La Constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II

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La Constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II Pbro. Manuel de Jesús Romero Gálvez, Seminario diocesano de Aguascalientes. [email protected] Se me ha pedido presentar en este artículo para la Revista Teología, una breve exposición sobre una de las cuatro constituciones que elaboró el Concilio, la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, más conocida como Dei Verbum. Vemos, pues, que se trata de una Constitución Dogmática (y constituciones dogmáticas, en el Concilio, son sólo dos), lo cual ya tiene su peso e importancia particular. Quiero, pues, en la presente exposición destacar la gran trascendencia de este documento conciliar que trata de la Divina Revelación, importancia que tiene en sí mismo y para la vida de la Iglesia. Al respecto ya decía Rino Fisichela: «No es arriesgado afirmar que la constitución dogmática Dei Verbum es el documento más característico del concilio Vaticano II, al menos en el sentido de que abarca todo el lapso de su preparación y celebración». Se dice que para que este documento viera la luz, tuvo que recorrer una larga odisea que va desde la consulta preconciliar en el año 1959 hasta su promulgación el 18, de noviembre de 1965, veinte días antes de la conclusión del concilio. «Con la firma al pie, del sucesor de Pedro y de todos los padres presentes, el documento sobre la divina revelación, que había conocido unas vicisitudes tan complejas que obligaron a hacer al menos seis redacciones diversas y que había ido pasando por todas las etapas del concilio, se convertía ahora en una constitución dogmática. Los contenidos salientes se expresaban ahora en los mismos títulos de sus seis

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La Constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II

Pbro. Manuel de Jesús Romero Gálvez, Seminario diocesano de [email protected]

Se me ha pedido presentar en este artículo para la Revista Teología, una breve exposición sobre una de las cuatro constituciones que elaboró el Concilio, la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, más conocida como Dei Verbum. Vemos, pues, que se trata de una Constitución Dogmática (y constituciones dogmáticas, en el Concilio, son sólo dos), lo cual ya tiene su peso e importancia particular. Quiero, pues, en la presente exposición destacar la gran trascendencia de este documento conciliar que trata de la Divina Revelación, importancia que tiene en sí mismo y para la vida de la Iglesia.

Al respecto ya decía Rino Fisichela: «No es arriesgado afirmar que la constitución dogmática Dei Verbum es el documento más característico del concilio Vaticano II, al menos en el sentido de que abarca todo el lapso de su preparación y celebración».

Se dice que para que este documento viera la luz, tuvo que recorrer una larga odisea que va desde la consulta preconciliar en el año 1959 hasta su promulgación el 18, de noviembre de 1965, veinte días antes de la conclusión del concilio.

«Con la firma al pie, del sucesor de Pedro y de todos los padres presentes, el documento sobre la divina revelación, que había conocido unas vicisitudes tan complejas que obligaron a hacer al menos seis redacciones diversas y que había ido pasando por todas las etapas del concilio, se convertía ahora en una constitución dogmática. Los contenidos salientes se expresaban ahora en los mismos títulos de sus seis capítulos tras el Proemio: 1. La Revelación en sí misma; 2) Transmisión de la Revelación divina; 3) Inspiración divina de la Sagrada Escritura y su interpretación; 4) El Antiguo Testamento; 5) El Nuevo Testamento; 6) La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. De este modo, otro documento entraba a formar parte para siempre del patrimonio de la enseñanza católica. Sus consecuencias no innovadoras, pero renovadoras para siempre, sólo podrán verse y calibrarse con el correr de los años. Lo cierto es que esta constitución entra en aquel número de actos del concilio que hicieron decir a Pablo VI, aquel mismo día 18 de noviembre, que eran el comienzo de muchas cosas nuevas para la vida de la Iglesia».

Siempre he creído que el Espíritu Santo asiste a los Concilios, sobre todo a los ecuménicos o universales. Para mí esto lo confirma, por una parte, el camino que tuvo que recorrer este bellísimo documento del Concilio sobre la divina Revelación (la suerte que corrió el esquema preparatorio, rechazado casi en bloque y la oportuna y genial intervención del Papa Juan XXIII al crear la llamada Comisión mixta), por otra, el contenido mismo del documento, pues la reflexión teológica ya llevaba centurias haciéndose un lío para explicar La

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Revelación divina y sus fuentes, así como la naturaleza de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio y la forma como se relacionan esas tres instancias. Cometido logrado de una forma estupenda en este documento, como nadie lo había logrado antes. Si queremos ver qué es la Sagrada Escritura y qué es la Tradición, hay que ir a los números 7 y 8 del documento y cuál es la relación que existe entre ambas. Nadie nos había expuesto el ser y el quehacer del Magisterio de la Iglesia y su relación con la Palabra de Dios. Hay que ir a esa joya que es el número 10 de dicha Constitución: La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios confiado a la Iglesia… Y luego nos dice cuál es el oficio del Magisterio: Munus autem authentice interpretandi verbum Dei scriptum vel traditum soli vivo Ecclesiae Magisterio concreditum est… [Pero el oficio de interpretar auténticamente I authentice, que más que auténtico, quiere decir autorizadamente I la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia. Luego nos dice cómo se ejerce esta autoridad: en nombre de Jesucristo, pues fue la encomienda que Él les hizo a sus apóstoles. Y también nos dice cómo se realiza este oficio: Este Magisterio no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve… esto es clave y fundamental; y se nos dice los modos como este magisterio sirve a la palabra de Dios: enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo… ¿Qué hace el magisterio con esta palabra de Dios, según la Constitución? Veamos: pie audit, sancte custodit et fideliter exponit, es decir, tres cosas; primero la oye con piedad, y habría que ver cuáles son los modos como el magisterio muestra que en verdad escucha esa palabra de Dios en la Iglesia; segundo: la guarda con exactitud, dice el texto sancte, es decir santamente. El Magisterio no tiene la función de guardar este tesoro como si fuera una pieza arqueológica, una pieza de museo, eso de nada serviría; tercero, la expone con fidelidad, aquí el adverbio fideliter, sugiere que el interés primario del Magisterio es la fidelidad al depósito originario de la fe. Sugiero una lectura pausada y meditada del número 10 de este bellísimo documento, la Constitución Dei Verbum.

Así pues, «la reflexión sobre la Sagrada Escritura se realiza en relación con la Tradición y con el Magisterio. En esta reflexión se invita a un conocimiento y estudio profundo de la Sagrada Escritura», por eso dice en el número 25, citando a San Jerónimo: el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo. «Se exhorta a conocerla y estudiarla como corresponde, es decir en el marco de la Revelación, en unidad con la Tradición, en dócil apertura al Espíritu, inspirador de la Sagrada Escritura, y destacando la necesidad de atender al Magisterio de la Iglesia».

Otro tema central en la Dei Verbum es la auténtica interpretación católica de la Escritura. Para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe [el intérprete] estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras” (DV, 12). Por eso, la Constitución afirma que se deben tener en cuenta, entre otras cosas, “los géneros literarios, las condiciones del tiempo y cultura del autor, los modos de pensar, de expresar, de narrar usados

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en tiempo del escritor…” Así, para esta cuestión de la interpretación, la Dei Verbum da seguidamente un principio fundamental, y complementario del anterior, “para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado”: “La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita” (DV, 12). Pero ¿cómo hacerle para leer e interpretar la Sagrada Escritura con el mismo Espíritu con el que fue escrita? Se nos proponen tres criterios:

- En primer lugar, tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura. - En segundo lugar, la Constitución indica que hay que leer la Sagrada Escritura en “la Tradición viva de toda la Iglesia”. Este principio está vinculado con lo ya dicho acerca de las relaciones entre la Escritura, la Tradición y el Magisterio. En este caso, la Escritura no puede subsistir sin la Tradición y el Magisterio.

- Y finalmente, en tercer lugar, se invita a estar siempre atento a la “analogía de la fe”. “Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación”. Es decir, la interrelación de las enseñanzas de la fe de la Iglesia.

En resumen, al leer e interpretar un texto de la Sagrada Escritura es indispensable que siempre se le considere en relación a la unidad de la Escritura entera, en la Tradición y en la cohesión de las verdades de la fe, y en atención al Magisterio. Esta perspectiva integral es esencial para una recta aproximación a la Biblia.

Finalmente, unas palabras de René Latourelle sobre este documento: «Tras el período de pánico, de freno y de estancamiento que representa la crisis modernista, la constitución Dei Verbum del Vaticano II se parece a una brisa de aire puro, que llega de lejos y disipa la oscuridad. El paso a una concepción personalista, histórica y cristocéntrica de la revelación constituye una especie de revolución copernicana frente a la concepción extrinsecista, atemporal, nocional que había prevalecido hasta mediados del siglo xx».

FUENTES: Isidro Pérez López, El vaticano II y la Palabra de Dios al hilo de la Constitución Dei Verbum (artículo en internet)Augusto Vargas Alzamora, La Revelación Divina. Apuntes sobre la Constitución dogmática Dei Verbum.R. Fisichella, Dei Verbum, en Diccionario de Teología Fundamental, Ed. Paulinas, 1992, págs. 272 ss.