La Edad Media. Guerra e Ideología, Justificaciones Jurídicas y Religiosas - García, Francisco

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La Edad Medi Guerra idolo g ía Justificaciones rel igiosas y jurídicas Francisco García itz

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La Edad Media. Guerra e Ideología, Justificaciones Jurídicas y Religiosas

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La Edad MediGuerra idologíaJustificaciones religiosas y jurídicas

Francisco García itz

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FRCISCO GACí FITZ es Doctoren Historia por la Universidad de

Sevilla  pofesor de Historia Medievalen la Universidad de Extremadura.Desde hace años desarrolla una líneade investigación en torno a la guerra enla Edad Media que se ha materializadoen la publicación de diversos librossobre las prácticas erzas militares en

la Europa medieval -ércitos y activides guerrer en Ed Media europea Arco Libros, Madrid, 199,los recursos estratégicos tácticosempleados en los conictos entre el reinocastellao-leonés e Isla de a-du-Cl y León en al Ism. ate

aióny ca militares. Siglos  X

 al  XII. Universidad de Sevilla, Sevilla,1998 las relaciones políticasdesplegadas en aquel contexto paradebilitar erosionar a los adversariosRelaciones poticas y  guerra. La exeriencia ctelnoleonesa ente al

Islam. Siglos  X-XI Universidad deSevilla, Sevilla, 2002. También es autorde medio centenar de artículos,comunicaciones  ponencias publicaden revistas congresos especialidossobre diverss cuestiones relacionadascon las fronteras forticaciones

 medievales, la guerra de asedio, laorganización militar composición delos ejércitos, la tecnología militar, lasestrategias políticas, la ideología de laguerra o la literatura bélica, entre otras.

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Edad MediaGuerra e ideología

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S e r i e H i s t o r a

Edad MediaGuerra e ideologíaJustificaciones jurídicas y religiosas

Fncsc cÍ Ftz

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Fotografía de pOrada: Eleonor Domínguez Ramírez

Canigas de Santa María M-LX111- iblioteca del Monasterio de El Escoial

Coorinadora de proyecto Dolores María Pérez Castaera

Francisco García Fz, 2003

Síex® ediciones SL, 2003

cl Acaá n° 202. 2802 Madri Esaña

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email silex@silexedicionescom

ISN 4-7737-1105

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Coorinación ediorial Ángela Gutiérrez y Ramiro Domínguez

Diseño cubiera Ramiro Domíngez

Prducción Ana Yáez Rsell

Coreccón: livia Pérez

Foomecánica Preyot SL

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CONTENIDO

EDAD MDIA. GURRA IDOLOÍA

JUSTIFICACIONS URDICAS Y RLIOSAS 9

PRSNTACiÓN

NTODCCiÓ

PRRA ART

A UIFICACiÓN URDICA D A ACTIVIDAD BÉICA

11

15

EL CONCTO D URA USTA 21

RELACIONES ENTE GUEA Y DEECHO

L CONCEPTO DE GUEA JUSTA: DEFINICIONES, ONDICIONES y ELEMENTOS

CONFOMADOES

El criterio de autorida

Necsida e U/a causa justa

La ncón d l guerra

Lmiación a violncia y coportaieno éico n a guerra justa

Los agentes de la guerra ... ... ... ... ... ... ... ... ..

CO/secuencias jurídicas e incidencia rea e la guerra jsa

UNDA ART

31

4

4 8

56

...58

...67

...75

A USTIFCACiÓN RLIOSA D LA URRA

EL CONCTO D LA URRA SANTA ... ... ... ... ... ... ... ... 85 

N ONO AL ONCEPTO DE GUEA SANTA

.

.

.

.

87 A GUEA EN LA S FUENTES DE L ENSAMIENTO CISTIANO EL NTIGUO

y L UEVO ESTAMENTO

A GUEA CONDENADA

E pacifiso de os prieros crisianos

La conena ora e a guerra: pecao y  peiencia

a cabaería ua profesión Iavaa Miicia y aicia

7

91

99

99

103

109

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Más al de la ortodoxia: pacfismo y hrjía

LA GUERRA SACRAIZADA

Una Iva ctitd an la grra acptación y adatación rgática

/acia a lna sacraización d la grr

ERRA JTA Y ANA: RZADA y CONQISA

La ida d crzad

E concpto d r econquista

... 16 

... 9

... 9 

... 132

... 65

...66 

... 94

CONLUSIONES ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 29

BIIOGRAFíA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225

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EDAD MDIA

GURRA IDOLOÍA

JUSTIFICACIONS URÍDICAS Y RLIIOSAS

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"Eran conquistadores . Se apoderaban de odo

lo que podían Aquello era verdadero robo con

vioencia, asesinato con gravtes en gran

escaa y os hombres hacían aqueo iegamee,

como es natua enre quiees se debae en a

oscuridad La conquista de a tiera, que or o

general consiste en rrebatársea a quienes tiene

una tez de color distint o nrices igeramente

más ctas que las nuestras, no es nada

agrdable cuando se observ con ateción o

únic que redime es idea Una ide qe a

repade: no n reexto senimea sino una

idea; y un creci geerosa en es ide en

ago que se puede enrbolar, ante o qe uno

puede ostrarse y ofrecerse en sacrificio.

Joseph Conrad,

El corazón de las tiieb.

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PRESENTACiÓN

Este libro ha sido concebido como un acercamiento a un fenómeno

ideológco que, si en hunde sus raíces e la Antigüead, se desarrolló

plenmente durante los siglos medievaes y, en cierta medida, se mntie

ne vigente en uestros días: nos referimos a las justifcaciones jurídicas

y relgiosas de los conflctos armados. Su objetiv más inmediato hasido, pues, el de exlicar, de forma sitética e ntroductoria, el conjunto

de argumentaciones que sirveron a lo hombres de la dad Media para

legitimar la gerra, si ben heos limitado nuestro mbito e estdo a

l cutura occidental cristiana, dejando de lado, a pesar del

extraordinrio interés que sin duda tienen estas cuestoes, el mundo

bizntino y el islámico, que merecen anliss monográficos.

Pensad para públic eneral, per interesad tan en aquel

periodo histórco como en el estudio de las ideologías y de las realidades

bélicas, se ha intentado en todo momento mantener un tono divulgatvo,

aunque riguroso, considerndose que una forma adecuada de acercar estos

temas al lecor no esecializado era dear qe os textos habasen directa

mente. Por ello, jnto a la labor de exosición y sntesis desarrollada, se

realizado una amplia selección de testimonios de la época-debdamente traducidos desde los idiomas en que fueron escritos- que

ilusran, con fidelidad y claridad, el ensamiento de os autores

medievales sobre algunos concetos clave, tales como el de guerra jsta,

el de erra santa, e de cruzada y el de reconquista

Anqe a lo argo del texto se ha evitado hacer comaraciones con la

sitació e el mndo est viviend e ls albores de siglo XXI,

revsibemete resltar inevitabe establecer aralelismos entre losplanteamienos ideológicos de aquellos tiempos leaos y los ue

envuelven o imregan a forma de actuar de nuestras sociedades, tal vez

para comrobar -con desconsuelo- qe, a esa de las profundas

diferencias, de ls cambos radicales, de las distacias lícas, ecoó

mcas, tecolóicas o mentales, e homre siue destruyendo a ss seme

 antes y cotiúa sicando ss acciones con argmenos arecdos.

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Como cualquier obra de síntess, este libro se soporta sobre un bagaje

documenta amplio y, especiamente, sobre una serie de trabajosbibliográficos especiaizaos que resultan esenciales para el

coocimiento de estos temas. Aeniedo una aor fuiez en la

presentación y lectura de a obra, sigiendo el critero editora, se han

evitado las ctas a pie de página, de aner ue no ha sido osible

ndicar de forma precsa, en cada oeto, a procedencia exacta de los

textos publicados o de muchs de as ideas expuesas. Ciertaente, l

bibiografa sobre estos temas es extensísima, y solo la referida alfenómeno de las crzads alcnz proporciones casi inabarcables -como

puede coprobarse en J.M. Rorguez García: "Historiogrfía de las

Cruzds, Espacio, Tiempo y Forma. Histri Mdival Serie In, 3

000 pp. 34-395 La extrordinaria produccón lteraria a que ha da

o ugar la recente conmeoración e a Primera Cruzada -recogda por

GarcaGujarro Ramos, .: "as comeoracioes nelectaes de a

Prier Cruzda, 995-999" Mdivlismo 0 000 pp 75-05 

podría ser buen ejeplo de grn nterés que despertn os asuntos

tratados en este lbro, pero tmbién de la imposblidad de dar cuent de

ellos en un contexto como éste.

No obstante, qiséramos al menos manifestar aquí la deuda que este

libro tiene resecto a gunas obrs que han servdo auor como base

de su proia labor, especiamente por la pblicación en eas de textosfundmentaes para ests cuestiones. Sin duda lguna, el concepto de

guerr justa sigue teniendo en la obr clásic de Frederick H. Russel

-Th Just Wr in th Middl Ags Cambridge, 975  un referente

obligdo a la hora de naizr este concepto y de expcar su origen y

evoucón lo argo de tod l Edd Meda. demás, ncuye en sus nots

una arga selección de textos ltinos que, no obstante, adoecen e cierta

frgmentacón. Precismete ese "fanco h sdo cubierto, al enos en

parte, por la obr de ErnstDieter Hehl -Kirch und Krig i 12.

Jahrundrt Studin zu Knonischm Rcht und Politischr Wirklich

kt Stttgart, 980 que edt generosamente en sus nots a pie de

págn numerosos rgmentos tos procedentes de os principes

autores de época, edción que nosotros hemos empledo prousamente

para nestrs trduccones.

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Por su parte, l guerra snta y su corolario, la idea de cruzad, ha

recibido mucha más tención por los esecialistas, pero nosotros

quisiéramos destcr únicmente alnas obras e nos ha servido

como verdadero arsenl de tesimonios e ideas. Sin duda algua, el

trabjo de Carl Erdmann, tanto en s versión inglesa -The Origin of lhe

Idea of Cruse, Princeon, 1977-, como en el original alemán, que

incluye algunos anexos no ublicados en la traducción inlesa -Die

Entstehng des Kreuzzugsgednkens, Sttugart, 1935- representa un

punto de partida inexcusable en esta materia, ue se complementa, a losefectos de interretción y publicación de fuentes, con los rbajos de

Jean Flori. De la larg e importante producción de este autor, creemos

que es de justici reconocer el extrordinario interés que tiene, en

relación co la materia quí trtada, s inestimble obra sobre la guerra

santa y l formación de la ide de cruzda -La guerra sainte. La

formtion de 'idée de croisade dns 'Occidente chrétien, París, 2001-,

donde no solo realiza un amplio reaso sobre aquellas cuestiones, sino

que demás pulica una buena colección de textos, noralmente

traducidos al francés, algunos de los cuales nos hemos permitido trasla

dar l castellano. Quede constncia exresa de nuestra deud.

Por lo demás, los libros o artículos de Roland H. Binton, ames A.

Brundae, Philippe Contamine, H.E.J. Cowdrey, Maurice Keen, Regine

Pernou y Ana Belén Sáncez Prieto, cuyas referencias completas se

recogen en la not bibliográfica final, nos han facilitdo también el

acceso a testimonios signficativos. El esamiento de agunos autores

fundamentales de la época, como San Agustín o Santo Tomás de

Aquino, ha sido documentado directamente a partir de sus obras, que el

lector puede encontrar fácilmente en traducciones al castellano. Del

primero de ellos se han publicdo sus Obras Copets, cuyo volumen

XXXI incluye un trabajo central ara las cuestiones aquí tratadas, comoes Contra Fausto -Madrid, 1993-; para el segundo, necesarimente

hemos de remitir a la S de Teoogí Madrid, 1990-. En general, los

textos referdos al caso hisánco se an tomado también irectaente

de las crónicas y a literatura e erodo, abiendo ocuado un lugar

preferente la historiografa asturiana -Crónics Astrinas, Ovieo,

985-, la castellana del siglo XIII -esecialmente la Crónic Ltina de

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los Reyes de Castll, Cádiz, 1984, la Histori e los hecos e Espñ

de Rodrigo Jiménez de ada, Mdrid, 989 y la Primer Crónica

Generl e Espa, Mdrid, 977- y los trbjos de don Juan nuel

-Obrs Complets, Mdrid, 982983.

Durnte ños en e desrrollo de la líe de investigción que hemos

seuido desde ue os nicimos en esta lbor de histordores fuimos

cumuo ecurs, textos e ides en torno ideoloí de l uerra,

pero hst el ño 2000 no tuvios ocsió de oranizar sstemáticamente

quelos materiles, con motivo del curso de postrado sobre "Guerr,Sociedd e Ideoloí en el undo medieval, ue imprtimos en

uells ech en l Universidad Ncional Atónom de Nicarua-

Manau Es exerienci docente y vitl no solo nos oblió a ordenr

y resentr unos determinados contenidos, sino que tmbién nos

pemitó etrr en contcto con un rupo de alumnos, myoría de los

cules ern profesores en citd universidd, que hbín vivido y

pecdo receteee u uerr lgunos coo combees, oros

como víctias directas o indirects. e ellos prendimos, entre otrs

muchs cosas, hst ué punto el componente ideolóico en una uerr

no es un eleento meramente ropndístico o emscrdor, sino

sustntivo y movilzdor. A odos ellos, y l eprtamento de Histori de

l UNAN, quisiéros dedicr este libro

Por úto quisiérmos maniestr nuestro rdeciieto lspersons cuyo oyo y estim hn sido necesrios r culminr es

empres E prime lur, olores M Pérez stñe que cofió e

osotros a hor de encrrnos est obr; nuestro eitor, Rmiro

omíngez, por su aciencia y comprensión; Frncisco Jvier Tovr,

profesor de ertmento de Ciencis de l Antiüedd de l

Universidd de Extremdur, ltinista y mio, or su mbilidd su

perici sus siere tids suerencis l hor de revisr nuesrs

rccoes Este Kirschbe or su coborción or s bue

hce o s sosicó iieci por s ieo po odo ueo

ue c oé coesr ecuee eboh qe coo

siepre se hizo co de todo, y Pilr qie teno que devove u

pñdo de hors que le robé ls últims nviddes

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INTRODUCCÓN

"En la guerra hay tantos males -escribía un experimentado guerrero

castellano del sglo XIY- que no solamete el hecho, sino incluso el dicho

es espantoso Cualquier sociea qe aya pasado por el rauma de un

efreamieto militar tiee sobradas azones para abomar e un

feómeo que acarrea muerte, olor, esolación, ambre, injusticia . .Sin duda algna, pesta ante u espejo, la mage cra de la uerra

resulta ateradora tanto paa el que la practica como para el que la sue

No obstante, hay que reconocer qe todo este cúmulo de surmentos no

ha sdo nunca obstáculo para que los hombres reincderan una y otra vez

e las msmas pautas de comportamiento, en el anqulamento del

adversario, en el riesgo de l v propia, en la crueldad, en el horror. A

eces, la necesdad de efedese de ua agresió, el instinto de

speieia, l resisei arad e el asor, el irano, el ladró,

el perturbaor del de y a paz, obliga a maa o a estrir. Ors veces,

por el contraro, las causas que incita a desatar l violencia colectiva

contra "el oro son netaete ofesivas: arrebtarle sus benes,

domarlo, conqustar sus tieas, impoerle uos modelos sociales,

extrpar sus ceeciasEn todo caso, sean cuales sean las causas, lo certo es que l colic

tiidad bélica reslta ta onipesete coo ineludible la legtimación

de su comiezo o la exclpación de ss coececias Pocas ociedades

o dgentes polítcos, ahora o e el pasado, han estado dspuetos a

sostener que ta o cal conflto deiva de s ambicó de poder, de la

codca, el nterés económico, de a ntoleancia haca el vecno, del

odo acmulao Es frecuente, po el contrao, qe las ogazacoessocales y los oderes polítcos se doten de nstruentos deológcos

destnados a ustfcar, ante sí msmos y ante los otros, sus actuacones

violentas El derecho, la religión, la moral, los grandes prncpos

políticos -la lbertad, la igualdad, a justca-, la dentdad naconal o

cultural, han aportado en muchas ocasones los resortes precsos para

amortgua en las concencias indviduales y colectvas el dolor y el

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horro padecidos o provocdos, y esos mIsmos principios, ideas o

conceptos han ofrecido no pocs veces el combustibe ecesario paprede el fuego de l guerr.

En muchs ocsioes, los rgumentos ideoóicos justificadores de l

guerr han sid intepretados exclusivamente en téminos de propagan

destind a legitimr un conficto, ocutr los vedadeos móviles e

imponer el interés pticulr sobe el geneal, e de os grpos dominntes

generdores de elementos ideológicos sobre los grupos domindos que los

asimilan. Aunque fuer sí, hbrá que reconocer l menos que si se utiliztles o cuales justificciones es porque se espera que tengn ciert

cpcidd de movilizción o porque se entiende que recibián un grdo

significtivo de reconocimiento socil, es decir, porque serán tenidos

como argumentos aceptabes y coectos por e conjunto socil a que vn

irigios. l éxito de una justificación ideoógica nos cooca, pues, ante

una confuencia entre el mensaje propuesto y el conjunto de represent

ciones mentles trvés el cu una sociedd eterminad percibe el

mundo e interpret l elidd.

n l medida en que se produce est identidad de visión -l contenid

en e mesje y l de l propi sociedad-, l justificción ideoógic de

l guerr no puede considese solo como un artificio, u engaño, un

cortin de humo p distrer o embauca los ingenuos. Ciertmente,

un ieoogí éic puee free na visión espuri e rei, eincuso puede ser una expresión conscietemete falsificadoa de los

verderos intereses en litigio, pero si es ceptda es porque puede

daptrse a los ideles colectivos, a s escs de vlores soiales o

morles o ls trdiciones, y porque cumple un funció integrdo,

contribuyendo a l efinición del gupo frente a lo "extraño. Desde ese

momento, la ideoogí se convierte, po sí mism, en un fctor activo y

movilizdor, deja de ser un "másc justificdor pr trnsformrse en

un conjunto e imágenes coherentes y coprtias, en un motivo o un fin

para a guera

L d Medi occientl nos ofrece, a ests efectos, un ejemplo

paradigmático. Se tta de un período histórico pofudamente mrcdo

po los cfictos bélics, hast e punto e que en muchs ocsiones s

socieddes del Occidente medievl han sido descrits como sociedes

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organizadas por y para la guerra. Prácticamente todas las manfestaco-

nes humanas de la época, desde la literatura y el arte hasta las pácticas

económicas, desde las institucones hsta los crterios de ordenacón

social, se vieron influidas or la guerra.

Sin dud, muchos hombres de aquel perodo conserron que as

aciviades militares, con su coroaro de voencias, destrucciones y

crímenes, eran una veradea maldición y representaban acciones ntrín

secamente perversas y moralmente condenbles que ebían errdicarse

del comportamiento humano Peo la evidencia cotidiana demostrabaampliaente la omnipresencia de la guerra y, llegado el caso, su

necesidad inexcusable como mecansmo de supervvencia. No es de

extrañar, ues, que las sociedades medevales desarrolaran desde muy

ronto un conjunto de prnciios jurídicos, moraes y religiosos

tenentes a justfcarla, a legitimarla, a dirgirla haca fines consierados

aceptables y, finalmente, a sacraizarla. La necesdad e disculpar y de

potencia una actvidad que en sí misma era considerada coo

perniciosa, aberrante y pecamnosa, acabó generano un coplejo

entramado de representaciones mentales y crstalzando en una

verdadera ideología que, en muy buena media, fue forjada fundamen-

talmente por los hombres de Iglesa.

Las nociones, ideas y códigos de comportamientos elaborados con el

fin de hacer aceptables, e incluso deseables, actividades neamente nocivas surgieron normalmente a parti e la aplicación a la guerra de

nociones procedentes del derecho y de la religión que cristalizaron en

torno a dos grandes conceptos ideológcos: el de guerra justa y el de

guerra santa. Posiblemente, para e observador del sglo XXI no resulte

demasiado difícl establecer unas bareras ms o enos nítidas ente uo

y otro: intuitivamente, sn entrar en mayores disqusciones técncas, la

nocón de guera justa" se relaciona normalmente con la legitimidadque le asiste a una sociedad o a una nación a emplear la fuerza en deter

inados supuestos en los que la vioencia deviene en un recurso

necesario, noralmente el último, para restablecer un derecho volado,

recuperar un territorio nvadido o vengar un daño recibido; or su parte,

la idea de guerra santa tiene que ver con el fundamento relgioso ue

anima o justifica un conflicto con la sacralidad de sus causas, de sus

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agentes o de sus consecuencias. Así entendida, desde la mentalidad

desacralizada del hombe occidental contemporáneo, una guerra puede

ser consideada justa sin que en su argumentación intervengan elementos

religiosos, en tanto que una guera pede ser definida como santa sin

apelar a la justicia de las causas defendidas

Para las sociedades europeas de la Edad Medi, la delimitación a la que

estamos haciendo referencia en absolto resultaba tan fácil de hacer.

Aquellas eran sociedades cuyos valores morales, políicos, jurdicos e

ideológicos estaban profundamente impregnados por la religión, siendocasi imposible disociar lo laico de lo religioso. Así las cosas, se entienen

las dificultades para searar claramente los eleenos que definen a la

guera jsta de aquellos otros que conforman la idea de guera santa. Hay

que reconocer que las conexiones entre un concepo y oro eran tan estrechas

que su diferencición pede esultar, en algún caso, bastate arbitraa.

En agunas ocasioes, los especialistas han iterpretado que la guerra

santa o sea sio una derivación, una subcategoría, de la guera justa.

Desde este pnto de vista, la sociedad edieval había heredado de a

romana n concepto laico ara legiimar los coflictos -el de guera

 justa que co el paso del tiempo abría do transformándose, mediante

la paltina intoucción de elementos religiosos, en el concepto de

gera santa: básicamente, se sostiene qe el conteido secula del

primero sería susituído por el conteido sacralizado del segndo; laconsideración laica defensiva y limitada qe subyace en la idea de guera

 justa se convertiría e eclesiástica, ofensiva e ilimitad en la de guea sa

t. En realidad, el fenóeo no es tan simple ni a lineal, y de hecho

algunas interpretaciones antienen exactamente lo contrario, esto es, que

el pesmiento edieval cocibió primero el concepto de guerra santa,

ara derivar a partir de él otra noción enor y secular, el de guerra justa.

En cualqier caso, lo que resla evidente es que no puede establecerse na distinció radical y mucho enos cotrapuesta entre una

idea y otra desde que los autores cistianos medievales comezaron a

establecer supuesos justificadores de la guerra, las arguetaciones

policojurídicas apaecen trufadas de elementos teológicos y

viceversa. Este fenmeno de sntesis de ideas originalmente distintas e

absoluto es u hecho aislado en el momento en que se produjo, sio que

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se enmarca en el más amplio proceso de fusión de herencias cuturaes

-la romana y la judeocristiana que tuvo lugar en la transición de la

Atigüedad al Medievo.

A pesar de todo, no puede obviarse que ambos conceptos responden a

fundamentaciones que ni eran idénticas ni tenía la misa procedenca

Entre el derecho y religión podía haer, y de hecho había, vasos

comunicantes, pero cada uno tenía su lógica interna En consecuencia,

as justificacioes de la guerra basadas en una fuente o en otra no

llegaron a perder sus particulridades

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PRIMERA ARTE:

LA JUSTIFICACiÓN JURÍDICA DE A ACTIVIDAD BÉICA

CONCETO DE GUERRA JUST

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RELACIONES ENTE GUEA y DEECHO

Desde cierto punto de vsta, es posble que en ls sociedades

occidentales contemporáneas la justificacón e la guerr mediante rgu-

mentos jurídicos pueda resultar chocante o contradictoria. Después de

odo hay que reconocer que el derecho parece estar concebido, etre

otras funcones, para evtar o castigar la violenca a través de rbunales

jueces que ctúan coo ecnisos de interedacón entr prtes

enfrentads o, en el peor de los casos coo ejecutores de sciones

conra quienes greden otros en sus benes o ersonas volando la leyy ropeno el orden social de manera que no tendría deasido

sentido que fuera ese mismo derecho el que roporcionara razones o

 justifcacone par las confrontacones bélcas. Desde lueo, en el

ámbito e las relacones entre estados, los trbunales y otrs instancis

nternaconales están pensados precisente para drir los cofcos

de fora pacífc par medar entre ellos haciendo uso del Derecho

Interncionl de otros insruentos diploáticos políticos a fn de

evitar los choques armdos. Desde est erspecva, el derecho se

contrpone radcalmene a la uerra, y la vía judcil o jurídica suele

presenarse como una alternatva oral y políticamente aceptable para la

solucón de los enfrentamientos frente al uso de la fuerza, ya sea ésta

practicaa por ndvduos, por socedades o por estados.

Sn embargo, cualquier observador de los recietes conlctos arados

en los que se han vso enueltos las nacones occdenales puede compro-

br cóo los arguentos jurídcos no solo no son ajenos al undo de l

uerra, sno que sigun justifcano y condiconando las accones de las

prtes enfrentadas Conceptos tes como el derecho de autodeterina

ción, el derecho a la ntegrad errioral, el mantenmento del derecho

nternconal o el respecto a los derechos de los pueblos o las personas

suelen apaecer frecuentemene entre las excusas o las rzones empleaas para nciar o coninuar una guerra Se apela a la justica de la causa

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defendida pr animar un conflicto armado y se crean tribunales par

juzgar a líderes políticos que, en el marco de una cofrontación élic,

no respetan las leyes interacionales sore el trato a los prisioneros o a

la poblción civil.

Está claro, por tanto, que en el mundo contemporáneo las relciones

entre el derecho y l guerra siguen siendo muy intensas y vriadas. Pues

bien, convedrí destacar que chas de las ocioes rídicas que

todavía hoy se usan en relción con los conflictos armados y qe confor-

mn un entramao ideológico plenamente integrado y ceptdo ennuestra civilización, surgieron en la época roman y se consolidaron en

dd Media. Tras uno o os milenios de evolución históric, continún

epleándose los mismos argumentos y sigen plnteánose los mismos

problemas juríicos en relción con l guerr: l justificción e ls

acciones armds como actos e legítim defesa, la determinción de l

prte agresora, las snciones a uienes o respetan a los no combatien

tes la proporcionalid entre los obetivos y los edios empleados pra

alcanzaros, el trto a los prisioneros, l responsabilidad personl e los

soldos y de los irigentes políticos, la atoridd legítima pra declrr

un guerr ... Na e ello es nevo y todo parece retrotreros a ls

miss cuestiones que y abordabn los jurists romanos y, sobre todo,

los ombres de eyes y teólogos medievales.

Ciertamente, no puee negarse qe uchos de los principios juríicosaplicados a la guerra spiran a limitr la violenci cieg y las conse-

cuencias más bominables de ls conflgraciones, como l estrucción

ilimitd las matanzs indiscriminadas, el trto ihmno a los prisio

neros o a la población civil y las acciones unilaterales o arbitrrias Pero

mbién resulta eviente que, en ocasioes, es el derecho e que ofrece

razones y jstificaciones par guerra y lient a los contendientes

una cofrontación armd.Como decimos, esde époc romna l guerr prece sociad l

derecho y a ciertas nocioes udiciales, forando ua traición que fue

amplimente continud durnte l Edd Medi y que tedí justificr

el enfrentamiento militr a partir de fundamentos legles. Básicamente,

la idea e que n guerra podía ser asimilda a n ctucin juici

prte e la consierción e que, igl que en el terreno privo un

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persona que se siente dañada o perjudicada por la actividad de otra está

autorizada a recamar o buscar una compesació con licitud, cuaquierpoder público puede legítimamente aspirar a ser idemizado por la pér-

dida sufrida a raíz de una agresión.

En realidad, esta apreciación de la guerra es l cosecuencia lógica de

a aplicació al terreno de los cofictos armados de as relacioes

etre entidades púlicas o etre acioes del pricipio de defesa propia

que, e el campo privado, justifica e empleo de la fuerza como respuesta

a un aresión. Los pensadores medievaes, siguiedo a los romaos, no

dudaba de que, tanto e las reaciones púicas como e las privadas, e

uso de l vioeci como respuesta a u ataque o a ua ijusticia era uo

de los ms primarios derechos de las persos, de hí que considerasen

que dichas ctuaciones defensivs ormaa parte del derecho naturl o

del derecho de gentes, siedo e todo caso una regl de comportamiento

ásica esencialmete legítima par calquier sociedad. El aónimoator de una de las grndes recopilacioes jurídicas medievaes, a

Suma coocida como Onis qi iuste idict, por ejemplo, etedía

que una guerra estaba justificada cuando se iiciaa "co e fi de

rechazar a los eemigos, porque por derecho natural es lícito repeleros.

Ddo que las relacioes entre poderes púlicos no estaban reguadas

por códigos legaes como os conocidos e el ámbito privado o civi, ni

existía jeces o triunaes ordiarios a os que pelr para que vlora

sen las reclamaciones, se etiede que as acciones os medios

epeados por u estado o un reio para coseguir la restitució por u

daño sufrido fuern diferentes a las aplicadas e el derecho etre parti

culares De una parte, e poder público agredido, sin instancias políticas

o judiciales a as que acudir, se convertía necesariamete e juez y parte

de su caso De otra, debido a la ausecia de otros istrumentos legaes, a

resión militar se trasfora e el úico edio efectivo que eía para

cazar la reparció de su derecho coculcado o del bien ijustamete

arrebatado A pesar de estas singulariddes, la guerra psó a ser coside-

rad como la continuación natual necesaria del derecho y de la justicia.

Ciertamete, en estos casos el proceso legal resultaba atípico extraordi

nario, pero e fundamento de la guerra así etendid o difería de la meta

de la ustificación del derecho: la recuperación de la justicia del orde.

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Así pues, un conficto armado se ajusaba al derecho y se aejaba e

otas formas conenables de violencia -como el bandidaje, el atrocinio

o el homicidio- en la eia en que fuer la respuesta al eito cometio

por u agresor o preeniea la epació de a ijusticia causaa por un

enemigo. La acción bélica empedi bajo esos supuestos no era

consieraa coo un ejercicio discecioal o arbirario e fuerza bruta,

sio como una acción jusa y jusificaa.

Como consecuencia e esta impegnción de lo militar por una

ieología e cuño juríico, no pocos autores inerpearon que la guerrano era más que un juicio (las fuetes meievaes hablan de iudicium

belli", esto es, "juicio de guerr) e el que dos pares efrentas iri

ían sus reclamaciones muuas, e e eteimieto e que la victoria

estaría de prte de aquel que uviea ás legitii y razón en sus

exigencias. De esta foa, el efenaieno ieco ene dos fuerzas

armadas, especilmente aque que se esolba e u baaa campal,

tendía fecuenemente a ser concebio como un vedaero duelo juicial.Precisamente por esto son tan fecuees en la Ea Meia los itentos

e resolver un conflicto meiae u duelo entre reyes o entre

campeoes sin necesiad e que uviean que enfentarse os ejércios, si

bien finalmente estas propuesas nunca se llevaban a término.

El duelo judicial era un procedimieno en el que las partes litigantes

pesonamente o a través e iteediarios se enfrentaban en un

combate para resolver el peito Pra elo se popoía ua fecha conceta,

un terreno delimiado, uas armas eerminas y unas reglas conocias

y aceptadas por las pares E resulao el liigio venía marcao por el

triunfo de uno y la derroa el otro La muerte o la retirada del pereor

señalba un veredicto a favor el vecedor que esultaba inapelable

Como ecimos, juristas, poetas e hisoriadores meievales tenieron a

ietificar y asimilar las guerras en general, y las batalls cmpales en particulr, co este tipo e ordalías y a escibi su esarrollo basánose en el

modelo e dicho proceimiento judicial. En aes casos, los conteientes

también acordaban previamente u día y un lug pra la confrontación,

as como determinaas condicioes a ls que las paes ebían someterse,

de ahí que haya referencias a baalas "a ía señaado, o a batallas

"conocias, concertaas o "comediadas Por supuesto, igua que ocurría

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con el duelo judicial, el resultado final de estos encuentros se entendía

como ua setencia defiitiva que todos debían aceptar. Y es que, comoadvirtiera George Duby, e estos casos el duelo, exageradamente

ampliado, se transformaba en batalla, pero la aturaleza jurídica del en-

frentamiento o variaba.

Veamos un ejemplo: en 072 se enfrentaron en Golpejera, a orillas del

río Carrión, los ejércitos de Alfonso VI de León y de Sancho I de

Castila. Desde años antes ambos hermanos venía contendiendo para

reunificar el reino que su padre, Fernando 1, había dividido entre sus

hijos, sin que hubiera habido hasta entonces un resultado definitio.

Según los cronistas castellanos del siglo XIII, con el fin de resoler aquel

litigio fratricid que estaba desgastando los recursos y extendiendo a

desolación por ambos reinos, las partes implicadas fijaron un d y un

lugar para enfrentarse e ua batalla campal, estableciédose la

condición de que el vencido cedería su reino al vencedor y cesaríaterminantemente el coflcto armado. La ictoria de Sancho I en

olpejera, la reunificación de Castilla y eón y el consiguiente exilio de

Alfonso VI son presentados, pues, como el resultado de un duelo en el

que los litigates son dos ejércitos, el proceso judicial es una batalla, y

el resultado de ésta, un eredicto final.

Por supuesto, resulta dudoso que en realidad las cosas sucedieran de

esta forma: en el caso concreto que estamos tratando, las fuentes más

cercaas a aquellos acontecimientos no confirman muchos de los

extremos recogidos por los historiadores tardíos de siglo XIII. Por otra

parte, en términos generles no parece razonable pensar que un dirigen

te político estuviera dispuesto a pactar las consecuencias de un choque

armado, de resultados siempre inciertos e impredecibles, antes de que

este se produjera. Pero lo que interesa destcar aquí no es tato saber qué

y cómo ocurrió, sio la particulr manera de concebir la guerra que se

desprende de aquellos relatos, en la que la batalla y la guerra son

interpretadas desde ua óptica más jurídica que política o estratégica. y

es que, como afirmaba Sir John Fortescue, u autor inglés de la segunda

mitad del siglo XV, "la guerra protagonizada por u monarca es un juicio

 jurídico por medio de la btalla cuando trata de conseuir el derecho que

no puede obtener por medios pacíficos.

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La profunda impronta que el cristianismo tuvo sobre casi todos losaspectos ideológicos y mentales de la vida del hombre y de las

sociedades medievales afectó también a las apreciaciones que presentaban la guerra como una continuacón del derecho La visón marcadamente providencialista que caracterza a buena parte de los cronistas yensadores del medievo, en virtud de la cual es Dos msmo quieninterviene en los acontecimientos humanos y drige el curso de la historia,convertía necesarimente a Aquel en árbitro supremo de un conflicto

armado. De la misma forma que en todo delo o juicio existía un juez quedab o quitaba razones y emitía una sentenca, en la guerra era Dios quien,como Juez, dictaba un veredicto dando como premio la victoria a quienesactuaban defendiendo una causa justa, y castigando con la derrota a lostorticeros que pretendían injustamente lesionar los derechos y benes desus enemigos La fusión entre la tradición germana de los duelos comodemostración de la verdad y el convencmiento crstiano, apoyado por la

confrontación bíblica entre Davd y Goliat, de que Dios toma partido porl causa que a Él le parece justa, llevaron en Occidente a la concepción deque, debido a la intervención divn, la victoria señalaba la causa más justa Desde este punto de vsta, en el que lo teológico engarza con lo jurídicoy lo mlitar, la guerra aparece como un procedimiento judical en el quesubyace un "juicio de Dos, al que se someten los contendientes

Philippe Contmine ha llamdo la atención sobre el testonio que elcronsta carolingio Nitardo nos dejó de la batalla de Fontenoy (841) entreel rey Lotario y sus hermanos Carlos el Calvo y Lus el Germánco El autor de l Historia de Luis el Pidoso, que estuvo presente en aquel encuentro campal, entendía que el choque en Fonteoy había sido un "juciode Dos que había servido para castigar a Lotario y sus seguidores y parademostrar que Carlos y Luis habían combtido "por la justca e igualdad

Meses después, durante la ceremonia de juramento de yda mutua queestos dos últmos realizron en Estrasburgo, Luis el Germánco se drigía su peblo pra explicarle cóo su hermano Lotario había intentadodestriros y aniquilarlos, dejándoos una versón e los hechos que ilustrade anera concluyente la vsión jrídico-provdencial de la guerra:

I CONTAMNE Ph: L gu / dd di Barcelona, 194 p. 334-335

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"Como ni el parentesco -afirmaba Luis ni la religión cristiaa 1

ninguna otra razón, respetando la justicia, poía ayuar a que hubierapaz entre nosotros, finalmete obligados, sometimos el asunto al juicioe Dios todopoeroso - la batalla dispuestos a declararnos contentoscon lo que a cada uno debea tocale según su voluntad. Como sabéis,en ese juicio resultamos vencedores la msecoria ivina, metasél, vencido, se retró con los suyos adonde udo.

El convencimiento e que la guer ea un proceso judicial en el que

Dos intervenía coo Juez entre dos pates llevaba pensadores y moralistas a instar a los dirigentes de la época a que se cargasen de razón

antes de iniciar un conlicto. Los jursts castellanos que en el siglo XIII

redactaron para Alfonso X el ga códgo legal conocido coo Las

Partidas, avisaban que "ove guea es cosa que deben pesa mucholos qu la queen hace anes de coza, paa que la hagan con

razó y con eecho, pueso ue de u causa para la guea queestuviera razonada y confoe a jusca se derivarían muchos benes-entre otros, ua ayor otivació actuar o la posibilidad de cocon el respaldo e los amigos-, peo el priero de todos era la ayuda queDios concedía a los que guereaban con deecho

En el mismo sentido, ls ideas expuestas por don Juan Manuel e obastan conocidas coo El Libro de los Estaos idas que en buena eida

epresentan el punto de vsta de uels scoes socaes que teía ccidd de decisión ila, esu uy cafcdas: de debía coezuna guerra sin que sus eegs ubea acudo pevente de foaculposa y fuern erecedoes de u cso; todo digete debía seuarse de que tení pleno derecho e sus reclaacones y que no se coportabacon eaño o ilíctamente incluso antes de coezar las operacioes bélics, convenía tratar de convence a los advesaios de la justicia de la causa

defedida y demandarles pacífcaente l restitución del derecho lesionadoPo tnto, ea inexcusable que la razó y el deecho estuvea de pte deuno si queí alcanzr la victoa en a guea, y elo era así oque e últioextemo Dios era que eitía u setecia y lo haría seún cteos dejustic y de derecho. En definiiva, e l gue de nada servía el pode, elentendimiento y el esfuerzo si no se tenía la ayuda de Dios, y Éste, que era

"deechurero, solo apoyab a los que actuaban rectamente y co derecho.

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Al enteder que la guerra ea la cotinuación del deecho, la vertiente

mora de la vioecia ejecida pasaba a u segundo plano. La acción

milita y sus consecuencias, por terribles y destructivas que fueran,

dejaba de ser consideadas coo moto de discordia social, de

sufimiento, de muete y de condención, para convetirse en un medio

adecuado y lícito de reestabece el orden quebrantado por otas causas.

En la medida en que popciaba la reconstrucción de la justicia la paz,

a guera así cosiderada quedaba ampliamente justificada como u ma

menor e inevitable, igua que lo era e castigo en el derecho.Se entedía, pues, que la pate cotendiente que tenía razones jurídi

cas para llevar a cabo una acción militar con la que recuperar el bien que

le había sido arebatado o el deecho ue había sdo coculcado, no hacía

uso simplemente e cualuie tipo de violenca conta sus agresores, sino

que empleaa una foma particular de presión armada que estaba política

o moralete justificada y que además ea legal confome al picio

 juídico que sostenía a icitud del emleo de la fueza para rechaza o

hacer frente a a violecia En definitiva, aquélla era un tipo muy

específico de cofontación amada: era una guea justa, un acto vioento

legtmo y, por tanto, inobjetable dese el punto de vista judicial.

Por ota parte, esta estrecha relación ente páctica militar y derecho

se obseva en otros muchos usos y costubres bélicas que acabaron

confomano un etramado de ritos y actitues que ecuedan, de forma

inevitable, al rígido fomaliso que, en cualquier proceso judicial,

costituye ua de las bases el gaantsmo juíico. as fórulas

relacionadas con el inicio de las hostilidades, tales como el envío de

heraldos o el lanzamiento simbólico de un ama, así lo ponen de

manifiesto. Por ejemplo, en la Baja Edad Media, tal como ha subrayado

V Schidtchen, se cosideaba que tres días antes de comenza las

acciones bélicas se debía pesetar al enemigo una cata para queaceptase la rendición pacíficamete. En ella se explicaba que, dada la

imposibiliad de alcanzar la justcia por otos medios, se podría dañar a

las pesonas y biees a patir de la fecha de la carta. Una vez hecho e

anucio, el hoor del demandante quedab salvaguardao y su causa

legiimada para comezar las operaciones y combati a enemigo co

todos os edios posibles -icenios, muertes, destruccó o robo de

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bienes- sin que pudera darse reclmacón posterior. En setdo cotra

ro, se consideraba o solo deshorosa, so tambén contraria a la ley laruptura de a paz s previo auco, po o que dcho comportaeto

podí quedar expuesto a la exgenca de sncioes jurídcas a ifractor.

Igualente, el epleo de deterinadas bderas costituía una decla

racón formal cusijurídica del tpo de guerra que se emprendía y de las

consecuecias egales que cabía esperar: la badera roja sgnficab

guerr a muerte, sn cuatel; l bader de un prcipe cocreto alud a

la guerra abierta o públca, que admite el botín y el rescate de cautivos; la

usencia de baderas rete a l guerr ecubierta o feudl, que permta

la muerte del adversario, pero no el botín, la destruccó de tierras, e

icendio o el cautivero legal; l badera blca era un solictud de

tregua. El grito de guerra, por su parte, era tomado como ua declaracón

legal de lealtad y anifestación del bado por el que se luchaba Todos

estos eleentos formales eran tenidos en cuenta por los tribunlespblcos bajomedievales cuando se produca lgun reclamació

posterior por daños cusados en e crso de las operaciones

Por ltio, hy que hacer otr que la declarcón oficial más o

eos solee de guerra y otras oraldades que precedía o rodeaan

a un conlcto també teía mplcacioes legales en el trato ddo a os

adversaros. Así, desde época romna, quellos los que se es hubiera

declardo guerra y se reconociera públicamete como enemigos(hostes) gozab de ua consderción jurídica -el matenimento de los

pactos frmados, e respeto a los derecos de los cautivos, etc de la que

carecía otros grupos que, sendo guamete dañinos, no etraban en a

categorí de "eegos, como los pirtas, los ladrones y los pueblos

árbaros, grupos a los que los pesdores medevales sumaría los

rebedes, los paganos, los fieles y os herejes.

EL CONCEPTO DE GUERRA JUSTA: DEFINICIONES, CONDICIONES y

ELEMENTOS CONFORMADORES

Coo emos vsto, la ifluencia de nociones etamete jurídicas sobre

ls actividades bélicas cabó conigurndo una dea genérica de "guerra

 just que, por sus connotaciones judcales, quedaba lberada de as

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sanciones legales que hbitulmente estbn socids otrs

ctividdes violents. Pero e concepto, coo tod expresión juídic,

tenía que ser definido de un orm más pecisa y técnic si se petendí

ue cnzse ciert utilidad, de nea ue lo argo de tod l Edd

Media un buen núero de utoes -juists, canonists, teóogos,

políticos fueron proponiendo condiciones, eleentos coformdores y

equisitos ue contribuyesen u yor clración de quell pier

idea un tnto vag.

Ls opiniones de los pensdoes edievles en too ls condicionesque debía pesentr un conficto paa se consdedo como un guer jus

t no son en bsoluto unnies. Po el contrio, los juicios respecto

fuero uy diversos, veces copeentrios y otrs veces

contrdictorios ente sí, y fueon vaiando, piándose y tizndose

continumente. Federick H. Russe nos dejó, en un estudio clásico sobre

uerr justa, un extenso y documentdo elenco de posiciones teórics

en tono ests cuestiones donde pecisente se da cuent del bnico depopuests elizds pra definir este tipo de conficto rmd02.

Por ejemplo, pr un uto tn infuyente coo Snto Toás de Aqui

no, existín tes requeiientos inexcusabes p que un guer fuer

considerada como just: pieo, que fuer libada po un autoridd

públic; seundo, que existiese un cusa jus que hiciese l dversrio

culpbe y merecedor de un cstigo; teceo, ue se empendiese con l

ecta intención de cnza pz, paa en os aos y fvoecer

los buenos. En sus propis pbrs, ecogidas en a Su Teoógic:

"Tres coss se requieen p que sea just un gue. Pimer: l

autoridd del príncipe bajo cuyo mndo se hce a ue ( ...) ddo que el

cuiddo de la repúblic h sido encoendo a los píncipes, ellos copete

efender el bien público de l ciudd, de eino o e provinci sometidos

su utoridd. Pues bien, del iso modo que defenden lícitmente con lespd mteri contr os pertubdoes internos, cstigndo os he

choes ( ...) le incumbe tbién defede e ben púbico con espda de l

uer conta os eneigos exteos ...) Se equiee, en segundo luar, cus

 just. Es decir, que quienes son tcos o meezcn por gun cusa ( ...)

2 RUSSLL, EH.: Th JusI War il/ h Midce Ag Cmb 1975

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Se requiere, inalmente, que sea recta a intención de os contendientes; es

decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal".Los tres requerimentos que Santo Tomás exigía a un conficto

arado para que fuera justo presentan una indudable coincidencia de

fondo con lo que estableció Rufino, uno de los más importantes juristas

y canonistas del siglo XII: que fuera dirigida por una autoridad legítima,

realizada por combatientes adecuados y que se hiciese contra un

enemigo merecedor del daño que se e infige:

Se dice que una guerra es justa en razón del decarante, en razón de

combatiente y en razón de aque contra e que se realiza. Por razón de de-

clarante: que aque que se ve forzado a decarar o permitir a guerra, tega

potestad ordinaria para hacerlo; en razón de combatiente: ue aque que

hace a guerra, la haga con buen ceo y sea ta persona que el guerrear no

cause escándao; en razón de quien padece la guerra: para que, por su

puesto, merezc ser castigado por a guerra o, si no es meecedor, al menosse suponga que o merece justificadaente. De no arse estas tres razones,

en absouto puede considerarse que se trate de una guerra justa".

En la misma línea, otros autores fueron ás explícitos y legaron a

distinguir hasta cinco criterios: a pesona que combatía, e objetivo que

peseguía, a causa que o motivaba, a intención con a que se hacía y a

autoridad que la decaraa. Así, según Raimundo de Peñafort:

Se exigen cinco condicioes para que se pueda considerar justa unaguerra, esto es, persona, objetivo, causa, intención y autoridad. La persona,

que sea secular, a quien le es ícito deramar sangre, no eclesiástica, a quie

nes les está prohiido ( ...) savo necesidad inevitable ( ...) E objetivo, que

sea para a recuperación de bienes y por defensa de a patria ( ...) La causa,

que se luche por necesidad, para acanzar a paz ( ... ) El ánimo, que no se

haga por odio o venganza ( ...) La autoridad, que sea ecesiástica, principa

mente cuando se lucha por la fe, o que sea por la autoridad de príncipe ( ...)

Si algunos de estos criterios fatara en a guerra, será considerada injusta".

De fora negtiva, estas mismas condiciones fueron expuestas por el

canonista Juan Faventino a considerar os motivos que podían hacer

injusto a un conflicto:

Una guerra es considerada injusta en virtud de cinco motivos. Por a

condición de la persona: si ueran personas eclesiásticas, a estas no les

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es lícito derramar sangre ( ... ) En razón de objetivo: SI no es para

recuperar lo perdido o para defender la paria ( ...) O por la casa: si se

lucha por voluntad y no por necesdad ( .. ) S la intención es injsta: por

ánimo de vengaza ( ... ) Igualmete es njusta si no es declarada por la

autoridad del prícipe".

Anqe co matces, ls definiciones nteriores presetan al menos

varios elementos comes para coormar la oción de guerr just: la

legítima atoridad del declarante, la existencia de un objetivo o na

casa jst qe justiqe l reacción militar, y la bena itenció qe seespera que anime a los combatientes. Las propestas ms completas

hacen reerecia a otros criteros, como el estdo de ecesidd o la

decuda condición de las personas que combaten, prpuestas que en

todo caso no son incompatibles con las primeras.

Por tto, y a pesar de las dferencias qe presentan las di vesas

formlaciones que porían traerse colación, creemos qe resla

posible examnar de na mnera general cada no de los criterios que, enuno u otro momento, feron tilizados por los pensadores de la Edad

Media y que, a la postre, cofiguraron u bagaje ideológico común cya

vigencia se mantiene en parte hasta nuestros días.

EL CRTRO D AUTORDAD

Todos los autores qe señalaron las codiciones qe debían darse en

un conflicto armado para que fuera cosiderado como na guerra jsta

estvieron de acerdo a l hora de ndicar la necesidad inexcsable de

qe fer declarad o consentid por una atoridad pública, con poder

legamente reconocido para hacer la guerra.

Por spuesto, los juistas medievales entendía qe había otras

ormas de violencia cya prctica no necesitaba el prmiso de ningnaautoridad y qe, sn embago, segían sieno plenamente lícitas Por

ejemplo, la violenca emleada por particulres en defensa propia, ya

fuera para rechazar de forma inmedita una agresión, ya para recperar

un bien robado o ara defender a la patria, constituía un so legítmo de

la fuerza, pesto que tales actuaciones formaban parte del erecho

atura o de deecho de gentes. En tales spestos, obviamente, las

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personas privadas no requerían del consentimiento de ninguna potestad

pública para que su reacción fuera considerada lícia. Solo que, entonces,

estos actos de legíta violencia no eran enenddos como una guerra

justa propiamente dicha y, por tanto, no podían derivarse d ellos

consecuencias urídicas, taes como la egalidad del cautvero del

enego o de botín conseguido.

Autores tan reevantes coo Raiundo de Peñafort o el papa Inoce

ci IV, insistieron en a idea de la licitud de empleo de la uerza endeensa propia sn e requeriiento de respaldo de na autoridad, pero

iuaente sostuvieron que este tipo de violencia no podía tener a con

sideración de guerra legal, para lo cual resultaba imprescindble la

declaración de una atordad propiada Como idcaba el jurista

Bartolus, ctado por M. Keen, "est guerra -la lbrada en defensa propia

sin la anencia o decaración de una autoridad- aunue sea lícita no es

pública, y por tanto no se cosidera propiaente eneigo a los adversarios y lo ue llí se captura no es botín, pues para ello se requiere ue la

guerra sea pbica.

Desde uego, la diferencia entre una actuación militar defensiva de

carácter lício y na guerra justa propiamente dicha tenía una enorme

mportancia pra el guerrero particular, pesto que era la naturaleza

pública de la guerra la que garanzaba que pudera eniuecerse leg

mente edante el botín y el rescate de cautvos sin exponerse a futuras

reclaaciones judiciaes. Por tanto, e hecho de que hubiera una potes

tad egítima que decarase la guerra no era ago baladí, ni siquiera para

qienes actuaban en defensa propia en virtud de las nocones ás

elementales del derecho natural.

Este crterio de atoridd al que nos estaos refiriendo deriva en muy

buen edida de una noción jurídica básica: de a isma anera que encualquier proceso jdicial se requería un juez con potestad legítia para

dctar ua sentencia y aplicar un castigo, e la guerra -para que fuese

jusa- o podía faltar esta mis fgura superior y reguladora a la ue se

e confería y reconocía e derecho de defender el bien púbico, el reino,

la patria o a cidad ediante el empeo de a violencia.

n genera, se consideraba que las personas particulares no debían

declarar o eprender una guerra porque siempre podían hacer vaer y

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reclamar sus derechos ante tribunales superiores. En la medida en que

hubese una instancia judcial a la que acudir, con jurisdicción y capaci

dad suficiente para resover un conflicto, cualquier utilización de la

fuerza por parte de particulares resultaba ilícita.

Las personas privadas, sostenía San Agustín, pecan si intentan vengar

mediante el uso de la violencia una iuria, pues difícilmente podrían

evitar el odio y la crueldad en sus acciones, lo cual sería motivo de

castigo divino. El asesinato cometio por n individuo resultaba

execrable y pecaminoso incuso e supuestos de defensa propia. Por elcontrario, las autordades públicas, ya fueran príncipes o jueces, estaban

en condiciones de mantener una actitud equilibrada y desaasionada ante

el delito y en la aplicación de la pena, y solo estaban motvadas por e

deseo de recomponer el orden y la justicia. Por ello, la muerte causada a

un enemigo durante una guea dirigida po oficiales públicos no era un

crimen, sino ua obligación caritativa "Quien empuña la espada sin

autoridad supeior o legítima qe lo made o lo coceda -escribió San

Agstín- lo hace para derraar sangre, y po tnto eca y será

debidamente sancionado, "mas el que con la autoridad del príncipe, o del

juez, si es persona prvada, o por celo de justicia, como por autoridad de

Dios, si es persona pública, hace uso de la espada -añadió Santo Tomás

no la empuña él mismo, sino que se sirve de la que otro le ha confiado.

Por eso no incure en castigo.or otra parte, como tambié recoó este miso ator, los particula

res no tenían competencia para covoar a n ercito con el que hacer la

gerra, aspecto éste que quedba exclusivete en anos del príncipe.

En consecuencia, los atores meievales condeaba como pecado y,

en la medida en que no se atenía a la legalida, como delito la venganza

y la violencia particuar que se realizaban sin el permiso de un poder

legítimo, mientras que, por el contrario, se admitía las que se llevaban acbo con el espaldo de una instancia jdicial o pública, en un intento

evidente de prevenir una violencia privada ilimitada.

Por supuesto, la autoriad a la que se le reservaba el derecho a

declarar o hacer una guerra no teía que ser necesriamente una potestad

terreal, puesto que se reconocía que había gueras, indudablemete

justas, inspiradas directamente por Dios, como demostraban ampliamen

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te los reatos contenidos en el Antguo Testamento referidos a las guerras

de os israelitas: "a batalla que Dios manda lirar -escrbió sobre elo eldomnico Gil de Roma en su Regimiento de Príncipes- no hay duda de

qe a ordena hacer o recibir con dereco, y esto para quebrantar y

sojuzgr a soberbia de os hombres mortaes.

Qeda caro, pues, que soo na potestad legítima estaba en condicio

nes de hcer cumpr a justca utizando a ferza: e juez, en e ámbito

prvado, medante e castigo; e príncipe o e propio Dos, en el terreno

púbco, mediante a guerra. Consecentemente, afrmaba San Agustn

en La ciudad de Dios, en ninguna mnera infrngen el mandamento de

"No matarás quenes "por mandado de Dos guerrearon gerras, o

nvestidos de pública atordad con sjeción a sus leyes, esto es, según

e imperio de la justísima razón, castgaron a os maos con la merte.

este respecto Graciano, ator de na de as obras qe más nfyó

en a confgurcón de concepto de guerra jsta -s conocido ecreo,muchs de cuyas cuestiones fueron pubcadas por E.D. Heh, indcaba

que quel precepto de deáogo dvo se apaba a uen, armao

úncamente por su propia atordad, mtaa a algue, pero no a qien

daa muerte a un demandado ajo e mpero de a ley:

"Por consguiente, se prohibrá, de acerdo con dcho precepto, que

clqiera tome por su propa enta un arma para matar a otro, ni

ajustce a muerte a os reos sn atordad para eo. Pero quien está

nvestdo de a potestad púc, anqará a os mavados con e mpe

ro de esta ey, y no será tendo como trnsgresor de este precepto, ni

será excdo de a patra ceesta.

Así pues, juristas y teóogos, sgiendo por otra parte la tradcó

romana y a ptrístc crstana, con San gstín a l cabeza, no tenían

dudas a respecto:

"Aque orden natra conformado pra que os mortales tengan paz

sostvo el obispo de poa en sus escrtos Contra Fusto reclama

que torad y a decsón de emprender na guerr recaga sobre el

prínce, mentrs que os soddos tenen e deber de cmpir as

órdenes en benefco de a paz y slvacón común.

Desde uego, en e testimono de Santo Tomás que hemos reproduci

do en párrafos anteriores, resuta evidente que eran los prncpes qienes

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tenían como misión fundametal cuidar y garantizar e bien comú, sien

do su deber defendelo, evita la destrcció de la paz y del popio reino,

y mantener s seidad "co la espada de la guerra o solo frete a los

pertrbaoes teros y malhechores, so tambié frente a os ataques

de enemos exteriores. Los particulaes, a lo sabemos, siempe podía

recrr a ua istacia sperior para denunciar el daño qe se les

hbera causado y conseguir, mediante juicio, a reparación del daño

sufido, eo abía atodades ue no tenían superiores sobre sí y no dis

poían de tribales a los que reclamar, así que etonces estaba legitmadas para exigir la restitución de sus bienes o derechos por la vía armda.

Ciertamente, l iclusión de un criterio de autoridad entre los exigibles

paa a cosideación de a jsticia de una erra ofecía certo rado de

obetividd a a opinión o sentecia que sobre un detemiado coficto

pudiera emitise, con lo que se copletaba la subjetividad que, ievita

blemente, rodeaba caquier juicio sobre las intenciones o las causas de

los contendientes: tal vez resultaba muy diícil establecer de é parte

estaba la azón en una causa, y mucho ás complicado comprobar la

rectitud de las ntenciones de los dirigentes combatientes implicados,

pero, al meos teóricamente, debía de ser mucho menos arbitrario dirimir

la legtimidad o la clase de autoridad de qien eprendía la guerra.

E la práctica, no obstate, o era ada simple dilucidar a qué tpo de

poder público coceto se le reconocía el derecho de hacer o declarar aguerra. Mchos pensadores no fueron demasiado explícitos a este

respecto y sus propuestas resultaron muy ambigas, excesivamente

vagas y generales. Además, cuado llegaron a pronunciarse de foma

ago más cocreta, sus respestas no ueron en absoluto coicidentes.

En general, las definicones del cocepto de guerra justa ue incluía

los criterios de legitimació de a violencia -taes como los que repro

dujmos en el anterior apartado hacían menciones a la atordad eqerida e términos my genéricos. A mediados del siglo XII el decetista

Rufino, por ejeplo, se limitaba a indicar que quien poclamaba la

uerra debía teer una "potestad ordiaria. Otros autores, como los ci

tados San Austín, Raimudo de Peñafort o Juan Faventio, entedía

que eran los príncipes qienes dispoían de la autoridad ecesaria para

ibrar na gerra justa De ss palabras, confirmadas por el teto ya

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comentado e Sano Tomás, se desprene que l poestad ordinaria o el

príncipe al que hacen referencia es una auorida a la que se reconoce y

isingue por disponer de los poeres públicos de gobierno entre los

cuales l compeencia para defender por la fuerza e reino o bien público,

para imoner el orden o paa usar la violencia conra los enemigos,

cupa un lugar preeminene. Pero ay que reconocer que ests apreci

ciones no son demasiado específicas y que su plicación en el panorama

político medieval odía dar lugar a un o grdo de confusión,

generando más dudas que cerezas.En éoca romana, cuando exisía un poder unificado y un sola

cabeza políica sobre la que recaía forma indiscuible la oesad

pública los jurists y ratadists no tuvieron dificultad lguna a la hora

de identificar quin era el príncipe que enía leitimidad para declarar la

guerra: e emperador, como encrnación del interés general, era la

uoridad cuyo mandato se requería para dr leglidad a un conflico ar

mado. or el conrario, los pensadores medievales se enconraron con unescenario políico alamene fragenado, en el que existían muchas

instancias diferentes que en mayor o enor medida, habían heredado o

simplemene ejercían de hecho las aniguas funciones públicas de

obierno Emperadores, ppas, reyes, nobes de cateoría e influencia

muy diversa -condes, dques, marqueses, príncipes terrioriales, enen

es de ierras o casilos ..-, obispos o gobiernos urbanos disponían de

poder público en sus respecivas jurisdicciones, de manera que en la

prácica resulba mu complicado deerminar a legítima auoridad que

poía librar una uerra jusa, pueso que, de hecho, ésa no er una, sino

múlile, dispersa, confsa y enfretada en sus disinas insancias.

La variedad de respuesas que dieron los auores de la Edad Media y

la diversidad de posturas que adoparon frene a crierio de aoridad se

comprende, ues, en función de la complejidad del enramado políico

que tenían ane sus ojos No obstane, a este respeco uede señlarse al

menos un acuerdo basante generaizado: Dios tenía una autoriad abso

luta para declarar o insirar una guerra, al como venían a demosrar los

numerosos ejemplos del Aniguo Testamento en los que aparece

mandano o guiando a su pueblo en las confronaciones bélicas conra

oros pueblos, permiiendo y jusificando la crueldad y la desrcción

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causada por la espada, castigando incluso a pueblo eleido con la guerra

cuando su comportamiento así lo mereÍa.

Desde luego, San Agustín, y con él todos los pensadoes cisianos de

a Edad Media, etendió que aqueas ueras reaizadas por oren de

Dios -Deo auctore"- eran justas y cofore a derecho:

"No se extrañe o sieta oror de que Moisés haya llevado a cao

guerras, porque si siguió respecto a elas as ódenes no o hizo por

cueldad, sino por obediencia, igua que tapoco Dios se mosraa cuel

al ordenarlas, sino que daba o que eecían a quienes lo mereÍan yaterraa a os dignos. ¿De qué se e acsa co eferencia a a guera?

-preguntaa en Contra Fausto a os maiqueos qe echazaban el uso de

la fuerza por moivos reigiosos. "¿Acaso de qe moían los que aguna

vez endrían que moi, paa doesia e a paz a los qe han e vivi?

Reprocar eso es propio de imoaos, o e pesoas eligiosas ( ...) Con

frecuencia, po andato ya de Dios, ya de oro egítimo poder, los

buenos ependen guerras cona a vioencia de los que esse, para

castigar confome a derecho tales vicios.

Si a Dios se le admitía, incuesioabemene, un ício poder para

declaa y ordenar la guerra, cabía la posibiiad de que aquella legiimi

dad se etendiese tamién a sus epeseaes e a tiera, especialmen

e a a institución heredera e su mesae, eso es, a la Iesia. Algos de

os principaes caonisas o da e a ese paso, recoociedo el

ereco de a Iglesia, como atoia iecamee isiida por Dios, a

decarar la guerra de foma egíia: "os sacedotes, aunque no deban

tomar ls aras con sus propias manos, no obstante tienen poder, por su

propia autoridad, para m nd r

o pesuadir de que a hagan a quienes se

dedican por oficio a la guera, o a cualquiera, había indicado Graciano.

A la cabeza de la estructura eclesiástica, e papa aparecía a los ojos de

muchos escritores como la auoiad, a veces como a única con legiimitidad para declaar a guea: e as chas coa os enemigos de la

cistiandad, ya fuean paganos, ifiees o heejes, o icuso en as

campañas dirigidas cona as baas e meceaios que asoaba

Occdente cuando se quedaban sin empeo, esaba caro que era al Papa

o, con su autoidad delegada, a los obispos y a otos jueces ecesiásticos,

a quienes se atribuía la legítima potesad para poclamara o ibrara. Es

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verdad que, como acabamos de ver en las palabras de Graciano, los

sacerdotes no debían involucrarse personamente en el derramamiento desangre, y también es cierto que algunos auores eran muy reicentes a a

hora de reconocer e erecho de a Iglesia y del papa a declarar una guera,

pero incuso en estos casos estaba fuera de toda duda que poían hacerlo a

través de os poderes laicos, con la ayuda de los príncipes secuares ue

dirimían en su nombre los confictos contra los que dañasen los bienes e

intereses eclesiásticos. No obsante, en el caso e las Cruzadas, entendidas

como las gueras jusas e a Iglesia, era al papa a quien e corresondía de

forma exclusiva e erecho de proclamar y dirigir la guerra, así como

eguar sus consecuencias legales.

De una manera odavía más ampia, importantes canonistas e sigo XIII

como Inocencio IV o el cardenal Hostiense, defendían e derecho no ya

del Pap, sino de todos los clérigos a declarar una guerra defensiva u

ofensiva si se trataba de recuperar ienes que injustamente les hubieransido arrebataos, sostenían que los obispos con jurisdicción terrenal

tenían derecho a defender por la fuerza su ominio y que las autoridades

ecesiásticas podían declarar la gerra contra los enemigos de a fe, contra

los que atacaban a la Iglesia o contra quienes se rebelaban a su potestad,

ta como ha apuntado J.A. Brundage3. Por tanto, en el entendimiento de

que era Dios quien as queía, o pocos pensaores aceptaban y sostenía

que las guerras emprendidas por las autoridades eclesiásticas -esde e

Papa hasta el último obispo- tenían la consideración de justas.

Sin embargo, como decíamos, las opiniones a la hora de concretar qué

poderes púbicos errenaes tenían egitimida para eclarar la guerra con

 justicia resutaban poco unánimes. Las personas privadas, había indicado

Santo Tomás, no debían usar la fuerza en e curso de sus reclamaciones

porque podía hacer vaer su derecho en instancias judiciales, de donde se

infiere, sensu contrario, que odo aquel que no dispusiera de un triuna

superior donde planear por la vía judicial a reparació de un año sufrio,

podía íciamente empear la violencia por su propia auoridad y riesgo para

alcanzar el derecho quebrantado o el bien sustraído o esionado.

3 BRUNDAGE JA : "Holy War and the Medieva Lwyers. Th. P. Murphy (ed), Tite Holy War

Columbus,977, p

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Partiendo de este miso principio, algunos juristas notables intenta-

ro ajustar un poco más la noción de autoridad apropida para la decla

ración de guerra justa, sosteniendo que sería aquella que careciera de

otra autoridad jurisdiccional sperior. Desde el puto de vista de os

defensores de la teocracia potificia, este argumento jurídico venía a

reforzr a los ya expuestos sobre el monopolio de la egalidad de la

guerra por parte del Papado: el pontífice roano o solo era la única

potestad que no tenía otra autoridad superior, sio que además debía

ejercer como tribun supremo al qu los príncipes seculares tenían querecurrir para todos os asuntos que afectasen a manteniiento de la paz.

e forma uy ilustrativa, uo de los defensores de las tesis papistas,

Enique de Gorinchen, idicaba con toda rotundidad que "ni los reyes i

el eperador pueden hacer a guerr etre sí, a eos que sus derechos

hya sido revisdos ate sus superiores, es decir ante el Papa, quien

tiene las espadas del poder tanto espiritual como secular Más realista,

el decretista Alaus Aglicus recoocía el derecho de los prícipes a

declarar la guerra y toar las armas cuado o podían alcazar su e

recho por otros medios, pero añadía una iportate liitación que iba en

el ismo sentido:

"En nuestra opinión, aquel a que llamamos Papa es juez ordiario so

br toos os príncipes, tanto en lo espiritual como e lo tepora, por lo

qe debe recurrir a él antes de declarar la guerra, para que él es haga jus

ticia si puede ser, o para declarar la ger bajo s autoridad y periso.

Ahora bie, este miso criterio e atoridad, en virtud de cual a

otestad adecuad para la declació de una guera jsta radicaba en

quela instancia trenal que no tviera otra urisdicción superior, podía

serir para defender el deeco de otros prícipes a ordenar co plena

leitiidad una confagración. Por ejeplo, Huguccio y oros decretstas

de la segunda mitad de siglo XII reconocieron la egítima autoridad deeperador para hacer la guera justa ampliando esta posibiidad asta los

príncipes que habían recibido poder de éste, aunque no quedaba claro en

qué tipo de oficiales pesaban cuando se referían a estos otros príncipes.

Desde lueo, todos aquellos autores que, frente a las posturas teocrá

ticas pontificias, sostenían la superioridad del eperador sobre os

demás poderes aicos y eclesiásticos de la cristiandad occidenta, eían

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claro que la única istanca que carecía de una nstancia superior sobre

sí, y por tanto a úca que disponía del derecho de declarar una guerra

con justcia y legaidad, era a imperial. A favor de esta interpretacón estaba la tradición jurídica romana -sistemáticaente estudiada en las uni

versidades a partir del siglo XII y difundida por las cortes europeas, que

dentifcaba al poder público del prícipe, tal como aparecía en el dere

cho romano, con la figura del emprador.

En consecuencia, os roanistas ofreceron los argumentos necesaros

para que los pensadores proiperiles pudieran rocaar a emperador

alemán como única autordad apropada para declarar una guerra justa:

solo él, co plena justicia y como depositaro del poder público, odía le

galmete ordenar una guerra, reunir un ejércto y emplear la fuerza de las

armas. E cosecuencia, cualquier otro uso de la volecia, quiequera

qe fuese el que a dirgiese o apicase, resuaba legítmo y dectivo.

A este respecto, bastaría recordar cómo para Juan de Legnano, un

mportante tratadsta proimperial del glo XIV, la llamada "guerravountara era ua forma iícita de volenca y la identificaba, en n

testimono aportado por M. Kee, como "el tpo de guerra que hacen los

príncipes de uestro tiempo, sin la autordad del emperador, conclu

yendo qe "esta guerra es injsta, ya que adie debe levar armas sin e

permiso del emperador.

Ahora be, es evidente qe esta apreciación teórica -la identificación

entre atoridad legítima para declarar una guerra justa y emperador- o

se ajustaba e absouto a a realidad política y socia de a Edad Meda,

donde el poder públco no residía en una sola sede, sio que se enco

traba uy ragmetado Especiamente, el progresivo fotaecimeto de

as onarquías feudaes e Fracia, e Iglaterra o en a Pennsa

bérica a partir de sigo XII covirtió a los eyes e depositarios de a

autoridad púbica ecargados de a defensa del reno, de a patria o de

ien geera Las aportaciones jrídcas y doctrinaes de os jurstas

formados a caor de derecho romao viieron a reforzar a posció

poítica y jerárquica de estos reyes al meos en dos direccoes de un

lado, hacia el interior, a obediecia al oarca de los nacidos en el reino

-los atraes- se sperpuso progresvamente al criteio de fideidad

feuda o persona qe u señor podía exigir a su vasao co lo qu s

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consolidaba su superiordad como autoridad pública frene a cualquier

otra isancia de poder. En e terreno miitar, esta tendencia suponía

ejar en manos de los moarcas el monopolio de la vioencia e sus

propios reinos, quedándose si competidores de ningún tipo. De oro

ado, frete al exerior, se acabó aceptado el pricipio de que e rey era

eperador e su reio, de maera que por ecima de él o quedaba

ningn superior juridisccioal a que recurrir para dirimir un conficto.

Lógicaene, esos cambios acarreaban ievitableente repercusio

nes en e terreno de la configuración del concepto de guerra justa, puestoque, al arrogarse un poder supreo sobre un territorio defiido, el

monarca feudal se convertía e a instancia pertinente para librar una

guerra co jusicia Por anto, como ha demostrado EH Russel, a fina

les del sigo XIII, gracias a estas consieraciones de los juristas civiles

quedaba esablecido y aceptado el pricipio de que las moarquías eían

autoridad legítima para declarar y dirimir una guerra justa al margen de

la potesad iperial o de Papado.

Por su clardad, nos gusaría recordar a este respeco a respuesa

-reproducida por M. Kee- dada por los defensores de los derechos de

a onarquía e un pleito planteado e el parlamento de París a

mediados de sigo XIV. n aquella ocasión se dirimía u conflicto juris

dccioa entre el arzobispo de Reis y el rey de Fracia por a

reconstrucción de las muralas de la ciuad que el eclesiástico, coo

señor e ea pretedía reaizar Ante elo, e onarca daba u argu

meo que resumía perecamee la posició de os reyes feudales en

relación con a guerra y la egítima auoridad para declararla:

"A osotros que eemos nuestro reio sóo por la gracia de Dios si

nig oro superior, de orma única y o comarida, con poder sobre

odos os deás, os correspode la protecció y defesa de uestro

reino y de sus habitaes, sea para resistir y combair sea para hacer laguerra a uesros eemigos y e uestro reino; por cosiguiete, tambié

nos icbe a costrucción y deesa de las fortalezas e uestro reio,

de ora ica y o coparida.

Es posibe que e érinos estrictamente jurídicos, especiamee

tras la expasió de as docrias procedetes de dereco romano,

nigua ora insacia de poder, al marge de as ya señaadas pudiera

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reclamar para sí una absoluta soberanía jrisdicciona: nobles y ciudades

dependían, más o menos directamente y con mayor o menor grado desujeción, del emperador, del papa o de los monarcas. Teóricamente, eran

poderes subordinados que podían recrrir a sus respectivos supeiores

 jrisdiccionales para resolver los confictos o pleitos que tuvieran que

antener con sus vecinos o adversarios, de manera que, en principio, ca

recían de legitimidad para declarar la guerra Po esa razón, por ejemplo,

los teólogos y canonistas de los siglos XII Y XII negaban radicalmente

que las guerras de las ciudades italianas contra el eperador aemán -su

señor- o entre sí pudieran tener la consideación de guerras justas. La

opinión de Huguccio, po ejemplo, era muy expresiva a este respecto

"Si una ciudad se alza contra otra, ni tiene potestad para combatir, ni

libra una guerra justa Por el contrario, debe inormar al príncipe y

luchar bajo su autoridad.

Sin embargo, en la práctica las cosas eran mucho menos claras. Tantolas ciuddes europeas -especialmente las gandes rbes del norte de

Itaia, anque lo miso podría decirse de las amencas o de las

castellanas, entre otras- como los grandes nobles o príncipes territoria

les de Occidente, ejercían plenamente derechos jurisdiccionales -guber

namentales, nomativos, hacendísticos, judiciales, militares ..- sobre

amplios territorios y poblaciones. Desde los más altos representantes de

la nobleza, titulada o o -nos reerimos a duques, condes y marqueses,pero también a los tenentes que controlaban amplias demarcaciones

adinistrativas-, hasta las dignidades eclesiásticas de mayor rango -co

mo los arzobispos y obispos con poderes jurisdiccionales sobre núcleos

urbanos y extensas circunscripciones-, pasando por uchas ciudades y

por pequeños señores de menor rango y pode, actuaban de hecho, y en

bastantes ocasiones también por derecho propio, como entidades

políticas independientes que desplegaban unciones de gobierno de

orma soberana si intererencia alguna de sus señores jurisdiccionales.

Teniendo en cuenta lo anterior, diícilmente podía sostenerse que las

recuentes luchas ente las cudades italianas o los conlictos bélicos

entre las grandes amilias nobilarias eran simpes conrontaciones priva

das cuando estas instancias tenían tanto los recursos económicos como

las bases políticas, jurídicas y administrativas para decaar guerras,

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reclutar ejércitos entre sus vasalos o vecinos, drgrlos en campaña o

fnancarlos y abastecerlos medante mpuestos públcos. Por mucha

retceca que los jurstas, canonstas o teólogos tveran para recono

celo, lo certo es que e concepto de  princeps como atordad púbca

poía ser aplicado a estas jursdccones sbordnadas, aunque soo

fera porque la costubre y la realdad cotana así lo confrmaban.

En cosecuenca, alnos tratadstas no ddaron en aditr el

dereco de estas otras potestaes para eclarar la guera, al enos en de

terados supuestos. Alanus Anglcus, or ejeplo, al comentar el concepto de  princeps coo autordad públca reqerda para hacer la guerr,

recordaba que "por derecho, tene potestad para declarar la guerra aquel

qe sobre sí no tene otra potesta secular. Los deás, por uy podero

sos que sean, no puedn declararla sn contar con la autordad speror,

pero añdía de forma arto sgnfcava que "por costubre, en certos

lugres se concede el derecho a dclarar l gerra por su propa autor

dad a príncpes que tenen señores sore llos, coo ocurre con las

cdades talanas.

Desde luego, el prncpo que acabaos de exponer no parece que

pueda lmtarse solo a las cudades del norte de Itala, y en puede

hacerse extensvo a buena parte e la nobleza occdentl y a mchos

núcleos baos de dversos ámbtos. Además e los ya ndcados, otros

 jurstas no dudaan en inclur a los barones y otros príncpes secuares-que dsponían en sus respectvas jursdccones de alta y baja justca,

así como de varados erechos jursdcconales, y a os que por tanto

cabía suponerles tambén a defensa de un en públco entre aqelas

autordades que podían decarar na guerra jsta aunque elos msos

tuveran seoes sobre sí y feran dependentes de reyes o del epera

do. Coo indicaba Chrstne de Psan, un auto bajomedieval:

"Sn duda, según a ey y e derecho, e dereho de hace a bataa ola guera po cualquer causa sea cua sea pertenece a os prncpes

sobeaos, taes como os eperadores, eyes, duques y otros seores

seculares que son seores pincpaes e a jrsdicción secuar.

Después de todo, as guerras particulares estaban avaladas po as

costumes eudaes que sostenían el erecho de odo cabaero o perso

na nobe a decaa a gerra, a aregar as disputas edante las amas,

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a hacer botín y prisioneros, po lo que desde ua perspectiva caballeresca

o obiliaia dichos conflictos estaban plenamente justificados. La en-talidad caballeresca vio a reforzar la idea de que los nobles tenían

derecho a hacer la guerra cuando su honr fuera ultrajada, considerado

que los conflictos que se emprendían para evitar una deshora o para

vengarla entraban en la categoría de guera usta.

No obstante, debe reconocese que esta posua, que oseía la lega

lidad de ls actuacioes bélicas de la nobleza feudal y de las ciudades en

función del criterio e autoridad, no fue en absoluto mayoritaria Algu

nos juristas pora estar de acuerdo a la hoa de aceptar la icitu de ls

guerras defensivas declradas por los señores para recuper sus bienes,

vengar injusticias o amparar su jurisicción, o incluso su derecho a

actuar violentaente contra la rebeldía de sus propios súbditos, peo

esos conflictos arados o ean consideaos como gueras ustas en

sentido estricto, a enos que fuesen proclamadas por las autoriades

seculares supioes

E general, uristas teólogos tendín a pensar que los seores y ls

rbes o debía inciar ua guera cotra un adversario, sino presentar

sus reclamaciones ate una core supero, ben aica o eclesiástica, eso

es, nte un triual mperial, real, episcoal o pntificio Con ello se les

negaba la autoridad precisa para libar ua guerra justa, e u intento por

limitar l incesante guerra feudal basada en permanentes reclamacioesAsí, no resulta raro que, e los concio eclesisticos reunidos para

alcanzar las deominadas "paces e Dios, os caballeos se

comprometiesen bao uamento a no recurir a la guerra privada cmo

forma de reclaacó de sus derechos y cuir a los tribuaes para a

solució de los coflictos La Iglesia puso todo su empeo en conear

este tipo de prctcas, que en uchas ocasiones se hacían a costa de sus

bienes propiedades, pero a lago pazo los grandes beeficiados de este

principio fueron las monaquías os nacientes estados nacionales o

solo a condena ora de a Iglesia, sino tabén e desarrollo de a

doctrina romana de a esa aestad, que convet a todo ebelde la

autordad e un trador que eecía la áxia pena, contribuyeron de

aea decisiva a ainorar las prácticas de la guea privada a hacer

efectivo este criterio de guerra usta A ello se aadió la creciente

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consideración del monarc como juez supremo en los conflictos interno-

bilirios, qe dejó los nobles sin e argumento en que se fundamentab

la defens armada, esto es, la fa de jusicia y de insancia superior en

l que resolver n peio, mienras ue la infuencia e los conceptos

aristotélicos en la vid política, especialmene l noción de superioridd

del bien común sobre el privado, afeó ambién de lleno a l considera-

ción qe se tenía de los conflictos pariculres.

En consecuencia, la insistencia en la necesidad de qe fuer un

autoridad legítima y apropiad la que declarara la gerra constituyó unintento de aminorr o acabar con la violencia de los señores feudales,

cuyos conflicos armaos, entedios coo cuestiones privdas, eran

inmediatmente considerados coo guerra injsas. Desde este punto de

visa, el conepto de gerra jus y su exigenci irrenuncible que

fuer libra por una uoridad públia onduía haci a superción de

a frención potic feudl, al onopoio esaa de vioencia y a

la consiguiene centrlización del poer poíico.

NECESIDAD DE UA CAUSA JUSTA

Una de s exigencias básicas pra que una guerra fuera considerda

 jus por todos los utores medievaes fue la necesid de que respon

diese a un causa just. Básicamene, ese criterio requería la existencia

previa de un moivo suficiene ue justifiase e uso de la fuer y

suponía na acción culpble por parte de un enemigo que e hicier

merecedor de un cstigo. Dicho castigo no era otro que la guerra, conce-

bida entonces como la reprción e la injusticia o del daño causdo por

el adversario y como el instrumento necesario para recuperr l situción

de orden y de paz alterads. Expresa o implícitamente, la caus justa

suponí un estado e necesidad, esto es, una situación en la qe elempleo de l vioenci resuase inevitabe ante a imposibiidad de

onservar l pz o de lcanzr la jusici por oros medios, de tal mner

qe en ningún cso guerr eba responer un acto vounrio o arbi

trrio. En my buena media, esta situión proced del hecho de que el

enemigo ya habí iniciado previamene os ataues y la únic respesta

posible er el so e l ferz.

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Al expicar os criterios que ntervenían en a definición de guerra

 justa, agunos autores -es el caso de Ramuno de Peñafort y JuanFaventino- distinguieron entre la causa y e objeto como condcones

distintas, reservando la primera de estas nocones -causa- para referrse

a estado de necesidad y la segunda -re- para audr a motivo que

provoca e conflcto. Por e contraro, otras defincones, como as apor

tadas por Rufino o Santo Tomás, no presentan esta distnción, tal vez

porque a reación entre estado de necesidad y motvo sufciente para

hacer la guerra fuera demasado estrecha como ara realiar un tratamento diferenciado. Nosotros tabé o hemos considerado así.

Al proponer este crtero, os pensadores medevaes pusieron de

nifiesto en toda su extensón la infuenca de derecho en el proceso

de eaboración de una ideoogía justifcadora y animadora del uso de la

voenca: por una parte, a iea de que e empeo de a fuerza era justo

e a medida e que respondiera a as accones culposas e aversaro y

aspirara a reparar una njuria, remite drectamente a la noción jurídca de

egítma defensa propa; de otro, el estado de necesidad requerido para

 justificar la violencia está reacionado con a iposbildad de

recomponer el sttu qu previo a una agesón en una sede judicial. A la

postre, por tanto, la exigenca de una causa justa conduce directamente a

la consideración de la guerra como una contnuación del derecho por

vías extraordnarias.Da la enorme varead e crcunstancas que poían intervenir en

los orígenes de los stintos y muy abundantes conctos armados, no

resutaba naa fácil hacer una reacón de causas generales que puieran

considerarse como justas. A la hora de proponer a sere de otivos que

se consideraan suficientes para legtimar una respuesta armada, se tenía

que superar la casuística concreta que podía encontrarse en cada guerr

para exponer una tipología de causas que necesariamente tenía que ser

muy genérica y, a veces, muy ambigua, con lo que quedaa sujeta a la

interpretación subjetiva de las partes en confcto.

Buena parte e os tratadstas enendieron que todas aquelas agre

sones que sufriera una cuad, un reino o una socead, causadas por un

enemigo exterior, plicaban a cupabiida de agresor, de ta manera

que a reacción armada ante estas stuacones se consderaba plenamente

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legitimada. La tradición roana, representada por Cicerón y continuada en

la Edad Media por San Isidoro de Sevilla en ss Etimolgías, ya había

puesto el énfasis en que no podía considerarse justa ninguna guerra a

exceción de las que se ibraban ara castigar o para rechaza a un inasor.

Obiaente, los atques desde el exterior oían resentar modeos de

actuación muy istintos, ero básicamente se ajustaban a dos patrones: o

bien se limitaban a una actuació teporal que solo perseguía destruir y

robar os bienes y roiedades de los inadidos o bien aspiraban a

onsolidar un domnio permaente sobre la zona inadda. En consecuencia, se entendían como gerras justas tanto aquellas que se

reizaban ara recuerar los bienes que haban sido rrebataos en el

curso de una caaña, coo las emprenddas para arrojar del territorio

propio a toda uerza ostil que pretendiera instalarse. El citado San si

doro conirti en áxia este principio, repetio espués or otros u

chos autores edieales: "Guerra justa es aquela e se libra por reio

acuerdo ara recuerar los benes robados o ara expulsar al neigo.

Es eidente que bajo esta justificación e la resuesta armada

subyace el riciio de deensa roa, cnetido ora en defensa de

la propiedad y del territorio frnte a agresiones exteras. En este tip de

guerras netamente deensias, estaba caro que a motiación torgaba la

consieración de justa. Así, apicando estas nociones a las luchas

merio Roano frete a los ataques protagonizados por los ueblos

bárbaros, S Agustín -en L cudd e Ds- no dudó en sostener que

"en disculpa de tatas guerrs emprenidas y consuadas, constituye

cumlia jstiación el hecho de e les orzaba a la resistencia contra

los enemigos e iortunamente irumpían en su territorio, no la

aidez de conquistr goria uman, sio la necesidad de oner en salo

su ida y su lertad. Sea así enhorbuena. La justicia de a causa del

Imerio al deenderse e las inasiones resultaba tan consistente qu, natencón a a, otro de los Pades e a Iglesa San Abroso ust

icaba a articiación d os cristianos laicos en aquella guerr or

encima de os ejuicos moales o religiosos resentes en su éoca

entre las counidades de creyentes.

A estas causas justas ya comentadas, San Agustín ino a añadir una

tercera: la enganza de una injuria. iertamente, e conceto de injuri

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podía tener multitud de interpretaciones, aunque esencilente parece

referirse a a violación de n derecho. En sí mismo, el agravio jurídico

no podía ser aceptado como motivo de guerra, puesto que existían

instancis judiciales donde resolverlo, de manera que no es esta circuns-

tanca a a que auden los autores edievaes. n realdad, cuando el

obispo de Hipona, y con él otros tratdistas, se refiere al castigo de una

injsticia, está suponiendo la negligncia de la autoridad copetente

para sancionar a los culpables de los cmenes cometidos contra la parte

injurida o su resistencia a resturar los bienes injustamente arrebtadosPor tanto, el contumaz echazo de na parte a someter una actuación

que se consider injuiosa a un proceso jdicil, o la negatva de una

autoridad pública a enjuiciar a los causntes de un daño y a emitir una

sentencia, era considerado coo na causa just y suficiente para iniciar

una guerra. En palabras del propio Sn Agustín:

"Suelen definirse como guerrs justas aquelas que vengan injurias, a

sber, aques en qe los puebos o cidades cotra los que se hace laguerra, o no se preocupan e iponer un castigo a quienes de os suyos

actún con maldad, o no se peocpn de devolver lo que injustamente

ha sido robado.

Por tanto, en a medida en que las utoridades públicas de una ciudad

o de un reino se niegan a castigar a sus propios súbditos cuando greden

sus vecinos, estos quedan totaente justificados para acer a guerra

contra elos y vengar así las injurias ecibidas. De a isma fora, la

ucha de un gobernante o de un señor contra sus propios súditos o

v quedaba justiicada en caso de contuaz rebelión de estos y

podía ser interpretada en térinos de guerra justa.

A edidos del sglo XII, en el Decreto de Graciano, ya aparecen

plenaente consagradas estas tres causas justas la recuperación de los bie

nes perddos, a defena de territorio y la venganza de las injurias recibidas,

soo que para entonces el ábito de apicación de estos principio había sido

a apliado a otras esferas: a la deensa de a propiedad, de tertorio y de

justicia, vino a suarse a defensa de la patria y la de la Igesia

La defensa de a patria podía entenderse coo una reaccin armada

frente a eneigos eternos, pero el hecho de que os autores edievaes

no epicitasen lo que entendían por patria hacía de esta noción u

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concepto muy amplio qe, desde ego, speraba el significado de terri

torio. Por su propia ambigüedad, defender a patria podía aludir a la

defensa de un reino, pero también a a efensa de na ciudad con

 jrisdicción propia o a a defens e Imperio. Más an, según el

contexto, a patria podía ser identifica coo e conjnto de a cristian

dad, tal como h demostrdo E.H. Kantorowicz4. De esta forma, más qe

un territorio deimitado, patria parece uir a a totaidad de orden

interno de a sociedad, incuyendo s organización política, sus leyes y

su credo, que debían ser protegidos frente a los ataques externos einternos La guerra, pues, podía ser justificada también por la conserva

ción de la estructura socia, de a ey y de a fe.

De esta form, e abnico de cass egítias se mpiaba de forma

notae a engoar a cha contr too tipo e insrrecciones que

preteniesen aterr el orden y jerrquía socia o reigiosa. De forma

uy especial, a defensa araa de a fe cristiana contra sus enemigos

internos -os herejes- y contra ss adversrios externos -los pueblospaganos y los infiees usuanes- qedaba convertida en un motivo

lícito para emprender a guerra.

Como e concepto agustiniano de injusticia incluía también el

quebrantamiento de os preceptos reigiosos y morales, os conflictos que

tuvieran como pretensión a defensa e as leyes divinas y el castigo de

os pecaos también gozaban de a consideración de egítimos, de mane

ra que el concepto de guerra justa se deslizaba esde lo legal a lo moral

y ecesiástico En siglos posteriores, a o argo de toda la Alta Edad

edia, fue consolidándose la idea de que a más justa de las guerras era

aquella que se realizaba en defens de a Igesia La identificación qe se

produjo drante a época carolingia entre Imperio y Cristiandad, sirvió

pra ligar l expansión territoria del poder poítico con los intereses

eclesiásticos y los procesos de conversión forzosa de pueblos paganos,de tal fora que la consideración e guerra justa comenzó a sperar el

mrco defensivo en e que hasta entonces se había movido y a extenderse

también hacia operaciones ofensivas justificadas por razones religiosas

4 KANTOROWICZ EH: Los os cueos e ey Vil estuo e teoogí oítc meevMadrd, 198 pp. 3-9

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En el siglo XII, los canonstas entendían ya co toa clara que exstía

un tpo específco de guerra justa emprendda por la Iglesa bajo su propaautordad, contra herejes, nfeles o pganos. Para agunos autores, e estos

casos no se requería que hbese una agesón preva por prte de os ene-

gos, po lo que no pude consdeas e espondese a una casa defens-

va. De hecho, se entendía qu la smple dvergenc respecto a la ortodoxa

católca, especalmente cuando los dsdntes o los feles ejercían e do

no polítco o jrsccona sore un tertoo, ra una causa sufcente.

Hugucco, por ejemplo, nterpretab que las accoes armadas contra

los enemgos de la Iglesa y de la Crstandad tenían un carácter esncal

mente puntvo par castgar sus pecados. En realad, en e pensamento

de éste y de otros autores de la época se unía dos tpos e eflexones

qe acababn concdendo para jsfca na gerra cotra herejes,

paganos e nfles. Desde una pspctva relgosa, se entendía que

quéllos ofendín a Dos po su falt d fe, con lo cu los hombrespdosos tenín e derecho y el deber d sancona os píos; ese

una pespectv polítca, se cosdeb qu ocupban sus renos y

señoríos e forma lícta, de mnera que los hombes justos teía ereco

a expusar de sus donos a quens tenían njusta posesó e eos.

Este últo arguento permta ngarzar la uch contra los enemgos

de la fe católca con la nocón clásca de guerra lícta justfcaa en

térnos de recuperacón d los nes perddos: os herejes no soo

abndonaban a ortodoxa e nsultaba co s acttud y creencas a a

verdadera paabra de Dos, sno que además xtendían su podr sobe

terrtoos y hobres que ants abía estado bajo la jusccn esp

rtua o terrena e a glesa. gualmente, os crstanos o ucaba

conta os usumaes en la Penísua Ibérca o en Tierra Sata soo or

a malda de a fe que estos practcaban, so porque os infeles aban

conqustado y se había pantado sobre terras que aterorente

habían pertenecdo a a crstanad. Conseráose herederos egítos

tanto el Ipero Roano coo dl puebo de Israe, os cstanos

tenían erecho a ecupera los tertoos y propeaes que justaente

les bran so arebatados por aqulos enemgos.

De esta anera, a guerra contra los enegos de la fe, que teía una

nudable justfcac e ore relgoso, pasaba a conertrse e ua causa

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 justa que daba cobertura legal a la represión de las herejías, a las luchas

contr los pueblos pagaos del este de Europa, a las cruzadas, a la

reconqusta hispánca y un a los enfrentamientos contra los csmátcos.

Al menos doctrial mente, una agresión cotr los pueblos vecos

quedaba trnsformada e una guerra jsta de carácter defensivo

La fluenca e el pesamieto occidental de nociones políticas

procedentes del aristotelismo abrió a más el arco de las posibles cau

sas justas que legtimaba el uso de la violencia Fue Santo Tomás de

quino -en la Suma Teológica-, quie introdujo la idea de defensa delbien comú de la comunidad como motivo justficado y justfcador de

una guerra: "No es ícto qe el hombre mate sino por autoridad pública

y a causa del bien coún; solo es lícito atar, a e defensa propia,

cuado se hace co la potestad adecuad y "co vstas al bieestar

público, como ocurre con el soldao ue pelea contra los eeigos y con

el agente del juez que combte contr los ladrones

De fora atral, el interés de ua parte de la couidad está sometido al terés del conjunto de la sociedad, y de l isma aera qu,

llegado el caso, pede esltar aceptable y bueno para el cerpo hao

a aputacó de algú iebro gagredo si co elo se cosge

salvar la vda, así atar a los pecadores, destrur a enego o hacer

a gerra pede resltar jsto cuado de ello se der va u be ayor pa

ra la comudad, ya sea esta el cojuto de los creyetes, la Iglesa o el

reio Evitar ales mayores, como la injustica, el quebrataiento del

orde oral religioso o la scorda socal, o procurar bees coues se

covertía as e casas legítias para utlzar la voleca E maos de

las morqías bajoedevaes, la defensa del bie coú acabaría por

idetfcarse co el be del reo, de la Coroa o del estado covrté

dose etoces la "rzó de estado, e otro otivo sto pra la gerr.

Básicaete, todas as arguetacoes en to a las otvacoes elegitian las guerrs parte de la idea de que las accoes ltares reslta

aceptables y legales cuado pretede recuperar orde prevo aterado

por ua ctuacón volet E último extremo, e todos los spuestos ate

rores subyace a msa casa justa: la recoposició de la paz qebrata

da y de la justica volada Se etede, etoces, a paradoa de ue los

pesadores edevles cosiderasen la gura justa coo a gea pacca:

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"Entre los verdaderos adoradores de Dios -scribió San Agustín, atifcado

textualmente siglos ás tarde por Santo Toás en la Suma Teológic- lasmismas guerrs son pacícas, pues se omueven no po codica o creldad,

sino po deseo de paz, para frenar a los mlos favorecer a los buenos.

 El pricipio agustno, glosado, acetado ampliado po Santo omás

otros muchos pensadoes medievales, sostenía que no en todos los casos la

guera contrariaba a la paz, sino qu por el contraio podía ser u camino

hacia ela: se cobate precisamente p alcanzarla. Por tanto, la caus

ue hce justa una guerra es su pretensón de paz. Sguendo la msma

lógic, anto el decretista Graciano a ediados del siglo XII como los gran

des teóloos del XIII consdeaan qe los conflictos rmados se jstfca

ban esultba lícitos como actos de necesdad que perseguían la vuelta

de los enemigos un estado de paz, de foma que la voencia no sería, en

estos suuestos sno un instrumento moral para castigar el pecado er

seguir el ideal de vida pacífca. En este sentido, los uristas castellanos dela corte de Alfonso X el Sabio, en las Partidas llamaban a atención sobre

el hecho de que en la guerra había, al mismo tiempo, mal bien, "porue

el guerrear, aunque es una manera de destrur de causar dvisión ene

mistad entr los hombres, con todo cuando es hecho como se debe, trae

después paz, de donde viene asosegamiento, hogura amstad. y po eso

dijeron os sabos antguos que era bueno sufrir los trabaos los pelgos

de la guerra, para llegar después por ellos a uena paz.La declarcón de una sere de causas que hacían usta a ua guerra s

ponía necesariamente que había ota relacón de causas ue no solo no jus

tifcaban un conflcto, sino que o convetían en inusto condenable. "La

guerra injusta -declaaba San Isidoo en las Etimologías siguendo a Cice

rón- no obedece a ninguna razón legítma, sino a la r. De forma algo más

conceta, en La ciua e Dios, San Agustín consideaba njustas todas

aquellas guera motivadas por el deseo de ampiar el domino sore otros,

por la pasión de mandar libo ominao por el ansia de consegui

glora alabanza entre los hombres. A su juicio, las gueras de conqstas,

impulsadas por la ambicón política, no pasaban de ser un enorme robo:

"Mover guerra a los vecios de allí pasar a os deás arrolar

suetar a los pueblos que les son inofensi vos, solo por pasión de mado,

¿ué otra calficación merece sino la de inconmensurable latrocno?.

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Siguiendo un razonamiento similar, Graciano censuró las guerras

causadas por la codcia y ibradas por el deseo de botín y de ganancias

materiaes o territoriales. Por este caino se podía legar a sostener,

como hizo Huguccio, que toda guerra ofensiva, con excepción de as

emprendidas por la Iglesia contra los enemigos de la fe, era injusta. Por

tanto, junto a la idea general de qe los conflictos de orden defensivo

eran lícitos, cabó extendiéndose la idea de que as guerras de ataque y

conquist, salvo las ya encionadas, era ilegales.

En e sigo XIII, el cardenal ostense desarrolló un puto de vistabastate radical respecto a la consideración de justica de la guerra, que

sería seguido en la centuria sguiente por Juan de Legnano. A su juicio,

e pueblo cristiano estaba igado por el lazo indisouble de a fe y la ley

común, de anera que as dvisiones y guerras entre los propios cris-

tianos no hacían sino roper el orden interno y la solidaridad que unía a

los creyentes. En consecuencia, todas las guerras ofensivas proovidas

por os poderes seculares y señores en el seno de la cristiandad eran

consideradas injustas. En su extensa catalogación de la guerra, en la que

distinguió siete cases de conictos, cuatro de ellos eran tpificados

como lícitos y tres coo ilícitos, pero basta una lectura atenta para com-

probar que a única guerra ofensiva adisible y justa era la roana

-bellum oanorum-, es decir, aquela que los cristianos braban contra

los infeles. Los otros tres tipos de confrontaciones ícitas que podían

desarrollarse entre poderes cristianos en realidad no eran sno guerras

defensivas, levadas a cabo por las autoridades legales, políticas o

 judiciales, contra aquellos que ateraban el orden socia, la justicia y a

paz. Por tanto, como ha hecho notar F.. Russell, cualquier acció

iitar agresiva u ofensiva iiciada por cristianos contra cristianos,

incluyendo en elas a la mayoría de las qe en su tiepo ibraban os

príncipes secuares, era entendida coo injusta.

LA NTENCiÓN DE A GUERRA

El tercer critero básico que interviene en a definicón de guerra

 justa y en el que coinciden todos os tratadistas que abordaron estas

cuestiones, es el de a intención o e ánio con el que se lbra una guerra.

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Sin duda se trata de una condición completamente subjetiva, no sujeta a

comprobación, pero no por ello os pensadores medievales dejaron deapuntr una y otra vez la necesdad de cumpir con ella para establecer

la completa legaldad de n conflcto.

Según el criterio de ntencón, para que un enfrentamiento armado

pudera ser considerado como justo era necesaria cierta dsposicón de

ánimo en os combatientes que les encaminaba promover el bien y a

evtar el mal Como hemos vsto, l motvacón última que subyace en

todas las causas que legtiman una guerra es la recomposición de la

 justicia y de a pz, pero esta regeneración del orden quebrantado no

solo benefcia a qien se defiende y no oo es útl par quien libra una

gerra jsta, sino que también es benéfca para los enemigos clpabes

que, medante el castigo y la derrota, son purficados y pacificados

Así entendida, a gerr era un acto de cardad con e adversario, a

que se le reprendía voentamente en enefco propo para librarle depecado o apartare de la injusticia y e ml cmino Como recogía

Gracano en e Decreto, según el texto estabecdo por ED Hehl, "el

castigo se aplica no por amor a la vengnza, sino por el celo de a jus-

ticia; no para ejercer el odo, sino pr corregr la mldd

Consecuentemente con estas deas, la ntencón que debía animr a

combtente en una guerra justa de ser recta y estar inspirada en el

amor al prójimo, al que se comtí por su propo en para mpedir quepuderan segir hacendo y hacéndose e ma Paradójcamente, l

muerte olenta y destrccón de enemgo por a gerra, evada a

término con pureza de espíritu y en celo, se converte, a trvés de la

ideología de la guerra justa, en un acto de amor y de caridad

De aquellos que braban una guerra legítim se esperaba, pues, una

actitud apropiada a la rect ntención que les guaba, lo que suponí un

ánimo pdoso, justiciero y obediente, una rectitd mora, na dispo-

scón interna pacífca, mpregnada de benevoenca Este uen ceo

exclía que la intención del comtente al lirar a guerra pdera

basarse en e odo a enemigo, en el eseo de venganza, en la ambición

polítc, en la espernza de consegr otín o en a simple cruedad

Desde luego, la búsqueda de riquez y promoción, el afán de dom

nio, la muerte, e sfrimiento o la destruccón estaban presentes en todo

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conficto se etendían como consecuencIas nseparables, pero no

conenbes de a guea. Lo que hacía njusta es que la ntención de

guerro etuviee anmada po todo o anteor:

"E deseo de dañar -ndicó San Agustín en Contra Fausto, en u

páafo ue fue eiteadamee epoducido comado po juistas

teóogos de sigos posteor- a cruedd en a vegaza e ánmo no

apacdo e mpacae a focidad de a rebeón a pasón de domino

cosas seejanes he auí o que conforme a derecho se consdea

cupa en as gueasPo sujetvo ue puder ser ste crterio o ciero es que la buena

o mala intencón en la guerr era tan detemiante que para agunos

 juristas el dño cometdo po un gurero -ncedo destruccó

hdas o muertes podía se ojeto de reclamción egal or parte de

vícima en función de ue hue buena o maa fe e a actuaciones

y de que ésas huieran estado motvadas o no por pura voencia o

malicia.

LIMITACiÓN DE A VIOENCIA Y COMPORTAMIENTO ÉTICO EN A GUERRA JUSTA

A pati de citerio de nteción, os traadsta ntentaon ducida

s d nmo interio -ecto no malvado ue nspaa a píncpe a

los combtienes ue intevenía en un confcto éico ega ea d

derivarse u comportamento exterio determinado conguente co e

pefi de uel intención. Esenciamente la cuestón que se pantearo

fue l suien de una guea justa ibrada en aras de a paz a

 justcia con ntencón recta pacífic que rechazaba e odo a ve

anza como motivación ¿cabía espera una cierta cotenció de a

vioecia empeada una popoció ente a fuerza uizada e daño

peviaete recibdo una modración de los medos uzados cotae enemio? o po e cotaio ¿a ctud isma de uera amparaa

cuaue tipo e comportamento o de recuso ue codujese a a

aniuación o deota de adversario? ¿a jusicia de una caus hacía

uena nmeatamente a todas as acciones emprenddas as vías

seguida o por e contrio imponía mesua en dicha accones cierta

seeccón de caminos? ¿e fin justficaa los medios o os medo podan

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llegar a deslegitimar el objetivo? En a Edad Media, como ahora, as

respuestas a estas cuestiones no podían ser ni simples ni nánimes.En relación con e comportamieno que se considera adecuado

drante una guerra justa los autores medievaes se ovieron entre dos

polos muy distantes: el de os qe entendían que la propia justicia de

conflicto implicaba una imitación de la violencia y de os medios

aplicables para derrotar al enemgo, y el de aqueos otros que sostenían

que, precisaente por la natureza ícita de a guerra, todo comporta

miento y edio estaba permitido.

Para los primeros, la guerra jusa no admitía cuaquier tipo de acción,

sino que requería ser ibrada con justicia y equidad De a misma forma

que los jurisas exigían deerminads condiciones -como a inmediatez y

a moderación de a respuesta- para justificar e uso de a fuerza en a

apicación de derecho a la defensa propia, e principio de guerra justa

ipicaba na limitación de a vioencia apicada que debía estaraustada a lo estrictente necesario, excluyendo toda agresivdad

exteporánea y desproporcionada y eviando os excesos y a cruedad.

E principio genera de defensa propia, competamente extrapolabe a

una situación béica, fe expueso con oda claridad por Santo Tomás en

la Suma Teológic, recogiendo una radición my extendida:

"Un acto qe proviene de bena iención -se refiere a protagoniza

do por un persona que se defiende a sí misma y provoca un daño en suagresor- puede convertirse en iício si no es proporcionado a fin. Por

consiguiente, si uno, para defender su propia vida, usa de mayor

violencia de la que precisa, este aco será iícito. Pero si rechaza a

agresión moderadamente, será ícia a defensa, pes, con arrego a

derecho, es ícito repeer a ferz co a ferza, moderndo a defensa

según as necesidades e a segridad aenazada.

En e erreno miitar, se esperb qe a apicación e ese principio

tuviese una incidencia significativa sore diversas facetas de comporta

iento de los uerreros, de a cción béica y de ss consecuencias. Por

ejemplo, se instaba a os comandanes y agentes de una guerra justa a

manener con los enemigos una actuación moralmente irreprochabe y

acorde con la recta intención qe inspiraba a a acción bélica, lo que

suponía para los justos antener los jraentos y cupir los

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compromisos alcanzados con aquellos. Si en el curso de una guerra justa se

habían hecho promesas a un enemigo y se habían alcanzado con é

compromisos determinaos, estos deban mantenerse, porque la fidelidad y

la ealtad eran virtudes a las que no se odía renunciar ni siquiera en el

trato con los contrincantes "Hay derechos y pactos que deben cumplirse,

incluso entre enemigos, decía Santo Tomás, de manera que nadie debía en-

gañar a su contrincante "diciendo falsedad o no cumpliendo lo prometido

En relación con el trato dado a los enemigos, se aconsejaba que la

violencia ejercida en cualquier reacción fuera siempre moderada

proporcionada a los daños recibidos El lícito deseo de corregir una

injusticia no justificaba, a juicio de Graciano, ni el deseo punitivo de

venganza, ni el "ojo or ojo, ni la crueldad innecesaria, ni la violencia

apasionaa y sin lmites: la mataza iniscriminada, el deseo de hacer

año, las atrocidades cometidas en acos vegativos, la persecución sin

tregua del vencido o la agresión gratuia y arbitraria constituían conduc-

tas inaceptables En consecuencia, la misericordia debía de presidir eltrato a los vencidos, evitándose el salvajismo, las masacres y el extermi-

nio del rival derrotado El cronista Nitardo, al referir los acontecimientos

relacionados con la batalla de Fonenoy de 841, a la que ya hemos

aludido -Historia de los hijos de Luis el Pidoso-, no dudaba en

relacionr la justicia de la causa de los vencedores, comrobada a través

de un juicio de Dios, con la actitu iadosa de los monarcas victoriosos,

que mandrn detener la ersecución de los vencidos y evitaron una

matanza mayor que la que ya se había producido durante el combate

Esta misma moderación que debía ifundir la acción del soldado

 justo e impela a excluir de los actos violentos a los no combatientes en

general, tales como los peregrinos, clérigos, monjes, mujeres y pobres

esarmados, a los que se les debía considerar como sectores inmunes a

las guerras Así, los guerreros que en el siglo XI se juramentaban en losconcilios eclesiásticos organizaos ara orenar la "az de Dios, se

comrometían a no caturar a camesios ni mercaderes, a no imponer-

les nigún rescate, a no tomarles sus bienes, ni incendiar sus casas, ni

destruir sus cosechas e instalaciones agrícolas durante las luchas que

aquellos guerreros pudiesen mantener co los señores de estos últimos

no combatientes, excluyendo también de toda violencia a los peregrinos,

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pescadores, cazadores y las mujeres nobes que no fueran acompañadas

por sus maridos. En un intento por reforzar estas admonciones morales,a Igesia, en el III Conciio e Letrán (1179), legó a condenar con san-

cones espirituaes a quenes, en e curso de una guerra, tentasen contra

eclesiásticos, mercaderes, campesinos u hombres sn recursos que no es-

tuvesen reacionados con as hostidades. Aunque e status de los no

combatientes nunca legó a estar ben definido, en general se aconsejaba

a los cabaleros que no involucrasen en la guerra los súbditos de sus

adversarios que no hubieran intervenido directamente en el conflicto.

En una guerr justa, a destrucción de los bienes del enemigo tenía

que quedar limitada a lo estrictmente necesrio y debía ser proporcio-

nada a los daños que aué hab cusdo previamente, pues de o

contrrio as consecuencias de un destrucción vengativa podían ser

objeto de un reclamación ega n est misa lnea de contencin de

daos, e squeo de os benes de a Igesia o la extorsión a os pobres

tamén eran actividades consideradas impropias de una guerra justa

Desde luego, la confiscación de bienes y propiedades del enemigo, as

como la obtención de botín, ern práctics consustancaes caquier

conficto y estban pena y jurídicente itds, pero se entenda que

ests actuaciones soo eran citas cundo ntención el confscador o

del squeador era l reconstruccin de a jstici y no e enrquecmiento

cost e enego. De nuevo, opnón e Snto Toás resuta myustrtv y erece pen ser reproducda:

"S os que suean a os enemigos hcen guerra justa, aquelas cosas

que por vioencia adquieren en a guerra se convierten en suyas propas;

en esto no hay razón de rapia y, por consiguiente, no están obigados a

restitución. Sin embargo, aun estos que hacen guerra justa pueden pecar

por codici al apoderarse de botín s es ma su intención, es decir, SI

pelean no por a justica, sino principmente por el botn.

Un poco ás lejos en estas considercones egaron autores coo

Vicente de Beauvas, para quien e botn todo por e cabalero en una

guerra just resutaa cito, pero sepre y cuando no tomase más que

la cantidad necesaria para resrcirse de los daos recibidos y de os

gatos y esfuerzos que hbí reazo. Más aun, este autor consderaba

que si e enemigo ofrecía someter a disput a un arbitraje egal o hacer

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una reparac10n por sus actos erróneos, el cabalero debía renunciar al

botn. En todo caso, el despojo de popiedades debía afectar solo a los

bienes de los señores que ibaban una guera injustamente, pero nuncaa sus súbditos. De esta forma, como ha esaltado F. Russell, la confisca

ción y e botín adquirían un carácte más compensatoio que punitivo, y

siempre acotao y restictiv05.

La iitación de la vioencia en la guerra justa es un principio que no

solo afectaba a sus consecuencias -atanzas, destruccioes, robos sino

también a los medios empleados. Así, la utilización de estratagemas u

otras tácticas engañosas, taicioneas o insidiosas levantaron en

ocasiones ciertas reservas moales. En relación con la licitud de lo

instrumentos usados para derotar a los enemigos, agunas armas

especialmente ortíferas y destuctivs fueron consideradas mavadas y

abominables, por cuanto dejaban a los gueeros, especialmente a los

cabaleros, casi inermes Son conocdas as prohibiciones y condenas,

aprobadas por a Iglesia en el JI Concilo de Letán, de 1139, del uso deballestas de mano y de gndes máquinas de lanzamiento de dardos

conocids como "alistas en las guerras entre combatientes cistia

nos. Aunque se admitía su utiización contra paganos o infieles, a menos

as condenas ecesiásticas intentaron restringir su epleo en los

conflictos internos de a cistiandad, lo que afectaba también a mchas

gueras consideradas justas.

Por último, dentro del abaico de medidas toadas para acota la

violencia, la Iglesia también apobó, en e citado III Cocilio de Letrán,

una serie de coniciones que petendían imitar el uso de la fuerza a de

teinados periodos: mediante las treguas de Dios, se pescribía e tiem

po en que se poda llevar a cabo una guerra justa, pohibiéndoas durante

as épocas penitenciales de Semana Sant y Adviento, así como entre los

 jueves y doingos de cada semana, todo ello bajo pena de excomuniónAsí pues, no puede negarse que hubo na importante corriente de opi

nión que parecía exigir una adecuación ente os comportamientos de os

impicados en una guerra justa, las consecuencias de sus actos y los

medios empleados, y la motivación recta que los debía inspirar, lo que

5 RUSSLL, EH: T¡e J/sI War i le Midde Age\ Cmb 975 p. 78

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Guo co bll Cantigas de Sna María Alfoo X, o XIII.

Bbloc Nzo Floc

habría de taducirse necesrimente e un liitción de la fuerzautilizda una modeción genel de sus efectos.

No ostante, el pensiento edieval no fue unánime sobre ests

consideaciones e incluso en la obr de u miso auto podeos encon-

trar posiciones aprenteente contdictoris. Coo deÍmos nterior

mente, el hecho que un guerra fuera considerda lícita, tanto por la

autoridd que la declara, coo por l cus que la povocb y el

áio con la que se liraa, podí llegr a se otivo suficiente como

pra justifcar cualquier tipo de violenci de ctución contra los

enemigos, aunque paa ello se huier de recurrir l engaño a fata

de leltd, unque ello tuvier coo consecuenci un estrucción

crueldd iliitds o incluso carreara la muerte de inocentes.

Pr entender est form de ver la guerra ust, que en piencia se

present coo copletamente contrpuesta l rect intención que

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debía inspirarla, deemos tener en cuenta un razonamiento agstiniano

muy extendido y aceptado en la tratadística sobe la guera justa En su

oento, San Agustín sostuvo en Contra Fusto que la pacífica dispo

sición de ánimo respecto al enemigo, a contención en la respuesta ante

un ataque o una ofensa, la paciencia frente a las agresiones eran actitu

de interas que residían en el corazó de cada persona, pero que no

tenían orué traducirse de fora congruente en gestos externos

iguamente pacíficos o contendos: ciertamente, reconoce el obispo de

Hipona, Moisés levó a cabo una matanza entre su propio peblo cuandocomenzó adorar a ídolos demoníacos, pero lo hizo animado por el

aor, produciendo "un saludable terro. La buena intencó de Moss,

nterna, justificada y bendita, no fue óbice para que su actuación extena

se traduera en una asacre en la que cada uno deba atar a su

herano, a su ago o a su róio i había pecado. l sentiento de

aor, e nmo recto y oderado, debía interpretarse, ues, como una

disoición inteior, no coo la renuncia a una repueta aradacotundente y hasta cruel. Aquel ánimo no solo no era incompatible con

a violenta corrección exterior de una justica, aunque ello iplicase

una terribe venganza, sino que deás ua cos exigía a otra

Partiedo de este principio, e escenaro que se obtenía venía a ser la

iagen invertida de la guerra justa ta coo la heos expuesto en los

prrafos anteriores. Así, frente a a eatad y la oderación que debía

resdr a relación co el eeio, se one el ragatiso y a

necedad de que la caua uta resute triunfante a toda costa, con o que

aniquiación del enemio, a coeta destucción o confiscación de

sus bienes, la realizacón de prácticas engañosas y traicioneras para

derrotar al adversario, el epeo de todo tipo de armas o el uso de una

violencia ilimitada en intensidad y tepo, no solo resultaban prácticas

aceptabes, sino tamién deseables. propio San Agustín argumentó que a vioación de la justicia

-entendiedo or tal no oo un deterao corpus jurídco, sino también

a ey dva- erecía un cato vioeto y in ítes cuya aplicación no

teía or ué discriinar entre soddos y civies eneigos, de fora que

os guerreros ue actuaban por una cua justa podían matar con ipunidad

incluso a aquellos de sus adversarios que fueran oralente inocentes

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De la misma fora, la insidia y el fraude frente al enemigo entraban

de pleno derecho a forar parte de as pautas de actuació de guerrero justo. Graciao, por ejemplo, observaba que si en el curso de una guerra

 justa se había hecho alguna proesa a un adversario, aquéla debía an

teerse; pero e el caso de que no se hubiera llegado con é a ningún tipo

de coproiso, el agente de la caus justa estaba legitimado para utili

zar tácticas engañosas, coo las estratagemas En relación con éstas y

co a licitud o no de su eleo, Santo Toás codenó por deslea e

ijusta a ruptura de as promesas hechas a los enemigos o la falsedad en

la paabra dada, pero admitió como lícitos todos aquelos engaños reai

zados por omisión, esto es, todos aquellos panes y acciones ocutas

ideadas para hcer ma a un enemigo -entre elas las eboscadas o los

taques por sorpresa-, o que a su juicio no se oponía ni a la justicia n a

la volutad ordenada. Más radicales ú, algunos juristas del siglo XIII

llegaron a la conclusión de que, roada que la guerra era justa, resutabn ícitos todos os edios que fueran ecesarios para obtener a

victoria, o que incluía no sólo el engaño táctico -coo as indicadas

estrtageas-, sino la contratación de ercenarios -una profesón

frecuenteente condenaa y siepre sospechosa- y la ruptura uniateral

de los coproisos y pactos

S la guerra justa podía librarse utilizando todos los edios táctcos

que estuviesen al alcance del guerrero o del comadante, es ógco quetabién pudiera desarrollarse líciaente epleando todas as aras

coocidas, por uy destructivas que fuese En relació con esto ltio,

el ensmiento edieval presenta ua rayecoria iteresante. Coo

hemos indicdo, en el II Concilio de Letrán, de 1139, la Iglesia había

codenado el uso entre contrincanes cristianos de deterinadas aras,

coo la ballesta, que se consideraban excesivamente mortíferas. Preci

saente por su efectividad, se entendía que su epleo podía ser ícito en

as guerras contra musulmnes y paganos, pero no así en as guerras

 justas libradas enre adversarios cristianos odavía en e sigo XIII, los

teólogos seguía recogieo e sus oras la condea del uso de a

bllesta, de sus epleaores -los alleseros y de sus fabrcantes, pero

te l evidecia de su utilizació en todo tipo de conflictos tuvieron que

ajustar más e ábito de su prohibición y reconocer su licitud no soo en

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las confrontaciones contra infieles y paganos, SnO tambié e las

eprenddas contra herejes y en las guerra justas entre cristianos. Coo

subraya J. Brundage a este resec06, uno de los más imortantes teólo-

gos de la Universidad e París, Pedro el Cantor, indicaba textualmente:

"es pelroso ractcar cualquier ofiio que romueva el placer o la

crueldad, coo se puede decir de los ballesteros Así se dice, según el

obiso de an Jorge, que l comunón no debe sere etregada, salvo que

luchen contra los sarracenos o en una guerra justa, y en el ismo

sentdo, Raiuno de Peñafort sealaba"Los cristianos pueden ejercer ese ofico [el de balleseros] contr los

paganos y los erseguidores de nuestra fe; fuera de aquéllos, no uede

ejercerse contra los cristianos ni cólicos 'prohibios ejercer bajo na

tema aquel arte ortífero y odioso de los ballesteros y arqueros contra

cristianos y católcos, se contiene e el madato. Pero asismo se dice

que en una uerra justa ueden ejercer este oficio contra los cristianos

Por últio, y en esta sa línea de desmantelamiento de los límitespuestos a la violencia, también se acabó acetando la licitud de la guerra

durante los días festivos y en aquellos otros eriodos de tiepo en los

que se había intentado rohibir el uso de la fuerz, como la emana

anta o las Treguas de Dios.

En defintiva, los autores medievales acabaro asumiendo que, en las

guerras justas, la legítia causa, la reparación de una injustcia, la

venganza de una ofensa, la deensa del bien común, el in perseudo,

 justificaba todas las prácticas y medios emleados Más aun, si se odía

disponer de aquellas vías e instrumentos pra doblegar al eemigo y no

se llevaban a la ráctica, se estaba teando a Dios, al obstaculizar la

recoposición del orden y de la az La moderación y el ánimo recto y

pacífico quedaban reservados a la disosición terna de los solddos y

comandantes, al undo de las intenciones no al erreno de las acciones,donde la violencia iliitada, uesta al servcio de la justicia de la

guerra encontró legitiidad lena

6 BRUNDAGE, J.A: "The Limits of the War-Making power The contribution of Medeval

Canonists Tze Crusades Holy War ad Ca/o Law Aldershot 1991 XI, pp 79-80.

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Los AGENTES DE A GUERRA

Otra condicón que frecuentemente es citada como crtero defnitorio

de la legalidad de un conflicto centra su atención drectaene en la

fgura del combaente, es decr, en los agentes personalmente plcados

en la lucha. En relación con ellos, los pensadores edevales abordaron

báscamente dos tipos de problemas: uno, deterinar en los ndivduos

algunos rasgos que los hacían apropados o inapropados para ejercer el ofi-

co de la guerra en una contenda justa; dos, establecer la responsabldad

legal de los guerreros particulares y, drectaente conectado con esta últ

ma cuestión, ndcar os lítes de la obediencia que debían a sus señores.

Existe entre los tratadistas de la guerra un amplo consenso a la hora

de señalar que los conflictos, para que fuesen ustos, tenían ue ser lbra

dos por agentes apropiados y no por cualquier tipo de persona. En la

explicacón de este criterio que aporta el jursta Rufino, se liitó a señalar que el combatente en una guerra justa debía ser de al condición que

sus actos bélcos no causasen escándalo, lo que implíctaente excluía a

certos sectores sociales a los ue, aun no sendo citados de forma expre

sa, se es tenía por inadecuados para aueas labores Por el contrario,

otros autores, coo Raimundo de Peafort o Lorenzo Hispano, fueron

más explíctos a la hora de determinar a naturaleza del cobatiene,

estabecendo una nítida distinción entre lacos y ecesásticos: en unaguerra justa, la actuacón militar tenía que ser desarrollada únicaene

por personas seculares, excluyendo radicalente a todos los hobres e

Igesa de los actos que pudieran provocar derramaento de sangre

Desde los omentos inicales de la conversión del Impero Romao

de Occdente al crstanismo, todos los autores advirteron sobre la nece

sidad de que l guerra justa fuera lbrada solo por laicos y nunca por

clérigos N squera en caso de que los prncipios religosos o los benes

e intereses de la Iglesia estuvieran aenazados, los clérigos podían

toar las aras, sino que debían lmitarse a nsar a las legías autor

dades públicas para que acudiesen en su defensa. Al respeco, cabe

señalar que en uchos conclos francos y carolingios se prohbía

expresamente a los hombres de Iglesa derraar sangre y se les instaba

a limitarse a rezar por la vctora del emperador sobre los bárbaros

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paganos, pidiendo la intercesió de a Virgen y de os sanos paa alcan

zar e triunfo, con a ayuda de Dios, sobre os enemigos de la fe. En la

misma línea, durane la segunda itad de sigo IX, en los tiempos de

Luis e Germánico y Caros e Calvo, e papa Nicolás esableció una

clara separación ente los milites Chrisi -os cérigos- y os milites

saeculi -los laicos-: soo a estos úimos es cocernan os asuntos

erenaes, incluyendo o suuesto a la guera. Los milies Christi, por

e contrao, no debían acudir a os ejércitos convocados por los reyes o

el emperador y no debían potar armas ni siquiera contra los aganosnomandos. Desde luego, los obispos e sus diócesis debían resistir a los

ataques normandos, pero o por a vioencia amada. La prohibición era

radical: s un cérigo mataba a un pagano, aunque fuera en defensa

propia, debía abandona su orden, porque los eclesiásticos no deban

defenderse más qe a a anera de Cristo

Cietamente, Graciano y otros juistas reconocían a a Igesia e

derecho de ordenar y decarar ua guerra justa con motivo de ua

persecucón religiosa contra os herejes, pero os cérigos no podían

ivoucrarse de forma activa en ejecución de as operaciones. Como

sostení e decetista Huguccio a fiaes de siglo XII, a paticipación

directa de cero en una guerra a convertía automáticamente en injusa.

Aquélos, recodando la expresa prohibición de Cristo a Pedro de que no

empease l espada, simplemente tenían prohibido tomar as armas.La idea de que la perfección espritua a que aspraban los céigos

era icompatibe con e derramameto de sagre no es ajen a esta

prohibición. Consciente o nconscientemete, esta postura respondía a

un indudabe receo mora hacia a guerra, incuso aunque fuera legal y

 justificada, en la consideració de que causar a muerte a oto no se ajus

taba a a imitación de Cristo que debía presidi la vida de cualquier

clérigo. Los eclesiásticos que derramasen sangre, había advertioGaciano, incurirían en una ireguaridad incluso si no eran cuabes.

Desde uego, podía resutar cotrdictorio que, en una época en que

a guerra haba sido ya integrda en e pesamento y el comportamiento

cristianos, en unos mometos e que a propia Igesia a decaraba cora

herejes, aganos e infiees, y aun contra aqueos poderes cristianos que

atentaban conta sus inereses económicos o poticos, se mantuviera una

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actitud moralmente condenatoria haca sus consecuencias -la muerte del

enemigo Tal vez por ello Sato Toás de Aquino intetó hacercompatble la prohibició de los clérigos a participar en la guerra con la

dea de que ésta o era una actvidad pecaminosa. A su juicio, "bajo

ningún título les es permitido a los clérigos tomar parte en la guerra,

ordenada a verter sangre, pero no porque ello fuera pecado, sno por

razones de índole funcional: ay negocios, afrmaba, que o pueden

despacarse simultáeaente de forma aecuada, y los "trabajos de la

guerra, que conllevan grandes inquietudes y mucha atención, so

incompatibles con la entrega con que los clérigos debe ateder a las

cosas divinas. Por otra parte, los sacerdotes deben imtar la pasión de Cristo

y, por tanto, estar ispuestos para la eusió de su propia sangre ates de

derramar la ajena E consecuencia, la guera justa, como el matrimonio, es

en sí misma meritoria, pero inapropiaas para la condicón eclesial

"Aunque sea meritorio hacer guerra justa, se torna ilícita para losclérigos por el hecho de estar destiaos a obras más ertorias, igual

que el acto atrimonial puede ser ertoro, y, si embargo, se hace

condenable a quienes tenen voto de virgndad, por la oblgación que les

une con un bien mayor.

Obviamente, esta condena chocaba rontalmete co la realidad

contemporea, en la que obispos y otras autordades eclesiástcas,

ncluyendo al propio papa, reclutaban huestes, encabezaban ejércitos y

participaban directamente en las operaciones miltares. Ms aun, ua

sanción tan tajante parecía ignorar que muchos hombres de Iglesia era

tenentes' de feudos por los que estaban obligaos a cumplir deeres

militares hacia sus señores, o que ejercían la jurisdicción temporal sobre

aplias circuscripciones territoriales obispados, ciudades ...-, lo que

les convertía en organizadores y comandantes de sus propias fuerzas. Por

todo ello los juristas hubieron de matizar las condenas genéricas para

admitir que los obispos con regalías y que matuvieran relacones

euovasalláticas con determinados señores especialmete con el

emperador y los reyes-, debía cumplir sus obligacioes bélicas,

aportando sus propias uestes y participano en las campañas, aunque se

antenía la prohibición de que ordenasen directaente la uerte de

nadie -lo qe no deja de ser sorprendente cuando se refiere a personas

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que dirgen un ejército en guea- y de que se ivolucrase personal

mente en los cobates: "e una guera just -sostuvo Sicardo de

Creona siguiedo las drectrices macads en el Decreto de Graciao

especto a los obispos con regalías- están obligados a presentas ate

los príncipes, aportarles caballeros, lentarles, acudir al capaento,

pero o deben toa las amas.

Se entendía, por tanto, que un obspo, e cplieto de sus

deberes feudales, con o sin autoizació papal en esta cuestió la

opnión de los tatadistas o era unánm debía acompañar, aconsejar yrezar po los guerreros, peo su paticipación e la lucha solo era

indrecta, a trvés de sus subordinados laicos:

"Los obispos y clérigos pueden asistir a las guerras con atoridad del

superor -indicó Santo Toás en la Suma Teológic- o para comatir

con su propia ao sino paa atende con exhortaciones, absoluciones y

otros edios espiituales . .. Y para esto se cocedió a obispos y clérgos

i a la guera. Que algunos personalmente combatan, es abusivo.

Para este iso autor, estaba vedado que los prelados pdiesen lleva

armas, poque el aaento con el qu tenía que servi era de carácter

espiritual: las dvotas oraciones y la setencia de excomuión eran sus

únicas amas apropiadas. Con todo, tniendo en cueta las situacones en

las que podrían vese envueltos los integrantes de cualquie hueste que

marchaba a la guerra, los canonistas del siglo XI estaban dispuestos a

admitr que los clérgos portasen al menos amas defensivas (escudos,

yelmos, lorigas) para potegese, si bien el uso de amamento ofesivo

(lazas y espadas) seguía prohibido paa los eclesiásticos.

Por otra parte, también se consdeab lícito que los hobes de

relgión se ncoporasen pesonalente a las campañas si la guera justa

se realizaba cotra ifieles o paganos El popio Hugucco, que había

defedido la ausecia d clérigos como citeio para declarar justa aguerra, aceptaba o obstant que ente a los infieles e la Penísula

Ibérca o en Palesta, dode se luchaba cada día conta los usulaes,

resultaba lícto a los hombres de glesi "ir a la guera y portar la cuz

del Seño, para que el Señor proteja a los cistanos y aterroice a los

paganos, y llev aras para protegese, no para atacar, a meos que

tenga que deenderse.

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Teniendo en cuenta todas estas matizacioes y salvedaes, e criterio

general siguió siedo que ua guerra, para que fuese justa, tenía que ser

librada soo por combatientes laicos. Pero también en este punto existían

limitaciones, porue no a todas las personas seculares se es estiaba

coo agentes adecuados Dado que otro de los criterios fundamentales que

intervenía en la consideración de leitimidad de la guerra era que estuviera

declarada por una autoridad reconocida, se entendía que solo aquellos

laicos que estuviesen al servicio de una potestad púlica, de un príncipe o

de un juez, estaban capacitados legalmente para actuar en la guerraY Sa Agustín había sostenio que los soldados que estaba al

servicio de u poder legítimo, aunque por su oficio tuviese que golpear,

herir o matar, no eran omicidas, sio servidores de la ley y defensores

de la salud pública que actuaban en beneficio de la paz y la salvación co

mún Aunque maten a otros hombres, i los soldados que lucan contra

os enemigos ni el agente del juez que combate a los ladrones cometen

pecado alguo, porque lo hacen en nombre de una autoridad pública y acausa del ien común, recordaba tambié Sto Tomás Es a estos laicos,

que libran la guerra bao la legítima poestad y en pro del bien común, a

quienes se les reconoce como participanes apropiados de la guerra justa

Coo decíamos al coienzo de este aparado, los trataistas

medievaes abordaron un segundo problema relacionado directamente

con los agentes de la guerra, problema que presentaba una doble

vertiente: la de la responsabilidad persoal -no tanto moral como penal

de os actos que realizaban y los daños que causaban durante las

operciones, y a de los límites de la obediencia.

E términos generales, e la edida en que la guera justa fuera

declaraa, organizada y dirigida por ua autoridad púbica y reconocida, la

responsabilidad de las consecuencias de la guerra recaía solo sobre el prínci

pe, de tal manera que el combatiete quedaa completaente exento de

culpa Se entendía que el soldado que luchaba bajo las órdenes de una

poestad legítima no acuaba por sí mismo, sino por otro: reamene realiza

ua acció aquel por cuya autoridad o madato se ace", idicaa Santo

Tomás, quien se basaba en la autoridad de Sa Agustín para recacar que no

mata aquella persona que cumple su ministerio de obedecer al que manda, de

quien es instrumento, como una espada en anos del que se sirve de ea"

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El soldado que obedece al príncipe en una gerra justa, como el

verdugo que cumple las órdenes del jez, no comete cre algno,

porque es mero nstrumento de la autoridad pública, sobre a que recae

toda posble responsablidad pen Por tanto, el combatente justo, en

atencón al concepto de obedenca debda, era inocente de cualquer de-

to estaba exento de cuaquer resonsaidad sobre sus propos actos.

Cuestión dstnt era la de la resnsabilidad moa de combatiente

Ciertamente, para autores tan mportntes como San Agustín, Gracano o

Santo Tomás el guerrero que tomaba parte en u confcto

mataba a unadversaro no solo era nocente desde n puto de vista legal, sno tam

bén desde un punto de vsta moral: ni cometía homicdo n pecado Sin

embargo, en est últma consderación hubo otros muchos autores que

entendero que el derramamento e sangre durnte la guerra impcaba

una responsabldad moral deí acarrear una sancón eclesástca,

ncluso en el supuesto de qe ocrier n e contexto de una guerra

 jsta, ta como tendremos ocasión e comrobar en próxmos partdosPor lo dicho hasta ahora, arece cro ue en casos de guerra justa no

cabía que el guerrero pusera objeción lguna a cumpmento de las

órdenes, sno que debí imtarse a obedecer a su señor Pero ¿qué

ocurría co el princpo de obedenca cundo e sodado consderaba que

o era justa o, cuato menos, tenía udas sobre justca de la guerra o

sobre la legtmdad de la autoridad que a declarba? ¿debía un guerre-

ro obedecer a señor en estos casos? ¿recí sobre e combatente la

responsabldad de sus pros actos n na guerra njusta? ¿podía el

soldado particuar poner en cuestión a autoridad del drgente a

 justcia de sus actos? Las resuestas a ests cuestioes no eran nada

fácles , desde luego, no hubo unanmidad entre os tratadstas

En general, se consderaba que los combatentes debía limtarse a

obedecer las órdenes de superores unque tuveran dudas sobre la

legtmdad de su potestad o sobre la legaldad o justca de la guerra,

semre cuando aquellos mandtos n atentasen claramente contra los

preceptos dvnos En esto, como en tantas otras cuestones relaconadas

con la guerra justa, San Astín aotó en s Contr Fausto la dea mar-

co que sería seguida en bena medi drante e resto de a Edad Media:

anque e príncpe fuer sacríego o aóstata, y unque tuvier dudas

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sobre la rectitud reigiosa o mora de as órdenes recibidas, e soldado

particular debía obeceder y estaba ibe de toda culpa. En todo caso, "lamadad en e mandar soo haía esponsable al rey, "mientras que la

sumisión en el servicio hace inocente a soldado.

Las costumbres feudales, que impean a vasallo a oedece y a

seguir a a guerra a su señor incluso si e primero tenía dudas sobre la

 justicia de a causa, incidían en esta misma línea. Obviamente, este

principio tendía a reforzar la posición jerárquica del señor, puesto que en

a práctica el dictamen sobre a egitimidad o no de la guerra quedaba

fuera del criterio individual del súdito o vasalo, que en mucos casos

ni siquiera sabía porqué razón estaa en campaña o simplemente

aceptaba la apariencia lega de la motivación aucida.

Sin embargo, algunos juristas de siglo XIII fueon más radicales en

sus opiniones en tono a los límites de la oediecia e los vasalos

respecto a señor feuda y sostuvieron que estos estaban exentos de cumpir sus obigaciones si e señor es odenaba atacar injustamente, come

ter atrocidades, ir contra la propia patia, contra e rey o contra e Papa,

y siempre que la obediencia les condujese a realizar actividades

pecaminosas. Desde los sectores teológicos que contemplaban el

problema desde una perspectiva moal más que jurídica, se sosteía

directamente a desobediencia del vasallo al seño que mantenía una

guerra injusta, así como a e súbdito respecto a príncipe en esos

mismos supuestos. A este respecto, Robert de Cour<on -citado por Ph.

Contamine-, concluía:

"En as cosas ilícitas, no es preciso obedece a los señoes temporales

y así los cabaleros, cuando tienen e sentimiento de que una guerra es

injusta, no deben seguir a os estandartes del prncipe.

Por otra parte, autores tan influyentes como Inocencio IV pensaban

que el vasallo, aunque no lo tenía taxativamente proibido, no estaba

obligado a servir miitarmente a su señor si éste emprendía una guerra

injusta y que, de hacero, lo hacía a su propia costa y iesgo, si poder

esperar de su señor una compensación por las pérdidas que pudiera sufrir

durante las operaciones, coo ocurriría en una guerra justa. Como a

indicado F. Russell, sin una prohibición expresa, tales consideracioes

tendían a limitar de echo la guerra feudal.

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Juzgar la legalidd de un conicto en funcón de sus cuss er algo

que podía supera la cpacidd de culquer guerrero particur Mucho

más ácil y objetivo podí ser, po e contrrio, tener ciertas certezas

sobre la gitimidad de la autoridad que declraba a guerr. Csi

cualquier combatiente tenía medios pra sber s su señor hbí sido

declrdo hereje, er tendo por cismátco o esta excomugdo Pues

bien, tod u importante corriente jurídica sostenía que los señoes que

incurrieran en ests circunstancs -herejes, cismáticos, excomulgdos

carecín de utoridd legítim para brar una guerr y, en consecuenci,debín de ser desobedecidos Por ejemplo, finles del siglo XII

Huguccio sosení que los vasllos de un seño excomulgo qedaban

exentos de cumplir ls obligciones mites estipuldas en el contrato

feudl, lo que incluía "no unirse a su ejército, ni ir l uerr con él, ni

defenderle o uxilirle en forma algun.

Sin emargo, s opiniones sobre esta cuestió tmén estan

completamente dividids, de tl manea que, frente a lo arrib indicdo,

teólogos tn inluentes como edro el Cantor o Rolndo de Cremon

firmbn que la justic de una guerr tenía precedenci soe las

órdenes paples o ls censurs eclesástics, de tl manera que los

súbditos e un príncipe excomulgado debín obedecere si declrba un

guerr justa Además, frente idea de que la excomunón implicb

un disolución de los lzos feudovaslláticos, y con elo el incumpli

miento de los deberes militares or arte del vsllo, haí urists que

entendín qe quellos lzos no desaprecía y qe, por tnto, el deber

milir del vasalo quedaba intcto en estos casos: s e enemigo entrab

en el reino y los vasallos no acdían a su señor excomulgdo, habín de

enfrentrse a un cstigo por infmi Por supuesto, l excomnión del

guerrer no le eximía del cupimieo de sus obiacones miitares, l

menos en un guerr jst o contra pgnosEstá cro que el debate teórco sobre la obedienc no cazó

conclusioes deinitivs En la práctic, l cuestión er todaví más

complicad, puesto que result hital que un guerrero tuvie lel

tades cruzds o sorepuests hcia dos señores que uern les En

estos csos e roblem pra el combatiente no er soo el de dirimir

 justici de l cus por l que lucha, sino cuál de s oediencias

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contrapuestas debía atender. Un guerero podía mantener vínculos de

fidelidad o compromsos de ayuda u obediencia hacia dos o más señores,

de tal manera que en caso de conficto se encontraba ante un dlema que

a eces tenía una difícil solución. Así, u noble que tuviese tierras en el

territoro que el rey de Inglaterra cotrolaba en Francia estaba dramáti

cente enredado en un complejo juego de lealtades vasalláticas o

políticas, de la misma manera que el asallo de un noble que se enfren

tase a un oarca tenía que optar entre la fideldad hacia su señor feudal

o, como súbdito, la obediencia debida al rey. En estos casos, por muy justa que fuera la causa que se decía defender y por muy legítima que

fuera la autoridad a la que se obedecía, existían chas posibilidades de

que el contricante, que también teía títulos suicietes para reclamar la

lealtad del combatiente, acabara acusándole de lesa maestad y de

traición. Es evidete que el debate sobre la responsabilidad del comba

tiente y sobre la obediencia debida, abierto entonces, sigue inconcluso.

CONSEUEIAS JURÍDIAS E DIA RAL D A GURRA USTA

Tal como se fue elaborando a partir de los crterios ya coentados, el

concepto de "guerra justa no suponía úicamente un juico moral sobre

una actvidad mtar determinada, sno que aspraba a convertirse en ua

verdadera categorí legal. Como tal categoría, ha hecho notar Brundage,

se entendía que la consideración de "justa o de "injusta acarreaba para

el príncipe y para el combatiente que libraba una guerra una cadena de

consecuencias jurídcas que podía llegar a condicionar el coportamien

to de los implicados y el resultado práctico de sus actividades bélcas

Para determinar y definir las consecuencias legales de as erras, los

 uristas medievales realzaron una ntida distnción entre las accioes

realizadas por los hombres e tiempos de paz o en el curso de ua gerra

injusta, de una parte, y los actos desarrollados durante una gerra lícta,

por otra. Dependiendo de la crcunstanca en la que se emplease la fuerza

y la violencia -una situación de paz, un concto injstiicado o na

guerra usta-, así como sus efectos sobre biees y personas, erecían e

el pensamiento de os tratadstas de la Edad Meda una aprecació radi

calente dstnta Una auténtica inversión de valores moraes y ríios

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se produce cuando una misma acción es enjuiciada a la luz de as diver

sas circunstancias concretas: un hecho entendido como pecaminoso y

delictivo cuando se perpetra en tiepos de paz, o en e marco de un

conflicto injusto, es considerado bendito o moraente aceptabe y

ajustado a derecho si se leva a cabo drante una guerra jsta; una

actuación enjuiciable y condenable por n tribna en un caso, no solo es

lícita, sino que puede ser egítima fente de derechos en otro.

En definitiva, no es a acción en sí isma -el robo, el pillaje, la

destrucción, el incendio, e cautiverio, la muerte violenta o las heridas- laque determina su status ega y sus consecuencias jurídicas, sino la justi

cia o la injusticia de a causa por la que se hace. Por tanto, en unción de

la licitud o iicitud de la guerra en cuyo marco se reaiza, os efectos

legales de os actos tendrán dimensiones y vaoraciones muy diferentes

En tiempos de paz, causar una merte violenta a un semejante es n

delito penal que merece e enjuiciamiento del cupabe, su condena y e

consiguiente castigo según estipe ey qe se aplique. En la sociedadmedieval occidental, profndamente marcada por a religión cristiana, el

homicidio es adeás un pecado que erece una grave sanción moral y

espiritual. Por el contrario, matar durante una guerra justa no es un

crimen, sino que está moralmente justiicado y egamente aceptado. A la

uerte violenta que tiene lugar en n conficto decarado bajo las condi

ciones de una guerra justa se e otorga la misa vaoración mora y legal

que a la ejecutada por un agente judicial en cumplimiento de las órdenes

de un triunal y al amparo de la ley: en estos supuestos no hay homicidio

y, por tanto, no caen reclamaciones judiciales ni exigencias de penas.

Antes al contrario, los ejecutores merecen la consideración de servidores

de la ley, defensores del bien púbico, de a paz o de la justicia, y por

tanto su acto no soo no es reprensible, sino que es lícito y alaale. A

este respecto, un anónimo glosador anglonormando delDecreto

deGraciano, declaaba con contundencia:

"El homicidio es ícito de tres ormas, esto es: si Dios, en secreto, inspira

a una persona a ata a ota; si un juez con potestad para condena a muer

te lo ordena; o si, por orden de un píncipe, un soldado mata a n enemigo.

Por el contrario, la muerte vioenta de un adversario duante na

guera injusta eecía la misma consideración legal que el asesinato en

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tiempos de paz. Se trataba, entonces, de un homicidio, de un delito

denunciable nte los tribunales de jsticia y condenabe con as mayoressanciones legaes y moraes: matar o utilar a los adversarios es mao de

por sí, como lo es en ua guerra inusta qe se ibra contra iocentes o

contra aquelos que no han cometido ningua inusticia, recordaba Pedro

de Auvergne e un testimonio reproducido por Russel, pero es bueno en

una guerra justa que se hace para recuperar la paz

Este mismo doble rasero se apica a resto de as consecuencias

previsibes en cualquier conficto armado Por ejempo, se entendía que

os daños materiaes ocasionados a alguien en el curso de na guerra us

ta no admitían recamación ni restitución, puesto que se realizaban

aparados por a legaidad y a buena fe impícita en a intenció de

combatiente justo. "¿Cómo es que en una guerra tenida por justa ay

quien provoca incendios, destruye árboles, arranca viñas en tierras de su

adversario o de sus hombres sin ser condeado por elo?, se preguntabae jurista Guilermo de Rennes, solo para responder que "no se tedrán

en cuenta tales daños que se caus de buena fe, o que no pueden

evitarse volntariamente según la fora de uchar o de as costumbres

bélicas, o que en a práctica eximía de cupabilidad a todos os que

actuasen en una guerra usta que se caracteriza, precisamente, por a

buena intención y e ánio recto.

En contraste, os que incendiasen casas o ciudades, robasen, arrasasen

o de cuaquier otra forma destruyesen los bienes de sus adversarios en

una guerra inusta o o ciese de mala fe, eran consderados cupaes,

perseguibes asticiables por os jueces E mismo Guiermo de

Rennes indicaba que s durante una guerra aguien "causa daño con

ánimo de robar o con adad -n criterio propio de a guerra inusta,

cuando se puede castigar [a eneigo] moderadamente, será consderao

cupabe debe copensar a dañado y a sus hombres con cantidades

equivaentes, y en aqueo que cometió e exceso deberá indenizr

os perudicados.

De una manera todavía más gráca, Raiundo de Pert cra

en un testimono ducido or M. Keen que "un cendrio e e ue,

por odo o maa vountad o por vengaza, prende uego un ciu, o

a un puebo o casa o viñedos o a cualqier otra cosa. Pero si o ace por

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orden de alguie que tiee el poder para declarar a guerra, etonces o

puede ser juzgado como incendiaro".

De a misma forma, la propiedd capturada coo botín en una guerra

 just se cosideraba tomada con derecho, y el título de propiedad pasaba

a vencedor en compensación por los daños que hubiera podido sufrir, de

tal manera que se entendía que dicha gnancia quedaba legamente

protegid por la justcia No caían en e delito de rapia o de latrocinio

aquelos príncpes que, con arrego a justicia, arrebataba violenta

mente los bienes a sus enemigos durante el combate, puesto que aqeosempeaban a coacció por la púbica potestad que le había sido coferi

da y actuaban acordes al derecho En consecuencia, concluyó Sato

Toás, si los que saquean a los enemigos hacen guerra jsta, aquelas

cosas ue por vioenca adquieren en la guerra se convierte en suyas

propas; e esto no hay razón de rapia y, por consiguiente, no está

obligados a a restitución" En la expresión ás acabada de este prici

pio, desarrolada por los canostas de fies del siglo XIII y principios del

IV, as propiedades tomadas en una guerra justa pasaba a pertenecer

egamente al captor, o cual afectaba no solo a os bienes de los eei

gos que hubiesen participado activaete en la guera -os dirigentes y

sus guerreros-, sio tambén a os de sus súbditos y vasalos si se

demostraba que habían colaborado con ellos en alguna forma durate el

desarrolo de confctoMietras, las posesioes procedentes del robo, del saqueo y de la

coacción violeta eercida de forma injusta, si la autoridad aropiada y

en el marco de u concto ilícito, se eendían como fruto o el botí,

sno de la rapiña, y por tanto podían ser legalente reclaadas po sus

egítimos propetarios e las cortes de justicia y, llegado el caso, tea

que ser devuetas Más a, arrebatarle algo a alguie cotra toda usticia

era una causa que justcaba el empleo de la vioecia e eesa propiapor parte de a víctia y uno de os supuestos prarios que coería la

condici de usta a una guerra

Si trasladamos estos pricipios reeridos a la adqusició de bees

ateiaes al terreo potico, os ecotraos co apeciacioes y

silares que distinguen etre o 'cpación e invasió de u terrtorio: ua

operació militar destiada a conquistar u reio, una comarca o ua

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fortaleza era considerada como "justa ocupación cuando se realizaba en

el marco de un guerra justa, bajo a autoridad de un prícpe, implcan

do entoces na letim trasferencia de soberana; por e contraro,

otra operacón de conqusta protaonizada en el contexto de una aresó

injusta, levada a cabo por auien que crecía personamente de autor

dad etima o que no ten una autoridad superior de quie hubiera

recibido una base leal e su reclamación, era smpemene una"invasó injusta de la que o emanaba derecho auno.

Estas consideracioes no soo afectaan a o bienes adquridos e a

uerra, sio también a las personas. Los uerreros apresados e e cuso

de as operaciones de ua uerr justa podían permaecer como cautvos

y quedaba a merced de sus captores E cautiverio era, por tanto, un

status lea de que se derivaban derechos y obiaciones para todas las

partes implicads: el captor ten derecho a exir u rescate por a

iberación del cutivo y éste o esta eitmado para escaparse de su

sitación sin haber paado la cantidad recaada, pero e preso tambén

teía derecho a eir que se deerina u precio por su bertad y a ser

iberado e cuanto éste fuera satisfeco.

En cambio, en a uerra ijusta, el aresor-delncuente no podía

reducir eamente a nadie a sevidumre, de maner que a exiecia y

e pao de rescates por sus íctimas quedaban prohbidos y resutaba

lícito que os cautivos ntentasen escapar. Por supuesto, a aqe ue

abía provocado ijustmente la uerra no se e reconocía nnú tpo de

derecho como catvo s resutaba atrapado durante as operacoes E

1346, tras apresar a rey Davd n de Escoci, en a bataa de Nevlle's

Cross, el monarca iés Eduardo In se neó a aceptar ninn escate

por su liberación n conta de as práctics habtuaes de la uerraedieval y de coportamiento cabaleresco. Para justficar su posició,

insistmos qe contraria al ius i bello" esto es, a los usos béicos

normales en aqea época, Eduardo I apeó a cocepto de uerra justa

y arumentó qe e rey Davd no era n combatente reuar n se abía

comportado como un eeio pbico y reconocdo omo no haa

decarado ormamete a erra n hba tenido causa jsta a para

atacar a reno de Inaterra, entendía qe su accón era cta y qe por

tanto no merecía ser tratado como n eemo cautivo, so como n

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ladrón que devastaba as tierras a sangre y fuego. Al monarca escocés, por

tanto, no e asistían os derechos que amaraban a os cautivos, entre elos

su liberación mediante rescate, oque a guerra que había iniciado era

injusta y, en consecuencia, él no ea un combatiente, sio un deicuente.

En suma, teniendo en cuenta a distinta areciación que para los

autores, juristas y canonistas mereCÍan os daños y perjucios de todo

tipo causados durante una guerra según que ésta fuera entendida como

 justa o como injusta, se estableca o no a responsbiidad ersonal,

ora y penal del comandante y de os guereros: en una guerra justa, elprncipe y os combatientes estaban exentos de todo tipo de responsabi

lidad y no cabía reclamación judicia aguna or las destrucciones,

incendios, robos, muertes o heidas que hubieran tenido lugar en el

dearolo de as oeraciones; e na gea inusta, aquellos que a

hubieran dirigido y ibrado tendrían qe hacer fete a os daños resu

tantes de sus órdenes y acciones durante as hostiidades, de manera que

as cortes de justicia debían atender todas as eclaacioes individuaes presentadas para recuerar e vao de as ropiedades erdidas,

robadas o destrozadas como eultado de conflicto. Ello imlicaba,

obviaente, el derecho a erseguir como cimnaes a quenes hubieran

cusado alguna muerte durante la guera.

Otra consecuencia ega de a guera sta, muy iortante para las

exectativas de los combatientes imicados, se refiere a las compen

saciones por érdidas sufridas en el curo de las operaciones n

opinión de uno de los más importantes juristas del sigo XI, el aa

Inocenci IV, en toda guerra justa se estableCÍa un cotrato entre el

dirente y e soldado, e virtud de cua os guerreros reunidos para

uchar tenan e derecho de reclamar -incluso por a va judicial si no se

es indemnizaba voluntaiaente- una comensación de sus líderes por

cuaquier daño o quebranto que adeciean como consecuencia de suevicio miitar. Po el contario i a gera era ijusta los guerreros o

tenían derecho a eaar reclamación aguna contra sus jefes para recu

erarse de los gastos y érdidas adecidas. E este caso, a

conideración legal de "justa ofreCÍa a los guerreros un amaro

 jurídico por los daos adecdos del que caeCÍa os particiantes en un

conficto ilícto.

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Queda por saber hast qué punto tods estas consecuencis legales

previstas por os jurists tenían un incidenci rea en loscomportamientos de los dirigentes miitres y de os combtientes. En

este sentido, cbe preguntrse si los principios de guerr just legron

a tener lun vez un apicción práctic, si trspsron los clustros y

las bibliotecas donde nidabn los tratadists teóricos y fueron conoci-

dos y preciados en s plazs de rmas o en os campos de batl, si

condicionron en guna medida ctución de os guerreros, si los

efectos jurídicos propuestos por os pensdores, por os hombres de

leyes, por los teóogos o por os fiósofos fueron dmitidos y utiizados

agun vez en ls cortes judiciles o en os tiunes par cstigr la

ilegaidd de una guerr determind.

Con frecuenci se h subrydo inopernci práctica de est ides,

debido tanto a a imposibiidd rel de hacer cumplir los principios legles

que se fueron conformando, como a inexistenci de un mínimo cosensoentre los propios jurists sobre algunos eleentos básicos del concepto de

guerr legl: ¿cómo estblecer licitud o no de un conficto cundo uno de

os criterios pr emitir tal juicio era algo tn subjetivo como intención?;

¿cómo reconocer, dentro de compicado juego político medievl, l justici

de una cus?; ¿quién, aprte de Dios, tení sin discusión utoridd

pública pr librr un guerra, en un mundo de sobernís comprtidas,

superpuests y enfrentads?; ¿cómo hacer un juicio sobre e grdo de vioencia aditido o l legitimidd de los medios empledos cundo las opi-

niones sobre ests cuestiones eran tn contrdictoris?; ¿quién estb en

posición rel de cstigar los supuestos infractores pr imponer justici?

Así as cosas, habrí que dmitir que el concepto de guerr justa no

fue más que una construcción teóric que no tuvo infuenci algun en

vida política o militr Sin embrgo, respuest no puede se tn

contundente, puesto que de hecho dicho concepto y sus criterios

conformdores fueron empedos por poíticos y cobtientes pr

explicar y justificr sus ccioes, ante sus propias conciencis y nte sus

conteporáneos. entramdo ideoógico surgido en torno la noción

de guerr just ofreció los hombres de Edd Medi, cunto menos,

una escaa de vores con a que fundmentr sus ctuaciones, interpretr

la realidd y juzgar os comportmientos propios y jenos.

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En 1155 se produjo e Roma un enfrentaiento arado, glosado por

E.D. HehP, entre las tropas el emperador Federico Babarroj, que apo

yaba l ppa Adriano, y los ciudaanos de aquella urbe, liderdos por

Aroldo e Brescia y rebeados contr a atoridd pontfcia Según

nrra el cronst Otón de Freising, coo consecuenci de los choques

debieron mori algunos habtantes de oma, puesto que deternados

combtienes, con probles e concienca por haber ctudo contra la

prohibicón evangélica de matar, se dgeron l ontífce en busca de

bsocón. Obviamente, el ap no debía de tener mayores difcltadespra exculpr a unos homres que, después de todo, no habían hecho sino

dfender los derecos papales contra los rebeldes pero no deja de ser

nteresant que entre odos los argumenos que podía utlizar, trajo a co

ación los prncipos de la guerra jsta t coo hban sdo consagrados

en el Decrto de Graciano: los aleanes había luchao bajo l autordad

de una potestad pública a la que deban serco miltar, lo habían hecho

por una causa usta contra los enemigos de Ipeio y prestano obedecia a su príncpe, o que excluí plícitaente na intencón malvada En

consecuenci, concluyó driano, los gereros aleanes o eran hoc

das, sino verdos engadores, efensores o protecores -"vindex-:

"allí, en meo de una soenidd litrgca -refere el cronsta aleán

dcen que el pontífce romano, en uso de sus atribucones absovió a to

os los que pr csalidad bían derrmdo sangre en el conficto hai

o contr los romano, de qello que es propo de un soldao a las

órdenes de su príncpe y es obligado por l obedienca a éste en la lcha

contra los eemgos del impero derrmndo sange por derecho y fero,

sin que puieran ser considerados asesno, ino erdgos.

En ese cso, el arco deológico proporcionado por la nocón de

guerra justa serví para interpretar un readad poltica determad -la

represión contra los ciudanos de Roa- y par usificar caluieposbe crimen que se hubiera coetdo.

pens cuaro años después, ese msmo obernante se proponía

hcer la guerr la cidad e Milán, acusada de traiconar a su señor, el

7 HEHL ED: Kir{'Ie d Kreg / 1. JaIrIu/dert. SUdien ZI KQoÚcIe Re und

Polis(Ier Wirklki. Stuttgar 90, pp 7-79

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emperador. Para elo reunió a los príncipes y obispos aleanes e

italianos para solicitar su ayuda militar. Según e cronista Rahewin, enesta ocasión fe el obispo de Pacenza el encargado de exponer la buena

dispoibilidad de los príncipes a la gerra con un discurso en el que se

presentó al gobernante como n ben jez qe con buena intencón

plaea castigar las injusticias perpetradas por una ciudad. Autoridad,

ánio y causa jsta, los tres criteros fndamentales para estabecer a

legalidad de la guerra, vuelven a aparecer en esta narración coo nocio-

nes con las ue interpretar y justificar una determinación militar.

Piippe Contamine ha subrayado los esfuerzos de agunos

gobernantes bajoedievaes para convencer a la "opinión pública de a

 jsticia de las causas por las qe guerreaban, apeando a nociones

propias del concepto de guerra jsta: e 1336, en el moento en que se

iniciaba el largo conflcto qe conoceos coo guerra de los Cen Años,

el rey de Franci hizo proclamar anifiesto qe fue leído en todas lasiglesas de su reino y en el que sosteía e, en el enfrentamento contra

el rey nglés, el derecho estaba de s parte En esta misma confrotación,

pero tres décadas ms tarde, Carlos V de Francia prefirió no reanudar as

hostilidades contra Inglaterra hasta no tener n dctaen de os epertos

e derecho canónico y civl que le asegurara la justicia de su causa8.

Cortesanos, ristas y relgiosos aconsejaban frecuentemente a os

monarcas sobre los principios urídicos, morales o teoógicos que debían

motivar sus acciones. Los tratadistas ilitares tampoco ovidaban estas

cuestiones y mantenían el criterio de que los dirigentes tenían ue

atenerse a una causa usta antes de iniciar el conflicto.

Es posible interpretar estas apelaciones públicas a la egitidad de

las causas en términos de mera propaganda poítica ue se ueda en a

fraseología ms superficial, pero incluso desde esta perspectiva, e

interés de los dirigentes en propagr sus ícitas razones para a guerra

pone de mafiesto a eistencia de cierto consenso socia en torno a

aquelas nociones urídicas y morales como justificadoras y legitima-

doras de la violencia.

8 CONTAMINE Ph: L gu e dd di Barcelona, 1984 pp. 55-56

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Desde luego, no siempre es fáci comprobar hasta qué puto el

concepo de guerra jusa llegó a influir, más allá de los círculos ociaes

o onárquicos, sobre las actitudes de los guerreros, imitando a

violencia o condicionando sus comporaientos En princpio, parece

ue la idea de disponer de una causa justa para emprender o inoucrrse

en una guerra fue ampliamente aceptada entre los secores nobiaros

bajoedievales, que reieradamene isisían en la legalidad, siquiera e

apriencia, de las opciones miliares que defendían.

A finles de la Edad Media, como ha demostrado M Kee, los

dirigenes políticos miltares eran conscentes de que sus hechos

podían tener deterinadas consecuencias legales en funció e ue

liraran una guerra justa púlica o una guerra privada, y por tto

justaan sus acciones a tipo de guerra que realzaa Por eemlo,

algunas actas judicaes del Parlamento de París, echadas a eiados

del siglo XIV, en las que se recogen los datos sobre enfretaietos

armados enre nobles, dejan consnci de que éstos eran plenamenteconocedores de las diferencias ere guerras públias privadas, que

eran en las que ellos se haían visto envueltos, de que en consecuecia

tenían vedadas algunas acuaciones, como toar prisioeros, exgr

rescates o incendiar los campos de los enemigo, acciones que haía

evitado cuidadosamente9

Dese luego, no cae duda de que e esta époc os tues e

 jusica podían encausar al comandante de una fuerza arad o ctu

en una guerra injusta acusare de los daños crímenes que cometer,

cosa que oviaente no ocurriría si la guerra se ajusta a l legaidad

Tal vez la certeza de uchar al argen de a legaidad no renba a

vioenca, pero ndudalemente elevaa los resgos e os cotetes

que se vieran enueltos e estas situaciones

9 KEEN M.: TL ws of W n lL l dd Ag Hamphire 193 pp 79-80

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SEGUNDA PARTE:

LA JTIFICACIÓN REIGIOA DE A GUERRA

CONCEP TO DE A GUERRA ANTA

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EN TORNO AL COEPTO DE GUERR SANT

Desde la perspectiva del hombre occidental de princpios de sglo XXI, el

concepto de "guerra anta pede resultar aberrate o contictorio en

sus propos térmos, por cuanto que pra o pocas personas a noció

de "guerr y a d "santo esulta antgónica: independientemete de

que tengan o o creencias eligiosas o del grado de coproo co

els, lo cierto es que a ideas de "eign, "tracedencia o "espii

tulidad difíclmete le resultan copatibles con la ioenci, a des

trucción o e aniquilaiento de eejate. La repusión ue

habituente se siente hacia aque noción no es ajea a proceso eicización de la vida públic que venido experientano la cutua

de Occidene, co el consiguiente rinconamiento de la eligión al

ámbito privado e u fenóeno que e eota al sgo XV. a sepa

rción entre reigión y Estado se ha covertido e ua eña de identi

dd de o reímen democrticos y la iglesia han pedido hace

tiempo casi toda su ipicación en las estuctua poíticas, su jui

dccioes sobre tertoio y hobres, aí coo la mayor pate de s

benes y propiedades.

A estas atuas y en este contexto, pocos sectoe sociae acdiía a

argumentos de tipo eligoso paa justicar una guerra, casi naie

admitiría ue una asacre pueda ser eultado de una oden de Dio o

que a violencia practicada en nombe de la divinida pueda se un

camino de svción espiitua. Ate al contrario, este tipo e

pensiento o de actitudes suee se consideraas coo edadeas

ptoloías iniviuales o grupale que e ientifican con ota ocioe

igualmente rechazabes, coo el fanatismo o la itoerancia.

De hecho, Occdente paece haber descatado la eigión de su

pnopli de justificciones de los conflictos armados y la ha stituido

por otas idea motivadoras de l violencia y del enfentaiento bico

-l nación, a libertd, a justica, los derechos huanos ...-. Si acao, e

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argumento religioso ha quedado recluido en sectas ioritarias, pero e

general ha sido borrado de los rasgos dominantes de uestra civiizació.

Más aun, en los albores de este nuevo silo, la asociación entre Estado y

reliión, l sacralización de la via política y social o la noción de

"guerra santa, tiede a ser consideradas precisamente como eleentos

identificadores e culturas periféricas o ajeas, muchas veces co

connotaciones hostiles o amenazantes, exponetes en todo caso de la

"alteridd, e aquello que no resulta propio, sino lejano e incompatible

con uno mismo.

Por no ir ás lejos, e Occidente la relación etre guerra y religió

que existe en el mundo islámico a través del yihad resulta extraña e

icomprensible de por sí, pero aemás la utilizació que de dicha idea se

hace por algunos sectores islamistas ha acabado por covertir e cocep-

to de "guerra santa e siónimo de terrorismo, de atetados suicidas, de

asesinatos idiscrimiados de inocetes en una parada de autoús o e

un edificio de oficinas. En consecuencia, la idea de "guerra santa se hatrasforado en una noción aboinable para el hombre edio europeo.

Sin ebargo, la sacralización de lo bélico no es ajena a nuestra

tradición culturl La idea de que ua guerra puee hacerse e nombre de

Dios y de la Iglesia, de que puede lirarse u coflicto en defesa de la

fe o para a propgació del cristianismo entre pueblos pagaos, de que

el sufrimiento causado por los estragos de un efrentaieto arado

est justificado por la santida de la causa alegada o de que el guerrero

cído en este tipo de confrontación alcanza la palma e artiio, han

estado de lena actualidad e la fora de pesar y de setir occidetales

hasta hace tres siglos, y au después trazas de estas propuestas

ideológics o mentales pueden rastrearse en los coflictos coloniaes de

los siglos XIX y xx o icluso en la contienda civil española de 1936.

Lo cierto es que, por extrao que nos pueda parecer, en estra cltraesta maer de relacioar lo bélico y lo religioso tiee raíces uy profun-

das que se remontan, al menos en la configuración que legó a cosoli-

darse, a los orgenes de la Edad Media y que cristaliza a lo argo de todo

el medievo. Durate este período, deteminados conictos ero

adquiriendo tites sagrados, y fuera por a autoridad bajo los qe se libra-

ban, ya por os motivos que los causaa, ya por os éritos qe se

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lograban con elos o por os rituales que los rodeaban, de forma que a

religión se convirtió en una de las más extendidas justificaciones de lasguerras. En consecuencia, la activdad ilitar no solo podía ser consi

derada como una accón lega y justficada -a la que se refiere e concepto

de "guerra justa sno también coo un acto querido e inspirado por Dios,

un acto bendito y meritorio. En defntiva, a guerra podía ser "santa.

Como ocurre con otros términos referos a a Edad Media -coo e

de "feudalismo o e de "cruzada los autores y pensadores de la época

apenas utlzaron el concepto de "guerra santa y, por spuesto, no

llegaron a defnrlo. Han sido los hstoriadores posterores os que han

consodado s uso, s bien no siepre han acarado lo que entendían

cuando lo empleaban, de manera que su sgnfcado sgue siendo ambiguo

o contradctorio según quien lo eplee. Certamente, se puede inferr a

partr de los textos en los que se relacona la acción béica con eleentos

o argumentos sagrados o relgosos, pero el resultado de este exaentambién viene a demostrar que os contenidos de aquela relación entre

guerra y relgón son multformes y varables según las circunstancas.

Por tanto, puede afirmarse que no exste "una guera santa con "un

sgnficado único, sno más bien guerras en las que uno, agnos o todos

sus elementos -los inspiradores, las causas, las consecuencias, el

lenguaje ...- han sdo sacralzados en mayor o enor medda. E

concepto de guerra santa, pues, no sempre se apca para definr emismo fenómeno: a veces se utliza para caracterizar aquela confronta

ción miltar que, según las fuentes, está insprada drectamente por Dios

y se lbra por su voluntad y su orden; otras, alude a una guerra bendecda

o dirgda por las autordades religosas, especiaente aquelas

ordenads por os papas; en ocasones, srve para definr el carácter de

un conflcto lbrado en defensa de la reigón, de a Iglesia o

simplemente del Papado frente a enemgos exteriores o nteriores;

frecuenteente, se atribuye cierta sacraldad a las capañas

desarroldas para propagar a religón entre los no creyentes o para

mponerles un orden social acorde con los preceptos divinos; en ciertos

casos, la condicón sgrada de un guerra derva del hecho de que os

combatentes han so ritualmente consagrados; en otros, de las recom

pensas esprtuaes que agurdan a los que luchan o a los que mueren en

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ela; de la misa fora, se afira la santdad de las guerras lbradas pa

ra garanizar la unformidad religiosa para castigar a los desviados y

ara reestablecer la unidad de la Iesa. Frente a lo que pudier pensar

se, la condcón de no creente de enemigo no es sempre un requiito

ndspensable para que una guerra ea scralzada, puesto que ésta puede

tmbén lbrae contra todos aquelos que, particpando del ismo

credo, asuman nterpretacones no orodoxas o, smpemente, atenten

contra los intereses eclesástco, ya fuern estos políticos o econóicos.

De todo lo anteror e derva que, más que como na noción untaria,la guerra anta deba entenderse, como propone J.. Johnson 1, coo un

copejo de deas perfectaene dtngubles unas de otras, aunque in

errelaconadas en uchas ocasiones, o como u conjunto de fenómeno

reaconados, pero nunca como una ealdad singur y únca. Tal vez

ncuso sería conveniente utlizar térmnos específcos para cada caso,

pero hay que reconocer que el concepto de "uerra santa está deasa

do arraado, no solo en la hstorografía, sno tabén en e enguajecomú, como para rescindir de él En cualquer caso, a nustro juicio

má que defnir de manera precisa su sgnfcado para aplicarlo a cada

caso concreto y medir así su "grado de santidad, lo que conviene

apreciar y tener en cuenta es la enorme fuerza y el arrago de un haz de

nocones en la que las deas religiosas aparecen justfcando, aniando

y bendcendo a lo confctos armado en últples formas.

En el fondo de esta tendenca subace toda una concepción de la

historia, de Dos y del papel dl ombre en el desarrollo completo del

plan divino. Según aquélla, el dscurrr histórico, desde los orígenes

ta el Juicio Fial, está dirigido por la Provdencia que, a veces,

influye drectamente o mediante otros poderes sobrenaturale -santo,

ángeles, enviados especale- sobre el curso de lo acontecientos, en

tanto que otra o hace a través de os creyentes o de su enemigo. neste contexto, la guerra se resenta como un nstrumento utilizado por

Dios para defender a su pueblo o a su Iglesa de las amenazas externa o

de las dvsones internas, para expadr la fe y os límite de la

JOHNSON J: Te ly War Idea in Wese and Islaic Trdiions Uvt PkPv 17 p. 33

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cristiandad, para castigar a sus seguidores cuando pecan, se desvían o se

relajan en el cumplimiento de sus preceptos. En la medida en que ahumanidad tiene una responsabilidad activa o pasiva, según e caso y as

circunstancias, en la construcción del plan de Dios, los actos militares

que lleva a cao trascienden el plano estrictamente polític o terrena y

adquieren sentido en un orizonte teológico uco más ampli, de

manera que sus confrontaciones bélicas, o al mens algunas de elas,

entran a formar parte de lo sagrado.

La robustez y coherencia del concepto de guerra santa que surge de

esta interpretación explica que acabara convirtiéndose en una ideología

global capaz de dr una interpretación general sobre e pasado, el

presente y el futuro del pueblo cristiano, y de ofrecer una signiicación

integraora de la realidad inmeiata, de ahí que el poder laico lo utiliza-

ra para explicar sus propias funciones y comportamientos, así com ara

movilizr los recursos polticos, económicos y militares de sus reinos y

señoríos. Su potencialidad ideológica izo de ella una herramienta muy

atractiva para el estado secular, pero al ismo tiempo el peso especíico

de los medios de los que el estado disponía convirtió a éste, a los ojos de

los estamentos religiosos, en un instrumento aecudo para imponer os

fines de a guerra sant. Por tanto, el poder político terrenal y e

eclesiástico tenían una comunidad de intereses a la hora de activar la

cpacidad motivador e impulsora de aquella idea. Quizás de aquí sederive, al menos en prte, el enorme éxito que tuvo a lo largo de toda la

Edad Media.

LA GUERRA EN LAS FUENTES DEL PENSAMIENTO CRISIANO: EL NTIGUO y

EL EVO ESTAENTO

Para comprender el fenómeno de sacralización de la guerra que se vivió

en Occidente durante los siglos medievales, resulta necesario concer

previamente el conjunto de ejempos, preceptos e ideas que se contienen

en ls fuentes del cristianismo en el ntiguo y en el Nuevo Testamento,

puesto que ellas serán los auténticos rsenales ideológicos que inspirarán

a los autres cristianos y sus aportaciones contribuirán de una manera

definitiva a modear la idea de guerra santa en su formulación multiforme.

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Conviene tener en cuenta que ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento

ofreÍan a los creyentes un mensaje únco, inequívoco y coherente sobre

la consderación moral o religiosa de la guerra. Aunque la violencia y os

conflictos armados de tod índole esaban muy presentes en os libros

sagrdos -especialmente en e Antiguo Testamento-, lo cierto es que, e

conjunto, contenían enseñanzas que resutaban ambiguas, cuando no

directamente contradictorias. Si a ello se añade ue os pensaores

crstianos podían hacer una lectura aegórica, no textual, de as paabras,

exresiones o acontecimientos alí referidos, se entiende que los creyntes no encontraran en sus fuentes rinciales una doctrna general clara

sobre a guerra que es sirviera de guí icuestionabe en esta materia.

Peor un, los mensajes que se hallaban en la lectura de las Escrituras o

mismo podían servir pra condenar el uso de as armas que para bendecir

o sntificar las confrontaciones bélicas

En genera, e Antguo Testamento muestra una acusada tendencia a

sacralzar a guerra y ofrece a os cristianos abundantes ejemplos en osque el conficto rmado no soo está moramente justificado, sino que

demás presenta unas connotaciones incuestionablemente sagraas. E

no pocas ocasiones, a guerra que lbra el ueblo judío se hace en nombre

de Dios, que es quien a inspira y ordena, quen ayuda a su pueblo, quen

a dirige a través de jefes religiosos casmáticos, quien determina la

victoria o la derrota.

A veces el Dios del Antiguo Testamento interviene a favo de su

pueblo de manera inirecta, medinte catástrofes o fenómenos naturaes

que aniqulan a sus enemigos -como el mar que se cierra sobre el ejérci

to del faraón o facilitan na victoria -como e sol deteniéndose para que

Josué venza en a batalla, pero otras muchas su protagonismo y su ac

tuación es directa y "personal: aarece indicando a Gedeón el número

de hombres que necesita pra enfretarse a Madián, la forma en que deb seeccionarlos y la manera en que tena que acercarse a sus enemigos

(ueces, 7 1-1 ); se muestra adelantándose a los eércitos de Israe para

cusar a confusión entre ls troas enemigas y souzgarlas, como hizo

durante la guerra emprendida por Débora contra e ejército de Canan

(ueces, 4: 1216); nombrando a os jefes mitaes que han de guiar a su

uebo, como hizo con udá para que luchara contra los cananeos (ue

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ces, , castigándolo mediante la llegada de otros puebos invasores

que los saquean o esclavizan, o inspirando a un salvador para que loslibere tras oír sus súplicas (Jueces, 370

Ta como se presenta en agunos de los ibros de Antiguo estamento,como Éxodo, Números, Deuteronomio, Josué o Jueces, la guerra de Israelpuede considerarse santa en la medida en que es romovida por Dios, queestabece los ojetivos, determina las conquistas, interviene en las opera-ciones, ordena la represión y las matanzas, dispone del botí y de los des

pojos, como se advierte en las explicaciones de la ley dadas por Moisés:"Cuando el Señor, tu Dios, te haya introducio en la tierra que vas a

poseer, puebos numerosos caerán ante ti los hititas, los guirgaseos, osamorreos, los cananeos, los fereceos, los heves y los jebuseos, sietepueblos más poderosos y más potentes que tú. Cuando te los aya entregado y tú los hayas derrotado, los entregarás al exterminio; no arás pactosni tendrás compasión con elo ( ... ) Destruye todos los puebos que elSeñor, tu Dios, va a poner en tus manos; no se apiaden de ellos tus ojos nides cuto a sus dioses, pues eso sería tu ruina (Deuteronomio, 7 y 16).

"Si oyes decir que en una de as ciudades que el Señor te ha dado parahabitar en ellas, hombres malvados inducen a sus conciudadanos a servira otros dioses ( . .. ) pasarás a fio de la espada a todos os habitantes deaquela ciudad, la darás al exterminio a ella y a todo lo que hay en ella.

Amontonarás todo e botín en a plaza pbica e incendiarás la ciudadcon todo su botín como orenda en honor del Señor, tu Dios. Quedaráconvertida en un ontón de ruinas, que nunca se reedificará(Deuteronomio, 337

Ante las murallas de Jericó, Josué tuvo una visión en la que unhombre con a espada desenvainada se le presentó como "e jefe delejército del Señor (Josué, 5: 4 y fue e miso Dios quien le señaó las

instrucciones precisas para conquistar la ciudad durante seis días losguerreros de Israel marcharían lrededor de ella, llevando a siete sacer-dotes que portarían siete cuernos deante de Arca de la Alianza; aséptio día darían siete vueltas a a ciudad, harían tocar los cuernos,lnarían el grito de guerra y a muralla se desplomaría (Josué, 6:2-5).

En los múltiples ejemplos que se ofreÍan a los cristianos, no solo no

abía una condena moral de la muerte violenta, sino que a crueldad, e

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derrammiento de sangre, el asesinato, la destrucción Sn límites y elsaqueo quedaban sacralizados por ser Dios mismo quien inspiraba o

realizaba aqellos actos, que en consecuencia no podían ser sino santos:e Jericó, tras la aída de ss muros y el asalto posterior, ss segidores"entregaron a exterminio todo lo que había en la cidad, hobres y u-

 jeres, jóvenes y viejos, incluso los bueyes, ovejas y asnos, asándolos afilo de espada ( ) Después quemaron la ciudad y todo lo qe había enella, exepción de la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro quese depositaron en el tesoro de la csa del eñor ( ) El eñor estuvo conJosé, y su fa se extendió por toda la tierra (Josué, 6:21, 24 y 27).

Así pues, el mensaje que podía extraerse del Antigo Testaento enrelación con la urra no solo no era condenatorio, sino qe ofrecíaejemplos nítidos de guerra sagrada y bendita, en los que el eñor apare-cía como un caudillo ilitar, cuando no directamente coo n gerreroque ameaza a sus adversarios y reclama las armas necesarias para s

aniuilación en términos que, e bca de Dios, sobrecogen por elregocio que muestran en la crueldad

"Yo alzo al cielo mi mano y juro tan verdad como que vivo eterna-mente, cuando afile mi espada fulgurante y empiece a hacer justicia,toaré venganza de mis enemigos y daré su mereido a los qe eodian Emborracharé de sangre mis fechas y mi espada se artará deae; sangre de heridos y autivs, cabezas de jefes eneigos

(Deuteronomio, 3:40-42).

No debe extrñar, pues, que los hijos de Israel cantaran y alabaran asu Dios como "fuerte guerrero cuya diestra es "gloriosa en la otenciay "abate al enemigo (Éxodo, 5:3 y 6), un Dios protector, combativo ycombatiente, que luchaba jnto a su pueblo, tal coo debía recordar elsaerdoe a sus fieles antes de entrar en la batalla:

"Oye, Israel: hoy mismo vais a dar la batalla contra vuestrosenemios. No desfallezca vuestro corazón No temáis, no tembléis ni osasustéis ante ellos, pes el eñor, vuestro Dios, va delante de vosotrospara combatir con vosotros contra vuestros enemigos y daros la vitoria(Deuteronomio, 20:3-4).

Ciertamente, algunos pasajes de Antiguo Testamento mestran laguerra como n mal, como un castigo que destruye, epobrece y oprime

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a Israel (Deuteronomio, 2848-53), lo cua ha sdo interpretado por J.A.

Brudage como contrapunto a a vsón postva, o al menos agraable a

los ojos de Dos, que se desprend os anteriores testimonos, y a

sdo consderado como un prueba e a ambgüedad con que la guerra

es tratada en las antguas Escrturas Pero e heco de que se trate de una

dcón con la que Dos aenaza a su uebo s no guara ss an-

damentos y no cumpe el pacto estabecdo converte a la guerra, unavez más, en un nstrumento vno, sagrado, y no en un hecho

moralmente ondenable.

Por el contraro, en e Nuevo Testamento las acttudes frente a los

conctos armados, a oencia e ncuso e servco mltar resultan

mucho más ambivaentes, pudiéndose encontrar tanto ctas que ustfcan

un pacfso radcal como párrafos que aceptan la guerra o los medios

empleos para lbrarla. En cuaquer caso, no puede negase ue, en

conjunto, el mensaje de Cristo sobre a volenca contrasta en no poca

medda con el belcismo sagrao e as escrturas antigas.

Certamente, algunas acttudes y cos de Crsto podían ser nterpre

tados como referentes justfcadores de la vioenca y, por extensón, de

la guerra Así, la magen de un esucrsto racundo, que fabrca un látigo

de cuerdas pra gopear y exusa a os mecaderes del templo deJerusaén (Juan, 2: 13), aparab a enes, desde un perspectva

crstana se mostrabn dspuestos a portr y usar armas, especalmente

en defensa e a regón Después e todo, s e msmo Crsto o había

eco, sus seguores no podían ser condenados por elo Aqueas

paabras drgdas a sus dscípuos en as que es adverte "no pensés que

he vendo a traer a paz en e mundo; no he vendo a traer pa, sno

espa (Mateo, 1034), podían ser fáclmente nterpretadas como una

vaoracón postva de la guerra

En no ocas ocasones Crsto parece aceptar a autordad terrenal con

toas sus consecuencas, incluyendo a os ejérctos y as guerras que

ibran: hay que dar al César lo que es del César (Marcos, 12 17). n este

msmo sentdo, las palabras e San Pablo resutan todaa más

reveadoras acerca de a actitud de obedencia respecto al poder polítco

constitudo, aunque fuese pagano, que se esperaba de los crstanos, una

sumsón que suponía una explícta egitacón de uso de la fera por

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parte de las autoridades y un reconocimiento iplcito del deecho de

aquellas a hacer la guerra El razonamiento paulin respondía a ua

lógica povidencialista: todo cristiano debía de someerse a as autorida-des superiores porque éstas haban sido colocadas por Dios y, por anto,

eran sus servidores públicos, de manera ue quien se opone a ellas se

sitúa contra la vountad divina Por elo aba que aceptar su poder y

pagares e impuesto o el tributo debidos, pero po eso miso también

aba que reconocer que "no en vano la utoridad lleva la espada y esá

a servicio de Dios para castigar al delincuente (Romanos, 13: 1-6).

L condición miitar del centuión Coelio, un oficial del ejército

mano, no fue obstculo alguno para que fuera considerado como

obre devoto y temeroso de Dios, para que recibiera la gracia del

Espritu Santo y para que fuera bautizado por Pedro (Hecos, 10), ni a

profesión de aque otro oficial romano ipidió que Cristo ecoociea e

é a un ombre de fe y que curara a su criado (Mateo, 8:51, de mane-

r que a práctica de la milicia, con su inevitabe corolario de destruc-ción, sufrimiento y derramamiento de sangre, o parece incompaibe

co la entrada en la nueva comuniad de creyentes y a participación en

a fe de Cristo. A este respecto, no pocos autores medievales recodaían

en los siglos siguientes que San Juan Bautista bautizó a los sodados,

admiiéndolos plenamente en su profesión, sin condenar ni menospeciar

su oficio, y por tanto sin ecazar la dedicación a la guerra (Lucas, 3 14).

Frente a estas actitudes toerantes o comprensivas con el empleo de

as armas o con l profesión miiar, otras palabras y gestos de Criso

muestran un mensaje netaente pacifist en e que se renuncia de foma

expresa a uso de la fuerza y se propone para los creyentes un tipo de

vida basado en el mor y la paz As, San Pablo animaba a los creyees

"vivi en rmona y en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con

vosotros(2

Coritios,3: 1).

A este respeco, as propuestas de Jesúsen el sermón de la ontaña son de todo punto escarecedoras "Dicosos

los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios

ste moo de via pacfico impica una renuncia expresa a a venganza,

a a respuesta armada y airada ante una frena, a "ojo por ojo y diente

por diente, supone a aceptación sin resistencia de la agresión y la

generosidad ejemplar hacia el adversario: "no agáis frene a que os

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ataca. Al contrario, l que te bofetee en a mejill derecha, preséntletambén a otr". Y conlleva tmié l excusión del odio, o soo hci

e amigo sino también hacia el aresor: Sbéis que se dijo: 'Amarás rójimo y odirás a tu enemio. Pero yo os dio: d a vuestrosenemigos y rezd por los que os ersuen" (Mteo, 5:9, 38-44).

Algunos ejemos de a roia vi e Jesús hn servido tradicion-mente ara iustrar este recazo a a vioenca a a resistenci rmda,

a venanza y, o extensión, a a uerr. Así, se recued mucs vecesque nte a ctitu de Pedro en e mote e os Oivos, olpedo con aesada a crido del sacerdote que retendí apresr Cristo, éste

reaccionó ordenándole uardar e rma: Vueve a espa a su ur,que todos os que manejan esa esa morrán" (Mteo, 6:5).

Visto en conjunto, e mensae de Cristo sobre la uerr, el ejército y

a vioencia resuta ambguo o, veces, iectamente contradictorio: nose conena a rofesión miitar, o se auesta o a esobediencia hc

as autoiaes que ueden odena a uea, y se muestra Jesúsgoeano con e átigo quiees ofenden a Temlo, ero a mismotemo se afirma un actitud acífica ante a aresión que impic unenunca a uso e as amas y, or tanto, a os confictos bélicos. Sin

duda, agunos testimonios recogidos or os evangeists deí cusr

verdadera erejidad ente os creyentes que buscban un uía e etestimonio e Crsto: en os momentos finaes e a Útim Cea, cuandoJesús ya a anunciado a sus scíuos que va a ser traicionado, preceque es conmna a esistir meiate a fueza iciéndoles: e que tenabosa que a tome, y o mismo a aforj; y e que no ten, veda suanto y comre una esa", ero cuano en ese mismo contexto losaóstoes e señan que an encontdo os esadas, Cristo ls rechza

cateóicmente (Lucas, :3538).

A est ambiüedd se une el fuerte contrste ente e Dios belicoso,

vengativo y hasta snuinaro del Antiuo Testmento, y el Dios delNuevo Testamento que es resentao como e Dos del amo y de l paz"(2 Contios, 13: 11) o como un Dos que renuncia liberrse por l fuerz,

como ocurió en el monte de os Oivos. Frente a la étic" de a

resistenc, e taque y e venanza que está implícit e s eyesmosaicas que aiman cobr ma or m, ojo por ojo, diente por

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diente, mano por mano, pie por pie", el mensaje de Cristo opone a

resignación, la aceptación del al recibido, y propone no devolver ma

por al", sino vencer el al con el bien": en cuanto de vosotros

depende, haced todo lo posible para vivir en paz con todo el ndo.

Qeridos íos, no os toéis la usticia por vuestra ao ( ...) Si tu

eeigo tiene habr, dale de coer; si tiene sed, dale de beber; que s

haces esto, harás que se sonroje. No te dejes vencer por el mal; al

contrario, vence el mal con el bien" (Romanos, 12: 17-21).

Teniendo e cuenta esta falta de hoogeneidad y de coherencia de osmensajes testaentarios sobre a guera y el uso de las armas, se enten-

derá e dilema de las counidades cristianas colocadas etre el servicio

militar y la obligación o el derecho de derraar sangre aea, de una

parte, y la obeción de conciencia y el artirio, por otra. Se comprende,

pues, que uy pronto se manifestaran en el pesaiento y en las

actitudes de los cristianos dos grandes tendencas en relación con la

guerra: una de ellas, basándose en una posible interpretación alegóricadel Antiguo Testamento y, sobre todo, primando el mensae de aor

acia el prójimo cotenido en el uevo, sostenía la iposibilidad moral

de jstificar la violencia y el uso de las aras, anteniendo de esta

fora una congrencia oral frente a la tetación pragática que alen

taba a la defensa o al ataque en caso de necesidad. Otra, por el contrario,

sumiendo la literalidad de los textos sagrados y los pasajes ás

comprensivos hacia la violenci del ensae de Cristo, y adaptándose

tabién a la realidad política e histórica, aceptaba y ustificaba los

conflictos arados, dando carta de naturalea a la posibilidad de

sacraliar la guerra y sus anifestaciones

Las dos tendencis covivieron durante siglos, pero sus respectivos

pesos específicos feron variando con el paso del tiempo en sentidos

muy distintos: de un lado, la tedencia pacifista, claraente ayoritariaentre las priitivas counidades cristianas, fue perdiendo infuencia

hasta quedar reducida a ua posción testionial o refugada en algunos

movimientos arginaes, convirtiéndose en seña de identidad de algunas

herejías; de otro, la tendencia prgmática fue adquiriendo un

protagoniso creciente, hasta doinar plenaente el pensamiento y la

actitud cristiana frente a la guerra, convirtiendo a la fe de Cristo e una

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creencia mltate y fuertemente miltarizada, capaz de elevar lo bélico a

a categoría de sagrado.

LA GUEA CONDENADA

EL PACFSO D OS POS CSTANOS

Dante los siglos iniciales de s hstora, al meos hasta que se

produjeron las primeras manifestacones de su aceptacó e itegracónen las estructuras polítcas imperiales e tiempos del emperador

Constantno -pricipios del siglo V-, el crstiansmo mantuvo ua

actitd claramente pacifista, macada por el recazo a la pacpacó de

los creyentes en la guerra y e el ejércto, y po la cosderacó de que

el derramamiento de sagre era pecado.

Como R.. Bato, a quien segumos en estos párafos, se a encar

ado de subrayar, esta opción o derivaa de la leraldad de lasEscrituras, cuya ambigüedad y cotradiccioes al respecto acabamos de

señalar, sino de a interpretació determiada del pesameto de

Cristo que ponía el éfass en las ideas de amo y de compasó, y que

eatecía la paz como u rasgo que deía defr e compotaieo y la

aspiracó de los cristianos. La lectra que Sa Palo había eco del

mensaje de Cristo, maifestada en sus cartas, especalmete a los

romanos y a os efesios, marcó e ena medida la dreccó de esa

tendenca: os cristiaos gozaban de "paz con Dios, por lo que debía

alegrarse en las tribulaciones, mostrando umldad, masedumbe y

paciencia, gracias a lo cua reciría alegría, paz, esperaza y fotaleza

en la nueva fe; Dios es haía manifestado "nuevas de paz porque Dios

mismo era la paz para los cristiaos.

Independientemente de la nterpretació teológica que pudea darse alconcepto de "paz con Dios o de "paz de Dios, lo certo es que la insistecia

de San Pablo e aquellas ideas alejaba a la gerra y a las virtudes miltaes

de la escala de valores de los cristianos y, por el contrario, ensalzaba otras tan

poco castrenses como la smisión, la resignación o la no ressteca.

II BAINTN, RH: cttues cst nte l gue y l z Madrid 63 p. 51

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En consonancia con estos principios, los primeros cristianos no parti

ciparon en la rebelión de los judíos contra Roma en el siglo I y, frente a

las persecuciones de la centuria siguiente, prefirieron el martirio y el

scrificio al enrentamiento militar y la reacción armada. Igualmente, en

l práctica esta actitud implicaba un alejamiento de la via pública y una

falta de compromiso político con un Estado que, en buena medida,

representaba valores contrrios a los sostenidos por los cristianos.

De hecho, por los menos hasta las últimas décadas del siglo 11 no

parece que hubiera cristianos en el ejército roano y todo permite pensarque la actitud e la Iglesia era contraria al servicio militar A finales de

aquella centuria comienzan a aparecer los prieros testimonios que

deuestran la presencia de cristianos e las legiones, al ismo tiempo

ue se documentan las primeras condenas de ensadores cristianos

contra los alistaientos voluntrios, como las expresadas por Tertuliano

principios del siglo 111 Desde entonces, las menciones a militares ieles

Cristo no dejan de crecer, lo que permite pensar que las comunidaes

cristianas no prohibían -o cuanto menos toleraban la profesión de las

rmas entre los suyos, si bien los testimonios de Celso (segunda mitad

del siglo 11) y de Orígenes (mediados del siglo 111) demuestran un rechazo

general de los cristianos al servicio militar Si fuera cierto que, como

firma Tertulino, muchos hombres bandonaban el ejército tras su

conversión a la nueva fe, estarímos ate una prueba de incompatibiliad

etre religión y ilicia, ya fuera por razón de principio la "ética del

mor frente a la destrucción del enemigo, por miedo a caer en la

idolatría dada l obligación de mantener el culto imperial y la cercanía

a otros rituales paganos o por cuestiones políticas no se podía servir a

la misma autoridad que perseguía a los creyentes Desde luego, en

opinión del citado Tertuliano, la dole fidelidad, el doble juramento a

ios y al Estado, resultaba imposile e compaginar:"No hy acero posible entre e jrmento divino y el juramento

humano, entre el estandarte de Cristo y el estandarte del Diablo, entre el

cmpo de la luz y el campo de las tinieas; un alm no pude deerse a

dos dueños, a Dios y a César.

En todo caso, cualquier intento de compaginar el servicio de armas

con el ideal cristiano e vida, exigiendo a los soldados creyentes que

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evitaran el derramamento de sangre o la crueldad, debía de ser muy

dfícl de llevar a la práctica.Desde luego, el pensamiento cristiano de estos prieros siglos

presenta un corte incuestionablemente antbelicista, propugnando paralos crstianos el modelo de vida evangélico que emanaba de as crtas deSan Pablo, insprado en el aor al prójimo y en la virtud de a paz. R..Banton realizó en su momento una breve, pero lustratva seeccón detextos que refleja la fortalea de la tendencia pacifista durante esta fase

icial del cristiansmo. Atenágoras, por ejemplo, recordaba que "loscstanos no devuelven el golpe, no acuden a la ley cuando les roban;dn a los que les piden y aman a su prójimo como a sí mismos, mientrasque Justino Mártir subrayaba el cambo radical expermentado porquees se habín convertido a la nueva religión: "Nosotros, que nos

matábamos antes los unos a los otros, ahora no solamente no hacemos aguera a nuestros eneigos, sno que no podemos engañar ni mentir a

uestros jueces; nosotos morimos con alegría confesando a Crsto.Por su parte, Jerónimo de Alejandra comparaba el poder de convoca-

or de l guerra y del ejército co el poder de convocatoria de la paz yde Csto, pregonada a través de la trompeta del Evangelo y, realizandoua completa inversión de valores, animaba a los soldados de este nuevoejército a que hcieran de la paz su armadura:

"Si la potente trompeta convoca a os soldados para la guerra, ¿no hade poder Cristo, con sus acordes de pa, que suenan hasta los confinesde la terra, reunir a sus solados e paz? Él a formado un ejérctoexngüe mediante la sangre y la palabra para darles el Reino del CieoLa trpeta de Crsto es su evangelio Él la ha hecho soar, nosotros lahemos odo. Pongámonos, pues, la armadura de la pa.

A los crstanos que tuveran alguna duda sobre su particpación en e

ejércto, Tertulano les recordaba, a principios del siglo , que "Crsto,al desrmar a Pedro, descintó a todos los soldados, y una centuria des-pués Arobo destacaba la bendción que la enseñanza pacífca de Crstoacarrearía no solo para sus seguidores, sino para toda la humanidad:

"Puesto que en tal medida hemos aprendido a través de los preceptosy leyes de Cristo a no pagar mal con mal, a sufrir el daño antes de

flgirlo a derramar nuestr sangre antes que manchar nuestras manos

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y nuestra coCIenCIa con la sangre de otro, en adelante el mundo

desagradecido debe a risto esta bendición por la cua a salvaje

ferocidad ha sido amansada y las manos hostes se han abstenio de la

sangre de ua criatura que es semejante a nosotros".

Poco antes de edicto de tolerancia emitido por onstantno, otro autor

cristiano, Lactanc, hacía toda ua procama a favor de la objeción e co-

ciencia frente a una legalidad que aparaba e servicio itar y la guerra

Dios, al prohbir que se mate, desaprueba no solo el bandidaje, que

es contrario a las leyes huaas, sno también lo que los hombres consi-deran ega. La participación en la guerra no será, por tanto, legítima

para un hobre cuyo servicio mltar es en sí mismo justicia"

Parece claro que el pensamieto cristiao primtvo proponía una

alternativa a la guerra y a la ilcia secular: la mlitacia en risto,

basada en armas esprituales, en la paz y en el amor a prójimo, ajena a

los asuntos temporales y ndanos. Frente al ejército mperial se

azaban ahora los sodados de risto", frente a as banderas de

eperador, se enarbolaba el sigo de la ruz.

Sin duda, para estos autores la iagen de Dios bélico del Antiguo

Testamento deba de resultar chocante e irreconciliable con el ensaje

difundido por risto, de ahí que se vieran obligados a ofrecer agún tpo

de expicación que les permtiera concliar dos posturas raicamente

antagónicas. As, algunos pensadores entendiero que a guerra y la

participación actva de Dios en ella tenían sentido en términos históricos,

esto es, mientras que fue necesaria la conservación del estado judío

frente a sus enemigos, pero en la edida en que dicho estado ya no

exista, tanto los conflictos arados como la ivolucración en ellos de a

divinidad ejaban e tener justificación alguna. Para otros, como

Orgees, as guerras del Atguo Testameto no tuveron nunca ua

realidad histórica, so que solo representan na imagen aegórica e lalucha espiritual entre el bien y el al, con lo que se savaba la incompa-

tibilidad entre los distitos libros de las Escrituras as guerras

veterotestamentarias era ejeplos para la edificación moral e os

cristianos, no guías práctcas de conducta.

Resuta patente que, bajo estos principios y con estas actitudes, las

prieras comunidades cristanas y la glesia preconstatina no estaban

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en condicones n de justficar la guerra profana del Estado n de partici

par en ella a través de a profesó mlar. Mcho menos habrían estaodispuestas a sacralizar el derramaento de sangre ajena, n squera por

motvos reigosos. Por el contraro, ya hemos vsto que preferían antes

el martrio y e sacrfcio de sus propas vdas que la resstenca volen

t. Como ha apunado C Erdmann, el concepto so de "guerra santa

es habría parecdo absurdo, y no solo porqe lo bélico estaba en las

atípodas del mensaje pacfico de Crsto, sno tambén porque hacer la

guerra por motvos regosos, para mpoer las nuevas creencias a otrospuebos paganos, chocaba con e uversaismo y con el princpio misio

ero2. Dado que la religó crisian tenía ua vocacón uiversa,

ngún puebo podía idenficarse excusivaene con a causa de Dos,

puesto que todos esaba amados a adorare. En todo caso, era deber de

os cristianos levar a os otros puebos a palabra de Dios -así se lo

abía exgido a os apóstoes-, y es evidente que esta oblgacin

misionera contradeca la imposición violeta e la nueva relgón

Como veremos, la aceptacón de os crsanos y de la Iglesa por

pare de as autordades mperaes romanas en tiempos de Costatio,

y la conversió poserior de crisasmo en relgón ofcial del Estado,

ceron variar de manera radca a posc ecesástica sobre el serv

co miliar y a guerra, pero aun así a descofanza haca todo o bélico

no desapareció totamete y, durante sglos, se matvo en o pocossectores ua ndudable aimadversión frente al derraaento de

sangre, la destruccón y la volenca. Maar a un semejante, ncluso en

tiepos de guerra, sguió sendo considerado omo un grave pecao

sobre el que recaía una condena moral que acarreaba una pentencia.

L GU Y

La endencia pacfista manuvo una ciera preseca -decrecente,

pero negable- en el panorama de pensamento relgioso occidental por

lo menos hasta fiales del sglo XI, au cuando la Igesia católca hacía

tiempo que había sacraizado aguos aspectos sustacales de la gerra

12 ERDMANN c.: T/e Origil af ¡he de o Crusde Pntn 1977 pp 4-5

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y de los ejércitos, y lo bélico se encontraba plenamente integrado en los

rituales y en la ética cristiana.

Aunque la cristianización de Imperio Romano y la posterior inluen

cia germánica conllevaron un ato grado de militarización de la vida de

la Iglesia y de los cristianos, lo cierto es que el peso de la tradición

antibelicista no se esfumó de gole, sino que en alguna medida la

actividad miitar se mantuvo bajo sospecha. En consecuencia, durante

toda la Alta Edad Media no solo la guerra entre cristianos, sino también

la violencia contra os paganos, siguió marcada por el signo de ciertasanción oral o religiosa.

El análisis de los ibros de penitencias atomedievales one de

manifiesto que la Iglesia no dejó e condenar a los cobatientes que

hubieran causado la muerte de un enemigo durante una confrontación

armada. No sin cierta sorpresa, puee observarse e las penas eclesiás

ticas se dirigían tanto contra qienes practicaran na guerra manifiesta

mente injusta, como contra os que participaran en un conflicto

consierado legítimo y emprenio por un motivo justificado. Unos y

otros se veían obligados a realizar prácticas penitenciales -privacin de

comunión durante un tiempo, ayunos- como métoo de purificación del

derramamiento de sangre. El análisis de os libros de penitencia de la

época, en los que se recogía de forma sistemática y tasada e castigo que

el confesor ebí de imponer a os pecaores, ha servido para comprobarhasta qué punto la Iglesia manteía sus objeciones sore la violencia. Ph.

Contamine, por ejemplo, ha dado ceta de un penitencia anglosajón del

siglo VII en el que los supuestos para los que se establece una sanción se

refieren a casos de guerra justa -contra rebedes, en defensa de reino o

de la Iglesia, contra pueblos paganos-, circunstancia ue no es óbice

para que el derramamiento de sangre, y por tanto la guerra, siguiera

siendo considerado como ecado qe merece un castigo:

"Si el rey levanta un ejército en el reino contra insurgentes o rebeldes

y hace la guerra combatiendo por el reino o por la justicia eclesiástica, el

que cometa un homicidio en tales circunstancias no habrá cometido una

falta grave, sino que solamente, debido al derramamiento de sange, no

frecuente a iglesia durante cuarenta días, practique e ayuno drante

algunas semanas, sea acogido or el obispo en razón de su humidad y,

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una vez reconciliado, recba la comunión al término de esos cuarenta

días. Que si ua invasión de paganos ocupa el territorio, devasta las

glesias y provoca la guerra al puebo cristiao, quien mate a otro o

comete falta grave, sno que solamente no frecuente la iglesia durante

siete, catorce o cuarenta días y que entonces, ya purificado, tenga acceso

a la iglesi".

Varios libros penitencales de los sglos IX Y X recogen penas para

aquellos ue cometeran un homicdo en una expedicón pública o

cumpliendo la orden de un señor. En el peitencial coocido comoPseudo- Teoor se establecía para estos supuestos un castigo que se

alargaba durante diez años, mientras que el Arnel iponía un año para

el homicidio causado en una atalla dirigida por u rey en el marco e

una guerra justa y de dos años cuando ocurrese en un conficto de

dudosa legaidad. Igualmente, en el libro de penitencia de otro gran

pensdor altomedieval, Rabano Mauro, se rechazaba de plano a idea e

que fuera permisible matar en una guerra justa librada or orde de un

ríncipe y de ue, por tanto, no uera necesaro u arrepentimiento por

ello. Por el contrario, sostenía que en todo caso -y fuera oedecendo a un

dirgente legítimo que deende una causa loable, ya a servicio de un

rebelde que quiera la paz- matar en la gerra, a menos que fuera

accidentaente, era contraro a os mandamentos divinos, ya que estaba

convencido de que tales homicidios estaban motvados por la avarcia o pore deseo de agradar a los señores terrenales e perjuicio de Señor eterno.

Un famoso libro de pentenca fechado a comenzos del sigo X, el

Decretum de Burchard de Works, contene la serie de preguntas que e

confesor debía de hacer al comatiente. El tenor de cuestionario pone de

manifiesto que se consideraba necesario mponer un castigo a todo aque

que se viera involucrado en ua muerte voenta, indeendientemente, una

vez más, de que se tratara de na guerra jsta, por maato de príncipe legítimo o en defensa de a paz. Está claro que a Igesia no

 juzgaba inteciones, sino actos, de manera que todo asesnato requería

una sanción a margen de sus circunstancias:

¿Cometste homicdio durante una guerra ordenada or un príncipe

legítimo, para acazar la paz?, ¿mataste a u tirao que se dedicaba a

destruir la paz? Harás penitencia durante tres cuaresmas"

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Por supuesto, si el homicidio se cometía en otras circustacias

menos justificables -por ejeplo, actuando al argen o en cotra de unpoder legítimo, las penas eran más graves, equiparables a ls que

recaan sobre u asesio. En todo caso, ni e motivo del colicto y ni e

cumplimiento de una orden justa disculpaban a guerero. En consecue

ci, a partir del contenido de estos penitenciales, difícilmete odra

 justiicrse una guerra en virtud de argumentos religiosos cuano sus

eectos eran necesariamente pecaminosos

Sabemos que tales consideraciones no era meras amenazas, sino quede hecho se impoan estos castigos u otros similares a los combatientes.

Por ejemplo, en la seguda década del siglo x el snodo de Reims exigió

una penitencia a todos los guerreros que hbiera participado en la bata

la de Soissons, habida entre las tropas de Carlos el Simple y las del

conde de Pars, obligándoles a ayunar a pan, agua y sal durante las tres

Cuaresmas siguientes y en otras echas religiosas señaladas. Un sigo

antes, tras la batala e Fontenoy (841) entre el rey Lotari y sus her

nos Carlos el Calvo y Luis el Germáico, se había procedido de la misma

forma: aunque los obispos declararon en una asablea pública que se

haba combatido en una guerra justa sancionada por u juicio de Dios,

quel que hubier interveido en la campaña por ira, odio, vanagloria o

cualquier otro mal designio, debía conesarse secretamente de su culpa

secreta y se e juzgara según la gravedad de la isma".Todava e l segunda mitad del siglo XI, la Iglesia romana seguía

manteniendo que matar o herir en la guerra, por muy legítima y justa que

uera a causa, era una alta que mereca ser sancioada co castigos

eclesiásticos. Cotra toda evidencia -a estas alturas la Iglesa había

santiicado la guerra en no pocas ocasiones y estaba a punto de predicar

la Primera Cruzada, las autoridades religiosas parecían o aprobar ni

bendecir la actividd bélica y segua iponiendo penas a los comba

tientes. En realidd, se trataba de un doble pesamiento" difcil de

explicar, que aimaba y condeaba al ismo tiempo a a guera y a los

guerreros. El ejemplo de la batlla de Hastigs de 1066 result

paradigmático: el ejército normando que invadó Inglterra bajo el

mado del duque Guillermo lo hizo con el beeplácito papal, que

sacionó la expedició coo una casa justa y que posibleete icluso

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envió su bandera como signo de compromiso, aceptación y bendició de

la campaña militar. Aun así, después de la batalla que permitió el acceso

al trono inglés del uque de Norandía, los obispos y e legado ppal

aplicaron diversas penas a los combatentes por as muertes y heridas

causadas a sus enemigos: una penitencia de u año por atar a un

dversario, cuarenta días por herirlo.

Es verdad que os penitenciales distingue entre la muerte causada

po un combatiente en una guerra injusta, que recibe una dura sanción

equivaente la impuesta por homicidio, de aquella ocurida durante unauerra justa, defensiva y lideraa por u príncipe legítimo, cuyo castigo

resulta más levadero, pero lo significativo es que en ninguno de os

casos la cción del combatiente recibe justificación ni bendición, antes

l contrario, se considera un acto impuro y pecaminoso que requiere una

purificación mediante penitenca.

Esta consideración inmoral de la guerra contenida en os liros de

penitencia er un relejo de parte del pensamiento eclesástco que mantenía viva la tradición pciista el mensaje evangélico. Po lo que

respecta a esta corriente de pensamiento antibecista, podría recordarse

que en el siglo IV, con una Iglesia y comprometida co e poder político

romano, Basiio el Grande seguía sosteniendo que "El matar en a uerra

fue difernciado del crimen por nuestros padres ( ... ); a pesa de eo,

quizás estaría bien que aquelos cuyas manos están manchadas se

abstengan de comugar durante tres ños.

Las prescripciones de papa Nicolás I, fecadas en a senda mtad

de sigo X haciendo una distinción radica entre os milites Christ -os

clérigos- y los milites saeculi -los licos-, prohibiendo a os primeros la

participación en los ejércitos reales o impeiaes y e uso de aas

-incluso frente a enemigos no cristianos-, y castigando con la expusión

de orden a todo eclesiástico que matase a u pagano, aunque fuese endefensa propia, también denotan cierto prejuicio mora en tono a ls

actividades miitares. Más aun, este potífice estuvo e con de a

utiización de a fuerza para a conversión de os no creyentes.

A mediados del sigo X a gesia orieta reciía o esádo la

ropuesta de emperador Nicéforo Focas de que los guerreros isiaos

muertos en combae fueran considerados como mátires, eordando

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precisamente que los que mataban en as guerras eran condenados por los

cánones ecesiásticos con una pena e excomuión temporal:

"¿Cóo se podría considerar aqeos que han maado o que han

sido aados en la guerra coo mártirs, o como iguaes a os márires,

cando os santos cánones los obign a a penitencia de esar separados

durante tres años de a sana y venerab comunión?.

E el sigo XI, agunos de os más iportantes partidarios de la reforma

de a Iglesia sostvieron posturas caraent contrarias a la violencia y

fuero especialmene cobativos contra os argumentos que patrocinabanel uso e a fuerza por agentes ecesiásicos, incluido el Papa, aunque se

aegasen otivos religiosos. Fubero d Chrres, por ejeplo, aremetió

contra los obspos que librabn gerras o recutaban tropas, con el argu

mento de que la Iglesia úncamene podía hacer uso de a espada espiritual.

El estado de necesidad, a jusicia e causa, as prsiones de los enemi

gos, no ern su juicio oivos para qe as atoridades ecesásticas

omaran o hcieran tomar las armas: os hombrs de Iglesia soo podían

defeerse con paciencia y con oraciones. La guerra quedaba reservada al

poder scular, pues únicet os príncipes legítimos podían hacer uso

de la espada para perseguir a os avados.

Otro de estos personjes, e carde Pedro Damián, al enjuciar a

actuació del papa eón IX en a guerr conr los normandos, ddaba de que

los muertos en aque coficto, ibrado en defensa e os intereses de a Igle

sia y irigido por un potífc, pudiran sr cosiderados márties, como pre

tendía a propaganda ocia, porque os verdros mártires -recordaba

Pedro Daán uca mataron a ndie, ni heréticos n a paganos, sno que

por el contraro accedieron a la gloria a tavés de su sacricio. a Iglsia, qu

se abía fundado sobre amor y a paciencia, no podía toma a espada para

vegarse aun cuando fuea agredida, oprimida y robada. En el peo de los

casos, la defensa aaa de a Iglesia debía de ser sumida por los poders seculaes, pero nunca por el propio Papa. Su conclsión o poa se ás cara:

"En inguna ccunstancia es ícito, para la glesia unersal, toma

las amas efesa de la fe; todvía menos deben los ombres enta e

batalla por sus benes terenales y rasitoros.

E esta consdeació Pero Damiá no estaba solo Oto de los gran

des eformstas de aquel siglo, el cardenal Humbeto de Sla Cadda,

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también estb convencido de que ni l Iglesi ni los cristinos podín

perseguir os herejes con l fuerz de ls rms, pesto que odocrstino que tomab l espad se colocb en el cmino de l vioenci

y de perdició.

Las crítics l uso de l fuerz por prte de l gesi, y especilme-

te a l ctitud miitrist del pp Gregrio VII, tmbién viniero de l

mano de sus opostores imperiles en l guerr de ls Ivesidurs.

Básicamene, os prtidrios del emperdor censurron que el ponífice

omano predcar vioenci y defender e derrmmiento de sngre

en vez de las enseñnzs evngélics y el ensje de pz y de mor

ropio de Cristo:

"Es cristino enseñr, no hacer guerrs [escribí e Anipp poydo

por Enrique IV]; enfrenrse injustici co pcienci, o vengrl.

Criso no hizo nd de eso, ni tmpoco ninguno de ss sos.

A juicio de sus contrdictores, l guerr librd por e bie de lIgesi, que regrio preconizb, no estb jusificd, y ello er sí no

soo por amoridd implícit en una defens rd de Sn Pedro,

sino tabién porque l encbezr un ejército, el Pp hcí uso de un

espda que no le correspondí. Ess crítics l empleo de l violeci

por prte de l cbez de glesi no procedín de u cld

preocupción morl, y que estbn dictds por el interés políico del

Emperdor en su luch contr el Pp, pero no dejn de ser indicivs

de un estado de opiió cotrro u deterido ipo de guerr: l

inspird por l Iglesi.

Es evidente que ests últims posturs no represent u pcifiso

radicl, puesto que diten uso de l fuerz por prte de s oid

des seculres y se liitn excuir los eclesiásticos del círculo de los

guerreros, pero l enos hy que reconocer, con C. Erd, e si

estos pnos de vist hbiern seguido siendo los doines dero d

l glesi, o hie existido ls Cruzds.

LA CBAERÍA: UN PROFESIÓN MAVDA. IICIA y MAICIA

Así pues, pr chos utores cristios de l Al Edd Medi l

guerr continuó siendo u suto pecinoso y condele, jeo los

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postulados evangélicos. Es verdad que algunos estaban dspuestos a

admtir a legitimidad de ciertos confictos bajo determnadas condicio

nes, pero la volencia y el derramamiento de sangre seguían evantando

sospechas morales y, en todo cso, se exigía que los hombres de Iglesa,

aquellos que precisamente debían de imitar a Cristo, se mantuvieran a

margen de la activdad miitar. La idea de que se trataba de una práctica

impura sobrevolaba la noción que el pensamiento cristiano tenía de os

conflictos armados, y esta consideración se extendía no solo sobre sus

consecuencias -muertes, heridas, destrucciones, volenca-, sinotambién sobre los agentes directos que as causaban: os cabaleros

Si bien es cierto que las objeciones eclesiásticas al servicio militar de

os crstnos desapareceon una vez que se produjo la conversión de Im

pero Romano en un Imperio cristino y confluyeron los intereses del

Estado y de la Iglesia, la condición de soldado y su modo de vida no dejó

de levantar ecelos en medos religiosos. La insistencia de muchos autores

crstano en distinguir entre el modeo de miles Christi, dedicado alucar contra el ma con armas espirituales, con paciencia, resignación,

oraciones y fortaeza de ánimo, y el de iles saeculi, portador de aras

covencionales, qe se recrea en a efusión de sangre, se mueve or la

codica o la ambición de poder, nos coloca ya en n escenaro que recrea

la dicotomía entre la vda deseable y meritoria e los monjes, y a

ecazable y abyecta de los profesionales de la guerra

Durante siglos, especialmente tras la dsgregación del Ipero

Carolingo y la difuinación del poder públco drante los sgls IX y X,

a caballería se convirtió en el eemgo declarado de los ntereses

eclesásticos y fue ojeto de todo tipo de condenas por parte de as

autoridades eclesástcs Eran los señores laicos, rodeados de sus catervas

armadas, los que pertrbaban la paz y orden, abusaban de os campesnos,

atracaban a los coercantes y, sobre todo, nvadían las terras de as gesias y onasterios, les arrebataba sus doinos, volaba ss derechos,

rapiñaan sus rentas N los obisos en sus diócesis ni el Papa en sus esta

dos eran respetados por aquea gente adta, adrones, hocdas y

depredadores ue vvían de la guerra y el botín, de rabajo ajeno y, o ue

resutaba más dooroso entre os religosos, a costa de os benes de los po

bres, es decr, de los iereses econócos y jrsdccionaes de la Igesa

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En esta época de debilidad de poder cetral, muchos pricipados

aicos, señoríos y castellanías, se fundaon, se asetaron y cecieosobre el pilaje y la apropiación de os bienes eclesiásticos, anexioná

dose propiedades y rentas, extosionando y saqueado los bienes de los

onaseios y de a Igesa. an éstos os ecusos qe, a su vez, sevían

a aqeos malhechoes paa sostene a ss ejércitos de bandidos ue

cendiaban, asesiaban, vioaban y robaban. Todos ejercía el mismo

oficio, todos se identificaban en una misma condició: todos ean milites

saeculi, cabaleos

Aqela pofesió mal vada solo podía meece una codena otuda

y, desde lego, únicamente podía conduci a a pedición eterna U

conocdo moje y cronisa del sigo Xl, Oderico Vita, cuyo testimoio

fe gosado po C. Harpe-Bi, se ecea a la hora de destaca el teble

desno y los omentos infeaes qe esperaba a a mayoría de los

cabaleros: en la procesión de os codenados, sus cerpos apaecenneros por las quemadas, sus armas estaba incndescetes o de

elos levaba en s boca un palo ardiendo, ás pesao que el castillo de

Roen; oro ea orrado con na bola de fego alededo de sus

obios, porque en s vida se había dedicado a emplea espuels afiladas

para deramar sange ajena.

Ya hemos visto e inclso cando se empleaban en gueras justas, bajo

e mando de príncipes legítimos y po motivos ícios, debía hacepenitencia. Por supuesto, estos mahechores siempe podía intentar la

reconciiació co sus víctimas eclesiásticas devovidoles los biees

obados y añadiedo otras dádivas, buscado el pedó a tavés de las

donacioes, aliviando sus remordimientos con regaos a as casas monásti

cas, fdando y mateniendo elos ismos na comunidad de eligiosos

Peo au así seguía habiendo eligiosos recalcitates ue se egaban a

inecede por la savación de aqelos laicos: San Aselmo, po ejemplo, o

estaba nada seguro de qe los mojes deberan aportales igún socoro

espiritual A su juicio, os aicos se paecían a la població de ua cidad

sediada que fácilmete podía scumbir ante los asaltos del eemio, el

Mal, ientas que los ojes fomaba la guaición del cast1\o, ue estaba

a salvo del atue mentras no cayea e la tetació de sacificase po sus

coreliionarios, mrado por las vetaas y exponiédose al peio

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Para estos malvados, el camInO de la salvación estaba cerrado.Únicamente renunciando a su profesión, abandonado la milicia secular y

entrando en la milicia de Cristo, en la vida monacal o eclesial que tantoatormentaban con sus perversas acciones, tenía alguna posibilidad. Lacaballería, el oficio de la guerra, el istrumento de la violencia, solocoducía a la perdición.

La hagiografía se encargó de proponerles un modelo de vida acorde alas experiencias caballerescas, el de los satos militares. Ellos les podían

ofrecer el ejemplo a seguir: San Martín de Tours fe un soldado, peroabandonó su oficio inmediatamente antes de una batalla, en la que abríatenido que derramar sangre ajena. Su cofesión fue rotunda: "soy solda-do de Cristo; no puedo pelear, y prometió hacer frente a los enemigos aldía siguiente sin más armas que la cruz. La conclusión de la paz, sin dudaprovidencial, le salvó de su promesa y se le permitió dejar el ejército.

Ciertamente, sostenían los mojes, los guerreros Martín de Tours y

Seastiá se convirtiero en santos, pero o porque luchasen con valor, porfielidad a su señor o convencios de su causa, sino precisamente porquedejaron e hacerlo, por su caridad y fe. Mauricio y la legión tebana tampo-co se gaaron la palma del martirio combatiendo, sino negándose a cumpliruna orden y a coger las armas para defenderse. Alcanzaron la santidad pre-cisamente porque renunciaron a su oficio bélico, no porque lo practicaron.El croista rderico Vital, ha hecho notar J. Flori, recuerda cómo el clérigo Gérold d' Avranches se esforzaa por convertir a los caballeros para quesiguiera el ejemplo de los satos militares como fórmula de salvación:

"Les arraa la historia edificate de los combates de Demetrio y deJorge, de Teodoro y de Sebastián, de la legión tebana y de s jefe Mari-cio, de Eustaquio, el comandante en jefe de los ejércitos y de sus com-añeros, que ganaron la corona de martirio en los cielos. Les hablaba

también del santo campeón Guillermo quien, después de aber servidodurate mucho tiempo por las armas, renunció al mundo y combatiógloriosamete por el Señor bajo la regla monástica. Numerosos fueronaquellos que se aprovecharo de sus exhortaciones: él les savó delocéano del mundo para conducirles al puerto seguro de la vida regular.

n efecto, algunos de los jóvees caballeros y escuderos decidieronentrar en un monasterio, y rderico se mostró convencido de qe ss

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esperanzas de salvación mejoraron notablemente con el cambio, pero

también nos dejó una imagen cabal de la percepción que teía de lacaballería y de sus prácticas: "así, Gérold, mediante la pedicación de l

palbra de Dios, levantó a hombres hundidos en la oscurida e la cegue-

ra espiritual y atrapados en la profundidad de las tentacioes undanas,

hacia cosas ejores, como u gallo despertando de la muerte a los

durmientes de la noche.

Ciertaente, la orden de Cluny propuso un modelo propio de caballero

cristiano que no necesitaba abandonar ni su profesión ni el "siglo para

alcanzar un comportamiento ejempla y bendito: San Gerardo de Auilac.

Pero hay que reconocer que su modo de vida se asimilaba más a de un

monje o un asceta que al de un laico, puesto se le presenta como un pín-

cipe que gobierna según los principios evangélicos, que antiene la

castidad, que se esfuerza por no usar la espada y que, cuando lo hace,

utiliza el ldo romo pra no heri. Desde luego es un caballero victorioso,pero no por su habilidad con las aras, sino po las intervenciones

milagrosas de Dios Es un guerrero, pero no está guiado po la ambición,

la sed de venganza, el orgullo y el afán de conquista, sino po l protección

del pobre y el déb 1 contra los abusos de los poderosos.

Incluso después de la Primera Cruzada, el ideal monástco seguía

anteniendo la supeioidad de la vida eligiosa sobre la ilta, seguía

predcando a os guereros laicos el abadono de su medio de vda y latoma de los hábitos como vía de eención de una profesión condenada.

No obstante, hay que señaar que, al menos en cierto sentido, el monas

teio no era radcalmente diferente al campo de batalla desde el

principio de la Edad Media, el modo de vida de los monjes fue intepre-

tado en téminos militaes y su actividad fue presentada como un

combate permanente contra el Mal, una guera más peligrosa y du que

la terrenal. En el siglo IV, por ejemplo, San Jun Crsóstomo se:

"Si consideras la guerra, entonces el monje lucha co demonios, y si

vence, es coronado por Cristo. Los reyes lucha con los bárbos. E l

medida en que los demonios son más temibles que los bárbaros la victo

ra de los monjes es ms gloriosa. El monje ucha por la religión y por el

verdadero culto de Dios (.) el rey para capturar e botín, inspiado por

la envidia y e ansia de poder. Una centurias más tade, en el sglo XII,

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el monje-cronista Orderico Vital consderaba al moasterio como ua

ciudadela de Dos donde los campeones puede emplearse en cobaes

ntermnables contra Behemoth por s alma". La liturgia y el leguaeclunacense estvieron particularmente miltarzados, hasta el punto de

qe los especialistas han llegado a consderar la vda de estos monjes

como na mitacón rtualzada de la vida del caballero" que permtía

desplazar la agresión del mndo real al sobrenatral. Como ha subrayado

HarperBll, si el recto monacal era una magen de espejo del cielo, se

guramente los contemporáeos estaban pensando e el cielo de Mare3.

A pesar de la militarzación de los ritales monástcos, parece claro e

los caballeros o estaban dspuestos a renunciar fácimente al oficio de a

guerra, por lo que la religiosdad laica forjó sus propios modelos. Paradó

 jcamente, los santos guerreros que habían alcanzado la corona de martiro

gracas al abandono de la armas, acabaron convrténdose en protectores

de los cabaleros crstianos qe lchaban cotra los paganos. En los

cantares de gesta, el monje Guillermo del qe se hablaba e el anterortexto, qe dejó la vida miltar para entrar en el monasterio, es presetado

como un monje ue abandona su santuario para convertrse en u héroe

que combate contra los nfeles, espada en mano. E la literaura de los

laicos, aquella que estaba destnada a los oídos de los caballeros, los

gerreros tambén son márires y santos, pero no por su inacción y sacrf

cio, como ocurría en l hagiografía, sino por su actuación militar.

Con todo, ha que reconocer que la propaganda y la presió

mnásica hacían mella sobre la moral de los milites. No es exraño qe

entre los comportamientos piadosos de la clase caballeresca, se eten

diera la práctica de renunciar a la vda secular y enrar en la vida

monástca poco ates de la mere o tras algú episodo draáico,

habtualmente relaconado con la guerra heridas, mutilacoes ... o con

peregrinaciones peitenciales no ajenas a la gerra. Cieraene elo

daba lugar a acttudes marcadamente cíicas, como a de ael cabaleo

violento que, al ser repredido por el abad de un monaserio por s

comportamiento, contestó con insolencia e cuando dsfruara

13 HARPER-BILL, c.: "The piety of the AngloNorman kghty class R.A Brown (ed)

Proeedigs of ¡h Baute COfere 0/1 AgtoNora Sldie 11, 979 Suffok, 1980, pp 5-6

4

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suficientemente de los placeres mundanos y se cansara de uchar se

convertría en monje. Pero hay otros muchos casos qe, a menos en sus

mnifestaciones expresas, refejan arrepentmiento y sincera conversión.

En cualquer aso, a los efectos que aquí interesa, lo que cabe resatar

es que par los cabaleros del siglo XI, la salvación espirita dentro de

su status resuba particuarmente difci, de ahí que optasen por la

renuncia s odo de vida belicoso Oviamente, ello implica una cara

conciencia de que anto su acividad aitual, la guerra, como su profe-

sión, la de las aras, les marcaban un camino directo a la condenación.

Sin embargo, en aquelas décadas faltaba ya poco tiepo para que a

caallerí fuera definitivamente cristianizda y qedara integada en a éti

ca mitar de la Iglesia. Aun así, incluso en los escritos de uno de os

utores que más influecia tendría en a creación de una caallería

cristiana, servicio de a fe y de a Iglesia, San Berado de Crava,

puede rastrearse la opinión común que hasta entonces abía predoinadoe círcuos eclesisticos sore la caalería y la gerra Al drigirse a os

guerreros aicos para rooees a nueva milicia que aunaba condi

ción militar y a monstica, les recordaba el peligro constante e que se

encontraban sus almas como consecencia del oficio que pacticaan:

"Cantas veces entras en combate, t que militas en as fias de

ejército exclusivamente secular, deberían espantarte dos cosas: matar al

enemgo corporalmente y matarte a ti mismo espitualente, o qe é

pued matarte a t en cuero y aa. Si tu deseas matar al otro y él te

mata , eres coo s fueras un omicda. S ganas la batalla peo

mata a algien con el deseo de mllarle o vengate, segurs viviedo,

ero quedas como un homiida, y ni muerto ni vvo ni vencedor ni venci

do, merece la pena ser un hoicida. Mezquina vitoria a qe ara vencer

a otro hobre, te exge que sucubas antes fete a ua inoraiad.staba claro a los ojos de los pesaores cstiaos que los abaeros

secuares no eran sno homicidas. O dicho de otra ora por el mso

autor, ms que milca, aquello era alcia:

"Renunciad a ese género de lcia, o or mejor decr, de maca

perversidad, tan inveteada ente vosotros, con qe os arms de cotio

para preciptaros unos contra otos y extermnaos por vestas propas

manos. ¿Qué uror os aebata, desventurados, aa hundir vesta espada

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en el corazó de vuestro hermao, arancándoe junto con la vida del

cuerpo la de alma? El vencedor puede gloiase en tales cobates d

haber muerto a su propia aa cuando se alega de hab atado a s

enemgo. anzase a tales comates no es n rasgo de brava y de

audaca, sno ás bien de locura, de nsana y frenesí".

Para entoces, no obstante, la guera y la caballeía se abían sacrali-

zado en muy buena edida y la Iglesia había elaborado unos modelos

que permtían integrar a la voenca e su escala de valoes. De echo,

haca mucho tempo que las posturas no belicistas abían eadopostergadas en os mágenes de la ortodoxa. Los rscoldos del pacifiso

evangéco solo podían encontrase en el seno de la erejía.

MÁ ALLÁ DE LA ORTODOXA: PACFSO Y HEREJíA

Desde que, a principios del siglo IV, el cristianiso f tolrao, p

especalmete cuando en las décadas fnales de aquella centia seconvirtó en la religión ofcial del Estado romano, la glesia s econtó

en ua posición política y mateial my dfíci paa matene ls pst-

ados pacstas más coheretes del Nevo Testaento, speciant

aquelos expesados po Crsto en el seón de la motaña. Coo

tendremos ocasió de compobar más adelante, s status

compometía en la defesa y e mateiiento del p líti y l

Impero ahora cristiao, de manera que los epaos oals aia

serico militar y hacia a gera fueon qeado aias. Las

circustancias de siglos posteriores, coo la constitución de los rinos

gmánicos o la integración de la Iglesia en las estctas plíticas,

institucioals y econóicas de las diversas monarqías atdiales,

le empujaron por el ismo camino de aandono de las tesis n blicistas

más adcales. Otas convicciones deológicas, aptaas po P.Contamne, viieo a suas a esta tendencia: la copci a

verdad religiosa como un bien sprmo qe abía e prtg ft a

los ataqs de paganos, cismáticos o eejs; la ia ga jsta

eedada del deeco romano, que peritía tiliza la fea sa

propia o paa ecpear bi o n deeco iegítiaet abata;

las propias ocioes belicistas del Atigo Tstamet, t.

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En consecuencia, la Iglesia acabó dando carta de naturaleza a la

guerra en la ética cristiana, justificando la violencia y el derramamientode sngre. Con todo, la conciencia de que as actitudes probélicas tenían

difícil encuadre en el ejemplo y el mensaje de Cristo, la certeza moral de

que la muerte causada en un enfrentamiento bélico era homcido y

pecado, la seguridad de que la ambición, la soberbia, la envidia o la ven-

ganza estaban en la base de la mayoría de las confrontaciones armadas,

llevó a las autoridades eclesiásticas a establecer para los cristianos un

doble rasero en relación con la uerra: mientras que los fieles podían y

debían participar en los ejércitos y seguir a las autoridades seculares a

las campañas, los hombres de Iglesia debían de manteerse apartados de

as armas, en situación de pureza, como imitacin de Crsto. De esta

fora, los principios de no resstenca, a paciencia, el amor como

instrumento para comatir el mal, quedaban restringidos al círculo

estrecho de os clérigos y monjes, en tanto que se dejaba en manos de loslaicos la egitimidad para aplicar la venganza o la reacción armada.

Se comprenderá que, desde muy pronto, surgieran en el seno del

cristianismo movimentos que toeraban mal este estado de cosas y que

reivindicaban la vigencia y vivenca plena de los prncpios evangélicos

para toda la comundad cristiana y no solo para los eclesiásticos.

Resultaba escandaloso que la mayoría de los creyentes quedase al

margen de la mitación a Cristo, de la vida purificada tal como se expre-saba en e Evangelo. El amor a prójio, el combatir mal con ben, el

sacrificio, el martiro, igual que la pobreza, la humildad y la castidad,

eran actitudes y virtudes irrenunciables para todos los fieles.

Dada la postura oficial de la Iglesia sobre estas cuestiones y su

compromiso con un poder polítco que, en buena medida, se sustena-

ba en el monopolo de la fuerza, aquelas propuestas pacifstas no solo

contenían un fondo subversvo evidente, sio que además amenazaban

a la unidad de la Iglesa y de la fe, tal como había quedado estabecda

en la interpretación ortodoxa de testimonio de Dos hecha por la

misma Iglesa católica. Así las cosas, no es de extrañar que las

nterpretaciones pacifistas más radicales del mensae de Cristo,

estuvieran siepre en a frontera de a ortodoxa, rozando o cayendo

drectamente en la herejía

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En una fecha tan temprana como el siglo v, San Agustín tuvo que

cobatir con su obra a a herejía maniquea que sostenía un pacfso

doctrina basado en e Nuevo Testamento, según el cua hacer la guerra

contradeÍa el pricipio de amor cristiano. En su cosieració sobre la

guerra, los maniqueos atacaban el Antiguo Testamento a consierar que

as "guerras divinas, ipusadas o dirigidas por Dios, era imposibes

de compatibiizar con e mensaje de uevo Testameto.

Sigos más tarde, la antorca de a no vioencia fue recogida por otros

grpos arginaes o herétcos sobre os que Ph. Contamie ha ofrecidoagos puntos de referencia básicos 14: os valdenses condenaban coo pe-

cado la uerte de u cristiano en un conflicto bélco y se negaban a part

cipar en el servicio ilitar; los cátaros consderaba crimnal cualquier tpo

e guerras, incuyendo as justas, entendían que los soldados eran asesnos

aunque atasen en cupimiento de na orden y ni siuiera estaban dis

pestos a aceptar a muerte ajea en defensa propia; para os oardos

ingeses del sigo x "el asesinato en bataa (.) es expresamente cotra

rio a uevo Testamento, en virtud de mandato hecho por Cristo a los hom

bres de aarse y tener piedad de os eneigos y no ataros e manera

que la gerra era reprobable independientemente de su causa: no era lícto

n santo luchar cotra los infieles, nigún cristiano ebía combatr contra

otros crstianos e defensa de la justica, un creyente tenía prohbdo e

federse o resistir por la fuerza un ataque, la pena de muerte y la venganzaeran iuamete codenables; entre os hussitas hubo ua raa pacifsta,

dirgia por Pedro Cecicky, que recordaba que a ey de Cristo era la ley

de amor y ue esta ley prohibía matar, ue as armas de los cristiaos solo

podían ser esprituales y su msó era la de redimir alas, no estrr

cuerpos, y que staba a sus adeptos a no partcpar en el servcio mtar.

E efinitva, coo ha cocludo e ctado autor, todo esto venía a ser la

recuperacó, por parte de los movmietos heréticos, de muchas opoesde la propia glesa católica preconstantiaa, y o eran so la traslación al

comportamiento del conjuto de la sociedad y de los poderes públcos de

aquellas actitues que la Iglesia reservaba para quees pretenían acanzar

la perfección, esto es, para os clérigos y os mojes.

14 CONTAMIE Ph. : L gu dd di Barcelona 984 pp 364·366

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LA GUERRA SACRALIZADA

Si poner la otra mejilla como norma de comportamento, s aceptar a

persecución y la violencia con resignación, si renunciar a la vengaza an-

te actos hostiles, si defender la vigencia del sermón de la montaña en las

actitudes cotdanas de los creyentes se había llegado a convertr en una

doctrna pelgrosa, errónea y heterooxa, entonces estaba claro que a

"tendencia belicista a la que nos referíamos págnas arrba haba

triunfao plenamente en el pensamiento crstano y en las posturas

oficiales de la Iglesia católica.

De una manera progresiva, la robustez de las ideas que preconizaban

la no iolencia y que fueron dominantes durante los tres prmeros sigos

de crstianismo fue debilitándose y dio paso a la aceptación de a espada,

a la justificacón de los conflictos arados, a la sacralización de a

guerra, a la cristanización de la caballería A caballo entre los sglos

yII, Tertuliano haía sosteido que "Cristo, al desarar a Pedo, descitó a

toos los solaos Parafraseando a este autor, puede afrmarse que, con

el paso el tiempo, los sucesores de ero y otros pensadores que renter

pretaron el mensaje del Eangelio se encargaron de rearmar el

cristianismo y de recomponer los cintos de los guerreros. A su disposicón

estaba el ejeplo del belcoso Dos del Antiguo Testamento y agunos

párrafos ambiguos o descontextualzados e la palabra de Jesús Lascrcunstancias hstórcas por las que pasó Occdente a partr del siglo IV y las

vicisitudes de la Iglesa altoedieval nuyeron de manera etermnante en

este cambio de actitud, que e realdad tiene mucho de aceptación de las

nuevas realiades y de adaptación pragática a las msmas.

N N TT T : PTÓN Y PTÓ PMÁT

a conversión del mpero O/ano y la ueva posción político-ideológca

de la glesia

unque con anterorad al siglo V pueden señalarse algunos

indicos, especialmente en Orente, de reclutamentos e fuerzas armadas

o de ntervencón drecta en algunas operacones mltares por parte de

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autoridades eclesiástics, lo cierto es que hay que esperr hs que el cris

tinismo fuera tolerdo po Costanino, se pusier fin ls persecucioes,

y se convirie en religión oficil el Imperio e tiepos de Teodsio,

para que se produjer una linz estble ere el Esdo y l glesi.

La nueva posición lcanzd por és, incrdid o e los

resrtes del poder político y comproetid co l serte d pei,

conllevó un giro noble en su cosideción sobre los debres ilires

d los cristianos y sobre la nturalez mor'l de l guerr Ar e m

perio er un Esado cristiao, sus límites se confundín co los de cristiandad y sus enemigos ern tmbién los de l Iglesi y de l fe En

consecuenci, l objeción de concienci de los creyenes fe l

servicio militr djab d ener sentido, pues eenr Ierio y

dabn ntener la Iglesi y l elgión, y l gerr co s

dversios de Estado s convrí en u form d gizr pax

roa, idenificad hor co l paz cristi Alguos exos

litúrgicos, fechados hci el siglo v, y rnsmien clree l ige

de alinz y de comuid de inereses entre el Iperio y l Iglesi, y

nos coloca ante l nueva actiud de es frente l guerr:

"¡Señor [suplicn los scerdotes en un orción], derro os

enemigos del ombre romno y de l fe cólic! ¡Defiede en dos s

lugrs al gobernnte de Ro pr que pr su vicoi u pub

asegurrse paz! ¡Desrye os eemigos de u peblo! Deie

estbilid del nombre roan y protege su gobier, sí qu z y el

permnene bieesr pud rein nte s pueblo

Como idicó C. Erdmnn, el coocido ges e Cosi,

colocndo el monogrma de Cristo en ls bders iperiles -e laba-

rum-, os símbolos enidos hst entonces como tgónicos e

irreconciliabls por los creyentes, vení representr muy gráicee

a fusión enr el poer militr romno y l iglesi cólicCierten st ctitud podí gener friccioes co ls is

conviccines pcifists, pero lgunos utores se encrgro de ecjr

las dos posturas, pareneente irreconcilibles A pricipis el sig IV

Eusebio e Csea, un obispo y cnsejero e Constti, sosí e

la conversión de éste representba el cumplimiento de ls proecís

sobre l consrucción de u reino de Dios en l tierr, y qe el mperi

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Constantino. Mosaico del siglo xv. Museo Sn Marcos de Veneci

romano no era sino el instumento político pa hcer efectiv l paz y l

difusión del Evangelio. Obviamente, ante es elidd los cistianos no

podían deja de comprometese en su defensa y manteniiento de

manera que el mandmiento de amor al enemigo quedba supeditdo l

bien supeior de salvaguard el reio de Dios.

Para esove l posible contadicción ente la plbr de Jesús ceca

de la no violencia y ls necesiddes milites s que inevitblemente

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tenía que hacer frente el Imperio, proponía el doble rasero moral del que

ya heos hablado: no todos os fiees tenían que llevar una vida que i

tara e ejempo de Cristo ni todos debían adaptarse estrictamente l

odelo evangélico. Bastaba que lo hicieran los clérigos y los onjes,

que se encargarían, en bien de los demás, de levar a a práctica ls

prescripciones de Jesús pobreza, abstinencia, hildad, apartaiento

del mundo, resignación y, por supuesto, una actitud pacífic Los des,

los laicos, podían enriquecerse, casarse, prticipr en el eécito y hacer

la guerra La oración y el eeplo de los primeros servirí pa ediia los segundos, de manera que e caino de l violencia, e uso de aas

y la efusión de sangre quedaba expédito para a inmensa mayoría de los

creyentes, sin que la paabra de Cristo fuera un obstáculo

San Abrosio de Mián dio otro paso iportate e el caino de l

aceptación de a guerra por parte de a Igesia y a identificación entre

romanidad y cristiandad Su propia biografía podría servir par ilustar

esta fusión, ya que despus de todo, antes que obispo de Miln,

Ambrosio había tenido un ato crgo en la administración romana, ada

menos que prefecto del pretorio en Italia del Norte Para este autor, l

defensa de Iperio, amenazado por bárbaros nfiees, equivlía a la de

fensa de la fe, pero difícilente ésta podría evarse a cabo eficazmente

por os herejes arrianos que entonces dominaban e Estado

En e nuevo Imperio cristiano debían ser los fieles quienes smieransu protección armada El nombre y la religión de Jesús, y no ls atiguas

águias paganas -sostenía en un texto publicado por Bainton-, debí

ahora conducir a os ejércitos romanos

"Desde la Tracia, Dacia, Moecia y toda la Valeria de os paoniaos

oíos las blasfemias que se predican [en el seno del Imperio] y vemos a

os bárbaros que invaden ( ) ¿Cóo podía e Estado romano estr a

salvo con taes defensores? ( ) Senciaente, os que violan la fe opueden sentirse segros ( ) No son as águias y los pájaros os qe

deben conducir los ejércitos, sino tu nobre y t religión, oh Jesús

En su argumentación, a serte de la fe catóica y la del Imperio

ortodoxo quedaban intrínsecaente unidas E compromiso, no obstante,

era mutuo de la misma fora que los cristianos debían aportar su fueza

para apoyar al stado, éste se convertía en garante de la unidad de a

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Iglesia y de su mensaje, y en enemigo de todos aquellos que no se

atuvieran a la ortodoxia. La ferza legal y miitar del Impero se puso alservicio de la Iglesia católica contra todos os moviientos heerodoxos y

a erejía se convirtió en un delito asimiado a la alta traición, de manera

que tanto la guerra en las fronteras contra los bárbaros paganos como la

persecución vioena de os erejes quedaban justificadas por razones

político-religiosas.

Frente a qienes pudieran objetar la inmoralidad del uso de la fuerza,

San Ambrosio recordaba que el Antiguo Testameno aportaba ejempossuficientes de un tipo de guerra inspirada por Dios por amor a su pueblo

y en su defensa, encontrando una asimiación evidene entre aquellas

guerras y as que el Imperio cristiano debía mantener contra los

bárbaros: a su juico, as invasiones germanas eran un castigo divino

contra a eterodoxia iperante con e emperador Vaente, y los godos se

identificaban con el puebo Gg de a profecía de Ezequie, de forma que

la guerr contra éstos adquira los caraceres de una confrontacón

bíica, cuyo resultado sería la expresión de la voluntad de Dios. Al

enlazar as guerras de Imperio Romano, apoyadas por a Iglesia, con las

de Antiguo Testameno, se daba entrada a una interpreación que

sacraiaba un conficto conteporáeo.

E pensamiento de San Agustín constiuye un hio central en la

aceptación de la guerra por parte de a ética cristiana. A o largo del anterior cpítuo, a propósito de la configración del concepto de guerra

 justa, ya tuvimos ocasión de exponer y anaizar algunas de las propuestas

de este obispo de Hipona, contemporáeo de las invasiones bárbaras, de

a caída del Imperio Romano y de a aparición de no pocos ovimientos

eréticos que amenaaban la unidad de la fe y de la Iglesia.

Su experiencia persona y su sombría opinión sobre la naturaleza

umana e levaron a aceptar que e pecado era consustancal a omre

y que a guerra, que no era sino su consecuencia, debía considerarse

como un ma menor, inevtabe y necesario, en n mundo en el que a paz

competa no podría acanzarse nunca. Esta útima conviccón le oblgó a

reinerprear la ética cristiana de la no violencia a la luz de aquella

reaidad insosayable. Los cristianos no podan obviar que la paz era i

posibe en la ierra y, por tanto, no tenían otra opcón que aceptar la

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existencia de la guerra y tomar parte en ella para combatr el pecado, la

maldad y la injustcia, al menos bajo certas condcones. De esta forma,

la guerra, que origialmente es fruto del pecado, se converte tabé e

herramienta de Dios para luchar contra él.

Los ejemplos del Antiguo Testamento demostraba a os creyetes

que había cierto tipo de guerras que habían sdo querdas por Dos y que,

por tanto, eran inobjetables desde el punto de vista moral o relgoso,

luego la poscón pacifsta radical, como la sosteida por los maqueos,

era errónea. Por otra parte, San Agustín entendía que la acttud pacífcay resignada que Crsto haba propuesto, los prncipos de no volecia y

de amor a enemigo que mprenaban todo su mensaje, o se referan a

la actuación externa de sus fiees, sino a su dsposción e ánmo, a su

rectitud moral, a la pureza de su corazón.

Desde este punto de vista, lo que se había de tener e cuenta a la hora

de establecer la vinculación entre guerra y pecado no era el hecho en sí

-el uso de la fuerza o el deramaiento de sangre sio la intencó conque se haca: los cristianos podan librar guerras siempre que estuviesen

llevados por el deseo de alcanzar la paz y no por la codicia o la crueldad.

"El deseo de paz provoca la necesidad de la guerra. Que Dos nos

libre de la necesidad y nos conserve en la paz. No se pretede la paz para

provocar la guera, sino que se liba la guerra para lorar la paz. Sé,

pues, pacífico a la ora de hacer la guerra, para que tras derrotar a los

que combates, les lleves el beneficio de la paz.

Ms aun, en la medida en que la feza pdiera servir para mpedir que el

eneio continuase perseverano en la injsticia, en el error o en el pecado

la guerra se convertía en un acto de caridad, en un acto de amor. Si, como

sostenía San Agustín, amar a la paz era amar a Cristo, entonces defeder la

paz era defender a Cristo. Así las cosas, la vioencia, aunque fuese extrema,

no solo quedaba jstificada, sino tambin acode a los preceptos evangélicos.El argumento agustiniano inverta el sentido literal del mensaje de

Jesús y abría definitvamente el pensamiento y la ética crstiana a la

sacalización de la uerra. De momento, ante la presión de los bárbaros

que amenazaban al Imperio cristiano, los creyentes estaban plenamente

 justificados para toar las aras en defensa del stado sin que se les

pudiera acusar de homicidio, porque seguían a una autoridad legítma

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cuyo poder, además, derivaba de la vountad de Dios. Igualmente queda

ban exculpados de quebrar los santos mandamientos cuado luchaaco la espada contra os herejes qe vioaban la ley de Dios y la octri

na católica, porque su intención era justa y guiada por a cariad, a

búsqueda del bien y de la paz Po supuesto, el poder púbico era e

instrumento que debía dirigi la pesecución armada de la herejía y las

autoridades eclesiásticas tenían que recurir a él para coaccionar o

castigr a los desviados y cismáticos Con ello, a guerra quedaba

 justificada por motivos religiosos, bien fuera para salvaguadar aotodoxia, bien paa defender a la Iglesia Estos confictos armados no

solo eran justos, como vimos en el anterior capítulo, sino que en buena

medida también ern sagrados y, de hecho, e la opinión de San Agustí

e concepto de guera justa resulta inseparable del de guerra santa.

La infuecia grmánica e! la concepción cristiana de la gerra

L iupción exitosa y definitiva de los pueblos bárbaros en el Imperio

Romno cristino y a constitución sobe su solar de una constelación de

einos diigidos po monaquías gemánicas tuvo un impacto notabe sobre

a glesia y sobre sus posturas en torno a la guerra. as nuevas minorías

diigentes en paganas -caso de los fancos o heréticas -como los visi

godos ainos-, por o que inicialmente a posición general de la Iglesiacatólica fue lgo compometida y pece lógico que e decidido apoyo

umano y doctinal- ue as autoidades ecesiásticas abían dado al

stdo y sus gues en a época imeia se iciea bastante más tibio.

No obstante, progresivamente las moaquías báraras fueron

renunciando sus antiguas creencias y adoptando como propia la rei

gión ctólica, con lo que gesia, y con ello sus prouestas en tono a

a consideación de la guera, volvía a situació que abía conocido en

los dos últimos siglos de istoria romana Pero no todo fue exactamente

igul que antes: los germanos eran puebos que estimaban la vida mili

t, con códigos sociales y morales tamente influidos por a actividad

béic ncuso pra los ensdoes catóicos que ustificaban a guea,

como San Agustín, ésta tenía una raíz pecaminosa que no podían olvida:

ecuérdese que era un ma meno y necesaio, peo mal al fin y al cabo

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que denotaba la fractura de una paz anhelada y deseable. Para losgermanos, por el contrario, las virtudes militares copaban su escala d

valores: el heroíso, la valetía personal, la fidelidad e srviciomiitar, el sacrificio personal en pro del jefe hasa sus últiasconsecuencias, la venganza de sangre, el desrecio de la vida cóoda y

pasiva, todos ellos eran valores éticos que eraizaban e su asado

pagano. En comparació con la paz, la guerra era para los germaos aforma de ida suerior en la que, obviament, no encontraban objcióalguna, hasta el punto d qu algunos elementos militares, como las armas,tenía la consideración de sagradas y se utilizaban para urar sobre ellas.

La conversión de estos pueblos, con toda su carga militarista, alcristianismo y la integración de la Iglesia católica en sus estructurassociopolíticas, necesariamente tenían que produci un tasvas d losvaores blicistas desde la cultura germánica a la ética cristiaa. Epalbras de Flori, bie uede afirmarse que la iglesia cristiaizó a los

brbaros, pero qu en contapartid los grmanos "barbarizaron a laiglesia, sometiéndola a un proceso de aguda militarizació.La aceptación de l nuev religión por parte de los geanos no

supuso una renuncia a su belicosidad, puesto que religión y éica forma-ban esferas separadas en el mundo germánico. Antes al cotrario, laconcibieon coo un creecia que les conducía al éxito iliar, viendoen el Dios de los cristianos a un verdadeo dios de la urra que enía e

su mano la vicoria. Binton ha recordado que, ante la isistencia d sumujer, Clotilde, para que se convirtiea, el rey d los fancos, Clovis,exclmaba

"Cristo Jess, a quie Clotilde prclama Hijo del Dios vivo, de quiense dice que concede la victoria a aquellos que esperan en Él, si mconcedes la victoria sobre éstos, mis enemigos, creeré e ti y serébautizado en tu nombre.

Un antiguo poema germánico, ublicado por el mismo autor, clebrala defensa armada que San Pedro hizo de su mastro, y el too sirv pa-ra comprobar no solo la interpretación belicista dl crisaniso eca

5 FLORI J.: La guerre .milte La foratio/ de {'idée de crisade dans {Oident Chrétien

París 00, pp 40-4

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por los germanos, sino también la distanca que sepba a este

cristianismo del acifismo evangéico:

"Entonces hirvendo de ira

esgrimiendo presto la espada,

Simón Pedro,

perdida el habla,

su corazón afligido

porque alguien intentara

su Maestro apresar,

valientemente se enfrentó a los criados

como arojao caballero,

escando a su Soberano;

sin miedo en su corazón, desenvainó a prsa

s relampgueante espada,adeantó una zancada hacia el primer enemgo,

descargó un fuerte mandole,

con el cortante flo desgaó,

por el ldo derecho,

l oreja de Malo.

Desde luego, la Iglesia no tardó en adaptarse a las nuevs circunst-cis. Para ello, e vez de combatir la belicista escaa de vloes de los

bárbaros, procedió a "bautizarla en la medida de o osibe i t

creían que ls espadas eran sagradas, entonce bastaba con cistinizr

creencia haciendo de sus pomos receptculos de reliuias; si consier-

bn que matar a un hombre durante la batalla era el momento culminnte

de la vida del guerrero, había que mitigar tanto furor imponiendo una

penitencia; si tenían deidades bélicas, como Wotan, podía ser

sustituids por sntos a los que se les pudiera atibuir lguna cualidad

milita, como el rcánge Sn Miue, debeldo de Satán en el

Apocal ipsis, que cabó por convertirse en santo patrono de os guees

germánicos y, más tarde, de los normandos cristiaizados

L influencia de la ideología bélic geánica en l Iglesia católica

se concretó muy pronto con a creación de toda un litugia clerical

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asociada a la guerra. En este sentdo, el caso de los visigodos, estuio

co deteimiento por A.P. Bronisch, a quien seguimos en os siguientes

árrafos 6 es paradigmtico: se compusieron rezos que rogaban a Dios s

protecció frete los eemigos, la victoria e el campo de batall, l

yda ceest para venceros; se cocibieron rituaes propiciatorios pra

narse e apoyo divino mediante la bendición de ejércitos, bnders y r-

as; se sacralizaron, mediante estas prctics, a los contingenes ros.

En el rezo ms antiguo entre los que contenen alusiones a l vid

militar, fechado hacia la segunda o tercera décda del sigo VII, se piey l itercesión de Dios frente a los enemigos y su auxilio pra

derrotarlos: "Iibéranos de los sanguinarios y defiéndenos de ls rs

de enemigo con tu escudo mndanos e auxilio vencible del cielo y a

estros dversaros redúceos a oprobo gulmente como ha hecho

notar Snchez P rieto, en el Conciio de Mérida, del año 666, se

estableÍa que, cuando e rey saiese en campaña, los clérgos se encar

rín de roar a Dos por su éxito militar:

"a el santo concilio que cuantas veces cualquer causa le hicie-

se salir en campaña contra sus enemigos, cada uno de nosotros observar

en su iglesia las siguientes normas: que todos os días ( ... ) se ofrezca el

sacrificio a ios omnipotente por su segrdad, a de sus súbditos y de

su ejército, y se pida el auxiio de divino poder para que el Señor conserve

la vida de todos, y e omniotente Dios coceda a victoria al rey.La expresión ms acabada de la ituria "bélica visigod, donde con

mayor detalle puede coprobarse el grado de impregnación entre lo

miiar y lo reigioso en un mbito germnico, la consiuye la serie e

rezos, bendiciones y cnticos que era pronuncidos o cntaos cuno

el rey y su ejército patín hacia la guerra (Or do quando rex cum

exercit ad prelium egreditur") o cuando volvín de l mis

(Orioes de regressu regis"), contenidos en el mado LiberOri. Todo eo contribuye ntidamente a ofrecer un imgen scr

izad de la guerr y del ejército que contrasta gudmente con las pos-

ciones evangélicas de la igesia preconstantiniana. Sintéticente, el

6 BRONSCH AP: Rero/quisa d eiige Kieg. Die De/g des Kieges i Chislirhe

Spaie VOl de Weslge bis i/s Fe /2. hdet Münster 99

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Guerrero germánico a caballo. Estela funrari de Hornhausen, sigo VII.

Landesmuseum ür Vorgeschiche Hale

ritual que precedía la salida del monarc para un campañ ltr seguílos siguientes pasos, todos ellos cargados de un enorme sbolismo

sacro: en prmer luar, el rey entr en la bsílic de Sn Pedro y Sn

Pablo de Toledo a rezr tumbdo en el suelo. Trs levantrse, e cleo

implorb la proteccón dvna -Que Dos esté con vos en vuestr

campaa, y que sus ángeles os copen"- y albba l Seo coo

Dos del ejércto "Deus exercituum- que concede l vco, proec

or ante los enemigos, comandnte o guía del contngente rmado.

Entonces, el obispo que presdí esta ceremon de bendcón entregb

al rey una cruz de oro que contenía a relqua del "lignum crucis, que

acompañaba al monarca durante toda la cpñ. Después los sbord

nados del rey ban reciendo del clero ls banderas que esbn stuads

en el altar, al tepo que los cánticos sagrados y los rezos recordbn

que Dios había entregdo el poder al rey y ejército pr vengrse de

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los enemigos, equiparado al ejército godo co el puebo de Israe,

profetizado su vctoria e isistiendo e l protecció del Seño ss

fieles. Ate la iglesia, el obispo otorgab su bedició pr e e rey

-calificado como "prícipe sagrado obtuvese victoi, too elo

bjo el sigo de l cuz, ue prece covertida e estrte e guer

y grtí de triufo, tras lo cual el ejécito se poí e mrch e medo

de orcioes que uplicb el amparo divio el dí del combte.

L ide de Dios como protector y jefe e l expedició, l

humillción el rey e el suelo de l iglesi implorado el perdó e sus

pecdos ates de iicir u expedició, cosideció e Seño

como "Dios del ejército, l etreg de ls bderas y de relii de

la cuz, el papel cetal del clero e l prepció espiritu de los

uerreros ue se dirige a combte, e icluso l oció de "goberte

sco en u contexto preélico, cofoan un escerio e el ue l

guea se preset plemente itegrd e l escl de vlores

cistios: siguiendo a idea de Floi tes idica, está clao que osgermos haba cristiaizao su itul gerero, pero e cotrptid

la Iglesia había militaizdo su mensaje.

Si o bste ecoda otra "oració po el ejército, que Erdm

remota l siglo VIII, e l que los eclesiásticos invoca el favor ivio

para todo u ejército, a fin de que pueda alcazr la victoria

"Dale, Seño uestr fuez la ayud de Tu compasió, y coo Tú

potegiste a Isael cudo salió de Egipto, así envía hor Tu pueblo ue

va a l batall u ágel de luz que los defieda de dí y de oche e too

al. Deja ue su macha se hga si esfuerzo, su camio si temor, s

valor sin vacila, recta su voluntad par l guera; y después de ue hy

coseguido l victoria por el ideazgo de Tu áge, o ejes ue hore

su propio poer, sio que de grcis por el triufo al vctorioso Cisto,

Quie tiufó e l cruz por su huildad.Peo la daptció de la gesia l belicosidd germáic o se

estrigió al plo de las ideas y de los ritos, sio ue tmbié se

extedió a l esfea istitucional. U vez producid la coversió l

catolicismo e los distitos einos árbros, el lto cero etó formr

parte de la dmiistación, asuió copomisos políticos y se icrdió

pleamete e ls estructurs stitucionles, itegrdose e l elite

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socioeconómica de los dstintos estados. En cosecuencia, a Iglesa en

s conjnto tuvo que asumr responsabilidades políticas, tanto en lascircunscripciones juisdccionales ue fue adqurendo como frente al

oder centrl, y ello suonía aceta deberes militares de diversa índole.

Aunque l tradcón domnante en el pensameto y en la uispu-

dencia eclesiástca se había ostrado sempe muy efactaria a la

iplicacón directa de los clérigos en los ejérctos, en algnos einos

germánicos, como el vsigodo, la legislación no dudó e litarza al

alto clero y en establecer mecansmos de movlzación de sus fuezas en

caso de necesdad. Así lo demuestra, por ejemplo, el código ta del

rey Wamba, en el que se obliga de manera drecta a los obspos y otos

eclsiásticos a particpar en la deensa del reo cuando fuera atacado

por lo enemgos, bajo diversas sancones penales:

"Además, ordenamos po la presente sanción que, desde el día de la

romulgación de est ley, si cualquier enemigo se levntase volentamente contra nosotros, todos los que fuera convocados a la defensa

del pueblo y de la patria deben acudr, ya fueran obispos u otros órde

es eclesiásticos, condes o duques, y no retrasar su salda contra los

enemigos En caso de que alún sacerdote o clérigo no se pesentaa y

or esta razón los enemios causaran daños en nuestros benes y tie

rs, pagrn con ss propios bienes y serán exiliados de acuedo con

l ibre decisión del príncipe. Esta sentencia solamente es aplicable aobispos, presbíteros y diáconos. En lo que se refiere a clérgos sin ran

o suerior, deben aplicase las mismas penas que se ha establecdo

pra los licos.

Por el contrrio, la legislción conciliar y cil del otro gran reno

ernico de Occidente, el de los francos, parece que mantuvo aarta

dos a los eclesiásticos de la participación directa en los eércitos No

obstante, también aquí l implicación de los obispos en las estuctuas

polítics del reno les obligba a actuar como señoes laicos y, como tales,

debían hacer frente a responsabilidades militares, defendiedo sus popios

señoríos o portando sus fuerzas a los eérctos reales. o ota pate,

cuando los ltos cargos eclesstcos comenzaron a estar ocupados po

idividuos procedentes de la aristocracia franca, imbuidos de la ca

bélic característica de su ascendencia, s imbrcación en las actividades

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militares debió de resultar un feómeno bstnte ntul, unque no

estuvieran impelidos ello por un obligción legl.

El pramtismo de l Iglesi y del pesmiento cistino en too l

uer, l violenci y los ejércitos, hbí coseguido dtrse por dos veces

a ls circustancias históricas que le tocó vivir, primero como consecuenci de

su conversió en religión oficil del mperio, y luego ríz de l constitución

de los reinos germánicos en Occidente. En mbos csos se bí ogo un

linz estble con el pode olítico, co ls ventjs económics, sociles y

políticas iherentes este proceso, peo a cmbio hbí tenido que renuncil pacifismo evngélico, reconocer la licitud de l pticipción de os

cristinos en l guerr, l justicia y un l scralidd de ls guerrs

emprendidas por e poder público, y finlente tmbién l ntegrción

 -llegdo el caso- de ls autoriddes eclesiástics e los entramdos militres

A medidos del siglo VIII, trs este proceso de adptcón, estbn y

puests casi tods ls bses doctinles y sociopolítics necesis pr

que l cultur del Occiente crstiano scralizr plenmente y con tods

sus cosecuecis l guerr. Ls cicunstancis po ls que ubieron de

pasr los reinos y l lesi occidet prtir de entonces no cieron

sino profundizr en esa mism tedenci: l nuev socición entre e

Imperio crolingio y el Ppdo romno, l formción del ptrimonio

territoril de Sn Pedro, el desarrollo de ls segnds nvsiones, ls

uevs menzs pdecids por l glesi ts l descomposición delmperio, la reform eclesiástic del siglo XI. tods els fueon

aportado compoetes en el proceso de sntificción de guerr.

HAA LA PLNA SARALZAÓN D LA GRRA

Una nueva asociació entre Estado e glesia: el mperio Caroligio

La dobe tendenci que venimos señalndo en ests págns crsti

ización de los germnos y de sus costruccioes polítics, por un

parte, mlitrizción del pensmiento ctólico de ls estuctus

eclesiástics, de otr- lcnz un omento culminnte con e cceso

monarquía frnc de l dinstí colingi. Desde vrios puntos de vist,

el proceso de sacrlizcón de la guerr se verá refozo en l líne qe

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Carlomagno domidor de los ombardos.

Marfl del sgo IX

venía desrrollándose dese el fin del Imperio Romno e Occidete,

pero l mismo tiempo surgirán mtices nuevos con proyección e ftro.

Pr entender l situción cred meios de siglo VII, result

necesario recorr ls circunstncis y los términos en los que tvo ugr

l confluenci de intereses y l inz entre l istí crolii y e

Ppo e Rom. De un ldo, Pipino el Breve, e tiuo myoromo e

pcio que hbí cbo con l monrquí e los reyes rncos mero-

vingios, necesitb l legitimción eclesiásti pr e "ope de Esto

ue le hbí levo poer; de otro, Rom requerí poyos militres

par hcr frente los lobrdos ue menzbn sus posesioes en

Iti Así ls coss, la nuev instí psó convertirse en el eesor

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armado de los intereses de l Iglesi frente sus competdoes lombdos,

haciedo fectiv l fls "doncón de Consino, en virud de la culna parte imortnte de l penínsul lin psb mnos ontifics

En su nuev posición como grne del Ppdo, de l Igles y de l rel

ió, pocas ddas podín quedar sobre l legiimdd del poder caolingio.

El paa Esebn 11 (752-756) se encrgó de segu los fancos que

obtendrían el pedón de sus pecdos y l vd eten trvés del póstol

Pedro cmbio de l obedienci l Igles:

"Pueso que confimos en vosoros, porque emés Dos y más vuestro ptrón, S Pedro, el primero de entre de los póstoles, y

nuesto ruego os hbés converido con od l devoción del lm en

colabordoes y lidos de Su empes, debés sbe que lo que bés

llevado a cbo en ls luchs en defens de l Sn glesi, vuestr mdre

esiritul, hce que vuesros pecdos sen perdondos po el príncipe

mismo de los póstoles, y por vuestros esfuezos recibrés de mno de

ios cien veces más, y poseeréis la vid etern

Ciermente, en el documento ctdo ls recompenss espiritles el

perdó de los pecdos prece ue están y socads l guerra pero,

por si quedara lgun dud, en el contexo político en el que se emiió

esba claro que l coopercón y yud l que se efee hbrí de

concretarse e términos mlitres en los tiempos de Ppino, como y

hemos comentado, frene a los lombdos; en los de Crlomagno, contéstos y contr los romnos ebelados frene l utoridd pontifici

Respecto a este último, su biógfo Eginrdo hce notr

"en odo el tiempo que duró su reindo no consideró nd más

imorne que resur or medio de sus esfuerzos y cciones l

ntigu autoridad de l ciuad de Rom y no solo defender y protege

con ss brazos l igles de Sn Pedro, sino tmbién enriquecerl y dor

narl con sus ecursos pr que brillr o encim de tods ls ots.

L alianza polític, reforzd simbólcamente con l proclmcó

imperil de Calomgno a mnos del Pap en el ño 800, o su vez

reflejo en el tereno de los principios el Imperio Colingo fue conce

bido como un monrquía just que tenía ente sus obligcones l luch

contr los impíos y l defens de l Iglesia En contrprid, el Ppdo

le garantizba su oyo morl e ls expediciones miltes interme-

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diando nte Dios a ravés de l orció, e l ceez e que e es

forma el empero se segurb l victori. E est uev coceciódel ode, ls ojetivos políicos se cofundí co los eclesiásticos,

puesto ue, coo h advertido Erdn, serción etre Esto e

Iglesia, enre licos y cléios, desprecía e el eio cisio. El

emperdor se convertí en l esp teril qe debí segur e o

inteior y la paz de l crisidd, y l ismo iepo eí que rl

fente a los pgaos J. Flori h recogio el testimoio l respeco el

propio Crono, en un crt dirigi l pp León :

"A nosotrs nos corresponde, co el socoo de l piedd divin, defeer

en e exteior a l esia de Cristo contr los tues de los gos y ls

devastaciones de los ifiees y vel en e iterior por l fe cólic.

En cosecuenci, ls guerrs del perio fueron ierpes o los

utoes ecesisticos e térmios siilres ls del Atiguo Testeto:

conlictos queidos e ispirdos po Dios y ibrdos co su yu -vés de S Pedro en po de su pueblo y e la fe, solo que hor el

peblo elegido o e el isaelit, sio el frco, que se beeficib e

los rezos de os obispos y scerdotes fvor de l vicori. Coo

matizado Fori, Dios no parecí e auels guers como e ls e l

Bilia, peo idudablemte l luch contr los pos e el exterior y

la defens de l igesi de Rom e e iterior cotribuí scrliz l

autoidad imperil y su actividd bélic.En el proyecto político e Crlomgo, l expnsió cos e sus

vecios pgaos ocupaba u ppel riordil, y l glesi o uó

coaborr co el Estdo y e justificr el cobte cotra gos e

infieles, estableciendo un ligazó etre ls guerrs etee ofesivs

del mperio cotr sus eemigos y l expnsió de l crisi. e

hecho, la guer en tli cotr os lombrdos fue justific e vitud

de la petición pa y de la defes de os intereses de l glesi, e tato

ue la eaiva de los sajoes ceptr el cristiaiso fue el rgueo

utilizado p legiti l conquis y l covesió forzos. El eio

se arrogó como funció l de ilr sus frotes r er lo

ifieles, luchr cotr ellos y gnrlos pr l fe cólic.

Cieraente, el feómeo no er uevo, pues e tieos e eio

romno los Pares e l glesi y hbín uido l suere ili e

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Estado frente a los pueblos paganos y la de la fe católica. Sin embargo,

entonces se pretendía defender el Imperio, y por tanto a la propia Igesia,

de las agresiones externas, en tanto que ahora se trataba de conquistar,

de agredr, de llevar la uerra más alá de las fronteras con e objeto de

subyugar olítica y militarmente a otros pueblos .. y de cristianizarlos.

También es verdad que, a finaes del siglo VI, el papa Gregorio había de

fendido en sus escritos la conversión por la fuerza de erejes e ineles.

Pero no por eso la situacón dejaba de presentar un matz que no tenía

recedentes: por primera vez la Iglesia se veía envuelta en na guerramisioner que imponía l fe con la fuerza de las armas, no dudando en

sacrlizar estas acciones militares mediante rezos, ayunos y procesiones.

La expansión político-militar del mperio quedab así plenamente

identificada con la dilatación de la fe. Como exresaría el biógrao de

Carlomagno, después de mucos años de guerra contra os sajones se

puso fin al conflicto armado, "con la condición, propuesta por e rey y

acetada por los enemgos, de que tras abjurar del culto a los demonosy abandonar las ceremonias patrias, adoptaran la fe cristiana y sus sacra

mentos, y unidos con los francos formarn con ellos un solo pueblo.

Queda todavía otro aspecto más en la militarización qe experimen

tó la Igesia durante esta etapa. Frente a las antiguas prohibiciones, e

clero carolingio tuvo que hacer frente a la obligación de partcipar en

las campañas mlitares. Lo nuevo realmente no era que los clérgos se

involucraran en la guerra, porque en realidad ya lo veía aciendo

desde siglos antes, sino que ahora tenían a oblgación de acero.

Desde luego, a esta situación no era ajeno el eco de que las nstit

ciones eclesiásticas habían quedado integradas en la organización e

Imperio: las autordades religosas era grandes propietarios, señores

feudales que, siguiendo con la práctica habitual, estaban cargados con

un servicio de armas al que debían de hacer frente manteniendo a susproios guerreros. La imlicacón de los obisos y abades en as

estructuras políticas, asumiendo funciones púlicas, les obligaba a

actuar como señores laicos o como aentes reales, y como taes debía

servir militarmete al emperador. Como cualquer otro membro de a

oleza carolingia, su presencia personal en los ejércitos podía ser

reclamada por e emperador, y en tal supuesto tendría que combatir.

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Aunque se refiera un époc u poco posterior, o dej de ser signf

caivo que en circunsacias comprbles se hy cotblizdo l

uere e diez obispos germnos en el cmpo de btll entre 886 y 908.

Llegdo el caso, est mism fuerz mlitr hbrí de servrles par

efender sus propios señoríos.

L asocición enre Imperio y Ppdo en el tránsito del siglo VIII l IX

hí resuldo cruci en e proceso de sntficció de l gerr, do

lugr a vrs noveddes en este cmino: no er del todo uevo e se

confundiern los ímites de un estdo co los de l crstidd, pero e

cbio sí lo er l concepción de u guerr misioner doe l expsó

miltr se socib l conversión de los pgnos y l plcó de los

érmnos de l fe, sí como l insnución -todí isufcientemete

esrrollada de que el combte sostenido en defens de l glesi

crreab mértos espiriles. Ni l integrció de jerruí eclesástc

en l esrucur políic e Eso n cofigurció de ls utoriddesreligioss cmo grnes properos y señores feudles resultb del

nveoss, pero nunc hs hr se hí llegdo n lejs en este

erreno. L constiucón de un estdo eclesástico, co mpli

pltaform terrtoril en el cenro de Itl, con evidetes sprciones

expansioists hci el sur y el orte de l enísul, er otro feómeo

nuevo que, corto plzo, generrí más condicones pr l scrlizción

de l guerr cndo ést se librr en defens de los itereses políticos del

nuevo esdo romno o de s cbez, el Pp.

L Ies hí lcnzd l gr de inerrelcón co el stdo y

hía desarrolldo sus inereses económicos, polícos y terrorles e tl

medid ue culuier tue contr e mpero lo setr como

menz contr ell sma. Tmpoco debe extrr e, por suerte de

elevció, culuier embte contr sus ues posesoes e toro Rom

fuer interpreto como u tetdo cotr l fe ctólc Si demás se d

l circunstanc de e los protgoists de ells gresioes fer

pgnos o infieles, el teritorio p l sntificció de l guerr uedb

plenmente bondo Pues bien, ests feron ls circustcs que se

ivieron en Occdente prir de l desinegrcón del Impero crolgo

y, sobre todo, con el segudo slto pgo e ifel cotr Erop, ue se

desrolló entre l tercer décd de sglo IX y meddos del x.

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Frn a pagno f: a rpua guda nvao

Desde los años treinta del sglo IX en adeante, la cristiandad occ-

dent pasó por una experiencia que, a tenor de lo que expresament

indican uchos testimonios contmporáneos, se vivó de manra

draátic: sobre el trasfondo de un Imperio caroligo divdido y

enretado, un conjunto diverso de puebos paganos o niees se puso n

ovmieto para sobrepasar las ronteras de Occidente. esd e norte,

los normandos cargaron contra el corazón de Imperio y levaro adsolación desde las Isls Brtácas al medodía rancés; desde e sur,

los muslmanes, que a coenzos del silo VI se aban hecho con e

control de la Península Ibérca, conqustaban Scila y se adetraban e

Italia, enazado muy seramente a Roma y a as demás posesoes

ontificis; desde el centro, los húngaros presionaban as ronteras orin

tles de la Gerania cristina Por todos sitios la cristiandad parecía

roead y miltrente presionada, de manera e la guerra se convrtó

e un necesdad imperiosa que, lógcamente, tenía que aectar tabén a

a Iglesia, tanto en sus planteaentos morales coo en sus actuacioes

De omento, cabría subrayar ds novedade� iportantes n este

erreno: para anmar la lucha contra aquea "gente madita, para

reorzar moralente a os laicos n su resstenca armada contra os

pagnos, por primera vez de forma inequívoca la erte durat elcobate coenzó a ser cosiderada como un camino de salvción y, en

consececia, acer la guerr pasó a covertirse en un acto que conería

méitos espiritules al cotiente de otra, y también por primera ve

de ora sgniicativa, la cabeza de la Iglesia, el pontíice romano, coga

la esad y asuí dirctaente la deensa de os intereses ecesiásticos,

de a relión, de l cristandad Para hacr frente a todos estos pegros,

en unos momento en que la debilidad de os poderes púcos raclamorosa, as autoridades eclesásticas tuvieron que recurrr a os

guerreros, a los milites, a os cabaeros: por muchas que ueran as

retencias orales ue a Iglesa tuvra sobre esta prosó, hasta

entonces consderada pecamosa y malvada, está caro que necstaba

periosamete de su aportacón armada, o que contrbuyó de modo

signifiativo a la cristianización de sus funciones, orecéndos

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objetivos nuevos y meritorios, como la defensa de la fe, de la cstan-

dad o de los intereses y benes eclesiástcos. Por supesto, elo osigificaba l "santifcación de toda a caallería, pero sí a nteacón

en a escal cristiana de valores de aquellos que estuvieran dspuestos a

onerse su servico.

Alunos escritores cristianos conciiero las nuevas nvasiones en

términos íblicos, interretando que nomandos o húnaros no eran sno

zotes de Dios contra los ecados de su puelo, pero eo taién supo

ní que la guerra contr aquellos adquiía na dmensón eosa,

uesto que este mismo ueblo crstano sería el nstrumento dvno para

derrotar a los aanos. De forma casi natural, la uerra contr os

anos e infieles fue entendda como un acto querido por Dos en

defensa de la reliión cristiana, y en todos los ámitos os confictos

fueo sacralizados en mayor o menor medda.

En el este, por ejemplo, as campañas el emperado Otón I contra oshúnaros fueron consderadas como expedicones amadas hechas en

defensa de a glesia y de la cristiandad, y la deoloía peria de la

monarquí ermánca se sustentó pecsaente en los éxtos de Otón

sobre eslavos y húnaros. Más an, los ejécitos crstanos se coocaan

directamente bajo la proteccón de santos uerreros, como San Mue,

cuya fiura quedó fijada en os estandates perales que se dían a

luchar contra los paanos, mentras que en las endcones de asbanderas reaes, realzadas por e cleo, se nvocaa a ayuda de

rcánel para que nterviniese encaezando a las legones ceestales.

Iualmente, aunque el fenómeno tuvera recedentes, no deja de se

expresivo que precisamente en e contexto de la lucha contr os

normandos se mutpcasen las alusones a aparcones de satos que

toman parte personalmente en os comates: en uno de eos, San Seve

ro se aparece "soe un caallo lanco, revestdo de brante amadua,

enviando al infieno a ies de eemios; en otro, Sa Bento se pese

ta para apoyar a los defensores del onasterio de Fleuy conta ataqe

vikino, uando y preservando a sus fees, y potando en su ano

derech un astón con e que aatía a ss adversaos.

En enea, tendió a consderase que la uca contra os paanos ea

un tipo de uera especia qe fue revestda de un ropaje eioso

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particular, como demuestra el desarrolo de toda una iturgia específca

formada por misas en las que se rogaba a Dios e contra de os paganos.

Como tendremos ocasión de anaizar con detale más adeante, en la

Peísula Ibérica, en e siglo IX, a historiografía o dda tapoco en

idetificar el efrentamiento de los núceos políticos de norte con os

musulmanes y su proyecto de restauracón del reino vsgodo, desapare

cido bajo a oleada slámica, co la recuperación de la Iglesia catóca.

Teendo en cuent cu4l era la causa, tampoco debe extraña que os

orígenes de a resstencia armada de los asturanos estveransacionados por el mlagro de la aparición de la Virgen.

Parece claro que las fuentes van configurado a imagen de un

ejército cristiano que representa a Dios, lucha en su nombre y con s

ayuda, frente a un ejército pagano o infie que también adqere d

mensiones trascendentes a convertirse e a representacón del Diao:

su savajismo, su madad, su idolatría y su inmoralidad así lo testfcan.

E térmios ideoógicos, a guerra en a tierra deviene en un trasnto delcoficto teológico etre el Bie y el Mal, etre Dios y Satá.

No obstante, en el camno hacia a santificació competa de a

guerra fueron mucho más significativas las actitudes adoptadas por e

Papado frente a as nuevas amenazas. La fragmentacón y deilidad de

Impero Carolngo en a época de los sucesores de Carlomagno deó a a

glesia en Itala en situación dfícil y vnerable, s defensores

poderosos. Eo obigó a agunos Papas a ponerse a frente de a actva

miltar para defender a los estados pontificos de las crecientes presones

islámicas. Dos siglos atrás Gegro el Grande había tendo taién e

coger as armas frente a los herejes lombardos, había partcpao en a

defensa de cdades, stado a os ofcaes mperaes a actar coo

"bellatores Domini, tomado decsoes éicas e inteveno e a fra

de tregas, como ha deostrado F. Russe. Ahora a stacón vovía arepetrse, anqe con ayor cotndad y consecencas.

El papa Leó IV (87-855) se vio obgado a vocase ecta

mente en a cha cotra os sarracenos, ntentando proteger as costas

itaanas de los pratas sácos e una expedcó andaa por é

mismo, oganizada para desalojar a los anddos saes e

estaan asentados en a desembocadura de Tíer, y renendo en 852 n

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ejército para defender la ciudad de Roma Un año después, el ponífice

volva os ojos hacia sus antiguos aliados francos para que le aoyasenen la luch contra os enemigos de la fe, añadiendo que los que muriesen

dunte el combate alcanzaran la vida eterna:

Es nuestra voluntad contar con el afecto de todos vosotros -les indicaba

porque a culquiera que hay de orir en esta guera por su fe (lo que n

deseamos), de ningú modo le será negado el reino de ls cieos En efecto,

Dios Todopodeoso tiene en cuenta que, si cualquiera de vosotros muriese,

conseguirá la recompensa mencionada, porque muere por a verdadera fe y

por salvación del ama e defensa de la patria de los crisianos".

Por primera vez, la lucha contra los neles se unía a la salvación persa,

una idea que tendra largo recorrido y que enconraremos plenamene

desrrolada durante las cruzadas Poco después, en 878, el papa Juan VIII

volva a llamar a la defensa armada contra os musulmanes, promeiend la

vida etea a los que cayesen durane la lucha, pero daba un aso más y

aada, al aclrar las dudas del clero franco al resec, a sció de s

pecados a odos los participantes e la defensa de la Iglesia:

Sobre si estos, que en defensa de la sana glesia de Dos y por e

mantenimiento de la religió y la atria crisiana han er e

guerra reciene o los que por la misma causa caerán en adeane, uede

alcanzar indulgencia de sus pecados, os respondemos con toda caridad,

devotos de nuestro Señor Jesucristo, que a aqueos fieles de la relgióncaólica que mueren en la guerra, luchando con todas sus fueras cra

paganos e infiees, se le concede el descanso de a vida eer".

Los especiaistas no siempre han estado de acuerd a a hra de

interpretar el alcance de estas concesones, per de l que no cabe duda

es que, con ellas, a crstiandad había dado un pas susancia en e

proceso de sacraliación de la guerra orr en la baalla uchando cnra

los infieles se convertía en una garanía para enrar e e París;

derraar sangre aena en defesa de la Igesa cólica s hía de

 ado de ser consderado co un hcidio, sin qe adeás se haí

transformado en una fórua de redención de los pecads.

Que ests éritos estuvieran circunscrtos a as gerras isras

dirigidas pr ls apas y relaciadas drecamee c a defes e

parionio de San Pedro n es óice ara que la de se exeder

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mucho más allá de unos líites tan estrechos. Desde luego, en otros

ábios ecesiásticos y populaes no paece qe quedaan deasiadas

duas respeco a desno de aqueos qe encotaban a ere coa

eo cotra paganos o saaceos en caquer parte de la cistiandad y

bajo cquier mando. J. Foi a recogdo un sermón de Abbón de Saint

Germa fechado a prcipios del sigo x, en e que ana a los cabale

ros a resistir conra los norandos y, con toda clardad, arguenta:

"¡O Francia gádae a ti misma! No dejes a tus eneigos crecer y

mutplicarse so al cotrario coo anda a Escritra cobatid porvuestr Patria no egás iedo de oir en la guerra de Dios; co

segridad s encontráis alí a muerte, seéis satos árires.

Los ntigos crisnos habían gaado a pama de artiio sn lchar,

dejdose maar, mdiate su sacriicio onario. Inersaente ahora as

puers del Paraíso se abrían para os qe atasen a infieles para los qe

combaiesen co ardor sin que, po ota pare hciera ata a atoridad pon

ticia paa respaldar el preo i resltara ipescidible qe el patrimoniopap esier en pelgro. En a Chanson de Rolan una obra ecada en el

sglo XI -unque aterior a a Primera Crzada, se presenta a obispo

Trpín poetiendo a sación eerna a os gerreros rancos qe ban a

sucumbir en Roncesaes: "eo a cosa os puedo asegra: el santo

Praíso se os ha abierto de par en par; aí os senaréis con os nocentes.

Por o deás, a o rgo de sgo X y drante las primeras décadas del

se epite co recencia la gra del papagerero que, atealente

arao se coloc al rete de las topas y organza expedcioes contra os

msulmanes en e cenro y sur de taia: Jan X, Jan XI, Slestre II o

Benedcto V dirigeron personalente este tpo de operaciones ltares.

La trágica presón a a qe el Occidete cristano se o soetido coo

cosecuenca de los ebates paganos e nieles conleó n aento del

grado de sacralización de la guera, concebida en ocasones como parte dea conroacón oba entre as hestes de Cristo y as de Dabo. n la

medida en que as aeazas acanzaon al patrono de a gesia en ta

ia, los papas recureron a eddas extraodnarias, nadtas e nclso

contrarias a la tradción eclesal: se conrtieron ellos sos e coan

dantes. Coo indicbaos en págnas anteores, los descendentes de

aquel edo desceñido po Cristo recperaon las aas y las epñarn

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contr sus advesrios. Pero l ecesdd de hce fente militmete os

ifieles todví les llevó d ot pso de lgo lcce, feed oscombtetes l slvción de ss lms tvés de ge y eeó

de los pecads mediane el emmieno de sge vie, e s,

el sentido del mtrio cristio.

Co tdo, los eemgos de l Iglesi i pocedí úimee de exeio

i todos e pgos o ieles E eidd, deto de l msm isd

bía dvesrios, competdoes, gente dispues ob o ombai c

os eclesiástcos. No po su ondició eigios, desde lego, so po s

situció ecoómic No o ss ceencs, sio po sus ienes. Lo hcí,

demás, amdos en l auseci de l uidd púlic qe, e iemps e

Cogno, b sumido defes de l gesi. É qeó, e e

sio x y buen pte del XI, en sus popis mos, de me que tvo qe

esorzrs a ide fómuls uevs o ls qe her fee qeos

tques. as llmds pces y egs de Dios se inset e ese cotexto.n l medida e que jstifio y legitio el uso de l vioe

cotryero co oto plso l sntificación de l gue.

Frente a los enemigos inteos: paces y tregus de Dios

l siglo X sele pesense, e l hisoi euope, com épc

de voec y cos Dnte l segd mitd de l cen peeee

e Imei Colngio có dsgegádose e peqeñs es

miitmete efetdos, poceso qe fe plelo l fezcó

de ls estuctus políis y l desaollo de ls segds soes.

Como esutdo de todo ello, se ssió, e be pe de Oee, l

oscueimieo de l monqí omo ección del pode púbo,

la tomzcó de ss ags fncoes eses e oselió e

podees oes -odos, ppdos, obispdos ...- qe s e

padeieo e msm poceso de cefgcó poíc y ve pe

ce peqeñs señoís fedles qe, en sus limtdos eos, ejeí

de hecho s vejs peogivs púlics, desde l jsi l

fiscid, psdo po l ge.

l poceso to cosecencis de lgo lce, peo máds

cmo qe esamos lido e ess págis, b qe ee

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tenerse en cuenta: la disolución del poder centra, que en época caoin-

ga hbía asumido coo funcón propia la proteccón de las nsttuciones

y benes ecesiásticos, dejó a a Iglesia sin n deensor cao, n una

espada temporal que se encagara de hacer fente a quenes reenran

saquear sus propedades, dscutle sus privlegios o denar ss reta.

Para entonces, obispados y abadías eran, tabién, señoríos feuaes.

Dsponían de grandes doinios urales, ejercían funcione e gobieno

sobre los cpesnos que tabajaban e eos, cobraban ena,

mpartían justica. El ptrono y la organizacón socoeconóica elos seoríos eclessticos no eran ustancalente distintos a los e los

lcos, pero había al enos un atz que los diferencaba. Los señores

feudes laicos disponían de poder iitr, tenían a su sevco nos

contngentes arados a los que proveían de distintos oos y eos

msos eran jefes guerreros ue basaban parte de su autora,

prestigo y patrionio en la fuerza. Coo ha ostrado G. Duby, e

aque ndo eudal l guerra era e odo de relación abital e

fia aristocrtcas, un ncesante proceso que peritía cea iqza,

crecentarla, dstrbirla, ovlzarl. Las autordades eclesisticas

estaban nmersas en quel entramado socia, pero a contaio ue s

parentes seculares, obispos y abades n ean guerreros ni disponían e

ellos. De antener sus estados se había encargado el pícipe o sus

agentes, pero ahoa no había autoridad pública. Se había ueado aeced de la rapiña feuda, de odo de vida euda.

Así ls cosas, los bienes eclesisticos srveon en no poca ocaone

para levantar patrionos lacos. S eos de cree a las popias uente

eclesstcas, os señores feudales se anzaron en tope cta la o-

piedades de onasterios y obspados, les arrebataron tieras, queaon

con las rentas qe les pagban os capesinos, vioao s eco

 jusdcconaes de as igesias, denuncaon y recaao a cc-nes ue sus antepasados habían hecho a las stitucioes eclesiaes.

Frente a a voencia feuda, a la exaccó o a latrocino, y ane la

inoperanca e pode púbco, a Iglesa tuvo ue busca óua

defens de su pationio que le peritiera hacer en a ien

quebrntaban e orden, la propiedad, la paz. La Igesi auió, en paabras

de dnn, una parte de las uncones púbcas que habían prnci a

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la monarquía -las militares, la defensa del bien público, del patrimonio

ecesiástico, de los pobres y las transfirió de diversos modos, con maticesy condiciones, a la caballería, que en este proceso experimentó un alto

grado de cristianización de sus funciones7. Jean Flori, cuyas conclusiones

seuimos en estas pinas, las ha estudiado adecuadaente y ha puesto de

maifesto la creatividad de la Ilesia a la hora de paliar su vulnerailidad1.

De un lao, como era natural, busaron la coacción espiritual de los

aresores mediante rezos, aatemas y excomuniones. A veces los

resultados eran sorprendentes. Un caso recoido por HarperBill, aunque

fecado a prncipios del slo XII puede darnos una idea de la efectivi

dad que a veces podía tener este tipo de sanciones: Thomas de St. Jean

fue un cballero normando que devastó tres de los bosques de la abadía

de Mont St. Michel para conseuir el material que necesitaba en la cons

trucción de su nuevo castillo. Los monjes reaccionaron con el arma de l

orción para que os venase el mal sufrido, de manera que cuaoTomas lo upo, "corró co horror, coo un loco, al monte ( ... ) y

preguntó a los onjes porqué estaban clamando contra él y sus

hermanos. Cuando recibió las explicaciones acabó arrojndose a los

pes del abad, pidiendo la recociliación. Ciertaente, recbó la

confraternidad de l casa, pero previsiblemente debió de indenizarla.

En no pocas ocasiones, esta presión moral sobre los malhechores se

compainaba con la protección que pudiera ofrecer los santos patronesde las propias instituciones. Los monjes hicieron proliferar relatos en los

que aquellos santos realizaban todo tpo de milaros, aluos de los cua

les estaba directamente relacionados con la defesa de los ees

eclessticos frente a los señores feudales, a los defraudadores o a los

ladrones. Las historias que narraban las muertes violentas de uienes

abían expoliado las ilesias, como consecuencia de la intervención de

un santo patrón cuyo amparo abían buscado las víctias, eran leccones

ntmidatorias para todos aquellos que quisieran usar lo msmos éto

dos: incluyamos lo en este pequeño trabajo para que aquellos que

17 ERDMANN : re Oigin (�le Idea ofCusad. Princeton, 1 977 pp. 59-60

18 FLORI J La gee minle L na!ion de ['ide de cisade daS [Oident Cétie

París 200 cps 4-5

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atacan las propieddes ecesiástics sen avertidos", decí Arnodo de

San Emmerm, ntes de nrrr uo de estos milagros. Que aquellos

sntos venerbles, como Sn Bento de Fleury, se viern envuetos e

drramentos de sangre, ue l sntiad la violenci se mezcr de

forma tan estrech no prce que escndlizra esecimente: Sn

Benito nos dice el cronist Aimón e leury, está ispuesto yudr to

os los que e llmen con fe, se one se y especilmente en l guerra"

No siempre ls excomunions los mlgros ern suficites par

etener os epoldores e bienes eclesiásticos Muchs veces losmonsterios y obispaos se veían obligdos buscr protectores ás

eficces, más contundetes, estbleciendo alinzs con lunos señores

laios que se convertan en ogdos o defensores de deermins

insttucons religioss, recltno cblleros que les sirviesen con s

rms, orgnzando sus propis furzs con los recursos e sus señoíos,

complemetno, en efinitiva la cocción espiritul con físc El

cronsta Aimoin nos coment lgún cso prticurmnte ilustrtvo

haci los os sesent el sglo x, un grupo e guerreros invdió el

terrtorio perteneciene l onsterio de San Benito de Sut Se roujo

entonces un rección rmd por prte del puebo de Argentn, y que

su sor er el defensor -"advocatus del onstero, que está

imregn e simbolismo

Ya ue nusro seor Gerald es e defenso [e Sn Benito], vymosen su ugr vaentemente y sin temor tcr eneigo y defender l

trs del onastero], envndo prero un emisrio monsterio de

San Benito en Sult par que nos trig l bder de este rico Confesor,

fn e que nos protej"

En efect tomon del mosterio l nder del santo, lo invocron

e iploron su yud con tods sus fuerzs y obtuvieron una vicori

sore los invasores que fue considerd milgros De est for, fuerz esiitul aportd por un santo, repesentdo trvés de su

insgna, se ven a unir co fuerz ir e los bogdos en orden a

la efensa e los intereses teries de un monasterio

Igul que los gresores os que deín hcer frente, estos efensores

e gesias eran uereros, milites, pero estn ornados e un consi

dercón especil: ern investidos medinte ceremonis litúrgics ese-

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cficas, durante ls cuales se demandaba para ellos a proteccón de Dos

y de los santos patrones, bajo cuya bandera habrían de servir:"Señor Dios [se indica en una de estas bendcones estuadas por

Flori], tu que deshces las guerras, y qe eres el sostén y protector de

todos aquellos qe esperan e ti, responde favorablemente a nuestra

inocain; pr los méritos de tus santos mártires y soldados Mauricio,

Sebastá Jorge, concede a este ombre la victoria sobre ss enemgos y

sálvale pr t sola graca, tu que as querdo redimir a la umanidad al

precio de l muy preciosa sangre de tu Hijo, que ive junto a ti

En la medda en que actuaban en defensa de la Iglesa y bao su

ampao y el de las fuerzas divinas, su acción militar qedaba santficada

y l cablleía o mejor dcho, esta caballería qe se colocaba al servco

de las institucones eclesiásticas, adquiría un matiz nuevo, bendito, que

le searba de los otros milites de los mlvados.

n ests circunstacias, no debe extrañar que a estos guerreros

bendecidos que lchabn contra ls conculcadores de los derechos de las

Iglsias se les confirieran las mismas recompensas espirituales que a

aqellos otos qe, por la misma csa, hbían uerto lucndo contra

los infieles A princiios del siglo XI -señala Bernard D' Agers- viva en

la abadía de Cnqes n prior que haba sido caballero antes que one

y que conservaba su eqpo militar Siempre qe resultaba ecesario, el

pror cambaba e ábito por l arnés para frenar a los ladroes:"Cuando ocurrí algún ataque, algún pillaje de los maechores, se

encargaba él mismo del fcio de defensor y guiaba a la tropa armada

Reanimaba el coraje de los que desalecan, prometa atrevdamente las

recompensas de la victora o as de la glora del martrio asegraba ue

tenían el debe de combatr a os falsos crstianos e atacaban la ley e

la glesia y abandonaban a Dos, más aun que a los paganos ue, por su

parte, no lo haban conocdo amás

A tenor de lo aquí expresado, está cao ue en algunos Írcuos

eclesiástcos el combate armado para la protección del patrmono e as ge

sias no era menos mertorio que el que se llevaba a cabo contra os nees

s en este cotexto de voleca, de iseguidad y de eaccón

eclesiástica en el que srge el movento de a "pa de Dos n

aquellos mometos de turblencas, a Igesa propcó y encabezó

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gran movimiento social que pretendía poner fin a la actció de los

violentos e imponer n estdo de paz. Se trataba de buscr una cocertación

socil sficiente para hacer frente a los malvados y proteger a los más

desaparados, a los inermes, a quienes no podín defenderse por sí isos

de la presión de los ladrones, de los violentos, de los malhechores fedales.

Los inicios del proceso son bien conocidos y ofrecen muchas caves

sobre ese movimiento. En 975, el obispo de Puy, Guy de Ajou, odenó

a todos os caballeros y villanos de su diócesis que se reuiese e

cmpo abierto porque quería oír su opinón sobre la form de cosegila pacificción del obispado. El obetivo era, ciertamente, asegrar pz

frente a las violencas de los bndidos pero de unos bandidos muy espe

cíficos y ctados explíctamente: aquellos que arrebatan los bienes de la

Iglesia por l fuerza. Par alcazar qel fin, pidió a todos los convoc

dos que urasen mantener la paz, lo que expresamente significba

respetar os bienes de a iglesia y de os campesinos, y devove os

robados. Desde lego, no todos los aicos estuveron dispuestos a cepaquel juramento y todo permite indicar que hubo cierta resisteci, pero

el prelado enía prevista esta circunstnci y había ordendo peviamee

a sus parientes seculres -especialmente al conde de Briode qe

reuniesen ss tropas con e fin de obligar a la fuerza a los más remsos.

Así se hizo el juramento quedó estbecido, y s prendas, devuelts

L fórml de renir concilos, drigdos por los obispos, e ls qe

participasen tbén cableros y cpesnos, co el fin de jetse

fvor de paz se exendó con retiv rpdez y se fe cpe

progresivmente con la mención de los grpos de persos, bees y

lugares que qedaban parados por la paz de Dos. n e cci e

Nrbona de 1054, por ejemplo, se decretó la proibció gosd

Bainton de "tcr a los cléigos, monjes, ons, jees, peegios,

mercaderes, campesinos, asistentes a cocilios, ls gesis y ss eedores hasta una distci de treinta pies (co ta de que o tvese

mcends as), cemeteros y caustros hs sese pes, s

terrs de los céigos, os pastoes y ss ebños, os es e

abranza, os cetones de os campesos y os oivos.

E sagdo jmento, co toda su eorme crg eigos tse

de un invoccó dvna, e ponciento de codes ecesásics

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contra quienes se trever quebrntr estos comprosos

-excouniones, prohibicón de l dmnstrcón de scrmenos,entierros fuer del ábto sgrdo, condencón etern ...- y soc

ción de ls relquis de los sntos ls smbles de pz, venín

reforzr uellos pctos. Convendrí no desprecr l cpcdd de

cocción de ests medids sobre e coportmento de los guerreros

lcos, pues ls fuentes conemporánes ustrn con no pocos ejempos

la preocupción de los cbleros nte l posbldd de morr excomu

ados y l extensión del culto los sntos y ls relqus. Precismente

por ello los clérgos se esforzron por demostrr que quels condens

ern efectivs: Ader de Chbnnes por ejeplo, recoge un leyend en

l que se nrr l hstor de un cllero que fue excomulgdo por el

concilio de Bourges y que muró sin hber sdo rentegrdo en los

scrmentos A pesr de l prohbcón, que gueero ue eerrdo por

sus propios milites e iglesi de Sn Pedro, pero mgrosmete e cuer

po ue expusado del sueo sgrdo. Desde luego, sus segudores voveo

inumrlo en vris ocsones, pero otrs s e cdáver ue pro

del suelo snto por ntervencón dvn. esoldos, procederon nlmene

llevrlo uer de l gles, cepndo condencón de su señor.

Y ien entrado el siglo XI, se d otro pso sustnc ncur

entre ls cláusuls del jurento l olgcón de los feles de uchr

ctivente contr quenes pertursen l pz. Ahor y no se rtbsoo de conseguir de os cos u promes de bsecó de voec,

sno de lcnzr de ellos un prtcpcón drec en persecucó de

los quebrntdores de l pz, de los ldrones de gless y de pobres. Ms

un, los msmos clérigos, encbezdos por os obspos, se compomeí

involucrrse en los combtes -o y espres, so mres- y

ponerse l rente de s rops lics conr os sqedores de

ptrimono eclesástco. En 1038, el rzobspo Amó de ourges

convoc os obspos de su rchdócess y es mponí e sguee

 jurmeno -pubcdo por J. For-, que es od decrc e gerr

"Yo combtiré todos os nvsores de bees ecesscos, os s

tgdores de squeos, los opresores de os moes, de s os y e

os clérigos, odos queos qe que esr sn mre Iges,

st que qelos muesren rrepemeno, sn dejre sobor por

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regalos, ni dejarme influenciar e nada por la afinidad de arientes y

aliados, a fin de no apartare del caino recto. Yo prometo archa co

todas mis fuerzas contra aquelos que hayn osado trasgredi estas

proibiciones y no cede en nada, hasta que los itentos de los reva

rcadores sea eliinados"

Posteriorente cda obiso tendría que tasladar aqe jur mento

los fieles de su respectiva dearcació, coometiéndose e cd cso

a coger en os santuarios de Dios as bandeas de Seño a rch

con la multitud del puebo conta los corruptores de la paz jrada".

La fórula de a az de Dos, en virtud de a cual se pocuraba sus

traer de la vioencia feudal a los ombres no arados, a ugaes sagrados

y a ciertos atrimoios, se amlió algo más e las laadas teguas de

Dios Se trata de ovimientos que surgen a artir de rier tercio de

siglo XI y que aspiran a eliina toda vioencia -no y úicat la er

cida contra personas o biees esecíficos- duate deteidos ridos

de tieo. E iero d os roovido en 1027 o e cociio dToulouges- se roibía todo tio de ataques cora cualquier habitate de

la diócesis de Elna y del condado de Roseó entr a och del sábado y

la aana del lues, con el fin de que e doigo ue u día de az

completa n años sucesivos, otros concilios fueon aagdo e periodo

de az -de mircoles a lunes o estableciendo deteiads tas de año

-Adviento, Navidad, Cuaresa, Seaa Santa, iestas iortts de l

Virgen o de los satos- drante as cuaes qudba xcido s d

violencia. Po ejeo, e e cociio de Tuus de 1065, yo o IX

ue traducido y ubicado o A.B. Sáche Prieto, se estabÍ u:

E los tieos ya macados todos os crisios, dsd st d

so dl iécles hast e unes hora i, obsv st t; y

que se gurd si iterrución dsd e ie dí d Advito hst s

octavs de a Eiía de Seor (.), desd l us u d rinciio de ayuo, hasta unes que es e io desués d

Doiica de las octavas de Petecostés iguete s tes stivi

dades de Sat Maía con sus vigiias, y e atividd d S J

su vigilia, y e a estividad de los Stos Justo y Pasto, Abdó y S,

Flix, Ceesio, Nazario, orenzo, Migue, la d Todos os Sts y d

Sa Mat. Tbién s dos stividdes d St C y t

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de San Pedro, l de S Eesio, que es el dí 21 de gosto, y en

deollación de Sn Jun Bauisa con sus viilis, y con ods ls noches dels referidas fesvidades, y en odos los dís y noches de ls curo émpors".

En ocasiones, como l ue reprodujo Binton recoieno el urme

to prestdo por Roberto el Pioso (996-03), los eleenos propios de

la pz de Dios aprecen cobinados co los de l treu e Dios:

No busré de l Igles e moo lguno. No heiré a iún clégo

o monje si están desrmdos. No robré buey, vc, cerdo, ovej, cr,

asno o yegu co porill No tacré vlno, ia o siriene o

mercaderes par cobrar rescte. o coeré mul o cbo, mco o

hebr, o potro de nadie, que esén en los pastos, desde ls clends de

mo as l fies de Todos los Sntos menos que se pr

sisfacr un deud. No quemré css i ls destué, menos que

hay un cber dero. o rncré viñs. o tcé oles ms

que vijen si su mrido i sus doces, ni vius o monjs, menos que se por su culp. Desde e pricipio de Curesm hst e

de la Pascu no acré ningún cblero desrmdo".

Como cabamos ilusrar con e ejemplo del cociio de Bouges, el

manteimieno de l pz o de la treu e Dios requerí u ievenci

armad cora odos sus infrctores Los es de os biees eclesiás

icos, de los pobres y de l p, lo heos viso, eran ereos

bendecidos, jurmeos, ue cubn bjo ls bners e Dios. Peo

ubo lo ás: sus cciones milires -con su cororio e muee o

desrucción no solo estb exentas e culquier ipo e culpbid, so

que además er meitoris. Y en e concilio de Arés de 1037, que que

casigra l trsgrsor de tregu de Dios se le cosier beio como

cedr de l obra de Dis".

Despés de l Primer Cruz, ls recopenss espiiuaes rese

vds ara esos combiees esb muco ás quils Hci

140, el oispo de Auch, Guillero 11, ienb evr l prácic e

su diócesis l treu de Dios decred en e 11 Cociio de eá.

Como era noral, seún explic ED. Hel, m qe se om

urmeno pobción sobre el mtenmieto e p y op

medias pr uchr conr los icumplidoes. Además, esleci s

compesaciones que obend quelos que pticpse e s

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persecución: se consideraba que la guerra cotra los violaores de la

tregua e un "servicio de Dos y que, si el combatiente actaba conitenció ecta, sus actos militares serían cosiderados como "pen

tecis, lo que en la práctica quería decir que la actividad bélica

supoía el perdó de las saciones espirtuales impuestas por los

pecdos cometidos. Por supuesto, a los que riese en el crso de las

operacioes, se es prometía el perdón de ss pecados y la recompensa

etera. Po útimo quienes se negaran a seguir el llamaento de los

obispos serían excomulgados.L ierpetacón del movimieto de la paz de Dios no ha so e

absoluto unáie ente los historiadores. En ocasioes se ha sbraya

do l ifluecia cliacense e su gestación, y se ha querido ver en él

la cocreció del ideal de cristaizació de a sociedad medante la

eorma de l Iglesia y la sbordiación a ésta de los poderes polítcos

y de los laicos, que quedarían al servicio de las autoridades elsást

cas como istrumentos de su polítca y de a deensa de ss terses

mateiales. E otas se ha pesto el énasis en lo que en él había de

lucha cotra las guerras privadas, conta la "anarquía eual y en ro

de la limtacón de la muy dndida violenca señorial, eteiénoo

como esuerzo a avor de la recoguracó de los pores

públicos, cetrales, monárquicos. A veces se ha insstdo en e

elemeto social del proceso, en la medda en qe los caesnos, lossectores populares e general, adiere protagoniso en n obt

cotra los señores, al tiepo qe se procura na redeicó e l

sociedad separando radicalente al mundo eclesiástco del laicao y s

ofrece una unción legtimadora para la caballería, cuya actvid s

cistianiza y se iteta colocar al servico de la Iglesa y de la relgió

Ots, por el cotraio, se ha destacado esecalmete el empeño e las

instituciones eclesiásticas por deender su patrimoo contra la

ambicó o e competecia co otros poeres laicos que podía

usurpar o revincar ciertos derechos sobre los bienes y los

campesnos de las iglesias y monasterios.

Por lo que aquí interesa, el movento de la az de Dos rersta

otro paso más e el poceso de sacralizacón de la gerra, tto or

oigen de las nciativas bélcas -las atordads rlgoss, los

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representantes de Dios-, como por las causas alegadas ecuperación

de los bienes de la Iglesia, la defensa de los clérigos, de los pobes, delos inocentes, de los inemes-, los rituales propiciatorios y iúrgicos

empeados -banderas de Dios, juramenos ate reliquis ... y las recom

penss espirituales que esperaban a los combatientes. Las aces y

reguas de Dios no significan, en ningú momeno, la conenación de la

guerra, puesto que de hecho se anima y bendice. Lo ue se mlice y

persigue son ciertos tipos de actividades bélicas, solo que para erminar

con els o que se propone es, precisamente, más vioencia, más guerra,pero una guerra -o su alternatia, una tregua- controlaa por la Iglesia.

Como ha concuido J. Flori, "por la az de Dios a Iglesia o busc

prohibir la guerra y promover la paz: ella moraliza la paz y a guerra en

fnción de sus objetivos e intereses. Puede resultar paradójico, peo la

gerr sant, así entendida, ea una consecuencia directa de a paz de

Dios, y e hecho en lgna ocasión los contemporáneos o dudaon en

presentar como tal a las acciones emprendidas por las ilicias de paz

ognias por los obispos.

En el siglo X tmbié hubo guerras meritoias ue, inspiradas po

lgunos paps, fueron considerdas como actividades virtosas, que no

solo no ofendín a Dios, sino que le agradaban, de ah que os comb

tientes recibiesen la remisión de sus pecados y os mueros fuean

premiados con la vida eterna. Pero entonces los enemigos eran pagnose infieles, representantes de mismo Diablo que venan a desui o

conuistr a la cristiandad. Ahora no. Los adversarios ahora eran

cristianos, tal vez mos cristianos, pecadores, abiciosos, ladrones ...

pero creyentes l fin y al cabo. y la guera conra ellos, su muerte

violenta, se abía convertido, también, e una fórmula de savción.

Teniendo en cuena todas as cicunsancias aludidas en los árfos

anteriores, no debe extrañar que fuera precisamente en este ismo

contexto de descomposición de los podees públicos, de meazas y

presiones cont los bienes eclesiásticos y de "recomosición de sus

instrumentos de defensa armada, cano suriera una eoía socil que,

en e bito de ls representaciones mentaes, venía a dar una cabida

dign en el seno de la sociedad cristiana a los guerreros y a raificar el

proceso de cristianización de la caballería al ue hemos heco alusión en

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otras ocasiones. Nos referimos, obviente l teorí trifunconl de l

sociedad, mgistralmente estdid por G. Duby9.

En las primeras déads del siglo Xl, los obspos Gerrdo de Cmbry y

Aalberón de Lón propusieron un esquema de orgnizcón de l socedd

llamao a tener un enorme éxito en el fturo en el que ést precí dii-

d en tres ctegorís estes, seprds por rrers esncs que sl

podan ser frnqeads por rtos de verader conversión. L imgen

resltnte er la de un sociedad comprtimentd en tres "órdenes en o

qe Dos hbía repartio a los hombres después de l Creción con e objeto e qe ca uno de ellos desarrollar una función deterind pr el

servicio coún e l sociedd tempor: uos, mayorí se encrgbn de

trbar (agricultreslbrtres"); otros de orar (rtres"); los otrs

n fn, era gentes e err, cy msión er l e combtir y ls que se

aicaa el onopolio de l activid militar (pugnores").

Este sistema social se rige por la reciprocid por a cridd s

ortores peen viir en el "oco srdo qe exge s ofcio pue snatores grantian su seguridd y los agricultores, grcis su lbor, e

alimento de ss cerpos. Protegidos por los guerreros los lbrdores ob

tienen el perdón e Dos por intermedio e las plegrias de los scerdoes.

Los guerreros obtenen su sustento de los censos e los cmpesnos y de

los impuestos qe pa los coerciantes, y pueen lavr las cups qe

acarre el uso e s arms grcias a la mediación de los que orn, l

tiempo qe necesitan de estos pr ue intercedn por l vicori.

Dese lego, est concepcón del orden social forjd por los hmbres

e Ilesa no solo scraliaba l ivisión de funciones, grcis l cul er

Dios mismo quien ponía los clérigos y a los pores bjo protección de

los eseclists de l guerra, sino qe tmbién scrlizaba l diferenci

 jerarqía social, el predominio de unos hombres sobre otros puesto qe

ial que en el mndo celeste, en el terrenal, qe no es sino su imgen -pra, nos mndan y otros trbjn y obedecen. Por lo que nosotros ns

teresa conviene subryar que la teoría trifuncion vení sncionr

desde un punto de vst ideológico, l legitimidd de un tpo de cucón

19 DUBY G.: Ls Is ód i/gi d fuds/ arceona 983

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la guerer, querid por Dios como elemento básco de mnenmiento el

orden socil y, l mismo tiempo, justificdor de pedominio soci,económico y poítico de un minorí piviegid sobre inmens myor

desposeíd. Por est v, Igesi db oo pso mponte en e poceso

de santificción de l guer y de l crisinizción de l cbleí.

Reforma eclesiástic y belcosda cistana

L tedencia hci l scizcón de l guea por pte de ls instt

cioes eclesisticas, tnto que se llevb cbo cont pgnos e

infieles como quell ot que se li contr os ceyene que entsen

contr l paz de Dios, expeimentó un cl celercón desde meos

del silo XI que est íntimmente conectd con l Refom de l Igesi

El ovimiento en pro de un pofun eform ceic, qe se

desarrolló en Occidente especilmee prti de l citd fech, vocoscuecis de my diveso tipo no soo p e muno e os cér

os, sino tmbin p el cojunto de soiedd europe, como h

tenido ocsión de anliz L. Gcí-Guijaro. Ente os coss,

implicó u sneamiento mol de vid de l glesi, un pesevcin

de l liberd eclesiástic frete ls intromisiones de ls utorides

licas, un reafirmción del poder dl Pp y de l gesi de om

sore el resto de ls igless y un defens de l supeioid dePotífice sore culquie poder seculr. Inevitbemente, elizción

pctic de estos poyectos gener enfrenmienos gudos nto

dentro de la glesi como con os podees licos cuys prerogtivs se

podín ver afectdas por l polític ppl, tensiones qe mchs veces

derivn e conflictos rmdos.

Como cosecuenci del proceso de centlizción de potest

eclesial e torno l pontice omano, se puso en mrch un mecnismo que

tedí identificr l lesi unives con l gesi de Rom y simi

lar cristiandad con Ppdo, de mne que os enemgos de Rom o e los

pps, o los tques contr los inteeses teitoies, polticos o

pogrmticos de estos, fueon utomáticmente intepretdos como ccio

nes e cot del conjunto de l Iglesi o de l totlid de cistind.

Después de todo, os sucesores de Pedro como obisos de om ern

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también los vicarios de Cristo en a tierra, de manera que su autordad se

trasfería desde o loca a o universa de forma automátca.

Por otra parte, e principio de subordinació de a espada terre -os

oderes poticos- a espada espiritua -e Papado- levó a a Iges

romna a exigir a os estados secuares su partcipació actva -e

uchas ocasiones en términos de fidedd y vasalje netamente

feudes- en s guerrs que emprediese contra sus adversaros. Bajo

est exenca syac, adeás, a idea de cristianzación radica de

socieda, en virtud de l cual ésta no solo dea asumr as nocionescristianas, sino comportarse en función de eas, o que conevaba a

puesta al servicio de as utoridades ecesiástcas, de sus proyectos y de

sus ntereses. Como ha apuntdo Erdma, con ateroridad

refora hubo papas que fueron guerreros a pesar de su ofcio, mietrs

que ahora os papas reformistas eran guerreros deido precisamete a

cargo que ocupaban.

artiendo de estas bases, os ontífices de a Reforma no dudaron en

retoar la y ara trayectoria que desde sigos antes veía recorrendo

el proceso de santificacón de a guerra, ampiaro en agunos sentidos e

instrumental izarlo a favor de os ás variados objetvos ecesiaes, ya

fer a defesa de os estados de la gesi si ern ameazados por otros

oderes competidores, ya a lucha contra os enemigos de la refor

patrocinad por e Papado, ya persecución de todos aqueos uemenazba con romper la unidad ecesiástica -herejes, csmátcos, ya

el comate en ls fronteras de la cristiandad contra os nfiees. Coo

resutado, la nocón de guerra santa acabó adquiriendo la cofguracó

plena que finente desembocó en a idea de cruzada.

En a consideración de os papas reformistas -especiamente de

Grero V, que fue sin dud quien más ejos eó en este proceso y

que ha sido conceptuado como el papa que revoucionó e punto de vistacrstiano sobre a guerra y que "inventó e concepto de "guerra sta-,

las confrontaciones armadas por razones terreaes entre poderes secua

res cristianos fueron entendidas coo un camino hacia a perdicón. L

cllería no poda practicar su profesión sin caer en e pecado, a meos

que fuese para brr una "uerra de Cristo contra herejes u otros

enemigos de a Igesia, por supuesto bajo patrocnio papa. De esta

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Goo VII. Misl de Pg o XII.

Ku Botkt tocoo

forma, como ha expresado Russell, el antiguo concepto de militia

Chrsti, que desde sios antes había venido definiendo a los monjes qe

librban un combate espiritual conta os demonios, adquirió n

significado lite para desina a los caballeros qe obeeCÍan los

propósitos e iniciativas papales y combatían por ellos20.

20 RUSSELL FH: Th JI War n Ih A Cmb 9, p. 3

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Como decíamos, la Iglesia reformada encontró motivos sufcentes para

scaz, uizando dversas fórmulas, los confctos que mantvo en

dsnos frentes, sn ue importara el objetvo concreo ni la naturaleza de

enemgo al ue se enfrentaba. En consecuenca, la belcosidad crsiana o,

si se quiere, la volencia jstifcada en virtud de razones de orden rego

so, experentó un notabe crecmieto a raíz de la eforma de la Iglesa

Los copetdores en a carrera pontfca, por ejeplo, fueron

acusados de smoníacos y herécos, de maera ue a luca contra ellos

fue presentada coo una guerra lbrada por motvos dscparos oocrnes, y no como un conflcto por el poder. Por eepo, en 1049

el emerdor alemán depuso a entonces papa Benedcto IX e mpuso en

su 1uar a un partidaro de la reforma ecesástca, eón IX. Desde su

base falar en Tusculum, el pontífce depuesto emprendó una serie de

cmpañas liares contra los alrededores de Roa con e objetivo de

recuerar el solio pontfco y de expusar a su rival, que a su vez se vo

obl gado a omar las armas pra defender su posicón y mantenrse e el

cgo No obstante, antes de reacconar contra su adversaro y vengar os

ataques sufros, e IX tuvo la precaución de reur un sínodo

ecesástico que juzgó a sus enemgos como simonícos y herétcos, de

era que la guerra consiguiente lbada contra Benedcto y sus

ros fue presentaa como n combate contra los enemgos de la fe.

E una línea smilar se encenra el conjuno de justficacioneslegadas en el conflicto e enfrenó a este mismo papa -eón IX- y a

los normandos de sur de Italia: a mediados del siglo XI estos últios

esban empeñados en una expansión terrtorial haca e centro de a

peínsul ialana que les condujo a un choque dreco con los ntereses

eroales e los esados pontficios En ese contexto, amplaente

osado por Edmann, las ropas alemans e italianas, reclutaas y

encabezadas por el Papa en persona, se enfrentaron a sus enemgosnomandos en ua baala cama ue uvo ugar e Cvate dode os

pmeros fueron derrotados y eón I presado (l053).

Es evdente ue el objevo nmediato del Papa, al liderar esta

cmpaa, había sdo el de proeger a sus súbdtos y a unos erroros que

coseraba propos en virtud de la "donacón de Constantino, pero el

ponífice y sus partdarios se encargaron de ofrecer una agen

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completamente distinta de a ucha contra os norandos: éstos fuero

acusados de coportarse coo paganos que no ddaban en asesinar apelo cristio o destrir as iglesias, y se es apicó e caificativo de

arenos", e ismo que servía para deoinar a os piratas msula

es. La guerra contra os orndos, qe -insistios- se evaba a cabo

r evidentes razones territoriaes, ue exhibida coo na cha en

defes de l Ilesia de Cristo y realizada par iberar a Cristiandad

A los guerreros e participaro en e bando papal -de los qe alguos

cotemporáneos sbrayaron su carácter mercenarial y su condició decrimies y bndidos- se es había proetido previate la reisión de as

peitecias y e perdó de sus pecados Pocas déaas espués, los iógrafos

de Leó IX y guos otros croisas se mostraban absoltamete

covecidos de que os uertos drante aquela batalla fueron verdaderos

mrtires y tos. J. Fori recogió e testionio uy epresivo de no de

estos atores qe cotaa que, ntes de qe e Papa faleciese, tvo ua

visió de los cídos por su cusa en Civiate y cofesó a los ue e rodeab

Yo los he visto, e efecto, etre os mártires, y sus vestidos tenían el

espledor del oro Teían todos en la mano as pmas de las fores

imperecederas y me decían Ven, quédate con nosotros, porque por ti

osotros stamos en esta gloria"

E cosecuecia, un conflicto iniciao por roes teporales o

polticas ctr fuerzas cristianas, se transformba en na gerra santaemredid por la máima utorid d eclesiástica cotr cuasipagos,

por razones de Índoe religios, con n bedito ejército ara el que a

tll se covirtió en un caino directo hacia la salvación etern

E a agria dispta etre os poderes uiversaes que hbitualete se

cooce coo la Querea de las Investiduras", e Papado tapoco ddó

a hora de utilizar a fuerza armada cotra su adversario imperia,

cosiderado eeigo no solo de Roma, sio de toda la cristiandad, y

heredero además de os atiguos bárbaros Drante s lcha contra e

emperdor aleán Eniqe I, recrrió ua alianza miitar con os

ormandos de sur de Itai y solicitó a toos los caballeros qe pusiese

sus espadas servicio de Cristo y de San Pedro para reaiar co elo s

vocció cristiana Adeás, los adversarios aeaes de eperador,

liderdos por Rodofo de Suabia, recibiero de Papa a absolución e

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sus pecados en a ucha contra Enrique. Las llams de uxilio relz

das por e pontífice frente presión militr e los mperiles, os

coocn idudabemente ante un guerr consder snt:"Ayudad vuestro padre, Sn Pedro, y vuesra mdre, l Iglesa

roaa, si por eos eseáis obtener e perdón de vuestros pecados, s

bediciones y merced en est vid y en siguiente.

Por s fuer insuficiente, os rgumentos reigiosos qe sirvero

pr jusificr guerr contr e emperaor vinieron a sumarse otros e

core juríico. Así un pensador propp, como er Mnegold e

Lutenbch, proponí que "cualquier que, sin ctur por un vengnz

ersona o por vrici, sno en ayud de los príncpes católicos, mt

un partidario de Enrique en un guerr púbic por ptri, por l

 justici, o por sede aposóic, o en e ejercicio de sus funciones judi

cies, no ace nd injuso. Se trta, obvimene, de un plicación

específic a conexto de uc entre el emperador y e Ppa e

concepo de guerr justa, en virtud de cul e sesinto de losprtidrios de Enique IV, cundo se hiciera en e mrco de un "guerr

pbic -como decard por el pontífice- en efens de sede

apostóic -equiprad ptri, justici o l ctación juicil

quedaba penamente egitimd no bí culpbiidd posible en el

sesinto de os ecoulgdos cuando se cí directente en efens

de Igesi y obedeciendo a Dios.

Por otr pare, e Ppdo tmbién scrlizó aquelas guerrs epren

didas con e nico objeto de imponer su progrma reformist los

secores ecesiásticos o cristianos más refractarios él. este respecto,

e oviiento conocido como a "Ptaria ofrece un ejempo notble.

Desde medidos de sigo XI se desrroó en Mián un movimiento en

pro de refor morl de Igesi y en contra e clero simoníco,

concubinrio y corrupto, que estb encbezdo por lgunos clérigos ysecundado por ciertos sectores poplres aicos, y que defendí e uso de

fuerz pr canzr sus objetivos. En décd de los ños sesent as

cciones miitres de movimiento estuvieron lideras por un cblero

amdo Eremd, quien os scerdotes reformists bín

convencdo de que lcanzrí myores méritos ctndo coo lico y

defeiendo l fe y l glesi con a espda que convirtiénose en

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monje, como era su pretensión. Tales proesas le fueron ratificadas por

el pa Alejadro 1, que adeás le entregó una badera de Sa Pedrocomo síbolo de patronazgo. partir de entoces se convirtió e el

dirigene miitar del ovimiento amado a favo de a refora, quedado

bajo la obediencia directa del ontífice. De nuevo, el Papad sacralizaba

l guerra en beneficio de sus intereses prograáticos, como deuestra e

hecho de que Erlembald fuera considerado por Gegri V c

"soldado de Cristo que lucaba por Dios contra los eneigos de la

Iglesia y qe a su muerte en 1075 se le tuviera por mártir y sato.

En la Penínsu béric, las dificultades que encotró Gregrio V

ara imponer la reform e el reino de Castilla-Leó, y especialete

pra conseguir el cabio de la iturgia ozárabe por la romana, cndu

 jo un enfrentieno dipomático con la corte de lfonso V. El

problema có resoviéndose satisfactoriamente para ambas partes,

eo en lgún momento la tesió subió varios grads. E concret, en080, ante ls resistencias a as que tuvo que enfrentarse su cardea

legdo, Ricrd, el Papa advirtió con la posiiidad de viaar

ersonalente a Cstilla-León para resolver la cuestión. Lo que sorpren

de en este sunto son los térinos epleados por el ponífice, ue son

los de una amenaza militar en toda regla: lfonso V se estaba

exoniendo al enfado y venganza de San Pedr; si no edía perdón po

sus culpas es decir, si no actaba la refoa litúrgica y seguía los dictadospotificios en algunos otos asuntos, el Papa se mostaba dispuesto a

edir a todos los fieles de Sa Pedro en España su coaboración contra el

rey; si ésos no respondían, él mismo acudiría para actuar contra fonso

de forma dura y áspera, preparad para descarga sobre ése la espada de

San de Pedro, tratándolo coo un enemigo de la cristiandad.

De nuevo, la imposición del proyecto reforista de Roa se asociaba

cocción ilitar y és se revestía de un lenguaje y na ustificació

clarmente reigiosa. Que s enemigos fueran cristianos n parece que

fuera obstcuo alguno para usa cntra ellos la fuerza. Más aun, td

arece indica que los propagadores y defensores de a efora eclesiás

ica estab mucho más dispuestos a emplea medios vilents cta ls

contestatarios de su misma reigión que cntra los infiees. s, Boniz

de Sutri, un acérrimo partidario de Gregrio V, expresaba

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"Cuando sufrimos la persecció e aqellos e fuea [e la iglesa],

debemos imponernos a ellos con pacienca; pero cano viene e

aquellos de dentro, debeos primero combatirlos con las aras

evangélicas y despés con todo nestra fuerza y armas.

Po sopenente qe pueda parece, como muy ben ha ecalcado

C. Ermann, que publca y comenta este testimono, lo que se está

defendiendo es qe la fuerza de las armas o ebe ser empeaa contra

los paganos o inieles, a los que hay qe cobatr con la pacencia, pe

ro sí contra los cstanos qe hayan caío en el cisa o en la herejía.En cuaqer caso, esta últia opinión, a menos en lo refero a las

elaciones con el Isla, no parece que fuera my compartda po la corte

potifica a la que Bonizo defenda, puesto qe la lucha conta infiees

también ocupó un ugar mportante en la política de los papas reformstas.

Aejadro II asumó e patronazgo de as empesas conquistaoras que, a

costa e los mslmanes y por razones secares, llevaon a cao los

normandos en Sclia. Los elatos qe naran el crso e aqellos aconte

cimientos ofrecen ua lectra etamente cristana de ellos y coinciden en

subrayar los elemetos religiosos frente a otras onsideracones políticas

 -la expansión el señorío normando- qe, sn duda, fueron más eterm

nantes. As, la guerra es nterpretada en téminos de dlatación de la fe

católca sobe el Islam o de recuperación -"lberación- e tierras que los

musumanes habían usurpado tiempo atrás a os cristianos, en tanto queos guereros normanos son presentados como caballeros cristianos qe

se cofiesan, reciben la comnón antes de los combates y son asueltos

por el papa de la peniencia que se les hubiese impesto po sus pecaos.

Para copletar el panorama sacro de este conficto, tampoco falta el

poyo directo y milagroso de San Jorge, qe se involucra "personalmen

te en la lucha, como informa e cronsta Geoffey Malatesta en un

testiono traducido por J. Flor:

"Cando e efe de los normandos] acabó su discuso para anzase al

combate, apareció un caballero armado, espléndio, montao sore un

cabalo banco, portando una lanza adornada en su punta con n estanar

te blanco, sobre la que ba una crz resplandeciente. Avanzó a la caeza e

nuestro eército, a fin de incitar a los nuestros al combate más rápdamen

te. Se lanzó en un muy ardoroso asalto contra nuestros enemgos en el

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lugar donde eran más numerosos. Viendo qeo, os nuestros, aegres pe

ro vertiendo árimas, tocdos por quel visión, se preciitron l vezinvocando a Dios y a Sn Jore. Numerosos tmbién fueron queos qe

vieron coar en lo to de nz de conde un estndrte mrcdo con

ua cruz, que no habí sido coocado por erson n, sino por Dios".

Este mismo papa prece que concedió un remisión de s penitencis

a los cbleros frnceses que se diriieron contr os musmes en

Pennsua Ibéric, ta vez con motivo de l conquist de Brbstro

(1064) en o que h sido considerdo en ocsiones como n precedentedirecto de Primera Cruzad:

"A aqueos que decidieron marchr Hispni -se ee en l bl ppl

irigida a clero de Vuturno- exhortmos con pterno amor que, lo qe

an decidido hcer inspirdos por divinidd, procuren levrlo efecto

co tod resoución; os que hn confesión con su obispo o pdre

esiritual, se es debe imponer debid penitenci, seú e crácter de

sus pecdos, par que no pued e diabo csos de impeniteci.

Nosotros, or la utoridd de os sntos póstoes Pedro y Pblo, es

levantamos enitenci y otormos remisión de sus pecdos,

compñándoles con orció".

Poco después, en 074, Grerio VII intentab ornizr n expedi

ció miitar, formda por 50.000 hombres y encbezda por él mismo

como jefe militar y como obispo dux et pontifex par yudr loscristiaos del este l Imperio Bizantino menzdos, oprimidos o

masacrdos or e avance turco, y pr recuperr s tierrs qe habín

perdido a mnos isláics, especilmente Jerusén y el Snto Sepcro:

Yo creo afirm en un cart diriid l emperdor Enriqe IV que

est lmada ha sido, por vountd de Dios, recibid con lerí por los

habitantes de Italia y de Ultrmar, y y más de cincuent il hombres

hacen sus reprativos; si Dios permite que me tenn como ener y

pontífice en est expedición, eos querrán levntrse en rms contr os

enemios de Dios y er hst tumb de Señor" En a considerción

de Grerio VII, e objetivo de quel campñ er defender l fe

cristiana y servir con s rms rey ceesti", teniendo como pag

recomensa eterna". E royecto, aunque no leó a mterializrse,

reresenta el precedente más directo de la Primer Cruzad.

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Otro episodio de guerra sacralizada contra os musulmanes tvo ugar

e 087. Se trata de una expedició miitar organizada por genoveses,

pisanos y amalfitas en tierras nortearicanas: según as fentes cronísti

cas y iterarias que dan oticia de estos hechos, la campaña se reaizó por

iciativa el papa Víctor II, quien proetió a remisión de os pecados

a os participantes y es entreó una badera de San Pedro. Además, se

diaboizan os caracteres de os musumaes, cuyo re se presenta

como "u dragón crue semejante al Anticristo, se cooca a Jesucris

to coo conductor de a expeició, se hace ntervenir a San Migue ene curso de agunas operaciones y, por útimo, los caídos en combate se

cosideran mártres.

E definitiva, parece caro que en e ideario de os papas

reformistas, os confictos arados con os infiees o con os enemigos

cristianos de a Igesia y e sus reformas, tienen a consideración de

guerra santa no soo porque son implsados por la máxima autoridad

reigosa -e propio pontífice, sino también porque sus desarrolosconstituyen actos meritorios por os que os muertos en baaa

consgue, de forma automática y sin reserva, e perdón de as

peitencias o incuso a pama de martirio. Es verdad que esta idea

enía precdentes e as actuaciones papaes de sigo IX frente a os

piratas sarracenos que asolaron Itaia o en otros Írculos ecesiásticos

que se enfrentaro a a vioencia feuda, pero ahora a perspectiva era

dferente: etonces se trataba de defender e patrimonio de a Igesia

o, s se quiere, e roteger a cristiandad de os asatos emprendidos

por os infiees o por os maos cristianos. En a segunda mitad de

sgo XI, por e contrario, tanto Aejado 11 como Gregrio VII o

Víctor III prometían la savación eterna a aqueos combatientes que

cayesen en ua guerra expansiva, de conqista, e una acción

caramente ofensiva contra os musulmanes o contra aquelos que noaceptaban a poítica papa. La agresión -contra musumanes y contra

adversarios poíticos cristianos- adquiría el rango de acción sagrada o,

cuanto menos, piadosa y conferdora de méritos ate Dios. De esta

forma, casi todas as bases de a más justa y a más santa de as uerras

estaba puestas antes de que Urbano 11 reaizara su famoso

aaiento de cruzada en Cermont.

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GUERRAS JUSTAS y SANTAS: RUZADA y ECONQISTA

Tanto los contemporáneos o protagonists de quelos sucesos, como

los autores medievaes posteriores y os especilists que, con e pso de

los siglos, han tenido la ocsión de nizrlos, precen estr e acuerdo

en que ls cruzds -en especi la que hbitulmente se conoce como

Primera Cruzda- constituyen l máxim expresión de l guerr snt.

Con motivo de ests expediciones militres hci Tierr Snt, los

homres e Occidente reunieron tod un pnopi de rguentos

reliiosos que sirvieron pr expicr, justificr y motir n conficto

armado, y lo icieron en un medid e intesidd superior todo o

conocido hast entonces.

Por supuesto, muchos de os elemenos que intervienen e est

arguentción reigios hunden sus ríces en el proceso de scrlizción

de la guerra que vení experientndo cult occident desde siglosatrs, pero junto a elos precieron uevs ideas o se itensiicron

otras qe, en tiempos anteriores, pens se hín esbozdo. E resut

o de todo elo ue que, prtir de los últimos ños del silo XI, a

conquist y posterior defens de quel rnj teritori de cost

mediterránea orental se convirtió en un "guerr sntísim.

Para entonces, en e otro extremo de Mediterráneo, en enínsula

Ibérca, hacía sigos que se librab un conlicto rmdo entre reinoscristanos y poeres islámicos, coocdo tricionlmente como

reconquista. Igual que en el cso anterior, prácticmente esde os

primeros compases de esta confrontcón los contemporáneos l tuieron

y presentaro como un guerra indudbleente snt, en que s

 justiicciones religiosas precen en e primer pno de explicció

e sus raíces, motivos y mets.

Ciertaente, cruzd y reconquist no son un mismo eómeno: e

seguno represent un proceso de friccón etre cristinos y musumnes

más antiguo, más ocal y con un persolidd propi. No obstnte,

partir de la segund mitad de sigo XI y sobre todo trs e desrroo de

la Primera Cruzad, l reconquist v precer recuentemente evue

ta en a terminología de cruzd y prticipando de s crcterístics de

ésta. Más un, resutrá hbitu que e conficto hispo se presete

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integrado en los panes de cruzada, formando una especIe de frene

occidental cotra el slam, paraleo pero idenificado con a cruzada.

Así pues, desde e punto de vista de las argumetacioes reigiosas,

cruzada y reconquista ofrecen muchos punos de coincdencia y de

conexión qe justifican un tratamieno conjunto que permia esabecer

similitudes y subrayar paricuaridades. Pero es qe, aemás, estos os

fenómenos comparten otra caracerística común que convee resaar:

en ambos casos a expansió terriorial y as acciones mitares de corte

ofensivo fueron justificadas por razones de Índoe jurídica.En as explicaciones que os hombres e la Edad Meda occidea

dieron sore la guerra contra el slam, ya fuera en Tierra Santa, ya en a

enínsla bérica, las argumentaciones teoógicas aparecen Ítimamee

asocdas a reivindicaciones basadas en e derecho y en a jusicia de as

causas alegadas. De esa forma, cruzada y reconquisa no soo fero

entendidas como guerras santas, sino tambié como guerras justas. Por eso

los dos fenóenos constituyen objetos de esudio privilegiados en cal

qier análisis sobre las justificaciones ideoógicas de los conflicos béicos.

LA IDEA DE CRUZADA

A finales del año 095, el papa Urbano hacía un lamamieno para

realizar lo que solo tiempo después serí conocido con el nombre de "Cru

zada. Por esgracia, no ha qedao ninguna versión oficial de los térmi

os e que ue expresada esta alocución pontificia en el concilio de

Clermont-Ferrand, de manera que su reconstrucción se ha enido que

realizar a partir de esimonio de algunos autores que esuvieron presenes

o de agunos decreos o ocumeos posteriores de Urbano 11. ado e

cada uno de elos resaltó agún aspecto particular de aquella lamada, o o

interpretó a su manera, los especialistas han tenido serios probemas a lahora de precisar o objetivos e intenciones reales del Papa. Ello ha ado

ugar a una arga discusión historiográfica que ha estado a su vez acompa

ñada de un extenso debate en torno a as causas últimas y el significado de

las expediciones armadas que se desarrollaron a raíz de la apeación papa.

Dejano a un lado las interpretaciones que se han venido haciendo, o que

nos interesa resaltar es que Urbano 11 propuso a la crisiaad una interveció

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Urbano 11 ante el at yo de Cluny en 095

Manuscito de siglo XIII, Biblioteca de la Univesidad de psla

bélica contra los musulmanes en Oriente, y que dicha cofrotacó teía a

indudable consideració de guera sata. Los cronistas que, co posteroridad,

se encargaron de relatar os acotecimientos relacionados con las crzadas, o

los jurstas, teólogos u otros autores qe intetaron aquilatar aqe feómeo,

no icieron sino icidir sore la misma cosderació.

Así explicado, podría parecer qe el feómeo no tedría origiadad

algua, puesto que como acaamos de expoer e os aterores epígra-

 fes, el proceso de sacrazació de a gerra estaa y avazado a fa-

les del siglo XI. Si emargo, o puede dejar de recoocerse qe a

lmada papal e Clermont tuvo u ipacto eocioa sore las

conciencias de Occidente desconocido hasta etonces. El grito entsias

ta con el qe la propuesta de Urano II  fue acogdo, el famoso "Dios o

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quiere", vino a ser la antesala de una movilización social -popular y

caballeresca- de una magntud sin precedentes, que adquirió tintes de

verdadera conmoción general. Ciertamente, el llamamiento se realizaba

sobre el terreno abonado de la tradición santificadora previa, pero algo

nuevo debía de contener coo para que el movimento consiguiente

acanzase límites insospechados incluso po el Papa. Conviene, pus,

observar con atención todos los elementos relgiosoideológcos que

entraron a formar parte de la dea de cruzada, los viejos y los nuevos,

para compender los rasgos d esta guera santísma".Como hemos indicado, muchos de os componentes que entraron a

conformar a noción de cruzada como conficto sagrado ean conocidos

en Occdnte desde tiempo atrás y no aportaban demasiadas novedades.

En primer lugar, la propuesta de Urbano II fue interpretada, desde el

primer momento, como una guerra de Dios, querida e inspiada po Dios,

librada según su criterio y voluntad. Según el testimonio de Fulcher de

Chartres, un autor que estuvo presente n l conclio el Papa s presentó-en la traducción ofrecida por R. Pernoud, que segumos en adelante

siempre que aludamos a este cronista2L como mensajero" que llega

para desvelaros la orden divina" de marchar a Oriente para socorrer a

sus hermanos, matizando que no soy yo, sino el Señor el que os ruega

y os exhorta, como heraldos de Cristo". A tenor de lo indicado por

ulcer, la idea de que era Dios quien ordenaba y coducía aquella expe

dición armada fe expresamente expuesta por el pontífice al concluir:

Habo a los que están presentes, lo proclamaré a los que no lo están

en este momento, pero es Cristo e que manda ( ... ) cuando terne el

invierno, que emprnan con aegría e camino, guiados por el Señor".

En consonanca con el contenido de esta llamada, los asstentes al

conciio d 1095 reciberon la iniciativa paa con el grito de ¡Dios lo

quiere!". Pocos años después, un monjecronista francés e la PrimeraCruzad daba título a su obra recogindo de forma sintética, pero

cotundente, la consideración que muchos protagonistas tuvieron e

aquellos acontecimientos bélicos había sido una Gesta e Dios, heca

or os francos" (Gesta Dei per Francos).

2 PENOUD, R.: Los hombes e ls Cuzs Hsto e los solos e os Madrid 97

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Así entendida, como una guerra en la que Dios es el verdadero autor

ue actúa a través de su pueblo, la cruzada no resutaba un fenómenonuevo en a cutura de Occidente. Esta concepcón enaza con as guerras

e Antiguo Testamento, con as consderaciones agustinanas que

 justificaban la violencia ejercida o mandada por Dios, y con toda a arga

tradcón medieval de legitmación de los confictos mediate a

apeación a la voluntad dvina

Coo sabemos, tampoco resutaba noveoso el hecho de que fuera e

iso Papa e que, directamente, convocara a los laicos para hacer aguerra. Por os menos desde el sigo IX los pontífices romanos venían

cendo este tipo de llamamientos para luchar cotra cristanos,

panos o infees. En Clermont, Urbao II n acía sno retomar esta

tradcón cosodada: bedecendo "la vountad de Dios, como

portador de "signo de Apósto, el pntífice romano se coocaba a a

cabeza de un eército como animador y organizador de una guerra santa

 que, como se ha subrayado en ás de una ocasió, deaba a apao y a

su propuesta reforista en una posición de superioridad mora y poítica

frente todos sus adversarios, especialmente frente a Imperio. De hecho,

a aada de Ceront soo fue e prmer paso de u largo viaje por Francia

e Itaa en e curso el cual e papa fue extendiend su ensaje de guerra,

nstando a a ovzacón arada, proponiendo a fecha de partda y e ugar

de encuentro, estableciendo requisitos para os participantes y dictandonoras de coportamiento. Aunque nalmente el papa no se pusiera

personamente a frente de las tropas, la jefatura suprema de a expedición, a

enos desde e punto de vista moral y espiritua, quedó en manos de un

representante directo suyo e egado ponticio Ahemar de Motei, obispo

de Puy Cuando en el sigo XIII  quedó penamente congurada a teoría jurídi-

ca de a cruzada, de a mano de Inocenco IV y de cardena Hostense, quedó

caro que única autoridad que podía proulgar una expedcón de este tipo

era e Papa, puesto que solo él tenía el derecho a conceder las ndulgencias que

e eran anexas.

Para quienes participaran en la campaña el Papa había ecretado la

concesión de una serie de privilegios penitencales y espirituaes que

también eran habituaes en as prácticas guerreras pontificias ese

tiepo atrás y que para entonces la cutura de Occidente, ta como

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demuestran los testionios lterarios, tenía muy asdos: a los que se

uneran a la expedción se les redía autoáticaente de la penten-

ca que tuveran que cplir po los pecados confesados; a los ertos

se es garantizaba a vda etena. En paabras de Ubano II: "a aquelos

que allí van y pedan la vda durate el viaje, en tea o en ar, o

duante aguna batalla conta los paganos, se es pedonaá ss

pecados, "que aquelos que aceptaron ser ercenaos por na paga

irrsoria, se hagan ahoa erecedores de as ecompensas etenas.

Teniendo en cueta el peo que podían espea, no es de extaña

que la propia hja del eperador bzantno, Ana Coena, acabara

coentando que e rosto de los cruzados reflejaba "el ardiente deseo de

segur la vía del cielo. Algunas décadas despés, al eloga a la nueva

mlica templaia que había nacido en Tiera Santa, San Bernado no

podía dejar de recordar a suerte artira que se reservaba a los comba-

tentes cruzados y llaaba a a guera asegurando ua vida fecunda para

los spervventes y a defnitva unón con Dos paa os caídos:"Marchad, pues, soldados, seguros al combate y cargad vaientes conta

los enegos de a cruz de Crsto certos de que n a vida ni a muee podá

prvaros del amo de Dios que está en Cristo Jesús, quen os acopaña en

todo moento de pelgro ( ...) ¡Con cuánta gora vuelven os que han venc-

do en una batalla! ¡Qué felices ueren los mátires en el cobate! Alégrate,

valeroso ateta si vives y vences en el Señor; peo salta de gozo y de gloa

s mueres y te ues íntimamente con e Señor Porque tu vda será fecunda y

gorosa tu victoria; pero ua muerte santa es ucho ás apetecble qe todo

eso ( ...) Sempre tiene su vaor deante de Señor la muete de sus santos,

tanto s ueren en e lecho coo en el capo de bataa. Peo or en la

gerr vale ucho ás, poque tabién es ayor la glora que implica.

Todo perte ndicar, coo ha hecho nota Hehl, que ente la Piea y

a Segunda Crzada se produjo na iportante aplacón de los benefciospentenciales y espiituaes: si Urbano I se había ltado a proeter el pe-

dón de as pentencas a todos os cruzados y el reino de os cielos soo a los

que uresen, Eugenio III extendió esta útima proesa a todos os cruza-

dos, de tal anera que la remisón no quedaba ya crcunscrta a la peniten-

cia de os pecados confesados, sino a todos os pecados pasados y futuros,

con lo que la siple partcipación en la capaña acarreaba el perdón de

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Cblleos emlios ello de l Oden del Temle

Achives Nionles Pís

todas ls flts por s que el creyente pudier ser juzgdo en e Juicio

Finl22. En resumids cuents, el gesto de tomr l cruz pr uchr cont os

inees en Tierr Snt se hbí convertido en sinónimo de svció ete.

Los predicdores de s cruzds de sigos posteiores, que intent

entar un público cd vez más desnimdo y escéptico sore ls

expediciones Tierr Snt, procrn incidir precismente en e

destino extrordiio y snto qe esperb los ticintes, que no

ea otro que "ptri ceesti. Así, en un mnul edicdoes,

Humerto de Romns proponí sus ectoes que, l termi su rédic,

exhortrn sus oyentes con s pomess de vid ete e unos

términos cocuentes, según tdcció de R. Peoud:

"Yo os prometo en e ome de Pde y de Hio y de Esíitu

Snto, que todos quelos que eende est guer, si egse

sucumir bjo s ms con e cozón contrito y en estdo de grci,

entrrán en el reino que e Seño h conquistdo pr nosotros en cruz,

y desde este momento yo os concedo l investidr de ese reino por

22 HEHL ED: Kircle /Ild Kreg im 12 Jahrhundert. Sudie zu Kanilischel Rel /nd

PoLsher Wrkichket Stuttgart 980, p. 127

7

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mIsma cruz, por la cruz qe os estoy tendiendo. Venid, ues, y queniguno de vosotros se niegue a recbi tan gloriosa investidura, ni unagarantía ta forma del tono que os espera allá arriba".

Esta gera contra los usulnes era considerada, por tanto, coona acción piadosa que sntfcaba actos bélicos, confeía méritos ante losojos de Dios, concedía los cdos l condción de tres y, con el pasodel tiempo, a todos los paticpantes les oreÍa la garantía de la salvación.No es extraña, pues, que fea en este contexto cuando el roceso de cris

tianización de la cballería, qe coo y hemos visto se hbía iniciadomuco antes, alcanzara su áxima expresión, hasta el punto de forjar lafigura del monje-guerrero qe ilita en las órdenes ilitares. Éstas,surgidas al calor de las cruzadas, ofeÍan a la caballería el abandono deunas prácticas que solo conduÍan al omicidio y la condenación, y laconversión en una nueva ilica, que renunciab al ndo, al lujo, a lavaidad, y que a la vez luchaba contra los males terrenales y espirituales:

caballeros monjes al mso tiepo, ese er el ideal de la glesia durantela primea mitad del siglo XII, ta como o expuso San Bernado. Lacabalería se hbía convertido, de esta fora, en un instruento de Diospara castigar a los alvados y defender a los justos", que cuando ata noes oicida, sino malicida, consideado ejecutor legal de Cristo".

El enemgo contra el que tenín que marcar también era conocdo y

acía tiempo que Occdente lo había demonizado: los usulanesrepresetaban Diablo, al Anticristo, de manea que la lucha conta ellosteía uas conotaciones teológicas, pues las que en últio extreo seefrentaban ern as fuerzas del ben conta las del al, las de Dos contralas de Satán. Lcónicamente, peo con claridad mediana, lo expresó elpapa Urbano e elación con la guerra que anunciaba y proovía a finalesde 1095: a un lado [estarán] los eneigos de Dios, al oto, sus aigos".

En este abiente adqueren sentido las intervenciones directs defuerzs sobrenaturales a favo de los cruzados. En otos conictosanteriores a la Pera Cruada, santos y arcángeles habían aparecidoen los cielos europeos para ponese a frente de las huestes cristianascontra los infieles o paganos, como es el caso de San Benito, SaMigel, San Jorge o San Maicio, entre otos. Po supuesto, hacíamuco tiempo que la glesi habí aceptado el culto los santos

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guerreros y su patronato sobre la caballería y la guerra, an a costa de

distorsioar sus perfiles originaes: por ejempo, San Sebastiá, cyasidad le había apartado de las costmbres mltares, acabó reconver

ido e u valeroso combatiete, santo en razón de su actividad bélica,

y o a pesar de ella. En este erreno, por ato, a tradició era atigua,

ero ahora, en el marco de las crzadas, as aparicioes fueron ás

frecuees y los satos adquirieron más protagonismo e as arracio

es: e la ás sana de odas as guerras, los límies entre el mundo a

erial y el celestial se hacían meos precisos, más delgados y

traspasables. Después de todo, se trataba de un coflicto armado dirigi

do por Dios, e defesa de a fe y contra sus eteros adversarios, de

aera que la irrupció de fuerzas sobreaturaes e e curso de las

campañas, apoydo a sus aliados y servidores seculares, o dejaba de

teer cierta lógica.

E cosecuecia, los croistas de as cruzadas dieron cueta de odoipo e aaricioes, esde cruzados falecidos que se presetaba ante sus

agos os para aucarles a proxmidad e su hora, la certeza de a

salvacin o la aera e qe deban actuar, hasa Cristo mismo o sus

sanos animado y reconfortado a los combatietes e momentos de

debilidad. De todas elas, ta vez as ás significativas, las qe mejor

poe de relieve la íntima lgazón entre lo humano y o dvino en el curso

de las campaas, y por tanto la sacraización de na gerra levada a s

extremo, sean aquellas e las que las tropas celestiaes, formadas por sa

tos y por cruzados ya muertos, se involucran directamente e os combates

uo a los hombres. La descripción que un cronsta animo de a Primera

Cruzada -exractado por Flori- hizo de lo ocurrido durante a bataa de

Antioquía, puede ser un ejemplo paradigmático de o que decmos:

"Se vieron tabién salir de la ontaa tropas imerables, oadas

sobre cabalos blacos, y bancos también era sus estandartes. A a vista

de este ejército, los uestros no saban qiéne llegaban ni qé era estos

soldados; después elos recoociero qe era n socorro de Cristo, dode

los jefes eran os satos Jorge, Mercurio y Deetrio. Este testmonio debe

ser creído, porque mchos de los nuestros vieron estas cosas.

Como este de las apariciones, otros elementos configradores de

cocepto de guerra sata, qe no resltaban del todo evos e a

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tradición bélica occidenta, recibían un impulso relevante. Po ejempo,

la idea de que la confontación arada conra los musulmanes respondía

ua venganza contra los infieles que habían maraado a los cristianos.

Las gueras cona nfiees y paganos se habían jusificado ya en ocasio

nes aneriores po as persecuciones a las que soeían a os creyenes,

y e ropio Gregoio VII elaboó sus planes miliares paa ibea a a

Iglesia y a los crisianos orientales oprimidos por el Islam. Pero nunca

asta ahora se puso anto énfasis en a siuación de desamparo e injusti

cia en la que vivían aquéos, de manera que s iberación o a venganzapor ss sufrimienos se convirió en uno de os agumenos ecuenes a

la hora de motivar una guera ofensiva conra los infieles. De hecho, en

la alocución de Urbano 11 en Clermont, a coo fue ansmiia po

Fulche de Chares, se exhoaba "ano a pobres como a icos, a ue os

apresuréis y liberéis de ese yugo [el ipueso po os urcos] a las

regiones habitadas por nuesros heranos y aportéis una ayuda a los

adoradores de Cisto. En un documento posteio, fecao ene 096 y

099, en el que el Papa se diigía a os condes y caballeos de Catauña

aiándoles a restura Taragona, recodaba que los cruzados "han

decidido unánimemente i en ayuda de a iglesia de Asia, a libera a sus

hemanos de a tiranía de los sarracenos. Décadas después, en la

narración ofecida po oo de los gandes conisas de la cuzada,

uileo de Tiro, se insisía en que la causa ue aegó Ubano 11 paa

la organización de una expedición amada no fue oa ue "e aesa y

e sevilismo en los que esos mahechores os manenen [a os cisianos

y a la Iglesia de Jerusaén].

l objeivo úlimo de la expedición se enendía coo un aco de cai

dad ara con os correligionaios opimidos por los infieles, un aco de

amo con los heanos que venía se a respuesta de ceyente occiden

al a sacificio que po eos, y abién po aor, hio Jesucso e acruz. No es de exaña, pues, que as vicoias sobe os usuaes

fuean inepeadas en éinos de venganza: "os ucos ue ano

opobio haban causao a Nueso Seño Jesuciso -iicab os p

cipes cruzados a bano 11 as a oma de Anioqua-, han sio con

uisados y ueos; nosoos, os jeosoiianos e Jesuciso, heos

vengao la injuia hecha a Dios.

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Visión idealizada de Jerusaén, procedente de l Cónic de Roberto e

Monje manuscrito de sigo XIII. Bibiotec de Univesidd de Ups

Por tanto, como venía siendo habitual desde uco tiempo atás, "ibe-

rar a a Igesia de Dios, "combai a os paganos, "uchar po Dios coa

los paganos y os saracenos, "combair y mata a os qe se opone a a

religión cisiana, iba na guea saa, piadosa, e defesa de a fe y delos crisianos, continuó siendo, ambién ahora, e moivo fudaea que

debió de impusar a muchos guerreros occidentaes a tomar a cruz o, cuan-

to menos, a justificación más extendida para expicar s compotamiento.

En e proyecto de Ubano 11, a ayuda a os creyentes soetidos po

el Islam estaba diectamente conectada con as vicisitdes de Impeio

Bizantino: en a década de os setenta de sigo XI, os tcos había

invadido Asia Menor, derrotado a ejército peria en Mantziket y

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conquistado Armena. Uos años después -entre 1081 y 1084-, arreba

taron a los bzatos cudades an porantes coo Ncea y Atioquía.

El peligo que corría e Ipero ate el reovado epuje islámico y lalmada de auxlo de os emperadores bantos a sus hermanos

ccidentales había sdo un argumento utilizado ya por Gregro VII en

lgno e sus paes, y rbano II los vovía a incluir en su apelacón con

un fuerza ueva, ua decsón a la que posbleene no sería ajeo e

teés papal por restaurar la udad enre la igesia occdetal y la

orenal Seún alguos estonos, duate el conclo de Piacenza,

presidido or el Papa poco antes del que tendría ua en Clermot

Fet, aluos envados del emperador banino Alexs se presetaron

ae Ubao II para exponerle los sufrientos de los cristianos de

Oiete y los peligros que corría el Impero ante el avance de los turcos,

soicitando del Potífice la ayuda necesara para reclutar un ejércio de

socoro El laaeto del Papa, pues, habría estado provocado

inicilmente por la necesidad de dar una respuesta mlitar a la presiónusulmana contra el Iperio Bizanno, un arguento que, a tenor de o

expresado por alguas fuentes be informadas coo Fulcher de Charres,

esuvo en el centro del discurso del Poníce en el cociio de 1095:

"Debeos, cuanto ates, aportar a uestros hermanos de Orente la

ayuda tants veces promeda y que les es tan urgene Como muchos de

vosotros sabéis, nuestros hermaos han sido atacados por os turcos y os

árbes que se han adentrado en el terrtoro de la Roanía hasa esa par

te del Mediterráneo conocida con el obre de El Brazo de Sa Jore (e

Helesponto) y, avanzando cada ve ás e el erroro de estos

cristianos, os han vecdo en sete ocasoes y ha maado y hecho

rsoeros a u ran nero de elos, y ha desrudo as esas y

devasado el reio. S o os enrentáis a eos ahora, subyuará a un

gran nero de servidores de Dos.Junto a etos eeetos coocdos o reorzados, a ea de cruzada

aporó a cocepto de guerra saa oros redetes verdaderaee

novedosos, que e buena parte uero os responsabes de a apud y

del éxto de a ovzacó. So estos eleetos los que, por otra pare,

han servdo para derecar a nocó de guerra saa, ta coo hasta

enoces se coocía, e a de cruzaa

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De todos elos, tal vez el que haya que destacar en primer uga sea el

pape desempeñado por Jeusalén y os Santos Lugaes Desde ls

preros copses de la cruzada, estuvo caro que e objetvo de a

expedcón era a recuperacón de la cudad santa y de os ugares qe

hbían servdo de aco a la vda de esucrsto. Peden señalarse algnos

recedentes de esta dea en os planes de Sergo IV -existe un docuento

trdo a este papa en el que se anma a los cstians a econqustar el

Sto Sepcro, que había sdo destruido por los usulanes en 1009

qe hay uchas dudas sobre su autentcdad- y Gregio I, o ncluso algunos más atigus vncuados a la fgua de Caragno coo

grdán del Santo Sepulcro No obstnte, lo certo es que la ppuesta de

eraón y recuperaón de Jerusaén nunca había sdo tan claramente

orada y, en todo caso, nunca antes había tendo a espuesta que

otv etre los sectores lacos de Occdente Según el cronsta Gubeto

de Noget, el dscurs de Urbano II en Clermont contenía ua clara nc

tacón a la recperacón de ersalén oo ojetvo de a expedcón: "el

Todopoderoso os a predestado a n de e, por vosotros, ersa deje

de estar oprda Cas todos los testoios drectos de la llad pon

tca están de acerdo en señala ue el objetvo pesentad por el Papa

o ue otro qe la reconsta del Santo Sepulcro: "Tomad el can del

Santo Sepulro (cocluyó el Papa según Robeto el Monje, testgo de la

exhortacón de Cleront), expusad de esa terra a aque pueblo madto y

sometedla a vuest poder E propo Ubno II, en na cata envada a

los faencos dándoes cuenta de la expedcón qe se estaba organzn

do, reordab que a fua de los bárbaros había devastd a glesas de

Orente y, aun ás, "habían soetdo a una nsoportable servdbe a a

Cudad Sata, gocada po la pasón y muerte de Crsto, jnto a sus

glesas, de anera que a ls ojos del Papa el objetvo de la campaña, o

canto enos el otvo que a pulsaba, era e de su leracónerusalén tenía un extaodnaio sgnfcao sibóco en la menta

da edeval Era, en palabras de Flo, "e corazón de la herencia

crstana, s cuna, e lugar santo po excelenca, fuente de graca y de

savacón, verdadeo cento ístco de la cstandad Se entende,

pes, que nnguna ota epresa de reconqusta pudea tener la den

són sagrada que, en sí sa, pesentaba a ecuperacón del Santo

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Sepucro, convertida en "una guerra santísima de liberación de

Palestina, una guerra destinada a restaurar a libertad de los cristianos

y de Jerusalén.

Desde luego, para algunos cronistas de la Priera Cruzada estaba

claro que a toma de los Santos Lugares era e objetivo principa de la

expedició, de ahí las escenas emotivas que se vivieron cuando, a

mediados de 1099, os "peregrinos legaron a a ciudad de Jesús:

"A oír pronunciar a paabra «Jerusaén», todos loraron de alegría.

Sentían una inmensa emoción a saber que estaban cerca de a sataCiudad por a que habían soportado tantos sufrimientos y se habían

expuesto a tantos peligros.

Precisaete, a respuesta de os laicos a llamamieto paa recupea

los Santos Lugares, debe ponerse en reación con otra de las grandes

ovedades introducidas por Urbano JI en a oción de guera santa: la

idea de que expedición era, e realidad, una peregrinación armada.

Tato a apeación pontificia de Cermont, como otros protagoistas o

reatores de aqueos acontecimientos, insistieron en que la capaña

miitar e Oriente ea un peregrinaje, hasta e punto de qe para definila

no se empleó e témino "cruzada -cosa que soo se hace con posterio

ridad, en ausión a signo de la cruz que se coocaban los expediciona

rios sino otra serie de conceptos que apelan siempre a a coició de

romería que se adjudicó a aque viaje: pereginatio" "pereginación,ter Hierosolmitanum" -"camino de Jerusaén-, via sepulcri

Domini" "ruta de sepucro de Seor suelen ser las expresiones

empeadas. En más de una ocasión el mismo Papa presentó expresamente

a campaña hacia Oriente como una peegriación penitencial: po

ejempo, en e canon del conciio de Cermont refeido a la cuzada, se

idica que "a quienes ( ... ) saiesen hacia Jerusalén paa iberar a la

Igesia de Dios, aquel camino -iter"- se e tenga como penitencia.

Ta vez en elo radique una parte de éxito que tuvo el laaiento del

Papa, puesto que conectaba directamente con algunos de los usos s

extedidos de a pieda aica de a época el peregrinaje como fórmula

de remisión de la penitencia y con as preocupaciones más profundas de

espirtualidad cabaleresca, como era e probema de a salvacón o a

condenación etera como cosecuencia de su propio oficio. Obviaente,

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no todos los que tomaron la cruz lo hicieron en cumpimiento de una

penitencia, pero tampoco se puede infravaorar e impuso que esta

vertiente de la religiosidad laica debió de dar a a crzaa.

La peregrinación encarnaba un fundameno básico de pensmiento

cristiano como era la idea de tránsito desde el mundo material a espiri

tul, de camino hcia la otra vida, de vía de transformación, ascesis y

perfección del individuo Hacía siglos que los creyentes se ponían en

archa hacia diversos santuarios, reconstruyendo paso a paso el trayec

to hcia la salvación, pero sin duda de todos ellos Jerusalén era el lugarque s atraía a los cristianos: a pesar de los peigros de las rutas, de los

asltos y uertes provocados por bandas de ladrones, de los sufrimien

tos que pdecían quienes se decidían a emprender el peregrinaje hacia los

Santos Lugares, miles de hombres y mujeres tomaban cada año el camino

hcia la Jerusaén terrestre, que en sus entes no era sino la figuració

mteril y palpable de la Jerusaén celeste, de la ciudad de Dios.

Además l peregrinación era en os iempos inmeiaamete aterio

res a a Priera Cruzada, una fórmula penitencial muy extenida, en

virtud de la cual el pecador pagaba y compensaba, con e esfuerzo, el

scriicio y las penalidades sufridas durante el tránsito, los males

coetidos y las penas eclesiásticas que se les hubieran impuesto. Entre

los guerreros laicos, la redención de os pecados confesados a través de

la peregrinación resutaba un fenómeno común: e conde de Anjou,Foulques Nerra, tuvo que hacer hasta tres viajes a Jerusalén a lo largo de

su vida como penitencia por sus maldades y pecados La posibilidad de

que, a caus de la expansión turca, las rutas que seguían los peregrinos

fueran bloqueadas, pudo ser un incentivo más para los cruzados

o obstante, esta peregrinación -a cruzada-, presentaba un aspeco

insólito, desconocido en Occidente: hasta entonces, as romerías habían

sido viajes piadosos realizados por hombres desarmados, a Iglesiahbí insistido durane siglos en la idea de qe os penitees no eban

portar ras Para la clase cabaleresca elo quería decir que, al menos

teporalmente y mientras durase la peregrinacin, tenía que abandonar

su odo de vid, su oicio, sus costumbres Ahora, por el contrario,

Urbano 11 innovaba de manera radica y proponía una epedicin militar

de crcter penitencia, de manera que e cabaero consegía a reisión

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de sus pecados precisamente ejercitado las armas, haciendo la guerra.

La ueva situación fue expuesta por un cronista de la Primera Crzada,

Guiberto de Nogent, e los siguientes térinos:

"En uestros tiepos, Dios ha institudo una santa guerra, de manera

que los caballeros y la gente común que, siguino atigas costbrs

pganas, ates se dedicaban a s atanzas tuas, an encontrao ahora

ua ueva fora de obteer la salvación. Ya no necesitan, como ants,

abadonar por competo el undo, entrando e un onasterio o e alguna

otra fora parecida. Elos pueden aora oteer la gracia e Diosateniédose e su fora de vida noral y en sus costumres habituales.

Coo ha subrayado Cowdrey, vioencia arada y penitencia, dos

ocones que haían sido icompatibles, aparecían íntiamente

unidas23 Pues ien, la fusión del peregrinaje a Jerusalén con la idea de

guerra santa en un ismo cocepto, tal coo la expso Urano II en

Clerot, deostraría ser atamte motivaora para la sociedad laica,

precsant porque eraizaba n principios conocdos, acptaos y que,

cada uno por su cuenta, ya haían emostrado ser oviizadores de las

cociecias occidetales. Muchos contemporáeos no tararon en

asuir co etusiaso la nueva propuesta: el cond Raiuo de Saint

Giles, por eeplo, expresb a este respecto, que partía "en

pregrinació para hacer la guerra a los pueblos extranjeros y vnc a

las acoes braras, a fin de qe la cudad santa de Jrusalén no seacautiva y que el Santo Sepulcro d Señor no sea violado ms.

Co el paso del tipo, la participación en la cruzada o a stancia

Terra Santa durante un tiempo determinado acabó configurose como

una peitencia tasada para algnos pecados. Por ejeplo, ya en e sglo XII

Graciao idicab que los incediarios erecían la pena de xcomunió y

que, para conseguir el perdón de aquel pecado, ades de las reparaciones

ateriales, el culpale deía peranecer un año en Jersalé o n España"al servicio de Dios, un servicio qe, dado el contexto genera, ay qe

etender coo la lucha arada contra os infieles. Precisamete, según a

gunas fuentes contemporneas, la implicacó de Luis VII e Fracia e a

23 COWDREY, H.EJ.: "The Genesis of the Crusades The Springs of Western Ideas of Holy

War, Th P. Murphy (ed) Tite Holy War Coumbus, 977, pp 22-23

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Cruzado orando. Miniatra del sigo XII.

British Museum, Londres

Segunda Cruzada fue entendida como una penitencia por haber quemado,

durnte un enrentaiento con el conde Teobado de Champaña la iglesia

de Vitry con cerca de 1.300 hombres dento.

Otro de los nuevos eleentos, apuntado ya por Erdan, que veía asurayar de una anera especialente llamativa el ambiente religioso y

santo que envolvió a la expansió de Occdente por la costa del

Mediterráneo oriental, en paticula a la Piera Cuzad, fue el

componente escatológico, esto es, la noción de que e tono a Jersalén

se iba a librar o se estaba lbando el cobate final etre Dios y el

Anicristo, la guerra del fn del undo que daría paso al Juicio Universal.

IS

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Entre los sectores populares que se apresuraron por tomar parte en lacruzda -os pauperes- parece que estaba uy extendia a idea de que,en culiiento de las profecías apocalípticas que circulaban desesigos antes por el Occidete cristiano, habría de surir el lamaoEerador de os Últios Días, que se encararía e reunificar lasiglesis de Oriente y Occidete, de reconquista Jerusaén para loscristianos y e enfretarse aí con e Antcristo, al ue destruiría parainstauar un imperio uversa en espea e Juicio Fia. No debe

extrañar que se acabara ientificano a aluos personajes cocretos coauella figura escatolóica. Emmerich, cone de Leiien, fue áseos y se ropuso a sí mismo como Emperador de os Últimos Días.Precisamente en conexión co estas esperanas mesiáicas se entiedelas matanzas de judíos que acompañaron a los cruados populaes e sviae acia Tierra Santa.

No obstante, el eleento escatoóico no parece qe fuera exclusivo

del sentimiento poua, puesto e aquea visió pe que ambiéfuera compartida e los círculos potificios. Seú e crosta Guibertode Noent, fue el mismo Urbao II quie se encaró e iar, en eldiscurso de Clermont, la expedición a Jerusalén y el último combate deCristo y los suyos contra e Aticristo:

"Porque es evidene que el Anticriso no hará a uerra cota os

 judíos ni cotra os paanos, sino contra os cristiaos, seú aetimoloía misma de su ombre [ ...], Es entoces necesaio, ates avenida de Anticristo, que el imperio e cstiaismo sa, po vosotos ypor aqueos que Dios eija, reestabecido en aquelas eioes, a fi que el señor de todos los maes, qe establecerá alí el troo d su ro,encuentre a fe contra la cua debe ibrar el combate.

Desde este punto de vista, os participantes e la riera Cruaa

venían a costituir a vanarda e ejército de Cristo e haía eenfrentarse contra el Anticristo en el combate que póxmat sibraría en los Santos Luares. La peeriación armaa baemprender y los choques a os q tendían que hac fet o sasio la antesaa e ua uerra iversa y teoóca, trasca adimensión oriaria y terest. Ciertamente, esta visió apocaíptica enfretamiento militar entre cistaos y muslmaes haba apacio ya

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antes en otros contextos, pero de forma ovedosa ahora se vinculaba lanmnencia del f del mudo co la recuperación de Jerusalén.

La visión apocalíptca de la cruzada, entendda coo guerra del fide mundo, no se diluyó tras la coquista de Jerusalé, sino que, adapta-das a ls nuevas crcunstancias, siguió amando a las sguietes exped-cones Durante la preparacón de la Segunda Cruzada, por ejemplo, serenovaron algunas profecías en las que se anucaba que el rey Luis VII

de Fraca, que acababa de aunciar su voto de cruzado y su ntención

de socorrer al reio de Jerusalé, se convertiría en Emperador deBzncio, acbaría con los nfieles al capturar "Babiloa y formaría umpero en Orente E defintva, segú estos oráculos, Lus VII estabadestnado a ser el Eperador de los Últimos Días, conectado de uevolas esperanzas mesácas con la guerra en Terra Santa

Como hemos tenido ocasió de comprobar a lo largo de las ateriorespágnas, en la dea de cruzada covergieron todas as tedencias que,

desde siglos antes, venían aproxiando la guerra al espíritu cristiao, alo que se añaderon elemetos uevos que apuntaba co fuerza en lamisma lnea De esta forma, la expasió de Occdente en las tierrs dela ribera oretal del Medterráeo y la confrotación armada co elIslam quedó plenamente justificada e vrtud de arguentos relgiosos y,como apuntábamos ates, la guerra cotra los ifeles e Terra Santa se

confguró como el ás santo de todos los conflictos bélcos.Con todo, el soporte ideológco de a movlzacón miltar de Occidente contra sus vecos usulanes o fue únicaete reigioso y, dehecho, alguos autores posteriores prefriero razoes rdicas paasustentar la lictud e aquelas capañas anexioistas. Fuero udaetalmete los juristas y caostas de los siglos XII y XIII los e itetarobuscar e el derecho agumetos suficetes para justfcar las cruzadas, y el

concepto de guera justa vo a ofrecerles el arco ue ecesitaba.Partiendo de los escrtos de Sa Agustí, los uristas medievales

entendía que la guerra lbrada siguiedo la orden de Dos era justa pors misma, tal coo poía de afesto los ejemplos del AtiguoTestamento. Como se recordará, el obspo de Hpoa aba sostedo ueno coeta hocidio pecado quie ataba a su eeatecumplendo dctado procedete de a autoridad públca o udicial, y

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mucho menos quien lo acía en u conficto realzado bajo la autordad

divina. Antes al contrario, aquea uerte debía considerarse como el

castigo infigido a os maos según e mpero de la justísia razón".

El decretista Graciano, por ejempo, al anlzar as actuacones

bélicas de Israe frente a otros puebos asentados en Palesta, no tenía

du e que sus guerras, aunque fueran caramente agresvas, eran

 justas, puesto que respondían a la vountad de Dios que utlzaba a su

puebo para castigar y acabar con aqueos otros que se habían comportado

de manera pecaminosa. El arguento podía ser perfectamente aplicao alcontexto de a cruzada, y de heco algnos propagandistas de a Priera

Cruzada -es e caso de Baderic de Do en su Historia lhesoimÍtana- no

dudaron en señaar os paraelsmos entre e puebo de srae, que obedecien

o Dios expulsó a los jebuseos e Jerusaén, y e ejército crstiano, ejército

invencibe bajo e mando de Jesucristo, nuestro genera", qe se dispoía a

derrotar y eiminar a os turcos, que son más píos que os Jebseos".

Atendendo a este razoaeto, no pocos autres soster qe la

cruzada, en tanto que era una guerra ordenada por Dios, se legtaba

por a justicia e su causa, sin necesidad de apelar a a santidad de la

misma. Por ejepo, en 147 el obspo de Lisboa animaba a la lcha a

os cruzdos que, circunstancialente, habían desembarcado e las

costas portuguesas, apeado a este princpo básco del cocept

agustinano de guerra jsta: Mueran vuestros eneigos ate estraespada. Puesto que se acepta a guerra qe es epredda bajo la

autorad de Dios, no puede dudarse rectamete de su justca" Desde

esta perspecta, los cruzados no eran sino u nstreto de Dos para

imponer el derecho dvno sobre los alados, píos y peadres

Certaente, en este arguento puede resutar posble dstingr las

razones de índole teológco de las de carácter jrídco, pero o deja de

ser signfcato qe los conteporáneos plantee s pesaeto scomo un forulacón judcal -asociado as nocones de clpa, asto

y  justica- que coo una nterpretacón relgosa

De a msma fora que a guerra justa lbrada por srae sgendo ls

ictados de Dios iplcaba el dereco de propedad sobre los terrtros

conqustados -a Terra Proetda-, se etedía qe la erra sta

emprendda por el pueblo crstao bajo la eatura de Crst eeraba

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legítimo derecho de posesión sobre os ugares arrebatados a os

mslmanes. Así, desde luego, lo consideraba el decretista Graciano:"Por mandato divino, los peblos son empjados a castigar los pecados

[de otros pueblos], de la misma forma que los jdíos fueron impeidos a

ocpar la Tierra Prometida y a destrir a otros pueblos pecadores, derra

mado sagre si clpa y pasando a ser propio, por derecho y legtima

roeda, lo qe aqéllos poseían injstamente.

Por otra parte, como se recordará, una de las casas que desde a

época de Cicerón se reconocía como otivación ícita a la hora deemprender na gerra era la recuperación de os bienes y derechos que

bieran sdo ijstamente arebatados por n enemigo A partir de este

argmeto, los jristas medievales qe trataron el tema de la cruzada

etendieron qe las campañas miltares en torno a Jerusalén y los Santos

Lares se ajstaa a este criterio eleental de la gerra jsta: aqellos

terrtoros, qe e tiempos bíbicos habían pertenecido al peblo de

Israel en tanto que tierra proetida por Dios, feron heredaos por os

crstios tras el nacimiento de Jesús, qe los convirtió en sede de s

evo ensaje, pnto de origen y desarrollo de su testimonio, lugar de

s merte y de a redención de os creyentes. Aquella herencia de Cristo

había permanecio en manos cristianas hasta qe se produjo la irrupción

del Islam, qe vino a desalojar -tal vez no de na manera física, pero s

moralmente- a los cristianos de s más preciada herecia territorial.Ya el apa Alejandro 1, ates iclso de la Primera Cruzada, había

expresado la idea de qe la gerra cotra los mslmanes "que

persegía a los cristianos y los explsaba de sus ciudades y de ss

sedes propias, era jsta. Sin dda alguna, si los cristianos tenían na

"sede propia, esa era Jerusalén, de ah qe e conflicto librado para su

recuperación fuera considerado como una "gerra justísia bellum

iustisimm"-. E consecuencia, a lucha contra e Isam por la osesiónde los Satos ugares responía a la necesidad de iberar aqueos

territorios de qiees ijustaete y cotra todo derecho los habían

conqistado. En palabras de n prestigioso jurista, Johannes de Deo:

"Una erra es jsta cando se libra en defensa propia o para recperar un

bien perdido. Siendo de por sí justa la guerr contra los sarracenos, es ade

más jstísima por mantener vestras tieras ocpadas contra todo derecho.

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A todos los efectos, pues, a cruzaa debía ser entenida como una

rolongcón del derecho, como n hecho jurídico que aspiraba a la ícitaesturacón de un bien robado. Las pérdidas territoriales que

comenzao a experimentar los reinos cruzados de Tierra Santa desde

medidos del sglo XII -empezando por la conqista muslmana de

Edes e 1146 y siguiendo por la de Jerusalén en 87- vinieron a

reforzar la idea de que a lca contra los musulmanes en el Levante er

una gerra justa qe pretendía la recperacón de territorios qe abían

pertenecido a la cristiandad y que le habían sido arrebatados ilícitamente por l fuerza. Básicamente se argumentaba qe si la gerra entre

cristanos era lícita cano se reaizaba en efensa propia, todavía más o

sería este tipo de gerra defensiva cuano los cristianos la ibrasen contra

los msulmanes para sostener "el nombre de Cristo o para reconquistar

ls cudades y sees sagradas que aquellos se habían anexionado. La egi

tmdad del uso de la fuerza para acer frente a la volencia -un prncpio

básico del concepto e gerra justa fue, precisamente, uno e los

rgumentos epleados por Bernardo e Claraval para jstificar la

orgnición de la Segnda Crzada tras a pérdida el conado e esa.

Con el pso del tiempo, el peso de las argumentaciones religiosas fue

dismiuyendo, pero se mantuvo la idea e crzaa como gerra sta

reivindicativa de un territorio irredento. Ya en el siglo XIII, el papa

Inocencio IV negaba que los cristianos pdieran enfrentarse a os msumanes en razón de su conición e infieles y prohibía expresaente las

guerrs de conversión. En cambio, sostenía el derecho e los cristianos a

brar una gerra jsta contra los musulmanes por s conición e inva

sores o e agresores, y esde ego consideraba e a ocpación slámica

de Tierra Santa era una injria ue merecía una adecuada venana.

n definitiva, las crzadas contra os musumanes de Oriene quearon

conigraas como as más santas y as más jstas de todas as guerras, con

tribuyendo de manera ecsiva a la integracón e la vioencia y e los

conictos armados en la escala de valores el Occidente cristiano.

l éxito de esta propesta ideológica, que abía comenzado a srir

muchos siglos atrás pero qe solo se terminó de concretar a fines de

siglo X en torno a la idea del peregrinaje armado a Jersalén, aciitó qe

a Iglesia exteniera la noción de cruzada a otros escenarios

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completamente ajenos a los que inicialmente había motivado aquelas

expediciones. A anaizar e camino que recorrió el concepto de cruzada

tras su primera configuración, se ha hecho notar su creciente defora

ción y separación de os objetivos originales y su utiizació, por parte

de la Iglesia, para jstificar y animar conflictos que nada teía qe ver

con la liberación de los cristianos orientales. Sin embargo, tal como an

inicao algunos autores -entre os que se encuentra L. GarcíaGuijarro-,

tal vez no deba considerarse esta actitud ecesiástica tanto en térinos de

cambio de sentido, cuanto de madurez de propio concepto de cruzada.El extraordiario impuso moviizador que deostró tener a cruzada

ebió e nimar a la Iglesia, desde muy pronto, a asimilar otras guerras

con a que se acababa de ibrar en Tierra Sata, coocando aqea iea

a de cruzada- a servicio de los intereses eclesiásticos allí dode

fueran discutidos o allí donde la cristiandad pretendiera expandirse a

costa de sus vecinos paganos.

A este respecto por ejemplo, e papa Pascua I e sucesor de

Urbno 11- no dudó en emplear la noción e cruzada en pro de la reor

eclesiástica y e la luca contra el emperador aemán: para acabar

con el cisma xistente en el obispado de Cambrai, incitó al conde

Roberto de Flandes, que acababa de regresar de a Priera Cruzada, a

tomar las armas al servicio del Papa en contra de nrique IV, que

apoyaba al clero cismático. Como había hecho décadas atrás Gregrio

II e circunstancias similares, Pascual 11 e ofrecía la remisión de los

pecaos, pero añaía un elemento comparativo nuevo, altamente

significativo: si durante la cruzada en Tierra Santa e conde había

conquistado l Jeruslén terrestre -sostenía el Pontífice-, aora podía

yudar a recuperar la Jerusalén ceestia. Desde este punto de vista, a

lucha contra e emperador tenía un objetivo más exceso incuso que e

combate a favor de los cristianos de Oriente:"Os pedimos, a ti y a tus cabaeros, en remisión de vuestros pecados y

para que seáis acogidos en la sede apostóica como hermanos, que mediante

tus esfuerzos y triunfos y con el apoyo el Señor, acances a Jerusalén

celestial ( ...) Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que ha dispuesto para ti

que, a la vuelta e la Jerusén Siria, te esfuerces por llegar a la Jerusaén

celeste ejercitando mlicia justa [la guerra contra e mperador].

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Tres década depué -hacia 35- otro papa, Inocencio , efretado

con lo normandos del sur de Itaia y con el antipapa Aaceto, ea todavía

ás exlícito y concedía a u partidarios la misma remisión que Urba

no 11 habí concedido a os cruzados, entendiendo que, como étos, o

guerreros que etaban a u servicio luchaba "po la iberación de la

glei. De esta forma, aena cuareta año despué de que fuee predi

cada la Prmera Cruzada en Clermot, la guera papa cotra sus enemigos

olítco crtianos los cismático y otro eeldes conta a autoidad

ontfica- quedó equarada a a peregriación armada a Jeuaén.Una ez dado este paso, no reultaba dfíci que otros podees ecesiás

tcos nferore -obso, abade ..., en defensa de sus itereses materia

les, acabaran utilizando tambié la idea de cuzada a a hoa de enfrentarse

su eemigos locale: a mediados del iglo XII, e abad de Cluny, Pedo

el Venerable, sostenía que la guerra que libraban alguno cabaeros

defendendo lo biees de a abadía era un combate imiar a a cruzada

en Oiente y que la lucha cotra lo alos cistianos era prioitaia

respecto a que se eaba a cabo cotra lo musulmane o o pagano:

"Icumbe a uestro ofcio militar y paa elo habéi tomado las armas

-exhortaa el aad a o caalleros- defeder a la Igeia de Dios de us

enemigos ( ...) Habrá quien diga: hemos tomado la ama conta

agnos, no cotra critiao. Pero, ¿uién ha de ser combatido en mayo

edda por vootros y por los vuetros, un pagano ue no conoce a ioo un crstiano que cree e él de palabra y lo traiciona co u hechos?

( ... ) ¿Es que no luchan contra Dios o no lo persguen quienes a su igeia

y a su pueblo fudado por u propia sagre, saquea, derriba, maltrata

o, ago ue sucede con frecuecia, aesinan donde pueden o se atreven, in

acer excepción de persona, digdad o cargo? No debe er meos defen

dido, no y con uestros consejos no con vuestra epada, u critiano

que sufre injustamete l violencia de otro citiano, que u ciiao quedece l ima violencia de un pagano.

La amplición del ámbito de aplicacón de la idea y de los priilegio

entenciaes y espirtuale de la cruzada dentro de a propia cistiandad no

se detuvo en o caos ya expueto la lucha contra el emperador aemá

favo de la reforma ecleástica y e combate cotra o adverario

olíticos de los papas, sino que continuó hasta abarcar e enfrentamiento

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armado contra aquellos grupos de guerreros profesionales que alquilaban

su fuerza a los señores y que, en tiempos e paz, vivían en el terreo del

atrocinio y la violencia sobre las poblaciones. Nos referimos, obvia

mente a los mercenarios. En el III Concilio de Letrán (179) sus prácti

cas fuero condeadas, los integrantes e aquellas bandas fueron

excomulgados y asimilados a los paganos, y se proceió a conceder a sus

erseguidores los beneficios de la cruzada, etre ellos la protección

eclesiástica de sus bienes, la remisión de los pecados durante dos años y

la garntía de salvació eterna para quienes cayese luchando contra losroutiers y brabanzones, es decir, contra lo mercearios.

Un proceso simiar ocurrió con los herejes. La coacción física contra

aquellos que disentan e la interpretación ortodoxa e los dogmas cató

licos y que, por tanto, amenazaban la unidad interna de la cristiandad,

a queddo justificada como guerra lícita desde la época de Sa

Agustín. Antes de la Primera Cruzada, casi nadie dudaba de que la lucha

contra herejía era una acción legítima, realizada para recomponer la

az interior, que presentaba caracteres sagrados. Para mucos

ensadores, la actitud de los herejes era mucho más dañina para la

cristiandad que el peigro agano o musulmán, de ahí que la lucha

armada contra los primeros fuera más urgente y necesaria. No es de

extrañar que, después de las expediciones a Tierra Santa, el concepto de

cruzada se alicra tamién al combate contra la disidencia interna.

n este sentido, si duda el caso más espectacular es el de la cruzada

emprendida, a coienzos del siglo XIII e el sur de Francia, contra los

cátaros. La herejía cátara o albigense, que se separaba de la doctrina ca

tólica por su ascetismo moral, su profundo evangelismo, su rechazo a la

vaidez de los sacramentos y por su reeldía rente a la estructura

ecesiástica oficia, llegó a arraigar fuertemente en el Languedoc

-rncia meridional done llegó a crear, a mediados de siglo XI, supropia gesia. La glesia católica conenó este moviiento y en el

I Concilio de Letrán (179) los cátaros fueron excoulados, pero la

presión espiritual fue insuficiente y, en 1208, el papa Inoceci III optó

decididamente por a intervención militar contra ellos y redicó una

cruzda en toda rega. Tanto en la carta de proclamación de esta cruzada

antialigense como en otros documentos pontificios, el Papa hacía

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referencia naturalmente a la remsión de los pecdos y a otros benefcios

espiritules, pero incidía de mnera reiterda en l ide de que los

herejes resultb una amenza ntern mcho más peligros que l

representad por los msulnes:

"Los enemgos de l fe crist y de l Igles, los heejes, son pes,

or lo mismo, los ortles eneigos de l crstnd, coo los

pagaos, coo los moros -poclmba Inocec III-. Es ás, peores

que ellos, y que estos son enegos externos, mietrs qe los erejes

viven en medio del pueblo cstino, tanto más peligrosos cuano máscilmente se escp el lobo disfrzado de ovej y más msalv

comete ese estrgos en el redil.

Como antes los musulmnes y los pgnos, los erejes or

reresentabn al Dblo en l Terr y l gerr contr ellos dqur, en

los escritos de algunos partidrios de l ortodoxia, los msmos tonos

apocalípcos de luch del Bien contra el Mal que y bín precdo en

los testimonios de la Primer Cruzda. Un cronsta olosno posteror,

Guillume de Puylaurens, representante de l corriente cruzdst,

inerpretaba que "por medio suyo [de los herejes y los mercenros]

Satán poseía sin fatiga la myor parte de este pís como una csa propi

orque las tinieblas se hbían lojado allí, l noche de la gnornc lo

cubría, y se pasebn libremente ls bestias del bosqe del Diblo.

Es evidente que, como ha ndicdo M. Alvr, de quen hemos todolos testimonos nteriores, con nocenci I "culmb el proceso de

ransferencia a los herejes y a sus cóplices de l legslacón e crzda

alicada hasta entonces los usulmnes24. a ide de cruzda, y con

ella todas las formlciones y justificaciones jurídics y relgosas qe

conllevab, quedba amplid un poco más pra nclr oos

aversarios de l glesa romn

Este proceso de transferenci de l ide y l legislción de cruzd oquedó limitado l interior de l cristiandd. Si l Papdo no le hb

resultado especilente difícil plcar ls nociones cruzdists pr js

tifcar el uso e l ferza en sus conflictos con oros cristos, ucho

24 ALVIRA CARER M: d Stib d /juvs d ut Barcelona 2002, p. 103

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menos coplicado, y ese uego ás "atural, debía ser su extesióa la guera cotra los paganos o cotra los musulaes fuera de TierraSanta: en eecto, los hallazgos ideológicos de la Priera Cruzada fueroexpoaos automáticaete a las eás guerras expasivas que porentonces protaonizaba la cristiaa occiental cotra sus vecios delnorte y el sur de Euopa.

Desde que, hacia el siglo x, la presió e los normandos y los húgaros en s fronteras oietales y óricas de Occidente coenzó a

diirse, s autoridades políticas y religiosas de aquellas regioesfonteizas comenzao un secular proceso e expasió a costa de losiesos puelos pagaos asentados en el centro de Euopa y en asribeas el mar Báltico, e lo que ha veio coociéose coo lamrcha aeana hacia el Este.

A prtir e as campañas el eperaor Otó 1 contra las tribuseslvas el este el Elba -mediaos el sigo x- esta guerra e arc

do cariz político, expasivo y coloizador, tuvo tabén ua vertienteeigosa que se plasó en la erecció de obispados y en los intentos econversión e quelas pobaciones. La resistencia e los puebosesavos a a gemaización -integación política e el ipeio alemány a la cistianización fue otble y erivó en u prolongaoenfentaieto ilita que fue pesetado por os autores cristiaos concaacteres e guera sata contra los pagaos: a coienzos el siglo XI

po ejemplo, el obispo Bu e Querfurt poponía a los reyes cistiaos,especialmente al eperador aemá, ua guerra misionera e aquellastieras paa ipoe po las amas a religió catóica a los pagaos y expadir e obre de Cisto a viva fuerza.

l esarrollo e l Primera Cruzada influyó uy proto en la opinióqe las autoidades eclesiásticas de aquella zona tenía aceca e la

guea contra sus vecios pagaos, e aera que apeas uos añosdespués de su conclusió -en 08- aquel coflicto era ya pesentao etéminos de cruzada:

"Seguid e bue ejemplo e os hobes e a Galia y emulalostmbién en esto -coinaba los obispos e la diócesis e Mageburgo los príncipes cristianos aleaes- ( ... ) Él, que co la fueza e subazo diigió tiufalmete a los hombres e la Galia esde el lejao

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Occidente en su marcha contra sus enemigos del lejanísimo Oriente, os

concederá la voluntad y el poder para conquistar a los más inumaos

gentiles que están aqí cerca".

Frete a la crueldad de los paganos, que torturaban hasta la muerte a

los cristianos y profanaban sus iglesias -sostenían las autoridades

eclesiásticas de aquellas regiones eslavas-, los cbaleros germanos

debía libera aqel territorio significativamente llamado nuestra

Jersalén"- que tempo atrás había sido católico y que or peranecía

esclavizado por los paganos Las recompensas, por supuesto, seríespirituales -la salvación de las almas- y materiales las fértiles tierras

de los paganos-

En calquier caso, habría que esperar hasta ediados del siglo XII,

con otivo de la organización de la Segund Cruzada, para que la idea y

os privilegios de cuzada fueran plenamente transferidos a la luca con

ra los paganos del Elba: en 1147 el papa Eugenio III estuvo de acuerdo

en que todos los nobles alemanes que todavía no habían tomado la cruz

para ir a Tierra Santa pudieran hacerlo en los mismos térinos para

cobatir a los eslavos e la región el Elb Poco después este mismo

pontífice promulgaría una cruzada especíicamente contr los pagnos

del norte, ofreciendo la remisión de los pecados e incitando a que los

eslavos fueran sometidos a la e católica.

Algunos propagandistas de esta cruzada, como San Bernrdo deClaraval, la interpretaron en términos apocalípticos la lucha contra

Stán, encanado en ls tribus paganas, como antesala del fin de los

tempos y advirtieron ue el objetivo de la expedición era la venganza

contra las crueldades que los paganos habían cometido contra los cris

tianos. Su propuesta era radical el destino de aquellos no podía ser sino

l conversión o el exterminio, es decir, bautizo o muerte" Esta guerra

de Dios", indicaba San Bernardo a propósito de la cruzda nórdica,anima al espírit de los reyes, príncipes y obispos para vengarse de ls

tribus paganas y para extirpar el nombre de los enemigos de la tierra

cristiana". O el rito -las prácticas pagaas- o la nción -los paganos

debían de desaparecer bajo as rs de los cuzados de manera

novedosa, la conversión asociada a una conquista militar se convertía

e la meta central de una cruzada, entendid ahora como una autética

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guera mIsIonea. POCOS años después Enriqe de ajonia, tratando de

usificar una capaña cota los paganos, esía esta política de

manera muy gáfica:

"Triunfré sobre los eslavos levando la obedieca de soetido

hacia la vida eterna ediante el bautiso, o llevando la obstinación del

orgloso hacia a muere ediante e derramamiento de sangre

Muy posiblemente, entre os píncipes alemanes las razones dinásti

cas, poíicas y econóicas tenían mco más peso qe as eligiosas a

la hoa de planear una guerra de conquista en e este, pero ay queeconocer que la idea de cruzada y de isió aada tenían en la

sociedd germánica suficiente capacidad de movilizacón coo para

fuer empleada sisteáticamene como jstificación de la guera. n

cuaquier caso, lo que parece claro es qe la región se convertía, una

vez más, n la base ideológica que soportaba la expansión político

miir del ccidente cristiano, anto en el Mediteráneo oriental como

en s ribes del Báico.

Peo Euopa cistiana teía, además, una fronera meridional frente

sam en a Penínsua béica, donde desde hacía siglos se libraba una

guerr enre cristianos y musulmaes. Desde el siglo Vil!, este enfrenta

miento secular tenía connotaciones sagradas y, dadas las siilitdes co lo

que ocrría en riente -e mismo enemigo, la isma situación de

someiiento de los cistianos ...-, no es de extrañar qe la idea de crzada

taién impregnara my ponto la iagen de este conlicto. De todas

orms, e eemeno cruzado es solo uno de os ingredientes, ni el ás

aiguo ni el más consate, de entramado ideológico que crearon los

reinos crisianos peninsulares en su lucha contra sus vecinos usulanes,

una "consrucción ental qe se resue en el concepto de "Reconqis

ta. Por su interés y por su coplejidad le dedicaremos a continuación n

apartado específico.n concusión, la idea de cuzada, deinida a finales del silo XI

como una guerra snta y usta, librada para defensa y libeación de los

cristianos de riente y para a recupeación de los lugares sagrados,

enendida como pereginación armada acia Jerusaén, experienó na

consane mpiación y modificación, y pasó a justficar no solo las

uerras ordenadas por el Papa en Tierra anta, sio tabié las lcas

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contra sus enemigos políticos, contra quiees amenazaba la unidad de

a Igesa -csmátcos, heréticos- o contra otros pueblos o creyetes e

cuaquer ámbto. Esta actitud ha sido interpretada a veces en térmios

de deforación o aberració del cocepto origial de cruzada, pero hay

que reconocer que enaza perfectamente tato con u proceso de

ntegración y sacrazacón de la guerra que es muy anterior a a Prmera

Cruzada, como con las pretesioes univesalistas del poder potificio

dentro y fuera de la crstiandad En todo caso, lo que hiciero los

sucesores de Urbano II fue aprovechar unas forulaciones ideológicasde corte jurídco y regioso que habían tendo un enorme éxito como el

voto de los cruzados, as ndulgencias peniteciaes y espirituales o las

vías específcas de fiaciació de las campañas- y aplicaras a otro

tpo de confictos que, en muy buena medda, ya había recibido ua

sncó sacra antes de a cruzada

EL CNCPT D CNQUST

Guerra santa y guerra justa, prncpios reigiosos y pricipios jurídicos

vueven a aarecer, inextrcablemente undos, en otra de las grades

construccioes deoógcas que, en la Edad Meda occidetal, sirvió para

anar, expicar y justficar la guerra que braron determinadas sociedades

occdentaes con sus vecinas isláicas: nos referimos al concepto dereconquista Como ha demostrado ampliamente J.A Maravall e un aáli

ss fundaental para la copresión de este feómeno, desde muy pronto,

os núcleos poítcos crstanos que se organzaron en el orte peinsular

tras la nvasón musumana de princpios de siglo VIII, presentaro su

enfrentamento armado contra e Isa como un conficto destiado

báscamente a la lberación de la Igesia soetida, a reestabecimiento de

reno visgodo destruido y a la recuperacón de la tierra arreatada25Este conjunto de deas, que servía para dar un sentido gobal a las

relcones entre e mundo cristano peninsular y los poderes musulma

nes, permitió articular ua serie de represetacioes metales o de

25 MARAA JA: l concepto e spO el e Madrid 1981.

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propuestas ideológicas en las que la mera existencia de u esao

isámico en la Penísula resltaba inaceptable. Básicamee, la oción

reconquisadora venía a sostener que los cristianos el nore eanherederos legítimos, e lo religioso y en lo políico, e los visigoos, y

que como taes tenan el derecho y la obigación hisórica de recerar

aquello que había pertenecdo a sus antepasados y que les había sio

injustamente arrebatado por los msulmanes. En tanto que sbsisiera n

poder islámico en lo que había sido el reino visigodo, la isión e quienes

se postulaban como herederos de éste no sera sino la de acabar co el

Isam, restaurar las iglesias y reintegrar plenamente e domiio perdido.Es discutible, y e hecho se ha debatio y se sigue debaieo sobre

ello, si los cristiaos de los núcleos noreños peen ser cosideaos

como continuadores reales del eino germánico desparecdo bajo las

armas musulmanas, y por tanto si hicieron una uilización legíima e

iea de "reconquista, o si por el contrario nada o casi nada tena que

ver con los visigodos y crearon aquella dea como una simple ficción

 justificadora -y fasa de una acció mlitar que estaría motvada porraones socioeconómicas, pero no basada en a lícita reivindicación e

su psado. Sea cua sea a postura que se adopte en este debae, o que es

idudable es que aquella ideologa existió, que tuvo ael en l

cofiguracón e las reciones entre cristianos y musulmaes

peisulres y que acabó conformando un programa de acuacón políca

que sorprende por su cotinuida, puesto que los mismos argumenos qe

precen en los testimonios de finales del siglo IX, se siguen reptieno en

s últimas décadas del sigo xv para justificar la guerra contra el Islam.

En su formulación más antigua y conocida, a que poponen las

crónicas del siglo IX, os monarcas asturianos era consierados como

"reyes godos de Oviedo, en expresión de autor e a Chrnica

Albedesia, y por tanto sucesores directos del "pueblo e os godos.

Tras a ocupación de spaña -"Spania- por los sarracenos y la conquista de reino vsigodo -cotinúa el cronista, los cristianos lucha

cotiianamente, día y noche, contra los musmanes "ast qe la

predestinación divina ordene que sean cruemente explsaos e aqí

Obviaene, aquelos cristianos enfrentados al poder islámco e la

Península hasa su expulsión no eran sino los reyes de Asturias y ss

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seguidores, con Pelayo a la cabeza, a quie otro croisa de a core astur

e hacía exclamar, ante las tropas isláicas a las que iba a combatir n

Covadonga, la dea básica que configura la noción de reconquisa:"ero, ¿tu no sabes -e prguntaba al intrlocutor que e proponía a

rendició que la Iglesia del Señor se asemja a la luna, qu sufre un

ecipse y luego vuelve por un tiempo a su prístina pnitud? Pus

coniamos en la misericordia del Señor, que dsde este pequño mont

que tú ves s restaure la savcón de España y l ejército de pubo

godo .. aunqe eos recibido eecidaene ua severa stcia,

espermos que vng su misericorda para la recuperación de l glesia ydel pueblo y del reno.

En este párrao se encuntran ya trazas de la guerra santa -la dnsa

o a liberación d Igesia, el papel de la isericorda divina como otor

e la histora y caus de la vctoria sobre los enemigos entrlazados con

otrs característcas de la gerra justa -la recupercón o restauración dl

rino- Hay que reconocer que la propuesta ipícita en estas expre

siones tuvo un éxito consderabe a lo largo de la Edad Media hispana,

quizás porque n ella se mzclaban varios eleentos muy útiles a la

hora de ofrecer una visión nterpretativa de pasado, dl presente y del

futuro de una sociedad, de dotar a n grupo de identidad propia rn a

lo "extraño, de crear, en definitva, na ideoogía, un conjunto d

rpresentcions mentales coherenes, colectivas y socializads, ntegra

das en una deerminada vsión de mundo, tal como definieraG.

Dubyaqul concepto. En esta visón del mundo, a confronación con l sam

ocupaba u luga centra, tanto por el carácter sacro que se le cofirió

desde el primer omento coo por el drecho que pretendidamne

mparaba la luch de os cristianos

n el concepto de rconquista cbarán confluyendo todos los principios

qe e la cultura occidental sirveron par forar a idea de guera santa.

esd sus orígenes, el combate de los crstianos fue concbdo como naguerra divina, spirada, querda y aun dirgida por Dios, comparable n

chos sentidos a las ibradas por e pueblo de srael en el Antigo Testa

ento Como se ha encargado de dmostrar ampliamn AP Broisc, a

reconqusta es una guerra hecha bajo la autoridad de Dios -bellum Deo

actore"- que se inscribe en los planes de Dios y responde a su voluntad

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En efecto, e la interpretacón global dada por la historiografía

asturiana, y continuada posteriormente a lo largo de toda la Edad Media,de l conquista musumana, de a desaparicó del reino vsigodo y de

los orígenes de a reacción cristiana en los núceos norteños, o

eológico dquiere a dimensión primordial: es Dios quien drige

aquellos acontecimienos hstóricos quien intervene directamete

arcando su curso, quien rige e destino de su puebo. La invasión

isláic es el edio empleado por la diviidad para castiga los pecados

de los godos; la ruina de su reino -la "pérdida de España en la

historiogafía del sigo - es la sanción con a que han de pagar por sus

delios. La posterior victoria sobre os usumanes la reconuista- no

es sino la expresión de la misericordia de Dios que deveve la paz de

Cristo a su Iglesia y a su puebo

La actvidad militar contra los musulmanes es, pues, parte de

poyecto divino de la histora, y los cristianos peninsuares como anteslos islias- son un nstrumeno en anos de Dios L lamada Crónica

Profética, un texo asturiano fechado en las últimas décadas de sigo IX,

ofece de anea muy ilustraiva esta visión de la historia y de a guerra

que se anendría, en sus líneas esenciales, con e paso de los siglos

Segn el nóimo cronisa, ya Ezequiel había profetizado que los

isaelitas -los áabes, descendientes de Isael- entrarían "con pie fcil

en l tierra del pueblo de Gg -identificado con os godos- al quesomeeín por la espada, y ue al cabo de un tiempo los ismaelitas serían

su e castigados por abandonar a Dios y entregados en manos de Gg.

Una pate de este designio divino ya se había cumplido: "por los delitos de

gene goda entraron los ismaelas y los abaieron con la espada y os

hicieron sus ributarios, como est a la vsta en e tiempo presente.

Quedaba an por acuaizarse e segundo ciclo de la profecía, esto es,

l vngana de Dios contra los muslmanes que se habían apartado de

Seño, vengana próxima e inmediata en la que las gentes de Gg -os

godos o, mejor dicho, los cristianos que se consideraban sus herederos

edín n ppel roagonista coo eramienta de la voluntad divina:

"Peso que as abandoado a Señor decía l profecía de Eequiel

ambién yo te abandonaé y te entregaré en manos de Gg, y te dará tu

pago Después de que los hayas afligido170

tiempos, te har a ti como

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tú le hiciste a él. Criso es nuestra esperanza de que, cumpidos entiempo próximo 170 años desde que entraron en España, los eneigos

sean reducidos a la nada, y a paz de Cristo sea devuea a la SanaIglesia, porque os iempos se ponen en años. Concédalo DiosOnipotente, para que, menguando sin cesar la audacia de los eneigos,crezca siempre para mejor la Iglesia".

Inscrita en esta visión providencial de la hisoria, a guerra de oscrstianos contra os usumanes en la Península Ibérica respondería a avoluntad de Dios, que primer casigaría a su pueblo por sus culpas ydespués lo redimiría mediane su misericordia. Parece caro que a víaeleida para est redención era el conflicto armado, de anera que eenrentamiento contra e Isam devenía en un combae dicado por Dios,librado ajo su autoridad. Por eso en sus misas os creyenes dirigían aÉl las súplicas para que es liberara de yugo de los invasores. Así, enuno de los rezos que, posiblemente, se remonta a los prieros omenos

de la presencia isláica, se imploraba:Dios clemente, grande y mil groso a cual sirven todos los

elementos y al cua se someten odas las tormentas de ar íbranos delas catástroes de inundación y de la mano de los hijos de os exraños.Para que nosotros, que estamos bauizados con agua y por el EspírituSanto, no sufraos la separación del Santo propósio por culpa de lospaganos y no bautizados. Desgasta sus arcos invencibles, rompe as fle-

chas, rechaza sus armas, destruye sus espadas, desroza sus lanzas,ipide os alévoos planes que maquinan contra nosotros y si noqueren retroceder, utiliza esos planes conra ellos y proégenos con elescudo de la e".

No es extraño, pues, que la participación de Dios en esa guerra seadirecta, a veces icuso angibe, y se concree en as más variadas

situaciones y ormas. Así, los hechos de armas responden a su volunad,siendo Él quien en ltimo extremo toma las decisiones iporantes. Porejepo, según el anónimo auor de la llaada Crónica Latina de los

Reyes de Castill, e rey Afonso VI de Casilla vivía obsesionado porel deseo de vengar la derrota que en 1195 había surido en la batala deAlarcos frente a los musumanes, razón por a cua recuentemenerogaba en sus oraciones a Señor para que e diese una ocasión para ello.

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Solo cuando Dios prestó atención a aquellos deseos del monarca

cstellano, le inspiró y le confiró fuerzas, pudo realizar sus planes:"El Altísmo, que es pacente vengador, vendo el deseo de gloroso

rey, inclinó sus oídos y dese el exceso rono de su gora esuhó suoración. sí pues, el spíritu del Señor irruó en e rey goroso y lorevsió de la fortaleza de lo alto, y así llevó a la práctia lo que urantemucho tiempo había pensado

El texto no uede ser ás laro: en la campaña que cumnaría en LasNvas de Tolosa, es Dios quien atúa a través del rey, irrupendo en él ydndole las fuerzas necesaras Esta consderación no es excepconal, sinoque a lo largo de la crónca se van deslizando expresiones que recuerdancontinuamente la resenia de Dos en la guerra por nteredio e los

combatientes cristianos: en 1235 un equño grpo de hores "cas

ecitados por el spíritu anto, asaltaron e arraba de a Ajarqía e

Córdoba, en lo que sería el coenzo de la conquista castelana e esaciud Estndo en aquel reducto, fueron duramente atacados por losmusulmanes defensores de la urbe, quienes a pesar de su abrumadorasuperioridad numéria se mostraron incapaces de romper la resstencia delos cristianos Para el cronisa, la razón del fracaso islámico era obva:porque "l indignación de nuestro Señor Jesucrsto y su poder oprimía lamultitud tan grande y fuerte de los moros Por tanto, Dios no soo no era

aeno a aquellos hehos de armas, sino que los inspiraba, los favoreía, e ncluso los gobeaba: "Dos Omnipoente, que dirgía este asunto con especialgracia -en palabras del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jménez de Rada fuequien puso las ondiciones precisas para que en alguna ocasón impoantels oeraciones militares pudieran desarrollarse con éxito para los cristanos

or tanto, el Señor toa las decisones, dirige las operacones y actúaa través de los protagonstas concretos Pero hay algo más: de Él epende la victoria o el fracaso, y su resolución se entende coo un juicio enel que se deterina con la derrota el castigo a los cristianos por susmalos hechos o por sus pecados, y con el éito a reopensa por ascciones piadosas Según algunas versiones de la Crónica de España delfonso X, tanto el desastre de Alarcos como la posterior vctoracatellana en la batalla de Las avas de Tolosa son la respuesa dvna a

la actuación, primero pecainosa y después virtuosa, del rey

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Alfonso VII. Esta historia, previsiblemente espuria, puede servir cooejemplo paradigmático de una mentalidad providencialista: el moarca

habí mantenido amores ilícitos y deshonestos con una judía de Toledo,que fue asesnada por los hombres del moarca que entendía que dicharelcón era perjudicial para e reino. Alfonso VIII lamentó profunda yamaraente su muerte, hasta que se le apareció n ángel, que le advir-tió: "Alfonso, todavía te recreas en el mal que has hecho, del que viodeserico a Dios. Caramente te lo demadará, a ti y a tu pueblo. El

castigo anunciado vino en forma de derrota en los campos de Alarcos,reconociendo el propio rey la causa del desastre: "etedió que por el yerroque é hciera contra Dios (oo.) como se lo enviara decir por el Ángel (o.)

e ran poder de Dios lo castigaba tan crudamente. Tras larcos, contiúael cronista, el gobernante cambió el odo de comportarse que le habíacrreado la furia de Dos, y ello tuvo consecuencias que también se plasaron en e campo de batala: "y tan bien obró que Dos se tuvo por servdo

de é, y se o ostró a fnal de su da, oncediéndoe una gran enganza, esoes, la ictoria sobre los musulmanes e Las Naas de Tolosa.

Como puede suponerse, en esta guerra de Dios os cristianos no estánsolos, sino que cuentan con el apoyo de a dvinidad, que les ayuda yprotge: "el poder de Dios, que sala y defiende y acorre a suscreyentes es alegado en alguna ocasón para expliar el fracaso miitarsláco. Más alá de esta ayuda genérica, el socorro divino se plasa enla ntervencón de seres celestales, enviados especiles, ángees, santoso incluso a Virgen María en as operaciones militares. En el verano de1212, el ejército cruado que se internaba en tierras islámicas se viobloqueado en Sierra orena, en el Puerto de Losa, si posibiidad deavanzar ni de retroceder si provocar una desbandada entre los suyos. Enaquella situción crítica, apareió rovidencialmente un pastor que les

mostró un camino desonocido que les permitía atravesar as sierras sinegro. Los cronistas dejaron constanca de la naturaeza de aqueindviduo: "enviado de Dios, "no era un pro hobre, sno agunavrtud divina que, en tata angustia, ayudó al pueblo cristano.

En otras ocasiones, la identificación de la ayuda celestial es uchomás concreta. La Virgen María, por ejempo, aparece asiduamentedefendiendo a sus fieles y perjudicando a los musulmanes. En la batala

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bllo po l b l V Cigs de Sant Marí

Alfoo X, muco l lo XIII

de Covadonga, por ejemlo, se usieron de manifiesto "as grandezas d

Señor, cuando los royectiles disarados or los musumanes caían

sobre sus rois cabezas en un fenómeno en e que no aece ajea a

trvención de la Virgen, cuyo santuario s ncontraba en a cuva en a

qe se refugaron las gentes de Pelayo:

"Una vez que as iedras habían salido de las cataultas y egaban a

l Iglesia de Santa María Virgen, qe está dentro, en la cueva, recaían

sobre los qe las lanzaban y hacían gran mortadad a los musulmans.

Las Cantigas de Santa María, una de las obras oéticas más impor-

tntes de Alfonso X e Saio, contienen un buen número d ejempos en

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los que la Virgen, directamente o mediante s isigi, aparece

amarando a los cristianos o destruyendo a los suaes: a veces,

basta con que en una batalla se haga so de una bandera con la image

de la Virgen par acanzar ua victoria; otras, contriuye a a defes de

un castillo sitiado; e ocasiones, se encarga de desbratr a os

musulmanes que, tras entrar en ua vila cristiana, intent destrir ls

imágenes reigiosas; en otras, da la victoria a un grpo de amogávares

que se le habían encomendado.

Algunos santos tvieron na especia relevacia por ss aparicioes yarticipaciones directas y "personales en las batalas. San Isidoro de

León, por ejemplo, se ganó una ajstada fama por su presencia e algnas

batallas sostenidas por Alfoso IX, pero sin dda e sato-guerrero por

antonoasia en el mndo hispáico es Santiago, qe reiterdamente se

presenta luchando junto a sus fiees, dirigiedo a ss hestes, msacrdo

a los usulmanes. En la legendaria batala de Cavi, fechda por la

tradición a mediados del siglo IX, en tiempos del rey Ramiro 1 de Asturias,tuvo lugar una de las más tempranas apariciones del santo y na de las qe

ás incidencia tendría en la cosideración de Santiago como patrono de

los ejércitos hispanos. En aqella ocasión, según la versión ofrecda e e

siglo X por el arzobispo Jiméez de Rada, el rey Ramiro, "qe o qería

permanecer inactivo en el servicio de Dios, atacó tierrs islámicas y

terminó en ua situación uy comprometida coo consecuencia de la

reacción militar musulmana. Los cristianos, muy inferiores en número, se

eron obligados refugiarse en un lugar elevado, llamado Clavij.

Angustiado por la incertidumbre del róximo combate, Santiago se le

areció al onarca durante la noche ara tranquilizarle, "animándole a

que, seguro de s victoria, entablara combate con los árabes al da

siguiente. Por la mañana, Ramiro annció la aparición a os suyos, qe

saieron a la ucha confiados en la ayuda del Apósto A pesr de superioridad numérica de los musumanes, estos fueron "sacdidos por el

desconcierto, dieron la espalda a las espadas de os cristianos y mrieron

"setenta mil de ellos. El motivo de la confusión entre los mslmaes no

fue otro que la presencia de Santiago en el campo de batala:

"Se cuenta ue en esta batala aareció Santiago sobre un cabalo

blanco haciendo tremolar un estandarte banco.

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Desde aquel día, coment e coista, los cristiaos emplea la

ivocación "¡Dios, ayuda, y Santago! en los enfrentamientos arados.La apaició del apósol en Caj no es la únca recogida por los

histoiadores de la época, n siquiera l más espectacur. En esta

ocasión, la ayuda del sano-guerero sirió a esconcertr los

eigos de a e con su simple presencia a caballo, pero hubo oras en

as que, al ree de una legión celesial, se involucó diectamene e e

cobae con ua conundencia contrasada: en 1231, musulmaes y

cistianos se erenaban e las cercanías de Jerez de la Fronter. Como

e lavi, los ieros ea mucho más umerosos que los segundos,

qe llegaro a ecorarse en un gran aprieo. Confesados y encomenda

dos a Dios, se lanzaon a la baalla inocando "¡Saniago! y

"¡ Casi lla Sorprendenemente, as fuerzas cristianas se impusieron a

las musulmaas, que comenzaron huir, siendo msacradas por sus

eseguidoes Para explica tan increíle desenlace, el cronista de nuevorecue a la ineveción sobrentural:

"Y dice, así como los moos mismos afimaron después, que

eció Saniago en un caballo blanco, con una baera blanca en una

o y un espada en la or, y que esaba acompañado por una legión

de cableros blancos; y a decían [los propios musulmanes] que viero

eles adar sobre ellos por el aire; y que esos caballeros blancos

aecía que es hacían más daño que niguna ora gete. Y aú muchoscristianos aestiguaron esta visión.

n esa guea insiada por Dios, los límtes entre lo sagrado y lo

eena desaparecían Así las cosas, se entiende que el conigente

cisiano dise ucho de ser únicamene la expresión armada de u reino

o de una entida política. Es mucho más es el eército e Dios, quien los

uí y poege, es la mano de Dos que sostiene la espada frente los

infieles. Las expesiones empleadas por os cronistas para calificar a

esos guereros dean pocas dus sobre su condición: Fernando II, ue

se diige apresuradamene a cerca Córdoba, es un "caballeo de Cristo

a e anóio auor de a Crónica Latina de los Reyes de Castilla; e

l opinión de Jiméez de Rada, los poladores de las villas cercaas a la

roera con el Isla, po su función como "hostigadoes de los árbes,

son cosiderados "moradores de la e; los vencedores de la atalla e

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Las Navas de Tolosa, para la historiografía alfonsí, no eran sino "fiees

de Crsto y mantenedoes de su ley.

Teniendo en cuenta todo o que hemos indicado hasta ahora, aquela

era una guerra santa en toda rega. No obstante, había otras razoes paa

sostener la sacraidad de aqe conficto, y entre eas o era as enos

importantes la causa que lo provocaba -a opesión a a que estaba

sometda la Iglesia y a fe católicas- y e objetivo que se perseguía -la

restauración de su libertad, su defensa y expansión Ciertamente, os

musuanes habían acabado con una entidad política, el reino de os

godos, pero además con él haían sometido a la Iglesia y al pueblo

cristianos. Las crncas asturianas a las que venimos haciendo referencia

no tenían dudas a a hora de identificar e destino de la Hispania visigoda

y de su ejército con a suerte de a Iglesia catóica, de ahí que el conflicto

cotra el Islam se presente coo una guerra por a liberación no solo e

u reino, sino tamién de a misma Igesia:

"Y así, ajo la protección de la divina clemencia afirma a CrónicaProfética- el territorio de los enemigos mengua cada día, y la Iglesia de

Señor crece por más y mejor. Y cuanto logra la dignidad del nombre de

Cristo, tanto desfallece la escarnecida calamidad de los enemigos.

Es la Igesia la que cece en la medida en que mengua e territorio

dominado por os musulmanes, es la dignidad de Cristo la que auenta

con la desgracia y el retroceso de sus aversarios. o que se recupera o

se defiende con cada golpe de espada, con cada victoria, es la ibertad de a

Iglesia, a lbertad de pueblo cristiano: "Que lo conceda Dios Omnipotente

para que ( ...) en tiempo próximo ordene que su Iglesia se libre del yugo de

los smaelitas. Como se concluye en otra crónica asturiana la

Albeldense-, en Covadonga os sarraceos fueron aniquilados, "y así, desde

etoces se devolvió la libertad al puebo crstiano.

os cronstas de sigos posteriores insistieron en las mismas ideas,reiterando los mismos objetivos de la guerra contra e Isam peninsuar:

el conflicto se libraba "para ensanchar el cristianismo, para "diatar as

froteras de la fe, para "defender la fe. Los ejemplos son abrumadores:

la pretensión de los reyes peninsulares al enfrentarse con los amohades

en Las avas de olosa no era otra que "lidiar por la fe de Cristo, "exa

tar el nomre de Cristo "combatir por la fe catlica; as batallas se

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dirimen "a honra de Dios y de la Cistiandad; la ayuda militar de un ey

cristiano a oto contra los usulanes se considea "acoo de la

Cisiandad los asediantes de a Códoba isláica aiesgaban sus

vidas "por el hono de la fe cistiana. La visión que os conistas de a

corte alfonsí nos ofecieo de la acttud de Afoso VIII ente a los

musulmanes, con motivo de a conquista de Cenca, esue espédi

damente el objetivo último que jstificaba y motivaba, bajo su paticula

perspectiva, la guea conta el sa:

"Este noble rey do Alfonso, esforzado po la itd de Dios que

estba con l y lo hacía todo, tornó la mano contra los moos deseales

e Cristo y gente enemiga de su ley y de nosotos, y comenzó a batala

conra ellos y a ldia po la fe de Cristo, los destuyó con ecia mano,

encogió la grandeza de su coazón, les quemó as cidades y pebas, es

cortó las huetas ( ... ), les destuyó as otaezas y bastidas dese donde

elos acechaban a os cistiaos y es peparaba celadas y otos maes,ensanchó los términos de nuesta e.

Se entiende, pues, que cada acción amada de los cristianos

peninsulaes se inepete en inos de servicio a Dios. A la hoa de

califica las empesas de los eyes cristianos o de sus pueblos, los cro

nistas de la cote de Alfonso X empleaban expresiones iequívocas

"ace sevicio nombado, "hace servicio a Dios, "esforzase en el

servicio de Dios, "sevi a Dios, "ven en seicio de Dos. En

algunos de los cuentos de El Conde Lucanor, don Juan Mauel ecoge

tambié esta idea, qe vincula el sevicio a Dios, e ensazaento de a

fe y la guea conta los usmaes:

"Vuesta hona y vuesto bien paa el cuepo y paa e ala -asegua

el consejeo Patono al conde en la histoa del acón y la gaza- es que

hagáis sevicio a Dios, y debéis sabe que, seg vuesto estado, en cosade mundo no le pods mejo sevi que libando la guea con os moos

para ensalza a santa y vedadea e catóica.

En esta puga de dimensioes teoógcas, el ial no podía se

únicamente un adesaio poítco, sino que epesetaba a una eza

mucho ás tascedete: al eego de Dios y de a Cuz, a as fuezas

de Mal, diigidas po Mahoma, aiado de Diablo mismo. De nueo, as

expresiones de los conistas son uy eveadoas de la consdeación que

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se tenía del cotrincante musumán: "moros desleaes de Cristo y gee

enemiga de su ley, "enemigos de a Cruz, de la fe y de la ley de

Jesucristo, "paganos enemigos de la Cruz, "enemigos de Señor

bedito, "enemigos reegados de la Cruz, "infieles, "gente madita.

En la visión de Mahoma recogida por los cronisas de la corte de

Alfonso X, el Profea es considerado como u hereje, u mago o u

embaucador que disimua sus ataques de epiepsia como si feran

presuntas apariciones del arcánge Sa Gabrie. Pero especiamente es

presentado como ua herramieta al servicio del Diabo, que e yudabaen sus encantamientos y milagros, y que actuaba por su intermedio

"Con la ayuda del diablo, por quien se guiaba, hacía señaes y

ilagros ( ... ) a veces entraba el diablo en él y le hacía decir coss que

habían de venir, y de esta forma oda la gente creía lo que é predicaba.

La relació entre el Diabo y los musulmanes es estrecha, tano coo

para que Satán o sus servidores aparezcan lamentando y llorado por las

calles de Córdoba la derrota y muerte de uno de os principales cudilos

ilitares isláicos: Almanzor. Tras el desastre de Calatañazor, recogen

lgunos cronistas castellanos del siglo XIII, un hombre qe parecía

pescador se presentó en Córdoba, por as orillas del Guadalquivir, dando

voces y ciendo duelos, diciendo "en Calatñazor Amanzor perdió el

tmbor. Cuno la gente se acercaba para preguntar, el individuo

esaparecía y volvía mostrarse en otro sitio llorando y repitiedoaquella frase. Los hobressabios y entenidos supieron iterprear

quién era aquel personaje:

"Creen ue o era otra cosa que un espíritu de aquellos a los que as

Escrituras llaman Íncubos, que tienen el poder de aparecer y desaparecer

cuando quieren, o que era el diablo que loraba el quebranto de los

oros y los estragos que habrían de sufrir de allí en adelante.

ada la autoridad que inspira y dirige la guerra contra osusumanes -Dios mismo-, las causas que la explican -la opresión de

los cristianos, sus objetivos -la defensa y la expansión de la fe, la

naturaleza de los combatienes sodados de Dios y de los enemigos

-aliados de Diabo-, parece lógico ue las accioes armds se

consideren actos piadosos y meriorios que cofiere beeficios

espirituaes y peiteciales. Quies va a la guerra "deseado morir por

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la fe de Cristo" o con e corazón prepaado para e martirio",

sacrificando su vida en servicio de Dios, e deensa de a cristiandad, ennobre de la fe, contra os enemigos e a e, soo pueden meecer a

hora y el perdón de sus pecados o, si mueren, a savación eterna en e

paraíso. La alternativa que esperaba a los guerreros cristiaos, en

expresión de los cronistas alfonsíes reerida a los combatientes que iban

a participar en a atala de Las Naas de Toosa, era gloriosa, tanto si

sobrevivían como si no:

todos codiciaban acaba, vencer y ganar honor para siempre, o, si

fese necesaro, orir y alcanzar coronas de márires".

Desde ates icluso de que fuera predicada la Primera Cruzada, os

ontífices roanos venía otorgado a emisión de as penitencias y el

edón de las faltas a os que ucasen e a Península Ibérica contra os

usulanes. Ya tuvimos ocasión de comentar qe en 064 posibeme

e con otivo de a expedición que concyó co a toma de Barastro,el papa había concedido a aqueos que decideron marcar a España",

ras la deida cofesón de las cupas e imposición de los castigos

correspondientes, a absolución de as primeras y el evantamieto de

esos últimos. Hacia 089, Urbano 11 instaba a os cataanes a resaurar

a igesia de arragona, animando a quienes quiseran empreder la

eregrinación a Jerusaén -todavía en estas fecas esta era a romera

pacífica- a dedicar su esfuerzo y sus fondos a dica restauación acambio de as mismas indgecias que obtendría en aque viaje, esto

es, el pedón de as sancioes por los pecados coetidos. Ciertamete, a

restauración de a sede tarraconense no era una expedició mita, pero

su planteamiento sí o era, puesto que se entendía que aqea igesia y

aquella cudad abría de ser u muro y un baluarte de a cristianda

contra os sarracenos".

Muy pronto, a guerra contra el Isam pensua se consideró

equivalete, desde e punto de vista de lo beeicios esptaes y

penitencaes, a a peregrinación armada a Jeusaén , dados os pegos

que se cernían sobre a cristiadad en esta fotea occidenta, e más de

una ocasión os papas hieron de conmina a os peinsuaes para e

no realzaran a crzada a Terra Santa y peanecean e ss tieras

comatiendo conta os msumanes, ecodándoes qe de esta foma

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podían disfrutar de los mismos  privilegios. Así, apeas predicada la

Primera  Cruzada -etre 1096 y 1099- el papa Urbano  II se dirigía de ue

vo a os cabaleros catalanes para que se involucrasen en la restauración e

a iglesia de Tarragona, soo que ahora, puesta ya en marcha la expedcó

cruzada a  Jerusaén, el  pontífice introducía alguas cosieracones que

revean  que, en  la ente del Papa, ambas guerras, la oriental y la occden-

tal, foraban parte de  un mismo conf cto entre a  cristianad  y el Isam.

Cuanto enos, os objetivos -a defensa de os crstianos- y os beeficios

espirituaes que poían lograrse en uno u otro caso eran iénticos, de ahí

a ehortación para que os peninsulares permanecieran uchando en sus

fronteras y no marcharan a Tierra Santa:

"Ya que los cabaleros de los deás países han ecido unánime

ente r en ayuda de a glesia e Asia y lberar a sus hermanos de la

tiranía de los sarracenos, así tambén -os lo pido- ayudaréis a la Iglesia

uiéndoos en constantes esfuerzos contra los asatos de los sarracenos.

Quien caiga en esta campaña [la de Tarragona] por e amor a Dios y a suvecino, que no tenga duas de qe encotrará el peró de todos sus

pecados y la via etea mediante a graciosa piedad de Dios. Y s alguno de

vosotros ha deciido viajar a Asia, será mejor que cumpla sus piadosos pro

pósitos aquí. Ya que no es n servicio lberar a los cristanos de los sarrace

nos en un lugar y dejaros en otro bajo la tiranía y opresón saacena.

Poco después, e 09, Pascual I volvía a realzar las smas

peticiones y a conceder iénticos priviegos en un documeo dirgo a

os habitantes de reino castellanoleonés:

"Así pues, orenamos a todos vosoros con repetido precepo que

permanezcáis en vuestras terras y uchéis co todas vuesras fuerzas

contra os almorávides y moros, y alí por la geerosdad e Dos hagás

vuestras penitencias y aí recibáis el perdón y a graca de los satos

apóstoles Pero y ablo y de su aposóica Iglesia.Fialmente, e 23 Calixo 11 estableció que, a toos los efectos, la

guerra contra los musulmanes de aAdalus teía la msm cosera

ció de cruzaa qe la que se realzaba e Orete. Más au, e algú

momeno legó a establecerse ua conexió dreca etre ls operacoes

que se levaba a cabo e la Peínsul y ls que relzb los crzaos

e Tierra Sata, eeeo que, a través de alAdus, se poí brr

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un camino más corto hacia el Seplcro del Señor. Lógicaente, desde el

punto de vista de os beeficios espirituales y ateriales, abosescenarios quedaban equiparados:

"A imitació de los soldados de Cristo y de los hijos fieles de la

Iglesia, que con uchos trabajos y grade efsión de sangre abriero

paso hasta Jerusalé -se istaba en e concilio de Copostela de 1125,

en un cano publicado por Sánchez Prieto, convirtámonos nosotros en

solados de Cristo; y anqilados qe sean sus peores eneigos los

Sarracenos, abrámonos paso con la ayuda del Señor hasta s Sepulcro

por España, cuyo caino es ás corto y menos difícil. El que quiera

alistarse en esta ilicia, haga u exae escruploso de conciencia y

preséntese al mometo a confesar arrepitiéndose de corazón: y en

seguida no diate tomar las armas, presentándose al servicio de Dios en

los reales de Cristo y para obtener además el perdó de sus pecados. Y

si de este modo obrare, nosotros [los obispos y otras autoridades religio

sas presentes e el concilio] (.) le absoveos e todos ss pecados, que

por instigación del diablo haya perpetrado desde qe recibió el batiso

hsta hoy, por la autoridad de Dios Onpotente, de los bienaventurados

apóstoes Pedro, Pablo y Satiago, y de todos os Santos.

No debe extrañar, pes, qe a partir de etonces se predicara

cruzadas específicaete hispáicas, siedo ua de las ás iportates

a que en 1212 se organizó e e reino de CastiaLeó y se recltó portoda la Penísula bérica y e sr de Fracia, dado lugar a a capaña

miitar qe culminó e la batalla de Las Navas de Tolosa. Por tanto, la

recoquista hispaa, al eos desde fiales del sigo XI, o soo teía a

cosideració de guerra sata, sio qe se idetificaba directaete co

la más sata de todas las gerras, la crzada.

La convicció de que la erte encontrada e la ucha cotra e sa

equivaía al artirio, o de qe la era participació en aquel cobate

era una vía segra hacia la savacó, acaó ta profdaete araga

da en las creencias de los lacos, qe o parece qe estos ecesitara

expresamente de na cruzada o de a predicació de ua idlgecia para

acazar taes ereciietos. Bastaba co encoedarse a Dios,

confesarse y hacer eienda de los pecados. Así al eos o exresó

reiteradamete do Ja Mae:

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"Lo cierto es que todos los que van a la gera de los moos y van en

verdadera penitencia y con deecha intención .. los que así mueen, sin

da algua so santos y márties y o reciben ninguna ota pena sino la

muerte. Y aunqe no muean po as armas, si se pasan la vida en a

gerra e os moros ... os sufrimientos, los trabajos, el miedo, los

peligros, la buena intención y la buena voluntad los hace mtires.

Este auor fue incluso un poco ms lejos en su opinión sobe la

posiilidad de alcanzar a salvación medante la guera conta los

sulmanes. El principio general lo teía claro, tal como acabamos deexpone. No obstante, no todos "os que mueren en a guea de los

oros son mátires ni santos, matizaa en e Libro de los Estados,

porque mchos van a ela robando, forzando mujeres y cometiendo

pecados, o se aistan únicamente "para ganar ago de os moos, o po

dineros que les pagan, o para ganar fama terrenal, y no con derecha

intención y para defensa de a ley y de la tiea de los cristianos. En

estos casos, la salvación estaba más complicada y dependía, en últimoextremo, de juicio ndividual que Dios hiciera, peo desde luego el

echo de morir comatiendo contra os infiees -aunque se fuea

pecador, vioador o adrón, aunque las motivaciones para hacer la guerra

feran torcdas, mateiales o vanas- era n facto que Dios tenía en

centa: a fi y al cabo, no era o mismo peca y moir matando

uslmanes, que pecar y mori sin combatilos:

"os pecadores que mueren a manos de los moos [uchando conta

elos] mucha más esperanza de salvación tienen que os otos pecadoes

que no mueen en la guera de los moros.

Es evidente, pues, que la lucha ente cistianos y musumanes en a

Peínsula Ibérica tuvo, desde sus pimeros compases, un signiicado

marcadamente saco, una indudabe consideación de guea santa.

Desde el pincipio, el Islam fue concebido no soo como un ivalpolítico, sino también como un antagonista reigioso. En vtud de elo,

y en e plano de las representaciones mentales, la guea conta os

musulmanes peninsuaes devino en un enfentamiento que tascendía a

esfea de la competencia política ente estados paa enta en el teeno

de la teología y de la lucha ente el Ben y e Mal, ente Dos y el ablo,

entre dos comundades niversales, teológicaente consttudas.

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Por ello, no es de extrañar que, al menos en determinados oentos,

la guerra contra los usulanes peninsulares revistiera un tinteescaológco y fuera concebida como el principio de "la guerra del indel undo. En particular, los triunfos militares de los Reyes Caólicosfree al reino e Granada fuero inerpretados en érinos providencia-les y milearisas: Fernando de Aragón era, en dicha interpretación, el"ucélago o el "encubierto, es decir, el rey de los Últios Días quese encargará de destruir a "todos los moros de España, se anexionará

Graada, sojuzgará toda África y entrará triunfante en Jersalén, para converirse después en emperador de Roma, en "monarca del mundo, de undo en el que todos serán católicos y que anuncia el final de los tiempos.

Despus de too lo vsto, la conclusión es evidente: la reconquista feeenida como una "guerra sana. Pero convendría no simplificar: loselemenos sagrados de la guerra de los cristianos contra el Islam

enslar son undamenales en la conformación de la ideoogíausfiadora de aquel conflicto secular, pero no feron los únicos. Cooapunábamos al coienzo de este apartado, el concepto de reconquistaegraba abién nociones de corte jurídico y políico de muy hondocalado. quella guerra o era únicamene sana, sino que tamién era jusa, y los argumentos derivados del derecho ocuparon un papel central,a veces más iportante que el de los religiosos, en la justificación de

esa confronación armada, en la creación de una ideología belicsa.Desde un punto de vista políico, la noción de reconquista colocaba a

las sociedades crisianas peninsulares ane su pasado y las entroncaa conna erencia de la que habían sido inicuamente desposeídos, siuándolasen n puto deerminado dentro de una evolución de largo alcance quearrancaba con la destrucción del reino godo Ante la situación de oproiocreaa por la ivasión y la sumisión política en la que, en aquel puno

presente, todavía se encontraba una parte de la comunidad política"neogótica o una parte de su antiguo solar, cada generación actual teníala obligacón de hacer alguna aportación a la labor de restauración delreino perido. En la alocución que los cronistas de la corte de Afonso"el Sabio pusieron en boca de Alfonso VIII de Castilla, arengando a los"españoles de los distintos reinos peninsulares antes de la batalla de Las

Navas de Tolosa, se resue de anera espléndida lo que indicamos:

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"Amigos, todos nosotros somos españoles. Los moros entraron en

uesra iera por ferza y nos la conquistaron, y fueron muy pocos

cristiaos a os que no se desaraigó y expulsó de ella. y los pocos de los

uesros que quedaron en las ontañas, se vovieron sobre sÍ, matando a

nuestros enemigos y uriendo ellos mismos, y fueron venciendo a los

moos ( ...) ganando siempre sus tierras, hasta qe la sitación ha llegado

a donde hoy en día se encuentra.

Esa empresa se proyectaba, es, hacia un futuro donde solo

acanzara su plenitud cando fueran expulsados los conclcadores in justos y se rodujera la definitiva restauración del dominio de los ante

asados. No se trataba ni de convertir a los musulanes ni de

aiquilaros físicamente, sino de anular su expresón política en orden a

su negracón en los reinos crisiaos. Poticamene, el conceto de

ecoquisa aporaa na especie de "destno manifiesto y dotaba de sen

tido polítco coherente y totalizador a toda acción emprendida por los

eos de norte frente a sus vecinos de al-Andalus, de tal anera que

cuaquier manifestación bélica, independiente de sus causas reales y

ojetivos cocetos, quedaba incluida en un proyecto global: la legítia

ecueración de un ien perddo. De esta forma, la justificación política de

guera cota el Islam adoptaba el fomato de ua justificación jurídica.

Así entendida, la misón restauadora de quienes se presentaban a sí

msmos como "reconquistadores encontraba el respaldo ideológico deoo de os grandes conceptos que, como tuvmos ocasión de analizar en

capítulos anterores, servía para legtimar y motivar el empleo de la

voecia: os referimos al concepto de guerra justa.

Puede aducise na uena cantidad de testimonios qe demestran

que los cistianos peninsulares entendieron el enfrentaiento con el

sa en témnos propios de una guerra justa. Una vez más, fue la

hstoriografía astriana del siglo IX la qe puso las bases de estaterpretacón: como vimos, la monaquía asturiana se consideraba here

dea del eio godo y el programa reconquistador expresado por Pelayo

asiraba a restaurar, "a salvación de Espaa y el ejército del pueblo

godo, que habían sido sometida y aniquilado, espectivamente, por los

musulmanes. En dicha iterpretación se ezclan, pes, dos de las casas

cáscas que definen la justicia de una gerra: la recperación de n bien

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-el remo, el territorio que había sido usurpado, y a venganza por el

año cusado "a estirpe goda pereció por e pavor y e hierro-.Es arguentación, que apea a a lícia reivindicación de una heren

cia que abí sido vioentaene concucada y a la jusa represalia por

las ijurias padecidas, voverá a aparecer una y otra vez, hasta finaes del

siglo xv, para justificar a guerra contra e Isa, para egitiar a

expusión o destrucción de poder poíico usuán y para expicar en

érinos hisóricojurídicos a expansión territorial de os reinos

crisianos. Agunos testionios, que anifiestan la contiuidad y

viencia de estas ideas, pueden servir para iusrar esta vertiente de la

ieoogía de la guerra.

E 1045 e rey de Cstia, Fernando I, se internaba en tierras del

reino taif de Toedo en una incursión devastadora Teerosos ante e

peligro que se avecinaba y el pánico que coenzaba a extenderse por

uchas ocaiddes, os representantes del onarca usulán sepresentaron en e capaento cristiano para negociar e fin de la

cpaña iitar a cabio de a enrega de fuertes suas de dinero. n

el regateo consiguiente, Fernando I acabó por perder a paciencia y es

recordó a causa útia de conficto y e objeivo fina que perseguía:

"Nosotros heos dirigido hacia vosotros o[s sufriientos] que nos

procuraron aquelos de os vuestros que vinieron a[ntes conra] nosotros,

y solaente pedios nuestro país que nos o arrebataseis antiguaente,al principio de vuestro poder, y o habitasteis e tiepo que os fue

decretado; ahora os heos vencdo por vuesra aldad. ¡igrad, pues,

a vuestra oria alende el Estrecho] y dejadnos nuestro país!, porque no

será bueno para vosotros habitar en nuestra copañía después de hoy;

ues no nos apartareos de vosotros a enos que Dios diria e itigio

enre nosoros y vosotros

En este caso, la guerra se presenta en prier ugar coo una venganza,

coo una reacción ante e a recibido; en segunda ugar, destaca a

insistenca de Feando I en que e "país que ocupaban los usuanes era

"nuesro país, e "país de los cristianos, que aquelos es habían arrebata

o y que ahora éstos reivindicaban; en tercer ugar, parece caro que en aquel

conflico no caban souciones interedias y que la restitución de bien

iplicaba el fin de la presencia isáica en el antiguo solar hispanogodo.

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El texto aducido procede de un hstoriador musumán de sgo XIV

-Ibn Idar- que reprodjo as paabras de rey de Casta. Podría

objetarse que, a pesar de a ata credibdad qe en genera goza este

autor, e testmonio es deasado ejano para qe sea de todo fabe. Sn

embargo, sabemos con absouta certeza que ése era e tpo de argmentos

que empeaban os drgentes cristianos de sigo XI para justficar su

pograma de expansón, argumentos ue os monarcas musumanes

conocan de prmera mano Basta, s no, recodar a fora en que e úto

ey tafa de Granada, Abd Aah ibn Buuggn, tansmtía hacia e año 1090e pensamento de Afonso V de Castia, ta como a é se o había hecho

egar su mensajero, Ssnando Davídiz:

"A Andaus -e djo de vva voz era en prncipo de os istanos,

hasta ue os árabes os venieon y os arrnconaron en Gaca, que es a

regón menos favoecda por a naturaeza Por eso, ahora qe peden,

desean recobrar o que es ue arebatado, cosa que no ograrán sno

debtándoos y con e transcrso de tiempo, pues, cando no tengás d

neo n sodados, nos apoderares de país sin nngn esferzo.

De nuevo, como razón útma egitmadora de a guerra, se nsste en

e deseo de "ecobrar o que es fue arebatado, en a jstca de a causa

aducda, porque a noción de que os rstanos eran herederos de os

vsgodos es parecía incuestonabe: Afonso V, a da centa de ss

propos actos, epicaba que había atacado y onqstado Toedo, "en aue antguamente ms progenitores potentísimos y opuentísmos [os

reyes godos] haban reinado, hasta que, vencidos, acabaron perdendo e

eno oco más de medo sgo despés, en 47, en la embajada

enviada por os cruzados a os musumanes de Lisboa para convenceres

de que se ndean, e obspo de Oporto vovía a empear argumentos

hstóricojídcos en defensa de su posicón:

"Vosotros, moros y oabitas, sustrajstes frauduentaente e reino de aLustana a vuestros y nuestros reyes. Desde entonces hasta ahora, han sdo

hechas, y cada día se hacen, nnerabes devastacones de cudades, vas

e gesas ... Nuestras ciudades y terras, que antes de vosotros eran habta

das por os cstanos, njustamente retenés desde hace más de 358 años.

Aqueas terras, vena a sostener e obspo de Oporto, oraban

parte de a crstandad, qe podía demostrar egítmos títos de

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propiedad: los hombres de la antigua Hspana omaa aceptaro la religió

catlca y fueron "admtdos entre los hijos de Dios no por a fueza de laespada, sio vountariaente, a través de a predicacón de Santiago, sus

discpulos y sus sucesoes. Y si hubiera alguna duda de la evangeiza

ció, recuédese el ejemo de la sangre de os mátes alí mso, e

Lisboa, estaban enteados Veríssmo, Máxima y Jula, que dero su

vida en tempos de Dioclecano en ombe de a fe. as puebas

históricas eran concluyentes a los concilos toledanos, de éoca

vsigoda, asstía los obispos, y San Isidoro fue testigo ocuar de elo.Por lo deás, basta coprobar en todas las cudades los sigos visibes

que atestiguan las ruinas de as antguas iglesias. Hispaia había estado

tegrada en la crstiandad porque así o haban querido libreente sus

hbitantes y los testmonos de su crstianzación anteor a la legada de

os musulmanes eran concuyentes. Estos útmos, po e contaro, se

haban mpuesto por la fuerza s posesón ea iegítima.

La idea de la herenca arebatada, la nocin de deseedamento es

ua costante etre los móvles argumentados por os monarcas cistia

os en sus conquistas. A finales de sigo XIII, coo ha echo ota

recientemente M. Gonáez Jménez, cuyas aportaciones ecogeos e

estos párrafos26, e rey Sancho IV se drigía al arzobispo de Satago paa

pedirle oracoes propciatoras que e permtiean encarar con fortuna a

epesa mltar que estaba preparando, a toma de Agecras, a fn de queios y a Vrgen "nos ayuden a conquistar aquel ugar de que nos y

nuestro linaje estamos desheedados desde ace mucho temo.

Auque ormalente en esta cofrotacón miltar as argumentaco

nes religiosas y las juídco-políticas aaecen funddas, o certo es que

e aguna ocasión encontramos testimonos que se sven úncamente de

las segundas y que renuncan de forma expesa a jstfca a guera

contra e sa por razones de dferenca de egón. A este esecto, las

explicacones dadas por don Juan Manue son vedadeamente

atolgcas. A juco de escrto castelano, e Isam se fue extendiedo

tas las predcacoes de Mahoa por ampos tertoios, dándose el

26 GONZÁLEZ J1MÉNEZ, M.: "¿Re-conquista? U estado de la cuestió. E. Benito Ruao

(cood),Tóic y realidades de la dad Media

Madrid, 2000pp 155-78

2

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caso de que acabaron apoderándose de tierras "que eran e los cristianosque fueron convertidos por os apóstoles a la fe de Jesucristo. Ésta, y no

ora motvacón de tipo reigioso es la razón del conflicto:"Y por esto hay guerra entre cristianos y moros, y la habrá hasta que

los cristiaos hayan cobrado las ierras que los moros es tiees forzaas;porque ni por la ey [religiosa] ni por la secta qe elos tienen, abríaguerra entre elos: porqe esucristo nunca manó qe atase niapremiasen a ningno para qe tomase su ley, ni qiere sericio forzad,

sino el que se le hace de buen talante y grao.A pesar de la claridad con que este texto parece expresar el recazo ala "guerra isionera, e inclus a los fundamentos religiosos de laconfrontacón, lo cierto es que el propio autor os acepaba pleamente,como hemos tenido ocasión de comprobar en otros testioniosateriores y como puede demostrarse en este mismo capítuo del Libro

de los Estados. Porque, curiosamente, tras defeder qe a gerra cntra

los musulmanes tenía excsiaente n carácter jríic-tic y qedebido a la expansión musulmana los cristianos podan librar una gerra usta "derechureramente, el atr no duda en afirmar qe e estaforma, haciendo la guerra con derecho, pueden convertirse en mártiresen caso de que mueran. Sin duda, lo jsto y lo santo se etreezcan enuna misma ideologa ustificadora de la iolencia:

"Y tienen los buenos cristianos afira don Jan Mel ccontinuación de texto anterior qe la razón por a que Dis citió q

os cristianos hbiesen reciido e o oros tanto l, rqe tgarazón de haber cn ello gerra con derecho; para qe os q ri nela, habiendo clido os andaientos e a Sata Igesia, semártres y sean ss almas, por e martirio, libres del pecad qe icir.

Estaba caro: los musulmanes habían sustrado frdetaete e

"pas a los cristiaos, les habían arreatado a herencia tio atrá yla mantenan forzadamente bao su poder. Aquea posesió, pcncluirse, no se sostena sobre na base jrídica, sin q ra,simpemente, una tiranía:

"Las Españas en os tiepos antigos escribía los Rey Católical sltán de gipto jstificano la guerra contra Granaa eronposeídas por los reyes sus rogenitores si os or í r

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España aquela tierra del reino de Graada, aquela posesión era tiaía,

no jurica. y por acabar con esta tiranía, os reyes de Castilla y León susprogeitores siempre pugnaon por restituiro a su señorío, según como

hab sio antes".

y frente a a tiranía, para imponer el derecho, soo cabía a fuerza.

Parece evidente, pues, que la idea de reconqusta, tal como fue

eiteradamete expresada a lo largo de toda a Edad Media hispana, se

aten al modeo de guerra usta y respondía a todas las causas que

podan alegarse en defensa de a legaidad y legitimidad de una acció

miitar. Desde una perspectiva jurídico-política, el conflicto bélico

conta e Isam peinsular se ajustaba penamente al marco ideológico

dominante en Occidente en reación con la guera.

A todos los efectos, la confontación militar con el sla la

recoquista era una acción justificada y egtia siguiendo os térinos

de a guerra justa, pero tabén era una actuación deseable, eritoria,

piadosa, santificada: ea una guea sata deológicaente, e choque no

poda se más absoluto y totaizador En e plao de as representaciones

mentes, el conficto entre cristianos y musulmanes en la Edad Media

penisuar era integra y apenas dejaba resquicios para e entendiiento

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CONLUSIONES

Durante los útimos meses, coincidiendo con a fase final de redacción

de este ibro, os tambores de guerra no han dejado de sona: as propues-

tas de desarme iraquí eaboradas en a Oganización de as Naciones

Unidas, las vicisitudes de os inspectores de armas que intetan confirmar

sobre e terreno el cuplimiento de as resoluciones internacionales, el

paralelo despiegue del ejército de os Esados Unidos y de sus aiados en

a zona del Golfo Pérsico, as iniciatias intermediadoras, as amenazas de

na intervención miitar iinente o de una reacción inclemete generan

permanentemente noticias, incertidumbes y iedo en todo e mudo. De

nuevo, como tantas otas veces, as partes implicadas y as que se oponen

a conficto bélico han puesto en acha os resortes idoógicos  justifican o condenan, segn e caso, e uso de a fuerza a a hora e irimi

un litigio Otra vez se ha desarroado, ate os ojos de la opinión púica,

la danza de as argumentaciones y cotraargumentacioes que preende

dar o quitar razoes a los contendientes, que aoga por el epleo de a

vioencia coo recurso legítimo o lo cotradice

No sin cierta perpejidad, constatamos que a comienzos de siglo XXI

os principios que nutre los discusos sobe as justificacioes de laguerra no difieen sustancialmente de os que animaban ese deae hac

ocho o nueve centurias Si tuviéramos a opotuidad de regresa a a

Europa del siglo II reconoceríamos os profundos cambios ue ha

experimenado la sociedad occidenal en todos los aspectos y a enorme

distancia que os separa de aquellos iempos, peo si os imiáseos a

escuchar las discusiones en torno derecho a la guera, nos asobaría

su grado de acualidad y no tendríaos poblemas paa idenificar os

mismos conceptos y razones que, al día de hoy, alienan las

conroversias políticas que acompañan a los preparativos bélicos durante

estos meses previos a comienzo de las opeaciones

Los dirigentes políticos occidentaes, acopañados en mayo o meno

edida por las sociedades a las que epresenan, even a discui sobre a

autoidad en la que reside a legitiidad paa decaar y ira na guera;

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se critica como ilegítima la unlatealdad de as decsiones o se

defiede e derecho de na parte a a defesa propia, a la seguridad, a a

eacció ante na agresió o a la prevención ante un ataque potenca; se

debate en torno a las tencones -as verdaderas o as formuadas

expresamente que impusan a os contendentes, contaponéndose e

cupimiento de un derecho al eo aán de domnio; se apea, en n, a

a proporconaidad etre os fnes y los medios, al equbo ente a

bodad de objetvo qe se persgue y os daños que necesaaente

habrán de causarse paa conseguo, se vaoa una y ota vez e peso debie comú

Ciertamente, las justcacones eigiosas parecen ae desaparecdo

del argumetaro occidenta sobre a guerra y a posicón de as Igesas

cristianas en genera, y de a gesia catóca en paticular, sobe a

cofrotación miitar está en las antípodas de la que sostuveron as

autoridades ecesástcas medievaes No ostante, agunos ndcos

revean el proundo poso que aqueas deas an dejado en a entadad

de nuestra socedad: aquí o allí se invoca la ayuda de Dos paa a

capaa qe se va a ncar; se demoniza a adversario y se le ncuye en

n "eje del Mal, un concepto que remite, necesariamente, a a exstenca

de na "alianza del Bien, y por tanto a un antagonso unvesa,

cósmico, cas teológico; se presenta e concto póxo coo un

episodo más de un "choque de civlizaciones que se dentca

fácilmente con un "choque de relgiones .. Por tenue o desdbujado qe

sea este ropaje egoso, lo certo es que Occdente no ha poddo pede de

vsta los elementos que ntegaan a nocón de "guera santa, aunque

soo sea porque ente agunos de sus adversaros usuanes sguen

siedo plenamente actuaes gueras en nomre de Dos, guas esptuaes

que a pocaan y endcen, coatentes que uscan e paaso a tavés

del crimen o de la lucha arada conta e infe, pamas de atoganadas por terrorstas sucidas gracas a asesinato ruta de nocentes

Atordad, causa, ntención, poporconadad oy coo ace

aos, Occdente sige ofrecendo as smas respuestas paa justca a

guera desde una perspectva juídca, y sgue eacado en a sa

discusó de entonces, una dscusión que unde su aces e a

preocupación mora ante la guerra, en la repugnanca ante a destuccón

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y la muerte, en la ecesidad de iitar a vioencia. Las argumentaciones,

os témnos, los pricipios que hoy se empean para sostener el derechoa la fuerza, son casi los mismos que la cultura occidetal elaboró drante

el Medievo y que emos desgranado a o argo de estas páginas.

Hemos tenido ocasión de coprobar que la fórua más antiga

empeada por los ombres de a Edad Media paa jstiica a guea y a

violencia fue a aplicación de criterios legitiadoes procedetes del

derecho, lo que dio lgar a a aparición del concepto de gea justa.

Dese esta perspectiva ideológica, la gera fue considerad coo nstrumento destinado a alcanzar los ismos fies qe el derecho, es

decr, la recomposició o e manteimiento de la paz y el orden, de forma

que el empeo de la vioecia quedaba plenamente exculpado desde el

punto de vista jurídico cuao se ejecutaba bajo determinadas codicio

ne realizada y dirigida por los depositarios de la legitiidad pública-,

con objetivos bien deiitado la deensa o vindcación de la paz y el

oen y con intenciones puras, ajena a la era ambicón o al oio a

guerra, así entedida, ya no era considerada como causa de dscordia

social, sino como un medio a sevicio de la justicia y, po tato, una

contnuacón de derecho o una categoría lega.

Peo que una guerra fuera coforme a derecho o quería decir que

fuera moramete aceptable. E ss momentos originarios, el crstia

nismo mantuvo pnto de vista radicalmente crítico hacia la gerra,que fue consierada por o priitivos creyentes como un pecado

aimilable al omicidio. Sin ebargo, las circunstancias históicas qe

se desarrolaro a partir del siglo IV, cuando se convirtió en religión

oficial del Imperio Roano, obligaron a la Iglesia a matizar este pnto

de vista: desde aque moento, los eemigos del estado -fundaental

ente los pueblos bárbaros invasores- se convitieon en ss enemigos,

y los enemigos de ésta -los herejes en adversarios del stado. Comoconsecuencia, la Iglesia comenzó a tolerar la participación de los

cristianos en las guerras contra unos y otros, y el aqilatamiento del

concepto e guerra justa, especialmete en la obra de San Agustn, abrió

plenamente el camino de la legitimación de la gerra e determinados

supuestos. Poterioente, cuado a o largo de la Alta Edad Media

-iglos V al x- la Iglesa se convirtió en un poder teporal, con la

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consiguiente mltarizacón del alto cero y del Papado, no dudó e

sacaza los conflictos que tuvo que dirmir otra sus veio, ya

fueran usulmae, pagano o crtianos: la guerra drgda

aniadas por e Papado comearo a ser conderada oo guerra

santa. No obtate, savo eto cao de guerra realizada en defena de

os interese ecleiátcos directos o de os interees de su más estrechos

aiados, os homres de Igesia siguieron cosiderando la guerra e

general como una activdad dga de ser moralmete odenada

paiativos, ncuso cuando se trataa de una guerra jutaE tono a meio, por e cotrao, se produjo un mportante cam

de tendencia para hace frente a la agresoes pocedente de u mndo

feuda atamete fragmentado, a Igesa tuvo que recurrr a la fuerza de

os guerreros, a los que no dudó e asignarles pape esecial e el

antenimiento de la pa. La expanión de movimiento de la paes y las

treguas de Dios, organizadas por la Igeia para defender sus propiedades

e intereses, vino a significar que a activdad militar desarrlada por osgueeros a su servicio perdía todo carácter homicda para convertire e

ua guerra santa, realizada al ervicio de a Igleia o de lo ojetvos por

ea propuestos Dede aquello omentos, la guea dejaa de er u

fenómeno oramente condeale, y pasaba a covertirse e una aó

agradabe a lo ojos de Dio, en una causa edta que mereía e favor y

e perdón divo. No se trata solo de que estas guerra fueran e sí mma

 justas, o de que etuvieen moralente aceptadas, s que además

comenzaron a ser entendidas como un cauce hacia la salvaió eterna

De esta forma, la Iglesia itentaba integrar a lo guerrero en su

propio esquema mora y e su paticular etamado de nterese l

caballero ya no teía porqué dejar de practcar la guerra para salvare,

soo tenía que camar sus objetivos y ponerse a ervcio de a Igea y

de la defensa de la Crtiadad en etos upueto, la muerte deleneigo en guera ya no era un homcidio, sno u maldio a

cabaería, e defintiva, se sacraizaa, y e guerrero e covertía e u

"sodado de Cristo que tenía gaatizada la salvació eterna

En este proceso de santificación de a guerra, e dearrollo de a dea

de cuzada vino a signficar u útimo paso. Ta coo fue concebda a

finaes de siglo XI, a cruzada se etendía como una peegriaió armada

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organizada para la recuperacó de los Santos Lugares. Se trataba de ua

expedción de conqusta, de caácte netamete agresvo, de la que seenendía que o eran los hombes los proagonistas, sino el propio Dios,

qe inspira, dirige y actúa a través de ellos Con el paso del empo, este

concepo orignal se fe amplado y defomando, de manea que la

noción de cruzada se aplcó tambén a campañas ogazadas paa

ojetivos distinos a la recupeació de Terra Santa -po eemplo, la

gerra contra los musulmaes e la Penísula Iérica, conta los herejes

por ejeplo, en la lucha contra los cáaos o conta otros crstianos ene

igos de la Iglesia las denomnadas "cuzadas políticas-.

En este esceario de jstifcacones de la gerra, la reconqusta

hispaa ocupa n lugar específico. Al menos desde el siglo IX, en

algunos reinos cistanos pennsulares se elaboró un conjuto de deas

endentes a pesentar la lucha contra el Islam e téminos de

recuperacón de ierras njustamente arebatadas a ss legítimos dueños,

los vsigodos. Dado que los einos cstiaos de note que sugieon tas

la conquista islámica se consderaban a sí mismos como herederos del

reino vsigodo, su enfrentamiento cotra los musulmanes se entedó co

o ua guerra justa tendente a recompoer el oden, la paz y la ley ale

osamene destridas por los invasores. No osane, y desde sus

pieras manifesaciones, la noción de reconqusa como recuperacin y

vndicacn de un orden político esuvo acompaada e un matz relgosoindudale: los muslmanes no solo habían ocupado ilícitamente unas

ierras o n reno, sio que haían desrudo a la Iglesa. Desde este punto

de vista, la gerra cotra el Islam en la Penísula Ibérca estuvo dotada

desde el principio de una aureola relgiosa no solo fue entendida coo

una guerra justa, sino tambén como una guerra santa A parti del s

glo XI, la noció de cruzada vio a completar a la idea de reconquista,

pesto que la guerra contra los muslmanes de alAdals fue

conceida, desde aquellas fechas, como el flanco occidental de la

expansi cruzadista.

Frente a esa sulimación de la guera, as voces crítcas fueron muy

escasas y, sore todo, claramente margiales No puede egarse que

huo pacifismo medieval. En los siglos iniciales de su hstora, la

glesia matuvo tesis adicalmente cotrarias a las guerras y codenó la

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participación de los cristianos en ellas. Pero, ya lo hemos visto, como

consecuencia de ss vinclaciones con el pode político y del

crecimiento de sus inteeses teenales, s pnto de vista sobe la az y

a guea fe vaando ostensiblemente. Desde lego, hbo toe

cristianos qe, dento de a ortodoxia, dennciao a jsfcacó y

sacralización de las gerras, ero las mayores condenas y las militancias

más conscentes y coherentes en contra de la violenci pocedeon de

os grupos heteodoxos, de as herejías pacfistas coo la de los

vadenses, os cátaros o os oardos.Tanto desde n punto de vita jurídico como desde una persectiva

eligiosa, a guerra qedó de esta forma plenamente integada en e

sistema de valores de Occidente. La desacralización qe experimentó

esta cultra a partir de sgo XVlIl ha hecho vriar algunas cos en este

terreo, pero a reflexión actual sobe la guerr sige manejando casi los

ismos conceptos eaboados por nestros antepasados del medievo. La

forma de hcer a gerra a cambiado radcalmente, a tecnologa

ap icada a a destrucción se ha hecho mucho más sofisticada y eficaz,

pero nuestro argumentario para justifica s empleo parece segi

acado en muchas de aquellas premisas. En cieta ocasión e dibjante

Quino pesentó a Mafalda leyendo el titula de un peiódico en el qe se

indicaba: "No es necesario un análisis my pofundo paa ve qe desde

e arco y la flecha hasta os cohetes teledirigido, es soendente oucho que ha evolconado a técnca. Ante lo ca el famoso esonaje

no pudo sino contestar, con cieta consternación: "Y depimente lo oco

que han cambiado la intenciones.

Cáceres, febero de 2003

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Títulos de la colección:

MEDITERRÁNEOFenicia, Grecia y RomaPilar Pardo Mata

HISTORIA BREVE DE

NDALucíA

Rafael Sánchez Mantero

L CELTAS

La Europa del Hierro y laPenínsula IbéricaPedro Damián Cano Borrego

HISTRIA BREVE DEC ATALUÑA

David Agustí

MUJERES ESPAÑOLAS EN LA

HISTORIA ODERNA

María Antonia Bel Bravo

HISTORIA BREVE DE MÉXIO

Raúl Pérez López Portio

RAGÓN 1900Anso Zapater

HISTORIA BREVE DE CINA

Pedro Ceinos

LA DAD MEDIAGuerra e ideologíaFrancisco García Fitz

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Por terribles que sean las consecuencias de las guerras, a lo largo

e la historia casi toas las socieaes han empleao argumentospara isculpar o animar su práctica. A este respecto, la Ea Meiarepresenta en la historia e Occiente un perioo en el que se

formaron o consoliaron las razones que, ese entonces, vienensieno empleaas para justicar el uso e la fuerza, la muerteviolenta y la estrucción masiva e los aversarios. Fueron las

socieaes meievales e Europa occiental las que esarrolaronun conjunto e principios juríicos, morales y religiosos tenentesa legitimar la guerra, irigirla hacia nes consieraos aceptables y,