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La cultura en España o sobre cuánto hemos avanzado en los últimos once años

JUAN GOYTISOLO Vamos a menos 10 de enero de 2001

JOSÉ JUAN GONZÁLEZ ENCINAR Rebelión, pero en Praga 13/01/2001

JOSÉ MARÍA RIDAO Darwinismo con los pies al aire 30 de enero de 2001

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JUAN GOYTISOLO

Vamos a menos

10 de enero de 2001

La decisión del jurado del Premio Cervantes el pasado mes de diciembre prueba de modoconcluyente (por si hubiera aún necesidad de ello) la putrefacción de la vida literaria española,el triunfo del amiguismo pringoso y tribal, la existencia de fratrías, compinches y alhóndigas,la apoteosis grotesca del esperpento. Sí, Spain is different, y lo es sin remedio. Las vehemen-tes declaraciones de amor del laureado, de un amor que, a diferencia del de Wilde y Gide, síse atreve a decir su nombre, al secretario de Estado de Cultura ("¡Ay, mi amor, cuántas cosaste debo! Me has hecho un hombre. De verdad que estoy con vosotros. Cuenta conmigo para loque quieras"); sus expresiones chulas e insultantes respecto a los otros candidatos, entre los

que por fortuna no me hallaba yo ("ahora sí que les hemos jodido bien", "¡esto es la polla!");sus muy rendidas gracias a quienes "se lo han trabajado [el premio] a muerte" (su padrino,José Hierro, y el crítico estrella de este periódico), resultarían inconcebibles en otro país queel nuestro. En la flamante España que va a más, la ignorancia, desfachatez y venalidad reinan-tes permiten galardonar no a Valente, sino a don José García Nieto, pues en razón de la au-sencia casi general de criterios de valor, todo vale. En corto, la cultura ha sido sustituida por su simulacro mediático y nadie o muy pocos elevan la voz contra ese estado de cosas. La re-signación y el conformismo con los poderes fácticos reinan en el campo literario como en losfelices tiempos del franquismo.

Lo más extraordinario de este inefable festival de burlas y vanidades es la insistencia del ga-

lardonado en la índole "política" de su premio y su recompensa a "la España progresista" queél encarna. ¡El autoproclamado escritor de izquierdas, e incluso rojo, publicaba sin duda enCuadernos de Ruedo Ibérico o Nuestras Ideas, y no en la La Gaceta Literaria! Para un me-morialista de su pedigrí, la desmemoria que afecta a la vida española es una baza única. ¡Del

 patrocinio de don Juan Aparicio al de Luis Alberto de Cuenca, qué impecable trayectoria deizquierdas!

Mas lo ocurrido con el cervantes -empleemos la minúscula para evitar el ultraje a la memoriade nuestro primer escritor- no puede considerarse con todo un hecho aislado: se inscribe en uncuadro genérico de premios, recompensas, medallas, galardones, ditirambos y propagandadesaforada destinados a transformar en obras de arte unos partos de mediocridad escasamenteáurea cuando no atentados mortales a la inteligencia y buen gusto. La distinción fundamentalentre el texto literario y el producto editorial ha sido cuidadosamente borrada y, para emplear los términos acuñados por Antonio Saura, el "hipo de la moda" se confunde con "la modernaintensidad". No tengo nada en contra de los buenos "productos" que sirven de soporte mate-rial a la publicación de obras minoritarias y de mayor enjundia. Una gran editorial como Ga-llimard -a la que se tributó un merecido homenaje en la Feria del Libro de Guadalajara- hasabido combinar unos y otras durante casi un siglo hasta componer un catálogo digno de ad-miración. Pero en España, en donde la cultura es escasa y superficial, víctima de nuestratrágica discontinuidad histórica -¿puede considerarse "normal" un país en el que el lector no

 pudo acceder al disfrute de una obra como La Regenta durante más de cuarenta años?-, elempeño de algunos en sostener la obra de calidad lucha quijotescamente contra la ignorancia

de los más y la demostrada incompetencia de los dómines de la cultura. Si a ello añadimos elhecho de que la educación se ha convertido en una nueva forma de calamidad pública -comoseñaló recientemente Juan Pablo Fusi, el nivel de conocimientos de los universitarios de hoy

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en las disciplinas de humanidades es tal vez inferior al de los colegios de enseñanza media dela Institución Libre de Enseñanza en tiempos de Cánovas-, obtendremos un cuadro completode la desertificación ética y literaria de nuestra España de nuevos ricos, nuevos libres y nue-vos europeos. No hay que extrañarse así de que en este clima triunfalista y deletéreo de some-timiento a lo inane, pero mediático -o por mejor decir, de mediático por lo inane-, asistamos ala reproducción clónica de premios y obras premiadas, en los que el contenido del libro viene

determinado de antemano por estrategias e imperativos de su promoción. Una buena promo-ción suple con creces la baratija impresa y atenúa el hedor de lo manido y rancio con un buenempaquetado de regalo de Nina Ricci o Dior. Todo ello no sería posible sin la complicidadactiva o pasiva de las páginas culturales de los grandes periódicos, dependientes, como nadieignora, de intereses políticos o empresariales más o menos confesables. Cualquier crítico oescritor de escaso fuste pero de muchas campanillas puede pontificar sobre la "retórica hueca"de Valente o perdonar la vida a Borges mientras proclama al inefable cervantes de las botasnegras brillantes y pañuelo rosa o de bufanda blanca y pantalón rojo eléctrico, lo mismo da, elmejor escritor de todas las Españas. Cualquier avispado columnista de cartón piedra puedeestablecer, con ayuda o sin ayuda del ministerio, su canon literario y forjarse de ese modo, acosta de omisiones mezquinas y flagrantes desafueros, una pequeña celebridad. Los amores y

desamores de los pretendientes a Bloom mas de integridad condigna de un cabecilla de taifa,reflejan fielmente lo que escribió Cernuda -a quien no se lee y se cita con desparpajo- en unode sus ensayos: "Lo lamento, pero la crítica no consiste como creen ahí, en administrar uncompuesto de azúcar, melaza, sacarina y jarabe a aquellos escritores admirados y palo tras

 palo a aquellos detestados por el crítico, sino otra cosa". Para desdicha nuestra, esta "otra co-sa" sigue brillando por su ausencia. Recuerdo la reseña de una novela de difícil repercusiónfuera de España en la que el crítico prodigó 16 adjetivos de elogio (cinco de ellos terminadosen ante). El mismo crítico se despachó a gusto con otra -ésta sí traducida posteriormente avarias lenguas no obstante su índole minoritaria- con un número apenas inferior de frases otérminos demoledores y despectivos.

Pero en un caldo de cultivo como el de nuestra villa y corte, en el que la tontería y falsedadesde las que habla Cernuda pasan por valores contantes y sonantes, nada significa ya nada. Igualda Gala que martingala y Verdi que Monteverdi ("basta quitarle el Monte", como dijo un mu-sicólogo de tertulia). Los opiniónomos y sabios disciernen títulos de gloria o de infamia sintomarse la molestia de leer a quienes trituran o ensalzan. (Hace años incurrí en la ingenuidadde presentarme a una plática radiofónica sobre la novela que acababa de publicar. Al llegar con unos minutos de antelación al estudio sorprendí a los contertulios mientras leían apresu-radamente la contracubierta del libro para saber de qué iba. Los ejemplares a su disposiciónlucían una virginidad ajena a todo manoseo zafio. A pesar de ello, al empezar la charla, tresde ellos alabaron la obra y uno la criticó con dureza. Pero se trataba de una iluminación dire-cta del Espíritu Santo, ya que ninguno la había leído).

Es una desdicha que el Paráclito no alumbre casi nunca las mentes de nuestros responsablesculturales. Sus intervenciones salvíficas son más bien raras. ¡Ojalá tuviésemos con nosotros aeste camarero de un restaurante popular de Monterrey que me habló de unas semanas de Dis-

ciplina Clericalis y de don Sem Tob! De depender de mí, le habría nombrado inmediatamenteministro de Educación.

La amenaza más grave que hoy pesa sobre el escritor y el futuro mismo de la literatura es surendición sin combate a los halagos del poder mediático y a las crudas leyes de la compraven-ta: el tanto vendes tanto vales que levanta hasta los cuernos de la luna a los fabricantes debest- sellers y margina a quienes escriben sin anhelo de recompensa y permanecen fieles a laética del lenguaje. Como escribía en su bello discurso de recepción del Nobel el novelista

chino Gao Xingjian, "si el juicio estético del escritor debiera seguir las tendencias del merca-do, ello equivaldría al suicidio de la literatura".

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Para no suicidarse, el escritor tiene que aceptar en efecto la soledad creadora, mucho menosdramática por fortuna que la de quienes, como Osip Mandelstam o Bulgakov, no pudieron ver impresa su obra o perecieron a causa de su exigencia moral y estética insobornable. Evocar eldestino de éstos o de algunos grandes creadores de nuestra lengua (de los que tan poco sabe-mos) resultaría una ayuda preciosa en el momento de afrontar la alternativa. No pienso aquíen las plumas serviles o zafias que existen tan sólo a la sombra del poder o gracias a su conti-

nua presencia mediática sino en aquellas que, dotadas de la sensibilidad innata del escritor capaz de plasmar su visión del mundo, sacrifican su precioso don al afán barato de hacer ca-rrera.

Una prensa atenta a la educación ciudadana debería cuidar de la defensa de los valores litera-rios y artísticos más allá de las modas y combinaciones mercantiles. Dicha labor no es cómo-da en un medio habituado a la confección y venta de productos de asimilación instantáneaconforme a las normas de las sociedades configuradas por el mercado global (productos con-sumidos a su vez por éstas con la misma facilidad y rapidez que las hamburguesas zampadas,digeridas y evacuadas de sus hamburgueserías). Pero los críticos que aceptan sin pestañear dicho orden de cosas y ensalzan regularmente las obras plastificadas y fabricadas en serie de-

 berían comparecer ante un tribunal de deontología. Que los órganos de prensa venales o alservicio del poder -para el que la cultura es sólo un motivo de decoración o alarde vano- parti-cipen en tal almoneda no puede sorprender a nadie. En otros casos dicha conducta resulta másdifícil de encajar.

EL PAÍS es "algo más que un periódico". Es también, como sabemos, la matriz o pieza clavede un poderoso grupo empresarial con ramificaciones en el ámbito editorial y en diversos me-dios de comunicación de España e Iberoamérica. Su credibilidad informativa le ha permitidoconquistar de buena ley una audiencia internacional y alzarse al nivel de los cuatro o cincomejores periódicos del mundo. Merced a ello podemos disfrutar de la lectura de algunas de lasmejores plumas españolas y extranjeras tocante a los problemas y realidades acuciantes conlas que debemos lidiar. En mis viajes a diversas zonas conflictivas a lo largo de la última

década he podido comprobar igualmente la excepcional seriedad y competencia de sus co-rresponsales en los Balcanes, Rusia, Oriente Próximo y el Magreb. Pero advierto con crecien-te inquietud -y esto es la otra cara de la moneda, visible no obstante, a todo observador sinanteojeras- la incidencia de una serie de presiones internas y externas, ligadas a su dimensiónempresarial y a la imbricación que conlleva, que ponen a dura prueba en una de sus seccionessus designios de imparcialidad.

Si al cabo de los años leo siempre con el mismo incentivo las páginas de Opinión y las infor-maciones y crónicas internacionales (las de España me interesan menos con excepción de lasque tocan al País Vasco, el racismo y la inmigración), en el campo cultural verifico a menudola fuerza de estas presiones y la existencia de un lo nuestro y lo ajeno de un nosotros y ellos 

que justifican un muy diferente trato a autores y obras según pertenezcan o no al grupo mul-timedia o, lo que es peor, sean amigos o no de quienes a la sombra pinchan y cortan.

 No descubro el Mediterráneo si señalo que algunas informaciones sobre el número de premiosacumulados y ejemplares vendidos de un autor de la casa, reiterados con machaconería, co-rresponden más bien a las funciones de un buen agente literario que a las de un periódico se-rio cuya fiabilidad nadie debería poner en duda. Tampoco descubro el Atlántico si apunto alhecho de que el nombre de ciertos autores es escamoteado por causas que los interesados ig-noran y que ese ninguneo llega a tales extremos que se puede informar sobre la presentaciónde un libro y omitir el nombre del presentador (esto acaeció la pasada primavera con la del

 bello poemario póstumo de Carlos Fuentes Lemus; su presentador, Julián Ríos, desaparecióde la reseña del acto). Se me dirá que esto puede ocurrir en todos los diarios. Mas la índolesistemática de las promociones y ninguneos no debería sobrepasar ciertos límites so pena deafectar la confianza que deposita en ellos el lector.

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Algunas omisiones, por minúsculas que sean, pueden acarrear consecuencias dañinas y citaréun ejemplo que me atañe. Cuando el imam Jomeini decretó su célebre fatwua contra SalmanRushdie, recibí en Marraquech una llamada telefónica de Londres para solicitar mi firma enuna carta cuyo texto fue publicado el día siguiente en The Times. Por más señas, fui el únicofirmante español y el único que suscribió la protesta contra el desafuero en un país musulmán.Poco después, la misma carta, con sus signatarios, apareció en este periódico. Sólo faltaba mi

firma: detalle insignificante y al que no presté mayor atención. Pero he aquí que al cabo deunos años un colega me reprochó, de buena fe sin duda, haber negado mi apoyo moral al es-critor perseguido. Entonces comprobé, con retraso, las secuelas de ciertas omisiones para mítan misteriosas como las que existían en tiempos de la censura franquista, y lamenté no haber indicado públicamente el escamoteo de mi nombre en la lista reproducida en EL PAÍS enforma de comunicado o anuncio.

Más allá de estas anécdotas de escaso interés para el lector, percibo en las páginas de Culturalos corolarios de una endogamia que, por acentuarse de año en año, corre el riesgo de conver-tirse en autismo. La existencia de unos intelectuales orgánicos, no ya al servicio de un partido

 político o grupo social, sino de la empresa, tiene a la corta o a la larga efectos negativos si nose toma conciencia de ello y no se adoptan medidas para circunscribir el mal. Todos conoce-mos a estos escritores (buenos o mediocres, igual da) que están siempre en la brecha, allí don-de deben estar y que si critican lo divino y lo humano se guardan muy mucho de emitir el me-nor reparo al funcionamiento del sector cultural y a unos favoritismos de los que son los pri-meros beneficiarios. Tal vez eso sea inevitable y difícil de erradicar. Pero si desaparecen lasvoces críticas o son ahogadas por un discurso satisfecho y eufórico -como sucedía en otraescala, mucho más nociva, en las antiguas Uniones de Escritores de los países del "socialismoreal"- se corre el riesgo de hablar y aplaudir a quien habla de forma "autorizada"; en otras

 palabras, de confundir la voz propia con la voz de la sociedad.

Junto a la figura del Defensor del Lector a secas, habría que crear la de un Defensor del Lec-tor Literario, con el encargo expreso de señalar los usos y abusos de nuestro peculiar Parnaso

con la ironía de un Larra o un Clarín; el elogio en el que no cree ni el que lo da ni el que lo leeni a veces, si conserva una pizca de lucidez, el que lo recibe; los compadreos, aborrecimientosy exclusiones ajenos a toda ética y sentido común; la censura comercial mucho más solapaday mortífera que la antigua censura religiosa, ideológica o política. Hoy, como hace cuarentaaños, lo que entiendo por crítica literaria -extraño quizás a la mentalidad española, según creíaCernuda- se refugia de ordinario en unas pocas revistas independientes de toda subvenciónestatal y autonómica, como es el caso heroico de Quimera o Archipiélago, o recurre al libelo

 provocador pero saludable del samizdat. Quién sabe si los foros espontáneos de internautasserán en el futuro la única alternativa viable a la tiranía de la trivialidad.

Las cosas no han cambiado mucho desde el día en el que el último cervantes llegó al café

Gijón. En mi novela Don Julián -prohibida por los servicios del entonces padrino de aquél-,hablaba de "esas estatuas todavía sin pedestal, pero ya con la mímica y el desplante tauróma-cos" de los escaladores del "laurífico escalafón, que vierten a raudales su simpático don degentes: si me citas te cito, si me alabas te alabo, si me lees te leo: ¡original y castizo sistemacrítico fundado en la tribal, primitiva economía de trueque! ¡Poetas, narradores, dramaturgos,al acecho de planetario premio, de alcaponesca beca!: trenzándose, entretanto, unos a otros,floridas guirnaldas, prodigándose henchidos elogios, redactando sonoros panegíricos: fuera detono, inauténticos siempre excepto cuando airada, recíprocamente se combaten", etcétera.

Cualquier parecido con el Parnaso de hoy sería desde luego simple coincidencia. En estecampo, si tenemos en cuenta los estragos de la seudocultura mediática y la ignorancia generalde nuestro pasado, incluso el más próximo, no cabe sino concluir que vamos a menos. 

Juan Goytisolo es escritor.

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JOSÉ JUAN GONZÁLEZ ENCINAR 

Rebelión, pero en Praga

13/01/2001

He leído en este periódico la crónica de una manifestación en Chequia que, como su- pongo les habrá pasado a otros muchos españoles, me ha dejado la sensación de haber leído una crónica de lo que nunca ha sucedido en España. Con el título Rebelión de pe-

riodistas en Praga se informaba el pasado día 4 de la manifestación ciudadana que eldía anterior había tenido lugar en Praga en apoyo de la huelga de periodistas de la tele-visión pública de aquel país, encerrados en su lugar de trabajo desde el 24 de diciembre.La causa del conflicto era la gestión del nuevo director general de la televisión pública-que acaba de dimitir-, claramente escorada, al parecer, hacia los intereses del partido

que le había propuesto para el cargo. Los sindicatos también manifestaron su solidari-dad con la protesta y la Federación Internacional de Periodistas pidió a la Comisión Eu-ropea que interviniese en el conflicto. El presidente de la República, Václav Havel, hab-ía afirmado que aunque en principio pudiera parecer que la letra de la ley amparaba eldiscutido nombramiento, éste contradecía abiertamente el espíritu de la propia ley.

La noticia me ha hecho recordar los tiempos de la España de Franco. Cuentan los másantiguos del lugar que hubo en aquel entonces un director general de televisión que,cuando llegaban de algún país extranjero informaciones sobre una manifestación contrala falta de libertades en España, ordenaba con frecuencia que se emitiesen las imágenes,

 pero cambiando los textos. Dicen unos que lo hacía para no desperdiciar el material, y

afirman otros que para vengarse de los países democráticos que criticaban el régimenespañol. Pero lo cierto es que, de ese modo, las imágenes de una manifestación en losCampos Elíseos contra el régimen de Franco podían servir, cuidando de que no se pu-diesen leer las pancartas, tanto para 'ilustrar' gráficamente los comentarios de una su-

 puesta manifestación contra Italia como los de una no menos imaginaria manifestacióncontra el Gobierno francés. De esa forma no sólo se ocultaba a los españoles la informa-ción, sino que éstos recibían además noticias del extranjero sobre hechos que nuncahabían ocurrido.

Mucho tiene que ver aquella época -mucho más de lo que algunos parecen dispuestos aadmitir- con el que ahora la noticia de lo que está pasando en Chequia sea también lanoticia de lo que nunca ha ocurrido en España. Los abusos que han llevado en aquel

 país a la rebelión de los periodistas y la manifestación de los ciudadanos son idénticos,y si acaso menores que los que en España estamos acostumbrados a ver, desde hacemuchos años, en Radiotelevisión Española y en las televisiones públicas de las comuni-dades autónomas, en las que los gobernantes de turno nombran a su gusto los directoresgenerales, convirtiendo dichas televisiones en un descarado instrumento de propaganda.

Václav Havel acaba de afirmar en Chequia exactamente lo mismo que desde hace variosaños vengo reiterando en España de palabra y por escrito: que, diga lo que diga la letrade la ley, en un país con una Constitución democrática no se puede permitir que un Go-

 bierno utilice descaradamente la televisión pública para manipular la conciencia de losciudadanos. Pero mucho me temo que ni siquiera la muy superior autoridad de Havel va

a conseguir que la mayoría de nuestros gobernantes entiendan la verdadera naturalezadel problema.

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¿Cómo puede explicarse que si a lo largo de la historia los españoles habían venido de-mostrando tanto valor y tanto aprecio por la libertad como el que puedan haber demos-trado, por ejemplo, los checos, consientan ahora un atropello de sus libertades que otros

 pueblos europeos no parecen estar, lógicamente, dispuestos a admitir? Siendo el atenta-do contra la libertad de información prácticamente el mismo en Praga que en Madrid, el

agudo contraste entre la decidida reacción de los checos y la permanente pasividad delos españoles obliga, cuando menos, a preguntarse por las posibles razones de esa nota- ble diferencia de actitud: ¿estará acaso la cultura democrática del pueblo español menosdesarrollada que la del pueblo checo? ¿Pesarán tal vez las secuelas del franquismo ennuestro país más de lo que las secuelas del comunismo puedan pesar en Chequia?

El que hoy España sea el único país de la Unión Europea en que el partido ganador delas elecciones puede utilizar la televisión pública para manipular impunemente la con-ciencia colectiva de los ciudadanos es sólo posible por la supervivencia de institucionesy comportamientos heredados de la dictadura.

La estructura del poder político en las televisiones públicas españolas es una momia del

franquismo. La ley de 1980 que regula la televisión pública es un monumento a la inge-nuidad democrática y una consagración del espíritu del régimen anterior. En esencia, enla organización política de Radiotelevisión Española no ha cambiado absolutamentenada, sólo han movido el decorado. Hoy, como desde hace 43 años, el único que real-mente manda en la televisión pública es el Gobierno. Las televisiones públicas de lascomunidades autónomas lo único que han hecho, en cuanto a organización, es clonar lamomia. Es cierto que hay una diferencia importante con la televisión franquista: antes,la opinión pública la manipulaba un Gobierno que no estaba legitimado por las urnas yahora la manipula un Gobierno democráticamente elegido. El lector sabrá lo que le pa-rece peor.

Pero el que tiene poder tiende a abusar de ese poder mientras no haya nadie que se loimpida; para que las cosas fuesen de otro modo habría que cambiar la naturaleza huma-na. Lo sorprendente no es, pues, que los partidos políticos acaparen las televisiones

 públicas para convertirlas en instrumentos de propaganda. Lo verdaderamente sorpren-dente es que los ciudadanos españoles lo consientan, que durante 23 años de democraciala descarada utilización partidista de las televisiones públicas no haya merecido ni unasola rebelión de sus periodistas ni una sola manifestación de los ciudadanos. Y aquí esdonde reside, a mi juicio, lo más grave de la herencia franquista: en el terreno de la cul-tura democrática, en la actitud ante el poder, en la concepción de las libertades.

Hoy, en España, para informarse, como para manifestarse, hay todavía demasiados ciu-dadanos que permiten que el Gobierno les lleve de la mano. Que el Gobierno haya to-mado por costumbre ponerse al frente de las manifestaciones ciudadanas contra hechosque el Gobierno es el primer encargado de evitar es ya de por sí bastante significativo(lo ha explicado hace poco, en estas mismas páginas, mi colega Pérez Royo).

Pero es muchísimo más grave lo que sucede en el terreno de la libertad de información.Desde el punto de vista democrático, permitir que el Gobierno controle la televisión

 pública no es sólo ilógico, es además suicida. Esa televisión tiene entre sus principalesobligaciones la de contribuir a la libre formación de la opinión pública y, siendo así,

 poner al Gobierno como encargado de asegurar la libre información de quienes luegovan a votar en las elecciones es como poner al zorro a guardar las gallinas. Toda liber-tad, incluida la de información, es en primer lugar una libertad frente al Estado y, en

concreto, frente al Gobierno. Y si no, no es una libertad. Y a las pruebas me remito.Todos y cada uno de los partidos políticos españoles han reconocido que las televisiones

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 públicas manipulan la opinión de los ciudadanos, por lo menos, según los partidos, lasque controlan sus adversarios. Hay que intentar denodadamente que los españoles com-

 prendan cuanto antes uno de los principios más elementales de la vida en libertad: losseres libres reaccionamos contra aquellos que intentan vulnerar nuestros derechos tan

 pronto como tenemos conciencia de la amenaza; por eso mismo, contra los que manipu-

lan nuestra conciencia no tenemos nada con que defendernos. Y puesto que lo que hoysabemos del mundo lo sabemos sobre todo a través de los medios de comunicación,hoy, para ser libres, es mucho más importante elegir bien al que nos informa que elegir 

 bien al que nos gobierna. ¿Cómo puede entonces el pueblo español, si quiere ser libre,tolerar la aberrante manipulación de la conciencia colectiva que se está llevando a cabotodos los días desde las televisiones públicas de este país?

La televisión pública es, desde luego, necesaria, y yo diría que en un país como elnuestro incluso imprescindible, pero las que hoy tenemos no solo son inútiles sino queestán perjudicando gravemente la salud democrática de los españoles. De seguir así, encultura política corremos el peligro de convertirnos en los últimos monos de Europa.

Estando donde estamos hay que empezar por la escuela. En primer lugar, hay que expli-car a los niños la lógica audiovisual. En el mundo en el que vivimos ya no basta con lalógica aristotélica para defenderse de la mentira. Y hay que enseñar a los niños españoles,desde una edad temprana, donde empieza y dónde termina la dignidad política de una

 persona, en que consiste la convivencia democrática y como se consigue, que es el po-der político y como se controla, que es la libertad del individuo y como se defiende. Yame consta que no va por este camino la reciente reforma de los planes de estudio. ElMinisterio de Cultura no ha considerado necesario que la Constitución se expliqueobligatoriamente en las escuelas. ¡Una lastima!

¿Dónde, cómo y cuándo aprenderán entonces los españolitos la cultura de la libertad? ¿Acaso

cree el ministerio, a la vista de las circunstancias, que en una de las más difíciles asigna-turas de la vida, la defensa de la libertad frente al poder, los españolitos ya nacen ense-riados? Pero no hay que desanimarse. Quizás hayamos perdido alguna generación, perotodavía no hemos perdido la guerra. Todavía se puede hacer de España una democraciade hombres libres. Con unos u otros planes de estudio tengo una enorme confianzaen los maestros españoles. Estoy también seguro de que algunos periodistas y algu-nos medios de comunicación pondrán de su parte todo to que puedan. De momento, y almenos por esta noche, ¡soñaremos otra vez con Praga!

José Juan González Encinar es catedrático de Derecho Constitucional de la Universi-dad de Alcalá.

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JOSÉ MARÍA RIDAO

 Darwinismo con los pies al aire

30 de enero de 2001Dos artículos recientes publicados en estas mismas páginas (Vamos a menos, de Juan Goyti-solo, y Rebelión, pero en Praga, de José Juan González Encinar) han venido a revelar unhecho esperanzador: el de que, por fin, empiezan a escucharse voces que desean que se pongatérmino a la acelerada carrera hacia Liliput en la que parece haberse embarcado el país desdehace algunos años.

A pesar de la ya larga tradición intelectual que acostumbraba a interpretar nuestra realidad entérminos de contraste —historia frente a intrahistoria, España real frente a España oficial o,según una última versión, constitución política frente a constitución económica—, parecía por momentos que existiese ahora un acuerdo general en que la España próspera de la democracia

tenía que ser, por fuerza, la España banal, frívola y de mal gusto con la que los ciudadanos seven condenados a convivir, hora tras hora y jornada tras jornada, con tan sólo encender eltelevisor o abrir algunos libros o periódicos.

Daba la impresión de que hasta este instante nadie con suficiente autoridad percibía, y si lo percibía callaba, el creciente contraste, la clamorosa y flagrante contradicción, entre una cele- brada condición de europeos modernos y satisfechos y la cada vez más abierta y descaradarecuperación de una estética pública de rancio e inquietante casticismo.

La merecida crítica de Goytisolo al mundo de la cultura, en la que ponía de manifiesto la per-vivencia de unos hábitos que, lejos de fomentar la superación y la excelencia, invitan a rego-dearse en lo que hay, conduce una vez más a la constatación de que una de las grandes tareas

que el proyecto político del 78 no ha abordado todavía es la de releer el pasado —político,artístico, literario— con nuevos ojos, a fin de afianzar criterios para el presente. La despre-ocupación e inconsistencia que desde el final del franquismo fueron ganando terreno a lacreación y reflexión rigurosas han dejado como herencia una nueva paradoja, un nuevo yquizá inadvertido contraste.

A falta de esa visión propia sobre las figuras y acontecimientos que la precedieron, la Españaconstitucional ha terminado por proclamar como sus inspiradores o adelantados a políticos,filósofos y escritores que en su día no sólo estuvieron lejos de defender con claridad los valo-res de tolerancia o democracia, sino que muchas veces suministraron análisis y argumentos aquienes más directamente los combatieron. Y, de igual manera, la ausencia de estudio y cono-

cimiento de modelos estéticos vigentes con anterioridad, o en otras culturas y latitudes, cons-tituye el caldo de cultivo en el que ha prosperado la arbitrariedad de buena parte de la críticaartística y literaria, tan huérfana de criterios como la propia creación.

Desde esta perspectiva, la tromba de centenarios y efemérides desencadenada a raíz del yalejano Encuentro de dos mundos, a lo que parece imparable, ha tenido más efectos de los quetal vez han podido nunca imaginar sus sucesivos organizadores. Si para éstos la principal vir-tud de tanta celebración ha residido en su dimensión mediática y, más en concreto, en lasoportunidades de lucimiento que ha ofrecido al poder político, el rosario anual de conmemo-raciones ha resultado doblemente devastador para la forja de la cultura de nuestra democracia.Por una parte, ha permitido el reciclaje de los mitos históricos del franquismo y su consi-

guiente readopción por la España constitucional, mediante el simple expediente de limarleslas aristas más afiladas y, a continuación, proclamar su condición de "normales" en el contex-to europeo.

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Por otra, ha contribuido a hacer más espeso el silencio y la desatención que pesaban ya sobreotros políticos, otros filósofos y otros escritores que, éstos sí, defendieron valores similares alos de nuestro actual régimen de libertades, y que, precisamente por defenderlos, fueron malinterpretados para reivindicar sus méritos pero despojándolos de cualquier carga subversiva.Basta recordar el tratamiento recibido desde el actual poder político por Cánovas y por Azaña

 para comprender cómo funciona el combinado de "normalidad" y malinterpretación interesa-

da a la hora de planificar honras y conmemoraciones.Junto a la de Goytisolo, la reflexión de González Encinar acerca de la insoportable manipula-ción de los medios públicos de comunicación, así como de la resignación ciudadana ante ella,

 permite medir el grado de jibarización que, también en este terreno, está alcanzando el país.El problema, con todo, no se circunscribe al ámbito de la información política o, en general,de los servicios informativos, en cuyas noticias y explicaciones —y coincidiendo con lo queseñalaba Goytisolo al referirse a los juicios literarios— tampoco creen ni quienes las dictan,ni quienes las elaboran, ni finalmente quienes las reciben. El problema reside además en quelos atentados diarios a la imparcialidad y al rigor se recubren con unos modos periodísticos,con una puesta en escena que pertenece, literalmente, a la España de charanga y pandereta.

 Nunca desde la desaparición de El Caso los sucesos habían ocupado tanto espacio en un me-dio informativo como en los telediarios de las cadenas públicas; nunca desde aquellos Prime-ro de Mayo del franquismo, el fútbol, los toros, los concursos, las fórmulas de humor zafioentreverado con tonadillas de verbena habían estado tan presentes en las pantallas como encualquier día laborable de un mes cualquiera; nunca el debate realizado entre responsables

 políticos, y no entre contertulios peor o mejor informados, ha estado como ahora tan ausenteen la televisión y la radio estatales, pudiendo y debiendo no estarlo. Da la impresión de que lasaludable desconfianza hacia cualquier pedagogía para adultos realizada desde los poderes

 públicos hubiera hecho perder de vista que la continua exaltación del morbo y del mal gustoes también una pedagogía o, por mejor decir, una antipedagogía, un llamamiento al adorme-cimiento y la modorra, impropio de un régimen democrático.

En cualquier caso, es probable que la gravedad del panorama descrito por Goytisolo y Gonzá-lez Encinar no se comprenda cabalmente si no se repara en una última constatación: la de que,como la cultura y los medios de comunicación, también la acción y el discurso políticos hanemprendido en estos tiempos su propio viaje hacia el país de lo mínimo. De este modo, se hallegado a considerar como práctica común el que un gobierno no cese de cantar con impudor sus propias alabanzas, apuntando en su haber cuantos éxitos ponga en su mano el azar, la co-yuntura internacional o el esfuerzo colectivo —¿alguien sabría enunciar cinco medidaseconómicas del actual gabinete que expliquen la bonanza económica vivida?—, mientras, almismo tiempo, responsabiliza de cuanto le sale a torcidas a los gobiernos anteriores, a losnacionalistas, a las comunidades autónomas, a Bruselas o a quien sea preciso.

Cuando hoy se generaliza la sorpresa ante el hecho de que una ministra utilice la tribuna pública para explicar recetas de caldo, habría que recordar que este esperpento hunde sus raí-ces algunos años atrás, cuando, luego de su primera entrevista con el presidente Chirac, elflamante jefe del Gobierno español consideró noticia digna de ser compartida en la rueda de

 prensa posterior al encuentro el hecho de haber comparecido en el Elíseo con un enjundioso jamón de bellota como regalo.

Lo más revelador de la anécdota no es tanto que demuestre la consistente devaluación dellenguaje político llevada a cabo desde entonces por el propio poder conservador, y jalonada

 por hitos tan memorables como el baile de Macarena o tantas chanzas desafortunadas realiza-das en comparecencias públicas, a solas o en compañía de primeros ministros extranjeros. Lo

más revelador reside, por el contrario, en que este tono y estas formas, tan alejados del másmínimo sentido institucional, mantienen una perfecta coherencia, una fiel y estricta sintonía

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con lo que está sucediendo en otras áreas del país como las que analizaban Goytisolo yGonzález Encinar.

Sus voces han sido de las primeras en alzarse para exigir un cambio de rumbo, para recordar que ni la cultura, ni los medios de comunicación, ni, por supuesto, la acción y el discurso polí-ticos deben persistir en una trayectoria que conduce inexorablemente al triunfo de uno de losrasgos más abominables del populismo: a la selección negativa, al darwinismo con los pies al

aire. A fuerza de tratar a los ciudadanos con el rasero de los menos exigentes y preparados,quienes tratan de realizar su labor desde el compromiso y el rigor se van viendo condenados auna creciente soledad, desde la que ni entienden ni participan de los gustos y preocupacionesde sus compatriotas ni, en contrapartida, un número creciente de sus compatriotas, aturdidos

 por la estupidez impuesta, alcanzan a entender las razones de su apartamiento.

Si en otras ocasiones las interpretaciones de nuestra realidad en términos de contraste — historia frente a intrahistoria, España real frente a España oficial, constitución política frente aconstitución económica— se apoyaron en circunstancias difícilmente modificables como elatraso económico o la dictadura, hoy no existe ninguna razón, ninguna circunstancia, que nosobligue a seguir ahondando el foso abierto entre la vocación europea de España y el rancio e

inquietante casticismo que se está imponiendo en todos los órdenes.

José María Ridao es diplomático.