La Celestina Adaptación

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LA CELESTINA PROLOGO. Suena música medieval y van saliendo todos los personajes que se colocan delante de los módulos, en el centro de la escena Pleberio. Baja la música y comienza el texto. A medida que Pleberio va nombrando a los enamorados, a los sirvientes, a las alcahuetas, cada personaje al que hace referencia avanzará hacia proscenio y volverá a su lugar inicial. Pleberio.-Sigue la comedia o tragicomedia de Calixto y Melibea, compuesta en reprehensión de los locos enamorados, que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dicen ser su Dios. Asimismo hecha en aviso de los engaños de las alcahuetas y los malos y lisonjeros sirvientes. Es una historia de amor que deriva en tragedia por las leyes de los hombres, leyes que yo bien conozco en su estrechez y su tortura. Ahí va La Celestina, un prodigio de humana necesidad. Salen todos los personajes menos Calisto y Melibea. Escena 1. Jardín (Calixto, Y Melibea) CALIXTO.- En ti veo, Melibea, la grandeza de Dios. (ofreciendo su mano a Melibea. Ella vacila) MELIBEA.- ¿En mí, Calixto? CALIXTO.- Sí, porque la naturaleza creadora te dotó de tan perfecta hermosura que yo, inmérito de ti, en tan conveniente lugar, mi secreto dolor manifestarte no puedo. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como ahora el 1

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LA CELESTINA

PROLOGO.

Suena música medieval y van saliendo todos los personajes que se colocan delante de los

módulos, en el centro de la escena Pleberio. Baja la música y comienza el texto. A medida que

Pleberio va nombrando a los enamorados, a los sirvientes, a las alcahuetas, cada personaje al

que hace referencia avanzará hacia proscenio y volverá a su lugar inicial.

Pleberio.-Sigue la comedia o tragicomedia de Calixto y Melibea, compuesta en

reprehensión de los locos enamorados, que, vencidos en su desordenado apetito, a

sus amigas llaman y dicen ser su Dios. Asimismo hecha en aviso de los engaños de

las alcahuetas y los malos y lisonjeros sirvientes.

Es una historia de amor que deriva en tragedia por las leyes de los hombres, leyes que

yo bien conozco en su estrechez y su tortura. Ahí va La Celestina, un prodigio de

humana necesidad.

Salen todos los personajes menos Calisto y Melibea.

Escena 1. Jardín (Calixto, Y Melibea)

CALIXTO.- En ti veo, Melibea, la grandeza de Dios. (ofreciendo su mano a Melibea.

Ella vacila)

MELIBEA.- ¿En mí, Calixto?

CALIXTO.- Sí, porque la naturaleza creadora te dotó de tan perfecta hermosura que

yo, inmérito de ti, en tan conveniente lugar, mi secreto dolor manifestarte no puedo.

¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como ahora el mío? Por

cierto los santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora en la

contemplación tuya.

MELIBEA.- .¿Cómo te atreves, loco? Intentas con tus locas palabras, Calixto, que yo

pierda mi virtud. ¡Vete!, ¡vete de ahí, torpe!, (Señalando la salida)

CALIXTO.- Me iré como aquel a quien solo la adversa fortuna lo mira con odio cruel.

Se cambia a Casa de Calixto

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Escena 2 Casa de Calixto. (Calixto y Sempronio)

CALIXTO.- (Entra corriendo, exaltado) ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! (Se para

en seco, casi en la entrada) ¿Dónde está este maldito?

SEMPRONIO.- (Haciendo algún tipo de tarea, se da cuenta de la presencia de Calixto

y rápidamente, como si de un militar se tratara, atento, se situa para iniciar el diálogo)

Aquí estoy, señor,

CALIXTO.- ¡Vete de ahí! No me hables, si no, antes del tiempo de una rabiosa muerte,

mis manos causarán tu arrebatado fin.

SEMPRONIO.- Si le dejo, se matará; si entro allá, me matará. Más vale que muera

aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo. Lo único que deseo es vivir por ver y

tocar a mi Elicia.

Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Con todo,

prefiero dejarlo un poco para que se desbrave. Dejemos llorar al que dolor tiene.

Si entretanto se mata, que muera. Quizá con algo me quedaré. Aunque malo es

esperar salud en muerte ajena. Y quizá me engaña el diablo. Si muere, me matarán, lo

más sano será entrar y sufrirlo y consolarlo.

CALIXTO.- (Con cierta tristeza y curiosidad) Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor, señor.

CALIXTO. Canta la más triste canción, que sepas.

SEMPRONIO.- Mira Nero de Tarpeya

Cómo ardía Roma en un día:

Gritos dan niños y viejos

y él de nada se dolía.

CALIXTO.- Mayor es mi fuego que el que en un día pasa.

SEMPRONIO.- ¿Cómo puede ser mayor el fuego que atormenta a un vivo que el que

quemó tal ciudad y tanta multitud de gente?

CALIXTO.- Mayor es la llama que mata el alma que la que quemó cien mil cuerpos. Si

el purgatorio es fuego que consume la pasión para ganar el cielo, antes desearía ir al

infierno.

SEMPRONIO.- No le basta estar loco, además hereje.

CALIXTO.- ¿Qué dices?

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SEMPRONIO.-Que es herejía lo que dices, porque contradice la cristiana religión.

CALIXTO.- ¿A mí qué?

SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?

CALIXTO.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.

SEMPRONIO.- Ya sé de qué pie cojea. Yo te sanaré.

El comienzo de la salud consiste en conocer la dolencia del enfermo.

CALIXTO.- ¿Qué remedio puede servir para lo que en sí no tiene orden ni razón?

SEMPRONIO.-¡Como si solamente el amor contra él asestara! (Hace amago de irse)

CALIXTO.- Sempronio. No me dejes.

SEMPRONIO.- De otro temple está esta gaita…

CALIXTO.- ¿Qué te parece mi mal?

SEMPRONIO.- Malo es tener el ardor cautivo en una sola amiga.

CALIXTO.- (Rie) ¡Maldito seas!, me has hecho reír, lo que no pensé que haría.

SEMPRONIO.- ¿Toda tu vida tenías que llorar?

CALIXTO.- Sí.

SEMPRONIO.- ¿Por qué?

CALIXTO.- Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que necesita nada

para convertir los hombres en piedras.

SEMPRONIO.- ¡No será en asnos!

CALIXTO.- ¿Qué dices?

SEMPRONIO.- Dije que ésos tales no serían cerdas de asno.

CALIXTO.- ¡Ved qué loco y qué comparación!

SEMPRONIO.- ¿Y tú cuerdo? Aunque cuando la consigas la aborrezcas, tanto cuanto

ahora la amas, yo quiero ayudarte a cumplir tu deseo.

CALIXTO.- Dios te consuele. (Va hacia la silla, y coje el Jubon que está en ella) El

jubón que ayer vestí, Sempronio, vístetelo tú.

SEMPRONIO.- Bendígate Dios por este regalo. De su pena yo me llevo lo mejor. Y si

me da más, se la traeré hasta la cama.

CALIXTO.- ¿Cómo has pensado hacerme esta piedad?

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SEMPRONIO.- Conozco en esta vecindad una vieja, que se llama Celestina,

hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. He oído que pasan de cinco mil

virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras

peñas provocará la lujuria, si quiere.

CALIXTO.- ¿Podría yo hablar con ella?

SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá.

CALIXTO.- ¡Ya tardas!

SEMPRONIO.- Ya voy. Quede Dios contigo.

CALIXTO.- Y contigo vaya. (Sale Semporio se atenuan las luces hasta apagarse)

Entran Celestina y Elicia. Calixto queda en uno de los módulos. La escena transcurre delante

de los módulos, como si estuvieran en la calle y cuando estén finalizando se dirigirán Celestina

y Sempronio a la parte trasera del escenario. (Como si llegaran a casa de Calixto)

Escena 3.- Casa de Calixto (Sempronio, Celestina y Elicia)

SEMPRONIO.- ¡Madre bendita! ¡Qué deseo traigo! ¡Gracias a Dios, que puedo verte!

CELESTINA.- ¡Hijo mío!, ¡rey mío!, me has turbado, no te puedo ni hablar. Vuelve y

dame otro abrazo.

ELICIA.- (Se ve a Elicia y a Celestina en la entrada, Semporio se apresura a estar a la

altura de ellas. Elicia rechaza su presencia con vergüenza e impotencia, poniendo su

cuerpo mirando al público) ¡Ay! ¡Maldito seas, traidor! En manos de la rigurosa justicia

te veas y mueras cruelmente torturado. ¡Ay, ay!

SEMPRONIO.- ¡Hi,hi, hi…! ¿Qué tienes, mi Elicia? ¿De qué te acongojas?

ELICIA.- (Se vuelve hacia él y tras darle un pequeño empujón se dispone a hablar)

Tres días hace que no me ves. ¡Ay de la triste, que en ti tiene su esperanza y el fin de

todo su bien! ¿Dónde te metes?

SEMPRONIO.- (Cogiéndole la mano) ¿Tú piensas que la distancia puede apagar el

fuego de mi corazón? Donde yo voy conmigo estás. No te aflijas ni me atormentes

más de lo que yo he padecido.

ELICIA.- (Retirando su mano de las de Semporio) Que no te basto yo.

SEMPRONIO.- ¡Calla, Dios mío! A mi madre quiero hablar sin testigos.

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ELICIA.- ¡Pues me voy!, y así estés otros tres años, sin que me vuelvas a ver!

Sale Elicia.

SEMPRONIO.- Madre vamos a ver a mi amo, que si tardamos, impediría tu provecho y

el mío.

CELESTINA.- Vamos.

CELESTINA.- ¡Por Dios, hijo! Pero di, no te detengas. Con los amigos haz breves las

oraciones y largas las amistades.

SEMPRONIO.- Eso es. Calixto arde en amores por Melibea. De ti y de mí tiene

necesidad. (Ahora casi susurrando, acercándose mucho a la oreja de Celestina, que la

arrima a su voz)) Así pues, juntos nos aprovecharemos. Que saber cuándo y dónde

está la oportunidad hace a los hombres prósperos.

CELESTINA.- (Separándose de las palabras de Semporio y con firmeza y ojos de

esperanza menciona lo siguiente) Bien has dicho. Me alegro de estas nuevas como los

cirujanos de los descalabrados.

Llegan a la casa de Calixto

SEMPRONIO.- (De aquí hasta el fin de la escena hablan con cautela) Callemos, que

ante la puerta estamos y, Pármeno podría oírnos

CELESTINA.- Déjame tú a Pármeno, démosle parte: que los bienes, si no son

compartidos, no son bienes. Partamos todos y ganemos todos.

Continúa la casa de Calixto

Escena 4.- Casa de Calixto(Calixto, Sempronio, Pármeno y Celestina)

CELESTINA.- Llama.

SEMPRONIO.- ¡Pármeno!

PÁRMENO.- Señor...

CALIXTO.- (Con desprecio) ¿No oyes, maldito sordo? A la puerta llaman; corre.

PÁRMENO.- (Observa a través de la mirilla de la puerta) ¿Quién es?

SEMPRONIO.- Abre a mí y a esta dueña.

PÁRMENO.- Señor, es Sempronio y una puta vieja borracha.

CELESTINA.- Haz que no lo oyes.

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CALIXTO.- Y tú ¿cómo lo sabes y la conoces?

PÁRMENO. Mi madre, mujer pobre, me dio a ella por sirviente; aunque ella no me

conoce, por lo poco que la serví y por la mudanza, que con la edad he hecho.

CALIXTO.- ¿De qué la servías?

PÁRMENO.- Ella tenía seis oficios: costurera, perfumera, maestra de hacer pomadas y

virgos, alcahueta y un poquito hechicera. El oficio de costurera es la tapadera de los

otros. Amiga de estudiantes, encargados y mozos de abades, a todos vendía la sangre

inocente de aquellas fáciles de engañar…Y por otro lado vendía remedios para bien

amar. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices,

sesos de asno, piel de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de

ahorcado, flor de hiedra, espina de erizo, granos de helecho, la piedra del nido del

águila y otras mil cosas. Acudían a ella muchos hombres y mujeres. ¿Quién te podrá

decir lo que esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira.

CALIXTO.- Bien está, Pármeno (A celestina) Señora Celestina, ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh

salud de mi pasión, reparo de mi tormento, resurrección de mi muerte! Desde aquí

adoro y beso la tierra que pisas.

CELESTINA.- (A Sempronio) Dile que cierre la boca y que comience a abrir la bolsa.

PÁRMENO.- (Para sí mismo) Perdido es quien tras perdido anda.

CALIXTO.- ¿Qué decía Celestina? Me pareció que pensaba que hablo mucho y doy

poco.

SEMPRONIO.- Eso me pareció.

CALIXTO. Pues ven conmigo: trae las llaves, que yo sanaré su duda.

Salen Calixto y Sempronio

CELESTINA.- (Precavidamente) Has de saber Pármeno que Calixto anda quejoso de

amor. Y no lo juzgues por eso, que es vital al hombre amar a la mujer y la mujer al

hombre y que el que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura

del soberano deleite, que por el Hacedor de las cosas fue puesto, para que el linaje de

los hombres se perpetúe, ¿Qué dices de esto, Angelico? ¡tontico, loquillo, perlecilla!,

¡no me pongas esa cara putico! Acércate que no sabes nada del mundo ni de sus

placeres. Que la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla debes tener

la puntica de la barriguilla.

PÁRMENO.- ¡Como cola de alacrán!

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CELESTINA.- Peor aún: que la otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve

meses.

PÁRMENO.- ¡Hi, hi, hi…! Sí; pero a mi amo no lo querría doliente.

CELESTINA.- El poder de sanarlo está en manos de esta flaca vieja.

PÁRMENO.- ¡De esta flaca puta vieja borracha!

CELESTINA.- ¡Putos días vivas, briboncillo!, y ¡cómo te atreves...!

PÁRMENO.- ¡Porque te conozco...!

CELESTINA.- ¿Quién eres tú?

PÁRMENO.- ¿Quién? Pármeno, hijo de Alberto, tu compadre

CELESTINA.- ¡Jesús, Jesús, Jesús! (Se echa las manos a la cabeza) ¿Tú eres

Pármeno, hijo de la Claudina?

PÁRMENO.- ¡Sí, yo!

CELESTINA.- ¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja borracha era tu madre

como yo! ¿Por qué me persigues, Pármeno? Olvida las vanas promesas de los

señores, porque son huecas y falsas. Se aman más a sí mismos que a los suyos.

Mucho más obtendrás siendo amigo de Sempronio.

PÁRMENO.- Deseo la riqueza pero sé, que quien torpemente sube a lo alto, más

rápido cae que subió. No quisiera bienes mal ganados.

CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo. ¡Oh, hijo!, toma

del viejo el consejo. La fortuna ayuda a los valientes. . ¡Oh si quisieras, qué vida

gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areúsa.

PÁRMENO.- ¿De Areúsa?

CELESTINA.- De Areúsa.

PÁRMENO.- Maravillosa cosa es.

CELESTINA.- ¿Pero a ti te gusta?

PÁRMENO.- No hay cosa mejor.

CELESTINA.- Aquí está quién te la dará.

PÁRMENO.-, Madre, no me creo nada.

CELESTINA.- Tan torpe es creerlo todo, como no creer en nada…

PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atrevo: déjame…

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CELESTINA.- ¿Da Dios sesos a quien no tiene cabeza? Los sesos están para pensar.

PÁRMENO.- Si accediera a lo que dices, habría de ser secreto.

CELESTINA.- Nada se disfruta sin compañía. El deleite está en contar a los amigos

las cosas sensuales y especialmente las cosas del amor: “esto hice, esto otro me dijo,

de tal manera la tomé, así la besé, así me mordió, así la abracé, así se acercó, Mira el

cornudo que sola la deja”. Y todo esto, Pármeno, ¿puede gozarse sin compañía?

PÁRMENO.- ¡Cuánto sabe la madre! Esta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio. La

paz no se debe negar: que bienaventurados son los pacíficos, pues hijos de Dios

serán llamados. No se hable más, la quiero complacer y oír.

CELESTINA.- De los hombres es errar, pero perseverar en el error, solo de necios.

Entran Calixto y Sempronio

CALIXTO.- Recibe este pobre regalo de aquel, que con él la vida te ofrece. (Con una

reverencia de cabeza le entrega un pequeño saco repleto de monedas)

CELESTINA.- Quede Dios contigo.

CALIXTO.- Y él te me guarde. (A los demás) Hermanos míos, cien monedas di a la

madre. ¿Hice bien?

SEMPRONIO.- ¡Ay, sí hiciste bien! Dicen que la nobleza proviene de los

merecimientos y antigüedad de los padres. Yo digo que la ajena luz nunca te hará

bueno si luz propia no tienes.

CALIXTO.- Sempronio, mi leal servidor, cuánta razón tienes. Acompaña a Celestina,

pues de su actividad depende mi salud. ¡Pàrmeno!

PÁRMENO.- (Da un par de pasos al frente, en dirección a Calixto) Aquí estoy, señor.

CALIXTO.- Yo no, pues no te veía. ¿Qué te parece lo que ha pasado hoy?

PÁRMENO.- Creo señor, que irían mejor empleados tus presentes y servicios para

Melibea, porque a quien dices tu secreto, das tu libertad.

CALIXTO.- Y tú, loco ¿qué sabes de honra? Dime, ¿qué es amor?, ¿en qué consiste

la buena crianza? Estoy yo penando y tú filosofando. Bestia. Saquen un caballo,

límpienle mucho, por si pasare por casa de mi señora y mi Dios...

PÁRMENO.- ¡Por mi alma, que si ahora le cortase un pie, le saldrían más sesos que

de la cabeza! ¡Así va el mundo! Pues iré al hilo de la gente, que a los traidores llaman

discretos y a los fieles, necios. ¿No dicen «a río revuelto ganancia de pescadores»?

(Se apaga la luz)

Mientras se prepara la casa de Melibea, Celestina realiza el conjuro en proscenio.

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Escena 5.- Jadín (Conjuro de Celestina)

CELESTINA.- (Entrando en éxtasis) Conjúrote, señor de la profundidad infernal, yo,

Celestina, tu más conocida discípula, te conjuro por la virtud y la fuerza de estas

bermejas letras; por la áspera ponzoña de las víboras que componen este afeite, con

el cual unto este hilado: ¡Ven sin tardanza a obedecer mi voluntad hasta que Melibea

quede herida del fuerte amor de Calixto y que renuncie a toda honestidad, se confiese

a mí y premie mis pasos y mis palabras! Y esto hecho, pídeme lo que quieras.

Concédeme mucho poder. Parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya

envuelto. (Se apagan las luces)

Escena 6.-Casa de Melibea (Melibea, Celestina y Lucrecia)

CELESTINA.- Paz sea en esta casa.

LUCRECIA.- Celestina, madre, seas bienvenida. ¿Qué Dios te trajo por estos barrios?

CELESTINA.- Hija, mi amor, que desde que me mudé al otro barrio, no las he visitado.

Mis trabajos y enfermedades me han impedido visitar esta casa, como era razón. Mi

fortuna adversa me concede mengua de dinero. No tengo mejor remedio que vender

un poco de hilado.

LUCRECIA.- Melibea, contenta a esta madre en todo lo que razón fuere darle por el

hilado.

CELESTINA.-(A Melibea) Dios os deje gozar vuestra noble juventud y florida mocedad,

que es el momento de alcanzar placeres y deleites. Que, a mi fe, la vejez no es sino

mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja

continua, llaga incurable, vecina de la muerte.

MELIBEA.- Madre, pues que así es, ¿querrías volver a la primera edad?

CELESTINA.- Solo quien de razón y seso carece, casi otra cosa no ama, sino lo que

perdió.

MELIBEA.- ¡Ni siquiera por vivir más!

CELESTINA.- Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero. Ninguno es tan

viejo, que no pueda vivir un año ni tan mozo que hoy no pudiese morir. Así que en esto

poca ventaja nos lleváis.

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MELIBEA.- (Extrañada) Espantada me tienes con lo que has hablado. Dime, madre,

¿eres tú Celestina, la que solía morar en las tenerías?

CELESTINA.- Hasta que Dios quiera.

MELIBEA.- ¡Qué vieja estás! Bien dices que los días no pasan en balde.

CELESTINA.- Vendrá el día que en el espejo no te conozcas.

MELIBEA.- Toma tu dinero y vete con Dios.

CELESTINA.- Si tú me das licencia, te diré la necesitada causa de mi venida, que es

otra que la que hasta ahora has oído. (Pausa) Yo dejo un enfermo a la muerte, que

con una palabra de tu noble boca salida, tiene por fe que sanará.

MELIBEA.- Por Dios, sin más dilatar, me digas quién es ese doliente, que de mal tan

perplejo se siente, que su pasión y remedio salen de una misma fuente.

CELESTINA.- Un gentil hombre, que llaman Calixto.

MELIBEA.- Buena vieja, no me digas más, desvergonzada barbuda (Señalándola de

forma acusadora) ¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechicera, enemiga de la

honestidad, embaucadora.

CELESTINA.- ¡En hora mala acá vine!.

MELIBEA.- ¿Querrías condenar mi honestidad por dar vida a un loco y llevarte tú el

provecho de mi perdición? (Echándola con su dedo índice) Avísale que se aparte de

este propósito, que otra respuesta de mí no tendrás ni la esperes, y da gracias a Dios,

pues libre te vas de esta feria. Bien me habían avisado quién eras.

CELESTINA.- ¡Más fuerte estaba Troya, y aun otras más bravas he amansado!

MELIBEA.- ¿Qué dices, enemiga? Habla, que te pueda oír. ¿Qué palabra podías tú

querer para ese tal hombre, que a mí bien me estuviese?... Responde.

CELESTINA.- Una oración, para el dolor de las muelas. Y tu cordón, que es fama que

ha tocado todas las reliquias que hay en Roma y Jerusalén. Ya sabes que el placer de

la venganza dura un momento y el de la misericordia para siempre.

MELIBEA.- ¿Y por qué no me lo dijiste con estas palabras?

CELESTINA.- Mi limpio motivo me hizo creer que no se había de sospechar mal. No

paguen justos por pecadores. Eres mi señora. Te tengo que obedecer, tú debes

mandar y yo servir.

MELIBEA.- Todo está perdonado, que es obra pía y santa sanar a los enfermos.

LUCRECIA.- [Preocupada] ¡Ya, ya, perdida es mi ama!

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CELESTINA.- ¡Hija Lucrecia! ¡Ce! Irás a casa y te daré una cinta con que adornes

esos cabellos .Y también unos polvos que te rejuvenecerán.

LUCRECIA.- ¡Oh! Dios te dé buena vejez, que más necesidad tengo de todo eso que

de comer.

MELIBEA.- ¿Qué le dices, madre?

CELESTINA.- Que cada día hay hombres apenados por mujeres y mujeres por

hombres y esto es obra de la natura y la natura la creó Dios y Dios no hizo cosa mala.

MELIBEA.- [como agotada] Ve con Dios, que ni tu mensaje me ha traído provecho ni

de tu ida me puede venir daño.

Mientras se prepara la casa de Calixto Sempronio y Celestina están en proscenio. Cuando

estén finalizando se dirigirán Celestina y Sempronio a la parte trasera del escenario. (Como si

llegaran a casa de Calixto)

CELESTINA.- Más sabe, Celestina, por vieja que por Celestina. ¡Ay cordón, cordón!

Celestina te anudará con fuerza a la virtud de Melibea para doblegar la castidad de

quien no le habló con agrado.

CELESTINA.- ¿De qué te santiguas Sempronio?

SEMPRONIO.-De la rareza de las cosas, madre

CELESTINA.- Pero qué tontico eres, mejor es que pienses en la partecilla del

provecho.

SEMPRONIO.- ¿Partecilla? Mal me parece eso que dices.

CELESTINA.- Calla, loquillo, que parte o partecilla, cuanto tú quisieres te daré. Todo lo

mío es tuyo, que sobre el partir nunca reñiremos.

Se cambia a casa de Calixto

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Escena 7.- Casa de Calixto.(Calixto, Sempronio, Pármeno y Celestina)

CELESTINA.- ¡Oh mi señor Calixto! ¿Con qué pagarás a la vieja, que hoy ha puesto

su vida en juego por tu servicio? Aunque yo te serviría, por menos que vale este manto

raído y viejo.

PÁRMENO.- [Pensativo] Y más adelante pedirá una falda. Verás como no quiere pedir

dinero porque es divisible.

CELESTINA.- Pero para que tú descanses y tengas reposo te diré que Melibea me

habló dulcemente. Y me dio un cordón que ella trae de continuo ceñido en su cadera.

CALIXTO.-[De un salto, sin pasarse] Ya tengo alegría.¡Oh!, por Dios, toma toda esta

casa y cuanto en ella hay.

CELESTINA.-Mi señor, un manto y una falda necesito. No desconfíes de mí por lo que

pido, que dicen que ofrecer mucho al que poco pide es una forma de negar.

CALIXTO.- ¡Corre! Pármeno, llama a mi sastre

PÁRMENO.- Tras esto anda ella hoy todo el día con sus rodeos.

CALIXTO.- ¡Oh nuevo huésped! ¡Oh bienaventurado cordón! ¡Oh nudos de mi pasión,

vosotros enlazasteis mis deseos con los de aquella a quien vosotros servís y yo adoro.

SEMPRONIO.- Señor, por holgar con el cordón, no querrás gozar de Melibea.

CALIXTO.- ¿Pero… qué dices?

SEMPRONIO.- Que muchos dichos y pocos hechos, y así perderás la vida o el seso.

CALIXTO.- ¿Madre, está borracho este mozo?

CELESTINA.-, Señor, trata al cordón como cordón, no haga tu lengua igual la persona

y el vestido.

CALIXTO.- Dejadme gozar con este mensajero de mi gloria. ¡Mozos!, ¡mozos!

PÁRMENO.- Señor.

CALIXTO.- Acompaña a esta señora hasta su casa y que el placer y la alegría vayan

con vosotros, como la tristeza y la soledad quedan conmigo.

CELESTINA.- Quede, señor, Dios contigo.

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Mientras se prepara la casa de Areúsa Celestina y Pármeno están en proscenio, al finalizar

Areúsa ya está tumbada en el módulo de su casa.

Al salir, se apagan luces.

Escena 8. Jardín (Pármeno y Celestina)

Se encienden las luces de forma tenue. Hay un silencio antes de que Celestina

empiece a hablar.

CELESTINA.- Pármeno hijo, no he tenido tiempo de decirte el mucho amor que te

tengo y tú me pagas pareciéndote mal cuanto digo. Locura es pagar la amistad con

odio. ¡Oh cuán dichosa sería si tú y Sempronio fueseis muy amigos, hermanos en

todo, viéndoos venir a mi pobre casa a holgar, a verme, e incluso a desfogaros con

sendas muchachas!

PÁRMENO.- ¿Muchachas, madre?

CELESTINA.- ¡Sí!, muchachas digo; que para vieja, ya estoy yo. Allí está Areúsa si

quieres verla.

PÁRMENO.- Ahora doy por bien empleado el tiempo en que siendo niño te serví, pues

tanto fruto me trae a la mayoría de edad.

Sliencio y se apagan las luces del mismo modo que se han encendido

Escena 9. Jardín. (Pármeno, Celestina y Areúsa)

Entra Celestina mientras Pármeno permanece oculto detrás de los módulos.

AREUSA.- ¿Quién anda ahí?

CELESTINA.- Quien no te quiere mal,

AREUSA.- Ya me desnudaba para acostar.

CELESTINA.- ¿Sin compaña? ¿A estas horas?

AREUSA.- Me he sentido mala hoy, todo el día.

CELESTINA.-Déjame que te palpe. Que todavía sé yo algo de este mal.

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Aresua accede, acercandose a Celestina.

AREUSA.- Más arriba la siento, sobre el estómago

CELESTINA.- ¡Qué gorda y fresca que estás! ¡Oh quién fuera hombre y tanta parte

alcanzara de ti para gozar tal vista! ¡Ay!, ¡ay!, hija, si vieses el saber de tu prima! Que

uno en la cama y otro en la puerta y otro, que suspira por ella en su casa. Y con todos

cumple y a todos muestra buena cara y todos piensan que son muy queridos. ¿Y tú

piensas que con dos, que tengas, las tablas de la cama lo han de descubrir? Quien

solo una ropa tiene, presto la ennegrece. Ten siquiera dos, como tienes dos orejas,

dos pies y dos manos. Sube, hijo Pármeno.

AREUSA.- Siempre tuve vergüenza de él.

CELESTINA.- Aquí estoy yo que te la quitaré.

Entra Pármeno

PÁRMENO.- Señora.

AREUSA.- Gentilhombre.

CELESTINA.- Llégate acá, asno.

AREUSA.- ¡Jesús!, no me lo mandes.

PÁRMENO.- [Susurrándole al oído] Madre, dile que le daré cuanto tengo. ¡Ea!, díselo

AREUSA.- ¿Qué te dice ese señor a la oreja?

CELESTINA.- Que se alegra mucho con tu amistad, y me promete de aquí en adelante

ser muy amigo de Sempronio y aceptar todo lo que yo quiera contra su amo en un

negocio que traemos entre manos. ¿Lo prometes así como digo?

PÁRMENO.- Sí, prometo.

CELESTINA.- ¡Ah, don ruin!, palabra te tengo. Retózala en esta cama. Para que tú

amanezcas sin dolor y él sin calor.

Escena 10. Jardín(Celestina, Areúsa, Elicia, Sempronio, Pámeno y Lucrecia)

CELESTINA.- [Haciendo una pequeña reverencia de paso]¡Oh mis enamorados, mis

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perlas de oro! Tal me venga el año cual me parece vuestra venida.

PÁRMENO.- Mira estos halagos fingidos.

SEMPRONIO.- Déjala, que de eso vive.

PÁRMENO.- ¿Quién diablos le mostró tanta ruindad?

SEMPRONIO.- La necesidad, la pobreza, y el hambre, que no hay mejor maestras en

el mundo, para despertar y avivar ingenios, y aunque lo sepamos para nuestro

provecho, no lo publiquemos para nuestro daño.

CELESTINA.- Sentaos, hijos. ¡Muchachas, muchachas! que están aquí dos hombres

que me quieren forzar.

ELICIA.- [Entrando a paso ligero, para en seco. Comportamiento hostil] ¡Pues que

nunca acá vinieran! ¡Y mucho convidar y dar cita con tiempo. Hace ya tres horas que

está aquí mi prima!

SEMPRONIO.- Calla, mi señora. No tengamos enfado, sentémonos a comer.

ELICIA.- ¡Eso sí, para comer con tus manos lavadas y tu poca vergüenza, siempre

dispuesto!

SEMPRONIO.- Después reñiremos, Celestina, háblanos de los amores de aquella

graciosa, y esbelta Melibea.

ELICIA.- ¡Apártate allá, fastidioso! ¡Mal provecho te haga lo que comes! Por mi alma,

vomitar quiero cuanto tengo en el cuerpo, de asco de oírte llamar a aquélla «esbelta».

¿Esbelta es Melibea? ¡Mal me haga Dios si tiene pizca de ello! Aquella hermosura, por

una moneda se compra en la tienda. Si algo tiene de hermosura es por buenos atavíos

que trae.

AREÚSA.- [Como si de un cotilleo se tratara] Pues no la has tú visto como yo,

hermana mía. Si en ayunas la topases, no podrías comer de asco. Cuando sale por

donde pueda ser vista, se unta la cara con hiel, con miel, y con otras cosas que no

quiero decir. Las riquezas las hacen hermosas y no las gracias de su cuerpo. Unas

tetas tiene, para ser doncella, como si tres veces hubiese parido. El vientre no se lo he

visto; pero juzgando por lo otro, creo que lo tiene tan flojo como vieja de cincuenta

años. No sé qué ha visto Calixto.

SEMPRONIO.- Calixto es caballero, Melibea hidalga, no es maravilla que antes ame a

ésta que a ti.

AREÚSA.- Ruin sea quien por ruin se tiene, que al fin todos somos hijos de Adán y

Eva.

CELESTINA.- Hijos, por mi vida, que cesen esas razones de disgusto. Y tú, Elicia,

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Page 16: La Celestina Adaptación

vuelve a la mesa y deja esos enfados.

LUCRECIA.- (Desde fuera) ¡Tía! ¡Tía!

ELICIA.- Es mi prima Lucrecia

CELESTINA.- Ábrele.

ELICIA.- ¡Sube! Estas que sirven a señoras ni gozan deleite ni conocen los dulces

premios del amor. Nunca tratan con parientes, o con iguales a quien puedan hablar de

tú a tú…

AREÚSA.- Con quien digan: «¿qué cenaste?», «¿estás preñada?», «muéstrame tu

enamorado»;

ELICIA.- ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y soberbio es el «señora» continuo

en la boca! Las que sirven pierden con sus amas la flor de la vida y con una falda rota

les pagan el servicio de diez años.

AREÚSA.- Nunca oyen su nombre propio, sino «puta acá», «puta acullá»,

ELICIA.- “¿A dónde vas, tiñosa?”

AREÚSA.- “¿Qué hiciste, bellaca?”

ELICIA.- “¿Por qué comiste esto, golosa?”

AREÚSA.- “¿Por qué no limpiaste el manto, sucia?”

ELICIA.- “¿Cómo dijiste esto, necia?”

AREÚSA.- “¿Cómo que faltó el paño de manos, ladrona?”

ELICIA.- Maltratadas las traen. Les dan cientos de azotes y las echan puertas afuera,

diciendo: “¡Allá irás, ladrona, puta, no destruirás mi casa ni mi honra!”

AREÚSA.- Su placer es dar voces, su gloria es reñir.

ALICIA.- Por esto madre, Jamás me precié llamarme dueña de otra sino mía.

AREÚSA.- Siempre he querido más vivir en mi pequeña casa, libre y señora, que no

en sus ricos palacios, sojuzgada y cautiva.

CELESTINA.- Vale más una migaja de pan con paz, que toda la casa llena de viandas

con rencilla.

Entra Lucrecia

LUCRECIA.- Dios bendiga tanta gente y tan honrada.

CELESTINA.- ¿Tanta, hija? Bien se ve que no conociste mi prosperidad, hoy hace

veinte años. , no sé cómo no se quiebra mi corazón de dolor! en esta mesa donde

ahora están tus primas sentadas, nueve mozas de tus días yo alegraba.

LUCRECIA.- Trabajo tenías, madre, con tantas mozas, que es ganado muy penoso de

guardar.

CELESTINA.- ¿Trabajo, mi amor? Antes descanso. Todas me honraban, lo que yo

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Page 17: La Celestina Adaptación

decía era lo bueno. Caballeros, viejos y mozos, abades de todas dignidades, desde

obispos hasta sacristanes se reunían en mi casa. . En viéndome entrar en algún sitio,

se atontaban, que no hacían ni decían cosa a derechas. Unos me llamaban señora,

otros tía, otros enamorada, allí se me ofrecían dineros, allí promesas, allí otras dádivas

No puedo decir sin lágrimas la mucha fama, que entonces tenía; aunque por mis

pecados y mala suerte, poco a poco, ha venido en disminución. Al declinar ya mis

días, disminuía y menguaba mi provecho. Todo lo que florece acaba por perecer. En

esto veo que me queda poca vida. Pero bien sé que nací para vivir, viví para crecer,

crecí para envejecer, y envejecí para morirme. Y como todo esto lo sabía antes de

envejecer, sufriré con menos pena mi mal, aunque no pueda del todo despedir el

sentimiento de tristeza.

PÁRMENO.- Madre, ningún provecho trae recordar el tiempo feliz en la miseria.

LUCRECIA.- Estaría un año sin comer, escuchándote y pensando en aquella vida

buena, que aquellas mozas gozarían. Incluso me parece que estoy yo ahora en ella.

Mi venida, señora, es lo que tú sabrás: pedirte el cordón, y además de esto, mi señora

te ruega que la visites muy pronto porque se siente muy fatigada, con desmayos y

dolor en el corazón.

CELESTINA.- Parece increíble que una mujer tan moza se sienta del corazón!

Lucrecia avanza a proscenio, seguida de Celestina, mientras se cambia a casa de Melibea.

LUCRECIA.- Primero, la vieja falsa hace sus hechizos, y ahora se hace la tonta.

CELESTINA.- ¿Qué dices, hija?

LUCRECIA.- Madre, que vamos presto y me des el cordón.

CELESTINA.- Vamos, que yo lo llevo.

Escena 11. Casa de Melibea (Melibea y Celestina)

Entran Lucrecia y Celestina.

MELIBEA.- [Con un aire de arrepentimiento] Oh mal prevenida doncella! ¿Por qué ayer

no dije sí, a la petición de Celestina, de parte de aquel señor, cuya presencia me

cautivó, y así contentarle a él y sanarme yo? ¡Oh género femenino, encogido y frágil!

¿Por qué no fue también a las hembras concedido el poder descubrir su angustiado y

ardiente amor, como a los varones? Que ni Calixto viviera quejoso ni yo penada.

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CELESTINA.- Veo, señora, que por una parte te quejas del dolor, pero por otra, temes

la medicina. Tu temor me pone miedo; el miedo, silencio; el silencio, tregua entre tu

llaga y mi medicina. Así que esto será la causa de que ni tu dolor cese ni mi venida

aproveche.

MELIBEA.- ! Di, por Dios, lo que quisieres, haz lo que supieres, que no podrá ser tu

remedio tan áspero que se iguale con mi pena y tormento, aunque toque a mi honra, o

lastime mi cuerpo.

LUCRECIA.- El seso tiene perdido mi señora.

CELESTINA.- Dios me libra de Pármeno, y ahora topo con Lucrecia.

MELIBEA.- ¿Qué dices, maestra?

CELESTINA.- Que es muy necesario para tu salud que no haya nadie delante.

MELIBEA.- Salte fuera, presto.

LUCRECIA. Ya me salgo, señora. ¡Ya todo está perdido! [Sale]

CELESTINA.- Sufre, señora, con paciencia, que es el primer punto y principal. Tu llaga

es grande, y de áspera cura. Y lo duro con duro se ablanda más eficazmente. Ten

paciencia, que nunca el peligro sin peligro se vence.

MELIBEA.- ¡Oh, por Dios, que me matas!

Más agradable me sería que rasgases mis carnes y sacases mi corazón que no decir

esas palabras.

CELESTINA.- Si el amor no rompió tus vestiduras cuando estalló en tu pecho, ¿cómo

quieres que rasgue yo tus carnes para curarte?

MELIBEA.- ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así ha habitado lo mejor de

mi cuerpo?

CELESTINA.- Amor dulce.

MELIBEA.- Con solo oírlo me alegro.

CELESTINA.- Es un fuego escondido, un sabroso veneno, una dulce amargura, un

alegre tormento, una fiera herida, una blanda muerte. Pero no desconfíes, señora, que

cuando Dios da la llaga, tras ella envía el remedio. Y yo conozco en el mundo una flor

nacida que de todo esto te librará.

MELIBEA.- ¿Cómo se llama?

CELESTINA.- No te lo oso decir.

MELIBEA.- Di, no temas.

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CELESTINA.- ¡Calixto! ¡Oh, señora Melibea! ¡Las verdades amargan! Lucrecia!

¡Lucrecia!, ¡entra presto acá!

MELIBEA.- [Tratando de continuar amenizando] No escandalices la casa. Tus

palabras han cerrado mi llaga, convengo en tu querer. En mi cordón le llevaste

envuelta la posesión de mi libertad. [Dispuesta ya a salir] Alabo tu buen sufrimiento, tu

cuerda osadía, tu liberal trabajo, tus solícitos y fieles pasos, tu agradable habla, tu

buen saber, tu demasiada solicitud, tu provechosa importunidad. Mucho te debe ese

señor, y más yo. Haz que le pueda ver.

CELESTINA.- Ver y hablar.

MELIBEA.- ¿Hablar? Es imposible.

CELESTINA.- Ninguna cosa a los hombres, si quieren hacerla, es imposible.

MELIBEA.- Dime cómo.

CELESTINA.- Esta noche.

MELIBEA.- Di a qué hora.

CELESTINA.- A las doce. Adiós. [Sale Melibea]

LUCRECIA.- [Entra, asegurándose vagamente de que Melibea haya salido] Ya no

tiene Melibea otro remedio, sino morir o amar.

Escena 12.- Jardín (Calixto, Sempronio, Pármeno, y Celestina)

CELESTINA.- Todo este día, señor, he trabajado en tu negocio. Más he dejado de

ganar que piensas. Pero todo vaya en buena hora. Melibea queda a tu servicio.

CALIXTO.- ¿Qué es esto que oigo?

CELESTINA.- Que es más tuya, que de sí misma.

CALIXTO.- Madre mía, toma esta cadenilla.

PÁRMENO.- ¿Cadenilla la llama? Te certifico que haremos fortuna, por mal que la

vieja lo reparta.

CELESTINA.- En pago de la cual te restituyo tu salud, lo verás yendo esta noche a su

casa, en dando el reloj las doce, y sabrás su deseo de amor y quién lo ha causado.

CALIXTO.- ¿Qué me dices? ¿Que será de su agrado?

CELESTINA.- Se pondrá de rodillas.

SEMPRONIO.- No será un falso rumor para atraparnos.

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PÁRMENO.- Si fuera una trampa, él lo pagará, que nosotros buenos pies tenemos.

CELESTINA.- Alegre te dejo. Parto muy contenta.

PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!

SEMPRONIO.- ¿De qué te ríes?

PÁRMENO.- De la prisa, que la vieja tiene por irse.

SEMPRONIO.- [Alzando la ceja] ¿Qué quieres que haga una alcahueta después de

verse cargada de oro?

Sale Celestina.

Escena 13. Jardín. (Calixto, Sempronio, Pármeno y Melibea)

CALIXTO.- Asómate tú, Pármeno, por entre las puertas, a ver si ha venido aquella

señora.

PÁRMENO.- ¿Yo, señor? mejor será que tu presencia sea su primer encuentro, para

que no se turbe de ver que de tantos es sabido lo que tan ocultamente quería hacer y

con tanto temor hace. Y quizá pensará que la burlaste.

CALIXTO.- ¡Bien has dicho! La vida me has dado con tu sutil aviso.

PÁRMENO.- ¿Qué te parece, cómo el necio de nuestro amo pensaba tomarme por su

escudo? ¿Qué sé yo quién está tras las puertas cerradas?, ¿o si hay alguna traición?

SEMPRONIO.- A la primera voz que oigamos, huiremos calle abajo.

PÁRMENO.- Leído has donde yo.

CALIXTO.- [se acerca a las puertas] ¡Ce, señora mía!

MELIBEA.- ¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre?

CALIXTO.- Yo soy tu siervo Calixto.

MELIBEA. ¿Por qué no te contentas con mi pasada respuesta a tus razones? Desvía

estos vanos y locos pensamientos de ti. A eso vine aquí, a conseguir tu despedida y

mi reposo.

CALIXTO.- ¡Oh engañosa mujer Celestina! ¿Por qué me mandaste venir aquí? ¡Oh

enemiga ¿En quién hallaré yo fe? ¿A dónde hay verdad? ¿Quién es verdadero amigo?

¿Quién osó darme tan cruda esperanza de perdición?

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MELIBEA.- Cese, señor mío tu penar: Tú lloras de tristeza, juzgándome cruel; yo lloro

de placer, viéndote tan fiel. .

CALIXTO.- ¡Oh señora mía, esperanza de mi gloria, Conseguirte lo daba por

imposible, lo rechazaba de mi memoria, hasta que tu luz en mis ojos, encendió mi

corazón,

MELIBEA.- . Las puertas impiden nuestro gozo, las cuales yo maldigo y sus fuertes

cerrojos, y mis flacas fuerzas, que ni tú estarías quejoso ni yo descontenta.

CALIXTO.- Por Dios, permite que llame a mis criados para que quiebren las puertas

PÁRMENO.- ¿No oyes, no oyes? A buscarnos viene para que nos den mal año.

SEMPRONIO.- ¡Calla!

MELIBEA.- ¿Quieres, amor mío, dañar mi fama? conténtate con venir mañana a esta

hora por las paredes de mi huerto.

PÁRMENO.- Huyamos de la muerte, que somos mozos. Que no querer morir ni matar

no es cobardía, sino buen natural.

SEMPRONIO.- ¿Oyes, Pármeno? ¡A malas andan! ¡Muertos somos! Corre

PÁRMENO.- ¡Huye, huye, que corres poco!

SEMPRONIO.- ¿Han matado ya a nuestro amo?

PÁRMENO.- Corre y calla, que esa es mi menor preocupación.

SEMPRONIO.- Para, para, que solo es la gente del alguacil, que pasaba haciendo

estruendo por la otra calle.

PÁRMENO.- Míralo bien, que me ha parecido que me han dado golpes.

MELIBEA.- ¿Qué suena en la calle? Cuidado, que estás en peligro.

CALIXTO.- No temas, los míos deben ser, que son muy valientes y desarman a

cuantos pasan. Y si fuéramos sorprendidos, a ti y a mí nos librarían de toda la gente

de tu padre.

MELIBEA.- Bien empleado está el pan que tan esforzados sirvientes comen.

PÁRMENO.- ¡Eh, señor! Quítate presto de aquí, que viene mucha gente con hachas y

serás visto y conocido.

CALIXTO.- ¡Es preciso, señora, partirme de ti!

MELIBEA.- Así sea, y vaya Dios contigo.

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Page 22: La Celestina Adaptación

Calixto avanza a proscenio con sus criados. Mientras se cambia a casa de Celestina.

CALIXTO.- (A los criados) Mucho os debo, más premiaré vuestro buen servicio. Idos

con Dios a descansar.

Sale Calixto.

PÁRMENO.- ¿Adónde vamos? ¿A la cama a dormir o a la cocina a almorzar?

SEMPRONIO.- Ve tú donde quisieres, que, antes que venga el día, yo voy a cobrar mi

parte de la cadena. Que no le quiero dar tiempo a esa puta vieja, en que fabrique

alguna ruindad con que nos excluya.

PÁRMENO.- Razón tienes. Vamos los dos y, si a eso se opone, asustémosla de

manera que se inquiete, que sobre dinero no hay amistad.

Escena 14. Jardín (Celestina, Elicia, Sempronio y Pármeno)

CELESTINA.- ¿Quién llama?

PÁRMENO.- Tus hijos.

CELESTINA.- No tengo yo hijos que anden a tal hora.

SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno y Sempronio, que nos venimos acá a almorzar

contigo.

CELESTINA.- [Abre] ¡Oh locos traviesos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a tal hora?

¿Qué habéis hecho? ¿Despidióse la esperanza de Calixto o vive todavía con ella?

SEMPRONIO.- Si por nosotros no fuera, ya andaría su alma buscando posada para

siempre.

CELESTINA.- ¡Jesús! ¿En qué afrenta os habéis visto?

PÁRMENO.- Mi gloria sería ahora encontrar en quien vengar la ira.

CELESTINA.- ¿Qué os ha pasado?

SEMPRONIO.- Vengo, desesperado aunque ante ti madre puedo desfogarme sin

reprimir mi ira.

CELESTINA.- ¡Jesús!

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SEMPRONIO.- No te preocupes, jamás utilicé mi mucha fuerza con los débiles.

Traigo, señora, todas las armas despedazadas

CELESTINA.- Pídele, a tu amo otras.

SEMPRONIO.- Ya nos dio las cien monedas, y la cadena. Contentémonos con lo

razonable, que quien mucho abarca, poco suele apretar.

CELESTINA.- ¡Gracioso es el asno! ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que

ver tu paga con mi salario y mis mercedes? Que me maten, si no te has asido a una

palabrilla, que te dije el otro día, eso de que “cuanto yo tenía era tuyo”. Pues ya sabes,

Sempronio, que estos ofrecimientos, estas palabras de buen amor, no obligan. No ha

de ser oro cuanto reluce, si no, más barato valdría. Le di a esta loca de Elicia, la

cadenilla que traje para que jugase con ella, y no se puede acordar de dónde la puso,

y luego entraron unos conocidos y familiares míos aquí, y me temo que se la hayan

llevado diciendo «si te vi, no me acuerdo…». En toda esta noche ni ella ni yo hemos

podido dormir. No por el valor de la cadena, que no era mucho, sino de mi mala dicha.

Si me dio vuestro amo algo, debes saber que es mío. De tu blusa de seda no te pedí

yo parte ni la quiero. Sirvamos todos, que a todos dará según lo que cada uno merece.

Que si me ha dado algo, dos veces he puesto por él mi vida en juego.

Más herramientas y materiales he gastado en su servicio que vosotros. Debéis pensar,

hijos, que todo me cuesta dinero, aun mi saber, que no lo he alcanzado

holgazaneando, de lo cual fuera buena testigo la madre de Pármeno, Dios la tenga en

la gloria. Esto lo trabajé yo; a vosotros se os debe otro pago. Este es mi oficio y mi

trabajo; vosotros lo habéis hecho por recreación y deleite. Luego, no querréis vosotros

tener igual pago de pasear que yo de penar.

Pero, aun con todo lo que he dicho, tendréis, si mi cadena aparece, sendos pares de

calzas de grana, que es la moda que mejor en los mancebos sienta. Y todo esto con

mucho amor, porque preferisteis que disfrutase yo antes el beneficio de estos pasos

que no otra. Que más vale perder lo servido que la vida por cobrarlo.

SEMPRONIO.- ¡Cómo crece la necesidad con la abundancia! Cuando pobre,

generosa, cuando rica, avarienta. ¿Quién la oyó esta vieja decir que me llevase yo

todo el provecho, si quisiese, de este negocio, pensando que sería poco? Ahora que lo

ve crecido no quiere dar nada «de lo poco, poco; de lo mucho, nada».

PÁRMENO.- Que te dé lo que prometió o se lo cogemos todo.

CELESTINA.- Si mucho enojo traéis con vosotros, o con vuestro amo, no lo quebréis

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Page 24: La Celestina Adaptación

en mí, que bien sé dónde nace esto.

Bien sé de qué pie cojeáis; no de la necesidad que tenéis de lo que pedís, sino

pensando que os he de tener toda vuestra vida atada y cautiva con Elicia y Areúsa, sin

quereros buscar otras. Pues callad, que quien éstas os supo acarrear, os dará otras

diez.

SEMPRONIO.- Yo le dije que se fuera y ella se bajo las bragas. No entremetas burlas

a nuestra demanda, que a este galgo no robarás más liebres. Danos las dos partes no

quieras que se descubra quién tú eres.

CELESTINA.- ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Sacásteme de la putería? Calla tu lengua,

no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo

de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere

no lo busco; de mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal vivo,

Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay

para todos y a todos es igual. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú, Pármeno, no

pienses que soy tu cautiva por saber mis secretos y los casos, que nos acaecieron a

mí y a la desdichada de tu madre.

PÁRMENO.- No me hinches las narices con esas memorias.

CELESTINA.- ¡Elicia! ¡Elicia!... ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y

braveza?

SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, ¿no estarías contenta con la tercera parte de lo

ganado?

CELESTINA.- ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa. Y él también.

SEMPRONIO.- [Desenfunda] Hoy acabarán tus días.

ELICIA.- Mete, por Dios, la espada. Detenlo, Pármeno, detenlo.

CELESTINA.- [Asustada pero con rabia en los ojos] ¡Justicia!, ¡justicia! ¡Que me matan

en mi casa estos rufianes!

SEMPRONIO.- ¿Rufianes?, doña hechicera, yo te haré ir al infierno con cartas

credenciales. [Le pone la espada en el cuello]

CELESTINA.- ¡Ay, ay! ¡Confesión, confesión!

PÁRMENO.- Dale, acábala, ¡Muera!, ¡muera! De los enemigos los menos.

CELESTINA.- ¡Confesión! [Parmeno baja la espada hasta el estómago y hunde la hoja

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Page 25: La Celestina Adaptación

en el cuerpo de Celestina]

ELICIA.- ¡Oh crueles enemigos que el poder del infierno os lleve!

SEMPRONIO.- ¡Huye!, ¡huye! Pármeno, que viene el alguacil.

PÁRMENO.- [Enfunda y Elicia corre hacia celestina para comprobar su estado] ¡Oh!

Pecador de mí.

SEMPRONIO.- Saltemos desde estas ventanas. No muramos en poder de justicia.

PÁRMENO.- Salta, que voy detrás.

Durante la escena siguiente se cambia al Jardín.

Escena 15. Jardín. (Calixto, Melibea, Lucrecia y Tristán)

CALIXTO.- ¡Oh mi señora y mi gloria! En mis brazos te tengo y no lo creo.

MELIBEA.- No quieras perderme por tan breve deleite y en tan poco espacio. Goza de

lo que yo gozo, que es verte y abrazarte. No me pidas lo que se puede perder.

CALIXTO.- ¿Por qué, señora? ¿Para penar de nuevo?

MELIBEA.- ¡Déjame!, ¡Lucrecia!

CALIXTO.- Llámala, me alegro de tener testigos de mi amor.

MELIBEA.- Yo no los quiero para mi error.

MELIBEA.- Señor, por Dios, pues ya que todo te di, no puedes negar mi amor, no me

niegues tu vista de día cuando pases por mi puerta; de noche donde tú ordenes. Y

ahora ve con Dios, que no serás visto, está muy oscuro.

CALIXTO.- ¡Mozo, pon la escalera!

Avanzan a proscenio Sosia y Lucrecia, mientras se cambia a casa de Calixto.

SOSIA.- Lucrecia, debemos ir muy callando, porque suelen levantarse a esta hora los

ricos, los codiciosos de temporales bienes, los trabajadores de los campos, y los

pastores, y podría ser que viesen motivo para dañar la honra de Melibea.

LUCRECIA.- ¡Serás bocazas! ¡Dices que callemos y la nombras! Así que, prohibiendo,

permites; callando, pregonas y preguntando, respondes.

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Salen Lucrecia, Sosia y Melibea. Calixto, sólo en escena, avanza a proscenio.

Escena 16. Calixto

CALIXTO.- ¡Oh, mezquino yo!, desgraciados Pármeno y Sempronio, ¿qué hice?,

¿cómo no me presenté, por lo que os han hecho, como hombre injuriado, vengador,

ante la justicia?

¡Oh cruel juez! ¡Quién diría que te nombró alcalde y juez mi padre! Te daña primero

quien menos te lo esperas. ¿Pero qué digo? ¿Con quién hablo? ¿Estoy en mi seso?

Considera que como criminales merecían esa pena. Y el juez, para evitar el escándalo

de mi infamia y que la gente no oyese el pregón, los mandó ajusticiar de buena

mañana. Por eso, le quedo agradecido mientras viva, y debo considerarlo no como

criado de mi padre, sino como un verdadero hermano.

Y tú, dulce imaginación, trae a mi fantasía la presencia angélica de aquella imagen

luciente cuando me entregó su don!

Sale Calixto.

Escena 17.- (Melibea, Lucrecia, Calixto y Sosia)

LUCRECIA.- Melibea, esta tarde he escuchado la prisa que tus padres tienen por

casarte.

MELIBEA.- ¿Qué dices Lucrecia? Mi corazón sólo un amo tiene. Por cierto, por allí

llega.

Suben a los módulos y entran Calixto y Sosia.

CALIXTO.- Pon la escala Sosia.

LUCRECIA.- ¡Oh quién fuese la hortelana

de estas viciosas flores,

por meter cada mañana

en el jarrón sus colores!

MELIBEA.- Ya es de noche y Melibea

Espera a su dulce amor

No hay huerto más visitado

Ni quejidos sin dolor.

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Page 27: La Celestina Adaptación

CALIXTO.-¡Oh, mi señora y mi bien todo!

MELIBEA.- ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad escondida?

Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tornaste loca de placer? Déjale, no me lo

despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados abrazos. Déjame gozar lo

que es mío.

CALIXTO.- Si mi vida quieres, no cese tu suave canto.

MELIBEA.- ¿Qué quieres que cante, amor mío? Pues, conseguida tu venida,

destemplase el tono de mi voz. Deja estar mis ropas en su lugar y, si quieres ver si es

el hábito de encima de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la camisa? Gocemos y

juguemos de otras muchas maneras que te enseñaré; no hagas pedazos mi ropa ni

metas mano como acostumbras ¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras?

CALIXTO.- Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.

LUCRECIA.- Mala liendre me mate, si sigo escuchándolos. ¿Vida es esta? ¡Que me

esté yo deshaciendo de dentera y ella esquivándose para que la rueguen!

SOSIA.- ¿Así, bellacos, rufianes, veníais a asombrar a los que no os temen?

CALIXTO.- Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a valerle, no le maten.

MELIBEA.- No vayas allá sin tus corazas.

SOSIA.- Quizá venís por lana… pues saldréis trasquilados.

CALIXTO.- Déjame, por Dios, señora, que puesta está la escalera.

SOSIA.- Señor, no bajes, que se han ido. Tente, tente, señor, las manos en la

escalera. CALIXTO.- [Pierde el equilibrio] ¡Oh!, ¡válgame Santa María! ¡Muerto soy!

[Cae] ¡Confesión! [Muere]

SOSIA.- ¡Señor, Señor! ¡Oh, tan muerto está como mi abuelo!

LUCRECIA.- Sosia, ¿Qué es eso que lloras tan sin mesura?

SOSIA.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! ¡Oh triste muerte sin confesión!

Coge esos sesos de entre los cantos, y júntalos con la cabeza del desdichado, no

vengan los perros y se los coman.

MELIBEA.- [Manos en la cabeza]¿Qué es esto? ¿Qué oigo?, ¡amarga de mí! ¡Oh

desconsolada de mí! ¡Todo es humo! ¡Mi alegría se ha perdido! ¡Se consumió mi

gloria! [De rodillas al suelo y a llorar]

LUCRECIA.-[Tratando de levantarla] Señora, no rasgues tu cara ni arranques tus

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cabellos. Levanta, por Dios, no seas hallada de tu padre en tan sospechoso lugar, ¿no

me oyes? ¡No te hundas, por Dios. Ten valor para sufrir la pena, pues tuviste osadía

para el placer.

MELIBEA.- ¡Oh la más de las tristes, triste! ¿Cómo no gocé más del gozo? [Se

levanta] ¡Oh ingratos mortales! ¡Jamás conocéis vuestros bienes, hasta que los

perdéis!

LUCRECIA.- Llamaré a tu padre y fingiremos otro mal.

Salen Lucrecia y Sosia.

Escena 18.- (Melibea)

MELIBEA.- Oye, padre mío, mis últimas palabras y si, como yo espero, las recibes, no

culparás mi yerro. Bien oyes este clamor de campanas, este alarido de gentes, este

aullido de canes. De todo esto fui yo la causa. Yo dejé hoy muchos sirvientes

desamparados sin señor, yo quité muchas raciones y limosnas a los pobres y a los

hambrientos. Yo fui causa de que la tierra ya no goce del más noble cuerpo y más

fresca juventud que en el mundo existía y en nuestra época crecía. Muchos días hace,

padre mío, que penaba por mi amor un caballero, que se llamaba Calixto el cual tú

bien conociste. Conociste asimismo a sus padres y su claro linaje. Era tanta su pena

de amor y tan poco el lugar para hablarme que descubrió su pasión a una astuta y

sagaz mujer que llamaban Celestina. Ella, Supo ganar mi querer. Vencida de su amor,

dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi

propósito. Perdí mi virginidad, y del deleitoso amor gozamos casi un mes. Hoy

cortaron las hadas sus hilos; ¿Pues qué crueldad sería, padre mío, que muriendo él,

viviese yo? ¡Oh padre mío muy amado!, te ruego, si amor en esta pasada y penosa

vida me has tenido, que caven juntas nuestras sepulturas. Saluda a mi cara y amada

madre: y que sepa por ti largamente la triste razón porque muero. [Se corta las venas]

Salen todos los actores que se colocan en la posición inicial delante de los módulos y Pleberio

en proscenio.

Escena 19.- Pleberio

PLEBERIO.- ¡Gentes que compartís mi dolor! ¡Amigos y señores, ayudadme a sentir

mi pena! Me sobran días para vivir quejándome de la muerte.

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¡Oh mundo, mundo! Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras?¿Por qué

no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste

mis grandes propiedades y me dejaste aquella florida planta en quien tú poder no

tenías? ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dijeron, a diversas cosas por oídas te

compararon; Yo, por triste experiencia, ahora lo contaré pues como otros había callado

tus falsas propiedades por no encender con odio tu ira. Callé para que no me secases

antes de tiempo esta flor, que este día echaste de tu poder. Yo pensaba en mi más

tierna edad que estaban tus hechos regidos por algún orden.

Pero, visto el pro y la contra de tus bienandanzas, me pareces un laberinto de errores,

un desierto espantable, una morada de fieras, Prometes mucho, nada cumples;

¿Cómo me mandas quedar en ti conociendo tus falsías, tus lazos, tus cadenas y

redes, con que pescas nuestras flacas voluntades?.

¡Oh amor, amor!, no lloro, triste, a ella muerta, sino la causa desastrada de su morir.

¿Quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza del amor?

¡Oh amor, amor!, que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos.

¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor

fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres

viviesen, no se matarían como ahora mi amada hija. Calixto, despeñado. Mi triste hija

quiso tomar la misma muerte por seguirle. Todo esto causas. Dulce nombre te dieron;

amargos hechos haces. Bienaventurados los que no conociste. Otros te llamaron Dios.

Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen.

Del mundo me quejo; porque, no dándome vida, no engendrara en él a Melibea; no

nacida, no amara; no amando, cesara mi quejosa y desconsolada agonía.

¿Por qué me dejaste cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste triste y solo

en este valle de lágrimas?

Se apagan las luces lentamente mientras Pleberio sale descpacio.

FIN.

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