La confesión de la reina

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"En este mundo, la verdadera felicidad slo se alcanza en un matrimonio feliz Puedo decir esto por experiencia propia. Y todo depende de la mujer, que sea dulce, alegre, solcita...De la Emperatriz de Austria a su hija Mara Antonieta, Reina de Francia.

Se ha dicho que nac con la "visin de un trono y de un verdugo francs" sobre mi cuna; pero esto fue mucho despus, y es costumbre recordar las seales profticas cuando el tiempo ha revelado el curso de los acontecimientos. Mi nacimiento caus pocas molestias a mi madre. Ocurri cuando estaba a punto de empezar la Guerra de los Siete Aos y casi inmediatamente despus de yo nacer volvi a consagrarse a los asuntos de estado, por lo que puedo asegurar que apenas se ocup de m. Estaba acostumbrada a tener hijos: yo era el decimoquinto, y me pusieron de nombre Mara Antonia. En familia todos me llamaban Antonia, y hasta mucho ms tarde, cuando decidieron enviarme a Francia, no me llamaron Mara Antonieta. Mi madre, claro est, haba deseado un hijo varn, aunque ya tena cuatro, porque todos los reyes desean varones. Le quedaban seis hijas, pues cuatro haban muerto antes de que yo naciese. Ya, antes de mi nacimiento, mi madre haba decidido que los padrinos de mi bautizo seran el rey y la reina de Portugal. Esto se considerara luego un mal presagio, porque el mismo da de mi nacimiento asol la ciudad de Lisboa un terremoto en el que hallaron la muerte 40.000 personas. Mucho despus se dijo que todos los nios nacidos aquel da tendran mala fortuna. Sin embargo, pocas princesas haban vivido una infancia tan feliz como la ma. Cuando jugbamos mi hermana Carolina y yo en los soleados jardines del palacio de Schnbrunn, ni por un instante pensbamos en el futuro. Era, no obstante, inevitable que nuestra infancia terminase prematuramente y que nosotras, archiduquesas de Austria, fusemos enviadas a pases lejanos a casar con extranjeros, mientras nuestros hermanos traan a sus esposas a Viena. Pero nunca hablbamos de esto durante aquellos veranos de Schnbrunn, ni durante los inviernos en el Hofburg de Viena. ramos nios, felices y despreocupados. Tenamos lecciones, por supuesto, pero sabamos manejar a la condesa Von Brandeiss, Aja, como la llambamos nosotras. Aunque aparentemente severa, nos quera con locura. Recuerdo una vez que estaba yo sentada en el cuarto de estudio intentando copiar su escritura. Emborronaba la pgina y no era capaz de que los renglones me salieran derechos. Aja chasc la lengua expresivamente y afirm que nunca aprendera. Le ech los brazos al cuello y le dije que la quera mucho. Ella entonces escribi mis ejercicios a lpiz con trazo fino y yo los repas a pluma por encima. Al final pareci que haba hecho mi ejercicio bastante aceptable.

Qu bien recuerdo el fro del Hofburg en invierno! Las ventanas tenan que estar abiertas de par en par, porque mi madre crea que el aire fresco sentaba bien a todo el mundo. Me daba lstima de la peluquera que tena que peinar a mi madre, a las cinco de la maana, en su fra habitacin. En cierta ocasin le pregunt pues sola ser amable con los servidores si no lamentaba algunas veces que le hubieran encomendado aquella tarea. Oh! respondi, es una esclavitud maravillosa. Tal era la actitud de todo el mundo hacia mi madre. Todos tenamos que obedecerla, pero pareca justo y natural que as fuese. Era la hija de Carlos VI, que no haba tenido descendiente varn, y aunque nuestro padre ostentaba el ttulo de emperador, ocupaba el segundo lugar. Cunto quera yo a mi padre! Era alegre y despreocupado, como yo. Cuando a los nios nos llamaban a presencia de mi madre, nos mostrbamos sumisos, tanto que casi no parecamos nosotros mismos; ni siquiera Jos, que tena catorce aos ms que yo y un da sera emperador. De hecho, cuando no estaba en presencia de mi madre, se le trataba como si ya lo fuera. En cierta ocasin se le antoj dar un paseo en trineo fuera de temporada, y sus criados acarrearon nieve de las montaas para que l pudiera satisfacer su deseo. Nuestra madre le reprenda a veces por "su indomable deseo de hacer su voluntad". Ahora, en la soledad de mi prisin, comprendo a mi familia mucho mejor que entonces. Como cuando nos alejamos para contemplar un cuadro. Todo adquiere sus justas proporciones. Veo a mi madre, no como una mujer severa a quien tema demasiado para poder quererla, sino como una madre discreta y sagaz, constantemente preocupada por m. Cunto debi sufrir cuando yo vine a mi nueva patria! Pues era como un nio- que anda sobre la cuerda, floja, sin comprender el peligro que corre; pero ella, aun estando tan lejos, se daba perfecta cuenta. Y en cuanto a mi padre, cmo puede esperarse que un hombre viva feliz dominado por una mujer as? Ahora s que no le fue fiel y que esto la hiri profundamente. Sin embargo, nunca le dio lo que l quera: un poco de su poder. Recordando el pasado, veo los dramas que se desarrollaban a mi alrededor mientras yo viva despreocupada, jugando con mis perros predilectos. Tena siete aos cuando se cas mi hermano Jos. En una ocasin le haba odo decir: "Temo ms al matrimonio que a una batalla". Esto me sorprendi, pues no crea que el matrimonio fuese nada temible. Su esposa, Isabel, era la criatura ms adorable que habamos conocido. Muy inteligente lo que no ramos ninguna de nosotras, pero tambin melanclica. La nica vez que la vi rer fue con nuestra hermana Mara Cristina. Lstima que no fuese Jos el elegido de su corazn, porque l estaba profundamente enamorado de ella. Qu horrible tragedia el matrimonio de

Jos! Tuvieron dos hijos, pero ambos murieron, e Isabel slo hablaba de la muerte y del anhelo con que la esperaba. Filialmente muri, como era su deseo, tan slo a los dos aos de estar en Viena. El pobre Jos qued con el corazn destrozado, pero como era el primognito tena que volverse a casar. Se enoj tanto cuando nuestra madre y el prncipe Wenzel Antn Von Kaunitz, su principal asesor, escogieron para l una nueva esposa que al llegar Josefa a Viena casi no le dirigi la palabra. Josefa era pequea y gorda, tena los dientes negros y desiguales, y manchas rojas en la cara. Mi hermano mand construir un muro en la terraza donde daban sus respectivas habitaciones para no encontrarse con ella jams en aquel lugar. Tena yo diez aos cuando cierto da vino un paje al cuarto de estudio a decirme que mi padre quera despedirse de m. Iba a Innsbruck, a la boda de mi hermano Leopoldo; mi madre, en cambio, no poda salir de Viena, donde la retenan asuntos de estado. Segu al criado. Mi padre me aguardaba montado en su caballo. Me levant y me sostuvo junto a s con tal fuerza que me hizo dao. Despus afloj el abrazo. Me mir con lgrimas en los ojos y me pas la mano por el cabello. Luego, bruscamente, hizo sea a un criado y me puso en sus brazos. Dirigindose a los amigos que le rodeaban, dijo con voz temblorosa: Caballeros, Dios sabe cunto deseaba besar a esta criatura. No le volv a ver ms. En Innsbruck, cuando se hallaba en la pera, sufri un ataque y muri en brazos de Leopoldo. Ms tarde, naturalmente, se dijo que haba tenido un terrible presentimiento de mi futuro, y que tal haba sido la razn de que enviara a buscarme de aquella manera desacostumbrada. Durante varias semanas me sent desconsolada, pero pronto se me pas, y al poco tiempo era como si .nunca hubiera conocido a nuestro padre. Mi madre, sin embargo, se entreg a un dolor tan profundo que los mdicos tuvieron que abrirle una vena para aliviarla de su terrible emocin. Se cort el pelo, del que siempre se haba sentido orgullosa, y desde entonces llev ropas oscuras de viuda que le daban un aspecto an ms severo. Despus de la muerte de mi padre, sola sorprender la atencin de mi madre fija en m. Esto me inquietaba, pero pronto descubr que era capaz de enternecerla, como a mi querida Aja, aunque no tan fcilmente. Poco despus comenc a or hablar de la "boda francesa". Haba una constante correspondencia entre el prncipe Von Kaunitz y nuestro embajador en Francia. Kaunitz era el Hombre ms importante de la corte. Antes de convertirse en primer consejero de mi madre, haba sido embajador de Austria en Versalles. Trab all gran amistad con Madame de Pompadour, lo que significaba que era bien recibido por el rey.

Durante su estancia en Pars, concibi la idea de una alianza entre las casas de Habsburgo y de Borbn. El delfn hijo primognito del rey, que ya empezaba a envejecer haba fallecido, y el nuevo delfn, hijo de aqul, era aproximadamente un ao mayor que yo. Su larga estancia en Francia haba dado a Kaunitz el porte y las costumbres de un francs. Se suavizaba el cutis con yemas de huevo y sola limpiarse los dientes en la mesa con una esponja y un raspador. Para dar a su peluca una blancura irreprochable, pasaba entre hileras de criados que se la empolvaban con fuelle. No sospechaba yo que, mientras nos burlbamos de l, estaba decidiendo mi futuro. La pobre y desventurada Josefa, segunda esposa de Jos, muri de viruela, y nuestra hermana Mara Josefa tambin muri del mismo mal. Iba a casarse con el rey de Npoles. Mi madre haba decidido que era necesaria una alianza con Npoles; as pues, Carolina tuvo que ir en su lugar. Mi hermana, que senta las cosas ms intensamente que yo, vio su corazn destrozado. Carolina tena quince aos y yo doce. Mi madre decidi prepararme para el traslado a Francia. Anunci que ya no haba que llamarme Antonia, sino Antonieta, o Mara Antonieta. La vida muelle haba terminado. Me vigilaban, se hablaba de m. Mi madre y sus ministros empezaron a presentarme como a una persona muy diferente de lo que era. Siempre haba sido atolondrada y alegre, incapaz de concentrarme en nada; quera rer y charlar, y jugar todo el tiempo. Pero empec a or afirmaciones sobre mi bondad e inteligencia que me dejaron atnita. Cuando Carolina parti para Npoles, estaba plida y callada: Pronto sus temores se vieron plenamente confirmados. Era muy desdichada en Npoles. Escribi a la condesa Von Lerchenfeld:Se sufre un martirio, tanto ms penoso porque uno tiene que aparentar ser feliz. Cunto compadezco a Antonieta, que va a tener que enfrentarse con esto. De no haber sido por mi religin, me hubiese quitado la vida...

La condesa no haba querido ensearme estas lneas, y cuando las le, dese no haberlo hecho. Pero en pocas horas las olvid, quiz porque mi madre vino a la sala de estudio para comprobar mis progresos y se horroriz al ver lo poco que saba. Mi escritura era desaliada. En cuanto al francs, mi caso pareca desesperado. Mi madre me atrajo hacia s y me explic la posibilidad de que se me hiciese un gran honor. Si el plan que Kaunitz en Viena y el duque de Choiseul en Francia intentaban llevar a cabo tena xito, sera la cosa ms maravillosa del mundo. Me dijo que Choiseul era un brillante hombre de estado, consejero del rey y, lo ms importante de todo, un buen amigo de Austria. Qu iba a decir si se enteraba de mi total ignorancia? Esto me abati de

momento, pero luego no pude reprimir una sonrisa, pues no poda creer que yo fuera tan importante. Me habl de Versalles, el palacio ms hermoso de la tierra, y de la corte francesa, la ms elegante y cultivada. Era la joven ms afortunada del mundo, con la oportunidad que se me brindaba de ir all... Pero tienes que hablar bien el francs. El rey tiene un odo muy sensible para su idioma. Comprendes? S, mam. Antonieta, me escuchas? Oh, s, mam. Le dediqu mi mejor sonrisa para demostrarle que estaba escuchando con atencin todas sus palabras. Ella suspir. Una compaa francesa de teatro se halla actualmente en Viena. He ordenado que vengan dos cmicos y te enseen a hablar el francs de la corte, as como los modales y costumbres franceses. Cmicos! exclam extasiada, pensando en lo mucho que nos divertamos cuando mis hermanos y hermanas mayores representaban alguna funcin teatral. No estn aqu para jugar contigo, Antonieta dijo con severidad. Tienes que estudiar seriamente. Pero mis maestros actores nunca me obligaron a estudiar. Cuando hablaba en francs sonrean tiernamente y decan: "Encantador, encantador. No es francs, pero resulta encantador". Y todos nos echbamos a rer. Sin embargo, lo que ms me gustaba eran mis clases de danza. Aprenda los pasos con facilidad; si me equivocaba, me detena mi maestro, para exclamar al punto: No. Vamos a dejarlo as, porque resulta ms delicioso como vos lo hacis. Eran tan amables que pens que los franceses deban de ser las personas ms agradables de la tierra. Como se me prestaba la mayor atencin, pronto se supo en Ver- salles que reciba lecciones de cmicos ambulantes. Inconcebible! Choiseul hara que me enviasen inmediatamente un preceptor adecuado. Me entristec, pero en cuanto vi a mi nuevo preceptor, el abate Vermond, comprend que podra engatusarle como a mis institutrices. Aunque al abate le pasmaba mi ignorancia haca todo lo posible por agradarme. Los actores haban procedido as porque yo era una joven atractiva; el abate, porque algn da podra ser reina de Francia. Yo supe captar la diferencia. - El cambio de profesor no result, pues, tan penoso. La hora diaria con Vermond transcurra bastante agradablemente. Mucho ms tarde, mi amiga Madame Campan puso de relieve el dao que me hizo Vermond. Deban haberme obligado a estudiar todo el da, en caso necesario. Tena que haber aprendido un poco de historia de mi nueva patria; algo tambin acerca del pueblo francs y del descontento que empezaba a notarse en Francia.

Mi aspecto fsico era ahora objeto de constantes discusiones. Por qu razn?, me preguntaba yo. El embajador francs dijo de m que era "un sabroso bocado". Tena fino el cutis; mi cabello era abundante: unos decan que dorado, otros que bermejo, otros que rojo. Pero mi frente, demasiado alta quiz, causaba consternacin, y pronto lleg un peluquero de Pars. Decidi que si me haca un peinado alto, mi frente parecera baja en comparacin. Llevaba, pues, el cabello recogido hacia arriba, tan tirante que me dola, y para mantenerlo en su sitio me ponan pelo postizo de mi propio color. Aunque a disgusto, me vi obligada a llevarlo de este modo. El viejo barn Neuy dijo que cuando llegase a Versalles todas las damas se peinaran a la dauphine. Aquel comentario me inquiet. El gran cambio estaba ya cercano. Mi dentadura desigual era tambin motivo de preocupacin, , por lo que enviaron un dentista de Francia. Se pasaba las horas hurgndome los dientes, pero al fin desisti. Eran un poco prominentes, lo que daba a mi labio inferior cierto gesto "desdeoso". Pero bastaba una sonrisa aunque mostrara mi dentadura desigual para que desapareciese el desdn. Se acercaba la fecha de mi cumpleaos cumpla catorce, y mi madre decidi que presidiese una fiesta, a ver si era capaz de desenvolverme con soltura en ocasin semejante. Esto no me preocupaba demasiado; lo que no poda soportar eran las lecciones. Recib a los invitados con perfecta desenvoltura, y bail tal como me haban enseado. Mi madre me confi despus esta observacin de Kaunitz: La archiduquesa har buen papel a pesar de su puerilidad, con tal que nadie la eche a perder. Las palabras a las que mi madre dio nfasis fueron puerilidad y echar a perder. Ella insista en que deba hacerme mujer rpidamente, pues pronto llegara la hora de mi partida. Decidi que durmiera en su cuarto, a fin de tener ms ocasiones en que dedicarme su atencin. Esta perspectiva me horroriz mucho ms que la de tener que emprender una nueva vida en un nuevo pas. Slo ahora me doy cuenta de lo angustiada que estaba por m. Creo que entonces me convert en su hija favorita, porque era muy joven, ingenua, imposible de educar y vulnerable. Pero constantemente se preguntaba qu iba a ser de m. Esto lo comprend ms tarde, y doy gracias a Dios que no haya vivido lo suficiente para saberlo. Durante los ltimos meses que pas con ella tuve que escuchar largas peroratas instruyndome sobre mi comportamiento. Los franceses consideraban que todo el que no fuera francs era un brbaro. Tienes que comportarte como una francesa pues vas a ser la esposa del delfn y, a su debido tiempo, la reina. Pero no muestres impaciencia por serlo. Al rey, como es natural, no le agradara. Nada me decan sobre el delfn que haba de ser mi marido. Todo se le volva hablar del rey, del duque de Choiseul, del marqus de Durfort y de

nuestro embajador en Francia, el conde Florimond Mercy d'Argenteau, hombres importantes que tenan que ocuparse de m. Me haba convertido en un asunto de estado. Era todo tan incongruente que me daban ganas de rer. A principios de cada mes me dijo mi madre, enviar un mensajero a Pars. Prepara tus cartas de modo que puedan trarmelas sin demora. Destruye las mas. Esto me permitir escribirte con mayor libertad. Asent con gravedad. Antonieta, no prestas atencin a lo que te digo! era este un reproche que oa constantemente. Recita siempre tus oraciones al levantarte. No leas ningn libro sin permiso de tu confesor. No prestes odos a murmuraciones y no favorezcas a nadie en particular. As una y otra vez. Debes hacer esto. No debes hacer aquello. Saba que no podra recordarlo todo. Tendra que confiar en la buena suerte y en mi habilidad para paliar mis defectos con el don que siempre tuve para ganarme la indulgencia de los dems. Mi madre y Kaunitz se reunan con frecuencia para discutir las formalidades de la ceremonia de mi entrega. Debera verificarse en territorio francs o austraco? Los franceses pretendan que francs; los austracos que austraco. Kaunitz estaba inquieto. Hasta podra llegarse a desistir de la boda dijo. Es ridculo que cosas tan importantes dependan de detalles tan nimios. Durante los ltimos meses he pensado a menudo en aquellas diferencias y en cun distinta habra sido mi vida si los hombres de estado no hubiesen logrado sus propsitos. Pero al fin se lleg a un acuerdo. El marqus de Durfort s traslad a Francia para recibir instrucciones mientras se ampliaba su embajada precipitadamente. Tendra que acoger a mil quinientos invitados; sera una falta de etiqueta olvidar a alguien. Etiqueta! Una palabra que empec a or con insistencia. Nos llegaron noticias de qu el rey Luis haba ordenado construir un teatro de pera en Versalles, a fin de que la boda pudiera celebrarse all. No pude menos de manifestar mi alegra ante todo aquel ajetreo, y cuando Durfort regres a Viena y comenzaron las ceremonias oficiales, me pareci que todo era un juego maravilloso y que a m me haban elegido para el papel ms emocionante. El 17 de abril renunci solemnemente a mis derechos de sucesin al trono de Austria. Encontr la ceremonia pblica bastante aburrida, pero disfrut en el banquete y el baile que siguieron, pues cuando bailaba olvidaba todo lo que no fuese el placer de la danza. Al da siguiente el marqus de Durfort agasaj a la corte austraca en representacin del rey de Francia, y como naturalmente esta ocasin deba ser tan grandiosa como la de la vspera, si no lo era ms, alquil el palacio de Liechtenstein. El camino hasta el palacio resplandeca de rboles iluminados.

Estatuas de delfines el smbolo del delfn sostenan las lmparas. Era realmente cautivador. El da 19 se celebr la boda por poderes. Mi hermano Fernando represent al delfn. Nos arrodillamos ante el altar, y yo no dejaba de repetir para mis adentros Volo et ita promitto, a fin de decirlo bien cuando llegase el momento de pronunciarlo en alta voz. Despus de la ceremonia omos las salvas de los caones del Spitalplatz. Y luego... el banquete. Iba a abandonar mi hogar dos das ms tarde, y sbitamente me di cuenta de que quiz no volviese a ver a mi madre. Me llev a su habitacin y, una vez ms, me habl de todo lo que en mi nueva vida iba a encontrar..., excepto de mi marido. Pero en aquellos das casi no se hablaba del delfn. Pens que sera apuesto, naturalmente. Bailaramos y tendramos cros. Cunto anhelaba tenerlos! Nios chiquitines y rubios como el oro que me querran con delirio! Cuando fuese madre dejara de ser nia... Mi madre me ech un brazo sobre los hombros y me retuvo junto a s mientras escriba al rey de Francia. Admir la habilidad con que su rpida pluma rasgueaba el papel. Rogaba al rey que fuera "indulgente hacia cualquier accin irreflexiva de mi querida nia. Tiene buen corazn, pero es impulsiva y un poco rebelde..." Not que los ojos se me llenaban de lgrimas. Mi madre estaba preocupada porque me conoca, y conoca tambin el mundo adonde me llevaban. El rey haba mandado construir dos carrozas nuevas con el solo propsito de llevarme a Francia. Estaban forradas de satn y decoradas con pinturas de delicados colores, y ostentaban coronas de oro en el exterior. El 21 de abril parta para Francia. No quera separarme de mi madre. No cumplira los quince aos hasta noviembre y me senta muy joven y sin experiencia. Quera permanecer en casa algn tiempo ms, pero me esperaban las magnficas carrozas del rey. Adis, hija ma queridsima murmur mi madre. Te escribir a menudo. Ser como si estuviese contigo. No dejar de pensar en ti hasta que muera. Quireme siempre. Sub a la carroza con mi hermano Jos, que iba a acompaarme durante el primer da. Era ya emperador y comparta el gobierno con mi madre. Aunque era amable, encontr su pomposidad irritante. Me daba consejos que no quera escuchar; slo pensaba en mis perritos, que los criados me haban prometido cuidar. Jos intentaba convencerme de la importancia de mi matrimonio. Iba a tener un squito de ms de doscientas personas, incluyendo mis propios capellanes, doctores, relojeros, peluqueros y hasta boticarios, as como damas de compaa e innumerables criados. Pero me aburran estos detalles e intentaba por todos los medios contener mis deseos de llorar.

Jos me dej al da siguiente y no lo sent. La princesa de Paar ocup su lugar junto a m en la carroza, mientras atravesbamos la Selva Negra en direccin a la Abada de Schttern. All recib la visita del conde de Noailles, que deba conducirme a presencia del rey. Me pareci viejo y vanidoso y no estaba muy segura de que me agradara. Me sent muy triste aquella noche, la ltima que pasaba en mi tierra natal. Repentinamente me ech a llorar en brazos de la princesa de Paar, repitiendo una y otra vez: Nunca volver a ver a mi madre... Ese da haba recibido una carta suya. Deba de haberla escrito nada ms despedirse de m, y comprend que la haba escrito llorando. An acude hoy algn fragmento a mi memoria.Mi querida nia, ya ests donde te ha puesto la Providencia. Encontrars en el rey un abuelo afectuoso y al mismo tiempo un amigo. male y s obediente. No te hablo del delfn. Ya conoces mi sensibilidad sobre este tema. Una esposa debe someterse a su marido en todo y no debe tener otro fin que el de agradarle y cumplir su voluntad...

Le y rele aquella carta. Era tanto lo que iba a exigirse de m que no pude por menos de llorar, acordndome de mi madre.EN TIERRA de nadie, un arenal en medio del Rhin, haban levantado un edificio

para la ceremonia de la Remise. Entrara como archiduquesa de Austria y saldra convertida en delfina de Francia. Me condujeron a una antecmara donde mis doncellas me despojaron de todas mis ropas austracas. Me sent tan desgraciada, all desnuda delante de ellas, que tuve que pensar en la severidad de mi madre para no echarme a llorar. Puse la mano sobre un collar que haba llevado durante muchos aos, pero era austraco y por lo tanto tena que dejarlo! Temblaba de fro cuando me vistieron de nuevo, pero mis ropas francesas eran ms lujosas que todas las que haba tenido en Austria, y esto me levant los nimos. Despus me condujeron al Saln de Remise. En los tapices que decoraban las paredes se narraba la historia de Jasn y Medea. En vez de prestar atencin a la ceremonia, yo pensaba en los asesinados hijos de Jasn... Aos ms tarde o decir que el poeta Goethe haba visitado el saln antes de la ceremonia y haba dicho que aquellos tapices representaban escenas del "ms espantoso matrimonio que imaginarse pueda". La gente lo interpretara tambin como un mal presagio. Afortunadamente la ceremonia fue corta. Se pronunciaron unas breves palabras y me convert en francesa. Qued encomendada entonces al conde de Noailles, que me condujo a una antecmara en la parte francesa del edificio. All me present a su esposa, que comparta con l el deber de protegerme. Me senta sola y asustada, y sin pensarlo me arroj en sus brazos.

Al notar su reaccin levant los ojos hacia ella. Tena la cara surcada de arrugas y sus rasgos denotaban severidad. Suave pero resueltamente se apart y dijo: Ruego a Madame la Dauphine me permita presentarle a su camarera mayor, la duquesa de Villars. Me sent afligida, pero aceptando el hecho de que poda esperar poco consuelo de Madame de Noailles me dirig a la duquesa y observ que tambin era vieja, fra y distante. Las damas de honor de Madame la Dauphine. Ante m pude ver a otras cuatro severas y ancianas seoras. Agradec sus salutaciones framente. Desde la isla, nuestro brillante cortejo se encamin a Estrasburgo. En la catedral me recibi el cardenal de Rohan, un anciano caballero que andaba como si le atormentase la gota. Despus se celebr un gran banquete, seguido de una representacin teatral. A la maana siguiente o misa en la catedral. El viejo cardenal estaba indispuesto y en su lugar oficiaba el prncipe Luis de Rohan,. sobrino suyo y obispo coadjutor de la dicesis. Era un joven atractivo y tena una de las voces ms hermosas que haba odo en mi vida. Su manera de mirarme me turbaba, aunque sus palabras eran precisamente las que mi madre haba deseado que escuchara. Dijo que yo sera la imagen viviente de mi querida y admirada madre, que una su alma i la de los Borbones y garantizaba un reinado tan feliz como el de Luis el Bien Amado. Capt un gesto fugaz, casi de burla, en los rostros de varias personas cuando el prncipe pronunci estas ltimas palabras. Me pregunt qu podra significar; luego inclin la cabeza para recibir la bendicin. Con el tiempo el joven obispo Rohan llegara a ser mi enemigo. FUE EL 14 de mayo cuando vi por primera vez a mi marido, en el bosque de Compigne. El da era radiante; los rboles empezaban a reverdecer y los pjaros cantaban sin cesar. La naturaleza intentaba en vano competir con la extravagancia de la escena cortesana. Comprend que el rey de Francia y con l mi esposo no poda encontrarse muy lejos cuando comenzaron a sonar las trompetas y a redoblar los tambores de los mosqueteros. Mi carroza estaba en el lindero del bosque y los rboles formaban como un hermoso teln de fondo; delante de m empec a distinguir hombres y mujeres vestidos con una suntuosidad que no haba visto nunca. Repar en que la ms esplendorosa de todas aquellas personas me esperaba a m. Inmediatamente me di cuenta de que era el rey, tal dignidad y gracia emanaban de su persona. Descend inmediatamente de mi carroza, lo que escandaliz a Madame de Noailles. No se me haba ocurrido que deba esperar a que alguien se adelantase para conducirme hasta el rey. Pero l era mi abuelo querido, que

me protegera, me querra y me brindara su amistad, como me haba asegurado mi madre, y llevaba ya tres semanas sedienta de afecto. Un hombre elegante se adelant. Le sonre al pasar corriendo por su lado. Pareci asombrado, pero sonri tambin. Despus supe que era el renombrado duque de Choiseul, a quien el rey enviaba para que me llevase hasta l. Me fui derecha al rey y me arrodill. El me levant y me bes en ambas mejillas. Pero qu hermosa eres, hija ma! exclam. Su voz era armoniosa y en sus ojos haba calor y amistad. Vuestra Majestad es muy bondadosa... Ri y me apret contra su magnfica casaca, adornada con las piedras preciosas ms bellas que haba visto en mi vida. Cuando nos miramos a los ojos, l sonri, y todo mi miedo y mi soledad se desvanecieron. De nuevo me abraz. Luego me estudi cuidadosamente de la cabeza a los pies. No conoca yo entonces su inclinacin por las muchachas de mi edad y pens que su halageo inters se deba a que le haba cado en gracia. Volvi entonces ligeramente la cabeza, y un muchacho alto y desgarbado se adelant; era mi marido. Su indiferencia, tras el calor de la bienvenida del rey, me hiri profundamente. Madame la Dauphine nos honra con su presencia dijo el rey. Pero el muchacho permaneci inmvil mirndose la punta de las botas. Avanc un paso y levant la cara para que me besase. El muchacho retrocedi, pero luego avanz hacia m como obligado a cumplir un deber desagradable. Sent su mejilla junto a la ma, pero sus labios no rozaron mi piel como lo haban hecho los del rey. Me volv hacia el rey, y aunque no dio seales de encontrar extraa la conducta del delfn, not que estaba exasperado. Me tom del brazo y me present a tres viejas raras que me recordaron las brujas de cierta funcin que vi una vez. Eran sus hijas, Adelaida, Victoria y Sofa. Las tres francamente feas. Pero eran mis tas, y tena que esforzarme por quererlas. El rey me comunic que ms tarde conocera al resto de la familia. Me dio la mano y me ayud a subir a la carroza. Una vez que me hube sentado entre el rey y el delfn, sonaron de nuevo los clarines, redoblaron los tambores y partimos para la villa de Compigne, donde bamos a pasar la noche. Por el camino el rey no dej de acariciarme, dndome palmaditas en la mano. Me dijo que me quera ya, y que yo era su nieta querida. La risa me retozaba en el corazn. Siempre haba odo hablar de aquel hombre con temor y respeto y he aqu que se estaba comportando como si fuese l el novio, mientras que el delfn ocupaba su sitio a mi lado, sombro y silencioso. Cuando llegamos a Compigne el rey me dijo que deseaba presentarme a sus primos, los prncipes de sangre real. Todos envidiarn al pobre Berry afirm.

El delfn, que era duque de Berry, mir en otra direccin y el rey, apretndome la mano, me dijo en voz baja: El pobre Berry est anonadado por su buena fortuna. En las habitaciones del rey conoc a sus primos el duque de Orlens y el duque de Penthivre, y a los prncipes de Cond y Conti. Todos parecan muy viejos y poco interesantes. Pero haba tambin all una mujer, la princesa de Lamballe, que haba enviudado tras un corto y desventurado matrimonio y que inmediatamente capt mi atencin. Tena veintin aos, que entonces me parecieron muchos, pero yo necesitaba desesperadamente una amistad en quien poder confiar y present que podra llegar a encariarme con ella. Todo se haca con la mayor ceremonia, hasta la prueba de mi anillo de bodas. El rey vino a mis habitaciones acompaado del maestro de ceremonias, de los prncipes reales y de las tas. Cuando hallaron una sortija a mi medida, me la quitaron, para que me la pusiese ms tarde el delfn. El rey me abraz y sali del cuarto, seguido de los dems. Aos ms tarde vi lo que el delfn haba escrito en su diario aquella noche. (Por entonces ya conoca su secreto y saba la razn de su extraa conducta hacia m). Deca simplemente: "Entrevista con Madame la Dauphine". AL DA SIGUIENTE salimos para el castillo de la Muette, donde pasaramos una noche antes de encaminarnos a Versalles. Cuando nos disponamos a partir me di cuenta de que algo raro suceda. En primer lugar, el rey no nos acompaaba. Haba salido antes que nosotros. Despus supe la razn. La carretera pasaba por Pars, y l nunca viajaba oficialmente por los alrededores de la capital y menos por el centro, si poda evitarlo. El pueblo de Pars odiaba a su rey. Eran pobres, con frecuencia no tenan pan y estaban furiosos porque el monarca derrochaba grandes sumas en palacios y amantes. Tal era la razn de las irnicas miradas que advert cuando Rohan, refirindose a l, le llam Luis el Bien Amado. De joven, efectivamente, le haban llamado as, pero ahora era distinto. Sin embargo, no era esta la causa del nerviosismo reinante. Nuestro embajador, el conde Mercy d'Argenteau, en estado de gran in- certidumbre, haba despachado correos a Viena. A m me hubiera gustado saber lo que iba mal, pero nadie me lo dijo. Not una sonrisa solapada en los rostros de algunas de mis damas. Algo iba a suceder. Hicimos una visita al convento carmelita de Saint-Denis, donde me presentaron a Luisa, la hija menor del rey. Me dijo que deseaba pasar recluida el resto de sus das para expiar los pecados. No poda imaginrmela muy pecadora y mi expresin debi de reflejar este pensamiento, pues dijo con cierta vehemencia: Mis propios pecados y los de otra persona. Una pregunta indiscreta temblaba en mis labios. Qu otra persona? Pero nada pregunt.

Cuando nos acercbamos a la Muette, o a Mercy susurrar al odo del prncipe Starhemburg: No podemos hacer nada. Que haya escogido este momento...! Es inconcebible! Me llam la atencin la gente que se alineaba a ambos lados de la carretera. Las aclamaciones eran ensordecedoras. Sonre e inclin la cabeza como me haban enseado, olvidando las "preocupaciones de Mercy, pues era muy sensible a ese tipo de halago. El rey me esperaba ya para presentarme a mis cuados. El conde de Provence tena catorce aos; era diecisis das ms joven que yo, y ms guapo que el delfn, aunque con tendencia a la obesidad. El conde de Artois era un ao ms joven aproximadamente, pero tena un aspecto vivo e inteligente que le haca parecer ms mundano. Se eterniz besndome la mano, y como siempre he sido muy sensible a la admiracin, fue mi preferido de los dos hermanos... Quiz de los tres. Ms tarde, cuando me preparaba para el banquete familiar, vino el rey a mis aposentos y me hizo entrega de un regalo. Era un joyero. Sac del cofrecillo un collar de perlas, cada una del tamao de una avellana y todas perfectamente proporcionadas. Ana de Austria lo trajo a Francia me dijo. Nadie ms digno de llevarlo que otra princesa austraca! Pertenece a todas las delfinas y reinas de Francia. Mientras me lo abrochaba ceremoniosamente, sus dedos se demoraron en mi cuello y me dijo que aquellas perlas nunca se haban exhibido en un marco tan perfecto. Le di las gracias con modestia y le ech los brazos al cuello. Madame de Noailles estuvo a punto de desmayarse de horror al ver mi atrevimiento. El rey me dijo al odo: Encantadora, encantadora. Voy a escribir a tu madre dicindole que estamos todos encantados con su hija. Cuando sali sonrea, pero yo tuve que or un largo sermn de Madame de Noailles sobre cmo deba comportarme en presencia del rey de Francia. En la cena ntima familiar pude ver a todos mis nuevos parientes, e inmediatamente not cierta atmsfera de tensin. Me llam la atencin una joven muy guapa que hablaba en voz bastante ms alta que los dems. Sus cabellos eran rubios, y su cutis de lo ms hermoso que he visto en mi vida; tena grandes ojos azules. Vesta con suntuosidad y llevaba ms joyas que ninguno de los presentes. Ceceaba ligeramente al hablar. El rey, que presida la mesa, no haca ms que mirarla, y una o dos veces les vi intercambiar una mirada y una sonrisa. Pregunt entonces a la dama que estaba sentada a mi lado quin era aquella mujer. Sigui un breve silencio embarazoso, y despus respondi: ;

Es Madame Du Barry, Madame la Dauphine. Madame Du Barry! No me la han presentado. Todo el mundo pareca estudiar fijamente el fondo de sus platos. Alguien me pregunt: Seora... qu os parece? Es encantadora. Cules son sus funciones en la corte? Una vez ms callaron todos y observ varias sonrisas solapadas. Seora..., sus funciones son entretener al rey. Entretener al rey! mir afectuosamente al monarca, sentado al otro lado de la mesa. Entonces quiero ser su rival. La reaccin fue unnime, mitad regocijo, mitad consternacin. Qu haba dicho?AL DA SIGUIENTE se celebraba mi boda oficial. Salimos de la Muette y a su

debido tiempo llegamos a Versalles. Fue un momento memorable. A lo largo de toda mi infancia haba odo decir a la gente.: "As se hace en Versalles". Esto significaba que precisamente era as como tena que hacerse. Versalles era el tema de conversacin y la envidia de todas las cortes de Europa. A la puerta de palacio se haban congregado vendedores de espadas y sombreros. Todo el mundo, excepto perros, frailes mendicantes o aquellas personas que tuviesen marcas recientes de viruela, poda entrar en el Saln de Hrcules con tal que llevase espada y sombrero. Era divertido ver a personas que no haban ceido espada en su vida alquilar una y entrar pavonendose en el palacio. Se abrieron las puertas y entramos en el patio, entre filas de guardias suizos y franceses, dejando atrs los vistosos atelajes y carrozas de prncipes y nobles. El sol iluminaba las innumerables ventanas del palacio, que rutilaba como si estuviese cuajado de diamantes, con vertindolo en un mundo grandioso y nico. Tena la inquietante impresin de ser conducida hacia un extrao destino; un destino que, hiciese lo que hiciese, ya no podra eludir. Como los aposentos tradicionalmente destinados a las reinas de Francia no estaban todava dispuestos, me instal provisionalmente en unas habitaciones del piso bajo. All mis severas damas de honor me mostraron mi precioso vestido de novia, con volantes de brocado blanco. Su contemplacin desterr mis sombros pensamientos. No haba hecho ms que entrar en mis aposentos cuando vino el rey a darme la bienvenida a Versalles. Qu modales tan encantadores los suyos! Le acompaaban mis cuadas Clotilde e Isabel. Clotilde, la mayor, de unos once aos, mostraba cierta tendencia a la gordura, pero era muy afable. La pequea Isabel me pareci deliciosa. La bes y le dije que seramos amigas. El rey se mostr muy complacido y me dijo en un susurro que cuanto ms me vea ms

cautivado se senta por m. Cuando se marcharon las nias y l, mis damas de honor me prepararon para la ceremonia de la boda. Era la una en punto de la tarde cuando se present el delfn para llevarme a la capilla. Haca mucho calor, y aunque estaba deslumbrante con su casaca bordada en oro el esplendor de sus ropas haca resaltar an ms la adustez de su aspecto. El gran maestro de ceremonias encabezaba el cortejo; el delfn y yo le seguamos. El delfn me dio la mano, una mano hmeda y caliente. Intent son- rerle, pero evit la mirada. A travs del Saln de los Espejos y del Gran Apartamento llegamos a la capilla, donde formaba la guardia suiza. La capilla estaba elegantemente decorada., Estoy segura de que mi madre habra encontrado la decoracin irreverente, pues el aspecto de los ngeles era ms de voluptuosidad que de pureza. Pfanos y tambores anunciaron la llegada del rey. El delfn y yo permanecimos arrodillados mientras el gran limosnero de Francia, monseor de la Roche-Aymon, oficiaba la ceremonia. Mi prometido me puso el anillo torpemente y pens que iba a dejar caer las monedas de oro que, una vez bendecidas por el gran limosnero, tena que entregarme como parte del ceremonial. Se inici la misa; a los acordes del rgano, el contrato matrimonial fue presentado al rey para su firma. Cuando el delfn estamp su nombre, tom la pluma. Me temblaba la mano y escrib con letra desaliada: Josefa Juana Mara Antonieta. Un chorro de tinta salt sobre el papel y not que todo el mundo se quedaba mirando el borrn que acababa de echar. Ms tarde, tambin esto se consider un mal presagio. Si los borrones eran presagios, llevaba muchos aos regndolos generosamente sobre mis ejercicios. Pero aquello era distinto. Se trataba de mi contrato matrimonial. Madame de Noailles me acompa a mis aposentos; el primer deber a que me obligaba mi nueva posicin era recibir en ellos a los numerosos miembros afectos al servicio de mi casa y aceptar su juramento de fidelidad. Daba fatiga pensar cunta gente haban reunido para que me sirviera. Ciento sesenta y ocho personas se ocupaban exclusivamente de mi alimentacin, y mientras aceptaba sus juramentos no poda contener las ganas de rer y de bostezar, tan absurdo me pareca todo aquello. No saba entonces que mi actitud iba a dolerles. No entenda en absoluto a los franceses. Ofend a muchos antes de darme cuenta de los graves errores que haba cometido. Lo primero que hice despus fue desempaquetar el regalo de bodas del rey. Era un neceser de toilette, de esmalte azul; un costurero,

un cofre y un abanico, todo ello engarzado con diamantes. Tom el costurero y dije: MI primera labor ser bordar un chaleco paira el rey. Madame de Noailles me record que deba pedir antes permiso a Su Majestad. Re y dije que se trataba de una sorpresa, pero aad que tardara aos en terminarlo y que quiz fuera mejor decrselo, pues de otro modo nunca sabra mi agradecimiento. Pareci exasperada. Pobre Madame de Noailles! La haba bautizado ya con el nombre de Madame l'tiquette, y cuando se lo cont a una de mis damas se ech a rer estruendosamente. Me agrad, y entonces decid burlarme de la etiqueta como nica forma de soportarla. Mientras admiraba los regalos o retumbar un trueno. El radiante cielo se haba nublado. Pens inmediatamente en toda la pobre gente que haba venido de Pars para presenciar los festejos de la boda. Se haban previsto fuegos artificiales para el anochecer. Aunque dej de tronar, la lluvia continu y los fuegos se suspendieron, como me haba temido. Otro mal presagio! El rey ofreca una recepcin en el Saln de los Espejos. An recuerdo los candelabros dorados y rutilantes, con treinta velas cada uno; a pesar de la oscuridad de la noche, la sala estaba iluminada como de da. El rey, mi marido y yo nos sentamos a una mesa cubierta de terciopelo verde y jugamos a las cartas. El rey y yo nos sonreamos, mientras el delfn jugaba con aire sombro. Aborreca el juego. La gente desfilaba junto a nosotros para mirarnos, y me pregunt si debera sonrerles; pero el rey actuaba como si no existiesen, y le imit. Cuando acab la recepcin, fuimos a cenar al nuevo edificio de la pera, construido para celebrar mi llegada. Un suelo falso cubra los asientos y sobre l se elevaba una mesa decorada con flores y refulgente cristal. Con gran ceremonia ocupamos nuestros puestos: el rey presida la mesa, entre mi marido y yo. A mi lado tambin sentbase mi travieso cuado menor, el conde de Artois, que pareca muy pendiente de m. Al otro extremo de la mesa se encontraba la princesa de Lamballe, que tanto me haba atrado cuando la vi por primera vez. La princesa me sonrea de manera realmente encantadora. Yo estaba demasiado excitada para comer; mi marido, sin embargo, devor una copiosa cena. Cuando el rey expres su sorpresa de que pudiese comer tan vorazmente en su noche de bodas, Luis dijo que siempre dorma mejor despus de una cena pesada. Observ que Artois, a mi lado, trataba de disimular su regocijo, y muchos de los invitados parecieron de pronto interesadsimos por el contenido de sus platos. Lo que deba seguir a la cena, segn el ceremonial, me resultaba tan embarazoso que es hoy y prefiero no pensar en ello. Era ya de .noche. Saba lo que se esperaba de m, y aunque no lo contemplaba con excesiva alegra, cualquier molestia me pareca buena con tal de ser madre.

La ceremonia de conducir a los novios al lecho tuvo lugar en la parte posterior del palacio. La duquesa de Chartres, como seora casada de ms alto rango, me entreg mi camisn; nos dirigimos a la alcoba nupcial, donde mi marido, a quien, el propio rey haba ayudado a desvestirse, me estaba esperando. Nos sentamos en la cama el uno junto al otro. Mi marido no me mir. Se descorrieron las cortinas de manera que todos pudiesen contemplarnos y el arzobispo de Reims bendijo el lecho y lo asperj con agua bendita. Debamos de parecer dos nios asustados. El rey me sonri melanclicamente y se march. Todos se inclinaron y le siguieron. Mis servidores corrieron las cortinas del lecho, dejndome sola con mi marido. Permanecimos echados, mirando las colgaduras de la cama. No intent tocarme. Ni siquiera me dirigi la palabra. Yo estaba all, tendida en el lecho, oyendo los latidos de mi corazn o quiz eran los del suyo?, esperando, esperando. Pero nada ocurri. Segua despierta. Debe de ser pronto, me dije. Pero l no haca el menor movimiento para tocarme. Despus de un largo rato comprend, por su respiracin, que se haba dormido. Al da siguiente escribi en su diario una sola palabra: Rien. Nada. No SE a ciencia cierta cundo empec a darme cuenta de que las cosas no eran como en principio haba credo. Saba poco de la vida; llegaba a conclusiones prometedoras basndome en impresiones superficiales. No me daba cuenta de que los franceses, con sus exquisitos modales, eran muy hbiles en el arte de engaar. La segunda noche fue idntica a la anterior, excepto que no permanec despierta. A la maana siguiente el delfn se levant temprano para salir de caza. Todo el mundo lo encontr extrao, tratndose de unos recin casados. Estaba desconcertada. Tena un marido a quien pareca serle indiferente. Todo el mundo nos observaba, casi furtivamente. El rey con resignacin, las tas ton excitacin histrica, mis cuados con disimulado regocijo. Mercy, el embajador de mi madre, estaba profundamente preocupado. Vino a verme y me hizo numerosas preguntas embarazosas. Le cont la verdad. He estudiado medicina dijo Mercy y creo que el delfn tiene un desarrollo tardo. Su constitucin se ha visto debilitada por un crecimiento demasiado rpido. Estoy seguro de que la emperatriz se inquietar mucho cuando sepa esta situacin. Imagin a mi madre en Schnbrunn y me estremec, pues tena el poder de intimidarme incluso a tanta distancia. Saba que la defraudara, pues esperaba con impaciencia la noticia de un embarazo. Mercy me dijo entonces que mi conducta hacia el rey era demasiado atrevida, que me tomaba demasiadas confianzas. Repliqu que me haba expresado su cario desde el momento en que llegu. Mercy insisti:Voy a deciros lo que ha escrito a vuestra madre: "Encuentro a la delfina vivaz aunque infantil. Pero es joven y sin duda cambiar con la edad".

Me puse como la grana... Conque haba dicho eso, despus de todas las caricias, de todos los cumplidos. Mi marido no me quera; ni tampoco el rey. La nica diferencia es que uno ocultaba sus verdaderos sentimientos y el otro no. Mercy me dej tan deprimida que acept contenta una invitacin para visitar a mi ta Adelaida. Encontr con ella a Victoria y a Sofa. La ta Adelaida me abraz afectuosamente. Vamos a tener una reunin ntima... nosotras cuatro me tom por el brazo. As pues dijo, eres la esposa de Berry. Dej escapar unas risitas ahogadas. Extrao muchacho, Berry. Recalc sus palabras con un gesto y sus hermanas asintieron. Pens que eran agradables, aunque simples. Estaba sedienta de amistad aquel da. Adelaida prosigui: Cuando Berry vena a verme de nio, sola decirle: "Ven, Berry, aqu te encontrars a gusto. Habla, grita, haz ruido". Y lo haca? pregunt. Adelaida movi la cabeza con gesto triste. No era como los otros chicos de repente sus ojos adquirieron un brillo travieso. Pero ahora ya es hombre. Lo es, Madame la Dauphine? Ri estridentemente y sus hermanas la imitaron. S, es mi marido dije con dignidad. Qu piensas de la desconocida que asisti a la cena en el castillo de la Muette? pregunt Adelaida. Madame Du Barry? La encontr encantadora. Los ojos de Adelaida brillaban. Es la querida del rey se acerc a m con la mirada centelleante. Trabajaba en burdeles antes de venir aqu. Est llevando al rey a la perdicin. La turbacin me hizo enrojecer. No puede ser tan... Eres muy inocente, querida. No conoces esta corte me apret el brazo con fuerza. Hizo mal el rey en llevarla a tu primera cena ntima. Fue una ofensa para ti. Comprend entonces por qu Mercy y los dems estaban tan inquietos. Me sent profundamente herida. Haba credo que el rey me quera cuando no haba hecho ms que burlarse de mi puerilidad y llevar a su amante a la cena para insultarme. Adelaida prosigui: Somos tus amigas. Puedes venir a vernos cuando gustes. Te daremos una llave de estos aposentos. Ves? No prueba esto lo mucho que te queremos? Te ensearemos la forma de convertir a Berry en un buen marido. Pobre Berry! Nada le importa excepto la caza, la lectura, jugar con cerraduras y construir... Y comer! dijo Victoria.

Sal de all convencida de que haba aprendido muchas cosas sobre la familia real. Tena la llave de los aposentos de las tas. Hara uso de . ella con frecuencia, pues al menos all poda, escapar a la rgida etiqueta de Madame de Noailles. EN EL BAILE que se celebr das ms tarde, se plante un problema de etiqueta, pues los prncipes de Lorena queran que Mademoiselle de Lorena, prima lejana ma, abriese el baile con un minu. Esto ofenda a las duquesas de la casa real, y o decir que el rey estaba profundamente preocupado por el dilema. Negarse a la peticin de los Lorena sera agraviarnos a mi familia y a m, acceder a ella sera un insulto a las casas de Orlens, Cond y Conti. Finalmente, el rey se decidi a favor de los Lorena, por lo que las duquesas reales declinaron su asistencia. Apenas not su ausencia. Bail con mi marido, que era muy torpe, y me re a carcajadas. No se me da nada bien me dijo l con una apagada sonrisa, lo cual me pareci un gran avance en nuestras relaciones. Bailar con mi cuado ms joven era diferente. Artois era un bailarn nato. Su compaa me resultaba cada vez ms agradable y estaba segura de que seramos buenos amigos. Despus bail con el joven Chartres, hijo del duque de Orlens, que no me gust en absoluto. Sus fros ojos me recordaban los de una serpiente. Era mi primer contacto personal con l y algo me adverta que iba a ser nuestro enemigo. Cmo poda saber que aquel baile, en el que tanto haba disfrutado, haba constituido un monumental fracaso y que se me culpaba de ello? Mis parientes lo haban echado a perder. Orlens y Cond se haban sentido mortalmente ofendidos por mi culpa y nunca me lo perdonaran, aunque dondequiera que ms tarde los encontrase se guardaran muy bien de demostrrmelo. Y no era ms que una pobre tonta! Incluso para una mujer inteligente, hubiese resultado difcil actuar con acierto en una corte como aquella. Qu posibilidades tena una jovencita tan frvola e ignorante como yo? Semanas ms tarde expres mi deseo de ir a Pars para presenciar los fuegos artificiales que iban a quemarse con motivo de mi boda. Adelaida, siempre dispuesta a participar en alguna conspiracin, declar que me llevara de incgnito, porque mi entrada oficial en la capital tendra que ser, naturalmente, una ceremonia solemne. Camino de Pars, me cont todo cuanto iba a hacerse en mi honor. En los Campos Elseos, los rboles estaban profusamente iluminados. En la plaza Luis XV, centro de las actividades, haba figuras de delfines y grandes retratos mos y del delfn. Al acercarnos al centro de la ciudad vimos iluminarse el cielo. Lanc una exclamacin admirada, pues nunca haba presenciado fuegos artificiales tan hermosos. Estbamos llegando a la plaza Luis XV cuando nuestra carroza

fren bruscamente. Oanse gritos por todas partes y vi una tremenda aglomeracin. El cochero dio vuelta al carruaje, y rodeados por nuestra guardia emprendimos el regreso a toda velocidad. Al da siguiente supe que algunos cohetes haban estallado antes de tiempo, provocando un incendio. Un carro de bomberos, que se diriga a la plaza, choc con la gente que hua. Cundi el pnico. Mucha gente muri pisoteada; numerosos carruajes volcaron; los caballos trataron de escapar. Se contaron cosas terribles de aquella noche. El delfn vino a nuestro dormitorio profundamente impresionado. Me dijo que ciento treinta y dos personas haban hallado la muerte. Sent afluir las lgrimas a mis ojos; l me mir y no se march inmediatamente como sola. Tom asiento y empez a escribir al alcalde de Pars, mientras yo lea por encima de su hombro. Deca as: Me he enterado de la catstrofe que se ha desatado en Pars con motivo de los; festejos de mi boda. Estoy profundamente conmovido y os envo la suma que el rey me da mensualmente para mis gastos particulares. Es todo cuanto puedo ofrecer. Quiero que se emplee en ayuda de aquellos que se hayan visto ms afectados por la tragedia. Levant los ojos hacia m y me toc la mano; fue slo un momento. Es lo menos que puedo hacer dijo. Quisiera dar lo que tengo, Luis. Asinti y volvi a descansar la mirada en la mesa. Comprend entonces que yo no le disgustaba. Si me desatenda era por alguna otra razn. entonces, mis das transcurran montonamente. Haba imaginado que la vida en Francia sera estimulante, llena de novedades, pero aoraba muchsimo mi pas. Escrib a mi madre, contndole cmo ocupaba mi tiempo en Versalles: me levantaba a las nueve o las diez; oraciones, desayuno, peluquero y visita a las tas, donde sola encontrarme con el rey. Poco antes del medioda la ceremonia del vestido, llamada de la chambre: todas las personas de suficiente rango estaban presentes mientras me lavaba las manos, aunque slo las damas se quedaban para verme vestir. Misa a las doce; despus, el almuerzo y un rato en compaa del delfn, o vuelta a mis aposentos para leer, escribir o trabajar en el chaleco del rey, que, con la ayuda de Dios,' podra estar acabado pocos aos ms tarde. A las tres, visita a las tas; a las cuatro, el abate; a las cinco, lecciones de clavicordio o de canto; luego, juegos de cartas hasta las nueve. A las nueve, la cena y, algunas noches, otra visita a las tas en compaa del rey; a las once estaba ya en la cama. As, en medio de aquella monotona, transcurran mis das. Durante aquella poca un problema acuciante ensombreci mi vida r las anormales relaciones entre mi marido y yo. Saba que toda la corte hablaba de ello. Pero cuando mi madre escribi dicin- dome que quiz valdra ms que todo continuase como hasta entonces, pues ambos ramos muy jvenes,POR AQUEL

pens que poda desentenderme del asunto durante algn tiempo y dedicarme a disfrutar de la. vida. El duque de Choiseul deseaba ardientemente el xito de mi matrimonio, ya que fue l quien lo plane. Por desdicha, mi llegada a Francia coincidi con la decadencia de su poder. Era un hombre francamente feo, pero tena encanto. Era amigo de Austria, y eso fue lo que me atrajo hacia el. Sin embargo, haba cado en desgracia. Trab amistad con Madame de Pompadour, pero desestim el poder de su sucesora, Madame Du Barry, y esta fue una de las razones de su cada. Cuando llegu a Francia, la odiosa Du Barry se haba convertido en el centro de un partido que se denominaba a s mismo de los Barriens al que pertenecan algunos de los ministros ms poderosos, como el duque de Richelieu. Criticaban a Choiseul por la Guerra de los Siete Aos, que acarre la prdida de tantas colonias francesas como pasaron a manos de Inglaterra. El matrimonio austraco formaba parte de su intento de rehabilitacin. Durante aquellas primeras semanas, el duque de Choiseul me visitaba con frecuencia. Le comuniqu la antipata que me inspiraba Madame Du Barry. Siempre hago como si no existiera cuando la veo. Sin embargo, me mira como implorndome que le dirija la palabra. El duque se ech a rer y dijo que era natural que desease una muestra de amistad por parte de la delfina. No la tendr repliqu. Era exactamente lo que Monsieur de Choiseul deseaba or. Me llev un disgustazo cuando el duque recibi una inesperada carta del rey desterrndolo a su castillo de Chanteloup. Pero nos llegaban noticias suyas de cuando en cuando. Llevaba una vida fastuosa y se dedicaba a escribir stiras sobre Madame Du Barry. La amante del rey encontraba en sus aposentos pedazos de papel con rimas obscenas, de las que ella se rea invariablemente. Empec a profesar un odio pueril contra Madame Du Barry. "Es una mujer estpida e impertinente", escrib a mi madre, creyendo que ella aprobara mi actitud hacia aquella mujer. "No te mezcles en poltica, ni te entrometas en asuntos ajenos", fue su respuesta; pero no me di cuenta de que se refera a la condesa. Como tantos otros asuntos importantes, este escapaba a mi percepcin. Las cartas seguan lloviendo desde Viena. Siempre haba alusiones a mis relaciones con mi marido. En una ocasin mi madre escribi: No tomes demasiado a pecho esta decepcin. No te enojes nunca. S tierna, pero en modo alguno exigente. Si muestras impaciencia puede empeorar Ja situacin. Siento tener que decirte que no te confes a nadie, ni siquiera a tus tas, a las que tanto aprecio. Tengo mis razones para decirte esto.

Tena muy buenas razones, sin duda. Al parecer en todas las cortes de Europa se comentaba la incapacidad del delfn para consumar nuestro matrimonio. Se deca que si una muchacha tan atractiva como yo no lograba inflamarle, el caso era desesperado. Sin embargo, cada vez senta ms cario por mi marido y saba que l estaba satisfecho de m, aunque no pudiese acariciarme ni dedicarme cumplidos sin mostrar gran turbacin. Intent comprender las cosas que le interesaban y acud a su taller. Me explic sus trabajos de cerrajera, pero no entend una sola palabra. Sintindose indispuesto en cierta ocasin decidi dormir en otra habitacin para no incomodarme. Esto fue motivo de regocijo para algunos y generalmente mal interpretado. Sin embargo, nuestro afecto creca. A veces me besaba la mano y hasta en la mejilla. Un da dijo por fin: No ignoro los deberes del matrimonio. Te lo demostrar... pronto. As pues, todo iba a solucionarse. Slo tena que esperar. Cierto da, cuando me dispona a visitar a mis tas, me susurr al odo: Esta noche volver a nuestra cama. Le mir asombrada. El me cogi la mano con su habitual torpeza y la bes con sincero afecto. Luis, me quieres en realidad? Cmo puedes dudarlo? Te quiero sinceramente, y te estimo todava ms. Irreflexivamente me dirig a los aposentos de las tas en un estado de gran agitacin. El delfn va a dormir conmigo esta noche les anunci. Me lo ha dicho. Adelaida me abraz. Victoria y Sofa parecieron atnitas. Antes de que terminase el da la noticia era la comidilla de toda la corte. Cnicos cortesanos, como aquel viejo libertino de Richelieu, cruzaban apuestas sobre el xito de nuestro encuentro. Peor an. Adelaida convoc a Luis a sus aposentos para "darle consejos". Aquella noche mi marido no apareci. No debera haberme sorprendido. Mis atolondradas confidencias lo haban estropeado todo. Aunque el asunto causaba por entonces la mayor de las preocupaciones, dudo que el rey hubiese hecho nada de no ser por mi madre, quien le suplicaba constantemente que actuase. Finalmente, Luis accedi a someterse a reconocimiento del mdico del rey, que afirm que su incapacidad para consumar nuestro matrimonio se deba a un defecto fsico que el bistur poda rectificar fcilmente. Pero pronto qued claro que Luis no quera hacerse la operacin. No era cobarde, pero supongo que todo el asunto le molestaba profundamente, como a m. La situacin, pues, sigui como hasta entonces. Llevaba casi un ao casada cuando surgi una porfa que nos hizo olvidar a todos nuestra tragedia conyugal.

Mi enemistad con Madame Du Barry haba venido incubndose desde que mis tas me informaron de su verdadera situacin en la corte. No comprend entonces que hubiera sido ms prudente aliarme con ella que con mis tas. El rey estaba loco por Madame Du Barry; le permita apoyarse en el brazo de su silla en las reuniones del consejo, arrebatarle papeles cuando quera que le prestase atencin, llamarle "Francia" con un tono de insolente familiaridad. Todo el mundo saba que si quera conservar el favor del rey, tena que agradar a su favorita. Pero cre que yo poda ser una excepcin a la regla, y me comportaba como si no la pudiese soportar. Ella procuraba coincidir frente a m, pero no poda dirigirme la palabra hasta que yo no lo hiciera. La etiqueta lo prohiba, y hasta Madame Du Barry tena que plegarse a ella. No era mujer rencorosa, aunque tampoco pareca capaz- de sentir respeto por los dems. Me puso el mote de "Pequea Zanahoria Austraca", que otros dieron en repetir, lo cual me enfureci, y segu desairndola siempre que la encontraba. Pronto habl de este asunto toda la corte, hasta que Madame Du Barry comunic al rey que no poda soportarlo ms. No tuve la suficiente sensatez para comprender que el rey estaba enojado conmigo por crearle dificultades. Mand llamar a Madame de Noailles, que, muy excitada, vino a m en cuanto el rey la despidi. Es evidente que le habis disgustado sobremanera explic horrorizada. Si os dignaseis decir algunas palabras a Madame Du Barry, ella se sentira complacida, y no dejara de comunicar su complacencia al rey. Apret fuertemente los labios. Nunca!, pens. Jams permitir que esa mujer dicte mi conducta. Comet la tontera de poner a las tas al corriente de la situacin. Adelaida cloque y chasc la lengua con desagrado. Qu insolencia! As pues, la delfina de Francia tiene que recibir rdenes de prostitutas! Mis tas me protegeran del rey, me asegur. Mientras tanto, no deba ceder en modo alguno ante la Du Barry. Sola ser testaruda cuando crea tener razn, y ciertamente cre que la tena en aquella ocasin. En todas las fiestas, Madame Du Barry esperaba impaciente; y yo siempre encontraba alguna excusa para darle la espalda cada vez que se acercaba a m. La corte encontraba la situacin muy divertida. Lo que yo no vea es que ofendiendo a la amante del rey ofenda tambin al rey, y que esta situacin no se poda prolongar. El rey envi a Mercy para que me hablase con absoluta seriedad. -Ha dicho el rey, todo lo claramente que el caso le permite, que debis hablar a Madame Du Barry suspir. Cuando vinisteis a Francia, me escribi vuestra madre que no quera pudiesen nunca reprocharos que os entrometais en asuntos de estado. Creedme, eso es precisamente lo que estis haciendo. El rey de Prusia, Federico, y Catalina de Rusia aspiran al reparto de Polonia. Vuestra madre se opone; vuestro hermano, el emperador, no.

Moralmente, vuestra madre tiene razn, pero se va a ver obligada a ceder. Teme la reaccin francesa. Si Francia decidiese oponerse al reparto de Polonia, Europa podra verse envuelta en una guerra. Y qu tiene esto que ver con que yo hable a esa mujer? pregunt extraada. Debis saber que hasta las acciones ms inconsecuentes pueden provocar catstrofes. Vuestra madre desea, y muy especialmente en este momento, no ofender al rey de Francia. No veis el peligro? No lo vea. Pareca tan absurdo! Entonces me entreg una carta de mi madre, que le mientras l me observaba. Se dice que ests totalmente entregada a las seoras reales. Ten cuidado. Esas princesas nunca han sabido ganarse el amor de su padre ni la estima de nadie. Eres t quien debe determinar el carcter de tus relaciones con el rey..., no ellas. Mi madre no conoce la situacin, pens. No est aqu. Os suplico que cedis en esta pequeez dijo Mercy. Slo unas palabras. Ella no pide ms. S que seguiris el consejo de vuestra madre y el de todos los que deseamos vuestro bien. Toda la corte estaba enterada. "Esta noche la delfina dirigir la palabra a la Du Barry. La guerre des femmes ha terminado con la victoria de la favorita." En el saln las damas esperaban en pie mi llegada. Tena costumbre de dirigir unas palabras a cada una, por turno. Observ la presencia de Madame Du Barry, que esperaba anhelante con sus ojos azules muy abiertos; apenas poda leerse en ellos un discreto aire de triunfo. Iba a hablarle cuando sent que alguien me tocaba ligeramente en el brazo. Era Adelaida. El rey nos est esperando en las habitaciones de mi hermana Victoria me dijo. Es hora ya de retirarnos. En el saln se hizo el silencio. Vacil un momento y en seguida abandon la estancia con las tas. Haba desairado a la Du Barry como nadie lo hiciera. Mercy vino inmediatamente a decirme que el rey estaba ahora enojado de verdad. Ha enviado un mensajero urgente a Viena me dijo con un relato detallado de lo sucedido. Pocos das ms tarde me escriba mi madre:El miedo y la indecisin de que ests dando prueba para dirigirte a personas a quienes te han aconsejado que hables es a la vez ridculo e infantil. Qu tormenta, slo por unas palabras intrascendentes... quiz sobre un traje, o un abanico! Mercy me ha hablado de los deseos del rey y de que has tenido la temeridad de no obedecerle. Qu motivo razonable puedes aducir para comportarte de ese modo? Eres el primer sbdito del rey y le debes obediencia... Y todo lo que te piden es que le digas una simple palabra; que la mires con

agrado y le sonras; no por ella misma, sino por tu abuelo, que no es slo tu soberano, sino tambin tu bienhechor.

Respond que no me negaba, pero que no concretara la fecha para qu la Du Barry no pudiese vanagloriarse de su victoria. Saba, sin embargo, que eran argucias intiles. Haba sido derrotada. El da de Ao Nuevo habl, por fin, a la Du Barry en el saln. Pareci excusarse, como si me dijera: no quiero que te resulte demasiado desagradable, pero no haba ms remedio. Pronunci las palabras que traa preparadas: "Il y a bien du monde aujourd'hui a Versailles." Fue suficiente. Los hermosos ojos reflejaban placer, los encantadores labios sonrean tiernamente. Cuando vi al rey me abraz. Mercy se mostr muy afable; Madame Du Barry era feliz. Slo las tas estaban disgustadas. Naturalmente, toda la corte se divirti con este asunto. La gente, al cruzarse en la gran escalera, se deca en voz baja: "Hoy hay mucha gente en Versalles". Algo positivo, sin embargo, result de este asunto. Aprend a ser precavida con las tas. YA NO era la nia que lleg de Viena. Haba crecido mucho y mi cabello bermejo tiraba ahora a castao, lo que haca improcedente el mote de Zanahoria. El rey me perdon en seguida mi intransigencia con Madame Du Barry, y mi metamorfosis de nia a mujer le agrad. No creo que fuese hermosa, aunque fcilmente daba esa impresin, de manera que cuando entraba en una habitacin atraa todas las miradas. El delfn estaba orgulloso de m. Una tmida sonrisa alegraba su rostro cuando oa cumplidos sobre mi aspecto. A veces le sorprenda observndome con una especie de asombro. Ya no le era indiferente; le gustaba acariciarme; se estaban despertando en l los instintos normales, y cre, cosa que tambin l anhelaba desesperadamente, que un da se realizara el milagro. Cada vez sentamos mayor cario mutuo. Sola reprenderle cuando coma demasiados dulces que le hacan engordar. A veces se los quitaba y l simulaba enfadarse, aunque en realidad se rea, contento de que me interesara por l. Cuando llegaba a nuestros aposentos cubierto de yeso, pues nunca poda ver hombres trabajando sin unirse a ellos, sola reirle dicindole que deba enmendarse, cosa que le regocijaba. Pero poco despus Luis adquiri la costumbre de acostarse horas antes que yo, de manera que lo encontraba profundamente dormido. Pronto hizo presa en mi nimo el aburrimiento y busqu alivio en alegres diversiones, con frecuencia en compaa de Artois. De carcter jovial y deseosa de aventuras, abr la puerta al escndalo sin darme cuenta de ello. Una delfina con un marido sospechoso de impotencia deba ser muy

prudente. Como sola apuntar Madame de Noailles, qu dira mi madre de esto o aquello? Mi frivolidad, mi lgeret, no pas desapercibida, y los sermones se sucedan sin cesar. No me haba limpiado los dientes como deba; mis uas estaban mal cortadas y no tan limpias como debieran. Siempre que abra una carta de mi madre me encontraba con alguna queja. Mi madre no puede quererme dije a Mercy, me trata como a una nia y seguir tratndome as hasta que tenga... treinta aos! Me toma por un animal amaestrado. Le haba escrito a Mercy, y l, pensando que me hara bien, me ense la carta. Veo la renuencia de mi hija a seguir vuestros consejos y los mos. La adulacin y las maneras festivas es lo nico que gusta en estos tiempos; y cuando, con el mejor propsito, hacemos una seria amonestacin, nuestros jvenes se sienten hastiados y consideran que se les reprende sin razn. Seguir, sin embargo, advirtiendo a mi hija cuando os parezca til que as lo haga, y aadir algunas lisonjas, a pesar de lo mucho que detesto ese estilo. Temo que sean escasas mis posibilidades de xito en el intento de sacar a mi hija de su indolencia. La lectura de esta carta me exasper, pero amaba a mi madre. En ocasiones me senta muy asustada, y entonces pareca realmente una nia que clama por su madre. Y qu hacer para combatir el aburrimiento? Si me permitiesen ir a Pars, cunto ms interesante sera la vida! Decid pedir permiso al rey yo misma. Escog el momento oportuno, y un da, durante el desayuno, le dije: Pap, hace ya tres aos que soy vuestra hija y todava no he visto vuestra capital. Estoy deseando ir a Pars. Me daris el permiso que exige la etiqueta? Ah!. exclam> La etiqueta y Madame la Dauphine..., las dos son irresistibles, pero Madame lo es an ms. Le abrac cariosamente. Si pudiera convencer a mi madre con tanta facilidad como al rey de Francia! Luego corr triunfante a contrselo a mi marido. Se sorprendi tanto, pero le encant, como siempre que se satisfaca alguno de mis caprichos. El da de mi entrada solemne en Pars amaneci radiante. El cielo estaba azul y brillaba el sol. A lo largo de la ruta de Versalles se hacinaba la gente esperndonos. Cuando nos vieron gritaron palabras de bienvenida. Luis, nos estn aclamando. No respondi. Te aclaman a ti. Nada me agradaba ms que la admiracin. Sonrea e inclinaba la cabeza, y ellos me gritaban que era hermosa como un cuadro. Viva nuestra delfina! voceaban.

Al acercarnos a Pars, la gente arrojaba flores sobre nuestra carroza y agitaba banderas. A las puertas de la capital, su gobernador, el mariscal de Brissac, nos esperaba con las llaves de la ciudad, que me entreg entre vtores de aprobacin. Los caones dispararon salvas desde los Invlidos, el Hotel de Ville y la Bastilla. Todas las mujeres de los mercados, ataviadas con sus mejores galas de seda negra, se haban congregado para darme la bienvenida. Me llam la atencin su aire de dominio. Pars perteneca a los tenderos, a las mujeres de los mercados, a los menestrales, y no al rey. Me dieron la bienvenida porque era joven y bonita, y porque les haba mostrado mi deseo de que me quisieran. Presentadas las llaves, nos dirigimos a Notre-Dame para or misa, y despus atravesamos' Pars para que todos pudiesen verme. Finalmente, llegamos a las Tulleras, donde bamos a cenar. Acabbamos de entrar cuando la muchedumbre, agolpada en el jardn, comenz a reclamar a gritos mi presencia. Salimos al balcn y la gente comenz a aclamarme. Permanec en pie sonrindoles y saludndoles mientras gritaban entusiasmados: Pero si es adorable! Dios bendiga a nuestra preciosa delfina! Querido pueblo! exclam. Cunto le amo! El gobernador sonri. Seora dijo, ah tenis a doscientas mil personas que se han enamorado de vos. Era lo ms maravilloso que me haba sucedido en la vida. Pars me haba entregado su corazn y yo le haba entregado el mo. Los das de hasto haban terminado para siempre. Mis CUADOS, Provence y Artois, se haban casado con dos hermanas, dos feas y poco agraciadas princesas de Saboya. Me inspiraban lstima, e hice lo posible por conseguir su amistad, pero ambas fueron desagradables conmigo. Sin embargo, no las necesitaba. La princesa de Lamballe haba llegado a ser mi amiga ntima, y charlaba con ella como antes con mi hermana Carolina. Cuando llegaron las nieves me hice la ilusin de hallarme de nuevo en Viena. Un da encontr un viejo trineo en las caballerizas de Versalles y la princesa de Lamballe y yo fuimos en l a Pars. Haca un fro terrible, pero bamos bien abrigadas con pieles y era esplndido sentir el ardor de nuestros rostros. Los parisienses salieron de sus casas para mirarnos. Tiritaban; tenan los rostros amoratados y contrados. El contraste entre ellos y nosotras era penoso. Procur no fijarme, porque echaba a perder la diversin. Ms tarde, Mercy vino a verme con aire severo. Vuestro nuevo pasatiempo no agrada al pueblo de Pars me dijo. Y con esto acabaron nuestros paseos en trineo.

La tensin en el crculo familiar se haba acrecentado desde la llegada de la esposa de Artois. Las hermanas estaban unidas por su aversin hacia m, y mis cuados por su ambicin. Provence era con mucho el ms ambicioso. Mercy me haba advertido de sus artimaas, pero como se pasaba la vida amonestndome no le prest gran atencin. Nos reunamos los seis con frecuencia, como exiga la etiqueta. En cierta ocasin, en los aposentos de Provence, mi marido estaba de pie junto a la chimenea. Sobre la repisa haba un hermoso jarrn de porcelana y Luis lo tom para admirarlo. Como sus manos no estaban hechas para manejar objetos delicados, Provence mostraba a las claras su preocupacin. Se haba llevado ambas manos a la espalda para que no le viese apretar los puos con furor. Y... ocurri. El jarrn se estrell contra el suelo y se rompi en mil pedazos. Slo entonces me di cuenta del odio que Provence tena al delfn. Se abalanz sobre l derribndolo al suelo y le apret el cuello con las manos. Yo tir de la casaca a Luis, gritndoles que se detuvieran. El delfn exclam: Cuidado! Antonieta va a hacerse dao! Mis manos sangraban por los araazos recibidos en la reyerta y esto les calm. Tanto mi marido como Provence se excusaron, pero mis cuadas atribuyeron a mi afn de llamar la atencin el hecho de precipitarme entre los hermanos. Qu difcil resultaba ser amistosa con ellas! Pero yo lo era por naturaleza, e intent encontrar algn medio de agradarlas. No ignoraba el rey lo mucho que me gustaba el teatro, y haba ordenado que se representasen funciones dos veces por semana. Yo siempre asista para aplaudir, pero lo que de verdad deseaba era representar nosotros una funcin. Se prohibira en cuanto se supiese dijo Provence. Achacaran toda suerte de intenciones a nuestro inocente pasatiempo. En ese caso repliqu, no se sabr. Mientras nos dedicbamos a aprender nuestros papeles y a planear los decorados, mis cuadas olvidaron el odio que me tenan. Y yo estaba tan contenta de poder actuar que me olvid de todo lo dems. Provence tena realmente grandes dotes para la comedia. "Eres maravilloso!", sola exclamar yo, echndole los brazos al cuello, y esto le agradaba. Qu diferente era en aquellas ocasiones del sombro joven resentido contra el destino que no le haba hecho nacer delfn. Mi marido conoca nuestro secreto, pero no participaba en la funcin; era el espectador. Se sentaba sonriente y aplauda, aunque con ms frecuencia se quedaba dormido. Pero not que cuando yo estaba en escena permaneca casi siempre despierto.

Nuestras funciones teatrales eran simplemente una manera de pasar el rato. Siempre estaba haciendo planes para ir a Pars. Qu ciudad de contrastes! A veces, a primeras horas de la maana, cuando nos dirigamos alegres hacia Versalles despus de un baile en la pera, veamos a los campesinos que llegaban con provisiones para vender en Les Halles, o a panaderos que llevaban pan a la ciudad. Pan! Una palabra que iba a resonar en mis odos como una campana tocando a muerto. Pero yo saba muy poco entonces de aquella laboriosa ciudad. Me hallaba, realmente, en la ms completa oscuridad, y esto era imperdonable. Haba tanta pobreza por un lado y tanto esplendor por otro! El Pars que yo cruzaba alegremente en mi carroza estaba incubando la revolucin.EL CARNAVAL, poca de bailes de mscaras y de comedias, de peras y de

ballets, lleg a Pars con el ao nuevo. Mi diversin favorita era disfrazarme, pero nunca asista a bailes sin la compaa de mi marido o de mis cuados. El treinta de enero es una fecha que nunca olvidar. Disfrazada con domin negro y antifaz asist a un baile en compaa de Provence, Artois, sus esposas y varias damas y caballeros de la corte. El saln brillantemente iluminado, la msica, el suave crujir de la seda, el olor de las pomadas y de los polvos y, por encima de todo, el anonimato eran emocionantes. Estaba bailando con Artois cuando repar en un joven atractivo que me observaba. Era alto y esbelto, tena el cabello muy rubio, los ojos oscuros; un rostro lleno de contrastes. Tan pronto pareca hermoso, como, un instante despus, enigmtico y fuerte. Tuve un impulso. Quise escuchar su voz. Cuando dejamos de bailar, dije a mis acompaantes que deseaba divertirme un momento. Sonriente, me dirig al desconocido. Es un baile divertido... afirm. Mientras hablaba me ajust con la mano el antifaz, e inmediatamente me arrepent de haberlo hecho. Adornaban mi mano costosos diamantes. Sabra l hasta qu punto eran, costosos? Lo encuentro muy divertido respondi, y repar en su acento extranjero. Habra notado l el mo? No sois francs. Soy sueco, Madame. O debo decir Mademoiselle? Podis decir Madame respond riendo. Provence se acerc. Vi que el desconocido haba notado su presencia. Puedo decir prosigui que Madame es encantadora? Podis decirlo si as lo pensis. Entonces lo repito. Madame es encantadora. Qu hacis aqu?

Adquiero cultura, Madame. En el baile de la pera? Nunca sabe uno dnde va a encontrarla. Re. No saba por qu, pero me senta feliz. As que estis haciendo el grand tour. Decidme dnde habis estado antes de venir a Francia. En Suiza y en Italia. Me atrev a preguntar: Iris a Austria? Me gustara saber qu os parece Viena. Yo he vivido en Viena, ya hace tiempo prosegu sin aliento. Cmo os llamis? Axel, conde de Fersen. Los antepasados de mi madre eran de origen francs dio un paso hacia m. Pens que iba a pedirme que bailase con l y me pregunt qu deba hacer. Provence me observaba. Si el desconocido hiciese algo que pudiera considerarse de lse majest, lo cual poda ocurrir debido a mi conducta incitante, Provence no dejara de intervenir. Present complicaciones y, cosa extraa, en vez de alarmarme, me sent alborozada. Madame hace muchas preguntas dijo el conde de Fersen. Podra permitrseme hacer alguna a mi vez? Actu con mi habitual falta de reflexin. Alc la mano y me quit el antifaz. Se oyeron murmullos de sorpresa a nuestro alrededor. Madame la Dauphine! Re en voz alta, mirando al conde de Fersen. Cmo se sentira un hombre, me pregunt, que despus de galantear a una dama desconocida descubre que ha estado hablando con la futura reina de Francia? Se comport con la mayor dignidad. Hizo una profunda reverencia y vi sus rubios cabellos rozar el cuello bordado de su traje. Eran hermosos, del color del sol... La gente nos miraba. Con dignidad real, Provence me ofreci su brazo y nuestro grupo se dirigi inmediatamente a las carrozas. Ni Provence, ni Artois, ni sus esposas hicieron comentario alguno sobre mi conducta, pero saba lo que pensaban. Yo era una mujer joven y sana; estaba sexualmente insatisfecha. Una situacin peligrosa para una delfina, cuya descendencia seran los Enfants de France. Qu ocurrira si yo tuviera un amante, diera a luz un hijo y lo hiciera pasar por hijo de Luis? Poda suceder que un bastardo arrebatase a Provence una corona. Y yo? Todava oa la voz del conde de Fersen, y pensaba en sus rubios cabellos resaltando sobre el oscuro cuello de su traje. Le recordara durante mucho tiempo, pens. Y l nunca me olvidara. Esto me pareca suficiente. ' UNQUE AMABA el placer, no por ello dejaba de pensar a veces, y con tal que me mostraran los sufrimientos de los pobres, tambin era compasiva, una

tendencia que sola molestar a Madame de Noailles. En una ocasin decid seguir en mi calesa a la comitiva real, que andaba de cacera. Un campesino sali de su choza en el momento de cruzar el ciervo, y el aterrorizado animal lo corne. Me detuve. Su esposa estaba junto a l retorcindose las manos; a ambos lados, dos nios lloraban. Lo llevaremos a su choza y veremos cmo est dije. Enviar un doctor para que lo examine. Orden a mis criados que condujesen al hombre al interior. Experiment un sentimiento de culpabilidad a la vista de aquel humilde hogar. La herida no era profunda, por lo que yo misma la vend. Dej dinero y asegur a la esposa que enviara un mdico. Me mir casi con adoracin. Cuando ya me iba se arrodill a mis pies y bes el borde de mi vestido. Me sent profundamente conmovida. Narr a mi marido el incidente y describ la pobreza de la choza. Me alegro dijo con inusitada emocin de que pienses como yo. Cuando sea rey, har todo lo que pueda por mi pueblo. Quiero seguir los pasos de mi antepasado Enrique IV. Deseo ayudarte le dije con sinceridad. Bailes, ceremonias... son extravagancias sin sentido. Guard silencio. Es que no se poda ser a la vez bondadoso y alegre ? Episodios como ste adquiran, sin duda, excesiva resonancia; y cuando apareca en pblico, el pueblo me aclamaba ms entusisticamente que nunca. Se forjaron de m una idea a la que nunca podra ajustarme. A pesar de mi fama de frivolidad, me importaba el pueblo como a nadie le haba importado desde tiempos de Enrique IV, que dijo que todo campesino francs deba tener gallina en el puchero los domingos. Mi marido era tambin un hombre bueno. Juntos haramos volver a Francia tiempos felices. Se presentan grandes cambios. Un da Mercy me habl precisamente de esto. Me parece que se acerca el da en que el gran destino de la archiduquesa se ver consumado. Os habis fijado cmo ha decado la salud del rey? Si el delfn 'se viese llamado a reinar, no sera bastante fuerte para hacerlo solo. Si no le gobernis vos, otros le gobernarn. Deberais daros cuenta de la influencia que podrais ejercer. Yo? Pero si no s nada del arte de gobernar. Estoy segura de que nunca sabra lo que tena que hacer. No faltara quien os aconsejase. Deberais aprender a conocer y apreciar vuestra fuerza. Mi encantador abuelo, el rey, haba cambiado visiblemente. En una partida de whist, uno de sus ms viejos amigos, el marqus de Chauvelin, se llev la mano al pecho y cay al suelo. Alguien dijo: "Ha muerto, Sire." Mi abuelo se sinti profundamente afectado.

Mi viejo amigo se lament el rey, y se retir inmediatamente a su dormitorio. Madame Du Barry le sigui. Era la nica persona que saba consolarle. Pobre abuelo! El abate de la Ville, a quien haba ascendido das antes, vino a darle las gracias por su nuevo puesto. Acababa de iniciar su discurso de agradecimiento cuando le dio un ataque y cay fulminado a los pies del rey. Era ms de lo que el abuelo poda so- portar. Se encerr en sus habitaciones y mand llamar a su confesor. Me dijeron que Madame Du Barry estaba profundamente preocupada. Adelaida, en cambio, estaba en sus glorias. Hablaba de la depravada existencia que haba llevado el rey. Le he dicho una y mil veces declar que le queda poco tiempo. Me destrozara el corazn si al llegar al cielo encontrase que a mi amado padre, el rey de Francia, se le haban cerrado las puertas. Finalizada la Pascua, Madame Du Barry sugiri que ella y el rey se instalasen sin ningn boato en el Trianon y pasasen all algunas semanas. Haba llegado la primavera, y era un buen momento para desterrar lgubres pensamientos. Su amiga saba distraerle y hacerle rer, por lo que el rey no tuvo inconveniente en ir con ella. Pero se encontraba mal, muy mal. Sin embargo, la Du Barry insisti en que todo lo que necesitaba era descanso y su compaa. ' El da siguiente al de su partida, me encontraba en mis habitaciones dando mi leccin de arpa cuando entr el delfn con aire muy ttrico. Hice sea a mi maestro de msica de que nos dejase. l rey esta enfermo me dijo. La Martinire acaba de salir para el Trianon. La Martinire era el mdico principal del rey. Ests muy preocupado, Luis. ^Siento como si el universo se me viniera encima. Cuando La Martinire reconoci al rey insisti en que se le trasladase de nuevo a Versalles. Esto era ya muy significativo, pues la etiqueta exiga que los reyes de Francia muriesen en el palacio. Recorrieron el corto trayecto y, desde una ventana, le vi salir de su carroza. Vena envuelto en una pesada capa. Su cara tena un rubor enfermizo y febril. Cuando se instal en su alcoba regia, a todos nos convocaron. Al besarle yo la mano, no sonri ni pareci importarle. Tuve que esforzarme para no romper a llorar. Slo cuando Madame Du Barry se acerc a su lecho pareci reanimarse un poco. Quieres que me quede, Francia? pregunt ella. El rey sonri y asinti con un gesto; la dejamos, pues, con l.. Aquel da todo pareca irreal. No poda concentrarme en nada. Luis permaneci a mi lado. Deca que era mejor que estuvisemos juntos. Cinco cirujanos, seis mdicos y tres boticarios atendan al rey.

Discutan a propsito de la naturaleza de su enfermedad, y sobre el nmero de sangras si dos o tres que se le deban practicar. La terrible incertidumbre se mantuvo a lo largo de todo el da siguiente. Madame Du Barry continuaba con l, pero las tas se haban declarado dispuestas a no permitir que su padre siguiese atendido por ella. Adelaida fue la primera en entrar en la habitacin del enfermo y se dirigi a la cama en el preciso instante en que uno de los doctores acercaba un vaso de agua a los labios del rey. El doctor pareci sobresaltarse y exclam: Acerquen las velas! Todos los que se hallaban prximos al lecho vieron lo que haba alarmado al mdico. El rey tena viruelas. Dijeron a las tas que deban abandonar la habitacin, pero Adelaida se irgui todo lo alta que era y exclam: Tenis la osada de ordenarme que salga del dormitorio de mi padre? Mi padre necesita enfermeras, y quin debe cuidarle sino sus propias hijas? Se quedaron, compartiendo con Madame Du Barry la tarea de cuidar al enfermo, aunque procuraban no coincidir con ella en la habitacin. Lucharon por salvar su vida, corriendo un terrible peligro, y se mostraron tan abnegadas como la mejor enfermera. A mi marido y a m nos prohibieron acercarnos a la habitacin del enfermo. ramos ahora demasiado importantes. El hecho de que tena viruelas no pudo ocultrsele. A los sesenta y cuatro aos dijo el rey, uno no se recupera de esta enfermedad. Debo poner en orden mis asuntos. Lo que ms le dola era separarse de Madame Du Barry, pero tena que ser as, por el bien de ambos. Ella cedi a regaadientes. Pobre mujer! Al hombre que se interpona entre ella y sus enemigos le abandonaban rpidamente las fuerzas. El rey preguntaba constantemente por su favorita; estaba desolado sin su compaa. Mis sentimientos hacia aquella mujer cambiaron entonces y lament no haberme mostrado ms benvola con ella. El rey deba de haberla querido tiernamente, pues aunque los sacerdotes insistan en que deba confesar, l segua posponindolo. Una vez que hubiese confesado tendra que despedirse definitivamente de ella, pues slo as podra recibir la absolucin. Pero a primeras horas de la maana del da 7 de mayo el estado del rey empeor de tal forma que decidi mandar llamar a un sacerdote. Desde mis ventanas pude ver a miles de parisienses que haban venido a Versalles. Vendedores de vituallas y vino, vendedores de coplas acampaban en los jardines, pues los parisienses eran demasiado realistas para fingir duelo alguno. Se alegraban de que el viejo reinado terminase y esperaban mucho del nuevo. Nos llegaban noticias de la cmara mortuoria. O decir que cuando el cardenal de la Roche-Aymon entr vestido con ropa de ceremonial, llevando

consigo la Sagrada Forma, mi abuelo se quit el gorro de dormir y trat en vano de arrodillarse en el lecho. Si mi Dios se digna honrar a un pecador como yo, debo recibirle con respeto dijo. Pero no se trataba de un pecador ordinario ; era un rey que haba desafiado abiertamente las leyes de la Iglesia y deba hacer pblica confesin de sus pecados. Precedidos por el arzobispo, marchamos en procesin desde la capilla a la cmara mortuoria. Encabezbamos el cortejo el delfn y yo; detrs venan Provence, Artois y sus esposas. Todos llevbamos en la mano un cirio encendido. Permanecimos fuera de la habitacin, pero podamos or el sonsonete de los sacerdotes y las respuestas del rey; desde la puerta abierta vimos cmo le administraban el Santo Vitico. El cardenal sali a la puerta y nos dijo: Seores, me encarga el rey que os diga que pide perdn a Dios por sus pecados y por el escandaloso ejemplo que ha dado a sus sbditos; y que si Dios vuelve a darle salud dedicar el resto de sus das a la penitencia, a la religin y al bienestar de su pueblo. Comprend entonces que el rey haba perdido toda esperanza, porque lo que haba dicho significaba que se separaba definitivamente de Madame Du Barry por el tiempo que le quedara de vida. Le o decir con voz desmayada: Quisiera haber tenido fuerzas para pronunciar yo mismo esas palabras. Pero aquel no fue el fin, aunque ojal lo hubiera sido. Mi pobre abuelo, tan remilgado! Espero que no se diese cuenta del estado en que qued su cuerpo gentil: la putrefaccin hizo mella en l antes de la muerte; lo tena todo ennegrecido e hinchado. Pero se resista a morir. El hedor en el dormitorio era horrible. Los criados sentan nuseas y se desmayaban. Adelaida y sus hermanas estaban al borde del agotamiento, pero no permitan que nadie ocupara sus puestos. Nos pidieron a mi marido y a m que permanecisemos en Ver- salles hasta la muerte del rey. Despus deberamos trasladarnos a Choisy con toda rapidez, ya que el palacio era un foco de infeccin. Mi marido me haba llevado a una pequea estancia donde permanecimos sentados en silencio. De pronto omos un gran tumulto. Nos incorporamos, mirndonos el uno al otro. Se abri la puerta de repente. La gente entraba corriendo, nos rodeaba. Madame de Noailles fue la primera en llegar hasta m. Se postr a mis pies y me bes la mano. Sent afluir las lgrimas a mis ojos. El rey haba muerto. Mi pobre Luis era rey de Francia y yo la reina. Luis se volvi hacia m y yo hacia l. Tom mi mano y espontneamente rezamos juntos. Seor, guanos y protgenos. Somos demasiado jvenes para reinar musit mi marido.

Todos salimos de Versalles con aire solemne y grave. Las tas no vinieron con nosotros porque haba en ellas, sin duda, peligro de contagio. En nuestra carroza venan Provence y Artois con sus esposas. Hablamos poco. Estbamos sinceramente desconsolados y Luis pareca l ms afectado de todos. Pero, en realidad, qu superficial era nuestra pena! ramos todos tan jvenes! Diecinueve aos son muy pocos para ser reina. Tal vez intente ahora buscar excusas, pero lo cierto es que nunca pude conservar mucho tiempo un sentimiento, especialmente la tristeza. La mujer de Artois, Mara Teresa, hizo no s qu comentario, y su extraa pronunciacin me oblig a contraer los labios. Mir a Artois: sonrea tambin. Y, de pronto, todos rompimos a rer: una risa histrica, pero despus de ella la solemnidad de la muerte se alej. NUESTROS DAS en Choisy transcurrieron muy ocupados, en particular para Luis. Su porte era ms majestuoso y, aunque sencillo, tena aires de rey. Todo el mundo se preguntaba hasta qu punto influiran las tas en l, qu influencia tendra yo y a quin elegira el rey como favorita. Haban olvidado que una esposa era demasiada carga para l? Naturalmente, nuestro penoso problema iba a ser ahora ms acuciante que nunca. Pens que debamos llamar al duque de Choiseul inmediatamente. Estaba segura de que mi madre deseaba que influyese en mi marido para hacerle volver a la corte. Pero cuando mencion su nombre, cruz por el rostro de Luis una sombra de obstinacin. Nunca me fue simptico ese individuo dijo. Fue l quien concert nuestro matrimonio. Lo mismo se habra efectuado sin l me sonri tiernamente. No deberas preocuparte por estos asuntos. En cierta ocasin supe que Luis haba dicho: "He l