La Consideración Cientifica y Metafísica de La Vida en Bergson.

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Fabián García Gómez Problemas de metafísica y ontología VII Bergson: Filosofía y el élan vital VS la consideración inteligente y científica de la vida. La vida, lo propio de la vida y los senderos a trazar para acceder a ella son el interés de este ensayo. La cuestión aquí es si el ejercicio de la ciencia, como fruto del intelecto en su desarrollo, es la adecuada para acercarse a la vida, para adentrarse en el núcleo mismo de lo viviente y penetrar en el aliento vital o si es posible tender otro puente hacia el mismo impulso vital. La inteligencia desde su génesis colocó al hombre en una situación bastante específica pues es a partir de ella que el hombre adquiere un cierto dominio sobre la materia. Lo propio de la inteligencia es incidir y operar en la materia, pensar a la materia, dirigirse hacia lo inerte. Para ello requiere ser una facultad fabricadora que permita sea efectivo ese operar y dirigirse a la materialidad misma, una facultad destinada para la acción, la división y la exteriorización, aspira a que la materia obre sobre la materia y su modo de recogerla es haciendo uso de lo universal, del concepto: “Actuar y saber actuar, entrar en contacto con la realidad e incluso vivirla, pero solamente en la medida en que ella interesa la labor que se cumple y el surco que se cava, he aquí la función de la inteligencia humana.” 1 ; “La inteligencia (…) es la facultad de fabricar objetos artificiales, en especial herramientas para hacer herramientas y de variar indefinidamente su fabricación.” 2 Pero habrá que dar cuenta que en la historia de la vida y en el desarrollo de su expansión (no de la materia, ya que ella no tiene historia), en su concreción material en seres vivientes y sus correspondientes divisiones de la animalidad y la vegetalidad, y sucedáneamente la división del hombre de su carácter de repetición, de especie, hasta por una diferencia de naturaleza constituirse en un ser condenado al intelecto, la inteligencia dimana del impulso vital para convertirse en un problema para la vida misma ya que corrompe la inmovilidad misma propia de la animalidad para acceder a la decreación, la materia por un movimiento inverso pero a un mismo tiempo continuar con el movimiento vital. Aunque lo propio de la inteligencia es ese movimiento inverso por el cual se engendran y avanzan juntas tanto la intelectualidad como la materialidad misma, la inteligencia sobrepasa a la materia misma, la divide por este exceso y por su carácter de exterioridad y gracias a este sobrepasar la domina puesto que va hacia el espacio mismo. La inteligencia en su movimiento es un

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Bergson:

Filosofía y el élan vital VS la consideración inteligente y científica de la vida.

La vida, lo propio de la vida y los senderos a trazar para acceder a ella son el interés de este

ensayo. La cuestión aquí es si el ejercicio de la ciencia, como fruto del intelecto en su

desarrollo, es la adecuada para acercarse a la vida, para adentrarse en el núcleo mismo de lo

viviente y penetrar en el aliento vital o si es posible tender otro puente hacia el mismo

impulso vital. La inteligencia desde su génesis colocó al hombre en una situación bastante

específica pues es a partir de ella que el hombre adquiere un cierto dominio sobre la

materia. Lo propio de la inteligencia es incidir y operar en la materia, pensar a la materia,

dirigirse hacia lo inerte. Para ello requiere ser una facultad fabricadora que permita sea

efectivo ese operar y dirigirse a la materialidad misma, una facultad destinada para la

acción, la división y la exteriorización, aspira a que la materia obre sobre la materia y su

modo de recogerla es haciendo uso de lo universal, del concepto: “Actuar y saber actuar,

entrar en contacto con la realidad e incluso vivirla, pero solamente en la medida en que ella

interesa la labor que se cumple y el surco que se cava, he aquí la función de la inteligencia

humana.”1; “La inteligencia (…) es la facultad de fabricar objetos artificiales, en especial

herramientas para hacer herramientas y de variar indefinidamente su fabricación.”2 Pero

habrá que dar cuenta que en la historia de la vida y en el desarrollo de su expansión (no de

la materia, ya que ella no tiene historia), en su concreción material en seres vivientes y sus

correspondientes divisiones de la animalidad y la vegetalidad, y sucedáneamente la

división del hombre de su carácter de repetición, de especie, hasta por una diferencia de

naturaleza constituirse en un ser condenado al intelecto, la inteligencia dimana del impulso

vital para convertirse en un problema para la vida misma ya que corrompe la inmovilidad

misma propia de la animalidad para acceder a la decreación, la materia por un movimiento

inverso pero a un mismo tiempo continuar con el movimiento vital. Aunque lo propio de la

inteligencia es ese movimiento inverso por el cual se engendran y avanzan juntas tanto la

intelectualidad como la materialidad misma, la inteligencia sobrepasa a la materia misma,

la divide por este exceso y por su carácter de exterioridad y gracias a este sobrepasar la

domina puesto que va hacia el espacio mismo. La inteligencia en su movimiento es un

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tenderse hacia el espacio, actuar y fabricar en el espacio y no hacia el tiempo, la duración.

¿Qué es lo que sucede pues en la duración o con el tiempo? ¿Qué eventos o elementos

considera Bergson propios de la duración? Hechas estas preguntas se debe hacer notar que

tanto la duración como la vida mantienen un vínculo mucho más próximo que el que puede

tener la inteligencia con respecto a la vida de la cual nace: lo propio de vivir es durar.

El ser de las cosas es ser temporalidad, vivir es durar y como la inteligencia tiende al

espacio la intuición tiende hacia la duración misma. La duración es una continuidad

indivisible de cambio. Durar es prolongar en el presente el pasado, es memoria. La

inteligencia creada en la vida para incidir en el flujo de la materia y para la fabricación no

puede comprender en su movimiento hacia el espacio a la vida misma:”la intuición a

primera vista parece preferible a la inteligencia puesto que la vida y la conciencia

permanecen en ella interiores a sí mismas.”3 De esto puede comprenderse que la intuición

en tanto que interioridad y duración parece ser la manera precisa de acceder a la vida

misma. Duración es creación, comprensión del aliento vital en sus estallidos, sus

divergencias y en su movimiento sin fin, es retorno a la vida misma a sí, retorno que la

inteligencia nacida de la vida parece no realizar. La inteligencia tiene ojos para la

exterioridad, su tendencia es una tendencia a la geometría; pero la inteligencia regresando a

sí misma y sobre la vida que la engendra se comprende como una reflexión interiorizada

como un penetrar en el impulso creador. Intuición e Inteligencia no son comprendidas

como facultades enteramente diferenciadas, como antípodas en las cuales únicamente es

posible hallar tensiones y contradicción, ambas son determinaciones de la conciencia de

origen común. La intuición se posibilita por un movimiento de interiorización de la

inteligencia, de comprenderse nuevamente en la totalidad de la vida. La intuición es pues

un retorno a la duración, al sí mismo. El yo, en cuanto intuición, retorna a sí, a la vida

misma como interioridad, a la duración que no es como la materia enteramente presenta

sino pasado prolongándose y coexistiendo en y con el presente. La intuición conduce a la

vida misma al núcleo vital de las cosas, a la vida del yo en tanto que es un ir hacia la

interioridad absorbiendo y pasando sobre el intelecto. “…al interior mismo de la vida nos

conduciría la intuición, es decir el instinto que viene a ser desinteresado, consciente de sí

mismo, capaz de reflexionar sobre su objeto…” 4

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Ahora bien una vez definidas la intuición y la inteligencia, es pertinente hablar de la

filosofía y la ciencia misma, puesto que tanto la intuición dirigida a la duración y a la vida

como el intelecto que es un ir hacia el espacio y la materia se manifiestan en una y otra, a

saber, la inteligencia en la ciencia y la filosofía en la intuición.

La inteligencia en su movimiento inverso hacia lo exterior y en su dominio de la materia

llega a manifestarse en ejercicio y saber científico. La ciencia para su realización requiere

del concepto, es decir de una figura liberada de las impurezas de la diferencia que serían

más propias a las imágenes de la intuición, para su desarrollo y desenvolvimiento, puesto

que la inteligencia recoge a la materia dividida con conceptos. La cosas y el corazón mismo

de la realidad no puede ser aprehendida por la inteligencia, ya que esta como órgano

conceptual sólo puede verse reducida no al interior a las cosas sino a su exterioridad y sus

relaciones. Y la ciencia como manifestación del intelecto no puede moverse con mayor

comodidad que en el espacio y la materia puesto que la inteligencia siempre es un conocer e

incidir fuera en lo inerte y discontinuo no en lo vital y continuo. La ciencia es cálculo y

previsión por ello es un fuera de la vida pese a que su órgano, el intelecto, siga empapado

de las aguas que lo vieron nacer; y es por este cálculo y previsión que el hombre actúa para

su vida, para procurarla, puesto que la ciencia no se desarrolla sólo por el conocimiento

sino para fabricar y actuar. La inteligencia y la ciencia a pesar de intentar penetrar en la

vida sólo pueden hacerlo por la discontinuidad, lo suyo es un moverse en lo discontinuo. En

cambio la intuición si implica a la continuidad, a la duración. Y es aquí donde la filosofía

hace su aparición, puesto que lo propio de la filosofía es un retornar al todo de la vida, un

dirigirse a la duración y al núcleo mismo de las cosas: “Desde este océano de vida en que

nos hallamos inmersos, aspiramos sin cesar a algo, y sentimos que nuestro ser, o por lo

menos la inteligencia que lo guía, se ha formado ahí por una especie de solidificación local.

La filosofía no puede ser sino un esfuerzo por fundirse de nuevo en el todo. La inteligencia

que se resorbe en su principio, revivirá así al revés su propia génesis”.5

La filosofía es simpatía cosa que en la ciencia no es vista puesto que ella es ante todo

dominio; posee rasgos que no pueden expresarse en el quehacer de la ciencia puesto que su

despliegue siempre es espacial, penetra en la realidad y su dirección es siempre hacia lo

interno, hacia la duración y el aliento de la vida. Pero no es instinto como el lado extremo

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de esta duración, como un dirigirse ciego. El sitio preferente para el despliegue de la

intuición es lo interno de la conciencia, el retorno al sí mismo del yo donde la inteligencia

se repliega hacia su origen y se libera de la actividad y de su movimiento hacia afuera para

encontrarse prolongándose en la duración. Pero el filósofo no renuncia enteramente a los

conceptos sólo los volatiliza, le desprende de su materialidad discontinua. Produce, crea

conceptos continuos y flexibles como la vida misma y hace uso de imágenes para dar

cuenta del corazón y la esencia del élan vital. La filosofía es una actitud propiamente que

enarbola como bandera a la intuición, a la vitalidad con sus fuerzas y frescuras y que

siempre se constituye en la duración; penetra en la realidad y ofrece la esencia del aliento

de la vida; es el uso de la intuición como método dirigido para y hacia las profundidades de

la vida y con ello sobrepasar al intelecto y al hombre mismo. La filosofía de esta manera,

en su movimiento dirigido al todo de la vida hace del hombre algo que supera al mismo

hombre, lo diviniza. Dicho todo esto, se me presenta la siguiente cuestión ¿Qué relación

mantienen tanto la materia como la vida, lo propio el intelecto y de la intuición? La vida en

su movimiento es un brotar indefinido, un crear incesante, un quererse a sí misma, mas en

este movimiento del torrente, la vida se encuentra con la materia misma. Materia y vida,

dos flujos indivisos que resultan antagónicos pero que pese a tal diferencia mantienen

contactos y cortejos: ello lo demuestra la historia misma de la vida. La vida es duración,

continuidad y tiene historia mientras que la materia es discontinuidad, no es duración ni

tiene historia, es lo inerte, repetible, necesario y espaciable. Y sin embargo ambos cumplen

un ritual de tactos y contactos de la cual dimana la materia viviente, la vida le otorga

indeterminación y libertad a lo determinado y aprovecha la materialidad sacando partido de

sus contradicciones y obteniendo de ella los elementos característicos para la creación. La

vida, en su estallido se enfrenta con la materia misma la cual le arrebata su fuerza

primigenia pero a cambio de suscitarse la duración creadora. En este sentido vida y muerte

no pueden verse como polos totalmente opuestos cuyo contacto sea posible por un

movimiento dialéctico: vida y materia mantienen una unidad secreta. La materia hace que

la vida al perder su fuerza torrencial se vuelva en un discurrir divergente, mas esta

divergencia al ser la vida tendencia y la materia dispersión hace que la dispersión misma

este circunscrita en el mismo aliento vital así como la materia tiene inscrita a la duración.

El vínculo de la vida y la materia son también los vínculos de la actualidad y la virtualidad,

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de la memoria y el presente. La vida es pura virtualidad, tendencia siempre a algo que por

gracia de la materia logra su concreción, su espacialización. La materia es la exteriorización

y actualización de todo ese potencial y esa tendencia característica del élan vital. Vida y

materia, movimientos inversos cuyos cruces y cortejos hacen dimanar, ejecutar y posibilitar

la materia viviente y cuyo vinculo secreto es el de la coexistencia. Dicho todo me es posible

realizar la pregunta misma que sugiere el título del presente ensayo sobre cuál es la

consideración científica de la vida y si esta consideración es la apropiada para decir algo

sobre el élan vital.

Todo movimiento positivo es ya un movimiento obra de la inteligencia dirigido a la materia

y la espacialidad. En este caso cuando se trata de tomar a la vida como objeto del quehacer

positivo, dicho movimiento se bifurca en tanto puede orientarse ya sea a la materia inerte o

a la materia viva. De esto puede hacerse mención de dos formas de expresarse el

movimiento positivo dirigido a la vida: mecanicismo y finalismo. El mecanicismo intenta

construir a la vida con la materia mientras el finalismo piensa a la vida como algo acuerdo

ya a un plan o programa. El mecanicismo declara que toda nueva producción de seres

vivientes suscitada por el contacto de la materia con la vida siempre es previsible en tanto

se conozca las líneas de desarrollo de las criaturas vivientes y los elementos que posibilitan

la variación tales como la lucha por la supervivencia, la adaptación, etc. Se dice que las

producciones de seres vivos se suscitan entonces a partir de todos estos elementos, de las

relaciones mismas y que el conocimiento total tanto de estos elementos y condiciones como

del desarrollo mismo nos iluminará en torno a las nuevas manifestaciones y actualizaciones

de la vida. El finalismo por su parte declararía que todos los seres organizados cumplen

con una especie de plan o programa y que entonces lo que el personaje positivo que incide

en la materia viva tendría que hacer es conocer dicho programa para poder prever toda

posible manifestación y concretización de la vida, puesto que todas las criaturas vivas

tienen esta finalidad interna y están sujetadas a las pautas de dicho programa, su realización

de dichas criaturas entonces puede ser completamente calculada con tan sólo atender al

plan. Lo que uno debe notar en estos planteamientos considerados por el movimiento

positivo es que no tratan realmente a la vida, sino fuera de ella en tanto que operan desde la

exterioridad, esto es, fuera de la vida misma. Tales planteamientos como parte de ese

discurrir positivo sólo se reducen a las relaciones tendidas desde la exterioridad, a

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considerar a los seres vivientes en tanto que son concretizaciones y actualizaciones de la

materialidad en contacto con la vida, todas las operaciones y cálculos ejecutados en torno a

ellos con los marcos edl intelecto no pueden salir del espacio y no pueden decir algo que no

sea meramente espacial. La vida desborda al intelecto, está más allá de sus actualizaciones

materiales: el intelecto ni ninguno de sus movimientos de corte positivo puede aprehender

por completo el aliento vital puesto que explican a la vida desde el exterior y desde la

materia organizada, no desde la vida misma como duración. La vida es inaprehensible si

hay un uso exclusivo de los conceptos de la inteligencia, pues los conceptos lo único que

pueden aprehender es materia, sea materia organizada o no organizada es lo de menos, pues

lo aprehendido por el concepto no deja de ser materia. He allí el poder y la ventaja de la

intuición para decir algo sobre el torrente vital y la desventaja del intelecto, pues el

intelecto siempre hablará de la vida en tanto considera también a la materia mientras que

ella, la intuición, no hablará de la vida desde sus concreciones, sino que puede hablar de las

concreciones desde la vida misma. En pocas palabras, el movimiento positivo no puede

dejar de tratar a la vida a partir de lo que no es vida, y dirá algo de ella siempre y cuando

considere a lo inerte, a lo muerto. Todo labio que intente proferir algo sobre la esencia de la

vida mientras la materia ocupe el papel dominante (y de dominado) nunca dirá realmente

algo esencial sobre el élan vital, siempre será insuficiente a menos que haga a la

inteligencia salirse de sí, retornar a su origen y abrirle camino a la intuición para poder

vivir, es decir durar. La vida es intuible no intelectual. La materia no es duración,

prolongación de un pasado indestructible en el presente, sino puro presente y repetición,

pura extensión. Pero ello no nos permite despreciar a la materia organizada para dar cuenta

de la vida, antes bien, debe ser considerada como una manifestación organizada por el

movimiento vital y a la cual la vida misma le otorgo duración; debe ser tomada como una

de las maneras en que podemos hacer notar a la vida desde la exterioridad. El mecanicismo

confunde la vida con sus manifestaciones e indicios lo mismo que el finalismo puesto que

su mirada siempre va dirigida fuera de la vida, desde las capas exteriores donde deja sus

señas. “Ahora bien, cuando la inteligencia aborda el estudio de la vida, necesariamente trata

lo viviente como lo inerte (…) Y tiene razón para hacerlo pues solamente bajo esta

condición lo viviente ofrecerá el mismo asidero que la materia inerte. Pero la verdad en la

que se desemboca este modo deviene completamente relativa a nuestra facultad de actuar.

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No es más que una vera simbólica.”6 Ahora bien, si con los marcos de la inteligencia y los

movimientos positivos sólo podemos obtener nociones de la manifestación de la vida pero

no de la vida misma, es preciso y necesario señalar de que manera y que puente nos permite

acceder a la esencia del movimiento vital. La vida se asemeja, fuera de la inteligencia, a

nuestra interioridad, lo propio de ella es durar. El aliento no es sino pura continuidad y

creación, pura duración creadora. Y qué mejor que la filosofía como acceso a la esencia de

la vida misma, en tanto que lo propio de ella es la intuición, el penetrar en el corazón de las

cosas y dar cuenta de su duración como la del universo. La intuición filosófica se suscitaría

entonces en el replegamiento de la inteligencia, de un movimiento que va de afuera hacia

adentro. La intuición filosófica, como un instinto desinteresado pero consciente de la

duración y del acceso mismo en el interior de las cosas. En ella se hace notar con nuestra

conciencia a la vida como una muchedumbre enorme de recuerdos y virtualidades, siempre

en tendencia a su actualización en el contacto y resistencia con la materia así como de sus

divergencias, y su estallido incesante, su continuidad y duración creadora, de su

movimiento como algo no hecho sino siempre siendo, así como su historia. La filosofía

pues se instala en la corriente misma, en la duración y el movimiento de la vida así como su

cualidad (no la cantidad que es propia de lo exterior), y de esta manera la intuición

filosófica ofrece el acceso y la posibilidad de superar a lo humano como el condenado al

movimiento de la inteligencia.

“Si la ciencia debe extender nuestra acción sobre las cosas, y si nosotros no podemos actuar

más que con la materia inerte por instrumento, la ciencia puede y debe continuar tratando lo

viviente como trataba lo inerte. Pero estará claro que cuanto más se hunda en las

profundidades de la vida, más simbólico, más relativo a las contingencias de la acción se

volverá el conocimiento que nos proporciona. Sobre este nuevo terreno la filosofía deberá

proseguir a la ciencia, para superponer a la verdad científica un conocimiento de otro orden

que podemos llamar metafísico. Desde entonces todo nuestro conocimiento, científico o

metafísico, se eleva. En lo absoluto somos, circulamos y vivimos. El conocimiento que

tenemos de él es incompleto, sin duda, pero no exterior o relativo. Es el ser mismo, lo que

alcanzamos por el desarrollo combinado y progresivo de la ciencia y de la filosofía.”7

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1 Bergson H. La evolución creadora

2 Bergson H. La evolución creadora

3 Bergson H. La evolución creadora

4 Bergson H. La evolución creadora

5 Bergson H. La evolución creadora

6 Bergson H. La evolución creadora

7 Bergson H. La evolución creadora

Bergson H. La evolución creadora. Editorial Cactus, 2007. Buenos Aires.