La Convergencia De La Ciencia Y De La ReligióN

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Charles H. Townes(Premio Nobel de Física) 1964

Traducido por el Dr. José Roberto Vázquez

El progreso creciente de la Ciencia ha planteado muchos retos y conflictos a la Religión, conflictos que se proyectan de variadas maneras en la vida individual. Algunos aceptan que cada una, la Religión y la Ciencia, tienen diferentes ámbitos propios, diferentes métodos, y así, suponiendo tan completa separación entre aquellas, no ven posible un encuentro entre las dos. Otros miran, solamente, o al campo de la Ciencia, o al de la Religión, y acaban por negar importancia a la una o a la otra, y aún por desecharla, como perjudicial.

Para mí tanto la Religión como la Ciencia, son de interés universal, y las encuentro básicamente similares. De hecho, para hacer clara mi argumentación, yo preferiría, más bien, colocarme en el punto de vista extremo de que las diferencias entre la Religión y la Ciencia la que es menos clara por razón de sus deslumbrantes avances aparentes. Para explicar esto y dar una perspectiva a los no científicos, debemos detenernos un poco en la historia y en el desarrollo de la ciencia.

La marcha de la Ciencia durante el siglo XIX produjo una confianza enorme en sus éxitos y en su generalidad. Un campo tras otro se rindieron ante la pesquisa objetiva, la aproximación experimental y la lógica de la Ciencia. Las leyes científicas se mostraban de una calidad absoluta, y era fácil convencerse de que, con el tiempo, la Ciencia lo explica todo.

Fue la época en que Laplace pudo creer que si le fuera dable conocer la posición y velocidad, suficientemente calculadas, de cada partícula en el universo, podría predecir todo lo futuro. Expresaba así, Laplace, la evidente experiencia de entonces de que los éxitos y la precisión de las leyes científicas, habían convertido el determinismo, de una discusión especulativa que era, a ser verdad inexpugnable.

Fue esa la época en que el piadoso Pasteur, habiéndose preguntado si él, como hombre de ciencia podía ser, también hombre de creencias religiosas, sencillamente replicó que su laboratorio era un dominio, y su hogar y religión era otro completamente aparte.

LA CONVERGENCIA DE LA CIENCIA Y DE LA RELIGIÓN

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Absolutismo Científico: Muchos vestigios quedan hoy de este absolutismo científico del siglo XIX; en nuestro pensamiento y actitudes. Con base en el, Carlos Marx estructuró su teoría comunista, dando como ciertos el inexorable curso de la historia, y la posibilidad de un planteamiento científico de la sociedad.Hacia fines del siglo XIX, muchos científicos de la Física consideraron casi completo su trabajo, y que éste sólo requería alguna extensión, y un más detallado refinamiento. Pero poco después, empezaron a aparecer profundos problemas. El mundo parece, relativamente, inadvertido de la profundidad de esos problemas, y del grado en que estos subvierten ideas científicas fundamentales. Tal vez ese conocimiento se explica porque la Ciencia, vigorosamente, va transformándose, y por sus continuados éxitos en resolver los problemas prácticos de la vida.

Muchas de las bases filosóficas y conceptuales de la Ciencia se han trastornado y revolucionado. El alcance de estos cambios solo puede reconocerse examinando algunos de ellos. Por ejemplo: la cuestión de si la luz consiste en pequeñas partículas, disparadas por las fuentes luminosas, o en ondas radiadas por éstas, se debatió por algún tiempo entre las grandes figuras de la Ciencia. La cuestión fue resuelta a principios del siglo XIX, mediante brillantes experimentos que pudieron ser totalmente interpretados por la teoría. Los experimentos demostraron a los sabios de

entonces, que la luz era, inequívocamente, una onda y no partículas. Pero alrededor de 1900, nuevos experimentos demostraron que la luz era una corriente de partículas más bien que de ondas. Así, los físicos se encontraron frente a una paradoja profundamente desconcertante. Su solución requirió varias décadas y se logró a mediados de la tercera década de este siglo, mediante la aplicación de un nuevo sistema de ideas conocido con el nombre de mecánica cuántica.

La dificultad estuvo en que los científicos pensaban en términos de su diaria experiencia sobre el modo de conducirse objetos de gran tamaño, sin tomar en consideración aún muchos fenómenos atómicos. Al examinar en detalle la luz o los átomos, se llegó a un nuevo mundo de muy pequeñas cantidades con el cual no se había experimentado antes, y en donde nuestras intuiciones podían engañarnos. Y ahora, mirando retrospectivamente, no es sorprendente que el estudio de la materia, a escala atómica, nos haya enseñado cosas nuevas, algunas de las cuales resultan incongruentes con ideas que habíamos tenido como muy claras.

Los físicos de hoy creen que la luz no es ni precisamente una onda ni una partícula, sino ambas cosas a la vez, y que estabamos equivocados aún en la formulación de la pregunta de si la luz es partícula u onda, porque presenta ambas propiedades, dualidad que ocurre con cualquier porción de la materia, aunque no nos demos

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cuenta de ello, aún tratándose de objetos de gran tamaño.

También hemos llegado a creer en otros extraños fenómenos. Supongamos que se encierra un electrón en una caja larga donde pueda moverse hacia atrás. La teoría física nos dice ahora que, bajo ciertas condiciones, el electrón estará a veces en un extremo, pero nunca en el medio. Esta aseveración parece un absurdo que choca con la idea del electrón, que se mueve de un extremo al otro, y sin embargo, los físicos están convencidos de que así es, y pueden demostrar esta verdad en el laboratorio.

El principio de incertidumbre. Otro aspecto sorpresivo de la nueva mecánica cuántica, es el llamado principio de incertidumbre. Este principio es demostrativo de que, si tratamos de fijar exactamente dónde se encuentra una partícula, u objeto cualquiera, nunca podremos saber exactamente, y a la vez, cual sea la velocidad con que se mueve, ni su dirección; o si determinamos su velocidad, nunca podremos decir exactamente cuál sea su posición. Y así, de acuerdo con esta teoría, Laplace estuvo equivocado desde el principio. Si el viviera hoy, probablemente estaría de acuerdo con los físicos contemporáneos en que es fundamentalmente imposible obtener la información necesaria para las predicciones de precisas de que él hablaba, aún si se tratara solamente de una partícula, y cuanto más en tratándose de todo el universo.

Las modernas leyes de la Ciencia parecen pues, habernos apartado de la idea de un determinismo absoluto para volvernos hacia un mundo donde el azar juega un mayor papel. Se trata de casualidad a escala atómica, pero hay situaciones y veces cuando el cambio aleatorio de la posición de un átomo o de un electrón, puede afectar materialmente, y en grande escala, los asuntos de la vida, y, en realidad de la sociedad entera. Un caso sorprendente se presentó en relación con la Reina Victoria en quien, al través de un suceso a escala atómica, se produjo un cambio genético, que transmitió a ciertos descendientes masculinos de las familias reales de Europa, la afección de la hemofilia. Así, ese acontecimiento impredecible, a escala atómica, afectó a la vez que a la realeza española, la estabilidad del trono de Rusia, por razón de un afligido Zaverich, víctima de esa afección.

Einstein y el azar. Este nuevo punto de vista sobre un mundo no predecible por leyes físicas, no es aceptado fácilmente por los físicos de la vieja tradición. Aún Einstein, uno de los arquitectos constructores de la mecánica cuántica, nunca aceptó completamente el indeterminismo casual que aquella implica , y este es el origen de su réplica intuitiva: “!El Señor Dios no juega a los dados!”. Es interesante anotar que el comunismo ruso, que tiene sus raíces en el determinismo del siglo XIX, por mucho tiempo adoptó una enfática posición doctrinaria contra la nueva física de la mecánica cuántica.

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Cuando los científicos se dieron a explorar otros ámbitos fuera de la experiencia ordinaria, se encontraron con mayores sorpresas. Para objetos sometidos a velocidades mayores que las ya experimentadas, la relatividad demuestra que ocurren cosas extrañas. En primer lugar nada puede moverse más allá de cierta velocidad, sea cual fuere la fuerza impulsora. Esa velocidad máxima es la de la luz, fijada en 300 mil kilómetros por segundo. Luego, cuando los objetos se mueven a esas velocidades, se vuelven más cortos y más densos, es decir, cambian de forma y pesan más también. Aun el tiempo fluye con diferente ritmo; si lanzamos un reloj a alta velocidad funciona más lentamente.

El concepto de los gatos y los gaticos. Esa conducta peculiar del tiempo es el origen del famoso experimento hipotético de los gatos gaticos. Tomemos una cita de seis gaticos y dividámosla en dos grupos. Mantengamos tres de ellos en la tierra y lancemos los otros tres en un cohete, a velocidad próxima a la de la luz, y después de un año hagámoslo regresar a la tierra. Los que permanecieron en tierra, obviamente se habrán convertido en gatos, mientras que los lanzados al espacio habrán seguido siendo gaticos. Esta teoría no ha sido demostrada con gaticos. Esta teoría no ha sido demostrada con gaticos, pero si verificada experimentalmente con el envejecimiento de objetos inanimados, y parece resultar o absolutamente correcta. Hoy, la

mayoría de los científicos la aceptan como verdad.

Cuán equivocados -oh ¡cuánto!- estaban muchas ideas tenidas como obvias y bien sustentadas por los físicos, al principio de este siglo.

Los científicos de ahora son más cautos y modestos, en cuanto a extender sus ideas científicas a campos donde no han sido debidamente probadas. Por supuesto, una parte importante del juego de la ciencia consiste en el desarrollo de las leyes generales, que puedan extenderse a nuevas esferas. Estas leyes, a menudo, logran notables éxitos en enseñarnos cosas nuevas, y en predecir cosas que todavía no hemos observado directamente. Pero siempre debemos tomar en cuenta que tales extensiones pueden conducir a errores sustanciales. A pesar de todos los cambios en nuestros puntos de vista, es tranquilizador saber que las leyes de la Ciencia del siglo XIX no estaban equivocadas dentro de las situaciones en que inicialmente se aplicaron, o sea, para velocidades ordinarias y para objetos mayores que la punta de un alfiler. En ese ámbito ellas eran esencialmente correctas y nosotros aún seguimos enseñando las leyes de Newton y de Maxwell, porque en su propia, importante esfera, ellas eran, y son, válidas y útiles.

Sabemos hoy que las más avanzadas teorías científicas del presente, incluyendo la moderna mecánica cuántica, todavía son incompletas.

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Las usamos, porque en ciertas áreas operan asombrosamente bien. Sin embargo, a veces nos conducen a incongruencias que no entendemos, y ha reconocer que algún factor crucial se ha pasado inadvertido. Entonces simplemente reconocemos y aceptamos las paradojas, a la espera de que algún día, en el futuro sean resueltas por una más completa comprensión. Así, el franco reconocimiento de esas paradojas y su estudio, nos llevará a la aceptación de las limitaciones de nuestro pensamiento, para tratar de superarlas.

Hecho el estudio del verdadero estado de los avances de la ciencia, veamos ahora la similaridad, y casi identidad, de la Ciencia y de la Religión. El propósito de la Ciencia es descubrir el orden del universo, y tratar de entender las cosas que nos rodean, y al hombre mismo. Reducimos este orden en el universo, y tratar de entender las cosas que nos rodean y al hombre mismo. Reducimos ese orden a principios científicos o leyes, procurando formularlos de la manera más sencilla y más comprensiva. Y el objeto de la religión puede expresarse, creo yo, como la comprensión –y la consiguiente aceptación- del propósito y significado de nuestro universo y de nuestra función dentro de él. Casi todas las religiones suponen un principio unificador, que todo lo comprende, concebido como un ser que da significado y es origen de todo, y a ese ser lo llamamos Dios.

Comprender el orden en el universo, y comprender el propósito del universo, no son conceptos idénticos, pero tampoco los separa una gran distancia. Resulta interesante que la palabra japonesa para denominar la física es “butsuri”, que se traduce simplemente como “la razón de ser de las cosas”. Así, resultan fácil y estrechamente vinculados la naturaleza y el propósito del universo.

¿Cuáles son los aspectos de la Religión y de la Ciencia que frecuentemente las hacen parecer como diametralmente opuestas? Muchos de ellos, creo yo, provienen de diferencias en el lenguaje empleado por razones históricas, y, muchas veces, de diferencias cuantitativas suficientemente grandes como para hacernos creer inconscientemente que son cualitativas. Consideremos algunos de esos aspectos en que la Ciencia y la religión pueden parecer, superficialmente, como muy diferentes.

El papel de la Fe. El papel esencial de la Fe es tan bien conocido, que aceptar las cosas por ser de Fe, más bien que por su demostración, es lo que se considera, usualmente, como característico de la Religión, y lo que la distingue de la Ciencia. Pero la Fe también es esencial en la Ciencia, aunque no tan generalmente reconoce la necesidad básica y la naturaleza de la Fe, en la Ciencia.

La Fe es necesaria al científico aún en el punto de partida, y mucha, profunda Fe, necesita para cumplir

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sus difíciles tareas. ¿Por qué? Porque él debe tener confianza en que hay un orden en el universo y en que la mente humana –es decir, su propia mente- tiene una buena probabilidad de entender ese orden. Sin esta confianza, no se empeñaría con intenso esfuerzo en descifrar un mundo del cual pudiera presumir que es desordenado e incomprensible. Un mundo así supuesto, nos haría regresar a los días de la superstición, cuando el hombre creía que eran fuerzas caprichosas las que movían su universo. De hecho, es la fe, justamente, en un Universo ordenado, comprensible para el hombre, la que nos permitió el cambio básico de una edad de supersticiones a una era de Ciencia, y la que ha hecho posible el progreso científico.

La necesidad de la Fe, en la Ciencia, nos recuerda la descripción de la Fe religiosa atribuida a Constantino; “Así como lo creo, lo puedo conocer”. Pero tal fe está ahora tan profundamente arraigada en el científico, que ni aun nos detenemos a pensar que existe.

Einstein nos dio un explícito ejemplo de fe en el orden del Universo, y muchos de sus hallazgos se explican por la devoción intuitiva que tenía a un tipo, particularmente atractivo, de orden. Una de sus famosas observaciones fue inscrita, en alemán, en el salón principal de la Universidad de Princeton: “Dios es muy sutil, pero no es malicioso”. Es decir, el mundo construido por Dios, puede ser muy intrincado y difícil de entender para nosotros, pero no es ni

arbitrario, ni lógico. Einstein empleó la segunda mitad de su vida buscando la unificación de los campos gravitacional y electromagnético. Muchos creen que él estaba mal empistado, y no se sabe ahora si logró algún avance sustancial. Pero él tenía fe en su gran visión de la unidad y el orden, y en su descubrimiento trabajó por treinta o más años. Einstein debió tener esa misma clase de pertinaz convicción que llevó a Job a decir: “Aunque El me mate, confiaré en El”.

Para científicos de escala inferior, y en cosas de menor envergadura, hay frecuente ocasiones en que las cosas aparecen tan sin sentido, que desesperan de comprender y de encontrar el orden que buscan. Y sin embargo, el científico tiene fe en que ese orden existe, y en que él. O algún otro de sus colegas, lo descubrirá algún día.

El papel de la Revelación. Otra idea común de la diferencia entre la Ciencia y la Religión, se refiere a los métodos de descubrimiento. Los descubrimientos de la Religión proceden frecuentemente de grandes revelaciones. El conocimiento científico generalmente se entiende obtenido mediante deducciones lógicas, o por la acumulación de datos que se analizan por métodos determinados, con el fin de derivar generalizaciones que llamamos leyes. Pero tal descripción del descubrimiento científico no se ajusta a lo que realmente sucede. La mayor parte de los descubrimientos científicos importantes aparecen de

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muy diferente manera, que se aproxima estrechamente a la revelación. Este término no se aplica generalmente al descubrimiento científico, porque estamos habituados a revelarlo para las cosas de la Religión. En los círculos científicos se habla de intuición , de hallazgo accidental, o simplemente se dice que a alguien “se le ocurrió una idea maravillosa”.

Por la manera como aparecen las grandes ideas científicas, presentan un notorio aspecto de revelaciones religiosas, concebidas en forma no mística.

Pensemos en Moisés, en el desierto, largamente preocupado con el problema de cómo salvar a los hijos, de Israel, cuando, súbitamente, tuvo una revelación en la zarza ardiente.

Consideramos algunas de las revelaciones del Nuevo Testamento.

Acordémonos del Gautama Buda quien viajó por años inquiriendo en un esfuerzo, por entender lo que era bueno, y luego, un día, se recostó tranquilamente debajo de un árbol donde le fueron reveladas grandes ideas.

Similarmente, el científico después de duro esfuerzo y de mucha consagración intelectual y emotiva, a un problema que lo embarga, suele ver, de repente, la respuesta, lo que frecuentemente le ocurre estando distraído más bien que entregado al problema mismo.

Un sorprendente y bien conocido caso fue el descubrimiento del anillo del Benzeno por Kekulé, quien, mientras contemplaba el fuego de su chimenea, fue llevado a la solución creyendo ver unas serpientes que se mordían sus propias colas. Todavía no podemos describir el proceso humano que conduce a la creación de un concepto científico importante y sustancialmente nuevo, pero es claro que éstos, cuando aparecen, realmente brotan, no siempre del llamado “método científico”, sino más bien, como en el caso de Kehulé –tal vez con menos pintoresco dramatismo – en forma de verdaderas revelaciones.

Otro punto de vista que es común respecto de la diferencia entre la Ciencia y la Religión, se basa en la noción de que las ideas religiosas sólo dependen de la Fe y de la Religión, mientras que la Ciencia si logra la demostración de sus tesis. Con ese criterio, las pruebas dan a las ideas científicas cierta clase de absolutismo y universalidad, que las ideas religiosas sólo tienen en la mente de sus sostenedores. Pero la verdadera naturaleza de la demostración científica difiere de esa apreciación simplista.

La comprobación de un sistema de postulados. La demostración lógica o matemática implica la escogencia de algún juego de postulados van a ser aplicados al mundo que nos rodea. Luego, sobre la base de convencionales leyes de lógica que deben presumirse, se pueden derivar

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o “probar” las consecuencias de esos postulados.

¿Cómo podemos estar seguros de que esos postulados son aceptables? El matemático Gödel ha demostrado que, en las matemáticas generalmente usadas, es fundamentalmente imposible aun saber si el juego de postulados escogidos es siquiera compatible. Solamente construyendo y usando otro nuevo juego de postulados básicos puede verificarse la consistencia del primer juego escogido. Pero éste a su vez, puede ser lógicamente inconsistente sin que podamos saberlo. Así, nunca tenemos una base real sobre la cual podamos razonar con seguridad. Gödel dobló nuestra sorpresa demostrando que en el área matemática misma, hay siempre verdades matemáticas que fundamentalmente no pueden ser probadas por la aplicación de la lógica normal. Sus importantes pruebas sólo se produjeron hace alrededor de tres décadas, y han afectado profundamente nuestro punto de vista sobre la lógica humana.Hay otra vía por la cual llegamos a convencernos de que una idea o postulado científico es válido. En las ciencias naturales nosotros “lo comprobamos” haciendo alguna clase de verificación del postulado frente a nuestra experiencia. Ideamos experimentos para verificar nuestras hipótesis de trabajo, y creemos que son correctas esas leyes o hipótesis cuando parecen conformarse con nuestra experiencia. Tales verificaciones pueden descartar una

hipótesis o darnos una confianza útil en su aplicabilidad o corrección, pero nunca demostrada en el sentido absoluto de la palabra.

¿Pueden las creencias religiosas ser consideradas, también, como hipótesis de trabajo verificadas y validadas por la experiencia? Para algunos esta cuestión puede parecer como profana , y aun como detestable punto de vista. En todo caso descarta el absolutismo en la Religión. Pero yo no veo razón para que se encuentre objetable mirar a la Religión sobre esa base. La validez de las ideas religiosas, debe ser, y ha sido, verificada y juzgada al través de las edades por la experiencia de los individuos y de las sociedades. ¿Necesitan ellas ser más absolutas que la ley de la gravedad? Esta última es una hipótesis de trabajo cuya base y permanencia no conocemos. Pero porque creemos en ella, como en muchas otras hipótesis científicas, complejas, nos lleva a arriesgar nuestras vidas diariamente.

La Ciencia usualmente se ocupa de problemas sencillos, y más fácilmente controlables, que los que son objeto de la Religión, hasta el punto de que la diferencia cuantitativa en la inmediación con la cual podemos comprobar las hipótesis, nos oculta la similaridad lógica que existe entre esos dos órdenes de problemas. El experimento controlado sobre las ideas religiosas tal vez no sea posible del todo, y tomamos como pruebas, primariamente, lo que enseña la historia humana y la experiencia personal. Pero ciertos aspectos de

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las ciencias naturales, y la extensión de la Ciencia a los problemas sociales, también han requerido un uso similar de la experiencia y de la observación, en la verificación de la hipótesis, en lugar de acudir a los solos experimentos fácilmente reproducibles.

Supongamos, pues, que vamos a aceptar completamente la proposición de que la Religión y la Ciencia son esencialmente similares, y preguntemos ¿Con este supuesto en qué quedamos y a que nos conduce? Yo creo que la Religión puede aprovechar las experiencias de la Ciencia en esos casos en que la evidencia de los hechos de la naturaleza lleva a aceptar nuevas ideas.

En primer lugar debemos reconocer la naturaleza tentativa de muchos de nuestros actuales conocimientos científicos. Lo previsible es que, en cuanto se conformen con la experiencia, sigan teniendo validez nuestros conocimientos y creencias, como, digamos, los de la mecánica de Newton. Pero puede haber muchos y profundos secretos que al descubrirse modifiquen nuestro pensamiento en puntos esenciales.

Las posibles paradojas. También debemos vivir prevenidos de que en todo campo surgen paradojas, y no sorprendernos ni perturbarnos mucho con ellas. Sabemos de paradojas en la física, como la referente a la naturaleza de la luz, que hemos resuelto con más profundos estudios; pero otras están por resolver. En el

área de lo religioso nos confunden cosas como el sufrimiento que nos aflige en la vida y que parece incompatible con un Dios de amor. En el campo científico ordinariamente esas paradojas no destruyen nuestra fe en la Ciencia, sino que nos recuerdan la limitación de nuestro entendimiento y a veces nos dan claves para aprender más.

Tal vez hay, en el orden de lo religioso, casos en que opere ese mismo principio de incertidumbre que, según ahora sabemos, es fenómeno característico de la física. Es fundamentalmente imposible determinar con precisión, y a la vez, la posición y la velocidad de una partícula, y por ello no debe sorprendernos que limitaciones similares ocurran en otros aspectos de nuestra experiencia. Esa oposición en la determinación precisa de dos cantidades, es conocida, también, como complementaridad; la posición y la velocidad representan aspectos complementarios de una partícula, uno de los cuales, solamente, puede ser medido con precisión en un momento dado.

Nils Bohr ha sugerido ya que la percepción de lo que es un hombre o cualquier organismo viviente, como un todo, presenta dicha especie de complementaridad. Esto es, el examen riguroso y preciso de la integración atómica del hombre, es inevitable que oscurezca nuestra visión de él como un ser viviente, y a la vez espiritualidad. En todo caso nos parece que no se justifica la posición dogmática, que algunos

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adoptan, en el sentido de que el notable fenómeno de la personalidad individual de un hombre puede expresarse completamente en términos de las leyes conocidas sobre el modo de conducirse las moléculas y los átomos. La justicia y el amor pueden también constituir esa complementaridad de que hablamos. Suponer el amor y excluir la justicia resulta incongruente.

Estos ejemplos pudieran ser solamente borrosas analogías de complementaridad, como ésta se conoce en la Ciencia, o ciertamente pudieran ser válidas, aunque todavía mal definidas, manifestaciones del principio de incertidumbre. Pero en todo caso, deberíamos vivir a la espera, y estar prevenidos por la Ciencia, de que habrá limitaciones fundamentales que nos impiden conocerlo todo con precisión y firmeza.

La convergencia de la Religión y de la Ciencia. Finalmente, si la Religión y la ciencia tienen tanta similaridad, no hay por qué mantenerlas arbitrariamente limitadas a sus dominios, y alguna vez habrán de converger claramente. Yo creo que esta confluencia es inevitable, porque ambas, la Religión y la Ciencia, representan los esfuerzos del hombre por comprender su Universo y porque ambas, al fin, se encontrarán culpándose de la misma substancia; y mientras más comprendamos de cada una de ellas, mayor acercamiento se producirá entre ambas. Tal vez cuando ocurra esa convergencia, la ciencia habrá sufrido revoluciones tan

sorprendentes como las que han ocurrido en este último siglo, y asumido un carácter no reconocible fácilmente por los científicos de hoy. Tal vez también nuestras interpretaciones religiosas habrán sufrido cambios y hecho progresos. Pero deberán converger, y con ello las dos habrán cobrado nueva fuerza.

Mientras tanto, cada día, con solo interpretaciones tentativas, y en frente de la incertidumbre y el cambio ¿cómo podemos vivir con dignidad y actuar con decisión? En este problema , sospechoso, en que el tan a menudo tienta al hombre tienta al hombre a insistir en que ya posee la final y última verdad aprisionada en determinada fraseología o simbolismo, aun cuando esa fraseología pueda tener centenares de significados diferentes para centenares de diferentes personas. El poder entregan nuestras vidas a ideas de las que podamos creen que solamente son interpretaciones tentativas, constituye una verdadera prueba para la mente y para las emociones.

Galileo se comprometió en la causa de la Teoría de Copérnico sobre el sistema solar, y con gran riesgo personal por la oposición de la iglesia. Nosotros sabemos hoy de esa posición a que se afilió Galileo, la certeza de la idea de que la tierra gira alrededor del sol, más bien que el sol alrededor de la tierra, hoy resulta ser una cuestión inútil. Las dos concepciones son equivalentes, de acuerdo con la teoría de la relatividad

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general, aunque la primera es más sencilla de entender.

Y sin embargo, honramos a Galileo por su ejemplar valor y decisión en sostener que estaba en lo cierto y en proclamarlo. Esta actitud fue importante, reveló su integridad, y ayudó a la evolución de los criterios científicos y religiosos de su tiempo, de lo cual se ha derivado nuestra actual mejor comprensión de los problemas que él contempló.

La autoridad de la religión en la Italia de Galileo era más decisiva que hoy suele serlo, y la Ciencia de entonces más primitiva y sencilla. Tenemos hoy la tendencia a creernos mejor informados y a considerar la Ciencia y la Religión como asuntos más complicados de lo que entonces se creía, lo que repercute en menor nitidez en nuestras conclusiones. Sin embargo, si aceptamos como punto de partida que la verdad existe, seguramente cada uno debe asumir la misma tarea de Galileo, o, tiempos atrás, de Gautama Buda. Por nosotros mismos, y por la humanidad, debemos utilizar cada día mejor nuestra capacidad de entender y nuestros instintos, y las evidencias de la historia, la sabiduría de cada edad, la experiencia y las revelaciones de nuestros amigos los Santos y los Héroes, con el fin de acercarnos más y más a la posible verdad y a su significado. Y además, estar dispuestos a vivir y actuar de acuerdo con nuestras convicciones.

(De la Revista “Think”).