnos “en desarrollo”. La visión de los mercados como alternativa histórica para la relación del ser humano con la naturaleza está presentando escenarios que hasta hace poco tiempo habrían parecido impensables. “Solo desde una visión de un extremo egoísmo con el presente, y absoluta enajenación con el futuro, puede pensarse que la producción de alimentos ahora sea para los autos y no para los seres humanos. Los biocombustibles ponen al discurso del crecimiento económico en la frontera final de la utilización de la naturaleza. ¿Qué viene después? ¿Quizá la privatización del aire? ¿La comercialización del clima, como lo pretende el proyecto HAARP?10 Continuar persiguiendo el desarrollo solo conduce a la imagen de Franz Hinkelammert sobre los dos hombres a cada extremo de la rama de un árbol cuyo objetivo es cortarla. Aún sabiendo que el resultado final es la caída de ambos, la búsqueda del bienestar individual, del desarrollo en su expresión más concentrada los impulsa a seguir en su faena. Ese es el destino de la humanidad, sin importar el nombre del régimen político que se establezca para lograrlo, desarrollo equivale a destrucción. ¿Cómo explicarse la “crisis alimentaria” que hoy sacude al mundo? ¿Cómo explicarse que la crisis financiera esté ocupando toda la prioridad, la atención, cuando los alimentos escasean y el dinero no se come? Una mirada atenta a los últimos años de existencia humana saca a la luz la evidencia de las consecuencias del proceso de “desruralización” mundial. La soberanía y la seguridad alimentaria son hoy asuntos de seguridad nacional para los estados. El modelo depredador e industrial necesitaba de fuerza de trabajo “libre”, desnaturalizada (en los dos sentidos, de sus territorios y de sus vínculos con la naturaleza). Hoy cae la producción mundial de alimentos, y solo un grupo de corporaciones dominan dichos mercados, aplicando cultivos transgénicos, agrotóxicos, modificando genéticamente la masa animal y volviendo generaciones enteras mutantes consumidoras de químicos y productos artificiales. El régimen superador del capitalismo, del desarrollo, tiene que ser, ante todo, y conjuntamente con todas las demás mediaciones, un régimen de producción y reproducción de la vida diferente y superador de la producción para el desarrollo. Ello, sin dejar de tener en cuenta la aseveración de Marx que no se trata: “(…) de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.”11 El capitalismo no “evolucionará” hacia un modelo civilizatorio superior, si bien sienta las bases y genera las relaciones y actores sociales que propiciarán la transformación. Es necesario forzar el

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cambio, introducir nuevas relaciones y modos de interacción humana en los procesos esenciales en los que la vida tiene lugar. Se trata, según Aníbal Quijano, de que: “en nuestras cabezas hay un modelo de vida y un modelo de pensamiento que tienen que entrar en combustión para que estos recursos de vida en el planeta sean defendidos. No se trata de no producir lo que necesitamos, se trata de no imitar el modo de vida que implica dominación y explotación cada vez mayores (…).”12 Se trata, también, de la vigente y poco atendida tercera Tesis de Marx sobre Feuerbach:

La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (…). La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.13

Es necesaria una revisión y desmonte radical de la manera en que la presente civilización concibe la vida y su proyección de futuro. La sobrevivencia de la especie humana y del mundo pasa por un cambio sistémico, por un cambio de las circunstancias en que se vive y de un proceso de educación y aprendizaje del cambio y del nuevo mundo que se debe construir. Y nada de esto puede ser concebido sino como práctica revolucionaria. Y es aquí donde el análisis de la diversidad cobra toda la importancia en las propuestas de cambio civilizatorio. El modelo del desarrollo, tiende, por naturaleza, a la homogenización. La globalización de la economía, de las relaciones de producción capitalistas, es posible gracias a esa tendencia. Hoy los modelos culturales, los paquetes tecnológicos, la estructura financiera y empresarial, es homogénea a escala global. La inserción en el mercado mundial requiere de ese proceso de “igualación” de las estructuras económico-comerciales. Quebrar ese esquema de dominación, esa estructura de sostenimiento del sistema, requiere de la comprensión y articulación de la diversidad de modos de reproducir y reproducir la vida que han estado preteridos y discriminados por el capital, así como su mezcla, el “mestizaje” de todas aquellas formas de organización de la vida que se dan a escala planetaria. Debe partirse del hecho de que no hay un solo modo de organizarse, producir y reproducir la vida. Ese es el legado del capital, un solo sistema, una sola manera de entender la civilización, la humanidad. Alberto Acosta alerta acerca del peligro de los enfoques sobre la inevitabilidad de los cambios “globales” y la necesidad del desarrollo a escala mundial:

(…) si no hay soluciones a nivel global e internacional no hay nada que hacer y tendremos que seguir aguantando. Pero es necesario ser un poco pragmáticos, aterrizar y buscar respuestas desde lo cotidiano, desde lo local, desde lo nacional y reconocer también que esto se debe a que muchas veces hemos tratado de dar respuestas importando recetas. Nos hemos especializado en importar recetas para todo y en tratar de copiar lo que viene de afuera.14

En el caso de América Latina, más allá de esa tendencia implantada por lo que Quijano llama “la colonialidad del poder”, que importa patrones de organización, producción y consumo ajenos a

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nuestras realidades, han existido modelos de producción y reproducción de la vida que deben ser analizados y tomados como referentes en la búsqueda de superación de las relaciones capitalistas. En Sudamérica tiene lugar un proceso de gran valor e interés con el ascenso de los movimientos indígenas y sus propuestas de organización social. Es de destacar cómo, proviniendo de culturas que alcanzaron un alto grado de desarrollo y jerarquización, lo que ha sobrevivido y se alza hoy como alternativa al capitalismo son los modos de organización de las clases marginadas y explotadas en aquel entonces. Las estructuras de dominación fueron destruidas y reemplazadas por las estructuras de dominación capitalista venidas con la colonización. Si se repara en el curso de la historia, han sido las organizaciones “de abajo”, aquellas de mayor carácter de horizontalidad y menores niveles de jerarquización, las que han sobrevivido, resistido y hoy emplazan al sistema en nuestra región. El Ayllú, por ejemplo, era centro de la cosmovisión aymará pre hispánica, establecida en el Cuzco y expandida por todo el Altiplano, en la que el individuo era sólo un ser humano desprovisto de efectos personales (y nadie los tenía mas allá de lo básico), incapaz de seguir con vida por sí mismo y debiendo a la vez cuidar y acariciar a la Pachamama (el universo, la naturaleza) y trabajar por los intereses de la comunidad, no le quedaba más que unirse como componente no indispensable, pero absolutamente comprometido a un grupo estructurado basado en relaciones familiares, grupo que es unidad pecuniaria (empresa), parcela (tierra asignada para su explotación) y seguridad. El ayllu es LA unidad social andina, pues la persona sola no es nada y el “yanacona”15 sólo puede subsistir como siervo de estructuras marginadas del orden social básico, como la nobleza imperial incaica, los colonizadores o la empresa capitalista en la actualidad. Lo que de pronto se asocia con el estereotipo del “retroceso” al primitivismo, debe verse como un principio de asociación colectiva para organizar la vida, que no ha perdido vigencia, y que ha sido parte consustancial de la resistencia de los habitantes originarios del continente, en la que la igualdad, el cuidado del entorno vital y la sencillez han sido el rasgo característico. Mismos rasgos que han dado tanta fuerza a los movimientos indígenas en la actualidad. El Ayllú se le puede ver reconstituido, como estructura de organización social, en las juntas vecinales del Altiplano, de La Paz, teniendo un rol clave en la presente dinámica boliviana, como bastión de prácticas no depredadoras, no consumistas, como promoción de nuevos sentidos políticos y articulaciones de la diversidad de proyectos antisistémicos, y, sobre todo, como espacio donde se funden la producción y la reproducción de la vida en un solo proceso, que es a su vez simple, con capacidad de autorregulación y de proyección en el futuro16. Estos principios están plasmados en el programa y en la propuesta de nueva constitución en Bolivia. En su discurso de asunción como presidente de ese país, Evo Morales señalaba:

¿Cómo buscar mecanismos que permitan reparar los daños de 500 años de saqueo a nuestros recursos naturales? (…). Por esa clase de injusticias nace este llamado instrumento político por la soberanía, un instrumento político del pueblo, un instrumento político de la liberación, un instrumento político para buscar la igualdad, la justicia, un instrumento político como el Movimiento Al Socialismo, que busca vivir, paz con justicia social, esa llamada unidad en la diversidad. (…). Este instrumento político, el Movimiento Al Socialismo no nace de un grupo de profesionales. Aquí están nuestros compañeros dirigentes de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, de los compañeros de CONAMAQ, ( se refiere al Consejo Nacional de Marcas y Ayllus del Qullasuyu) de los compañeros de la

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Federación Nacional de Mujeres Bartolina Sisa, la Confederación Sindical de Colonizadores de Bolivia, estas tres, cuatro fuerzas, algunos hermanos indígenas del Oriente boliviano…17

El movimiento que por primera vez en la historia ha logrado el gobierno de la mayoría indígena y marginada, es un movimiento que recoge toda la experiencia organizativa, comunal, productiva y reproductiva de los pueblos originarios de América y la plasma en un proyecto de sentido político a contracultura, desde una perspectiva de la sobrevivencia del ser humano, articulado a un entorno natural, a sus fuentes de vida. La propuesta de estos movimientos sociales y políticos no es la de tomar el poder y comenzar un proceso de transformaciones que conduzca al “desarrollo”, sino la socialización de prácticas vitales distintas a las promovidas por la modernidad. Vale aclarar que estas prácticas no constituyen un “retroceso” en cuanto a los “logros” de la modernidad. No implica la destrucción de los entornos urbanos para volver a la vida campestre y “atrasada”. Sino la ruptura con patrones de consumo irracionales que exacerban la urbanización y la industrialización, generando grandes masas de trabajadores agrarios flotando en las urbes, como mano de obra paupérrima y descalificada, mucho más fácil de explotar y dominar. Las propuestas desde las prácticas y los conocimientos ancestrales indígenas, son una gran contribución a la superación del modelo de “civilización” capitalista. La evolución en el tiempo del Ayllú como forma de organización comunal y la resistencia a la colonización y al capitalismo se conjugan con una práctica y una concepción que los aymarás llaman el Sumaq Qamaña, y que los quechuas (de las sierras y la amazonía del Ecuador, parte del Perú, y otras regiones andinas) denominan Sumaq Kawsay, o Alli Kawsay. Dichos términos tienen el mismo significado: el “buen vivir”. Este concepto del “buen vivir” se ha convertido en una especie de paradigma que recoge las sabidurías milenarias de Occidente y del Mundo Andino y las incorpora en el contexto de la sociedad contemporánea como alternativa al contenido depredador de la modernidad. La sociedad moderna, capitalista y occidental se encontró, a su llegada a las tierras de Sudamérica, con una práctica y un término de “buen vivir”, posteriormente desvirtuado por la presencia de las relaciones mercantiles que supeditaron los valores humanos, la calidad de vida, el desarrollo intelectual, cultural y moral de la sociedad al enriquecimiento monetario, al ansia de acumulación material; en suma, al paradigma del mercado capitalista. En la actualidad, el concepto de “bien común” que sustituyó al “buen vivir” y mediante el cual se disfrazaron las relaciones mercantiles propias de la sociedad moderna, ha perdido significado; se ha convertido en parte integrante de un discurso vacío de contenido, razón de más para destacar la importancia de esta ruptura conceptual.

Nuevas realidades exigen nuevos instrumentos conceptuales. El Buen Vivir se transforma en el concepto articulador de las acciones públicas y privadas, políticas y sociales, en el doble sentido de la palabra: como eje del desarrollo y como objetivo de la acción. (…) puesto que hablar de desarrollo ya no solo remite al crecimiento económico, los parámetros para medirlo no serán únicamente los indicadores cuantitativos. Más importante que ellos es la calidad de vida de las personas, comunidades y pueblos, que resignifica lo social, lo político, lo ambiental y, por supuesto, lo económico. Con ello, además, se reivindica la dimensión social de la democracia que complementa y profundiza la democracia formal.18

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Es necesario comprender que durante el siglo XX ocurrieron revoluciones radicales, que buscaban cambiar el orden burgués. Esas revoluciones lograron importantes transformaciones y por primera vez en la historia permitieron a los explotados y los humildes adueñarse de sus destinos. Y aún cuando lograron cambiar la estructura política y el régimen de distribución de la riqueza social, la producción y reproducción de la vida continuó ocurriendo bajo la lógica del capital. Hoy existe una gran diversidad de prácticas que cuestionan precisamente esa lógica de convivencia humana en sus propias bases. Luchar contra el capitalismo en la actualidad, pasa por darle otro rumbo a la perspectiva industrialista, extractivista, urbana, monetarista y dirigida a la acumulación y la obtención de ganancias. Y eso precisamente se encuentra en las propuestas latinoamericanas, uno de cuyos ejemplos más ilustrativos es el “buen vivir”. En el Ecuador este concepto es central en el proceso de la revolución ciudadana. Una revolución que atraviesa por múltiples dificultades y que pone en conflicto a las fuerzas progresistas y los movimientos de cambio social en temas tan importantes como el desarrollo, la minería, la organización macroeconómica, etc. El movimiento indígena ecuatoriano constituye el sector más avanzado en este tipo de propuestas antisistémicas. Carlos Jara expresa al respecto:

En la creación de la armonía social, los pueblos indígenas incluyen en la ecuación del desarrollo elementos que transcienden la dimensión económica, como la relación con la naturaleza, la solidaridad con los otros, la pertenencia comunitaria, la necesidad de encontrar espacios de participación para la formulación de nuevas políticas públicas y promoción de los derechos humanos. Para los indígenas, la finalidad de un auténtico desarrollo radica en construir gradual y democráticamente las condiciones materiales y espirituales para alcanzar el alli káusai, o sea, el Buen Vivir.19

Tal noción ha estado invisibilizada ya no solo para el capital y la intelectualidad que les orgánica, sino también para hombres y mujeres de “izquierda”, pensadores, intelectuales, revolucionarios que continúan mirando con desdén dichas propuestas y apuestan por “el gran salto” desarrollista, que al final se convierte en una continuidad de las relaciones de producción y del modo de producción capitalista. Como práctica, y debe añadirse, como práctica revolucionaria, el “buen vivir” es la posibilidad de vincular al ser humano con la naturaleza desde una visión de respeto, de compartir, de tomar y reponer, es, de hecho, una oportunidad de devolverle la ética a la convivencia humana, porque es necesario un nuevo contrato social en el que puedan convivir la unidad en la diversidad, porque es la oportunidad de oponerse a la violencia del sistema. Sumaq Kawsay es la expresión de una forma ancestral de ser y estar en el mundo. El “buen vivir” expresa, refiere y concuerda con aquellas demandas de “décroissance” de Latouche, de “convivialidad” de Iván Ilich, de “ecología profunda” de Arnold Naes. El “buen vivir” también recoge las propuestas de descolonización de Aníbal Quijano, de Boaventura de Souza Santos, entre otros. “El “buen vivir”, es otro de los aportes de los pueblos indígenas del Abya Yala, a los pueblos del mundo, y es parte de su largo camino en la lucha por la descolonización de la vida, de la historia, y del futuro.”20 Es necesario comprender las nociones del “buen vivir” para poder entender y dialogar con la propuesta de los indígenas bolivianos y ecuatorianos de la formación de estados plurinacionales. La visión de la homogenización económica de la vida por el capital, ha dado centralidad al episteme de nación como un centro aglutinador y hegemónico de la diversidad. Una sola economía, un solo modelo de desarrollo, una sola cultura, un solo pensamiento. En ese esquema no cabe, definitivamente, una noción sobre plurinacionalidad, ni encajan en esos marcos las prácticas

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solidarias, modestas, de respeto al entorno y de respeto mutuo del mundo indígena. Estarían fuera del control del mercado y del estado. Con sus matices, con sus límites y sus desafíos, esa propuesta ya tiene cuerpo en la Constitución ecuatoriana recientemente aprobada por abrumadora mayoría, en la que aparecen veinte y dos referencias a este concepto, ligadas, en su mayoría, a propuestas alternativas al sistema del capitalismo21. Por otra parte, ya está en el proyecto de nueva Constitución de Bolivia, a pesar del retraso por la reacción visceral del capital. Al parecer buena parte de la intelectualidad revolucionaria, marxista, de izquierda, heredera de la tradición productivista, urbana e industrial, del modelo político del soviet que obvió la obshina, no logra darse cuenta que esta propuesta, particularmente la boliviana, está atacando la esencia misma del capitalismo, su modo de producir, su razón de ser, y de ahí el odio y la brutalidad con que se reacciona contra ella. Muy a pesar de la apariencia racista y de intolerancia a que sean los indígenas quienes estén en el gobierno y propongan un reordenamiento social, lo que está realmente en juego es un sistema de relaciones de producción dirigidas al consumo y el incremento de las ganancias. El racismo, y la propia idea de raza, parten de una lógica de diferenciación, la lógica del capital. Idea tan consustancial al sistema como el patriarcado, la “inferioridad” de la mujer, y el establecimiento de una diferenciación de capacidades debido al sexo. Aquí es necesario tener en cuenta los criterios de Aníbal Quijano, para quien la idea de raza es un constructo mental que produce sentido al hecho de que están conquistando, dominando y explotando a una población que tiene apariencia diferente de quienes conquistan. Para él, la idea de raza no tiene materialidad, sin embargo, ha sido impuesta a lo largo de todo el planeta tan profundamente que casi parece material, es material en un sentido, hace parte de la materialidad de las relaciones sociales pero se asume como si tuviera materialidad en las personas mismas.22 Nuestros pueblos originarios, a los efectos de la instauración del régimen de prácticas del capital, afirma Quijano:

(…) fueron enseñados a mirarse con el ojo de su dominador: “ustedes son inferiores, no solo porque tienen una posición social diferente como cualquiera otra, sino porque son inferiores en su naturaleza”, hoy diríamos en su estructura biológica, es un aire de raza. La raza emerge desde ese momento como la piedra fundamental de un nuevo sistema de dominación social que cambia completamente todo lo demás previo, lo rehace, lo redefine, o lo resignifica (…).23

La propuesta boliviana es incluyente desde todo punto de vista, pero va dirigida sin duda, a la superación de un sistema al cual el racismo le es inherente, parte de sus leyes vitales de funcionamiento. En sentido general, y siguiendo el análisis de Arturo Escobar, el “buen vivir” se propone trabajar por el bienestar de la población local, con énfasis en la igualdad de oportunidades para los más pobres, fomentando actividades económicas que apunten hacia ese objetivo y con políticas claramente subordinadas a los requerimientos sociales, culturales y ambientales a fin de desestructurar el tradicional esquema económico. El “buen vivir” consiste entonces en buscar y crear las condiciones materiales y espirituales para producir y reproducir la vida de manera armónica con la naturaleza. Contiene una diversidad de elementos a los que están condicionadas las acciones humanas que propician el “ally kawsay”, como son el conocimiento, los códigos de conducta ética y espiritual en la relación con el entorno, los valores humanos, la visión de futuro, entre otros.24

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El “buen vivir” tiene lugar en un contexto de viabilidad, dada la tendencia negativa que ha tomado el desarrollo. Boaventura de Souza Santos sostiene que existen en la actualidad indicios de un proceso de desmercantilización pues están teniendo lugar prácticas “transformadoras que buscan crear formas donde no haya mercado capitalista, tales como organizaciones solidarias, organizaciones comunitarias, organizaciones económicas populares, cooperativas.”25 Las luchas sociales contra la privatización de los sectores estratégicos como el agua en varios países, constituyen, para de Souza, una evidencia de que amplios sectores (sobre todo del movimiento social-popular) están saturados de la explotación privada de bienes públicos que sustentan al sistema. No obstante, una alternativa como esta, además de todos los desafíos que plantea la ruptura con los modelos de desarrollo capitalistas, enfrenta el reto de surgir en países con grandes recursos naturales y, por consiguiente, de economía extractivista.

El modelo extractivista -afirma Patricio Carpio- ha generado en la economía y sociedad (…) distorsiones estructurales que van desde la pérdida de soberanía frente a países industrializados y transnacionales, la persistencia de una clase neooligárquica que vive de los negocios con ellas y que ha penetrado en todas las estructuras del Estado para garantizar la perpetuidad del entreguismo nacional impidiendo la democratización de la economía, del estado y la sociedad, generando la cultura de la corrupción; impidiendo la diversificación de actividades económicas con enfoque en la seguridad alimentaria y en la competitividad de los diferentes territorios y allí por supuesto en la degradación de pueblos y culturas que se absorben en una espiral de pobreza excluyéndoles de los beneficios que los recursos extraídos generan.26

Nuestra región ha sido, sobre todo, una gran exportadora de materias primas y recursos naturales. Esa es una herencia de la que aún no se sale del todo, y de hecho, en busca de la independencia regional se acude a mecanismos y proyectos “gran nacionales”, a megaproyectos, basados en el extractivismo y tendientes al aumento del consumo. En el caso ecuatoriano, por ejemplo, muchas interrogantes están abiertas, dado el tono que está tomando la contradicción entre las propuestas desde los movimientos indígenas y las acciones del gobierno de Rafael Correa, particularmente en lo referido a la minería, el modo de aplicación de estas y los impactos sociales y ambientales de dicha actividad, así como lo referido a la soberanía y la seguridad alimentarias. El debate en torno a estos temas ha tomado un giro étnico, racial y político, cuando en el fondo se está dando una gran lucha entre la acumulación capitalista y la alternativa de los pueblos originarios. Es común escuchar en sus alocuciones sabatinas por radio al presidente Correa con tonos acusatorios hacia los indígenas, de hecho, constantemente minimiza su rol en las luchas recientes del Ecuador. Pero ello solo es una parte de las divisiones que atraviesan el proceso ecuatoriano, en el que está teniendo lugar una fuerte lucha entre la tendencia a perpetuar el modelo extractivista y dependiente en medio de una cresta nacional-popular y antineoliberal que cruza toda la región, y la radicalización de la resistencia de varios sectores sociales, en este caso, los indígenas. Recientemente se efectuó una reunión de todos los grupos indígenas de Ecuador y de todos sus líderes, en Tena, región amazónica de ese país27. Existe una confrontación abierta entre el gobierno y dichas organizaciones, las cuales ya están proponiendo un nuevo levantamiento indígena. Más allá de los espacios de poder en disputa, la confrontación radica en dos modelos opuestos. El del mercado y el del “buen vivir”.

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El presente gobierno está acudiendo a la extracción inconsulta e indiscriminada de petróleo para palear los efectos de la crisis financiera en una economía que tiene al dólar norteamericano como moneda oficial. Por otra parte, anteponiendo los criterios de seguridad alimentaria a los de soberanía alimentaria, esta abriendo el país a las transnacionales y con ello al uso de agrotóxicos, fertilizantes químicos, semillas transgénicas, así como la destrucción y privatización de la biodiversidad. A pesar de todo ello, no debe perderse de vista que existe una voluntad política expresa y una presión de esos movimientos que en la base están operando transformaciones importantes a las prácticas del capital, para el establecimiento de la diversidad económica. Según Magdalena León: “Al designar el modelo económico como social y solidario, al reconocer distintas modalidades de trabajo, distintas modalidades de producción, distintas formas de propiedad, está poniéndole un nombre a lo que existe y reconociendo derechos e igualdad de condiciones para esas distintas formas. Y ello es la base para la construcción de lo que (…) se está denominando ‘el buen vivir’.28” Para Quijano, en este sentido: (…) “América Latina es no solo una subjetividad crítica nueva, sino también un imaginario político nuevo. La subversión de raza género, la subversión contra el eurocentrismo está asociada a la producción de otra forma de existencia social, en la cual está presente la diversidad de todo lo que nos rodea.”29 Porque en la región, desde lo social se está asumiendo la lucha contra el capital desde las más diversas formas de existencia de los sujetos sociales inmersos en esa lucha. Desde lo social se está produciendo la más importante subversión de la lógica del capital, en tanto se están estableciendo relaciones, modos de relacionamiento y modos de producción y reproducción de la vida diferentes de los del capitalismo. Se están estableciendo relaciones intersubjetivas que están subvirtiendo la lógica de organización y relaciones jerárquicas, piramidales, se están produciendo procesos educativos basados en dichas prácticas. Y si bien gran parte de la academia, y de la subjetividad reproductora de la lógica presente del poder aciertan al calificar tales gérmenes de marginales, ha de recordarse que cada nueva formación social que la historia humana ha conocido se ha formado precisamente en los márgenes. Más allá del impacto geopolítico y de la importancia real de procesos y personalidades, es necesario volcar más la atención en sentido de la emancipación humana a lo que se está gestando en los márgenes de la dominación, a lo que está naciendo de las resistencias. El socialismo, el comunismo, la sociedad superadora del capital, saldrá de la ruptura total y dolorosa del patrón de producción y reproducción de la vida que impera y se reproduce hoy. Ruptura que está teniendo lugar en esos sectores al margen, en estado de exclusión de la lógica del capital. Y no se habla aquí de lumpens, de sectores delincuenciales, de las mafias o los cárteles de al droga como los sectores sociales marginales capaces e interesados en la transformación del capitalismo. Esos son sectores perfectamente integrados y parte estructural del sistema. La violencia ciudadana es una herramienta de la dominación y una pieza clave en la llamada arquitectura financiera. Se hace referencia a las grandes masas de campesinos despojados de sus tierras, de trabajadores desocupados y ocupados, obreros que han tomado fábricas en régimen autogestionario, de indígenas que han organizado comunas de un alto grado de autonomía, cada uno de ellos proponiendo formas de organización de la producción que buscan salir de los marcos de la dominación y de los patrones de funcionamiento del mercado capitalista. A este tipo de experiencias de construcción de nuevas relaciones desde “abajo”, está estrechamente ligada la lucha protagonizada por el EZLN en el sur de México y la implantación de las Juntas del

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Buen Gobierno, las cuales, ante todo, tienen el valor de ser el resultado de un proceso profundamente participativo, casi inédito, en tiempos y en una región caracterizado por el asistencialismo político y estatal y el verticalismo en las relaciones de poder. El alzamiento zapatista ocurrió en 1994, y no fue hasta el año 2003 que se establecen estos mecanismos de gobierno local después de un largo proceso de consultas y asambleas en las comunidades, de donde emergieron las propuestas de cómo organizarse. Debe recordarse que, incluso, el alzamiento del 1ro de enero de 1994 tuvo lugar mediante el voto secreto y directo de todos y cada uno de los miembros del EZLN. La realidad mexicana está cruzada por la corrupción como mal endémico. Numerosa bibliografía, materiales fílmicos y obras literarias han reflejado este hecho. El desarrollo del capitalismo en México ha estado signado por el desgobierno, la acumulación de riqueza en cada vez más reducidos sectores sociales (los últimos datos cifran en 22 las familias que concentran todo el poder económico y la riqueza de esa nación). Ante esta realidad, el zapatismo se propuso una transformación radical de las relaciones sociales en las áreas controladas por dicho movimiento, y surge así el programa de establecimiento de mecanismos alternativos de organización social. Tras el fracaso de los primeros diálogos con el gobierno federal, en diciembre de 1994 el EZLN realiza una movilización política y militar (la Campaña “Paz con Justicia y Libertad” para los pueblos indios) en donde los milicianos e insurgentes abandonaron sus posiciones en la selva y la montaña para ocupar los territorios habitados por las comunidades zapatistas. En ese momento se declaró la creación de los municipios autónomos, sentando las bases para el autogobierno. El EZLN comenzó un proceso de liberación de determinadas áreas en el estado de Chiapas y se dio paso a la creación, mediante proceso de consulta y participación popular a los MAREZ (Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas). Los MAREZ conjugan la experiencia asociativa indígena (esencialmente Maya) con el proceso vivido en casi diez años de lucha autónoma entre 1994 y el 2003, en la que se puede notar, junto a muchas otras, la influencia de las comunidades anarquistas españolas (catalanas y vascas) que proliferaron en los años 30 del pasado siglo. A partir de ese momento comenzó un proceso de organización de las comunidades en lo que se ha dado en llamar los “caracoles”, nombre que viene dado por el modo de funcionamiento que consiste en el establecimiento de gobiernos rotativos o giratorios, pero también transitorios, que se encargan de administrar dichas comunidades mientras aprenden la autogestión como forma de vida. El principio zapatista de “gobernar obedeciendo” no es más que la síntesis autogestiva de que el gobierno debe ser un servidor de los intereses de la población. Pero además del carácter rotativo de la administración en las Juntas del Buen Gobierno, se establece el principio de que los gobiernos sean por colaboración, gratuitos, por apoyo, baratos. Son, hasta ahora, cinco caracoles en La Realidad, Morelia, La Garrucha, Roberto Barrios y Oventik. Cada uno de ellos ha adoptado un nombre que tiene que ver con el propósito que cada comunidad se ha trazado para la transformación social y que expresan, los nombres, una apuesta de construcción cultural general que va desde la forma de producir, hasta el gobierno, la impartición de justicia, salud, educación, vivienda, trabajo, información y cultura, así como la alimentación, el comercio y el tránsito local. Los representantes son nombrados por Asamblea General, pero si no cumplen con lo que les corresponde, estos pueden ser también revocados por la misma Asamblea General que de antemano

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ha establecido mecanismos de control de la gestión de sus representantes. En cada Junta funciona una Comisión de Vigilancia, igualmente rotativa y nombrada también en Asamblea. Funciona como “Oficialía de Partes” y tiene a su cargo obtener los datos de quienes desean presentar asuntos a la Junta, clasificar los tipos de problemas y pasar todo ello a la instancia adjunta de gobierno. La Comisión de Vigilancia también esta presente en las reuniones para que la “Junta no se vaya por mal camino.” Sin embargo, la vigilancia mayor sobre estos gobiernos regionales la ejercen las comunidades, fuente de poder y representación. La organización de base son las comunidades indígenas zapatistas. En ellas se realizan asambleas de todos los “que ya tienen bueno su pensamiento” (12-14 años en adelante) que deliberan y deciden sobre todos los asuntos relativos a la vida comunitaria. En estas asambleas se designan diferentes personas y/o comisiones para diversos cargos, algunos de los cuales tienen que ver con la organización del autogobierno (hay también cargos para tareas internas, de carácter religioso u otros, que se circunscriben al ámbito local). Es a partir de la coalición de comunidades que se forman los municipios autónomos, principal expresión del proceso autonómico en Chiapas. Según el Subcomandante Marcos, en la tercera parte de “Leer un video”, (conjunto de siete escritos publicados por el periódico La Jornada de México): “Las autoridades autónomas que se turnan para dirigir las JBG se mantienen de sus necesidades personales, durante los días que despachan en los Caracoles, con aportaciones de los pueblos y con apoyo del EZLN. El promedio de gasto personal diario (sin contar lo del pasaje de su comunidad al Caracol y de regreso) de un miembro de la junta de La Garrucha, por ejemplo, es de menos de ocho pesos (en otros lados sube un poco más) En el caso de Oventic, es de cero pesos, porque las autoridades llevan sus tostadas, su fríjol y su café.”30

En la misma dinámica que llevó a la creación de los municipios autónomos –afirma Raúl Ornelas-, las Juntas de Buen Gobierno representan un paso adelante en las posibilidades de coordinación e intercambio, tanto dentro del territorio zapatista, como en la relación con las "sociedades civiles". Las Juntas están concebidas como ventanas "para entrar y salir de las comunidades" y sus tareas están encaminadas en dos sentidos: potenciar la coordinación regional en las iniciativas de construcción de la autonomía y corregir los problemas que enfrenta el proceso autonómico.31

Entre los roles que asumen las Juntas del Buen Gobierno se encuentran: - Tratar de contrarrestar el desequilibrio en el desarrollo de los municipios autónomos y de las comunidades. - Mediar en los conflictos que pudieran presentarse entre municipios autónomos, y entre municipios autónomos y municipios gubernamentales - Atender las denuncias contra los Consejos Autónomos por violaciones a los derechos humanos, protestas e inconformidades, investigar su veracidad, ordenar a los Consejos Autónomos Rebeldes Zapatistas la corrección de estos errores, y para vigilar su cumplimiento. - Vigilar la realización de proyectos y tareas comunitarias en los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, cuidando que se cumplan los tiempos y formas acordados por las comunidades; y para promover el apoyo a proyectos comunitarios en los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas. - Vigilar el cumplimiento de las leyes que, de común acuerdo con las comunidades, funcionen en los Municipios Rebeldes Zapatistas. - Atender y guiar a la sociedad civil nacional e internacional para visitar comunidades, llevar adelante proyectos productivos, instalar campamentos de paz, realizar investigaciones (que dejen beneficio a las comunidades), y cualquier actividad permitida en comunidades rebeldes. - De común acuerdo con el CCRI-CG del EZLN, promover y aprobar la participación de compañeros y compañeras de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas en actividades o eventos fuera de las

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comunidades rebeldes; y para elegir y preparar a esos compañeros y compañeras. - Cuidar que en territorio rebelde zapatista el que mande, mande obedeciendo. Como dato adicional se puede señalar que la autonomía productiva ha permitido el autoabastecimiento y la ayuda solidaria a otras regiones y países, como el caso de Tabasco posterior al desastre de las inundaciones, cuando las comunidades zapatistas fueron las primeras en enviar suministros a los lugares más pobres e inaccesibles y con Cuba, con el envío de maíz y gasolina en el año 2006. Un aspecto notable en cuanto a las formas de organización autonómicas del zapatismo, es la vocación de suprimir las separaciones que caracterizan a la dominación capitalista. A diferencia de los sistemas representativos impuestos a escala global por la cultura occidental, el “mandar obedeciendo” de las comunidades zapatistas combina la discusión colectiva con representaciones acotadas que hagan viable el autogobierno. Esta organización, denominada la “resistencia”, no reifica los roles de la representación (los cargos son rotativos y no representan medios de avance económico) y trata con igual interés todos los aspectos de la vida comunitaria. Ni burócratas, ni guerreros, los representantes y los rebeldes zapatistas son, ante todo, campesinos ligados al trabajo de la tierra y a la vida de sus pueblos. Las nuevas relaciones de producción que se van creando, generan un comportamiento que tiende a “naturalizar” la humildad, el sentido de pertenencia a un colectivo, comunidad, y no el ansia de protagonismo, el individualismo que promueve cualquier sistema estructurado de forma jerárquica, cualquier sistema que conduce a que un individuo o grupo de ellos, ejerza cualquier mecanismo de poder por encima del grupo o comuna que supuestamente representa. El Sub Comandante Marcos, en un texto de alto vuelo político y poético propone una lectura de los significados de la organización en “caracoles” que se han dado las comunidades zapatistas en el territorio bajo su gobierno en Chiapas.

Dicen aquí que los más antiguos dicen que otros más anteriores dijeron que los más primeros de estas tierras tenían aprecio por la figura del caracol. Dicen que dicen que decían que el caracol representa el entrarse al corazón, que así le decían los más primeros al conocimiento. Y dicen que dicen que decían que el caracol también representa el salir del corazón para andar el mundo, que así llamaron los primeros a la vida. Y no sólo, dicen que dicen que decían que con el caracol se llamaba al colectivo para que la palabra fuera de uno a otro y naciera el acuerdo. Y también dicen que dicen que decían que el caracol era ayuda para que el oído escuchara incluso la palabra más lejana. Eso dicen que dicen que decían. Yo no sé. Yo camino contigo de la mano y te muestro lo que ve mi oído y escucha mi mirada. Y veo y escucho un caracol, el "pu"y", como le dicen en lengua acá.32

Los Caracoles son las estructuras “institucionales” que las comunidades zapatistas y el EZLN han asignado como sedes de las Juntas de Buen Gobierno. En cada Caracol existe una modesta cabaña que sirve de oficina y de alojamiento para los miembros de la junta. En el mismo espacio, de modo general, se pueden encontrar una clínica (ya en algunos casos cuentan con quirófanos sencillos) una clínica dental, una escuela, espacios para los proyectos productivos (artesanía, agricultura, venta de comida y materiales audiovisuales; un terreno deportivo, casi siempre para basketball que sirve además, como pista de baile y auditorio al aire libre. Los Caracoles ofician también como punto de contacto con lo que los zapatistas llaman las "sociedades civiles". Es ahí donde tienen lugar las reuniones con las juntas de buen gobierno, se proponen proyectos de colaboración, la participación en las iniciativas de las comunidades zapatistas.

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Dado el carácter especifico que han asumido las luchas de clase en México, y las dinámicas de relacionamiento que han tenido lugar entre las organizaciones y movimientos sociales progresistas, el EZLN se ha propuesto una estrategia a largo plazo, la cual busca ir a “las raíces del mal”, las relaciones sociales de producción capitalistas:

En el capitalismo hay unos que tienen dinero, o sea capital y fábricas y tiendas y campos y muchas cosas, y hay otros que no tienen nada, sino que sólo tienen su fuerza y su conocimiento para trabajar; y en el capitalismo mandan los que tienen el dinero y las cosas, y obedecen los que nomás tienen su capacidad de trabajo. Y entonces el capitalismo quiere decir que hay unos pocos que tienen grandes riquezas, pero no es que se sacaron un premio, o que se encontraron un tesoro, o que heredaron de un pariente, sino que esas riquezas las obtienen de explotar el trabajo de muchos. O sea que el capitalismo se basa en la explotación de los trabajadores, que quiere decir que como que exprimen a los trabajadores y les sacan todo lo que pueden de ganancias. Esto se hace con injusticias porque al trabajador no le pagan cabal lo que es su trabajo, sino que apenas le dan un salario para que coma un poco y se descanse un tantito, y al otro día vuelta a trabajar en el explotadero, que sea en el campo o en la ciudad. Y también el capitalismo hace su riqueza con despojo, o sea con robo, porque les quita a otros lo que ambiciona, por ejemplo tierras y riquezas naturales. O sea que el capitalismo es un sistema donde los robadores están libres y son admirados y puestos como ejemplo. Y, además de explotar y despojar, el capitalismo reprime porque encarcela y mata a los que se rebelan contra la injusticia.33

En la Sexta Declaración, el EZLN (y aquí es posible la generalización dado el método de consulta permanente con las bases de todo cuanto va a llevar a cabo la dirección, aunque sigue siendo cuestionable la organización militar y la permanencia de los Comandantes, las Comandantas y el propio Sub Comandante Marcos, en sus puestos por tanto tiempo. De algún modo, resulta paradójico con la estructura rotativa y rotatoria de los caracoles.) plantea de modo categórico el objetivo antisistémico de su lucha y del modo en que está organizando la propuesta en los territorios zapatistas. La Otra Campaña aparece como un nuevo comienzo donde el objetivo es la transformación social radical. Desde la perspectiva de la autonomía, la Sexta Declaración y La Otra Campaña, resultan de la constatación de que no espacio posible de construcción de una sociedad justa en el tipo de sociedad actual, en la cual, el sistema político no es más que un aspecto de todo el sistema de dominación. “Por ello se plantea transformar el conjunto de las relaciones, tanto las que sujetan a las comunidades como aquellas que, desde el interior de colectividades y grupos, los gobiernan. Las apuestas zapatista para los años por venir son: la autonomía, el autogobierno y la solidaridad entre los que resisten y luchan.”34 Las nuevas propuestas zapatistas no se limitan a proponer una lucha anticapitalista sino que apuntan hacia la búsqueda de nuevas relaciones sociales. En esta perspectiva general, deben destacarse varios aspectos importantes que han venido planteando por el EZLN desde 2005. En primer lugar, propone ensayar colectivamente nuevos caminos para la lucha social. La historia muestra la importancia crucial de la organización en las luchas antisistémicas, no sólo para el combate sino, y principalmente, de la construcción de la nueva sociedad. En este sentido es esencial la propuesta del EZLN para construir la autogestión como uno de los principales modos de pelear contra el capitalismo y de reorganizar la sociedad. En la misma dirección

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apunta el recurso a la idea de apoyo mutuo, como forma de relacionarse “entre compañeros” al interior de La Otra Campaña. En el programa zapatista esta idea significa tanto el ensayo de nuevos caminos en la lucha, como críticas a la cultura de la izquierda, el positivismo, el marxismo ortodoxo y libresco que pudieran entorpecer la acción del propio EZLN. Por otra parte, destaca la importancia que se asigna en “La Sexta” a la construcción del poder y la unidad de los de abajo. Resulta interesante el planteo de que “(…) al contacto con los otros sótanos y otros abajos la visión transformadora se enriquecerá y abarcará procesos menos visibles, más interiorizados en las subjetividades de los de abajo”35, pues la articulación de las diversas luchas antisistemicas será una de las más importantes claves para el cambio civilizatorio. No ha dejado de tener vigencia la aseveración de Marx en cuanto a que el comunismo local sería tragado por las relaciones internacionales. El socialismo es un proceso de “socialización”, no solo a escala de un país, sino a escala planetaria. Y la articulación de los movimientos, redes y organizaciones sociales, así como de sus experiencias, será vital en la perspectiva emancipatoria. El horizonte de la transformación social no cambia, pero solo desde la unidad en la diversidad se podrá superar el capitalismo.

Lo que se intenta con La Otra Campaña es construir un tipo de sujeto que cuestione no sólo a los dominadores, sino también a los actores sociales que se definen como contestatarios del sistema y en los hechos se integran como agentes de la dominación, a veces mediante las políticas corporativas y la contrainsurgencia asistencialista, a veces reprimiendo brutalmente a la población o a las resistencias sociales. En el camino de la transformación, la creación de una base social plebeya, permitirá establecer nuevas relaciones con esos actores, tanto en términos de fuerza, como en construcción de alternativas al modo capitalista de organizar la sociedad.36

Sería aventurado hacer un pronóstico sobre la posibilidad de generalización de tales experiencias, sobre todo, a escala de la sociedad mexicana, particularmente en la actualidad, en medio de la situación política incierta en el país, el auge de la reacción, la derrota de la propuesta de López Obrador y el grado de aislamiento de La Otra Campaña. Sin embargo, esta es una experiencia digna de atención, estudio y aplicación en la medida de lo posible. La dinámica de la lucha revolucionaria latinoamericana hoy, ha centrado la atención en los procesos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, pasando casi al silencio lo que sucede con los caracoles zapatistas. Un proceso de generalización de tales prácticas debe comenzar, necesariamente, por el conocimiento, el contacto, la divulgación y el debate crítico. Pero la inmediatez de la realidad y el cúmulo de acontecimientos parecen sacar del centro de la atención del pensamiento revolucionario experiencias de “largo plazo” como la zapatista, los “sin tierra” y otros múltiples movimientos que están teniendo lugar en nuestra región. El factor geopolítico y la confrontación con las oligarquías y en especial con el imperialismo norteamericano hacen pasar a un segundo plano estos análisis. Ana Esther Ceceña sintetiza el impacto de las prácticas del zapatismo en el plano del pensamiento revolucionario mundial:

Más que ningún otro, el movimiento zapatista logró explicitar que la reconstrucción de la humanidad, destruida, fragmentada y degradada por el capitalismo y por el sistema de dominación, empiezan por la reconstrucción de su propio ser, social y cultural, en un proceso de negación de la negación como pauta libertadora. Mirar desde otro lado y de otra manera para percibir que la realidad es mucho más que dos polos opuestos en un mismo plano de inteligibilidad. Descubrir todos los planos de realidad, todas sus dimensiones, todas sus

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perspectivas, deja fluir todos “los mundos que en el mundo son” para construir el mundo en el que quepan todos.37

El caso del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) brasileño está también en la línea de construcción social anticapitalista a largo plazo con avances evidentes. “La lucha de los sin tierra –afirma Joao A. Peschanski- se convirtió en un referente internacional, motivo de inspiración para movimientos campesinos en todo el mundo, por la dimensión y creatividad de su forma de actuación: con el objetivo declarado de luchar por la reforma agraria, organiza a 250 mil familias en ocupaciones de tierra dispersas por la mayor parte de los Estados del país, de acuerdo con datos de 2006.”38 Debe señalarse que este es, también, un movimiento que va contracorriente en tanto gira en sentido contrario al desarrollo visto como urbanización, industrialización, nodos conglomerados poblacionales de concreto y asfalto interconectados por viales terrestres, ferrocarriles y líneas aéreas cada vez más costosas e inseguras. De igual modo es necesario expresar, que no por agrupar la cantidad de personas pobres del campo y la ciudad, y por su dinámica ya le es intrínseco un sello antisistémico y todos y cada uno de sus integrantes poseen una conciencia clara del rumbo hacia el socialismo o la superación del capitalismo. Luego del fracaso del estado de bienestar y del modelo de sustitución de importaciones que Brasil promovió en toda la región, se generó un proceso en reversa hacia el incremento de las exportaciones y a satisfacer las demandas de los mercados internacionales, lo cual llevaron a cabo los grandes latifundios, apoyados por los gobiernos militares en detrimento de los productos destinados al mercado interno. “Producían soya, mientras la población comía frijoles. Esto porque la producción se puso en función del pago de la deuda externa: era preciso exportarla para pagar, se sujetaron a los precios internacionales que venían bajando en las últimas décadas”39. Todo ello trajo consigo el mencionado proceso de “desruralización” y, como en el resto del continente, un gran número de campesinos y trabajadores agrícolas fueron despojados de sus tierras, parcelas y puestos de trabajo dando lugar a una gran concentración de la tierra y una gran concentración de masa de trabajadores yendo a las ciudades en busca de empleo. La concentración de la tierra en manos de latifundistas en Brasil ha alcanzado los más altos niveles en todo el hemisferio. La cantidad de campesinos y trabajadores rurales desocupados y desalojados es también de las más altas de la región. Esto trajo una paradoja cuya solución ha sido una propuesta de gran sencillez y profundidad al mismo tiempo. Los grandes latifundios poseen inmensas áreas de tierras cultivables sin uso productivo, luego, se genera un movimiento social que busca que las familias campesinas desposeídas y marginadas ocupen esas tierras ociosas y las pongan a producir. El planteamiento por sí solo ya entraña un enfrentamiento al sistema, en cuestiona el régimen de propiedad (las tierras se acumulan y se heredan, siguiendo la lógica de la propiedad capitalista) y, por otra parte, el modo en que se plantea la explotación de esas tierras por parte de quienes la ocupan, comienza a cambiar las prácticas vigentes en la lógica del mercado capitalista. Primero, porque están dirigidas a la subsistencia. Segundo, ya se establecen las relaciones de producción con un alto grado de socialización en tanto nadie puede alzarse con la propiedad de las tierras o los medios de producción, sino que todo el trabajo y su organización tiene una naturaleza colectiva. No obstante, en la década de los 80, los líderes del movimiento deciden promover un proceso de colectivización de la producción en las ocupaciones, con el concepto de combatir de este modo, la lógica de producción capitalista, creando en la vida cotidiana relaciones que se apartaban del mercado y la competencia y, por el contrario, generaran solidaridad y complementariedad entre los

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trabajadores. Pero el experimento fue fallido dada su introducción forzada. Joao Pedro Stedile, líder del movimiento expresa que: “No funcionaron, porque, en primer lugar, el método es muy ortodoxo, muy rígido en su aplicación. En segundo término, porque no es un proceso, es muy estático”40. Los regímenes de prácticas vigentes por aquellos años en el movimiento no tenían una tendencia objetiva hacia una radicalización antisistémica. De ahí que corrieran la misma suerte, salvando las diferencias, que los falansterios de Fourrier. Era necesaria una construcción sin imposiciones, ni verticalismos. Era necesario que las prácticas de producción y reproducción de la vida, contestatarias al régimen del capital, emergieran en toda su diversidad, acompañadas de nuevas relaciones de poder y de una preparación acorde con ellas. En términos de las relaciones de poder, el MST no escapó a la concentración de cargos y su no renovación. La coyuntura histórica que se presenta en la década de los 80, y la aplicación del estrategismo de izquierda trajo consigo una concentración de cargos en pocas manos. Durante once años (entre 1988 y 1997) y teniendo en cuenta que las elecciones para los cargos de dirección ocurren cada dos años, un mismo grupo concentró la más importante cantera de cargos en la Dirección Nacional.

Año tras año, la renovación de los líderes fue baja, lo que indica una tendencia de poca apertura en la instancia. De las 38 personas que ocuparon un cargo en la Dirección en el período, 57,9 por ciento quedaron por más de dos años; 14,6 quedaron por seis y 15,8 por ocho y nueve años. Los cargos en esa instancia estuvieron poco abiertos para las mujeres: entre 1988 y 2005, de los 81 líderes que pasaron por la DN, solo 16 eran mujeres (20 por ciento).41

Y este es un fenómeno que continúa repitiéndose. La no renovación de los liderazgos sucede como si ese fuese una especie de “destino manifiesto” en las personas que asumen roles de dirección de los procesos sociales. Los líderes se forman en el fragor de determinadas luchas, pero las personas que asumen tales roles no “nacieron” con ese don, sino que destacaron en sus actividades fundamentales, y un buen día no pueden volver a ellas y las personas articuladas en una práctica consecuente se roten en la asunción de dichas funciones. La rotación permanente en las funciones de dirección y la vuelta a las bases y a las funciones que los líderes ejercían antes de ser tales, es vital para la radicalización real de ese movimiento que es el Comunismo descrito por Marx y Engels en el Manifiesto. Pues la comunidad, el poder común compartido y socializado desde las bases, es la fuente de autoridad en la perspectiva antisistémica real. Si se observan las experiencias descritas hasta aquí, (Bolivia, Ecuador, México, Brasil), si se observa la dinámica en procesos tan radicales como los de Venezuela y Cuba, se hace evidente la tendencia casi a cero de la movilidad social en el sector de dirección, tanto en los movimientos como en los procesos revolucionarios en el poder. Se genera un grupo que solo se dedica a dirigir, a decidir, a planear el futuro de los de abajo y llega el momento en que se pierden las conexiones. No por una “predestinación al mal” que sea inherente a la actividad humana, sino por la repetición de los patrones jerárquicos de dominación de las sociedades sustentadas en una lógica de producción y reproducción de la vida con arreglo a un principio individual, de la diferencia, de la dominación. Continuando con el análisis de la evolución de la propuesta antisistémica del MST, hay un momento de gran importancia, en 1984, en el que se elaboró un texto programático resultado del Encuentro Nacional de Trabajadores Rurales Sin Tierra. En dicho texto se formulan los principios del MST, que son, a saber:

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- luchar por la reforma agraria; - luchar por una sociedad justa, fraterna y acabar con el capitalismo; - integrar a la categoría de los sin tierra a los trabajadores rurales, arrendatarios, parcelarios, pequeños propietarios, etc., y - la tierra para quien en la trabaja y de ella precisa para vivir.42 En el mismo encuentro el movimiento adopta la lucha contra “la política económica latifundista y agrícola como un retorno tan solo a la explotación en beneficio del capital nacional y extranjero”43 y proponen la asunción de su posición actual de autonomía política. En ese momento ya está teniendo lugar una contradicción en la medida en que los dos primeros principios, enunciados en el documento programático tienen un contenido anticapitalista y van dirigidos a la autonomía del movimiento. “Es más –señala Peschanski-: defienden que la tierra esté en manos de quien en ella trabaje por el sustento de la familia, sin destacar las necesidades del excedente para el mercado, contrario a la venta de trozos de lotes”.44 Pues cuando esto ocurre los campesinos quedan como parias, vagabundos, al no tener las condiciones mínimas para hacer producir la tierra y conseguir por ella un equivalente aplicado como capital adelantado en la plantación de parte del área de menos precio. Sin embargo, la respuesta es proponer el aumento de la productividad, en una lógica de tipo capitalista, y al mismo tiempo utilizar la tierra como asalariados. “No cuestionan el mercado competitivo y establecen como objetivo central acabar con el capitalismo”.45 De aquel documento hasta hoy se ha operado una transformación en las prácticas y en el planteamiento del MST. El enfrentamiento directo con los latifundistas y sus representantes en el gobierno, la depauperación y exclusión que trajo la sucesiva aplicación de las políticas de ajuste neoliberal con las administraciones de Collor de Melo y Cardoso, así como la agudización de los choques sociales que han provocado dos mandatos de Lula y el PT, han hecho a los Sin Tierra moverse en el sentido de la búsqueda de espacios para el estímulo de una nueva situación política y los lazos de sociabilidad alternativos. Un logro importante de las experiencias de los Sin Tierra, en medio de la complejidad cultural y política que atraviesa la realidad brasileña, ha sido mantenerse al margen, en la medida de lo posible, de la cultura dominante, teniendo en cuenta que se trata de un medio para mantener la dominación de los más pobres. Se parte de la no reproducción de los patrones de consumo, lo cual que se aplica en los tres sectores claves, en el modo y el destino de la producción, en la organización política y en la formación de los cuadros y de los miembros de la organización. Por otro lado, está teniendo lugar una tendencia a priorizar el desarrollo de comunidades, a nivel local, con un fuerte vínculo y articulación con las restantes. Ateniéndose al criterio de Gilmar Mauro, líder del movimiento, el desarrollo de alternativas frente al capitalismo debe priorizar la actuación en pequeñas localidades, descentralizar y generalizar los focos de resistencia y construcción de nuevas relaciones.

El poder local es poco discutido en las organizaciones políticas, por lo menos con la amplitud necesaria para las necesidades que tenemos. Normalmente ponemos la mirada en la macroeconomía y la macropolítica, olvidando que el sustento de todo esto está enraizado en lo local. Para que se tenga una idea de cómo la burguesía valora lo local, en el Congreso Nacional existen más de cuatro mil pedidos de concesiones para canales de televisión locales y ninguno para canales nacionales. La mayoría de los pedidos provienen de diputados y políticos regionales. ¿Por qué sucede esto? Porque toda la lógica de las polémicas políticas electorales, parlamentarias o de prefectos se da a nivel local y regional,

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inclusive, como puerta de entrada para las candidaturas a cargos más altos. Para ser elegidos es preciso dialogar con el sujeto que vive en la localidad.46

Debe reconocerse que la prioridad a las dinámicas locales, con el grado de articulación entre ellas que se requiere, deja abierta la puerta a la articulación de la diversidad y no a su homogenización en un solo modelo productivo y reproductivo de la vida en todas sus esferas. Por otra parte, la vida cotidiana de las personas tiene un rol decisivo y muchas veces postergado en los proyectos anticapitalistas emprendidos en la historia. El capital ha afianzado su lógica de funcionamiento mediante la naturalización de sus relaciones a nivel de la vida cotidiana, mediante la atomización diaria de los individuos a partir de la escala global del sistema. Las personas no se sienten cerca, no parecen necesitar del resto de sus congéneres para su sobrevivencia, por el contrario, en ese proyecto de triunfo global, cada individuo es un obstáculo en los propósitos de éxito del otro. La comunidad, en la lógica del capital, es un espacio de lucha por el acceso a los bienes de producción y consumo global, producidos por no se sabe quién, en no se sabe dónde. En ese sentido, la idea del espacio local, que se da desde el surgimiento del MST, se caracteriza por el reconocimiento de que la transformación social ocurre a través de la movilización popular, por el contacto con el pueblo, entre el pueblo. Esta dinámica ha estado influenciada por la metodología de la Educación Popular, principalmente por la teoría de Paulo Freire, poniendo el énfasis en el rescate y fortalecimiento de la cultura popular, de las tradiciones y experiencias locales, tratando de subvertir la hegemonía cultural del capital a partir de los procesos de la vida cotidiana de los sujetos, quienes se convierten en los agentes pedagógicos de su propia transformación. El MST en su práctica organizativa trata de apartarse del vanguardismo político y la jerarquización de la organización de la lucha. La política tiende a volverse un encuentro dialéctico entre el oprimido y el militante político.47 A través de metodologías y prácticas de horizontalidad, así como la consulta, discusión y el consenso colectivo se va logrando un balance entre las propuestas de producción y reproducción de la vida, la organización política acorde con ellas y la educación y formación de quienes forman parte del proceso de cambios. En términos del desafío educativo y formativo que tiene por delante la transformación social en una realidad como la brasileña, destaca la creación y funcionamiento de alrededor de 2000 escuelas públicas, con matrícula de 160 000 niños y niñas, han sido formados 4000 educadores, todo ello en las ocupaciones contando desde 1984 hasta la fecha. El MST inauguró la escuela Florestan Fernández, la “universidad de los sin tierra”, para la formación técnica y política del movimiento. El gran desafío para el movimiento, señala Joao Pedro Stedile, radica en que “(…) el MST tiene que luchar contra tres barreras: el latifundio, el capital y la ignorancia” y “no se trata solo en el sentido de alfabetizar a las personas, lo que es bastante sencillo, sino en el sentido de democratizar el conocimiento para un mayor número de personas”48. El objetivo es simultanear la socialización del conocimiento junto a la de la producción y el poder. Se persigue la formación de nuevos sujetos, se privilegia la dignidad en la formación de valores, conjuntamente con la producción y reproducción de una vida con dignidad, no dirigida al consumo irracional, a la generación de ganancias y a la diferenciación económica y, por consiguiente, política. Los gérmenes sociales alternativos se encuentran también en el tipo de organización desarrollada por el MST en las ocupaciones. En 2004, 105 mil 466 familias vivían en mil 649 asentamientos organizados por el movimiento; en 2005, había casi 700 campamentos con 124 mil 240 familias ligadas al MST49.

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Esas ocupaciones, formas de resistencia, son espacios privilegiados para la construcción de nuevas formas de convivencia social. En las comunidades creadas en el proceso de reivindicación de la reforma agraria, “el espacio interactivo es un continúo proceso de aprendizaje” y “un proceso de formación política generador de militancia que fortalece la organización social”50. Ese espacio de recreación de la convivencia social, vivenciado en las nuevas prácticas sociales, depende de la continua politización de la dinámica de las ocupaciones. Uno de los grandes desafíos del MST es motivar a los campesinos, tanto a aquellos que ya conquistaron la tierra por la cual lucharon, como a aquellos que se mantienen luchando por cambios sociales. Ese desafío se vuelve todavía más urgente en las discusiones sobre el modelo productivo de los asentamientos. Cada vez más, el movimiento desarrolla experiencias de agroecología. En una de las cartillas de preparación del movimiento puede leerse:

(…) debemos estimular la práctica agrícola sin la utilización de insumos externos al rancho, sin la utilización de los agroquímicos. Con el tiempo debemos ajustar esta forma de producir, evitando gastar dinero con fertilizantes y venenos, con horas máquinas, buscando utilizar más y mejor la mano de obra disponible y desarrollando técnicas adaptadas a nuestra realidad, evitando intoxicarnos y contaminar la naturaleza. Debemos abrirnos a la creatividad de los compañeros, produciendo una nueva matriz tecnológica”51.

La agroecología, entendida como el medio para afianzar la relación entre producción solidaria y compromiso ecológico, comienza a ser la tónica de gran parte de las ocupaciones modelos. Las ocupaciones del MST constituyen también un ejemplo para la sociedad. Son espacios en que en el cotidiano de vida, las personas conviven, aunque estén en una sociedad capitalista, de modo alternativo en tanto combinación de espacios de producción, politización y formación de nuevos sujetos.

Los asentamientos y campamentos –afirma Gilmar Mauro- no pueden ser vistos como entes aislados del municipio, sino como parte de la sociedad local. Es verdad que ellos tienen particularidades y, por eso, necesitan discutir, entre otras cosas, las políticas públicas específicas, incluyendo, las locales. (…) La cuestión es cómo organizamos a nuestra gente de base para poner en disputa esas políticas públicas específicas y cómo nos incluimos y ayudamos a la clase trabajadora local en la lucha por ellas y en la manera de organizarnos juntos para cambiar la realidad socioeconómica y cultural del municipio. (…) Debemos siempre estimular la incorporación del mayor número de personas en los espacios organizativos, en las variadas luchas, debates políticos y teóricos para que, además de la participación formal, tengamos una participación efectiva y de calidad y, con eso, formar el mayor número de cuadros no solo para el MST, sino para la lucha política de la clase trabajadora”52.

Habría, de todos modos, determinadas reservas con respecto al planteamiento del MST como alternativa al capitalismo, en tanto existe aún cierto defasaje entre el discurso y la práctica productiva y política. Aún en Brasil no puede hablarse de una coyuntura favorable en cuanto a la izquierda. De hecho, las perspectivas son difíciles en tanto los dos períodos de Lula y el PT han implicado un retroceso en la radicalización de las luchas, se ha fortalecido el sector corporativo y no se vislumbra una continuidad de las posiciones de la izquierda en el gobierno. Lo cual, hasta cierto punto ha encapsulado a la dirección del movimiento que ha dado su apoyo y puesto su capital político en la apuesta de Lula que, a fin de cuentas, no ha profundizado la reforma agraria y el programa “hambre cero” se convirtió en una quimera que disminuyó el prestigio del movimiento a escala nacional. EL MST en estos momentos se reinventa a sí mismo y busca afianzar su autonomía política.

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La construcción del socialismo sin tierra para por la ruptura con las formas institucionalizadas de hacer política. Para eso, hecho lo que para muchos parecía imposible –la nacionalización del movimiento campesino en Brasil- es necesario planear la lucha. Para eso, es necesario colocarse en un plano estratégico. Para eso hay que reconstruir la línea de la izquierda, traer el socialismo al debate actual, no como algo impuesto, como un concepto extemporáneo, sino como una dinámica de transformación y de resistencia al capitalismo. Sacar del foco la institucionalidad y estimular la lucha de clases.53

Hasta aquí se exponen un conjunto de experiencias las cuales desafían la lógica de producción y reproducción de la vida del capital, aunque no pueda afirmarse que cada una por separado, o su articulación en el estado en que se encuentran en la actualidad, sean una alternativa concreta de cambio civilizatorio. Pero en medio de todo, la diversidad de estas prácticas comienza a hacer firma la certeza de que no existe un solo camino para remontar el dominio del capital, que no existirán tareas postergables, y que si bien la autogestión y la diversidad no constituyen por sí mismas el cambio de sistema, dicha transformación social no podrá prescindir de ambas. No habrá socialismo sin diversidad, como no lo habrá sin autogestión. Entre los grandes desafíos del paradigma autogestionario desde la perspectiva de la resistencia latinoamericana se pueden mencionar:

- la debilidad aún de una propuesta de producción y reproducción de la vida superadora del capital y de una organización económica autogestionaria.

- el sesgo local y sectorial prevaleciente en dichas experiencias, las cuales todavía no tienen una propuesta articuladora a escala nacional o regional y, por otra parte, la autogestión continúa, en su mayoría, encapsulada en experiencias económicas, aunque es necesario reconocer los grados de generalización que van alcanzando

- en las campañas y redes internacionales, son pobres los mecanismos que garanticen una amplia participación en la toma de decisiones y la designación de representantes.

- los gobiernos progresistas y revolucionarios en el poder, no han encontrado mecanismos de articulación de las experiencias autogestivas, incluso, en aquellos casos en los que les permitieron el acceso al gobierno.

- la experiencia más radical y duradera, aquella que se ha mantenido contra todas las agresiones y pronósticos, y la que, además, tiene las mejores condiciones (y la mayor necesidad) de aplicación de experiencias autogestionarias, la revolución cubana, continúa sin dar cabida a tal alternativa en sus estrategias de sobrevivencia y desarrollo.

Diversidad social y económica; hacia la socialización de la economía, la diversidad y el poder. La lógica seguida por los procesos que condujeron a la construcción del socialismo en el siglo pasado estuvo signada por la necesidad de la toma del poder para luego iniciar procesos emancipatorios a escala de la diversidad social. Una fuente importante de esta dinámica se encuentra en el Manifiesto Comunista. Allí, Marx y Engels señalaban:

El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.54

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Quedaba claro que para Marx y Engels (no sin razón) el proletariado tenía necesariamente que comenzar las transformaciones por la toma del poder político y a partir de ahí, comenzar el proceso de cambio del modo de producción capitalista. La frontera de la emancipación del trabajo sobre el capital estaba dada en el cambio de la estructura política. La realidad histórica corroboraba tal afirmación cuando en 1917 se producía la primera revolución socialista de la historia en Rusia. Lenin, a la cabeza de los bolcheviques y los revolucionarios rusos en general, lideraba a los obreros, campesinos y soldados en un movimiento que tuvo ante sí la gigantesca tarea de desmontar el sistema zarista y comenzar la construcción de un estado de obreros y campesinos. En 1949, en China, se producía otra revolución de carácter auténtico que también se propuso la destrucción del sistema dinástico chino para promover una profunda transformación social en el (ya para entonces) país más poblado del planeta. Años más tarde, a menor escala geográfica y poblacional, pero con un poder simbólico inmenso se producía en nuestro país otra revolución social que comenzaba por la toma del poder político para llevar a cabo las transformaciones. El orden político existente en la Cuba republicana hacía imposible otra vía de cambios para la realización de los intereses nacionales que no fuese la revolución política y la destrucción de todo el aparato de representación de los intereses de la burguesía y el imperialismo norteamericano. La historia demostraba que este paso era necesario y factible. Los avances en el establecimiento de nuevos paradigmas de emancipación humana eran evidentes. La dignificación de la vida de las personas, el acceso al trabajo, a la salud, a la educación, la erradicación de la pobreza y la desigualdad irracionales del capitalismo, la independencia nacional, la recuperación de la voz propia de los pueblos y la construcción de una nueva cultura de la convivencia se constituían en la fuerza de tales revoluciones. A la vuelta de casi un siglo de su inicio el balance crítico obliga a repensar hasta dónde ese era el paso único y decisivo para la destrucción del sistema de dominación múltiple del capitalismo. El propio Manifiesto, continuando con el fragmento anterior, llamaba a la toma del poder “(…) para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas (…)” Las revoluciones rusa, china y cubana, cumplieron a cabalidad el paso de la toma del poder y el de la centralización en manos del Estado de todos los instrumentos de producción. Sin embargo, está sujeto a una gran discusión hasta dónde el Estado creado en el proceso revolucionario ha sido realmente el Estado del proletariado como clase dominante. Y hoy está bastante claro que los representantes de una clase son los representantes, pero no necesariamente la clase en el poder. La toma del poder político tiene como objetivo la superación del sistema de relaciones económicas, políticas, jurídicas, éticas y culturales que conduzcan hacia un nuevo tipo de orden social. Pero la sociedad que se propone sobrepasar los límites del capital y transformar el trabajo, tiene ante sí desafíos teóricos y prácticos, muy asociados al tema de rebasar los límites de la economía, entre los que se encuentran:

- el tránsito hacia un proceso de socialización de los medios de producción, es decir, el manejo por parte de la sociedad de los medios para producir la subsistencia, sin la espada de Damocles de la escasez como el principio estructurador.

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- el tipo de transformaciones que deberán tener lugar para alcanzar un estadio de real

socialización de la producción (salirse de la producción en su forma actual depredadora y explotadora), del saber y del poder.

- los tipos de prácticas que deberán sustituir a las que el régimen de la economía y la producción han establecido como marco de transcurso de la vida de la humanidad, y con ello, el cambio en las relaciones sociales cuyo centro hoy son las relaciones establecidas en la producción.

- la ética y las normativas jurídicas que sustituyan la ética del hambre y la violencia hecha ley del capital y propicien el proceso de socialización

- las fronteras de inicio de las transformaciones, es decir, situar los puntos de partida del cambio, dentro o fuera del sistema (lo cual está directamente relacionado con el tema de la toma y/o la construcción del poder)

- los tipos de propiedad sustitutivos de la propiedad privada capitalista - el tipo de estado, los criterios de representación y la participación de este en el control de la

economía, así como la participación social en su control y dirección. Pues tal y como está diseñada, la sociedad del capital no brinda amplios espacios para transformaciones ya sean evolutivas o radicales. Pero al mismo tiempo, tal y como se aprecia el resultado de las experiencias socialistas del siglo pasado, la toma del poder político no será una condición suficiente, ni la garantía de que tales procesos tendrán lugar. El derrocamiento del Estado burgués a través de la toma del poder político propició la instauración de un régimen de justicia distributiva de la riqueza, pero que no rebasó la lógica precedente, pues la producción se mantuvo con arreglo a la ley del valor, aspirando al desarrollo, al crecimiento económico, en un sentido similar al del capital. La contradicción producida por repartir la escasez de modo más justo con arreglo al modo de producción del capital terminó por hacer colapsar el sistema. Y es que las sociedades modernas no están concebidas de modo tal que las bases determinen y decidan realmente, sino de modo jerárquico, piramidal, donde la base obedece y la parte alta decide, ordena. Entonces, un proceso de toma de decisiones que parta de la base y de las necesidades reales de las personas reales (no números y cifras de estadísticas globales, con las cuales gustan de trabajar los «expertos») tendrá como ventaja que las personas que deciden son concientes del impacto que tendrá en sus vidas cada decisión que tomen. Eso hará más activo y participativo el proceso. Es esta una de las razones por las cuales las experiencias concretas y reales, antes mencionadas cobran tanta relevancia en estos tiempos en que los horizontes utópicos antisistémicos siguen sin estar claros, mucho menos claro en medio de las ambigüedades que acompañan las elaboraciones sobre un supuesto socialismo del siglo XXI o en el siglo XXI, que no acaba de definir una agenda antisistémica concreta. Las revoluciones sociales del siglo XX implicaron una gran liberación y empoderamiento del trabajo ante el capital particularmente a través de la dignificación de la vida de las personas. El acceso pleno al empleo, a la educación, a estándares sanitarios de muy alto nivel, la protección a la niñez, el crecimiento humano en la mujer que se vio muy liberada de la dominación precedente. Un océano de conquistas sociales arrancadas a sangre y sudor al capital, en medio de circunstancias realmente difíciles. Pero la perpetuación de la vanguardia en el estado socialista alejado de las personas tendió más a la restricción que a la liberación, tendió más a la enajenación que a la emancipación plena de los

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hombres y mujeres. ¿Cómo si no explicar el retorno casi de ganado eufórico al capitalismo más salvaje de esos pueblos que habían antes luchado hasta morir por liberarse de él? Las personas no estaban en control de sus vidas, no gestionaban sus vidas ellas mismas. Y a tal punto, las generaciones que estudiaron, se educaron, alcanzaron altos grados de instrucción, pero que no se veían reflejadas en la lógica social imperante, decidieron «cruzar la frontera» hacia el consumo restringido en sus sistemas. Siempre fueron preferibles los «errores» por aperturas a los «aciertos» por la censura. Pero se optó por restringir, por censurar incluso, libertades arrancadas en las luchas obreras y sociales a la dominación del capital. Ante estas realidades es preciso repensar, allí donde aún quedan el tiempo y el espacio para ello, la dialéctica entre la toma y la construcción del poder por parte de los sectores y clases sociales de signo antisistémico, los cuales, hasta hoy, han constituido antípodas (a veces artificial y nociva) que demandan una relectura a fondo. En Latinoamérica, ante el auge de los movimientos de orientación anticapitalista como los casos de Venezuela y Bolivia, y la radicalización de los movimientos sociales como el MST en Brasil, el zapatismo en México, los movimientos indígenas, las redes antiglobalización, los movimientos de trabajadores de Argentina, etc., esta discusión esta situada en el mismo centro de la reflexión y la práctica antisistema. El fracaso de la propuesta socialista en las urnas venezolanas tiene múltiples lecturas. Una de ellas apunta hacia la necesidad imperiosa de la socialización de la producción y el poder. La reelección indefinida de Chávez ya no es la garantía de continuidad del proceso y ello pone a los revolucionarios venezolanos y del mundo entero ante la necesidad de la construcción de un nuevo tipo de socialidad que vaya cortando las vías de regreso hacia el capitalismo. En numerosa literatura se hace mención a la derrota del proyecto socialista en la URSS y el Este de Europa como una “tránsito hacia el capitalismo”. Pero si el capitalismo es ese sistema retrógrado y prehistórico de la humanidad, el cambio hacia él es una regresión, no cabe otra explicación. Para evitar esa regresión se hace necesaria, imprescindible, la transición constante e inmediata del poder a los sujetos revolucionarios. En su histórico alegato, La Historia me Absolverá, tras el asalto al cuartel Moncada en 1953, el líder de la revolución cubana, Fidel Castro, conceptualizaba al pueblo en términos de la lucha, como el sujeto revolucionario de las transformaciones sociales, y señalaba:

Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre.

Y realiza entonces una pormenorizada exposición de los sujetos concretos incluidos en dicho concepto para concluir afirmando: ¡Ése es el pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: "Te vamos a dar", sino: "¡Aquí tienes, lucha ahora con toda tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!"

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Hoy, ante los desafíos teóricos y políticos que plantea la construcción de una nueva sociedad, y ante la posibilidad real de una regresión a la dominación capitalista más salvaje, no sin cierta mansedumbre por parte de muchos sectores sociales, es necesario un replanteo del concepto de pueblo en la misma perspectiva que Fidel la proponía hace 55 años. Ese es el sujeto que sustenta los cambios y el que tiene que hacer natural ejercicio del poder conquistado. Son hoy los millones de familias sin tierra en Brasil, los 10 millones de indígenas segregados en México y los millones de trabajadores desocupados y sin futuro en toda la región, son los cocaleros y los mineros bolivianos, la mayoritaria población indígena en Centroamérica que vaga sin futuro y se desangra en pandillas juveniles, el narcotráfico y la emigración como fuerza de trabajo casi esclava a los Estados Unidos. El pueblo son los habitantes de los cerros de Caracas, los excluidos de la producción, la educación y la salud en ese país, los soldados que abortaron el golpe de estado del 2002 contra Chávez, los indígenas ecuatorianos que sacaron de sus sillas a dos presidentes y apoyan y radicalizan hoy las transformaciones sociales en curso, los obreros y obreras que toman fábricas y las ponen a producir sin amos en Argentina. Pero si las vanguardias que promueven los cambios sociales, imprescindibles para la consecución de los propósitos revolucionarios y la toma del poder político, no instrumentan mecanismos de empoderamiento de esa “masa irredenta” de la que hablara Fidel, si no se naturaliza la participación del pueblo en la toma de decisiones que afectan sus vidas, el socialismo terminará siempre siendo, como dijera Eduardo Galeano en su “Libro de los Abrazos”, el camino más largo para transitar del capitalismo al capitalismo. El socialismo, siguiendo la lógica de Marx, debe constituirse como la asociación de productores libres y para ello la autogestión puede ser una vía. Marx, en sus trabajos no pudo más que apuntar sus reflexiones en el sentido de que la sociedad poscapitalista tendría una fuerte tendencia a la autogestión económica y política, hacia el autogobierno. La idea sobre la extinción del estado no solo está fundamentada en la lógica de la lucha de clases, sino también, en esa tendencia autogestiva que se apreciaba ya en aquel entonces con extraordinaria fuerza. «Producir sin patrones» continua estando entre los sueños de emancipación humana. Era lo que Engels definía como el tránsito del control sobre las personas a la administración de las cosas. Lenin, por su parte, prestó singular atención a las cooperativas como gérmenes de socialismo. Especialmente indicaba que una vez que el estado fuese socialista, la asociación de la producción en cooperativas sería algo evidente y alejaría la ironía con que se solía mirar hacia ese tipo de experiencia. Si toda la producción estuviese organizada en cooperativas, afirmaba, «ya estaríamos con ambos pies en el suelo socialista». No será el capital, ni un grupo en nuestro nombre quienes hagan posible la trascendencia de la vida como hecho natural. Tendrá que realizarse a propia cuenta de los sujetos revolucionarios, en concertación, sin explotación, sin dominación, sin otras desigualdades que no sean las determinadas por las capacidades humanas, sin que para ser felices se tenga necesariamente que perjudicar a otras personas. Y aquí no se habla de convivencia feliz al margen de la lucha de clases, al margen de los esfuerzos del capital por mantener su dominación, sino, de en medio de esa lucha, cambiar nosotros mismos, acceder a ella, participar de esa lucha en nuestra condición autónoma y responsable, estableciendo ya, en esa misma lucha, una nueva ética que permita la permanencia en el tiempo y el espacio de una alternativa al capitalismo. La autogestión es un concepto que abarca una actitud ante la vida. Un concepto que hace referencia a la actuación individual o grupal de modo autónomo. Se hace referencia a una manera específica de organizar la vida de las personas, como un proceso de combinación de factores económicos, políticos,

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psicológicos, afectivos, volitivos; todo un proceso de interacción social-humana, en el cual las personas toman debida rienda de sus vidas y «asaltan» el proceso de toma de decisiones, con un debido balance de lo individual y lo colectivo. Autogestión significa organizar la vida de modo conciente (conciencia individual y de la pertenencia a un colectivo humano) teniendo como objetivo el mejoramiento humano íntegro, más allá de los estrechos marcos de la economía. Una forma de transición de la acumulación social a la acumulación política, como clave para entender y realizar el proceso de socialización de la producción, el conocimiento y el poder, para realizar un proceso real de subsunción de la política por la sociedad (lo que Marx llamara la absorción de la sociedad política por la sociedad civil). La implantación de un proyecto autogestionario tendrá que pasar por tres ejes esenciales. Primero, la descentralización de la producción y su socialización comenzando por la gestión local y a nivel de fábricas y núcleos empresariales. Esto se traduce en la apropiación y conducción del proceso productivo por parte de los trabajadores. De la misma manera que las reformas agrarias han entregado la tierra a quienes la trabajan, las fábricas y los medios de producción deben ser entregados a los trabajadores en régimen de cogestión con el Estado, gestión parcial o autogestión total, dependiendo en cada caso de factores que van desde la importancia estratégica para la nación, hasta las posibilidades reales de financiamiento y recursos. En este sentido se deberán establecer tres mecanismos de competencia, a saber, local (comunal), estatal y del consejo electo de trabajadores que permitan, mediante el consenso establecer las prioridades y las políticas de inversión y crecimiento, preservando los intereses locales, gremiales y sociales. En segundo lugar, deberán generarse prácticas y establecerse mecanismos institucionales que reflejen la capacidad de decisión del pueblo en cada área de acción, partiendo de la experiencia de los consejos y la dirección colectiva. Dichas prácticas e instituciones deberán establecer la constante renovación (no alternancia ni competencia burguesas) y la rotación de las direcciones a todas las escalas (locales, regionales, gremiales, nacionales). Las personas que son electas para desarrollar determinada tarea de dirección, acceden a estas responsabilidades por su trayectoria relevante en determinado sector de la sociedad, dicho de otro modo, el socialismo no tiene “escuelas de dirigentes”, sino que es el mérito en determinada función lo que lleva a los colectivos a proponer a sus representantes. Si esto es realmente así, entonces no habrá ningún problema en que las personas, pasado determinado período en un puesto de dirección, retornen a aquellas labores en que su talento, capacidad y entrega habían resultado meritorios. Las famosas “escuelas de formación de cuadros” de la época del socialismo real, y las muchas de las que en la actualidad forman cuadros y líderes de los movimientos sociales, han preparado tradicionalmente para la permanencia de los dirigentes en los cargos, no para su renovación constante, y ello de por sí constituye un mecanismo de freno a la socialización del poder, a la participación, a la dirección colectiva, en tanto la estancia en puestos de dirección se convierte en estilo de vida y genera al final intereses alejados de las bases sociales, únicas fuentes reales del poder. El Estado, durante el período que dure su existencia, tendrá que estar bajo el control de la sociedad y no a la inversa. Nada de esto será posible, en tercer lugar, sin un proceso de formación, educación y capacitación de los sujetos revolucionarios para el ejercicio del poder. Un proceso como la revolución cubana tomó conciencia de este hecho desde su mismo inicio. Una campaña de erradicación del analfabetismo, la batalla por el sexto grado, luego por el noveno y hoy, la municipalización de la universidad y programas que tienden a ampliar el acceso a la educación superior a todos los sectores de la sociedad.

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Pero los niveles de instrucción y de la capacidad intelectual del pueblo, tendrán que venir aparejados de una preparación para el ejercicio constante del poder por parte de ese pueblo. Una educación que refleje y renueve permanentemente la autonomía, la autoestima del individuo, el trabajo y la decisión colectiva, la capacidad de todos y todas de dirección y autodirección. La naturalización de nuevas relaciones de producción en los márgenes, tendrá que venir acompañada de una reorientación radical de cómo es concebida la política y el ejercicio del poder. La subversión tiene que ser simultánea. No existe más el “socialismo político” sin un modo de producir y reproducir la vida diferente al del capital y que asuma toda la diversidad de esos modos existentes, los articule y de ese mestizaje surja con toda su fuerza el parto de un nuevo proyecto de convivencia humana en medio de la funeraria del capitalismo. Como tampoco podrá existir un socialismo económico que se construya de modo jerarquizado, preservando las diferencias que las sociedades clasistas ha reciclado en las relaciones de producción en que han operado. Ana Esther Ceceña grafica el desafío para el cambio civilizatorio a nivel de la política al plantear:

La transformación del abigarramiento societal negado que caracteriza a la sociedad capitalista contemporánea, en una sociedad de sociedades no jerárquica, en el mundo en el que caben todos los mundos, pasa, desde mi perspectiva, por la creación-reconstrucción de comunidades de entendimiento y respeto mutuo, en la que los consensos sean resultado de una construcción colectiva y no de una imposición mayoritaria, y sean un espacio de mestizajes creativos en todos los planos.55

Para acabar con la dominación del capital, tenemos que salirnos de sus reglas de juego. Hace falta, como diría Oscar Wilde en «El alma del hombre bajo el socialismo», precisamente, proponer un modelo que sea «poco práctico» y que vaya en contra de la naturaleza humana, pues el cambio es la única cualidad real que podemos predicar de ella, y los sistemas que fracasan son los que confían en su permanencia inamovible y no en su cambio, en su crecimiento y desarrollo. El cambio que se propone es a contracultura, el cambio al que nos convoca la lucha por mantener la vida es un cambio civilizatorio, un cambio que tendremos que efectuar todos y todas para que pueda ser real y duradero. La humanidad no puede darse más el lujo de la permanencia del capitalismo, ni de la repetición de las experiencias anticapitalistas del siglo XX que terminaron provocando que las personas «quisieran» volver a ser explotadas. Para trascender su lógica, para ir más allá del capital, tendremos que gestionar la vida de manera autónoma, nosotros, entre nosotros, concertando, dialogando, construyendo juntos hombres y mujeres la sociedad en la que quepamos sin dominación de nada o nadie. Notas y Referencias 1 Cfr. Petras, James y Henry Veltmeyer: “Auto-gestión de Trabajadores en una Perspectiva Histórica”, Produciendo Realidad. Las empresas comunitarias, Ediciones TOPIA – La MAZA, Buenos. Aires, 2002. p. 42. 2 Cfr. Peschanski, Joao Alexandre. “Brasil: La construcción del socialismo de los Sin Tierra”. Boitempo, Sao Paulo, 2007 3 Cfr. Ceceña, Ana Esther, presentación de apertura en el panel sobre Movimientos Sociales y el Socialismo en el Siglo 21, realizado en el marco del Foro Social Américas, Guatemala, 7-12 Octubre 2008, además de una extensa bibliografía de la autora sobre la temática. Los datos indican que el control sobre el las cuencas hidrográficas en la región esta concitando un gran despliegue del ejército norteamericano, incluida la reciente incorporación de la IV Flota patrullando las aguas del hemisferio.

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4 Tomado del discurso de Evo Morales en la ceremonia de su investidura como presidente de Bolivia. La Paz 22 de enero de 2006. En http://www.presidencia.gob.bo/presidente/discursos_interven.asp 5 Marx, Carlos, “Grundrisse”. Ediciones Electrónicas ISKRA, www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/3554, Documento PDF, p. 56 6 Arcary, Valério: “O capitalismo pode ter morte natural?”, Archivo PDF. Síntesis de artículos publicados en Margem Esquerda, São Paulo, n. 3, p. 147-160, abr. 2004, y en Universidade e Sociedade, Brasília, n. 33, p.191-205, jun. 2004. 7 Acosta, Alberto: “Una visión global del proceso ecuatoriano”, Intervención en las “Jornadas de Acción Global 2008 Ecuador”, convocada por el Foro social Américas, Montecristi, Enero 24 2008, material en proceso de edición, p.2. 8 Dávalos, Pablo: “El Sumaq Kawsay (Buen Vivir) y las cesuras del desarrollo”. http://alainet.org/active/23920 05-05-08 9 Desarrollo sustentable es un término, que si bien se ha ido modificando y adaptando a través de los años, sigue teniendo su fundación y significado en el “Informe sobre nuestro futuro común” (1987-1988) coordinado por Gro Harlem Brundtland en el marco de las Naciones Unidas: “satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”. El éxito del uso de este término, a nivel mundial, se debe también a su principal debilidad: la ambigüedad de enunciar un deseo tan general que en la práctica no dice la forma de llevarlo a cabo, y que se utilizará para seguir sosteniendo que el crecimiento económico al infinito es posible y que es la única vía de llegar al desarrollo de todos los países. 10 Dávalos, Pablo: Op. Cit. 11 Marx, Carlos: “Crítica al Programa de Gotha”. Ediciones Elaleph.com. 2000, p. 25. Los subrayados son del texto original. 12 Quijano, Aníbal: “Los límites del paradigma del desarrollo y del proyecto civilizatorio eurocéntrico”. Intervención en las “Jornadas de Acción Global 2008 Ecuador”, convocada por el Foro social Américas, Montecristi, Enero 24 2008, material en proceso de edición, p.3 13 Marx, Carlos: “Tesis sobre Feuerbach”, en Marx y Engels: Obras Escogidas en tres Tomos, T.1, Editorial Progreso, Moscú, 1974, p. 7 14 Acosta, Alberto: op. cit, pp. 2-3 15 Se le denomina así a quien ha abandonado la vida de la comunidad buscando solo beneficio personal. 16 Cfr. Sierra, Malú: “El Ayllú, forma de resistencia indígena anticapitalista”. 17 Morales, Evo: Discurso en la ceremonia de su investidura como presidente de Bolivia. La Paz 22 de enero de 2006. En http://www.presidencia.gob.bo/presidente/discursos_interven.asp, pp. 5-6 18 Núñez, Pilar: “El Buen Vivir como nuevo paradigma”. http://viviendoconfilosofia.blogspot.com/2008/04/ 19 Jara, Carlos: “Del capitalismo salvaje al buen vivir”. http://alainet.org/2008/05 20 Dávalos, Pablo: Op. Cit. 21 Cfr. “Constitución del Ecuador”, docimento PDF, en http://www.asambleaconstituyente.gov.ec/index.php?option=com_ content&task=view&id=18730&Itemid=133. 22 Cfr. Quijano, Aníbal: Op. Cit. 23 Quijano, Aníbal: Op. Cit., pp.8-9. 24 Cfr. Escobar Arturo, Pedrosa Álvaro “El Pacífico Colombiano: ¿Entidad Desarrollable o Laboratorio Para el Posdesarrollo?” en “El limite de la civilización industrial:Perspectivas latinoamericanas en torno al postdesarrollo”. [email protected] 1996 25 Souza Santos, Boaventura de. Conferencia dictada a Asambleístas ecuatorianos en Manta, marzo de 2008, Fondo FEDAEPS, p. 2. 26 Carpio, Patricio: “El buen vivir, más allá del desarrollo: la nueva perspectiva constitucional”, en http://alainet.org/active/24609=es 27 Recientemente el periódico ecuatoriano El Comercio en su versión digital, http://www.elcomercio.com/noticiaEC. asp?id_noticia=233277&id_seccion=3# , informaba sobre la asamblea de la Confederación Nacional de los Pueblos Indígenas del Ecuador (CONAIE) en la que participaron, Marlon Santi presidente de CONAIE y ex Asambleísta, Luis Maca, ex presidente de CONAIE, Humberto Cholango presidente de ECUARRUNARI, Jorge Guamán, presidente de PACHAKUTIK, Mónica Chuji, ex Asambleísta por Acuerdo País y ex miembro del equipo de campaña presidencial de Correa, Blanca Chancoso, directora de la Escuela de Formación de Mujeres Indígenas Dolores Cacuango. Al observar la lista de lideres y sus declaraciones en contra del presente gobierno ecuatoriano, y el contenido de la confrontación, no queda menos que imaginar una larga y difícil lucha que adquirirá los más diversos matices y generará grandes tensiones en el país en el futuro próximo. Una confrontación en la que buena parte de los problemas que están teniendo lugar en Bolivia van a aparecer, debido a la similitud del problema, un choque de modelos de producir y reproducir la vida: el capitalismo y una alternativa civilizatoria.

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28 León, Magdalena: “Una visión feminista de los cambios en Ecuador”. Entrevista para el libro “Feminismo y diversidades: el reto de la construcción de un nuevo modelo en el Ecuador”. En fase de publicación por FEDAEPS-REMTE, Quito, 2008. 29 Quijano, Aníbal: Op. Cit., p. 16 30 Rivera, Alejandra: “2003, los caracoles zapatistas.” En, www.movimientoalsocialismo.com.mx/archivos/revista/tres/caracoles.htm 31 Ornelas, Raúl: “La construcción de las autonomías entre las comunidades Zapatistas de Chiapas”. En, www.movimientoalsocialismo.com.mx 32 Sub Comandante Marcos: “Chiapas: La Treceava Estela. Primera parte: Un Caracol, julio 2003” 33 EZLN: “Sexta Declaración de la Selva Lacandona”, junio de 2005. www.movimientoalsocialismo.com.mx 34 Ornelas, Raúl: Op. Cit. 35 EZLN: “Sexta Declaración de la Selva Lacandona”, junio de 2005. www.movimientoalsocialismo.com.mx 36 Ornelas, Raúl: Op. Cit. 37 Ceceña, Ana Esther: “Derivas del mundo en el que caben todos los mundos”. Siglo XXI, CLACSO, México, 2008, p. 10 38 Peschanski, Joao A: “Brasil: La construcción del socialismo de los Sin Tierra. As utopias de Michael Löwy: reflexões sobre um marxista insubordinado”. São Paulo, Boitempo, 2007. p. 1 39 Ibídem, p. 5. 40 João Pedro Stedile y Bernardo Mançano Fernandes, Brava gente: la lucha de los sin tierra en Brasil (La Habana, Caminos, 2001) 41 Peschanski, Joao A: “La evolución organizacional del MST”, Tesis, Universidad de São Paulo (USP), octubre de 2007, p. 124. 42 Mançano Fernandes, Bernardo: La formación del MST en Brasil, Petrópolis, Vozes, 2000, p. 82. 43 Peschanski, Joao A: “Brasil: La construcción del socialismo de los Sin Tierra. As utopias de Michael Löwy: reflexões sobre um marxista insubordinado”. São Paulo, Boitempo, 2007. p. 17 44 Ibídem. 45 Iokoi. Zilda: Iglesia y campesinos: teología de la liberación y movimientos sociales en el campo. Brasil y Perú, 1964-1986, São Paulo, Hucitec, 1996, p. 98. 46 Mauro, Gilmar: “Construir el poder popular: el gran desafío del nuevo siglo”, cartilla de Consulta Popular, abril de 2006. 47 Cfr. Peschanski, Joao A: Op. Cit. 48 Stedile y Fernandes, op. cit., p. 74. 49 Según datos del proprio MST: www.mst.org.br, asentamiento es una ocupación que está regulada por proyectos de reforma agrária del gobierno. Campamento es una ocupación que reivindica la regularización. 50 Mançano Fernandes, Bernardo: Op. Cit., p. 283 51 Reforma agraria: por un Brasil sin latifundio. São Paulo: MST, 2000, p.p 50-51. 52 Mauro, Gilmar: Op. Cit. 53 Peschanski, Joao A: Op. Cit., p. 24 54 Marx, C., Engels, F., El Manifiesto del Partido Comunista. Ediciones Eléctricas ISKRA. www.egocities.com//CapitolHill/Lobby/3554, pp. 30-31. 55 Ceceña, Ana Esther: Op. Cit, p. 11