La conferencia del desarme, un gran diálogo entre sordos · 2015-03-11 · LA CONFERENCIA DEL...

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LA CONFERENCIA DEL DESARME, UN GRAN DIALOGO ENTRE SORDOS Apenas el presidente de los Estados Unidos había hecho un hincapié espe- cial en la significación que tendría un nuevo esfuerzo por llegar a un acuerdo sobre la necesidad de contener la expansión en potencia del número de miem- bros del "Club Atómico", al calificar esto como "la más grave de todas las cuestiones humanas sin resolver", cuando los delegados soviéticos en la Con- ferencia del Desarme de Ginebra empezaron a hablar públicamente de una "broma". Aún no se sabía siquiera lo que había en aquel borrador de tratado norteamericano cuya importancia quiso recalcar y acentuar Mr. John- son al advertir que "el destino de generaciones todavía por nacer está en nuestras manos". Pero ya los delegados soviéticos tenían tomadas posicio- nes y había muy pocas probabilidades, ciertamente, de que se les pudiese convencer para que se moviesen un poco, por poco que fuese, en una direc- ción o la otra. Más que la incapacidad, como se ha querido insinuar, de los estadistas responsables del mundo por comprender primero y por hacer frente después a lo que se insistía en presentar como la más crítica de las grandes y graves cuestiones de nuestro tiempo, lo que estaba realmente en juego eran cuestiones de poder, de prestigio y, seguramente también, de intereses. Porque sólo si se hablase de un diálogo entre sordos se podría compren- der la situación a que se había llegado. Un diálogo entre sordos que lleva- ba, de una manera u otra, muchos años de duración. Que se venía sostenien- do de una manera poco menos que ininterrumpida desde la terminación casi de la segunda guerra mundial. Aunque la cuestión está planteada, sin em- bargo, desde mucho tiempo antes y ha sido también objeto de largas—e in- fructuosas—'negociaciones. Todo el mundo se acuerda, por ejemplo, de la atención que el tema recibió de la antigua Sociedad de Naciones—con la ayuda, brillante, aunque no eficaz, no podía serlo, de la representación espa- ñola—y de las muy importantes conferencias y negociaciones que incluso

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LA CONFERENCIA DEL DESARME, UN GRAN DIALOGOENTRE SORDOS

Apenas el presidente de los Estados Unidos había hecho un hincapié espe-cial en la significación que tendría un nuevo esfuerzo por llegar a un acuerdosobre la necesidad de contener la expansión en potencia del número de miem-bros del "Club Atómico", al calificar esto como "la más grave de todas lascuestiones humanas sin resolver", cuando los delegados soviéticos en la Con-ferencia del Desarme de Ginebra empezaron a hablar públicamente de una"broma". Aún no se sabía siquiera lo que había en aquel borrador detratado norteamericano cuya importancia quiso recalcar y acentuar Mr. John-son al advertir que "el destino de generaciones todavía por nacer está ennuestras manos". Pero ya los delegados soviéticos tenían tomadas posicio-nes y había muy pocas probabilidades, ciertamente, de que se les pudieseconvencer para que se moviesen un poco, por poco que fuese, en una direc-ción o la otra. Más que la incapacidad, como se ha querido insinuar, de losestadistas responsables del mundo por comprender primero y por hacer frentedespués a lo que se insistía en presentar como la más crítica de las grandesy graves cuestiones de nuestro tiempo, lo que estaba realmente en juego erancuestiones de poder, de prestigio y, seguramente también, de intereses.

Porque sólo si se hablase de un diálogo entre sordos se podría compren-der la situación a que se había llegado. Un diálogo entre sordos que lleva-ba, de una manera u otra, muchos años de duración. Que se venía sostenien-do de una manera poco menos que ininterrumpida desde la terminación caside la segunda guerra mundial. Aunque la cuestión está planteada, sin em-bargo, desde mucho tiempo antes y ha sido también objeto de largas—e in-fructuosas—'negociaciones. Todo el mundo se acuerda, por ejemplo, de laatención que el tema recibió de la antigua Sociedad de Naciones—con laayuda, brillante, aunque no eficaz, no podía serlo, de la representación espa-ñola—y de las muy importantes conferencias y negociaciones que incluso

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JAIME MENÉNDEZ

culminaron en la firma solemne de un tratado que se llegó a considerar comoun memorable acontecimiento histórico, si bien no tardó en descubrirse queno había alterado para nada, aunque en algún modo pudo haber encubierto,las actividades de algunas potencias para entrar en posesión precisamente delas armas que habían sido prohibidas o reguladas por aquel tratado.

Y en cuanto a la solemnidad de las advertencias, la gravedad del peligro ola significación misma de una situación fabulosamente ventajosa, lo sufi-ciente para tomar posiciones decisivas, ¿queda algo, en realidad, que no sehaya dicho antes de llegar a este momento, que el presidente Johnson des-cribió como "la hora que es tarde ya", como si con ello se tratase única-mente de imprimir una sensación de prisa, de urgencia, para acelerar unproceso de negociación que parece llevar dentro de sí sólo dos posibilidades:el fracaso o la prolongación indefinida de las negociaciones?

Si bien se ve, esto último es lo más probable y lo más lógico también. Enfin de cuentas, ¿quién podría hablar de la falta de lógica de un diálogo en-tre sordos?

Sólo en situaciones sometidas a la influencia de fuerzas y factores de talmodo dominantes que no permiten ver la significación de lo que para otroses de una claridad impresionante a la vez que inconfundible, es posible com-prender cómo los rusos han podido resistir, por ejemplo, la "invitación" delos Estados Unidos a negociar, firmar y aceptar un acuerdo para la limita-ción y el control de los armamentos—y los explosivos—atómicos hecha enlos momentos en que los Estados Unidos tenían en su poder los medios ab-solutos y decisivos para imponer su voluntad. Y de la naturaleza de esa vo-luntad no se podría dudar, como tampoco del enorme, decisivo, interés quelos Estados Unidos habían puesto en la cuestión, ya que, a pesar de nega-tivas, desaires y contrariedades, los Estados Unidos no han dejado de per-sistir en el empeño.

Los Estados Unidos habían pasado—y dejado pasar—por una situaciónparecida a la que llevó al kaiser Guillermo II de Alemania a escribir, diri-giéndose al primer lord del Almirantazgo inglés, en 1908:

"Fue en Inglaterra donde se construyó el primer Dreadnoughl, con elmayor secreto, y a su terminación, el almirante Fisher (entonces primer lorddel Almirantazgo) y la Prensa anunciaron al momento que era capaz de hun-dir a toda la marina alemana. Estas declaraciones forzaron al Gobierno ale-mán a empezar a construir barcos del mismo tipo, para la satisfacción de

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la opinión pública de Alemania." (Cita de G. Lowes Dickinson, en The Inter-national AnaTchy.)

Lo que en aquellos momentos pudo haberse remediado de una vez parasiempre, en cualquier caso desde el punto de vista de quienes tenían el con-vencimiento de que la Gran Bretaña había alcanzado la posición de una supe-rioridad absoluta, algo parecido a lo que, con mucha mayor amplitud, serepitió en los Estados Unidos cuarenta años después, siguió adelante paradesembocar en una nueva guerra y, después de ella, en nuevas, más sistemá-ticas y más decididas conversaciones de desarme.

Para acabar, hasta ahora, en una situación como esa a que se había lle-gado después de la presentación del borrador de tratado contra la prolifera-ción de las armas nucleares presentado por los Estados Unidos a la consi-deración de la Comisión de Desarme de las Dieciocho Naciones, como diceel nombre oficial, al que a menudo se alude como la E. N. D. C, por las ini-ciales en inglés, aunque está formada en realidad por diecisiete naciones, envista de la negativa de Francia, desde el primer momento, a tener participaciónalguna en sus tareas. Una situación que movió a un gran diario de NuevaYork a decir: "Como muchos compromisos, el tratado parece dejar a todoel mundo descontento: a los partidarios del desarme dentro de la Adminis-tración (norteamericana); a los ingleses, a quienes no les agrada ni siquierala posibilidad hipotética de mezclar su lote nuclear con Europa; a los ale-manes occidentales, que no quieren depender de la aquiescencia británica parala formación de una fuerza europea, y a los rusos, que no quieren tratadoalguno que permita a la O. T. A. N. contar con la defensa nuclear colectiva."

Si no se tratase de algo tan importante—posiblemente tan decisivo, inclusoviviendo como estamos en la era atómica, que basta de por sí para dar atodo este tema la dimensión de algo radicalmente nuevo y, por ello, de incal-culables posibilidades—sería para tomarlo a broma, como hicieron con losrusos con ese proyecto de tratado presentado por los Estados Unidos. Peronos encontramos ante lo nuevo, ante el hecho alucinante que movió a sir JohnCockcroft a decir, hace ya bastantes años, que como "las consecuencias mili-tares de la fisión y la fusión han conducido a una revolución en el pensa-miento y la práctica militares a la que aún le queda un buen camino queandar", el género humano se encuentra ante la mayor de las decisiones a que

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ha podido tener que hacer frente: "la cooperación en el desarme para asídesvanecer la amenaza que ahora se cierne sobre todo el mundo".

Por si no había bastante con la amenaza que entonces existía, cuandosólo se podía hablar de dos potencias nucleares—Inglaterra apenas había con-seguido que fuese admitida la solicitud de ingreso en el "Club Atómico",hecha con el acompañamiento inevitable de unas cuantas explosiones de ca-rácter experimental, ahora nos encontramos con la situación que describiólord Chalfont, el primer ministro de Desarme en la historia de la Gran Bre-taña, al hablar ante la Asociación de la Prensa Extranjera de Londres, el13 del pasado julio, de la tendencia a la propagación de las armas nucleares.De no hacerse nada por contenerla, dijo, en los próximos diez a quinceaños pudiera haber no cinco potencias nucleares, sino dos veces más.

Mucho dependerá de las circunstancias, sin duda, pues no faltan indiciosque hagan pensar, por lo menos, en que cosas como la creciente presión delas pruebas atómicas chinas sobre otros países, según la expresión de ClareTimberlake, miembro de la delegación norteamericana en esa conferencia deGinebra, se convirtiesen en el estímulo irresistible que haga subir con rapidezel número de las potencias en condiciones de disponer de armamento nuclear.

La tremenda rivalidad entre las dos superpotencias nucleares, que no hadejado de crecer y acentuar su inmenso poder a lo largo de la postguerra,ha adquirido unas características nuevas, sorprendentes y amenazadoras apartir del momento en que la China se ha convertido-—empezado a convertirsemás bien—en la quinta potencia atómica del mundo. Esto ha dado una di-mensión nueva a lo que todavía no se había podido medir bien en todoslos sentidos y direcciones, por causa fundamentalmente de tanto factor nuevocomo se venía agregando, desde hacía unos pocos años, a una ecuación cuyoselementos viejos estaban todavía en evidencia, sin duda, pero ya desborda-dos o medio sumergidos por todos esos descubrimientos y avances cientí-ficos y tecnológicos que se habían venido encima, con fuerza y, además, conprecipitación. Ver a China, la China de Mao Tse-tung, el hombre a quien yase presenta con un carácter, que se puede definir como oficial, como el jefeindisputado e indiscutido de la revolución mundial, una revolución que sequiere impulsar vigorosamente por medio del desarrollo a escala mundialde la acción guerrillera que alcanzó, al cabo de los años—de veinticinco atreinta años, de toda una generación—un triunfo completo en el inmensopaís asiático, acaso sirva como una especie de confirmación de las peoresinquietudes, de los temores más inquietantes.

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Hasta ahora se podía hacer burla o no prestar atención siquiera a tantaagresividad propagandística, pero ¿cómo no tomar en serio a una potenciaque además de tener la cuarta parte de la población del mundo, de conser-var intacto—incrementado tal vez—su fervor revolucionario, está en vías muyavanzadas de convertirse en una potencia atómica? ¿Y cómo no sentir, almismo tiempo, la sensación de que algo grave pudiera anticipar ese aparentedesprecio hacia todo lo que no se acomoda a su manera de pensar y actuar?Un día produjo cierta sensación lo que se presentó como la actitud desde-ñosa de Pekín ante la posibilidad de que en una guerra, que seguía tenién-dose por allí como inevitable, según la conocida definición marxista de ciertosrasgos básicos de la sociedad capitalista, pudiese perder la mitad de su po-blación. Porque, en el peor de los casos, siempre a China le quedarían cien-tos de millones de habitantes con los que empezar de nuevo y ya con laventaja de no tener a su derredor más que las ruinas de un enemigo que ha-bía sido vencido y aniquilado.

Ahora, en una versión nueva de una alucinante perspectiva, el mariscalLin Piao, ministro de Defensa Nacional, viceprimer ministro y vicepresidentedel Partido Comunista chino, por lo tanto una de las figuras centrales delrégimen de Pekín, habla no sólo del pueblo que en "otras partes del mundoverá aún con mayor claridad que el imperialismo de los Estados Unidos pue-de ser derrotado y que lo que el pueblo vietnamita puede hacer, también élpuede hacerlo". Es que aparte el ejemplo que den los pueblos y las gentes deotras partes y regiones del mundo, algunas de las cuales pueden encontrarsesin salir de Asia y otras aparecerán esparcidas por distintos continentes,está también—-se cree que está—el efecto de una propaganda que adopta unaactitud despreciativa hacia esas potencias que hablan de las armas atómicasen actitud amenazadora y que si no hablan, piensan, sin duda, y en todo mo-mento, en ellas; potencias como los Estados Unidos y, por supuesto, la UniónSoviética, cuyos dirigentes aparecen descritos como "los cómplices de losgangsters imperialistas." Y por si en algún momento los Estados Unidos,que son el blanco directo de los golpes brutales de la propaganda china, seatreviesen, que no se atreverán, se ha dicho desde Pekín una y otra vez, arecurrir a las armas nucleares, ¿se podría esperar que eso produjese un im-pacto serio en ese "vasto océano" formado por los millones y millones dechinos?

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Por si una argumentación así alcanzaba el punto que hiciese necesaria,inevitable, la confrontación con la realidad, China está en vías de convertirseen una potencia atómica, lo que pone nuevos triunfos en las manos de suspropagandistas. En los Estados Unidos se contempla con mucha preocupación,acaso con algo de horror ya, el desarrollo de los acontecimientos en un pa-norama que no tiene nada de tranquilizador. Sobre todo en vista de la acti-tud, tan fría, tan despreciativa o tan desconsiderada, que viene adoptandola Unión Soviética, en cosas como la guerra del Vietnam o de la confe-rencia del desarme. Y eso que ya no resulta nada imposible la especulacióncon la hipótesis de que antes de que China pudiese revolverse contra losEstados Unidos, en el caso de que esto llegase a ser posible ¡algún día, el des-tino, la presión de su propio crecimiento demográfico y el calor de la argu-mentación revolucionaria, habrían de volverse contra su vecino a lo largo demiles y miles de kilómetros de frontera común: la Unión Soviética.

Pero los Estados Unidos no sólo se encuentran con una Unión Soviéticaque, en los momentos realmente críticos, se muestra incomprensiva, sino quese están dando situaciones como esa que movió a un diplomático norteame-ricano en Moscú a decir que "los rusos no quieren verse sorprendidos dán-doles la mano en público". Esta actitud fría, reservada, descrita con singulareficacia con esa expresión de que se ha hecho eco editorialmente The NewYork Times, explica no sólo algunas, por lo menos, de las dificultades conque se tropieza en la conferencia del desarme de Ginebra, donde parece sertotalmente imposible armonizar los encontrados—diametralmente opuestos—puntos de vista norteamericano y soviético, sino algunas de las consecuen-cias que está teniendo. No haría falta esto, sin duda, en un mundo como elactual, que tiene como una de sus realidades más incómodas—y más peli-grosas—la guerra del Vietnam, en la que a veces se puede tener hasta la sos-pecha de que una de las mayores preocupaciones de Moscú pudiera ser eltener que participar de alguna manera en la acción, aunque sólo sea con elpropósito de hacer demostración de que son falsas y malévolas las insinuacio-nes y hasta las acusaciones de Pekín, en el intento encaminado a presentara la Unión Soviética como el aliado ya más bien que el cómplice del impe-rialismo norteamericano. Pero es una gran ayuda, por supuesto. Es una apor-tación tremenda a ese ambiente que está haciendo bajar de nuevo la tempe-ratura, para dejarla a la altura, cuando más, en que se hallaba en los díasde la guerra fría, que se creían pasados definitivamente.

El emhjador de los Estados Unidos en Moscú ha dejado de asistir a los-

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•actos públicos de alguna importancia por temor a no poder escuchar, sindarles la respuesta adecuada, las frecuentas y duras acusaciones soviéticas.Que no están motivadas por el estado, tan malo, de las relaciones—o de lasno relaciones—entre los Estados Unidos y China, sino por la participación¡norteamericana en la guerra del Vietnam, en una guerra que podría ser unaconfrontación de los Estados Unidos con la Unión Soviética. Por causa delVietnam, exclusivamente, se han ido enfriando unas relaciones que se que-rían hacer más amistosas, más frecuentes, más provechosas. Hacia ello ten-dían, sin duda, negociaciones e intercambios, culturales mucho más que co-merciales, aunque también por este lado asomaban posibilidades de algunaimportancia, que encontraron un ambiente singularmente favorable en lanegociación primero y la firma después del Tratado de Moscú para la prohi-bición parcial de las pruebas atómicas (de todas las pruebas, salvo lassubterráneas, y esto, en apariencia, a causa de la resistencia soviética a laaceptación de un método de observación in situ y de inspección que los Es-tados Unidos consideraban absolutamente esencial).

Se había hablado de aquello como de un turning point en las relacionesentre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Esa impresión se había dado,por lo menos. Pero el punto de partida de una mejoría clara en las rela-ciones entre las dos superpotencias no está por ese lado. Después de todo, seha dicho, seguramente con razón, que ese acuerdo de Moscú fue posible notanto por la demostración, una vez más, de la probada capacidad y habilidaddiplomática de Averell Harriman, consejero de presidentes, embajador enMoscú, gobernador del Estado de Nueva York y muchas cosas que han real-zado, adornado y enaltecido la carrera de una de las grandes figuras de nues-tro tiempo, como por los intercambios frecuentes—otro de los acontecimien-tos extraordinarios de nuestro tiempo—entre el presidente de los EstadosUnidos, el asesinado John F. Kennedy, y el jefe del Gobierno y el PartidoComunista, posteriormente depuesto, Nikita S. Jruschev. Sin la continuacióny la intensificación, sin duda, de un diálogo que alcanzó unas característicassingulares en los momentos culminantes de la confrontación soviético-ameri-cana sobre Cuba, sin la creación y el funcionamiento del llamativo "hilorojo" entre la Casa Blanca (en realidad, el Pentágono) y el Kremlin, hubierasido difícil, acaso imposible, aquel acuerdo de Moscú que hizo pensar, de

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pronto, en que todo había cambiado—y "para bien", llegó a decirse—en elmundo de las relaciones internacionales.

Pudo existir la duda, acaso el temor, de que se produjese un nuevo cam-bio—ya no "para bien"-—con la desaparición de Mr. Kennedy y, más toda-vía, con la destitución, en forma tan desconsiderada, del señor Jruschev, perosi bien se pudo tener la impresión de que apenas se hacían con el "hilo rojo"otras cosas que mantener periódicamente unas comunicaciones "entre sargen-tos", para intercambiar frases históricas o literarias, sin otra finalidad quedemostrar que se encontraba en condiciones de utilización, por si llegaba elmomento, también se empezó a hablar mucho de la "construcción de puen-tes" entre el Occidente y el Oriente. Es más, ya se había terminado la ne-gociación de un tratado consular entre los Estados Unidos y la Unión So-viética—que después de haber sido rubricado y sometido a la consideracióndel Senado, para su ratificación, hubo de ser retirado, por temor a que nopudiese alcanzar los dos tercios indispensables, por causa de ese cambio grandey desfavorable, que al fin se produjo, para alterar las relaciones entre las dospotencias—y se preparaba incluso el establecimiento de comunicaciones aéreasdirectas entre Moscú y Nueva York, a la vez que se hablaba de la venta—-circunstancia un tanto asombrosa—de fábricas enteras, una de ellas decaucho sintético, otras de productos químicos, a países de régimen comunista.

Pero como el ambiente en que se desarrollaban estas relaciones y se pro-yectaban otras más importantes y más cordiales todavía se enfrió mucho, apartir de la hora de la intensificación en gran escala de la participación norte-americana en el conflicto del Vietnam—cuyos verdaderos orígenes son muyanteriores a la decisión del entonces presidente Kennedy, en 1961, de aumen-tar mucho la ayuda al Vietnam del Sur, la militar no menos que la econó-mica, y al propio armisticio de 1954, de donde arranca históricamente lasustitución norteamericana por la presencia francesa en esa parte del Sud-este asiático—, no sólo se fueron abandonando nuevos proyectos, sino quefueron interrumpidos o sufrieron serios contratiempos algunos que estabanya en vías de desarrollo. Una exposición arquitectónica que estaba recorriendovarias ciudades importantes de la U. R. S. S., tuvo un serio tropiezo en Minsk,donde alguien quiso reconocer en un arquitecto norteamericano, de origenalemán, que actuaba de guía y agente de relaciones públicas, a un peligrosonazi de los días de la segunda guerra mundial que había estado buscando a"patriotas" por la Ucrania ocupada para entregarlos a los "verdugos". Y larepresentación en Moscú---anunciada para principios de octubre—de una

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comedia musical que había alcanzado un gran éxito en los Estados Unidos,Helio Dolly!, tendría que aplazarse con carácter indefinido, acaso parasiempre.

Se llegó a hablar de una "situación anómala que se podía explicar, al me-nos en parte, sólo pensando en las tensiones que había engendrado, que se-guía engendrando, la guerra del Vietnam. Claro que eso sería una razónmás, y muy poderosa, para "hacer que fuese más importante que nunca elintento de mejorar las relaciones entre Moscú y Washington. El mayor peli-gro, después de todo, es—advertía The New York Times—que el conflicto delSudeste de Asia pudiese extenderse y resultar en definitiva en una confron-tación nuclar soviético-norteamericana". Se llegó a hablar en la forma acasomás que increíble, inadmisible, en que habló Alexei N. Kosygin, el nuevoprimer ministro soviético, en conversación con lord Thomson de Fleet, elmagnate de la Prensa británica, en el curso de un diálogo sostenido en Mos-cú: "Los Estados Unidos—-dijo Kosygin—se comportan (en el Vietnam) comoHitler en la Ucrania. Fusilan y asesinan al pueblo y a usted (lord Thomson)le gustaría que la gente creyese a los norteamericanos."

Se podía pensar sin gran dificultad, desde luego, que si por culpa delVietnam o de cualquier otro lugar o situación llegase a ser inevitable unaconfrontación nuclear, frente a los Estados Unidos, una de las potencias quefatalmente había de verse afectada sería la Unión Soviética, no China. Porahora y durante mucho tiempo todavía.

Eso hacía un poco más significativa, delicada quizá y acaso un tanto sar-cástica también, esa permanente y agria confrontación que, en el terrenopropagandístico y algo más—una creciente actividad china por muchas par-tes orientada en el sentido de crear dificultades crecientes a los Estados Uni-dos lo confirma—sitúa a los Estados Unidos y a China frente a frente. PeroChina puede seguir adelante, sin inmutarse, con amenazas atómicas o sinellas, convencida como está de que, en el caso de que la confrontación lle-gase a ser nuclear, las primeras descargas norteamericanas habrían fatal-mente de ir dirigidas contra la Unión Soviética antes que contra China.Después de todo, las dificultades reales más serias con que están tropezandolos Estados Unidos en el Vietnam no son tanto la consecuencia de una inter-vención china mayor o menor, como la presencia, tan incómoda—acaso tan

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JAIME MENÉNOEZ

comprometida—de las bases de proyectiles soviéticos tierra-aire por las pro-ximidades de Hanoi y otros puntos del Vietnam del Norte.

Mientras Pekín habla, agita y se esfuerza por crear un ambiente de odiorevolucionario contra los Estados Unidos, la Unión Soviética, que tiene porel Vietnam bastante que perder y nada que ganar, desde un punto de vistanacional y desde un punto de vista revolucionario—aunque la pasión revolu-cionaria de la Unión Soviética se ha enfriado considerablemente—ha fortale-cido mucho, por lo menos, las posiciones defensivas del Vietnam del Norte.Lo que para los Estados Unidos es ya causa de verdadera preocupación.

Con unos antecedentes así y siendo, como son, los Estados Unidos y laUnión Soviética las potencias que ocupan posiciones dominantes—-decisivas—en la Conferencia del Desarme, de Ginebra, ¿cómo se podría esperar que deella salga nada más favorable o menos perturbador que la decisión de seguiradelante sin la más leve esperanda, por ahora, de acuerdo alguno? Pero enlos Estados Unidos se sigue concediéndole una importancia de primer orden,la mayor, es más, que se pudiera dar a acontecimiento alguno, con una solaexcepción, por supuesto: una confrontación nuclear. Por eso cada vez queasoma la dificultad o cunde el desaliento, se oye la palabra insinuante queaconseja paciencia. Se pide paciencia incluso frente a la actitud ofensiva,insultante, que más de una vez adoptan los portavoces soviéticos.

Sólo sarcasmo y desprecio había en el comentario de Sovietskaya Bielo-mssia, de Minsk, en el comentario dedicado a esa exposición de arquitecturaque el Gobierno norteamericano llevó a la Unión Soviética, en el que se decía:"El pueblo soviético no es tan ingenuo que confunda lo blanco con lo negroo que crea las invenciones absurdas." Desprecio más que indiferencia o in-credulidad le merecían, añadía, las explicaciones que sostenían que "los tra-bajadores en los Estados Unidos viven tan bien como los capitalistas, queganan grandes sueldos y que sólo pagan unos céntimos por la vivienda, queson propietarios de acciones y que reciben dividendos". Y añadía este dia-rio de Minsk: "Ese lugar descrito por los guías de la exposición no es unpaís, es el paraíso." (Incidentalmente y a la vista de comentarios de estaclase es posible comprender el mucho empeño que tienen los Estados Unidos,ya desde un principio y en evidencia de manera muy llamativa en los díasmismos en que John Foster Dulles se encontraba al frente del Departamentode Estado, en el desarrollo del intercambio llamado cultural con la UniónSoviética.)

Tanta importancia tienen para los Estados Unidos las buenas relaciones

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con la Unión Soviética y la continuación, por supuesto, de la Conferencia delDesarme, que se ha hecho todo lo humanamente posible por quitar impor-tancia, en el caso de que no fuese posible pasarlo todo por alto, a acusa-ciones tan ofensivas como esa que asegura que la política exterior de los Es-tados Unidos no es obra del presidente Johnson, sino consecuencia de lasdecisiones adoptadas por los "fascistas" y los "imperialistas", por "WallStreet", que es la causa de que haya guerra en el Vietnam y marines en laRepública Dominicana.

De seguir así—sin empeorar de una manera peligrosa—'las relaciones en-tre los Estados Unidos y la Unión Soviética, habrá, sin duda, conferencia dedesarme en Ginebra para mucho tiempo, aunque se suspenda durante largastemporadas. En Washington se habla del personaje que tenía un amigo sol-tero a quien decidieron enviarlo a una conferencia que se iba a celebrar enGinebra, "para un mes nada más". Regresó al cabo de los años, casado ycon tres hijos. "Mi amigo—cuenta el personaje—vuelve pronto a Ginebra.Espera ser abuelo para cuando se firme el tratado de la no proliferaciónatómica."

Esta crónica, triste y desalentadora, de las negociaciones sobre el des-arme, empezó en su forma actual en 1961, cuando se acordó la cieación deesa Comisión de Desarme de Dieciocho Naciones*—E. N. D. C.—de que yase ha hablado. Antes, sin embargo, en los comienzos de la postguerra, lacuestión del desarme se había confiado a una comisión de las Naciones Uni-das, formada, al menos en teoría, por cada uno de los miembros de esta orga-nización, algo tan complicado que acaso nunca se habrá creído en la posi-bilidad de sacar nada en limpio con su ayuda e intervención.

Tampoco han dado resultados, por otro lado, las negociaciones de un ca-rácter mucho más restringido, como las que, durante años, se celebraron conla participación de cinco potencias—los Estados Unidos, la Unión Soviética,Francia, la Gran Bretaña y el Canadá—•, con la aparente aspiración de aca-bar en un desarme general y completo, pero sin hacer progreso alguno, enrealidad. Se podría sostener que las perspectivas de alcanzar por este ladoalguna decisión eran tan poco prometedoras como las que, por iniciativa delos Estados Unidos, se habían iniciado en las Naciones Unidas para llegara una internacionalización total de las actividades atómicas y la abolición delas armas nucleares. Para esto, iniciado en los días, ya lo hemos visto-, en

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JAIME MÉNENDEZ

que los Estdos Unidos se encontraban en una posición de monopolio totaly absoluto, se tropezó con la resistencia soviética que representa y simbo-liza una incompatibilidad completa, si no en los objetivos teóricos, sí en losprocedimientos.

El antagonismo, la incompatibilidad de entonces está reflejada en esaaparente imposibilidad de llegar a una inteligencia sobre las diversas tenta-tivas de extender a las explosiones atómicas subterráneas la prohibición esta-blecida por el Tratado de Moscú, del 5 de agosto de 1963, uno de los puntossalientes—y enteramente inútiles desde el punto de vista de una efectividadpráctica—*Ie la crónica del desarme, que prohibe las pruebas nucleares en laatmósfera, en la superficie de la tierra y en el mar.

Como condición esencial para un acuerdo de prohibición de las pruebasatómicas subterráneas, los Estados Unidos piden el establecimiento de pues-tos de observación e inspección. La Unión Soviética se niega con la mismadecisión con que antes se negó a aceptar las propuestas de inspección quelos Estados Unidos habían hecho cuando intentaron someter todas las acti-vidades nucleares al control de las Naciones Unidas. El argumento de en-tonces—imposibilidad de aceptar lo que era incompatible con los derechosde soberanía—ha sufrido alguna modificación posterior. Pero en la formamás bien que en el fondo. Los progresos científicos y tecnológicos indican,sostiene la Unión Soviética, que hay algo más que propósitos de verificaciónen la condición norteamericana, ya que es posible no sólo detectar, sino dis-tinguir las explosiones atómicas subterráneas desde distancias enormes, losuficiente para que lo que se pudiese hacer en la Unión Soviética no pudiesepasar por alto a la observación norteamericana. En algunas ocasiones se hapodido tener el convencimiento de que los científicos y los técnicos norte-americanos coinciden en ese punto, desde hace tiempo, y es general ya laimpresión, como veremos más adelante, de que pudiera ya ser imposiblemás bien que difícil realizar pruebas de esta clase de alguna importancia sinque de ellas se tuviese conocimiento en otras partes del mundo. Pero los Es-tados Unidos insisten en que la detección es importante, sin duda, pero laverificación es fundamental.

Por ahí está uno de los grandes atascos en lo que es una desviación, porel lado no sólo más peligroso de la continuada y creciente carrera de losarmamentos, sino el que se llegó a creer que ofrecía mayores posibilidadesde acuerdo. Los intentos—a los que apenas resulta posible hacer aquí másque alguna alusión, pues de otro modo un examen del estado en que se en-

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LA CONFERENCIA DEL DESARME, UN GRAN DIÁLOGO ENTRE SORDOS

cuentra la cuestión del desarme se haría casi interminable—por llegar a una:limitación por lo menos de los armamentos en general, acabaron pronto enun punto muerto al cabo de propuestas, acusaciones, recriminaciones y deba-tes que no tuvieron bastante con ser infructuosos, ya que toda la culpa de lo-que estaba sucediendo era siempre de la parte contraria y contradictoria.El caso de las nuevas armas—las atómicas y los medios adecuados para sutransporte, eso que ha dado lugar a que se hable de algo nuevo, de sistemasde armas, como los proyectiles balísticos con su carga nuclear o como Ios-aviones de bombardeo estratégico armados más bien que de bombas nuclea-res, de proyectiles destinados a ser soltados a una distancia determinada del.objetivo, para que sigan viaje desde allí con su propia y devastadora carga,a fin de permitir al avión tripulado que regrese tranquilamente al punto departida—no sólo empezó por afectar únicamente a unas pocas potencias,,sino que parecía ofrecer la imposibilidad práctica, por un lado, de que pu-diesen ser desarrolladas y construidas por las potencias no tan grandes yricas, y, por el otro, de que en la cuestión pudiesen intervenir más que lasrepresentaciones muy especializadas de esas mismas grandes potencias. Eltema parecía resultar inasequible por cosas como el alto coste de producción:y el desarrollo tecnológico indispensable para tener de él una perfecta com-prensión.

Había motivos, pues, para circunscribir la cuestión al ámbito reducidade unas pocas potencias, las que contaban ya con armas nucleares y las quepodían tenerlas en cualquier momento. Esto que parecía encontrar otro fuertepunto de apoyo, el estado ya prácticamente de saturación a que en materiade producción de armas nucleares se había llegado tanto en los EstadosUnidos como en la Unión Soviética, hacía recomendable, sin duda, el man-tener la cuestión dentro de los límites más reducidos posibles. Pero esoslímites resultaban incómodos cuando no absolutamente inaceptables para laUnión Soviética. Sobre todo a partir del momento en que no había grandesposibilidades de seguir hablando de un desarme general y completo, de laabolición de todas las armas y de todos los ejércitos, en lo que parecían estartodos de acuerdo, en teoría, rusos y norteamericanos. Con la gran diferenciade que los rusos proponían que se empezase por el desarme total y general ydespués se procediese a examinar la cuestión en sus detalles, para dejarla bienregulada y controlada, mientras que para los Estados Unidos era funda-mental avanzar por etapas, cada una de las cuales había de ser objeto de una:inspección y una verificación total y minuciosa.

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La idea de restringir las negociaciones—o las conversaciones—empezabaa ser incómoda para la Unión Soviética, porque pudiera ofrecer un campomuy limitado para el adecuado desarrollo de las posibilidades propagan-dísticas del debate; porque siempre se encontraría en la posición minoritariade uno para todas las cuestiones de cierto carácter resolutivo o decisivo, yporque, como se ha ido observando con el paso del tiempo, cuanto másrestringido fuese el debate, mayor sería la impresión general de que, enfin de cuentas, cualquier acuerdo a que se pudiese llegar habría de ser sóloconsecuencia de un acuerdo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.Esto, una realidad desde un punto de vista práctico, empezaba a ser inso-portable para la Unión Soviética a causa de la insidiosa y persistente acciónde la propaganda china que tendía a presentar a la dirección comunista dela Unión Soviética como muy favorablemente dispuesta a negociar con lapotencia que se presentaba con el mayor y más peligroso enemigo de larevolución, los Estados Unidos.

Todo, en realidad, el adelanto que se ha hecho—que en ocasiones ha po-dido parecer que se hacía—en materia de desarme o de la manera de nego-ciar sobre ello es consecuencia de acuerdos entre los Estados Unidos y laUnión Soviética. La creación de esa E. N. D. C. ha sido un acuerdo—un com-promiso—entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Sus líneas gene-rales consistían en la formación de una comisión formada por cinco paísesoccidentales, cinco países comunistas y ocho países "no alineados". Esteacuerdo de 1961 tropezó, sin embargo, con una dificultad: la oposición c!eFrancia, desde el primer momento, que se negó a participar en la conferen-cia que se esperaba iniciar en seguida. Por lo tanto, la E. N. D. C. quedóreducida a diecisiete miembros en vez de los dieciocho originales: los EstadosUnidos, Inglaterra, el Canadá e Italia por el lado occidental; la Unión So-viética, Polonia, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, por el lado comunista,y Birmania, el Brasil, Etiopía, la India, Méjico, Nigeria, la República ÁrabeUnida y Suecia, por el lado que se podría considerar como neutralista másbien que "no alineado".

Las discusiones fueron tan prolijas como, en apariencia, estériles. De«ellas ha salido una conclusión bastante general, con tendencia a resumirse,por un lado, en la poca o ninguna posibilidad de llegar a acuerdos concre-

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tos; por el otro, en el esfuerzo continuado por "aclarar" las cuestiones y.evitar, ante todo, un rompimiento.

Desde el punto de vista de la clarificación, hay tres aspectos dominantes:el mantenimiento de la paz, para lo cual el desarme pudiera ser una nece-sidad, pero siempre que se haga de una manera ordenada y escalonada, con-tando en todo momento con la garantía de que la paz no ha de quedar a mer-cer de quien, con engaño o falsedad, pudiera acabar encontrándose en unaposición de privilegio absoluto; el desarme equilibrado, en consecuencia, demuy especial importancia durante el período de aplicación de un posibleacuerdo general de desarme, y por supuesto, la verificación, es decir, unatotal libertad de acceso para inspeccionar y comprobar el cumplimiento delo pactado, única garantía posible contra la conservación de armas capacesde utilización en una agresión por sorpresa.

Con las posibilidades de adelantar por el camino del desarme nada pro-metedoras, la cuestión fue derivando, por un lado, hacia la posibilidad de unacuerdo restringido, el de no proliferación de las armas atómicas; por elotro, hacia la necesidad de tener en cuenta a China, que no es miembro toda-vía de las Naciones Unidas, no puede pertenecer a la Comisión del Desarmey en consecuencia tampoco a la E. N. D. C, creada por acuerdo de los Esta-dos Unidos y la Unión Soviética, pero con representaciones de países miem-bros de esa Comisión de Desarme de las Naciones Unidas. La cuestión de la.participación alcanzó una significación especial, sin duda, a partir del mo-mento en que se produjo allí la primer explosión con una bomba atómica.Evidentemente, la mejor manera de resolver este problema estaba, en el caso-de no resultar viable todavía la propuesta de la admisión de China en lasNaciones Unidas, en la celebración de una conferencia de desarme mundial.

Más atractivo parecía ser, sin embargo, sobre todo a partir de la firmay ratificación del Tratado de Moscú, al que acabaron prestando adhesión lamayor parte de los países del mundo, pero con dos excepciones fundamen-tales: Francia y China, el propósito de negociar un acuerdo que cortase elpaso definitivamente a la tendencia a la proliferación de las armas nuclea-res. De una forma u otra, esta cuestión llegó a ocupar una posición de total,absoluta prioridad.

La idea, que empezó a tener ciertas características de obsesión a partirde la hora en que se tuvo conocimiento de la primera explosión atómica china,no es nueva. Casi al mismo tiempo que se acordaba la creación de laE. N. D. C, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba, por

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unanimidad, en diciembre de 1961, la resolución irlandesa que pedía unacuerdo que prohibiese a las potencias nucleares la transferencia de estasarmas—o el control de las mismas-̂ —a potencias no nucleares.

La posibilidad de llegar a un acuerdo, que pudo parecer especialmentellamativa inmediatamente después de la firma del Tratado de Moscú, se des-vaneció una y otra vez como consecuencia de actitudes que, inesperadamente,devolvían la cuestión al punto en que se hallaban los debates en el mo-mento de empezar. O quizá—para volver más atrás aun—a alguna anterior«tapa. Por un lado, estaba la insistencia norteamericana en la inspección yJa verificación; por el otro, la facilidad con que surgían complicaciones conlas que ya nadie contaba, como cuando la delegación soviética en la confe-rencia de Ginebra presentó, en los comienzos del pasado verano, dos resolu-ciones, no una, que el delegado norteamericano, William C. Foster, calificócomo "puramente propagandísticas".

Una de ellas pedía que "todos los Estados que mantuviesen bases mili-tares en otros países las liquidasen inmediatamente y se abstuviesen en ade-lante de establecer semejantes bases". A continuación pedía a esos mismosEstados, con bases por el exterior, que deberían ser abandonadas sin demora,que "concluyesen acuerdos para iniciar y concluir la retirada de todas lastropas extranjeras hacia el interior de sus fronteras nacionales".

La otra propuesta pedía a "todos los Estados que diesen los pasos necesa-rios para llegar a la conclusión de un convenio sobre la prohibición del uso«le las armas nucleares y termonucleares tan pronto como fuese posible, con-vocando con este propósito a una conferencia especial de todos los Estadosdel mundo para no más tarde de la primera mitad de 1966". En esta pro-puesta se invitaba a los "Estados en posesión de armas nucleares que decla-rasen, pendiente la conclusión de ese convenio, que no serían los primerosen emplear (esas armas nucleares)".

Han sido las propuestas y mociones de esta naturaleza lo que ha movidoal delegado norteamericano a decir que "las notas declaratorias de buenaIntención son peligrosas, porque crean falsas ilusiones".

Con buenas intenciones o no, la situación se iba complicando, sin em-l>argo. Y más todavía en vista de la tendencia, ya poco menos que irresisti-ble, al aumento de las potencias capaces de insistir en ser admitidas en el*'Club atómico". Como dijo Mr. Foster, "sería un mundo terrible, ciertamente,

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I.A CONFERENCIA DEL DESARME, UN CRAN DIALOGO ENTRE SORDOS

el que alojase no a cinco, sino a diez, quince o veinte potencias nuclearesen la próxima década, poco más o menos". Sería difícil entonces llegar auna situación en la que las armas nucleares hubiesen de ser aceptadas, segúnpalabras de lord Chalfont, de una manera tan casual, tan de cada día, comose hace ahora con los fusiles y los tanques. Es urgente, insistió, darse cuentaa tiempo de lo que será una situación en la que las armas atómicas vayan pa-sando a más y más manos, "con todos los peligros de una guerra nuclear porequivocación, malos cálculos, accidente o locura que esto pudiera tener".

Para lord Chalfont no hay duda que apremia la necesidad de un acuerdoeficaz antes de que se dé la circunstancia de que el camino del desarme yla paz quede bloqueado de una manera total e irremediable. "Deberíamosestar dispuestos—'dijo—a concluir un acuerdo de no diseminación sin másconsideraciones y basado en sus propios méritos".

Lord Chalfont habló también, aunque de manera más imprecisa, de un"sistema de verificación", lo que, con la ayuda de otras observaciones, movióa los rusos a la adopción de una actitud de total escepticismo. Acusaron alministro de Desarme inglés de haber "apoyado incondicionalmente la posi-ción de los Estados Unidos, que hasta ahora ha impedido el progreso en lasconversaciones".

Pero, ¿por qué resultaba tan difícil un acuerdo entre los Estados Uni-dos y la Unión Soviética, especialmente cuando se pensaba en cosas comoesa declaración hecha por el presidente Johnson (el 3 de junio de este año)en la que decía:

"Los intereses comunes de las gentes de Rusia y las gentes de los EstadosUnidos son muchos, y quisiera decir esto al pueblo de la Unión Soviética:No hay en parte alguna un interés norteamericano en conflicto con el pue-blo soviético... Nosotros en los Estados Unidos estamos listos (ahora), comosiempre, a marchar con vosotros (los rusos) hacia los campos de la paz, paraabrir nuevos surcos, sembrar nuevas semillas, atender a su crecimiento, detal modo que toda la humanidad pueda algún día compartir conjuntamenteuna nueva y abundante cosecha de felicidad y esperanza en esta tierra".

Un momento culminante, el momento culminante, más bien, en la nuevafase de las negociaciones de desarme, llegó con la presentación del borra-dor de tratado presentado ante la conferencia de Ginebra por el delegadonorteamericano, el 17 de agosto de este año. Todo el esfuerzo, todo el em-peño, se había concentrado y resumido en conseguir un acuerdo de no proli-feración de las armas atómicas.

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Lo que desde el primer momento abrió horizontes a la sospecha de quetodo podría ser inútil, una vez más, era menos la mucha o poca eficacia delesfuerzo realizado que el propósito evidente de "ser todas las cosas paratodos los hombres", como llegó a decir un comentario editorial de The Ti-mes de Londres, donde, conviene advertirlo, no existía el más pequeño in-tento deliberado de interpretar o presentar las iniciativas norteamericanasen otra forma que la más favorable posible.

Empezaba el borrador por arrancar de cada potencia nuclear signatariael compromiso de "no transferir arma nuclear alguna al control nacional decualquier Estado no nuclear, bien directa o indirectamente, a través de unaalianza militar", una decisión que se acentuaba y ampliaba al añadir un nue-vo e importante compromiso, por el que cada una de esas potencias nuclea-res se comprometía, además, a "no emprender acción alguna que fuese causade un aumento en el número total de Estados y otras organizaciones en po-sesión de un poder independiente para hacer uso de armas nucleares".

Hay algo en el borrador—o no lo hay, por mejor decir^—que no cierra acal y canto todo camino o posibilidad de proliferación. 0 que, más bien,deja abierto el paso a la posibilidad, por remota que parezca para algunos,por tremendamente decisiva o amenazadora que parezca para otros, de quese produzcan adiciones precisamente por el lado que para alguna de laspartes, la Unión Soviética para empezar, resulta inaceptable. Mr. Foster llegóa considerar la cuestión de la no proliferación atómica de tanta y tan funda-mental importancia que sería preciso marchar adelante con la decisión dellegar a un acuerdo aun en el caso de que fuese inevitable cierta "erosión"en las mismas alianzas que fueron consideradas como un aspecto vital dela política norteamericana de la postguerra. No había la menor necesidadde entrar en detalles. Era bien sabido que se aludía al propósito de creaciónde la llamada fuerza multilateral nuclear—M. L. F.<—de la 0. T. A. N., la me-jor manera que se había encontrado para resolver la cuestión de la incor-poración a la Alemania Occidental a un estado de cosas que se traducía enhechos como la existencia de cargas nucleares dentro de sus propias fronte-ras nacionales, sin que pudiese tener con ellas la menor relación directa, oel verse convertida su aportación militar humana a la 0. T. A. N. en la másimportante, con mucho, de Europa mientras sobre ella pesaban limitacio-nes y restricciones que cada día se hacían un poco menos insoportables. Erauna manera de recordar siempre y en forma capaz de producir una grandesazón lo que Willy Brandt, el jefe del Partido Social Demócrata, resumió

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durante la reciente campaña electoral de su país al decir que la RepúblicaFederal de Alemania había llegado a ser casi un gigante económico, a tiem-po que no dejaba de ser un enano político.

Bastaba recordar la tremenda decisión con que la Alemania Occidentalaceptó la idea norteamericana de la O. T. A. N. y mucho más aun despuésde ser tan resuelta la oposición del general Charles De Gaulle, lo que con-tribuyó poderosamente al enfriamiento de unas relaciones que parecían pre-destinadas a convertir la colaboración írancogermana en la piedra angularde la nueva Europa que se veía—se creía ver—surgir de manera vigorosade fenómenos tan llamativos como la Comunidad Económica Europea. Y bas-taba recordar también la actitud recelosa con que, a la llegada del laborismoal Poder en la Gran Bretaña, surgió la idea de una fuerza nuclear atlántica—A. N. F.—•*•, cuya característica dominante—y un poco disfrazada—era elcontinuar impidiendo que la Alemania Occidental pudiese aproximar el dedo,sola o en colaboración con alguien, que no tuviese una capacidad atómicapreviamente establecida, al botón destinado a poner en marcha una carganuclear. La reserva para sí del poder y privilegio del veto de las potenciasnetamente nucleares—en este caso los Estados Unidos y la Gran Bretaña,Francia también si al fin aceptase la propuesta colaboración y participa-ción—podía dar satisfacción a la vez, según se sospechaba, a las muchasy nada tranquilizadoras reservas soviéticas—comunistas en general—y a ciertaactitud recelosa que todavía persistía por zonas y sectores del propio Oc-cidente.

Esto se pudo ver y comprender con mucha mayor claridad con lo quesiguió inmediatamente a la presentación del borrador norteamericano. Eljefe de la delegación norteamericana en la conferencia de Ginebra, Mr. Fos-ter, explicó que "sólo queda abierta una contingencia teórica que pudieraser remotamente posible de cambiar hacia alguna forma de voto de mayoríaen semejante fuerza (nuclear de la O. T. A. N.)... Eso se podría dar única-mente si uno de los participantes nucleares hubiese de entregar a esa fuerzatodas sus armas y abandonar también su poder de veto sobre ellas. Eso seríade conformidad con el borrador del tratado...".

Aun antes de haber obtenido una respuesta de su colega norteamericanoen cuanto a si aquel proyecto "excluía toda posibilidad de creación de unafuerza multilateral de la O. T. A. N. o de toda fuerza similar con la partici-pación del personal de la Alemania Occidental, ya el delegado soviético,Semyon Tsarapkin, advertía, en una conferencia de Prensa: "En todo caso,

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es imposible discutir la no diseminación si se ha de insistir en querer crearfuerzas colectivas cuyo resultado sería una diseminación indirecta".

El portón, que no era un simple portillo, se había abierto y apenas sepodía pensar en nada más elocuente, a manera de comprobación, que la de-cisión del delegado inglés de no secundar, como al parecer se pensaba queharía, el proyecto norteamericano. En cambio, lord Chalfont explicó que sibien los dos proyectos, el norteamericano y el inglés, se parecían mucho enla forma y el contenido general, la diferencia principal estaba en los artícu-los sobre la no diseminación de las armas nucleares.

"El lenguaje empleado—explicó el delegado inglés—aunque ha sido es--cogido en general con precisión, no excluye la posibilidad del establecimientode una asociación de Estados con capacidad para hacer uso de las armasnucleares por decisión de una mayoría de sus miembros o, en otras palabras,sin el veto de una potencia nuclear existente. Es cierto que tal asociación nopodría, según este borrador, tener realidad a menos que una de las poten-

cias nucleares existentes hubiese al mismo tiempo o previamente abando-nado su control independiente de las armas nucleares, por lo que, en cual-•quier caso, el número total de entidades nucleares no se vería aumentado.

"A pesar de todo^-añadió—nosotros preferiríamos ver que el texto detratado está conforme con nuestra política actual, como ha sido explicadopor mi primer ministro en la Cámara de los Comunes, en diciembre, y anosotros, francamente, nos gustaría ver enmendados estos artículos a finde dejar completamente en claro nuestra oposición a la creación de cual-

-quier asociación capaz de usar las armas nucleares sin el consentimiento de•una potencia nuclear ahora existente. Dicho de otro modo, nos gustaría verla diseminación interpretada en la forma más estricta posible."

Ante lo que pudiera parecer, vistas las cosas de una manera un poco•superficial y apresurada, una diferencia en realidad muy pequeña, sobre todopor antojarse improbable o difícil de llevar a la práctica semejante abandono•voluntario del "control independiente de las armas nucleares", se preguntóal propio delegado norteamericano, Mr. Foster, qué reparos podían oponer losEstados Unidos a una especificación tan exacta como la pedida por el Go-bierno inglés. Contestó:

"Existe la posibilidad de que, a lo largo del tiempo, pudiesen surgir nue-vas alineaciones políticas en partes del mundo en las que algunas de lasactuales potencias nucleares pudiesen fundirse en sus acontecimientos nuclea-res. Si esas condiciones llegasen a surgir y si, ciertamente, llegasen a con-

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vertirse en una federación, es posible que, con esta clase de completa autori-dad política y quizá unidad en algún gran sector del mundo, y con laaprobación de todos los participantes y de las personas que entonces lacompletarían—-y esto tendría que ser unánime, lo que es, en efecto, un veto—se pudiese contar con tal autoridad política central que pudiese ejercer po-deres políticos para hacer la guerra. En tal caso—y sólo en tal caso—seríaposible llegar a unos arreglos diferentes sobre el uso de las armas nucleares."

No es fácil, se ha visto muchas veces, contentar a todos, pero es fácil nocontentar a uno solo cuando lo que se busca es tenerlos a todos contentos ysatisfechos. Con todo, el descontento o la disconformidad comunista podíadarse por descontado. Una vez y otra se ha hablado de una actitud precon-cebida de oposición, y a lo largo de esta última fase, hasta ahora, de lasnegociaciones del desarme, incluso se ha hablado de "mala fe". El problemadel desarme no se ha presentado, no ha sido posible presentarlo, desligado delambiente en que es vive y se negocia. Y este ambiente va siendo, en parti-cular desde el gran empeoramiento de la situación por el Sudeste asiático,menos favorable para la comprensión entre delegados que representan posi-ciones notoriamente antagónicas. No hacía falta este nuevo paso, que hasido interpretado como lo que en realidad parece ser: un esfuerzo por nodejar descontenta a la Alemania Occidental, para darse cuenta de que vuel-ve la tirantez al ámbito de las relaciones entre las dos superpotencias nu-cleares.

A los dos días nada más de la presentación del borrador norteamericanoen Ginebra, la agencia "Tass" se encontraba distribuyendo un artículo deKommunisU el órgano doctrinal del Partido Comunista de la Unión Sovié-tica, en el que se atacaba dura y abiertamente al presidente Johnson porhaber "intensificado la tendencia hacia la concentración de poderes en unasola persona" y por desarrollar "una nueva doctrina sobre política extran-jera peligrosa para la paz". Esto, se llegaba a decir, al resumir lo que ha sidodesignado como el "globalismo johnsoniano", pretende convertir todo "el te-rritorio del mundo capitalista en una zona de interés norteamericano". Unazona en la que el derecho de intervención de los Estados Unidos es absoluto.

"El globalismo—añadía este artículo—se expresa también en los esfuer-zos hechos por imponer la ley norteamericana por todas partes, sin conside-

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ración de latitudes o de continentes. Los Estados Unidos se han convertidoen el gendarme no sólo del hemisferio americano, sino del mundo capitalistaen su totalidad... Los estrategas norteamericanos engañan al pueblo de losEstados Unidos. Se esfuerzan en crear la impresión de que lo pueden hacertodo, que pueden alcanzar objetivos globales ilimitados con la ayuda de me-dios limitados..."

Más grave que todo esto es, sin embargo, el ambiente de gran descontentoque está en evidencia por el propio campo occidental. No sólo en la Alema-nia Occidental, que cada día parece mostrarse más recelosa y desconfiada,sino en un país como la propia Inglaterra, que de manera tan incondicionaly decidida se habían mantenido dentro de la esfera de la influencia norte-americana. La decisión de lord Chalfont de no secundar el borrador nor-teamericano produjo una gran impresión. Mayor quizá ha sido la impresiónque produjo el observar que ni siquiera en un detalle que se llegó a considerarcomo mínimo fue posible arrancar una concesión norteamericana. Esto, quepara The Daily Telegraph ha sido "el fracaso de la diplomacia británica",no ha tenido la compensación—lo que aparentemente buscaban los EstadosUnidos—de sosegar los ánimos por la Alemania Occidental.

Acaso haya sido mala fortuna el que la presentación de ese borradorfuese a coincidir con la campaña de propaganda electoral. No porque secorriese el peligro de que la oposición social demócrata fuese a echarse en-cima de la democracia cristiana, entonces en el Poder, por haberse dejado"engañar" de aquella manera, cuando en realidad lo que se pretendía eratranquilizar a la Unión Soviética, como se insinuaba una vez y otra, sobreel propósito firme de no tolerar la proliferación nuclear y, por lo tanto, nopermitir que la Alemania Occidental pudiese alcanzar el control, o la posibi-lidad de compartirlo, sobre las armas nucleares. Sino porque la democraciacristiana llevaba dentro de sí al peor enemigo de un tipo de política exte-rior que con la salida del doctor Adenauer del Gobierno se había acusadode una manera muy importante y para él muy equivocada.

No fue Willy Brandt quien encontró un gran argumento electoral en elproyecto norteamericano que había contado ya con la aprobación, por lomenos tácita, del Gobierno del profesor Erhard, sino el anciano ex canciller,quien habló, en un discurso que produjo una enorme sensación, para conde-nar el borrador norteamericano como "una amenaza para Europa y una tra-gedia para los alemanes".

Según "Der Alte", el anciano, "Europa peligra por nada más que una

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propuesta norteamericana que aspira a establecer un club de profesores dearmas nucleares dispuesto a gobernar al mundo". Y no contento con eso,el hombre que había mantenido unas relaciones íntimas más bien que cor-diales con los Estados Unidos en los días de Eisenhower en la Casa Blancay de John Foster Dulles en el Departamento de Estado, llegó a declarar y aadvertir:

"Si llegase a existir un club de potencias atómicas, esto habrá de decirque unos pocos países dominarán el mundo. Esto, bajo otra forma, sería lamisma cosa que el Plan Morgenthau que, después de la guerra, quería pro-hibir a Alemania la reconstrucción de su industria y transformarla en unpueblo de pobres y pordioseros."

No contento con eso, el ex canciller Adenauer hizo la afirmación de quelas consecuencias de la política norteamericana serían el dejar a la Europaoccidental a merced de Rusia. Y el ex ministro de Defensa y jefe de la UniónCristiana Social de Baviera—de hecho el Partido Cristiano Demócrata enese Estado importante—llegó un poco más allá todavía. Después de aludira un futuro en el que, de seguir las cosas en la forma en que estaban siendoesbozadas y preparadas, con miras a mantener a la Alemania Occidental enuna posición de total y permanente inferioridad, que le hacía encontrar enesta cuestión de las armas nucleares algo capaz de volver la atención al "Dik-tat de Versalles", Franz-Josef Strauss dijo que sería posible, tal vez inevita-ble, el resurgimiento del Hitler que intentase, y acaso consiguiese, el asaltodel Poder precisamente con la promesa de dar a la nación alemana eso queahora se le pretendía quitar de una manera radical y definitiva.

Vino esto a complicar mucho la situación, sin duda. Y más aun en vistade la reiterada, machacona insistencia de la propaganda comunista, empeña-da en la tarea de presentar a la República Federal de Alemania como unapotencia que no sólo está en condiciones de fabricar la bomba atómica, sinoque está absolutamente decidida a entrar en posesión de las armas nuclea-res y sin que pase mucho tiempo. Un físico nuclear cuyo nombre se hizofamoso en los días de los sensacionales procesos contra los espías atómicosnorteamericanos, y de otros países, al servicio de la Unión Soviética, el doc-tor Klaus Fuchs, afirma que la Alemania Occidental cuenta en la actuali-dad con una capacidad en potencia para la fabricación de setenta bombasatómicas al año.

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Pero si esto es llamativo, espectacular, ¿qué se podría decir de la actitudchina, ya convertida en una potencia atómica y con la cual no es posible,aparentemente, contar para ninguna tarea de colaboración en materia de des-arme nuclear? Con sus armas nucleares y todo lo demás, los Estados Unidosno podrán evitar, llegó a proclamar el mariscal Lin Piao, la derrota, "pasoa paso, pedazo a pedazo", en el curso de unas guerras de liberación en lascuales no podrán recurrir a las armas nucleares por temor a la censura in-ternacional.

Pekín se ríe de los Estados Unidos y se ríe también de la Unión Sovié-tica. Ante una actitud así, ¿es posible explicar y más aun comprender esegran empeño que han puesto los Estados Unidos en reanudar las conversa-ciones del desarme en Ginebra para concluir, al menos por ahora, en unasuspensión que se parece mucho a un fracaso? Y más todavía cuando paraproducir la sensación, por artificial y transitoria que sea, de que se hacealgo o es posible hacerlo, se corre el grave riesgo de crear nuevas resistenciasy corrientes de oposición que añadir a las ya claramente delineadas.

Con todo, el presidente Johnson ha dicho que el desarme atómico o, conmayor exactitud, el contener la expansión en potencia del llamado "Club ató-mico", es "la más grave de todas las cuestiones humanas por resolver". Esojustificaría, sin duda, en las palabras de Mr. Foster, el mismo que un díase mostró un tanto asombrado al ver que el asesinado presidente Kennedyse había fijado en él para dirigir una oficina de desarme o control de losarmamentos, cuando hasta entonces todas sus relaciones con la cuestión ha-bían estado por el lado de la producción de armas, no de su control o limi-tación, que "se aceptasen unos costos más bien grandes" para poder llevaradelante el esfuerzo encaminado a evitar una nueva y mayor proliferaciónde las armas atómicas. (Acaso valga la pena insistir un poco más en lo quepudiera parecer una coincidencia extraña al advertir que también lord Chal-font ha sido una personalidad que ha llegado a especializarse en el des-arme después de una larga y más bien brillante carrera como un críticomilitar altamente especializado en los problemas de la estrategia y con un granconocimiento de las armas y sus cualidades. Parece que el conocimiento delos armamentos y todo lo que con ellos guarda alguna relación es una con-dición importante, acaso indispensable, para atacar con acierto—y conconocimiento—los problemas del desarme.)

En cualquier caso, hay un hecho incontrovertible: esa última serie desesiones, celebradas en Ginebra, nunca hubieran sido posible de no haber

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tenido los Estados Unidos tanto empeño en reanudar lo que se había inte-rrumpido, como se volvió a hacer al cabo de un par de meses, con el pre-texto de estar próximos a inaugurarse los trabajos de la Asamblea Generalde las Naciones Unidas, a la cual se habrían de rendir cuentas, a la manerade un informe que resumiese la obra realizada y los ningunos resultadosalcanzados todavía. Una y otra vez, el Gobierno Soviético se había resistido,a volver a Ginebra mientras no se produjese un cambio radical en la situa-ción internacional. Pero los Estados Unidos no sintieron el desaliento ycuanto más insistente era la negativa, mayor era el empeño que culminó enaquellas famosas "vacaciones" en Moscú de Averell Harriman» consejero de?presidentes y miembro principal de ese reducido grupo de personalidades,docenas mucho mejor que centenares, que forman lo que a menudo pasa porel "Establishment", lo más fuerte y más importante de la vida política, finan-ciera y social de una nación.

Consiguió Mr. Harriman lo que hubiera parecido imposible antes de suvisita a Moscú; lo que todavía parecía imposible cuando ya se encontrabaallí, esperando a que diesen resultados unos esfuerzos tenaces que pretendíanfranquearle la entrada al despacho del señor Kosygin.

Y todo aquello, ¿para que? Para que ni siquiera acabase la fase de lasnegociaciones que al fin se inició con lo que hubiera permitido llegar a laAsamblea General de las Naciones Unidas con cara de triunfo, con un acuer-do extendiendo el Tratado de Moscú hasta incluir las explosiones bajo tierrade las bombas atómicas capaces de producir una reacción sísmica por encimade la magnitud 4,75. Una explosión de esta naturaleza habría de tener laequivalencia de cinco a 50 kilotones, es decir, entre 5.000 y 50.000 toneladasde T. N. T. La diferencia se debe a las condiciones del suelo. Si la explosiónse produce contra roca sólida, entonces bastaría con los cinco kilotones paraalcanzar esa magnitud sísmica. Pero si, por el otro extremo, se produce enun suelo aluvial altamente poroso, entonces haría falta una carga nuclear de-una potencia diez veces mayor para producir esos mismos efectos sísmicos..

Esto parece estar ya muy estudiado y parece también que se ha llegado-a conclusiones bastante definitivas. Pero se insiste en que siempre, inclusocuando se trata de explosiones de esta potencia—y en el caso de que losexperimentos no se hagan en cámaras especialmente acondicionadas, unacámara vacía, por ejemplo, de cierto diseño—•, se correría el riesgo de notener una seguridad absoluta. Todo podía apuntar a una explosión atómica,¿pero y sí, en realidad, se trataba de un fenómeno sísmico natural? Queda-»

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rían siempre algunas dificultades, se dice, para llegar a decisiones absolutasen todos los casos. De ahí la necesidad de la verificación, de fijar como con-dición previa de un acuerdo el establecimiento no sólo de puestos de obser-vación, sino las garantías necesarias para realizar un mínimo de visitas deinspección.

* * *

No ha sido posible un acuerdo de esta naturaleza ni se ha llegado a otracosa que hacer comentarios amables sobre la sugerencia italiana de proponera todas las potencias no nucleares que contrajesen voluntariamente el com-promiso de no adquirir armas nucleares durante un número determinado deaños. La reacción fue, en general, favorable. Pero no se pasó de ahí. Sellegó, por tanto, al fin—al aplazamiento por tiempo indefinido—-de la con-ferencia de Ginebra, el 16 de septiembre* en un ambiente de tensión y recri-minaciones, por un lado; de mucha aparente cordialidad, por el otro. Losmiembros de la delegación soviética hablaron en la última sesión—y más to-davía por los pasillos—de ocho semanas infructuosas, perdidas por completo,a causa de la actitud del Occidente, que "no quiere el desarme". Los miem-bros de importantes delegaciones occidentales contestaron acusando a losdelegados soviéticos y comunistas en general de no tener interés en otra cosaque las "polémicas envenenadas". Como no fuese el "jugar caprichosamente"con los problemas del desarme.

El propio Tsarapkin, que apareció ante los fotógrafos, en el momento dela despedida, charlando sonriente y amistosamente y estrechando las manosde sus colegas norteamericano, Foster, e inglés, lord Chalfont, no vaciló enatacar una vez más a los Estados Unidos. En enero de 1964—antes de queempezase el envío de grandes contingentes militares norteamericanos al Viet-nam—había existido, dijo, una situación favorable. Pero desde entonces,añadió, las fuerzas partidarias de la agresión imperialista se habían reagru-pado y reorganizado para llevar la confusión y el desconcierto a todo am-biente inclinado hacia el lado del desarme. Para que no se pudiese dudar so-bre la intención de sus acusaciones, atacó a los Estados Unidos directamentepor sus "intervenciones" en el Congo, en el Vietnam y en la República Do-minicana.

No se podía decir, evidentemente, que las perspectivas fuesen nada bue-nas en aquellos momentos. ¿Serían mejores unos cuantos años después, cuan-

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do ya la Unión Soviética tuviese en el espacio el "satélite permanente" de quehan hablado sus cosmonautas en una visita reciente a la capital de Grecia,para cambiar saludos amables e insignias con sus colegas los astronautas nor-teamericanos que poco antes habían batido todos los records de duración yresistencia en materia de viajes espaciales, hasta ahora por lo menos, y losEstados Unidos hubiesen colocado en órbita el proyectado "laboratorio orbi-tal tripulado", allá por el año de 1968, un fantástico "laboratorio" espacialdel que ya se habla como un instrumento capaz de mantener una vigilanciatotal y permanente de la superficie de la Tierra en su totalidad, no sólo dela Unión Soviética?

Se dice, y no hay motivos serios para ponerlo en duda, que los EstadosUnidos disponen ya, gracias a los satélites artificiales, de una informaciónpoco menos que completa y detallada de todo lo relacionado con la capaci-dad soviética para emprender una acción nuclear contra un enemigo o más.Es una información que se viene recogiendo desde hace años, cada vez conmayor precisión y riqueza de detalles. El semanario Newsweek dice que sonmuchos los especializados en estas cuestiones que están convencidos que laobservación hecha con satélites artificiales había dado al asesinado presidenteKennedy confianza para aquella confrontación memorable con la Unión So-viética sobre Cuba. Al parecer, una de las cosas que se pudieron saber gra-cias a esos satélites es que el número de proyectiles balísticos de que dispo-nía la U. R. S. S. en aquellos momentos era muy inferior a lo que se habíadicho una y otra vez. Y que, al mismo tiempo, se habían recogido datos quehacían pensar también en una mayor vulnerabilidad soviética a los ataques deque pudiera ser objeto.

En cualquier caso, se hace un resumen que parece, por lo menos, extra-ordinariamente llamativo. "Desde el 11 de agosto de 1960, cuando la FuerzaAérea (norteamericana) recuperó con éxito una cápsula cargada de películadespedida desde una órbita, los Estados Unidos se han entregado activa-mente a la observación militar del bloque comunista. Es una operación dedos etapas: Los satélites portadores de cámaras fotográficas son lanzadosdesde California por medio de cohetes "Thor-Agena", para realizar una an-cha labor de observación fotográfica. Después, el paquete con la película esrecogido y analizado por intérpretes fotográficos especializados. De observaralgo que les llame la atención, un satélite mayor es enviado al espacio, parahacer una observación más minuciosa, con cámaras de mucha mayor capa-cidad resolutiva. Estos satélites, a los que anteriormente se llamaba "Samos",

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pero de los que ahora ni siquiera se quiere hacer mención alguna, y muchomenos darles una designación pública, son lanzados por cohetes "Atlas-Age-na" y se mantienen en órbita durante un día o dos, antes de lanzar a laTierra su preciosa película, para ser recuperada."

Desde 1960 han sido lanzados sobre la U. R. S. S., afirma Newsweek,no menos de 58 "Thor-Agena" con cargas que han sido recuperadas, y otros26 "Atlas-Agena", como mínimo, con los mismos resultados enteramente sa-tisfactorios. Claro que es una operación en la que los Estados Unidos no seencuentran solos. "También la Unión Soviética ha lanzado 34 satélites "Cos-mos" con un ángulo que haría posible cubrir la totalidad de los Estados Uni-dos; se cree que la mayoría de éstos han sido satélites de observación foto-gráfica."

Una de las cosas que parece haber demostrado la nave "Géminis V", sindejar sitio para al duda, además* es la capacidad de los astronautas para verno sólo los satélites que puedan estar moviéndose por el espacio, sino paraver los proyectiles que puedan estar siendo trasladados de sitio en la super-ficie de la Tierra, para ser colocados en una plataforma de lanzamiento.

Esto, que se sabe en los Estados Unidos y en la Unión Soviética, ¿será larazón de esa impresión de respeto—a veces parece ser de desprecio—con quea menudo ya se tratan mutuamente esas inmensas, impresionantes, super-potencias? Pero, ¿qué tiene esto que ver con el desarme?

Acaso sea algo absolutamente fundamental. No sólo por lo que se llegue asaber con la ayuda de los satélites artificiales—y el conocimiento es esencialpara todo y muy en paritcular para no dar un paso en falso en algo de tanalta importancia como el desarme—, sino por la naturaleza misma de unasactividades que en cierto modo pudieran apuntar a la posibilidad de quehaya o pueda haber desviaciones del espíritu, cuando no de la letra también,del compromiso contraído por los Estados Unidos ante las Naciones Unidas deno usar el espacio exterior más que para fines pacíficos. Claro que esa obser-vación fotográfica puede estar animada por una finalidad total, absoluta-mente pacífica, al menos en la intención. ¿Se podría, sin embargo, seguirsosteniendo otro tanto cuando sea una realidad ese laboratorio espacial tri-pulado que se piensa poner en órbita hacia el año de 1968? Se trata, paraempezar, de un proyecto total, exclusivamente militar.

El presidente Johnson ha insistido, una vez más, en el tema. "Tenemos

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el propósito—afirmó, en el momento precisamente de anunciar que se empren-día oficialmente la tarea de la colocación en órbita de ese laboratorio espa-cial (en realidad un puesto de observación) militar—de respetar nuestro acuer-do de no colocar en órbita armas de destrucción en masa." Pero, ¿coincideesto en todo con la promesa de la utilización del espacio exterior para finespacíficos exclusivamente? ¿0 es que lo ya hecho o que pueda estar haciendola Unión Soviética no deja sitio para otra cosa?

Parece que, evidentemente, el momento es malo para el desarrollo de unapolítica de desarme eficaz. Por mucha o poca que sea la importancia que,en el fondo, tenga o se dé a la cuestión. Y parece también que el futuroinmediato está llamado a conducir a conclusiones un poco más desalenta-doras todavía.

JAIME MENENDEZ.

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