La comunión - coindre.org · Dios y a la experiencia de Dios. Decía Antoine de Saint-Exupéry que...

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La comunión

en la oración

Circular del superior general

Hno. José Ignacio Carmona

Una peregrinación de esperanza

2 Hermanos del Sagrado Corazón

Son numerosas las preguntas que se agolpan en mimente al comenzar esta circular. Me encuentro comoel joven que en el primer día del retiro se dirigía a nos-otros, animadores y compañeros, resumiendo susituación con estas palabras: “Tengo muchas pregun-tas pero ninguna respuesta”. Tres días después, en elmomento de separarnos, nos confesaba lleno de ale-gría: “Lo encontré: Jesucristo es la única respuesta”.

Hermanos y amigos, cuando escribí la primera cir-cular, en septiembre del año pasado, me comprometía dirigirles una segunda para mayo de 2008 sobre eltema de la oración; alimentaba el deseo de ayudarnosa una vivencia más profunda de la comunión con Dios.Llegado el momento de cumplir mi promesa, meencuentro como el joven del retiro: lleno de pregun-tas. ¿Qué es la oración? ¿Cómo aprender a orar?¿Cómo motivarnos a orar? ¿Cómo llegar a ser, verda-deramente, hombres de oración?... Debo confesar,además, que al comenzar a escribir me asalta elmiedo, el mismo que inquieta a algunos artistas antesde iniciar su actuación. Sí, tengo miedo de no llegar adecir algo provechoso. Porque no se trata sólo deescribir; es importante que lo escrito sirva para algo.

Hay experiencias que son más fáciles de admirar yde contemplar que de entender y explicar. Y esto

3Circular del superior general

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El amor de Dios y la Providenciales (los hermanos) unirán, ante todo,

a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.Es su bandera, no deben abandonarla jamás.

(André Coindre, Escritos y Documentos,1,Cartas, 1821 - 1826, Carta VIII, p. 89)

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sucede incluso en las ciencias profanas. Por ejemplo,¿cuál es la causa de la atracción recíproca entre latierra y la luna? Uno dirá que las fuerzas gravitaciona-les; pero otro responderá que nadie puede actuardonde no está presente. ¿Cómo explicar que entre latierra y la luna exista una fuerza recíproca de atrac-ción si ninguna de las dos está en la otra? Hoy sabe-mos que las ciencias profanas están muy lejos de res-ponder a todas las preguntas que se pueden plantearen los temas que les son propios. Y sabemos tambiénque, a medida que pasa el tiempo, sus respuestaspueden ser cada vez más aproximadas a la verdad,pero nunca alcanzan a expresar la verdad completa.

Si lo anterior es cierto para lo que se puede ver ytocar, lo es mucho más para todo lo que se refiere aDios y a la experiencia de Dios. Decía Antoine deSaint-Exupéry que “sólo se ve bien con el corazón. Loesencial es invisible a los ojos”. Como Moisés, sólopodemos ver la espalda a Dios (cf. Ex 33, 20). Esoquiere decir que por mucho que avancemos en suconocimiento, siempre será mucho más lo que desco-nocemos de Él que lo que sabemos. El misterio escomparable a una atmósfera inagotable, en la quecuanto más nos adentramos más respiramos un airepuro y limpio.

Dios trasciende la capacidad de comprensión del serhumano; es mucho más de lo que podemos decir ypensar de Él, como decía San Agustín. Por eso “invitamás al silencio que a la palabra, más a la fe y a la ado-ración personal que al razonamiento y a la reflexiónsobre Él mismo1”. Dios es, ante todo, objeto de fe y deexperiencia religiosa. Algo así sucede también con la

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1 MARTÍNEZ DÍEZ, Felicísimo. Avivar la esperanza. Madrid: Ed. San Pablo,2002, p. 94.

naturaleza, con las personas y con muchas de lasgrandes obras humanas. Son más objeto de admira-ción y de contemplación que de razonamiento.

No obstante lo anterior, frecuentemente presenta-mos a Dios con explicaciones racionales teóricas másque como el ser personal a quien contemplamos des-lumbrados y que transforma toda nuestra existencia.Es más fácil especular sobre Dios que comunicarnuestra experiencia sobre Él. Sólo quienes han alcan-zado una fe madura o, de otra manera, quienes vivenrealmente de Dios pueden susurrar su experienciainterior.

La interioridad, pues, no es algo meramente inte-lectual. La oración no es principalmente entender aDios, imaginarlo, verlo; es, sobre todo, amarlo en lacontemplación y en la acción. El conocimiento de Dioses don suyo y se ahonda en el diálogo con Él. Por esoMoisés le dice a Yahvé: “Dame la gracia de contemplartu gloria” (Ex 33, 18).

La verdadera interioridad cristiana no es, “en sufundamento y en su esencia, una actividad de lamente, sino de la voluntad. Es una actitud, un estado,una disposición duradera e inmutable de amor a Dios,de confianza en Él, de total entrega a sus órdenes,deseos, preceptos y beneplácito, una permanente ydelicada atención a la voz de Dios que habla en nues-tro corazón bajo la forma de inspiraciones, llamadas ytoques de conciencia2”. Orar es abrir nuestra inteligen-cia y nuestro corazón al misterio de Dios.

En esta circular, para no caer en la tentación dehablar de la oración de forma abstracta o teórica, pre-sento la experiencia de encuentro íntimo con Dios de

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2 BAUER, Benito. En la intimidad con Dios. Barcelona: Herder, 1997, 13ªedición, p. 203.

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Abrahán, Moisés, David, Jesús y la Virgen María3.Quiero sorprenderlos en los momentos claves de sudiálogo con Dios. Deseo describir sus sentimientos detemor, de asombro, de humildad, así como el fuego deamor que arde en sus corazones. Al mismo tiempo,quiero presentar su disposición de servicio y su fervorpara entregarse incondicionalmente al Dios que sale asu encuentro. En la última parte subrayo la necesidadde orar la Palabra en Iglesia.

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3 Me inspiro aquí en el libro de Jacques Loew La prière à l’école des grandspriants. Paris: Ed. Fayard, 1975.

Oramoscon los amigos de Dios

A sus 75 años Abrahán oye la voz de Dios que lepide dejar su país de origen y la casa de su padre.Yahvé lo ha escogido para ser el favorecido por la pro-mesa y le dice: “Haré de ti un gran pueblo...” (Gn 12,2). El hombre reúne a su familia, a sus siervos y reba-ños y se pone en camino hacia una tierra desconoci-da. Comienza su vida de nómada que durará muchosaños, hasta que la muerte le sobrevenga a una edadmuy avanzada. Cuando por fin llega a Siquem, en lanueva tierra de Canaán, Yahvé se le aparece y le ase-gura: “Daré esta tierra a tu descendencia” (Gn 12, 7).Abrahán, agradecido, levanta allí mismo un altar aYahvé e invoca su nombre.

La oración de la vida

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A brahán

Dios está en el corazón de nuestra existencia concreta.(R 128)

No, no es necesario que vayáis a buscarlo (a Dios) lejos;lo encontraréis alrededor de vosotros, en medio de vosotros;

y en este estado de silencio, de unión con el buen Dios,¡qué meditaciones fervientes y llenas de fuego podéis hacer!

(Carta del hermano Policarpo al H. Ambrosio,USA, 21 dejunio de 1854, in Positio, p. 164)

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En el encuentro de oración es siempre Dios quientiene la iniciativa y comienza a rezar. Él se nos mues-tra primero y nos habla por su Palabra, por los acon-tecimientos, por las experiencias que vivimos y a tra-vés de las personas. Es Él quien nos pide de beber,quien tiene sed de nosotros (cf. Jn 19, 28). Dios es elmendigo de nuestro amor y nos da el suyo. Nuestraoración comienza en el momento en que percibimosque Dios nos quiere dar algo inmenso.

Abrahán está en contacto permanente con Dios ensu diario peregrinar. Lo descubre en su camino denómada, en su vida ordinaria. Para él el mundo ente-ro es una catedral, un templo, un lugar de encuentrocon Dios. No se limita tan solo a realizar actos de ora-ción sino que permanece en un estado continuo deoración, encontrando a Dios en todo. Esto es muyimportante para nosotros, llamados a ser hombres deoración. Ésta no se reduce sólo a ciertas prácticas depiedad que realizamos en momentos concretos. Elorante tiene siempre la mente y el corazón en el Diosamado, con quien permanece unido en todos losmomentos de su existencia. Santa Teresa de Áviladecía que “hasta en los pucheros anda el Señor”.

Si morimos continuamente a nuestro propio egoís-mo y despertamos al amor, “entonces toda la vidacotidiana se convierte en respiración del amor, respi-ración del deseo, de la fidelidad, de la fe, de la dispo-nibilidad, del don a Dios… si por la vida cotidiana nosdejamos elevar a la bondad, a la paciencia, a la paz,a la comprensión, a la longanimidad, a la dulzura, alperdón, al don de la fidelidad, entonces la vida cotidia-na ya no es sólo vida cotidiana, entonces es tambiénoración4”.

En nuestra relación con Dios hablamos de su vida yde nuestra vida concreta de todos los días. Nuestraoración se apoya en la oración de la Iglesia, pero es

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4 Traducido de RAHNER, Karl. Prière de notre temps. Paris: Éditions del’Épi, 1966, p. 70.

también una oración personal, como dice el PapaBenedicto XVI: “Esta oración (la oración activa) puedey debe surgir sobre todo de nuestro corazón, de nues-tras miserias, de nuestras esperanzas, de nuestrasalegrías, de nuestros sufrimientos, de nuestra ver-güenza por el pecado así como de nuestro agradeci-miento por el bien recibido5”.

Abrahán entra en contacto con Dios en su lentocaminar de cada día. Para vivir en “estado de oración”hay que ir despacio, como Abrahán, al paso de suscorderos, de sus camellos y de su gente. No es fácilorar en la sociedad de la velocidad. Hoy más quenunca necesitamos de espacios adecuados que favo-rezcan la privacidad y la intimidad necesarias parasumergirnos en la oración.

Quienes llevamos más años en la vida religiosaaprendimos a comenzar toda actividad con algunabreve oración o invocación. Era la manera de vivir enuna actitud continua de oración y de permanecer uni-dos a Dios en clase, en el estudio, en el trabajo o enel recreo. Hace no mucho tiempo un joven le decía aun hermano, profesor de matemáticas, que siemprecomenzaba la clase con una oración espontánea: “megusta su forma de enseñar las matemáticas, pero loque más me agrada es la oración con la que comien-za cada clase”.

La oración en la luz y en la noche

Dios repite su promesa de prosperidad a Abrahánen varios momentos de su vida. Él no responde alprincipio; expresa su fe, su amor y su esperanza conel silencio. Pasado un buen tiempo y después de haberescuchado varias veces la promesa de Yahvé, Abrahánse dirige a Él con cierto tono de duda y de reproche:

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5 Traducido de RATZINGER, Joseph (SS. BENEDICTO XVI). Jésus deNazareth. Paris: Ed. Flamarion, 2007, p. 153.

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“He aquí que no me has dado descendencia y queuno de mis criados me heredará” (Gn 15, 3). Con res-pecto a la promesa de la tierra, asaltado por la incer-tidumbre, pide una prueba: “Mi Señor Yahvé, ¿cómosabré que la poseeré?” (Gn 15, 8).

Yahvé le reitera su promesa y sella con él el pactoque se significa en el sacrificio de animales. Abrahánlos parte por medio, colocando cada mitad enfrentede la otra. Pero las aves rapaces se lanzan sobre loscadáveres y Abrahán tiene que luchar para echarlas.Al declinar el sol, cansado, cae en un profundosopor. Entrada la noche, “un horno humeante y unfuego abrasador pasaron sobre los animales parti-dos” (Gn 15, 17).

La persona que vive la experiencia de encuentrocon Dios pasa inicialmente por momentos de luz, deentusiasmo y de gozo. La vida le sonríe, toda la gentele parece buena, cree tocar el sol con las manos, elfuturo se le presenta prometedor. Por otra parte, seconfía totalmente a Dios, está segura de que “quien aDios tiene nada le falta”, en palabras de Santa Teresade Ávila; sabe que Dios es fiel y cumple siempre suspromesas. Esa fue, sin duda, la experiencia primerade Abrahán.

Pero van pasando los años y las pruebas de la vidadespiertan muchos interrogantes. La duda, el can-sancio y la desolación se van apoderando del creyen-te. La fe se acompaña de la oscuridad. Quien avanzaen el encuentro con Dios entra en la noche, la delcontemplativo, de la que habla S. Juan de la Cruz. Esla fatiga, la angustia y el desánimo del hombre deDios y del apóstol. Ha trabajado todo el día, y alfinal, cansado, tiene que seguir luchando. Llega unmomento en el que quien ama y espera tiene nece-sidad de señales. El verdadero amor pregunta confrecuencia: “¿es verdad que me amas?” Porque el

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amor nunca es totalmente evidente. Y a veces la feflaquea.

Es importante continuar la oración cuando llega laaridez; el desierto, en la Biblia, es el lugar del encuen-tro con Dios. “Orar es aceptar la noche de la fe6”. Enella se hace más realidad que nunca que oramos nopara sentir gusto en la oración sino para dar gusto aDios, como quien va al hospital a visitar al amigo gra-vemente enfermo. Como Abrahán, entramos en lanoche, pero al mismo tiempo encontramos apoyo enla fe. Así como los ocupantes de la casa apagan lasluces para admirar las maravillas de la noche, de lamisma manera es necesaria la noche para avanzar enel descubrimiento de las maravillas de Dios.

Abrahán habla con Dios para expresarle su perple-jidad: ¿me amas todavía?, ¿puedo aún estar segurode tu promesa? Y experimenta de nuevo el inmensoamor de Dios, representado en el fuego que pasaentre los animales ofrecidos en sacrificio. Una nuevasituación, un nuevo acontecimiento, un retiro, unasesión espiritual, un rato de oración en la capilla, unmomento especial de intimidad nos ayudan muchasveces en nuestra vida cristiana y religiosa a restable-cer la relación de amor, es decir, la alianza con Dios.El amor sale fortalecido de la prueba. La crisis seresuelve con un encuentro con Dios más íntimo y fuer-te que nunca, que queda profundamente grabado enla memoria y en el corazón. El hombre de Dios vuelvea vivir el amor primero, animado por un entusiasmorenovado. El amor renace al amanecer de cada día, lavida vuelve a ser agradable.

Pero al cabo de los años la promesa no se cumpletodavía y la duda se insinúa en su espíritu. No se veen el horizonte ninguna señal de que vayan a llegardías mejores. Sobreviene de nuevo la tentación dedesesperanza. Yahvé sale de nuevo al encuentro de

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6 BAUER, Benito. Op. cit., p. 22.

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Abrahán. Otra vez, la promesa. Abrahán ríe (cf. Gn17, 17). Es la sonrisa sarcástica de quien no creemucho lo que oye. Pero Dios se hace presente otra vezde forma especial; se sella de nuevo el pacto de amorcon el signo de la circuncisión, que identifica a quie-nes forman parte del pueblo amado por Dios. La vidaespiritual es un eterno recomenzar. En ella la constan-cia es indispensable, como indispensable es la perse-verancia en la oración.

Todos los hombres de Dios pasan por días amargosy noches oscuras. Recordemos, por ejemplo, a Moisés.Después de solicitar al Faraón que deje salir a su pue-blo, de la negativa de éste y de su represión, tiene quesoportar ahora las quejas de los suyos: “Tu nos hashecho odiosos a los ojos del Faraón” (Ex 5, 21).Moisés recibe nuevamente de Dios la orden de irdonde el Faraón y le replica: “Los Israelitas no me hanescuchado, ¿cómo el Faraón me escuchará?” (Ex 6,12). Pero, como en Abrahán, la fe y la esperanzahacen que el amor salga fortalecido de la prueba.

En otros casos las dificultades que encontramospara orar no se deben a la oscuridad que acompañanuestra disposición permanente de profundo amor aDios sino que son señal de nuestra poca fe, de nues-tra tibieza y de cierto abandono de la vida espiritual.¿Cómo discernir la causa de la aridez? Por la perseve-rancia. El hombre de Dios persiste siempre en la ora-ción a pesar de las dificultades; el tibio, muy a menu-do, da la espalda a la oración, incluso antes de haberencontrado obstáculos para la misma. Frente a lasdificultades, pedimos insistentemente al Señor el donde la oración, buscamos los lugares más adecuadospara realizarla y aumentamos el tiempo de la misma.

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La oración de intercesión

Yahvé es el amigo que protege a Abrahán y a lossuyos, le aconseja y no tiene secretos para él. Antesde la destrucción de Sodoma Dios se dice: “¿Ocultaréa Abrahán lo que voy a hacer?” (Gn 18, 17). Enteradode la intención de Yahvé, Abrahán intercede por la ciu-dad utilizando todos los argumentos, la astucia y lagran capacidad de negociación de los nómadas comer-ciantes. La aceptación de su pequeñez le da la valen-tía para negociar con el Dios misericordioso.

En otro momento de su vida, Abrahán, que seencuentra en tierra extraña, teme que alguien atentecontra su vida con la intención de tomar a Sara comoesposa. Por eso la presenta como hermana suya.Abimelek, que ignora la verdad, la toma para sí yYahvé, como advertencia, hace estériles a todas lasmujeres de su casa. Entonces Abrahán pide porAbimelek, por su mujer y sus siervos.

Abrahán “esperando contra toda esperanza” (Rm 4,18), se dirige a Dios con una oración llena de convic-ción y de firme certeza en la que intercede sobre todopor el bien de los otros. Él tiene siempre el nombre deDios a flor de labios y lo invoca con frecuencia.Invocar el Nombre de Dios es provocar la presencia deDios en el hoy y en el aquí de nuestra vida, es hacerque el Dios-Amor intervenga siempre en ella.

Al recorrer las páginas de la Sagrada Escrituravemos que los grandes amigos de Dios son muy cer-canos a los otros, se preocupan por aliviar sus sufri-mientos, por ayudarlos en sus necesidades e interce-den a Dios por ellos. Si Abrahán ha sido un gran inter-cesor por los suyos, lo mismo podemos decir deMoisés. La oración de adoración lo lleva a rogar por supueblo; se mantiene en lugar de los suyos ante Dios eintroduce él mismo sus causas ante Él (cf. Ex 18, 19).

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Moisés ora en lo alto de la montaña con los brazosextendidos mientras Josué combate a Amaleq en elllano: “Mientras Moisés tenía sus brazos levantados,Israel era el más fuerte. Cuando los dejaba caer,Amaleq avanzaba” (Ex 17, 11).

En otra circunstancia, tras suplicar a Yahvé que lemuestre su gloria y le dé la gracia de conocerlo,Moisés pasa a interceder por su pueblo: “Perdonanuestras faltas y nuestros pecados y haz de nosotrostu heredad” (Ex 34, 9). El reconocimiento de la gran-deza de Dios, lleva a Moisés a convertirse en el servi-dor de sus hermanos. En el episodio del becerro deoro Moisés reza a Yahvé: “Olvida tu cólera ardiente yrenuncia a hacer caer la desgracia sobre tu pueblo”(Ex 32, 12). Moisés es verdaderamente el hijo amadoque confía totalmente en su Padre e intercede por supueblo.

En estos últimos tiempos se ha subrayado la impor-tancia de la oración de acción de gracias y de alaban-za. El acento puesto a estas formas de oración ha sidoentendido por algunos como una llamada a abandonarla oración de petición. Es necesario afirmar, sinembargo, que ésta sigue teniendo hoy un gran valor.

Con la oración de petición no pretendemos que Dioscambie de opinión. Lo importante no es lo que pedi-mos a Dios o si obtenemos lo que solicitamos, sino ladisposición con que nos situamos ante él. La oraciónde petición afianza nuestra fe en el Dios Amor y noshace ser más conscientes de su bondad, de su ternu-ra, de su misericordia, de su poder y de su grandeza.Al mismo tiempo nos lleva a reconocer más profunda-mente nuestra fragilidad y pobreza, y a sentirnos máshijos del Padre. La verdadera importancia reside enque esta oración estrecha nuestra relación con Dios.

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Por otra parte, Dios no necesita que le pidamos. Éles el Padre bueno que conoce nuestras necesidades.Somos nosotros quienes necesitamos pedir paratomar conciencia de que Él es nuestro Salvador, nues-tro Señor, quien da sentido a nuestra vida. Somosnosotros quienes, llenos de gozo al experimentar elamor de Dios, le pedimos a Él que esté siempre connosotros. Somos nosotros quienes necesitamos pedirpara tomar conciencia de que no somos Dios ni pode-mos llegar a ser Dios, de que la finalidad de nuestravida no somos nosotros mismos, de que nuestra voca-ción es ser para Dios y para los demás.

El Evangelio nos confirma el valor y la necesidad dela oración de intercesión y nos insta a practicarla:“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se osabrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca,halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7, 7-8). Almismo tiempo nos indica que debemos perseverar ennuestras súplicas aunque aparentemente no obtenga-mos respuesta (cf. Lc 11, 5-12; R 133).

Hablando de la oración de intercesión, en muchoslugares del Instituto existe la costumbre de orar dia-riamente en comunidad por las vocaciones en laIglesia y en el Instituto. Les animo, Hermanos, aseguir con dicha práctica y a continuar colaborando enel despertar vocacional, como quiere nuestra Regla deVida, “Por la oración, por la transparencia y el dina-mismo de nuestras vidas y por la invitación personaldirigida a los jóvenes” (R 175).

El 28 de abril del año pasado, respondiendo a lainvitación del H. Ivan Turgeon, Provincial de Canadá,participé en el Encuentro por las vocaciones realizadoen Sherbrooke. Interpreté dicho encuentro como unallamada del Señor a mantener y acrecentar, si cabe, elcompromiso de todos y de cada uno de los hermanosdel Instituto en este campo. Al mismo tiempo, recibí

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el gran testimonio del interés y del trabajo de tantoshermanos en un medio donde los frutos no son muyabundantes. Su actitud es un ejemplo para todos:esperar aunque no haya muchas señales de esperan-za, interceder a Dios con perseverancia y poner denuestra parte todos los medios para el logro de lo quepedimos.

Todo para Dios y todo para los demás

Yahvé se dirige de nuevo a Abrahán y éste respon-de: “Heme aquí” (Gn 22,1). Le pide que sacrifique asu hijo. Abrahán se pone en camino en actitud silen-ciosa, obediente y dócil. Su hijo le pregunta por el cor-dero para el sacrificio. “Dios proveerá” (Gn 22, 8),responde el padre.

Abrahán es un hombre todo para Dios, capaz deofrecerle lo que más quiere: su hijo único, tan desea-do y esperado, el hijo prometido que le permitiráseguir presente en la historia. Al finalizar el dramáticoepisodio, Abrahán renueva su amor a Dios, ofrecién-dole el sacrificio del carnero que encuentra listo. Unavez más, Yahvé le reitera su promesa y todo comien-za de nuevo.

Abrahán, el hombre que habla con Dios, que hasellado una alianza de amor con El, ama profunda-mente a los demás: es solidario con Lot y organiza unnumeroso grupo de guerreros para rescatarlo de susecuestro; es generoso con el rey de Sodoma y recha-za las propiedades que le quiere regalar; es compren-sivo con Sara, ofendida por el desaire de su esclavaAgar; es hospitalario con los viajeros de la encina deMambré que, en definitiva, resultan ser el mismo Diosy, después de atenderlos magníficamente en su tien-da, los acompaña por el camino hacia Sodoma; llora a

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su esposa Sara cuando fallece a los 127 años y le dauna digna sepultura en la cueva de Makpela, enHebrón; es un hombre que dialoga con sus vecinospara superar los desacuerdos y para intercambiarfavores; respeta los bienes ajenos y paga el preciojusto por ellos, incluso aunque se los ofrezcan comoregalo (cf. Gn 23, 7-16).

Esta actitud de Abrahán de ser todo para los demáses la disposición de los verdaderos amigos de Dios. Laencontramos también en Moisés. En su relación deintimidad con Yahvé, Moisés percibe la llamada a ser-vir al pueblo oprimido: “He visto la miseria de mi pue-blo en Egipto... Ahora vete, yo te envío... yo estarécontigo” (Ex 3, 7.10.12). En dicha relación ya no haysimplemente un yo y un tú: hay un “nosotros” que esel pueblo. El hombre de Dios ora así: “Yo amo, lo quetú amas, Señor, tu voluntad es mi voluntad, tus sen-timientos son mis sentimientos, tu pueblo es tambiénmi pueblo y a él quiero consagrar por entero mi vida”.De esta manera, Moisés llega a una identificaciónplena con la voluntad de Dios, haciendo siempre loque Yahvé quiere, que no es otra cosa que el servicioa sus hijos.

En mis visitas a África francófona he encontradohermanos de todas las edades que llevan una intensavida de oración, dan un importante testimonio de vidareligiosa fraterna y realizan una extraordinaria misión.Pero quiero resaltar sobre todo el ejemplo de los vie-jos misioneros, a quienes deseo rendir un justo ymerecido reconocimiento. Estoy convencido de laimportancia de mantener y acrecentar en el momentopresente el espíritu misionero en nuestro Instituto. Engran medida nuestro futuro, como para Abrahán, estáafuera. Respondamos con generosidad a la invitaciónde Dios: “Sal de tu tierra”.

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Pues bien, en el norte de Camerún, encontré a loshermanos Rosaire Bergeron y Gilbert Allard. Ellos meperdonarán por atentar contra su humildad. Estoyseguro de que seré perdonado también por otrosmuchos hermanos de los que no hablo y que merecenigualmente un profundo reconocimiento. Que Dios lespague a todos en esta vida con un regalo cien vecesmayor al don de sus vidas ofrecidas generosamente.

El hermano Rosaire tiene 78 años y el hermanoGilbert 72. Todos los martes por la mañana salen deMokolo, su lugar de residencia, y se trasladan aMaroua, a unos ochenta kilómetros de distancia, paradar clases en el Seminario Mayor Interdiocesano.

Los acompañé un martes por la mañana. A las ochoy media comenzaban los cursos y aproveché paraentrar a la clase de cada uno y saludar a los estudian-tes. Me sorprendió gratamente el aprecio sincero quelos discípulos manifestaron a sus dos viejos maestros.En la clase del hermano Rosaire un seminarista pidióla palabra para expresarse más o menos así: “Quieromanifestarle, Hermano José Ignacio, que estamosmuy contentos con el hermano Rosaire, es una perso-na extraordinaria y un magnífico maestro y deseamosque siga siendo nuestro profesor por mucho tiempo”.Yo, para tomarle el pelo, le respondí: “Veo que estáshaciendo méritos para tener una buena nota en filoso-fía al final del curso”. Y añadí de inmediato: “Te agra-dezco tus palabras. Estoy convencido de que las dicescon toda sinceridad”. Bueno, pues para asombrarlosun poco más, les diré que el hermano Rosaire, a pesarde su edad, tenía ese día siete horas de clase.

¿Dónde está la fuente de tanta bondad y de tantaentrega? No lo dudemos: en la estrecha relación conDios que se establece por la rica vida de oración y seexpresa en la oración de la vida cotidiana.

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Al ver estos ejemplos, los hermanos mayores yenfermos que no pueden implicarse tan fuertementeen el apostolado, pueden sentir cierta tristeza y llegara pensar que es muy poco su servicio a Dios, a laIglesia y al Instituto, y que son una carga para losdemás. La Regla de vida nos dice todo lo contrario:“Viviendo su prueba en el abandono y la unión alCorazón de Jesús que sufre, los hermanos enfermosrealizan una misión de gran apoyo en el Instituto.Llegan a ser motivo de gracia para los hermanos com-prometidos en el apostolado activo, tanto por su sere-nidad y valor ante la enfermedad como por su ora-ción” (R 161). Y no puedo pasar sin citar otra fraseque encuentro hermosa: “Tenemos necesidad deancianos que oran, que sonríen, que aman con unamor desinteresado, que saben maravillarse; ellospueden mostrar a los jóvenes que vale la pena vivir,que la nada no tiene la última palabra7”.

Al escribir lo anterior, viene a mi mente el recuerdolleno de emoción de algunos hermanos mayores queme son muy cercanos. Esta vez no heriré la humildadde ninguno de ellos. Durante toda su existencia handado testimonio de ser hombres de Dios al servicio delos demás y hoy añaden a su vida santa el testimoniode su amor maduro, de su alegría y el gran servicio desu oración.

Hasta la plena confianza y la unión total

Abrahán pide a su siervo más anciano, a su hombrede confianza, que vaya a la tierra de sus padres parabuscar en su familia una mujer para su hijo Isaac. Elsiervo le propone llevar al joven con él porque tienemiedo de que la mujer no quiera seguirlo sin conocerpreviamente a su futuro esposo. Abrahán rechaza estaproposición y le dice: ‘Yahvé... enviará un ángel delante

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7 Traducido de CLEMENT, Olivier e SERR, Jacques. La preghiera del cuore.Milano: Ed. Ancora, 5ª ed., p. 69.

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de ti para que tomes de allí una mujer para mi hijo”(Gn 24, 7). La fe de Abrahán es como algunas clasesde madera que, cuanto más tiempo están dentro delagua, más se endurecen. O como los buenos vinos,tanto mejores cuanto más añejos. La confianza deAbrahán en Yahvé va en aumento a medida que pasael tiempo, hasta que muere a los 175 años para unir-se a su parentela, después de haber vivido una vejezfeliz (cf. Gn 25, 8).

La adoración del amigo de Dios

Al hablar de Moisés recordamos al gran líder queconduce a su pueblo por el desierto, camino de lalibertad, hasta dejarlo a las puertas de la tierra pro-metida. Es un hombre fogoso y persistente. Luchatenazmente contra la dureza del Faraón, contra losobstáculos de la naturaleza y contra la terquedad y laceguera de su pueblo. ¿De dónde le viene todo esearrojo y dinamismo?

La respuesta a esta pregunta la encontramos alprincipio del Éxodo. Moisés, que apacienta el rebañode su suegro Jetró, llega al Horeb, la montaña deDios. Allí “el Ángel de Yahvé se le aparece en unallama de fuego, en medio de una zarza” (Ex 3, 2), quearde sin consumirse. Moisés decide dar un rodeo para“ver el extraño espectáculo y por qué la zarza no seconsume” (Ex 3, 3). Yahvé le dice: “No te acerques yquítate las sandalias, pues el lugar que pisas es unlugar santo” (Ex 3, 5).

Moisés se encuentra con Yahvé. Lo ve como el “Yosoy”, el Dios de siempre, que no pasa, que “no semuda”, como diría Santa Teresa de Ávila, que vive por

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sí mismo, que ha creado todo, que da vida y movi-miento a todo; es el Dios que todo lo puede, que todolo sabe. Es el Dios magnífico, más grande que losantepasados más grandes y más queridos del pueblo.Es el Dios “de los padres, el Dios de Abrahán, el Diosde Isaac, el Dios de Jacob” (Ex 3, 6). Es el Dios amigode su pueblo. Es el “YO SOY”.

Moisés queda fascinado y entra en la oración deadoración, es decir, de diálogo entre el Dios maravillo-so que se quita el velo de su rostro para mostrarseplenamente y el creyente que queda sin palabras aladmirar su majestad. El corazón no alcanza a sopor-tar la emoción y el gozo del encuentro; el amigo deDios tiene que ocultar su rostro para no morir deamor.

Todo el libro del Éxodo es un diálogo continuo entreDios y Moisés. En la tienda del encuentro, que Moiséscoloca a cierta distancia del campamento, “Yahvéhablaba con Moisés cara a cara como un hombre hablacon su amigo” (Ex 33, 11).

Una frase se repite con mucha frecuencia a lo largodel Éxodo: “Yahvé dijo a Moisés”. Es una muestra deque Moisés está permanentemente a la escucha deDios. En muchas ocasiones no habla; responde consu silencio de adoración y de aceptación. Practicaentonces la forma de oración que Jesús recomiendaa sus discípulos: “Y al orar, no charléis mucho, comolos gentiles, que se figuran que por su palabrería vana ser escuchados. No seáis como ellos, porque vues-tro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo”(Mt 6, 7-8).

La oración en Moisés consiste en escuchar a Diosque le habla como un amigo habla a su amigo. Este esel momento cumbre de la adoración: ahora Dios sepresenta verdadera y directamente como el Dios de

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Oramos con los amigos de Dios

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Moisés. Ya no hay barreras ni mediaciones. Es elmomento de la unión más íntima, de la plena unidad,de la adoración total. Es el clímax del intercambioamoroso reciproco entre el corazón de Dios y el cora-zón del creyente.

Otro momento de gran intimidad con Yahvé en lavida de Moisés es el de la renovación de la Alianza (cf.Ex 34). Cuado baja de la montaña Moisés no sabe“que la piel de su rostro brilla porque ha hablado conDios” (Ex 34, 29). Moisés ha entrado en la órbita deDios, hasta llegar a una gran sintonía de sentimientosy de espíritu con Él que se refleja en su rostro trans-formado. Es la serenidad, la paz, la bondad y la ale-gría propias del hombre amigo de Dios.

El encuentro con Dios hace que cambiemos nuestraforma de mirar a los demás, que los veamos como ahermanos. Y que la gente nos vea también de mododistinto, al sospechar que vivimos interiormente laexperiencia de un encuentro inolvidable. Recuerdo laprimera vez que vi de cerca al Papa Juan Pablo II. Fueen el año de 1981. Quedé impresionado por la sereni-dad y la paz que se reflejaba en su rostro. Y es que envirtud de la profunda unidad entre cuerpo y espíritu,la salud y lozanía del espíritu se reflejan en el espejocorporal.

La grandeza de Moisés no reside, en primera ins-tancia, en su compromiso por la liberación de su pue-blo, pues este compromiso nace de su profunda inti-midad con el Señor. Su mayor grandeza está en tenerun corazón que ama a Dios.

La oración apostólica

El diálogo entre Dios y Moisés versa siempre sobrelas vicisitudes por las que el pueblo atraviesa y lo que

Hermanos del Sagrado Corazón

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se debe hacer para salir de cada dificultad. Moiséspregunta a Yahvé en su oración cómo resolver los pro-blemas que se le presentan en la realización de sumisión. En otras ocasiones le manifiesta sus limitacio-nes: “Yo no tengo facilidad para hablar” (Ex 4,10). Sedirige frecuentemente a Él para desahogarse por lasrecriminaciones y exigencias del pueblo, cansado de lamarcha y siempre quejumbroso (cf. Ex 5, 22-23; 14,11-12; 15, 24; 16, 2; 17, 3). Por otra parte, es deresaltar que Moisés escucha mucho más de lo quehabla; escucha y hace lo que Yahvé le pide.

Los Hermanos del Sagrado Corazón somos perso-nas de vida activa. Nuestra oración no puede serimpersonal ni atemporal ni alejada de la realidad.Como en el caso de Moisés, nuestra oración parte amenudo de las situaciones que vivimos en nuestraactividad diaria: los padres que no pueden pagar lapensión de estudios de sus hijos, los buenos resulta-dos de nuestros alumnos en los exámenes oficiales, elalumno gravemente enfermo, la educadora que pron-to va a contraer matrimonio, las dificultades de losniños y jóvenes que sufren las consecuencias deldeterioro familiar, la culminación de un periodo de for-mación y de estudio, la fatiga de mi compañero edu-cador, la celebración del cumpleaños de un amigo o deun miembro de la familia o de la comunidad, la triste-za de quien ha perdido a un miembro de su familia, lapérdida de gusto por nuestra vocación y misión, la pazinterior y la alegría, frutos del encuentro con Dios.Como Moisés dialogamos con Dios sobre todas estassituaciones y escuchamos su Palabra. Como él trans-mitimos luego a los otros el mensaje recibido.

En su diálogo franco e incesante, Moisés llega a talgrado de intimidad e identificación con Yahvé que yano tiene palabras propias. Cuando habla al Faraón letransmite las mismas palabras de Yahvé (cf. Ex 5, 1).

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Oramos con los amigos de Dios

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Lo mismo cuando se dirige al pueblo: “Moisés vinoa contar al pueblo todas las palabras de Yahvé ytodas las leyes, y todo el pueblo respondió a una solavoz: ‘todo lo que ha dicho Yahvé lo cumpliremos’”(Ex 24, 3).

Como cristianos y religiosos consagrados, ¿no esta-mos llamados a permanecer muy atentos a la voz deDios, a sus planes, deseos y sentimientos para trans-mitirlos a quienes nos rodean? De este modo guarda-mos la humildad del Bautista, quien decía: “Detrás demi viene alguien que es mucho mas grande que yo ya quien no soy digno de desatar la correa de sus san-dalias” (Mc 1, 7). Como él, mostramos a Jesús: “Heahí el Cordero de Dios” (Jn 1, 36).

La tendencia al poder, es decir, a buscar estar sobrelos demás, a la fama, al prestigio, a aparentar y ser elcentro en nuestro medio, nos persigue a lo largo denuestra vida. Es lo que los maestros de la ascética lla-maban “la soberbia de la vida”. Por esta vía podemosllegar a un punto en el que ya sólo nos predicamos anosotros mismos. Sin embargo, cristiano es quien dice“nosotros” incluso si dice “yo”. El Profeta dice siemprela Palabra del Otro.

El cumplimiento de nuestra misión profética exigelargos e intensos momentos de oración para ponernosen sintonía con Dios, apropiarnos de su Palabra ytransmitirla después por nuestra vida. Moisés recibe laley de Yahvé en sus encuentros de intimidad con Él enla montaña. Seremos guías válidos de los niños yjóvenes que se nos confían y de las personas que nosrodean en la medida en que permanezcamos en rela-ción íntima con Dios.

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La oración de contrición

Saúl, rey de Israel, no está cumpliendo bien sumisión. Dios envía a Samuel a casa de Jesé, de Belén,para que elija a uno de sus ocho hijos y lo unja comorey. Yahvé, que no ve las apariencias sino el corazón(cf. 1 S 16, 7), inspira al profeta para que elija aDavid, el benjamín. ¿Qué ha visto Dios en el corazónde David? Ha visto sin duda todas las cualidades quemostrará después en su vida: valentía, nobleza, leal-tad, humildad, contrición sincera, buena disposiciónpara servir al pueblo, gran confianza en Dios (cf. 1 S17, 37) y oración incesante.

En el segundo libro de Samuel el autor sorprende aDavid dirigiendo una oración a Yahvé (cf. 2 S 7, 18-29). En ella reconoce que Yahvé ha sido generoso conél, pues ha hecho grande su casa y la casa de sus sier-vos: “no hay nadie como Tú y no hay otro Dios queTú” (2 S 7, 22). David reconoce que Yahvé ha queridoser el Dios de Israel para que Israel sea su pueblo porsiempre (cf. 2 S 7, 24) y le pide bendiga “la casa desu servidor para que permanezca siempre en su pre-sencia” (2 S 7, 29).

Más adelante David confiesa su gran pecado, elasesinato de Urías, el Hitita, para apropiarse deBetsabé, su esposa. David dice: “He pecado contraYahvé” (2 S 12, 13). De acuerdo con la ley de su pue-blo, merece la pena de muerte. Pero él es el rey, la

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D avid

Ante el Señor revisamosnuestras vidas de hombres de acción.

(R 134)

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autoridad máxima y, por lo tanto, ninguna otra auto-ridad humana puede juzgarlo. ¿De qué modo lavarásu pecado si no va a ser sujeto de condena legal?David está convencido de que sólo Dios puede perdo-narlo.

Desde entonces David será reconocido por su ora-ción de contrición. Ésta se origina no en su miradahacia sí mismo, hacia su propia fragilidad y pecado,sino esencialmente en su mirada a Yahvé, su protec-tor y amigo: “Me esperaban en el día de mi desgracia,pero Yahvé fue para mi un apoyo; Él me ha librado,me ha puesto en camino, me ha salvado porque meama” (2 S 22, 19-20).

La contrición no es un remordimiento. Éste surgedel sentimiento de abatimiento y de frustración de lapersona tras su pecado, por haber sido incapaz detener una conducta digna; es el auto reproche por ladeshonra de su propia vida; es un sentimiento centra-do en la persona misma, en su falta; es la decepciónorgullosa por su debilidad.

El orgulloso se enoja consigo mismo por haberpecado. El humilde, por el contrario, siente un pesarprofundo de haber ofendido a Dios, de no habercorrespondido con amor al Amor. En la contrición lapersona mira primero a Dios, de quien se siente pro-fundamente amada, y, después, mirándose a símisma, toma conciencia de que su pecado constituyeuna gran ingratitud; nace entonces en su corazón unarrepentimiento sincero. Tener contrición es compartirlos sentimientos del salmista, el cual comienza poralzar su mirada al Dios bueno y compasivo:“Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensacompasión borra mi culpa” (S 51(50), 3). Sigue des-pués la petición de quien se reconoce pecador: “Lavadel todo mi delito, limpia mi pecado” (S 51(50), 4).

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El camino de expiación es el de la ofrenda interior:“un corazón quebrantado y humillado tu no lo despre-cias, Señor” (S 51(50), 19). El sacrificio que agrada aDios es la contrición de corazón acompañada de lahumildad y de la confesión. La herencia que David nosha dejado es que el verdadero sacrificio a Dios se rea-liza cuando el hombre se ofrece a sí mismo todo ente-ro, entregándole su miseria y poniendo en Él toda suesperanza.

Resumiendo, la verdadera contrición no se funda-menta en una contabilidad de nuestras faltas sino enel dolor por nuestro rechazo al amor. Nos dispone ahacer de toda nuestra vida una ofrenda de luz y deamor.

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En este capítulo presento a Jesús como el granorante que pide por la humanidad y como el granmaestro de oración. Además, refuerzo la invitación delCapítulo general a vivir el encuentro con Dios en laintimidad con Jesús-hermano. Finalmente, presento laoración de María.

La oración del Hijo

En Conakry, capital de Guinea, los Hermanos diri-gen el Colegio Sainte Marie. La propiedad, que tieneuna superficie de alrededor de cinco hectáreas, estárodeada casi totalmente por el mar. El clima es tropi-cal, caliente y húmedo. En mi breve paso por allíexperimento la delicia de sentarme por momentos a lasombra, a la orilla del océano, para recibir la suave yrefrescante brisa que en el mes de febrero viene delnorte.

Mirando la mar pienso en la infinitud de Dios y ennuestra relación con Él. Van pasando por mi mente loshombres y mujeres orantes de todos los tiempos. Eimagino que sus oraciones son ríos que desemboca-ban en ese mar que es Jesucristo, el Hijo de Dios, enquien se reconcilian Dios y el hombre. Alzando la vistaveo a lo lejos el horizonte, donde se juntan el cielo y

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J esús

Que la oración sostenida por una gran confianzasea para vosotros una arma

que os acompañe siempre, decía...Ella es indispensable a quienes trabajan

por la salvación de las almas.(Hno. Policarpo, Circ. del 8 de enero de 1843,

in Positio, p. 390)

la tierra. Allí, en el confín de ese grandioso templonatural, Jesús presenta al Padre el rico caudal de ora-ciones que le llega de los cuatro puntos cardinales yde todos los tiempos. Jesús es el orante, el maestrode oración que transmite fielmente al Padre la oraciónde sus hermanos.

¿Qué es lo más original en la oración de Jesús? Lanovedad está en que Jesús ora al Padre como un ver-dadero hijo. Nadie ha tenido ni tendrá una concienciatan elevada de ser amado por Dios. Él es plenamenteconsciente de ser el Amado del Padre, con quien man-tiene un trato muy familiar e íntimo.

La oración no es simple conocimiento intelectual,emoción o sentimiento de devoción. Estas realidadesson importantes, disponen para la oración y la acom-pañan, pero no son su esencia. “Orar es, en su másíntima esencia, un acto de amor, y la oración es tantomás perfecta cuanto más se refleja en ella el amor,cuanto más se eleva el que ora del amor imperfecto alamor perfecto8”.

La oración de Jesús es perfecta, porque su amor alPadre es total. En efecto, “Jesús se ha hecho hombre,y esa es la razón por la que, por primera vez, un cora-zón humano late al unísono con el Corazón de Dios;por primera vez un amor perfecto hacia el Padre hacepalpitar un corazón humano; por primera vez un cora-zón de hombre late con un amor perfecto hacia loshombres9”.

El Evangelista Lucas sorprende a Jesús en oración,después de su bautismo. De repente el cielo se abre yel Espíritu desciende en forma de paloma. Una vozdice desde lo alto: “Tu eres mi hijo; yo hoy te heengendrado” (Lc 3, 22). Cuando Jesús ora, experi-menta la sensación gozosa de ser mirado por el Padrecomo verdadero hijo. En Mateo y Marcos la frase que

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Oramos con Jesús y María

8 ALONSO, Severino María. Proyecto personal de vida espiritual. Ejerciciosespirituales o ejercitación en el Espíritu. Fuenlabrada (Madrid): Ed.Publicaciones Claretianas, 1993, p. 170.9 Traducido de CLEMENT, Olivier e SERR, Jacques. Op.cit., p. 32.

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se escucha es: “Este es mi Hijo amado, que me com-place totalmente” (Mt 3, 17; Mc 1, 11). Jesús no sola-mente es el Hijo sino el Hijo amado a quien el Padremira con ojos de infinita ternura. El Padre lo ama conun amor incomparable y Él corresponde con un amorque es don total. Por ello Jesús es la mayor gloria delPadre, su mayor alegría.

Jesús está, pues, absolutamente convencido delamor y del cuidado solícito del Padre, se abandonatotalmente a Él e invita a sus discípulos a tener lamisma confianza. El Padre alimenta pródigamente lospájaros del cielo y viste primorosamente los lirios delcampo. Entonces, ¿por qué preocuparse por la comi-da, por la bebida o por el vestido, como hacen lospaganos? No os inquietéis, “vuestro Padre del cielosabe que tenéis necesidad de todo eso” (Mt 6, 32).Jesús, pues, ora con la certeza de que el Padre es elmejor de todos los padres y da siempre lo mejor a sushijos: “Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosasbuenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padreque está en los cielos las dará a quienes se las piden”(Mt 7, 11).

Jesús no juzga ni condena a los demás. Por elcontrario, ama a todos, los ayuda en sus necesida-des, es comprensivo y perdona. Él es como el Padrey pide a sus discípulos que tengan la misma dispo-sición: “Sed compasivos como vuestro Padre escompasivo” (Lc 6, 36).

Jesús tiene siempre la imagen del Padre en sumente y en su corazón. A Él dirige su mirada y de Élhabla hasta en los momentos de más actividad.Puesto que ama al Padre, necesita momentos paraestar a solas con Él. En múltiples ocasiones los evan-gelios nos dicen que Jesús se retira al monte, al de-sierto o a un lugar apartado para orar. Por ejemplo,antes de llamar a sus discípulos pasa toda la noche en

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oración (cf. Lc 6, 12). La montaña simboliza elencuentro entre Dios y el hombre y el desierto es laimagen del lugar solitario, pero lleno de la presenciade Dios. A Dios se le encuentra sobre todo en el silen-cio de los lugares apartados: “Retírate a tu habitación,cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secre-to; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensa-rá” (Mt, 6, 6).

Al invitarlos a hacer un rato de reflexión y examende conciencia yo decía a mis alumnos hace algunosaños que en este mundo de ruido y precipitación elmejor regalo que nos podemos hacer es el silencio yla calma. Los hermanos del Sagrado Corazón noshacemos un regalo similar cuando respondemos a lainvitación de Jesús, “venid vosotros mismos aparte”(Mc 6, 31), retirándonos diariamente a la soledad dela capilla, de la habitación o del oratorio.

La transfiguración en el Tabor constituye para Jesúsuna experiencia sublime de oración (cf. Mt 17, 1-8; Mc9, 2-8; Lc 9, 28-36). En esta ocasión no está sólo,pues ha invitado a Pedro, Santiago y Juan y los haconducido hasta lo alto de la montaña. El cuadro esasombroso: Jesús, el nuevo Moisés y el Mesías deDios, está en el centro, acompañado por Moisés yElías.

En el monte Tabor la persona de Jesús se transfor-ma maravillosamente en su encuentro con el Padre yel Espíritu, hasta tal punto que su rostro brilla como elsol y sus vestiduras son blancas como la nieve. Elcorazón de Jesús se llena de gozo inmenso al escucharlas palabras del Padre: “Este es mi Hijo muy amado;escuchadle” (Mt 17, 5; cf. Mc 9, 7; Lc 9, 35). El res-plandor del rostro de Moisés al descender de la mon-taña no es mas que un pálido reflejo del brillo incom-parable del rostro de Jesús. Su identificación con elPadre de la luz es total. Su amor al Padre es tan grande

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Oramos con Jesús y María

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que ya no se pertenece. El Padre es todo para Él y Éles todo del Padre.

Decíamos que la oración de Jesús nace de su con-ciencia profunda de ser hijo. Se trata de una concien-cia total, enteramente confiada, capaz de emerger porencima de toda duda, aún en los momentos más difí-ciles de su vida, como la noche de Getsemaní o el díade su muerte en la cruz.

La noche de Getsemaní (cf. Mt 26, 36-46; Mc 14,32-42; Lc 22, 39-46) es la noche del miedo, de laangustia, de la tristeza, pero también del abandonoconfiado en las manos del Padre. Jesús sabe que susenemigos lo buscan para matarlo. Él ama la vida, perovislumbra el horror del sufrimiento, así como la inmi-nente y desconocida muerte. ¿Cómo terminará todo?¿Su sed de vivir se ahogará para siempre en unamuerte sin retorno? Un sentimiento de pavor se vaapoderando de Él a medida que pasa el tiempo. Suansiedad crece por momentos. Pero cuanto más gran-de es el terror más se entrega a su Padre.

La imagen del Padre le reconforta pero, al mismotiempo, alimenta su tristeza, pues sabe cómo su pro-pio sufrimiento es doloroso para el Padre.Evidentemente, el Padre no desea su dolor ni sumuerte, así como no los desea a ninguno de sus hijase hijos, hombres y mujeres del mundo. Y en esosmomentos Jesús, y también el Padre y el Espíritu conÉl, soporta el océano de sufrimiento de la humanidadentera de todos los tiempos. Sufren con los hambrien-tos y sedientos de siempre, con los pobres, con losabandonados, con los enfermos, con los perseguidos,con los destrozados por la guerra, con los jóvenesesclavos de dependencias que destruyen su vida, conlos niños no deseados ni amados.

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Por otra parte, Dios padece por todos los hombresy mujeres que no corresponden a su amor. El Dios-Amor sufre porque no es amado. Pero no sufre tantopor Él sino por sus queridos hijos e hijas que no loaman, los pecadores, porque ellos mismos se exclu-yen del gozo que tiene preparado a quienes lo amande verdad.

Creer que Dios sufre con nosotros puede hacernosmás fuertes ante la adversidad y el dolor y conducir-nos a vivir la experiencia de la infinita ternura delPadre.

Jesús es desgarrado por una violenta lucha interiorante la inminencia de la condena y de la muerte.¿Debe aceptar pasivamente que sobrevengan? ¿O esel momento de hacer algo extraordinario para doble-gar el destino? Es la hora de la tentación. En primerlugar es, probablemente, la tentación del poder: ¿porqué no utilizar el poder que el Padre le ha dado paraaplastar a los enemigos? Es también, tal vez, la ten-tación del poseer: ¿por qué, por ejemplo, no convertirlas piedras en oro para pagar con él a sus enemigos ycalmar su ira? Es, quizá, la tentación del placer: ¿porqué no dar marcha atrás, negando todos los mensajesque hayan podido exasperar a sus enemigos, y dedi-carse a una vida placentera y fácil, sin complicacio-nes?

El sufrimiento aumenta hasta hacerse insoportable.Ya no es un dolor de vida sino un dolor y una angus-tia de muerte. El corazón se acelera descontrolada-mente, un sudor frío y como de gotas de sangre res-bala por todo su cuerpo y cae sobre la tierra (cf. Lc 22,44). Un corazón de hombre no puede soportar el dolordel Corazón de Dios.

Cuanto más agudo es su dolor, más se entrega a suPadre. Se dirige a Él, nombrándolo con la palabra con

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Oramos con Jesús y María

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que los niños llaman tiernamente a su padre: “!Abba,Papá¡; todo es posible para ti; aparta de mi esta copa;pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú”(Mc 14, 36). Incluso en el momento más álgido de susufrimiento no renuncia a su condición de ser total-mente hombre y a su voluntad de ser en todo igual anosotros menos en el pecado, a su opción de someter-se a todas las vicisitudes humanas, sin excluir el dolorni la misma muerte.

La tentación arrecia. Por dos veces se levanta paraver qué hacen sus discípulos y los encuentra dormi-dos. Una y otra vez suplica al Padre repitiendo las mis-mas palabras: “¡Abba, Papá!...” Jesús ama al Padrecon un amor infinito, e inmenso es también su amor alos hijos e hijas del Padre, sus hermanos y hermanas.Movido por su fe total en el Padre, su confianza abso-luta en su amor, y por su amor apasionado a todos sushermanos y hermanas, Jesús decide ser fiel a símismo y a su misión hasta el final, aunque tenga quepasar como todos los humanos por el difícil trance dela muerte. Esa es su decisión y todo lo demás lo dejaen manos del Padre, abandonándose totalmente a Él.Es el fin de la tentación.

En su agonía en el Huerto de los olivos y en supasión y muerte Jesús nos revela a un Dios que tienevocación-pasión de humanidad. Jesús muere porquesu vocación es ser Dios-con-nosotros hasta el final,totalmente Hijo de Dios y hombre a la vez. Y ser total-mente hombre significa asumir la condición humanacon todas sus consecuencias, incluidos el dolor y lamuerte, sin recurrir a poderes superiores. En suopción de compartir su vida con nosotros, de acompa-ñarnos siempre, en las buenas y en las malas, y deasemejarse a nosotros, como un hombre cualquiera

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(cf. Flp 2, 6-11), Jesús nos muestra que Él es verda-deramente nuestro hermano y amigo. De este modo,la fuerza del Dios liberador se manifiesta en la debili-dad.

La oración de Jesús: “Que todos sean uno.” (Jn 17)

La oración de Jesús a la hora de su sacrificio mues-tra el lazo íntimo entre Él y su Padre. Jesús comienzadirigiéndose al Padre con estas palabras: “Padre, hallegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo teglorifique a ti” (Jn 17, 1).

Contra lo que pudiera pensarse, Jesús no empiezapidiendo por sí mismo. Es verdad que dice: “Padre…glorifica a tu Hijo”, es decir, glorifícame, lléname degloria, de gozo, de satisfacción, de felicidad. Pero paraJesús, dada su íntima unión al Padre, su gloria y lagloria del Padre son la misma cosa. Y la gloria delPadre es que sus hijos tengan la vida eterna, es decirel conocimiento del único Dios verdadero. Por esoJesús pide al Padre la gracia de ser capaz de darlesdicha vida, en cumplimiento de la misión recibida.

En su oración Jesús pide por sus discípulos, por lasmujeres y hombres de todos los tiempos. Pero comobuen intercesor comienza por motivar su petición,apoyándola, en primer lugar, en su actitud para con elPadre, como diciéndole: “Mira, yo me he portado biencontigo porque te he glorificado, he cumplido la

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Oremos sin cesar; oremos los unos por los otrosdándonos cita a menudo

en los Sagrados Corazones de Jesús y de María,refugio habitual en todas nuestras necesidades.

(H. Policarpo, Carta después de la clausura del Capítulo,5 de septiembre de 1856, in Positio, p. 345)

Oramos con Jesús y María

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misión que me encomendaste, pues he dado a cono-cer tu amor a los hombres que Tú me has dado comohermanos” (cf. Jn 17, 4.6).

En segundo lugar Jesús apoya su súplica en la bon-dad de los discípulos, pues han creído que Jesús es laPalabra del Padre, su Hijo enviado al mundo (cf. Jn17, 7-8). Además, el Padre debe recordar que los dis-cípulos son sus hijos (cf. Jn 17, 9). Y si son del Padreson también del Hijo, en virtud del gran amor entreambos: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”(Jn 17, 10).

Finalmente Jesús apoya su Intercesión en su pro-funda unión con los discípulos, quienes son sus ínti-mos, sus amigos: “Padre, si me amas a mí, tienestambién que amarlos a ellos. El bien de ellos es mibien, ellos son mi gloria (cf. Jn 17, 10), su gozo es migozo”.

Una vez que Jesús ha motivado bien su petición, lapresenta al Padre: “Guarda en tu nombre a los queme has dado para que sean uno como nosotros” (Jn17, 11 ; cf. Jn 17, 21-23). Jesús ha venido a estemundo para sellar la alianza de Dios con los hombresen el amor y para reforzar la unidad de los hombresentre sí. En eso se resume su misión: “que todossean uno”, que permanezcan en el amor, al experi-mentar el gozo de saber que son hijos amados delPadre (cf. Jn 17, 24.26).

En mis visitas a las comunidades de las diferentesprovincias he podido constatar que las relaciones fra-ternas, la acogida y la sencillez son casi siempresobresalientes. Pero también he observado divisionesy antipatías, que causan decepciones y tristezas. Poreso, oremos a ejemplo de Jesús para que en todos loslugares y ante todas las personas demos un testimo-nio de profunda unidad. El Hermano Policarpo decía al

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respecto: “Mis buenos Hermanos, pienso que el únicomedio que tenéis para ser felices es vivir en estrechay perfecta unión. No tengáis todos sino un solo cora-zón y una sola alma…” (Carta del 27 de noviembre de1851 a los HH. de USA, in Positio, p. 313).

Jesús, Maestro de oración

Como hemos visto, una peculiaridad de la oraciónde Jesús es que nace de su inmenso amor al Padre, unamor sin par que se concreta en un trato muy familiarcon Él. Por otra parte, Jesús no limita su oración adeterminadas prácticas de piedad; vive continuamen-te en oración, unido al Padre, aun en los momentos demás febril actividad misionera. Más todavía, se retiraa lugares apartados para tener una relación exclusivay más íntima con su Padre; pasa muchas noches oran-do y esto alimenta y revitaliza tan bien su relaciónfilial que, al día siguiente, se le ve lleno de ardor.

La relación de Jesús con sus discípulos durante suvida pública es muy cercana. Ellos tienen la ocasión deestar junto a su maestro y de apreciar cómo se entre-tiene con el Padre de los cielos y cómo habla de Él;también son testigos de su permanente servicio atodos los que llegan a Él solicitando su ayuda. Ven quesu Maestro participa de las oraciones habituales detodo judío fiel, pero notan que ora al Padre de unaforma única, con un inmenso amor y una indefectibleconfianza. Por eso le suplican: “Señor, enséñanos aorar” (Lc 11, 1). La respuesta de Jesús no se hace

37Circulaire du supérieur général

El ejemplo de Jesús,que se dirige sin cesar hacia su Padre,

nos muestra la necesidad de la oración continua.(R 129)

Oramos con Jesús y María

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esperar: “Orad así: Padre nuestro que estás en loscielos…” (Mt 6, 9-13).

Jesús enseña a orar a sus discípulos como Él ora. Loprimero que le viene a la mente cuando se dispone aorar es la imagen del Padre. Sobre este particular diceel Papa Benedicto XVI: “La enseñanza de Jesús noviene de un aprendizaje humano… proviene del con-tacto directo con el Padre, del diálogo ‘cara a cara’, dela visión de aquel que está en ‘el seno del Padre’ (Jn1, 18)10”. En este diálogo el Padre le muestra a Jesússu gran amor y Jesús le expresa el suyo. Su amorágape lo vive en su oblación total y gratuita al Padrey a sus hermanos, los hijos del Padre.

Jesús, en su oración, se acuerda mucho más delPadre y de sus hijos que de sí mismo. Por eso la ora-ción que recomienda a sus discípulos comienza conestas dos palabras: “Padre nuestro”. Orar no es tantodecir a Dios “Padre mío” sino “Padre nuestro”, cons-cientes de que Dios es Padre de todos y de que, por lotanto, todos somos hermanos.

En el momento de dirigirnos al Padre, nuestra pri-mera impresión es el asombro por su gran amor.Quedamos maravillados y con nuestro pensamientofijo en Él. No pensamos sino en Él y no pedimos masque para Él. Esa es la primera parte del Padre nues-tro: “Santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”(Mt 6, 9-10). Quien ama de verdad busca ante todo elbien del amado.

El Padre nuestro comienza con Dios y nos conducedespués por los caminos del ser humano. En la segun-da parte pedimos por “nosotros”. El cristiano es siem-pre un “yo” que se abre al “Tú” divino para formar lacomunidad del “nosotros”. Como cristianos, a la vezque pedimos por nosotros mismos, pedimos por los

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10 Traducido de RATZINGER, Joseph. Op. cit., p. 27.

Circular del superior general

demás, por la satisfacción de todas nuestras necesi-dades resumidas en la petición del pan cotidiano;pedimos, además, para obtener el perdón de Dios conel fin de vivir en su amor, una de cuyas exigencias esla disposición para perdonar a quienes nos ofenden.

El Espíritu, nuestro entrenador en el ejercicio dela oración

La oración de Jesús reside en el diálogo que man-tiene con su Padre, del que se siente infinitamenteamado, y al que ama con todo su corazón y con todassus fuerzas. Dicha oración es la manifestación de unamor tan intenso, que ni uno ni otro lo pueden guar-dar para ellos solos. El Padre ama tanto al Hijo que nopuede pasar sin decirle cuánto lo ama. Y lo mismopasa con el Hijo con respecto al Padre. Ese intercam-bio de amor es perfecto, tan perfecto que tiene todaslas cualidades, incluso la de existir. Ese intercambioexiste y se llama el Espíritu de Amor.

Así como la oración de Jesús, nuestra oración nacetambién de la conciencia de ser los hijos amados porel Padre y hermanos de Jesús. Y es el Espíritu quiennos da esta conciencia, como nos dice S. Pablo:“Recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que os haceexclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une anuestro espíritu para dar testimonio de que somoshijos de Dios” (Rm 8, 15-16).

En la oración, todo empieza por el reconocimientode que Dios es para nosotros Padre-Madre, más buenoque el mejor de los padres-madres del mundo. Es el

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El Espíritu... nos transforma y traduce ante Diosla oración inexpresada de nuestros corazones.

(R 130)

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Espíritu quien nos ayuda a conocer el amor de Dios ya orar en espíritu y en verdad. Gracias al Espíritupodemos dirigir al Padre la oración de nuestro amorque se resume en una frase: “Tú me amas”. Y graciasa Él podemos también pedirle: “Haz que yo me dejeinvadir por tu amor”. Estas son las dos expresionesfundamentales de toda oración. La Regla de Vida nosconfirma que el Espíritu apoya nuestra oración al afir-mar que Él: “Nos impulsa a la confianza, porque Dioses bueno y fiel; a la súplica, porque es el dueño denuestras vidas. Nos transforma y traduce ante Dios laoración inexpresada de nuestros corazones” (R 130).Gracias al Espíritu nuestra oración es una parte de lamelodía del cielo, el perfume del incienso que subehasta el altar de la Trinidad.

El encuentro con Dios requiere una actitud de con-versión: “quítate las sandalias” (Ex 3,5), dice Yahvé aMoisés. El Espíritu nos apoya en este proceso en elcual cada vez vamos siendo más de Dios, abandonan-do el egoísmo, el orgullo, la autosuficiencia, la tenden-cia a la vida fácil, la inconstancia, el individualismo, lasuperficialidad, la distracción, el querer saberlo todo,el meterse en todo, el comentar las faltas y debilida-des del prójimo, la falta de silencio exterior e interior,el activismo y, en general, nuestras imperfecciones ypecados.

Sabemos que no somos capaces de liberarnos pornosotros mismos de todas estas esclavitudes y poreso “ponemos nuestra frágil esperanza en la gracia delEspíritu Santo, siempre activo para unificar nuestravida y liberarnos de las coacciones que nos impidendedicar tiempo para comulgar de corazón a corazóncon Jesús en la oración” (Una peregrinación de espe-ranza, p. 20).

El camino de la ascesis pasa por la muerte (morti-ficación) del hombre viejo para que vaya naciendo en

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nosotros el hombre nuevo. He puesto la palabra mor-tificación entre paréntesis, con cierto temor, porquenos puede recordar prácticas del pasado que hoy noson aceptables. Pero siempre es necesaria la mortifi-cación bien entendida: decir sí a todo lo que agrada aDios, aunque nos cueste; y decir no a lo que no leagrada e incluso a muchas otras cosas, buenas en símismas, que no son necesarias. La mortificación nosayuda al desprendimiento de nosotros mismos paraabandonarnos confiadamente en los brazos del Padre.

Encontrar a Jesús – “Venid a mí.” (Mt 11, 28)

Hermanos, en el comienzo de mi primera circularles decía que quería “subrayar en ella la necesidad yla urgencia de volver en nuestra vida a lo esencial”. Alo largo de la misma intentaba mostrar cómo nuestrarelación con Dios es algo fundamental en nuestra vidacristiana y religiosa. Dicha relación la vivimos en elencuentro íntimo con Jesús-Hermano, que quierecompartir con nosotros la experiencia sublime delamor del Padre y “transformarnos para una más pro-funda comunión con los demás” (Una peregrinación deesperanza, p. 20).

Volver la vida cristiana a lo esencial es reavivar lafe en Jesús y centrar nuestra vida en Él. La fe es expe-riencia personal de confianza en el Dios que se nos

Unid vuestras oraciones a las mías y pedid al buen Salvadorque os dé un lugar en su Corazón sagrado,

con el fin de que podáis establecer en Él vuestra moraday que Él sea sobre todo el lugar de vuestro refugio

en el tiempo del combate y de la desolación.(Cartas del H. Policarpo a varios hermanos in Positio, p. 442)

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revela en Jesús. Ahora bien, Jesús vive sólo para elPadre. Por lo tanto, nosotros vivimos la fe plenamen-te si vivimos sólo para Dios, único Señor (cf. Ex 20, 3).

El cristiano y el religioso viven su vocación en lacreciente identificación con Jesús (cf. Rm 8, 29; Jn 14,5-6). Se trata de adoptar su modo de pensar y deamar. Esto es fácil de decir, pero es tarea de toda lavida. Entramos a la vida religiosa, por ejemplo, conunas determinadas motivaciones. Puede ser que entreellas estén la búsqueda de Dios, el deseo de perfec-ción o de prestar un servicio a los demás. Pero tam-bién suele haber motivaciones humanas, insuficientespara asegurar la perseverancia: el deseo de ser más,de tener más, de estar sobre los demás, de asegurarnuestra vida, de recibir una capacitación, etc.

Vivir la fe requiere de una actitud de conversión. Lapalabra conversión significa cambio de dirección o deorientación de nuestra vida. Como acabo de escribir,en un principio podemos entrar a la vida religiosa paraconseguir ciertas ventajas para nosotros mismos.Ahora bien, en la vida no hay mas que dos opciones:o vivimos para Dios y los otros o vivimos para nos-otros mismos. La conversión es la reorientación conti-nua de nuestra vida hacia Dios y hacia los otros. Enotras palabras, vivir la fe requiere la transfiguraciónpermanente de nuestro amor (cf. R 74). Dicha trans-figuración es el paso del amor con resabios de egoís-mo (eros) a un amor cada vez más altruista, hasta lle-gar al amor puro que se expresa en el don total y des-interesado de nosotros mismos (ágape). San Pablo,que vivía completamente anegado en el misterio deCristo, expresaba así esta realidad: “Y ya no vivo yo,es Cristo quien vive en mi” (Ga 2, 20).

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El camino de conversión del que hablamos es uncamino de perfección: “Sed perfectos como vuestroPadre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Ser perfectosbuscar en todo la voluntad de Dios, orar y amar per-fectamente, practicar las virtudes humanas y cristia-nas. Se trata de ser hombres y mujeres de Dios, esdecir, de ser santos. La santidad es el mejor regaloque podemos hacer al mundo de hoy. Ella consiste enel amor a Dios y al prójimo (cf. 1 Jn 4, 20-21). Todala vida cristiana y espiritual se resume, en última ins-tancia en dos actitudes vitales: la filiación y la frater-nidad. Se trata de vivir como hijos de Dios y comohermanos unos de otros, buscando agradar a Dios entodo: “Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para lamayor gloria de Dios” (1 Cor 10, 31).

Quienes nos decimos seguidores de Jesús imitamossu forma de ser. Como Él, sabemos estar con losdemás, situándonos a su mismo nivel, y no buscamosestar por encima de ellos en una posición dominante.Si Dios es un Dios cercano y amigo, nuestras relacio-nes no pueden establecerse desde el poder – “yo soymás que tú” – desde el poseer – “yo tengo más quetú” – ni del placer egoísta – “tú vales solamente sieres mío” –.

En mis visitas a las comunidades repito con fre-cuencia que, “a ejemplo de Jesús-Hermano, somoshermanos para estar con los demás, no para estarsobre ellos”. Y este principio vale tanto para el ejerci-cio de la autoridad como de la obediencia, así comopara nuestras relaciones con todo tipo de personas. Lafrase tiene un gran sentido, pues brota de la másgenuina teología y espiritualidad de la comunión y dela encarnación. Quienes viven de acuerdo con este

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principio son personas de profunda vida espiritual,fraterna y apostólica.

Por otra parte, son actitudes propias del orgullosocreerse superior, sobreestimar sus cualidades y negarsus defectos, buscar la admiración de los demás, serambicioso y querer imponerse siempre sobre losotros. El humilde, por el contrario, es sencillo, agrade-cido, se pone al servicio de los otros, reconoce suscualidades y también sus defectos. La humildad es laverdad. Y la verdad es que hemos recibido todo lobueno que tenemos: “¿Qué tienes que no lo hayasrecibido? Y si lo has recibido, ¿por qué gloriarte, comosi no lo hubieras recibido?” (1 Co 4, 7).

El humilde reconoce que todo lo bueno es don deDios: “Es Dios quien obra en nosotros el querer y elobrar” (Flp 2, 13); “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn15, 5); “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp4, 13). El humilde mira a Dios más que a sí mismo, seabre a la acción de Dios y se abandona a Él. La humil-dad es condición indispensable de toda virtud y per-fección. Es, sobre todo, la virtud de Jesús: “Aprendedde mí, que soy manso y humilde de corazón y encon-traréis la paz para vuestras almas” (Mt 11, 29).

El encuentro íntimo con Jesús hará que nos identi-fiquemos cada vez más con Él, con sus sentimientos,con sus actitudes, con sus palabras, con sus acciones,con sus virtudes, especialmente con la mansedumbrey la humildad. Para llegar a dicho encuentro, elCapítulo general de 2006 nos invita a “arriesgar latransformación del ritmo trepidante de nuestra vida,tomando el ‘camino necesario’ de la ascesis para orar‘en espíritu y en verdad’ (Jn 4, 23; R 131; cf. R 133,139)” (Una peregrinación de esperanza, p. 21).

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La oración de los pobres de Yahvé

La corriente espiritual de los pobres de Yahvé, quese empieza a gestar en el siglo VI a. de C., durante elexilio, da el tono a la oración de María . Es la oraciónde la Sierva del Señor, de la mujer humilde y agrade-cida, de la escucha de la Palabra, de la disponibilidadtotal, de la generosidad maternal, de la compasiónque reconforta, de la unión con la Iglesia, de la con-fianza en Dios, en su bondad, en su poder y en sumisericordia.

Para entrar en oración hay que ser pobres de espí-ritu. Esto significa reconocer la propia indigencia y fra-gilidad, ser humilde y manso. Mansa es la personadócil que se deja guiar por Dios, que pone su confian-za en Él y a Él se abandona.

M aría

El amor a Jesús y el amor a su madreestán siempre unidos en la devoción cristiana.

(R 138)

Dignaos obtenerme, ¡Oh María!,la gracia de guardar a Jesús siempre presente

en medio de mi corazón, como un germen de amor.Vos me concederéis, además,

que este germen de amorse convierta en un gran árbol

cuyos frutos sean para la eternidad.(Sentimientos y resoluciones

del Hno. Policarpo, in Positio, p. 443)

Oramos con Jesús y María

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No es fácil llegar a ser pobres de espíritu. El sueñodel pueblo de Israel, confiado en la protección deYahvé, era ser una nación grande, numerosa, fuerte,dominadora de los pueblos vecinos. Pero van pasandolos siglos y sucede todo lo contrario: pueblos máspoderosos se van apoderando del país hasta dominar-lo del todo. En el año 587 a. de C., Nabucodonosortoma Jerusalén, pasa a cuchillo a muchos de sus habi-tantes, roba sus tesoros, incendia sus palacios, des-truye sus murallas y lleva cautivos a Babilonia a quie-nes se salvaron de la muerte.

Algunos judíos del exilio, el pequeño resto, llegan ala conclusión de que la causa de su desgracia es supropio pecado y piden perdón a Dios: “Nosotroshemos pecado, hemos sido impíos, hemos cometidoinjusticia, Señor, Dios nuestro, contra todos tus decre-tos. Que tu furor se retire de nosotros, porque hemosquedado bien pocos entre las naciones en medio delas cuales Tú nos dispersaste” (Ba 2, 12-13). Los des-terrados han quedado sin príncipes ni jefes ni sacer-dotes, y sin un templo donde ofrecer sacrificios paraexpiar sus pecados (cf. Dn 3, 38). Pero llegan a la con-vicción de que Dios acoge siempre a quienes se acer-can a Él con “un alma angustiada y un espíritu conmo-vido” (Ba 3, 1).

Los pobres de Yahvé, desposeídos de todo, se acer-can humildemente a Dios. Él es la única riqueza queles queda en esta vida. En medio de su miseria reco-nocen la misericordia, la bondad y la protección deDios, que quiere librarlos de la muerte. Yahvé los sos-tiene porque esperan en Él contra toda esperanza;desprotegidos, perseguidos en un país extranjero,buscan el apoyo de su comunidad y en ella van des-cubriendo el corazón de Dios que ama a los sencillos.

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de laoración de los pobres de Yahvé. El Benedictus y el

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Magnificat están entre ellos. Y también la hallamosen las súplicas de quienes se dirigen a Jesús imploran-do su misericordia: leprosos, ciegos, mutilados, cojos,el centurión, Zaqueo, el publicano…

Cuando proclama el Magnificat, María mira prime-ro a Dios. En su oración reconoce y ensalza la grande-za de Dios: Él es su Señor, el Poderoso, el Santo, elMisericordioso, el Dios fiel que cumple siempre suspromesas, el Dios bueno que ama especialmente a lospobres.

La segunda mirada de María es hacia los amigosque Dios protege de generación en generación: a losque le temen, es decir, a quienes, conocedores de sudebilidad, tienen miedo de dejar de amar a Dios; a loshambrientos, así como también a los pobres, es decir,a quienes, desposeídos de todo, ponen su tesoro y suesperanza en Dios que los llena de bienes.

Al entonar el Magnificat nuestro canto se une a lamelodía de nuestros hermanos y hermanas, lospobres de la tierra, con quienes compartimos lo únicoque tenemos seguro: la riqueza de Dios que se nos daen abundancia a sus amados hijos.

María ve a los pobres al mismo tiempo que a lossoberbios, a los potentados, a los ricos, todos tan lle-nos de sí mismos que no hay en ellos un lugar paraDios. Ellos mismos optan por otorgarse su propiapobre recompensa y excluirse de las ricas promesasdivinas.

Finalmente, María se mira a sí misma, la mujerhumilde, en quien el Señor ha hecho maravillas. Ellareconoce su valor y sabe que todas las generacionesla llamarán bienaventurada. Pero es consciente de queesto no es mérito propio sino del Señor. El Magnificatexpresa la oración de la mujer pobre que, poniendo

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toda su confianza en el Señor, ha sido generosamen-te colmada de su bondad y misericordia.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1, 28). Es lo primero que Dios le dice a María cuando,por medio del Ángel, se pone en comunicación con ellaen el momento de la Anunciación. El gran gozo deMaría es saberse amada por Dios y por eso exclamaen el Magnificat: “mi espíritu se alegra en Dios mi sal-vador” (Lc 1, 47). Es su forma de reconocer todas lasmaravillas que el Señor ha obrado en ella, su humildesierva.

La gran lección de María y de todos los pobres deYahvé es que sólo el pobre, el humilde y el vacío de símismo es capaz de acoger al Dios que sale a suencuentro y de orar en espíritu y verdad.

María, en su oración, intercede siempre a su hijoen favor de los demás. En el episodio de las bodas deCaná se dirige a él para decirle simplemente: “No tie-nen vino” (Jn 2, 3). Y su súplica desencadena laabundancia del don de Dios significado en el vino dela fiesta.

María vive su oración con la disposición de hacersiempre la voluntad del Padre. Su oración es la oracióndel “fiat” (cf. Lc 1, 38). Ella pertenece a la nueva fami-lia de Dios formada por quienes “oyen la Palabra deDios y la cumplen” (Lc 8, 21). Su compromiso de vivircomo Dios quiere nace de su relación íntima con Dios:pues ella “conservaba todas estas cosas, meditándo-las en su corazón” (Lc 2, 19).

Toda la vida de María es un continuo acto de ora-ción. Pero hay un momento sublime y difícil, el de laCruz. El Hijo sostiene la oración de la Madre y éstaanima la oración del Hijo. Su oración surge del cora-zón desgarrado, del dolor y de la compasión: lapasión del Hijo es también la pasión de la Madre. Sólo

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la compasión puede curar el dolor. En María quedapatente el padecer materno de Dios. Sólo en ella llegaa su término la imagen de la cruz, porque ella es lacruz asumida.

Finalmente, María es la madre que sigue orandohoy con todos nosotros, sus hijos, lo mismo que en loscomienzos de la Iglesia: “Todos perseveraban en laoración con un mismo espíritu en compañía de María,la madre de Jesús” (Hch 1, 14).

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Unidos a Jesús y María

En las páginas precedentes hemos tenido la oportu-nidad de dirigir nuestra mirada hacia Jesús. Hemosvisto en Él al gran orante, cuyo espíritu de oraciónbrota de su convicción segura de ser el Amado delPadre. Lo hemos presentado como nuestro maestro deoración. Hemos mostrado también a María acompa-ñando la vida y la oración de Jesús.

Jesús ocupa el lugar central en la historia de nues-tra salvación. Él es el Dios hecho hombre, Hijo delPadre. En Él se reconcilian completamente Dios y elhombre. Por ello, Él es el único puente de comunica-ción entre el cielo y la tierra: Dios no habla al hombresino a través de Jesús y sólo a través de Él el hombrehabla a Dios. Jesús es, pues, quien transmite fielmen-te al Padre la oración de sus hijos.

Jesús no es una persona solitaria. En primer lugar,vive en perfecta unidad con el Padre y el Espíritu.Además, es la cabeza del Cuerpo místico, cuyosmiembros somos todos los fieles de la Iglesia. Él la hafundado para continuar su misión real, profética ysacerdotal. Todos los bautizados participamos de lafunción sacerdotal: los ministros por el sacerdocioministerial y los seglares por el sacerdocio común. LaIglesia continúa ejerciendo la función sacerdotal deCristo por la celebración eucarística, la liturgia y laoración. El libro de los Hechos nos presenta unacomunidad cristiana asidua a la oración (cf. Hch 2,42).

El hecho de que Jesús sea la Cabeza del cuerpomístico de la Iglesia y el portavoz de nuestra oraciónal Padre, implica que nuestra oración, hasta la máspersonal e íntima, no llega al Padre aislada sino quese une al inmenso río de plegarias que sube hasta Él,formado por la oración incesante de su Hijo, la de

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María, su madre y madre nuestra, y la de todos losamigos de Dios. Oramos en Iglesia y como Iglesia,unidos a Cristo y a la humanidad entera. Por otraparte, nos llena de confianza el hecho de que Jesús, elHijo amado y hermano nuestro, presenta nuestrassúplicas al Padre a la vez que intercede por nosotros.

Oramos provocados por la Palabra

Cuando voy a realizar un viaje en avión suelo llegaral aeropuerto con una prudente anticipación.Facturado el equipaje y recibida la tarjeta de embar-que, tengo tiempo para rezar, reflexionar, leer y, si laespera se prolonga, hasta para estudiar inglés. Aveces suelo entrar en alguna librería. Encuentro en lasestanterías una gran cantidad de libros que tratan deexplicar cómo la gente puede encontrar el bienestarfísico, mental y espiritual. Los hay de múltiples tama-ños y formas.

Pienso que si el mercado ofrece tantos y tan varia-dos libros sobre el bienestar es porque se vendenbien. Y si esto sucede, es porque satisfacen algunanecesidad. ¿Qué busca la gente en ellos? ¿Respondera sus necesidades materiales? Ciertamente no en lospaíses ricos, en los que los aficionados a esta literatu-ra no carecen nada.¿No será mas bien que tienenotros deseos profundos que no logran hacer realidad:encontrar el sentido de la vida, asegurar el bienestar

Oramos en Iglesia

La Sagrada Escritura inspira nuestra vida de oración.La meditación, la lectura espiritual, el compartir el Evangelio

y la lectura asidua de la Biblianos abren el espíritu y el corazón

a un conocimiento íntimo de Jesús.(R 132; cf. R 24)

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en un futuro siempre incierto, hallar la paz y elamor…? Estos y otros anhelos expresan la honda sedespiritual del hombre de hoy.

El mercado trata de crear necesidades y, después,de ofrecer respuestas que, a menudo, son ilusorias. Esla nueva religión del bienestar, del equilibrio entre elcuerpo, la mente y el espíritu, de la forma de encon-trar la felicidad... Hay recetas para todas las situacio-nes. Pero, ¡Oh desgracia!, las milagrosas fórmulasresultan vanas. Al final la gente sigue con las mismasdificultades y con algún dinero menos. Las recetas nosurten efecto porque ofrecen una seudo-espiritualidadegocéntrica, individualista, impersonal, panteísta quecontradice la misma esencia de la persona humana ysus aspiraciones más profundas.

Hace más de cuarenta años el Concilio Vaticano IInos invitaba a centrar nuestra vida en Dios, quien ensu Hijo Jesucristo nos ofrece la única salvación posi-ble: “no se ha dado otro nombre a los hombres bajoel cielo por el cual puedan ser salvados” (Gaudium etSpes, 10).

La salvación del hombre es conocer el amor delPadre, que se nos revela en Jesús, acoger dicho amory, ayudados por la gracia de su Espíritu, correspondera sus dones con un verdadero amor filial. ¿Pero cómoconocer a Jesús? La respuesta es bien sencilla: a tra-vés de la Sagrada Escritura que contiene la Palabra deDios. San Ambrosio decía que cuando leemos lasEscrituras escuchamos a Cristo.

San Juan escribe: “En el principio existía la Palabray la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo porella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn1, 1). Todo ha sido creado por la Palabra, es decir,por el Hijo, imagen perfecta del Padre, y por eso toda

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la creación, especialmente el hombre, es un espejode Dios.

Cuando Dios habla, crea las cosas. En efecto, laPalabra, al nombrar a los diversos seres, los presentacompletos, con todas las cualidades, incluyendo lacualidad de existir: la Palabra nombra a las cosas y lascosas comienzan a ser. La Palabra no sólo es una ima-gen sino auténtica realidad. Por eso se dice que ella eseficaz, es decir, que no vuelve vacía, sin haber causa-do efecto (cf. Is 55, 10-11; Gn 1, 1-31).

Cristo hoy, ayer y siempre; este era el lema delgran Jubileo del año 2000. Es decir que Cristo es “Alfay Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin”(Ap 22, 13); es el centro de la historia en el sentidode que todo converge en Él y que Él recapitula en sitodas las cosas. Por eso, insertos en este misterioinconmensurable, es importante que Cristo sea el cen-tro de nuestras vidas, que esté “en el centro de nues-tras motivaciones y referencias” (R 112).

Recibimos a Cristo en la Eucaristía y también en laEscritura, pues Cristo es la realización de la escritura,la Palabra encarnada. Toda la Escritura es esperanzade salvación y en Cristo se realiza esta esperanza. SanJerónimo decía: “Considero el Evangelio como cuerpode Cristo”.

Puesto que conocemos a Jesús en la Escritura, ellaha de ser para nosotros el libro espiritual preferidopara saciar nuestra hambre espiritual, la de los alum-nos, colaboradores y, en general, la de todas las per-sonas a quienes servimos. En la corriente actual deespiritualidad-mercado se incluyen infinidad de libroscon atractivas y bellas historias de tono moralizante.Los relatos son agradables, pero no sirven por sí mis-mos para calmar el hambre espiritual del hombre dehoy. No es malo contar alguna historia atractiva como

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enseñanza para la vida. Pero el centro de nuestrareflexión debe ser siempre alguna frase o algún textode la Sagrada Escritura. Como los Apóstoles, nosotrostampoco podemos descuidar ni abandonar la Palabrade Dios (cf. Hch 6, 2).

La lectio divina

En este apartado quiero proponerles una formade oración de la que todos ustedes han oído hablary que muchos conocen y practican. Se trata de lalectio divina.

Aclaro, en primer lugar, que no es algo exclusivode los monjes sino que pertenece a toda la Iglesia.La recomiendo muy especialmente porque se centraen la Palabra de Dios, se practica en la Iglesia desdelos primeros tiempos, es tan sencilla que queda alalcance de todos y puede constituirse en un medioprivilegiado para volver a lo esencial de nuestra vidareligiosa: al fundamento cristológico, a la búsquedade Dios y al trato cada vez más familiar e íntimo conÉl, en una relación amorosa de corazón a corazón.Decía S. Agustín: “Dios no espera de ti palabras sinotu corazón”.

Por temperamento tengo tendencia a ser un educa-dor minucioso y paternal; me asalta la idea de inten-tar explicarles con todo detalle este modo de oración.Pero no voy a caer en la tentación. Me contentaré conpresentarles una breve descripción. Prefiero dejarles austedes la tarea de estudiarla más a fondo, para cono-cerla más y practicarla mejor. En este momento medirijo especialmente a quienes trabajan en el serviciode la animación o de la formación de los hermanos.Les ruego encarecidamente profundicen en ella paradescubrir toda su riqueza, la propongan a los suyos ylos motiven para ejercitarla.

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La lectio divina comprende tres partes principales.Comienza con una introducción en la que la personase pone en la presencia de Dios, le agradece por susdones y pide al Espíritu Santo su luz y su amor. Elcuerpo de la lectio divina consiste en leer y rumiar laEscritura para meditar, orar y contemplar. Finalmente,el orante continúa la oración en su vida diaria, en laque encarna la Palabra de Vida. Veamos un poco másde cerca utilizando la primera persona del singular.

La lectura: leo lentamente el texto una y otra vezpara que penetre en mi corazón y se guarde en mimemoria, y descubro en él las maravillas de Dios y suacción en el pasado.

La meditación: escucho la llamada de Dios queentra en lo más profundo de mi ser y trato de descu-brir su mensaje para mi hoy.

La oración: respondo a Dios que me ha hablado enel dialogo con Él. – Es el coloquio con Dios que siguea la lectura y a la meditación de la Palabra.

La contemplación: miro a Dios con los ojos delcorazón, disfruto de su presencia y me dejo fascinarpor la grandeza de su amor. – La admiración puedellegar hasta el punto de quedar sin palabras, de per-der la conciencia de mí mismo y la conciencia de orar,en el abandono total a Dios. Es la fase de los gemidosinefables del Espíritu, anticipo de la bienaventuranzaeterna. La contemplación puede centrarse también enla Virgen María, en los amigos de Dios y en sus obras.

La actuación de la Palabra en la vida: doy tes-timonio, sirvo al prójimo, realizo buenas obras. – Lalectio divina no es sólo una escuela de oración sinouna escuela de vida. Por su práctica, poco a poco,nuestros pensamientos y sentimientos llegan a ser losde Jesús y nuestra vida está cada vez más de acuer-do con las bienaventuranzas. Ella nos ayuda a vivir la

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verdadera sabiduría que no consiste en la ciencia sinoen saber vivir como a Dios le agrada.

La lectio divina requiere de buenas disposiciones: lasencillez y el sentimiento de pequeñez, la perseveran-cia, el silencio exterior e interior, la soledad, la calma,la atención al texto y a lo que el Señor quiere de mí,la disponibilidad para darme al Señor del todo, lacapacidad de admiración, el saber mirar con amor, laconfianza, el no buscar la erudición sino el fervor, elleer apenas lo indispensable. – A propósito de estoúltimo, decía S. Ignacio que “no es tanto el sabermucho lo que satisface y restaura el alma sino el sen-tir y gustar de las cosas interiormente” (cf. Nota 2 delos Ejercicios).

Por último, quiero subrayar que el Rosario es la lec-tio divina de los humildes (cf. R 138). En él vamosrecorriendo los grandes misterios de Dios que nos hansido revelados por su Palabra. Y este recorrido lohacemos acompañados por María, Madre de Jesús,Madre nuestra y Madre de la Iglesia orante, la mujercontemplativa que guarda en su corazón todas lasmaravillas de Dios y que se dirige a Él en unión contodos sus hijos.

La lectio divina y el examen de conciencia

La lectio divina va íntimamente unida al examen deconciencia. En efecto, los tiempos de lectura y escu-cha de la Palabra de Dios son momentos de intimidad

Hermanos del Sagrado Corazón

El examen será el ejercicioen que se aplicarán más

y del que no se dispensaránmas que cuando no puedan hacer ninguno.

(Regla H. Policarpo, cap. XXII, 5)

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con Él. Después, en las tareas cotidianas, continua-mos viviendo el encuentro con el Señor de la vida.Finalmente, en el examen de conciencia, leemos lavida como Palabra que Dios nos ha dirigido a lo largodel día.

La finalidad primera del examen de conciencia no esrevisar nuestras faltas sino descubrir el amor de Dios.Las primeras preguntas del examen podrían ser: ¿Dequé manera me ha mostrado Dios su amor a lo largodel día? ¿En qué momentos lo he sentido especial-mente? ¿Qué es lo que me ha pedido? Al tratar de res-ponder a estas y otras cuestiones “descubrimos susmisericordiosas bondades, nos percatamos de lo que(el Señor) espera de nosotros” (R 134). Después leagradecemos al Señor todos sus dones. Finalmente,“examinamos nuestra fidelidad a su voluntad y nosarrepentimos ante él de nuestros pecados” (R 134).

Hermanos, siguiendo el consejo del H. Policarpo,pongamos atención al examen de conciencia. Su ade-cuada práctica puede ser una de las claves fundamen-tales para la renovación de nuestra vida religiosa.

Nuestro Carisma propio de oración

El Capítulo general nos propone algunos mediosconcretos para vivir la dimensión de la comunión conDios. Al encomendar al Consejo general la revisión dela Guía de formación del Instituto, dice que ésta “uti-lizará la Regla de vida y los escritos de Andrés Coindrey del Hno. Policarpo sobre el tema de la oración espe-rando poder presentar con un lenguaje nuevo nuestrocarisma propio sobre la oración” (Una peregrinaciónde esperanza, p. 21).

He de confesar que al principio me sorprendió laexpresión “nuestro carisma propio sobre la oración”.

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Hoy, después de haberla oído muchas veces, meresulta más familiar. Pero sigo haciéndome las mismasdos preguntas que cuando la oí por primera vez:¿Tenemos los hermanos un carisma propio de ora-ción?. En caso afirmativo, ¿Cuál sería?

En mi primera circular hablé de nuestra espirituali-dad e intenté presentar los rasgos que la definen. Sonlos de una espiritualidad cristiana –la de todos losbautizados- con los matices específicos que nos dife-rencian.

Ahora bien, la espiritualidad es la manera de vivirnuestra relación con Dios en los momentos de oración,propiamente dicha, y en la oración de la vida diaria.Hay, pues, una estrecha relación entre espiritualidad yoración. En virtud de ella, y puesto que tenemos unaespiritualidad propia, podemos lanzar la hipótesis deque tenemos también un carisma propio de oración.En los párrafos siguientes explicitaré brevementedicha hipótesis.

Por analogía con la espiritualidad, nuestro carismapropio de oración estaría conformado por los aspectosde la misma que compartimos con los demás orantesde la comunidad cristiana y por los matices específi-cos que nos caracterizan. Cuando hablamos de nues-tro carisma no podemos referirnos solamente a lo quees exclusivo nuestro sino también a lo que comparti-mos con los demás. Nuestra identidad se configuracon nuestro ser cristiano, con nuestra vida fraterna,con la consagración especial, con la misión y con loque es peculiar del Hermano del Sagrado Corazón.

Presento algunos de los requisitos de toda oracióncristiana: ser centrada en Cristo, realizada en compa-ñía de María, inspirada en el pan de la Palabra y en elpan de la Eucaristía, unida a la de toda la Iglesia. Asídebe ser también nuestra oración.

Hermanos del Sagrado Corazón

C A P Í T U L O I I I

59Circular del superior general

A las características anteriores se añaden elemen-tos específicos de nuestro carisma propio de oración.Algunos de ellos serían: inspirarse en la contempla-ción del costado abierto, puerta que nos conduce alCorazón traspasado de Jesús; ser expresión de unamor total; compartir la compasión de Dios por sushijos y la del Corazón de María; ser solidaria con todoslos dolientes de la tierra y con los niños y jóvenes másnecesitados; expresar la relación fraterna con nues-tros hermanos de comunidad y con nuestros colabora-dores.

Presentada la hipótesis no me queda sino invitarlesa Ustedes a profundizar el tema. Recomiendo especial-mente el estudio del mismo a los Hermanos miembrosdel Equipo del CIAC y a los del de la Revisión de la Guíade Formación. Que dicho esfuerzo nos ayude a todos a“orar en espíritu y en verdad” para vivir el encuentrodiario con el Señor en la intimidad con Jesús-Hermano,como quiere nuestro Capítulo general.

Oramos en Iglesia

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Al comenzar esta circular les manifestaba mi deseode que pudiera servir para algo. Me ha costado tiem-po y esfuerzo. Ha exigido de mí estudio, reflexión, ybuenos momentos de oración para sintonizar con laoración de Jesús y la de tantos hombres y mujeres deDios. Pero todo ello ha sido una ganancia. Por un lado,he llegado a entender mejor lo que Teresa de Áviladecía acerca de la oración: “No es otra cosa… que unintercambio de amistad estando frecuentemente asolas con quien sabemos que nos ama”. Por otro,estoy más convencido de la necesidad de la oración ymás animado a avanzar por el camino de “orar enespíritu y en verdad”, continuando mi peregrinaciónde esperanza.

Espero, hermanos, que la lectura, la reflexión y laoración de esta circular les haya servido y les siga sir-viendo. No ha sido pensada para leerla una sola vez nide un golpe, sino para orarla y saborearla por partes.Les invito a seguir contemplando a los orantes detodos los tiempos, a los aquí presentados u otros, y ainteriorizar cada una de las situaciones de su vida,realizando de verdad una lectura orante, unas vecespersonal y otras comunitaria. De esta manera iremosllegando a ser cada vez más hombres de Dios. DecíaKarl Rahner: “El cristiano del mañana o será un místi-co o no será nada”. Como la frase fue escrita hacebastantes años, somos nosotros “los cristianos delmañana” a quienes él se refería.

Hace tiempo un joven que deseaba ser hermano medecía: “Hace dos semanas que entré al aspirantado ytodavía no he encontrado a Dios cara a cara”. Le res-pondí: “yo llevo muchos años y tampoco he visto surostro directamente, pero siento todos los días –unosmás intensamente y otros menos- que pasa a mi ladoy me deja el perfume de su amor”.

Hermanos del Sagrado Corazón

C 0 N C L U S I Ó N

61Circular del superior general

También nosotros quisiéramos obtener resultadosinmediatos al avanzar por el camino de la oración. Masen ocasiones nuestra oración es puramente mecánicay rutinaria: rezamos, pero nuestro corazón está lejosde Dios. Otras veces nos falta disciplina: adoptar unhorario y ser fieles a él. En otras, el problema es lapoca fe, la inconstancia…

El perfeccionamiento de la oración es tarea detodos los días. Aquí también es válida la frase de que“aprender es hacer”, se aprende a orar orando. Lesinvito hermanos a pedir continuamente a Jesús quenos enseñe a orar. Pongamos los medios necesariospara una oración cada vez más verdadera y hagamosde nuestras comunidades escuelas de oración abiertasa quienes nos rodean. Todo ello nos permitirá seguiravanzando en nuestro peregrinar de esperanza por elcamino de la comunión.

Que María, maestra de oración y madre nuestra,nos ayude, nos ilumine y nos guíe en la peregrinaciónque ella y su Hijo hacen con nosotros.

H. José Ignacio Carmona, S.C.

Roma, 30 de mayo de 2008,en la festa del Sagrado Corazón de Jesús

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Preguntas

(Para el discernimiento personal y comunitario.Ustedes pueden añadir otras que crean oportunas.)

1. ¿Cómo va mi vida de oración?

2. ¿Qué dificultades encuentro en mi oración perso-nal? ¿Y en la comunitaria? ¿Cómo hacer para superar-las?

3. En mi proyecto personal, ¿tengo previsto dedicar untiempo suficiente a la oración personal, a escuchar laPalabra y al retiro a la soledad?

4. ¿Hago bien la meditación de cada día, la lecturaespiritual y el examen de conciencia?

5. ¿Dedico un tiempo suficiente al estudio de la reli-gión?

6. ¿Qué ideas o mensajes de la circular me parecenmás pertinentes?

7. …

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