La caza comienza cuando un taxista se convierte en un ...

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Lacazacomienzacuandountaxistaseconvierteenunpeligrosoasesino.

Noquerrássersucliente.

Álexlotienetodoplaneadoparadejarsutrabajoylucharporsusueño.Essuúltima noche como conductor, pero algo sale mal. Crespo es un policíaacabado,aunquetieneunaoportunidadparacambiarelrumbodesucarrera.Cuandosuscaminossecrucen,solounosobrevivirá.

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PabloPoveda

PerseguidoePubr1.0

Titivillus19-05-2020

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Títulooriginal:PerseguidoPabloPoveda,2020Editordigital:TitivillusePubbaser2.1

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VIERNESCentrodeMadrid23:15horas

Untrabajotemporal.Siemprerepetíaesafrase.LaplazadeCibeleseraunherviderodevehículoscuandoseacercabala

madrugada.Taxis,serviciosdeempresasyconductoresprivados.Losviernesporlanoche,laciudadnodescansaba.

Comprobó la pantalla del teléfono que tenía sujeto a la rejilla del aireacondicionadoygiróhacia laGranVía.Allí le esperabaLorena,una jovenrubia con una puntuación de cuatro estrellas y media. La foto no le decíamucho, pero era de agradecer que tuviera una en su perfil. Lamayoría deusuariosnocompletabanlosformularios.Nuncasabíaloquepodíaencontrar.

Detuvo el coche junto a una cafetería. Reconoció a la chica por elretrovisoryestaseacercóalvehículo.

—Hola—dijoalentrar.—Buenasnoches.Lorena,¿verdad?—Sí—contestóycruzólaspiernas.Despuéssepusoamirarelmóvil.—¿Quieres agua? —preguntó, siguiendo la política de la empresa. En

Momofy,comoenotrascompañías,eraobligatorioofrecerunabebidaasuspasajeros—.Latienesjuntoalapuerta.

Ellaignorósuspalabras.Mejorasí,pensó.Losclientesquenohablaban,enelfondo,eranlosque

menosproblemasgeneraban.En apenas seis meses como conductor, había visto de todo. Desde

borrachosapersonas realmenteextrañas.También lehabíanvomitadoen latapicería, envariasocasiones.Por suerte, a diferenciadeotros compañeros,nohabíasufridoningúnepisodioviolento.

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La noche era un escenario salvaje en el que se podía esperar cualquiercosa.Volveracasaencocheyanoeraunserviciodelujo.

Esalgotemporal,serepitió,recordandoesemantra.Estaba convencido de ello. Una vez reuniera el dinero que necesitaba,

comenzaríaunanuevaetapaensuvida.Atravesó laGranVíamadrileña hasta la plaza deCallao. Los anuncios

interactivos dotaban la calle de luz y color. El bullicio era apabullante.Madridnodormía,másbienvivíahastaelprimerrayodesol.

La chica se bajó del coche. Una notificación apareció en la pantalla.Rubén,enplenoChueca,nomuylejosdeallí,solicitabasuservicio.

Suspiró cansado. Llevaba cinco horas conduciendo sin pausa, sin pegarbocado,sinvaciarlavejiga.

Desechó la oferta y continuó por su carril hasta la plaza de España.Despuésbajóhaciaeloesteysemetióenunodeloscallejones.Elambienteera tranquilo, residencial y silencioso. Reconoció los coches de algunoscompañerosdetrabajo.Otroscomoél,haciendoaquellodemaneratemporal.Todosdecíanlomismo.Todosparecíanpresosdeunidealcomún.AparcóelcochefrenteaunbarasturianoycaminóporlaCuestadeSanVicentehastallegaralaentradadeunacerveceríadebarrio,llenadejamonescolgandodeltecho,cuñasdediferentesquesosyfotografíasdecomida.

El bar estaba casi vacío y la clientela solía ser escasa. Cualquiera secuestionaría cómo mantenían aquel lugar funcionando, con lo caros queestabanlosalquileres,peroélconocíaunadelasrazones.

—Buenas…—dijo,acercándosealostaburetesdelabarra.Doshombrescustodiabanelotrolado.Unodeellosentrabaysalíadela

cocina. El mayor, un tipo de pelo canoso, rostro arrugado y con barba devariosdías,lelanzóunamiradacómplice.Elconductorseapoyóenlabarrayelcamareroseacercóaél.

—¿Quétepongo?—Unacervezasinalcohol.Eltipoloestudió,asintióylesirviólabebida.—Marchando una sin plomo…—comentó.Después le ofreció un plato

condosrebanadasdepanconjamón—.¿Cómovalanoche?—Esfindesemana,telopuedesimaginar…—¿Estásdepausa?—No, de retirada,más bien…—comentó, dio un sorbo a la cerveza y

miró a su alrededor.Después regresó a la conversación—. ¿Ha preguntadoalguienpormí?

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—Sí,hayunpequeñoencargoparati.¿Creesquepuedeshacerlo?—¿Dequésetrata?—Éltelocontará.Noesgrancosa,yasabes…Dinerofácil.Uncompañerolehabíahabladodeaquelsitio.Después de tres meses trabajando de conductor, comenzó a buscar

opcionesparaconseguirunsobresueldo.Comodecía,eratemporal.En realidad, su ambición era la de montar una empresa de diseño de

aplicacionesmóviles.Ahíestabaelfuturo.Nohacíafaltaseruncerebritoparadarse cuenta, pero necesitaba el capital con el que financiaría su proyecto.Estabadispuestoatodoporalcanzarsusueño.

Por otra parte, no se podía olvidar de ella, de Dolores, una hermosaabogada de la que estaba locamente enamorado; su pareja, su futuraprometida.Aúnnohabíadadoelpaso,llevabanseisañosjuntosylacuerdade su relación comenzaba a tensarse. Ella ya le había manifestado susintenciones,peroesperabaqueélfueraquienselopidiera.Dolores,enciertomodo,eratradicionalparaesascosas.Porsuparte,noesquenolodeseara,dehecho, se moría de ganas por hacerlo. Vivían como si ya fueran unmatrimonio feliz,peroquería estar a la alturade las expectativas socialesyconvertirse en elmaridodel queDolores estuvieraorgullosa.Así queno lepreocupaba.Eraalgotemporal,repetíadenuevoparasusadentros.Untrabajomásypodríacomprarelanillodediamantesquetantolegustabaaella.Coneso,ledaríaelsí.Noteníaduda.Éllehabíaprometidoquesoloseríaunañocomoconductorpero,graciasaaquelsobresueldo,nonecesitaríamástiempo.

—¿Tieneselmóvil?—preguntóelcamarero.Se refería al teléfono de usar y tirar que le habían proporcionado en su

primer recado, uno de aquellos terminales de concha ya extintos en la vidasocial.Cadasemanadebíacambiarlatarjetadeprepagoparaquenoquedararastro de las llamadas. Guardaba varias, las compraba en los locutorios deTetuán,Lavapiés yVallecas.Números de teléfono registrados a nombre desoloDios sabía quién. Siempre pagaba enmetálico y nunca nadie le hacíapreguntas.

Sepalpólosbolsillos.—Malditasea…Lohedejadoenelcoche.—Usa el del pasillo—dijo, señalando aunviejo teléfonode cabina.El

hombre escribió un número en el cuaderno que llevaba en el bolsillo de lacamisayarrancólahoja.

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Élselevantó,caminóhastaelfinaldelpasilloydescolgóelaparato.Podíaoírelaceitehirviendodelacocina.

Introdujouneuroymarcó.—¿Sí?—preguntóunavozmasculinayseria.—Mehandichoqueteníanalgoparamí.—Sí, claro —contestó. El hombre parecía distraído—. Eres el chófer,

¿cierto?—Sí.¿Dequésetrata?—Unatareasencilla—dijo,sindarmásdetalles—.Tienesquerecogery

llevaraunapersonaasudestino.Fácil,¿verdad?

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LUNESPaseodelasDelicias,Madrid9:25horas

Llevaba días con una contractura en la espalda. El dolor comenzaba a serpsicológico.

La cafetera hizo su característico ruido, avisando de que el café estabalisto.Elcielosecubríadenubes,aunquelaclaridadsecolabaporlaventanainteriordelacocina.Serascólacara,sirvióelcaféenunatazaanchaysacóuna tableta de analgésicos del bolsillo del vaquero. Después ingirió unapíldora,diounsorboalatazaytragó.Fuedesagradable.Actoseguido,abriólaventana,seacercóalaneveraeintrodujolamanoporlapartetraseradelelectrodoméstico.

Bingo,pensó.Contento, agarró el paquete de cigarrillos L&M que escondía para las

emergencias. Por suerte, ni su mujer, ni su hija lo habían sacado de allí.Llevaba varias semanas sin fumar, pero no aguantabamás. Primero por lafamilia,despuésporel trabajo.Era laquintavezque lo intentabaysiempresinéxito.

Suesposahabíadejadodecreerenél.Prendió el cigarrillo con una cerilla y miró hacia el muro blanco del

edificio contiguo. Aquellos momentos de tranquilidad eran su únicopatrimonio.ParaserinspectordePolicía,llevabaunosmesesdesastrosos.

Nolograbadejaratráselpasado.Sehabía involucradodemasiadoenuncaso que nadie apoyó, vigilando durante dos años a los López, una de lasfamiliasmáspeligrosasde lacapital.Unamañana,una llamada telefónicaasu número privado terminó con todo. El corazón se le detuvo en cuanto leamenazaronconhacerdañoasufamilia.Sabíaquiénhabíaordenadoaquello.Nopodíasercierto,estabaapuntode lograralgomemorable,perono tuvo

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más remedio que elegir entre él o su familia, optando pormirar hacia otraparte.

Desdeentonces,suvidasevolviógrisymundana.Casonuevoquetocaba,casoqueperdíayterminabaenotrabrigada.ElinspectorCrespoibadecaminoaconvertirseenundonnadie,sinolo

eraya.Diounacalada,exhalóelhumoyechólacenizaenelfregadero.Frunció

el ceño al encontrar unvaso conmarca de labios. Sumujer había salido lanocheanterior,talvezconsusamigas,opuedequeconeseamanteconelqueseveíadesdehacíatresmeses.Otrojuez,comoella.OtrocabróndeesosquelaimpresionabanconcenasenrestaurantesdemodaycóctelesenVelázquez.Losabíaporquelohabíavigiladodecerca.Pegóotracalada.Nolaculpaba.Ellahabíatiradolatoallayahorasoloquedabaunacuerdolegalsostenidoporlapequeñadelosdoshijos,quefingíanoenterarsedenadamientrasvivíaconellos.

Almenos,sumujertodavíasedignabaadormirenlamismacamaqueél,pensó.

Escuchóunospasos.Abrióelgrifo,apagólasbrasasymeneóelaireconlasmanos.

—Notemolestes.Huelepor todalacasa—dijolamujer—.¿Quéhacesdespiertotantemprano?

—Tengoqueiraltrabajo.—¿Otravez?Essábado,Lorenzo.Serascólabarbadenuevo.Nodebióapagaresecigarrillo,pensó.—Volveréporlanoche—contestó,seterminóelcafé,ahoratemplado,y

lodejóenelfregadero—.Notepreocupespormí,Marisa.Ellaeradelgada,teníalosojosazulesyelcabelloteñidodeuntonomás

rubioquesucolornatural.Paraél,Marisahabíasidohermosadejoven,perotambién lo era de adulta. Mucho tiempo atrás, habían sido felicescompartiendo sus rutinas, construyendo una vida juntos. Pero eso era aguapasada, ningunode losdosparecía tener interés en continuar con aquelloylamerse las heridas solo servía para provocarmás ardor de estómago.Él lacontemplódereojo,concariño,comoquienobservaunaobradearteenunmuseo sinpoder acariciarla.La ausenciade amorhabíadestruido el afecto.Noleextrañóquellamaralaatencióndeotroshombres.Erabellapordentroyporfuera.Sinembargo,élnotuvotantasuerte,parallevartanbienelpasodelosaños.Eltrabajoylamalavidalohabíandejadocomounfideoysurostrocomenzabaadeteriorarseporlafaltadedescanso.

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Dispuestoamarcharse,lavioquieta,apoyadaenelmarcodelapuertaycon losbrazos cruzados.Se cubría el cuerpoconel albornoz rosaque él lehabíaregaladoenlasúltimasnavidades.

—Lorenzo,tenemosquehablar.Indiferente,caminóhacialasalida.Ellanoseapartó.—¿Podemoshacerloluego?Cuandovuelvadeltrabajo.—Esimportante.Necesitotenerestaconversacióncontigo,deverdad.Queríaeldivorcio,pensó,mirándoladereojo,peroélnodeseabadiscutir.—Luego hablamos, ¿vale?—dijo y le dio un beso en la frente—. No

puedollegartarde.—Siemprediceslomismo—respondióindignada,levantandounpocoel

tono.—Esmitrabajo.Yonotereprochocuándoentrasycuándosales.—¡Llevamosmesessinhablar!Pensóenresponder,peronosolucionaríanada.Ellateníarazón,lamentóensilencio.—Te llamaré luego —dijo él, agarró su chaqueta y abandonó el

apartamento.

Saliódelmetroen laparadadePlazadeEspaña.Dejó laestaciónycaminóhaciaarribaporlacalledeLeganitos.Entróenlasidreríadelaesquina,unodelospocoslugaresqueseresistíaalpasodelosañosydelasmodas:barrade madera, una máquina de juego al fondo del pasillo y una vitrina conchorizos,pulpoyalitasdepollo.Pidióelsegundocafédelamañanayagarróunperiódico.Pasóde laspáginasdedeportey sobrepolíticay semetiódellenoaleerlasseccionesdesucesos,obituariosyhoróscopo.

Tauro,hoyvasatenersuerte.Lalunabrillaatufavor.—Hayquejoderse—comentóenvozalta.Después pagó, terminó el café y caminó al exterior, encendiendo el

segundocigarrillodelamañanamientrassedirigíaalaoficina.A mitad de la calle estaba su despacho, en la comisaría del centro, el

puntodeencuentrodetodoslosturistasquehabíansidovíctimasdeunhurtoa plena luz del día. Saludó a los oficiales de la entrada, armados hasta losdientes,ysubióaltercerpiso.

Allí compartía espacio con otro inspector. Ambos tenían los escritorioscomounapocilga.

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—Hombre,Crespo…¿Túporaquí?Eseltercersábadoseguido.Niquetehubierasvueltounadictoaltrabajo.

—Méteteentusasuntos,Llanos.—Misasuntossonlostuyos.—Estosno—corrigió—.Lopersonalesprivado.¿Tehandichoalgolos

deaduanas?—Nadaquenossirva.—Carajo.¿Ylafamiliadelachica?—Nodicenada.—¿Nadie?—Nielapuntador.—Pero todos saben que fueron los López —dijo, señalando al clan

madrileño que gobernaba Tetuán, El Pilar y el resto de la zona norte. Elcompañerolerespondióconunamiradaqueéldetestaba.Eranlaexpresióndeotra vez hablando de lomismo, de pasa de página y de nunca superarás elfracasoprofesional.EstabahartoporqueodiabaqueLlanoslotrataracomoaunidiota,perotambiénporqueeraconscientedequelosLópezseguíanlibrespor su culpa. Crespo conocía de sobra que esa familia de hostelerosconvertidos en extorsionadores, eran capaces de silenciar barriadas con unchasquidodededos—,peronadieestáporlalabordehablar.

—Nolosé…—contestóelinspectorLlanos,dejandoeltemaaunlado—.¿Por qué no dejas que las cosas sigan su curso? Deberías pasar página.Dedicaste tu tiempoaesagenteynolograstedemasiado.Haymuchasotrascosasporhacer.

—¿Estásdebroma?—No…Nosé.—¿Cómoquenosabes?—preguntó—.¿Lodicesenserio?—Notepongasasí,¿vale?Erauncomentario.—Ereslahostia,Llanos.La conversación se zanjó. El inspector Crespo miró la pantalla del

ordenador.Unescritoriolimpio,siniconosquepulsar.Despuéspensóeneldivorcio.Teníaquepararlo.Delocontrario,suvidaquedaríalimpia,sinnadaaloqueaferrarse.

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CalledeBravoMurillo,Madrid10:30horas

La alarma del teléfono móvil lo despertó. Le dolían las piernas, se sentíacansadoyteníalacabezaembotada.Respiróbajolassábanas.

Esuntrabajo temporal,sedijoensilencioconlosojosaúncerrados.Almoverse,notóelcalordelcuerpoquedormíajuntoaél.Suparejaestabadeespaldas. La melena oscura le caía por los hombros, tapando parte de lacamisetadelpijamaquellevaba.Leacaricióelcuelloconcuidado.Tenía lapielsuaveytostada.Doloresdormíasinenterarsedenada.

Diounsegundorespiro.Estavezdealivio.Unencargomásyestaríafueradelnegocio.Untrabajomásyempezaría

sunuevavida.Elgrandíahabíallegado.Esamismanoche saldaría sus cuentas con el pasado.Pero antes deque

esoocurriera,debíaseguirtrabajando.Selevantóyfuealaducha.Sequitólaropainteriorquellevabayabrióel

agua fría. Había leído en una revista que aquello ayudaba a que la sangrecorrieraporsucuerpo.Verdadono,eraunsufrimientohacerlocadamañana.

Cuandoabandonóelbaño,caminóhaciaelúnicodormitoriodelestudioen el que vivía y buscó una camisa limpia. Les obligaban a vestir comoauténticoshombresdenegocios,aunquenoeranmásqueunoscurrantesconunsueldoprecario.«Laimagenesloqueimportaynosotrostenemosquedarlamejordetodas»,sedijo,repitiendolaspalabrasdeljefedezona.

Realmente,nadiepensabaenaquello,reflexionó.Vestido,agarrólaamericanacuandooyómovimientobajolassábanas.—¿Quéhoraes?—preguntóDolores,convozroncayadormecida.—Lasoncedelamañana.Ella gruñó con insatisfacción. Hacía lo que podía por aguantar sus

horarios.

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—¿Nolibrashoy?—No, hoy no puedo…—contestó él y se dio la vuelta paramirarse al

espejo.Lavozdelachicasonótriste—.Eselúltimosábado,teloprometo.—Tambiéndijistequeeraalgotemporal.—Losé,Lola,losé—respondió—.Nohabrámásdespuésdeeste.—Nopasanada,deverdad…—murmuróysediolavueltabajolasábana

—.Porcierto,hoytengocenaconlasamigasdeltrabajo…Novolveréhastamedianoche,peronomástarde.

Élsonrió.Poralgunarazón,aDoloresnolegustabanlosbaresdecopas.—Deberías salir más con ellas y crear lazos de amistad—comentó—.

Despuésdetodo,tepasaseldíatrabajando.—Enesotedoylarazón—dijoconhumor—,peroquierovolveracasay

dormircontigo.Nomevasahacercambiardeopinión.Él seapretóelnudode lacorbataconungesto firmeehizounamueca

frentealespejo.Estabaimpecable,lucíaperfecto.Caminóhacialacama,seacercóaellaylabesóenloslabios.—Sabesquetequiero.—Noestádemásquemelorecuerdescadamañana—contestóDolores

conunasonrisa—.¿Meesperarásdespierto?Élsefuehacialapuerta.Pensóenelanilloysegiróporúltimavez.—Quenotequepalamenorduda.

Un encargo sencillo. Pagaban bien, puede que demasiado, lo cual era unindicadordequenoseandabancon tonterías.Nadapodía fallar, tododebíamarcharcomohabíanacordado.Algunoscompañerosrehusabantrabajanparaellos.Otrosesperabansumomento.LosLópezeranuna familiadeMadrid,como muchas otras, metida en diferentes negocios. Poseían restaurantes,bares y locales nocturnos, pero también almacenes de alquiler en Getafe yPozuelo. Las malas lenguas mencionaban sus irregularidades legales, loschismesquesecontabansobresuformade trataraquienesse llevabanmalconellos.

Élpreferíadesentendersedetodoaquello.Noleconcernía,nitampocolehabíanpedidosercómplicedeunroboni

asaltarunajoyeríaconunalunizaje.Alcontrario.Leibanapagarporloquesolía hacer: un servicio de transporte, recoger a una persona en concreto yllevarlaalotroladodelaciudad.DeAaB,sinpreguntas,sinmáslogística.Él se limitó a aceptar. Puede que se tratara de una reunión o de un

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intercambiodemercancía.Quéimportaba,pensó.Enunlugarpúblico,pocopodíasuceder.Quizáesafueralarazónporlaquepreferíanusarunvehículosinrastro.Yquémejorqueelsuyo,conunamatrículaasociadaaunaempresaprivada.Hechalaley,hechalatrampa.Siempresepodíaculparaunerrordelaaplicaciónmóvil.

Eraunajugadaredonda.Circulóporlaciudadhastalaseisdelatarde,haciendounapequeñapausa

paraelalmuerzo.Ganóalgodedinerodurantelostrayectos,cubriendovariascarrerasquequedaríanenelregistrodesucuenta.Lajornadafuetranquilaytuvolasuertedenoencontrarseconunclienteestúpido.Estabacontento,másparlanchín de lo habitual, lleno de felicidad. Era su último día, decía a lospasajeros, como si a ellos les importara su vida personal. La cita era a lasocho.Elpagolorecibiríaenefectivo.Cuandoterminara,iríaaporelanillo.Loteníatodoplaneado.

EsanochelepediríaaDoloresquesecasaraconél.Imaginósurespuesta,elrostroiluminadodesuparejaaloírlaspalabras

mágicas.Nopodíacreerlo.Estabaapuntodesucederdeverdad.Unahoraantesdeacudirasucita,decidióaceptar laúltimacarrera.Un

hombre, de unos cuarenta años, solicitaba un servicio a las espaldas delTeatro Callao. No tenía puntuación, tampoco foto de perfil, por lo quesospechóqueacababadeabrirseunacuenta.Tardóvariosminutosen llegarhastasudestino,unacallerepletaderestaurantesdecomidaturcaylibanesa.A lo lejos, vio una figura humana. El desconocido levantó la mano. Élaminoróyseacercóalaacera.Elclientesubióalcoche.

—Buenasnoches—dijo.—Buenasnoches.Lorenzo,¿verdad?—Sí.—Estupendo…HaciaelpaseodelasDelicias.—Asíes…—respondióelpasajero,convozcansada.Elconductorconfirmóladirecciónylarecogidadelusuario.Luegomiró

porelretrovisor.Aquelhombreparecíauncadáver,estabaagotado.Vacilóenpreguntarleporsuestado,peroerasuúltimoviaje.

—Tieneaguaenlapuerta,siquierehidratarse.—Gracias…—contestóymiróhaciaelagarramanos—.Loquenecesito

ahoraesuntrago,perodeotracosa.—¿Undíaduro?—Yanoséquédecir.

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—Bueno,mañanaseráotrocomienzoparatodos…Piénseloasí.—Eseeselmalditoproblema.¿Estáscasado?—¿Eh?No…—Tampocotieneshijos,¿verdad?—Asíes.—¿Ypareja?—Sí—dijoelconductor,extrañadoporlaintromisión.Porsuerte,estaba

debuenhumor—.Enesosoyunsuertudo.Ellaesunachicaencantadora.—Todas lo son, todos lo somos…Mepregunto en quémomento y por

quérazóndejamosdeserlo.¿Eresfelizconlavidaquellevas?Élreflexionósobresuspalabras.—Sí,supongoquesí.Cruzaron laEstacióndeAtochaybajaronporelpaseohastaalcanzarel

punto que la aplicación habíamarcado. El pasajero señaló al escaparate deunatiendaqueyahabíacerrado.

—Déjameahí—dijo,apuntandoconeldedoalaentradadeunedificio.Unajovensedespedíadeunchicomásaltoqueellaconunfuerteabrazo—.Hayquejoderse…

—Lashormonassonincontrolablesaesaedad…Elhombremiróalconductorcondesprecio.—¿Qué leches dices? Esa muchacha es mi hija, me pregunto quién

diablosseráquienlaestámanoseando…—¿Quiénnohaestadoahí?Disfrutandocadasegundo…—Suficiente —dijo y se dispuso a salir—. Gracias por el viaje. Que

tengasunabuenanoche.—Igualmente,Lorenzo.Cuando abrió la puerta, los jóvenes desaparecieron. El hombre puso un

pieenlacalleygirólacabeza.—Ah,unacosa…—¿Sí?—La felicidad es incuestionable —comentó—. Si te la planteas, estás

jodido.Despuéscerródeungolpeyseperdióentrelassombras.

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CentrodeMadrid20:30horas

Esehombrehabía sidoel clientemásextrañoquehabía tenidoen semanas.Noledioimportancia.Estabatancontentoquelapresenciadeaqueltiponoleibaafastidiareldía.

Abandonó el paseo y puso rumbo al centro de la capital. Ahora debíarelajarse, poner sus ambiciones a un lado y concentrarse en el encargo.Desviólamiradaal teléfonodelosrecados,quenohabíasonadoentodalatarde.No le preocupó, las instrucciones habían sido precisas. Comprobó lahora,llegabaatiempo,pensó,quizáantesdeloacordado.

Cruzó la Gran Vía madrileña, atestada de vehículos como el suyo, depeatonesporlasacerasydeespíritusjóvenesenbuscadediversión,dealgonuevo, de una quema de recuerdos. El sábado era el día perfecto paraolvidarsedelrestodelasemana.GiróporGarcíadeMolinasycontinuóhastala plaza de los Mostenses. Los aledaños del mercado de abastos estabanocupados, en su mayoría, por locales de comida y bares exóticos. Aquellaplazaescondidaeraunreductoajenoal tráficomasivodegentequesubíaybajaba la gran calle peatonal. Buscó la Perla Negra, un establecimiento deventadecaviar,yaparcódelantedelescaparate.Lapuertacontiguapertenecíaaunapolleríaperuana.Unlocalpequeño,alargado,delquesalíaunricooloraasado.Elambienteera tranquilo.Nosehabíaequivocadode localización.Llegabadiezminutosantesdelacita.

Esperó en el interior del coche hasta que un hombre salió del local depollos asados. Él bajó la ventanilla del su lado unos centímetros. La calleestaba,pocoiluminada,vacíayapestabaapescadopodridoyaceitefrito.

El desconocido era alto, tendría unos cuarenta y cinco años de edad yllevabaunacazadoradecuerodemotorista.Sujetabaunabolsadedeportedepiel marrón. Se fijó en su cráneo, rapado por completo para ocultar la

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acentuadacalvicie.Cuandovislumbróelvehículo,seacercóaélysubióenlapartetrasera.

—Dale —dijo. Tenía los ojos negros y las manos tatuadas. No erahabladornitampocoestabaporlalabordeserlo.

Arrancó elmotor y escribió la dirección en el navegador del coche. Lacalle se encontraba cerca de la plaza de Lavapiés. Él no se molestó ni enofrecerleagua.Elpasajeromirabapor laventana,ensilencio, sinexpresiónalguna. Lavapiés era una de las barriadas con más inmigración. Laheterogeneidad de culturas era palpable en las calles.Otros estilos de vida,otrasformasdemiraralmundo.DesdequeMalasañasehabíaconvertidoenunaatracciónturística,aquelerael lugardondelosalvaje, loprohibidoylodesconocido jugaban a partes iguales. Locutorios, fruterías, negocios desiempre,tiendasdeteléfonos,sucursalesbancarias,salonesdejuego…Todoeraposibleenaquelpedazodelcascohistóricodelacapital.

Tras una larga vuelta hasta la glorieta, subieron por la calle deEmbajadoresypararonenlapuertadelmercadodeSanFernando.

—Espérameaquí—indicóelhombre.Aparcósobrelaaceraparadarpasoalosqueveníandetrás.Eltiposalióconlabolsaysedirigióalapuertadeunrestauranteitaliano.

Mientrasesperóalvolante,sediocuentadelopocoqueconocíalazona.Dolores le había hablado del barrio. Al parecer, estaba de moda y aúnconservabaelencantodeeseMadridcastizoque,pocoapoco,seperdía.Ellainsistía en que fueran por allí, alguna noche, pero él se negaba. Por algunarazón,nosesentíacómodo.PreferíaeláreadelacalledePonzanodonde,asuparecer,quieneslahabitaban,vestíanmejoryganabanmásdinero.Yesoeraloqueélansiaba:seralguienimportanteynoundonnadie.

El primerminuto de espera se hizo eterno. El ambiente de la calle eradenso.Gruposdepersonas,deamigos,deparejas…Todoscirculabanporallí.Seacercabalahoradelacena,elrestauranteitalianoparecíatenertodaslasreservas completas. Se cuestionó a qué habría ido ese hombre allí, perocualquiercosaquepensara,noseríamásqueunahipótesissinfundamento.

Seisminutosmástarde,conpasotranquilo,eldesconocidosaliódellocalitalianoyentróenelvehículo.

—Vámonos—ordenó,sinmás.Misióncumplida,pensó.Habíasidocoserycantar.

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RegresaronalapolleríadelaplazadelosMostenses.Sintiólosnerviosdelaincertidumbre.¿Ysinolepagaban?,sospechó.Mejorseríaquesequitaraesaideade la cabeza.Trabajabapara tipos serios, gente de palabra.Y él habíacumplidoconlasuya.

Aparcófrentealatiendadecaviaryelhombreledijoqueesperaraenelvehículo. Después entró en el local de pollos asados y, poco más tarde,aparecióconunabultadosobredepapel.

—Estoesparati—dijo,entregándoleelpaquete.Éllocogióyasintió.—Gracias.—¿Nolovasacontar?Elcorazónseleaceleró.—¿Debería?—Claro—contestóconvozpausada—.Estudinero.Intranquilo, sujetó el sobre con las dos manos, lo abrió bajo la mirada

atentadeesetipoyfingiócontarlosbilletes.—Estábien.—Entonces,paz,hermano—dijoysedespidióconunsaludomilitar—.

Adiós.Eldesconocidodesapareciótraslapuertadellocal.Élarrancóyvolvióa

laGranVía,albullicio,alamuchedumbre,alanormalidad.Lohabíalogrado.Novolveríaarepetiresafrase.Nocabíaensugozo.—¡Sí!—gritóemocionado.Después condujo hacia la calle de Serrano para buscar la joyería que

guardabaelanillodesufuturaesposa.

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PaseodelasDelicias,Madrid21:30horas

Encontrólosrestosdeunapizzaenelfrigorífico.SupusoqueseríandesuhijaElena. Cuando entró, la puerta de su dormitorio estaba cerrada. Pensó enhablar con ella, forzar un momento padre e hija, pero se detuvo antes degolpearlamadera.Elenanosehabíamolestadoenrecibirlo.¿Quéesperaba?,sepreguntóconunatristesensación.Paraella,éleraunamargado.

Sesintióimpotente,perdido.Seconsiderabaunbuenpadre,peroalgunascosasseleescapabandelas

manos. Él no podía aconsejarle sobre la vida y la juventud, ni tampocohablarle de chicos y de qué hacer o no. Ese taxista tenía razón. Su hija setransformabaenunamujercitayélnosehabíadadocuentadecuándohabíasucedido.Cenarecalentada,televisiónyunacervezabienfría.Sentadoenelsillón,prendiólapantalladelsalónynosemolestóenencenderlaluzdelalámpara.Otrodíamás,sumujerhabíasalidoacenarfueradecasa,sincontarconél.

DestapólalatadeMahoucincoestrellasylediountragoqueduróvariossegundos.Después apoyó el recipiente sobre lamesa y se puso el plato decomidaen las rodillas.Era lamentable. Jamáshabía llegadoauna situacióntandecadente,peronosabíaquéhacer.

Pensó en esemuchacho que lo había llevadohasta su casa. ¿Deverdadcreíaqueseríafelizalgúndía?,sepreguntó.

Menudoidiota,pensó.Segúnelinspector,noteníanilamásremotaideadeloqueeraserfeliz.

Peroéltampoco.Volvió a preguntarse cómo había pasado de ser un hombre contento y

seguro de sí mismo, a convertirse en los cincuenta y dos kilos de carne yhuesosquearrastrabaahora.Elmartellevalentamente,sinquetedescuenta,

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hastaqueteahoga,reflexionóensilencio.Lehubiesegustadodeciresafraseantesdedespedirse.

Estabahambriento,asíquedecidióempezarconlaporcióndepizza.Noestádeltodomal,opinó.Habíacomidocosaspeores.EnlatelevisiónponíanJungladeCristal.BruceWillisdisparabaadiestro

y siniestro, como si fuera algo habitual y natural en él. Lorenzo suspiródecaído.EralapelículafavoritadesuhijoÁlex.

Llevabanmuchotiemposinhablarse.Loechabademenos,peronopodíaperdonarloquehabíahecho.

Entonces encontró la respuesta a todos sus problemas y la habitacióncomenzóaabsorberlo.

—Vayamierda de vida—dijo, terminó el triángulo de pizza y dejó elrestodelacomidasobrelamesa.Luegoselevantóyfuehaciaelmueblequehabía tras la televisión. Cogió una botella de JohnnieWalker que estaba amediasyunvasoparabeberwhisky.

Cuandoestabadispuestoaservirseelprimerodeunoscuantostragos,elteléfonomóvilsonó.

Miró de reojo a la mesa y esperó a que se cortara la llamada, pero lamelodíanocesaba.

—Venga,déjameenpaz,melomerezco—comentóagarrandolabotellapor el cuello. Contó hasta tres, después hasta cinco, pero el timbre seguíasonando—.¡Estábien!Yavoy…

Noerasumujer.Elnúmeroeratanlargoquesolopodíaprocederdeunlugar.

—¿Sí?—Crespo,soyLlanos.—Hombre,quésorpresa…—¿Estásencasa?Aguardóunosinstantes.Poralgunarazón,leavergonzabadecirlaverdad.—¿Quéocurre?—HahabidounaexplosiónenunrestaurantedelacalledeEmbajadores,

alaalturadelmercado.—¿Un accidente doméstico? —preguntó confundido, encogiéndose de

hombros.—Parecequeha sidoacausadeunabomba—explicóel compañero—.

Havoladoelrestauranteporlosaires.Unamasacre,Lorenzo…—¿Víctimas?—Sí…Eshorrible,unputodesastre.

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—¿Porquémelocuentasamí?EsolollevaHomicidios.—Unatestigohadadoladescripcióndeunodelosúltimoshombresque

saliódelrestaurante,antesdelaexplosión…PuedequeestérelacionadoconlosLópez.

Unadescargaeléctricalerecorriólaespinadorsal.Eraunadesgracia,unacatástrofe,pero tambiénunhilodelque tirar,un

respiropararetomarloquehabíadejadoamediasysaldarsucuentapersonal.—Quieroiralaescena.Dameladirección.—Sabía que dirías eso… Ponte la chaqueta y baja a la calle, estoy

llegandoatuportal.

LosfarosdelSeatAtecadecolorgrisdeslumbraronalinspector.Unnoticiario radiofónicodeúltimahoraanunciaba loocurrido.El resto

delaciudadparecíanohaberseenteradodenada.—Estará lleno de periodistas—dijo Crespo—. ¿Quién te ha pegado el

toque?—Melohanpasadoencomisaría—respondiósindemasiadoénfasis.—¿Quéhacíastodavíaallí,aestashoras?Llanossedetuvoenunsemáforoenrojo.—¿Cómoeraesodelopersonal…?—Vale,lopillo…Notienesporquédarmeexplicaciones.—Pensé que te interesaría. Sé que es importante para ti meter a esos

mamonesentrebarrotes.—Creíqueteníaquepasarpáginaycentrarmeenotrascosas…El silencio aguantó hasta que el semáforo se puso en verde. Llanos se

frotóelmentónycarraspeó.—Porcierto,elrestauranteespropiedaddeRobertoLombardo…—¿Elitalianoquerecibióunapuñaladahacetresmeses?—Asíes.Dicenquefueunaviso,peronohaypruebasquelodemuestren.—Yélnopusodenuncia.—Nada.—¿Cosadebandas?—¿Qué?No,no,enabsoluto—negóconrotundidadelinspector—.Esto

notienenadaqueverconlamafia.Notemontespelículas.—¿Yentoncesconquién?Estanochenotengolacabezaparaacertijos.Cuando los dos inspectores llegaron al lugar de los hechos, la Policía

había despejado la zona, cerrando el resto de locales de los alrededores e

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impidiendo el paso a los peatones. Las sirenas de los coches patrullailuminaban las paredes de la estrecha calzada de Lavapiés. Los médicossocorríanalossupervivientesenelinteriordeunaambulancia.Unhombreyunamujertrasladabanaunachicaenunacamilla.

—¡Paso, por favor! —dijo el médico, dirigiéndose al interior de laambulancia.Lasituacióneracrudaydifícildedigerir.Olíaachamuscado,agomadeneumáticoyapolvo.Laexplosiónhabíareventadoloscristalesdelosescaparates,dejandopuntasdevidrioportodalacalle.

Cuandollegaronalacinta,unpolicíainterfirióensupaso.—Losiento,nopuedenentrar—informóeloficial.Seidentificaron.Elagenteparecíatenerórdenesestrictas.—Venimosahacerunaspreguntasynoslargamos—agregóCrespo.Elhombrevolvióamirarlosyfinalmentecedió.Losdelaunidadcientíficatomabanmuestrasenelinteriordelrestaurante.

Ellocalyahabíasidodesalojado,peroaúnsepodíanverescombros,restosdezapatos,abrigos,bolsos…yextremidadeshumanas.

—Tres heridos graves al borde de la muerte y quince cadáveres,incluyendocamarerosypersonaldecocina—comentóunavozfemeninaquese acercó a ellos por detrás. Era la inspectora Cristina Lagarde, deHomicidios. Una mujer de mirada penetrante y humor ácido. Llevarle lacontrariaeraunsinónimodeproblemas.Másdeun idiotasehabíaquedadosin dientes por un comentario fuera de lugar—. Una bonita sangría… Porcierto,nadieleshallamado.¿Quéhacenaquí?

Cresponosupoquédecir.—Me han informado del testimonio de una testigo —aclaró Llanos,

poniéndoselasmanosalaalturadelacintura—.Ladescripcióndelhombrequesalió,coincideconalguienquebuscamos.

—Vaya, qué casualidad—dijo conun tonodesafiante—. ¿Eso es todo?Haymuchotrabajoaquíparahacer.

—¿Dóndeestálatestigo?—preguntóCrespoybuscóconlamiradaasualrededor—.Megustaríahablarconella.

Lainspectoraseinterpusoensucampodevisión.—Yamímegustaríaestartomandounmojitoenlabarradeunbar,pero

aquíestoy,limpiandolascalles—contestóylediounrepasodearribaaabajo—.Crespo,hágameun favory cambiedealimentación…Tieneunaspectolamentable.

Éllamiróindiferente.—¿Piensaayudarmeono?

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Lainspectoraesperabaotrarespuesta.Disfrutabaprovocandoalpersonal.Se giró y señaló a una mujer de unos setenta años, conmovida por lo

sucedidoyacompañadadedosagentesdepolicíayunamédico.—Vayanalgranoynomolestendemasiado.Odioeloloracarnefrita.

Unatestigo,laúnicapersonaquehabíavistolosucedidoenunacalleatestadadegente.¿Cómoeraposible?,sepreguntabanlosagentes.Laexplicaciónerasencilla:nadiequeríaproblemasinnecesarios.Losojosquevigilabantraslaspersianas,seconvertíanenvendascuandolesconvenía.

Conmovida por la explosión, la mujer respondía a las cuestiones de lamédicoquelaatendía.

—¿Está segura de que se encuentra bien?—preguntó,mirando la agujadeltensiómetro.

—Sí,loestoy.Soloquieroirmeacasa.—Claro,nosepreocupe,enbreveseirá,peroantes…CrespoyLlanosseacercaronalaseñora.—Antesqueremoshablarconusted—dijoCrespo,terminandolafrase.Lamédicoalzólavistaextrañada.—¿Sonpolicías?—preguntó,protegiendoalatestigo.—Inspectores.Déjenoshablarconella…Seráunminuto.Lamujerchasqueó la lenguaysuspiró indignada.Despuésseechóaun

lado.—Si me necesita, llámeme —le dijo a la señora. Esta asintió con la

cabeza.—No queremos molestarla demasiado…—arrancó Llanos—. Tan solo

vamosahacerleunaspreguntas.—Yaloestánhaciendo,asíquevayamosalgrano.Crespomiróalotroinspectorconasombro.—Nuestroscompañerosnoshaninformadodequevioentrarysaliraun

hombre, poco antes de la explosión —comentó Crespo—. ¿Podríaidentificarlo?

Ella ladeóel rostro.Unacosa eradescribirloyotrameterse enunbuenlío.

—No lo sé.Viaunhombreconmuchos tatuajes.Llevabaunabolsadeviaje…—explicó,mirandoaambos—.Saliósinellaysesubióaunvehículo.

—¿Yporquésefijóenél?—Porqueibasolo,sincompañía.Además,noparecíauncliente.

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—¿Quésignificaeso?—Yameentiende,inspector…—No,nolaentendemos—agregóLlanos—.Seamásclara.Ellafruncióelceñoycedió.—Llevaba tatuajes en los brazos y en el cuello, como los jóvenes de

ahora…Teníalacabezaafeitadaydabamiedoverlo…Aeserestaurantevagentemás…fina.Dehabermecruzadoconélenlacalle,mehabríacambiadodeacera…

—Entiendo—murmuróCrespoymiróasucompañero.Llanossacóunafotografía enblancoynegrodel interiorde sucazadoray se lamostróa latestigo—.¿Separece?

Ellaabriólosojossorprendida.—Ytanto.Juraríaqueeselmismo.Llanossemordióellabioymiródereojoasucompañero.—¿Estásegura?—Pues…segura,segura,tampoco…¿Cómovoyaestarlo?—explicó—.

Estaba en el balcón de ahí arriba…Sé lo que vi y sé cuándo alguien entraparacenarycuándono.Esehombreteníaotrasintenciones…Estodoloquepuedodecirle.

—Gracias—respondióelinspectoryguardóeldocumento.—Oslojuro,agentes.Leshedichotodoloquesé.—¿Sefijóenelcoche,señora?—No.Bueno,nosé…Noentiendodeesascosas,¿sabe?—Sí, lo comprendo—dijo Crespo y asintió con la barbilla—.Muchas

graciasporsucolaboración.—Denada…¿Puedoirmeyaamicasa?CresposegiróybuscóconlamiradaalainspectoraLagarde.—Nolosé,pregúnteleaella…—respondió, levantando loshombros—.

Eslaquedalasórdenes.

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CalledeSerrano,Madrid21:45horas

Las tiendas estaban a punto de cerrar, pero el dependiente de la joyería nobajaríalapersianahastacanjearlacomisiónquecobraríaenelúltimominuto.

Conelpagodelencargolesobrabaparacomprarelanillodecompromisoque tenía delante. Era pura belleza: una sortija dorada con tres diamantespequeños en forma de corona. Dolores alucinaría, se quedaría sin palabrascuandoloviera,pensó.Élyaloimaginabaensudedo.Podíaverlagritandosí,entrelágrimas,abrazándoloconfuerzamientrassebesabanconpasión.

—Melollevo—afirmó,conlosojosiluminados.—Eseltrece—dijoelencargado,refiriéndosealtamañodeldedo—.Sile

quedagrande,siemprelopuededevolver.—No será necesario, es su talla—respondió con una sonrisa pícara—.

Ojalánomevuelvaaverporaquí,seríaunabuenaseñal.—Yotambiénloespero,almenos,porunosmeses.Pagóenefectivo,dejandounpuñadodebilletesdeciensobreelcristaldel

mostrador.Lasmariposas del estómago aleteaban con fuerza en su interior.Queríasaltar,gritardealegría.Eraunmomentoimportanteensuvida.Puedeque elmásdecisivo.Estaba a puntodedar ungranpaso. Iba a formar unafamilia.

El vendedor guardó el anillo en una cajita de terciopelo rojo. Antes demeterlaenunabolsadeplástico,éllaagarró.

Elencargadosedetuvoylomiró.—Suerte.—Gracias—dijo,guardólacajaenelinteriordelaamericanaysalióde

lajoyería.Al abandonar la tienda, sintió cómo los nervios se apoderaban de él.

Doloressehabíaidoconlasamigasacenar,porloque,dadalahoraqueera,estaríaempezandosunoche.Teníatiempopararegresaracasa,encenderunas

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velasyponeralgodeinciensoantesdequellegara.Intentórecordarsiteníachampánocavaenelarmarioydecidiópasarporunatiendadeultramarinosparahacerseconunabotelladealcohol.

Regresóalcoche,encendiólaradioyescuchólasnoticiasdelanoche.Miróalasientodelcopilotoyvolvióa fijarseenel teléfonode tapa.La

luz roja no parpadeaba y eso era señal de que no había recibido ningúnmensaje.Nomásencargos,pensó.Despuéscomprobósuterminal.Paraél,lajornada había terminado, así que desconectó el teléfono asociado con laaplicaciónmóvil de la empresa y condujo como un ciudadanomás por lasoscurascallesdeMadrid.Lalocutorainformabadeunaexplosiónenelbarriode Lavapiés. No le interesó el resto de la noticia. No quería llenarse denegatividadantesderegresaracasa.Estabaconvencidodequelosmediosdecomunicación invertíanmás tiempo en noticias desagradables que en deciralgopositivo.Elmiedoylacrispaciónvendíanmásquelasbuenasacciones.CambiódefrecuenciaydioconRockFM.ElgrupoderockAC/DCtocabalosprimerosriffsdeAreYouReady.

—Pues claro que estoy preparado —dijo con una mueca burlona,conduciendoconsuavidad,sujetandoelvolanteconmanomientrasapoyabaelcodosobrelaventanilla.

CruzóelRetiro,pasólaPuertadeAlcaláynotardódemasiadoenllegaraBravoMurillo.

Lascallesdelbarrioestabantranquilas.Elúnicobullicioprocedíadelosbaresymesonesqueservíancenas,queseencontrabanareventardeclientes.Volvió a recrearse en la escenaque acontecería enunashoras.Él, ella y elanillo.

Cuandollegóasucalle,avistóunCitroënPicassodelaPolicíaNacionalestacionadofrentealapuertadesuedificio.

Aparcó, apagó el teléfono de los encargos y lo escondió en elcompartimentodelreposabrazos,juntoalrestodeldinero.

«Debedeserunacoincidencia…Actúasinllamarlaatención».Se aproximó a la entrada, decidido, aparentando normalidad, con la

botella de vino tinto en lamano. Era su noche, su granmomento.Nada lopodíaestropear.Cruzóelvestíbuloyllamóalascensor.Nohabíarastrodelosagentes,porloquesupusoquehabríansidoalertadosparaotroasunto.

Suspiróaliviado.Cuandolaspuertasautomáticasseabrieron,unodelospolicíastocabael

timbre y esperaba frente a su vivienda. Pensó en regresar al ascensor y

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marcharse por dondehabía llegado, pero la actitudde aquel hombreno erahostilniparecíaestarlistoparaunadetención.

Sedejóguiarporsuinstinto.—¿Puedoayudarle?—preguntó,manteniendoladistancia.Elagentegiróelcuello,peronoelcuerpo.—¿Conocealhombrequeviveaquí?—Sí —contestó, deseando no haberse arrepentido de ello—. Está

hablandoconél.¿Sucedealgo?Elpolicíasefijóenlabotelladevinoyluegomiróalsuelo.Enunacto

inconsciente, seechó lamanoa lanucay se frotó lacabeza.Nose ledabamuybiensutarea.

—Me temo que sí. Es sobre su pareja, Dolores Figueras —contestó,tensando la mandíbula y tomando aire—. Su número es el primero queaparecíaenlaagendadesumóvil,asíquehemosintentadolocalizarle,peroteníaelteléfonoapagado.

—Estabatrabajando…—aclaró.Sepusonerviosoalescucharelnombredesuparejaylaexplicaciónquelehabíadado.Pensóquesehabríametidoenalgún lío, pero eso era imposible. Dolores no era así, ella nunca buscabaproblemas—. Quizá estuviera cruzando el túnel de la M-30 cuandollamaron… Soy conductor privado… ¿Me puede explicar qué ocurre conDolores?¿Porquétienensuteléfono?

Elagentellenólospulmones.—Voyaintentarlo…Élcaminóhacialapuertadelaviviendayabrió.Depronto,sequedósinaire.Suhogar,sudulcehogar,yanoeradulcey

tampocolosentíacomosifuerasucasa.—Pase…—dijo,peroelagentese limitóacruzar laentrada,dejandola

puertaentreabierta.Encendiólaslucesypusolabotellaencimadelamesa—.¿Mevaadecirdeunavezquéestápasando?

Elpolicíasefijóenunportarretratosquehabíaenelmuebledelaentrada.Enlafotografíasalíanlosdos,abrazados,enunaactitudcariñosa.Levantólamiradayclavósusojosenelhombrequeteníadelante.

—Su pareja, la señora Figueras, está ingresada en el hospital GregorioMarañón…—explicóconvozfirme,impersonalyneutra—.Supronósticoesgrave,muygrave.Lolamento.

Laspalabrascayeronenelconductorcomohojasdeafeitarquecortabansucuerpo.

Debíadeserunabroma,pensó.

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Elpulsoseleaceleró.—No,noesposible…—Séqueesdifícildeasimilar.—No,nolecreo—replicó.Empezabaaperderlosnervios.Unsudorfrío

leempapaba lanuca—.Doloresha salidoacenarconunasamigas…¿Estásegurodequeeraella?¿Quéhaocurrido?

—Señor…—dijoyseacercóaél.—Nometoque,estoybien.—Su pareja ha sido víctima de una explosión en el interior de un

restaurantedeLavapiés—explicócomopudo.Laspalabrasnolesalían.Parael policía también era difícil expresarlo—. No ha sido la única… Otraspersonasnohantenidotantasuerte.

Lacabeza ledabavueltas.Apoyó lamanoenel tabiqueparanocaerse.Debíadisimularanteaquelhombre.

«Esunacasualidad,unajodidacasualidad»,serepitió.—Pero…—Sucompañeraestáencoma,estodoloquepuedodecirle.—No,nopuedeser…Elagente levantó labarbillaynosupoquéresponder.Lemostrómanos

enungestodesumisión.—LaPolicíaabriráunainvestigaciónyencontraráalosculpables.Estodo

loquepuedodecirle…—No…Cerró los ojos para evitar que las lágrimas se escaparan, pero no lo

consiguió.Elhombredeuniformelediounapalmadaenlaespalda,amododeconsuelo.

—Lolamentomucho.—¿Cuándopuedoiraverla?—Le llamarán del hospital en cuanto sea posible… ¿Tiene a alguien

cercanoconquienpasarlanoche?LaúnicapersonaeraDolores.Metiólamanolibreenlachaquetaysacólacajitadeterciopelorojopara

mostrárselaalpolicía.—Leibaapedirmatrimonioestanoche—contestóconlavozhundidaen

dolor—.Ledijequeestetrabajoeratemporal.Elagenteresopló.Nosupoquédecir,yaquelasituacióneradesgarradora.—Relájese, intente descansar y espere a que le avisen…Es importante

mantenerlacalmayconfiarenquetodosaldrá…

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—Gracias, agente—dijo, antes de que terminara la frase y le invitó amarcharse—.Estarébien.

Elpolicíallamóalascensorydesapareció.LacasaaúnolíaalperfumedeDolores. Cerró los ojos. Quiso gritar, romper las paredes, destrozar losmuebles.

Peroesonoleibaadevolverasupareja.Teníaqueserunacasualidad.Debíandehaberlaconfundidoconotrapersona.

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CentrodeMadrid23:45horas

Otro café de máquina, otro puñetazo a las tripas. La planta de su oficinaestabavacía,exceptuandoalosquehacíanguardia.Aquellacomisaríanuncacerraba.Siempreocurríaalgunadesgracia.

Abrió el cajón del escritorio, sacó una caja de Omeprazol y tomó uncomprimido. A menudo, sentía como si tuviera un volcán en la boca delestómago. Los latigazos eran insoportables. Algo se cocía allí dentro,pensaba, pero no quería que lo notaran sus compañeros. Si perdía aquello,estaríaenlaruina.

Sobre la mesa tenía varias carpetas desordenadas: informes antiguos,documentación sobre bandas callejeras y fotografías fotocopiadas. Al otrolado del cuarto, el inspector Llanos leía, con los pies apoyados sobre elescritorio.

Crespo comprobó la hora en la pantalla del teléfono. No tenía ningunallamadaperdidadesufamilia.

Se acercó a la mesa y movió el puntero del ratón hacia el icono delnavegadorweb.Abrióelbuscadoryesperóvariossegundos.LosLópezeranuna organización pequeña pero sólida. No se necesitaba una red muypoderosapara teneramediaciudadacobardada.Comoentodafamilia,paraellostrabajabanlosasociados,eleslabónmásbajodelacadena.Estabanportodas partes, pero no se les podía acusar de colaboración. Crespo habíalogradometer a algunos en la cárcel, pero aún quedaban otrosmuchos sinidentificar. Trabajaban por dinero, ya fuera una extorsión o un robo, sinconocer el origen de la orden.No les interesaba.Amenor contacto,menorriesgo.Porencimaestabanlosreclutas,tambiénajenosalafamilia,peroconungradodeconfianzaquelosotrosnotenían.Estossellevabanunacomisióndelosasociados,ademásdecobrarparaquetodosalierabien.Habíanlogradoidentificaradosdeellos.SobrelosreclutasmandabaAgustínLópez,hijodel

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jefe, un criminal con antecedentes por agresión y gerente de un taller devehículosyunadiscoteca.EralaprimeralínearojadellosLópez.Porencimadeél,seencontrabaManuelLópez,padreylíderdelaorganización,juntoasus otros hermanos. La familia gestionaba los alquileres de la mayoría dealmacenesdePozuelo,seencargabadeque las tiendasdeTetuányElPilarpagaran su diezmo y se aseguraban que cada camión de empresa quedescargaba en su área, entregaba un porcentaje de la venta. Sin duda,emprendedoresconvisióndenegocio.

Ahora, gracias a una compra de terrenos en el emergente barrio deLavapiés, repetían la operación, a pesar de las mafias nigerianas,latinoamericanasyasiáticasqueserepartíanelpasteldesuscalles.Porsuerte,a losLópezno les interesabaelnegociode ladroga.Era turbioy salpicabaconsangre.

De todos ellos,Crespohabíadedicadovarios añosde investigacióna lacaza y captura de Manuel López, el mayor de los tres hermanos y líderintelectualdelabanda,conocidocomoeltíoManolo,ungordinflóndepeloenpecho,bigotetiesoycalvabrillante.Elmismoquelohabíaamenazadoconquitarlesufamilia.

Manuel se dejaba ver, sin miedo alguno, por los lugares donde leconocían, por los bares de su barrio, por las fiestas de la Paloma y por lascallejuelasdelcascohistóricodeMadrid,siempreconlaparpusa,comobuencastizo,sucaracterísticachaquetadetweedylacompañíadesuesposaodesuhijoAgustín.

El inspector sehabía cruzado con ellos ennumerosasocasiones,muchoantesdequepusieranprecioasu investigación.Manueldetestabaa la leyysiempre intentaba ponerla en evidencia. Crespo sabía que tras la fachadahumildedeesehombre,existíauntipoimpasible,cruelyrencoroso,criadoenunadictaduraquehabíamaltratadoalossuyos.Conlalecciónaprendida,conel tiempo supo ganarse el respeto de los vecinos de su territorio a base defavores,perotambiénconamenazas,fraudeyextorsión.SuhijoAgustíneralaconsecuenciadelasprácticasdelpadre.

Laaltivezylaviolenciaibansiempredelamano.—¿Por qué no te vas a casa? Aquí no haces nada, Crespo —espetó

Llanos,aburridoconelinformequeteníadelante—.Séloqueestáspensandoyesposiblequetengasrazón,peronoexistenpruebas.

Crespoeraincapazdeusarlacabeza.—¿Dequéhablas?

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—Teestás preguntandoqué hace el peruano trabajandopara losLópez,¿verdad?—planteóLlanos—.Le he pegado un vistazo a la documentacióndelrestaurante…Lombardonosoloeradueñodellocal,sinoquetambiénsehabíahipotecadoparacomprarelterreno.

—Así que el ataque era contra el propietario y no contra un cliente enparticular.

—Esoparece.—Curioso…YlosLópezleofrecieronquesemarchara.—Peroelitalianosenegó.Llanoshabíasidomásrápidoylistoqueél.El peruano era como llamaban aCarlosAndrésMínguez, el sujeto que

aparecíaenlafotografíaqueCrespolehabíamostradoalatestigo.MínguezhabíanacidoenLima,hijodepadreperuanoymadreespañola.

Estabafichadopor laPolicía,pero teníaelexpediente inmaculado,másalládelasdenunciasquehabíaacumuladoporagresión.Sinembargo,nuncallegóapisarlacárcel.Lasdenunciasdesaparecíancomoporartedemagiaantesdequeseenviaranalosjuzgados.

Los chivatos de la calle decían queMínguez era un tipo peligroso, convarioscadáveresasuespalda,peroeransolobulosynosepodíademostrarquelohubierahecho.SelerelacionabaconlosTrinitarios,unadelasbandaslatinas más sanguinarias de la capital, pero no existían evidencias de quetuvieracontactoconellos.

Para Crespo, era obvio queMínguez era el autor del atentado, aunqueseguíasinentenderquelohubierahechoparalosLópez.Sialgodestacabaenlafamiliaeraelracismoylaxenofobiaantecualquieraquenofueseespañoly,enocasiones,madrileño.

—DeberíamoshablarconMínguez—sugirióCrespo,mirandodereojolafotografía.

Elcompañerodejólosdocumentossobrelamesa.—Esmejorquetevayasacasaydescanses.Lainspectoratienerazón.Tu

aspectoeslamentable.—Vetealcuerno,Llanos.—Telodigocomocompañeroyamigo.Deberíastomarundescanso.Cresposelevantó,agarrósuchaquetaycaminóhacialapuerta.—Bastadetusgilipolleces.—¡Eh!¿Adóndevas?—Quetejodan,tronco.

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Bajó las escaleras, salió de la comisaría sin despedirse y caminó cuestaarribahasta laplazadeSantoDomingo.Sacóuncigarrilloyse loencendiócontorpeza.

Exhalóelhumo.Lapazregresóporunosinstantes.Allítodosignorabanlosucedido.La ciudad funcionaba adiferentesvelocidades.El rótulode laCafetería

Oskar resplandecía y sus dos plantas estaban a rebosar de personas. Legustabaaquelsitio,erasimple,baratoyteníalosmejoressándwichesdedosplantasconhuevofrito,delaciudad.Sesentíabienenesaplaza,enmediodelmeollo,delosvagabundosquedormíansobrelosbancosdepiedra;delavidaydelmovimiento,apesardequefueraunpuntodeencuentropara turistas,currantesymendigos.

—Serás cabrón, Llanos… —murmuró, fumándose el pitillo conintensidad.

¿Una señal?, se cuestionó mirando al cielo. Era el caso de su vida, lainvestigación a la que había dedicado años y tiempo que pertenecía a sufamilia.Sedijoquesivolvíaameterlasnaricesenella,teníaqueestarsegurodequepodíaacabarconellos.

Delocontrario,lasconsecuenciasseríandesastrosas.Apagólacolillaenunapapelera,cruzólaaceraysemetióenlacafetería.

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HospitalGregorioMarañón,Madrid23:56horas

Lallamadanuncallegó,asíquefueélquieninsistióporteléfonohastabuscarunaalternativa.

Esepolicíalehabíacontadolaverdad.Dolores había entrado en coma y estaba ingresada en la Unidad de

Cuidados Intensivos.Con el corazón desgarrado, condujo hasta elGregorioMarañón y buscó la UCI. El panorama era desolador. Olía a muerte, adesesperaciónyaputrefacto.Porsuerte,nofuetestigodecómometíanalossupervivientesallídentro.Seencontróconlaslágrimasdelosmásallegados,coneldolordequienpideagritosunaexplicacióny la tristezadeaquellosque comienzan a aceptar el desenlace. Cuando preguntó por ella, unaenfermeraleinsistióenquesecalmara.Éltansoloqueríaverla,aunquefueradelejos.

Esperómásdemediahoraenelexterior,intentandoacallarlamente,peronopodíaconseguirlo.Enelfondodesuspensamientos,sesentíaculpableporlo ocurrido. Todavía existía la remota posibilidad de que aquel tipo nohubiese sido el mismo que había tirado por los aires el restaurante. Unpensamientoingenuo,perodebíaagarrarseaalgoparalibrarsedelinfierno.

—Esustedsupareja,¿verdad?—preguntóunamédicojoven.—Sí,¿puedoentrarya?—Espere—dijo,deteniéndoloconlamano—.Legalmente,nopuede.Por

subienyporeldetodos…—Seloruego.—Tiene que prometerme que no se acercará a ella y que después se

marcharáhastaquelasubanaplanta.—Harétodoloquemepida,perodéjemeverla.Ellalomiróconcienzudamente.Eraunhombredesesperado.—¿Seencuentrabien?

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Élseextrañó.—Sí,¿porqué?—Debería dormir un poco… —contestó, poniéndose en su lugar de

algunamanera—.Venga,poraquí.Notó la preocupación del resto de familiares de los ingresados, que

esperabansentadosen labancadadeplástico.Cruzóunpasillo,evitófijarseenquienesocupabanlascamasysiguiólospasosdeesamujer.

Allí, al fondo, entre aparatos, estabaDolores, asistida por unamáquinaque le ayudaba a respirar. Su rostro angelical parecía tranquilo, como sidurmieraconplacidez.Unfuertegolpeemocionalseapoderódeél.Aguantólas lágrimas y el equilibrio. La voz le temblaba, el sudor frío recorría sucuerpoyelcorazónleestabaapuntodeestallar.

—Oh…Doloresteníalamitaddelrostroencarneviva,quemadoporlaexplosión.

El olor de aquel lugar era desagradable. La mujer le tocó la espalda consutilezaparaquesegirarayregresaraalexterior.

—Ahoradebemarcharse.—Espere…—Losiento,melohaprometido.—Sí,yasé,pero…—Deveras,nopuedeestaraquí.Lossegundosseconvirtieronenhorasyladistanciadelpasillosevolvió

kilométrica.Cuandoabandonóeledificio,elairedelexteriorparecíamáslimpioque

nunca.Depronto,lospulmoneslevolvíanafuncionar.Se dirigió al coche, abrió el compartimento del reposabrazos y vio el

teléfonodeconcha,juntoalsobrequeconteníaeldinero,talycomolohabíadejadotodoantesdesubiracasa.

Lalunallena,másgrandequeotrasveces,resplandecíaenunalúgubreycerradanochemadrileña.

Pensó en el policía que le había dado la noticia. Su expresión, dedesconsuelo e impotencia, lo dijo todo. Nunca encontrarían a quien estabadetrásdeloshechos,almenos,enunlargoperiododetiempo.Enelmejordelos casos, el culpable pagaría con años de cárcel, pero la sociedad prontoolvidaríaelreguerodesangrequehabíadejado.

Habíasidocómpliceaciegas.Esaeraunamalditaironíadeldestino.Lossentimientosdeculpaydeimpotenciaeransuperioresaél.

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Debía hacer algo para compensarlo, y quitarse de encima ese pesoinsufrible.

—Nolopermitiré,Dolores—dijo,conlasmanosapoyadasenelvolante,antesdeencenderelmotordelcoche—.Porti,porlosdemás…Sufriránporloqueoshanhecho,telojuro…Unoauno,pagarántodos.

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9

CuestadeSanVicente,Madrid10:30horas

El futuro, el suyo, al menos, cambiaría para siempre. Había sido el fin desemanamáslargodesuvida.

Lanoticiallegóalosperiódicos,aunquenotuvodemasiadatrascendenciaen los informativos nacionales. Cincuenta segundos en la televisión almediodía,esofuetodo.

Sesintiódesolado,culpableysinganasdevivir.Durantelassiguientesveinticuatrohoras,elnúmerodefallecidoscreció.

Lasvíctimasmásgravesnolograronestabilizarse.La noche del sábado apenas durmió. La ansiedad era superior al

cansancio.ElpisodeBravoMurilloseconvertíaenunajaula.Tododependíadel momento, de cómo se encontrara, de cuál fuera el pensamiento que lotorturabaeneseinstante.

No avisó a los familiares de Dolores, ya que, a los veinticinco, habíaquedadohuérfanadepadreymadre,acausadeunaccidentedoméstico.Unescapedegasenlaviviendaselosllevósinavisar.Doloresnoteníahermanosylarelaciónconsusprimoseradistante.Prefirióesperar.Élseharíacargo.Porsuparte,tampocolecontónadaasufamilia.

Noestabapreparadoparamentirlessobreelasunto.Las únicas llamadas de ese día fueron a la comisaría, donde solo

consiguióunestufidoporpartedelagentequeloatendióalteléfono.Las imágenesdesuparejapostradaen lacama,conel rostroheridopor

las quemaduras y los ojos cerrados a causa del coma, le estaban haciendoperder la cordura por momentos. Debía actuar al respecto, aportar unasolución, una alternativa. Sus ojos se desviaron hacia la pantalla cuandoescuchó a alguien hablar. En la tele apareció un tipo italiano, el dueño dellocalquehabíavoladoporlosaires.

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—No tengo nada que decir. Esto ha sido un tremendo ataque a mipersona…malaPolicíasabequiénestádetrásynohacenadaporevitarqueellos ganen —declaraba indignado un hombre de pelo largo y oscuro,mezclandolaspalabrasencastellanoeitaliano,confuerteacentoflorentinoyunanarizaguileñaquellamabalaatención—.Unacosaquenoncapisco.

SilaPolicíasabíaquiéneraelresponsabledeaquello,¿porquénohacíanada al respecto?, se cuestionó.Lavía legal, en esos casos, no siempre erajusta, ni tampoco rápida. En su interior, tenía la respuesta y conocía losculpables.Perounadenuncianoarreglaríanada.

Eraunabatallaperdida.Ellunesporlamañanaselevantónervioso.Nohabíatenidonoticiasdel

hospital,locualnoeranibueno,nimalo.Semetióenelcoche,activólaaplicacióndelaempresaydescartótodas

lasdemandasdeserviciosqueaparecíanenelsistema.Esperóquenollamarala atención.Al finyal cabo, lapolíticade los empleadosera lade trabajarcuandounoquisiera.DejólaPlazadeEspañaatrásycondujoporcallejuelashastaencontrarunlugardondeaparcarcercadelacerveceríadelosjamones.

La clientela era la habitual. Un hombre sujetaba su copa de coñacmientrasmirabaatentoalamáquinatragaperras.Otrotomabacaféenlabarrayleíaeldiario.Porlatelevisiónhablabandelasituaciónpolíticadelpaís.Losdosempleados semovíanpordetrásde labarra.Al entrar, el tipodebarbablancalevantólascejas.Agarróuntrapoamarilloylopasóporunavitrinadecristal.

—Buenas…—saludó,tomandoaireyacercándosealostaburetes.—¿Qué hay, chaval?—le preguntó al camarero, cordial, sin demasiado

afán—.¿Yadelunes?—Sí.Elhombresoltóunarisacómplice.—¿Quétepongo?—Uncafé solo, por favor—lepidió, después se sentó enun taburetey

puso los codos sobre la barra. No sabía cómo abordar la conversación,teniendo al desconocido que leía el periódico a menos de un metro. Leasombrólanormalidadconlaquetrabajabanallídentro,comosilamatanzanofueraconellos.Nadiepodíasospecharqueaquelsitioeraunatapadera.Sepreguntósielhombrequeleestabapreparandoelcafé,eraconscientedeloquehacía,deldañoquecausabaporunmontóndebilletes.Respiróhondo.LomásprobableeraqueesedesgraciadonisiquierasupieradeDolores.Lamentóhaberaceptadoaqueltrabajo.

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Elhombreregresóconunatazayunplatitoredondo.—Aquívaelcafé.—Gracias…—dijosinlevantarlavista.—¿Ocurrealgo?Tienesmalacara.Élmiróalotrocliente.—Necesitohablarcontigo—dijo,finalmente.—¿Conmigo?Aquíno.—Tengounapregunta.Elcamareroparecióincomodarse.Seacercóalcompañeroylepidióque

cobraraalclienteparaquesefuera.Esolodistraería.Actoseguido,seapoyóenlavitrinayseacercóalconductor.—Nohaymástrabajo,porelmomento…—susurró—.Habráqueesperar

aquesecalmenlascosas.—Entiendo—contestó,sinsabermuybienquédecir.Elhombreserascólabarbaylediountoqueenelantebrazo.—Tranqui, mozo. ¿Es que no cumplieron su palabra? —preguntó,

haciendoreferenciaaldinero.—Sí,sí.Noeseso.—¿Entonces?—¿Podríasdecirmeparaquiéneraelempleo?Lapreguntacausódescontento.Lamiradadeltiposevolviófríayhostil.—Pero,¿túdequévas?—Solotengocuriosidad.—Lacuriosidadmataalgato—sentencióenfadado—.Yatehedichoque

no.Además,soyyoquienavisa.¿Entiendes?Siguecon tuscarreritaspor laciudadyyahabrátiempoparamásrecados.

—Solo intento cubrirme las espaldas, tener algo que decir, por si laPolicía…

—¡Eh, chavalito! —exclamó con su fuerte acento cheli, levantando lamanoymoviendoelíndice—.Nilamenciones…Loquehapasado,lepuedepasar a cualquiera… Así que déjate de historias, que ya sabes de qué vaesto…Además,cadadía semueremuchagenteporahí, enelmundo…Lavidasigue.

—Claro…—respondió,reprimiendolafuria.Asíeracómoesecabrónloveía todo, pensó.Números, dinero…Si hubiera podido, lo habría asfixiadoconsuspropiasmanosallímismo,peronoeralomásinteligente,asíqueoptóporlargarse—.Anda,cóbrate.

—Déjalo—dijocondesprecio—.Invitalacasa.

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—Muyamable.Sus palabras lo llenaron de ira y la carcajada final fue el broche a una

conversación odiosa. Se levantó para ir al baño antes de abandonar el bar,cuandovioelteléfonopúblicoalfinaldelpasillo.Elcamareroobservabasusmovimientos.

—Hazmecasoytómateundescanso…queparecequetehayaafectadoytodo.

—Claro—dijoél—.Alfinyalcabo,lavidasigue…—Esoes…—contestóconunasonrisaburlona—.Vuelvepronto,anda.—Notengasdudadequeloharé.Salió de la cervecería y volvió al coche. Abrió la guantera y tiró el

teléfonodelosrecadosalacalle.Seprometióquelapróximavezqueregresaraaeselugar,unodelosdos

acabaríamuerto.

CañadaReal,Madrid18horas

ElrincónmásmiserabledeMadrid.Así lo habían definido en el programa de investigación que había visto

mientrascomíaensudomicilio.Sindemasiadoesfuerzo,solotuvoquebuscaren Google sobre armas ilegales en la ciudad, para dar con un reportajesensacionalistadeuncanalprivado.Enél, explicaban lo fácilque resultabahacerse con un arma ilegal. La idea germinó de la semilla que se habíaplantadohorasantes,mientrasaguantabalainsolenciadelempleadodelbar.

Debía protegerse y vengar a Dolores. El dinero ya no tenía ningunautilidad.Estabamanchadodesangre,desupropiasangre.

Prestóatenciónalasindicacionesquedabaelreporteroysepreparóparaseguirsuspasos.

Armadodevaloryconelmiedoenlasentrañas,condujohastalabarriadade chabolas que lindaba entreVallecas y laM-50.La adrenalina inundó sucuerpo.Consciente del peligro que corría al entrar en el feudode la droga,avanzóporlascallejuelasdetierra.Sucaralodelataría,letomaríanelpeloy,conmala suerte, se aprovecharían de él. Pero la desesperación nublaba suspensamientos.

A medida que las chabolas y las basuras comenzaron a multiplicarse,entendióquehabíallegadoasudestino.Precavido,condujohaciaunamujer

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que caminaba en círculos, a escasos metros de una vieja casa de ladrillo.Tenía un aspecto horrible y vestía con trapos harapientos. Aminoró lavelocidad y encendió las luces para llamar su atención. Después bajó laventanilla.Cuandoladesconocidaloviollegar,sedetuvo.

—¿Quéquieres?Contóhasta tresysedirigióaella,usandola jergaquehabíaoídoen la

televisión.—Unacacharra.Lamujerlomiródereojocondesconfianza.—Nosénada.Él no insistió y continuó su trayecto.Dos hombres fumaban junto a un

bidóndegasolinaquehabía frentealportaldeotracasa ruinosa.Sedetuvoantelapareja.

—¿Quéhay?—preguntóunodeellos,confuerteacentomagrebí.—¿Tehasperdío?—cuestionóelmáspálido,carcomidoporlaheroína.Losdosseacercaronalaventanillaconinterés.—¿Dóndepuedoconseguirunapipa?—¿Paraqué?—preguntóelextranjero.Nosefiabadeél.—Esonoteimporta.Tengodinero.Losdossemiraronensilencio.Laspalabrassurtieronefecto.—Esperaaquí—dijoeldrogadicto.—Tengoprisa.—Unminuto,coño…—insistióelotro.El magrebí, que tenía un aspecto más saludable, llamó por teléfono a

alguien mientras el otro pegaba un vistazo al vehículo. En cualquiermomento,podíasucederunimprevisto.

Alrato,regresóelhombredelallamada.—Vealfinaldelacalle.Teesperan.Sindar lasgracias,metióprimeray subió laventanilla, rezando todo lo

quesabíaparaquenofueraunaencerrona.Debidoalosnerviosyalsubidónde adrenalina, no tuvo tiempo para asimilar la situación.De hacerlo, ya sehabríalargadodeallí.

Dejóaunladouncampamentodemiseriaypobreza,cuandootrohombre,detezoscuraymiradapeligrosa,lehizounaseñalparaquesalieradelasfalto.Siguió las indicaciones y sacó elmorro fuera de la carretera.A doscientosmetros,unchicocomprabadrogaauncamelloaplenosoldelatarde.

—Ven, aquí, aquí… —indicó el desconocido para que saliera porcompleto.Después echó a andar por una sendaque lo llevaba a unapuerta

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metálica.Siguiósuspasossinbajardelvehículohastaque leordenóqueseparara.

Quieto,apoyadosobreelasientodeunamoto,elhombreesperóaqueseacercaraél.Tomóaire,saliódelvehículoyrezóloquesupo.

A lo lejos se podían escuchar los motores de los camiones queatravesabanelcinturóndeMadrid.

—Asíquequieresunarma…—Sí—dijoélconlacabezatemplada.—¿Paraqué?Suspiró.—Unasuntopersonal.Elhombrelomiródearribaaabajo.—Yaveo,ya…¿Dequésetrata?¿Unatraco?¿Unamujer?—Preguntasmucho,¿nocrees?—Esparaaconsejartemejor.—No,nadadeeso…—respondió,saliéndoseporlatangente—.Unajuste

decuentas.—Ya…Tienesdinero,¿no?—Sí,peroantesquieroverla.—¿Cómo la vas a ver, si ni siquieramehas dicho lo quenecesitas?—

preguntódesafiante.Nonecesitóunarespuesta.Conversurostrolebastó.Élnosabíanadasobrearmas,másalládeloquehabíavistoenlatelevisión—.Enfin,mira…Tepuedodarunrevólver,queeslomásmanejableylomejorparanodejarrastro.

—¿Rastro?Sí,pareceunabuenaideaparaloquequiero.Elhombrelomiróconsorna,alverquefingíasaberdeloquehablaba.—Un38milímetros,manejable,pequeñoyestenodejacasquillos,como

elochooelnueve…Lossacasdeltamborcuandoacabes,yya.—Entiendo.Yelrevólver…¿Tienehistorial?—Nunca…Esrobado,perosilotuviera,nolotendríaconmigo.—¿Quéhaydelamunición?—Atreseurosporbala.Anoserquequierasunacajaentera…Elconductorserascóelmentón.—¿Porcuánto?—Dosmileuros,máslasbalas.El contrabandista le dio un precio elevado, pensando que su cliente

negociaría,peroestabaequivocado.—Estábien,melallevo.

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Elhombreserio.—No,no.Estonovaasí…—comentó,selimpiólacomisuradeloslabios

con los dedosy sacóun teléfonomóvil—.Esta noche, a esode las siete…DateunavueltaporelbarMunich,alasalidadelmetrodeOporto.

—EsoesCarabanchel.—Así es, compadre—confirmó—.Lleva laguita contigoymi socio te

encontrará.Noentendiónada,perosupusoqueseríaelmododeproceder.—Vale…Allíestaré.—Suerteconlotuyo.

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PaseodelasDelicias,Madrid11:00horas

La alarma del reloj no logró despertarlo. Cuando abrió los ojos, elapartamento estaba vacío. Llevaba una camiseta interior blanca y habíaolvidado quitarse los calcetines. La jaqueca era molesta. El exceso decansanciocomenzabaamanifestarse.

Remoloneómediominuto,agarrándosealaalmohada,deseandoquedarseallíparasiemprepero,unavezdespierto,nologróconciliarelsueño.

—Joder…—lamentóalsentarsesobreelcolchón.Su esposa no estaba en la casa. Encima de las sábanas había dejado el

pijama y un desorden de ropa que era habitual. Las prisas de lamañana leproducíanansiedad.

Cuandorecobrólalucidez,avistóunanotabajolalámparadelamesilla.Estabaescritaamanoyseimaginóelcontenido.

Laagarróyleyó.—Tenemosquehablar.Porfavor,nopuedomás—murmuróenvozalta.

Despuésladoblóyladejósobreelmueble—.Hablar,hablar…Sufríaescuchandoaquello,apesardequenoeralaprimeravezqueselo

pedía.Ledolíaperderlaporquenoseimaginabasusdíasensoledad.Ysilohacía,elescenarionoeraprometedor.

Sediounaduchayfuehastalacocina.Buscólacajetilladecigarrillosqueescondíayprendióuno.Luegopreparócafé.Enelfregaderohabíatresplatossucios,manchadosdemermeladaymigasdepan.Aquellugarseparecíamásaunapensiónqueaunhogarfamiliar.Yéltampococolaborabaparaquelasituacióncambiase.

Perolosremordimientosseesfumaronantesdequeterminaraelcigarrillo.Volvióapensarenelcaso,eneseMínguezyencómolorelacionaríaconlosLópez.Esapandadecabronesnopodíasalirairosadeunamatanzaasí.

Estavez,no.

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Eran varios los chivatos que habían largado información sobre él, peroantesinterrogaríaaeseitaliano.Teníasuertedeseguirvivo,asíquenopodríainconvenientespara respondera suspreguntas.Otracosaeraque le fueseacontarlaverdad.¿Enquéandabanmetidos?¿Enunsusto?¿Enunajustedecuentas? ¿En el inicio de algo más grave? Derramar sangre conllevabaconsecuencias desastrosas.No era su sección, ni tampoco su investigación,perosilacosaibaporahí,lainspectoraLagardedebíaserinformada.

Setomóelcaféenunpardesorbosysepreparóparasaliralacalle.Noestabadebuenhumor,niteníaganasdesubiralmetro.Conlaexcusadequesu comisaría se encontraba cerca de la Plaza de España, Marisa usaba elcochetodaslasmañanas.Estabaharto.Sisedivorciaba,yapodíadespedirsede él también. Por desgracia, no tenía la solvencia para comprarse uno. Sesintió como unmiserable, salió a la calle y caminó hasta Embajadores. Elcielo estaba despejado, pero la brisa era bien fría. Con un poco de suerte,encontraríaaeseLombardolimpiandolosescombros.

Los callejones de Lavapiés guardaban otro aspecto a la luz del día.Algunosseguíanoliendoaorínylasuciedadnoseescondíaconlosrayosdelsol, aunqueciertadecadencia tenía su encanto.Pero era lunesy lo eraparatodos. Eso significaba que los comercios abrían, la presencia policialaumentaba y las tonterías de los más pícaros se aparcaban a un lado, almenos,hastaelcrepúsculo.

Elteléfonosonó.Erasucompañero.—¿Dóndeparas?—Esmidíalibre,Llanos.—Disculpa, lo había olvidado —respondió con voz pausada—.

Últimamentemeconfundescontushorarios.—Voydecaminoalrestaurante,parahacerleunavisitaaeseLombardo.Crespooyócómoelotrochasqueabalalengua.—Deesoqueríahablarte.—¿Ledoyrecuerdosdetuparte?—Lagardenoquierequenosmetamosenesto.Escosadeellos.—Venga,nomejodas.—Lorenzo…—Tambiénesnuestra,soloquehayquebuscarunarazón…—Déjaloestar,¿vale?Tepuedesmeterenunlío.Lagardetieneelapoyo

delcomisario.—Pero,¿quémeestáscontando,tronco?—Quenoquierolíos,Crespo,queestonovadenarcóticos.

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—Me importa un bledo, la verdad. Fuiste tú quien insistió enmeter elhocico.

—Hecambiadodeopinión.Nomegustanlasconfrontacionesyesto…—Espabila,chato…Estovadecolgarsemedallasyencontrarunculpable.

Eso es lo que quiere Lagarde. Me decepcionas… Ni que fueras nuevo,Llanos…

Elotrovolvióasuspirar.Cresponoentrabaenrazónniteníaintencionesdehacerlo.

—Escúchame bien, yo estoy contigo y lo sabes, pero ahora no es elmomento…Tedejo,quetengounavisita.Llámamecuandotermines.

—Adiós—respondió el inspector con rabia. Ya le podían joder bien aLlanos, pensó enfadado. Detestaba aquello del yo te creo pero mejor nosapartamos. Era un cobarde y estaba seguro de que esa víbora le habíaamenazadoporvíatelefónica.

Seencendióuncigarrilloyechóunvistazoporlosalrededores.Entendióque,o lamemoriacolectivaolvidaba rápidoo losvecinos intentabanseguirsusvidasconnormalidad.

Subió por la cuesta hasta la escena del crimen y, tal y como habíaimaginado,seencontróaRobertoLombardodandoexplicacionesalperitodelaaseguradora.

Laexplosióndejóellocalinútil.Vistoalaluzdelamañana,laimpresiónque tuvo fue menos desagradable que cuando acudió con Llanos. Losserviciosdelimpiezahabíanbarridoloscristalesdelsueloyhabíanlimpiadolasangreylosescombrosquelograronalcanzarlaacera.Elrestauranteestabaoscuro, cubierto de hollín y con una pared abierta. Aún persistía el olor amaderaycarnechamuscada.

Elinspectorseacercóalapuertaeintentóaccederal interior,cuandoelempresariosegiróparadetenerlo.

—¡Eh! ¿Adónde creequeva?—interrogó conhostilidad—. ¡Nopuedeentrarahí!

Cresposeidentificó.—Quierohacerleunaspreguntassobrelosucedido.Lombardo se echó lamelenahacia atrás.Noparecía convencidocon su

presencia.—Nadiemehaavisadodequevendrían.—No necesitamos hacerlo—dijo Crespo ymiró al perito—. Le robaré

unosminutos…nomás.Eldueñodellocalpensóenunaformadeexcusarse.

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—Escuche…Yalesdijetodoloquesabía—explicó,gesticulandoconlasmanos—.¿Esquenoloentiende?¡Hanatentadocontramipersona!

Losviandantesmáscuriososmirabandereojo,atraídosporlareaccióndeaquelhombre.ACresponoleimpresionósuteatro.

—Bajelavoz,¿quiere?Hablemosdentro.—Estábien,estábien…—contestóylepidióalhombredelaaseguradora

queesperaraallífuera.El salón donde estaban lasmesas, ahora era una habitación oscura, sin

muebles y sin alma. Con cuidado, caminaron hasta la barra. El italiano seacercóalamáquinadecaféqueteníadetrás,unadelaspocascosasquehabíaresistidoalaexplosión.

—Bella…—dijo,acariciandoelaparato—.¿Café?—No,gracias.—Como quiera —respondió y se preparó uno para él—. Y bien,

inspector…—Crespo.—Inspector Crespo…—repitió, moviéndose, llenando el filtro de café

molido y colocándolo a presión. Cuando terminó, se giró hacia él—. ¿Quéquieresaber?

Elinspectorsacólafotografíadelbolsillodelachaquetayselamostró.—¿Lesuena?Lombardoestrechólascejas.—No.Nunca lohevisto—contestó.Sumirada teníaunhalode rencor.

Pulsóelbotón,lamáquinacomenzóafuncionaryelcafésalió.Despuésllevóla taza a la barra y volvió a contemplar la foto—. ¿Fue el cabrónque hizoesto?

—Sinoloconoce,¿porquépiensaqueesuncabrón?El italianoseechóhaciaatrásymoviólamanoquetenía libre,antesde

hablar.—Esevidente,inspector…Simelomuestra,esquehahechoalgomalo.

¿No?Estánbuscandoaesehombre,nosoyunidiota…—¿Le suena el apellido López? —preguntó Crespo. El café se le

atragantó—.¿Estárelacionadoconlapuñaladaquesufrióhaceunosmeses?RicardoLombardosepusonervioso,sacóelpechohaciadelanteyjuntó

losdedos.—¡Yaselohedichotodo!Miabogadonomepermitehablardeello…—

exclamó, dándole énfasis a la frase con lamano—.No se puede hablar de

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ellos,nadiequierehacerlo.¿Porquéyo?No,no,no…Yosonnolegal,¿sabe?Sololaboroenelrestaurante,nobuscoproblemas…

—¿Leprestarondinero?—No,no.¿Nomeheexplicado?Todolegal.—Estagentepuedesermuyinsistente.Lombardoseacercóalacaradelpolicía.—Yonosabíaqueesteterritorioerasuyo.¿Comprende?Cresposerascólabarbadevariosdías.Lombardoyalehabíadichotodo

loquequeríaoír.Apartirdeahí,el restoseríanembustes.Enocasiones, loomitidoeramásimportantequeloquesedecía.

—Comprendo…Graciasporsutiempo.Sussospechassecumplieron.Ahoranecesitabaprobarloqueesehombre

decía.Cuandosediolavuelta,porelrabillodelojoviocómoelempresariolehacíaungestodeenfado.

Saliódeallí conelmismosigiloconelquehabíaentrado,deseandonoregresarporningúnmotivo.

Caminó hacia la calle de Atocha, con intención de alcanzar la PlazaMayor.Lanormalidadaparente,eraúnicamenteilusoria.

Nadie estaba a salvo, aunque la gente se convenciera de lo contrario,pensó. Era su día libre, pero qué importaba eso, si no tenía con quiéndisfrutarlo.Alcarajocontodos,sedijo,hartodelasadvertencias,losruegosylosembustes.Llanoslehabíadadolaespaldayélsehabíacansadodeperderuntiempodelquenodisponía.

Si se adelantaba a esa inspectora, tal vez le dejara formar parte de suequipo.

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Carabanchel,Madrid18:00horas

Acudióenmetroparaquenovieransucoche.Necesitabaprotegerse.Durantesuviaje,sediocuentadeello.Primero,habíacometidounerrorregresandoaese bar, con una actitud fuera de lugar. Segundo, se había deshecho delteléfono móvil. ¿En qué estaría pensando cuando lo hizo?, se reprochó.Siendo cómplice y testigo, en cualquier momento, podían ir a por él ymatarlo.Seencontrabaenunasituacióndelicada.

Fingiónaturalidad,pero leeradifícilmantenerse tranquilo.Nuncahabíallevadotantodineroencima.

Salió de la estación por una boca de metro que daba a la plaza. Losvehículos atravesaban la glorieta a toda velocidad. Allí el entorno eradiferentealdelcentro.Lamayoríadebloquesdeviviendasteníaunaspectosimilar, con ventanas rectangulares, toldos en los balcones y fachadas deladrillorojo.

Un distrito obrero, humilde, como el de cualquier otra ciudad española,sinnadaespecial.

Caminóhacialaesquina,dejandoatrásunlocaldeapuestas,ysiguiólasindicacionesqueelnavegadordelteléfonolehabíadado.Comprobólahora,llegaba a tiempo. Pasó por delante de una tienda de comestibles latinos,después por un locutorio y una peluquería. Junto a una vieja barbería,encontrólasmesasqueformabanlaterrazadelacafeteríaMunich,unbardebarrio con barra demadera y ladrillo, pasillo escueto y baldosas pegajosas.Cuandollegóalapuerta,diounvistazo,llenólospulmonesyseacercóaunodelostaburetes.

—Buenas tardes —le dijo el camarero. Varias conversaciones secongregabanasualrededor.Eraprontoaúnparaelfútbol—.¿Quélepongo?

—UnaCoca-Cola,porfavor—pidió.Elempleadoleabrióelbotellínylesirvió un vaso de tubo con dos hielos y una rodaja de limón. De

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acompañamiento,lepusounplatoconpatatasfritasdebolsa—.Muyamable.Antesdeterminarelprimersorboalrefresco,alguienseacercópordetrás.—Buenastardes—repitióelcamarero—.¿Quéquiere?Erauntipocalvo,congafasdeaviadoryunachaquetadecueroqueolíaa

animalmuerto.Señalóalrefrescodecola.—Lomismoqueestehombre—dijo,buscandolacomplicidad.Élsegiró

ysusojosseencontraron—.Eresdelospuntuales,¿eh?Megusta.Entoncessupoqueeraél.—Llegartardemepareceunafaltaderespeto.—Joder… Quedan pocos como tú —comentó y le ofreció la mano—.

Antonio.Él tuvo que reaccionar rápido. Era probable que Antonio no fuera su

nombre,asíquetampocoibaadarleelsuyo.Pensóenelprotagonistadeesapelículaquehabíavistorecientemente.

—Álex.—¿Cómo?—preguntóextrañadoy sacudieron lasmanos—.En fin,qué

másda.Encantado.—Escomomellaman…Álex.—Sí,ya…Teheescuchadoalasegunda.—Entonces…—Con calma, no nos adelantemos… Ya sabes por qué lo digo… —

murmuró,pegandounrepasoallocal—.Acábateelrefrescoynosdamosunavuelta.

Elpisofrancoseencontrabaalavueltadelaesquina.Elextrañoeraparcoenpalabras y no entabló ninguna clase de conversación. A medida que seacercaban al apartamento, comenzó con su batería de preguntas: si era laprimera vez que compraba una, si sabía lo que tenía que hacer cuandoterminaradeusarla,sihabíadisparadoalgunavez…Preguntasqueibanconunamismadirección.Álexfuehonesto.IntuyóqueesetalAntoniollevaríaundetectordementirasencima.

—Hastraídoeldinero,¿verdad?—preguntó,antesdemeterlallaveenelportaldeledificio.

—Sí,claro—respondióylemostróelsobre—.Lotengoaquí.—Vale.Subieronporelascensorensilencio.

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Elpisoolíaacerradoyarancio.Habíabotellasdecervezaapiladasenlaentrada, las persianas estaban bajadas y daba la sensación de que no habíasidolimpiadoenaños.Leindicólasendahastalacocinaylesacóunbotellíndecervezadelanevera.

—No,gracias.—Túmismo—comentó, invitándolo a sentarse, mientras él buscaba la

mercancía.Segundos más tarde, apareció con una bolsa de papel y una caja de

munición.De labolsa,sacóel revólver.Erapequeño,metalizadoyconunaempuñadurademadera.Antoniolodejósobrelamesa,cogióuncigarrilloyseloencendió.

Álexmaldijosusuerte,allídentro,sinventilación,aquelloseconvertiríaenunanubedehumo.

—Dosmilporlapipa—comentóymiróalconductor—,yacincoeuroslabala.

—Tucompañeromedijotres.—Esunmercadovolátil—contestóconrudeza—.¿Loquieresono?—Sí,sí.Nohayproblema.—Estupendo.Se hizo el silencio. La tensión era palpable. El vendedor observó los

movimientosdelcliente.Dadoquenoibaadarelpaso,seofrecióél.—Teenseñarécómoseabreel tambor—dijoyagarróel arma.Sacó la

rueda,lemostrólasranuraseintrodujoseisbalas.Luegolocerróyledioungolpequegirólaruleta—.Ylisto.

—Vaya—comentó.Sintióquealgonoibabien.—Ahora, solo tienes que quitarle el seguro —prosiguió, apretando la

palancaconelpulgaryextendiendoelbrazohaciaÁlex—,ytirardelgatillo.—Unmomento,unmomento…—dijo,alvercómoapuntabaasupecho

conelcañón.—Lapasta,ponlaahí.¿Tehasvistolacara,pardillo?Élcerrólosojos,sinesperanza,ehizoloquelepidió.Habíasidounerror.—Necesitoesapistola…—contestó.«¡Cállate,estúpido!¡Tevaavolarlacabeza!»—Estonoesunjuguete,chaval.Antonio,sinbajarelbrazo,arrastróelsobredelamesahaciaél.Cuandobajólavistaparacontareldinero,Álex,enunactodesesperado,

se abalanzó sobre el cañón, le alzó el brazo y se lo retorció.El hombre no

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logródisparar y el revólver cayó al suelo.Forcejearon condificultad, hastaqueÁlexlepropinóunpuñetazodirectoenlacarayrecuperóelarma.

Eltraficantesecubriólanariz,dolorido.—¿Quéhaces?¡Noseasestúpido!¡Estababromeando!ElcañónapuntabaahoraaAntonio.Conelbrazoextendido,Álexrecogióelsobreyseloguardó.—Eresunhijodeperra.—¡Ytúhombremuertocomosigas!¡Bajaesaputapistola!Laadrenalinaseapoderódeél.Antoniosemovióunoscentímetrospara

abalanzarse,peroelestrépitolodetuvo.Retrocedióunospasosyseapoyóenlapared.Unamancharojaalaalturadelpechodeaquelhombre,sehacíamásymásgrande,empapándoletodalacamisa.

El conductor no lo podía creer. El disparo le había provocado una levequemaduraenlapieldelamano.

Con el arma empuñada y el olor a tabaco y pólvora quemada en lahabitación, entró en pánico y abandonó el piso, corriendo por las escalerasantesquealguienlesorprendiera.

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GranVía,Madrid19:00horas

Después de una larga y acalorada discusión con Llanos, logró convencerloparaqueleacompañara.

Enelfondo,pormuchoquediscreparanenlatomadedecisiones,enesemomentosenecesitabanelunoalotro.

—¿Has vuelto a venir en metro? —preguntó cuando salían de lacomisaría.

Esperóunossegundosantesderesponder.AbandonaronLeganitosyatajaronhastalaGranVía.—No.Hoyhedadounpaseo.Depronto,sevieronenmediodeltumultodeviandantes,agitadosporel

ritmodelagranciudad,quecaminabanensendasdirecciones.—Joder, Crespo. Ni en tu casa te toman en serio —contestó Llanos,

mirándoloaunmetrodedistancia.Unautobústurísticopasópordetrásdeél.LavivaimagendelviejoBroadwayespañol,ahoraconvertidoenelaburridoescenariodeunamañanalaboral.Elsemáforosepusoenverde.Cruzaronyllegaronalotrolado—.¿Puedopreguntartealgo?Decolegaacolega.

—Sí,claro.Llanossuspiró.Cuandoalguien lohacíaantesdehablar,significabaque

sentíaapuroporloqueibaadecirenalto.Entoncesserascólafrente,comosifueraasoltarundisparate.—MehanofrecidountrasladoaToledo.—AToledo…—dijoCrespo con sorna. Podía ser un lugar encantador,

pero Llanos acabaría muerto de aburrimiento. Como él, había nacido enMadrid ymoriría allí. Por desgracia, el salario que tenían no les alcanzabaparaunagranhipoteca—.¿Y?Habrásdichoqueno,¿verdad?

—No sé…—contestó dubitativo—. Madrid es mucho Madrid, pero teacabaquemandoytúlosabes.

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—Nosigas, ahórrate el cuento…Eso sí, ¿eres tú quienmedice que notengoautoridadenmicasa?

—Noeseso.—Sí, sí que lo es…¿Qué carajo se te ha perdido a ti enToledo?Pero,

oye,quemeresbala,Llanos…—contestótajante.Conocíalahistoria—.Estuvida, tumatrimonio y tu responsabilidad.Ya tienes los huevos bien gordosparatomardecisiones.

—Meloestoypensandodeverdad,Crespo.Poresolocompartocontigo.—Quesí,quesí,quesiemprehaceslomismo…Luegocambiasdeidea,

tearrepientesymecuentasquetequedas.Llanos se detuvo frente a la puerta de un gran almacén de textiles.Los

clientesentrabanysalíancomoratasdeunagujero.—Estavezesdiferente.Cresposeagobiócontantotrasiego.Palpólosbolsillosdelacazadoray

buscó el paquete de tabaco. Sacó un cigarrillo. No estaban muy lejos delmercado.Loprendióydiouna fuertecalada.Esoestabamejor.Comenzóasentirsemásrelajado.Teníanquelargarsedeallí.

—¿Yquélohacediferente?—No lo sé, pero me temo que no puedo meterme contigo en esto—

contestóy le tocóelhombro—.Esperoqueloentiendas,amigo.Lagardeespoderosa,noquierovermeenunlío.

LamiradaprecavidadeLlanoslodijotodo.Nopodíaforzarlo, teníasusrazones, pero le molestaba que se acobardara ante la influencia de unainspectoraquenisiquieratrabajabaenelmismoedificio.

Se le quitaron las ganas de fumar. Buscó una papelera pública pero noencontróninguna,asíquetirólacolillaalsueloylaaplastóconlapuntadelzapato.

—Está bien, lo que sea—respondió con un gesto de mano, restándoleimportancia.Al final, todos le daban de lado, pensó—.Vamos a ver a esemamonazoyyameocuparédelodemás…

—¡Espera! —exclamó y sacó el teléfono móvil de la chaqueta. Laconversaciónfuebreve.LaGranVíaeraunacuestaempinadaquecontinuabamásalládeCallao.Cresponosabíaconquiénhablabapero,porlaexpresióndelcompañero,temíaquefueranmalasnoticias.Llanoscolgóyechóaandarendireccióncontraria—.Tenemosquedejarlo.

—¿Qué?¡Venga,hombre!Noteechesatrás.—¿TeacuerdasdePacoElChulo?Eltraficante.

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—Sí, para no acordarme…Era capaz de vender a sumadre con tal decumplirmenoscondena.¿Quépasaahoraconese?¿Lovanameterotravezenlacárcel?

—Peor.Lehanpegadountiroenelcorazón.

Lamuertedeaqueltraficantedenarcóticossirviódeexcusaparaposponerlavisitaalapollería.Crespoestabamolesto.Sehabíaquedadoconlasganasdeveraaqueltipo,peronolopospondríapordemasiadotiempo.Ahoraqueyano podía contar conLlanos, lomejor eramantener la boca cerrada y pasardesapercibido.

ElChulohabíaestadoenlacárcelyleshabíaservidodechivatoenalgunaocasión.Sin embargo, la relación sehabíadeteriorado tras cumplir losdiezaños.Seguíahaciendonegocios, lo teníancontrolado,y leshabíaprometidono meterse en follones. Un año era lo que había tardado en incumplir supalabra,trecemesesyseisdíasparasermásexactos.Eldesenlace,undisparoenelpechoenunpisoanombredeunapersonadifunta.Losdebalísticaseencargarían de localizar al dueño del arma, pero era tiempo perdido.Nadieclamaría justicia por aquel hombre y, si lo hacían,mejor que no esperarandemasiado.

LoscompañerosdelacomisaríadeCarabanchellescontaronlosucedido.Alguiendioelavisotrasoírunfuerteestallido,peronadieviosaliralverdugodeledificio.Eranormalenesoscasos.Nuncasabíandequésetrataba,asíquemejormirarparaotrolado.

Sin darse cuenta, el cielo se puso oscuro, los vehículos encendieron losfaros y la noche se cerró para todos. Las calles volvían a despejarse, lostranseúntes regresaban a sus casas para ver el informativo de la cena y losmásrezagadosaguantabanenlosbares,comounactoderesistenciacontraelsistema.

Llanosloacercóhastasucasa,cuandoCrespolepidióquelodejaracercadeAtocha.

—Aquívabien—señaló,apuntandoconlamanoaunasidrería.ElSeatsedetuvoconlaslucesdeemergencia—.Menudodíamásraro.

—Piensaenloquetehedicho,Lorenzo.Estelomirócondesagrado.Comoparaolvidarsedeaquello.—Loconsultaréconlaalmohada.Sumiradaaniquilabaacualquiera.—Amigos,¿no?

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—Sí,claro…Amigosparasiempre.PeroLlanosnolecreyó.—Hastamañana—dijoysaliócalleabajohastaconvertirseenunfarolillo

decolorrojo.Cuandomiróhacia el finalde la calle, sedio cuentadeque estabamás

lejosdeloquepensaba,peronoleimportó.Elairegélidoeraagradableyencasacomenzabalasegundapartedelacontienda.

Hablaryhablar,gruñó,pensandoensuesposa.Era incapaz de entender las necesidades que ella tenía. Así y todo, le

preocupabalasituación.«¿Porquédemonioslegustatantohablaralagente?Siquierelargarse,yo

noselovoyaimpedir».—Enfin…—murmuró,miróhaciaelhorizonteyechóacaminar.Debíaenfrentarsealdestinoynoposponerlomás.Eralaúnicaformade

acabarconélyseguirconsuvida.

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CalledeBravoMurillo,Madrid19:05horas

Sesirvióunsegundotragodewhisky.Noeraunbebedorasiduo,peropensóqueelalcohol leayudaríaa relajarse.Conelcorazónenunpuño,nopodíaparar de pensar en las consecuencias de lo que había hecho. Él no era unasesino,sedecía.Sucerebroreptilianohabíasidomásrápidoqueél.Ahoraesehombreestabamuerto.

El destilado escocés le abrasó la lengua, pero no le impidió tragar yservirseuntercero.Ahorasí,debíaestablecerunplan.Susmanosyaestabanmanchadasdesangre.

Envolvióelrevólverenuntrapoviejoy loescondióenlacómodade lahabitación.Seduchóconaguafría,enjabonándoseelcuerpohastaqueelolorapólvoraquemadadesapareciódeél.Sefrotólasmanosconjabónhastaquesintiódolorenlapiel.Jamássehabíaesforzadotantoconlahigiene,peronoexistía manera de deshacerse del olor dulzón que había traído de aquelapartamento.Cuandoacabó,sedeshizodelaropa,primero,metiéndolaenlalavadora,paradespuéstirarlaauncontenedor.

Atolondradoporelalcoholylaemoción,seacomodóenelsofáymiróaltecho.Lacasaestabavacíayparecíaeldobledeespaciosa.PensóenDolores,su pobreDolores, que dormía en la cama del hospital. Sus vidas se habíanroto en cuestión de horas por una insensatez, por un atajo.Dinero fácil, ledijeron,sinadvertirledelosdañoscolaterales.Leresultabaincreíblequetodosepudierarepararenlavida,menoselmalquesehacíaaotraspersonas.

—Jamás debí aceptar ese encargo… —dijo en voz alta, con los ojosabiertosylacabezaapoyadasobreelrespaldo.

«Ahoratetocaacabarloquehasempezado».

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Cinco balas en el cargador, suficientes, suponiendo que fallara el primerdisparo. Nunca había presumido de buena puntería, ni siquiera cuandoapuntabaalasbotellasenlaferia.

Sevistióconeluniformedeltrabajo.Todossuscompañeroslucíanigual:americana, camisa y vaqueros. EnMadrid había miles de conductores conesascaracterísticas,cientosdeellosconunvehículocomoelsuyo.

Cerró la puerta del apartamento, pensando en si volvería a entrar en él.Intentóquitarselaideadelacabezaybajóporlasescalerasparaevitaralosvecinos. Subió al coche, no se molestó en encender la aplicación de laempresayseintrodujoenelPaseodelaCastellana.

Lanocheestabatranquila.Durantelasemana,lademandadeservicioseramenor y el centro de la ciudad se volvía más amable. A medida que seacercabaalaGranVía,sintióunpálpitoquelodesconcentró.Todavíapodíadarlavueltayevitarundesastremás.Iralacomisaría,explicarloquehabíasucedido,contarlesquehabíasidounaccidente…Conunpocodesuerte,laPolicíanoencontraríaevidencias.

«Demasiadoperfecto».Porotro lado,quedaba laopcióndehacer lasmaletas,marcharsealpaís

vecinoydesdeallívolaraunlugarremoto.Eseplansíqueerabueno,pensó,quizá el más acertado. Pero, ¿y Dolores? No la podía dejar sola, aunque,razonandosobreelasunto,nadieleasegurabadequefueraadespertar.Podíahacerlo esamisma noche, dos décadas después o quedarse postrada en unacamahastaelfindesusdías.

—Difícilcuestión…Salió de la avenida principal, haciendo el mismo recorrido que varias

nochesatrás.Enestaocasión,sabíaadóndeiba.Pasó frente al local y vio al tipo de los tatuajes apoyado en la barra y

conversando con otro hombre. Apretó la mandíbula y los puños, furioso yenervado. Aparcó frente a la tienda de caviar y vigiló la pollería desde suasiento.

Respiróprofundamente,abriólaguantera,sacóelrevólverenvueltoeneltrapo, lo guardó en la cintura y se bajó del coche. La calle estaba oscura,desiertayelúnicoruidoprocedíadelavíaprincipal.

¿Ysiloestabanesperando?,secuestionóamedidaqueseaproximabaalapuerta.

Pusoelpiesobreelresplandordeluzquehabíaenelsuelo.Despuésentróenelestablecimiento.Elolorapollofritoerapegajoso.Eldueñodellocal,untipo rechoncho y con bigote fino, levantó la mirada cuando advirtió su

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presencia. Allí estaba ese cabrón, pensó, con la chaqueta de cuero, lostatuajes,lasgafasCarreraylacabezarasurada.

—Estácerrado—dijoelpropietario,elevandolavoz,aunquesinllegaragritar.Élsequedóquietoenlapuerta,aunossietemetrosdedistanciadesuvíctima. Calculó el tiro, no podía fallar. Su falta de reacción, activó lasalarmas—.¿Esquenomehasoído?

Despacio,elhombredegafasdesolgiróelcuellohaciaél.Conformelovio,supoelporquédesuvisita.

Sin presentaciones, Álex extendió el brazo y le disparó a la cara. Elrevólverlodesplazóhaciaatrás.Elestallidotumbóalperuanoyestecomenzóa desangrarse. De repente, el propietario sacó una pistola de un cajón ydisparócontraelconductor.Elestrépitofueensordecedor.

—¡Ah!—exclamó, enunacto reflejo.Por suerte, labalano le alcanzó.Batiéndose a muerte, Álex se giró y le respondió con otro disparo que leperforó lagargantaaese tipo.Lasangrebrotabadesucuellocomosi fueraunafuente.Encuestióndesegundos,elreguerodecolorrojomanchólabarradelbar.Elhombresetambaleósinéxito,intentandotaponarlaherida,hastaquecayóalsuelosinfuerzas.Observólamanoquesujetabaelrevólveryviocómo le temblaba. Después miró al tipo de las gafas, ahora sentado en lasuperficieysinvida.

Alterado, salió de allí, subió en el coche y desapareció pisando elacelerador.

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MARTESPaseodelasDelicias,Madrid8:00horas

Despertó en el sofádel salón, vestido con la ropadel día anterior.Tenía lacabeza embotada y los duros cojines lograron acentuar el horrible dolor deespalda.Ladiscusiónconsuesposahabíasidodeórdago.Norecordabaunatrifulca verbal tan dura enmucho tiempo. Lorenzo pensaba que discutir noservíaparanada,quelagentesoloqueríatenerlarazónyseñalaralotro,enlugardesolucionarelproblema.Paraél,eramejortomardistancia,dejarqueel tiempo hiciera su trabajo y aliviara la tensión corporal. Por eso no seatrevióadormirconellaenlamismacama.

Cuandoabrióelojoizquierdo,viounasiluetafamiliar.—¿Otra vez?—preguntó Elena, delante de él. Estaba decepcionada—.

Joder,papá…Sintióelardordelcoñacdelanocheanterior.—Losiento,hija.Yaloentenderásalgúndía.Ellamiróhaciaelcielo.—Esperoqueno.—Tardeo temprano,buscarásaunhombrecomotupadre…ynocomo

esechicoconelquevas…—¿Perdona,papá?—¿Quierescafé?Voyahacerunacafetera.—¿Lodicesenserio?—Por desgracia, así es. No sé qué vio tumadre enmí, que tuviera en

comúncontuabuelo…—¡Papá!¡Tengodiecisieteaños!Notomocafé…—Puesdeberías,hija.Teayudaapensarconclaridad.—Yaveo…

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Se puso en pie ymiró hacia el pasillo. La puerta del dormitorio seguíacerrada. Podía oír el agua de la ducha y supo que Marisa ya se habíalevantadodelacama.

En ocasiones pensaba que carecía de corazón, de esa parte que laspersonas asocian a lamoral y los buenos sentimientos.Amaba a sumujer,comotambiénasushijos,peronosesentíamalporloquehacíayporloquedejabadehacer.AdiferenciadeLlanos,notemíaencontrarseconella,sinoalcontrario.Cadaoportunidaderaunnuevorenacer.Tampocoentendíaeltemorquesucompañerole teníaa la inspectoraLagarde.Mandahuevos,pensaba.Sihabíaquetemeraalguien,esoseranlosdeAsuntosInternos.

Le apetecía encenderse un cigarrillo. En un acto inconsciente, metió lamanopordetrásdelfrigorífico,perorecordóqueElenitaestabadelante.

—¿Buscasalgo?—¿Eh?No.Noquieroquelaneveratoquelapared…—improvisó—.La

humedad,yasabes.Anda,saleelcafé…—Mientes fatal, papá—dijo ella, con una sonrisamelancólicamientras

calentabalalecheenelmicroondas.—Lo sé, pero eresmi hija y tienes que seguirme el juego—contestó y

ambos rieron. Por un segundo, todo parecía normal—. ¿Cómo te van lascosas,Elena?¿Salesconalgúnchico?

—Joder,papá.¿Otravez?—¿Qué?—preguntó,intentandosonsacarlealgodeloquehabíavistoyse

sirvióelcafé—.Mepreocupoporti.—Tengonoviodesdehaceunaño.—Ajá…Ynomelohaspresentado.—Nonecesitasconocerlo.—Vaya.¿Esbuenchaval?El timbre delmicroondas sonó. La adolescente sacó el vaso de leche y

echódoscucharadasdeCola-Cao.—Noquierohablardeello—dijoconuntonodistante.—¿Cómosellama?—Notelovoyadecir.—Soytupadre,deberías.—Loinvestigarássilohago.Élresopló.—Comoquieras—dijo,dándoseporvencido.Leeraindiferente.Elenano

eraestúpida—.¿Losabetumadre?—Sí.

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—Entonces… estupendo—comentó a regañadientes. Por otra parte, ledolíaquenoconfiaraenél.Ahorasíquenecesitabaencenderseunpitillo—.Elrestobien,¿no?Lasclases,lasnotasytodoeso.

Ellaloobservóensilencio,moviendolacucharaymezclandoelcacaoenpolvoconlaleche.

—¿Realmentequierestenerestaconversación?El teléfonomóvil losalvódelapuro.Elaparatocomenzóavibrarensu

bolsillo.Cuandomirólapantalla,reconocióelnúmeroqueaparecíaenella.—Un momento, será un minuto… —dijo, mostrándole el índice y

caminando hacia el pasillo—. ¿Qué ocurre, Llanos? Siempre oportuno a lahoradellamar.

—¿Tecojoenmalmomento?Miróasuhijadesdeelmarcodelapuerta.—No,alrevés…¿Dequésetratahoy?—Mínguez, El Peruano… Anoche lo mataron de un disparo, a él y al

dueñodelapollería.—Meestástomandoelpelo,¿verdad?Puestedigoquehoynoestoypara

tuhumordeloscojones…—Los de balística dicen que coincide el calibre. Una treinta y ocho

milímetros.Denuevo,dosdisparos,sincasquillos,sintestigos.El ardor del estómago le pegó una sacudida. Esta vez no era el coñac

quienatacaba,sinoelestrés.—¿Dóndeestás?—Acabodellegaralacomisaría.¿Ytú?—Voyparaallá.Colgóymiróhaciaelpasillo.Laduchahabíadejadodesonar.Agarróla

chaquetayseacercóalapuertadelacocina.—Elenita, hija, lo siento…—dijo, pero antes de acabar la frase, se dio

cuentadequehablabaparalosmuebles.Yanohabíanadieenlacocinayelvasodelecheestabavacío.

Como cadamañana, abandonó elmetro en la estación de Plaza deEspaña,conladiferenciadeque,estavez,elcrimendelanocheanteriorhabíaagitadolosánimos.

Nadamáscruzarlaentradadeledificio,violascaraslargasdelpersonallaboralysintiólatensiónquehabíaenelambiente.Noesquesetrataradelprimer asesinato en la ciudad. De hecho, en las últimas semanas, se había

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disparado el número de víctimas mortales por diferentes causas: violenciamachista, extorsión, peleas callejeras, ajustes de cuentas y robos con finaldesastrosoparalasvíctimas.Madridnolograbadormirtranquilaporlanoche.

—Buenos días, por decir algo…—comentó al llegar a la planta de sudespacho.Antesderecuperarelaliento,sequedómudoconlapresenciadelainspectora Lagarde y otros dos agentes. Ella estaba sentada sobre suescritorio,conunapiernaapoyadaenelsueloylaotrasobreeltablero.Leíael informequehabíasacadodeunade lascarpetasamarillasdeCrespo.Nodabacrédito.Losotrosdoshombresrevisabanmásdocumentación.Ella,paravariar, lucía perfecta de los pies a la cabeza, como una diosa griega,desprendiendoesaaltivezquelacaracterizabaytratandoalosdemáscomosifueransussúbditos.Alotro lado,encogidodehombros,elpeleledeLlanoshacíasutrabajo—.¿Quédemoniosestápasandoaquí?

—Tieneestohechounapocilga,Crespo—respondióella,sinintencionesdelevantarsedelsitio—.Aunquenomeextraña,viendosuaspecto.

—Eseesmiescritorio—señalóydespuésmiróasucompañero.Elotronosabíadóndeesconderse—.¿Porquénomehasdichonada?

—Lorenzo…Lainspectoralevantóeltrasero.—Necesitosuayuda,Crespo—dijoella, interrumpiendo ladiscusión—.

Noleechelasculpasaél.Hemosvenidoensondepaz.Conesamiradadedesprecio,pocoibaanegociarconella,pensó.—Soy un cero a la izquierda, ya lo sabe—respondió él. Los otros tres

teníanunaactituddesafiante—.Ahora,simelopermite…Tengofaena.—Medebeuna…ylosabe.Lamujertiróelinformesobrelamesaysecruzódebrazos.Teníaagallas,

pensó Crespo, más que toda la comisaría junta. Él no es que fuera laexcepción,perodadas lascircunstanciasen lasque seencontraba, en líneasgenerales,leimportababienpocoloquesucedieraallídentro.

—¿Dequésetrata?Ellaesbozóunamueca.Disfrutabacuandoleprestabanatención.—CarlosAndrésMínguez,aliasElPeruano…¿Lesuena?Crespomiró de reojo a su compañero.Desconocía si les había contado

algoaunque,aesasalturas,eraprobablequelehubiesevendidocualJudas.—Sí.—Entoncessabráqueanochemuriódeundisparo.Élsuspiró.Mentirnohabríaservidodenada.—Másomenos.

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—ConélseencontrabaPanchoRodríguez,alquetambiénsecargarondelmismo modo… —explicó, buscando señales en el rostro del policía—.Rodríguez era sospechoso por un homicidio en 2018 que nunca se llegó ademostrar…Sesalvóporlospelos.

—Noséadóndequiereir,Lagarde.Noconocíaaesehombre.—¿Sabíaqueellocaldepollosasadoseraunpuntodeencuentro?—Cualquierlugarpuedeserlo,¿no?Estagentesiemprehacelomismo.Elladiounpasohaciadelanteysedetuvoaunmetrodelinspector.Con

tacones, era más alta que él. Reconoció que tanta tensión le excitaba dealguna manera. Pero conocía el historial de esa mujer. Era de las que nopestañeaban para romper un tabique nasal. El cabello rubio y lacio,acompañadodelosojosverdes,hacíaqueimpusieramásconsupresencia.

—Peronadie sepresenta sin llamarydispuestoacargarseaquienhayadentro.

—¿Estáhablandodevenganza?—¿Quiénhadichotalcosa?—preguntó.Sehizounsilencioperturbador

en la oficina.Dio varios pasos por ella. Los tacones sonaban contundentescontra el suelo—. Después de la explosión del restaurante, en las últimasveinticuatro horas han aparecido los cadáveres de Paco El Chulo, deRodríguezydeMínguez.Noledicenada,¿no?

—Quéquierequelediga…—LatestigodeLavapiésnoscontóquelehicieronunascuantaspreguntas

—prosiguió.Esamujernotiraríalatoallaconél—.Llanosnoshadichoqueladescripciónencajabaconelperfildelperuano.¿Esverdad?

Crespovolvióamirarasucompañero.Enesaocasión,deseódestrozarlelamandíbula.

—Sí,escierto.¿Ysieraél?Estámuerto,findelasunto…Ahora,yanoimporta.

Lagarde hizo un gesto a sus hombres, levantando el mentón para quesalierandeldespacho.Llanosseguíasentado,fingiendoquenoescuchabalaconversación.

—Ustedtambién,inspector.—Pero…—Yahasoído,Llanos—insistióCrespo.«¿Quétepensabas,cretino?».Cuandoabandonóeldespachoylapuertasecerró,ellapareciórelajarla

espalda.

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—Crespo, seré franca con usted —arrancó con una voz suave yconciliadora—,nohevenidoa tocarle laspelotas.No tengoelmásmínimointerés…Losétodosobreustedycreoquetienesuficienteconlavidaquelehatocado.

—Menosmalquehavenidoensondepaz.—Nomemalinterprete,noesnadapersonal—aclaróydiounrespingo—.

Séque lleva tiempodetrásdelclanLópez.Noeselúnico,peronadie logracazarlos.

Lagardehabíahecholosdeberes.Elinspectorcreyóqueeraelmomentodequeélhicieralossuyos.

—Tienen una estructura impermeable, soplones en nuestras filas ycompranelsilenciodesuentorno.

—Sí,ya…—respondiódesinteresada.Esolemolestó—.Noesnecesarioquemeexpliqueloquehacen.

—¿Paraquéhavenidoaquí?Lagardellenólospulmones.Seavecinabaeldiscursopreparadodecasa.—Existeuna relaciónentreMínguez,ElChuloy losLópez—señaló—.

Losdostrabajabanparaellos.¿Cómo?Esolosabeustedmejorqueyo…Sinembargo, que esto haya sucedido después del ataque a Lombardo solo metransmiteunacosa.

—¿Napolitanos?—No lo sé —dijo ella y desvió la mirada. Estaba abrumada, pero no

quería dar constancia de ello—. Hace unos días, pedí que investigaran aLombardoysusnegociosenEspaña…Todoestáenregla,estálimpio.

—Sonnolegal,sonnolegal.—¿Qué?—preguntóellaatónita.—Nada,nada…¿Porquémelocuentaamí,inspectora?Lapreguntacayócomounjarrodeaguahelada.Ella,simplemente,nolo

esperaba.Cresposabíaqueloconsiderabanunperdedor.—Porqueesunbuenpolicía…queno tienenadaqueperder—contestó

con frialdad—. Simis conjeturas son ciertas y los López responden, habrásangre en las calles y mucho trabajo para el cuerpo… pero también unaoportunidad para nosotros dos…Usted recupera el respeto y yo estarémáscercadealcanzarmisintereses.

—¿Queson?—preguntó,sindemasiadacuriosidad.Lamiradadelamujerbrilló.—ConvertirmeenlapróximacomisariadeMadrid.

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CalledeBravoMurillo,Madrid9:00horas

Lostrescasquillosestabancolocadosenfilasobrelaencimeradelacocina.Se rio soltandouna fuerte carcajada.El cansancio, los nervios y la falta desueñocomenzabanahacermellaensucarácter.

Apenashabíapegadoojoyyaeralasegundanoche.Aúnguardabaenlaretina las expresiones de esos dos tipos, las miradas de sorpresa antes demorir.

Se duchó, volvió a lavar la ropa y la tiró a un contenedor de prendasusadas. Después regresó y se curó la herida que el revólver le habíaprovocadoen lamano.Elalcohol lequemaba lacarne.Lecostabacerrarelpuño.Debíaacostumbrarsealaembestidaquepegabaaldisparar.Desinfectólazonayseprotegiólamanoconunavenda.Porsuerte,enunosdíasvolveríaamoverlaconnormalidad.

Encendiólatelevisiónypasóloscanalesparaversicomentabanalgodeloocurridoenlosprogramasmatinales.Lastertuliassolíanalimentaresetipodesucesos.

¿A qué estaban esperando?, se preguntó confundido. En algún remotorincón de su cabeza, le enorgullecía la idea de que hablarán de él portelevisión.

Apagó el aparato y comprobó en internet las portadas de los diarios demás tirada a nivel nacional. Ni rastro. Demomento, losmedios aún no sehabíanhecho ecode lo sucedido, perono tardarían.Estaban convencidodequeocultabaninformación.

¿Cuáleraelsiguientepaso?,sepreguntóconincertidumbre.Estabaamitaddecamino.Aqueldesgraciadodetatuajesymiradaseria,

noeramásqueunempleadoasueldo.Preparó café por enésima vez y se apoyó de brazos cruzados sobre el

fregadero. Necesitaba una coartada, un plan que respaldara su actividad.

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Pensó en apagar el teléfono de la empresa. Estar localizado cada vez queconducía, no era lo más apropiado. El rastro que dejaba era evidente yaccesible. Pensó que podía usarlo para engañar a la Policía, pero si sedesplazabaencoche,alguienreconoceríasumatrícula.Esolellevóapensaren su casa y en los acontecimientos encadenados.Allí no encontraría nada,más que recuerdos y posesiones personales. Debía esconder los casquillosgastadosenalgún lugarseguroparaevitardescuidos.Lodecidiría todomástarde,cuandosesintierarelajado.

En silencio, sacó tres balas de la caja demunición que había robado yrellenó el tambor de la pistola, como si se tratara de un ejercicio demeditación.

Entonceselteléfonosonó.Alfin,unabuenanoticia.

HospitalGregorioMarañón,Madrid10:30horas

Lasfuncionesvitalesdesucuerposeestabilizaron.Doloresseguíaencoma,aunquelahabíantrasladadoaotraplanta.Laenfermeraledijoquesuvidayanocorríapeligro.

Acudióencocheconunabrigonegrodelana,quelepermitíaesconderlamanovendadaenelbolsillo lateral.Seacercóa supareja,dejóun ramodefloressobrelamesillayflexionólasrodillasjuntoalacama.Doloresteníalosojos cerrados. Las heridas comenzaban a sanar, aunque lamitad del rostrocontinuabaquemado.Porsuerte,graciasalacirugíayalosavancesmédicos,sucutisvolveríaasersuaveylisoalgúndía.Éllamiródelmodoenelquealguienmiraaotrapersonacuandonopuede lucharporella.Allídentro sesentíainútil,culpableysinfuerzas.

—Pruebeatocarlelamano—dijolaenfermera,antesdeavisarledequesolopodríaestarcincominutosenlahabitación—.Ellaleescucha.

Despuéscerrólapuerta.Como quien habla a una pared, le agarró de la mano, templada y sin

resistencia,ynonotóningunareacciónporpartedesupareja.—Nosésimeoyesosiestásdormida…—susurrómirandoal suelo—.

En fin, quémás da… Lo voy a solucionar a mi manera. De hecho, ya heempezado a hacerlo… Sé que he cometido un error y ahora lo estamospagando los dos, pero no es justo,Dolores…En cualquier caso, yo tendría

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queestarenestacamaynotú…Sí,yaséquenoloentiendesyquenotengorazón, pero tampoco te lo puedo contar… No pienso quedarme de brazoscruzados,¿sabes?No,almenos,mientrastúsiguesaquí…¿Lola?

Levantó la vista y la miró a los ojos. Ella respiraba, sin moverse unmilímetro.El sentimiento de vacío era tan grande que le entraron ganas dellorar. Pero, si algo tenía claro era que, antes de derramar una lágrima,correríanchorrosdesangredequieneshabíandejadoaDoloresasí.

—Sé que estoy hablando solo…—dijo, cuando vio cómo la puerta seabría.Denuevo,esaenfermera.Sabíaaloquevenía.Elturnodevisitashabíaterminado.Seacercóasuprometida,labesóenlamejillaysintióloheladaqueestabasupiel.Unalágrimaseescapóporelojoderecho,peroselalimpiócon el dedo para que la enfermera no lo notara—. Sé que estás en buenasmanos.Volveréprontoynosiremosdeaquí,teloprometo.

Laenfermerasonrió,amododeconsuelo.—Gracias—dijoél,asintiendoconlacabeza.—Nolaabandone—contestóella,antesdequeélsalieraporlapuerta—.

Ahora,másquenunca,lenecesita.—Losé…Noloharé…¡Ah!Noolvideponerlasfloresenagua.

CuestadeSanVicente,Madrid12:00horas

Unodelospeoresmomentosdeldía.Acausadeltráfico,laPlazadeEspañasecolapsabaaesahora.Recogióalprimeryúnicopasajerodelamañana,conlanormalidaddequienestáapuntodeterminarsujornadalaboral.Unchicodeprovincias,comolamayoríadelosquesemovíanporlacapitalusandolosserviciosdebajocoste,decaídotrassuprimeraentrevistadetrabajo.

—Madrid es una ciudad perfecta —dijo él, dando un poco deconversaciónparaapaciguarlosnerviosdelmuchacho—.Elproblemaesquesinoleshacesfrente,acabacomiéndoteentero.

El chico, vestido de traje y corbata, contemplaba la inmensidad de losedificios.

—Ya…—respondió,sinmuchomásquedecir—.Esotronivel.—Esaquí—dijoelconductor,deteniéndoseenlaglorietaquecruzabapor

debajodelpuente—.Seguroqueenlapróximavamejor.—Seguro…—añadióeljoven,desanimado,ysebajódelvehículo.

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Dejó el coche aparcado en la calle contigua a la cervecería y tomó lacuestacaminando.

Esamañana,elbardisfrutabade laalegríadelaperitivo,el ambientedelostranseúntesquehacíanunincisoenlajornadaparatomarunrespiro.EnEspaña,aquelloseconsiderabacomounactoreligioso.

No era un buenmomento, pensó, pero tampoco iba sobrado de tiempocomoparaesperarmás.Elhombredelosrecadoslovioentrarychasqueólalengua. Conocía el porqué de su visita. Le había advertido acerca de lasituaciónynohacíacaso.Esolopusodemalhumor.

El conductor se aproximó a la barra, con el gesto habitual de quien nobuscanadaenparticular,caminandohastalaesquina,entreelbarylavitrinade la charcutería. El único rincón que solía estar libre. A nadie le gustabatomaralgomientrasotrapersonagritabaasuoídoquelepusierandoscientosgramosdechorizoibéricoparallevar.

Antesdequeabrieralaboca,elempleadoloabordó.—¿Qué diantres haces aquí, chaval? —preguntó con hostilidad—.

Deberíaslargarte.—Necesito que me ayudes con algo… —dijo. Estaba improvisando.

Debía calcular sus palabras. Un descuido y el tipo que tenía delanteaveriguaríaqueéleraelautordelostreshomicidios.

—¿Me tomas por imbécil? No hay favores que valgan —contestó,apurado,cuandosepercatódelvendaje—.¿Quétehapasadoenlamano?

—¿Eh? Nada… —respondió y la retiró. El semblante del camarerocambió.Lesaldríacaroelerror—.Necesitosaberparaquiénfueelencargo.

—¿Qué? ¡Ja! —exclamó con desprecio y se echó hacia atrás—. Unmomento…¿Noserásunchivato?

—Escucha, sabes que soy de fiar —insistió desesperado. Su actitudllamabalaatencióndelosclientes—.Necesitoquedessunombre,hetenidounpequeñoproblema…

—¿Ycreesquetevanaayudar?—Quién sabe… Son gente de fiar, ¿no? He cumplido siempre con mi

parte.—Escucha,chaval—contestóconvozseriaypotente—.Tevoyadarun

consejoquemeagradecerásconeltiempo.Esfúmatedemibarynovuelvasporaquíenloqueterestadevida.

—Pero…—Ahora,¡largo!

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Un teléfonomóvil sonó.El hombredel pelogris sacó el terminal de subolsilloysefuealotroextremoparaatenderlallamada.

Condisimulo,leyósuslabiosenladistancia.«Sí,lotengoaquí…Lediréqueespere».Y sin reproches, tomó el consejo y desapareció antes de que se

arrepintiera.

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CalledeLeganitos,Madrid13:00horas

Esamujer tenía razón, se dijo. Era su última oportunidad para recuperar lareputación. A Crespo le importaba un carajo lo que ella pensara de él, ocualesfueransusambiciones.Enelfondo,noeramásqueunintercambiodeintereses. Prefería eso a la puñalada por la espalda que Llanos le habíaclavadosinavisar.

Conunacuerdoverbal,elinspectorlecontótodoloquehabíarecopiladosobreelclanLlanosdurantelosúltimosdosaños.Porsupuesto,nosehabíadedicadoaellosenexclusiva,peroalainspectoranoleinteresabaelrestodeinformación. La familia Llanos era conocida por todos y eso bastaba paraganarpuntos.

Condoscafésdemáquinayunmontóndecarpetasamarillentassobrelamesa,llegaronavariashipótesisdespuésdealgunashorasderevisión.

—Roberto Lombardo no quiere hablar—matizó el inspector—, aunquedejóclaroquehabíasidocosadeellos.Alparecer,eselúnicopropietariodela calle que se resiste a la venta del terreno.Para losLópez, no existe otromododepresión.

—Asíquehablamosdeunaexpansióndeterritorio.—Yonohedicho tal cosa…Además, creoque la ciudad es demasiado

grande como para apoderarse de ella —puntualizó Crespo. Se sentíaimportante. Por primera vez, alguien de su rango le prestaba atención sintratarlo como a un idiota—. La droga no es su negocio, ni tampoco elcontrabando…Esolosdesmontaríademasiadorápido…Tienenquemanteneresaimagendepatria,defamiliaunida,devaloresespañolesydeprotecciónpor su tierra. Le tienen ganada la partida a los currantes…Saben a lo quejuegan,conocenapersonasqueocupancargospúblicos…ysonconscientesdel proceso de gentrificación del barrio de Lavapiés. En unos años, lospreciossedispararán,losbaresseconvertiránenpasteleríasamericanasylas

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calles se llenarándeniñatosdebuena familia jugandoa ser independientes,comohaocurridoenotraszonasdurantelosúltimosdiezaños.Ellosquierensuporcióndelpastelyesacalleesundiamanteenbrutoporquenodejadeserpartedelcascohistóricodelaciudad.EstoyconvencidoqueesManuelLópezquienmueveloshilos.

—Elhermanomayor.—Sí.Elcerebrodelafamilia.Ellalomiróinteresada.—¿Esalgopersonal?—Enabsoluto.Estáenlosinformes.—Entiendo… —dijo ella, asombrada por la rotunda lógica de los

argumentos. Por otro lado, su cerebro procesaba la información a todavelocidad, a la vez que escuchaba aCrespo.Antes de que acabara la frase,ellayateníaenmentelasiguientepregunta—.¿Yquépiensadelarespuesta?¿CreequeLombardosehatomadolavenganzaporsucuenta?¿Queconocíaa los tipos? ¿O que es cosa de ese talManuel para borrar pruebas?No sé,Crespo…Nadieencuentratresagujasenunpajarencuarentayochohoras.

—Lo sé… y es lo que más me sorprende. Puede que tengamos quecomenzarporelfinal.

—Debemoshablarconelitaliano.Sileapretamosunpocoyloponemoscontralapared,quizánoscuenteeldetallequesenosescapa.

—No,nomereferíaaeso…—corrigió.Ellaarqueóunaceja—.Hablodelatestigo…Esamujertuvoqueveralgomás.

Lainspectoradejólahumeantetazadetésobrelamesa.Fueenesemomento,cuandolatestigoentendióquenuncadebiópresenciarlaescena.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Lagarde, intentado calmarla. Poralguna razón, el comportamiento de las personas cambiaba cuando cruzabalas puertas de la comisaría. La actitud era diferente, como si se sintieranculpables,sospechososporunactoquenohabíancometido.Esosolíajugarafavor de los interrogatorios—. Antonia, le haremos unas preguntas ydejaremosquesemarche.

Ellaasintió.—Lescontétodoloquevi.Crespocarraspeó.Lahabíanllevadoaunasalaaséptica.Elentornonoera

delomásacogedor.—Elhombrequevioentrar,llegóysemarchódeuncoche.

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—Síytambiénledijequenorecuerdoquéclasedevehículoera.—Nisiquieraelcolor.—Oscuro, negro… ¡No, perdón! Azul oscuro… Alargado, grande —

definió—.Elhombresalióporlapartetrasera.Elvehículosedetuvoencimadelaacerayesperó.

—Haymuchoscochesasí,Antonia…Lamujercomenzóaponersenerviosa.—Leestoydiciendoloquerecuerdo…—¿Enquéquedamos?¿Azulonegro?Hagamemoria.—Azul,azul…—murmuró—.Sí,casiconvencida.—Tranquila,noseapure—intervinoLagarde,consolándolaconlamano

y mirando al compañero—. En ocasiones, cuanto menos nos esforzamos,antessale…

—También llevaba un adhesivo en la parte trasera, de color rojo ogranate…

Crespo frunció el ceño.UnaVTC, pensó, un servicio de transporte conconductorprivado.Noeramucho,perosíungranpasoparacerrarcírculos.

—Roja,hadicho.—Sí,colorada,enlapartetraseradelcristal…—Seguroquevioalgúndetallemás…—¡Crespo!—reprochólainspectora.Abrumada,latestigosetapólacara

con las manos. Lagarde se acercó al compañero y le señaló la salida—.¿Podemoshablarfuera?

Elpasilloestabavacío.—¿Quépasahora?—¿Estámaldelacabeza?—Relájese,¿quiere?Sololeestoyinsistiendo.—Esamujer lo está pasandomal y nos ha dicho todo lo que recuerda.

¿Dóndequedasuempatía?Buenapregunta,pensó.—Lapegatina roja pertenece a lasVTC…—explicó—.EnMadrid hay

trescompañíasqueoperanconesaclasede licencias.Por ladescripcióndelvehículo,siesdelcolorquedice,pertenecealaflotadeMomofy.

Lagardelomiróextrañada.—¿Cómosabeeso?—¿Quépasa?¿Nuncahausadouno?Ellanegó.—Tengocochepropio.

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—Enfin…—dijo,hizounabrevepausa,y continuó—.Conunaorden,podríamos saber quién fue a recogerlo.Losvehículos llevanuna aplicaciónquecontrolacadaviajeysurecorrido.Sonnúmerosexactos.

—¿Hablaenserio?—Sí.—Crespo,tardaríamosvariassemanasenlograrlo…—Anoserquelaempresanoshicieraunfavor.—¿Quéclasedefavor?Éllamirófijamente.Lagardecaptóelmensajealaprimera.Quizá,conla

presión de sus contactos, todo fuera más ágil de resolver. Alguien queaspirabaalaposiciónmásaltadelcuerpo,nollegabasinunbuenrespaldo.

—Yaveremos.—Ustedmisma…pero,yonomedemoraría.Regresaronalinteriordelasala.Elrostrodelamujerhabíarecuperadosu

color.Parecíaencontrarsemejor.Lagardeseacercóaella.—Antonia, agradecemos que haya venido y discúlpenos si le hemos

puestoenunasituación…Lamujerleagarródelantebrazo.—Herecordadoalgo—contestóconunasonrisa,orgullosadecolaborar

—.Elconductoreraunchicomoreno,conlosojosverdes.LagardemiróaCrespo.—¿Seguradeloquedice?Lasonrisapermanecíaensuslabios.—Puedequenome fijeen losdetalles…peronuncaolvidounamirada

hermosa.

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CalledeBravoMurillo,Madrid19:00horas

Elmotordelamáquinadeafeitarsonabacomoeldeuncortacésped.Susojosverdesmirabanalespejo.

Adiós a su estiloso peinado. Adiós a quien era, al menos, hasta que levolvieraacrecerelpelo.

Decían que a la tercera, iba la vencida. Sin embargo, esta vez seríadiferente.Estaveznohabríaarrepentimientos.

PensóenDolores,encómolejuzgaríasisupieralaverdad.Enocasiones,era tarde para cambiar de parecer, se dijo. Las cuchillas afiladas de lamáquina se movían a toda velocidad. El zumbido aumentó a medida queacercabaelaparatoasucráneo.Comosisetrataradeuncastigo,empuñólamaquinilla, colocándolaenel iniciode la frente,y laarrastróen línea rectahacia atrás, dejando un surco entre las dos mitades. Limpió el cabezal ycontinuó.Losmechonescayeronalsuelo,sinpeso,sinvida.Lamiradaseguíaconcentradaenelespejo,atentaanocometerningúnerror.

Mediahoradespués,sucabezaparecíaladeunsoldado,rasuradaylimpiade impurezas.Paróelmotordelaparato, lodejósobreel lavaboysequedóunos segundos observándose. El aire ahora era más frío. Había ganadosensibilidadysesentíamásligero.Noledisgustaba.Lacabezarapadaledabauninesperadoairederespeto.

Se duchó y se vistió, evitando usar la de la empresa para que no loreconocieran:unjerseynegrodecuelloaltoyunosvaqueros.

Preparóunsándwichdejamóncocidoyquesoyloengullóencuestióndeminutos. Llevaba días alimentándose de aquello. Al terminar, comprobó lahora, encendió la televisión y escuchó los informativosmientras recogía lacocina.Laausenciadenoticiaseraunabuenaseñalparaél,aunquenodebíaconfiarse.Antesdemarcharse,seguardóloscasquillosusadosenelbolsillo

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del abrigo. Después escondió el revólver en la cintura. Esa noche estabadispuestoausarlo.Nopodíafallar.

Cuandoabriólapuertadelavivienda,sintióunabrisaheladaqueentrabaporlaventanadelpasillodeledificio.Ahoraquecarecíadepelo,podíaecharenfaltasuutilidad.

GirólavistahaciaelpercherodelaentradadelapartamentoyvioelgorroqueDoloresseponíaaveces,cuandolasmañanaseranfrías.Ungorrodelananegraconformadecapuchón.Loagarró,selopusoyabandonóelpisoporlasescaleras.

HospitalGregorioMarañón,Madrid21:45horas

Tocólapuertadelahabitaciónyabrió.Nohabíaavisadodesullegada,perolaenfermeralosorprendiócuandopusounpiedentro.

—¿Quéhaceaquí?Nohayturnosdevisitaaestashoras.Yasabequenopuedeentrarsin…

—Perdón —dijo, interrumpiéndola—. He terminado de trabajar ynecesitabaverlaantesderegresaracasa,aunquefueraunsegundo…Yasabelo duro que es volver del trabajo sin encontrarla allí… Siento habermeexcedido.

—Nopasanada,loentiendo…Yaheterminadodecambiarleelsuero—comentó la mujer, agarró la manta y le cubrió las piernas a Dolores. Suactituderanoble.Parecíaserunabuenapersona,atentaycariñosa,pensóél.Peroél también lohabía sidoenelpasado.Lasaparienciasengañaban.Laspersonasactuabandeunamanerauotraenfuncióndelcontextoenelquesedesarrollaban,pensó.Podíanser lasmejoresamantesy,asuvez,auténticosseresdespreciablesenelámbitolaboral,yviceversa.Antesdemarcharse,laenfermerasefijóensugorro—.¿Tienefríoaquídentro?

—¿Eh? No…—cuestionó, abrumado por la pregunta. Pero quitarse laprendaerapeorqueresponderconunembuste.Susojosfueronalamesillayencontrólasfloresquehabíallevadoanteriormente,ahoradentrodeunjarrónconagua—.¿Cómoestá?¿Algunamejora?

Lamujernegóconlacabeza.Leincomodabadarmalasnoticias.—Susconstantessiguenestables,lapielseestáregenerando…—explicó

—,peronuncasabemoscuandodespertará,osi lohará…Nisiquierasinosescucha.Esunasuntotancomplicado…

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—Entiendo. No pasa nada, sé que es fuerte y saldrá de esta—dijo él,esperandoaquesemarchara—.Mehizocasoconlasflores…

—Ah,sí—respondióyvolteó lamirada—.Sonpreciosas.Hubiesesidounapenaquesesecaran…Bueno,lesdejoasolaspero,yasabe…

—Sí, unos minutos… Gracias… —contestó y se acercó a Dolores—.Nadienotaráqueheestadoaquí.

Ella se rio en silencio y el ruido de las pisadas desapareció. Cuandoescuchóelchasquidodelacerradura,porfinrespiróconcalma.

Se fijó enDolores. Su expresión era neutra. Parecía encontrarse en otradimensión.

—Esperoqueloentiendas,Lola…Lohagopornosotros,sobretodo,porti…—murmuróenvozalta.

Sacóloscasquillosdelbolsilloymiróalrededordelahabitación.Bastabaunpocodemalasuerteparaqueterminaranapareciendodondenodebían.Asíquetuvounaideamejor.Doloresnoteníaquienlavisitaraysufamiliarmáscercano era él. El personal del hospital no semolestaría en tocar donde nodebíayélpasaríaporallícadadíaparacomprobarqueseguíanensusitio.Sialgúndíafaltaban,tendríaquedesaparecer.

Seacercóalcuartodebaño,levantólatapaqueprotegíalacisterna.Concuidado, sumergió lamano y dejó los cascos de bala aplastados que habíasacadodeltambordelrevólver.Despuésvolvióacubrirlapartesuperior,selavólasmanosconjabónysesecóconpapelhigiénico.

El silencio de la habitación le permitió oír el ruido de unos pasosprocedentesdelpasillo.

Seacercóalacama,searrodillóyacariciólamanodesuparejaenunfríoactodedisimulo.

—Siestásahí,séquemejuzgasyquenoestásdeltododeacuerdo,nuncaloestarías,perotienesqueentenderlo…—susurróaloídodelachica—.Nomehandejadootraopción.

Lapuertaseabrió.Laenfermeracontemplólaescena.Porsuerte,suvisitahabíaconcluido.

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CalledeLeganitos,Madrid22:00horas

Los dos inspectores bajaron las escaleras de la comisaría y salieron deledificio.Necesitabanunpocodeoxígeno,llevabanallítodoeldía.

CresposeencendióuncigarrilloyaprovechóparaprenderelqueLagardetenía entre los labios. La inspectora había seguido su consejo, removiendotierra y cielo para que el Director Ejecutivo de la empresa de servicios detransporte les diera carta blanca en el asunto. No había resultado muycomplicado. Uno de los socios inversores de la compañía era amigo deLagarde,undatoqueellahabíaignoradohastaelmomentodelasolicitud.

Tan pronto como les dieron permiso, Llanos y los dos hombres de lainspectorasefuerondecabezaalasoficinascentralesdelacompañía.

—Gracias…—dijoellaysefijóenlamarcadelpaquetequesosteníaelinspector—.Sisiguesfumandodeesamanera,tendráslospulmonescomoeltubodeescapedeunseiscientos.

Crespoexhalóelhumo.Caminaronhaciaabajo,endirecciónalbarasturianoquehabíapróximoa

laplazadeEspaña.—¿Quiéntedicequenoslostengaya?—También es cierto…—respondió ella—. ¿Alguna vez has probado a

dejarlo?—Oficialmente,sí…perorealmenteno.—Entiendo. No es fácil… Es como esa relación que nunca cortas del

todo.Nolaquieres,perosiguesviéndolaporquelanecesitas.—¿Maldeamores?Nosabíaqueteníasentimientos.—Sí,Crespo.Algunaspersonasnosdedicamosaalgomásquerespirar—

contestóysujetóelcigarrilloconlosdedos.Ellaeramásaltaqueél,peroalinspector no le importaba. Lagarde era atractiva para los hombres. Él lonotabaalcaminarasu ladoyellaparecíaestaracostumbradaa lasmiradas.

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Se preguntó qué clase de varón le atraería. Al menos, dedujo, tendría queposeeruncarácterfuerteparaaguantarla.Noeraunamujerfácil.Nadiequeestuvieramásdediezañosenelcuerpoloera—.¿Adóndemelleva?

—Leinvitoauncafé,simelopermite—contestóélyseñalóalbarquehacíaesquina.Elambientedelasidreríaeracálido.Labarraestabaarebosardegenteyporlapuertasepodíasentirelruidodelpersonalyeloloracarnefritadelaparrilla.

Ella echó un vistazo sin demasiado interés, dio una calada y apagó elcigarrilloenelsuelo.

—Uncafé,aestashoras…Sonlasdiezdelanoche,Crespo.—Quiendiceuncafé…—Está bien, entremos—respondió sin expresar un ápice de gratitud y

cruzó la puerta. En efecto, la presencia de la mujer llamó la atención dealgunos,quenopudieronevitartorcerelcuello.Lagardeseapoyóenlabarrademaderayobservósinantojolastapasdelavitrina.Crespodejólachaquetasobre el taburete. Sentarse en él, solo le haría parecermás bajo.Cuando eldueño del bar se acercó tras la barra, la inspectora pidió dos cañas sinpreguntarlealcompañero—.Encantadorestesitio.

—¿Nolegusta?—Nosalemucho,¿verdad?—¿Aquéserefiere?¿Citas?—cuestionó,echandoelcuellohaciaatrás—.

Soyunhombrecasado.—Ya…¿Sabe,Crespo?Me recuerdaaunodeesospersonajes anclados

enotraépoca.Élserio.—Déjeme adivinar… —dijo, jugando con ella—. Humphrey Bogart,

detectives,año1930…—¡Ja! ¡Ni hablar! Qué más quisiera… —contestó, mordaz y fría—.

Muchopeor.Parecehabersequedadoen1991…igualque ladecoracióndeestebar.

Elcomentariolesentócomoungolpeenlayugular.—¡Marchandodoscañas!—gritóelcamarero.LagardeleofrecióunvasoaCrespoylevantósubebidaparabrindar.—Salud—dijoella.Lascervezaschocaron.—¿Deverdadpiensaesodemí?—Por favor, Crespo. No se haga el ofendido—contestó frunciendo el

ceño, reprochándole la actitud. La pregunta iba más allá de lo que ella le

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hubieradicho.Reflexionósobresuspalabras.Lagardecarecíadepelosenlalengua y, en ocasiones, de empatía ajena.Alguien había corrido el bulo deque tenía uno de esos síndromes extraños que le impedía interactuar comounapersonahumanayconcorazón.Otrosteníanlateoríadequenoeramásqueunadesgraciada.Encualquiercaso,Cresponoesperabaqueledijeraalgoasí. Tal vez su esposa pensara lo mismo de él. De pronto, salió de suspensamientos cuando vio los dedos de esa mujer, chasqueando a escasoscentímetrosdesurostro—.¡Crespo!¿Enquéplanetaanda?

—Disculpe,semehaidoelsantoalcielo…—Yaveo,ya…—contestólamujerysebebiómediacervezadeuntrago

—. Espero que no le pase a menudo… Dígame lo que piensa, Crespo…Llevamoscincohorasbuscandoaesehombre.¿Porquéestáconvencidodeque es él quienmató al Chulo y al peruano? Podríamos estar perdiendo eltiempo,confundiéndonosdepersona…

Noteníaningunateoríaocosaenlaqueapoyarse,másquesuintuición.Podía haberlo hecho cualquiera, pero un modo de operar tan repentino ysanguinolento, no era propio de las bandas criminales. Las venganzas sellevabanconmesura,conunprotocoloqueseregíaporlalógicaynoporlaemoción.ConlasmuertesdePacoElChulo,RodríguezyMínguez,alclandelos López solo le habían hecho un favor: quitarse de encima a quien lospudiera delatar. Incluso, no descartaba la teoría de que fuera cosa de ellosmismos,conelfindeborraraposibleschivatos.

Pero algo le decía que debía guiarse por su instinto, como habituaba ahacer, a pesar del ridículo que pudiera hacer si todo salía mal. AquelloconteníademasiadasangreparaestarfirmadoporlosLópez.EraalgoquenolepodíaexplicaraLagarde,pormuchoquelodeseara.Igualquetampocolepodíacontarporquéhabíaabandonadosuinvestigación.

Lamujerqueteníaenfrente,confiabaenélporqueseagarrabaaunclavoardiendoenesosmomentos.Sileexplicabalasrazonesporlasquehabíasidoapartado,lainspectoraharíalomismoconél.

Aquella mujer estaba decidida a resolver el caso, sin importarledemasiadoelcriterio,pocoortodoxo,delhombreconelquetrabajaba.

Yeso,aél,lebeneficiaba.—Todo es posible, inspectora —señaló—. Lo único que quiero es

asegurarmedequenonosdejamosningunapistaeneltintero.—Claro… —contestó, entornando los ojos y mirándolo de un modo

inquisidor—.Máslevalenocagarla.—Encantadodetrabajarconusted…

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Elteléfonosonóantesdequeterminaranlaconsumición.Lagardesacóelmóvilycomprobólapantalla.Despuéssalióaceleradaalexterior.

Cresposefijóensusilueta.Esamujer le ibaa traermásdeundolordecabeza.Sucaráctereraextenuante.

Pagóysalióabuscarlaa lacalle.Lagardehablabaacalorada,Cresposeencendió un cigarrillo y fumó hasta que la compañera terminó laconversación.Nopodíacreerquehubieranestadomediahoraallídentro.

—¿Hanencontradoalgo?—Lotenemos,Crespo.Handadoconelperfildeunodelosconductoresy

encajaconladescripcióndeesamujer.Elinspectorlamiróatónito.Nodabacrédito.Porunavez,algosalíabien.Sindecirlenadamás,ellaechóacaminarcallearriba.—¿Adóndeva?—preguntóél.—¿Piensa quedarse ahí toda la noche? ¡Muévase, hombre! ¡Tenemos

trabajopordelante!—Hay que joderse…—dijo en voz baja, apagó la colilla y siguió sus

pasoshacialacomisaría.

Los hombres de Lagarde esperaban en el despacho. El inspector Llanosparecíamáscansadoqueellos.Llevabaunabebidaenergéticaenlasmanosyse frotaba los ojos. La inspectora irrumpió con bravura en la comisaría,abriendolapuertadeungolpeysubiendolasescalerascorriendo,arrasandoporsucaminoconloqueseencontrara.Cresposiguiótrasella.

Sobre un escritorio había un informe impreso con el logotipo de lacompañíadetransporte.Enélaparecíalafotodeunchicodemedianaedad,ojosverdesycabellooscuro,talycomolohabíadescritolatestigoduranteelinterrogatorio.

—¿Es él? —preguntó la inspectora a sus hombres, sujetando el folio.Llanos parecía estar de espectador, ocupando un segundo plano—. ¿Estáisseguros?

Cuando Crespo comprobó la fotografía, percibió algo que le resultófamiliar,aunquenopodíaconcretarelqué.Erantantoslosrostrosqueveíaadiario,quesolíaconfundirlos.

—Tres conductores aceptaron pedidos y realizaron viajes entre lasdiecinueve y las veintiuna horas desde la Gran Vía y la plaza de losMostenses —explicó el más alto de los dos—. Sin embargo, solo este semantuvo inactivo durante las horas posteriores… Hemos comprobado las

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trayectorias de los tres conductores desde la noche del sábado hasta lasposteriorescuarentayochohoras…Ensucaso,llamalaatenciónqueellunesmerodearapor laCañadaReal, teniendoencuentaque lamayoríadeviajespasanporelcentrodelaciudad.

—¿Ylosotros?—Jornadanormal.Crespointervinoenlaconversación.—¿Se sabe algo de esta persona? Si tiene antecedentes o algún tipo de

registroensuhistorial…—Está limpio —dijo el policía—. Vive en Tetuán, trabaja desde hace

unos meses para la compañía y no ha tenido ningún problema con losclientes…

—Un momento, Peralta… —interrumpió el segundo policía al quehablaba—.Ahoraquelorecuerdo,nosotrosestuvimoslanochedelsábadoensudomicilio.

—¿Quéestádiciendo,Sáez?—preguntóLagarde.—Sí,inspectora.Ustednosmandóallí,¿recuerda?—contestó—.Fuimos

enpersonaaentregarlelanoticiadelosucedidoasupareja…Yomismosubía dársela… El pobre quedó destrozado… Me dijo que iba a pedirlematrimonioesanoche.

—¿Sepuedesaberdequémehablaahora?—Su pareja estaba en el restaurante cuando ocurrió la explosión. Sigue

convida,peroentróencoma.—¿Porquémelodiceahora?—Nopenséquefuerarelevante.UnapequeñaluzseencendióenlacabezadeCrespo.Recordóporquéleeratanfamiliareserostro.—¿Enquéhospitalseencuentraingresada?—intervinoelinspector,antes

dequeLagardedescargarasumalestarenelagente.—EnelGregorioMarañón—dijoelpolicía.Crespoagarrósuchaqueta.—¿Acasoesesoimportante?—Yalocreoquesí—afirmóysedirigióalapuerta—.Estonotienenada

queverconLombardo…¡Malditasea!Queenvíenaalguienparaquevigilela entrada de la habitación donde está esa chica, tarde o temprano, irá avisitarla.

—¡Crespo, espere! —gritó la mujer, pero el inspector iba directo a lacalle, sin escuchar a nadie. Cuando salió al exterior, miró hacia abajo,esperandoaquepasarauntaxiporallí—.¿Adóndediablosvaahora?

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—A la casa de ese conductor —respondió y levantó la mano. El taxiaminorólavelocidad—.¿Vieneosequedaahí,Lagarde?

Ella seacercóal inspectory lebajóelbrazo.El taxistapasóde largoyCresponoentendióquéhacía.

—Mejorenmicoche…Nomegustanlostaxis.

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CuestadeSanVicente,Madrid23:30horas

Lacalleestabadespejada,lanocheeraoscurayfresca,habitualenesaépoca.Desdeelvehículo,vigilabalapuertadelacervecería.Eracuestióndeminutosque echaran el cierre, pensó. En la mayoría de casos, los propietariosaguantabanaqueelúltimoclienteterminaralaconsumiciónysemarcharaasudomicilio.Enocasiones,esperaraqueesosucediera,eracomojugaralaruleta.Tododependíadeldineroqueelsujetollevaraencima.

Vio a uno de los camareros abandonando el local, junto a ese clientepesado que caminaba haciendo círculos con los pies. Entendió que habíallegado el momento de la acción. Le había dado vueltas al plan: entraríacuandoelrestodelpersonalsefuerayeltipocanosohicieraelrecuentodiariode la caja. Entonces, lo interrogaría hasta que le contara todo lo quenecesitaba saber. Una vez tuviera la información, se desharía de él con undisparo.Limpioymordaz.Convidaosinella,esedesgraciadoleibaabuscardiversosproblemas.Asíquedecidiómatarlo.

Lapersianametálicaestababajadahastalamitad.Dejó el coche aparcado en doble fila y con las luces de emergencia

encendidas.Tomó la cuesta, protegiéndose la cara con las solapas del abrigo y la

cabeza con el gorrode lana.En el interior del bolsillo, sujetaba el revólverconlamanovendada.

Latelevisiónseguíaencendida.Agachólacabezaalentraryseacercóalabarra.Allí estaba él, tal y comohabíapronosticado, tarareandounade esasmelodías inventadas que carecían de letra, sujetando unmanojo de billetesconunamanoycontándolosconlaotra.Elhombrecanosoalzólamiradaalreconocerloszapatosdelconductor.

—¡Tú!¿Quédiabloshacesaquí?—Necesitoquemehagasunfavor.

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—¿Otravez? ¡Al finalpensaréque tienesuna tara! ¡Ya tehedichoestamañanaquenadadefavores!—gritóypegóunpuñetazoalcajóndelacaja.Estesecerródeungolpe—.¿Porquétehaslargadosindecirnada?

Élseacercóhastalabarrayleapuntóconelarma.Lamiradadelhombreseestremeció.

—¡Eh,eh!Tranquilo…—comentó,bajandoeltono—.Notepongasasí,solobromeaba.

—Cuéntameparaquiéneraelencargo.—Venga,chaval…Noquiereshaceresto…Estiróelbrazo.Elcañónleapuntabaalcorazón.—No te hagas el listo. Te he escuchado vendiéndome esta mañana,

pedazodecabrón.—Oye,chico,créeme,sitelocuento,nosmataránalosdos…«Eseesmiproblema,túyaestásmuerto».—¿Quién es la persona que está detrás de la explosión?—preguntó.El

hombrelomirabaensilencio—.¡Habla,joder!—¡Estábien!Peronodispares…—dijoybalbuceó.Parecíaganartiempo

mientrasbuscabaalgoconloquedefenderse.Elconductorseacercóaélylegolpeóenlacara—.¡Ah!¡Losiento,losiento!

—¡Habla,portuvida!—Teloruego,nomedispares…Yosolovoyacomisión…Unmandado,

un recadero, esoes loque soy…Ya lo sabes, elbarmedapara loquemeda…Estoesunsobresueldoquerecojoparairtirando—respondió.Elchicolequitóelseguroalrevólver.Ladiccióndeldueñodelbarseaceleró—.¡Deverdad,telojuro,cojones!¡Teestoycontandolaverdad!

—¿Quiéntepaga?¿Quiéntepasalosencargos?—insistió.Alnoobtenerrespuesta, saltóporencimade labarrayempujóal tipohacia lacocina.Lelanzóvariasbotellassinéxito,quecayeronalsuelorompiéndoseenpedazos.Elhombresecubriólacarayretrocediómientraselarmaseguíaapuntandoasu cabeza—. ¡Meestásponiendode losnervios con tanto silencio! ¡Nometomesporidiota!

—¡Agustín! ¡Me pagaAgustín, el de los López! ¿Vale?—exclamó. Elhombreretrocedióunmetro.Entraronenelinteriordelacocina.Loslicoreshabíandadopasoalasplanchasdeacero,queseguíancalientes;alasollas,alascacerolasyalosfogones—.¿Esquenoloentiendes?¡Tevanacortarelpescuezo!¡Seharánuncollarcontusojos!¡Nopuedeshacernada!¡Lárgatebienlejosantesdequeteencuentren!

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—¿Ah,no?—contestóyencendióunadelasplanchas—.ElmóvildeeseAgustín…¿Eselnúmeroquemediste?

—Nolosé…—Quenolosabes…Otravezcontusmalditosjuegos…—dijo,loagarró

del pelo, sin separar el cañón de su rostro y le aplastó la cara contra lasuperficiemetálica.Seoyóun chisporroteo.El hombregritó con furia y supielcomenzóahumear—.Nolosabes,¿eh?

—¡Ah,hijodeperra!¡Mehasquemadolacara!¡Eresunjodidoenfermo!—bramóconlapielalrojovivo—.¡Teestoydiciendolaverdad!¡Nolosé!

—Síquelosabes…¡Hoymismohashabladoconél!—¡Esélquienllama!¡Teloherepetidomilveces!—Mi chica está en coma… —respondió con los ojos encendidos—.

Volaronunrestauranteconelladentro…Esecabrónytodoslosquetrabajáisparaélvaisapagarporello…¡Asíquedimedóndecojonesestáantesdequetevuelelacabeza!

—Asíquehassidotú…—dijo,cambiandoeltonodevoz,asumiendoelpeligrodelapersonaqueleapuntaba—.Chico,tendríasquehaberdejadolascosascomoestaban.

—Nomeobliguesahacertemásdaño.—¡Te he dicho que no lo sé! —respondió e intentó golpearle para

desarmarlo,peroÁlexvolvióaarrimarlelacaraalaplancha.Seescuchóotrofuertechisporroteode lapielal freírsesobreelacero.Elhombreseagitabafuriosoacausadeldolor.Noteníamástiempoparainterrogarlo.

De espaldas a él, sujetándole la cabeza contra la superficie caliente,guardóelarmayagarróuncuchilloafiladodecortarcarne.

—¡Yestoporvenderme!—exclamóyleclavólahojaenlapartetraseradelcráneo.Elcuerposeagitóunossegundos,hastaquelesoltó lacabezaysintió cómoel cadáver sedesmoronabaenel suelopor lagravedad.El aireolíaapielchamuscada.

Metiólamanoenelbolsillodelpantalóndeaqueltipo,lequitóelteléfonomóvil,eldineroquehabíaguardadoysemarchódellocal.

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CalledeBravoMurillo,Madrid23:35horas

ElAlfaRomeoGiuliettasedetuvofrentealnúmeroqueindicabaladireccióndelnavegador.Lagardeconducíaconfiada,velozysinvacile.Eraunabuenaconductora,pensóelinspector,tambiénsorprendidoporlolimpioqueestabaelinteriordelvehículo.

Durante el viaje, apenas hablaron. Ella le contó que no usaba los taxisporqueunavezsufrióunaccidentede tráfico.Nofuegrave,perosuficienteparagenerarleuntraumapsicológico.Desdeentonces,nopodíadelegardicharesponsabilidadaotrapersona.

Por su parte, Crespo se limitó a contarle lo que había deducido de suinvestigaciónactual.Fuebreve.Talvezestuvieraenlocierto,peroteníaquecorroborarlo. Las corazonadas no eran más que impulsos, razonamientoslógicoscondensadosenunafraccióndetiempo.Nisiquierapodíaexplicarporqué las sentía, porque la mente consciente era incapaz de encontrar unadefinición con palabras. Sin embargo, había leído que era un procesocognitivoyesolebastaba.

—Llevacalladounbuenrato—comentóellaalapagarelmotor—.¿Quétieneenlacabeza,inspector?

Denuevo,elinstanteenelquetodosevinoabajo.Nopodíacontárselo,sesentíaavergonzado.

Mientras hacían el trayecto, recordó a ese chico, la normalidad de suspalabrasylaconversaciónquehabíantenidoacercadelafelicidad.Ypensarque,pocodespués,aquelpobreilusosellevaríapordelanteadospeligrososcriminales.Entoncesconcluyóque,talvez,elaleteodeunamariposasíquefueracapazdeprovocaruntsunami.

—¿Ysiesél?—Esobvioqueesél,¿no?Ustedmismolohadicho.«¡Oh,vamos!Noselodigas…Noloentendería».

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—No tenemos pruebas contra esa persona, ni una orden judicial paraentrarensudomicilio…Soloelucubraciones.

—Lamayoríade losciudadanosdesconoceelmanual,Crespo…Niquefueranuevo—dijoybajódelcoche—.Notengotodalanoche.

Entraroneneledificioyllamaronalascensor.Cuando este llegó, Lagarde fue la primera en entrar. Crespo pulsó el

botón. Sus cuerpos estaban separados por una distancia ridícula. El suaveperfume de la inspectora lo embriagó. Olía demasiado bien y eso no erabueno para su relación profesional. Entonces pensó que él debía hacer lomismo.

Cuandollegaronalaplanta,seencontraroncontrespuertas.Crespotomóla iniciativapara llamar,peroella seadelantó.Necesitaba ser laprimeraentodo.Suambiciónsemanifestabaencadamovimiento.

El timbre sonó, aunque nadie respondió. Aguardaron unos segundos yvolvieronaintentarlo.

—Parecequehasalido—comentóél—.Esextraño.—Quizá supieraqueveníamos. ¿Quiénestáunmartes a estashoraspor

ahí?—Esconductor…enMadrid.Desconocemossushorarios.Lagarde acarició la cerradura ymiró al pasillo.Crespo no entendió qué

hacía.—Ábrala.—¿Qué?¿Puederepetirloquehadicho?—¿Está sordo, Crespo? Que la abra, que fuerce la cerradura. Vamos a

entrarensucasa.Élserionervioso,soltandoelaireporlanariz.—¿Meestáhablandoenserio,Lagarde?—preguntó.Por la formadesu

expresión,entendióquesí—.Noséabrirunapuerta…Ellachasqueólalengua,decepcionada.—Inútil…—dijo y buscó una ganzúa en el interior del bolsillo de la

americana.Despuéssequitóunahorquilladelpeloyseacercóalapuerta.Derodillasyconcentrada,introdujolasdospiezasenelbombíndelacerradura.Crespo la observó en silencio. El rostro de Lagarde estaba relajado. Era laexpresión de quien ponía empeño en lo que hacía, olvidándose por unmomentodelosproblemasquenublaransuexistencia.Lainspectorahizounpocode fuerzahastaquesonóunchasquidoy lapuertacedió—.Penséqueseríamásdifícil…Nohaycerrojoquesemeresista.

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Elpisoolíaarancioyaireviciado.Laentradaestabahechaundesastre.Lagarde fue la primera en aventurarse, no sin antes sacar su pistola.

Crespolasiguióycerrólapuertaconsigilo,paranollamarlaatencióndelosvecinos.

—Aquínoparecequehayanadie—dijoellaenvozalta.Guardóelarmaycaminóhaciaelpasillo.Elinspectorpensóque,encasodequesílohubiera,yasehabríaenteradoporelruidoquehacíanlostacones—.Aquí,venga.

Lavozprocedíadelacocina.Olía a basura, a carne descompuesta. Aquel chico había dejado de

preocuparseporlalimpieza.Junto al fregadero había una botella de whisky, un paquete de jamón

cocido, echado a perder; varias latas de cerveza vacías, un bote de alcoholetílico,unrollodevendajeyunperiódicoabiertoporlaseccióndesucesos.

—Vaya…—Menudafiesta.Unasonrisamalvadasedibujóenlacaradelamujer.—Conesto,salimosdedudas…—¡Notoquenada!—ordenóCrespo,antesdequelainspectorasellevara

alasmanoselaparato—.Ynodigatonterías…Ella,ofendida,lomirócondesprecio.—¿Cuándo perdió el sentido del humor?—preguntó y se dirigieron al

salón.Allí, sobreunmueble,Lagardeencontróunafotoenmarcada.Enellasalíalapareja,unosañosmásjóvenesyfelices—.¿Esellalachicadelcoma?

—Eso creo… —dijo él y echó un vistazo por el dormitorio. Era unauténticocaos,aunquenadafueradelohabitualparaunhombrequenosabíavivir sin compañía—. No vamos a encontrar nada aquí. Dudo que sea tanestúpido…Si lleva un arma, la tendrá con él…Si queremos poner esto depatasarriba,habráqueprocedercomotoca.

—Maldita sea, Crespo…—comentó lamujer con un tono de reproche.Dejólafotografíaysedirigióhaciaelsofádelsalón—.Esustedunhombrerealmenteaburrido.¿Selohandichoya?

—No,queyorecuerde,nadiesehaatrevidoahacerlo…exceptousted.—Siemprehayunaprimeravezparatodo.¿Porquénoserelaja?Élagachólamiradayserascólacabeza.Nocomprendíaaqueljuego.—¿Qué pretende, Lagarde? Ya le he dicho que no vamos a encontrar

nada…Serámejorquenoslarguemos,antesdequenosencuentreensucasa.—No,esperaremosaquevuelva.

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—¿Qué? Menudo disparate. Ha perdido el juicio… —respondió y sedirigióalapuerta—.Nopiensoobedecerle.

—¡Crespo!—gritólamujerconvozautoritaria—.Esunaorden.«Serádesgraciada».Segiróenfurecido,haciendounesfuerzoporcontrolarsusimpulsos.Levantóeldedoylaseñaló.—Nadiedemirangomedaórdenes.PeroLagarde,sensualcon laspiernascruzadassobreelsofá,opinaba lo

contrario. Era de hierro, fría y ganadora. Ella decidía y no había quien lediscutiera.

—Ustednotienerango.Sisaleporesapuerta,olvídesedeestecaso…ydecualquierotro.

—Nopuedehablarenserio.Lamujerfruncióelceño.Susojoseranlosdeunacobra.—¿Tengocaradebromear?Él respiró,contóhasta tresy retrocedió.Seodiabapordentro, seestaba

dejando pisotear, pero Lagarde tenía más influencia que él, ya que él noposeíaninguna.

—¿Quiereesperarahísentada?—Asíes.—¿Ysinoshemosequivocado?—Lodudomucho…Verá,soyconscientedeustedmehatraídosiguiendo

su instinto… No le he pedido una explicación porque sé que no la tiene.Conozcosuhistoria,heleídosusinformesyheestudiadosuperfil…peroveoqueustedsabemuypocosobremí…asíquedéjemeseguirmiconvicción…

—Noloentiendo…—Nomemireasí,tambiénséquenoseloesperaba,¿verdad?—preguntó

—.Dígamealgo,Crespo…¿Siguecreyendoquesoyunaestúpida?

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CalledeBravoMurillo,Madrid23:55horas

Estavez,no lepesaronlosremordimientos.Habíaactuadoaconciencia,sinreparosyconsaña.Antesdeagarrarelcuchilloparaclavárseloaesehombreenlanuca,comosicortaraelhuesodeunaguacate,habíaaceptadosufinal,quenoeramejorlaalternativa.Dejarloconvida,hubieseaceleradoelprocesode su captura. Tenía que abandonar la ciudad como fuera, cuando hubierafinalizadotodo,peronosinantesvisitaraDoloresporúltimavez.

Condujo hasta su domicilio, como si fuese el fin de una jornadacualquiera.EcharíademenosMadrid,asícomolavidaquehabíaconstruido.AúnrecordabaaquellatardedejuniocuandoconocióaDolores,paseandoporlos alrededoresdelManzanares.Ella tardó endarse cuentade supresencia.Pasarondías,casiunasemana.Volvieronaverse,noallí,sinoenel interiorde un bar de la calle de Ponzano, por carambolas de la vida. Él fingió unaccidente forzoso, el toque de gracia para comenzar una conversación.Doloresfueamable,másdelohabitual,ylepreguntósiseconocíandealgo.El restoerahistoria.Su relatodeamor.Uncuento sin finalquenopodríancontar a sus hijos. Sueños que quedarían entre las baldosas de por vida.Oportunidadesquetomaríanotrosconmásambición.Ytodoporlagraciadeunmalditodesalmadoqueibaaquedarimpune,sinohacíanadaalrespecto.

Debía planificar sus próximos movimientos, terminar lo que habíacomenzadoy,después,silograbasalirconvidadeaquellacruzada,selargaríaaunlugarlejanoparanoregresarjamás.

Aminorólavelocidadcuandoentróensucalle.Laadrenalinaaúnteníasumenteamediogas,porloquenopensódemasiado.Aparcóylevantólavistahaciaelcielo,interesadoeneltamañodelaluna,cuandovioalgoextrañoensu edificio. La luz del apartamento estaba encendida. Había alguien en elsalón. No era una buena noticia. La única persona que podía entrar eraDoloresyesoeraimposible,pensó.

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Depronto,comenzóarespirarcondificultad.«¿Cómomehanlocalizadotanrápido?».LoprimeroquelevinoalamentefueDolores.Despuésloscasquillosde

la pistola. Eran la única prueba que podían relacionarlo con lasmuertes deaquellostipos.Enlacasa,noencontraríannada.

Sacóelteléfonomóvil,buscóelnúmerodelhospitalenlaagendaymarcóparaasegurarsedequeDoloresseguíaensuhabitación.

—¿Sí?—preguntólavozdeunamujer.Colgóalinstante.Porsupuestoqueseguíaallí,sereprochóasímismo,ybienacompañada.

Conunbreveinterrogatorioalaenfermeraqueatendíaasupareja,laPolicíaestaríaaltantodetodo,convencidadequevolveríaporallí.

—Mierda…—murmuró.Nosupomuybienloquehacer,porloqueesperóenelinteriordelcoche

hasta que las luces del apartamento se apagaron. Paró elmotor y se quedóexpectanteconlamiradafijaenlaentradadeledificio.

Minutos más tarde, vislumbró en la distancia dos siluetas queabandonaban el portal. Ella era una mujer rubia, más alta que él, con laspiernaslargasyelpasofirmeyseguro.Eltipoquelaacompañabaparecíasuantítesis,descuidadoysinafeitar.Noeranvecinosdelbloque,nisemovíancomounaparejasentimental.Nuncaloshabíavistoporallí.

LosdossubieronaunAlfaRomeo.Ellaibaalvolanteyelacompañantelecomentabaalgosindemasiadoentusiasmo.Elvehículosepusoenmarchaysedirigióhaciasucoche,rápido,comounaestrellafugaz.Elcorazónseleaceleró, poniéndose a mil revoluciones. Reaccionó, echándose sobre elasientodelacompañante.Cuandoselevantó,elAlfaRomeoseperdíaporlacalleprincipal.

Policías, sospechó. En su cabeza no existía otra probabilidad. Habíanentradoensucasa,sinunaorden,lomásposible,peroquéimportabaaesasalturas.Las agujas del reloj corrían en su contra.De ser así, lo volverían ahacer,tardeotemprano,perolapróximaveznosaldríanvivosdeallí.

Bajó del coche y caminó hacia la entrada.Un vecino del edificio habíallamadoal ascensor, por loqueoptópor las escaleras.Cuantamenosgenteencontrara por su camino, muchomejor. Volvió a pensar en la pareja quehabía entradoen suvivienda.El rostrode esehombre le resultaba familiar.Tanto, que reconoció su colonia en cuanto alcanzó la primera planta. Sinduda,eraél.PaseodelasDelicias.Nuncaolvidabaauncliente.

Cuando llegó a la puerta de su apartamento, se agachó y comprobó lacerradura. El bombín estaba en su sitio, aunque bailaba un poco.Metió la

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llave,abrióconcuidadoyentró.Despuéscerróconsigiloyencendió la luzdelpasillo.

Cabrones, pensó al ver el estado del apartamento. Todo seguía igual, aexcepción de la fotografía que había sobre el mueble. Ahora conocían suhistoriayladeDolores.

Cruzó el corredor y comprobó el resto de los dormitorios. Estabaenfadado,rabioso.Habíanvioladosuintimidad,surefugio,elúnicorincóndepazenelquepodíarelajarse.

Lospensamientosnegativosseapoderarondeél.Regresaralacalma,erairreversible y más con el perfume de esa mujer, que se había quedadoimpregnadoportodalacasa.

Volvióapensarenesehombre,en laconversaciónque tuvieronyen laadolescentequeabrazabaasunovioenelportaldeledificio.

«Sabesquiénsoyyentrasenmicasasinmipermiso…Entoncesesjustoqueyohagalomismo».

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Cresponunca llegóa sentarseenel sillón.PocodespuésdequeLagarde loinvitaraahacerlecompañía,suteléfonomóvilsonó.

EraMarisa.Declinó la primera llamada, fingiendonooírlo, pero su esposa volvió a

insistir.—¿Nolopiensacoger?—preguntólainspectora—.Yaveo…Entonces,

apáguelo.Élmiróalapantalladenuevo.—Losiento,esimportante.—Adelante—dijoella,echándolodesuvistaconlamano.Crespobuscóprivacidadenlacocina.Enelfondo,leimportababienpoco

loqueesamujerpensaradeél,perotodasuvidahabíasidoherméticoconlosasuntospersonales.

—¿Quésucede,Marisa?—preguntóconlavozcansada.Despuésexhalóhaciaabajo,vaciandolospulmones.

Lamujeresperóunossegundosantesdecontestar.—¿Dóndeestás,Lorenzo?Esmedianoche.Algonoibabien,sospechó,ysepreguntódesdecuándoseinteresabapor

sushorarios.—Estoyenmediodeunacosa,Marisa.Ahoranotelopuedoexplicar.—Hellamadoalacomisaríaymehandichoquehabíassalido.¡Haceuna

hora!«Hacemenosdeunahora…Yaestásexagerando»Suspiródenuevohaciaunlado,paraqueellanolooyera.—Terminoyvoyacasa.—Necesitohablarcontigo,¿esquenoloentiendes?—Otravez,no,porfavor…Ahora,no…—Lorenzo,tenemosqueponersoluciónaesto,pornosotros,pornuestros

hijos,pornuestrafamilia.—Nomejodas,Marisa.

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—¿Quenotejoda?¿Esesoloquequieres,discutir?«Sí,peronoahora.Nomientras esperoaqueesepsicópata entrepor la

puertayprimerolevuelelossesosaLagarde,ydespuésamí».—Estábien,estábien…Mira,túganas.—Esturespuestaparatodo.¿Quécoñopretendesdecirsiempreconeso?

—cuestionó,poniendoendudasuspalabras.Marisaestabamuyenfadadaconél, con su relación y con el mundo—. ¡Sé un hombre, joder! ¡Compórtatecomounoyplantacaraaestasituación!

—¡Quesí,hostias!Queyavoy…Colgó y se guardó el teléfono en el bolsillo. Una amarga sensación le

corríaporelcuerpo.Todolepicaba,hastalacabeza.Regresóalsalón,violaslargaspiernasdelainspectoraycogiósucazadora.

—¿Yesacara?Erasumujer,¿verdad?—Losiento,peroyonopuedoquedarmeaquí.LarespuestadeCresponolegustóunápice.Lomirócondesidia.Aella,

nadiepodíacontradecirla.—Crespo,esnuestraoportunidadparasorprenderaeseasesino—señaló

apretandolascomisurasdeloslabios—.Selorepito,sisaleporesapuerta…—Hagaloquetengaquehacer,Lagarde.—¿Esqueesincapazdegestionarsumatrimonio?¿Detomarsuspropias

decisiones?—Estoytomandounadeellas,melargo…Cresposediolavueltayagarróelpomodelapuerta.Algocambióentre

los dos y él se dio cuenta de ello. Puede que esa mujer no estuvieraacostumbrada a las negativas, pero demostró que no era tan fría eindependientecomofingía.Laspersonascreabancaparazonesparaevitarquelas dañaran.Aquel era el suyo.Crespo sonrió con regusto a victoria. Podíasentir la impotencia de lamujer, que se negaba a quedarse allí sola.Él fuemásinteligenteynopretendiómetereldedoenlallaga.Alfinyalcabo,ellaseguíaalmandoyteníalasllavesdelvehículo.

Abriólapuertaylainvitóasalir.—Estamoscometiendounerror,Crespo…—dijoellaalpasarporsulado

ycaminóendirecciónalascensor—.Lovamosapagarcaro.Yaloverá.Salierondeledificioysedirigieronhaciaelcoche.Elserviciodemetro

cerrabaenunahorayellanosehabíaofrecidoallevarlohastasucasa,porloquenotuvomásremedioqueprovocarlaconversación,antesdequelodejaratiradoenmediodelaciudad.

—¿Puedopedirleunfavor?

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Ellasepusoelcinturóndeseguridadyarrancóelmotor.—Siquierequeleacerqueasucasa,notengoproblema,peronopienso

darleexplicacionesasuesposa…—Leagradeceríaquemellevara.Esoestodo.La radio estaba apagada y no tenía intenciones de encenderla. Lagarde

pusolaprimeramarchayaceleróafondohastaelfinaldelacalle.CruzaronelpaseodelaCastellana,quedormíaaesashoras,aexcepción

de algunas de las torres de oficinas del distrito financiero, que estabansiempreencendidas.

Crespomiróhaciaarriba,pordetrásdelaventanilla.Pensóenlaclasedevidaqueteníatodaaquellagente,esclavadeunsalario,deunossueñosquesetruncabanamitaddeescalada.Lamayoríasoñabaconllegaralomásaltodeledificio,perosuscarrerasterminabanfueradeallí.

—Quévida…—murmuró,olvidandoqueviajabaacompañado.—¿Quévida?Nadieleshapuestounapistolaenlacabeza.—Existencosaspeoresquelasarmas,soloquenoseven.—¿Quéocurreconlasuya?—preguntólainspectora,dandoungiroala

conversación.Leincomodabahablardesuvidaíntima—.¿Porquésiempreesasí?

—¿Así?¿Cómo?—Pasota, indiferente… —contestó. Lagarde gesticulaba, poniendo voz

masculina ymoviendo los brazos para burlarse de él. Crespo la observaba.Eragraciosa,peronose lo ibaadecir.Delocontrario,nocesaríanunca.Apesar de la insolencia, el tono de la inspectora era suave, cercano einofensivo.Pocaspersonasseatrevíanahaceraquellosinterminarirritandoasuinterlocutor—.Parecequeelmundoledebaalgo,Crespo.

—Yoquésé,Cristina…—dijo,sujetándoselacabezaconlamano.—¿Cristina?—preguntó,sorprendida—.¿Yeso?—Oh,losiento,inspectora.—No, no… Está bien… Esto progresa… Puedes llamarme Cristina—

matizó,asintiendoconlacabeza,rompiendolaformalidadmientrasmirabaalfrente—.Despuésdetodo,esminombre…¿Ybien?

EstabancruzandoelPaseodelasDelicias.Cresporeconociósuedificioalolejos.Lástima,pensó,lomejorsolíaacabarcuandoladiversiónempezaba.

—Esahí.Lagarde giró a la izquierda y se metió por un callejón, aminorando la

velocidad. Paró el coche en doble fila, frente a la puerta del edificio. La

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tensiónaumentóenelinteriordelvehículo.Crespoaúnnohabíaasimiladoelcambiodeescenaqueocurriríaencuestióndeminutos.Estabaparalizado.

Sedesabrochóelcinturóndeseguridad.—Graciasporelviaje—dijoylamiróalosojos—.¿Tehandichoalguna

vezqueestáscomounacabra?Ellasonrióamediasyélsearrepintiódesuspalabras.Noeramuybueno

conellenguaje.Elcorazónseleencogió.«Eresuncompletoimbécil».Porsuerte,aLagardenopareciómolestarle.Sinesperarlo,alargóelbrazo

yleacariciólabarbarasposadevariosdías.Despuésseacercóyleregalóunbesoenlamejilla.Cresposequedóparalizado.Elcorazónsevolvíaamover,ahoracomolaturbinadeunavión.

—No te demores —respondió, le acarició el moflete con el pulgar yregresóasuasiento—.Tumujerteespera.

—Sí…Buenasnoches,Cristina.—Adiós,Crespo.Cuandocerrólapuerta,elAlfaRomeotomórumbohaciaAtocha.«¿Quédiabloshasidoeso?».Desconcertado,subióporelascensoryabriólapuertadesucasa.Olíaahogar,aambientadordelavandayapistodetomateypimientos.

Olíacomoteníanqueolertodaslascasasenlasqueserespirarapazyamor,ynocomoladeesecretino,queteníaelapartamentocomounestercolero.Perola fragancia era un mero espejismo, un oasis al que aferrarse antes deldesastre.

Cuandopusounpieenelinteriordelavivienda,lapuertadeldormitoriodesuhijasecerró.Vislumbróelresplandordelalámparadelsalónyoyóelruidode la televisión.El escenario estabapreparadoparaque comenzara lafunción.

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MIÉRCOLESCalledeBravoMurillo,Madrid8:30horas

Habíasidounanochelarga.Esperó hasta tarde, cuando no quedaba nadie en las calles, para

desatornillar las matrículas de otro vehículo y cambiarlas por las suyas.Despuéssedeshizodeladhesivode laempresaque identificabaasucoche.Regresóacasaysedurmióalascuatrodelamañana,apesardesusesfuerzosporseguirdespierto.Elcansancioapagósucuerpocomoelfríoquecongelalabateríadeuncoche.

Cuando despertó, se sintió desorientado. Le pareció que hacía un díaestupendo,alotroladodelaventana,peroledolíandemasiadolosmúsculoscomo para apreciarlo. Dormir en el suelo no era tan sano comorecomendaban. La jaqueca se agudizaba a medida que recuperaba el secoalientoylastaquicardiasnosehicieronesperar.

Cuandosepusoenpie,caminóhastalacocina,enbuscadeunabotelladeagua.Sobrelamesaencontróeltablerodeajedrez,conlaspiezassobreeste.Juntoalaspiezas,unfoliodobladoendosmitades,conunalistadeproductosparacomprar.Recordabahabercomenzadounapartida.Elajedrezleayudabaa relajarse. Comprobó la lista, reconoció su letra y el uso que tenían todasaquellas cosas. Con el primer trago de agua del grifo, las imágenescomenzaronafluir.

Había pasado la noche buscando cómo fabricar explosivos caseros. Noparecía complicadoy lamayoríadeproductos sepodíanobtener en tiendasconvencionales.Temía que aparecieran de nuevo, esta vez con refuerzos, yquelodetuvieransinquepudierareaccionar.Asíquenoibaasucederniunacosa,nilaotra.Losintióporeldueñodelapartamentoyesperóquelotuvierabien asegurado, porque iba a convertir aquellas paredes en una caja detruenos.Aquellugaryanoeraseguroparaél.

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Desconectó los cables de la línea telefónica y puso enmodo avión losterminalesmóviles.Sabíaqueloestaríanvigilando.Despuéstomóunaducharápida,curólaheridaconlociónbalsámicaysevistióparabajaralacalle,nosinponerseelgorrode lanaantes.Dadoquelaneveraestabavacía,decidióvisitar el bar de la esquina y desayunar allí. Así podría leer las noticias yconectarseaInternet.

Aesashoras,lacafeteríarendíaalmáximo,sirviendodesayunosaquienesestabanapuntodecomenzarlajornadalaboral.Seabrióhuecoentrelabarra,agarróunode losdiariosyoptóporunamesaqueestaba libre.Mientras leservían el café y la tostada de jamón serrano con tomate rallado, pasó laspáginasdelagaceta,buscandolasnoticiasdesucesos.

«Bravo»,sedijoalverunodelostitularesenlasecciónlocal.Unempresariomoríalanochedelmartesbrutalmenteasesinado.Condenotadointerés,leyócadaunodelospárrafos.Todoapuntabaaun

robo,aunatracoqueseviotruncadoporlaresistenciadeldueñodelbar.Unvecino que paseaba al perro lo encontró, tras ver la persiana abierta a esashoras.ÉlfuequienavisóalaPolicía.

—Un vecino… ¿Quién se va a creer esto?—murmuró en voz alta. Elruidodelagenteeratanfuertequenadieescuchóloquecomentaba.

Para su sorpresa, encontró un segundo titular que cambiaría sus planesfuturos. Roberto Lombardo, el guapo empresario italiano había sidoencontrado sin vida en su domicilio de la calle de Atocha. Un suicidio, alparecer,conunasoga.LaPolicíanoquisodardeclaracionesde loocurrido.Losvecinosnoescucharonnadahastaque,alasoncedelanoche,unaamigadelitalianollamóalosserviciosdeseguridadciudadana.

Sequedópensativoduranteun rato,olvidandoel caféyel trozodepantostado,cuandoundesconocidoseacercóalamesa.

—¿Loestásleyendo?—preguntóuntipodeaspectodejado,conunmonodetrabajoyelpeloenmarañado.Antesdequeacabara,losgruesosdedosdeesehombreyaestabansobrelaspáginas.

—Sí—respondió levantando lamirada, clavándole las cuencasde coloresmeraldaconlamismacontundenciaconlaquehabíahincadoaquelcuchillocarnicero.Eltiposequedósinhabla,retirólamanoysemarchóhacialabarrasindecirnada—.Imbécil…

Sefrotólosdedosyregresóaldiario.Apesardequelanoticianoocuparamásdeuncuartodepágina,estabacargadadeinformaciónrelevanteparaél.ElredactorasociabalamuertedeLombardoconsusdeudasfinancierastraslapérdidadelrestauranteyeldesastrosofuturoqueleesperabaalemprendedor.

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Aprovechando el suceso, el diario denunciaba la presión a la que otroscomerciantesdelacallehabíansufridoporpartedelosLópez.

—Interesante…Se concentró en el último fragmento de la noticia. Este resaltaba la

violenta actitud con la que Agustín López, gerente del Viva La Vida,conocidosalóndefiestasdelacapital,habíarecibidoalaPolicíavariosdíasatrás,duranteunainspecciónrutinaria.

Tomóunanotamentaldelnombredellocal,parabuscarlomástarde.Diounsorboalatazadecafé,yatemplado,yconectóelteléfonomóvila

laredinalámbricadelbar.Labúsquedale ibaa llevarunbuenrato,asíquepidióunsegundocafé,paranomolestaraldueñodelbar,yabrióelnavegadordelmóvil.

PrimerobuscóelnombredeMínguez,conocidocomoElPeruano, talycomolehabíaconfesadoelrecaderodelpelocanoso.

Apareció una lista de noticias, todas relacionadas con sucesos de añosanteriores,perosinconexiónconloocurridoen losúltimosdías.ProbóconlosLópez,acompañándolosdelaspalabrasMadrid,extorsiónynegocios.Laprensa local mencionaba a la familia en algunos sucesos ocurridos en losúltimos meses. Todos se relacionaban con Agustín López y su salón defiestas,quenoeraotracosaqueunburdelencubierto.Elempresarioguardabaun largo historial violento, aunque nada que llamara la atención. Dolor acambiodedolor,pensó.

Por último, antes demarcharse, se preguntó quién sería aquel policía ycómopodríaencontrarlo.Noteníaapenasinformación,másalláqueelperfilque se había creado para utilizar la aplicación de transporte. Buscó en elregistroydioconsufotografía:LorenzoCrespo.

¿Cómo podía ser tan ingenuo de utilizar su nombre verdadero?, secuestionó,sonriendocomounsabelotodoanteelaparato.

Pero las personas que separaban el trabajo de la vida personal, enocasiones, pormucho que se esforzaran por ocultar quiénes eran, hacían loposibleporllevarunarutinanormalcomolosdemás.

Uninsignificantedetallequeledioconfianza.Ahoraconocíasunombre, tambiénsudomicilioysabíade laexistencia

desuhija.Hizounaprofundabúsquedasobresupasado, leyendo todas lasnoticias

relacionadas con él, y descubrió que algo no encajaba en el historial de sehombre.ÁlexsesorprendióalcomprobarquenoeraelprimeroqueibatraslosLópez.Poralgunaextrañarazón,Crespohabíatiradolatoalla.

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Por unos segundos, todo su odio fue dirigido hacia ese policía. De nohaberdejadolainvestigación,Doloresyélhabríansidounaparejafeliz.

Pagóeldesayunoysaliópletóricodelbar,endirecciónasucasa.Teníatodalamañanapordelanteparacomprarelmaterialquenecesitaba,

reservar un vehículo de alquiler, hacerse con los billetes de avión desdePortugalyconvertirlaviviendaenunatrampamortal.

A la altura del mediodía, haría una llamada al hospital, para que laenfermera lo pusiera al corriente de la situación. La información le daríaventajayleayudaríaadespistaralaPolicía.Unavezhubieraterminadoconsus tareas, se prepararía para la noche. Visitaría a Dolores, recogería loscasquillos y acudiría a ese local de copas para dar el estoque final a sucruzada.

Suspiróymiróhaciaelsol.Comenzóasentirsemejor.Elcafélehabíaeliminadolajaqueca.

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PaseodelasDelicias,Madrid9:00horas

No hubo discusión, ni gritos, ni reproches. Marisa llevaba semanasplanificandolaconversaciónquetuvieron,encontrandorespuestasconcretasalaspreguntasabstractasqueleharíasumarido.Ellateníalascosasmásclarasque él yLorenzo, paravariar, se limitó a callar, a fingir como si con él nofueraelasunto,creyendoquesuesposanuncaromperíalabaraja.Peronofueasí.Marisalohizo,directaysinpañoscalientes.

Comohabíapronosticado,tantosañosderelaciónsentimentalllegabanasufin.Tuvooportunidadesdesalvarsumatrimonio,pero las rechazó todas.Dealgúnmodo,nuncaeraeldíaadecuadoparamantenerunaconversaciónseriaconsupareja,unamujeralaqueamaba,peroqueyanoconocía.Puedeque fuera la falta de lealtad, no de ella hacia él, sino de él a símismo porhaberledado laespaldaa lasdosmujeresquevivíanconél.Uncobardeentoda regla, pero lo suficientemente orgulloso como para no reconocerlodelantedeellas.Elactadedefunciónestabaescrita.

Cuandoellaterminódeexponersuscondiciones,quenoeranotrasquelasde invitar a sumarido ahacer lasmaletas, almenos, hastaqueElena fueramayordeedad,Crespoguardósilencio,sesirvióunacopadeescocésconunpocodeaguaysesentóensusillónfavorito.

—Nomelopuedocreer…¿Quieresecharmedemipropiotejado?—Lorenzo,laniñanecesitaunhogarhastaqueseadaptealasituación.Lediountragoalwhisky.—Llévatelaacasadetuamigo.Seguroqueesmásgrandeymásbonita.Suspalabraslaofendieron.—Esloquehayylosabes…Porley,tienequeserasí.—Túganas…—No, Lorenzo, te equivocas —dijo la mujer. Se levantó y apagó la

televisión—.Estonoesunaguerra.Aquíperdemostodos.

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Aquellafuelaúltimaveladaparalosdos,almenos,juntosenelsalón.Laúltimanocheparaelinspectorcomodueñodesupropiodomicilio.

Sedespertódel sueñocon labocapegajosa, la salivaamargayel regustoawhiskyen suspapilas.Un ligeroolordulce le invitóaabrir losojos.Podíasentirelcalorprocedentedealgunaparte,comosisetrataradeunaradiacióndébil.Levantóelpárpadoizquierdoyallíestabaella.

—¿Has vuelto a dormir en el sofá?—preguntó su hijaElena, lista parasalir. Su rostro era la viva imagen de la decepción, de la derrota, de quienespera demasiado de otra persona. Entre sus brazos sujetaba una carpetatransparenteconfoliosyunaedicióndebolsillodeCumbresBorrascosas.

—¿Quéhoraes?—preguntóCrespo.—Sonlasnueve.Élseextrañó.—¿Nodeberíasestarenclase?Laadolescentesemordióellabioinferior.—La profesora de Física está enferma. Hoy teníamos la primera hora

libre.—Ya…—respondió conmolestiay se incorporódel sofá.La cabeza le

pesabaunpoco.Necesitabarefrescarse—.¿Ytumadre?—Seha ido—contestó.Élmiróhaciaelpasillo.Eracierto,sumujerse

había marchado, pero también era inusual. Marisa no solía ir al despachoantesdelasdiez—.Mehadichoquetedéesto.

Lajovenleentregóelllaverodelcoche.Crespoloaceptó,guardándoloensu mano. Sabía que no tendría segundas oportunidades. Pensó que era lomínimoquesumujerpodíahacerporél,despuésdeecharlodecasa.

—Muyamableporsuparte—dijoyserascólabarbilla—.Peronoveoatumadresubiendoenelmetro…

—Niyo.Lajovenmiróalsuelo.Aunquenotuvieranadaquevereneseasunto,se

sentíaculpableporloqueestabaocurriendo.—Elenita,nodejesqueesecretinoocupemilugar.—Sí,papá…¿Puedoirmeya?—¿Eh?—cuestionódecepcionado—.Podrías,almenos,sentirunpocode

compasiónportupadre.Nosécuándovolveréporaquí,siesquetumadrenovendelacasaantes.

—Nodigaseso.

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—Tengodoshijosynolesimportouncarajo.—¡Noesverdad!—exclamó,harta,ylanzólacarpetaalsuelo.Lamañana

seríaintensa,pensóél—.Erestúytehasencerradoentimismodesdehaceaños,sindejarquenadieteayude.

—Nohablesasíatupadre,Elena…—¡Ni siquiera eres capaz de llamar a tu hijo por teléfono!—reprochó.

Hacía tiempoquenooíaaquello—.¿Cuándofue laúltimavezquehablasteconél?¡Guárdateturencorytusexcusas!

—TuhermanoLuisyyotenemosunarelacióncomplicada.Algúndíaloentenderás…

—Erespatético,papá…Esonoselehaceaunhijo.Cresposelevantódelsofá,caminóhaciaelcuartodebañoysegiróhacia

ella.—Sitesiguessaltandolasclases,apartirdeahora,selovasatenerque

explicaratumadre.Despuéscerró,seacercóallavaboysemiróalespejo.Unpocodepenasí

quedaba,pensó.Noqueríahablardesuhermano.Suhijanoteníalamenorideadeporquénosehablabaconél.Segundosdespuésescuchóelestrépitodelapuertadelaentrada.Nofuelamejordelasdespedidas.

Trasrefrescarselacara,sintiólavibracióndelteléfonoenelbolsillo.—¿Sí?—Crespo, ¿está ya funcionando? —preguntó Lagarde. Su tono era

agitado.—Enprimera,peroenmarcha.—¿Qué?—Nada,olvídelo.¿Quésucede?—Otravíctima.Yavancuatro.—Madremía…¿Relacionadas?—Esometemo—dijo.Elruidodefondoprocedíadelacalle—.Escuche,

vayaasuoficina.Nosveremosallí.—¿No hay otro sitio mejor? ¿Por qué siempre nos reunimos en mi

oficina?—Porquenadiesospechadeusted.

Echaba de menos ponerse al volante de su Toyota Corolla de color verdepino.Olíaafrutasdelbosqueyafraganciadesumujer.Estabalimpioybiencuidadoparatenerdoceañosdeantigüedad.SiMarisalehabíadadolasllaves

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delcoche,significabaqueposeíaunasoluciónmejorparaella.Noqueríaniimaginarlaescena,consuamanteentrandoencasa,besandoalaniñaenlafrenteyocupando su sillón.Elmerohechodepensar en ello, leprovocabaganasdevomitar.

Atravesóelcentrodelaciudad,poniendorumbohacialaplazadeSantoDomingo. El tráfico de lamañana era denso,más de lo habitual. Se habíaacostumbrado a la rapidez delmetro, pero preferíamil veces esperar en elinteriordelvehículo.

Paradoenunsemáforo,encendiólaradioysintonizóRadioNacionaldeEspaña.Eralahoradelinformativodelamañana.Despuéssacóuncigarrillodelpaquetequellevabaenlachaqueta.Duranteaños, teníaprohibidofumarenelcoche,asíquelotomócomounsímboloderebelión.Apretóelbotóndelencendedorquehabía junto a la palancademarchasyprendió la punta delcilindro.

«Lapasadamadrugada,unempresarioapareciósinvidaenelinteriordesubar,alaalturadelaCuestadeSanVicente,congravessignosdeviolenciaen el cuerpo.LaPolicía sospecha que puede tratarse de un robo, ya que elagresorsellevólarecaudacióndelacaja».

—Cojonudo…—murmuró,exhalóelhumoybajólaventanilla.Nolegustólanoticia.Supuso que era el asesinato que Lagarde había mencionado. Pero,

encubrirlaverdad,nohacíaningúnbienalasociedad.Primerolaexplosióndelrestaurante,despuéstresmuertosatirosy,ahora,eldueñodeunbarensupropiolocal.Miedo,pensó,esaeralahuelaquedejabaenlascalles.Miedoymalestar en los ciudadanos, sin información, sin saber muy bien lo queocurría en sus barrios. Dos sensaciones que podían desencadenar en unaespiraldeviolenciacolectiva.

DejóelvehículoenelaparcamientodelaplazaybajóporLeganitoshastalacomisaría.

—Buenos días—dijo, saludando a los dos oficiales que custodiaban laentrada. Subió por las escaleras a la planta de su despacho, cuando vio lasiluetadeLagardeyLlanosenelinterior—.¿Esquenoesperáisanadie?

LagardesedirigióaCrespo.—LaUnidadCientíficayaestáanalizandolashuellasquehanencontrado.

Encuestióndedías,nosdirándequiénsetrata.Lajaquecaregresóaél,golpeándoleenlanucaconladurezadeunremo.

Sedirigióalaventana,subiólapersianaydejóqueelairefríodelamañanacorrieraporlaoficina.

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—¿Días?Nihablar.Notenemostantotiempo.—Esloquenoshandicho…—añadióLlanos,enunsegundoplano.—¿Y amí quéme cuentas?—respondió ymiró a los dos inspectores.

Lagardeesperabaunasoluciónporsuparte—.¿Cómolomató?—Clavándoleuncuchilloenlanunca.Sucabezaparecíaunasandía.—Joder…¿Ynadieoyónada?—No,hastavariashorasdespués,queloencontróunvecinodelbarrio.—¿Sabemosquiéneraesehombre?¿Porquéleatacó?La inspectora le entregó una carpeta que había en la mesa. Crespo la

abrió.Enlaprimerapáginaaparecíalafotografíadeunhombrecanoso,conelrostroarrugadoylamiradafría.

—Estacaramesuena…—Y tanto—dijo Lagarde—. Antón Romanes, ladrón profesional. Pasó

siete años en Alcalá-Meco por idear un alunizaje en una joyería deMajadahonda.Nuncaencontraronelbotín…

—Ah, sí… Ya lo recuerdo. Menudo pieza… ¿Así que montó un barcuandosalió?

—Esoparece.—¿Yquétienequeverentodoesto?—Unode los clientes…Aseguraquevio al sospechoso,haceunosdías

porelbar.Estuvieronhablandojuntos.—Esunbar…Vagentequecharlaconloscamareros,quecomenta…Eso

nomedicenada.—RomanesconocíaaAgustínLópez.—Nomefastidies…Una fuerte pesadumbre se apoderó del inspector. La deshidratación,

sumada al estrés familiar que sufría, le provocó un angustiosomareo. Condisimulo,tomóaireyseagarróalrespaldodelasilladelescritorio.Sesentóenellaymiróhacialaventana.

—¿Está bien?—preguntóLagarde—.Llanos, tráele un poco de agua…¡Vamos!

Aunque mareado, Crespo era consciente de la situación. Le resultógracioso que la inspectora tratara a la sabandija de su compañero como sifueraunodesusesclavos.

—Toma,Lorenzo…—dijoelpolicía,entregándoleelvasodeplástico.—Gracias…Se bebió el agua de un trago y expulsó un largo suspiro. Los pies de

Lagarde entraron en su campo de visión. La estela de perfume le azotó el

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olfato.—¿Todoenorden,inspector?Podemoshacerunapausa.—No,se loagradezco,peronoesnecesario…—respondióy reflexionó

encuál sería elpróximopasodeesemuchacho.Era evidenteque se estabavengando por su cuenta, pero la clave residía en anticiparse a su siguienteataque—.¿Ylachica?¿Estávigilada?

—No tiene por qué preocuparse, hay dos hombres custodiando lahabitación…—explicó—. La enfermera les ha dicho que su pareja la havisitado con regularidad desde que ingresó. Suele hacerlo a última hora.Tambiénhadestacadoqueayer,cuandopasóporallí,parecíamáspálidodelohabitual,peroestuvounosminutosysemarchó.Fuehorasantesdemataraesehombre.Desdeentonces,nohaaparecidoporallí.

—Menudo cabrón… ¿Intenta buscar redención?—se cuestionó en vozalta—.No…Tienequehaberalgomásenesahabitación…Nopuedesertaninsensato…

—¿Aquéserefiere?—¿Esquenolove?¡Estávengándosedeella!LagardeyLlanosloobservarondesconcertados.—Parapensarcomounpsicópata,hayqueserunodeellos…—respondió

ysecruzódebrazos,cambiandolatonalidaddesuvozporunamásseria—.Porcierto…¿LesuenadealgoelVivalavida?

Por supuesto que le sonaba. Era el club de alterne que dirigía AgustínLópez, pero no iba a contarle nada antes de averiguar por qué se lopreguntaba.Podíameterlapatahastaelfondo.

—Mesuena.¿Por?Ellasacóunabolsadeplásticoselladayselaentregó.Eraunaprueba.En

el interior había una tarjeta de visita de color violeta con el número deteléfonoyladireccióndelclub.

—Estabaenlabilleteradelavíctima.—Esunputiclub.—¿Nomediga?¿Creequemechupoeldedo?—Podríasersusiguienteobjetivo.—Enesecaso,confirmaríaqueAgustínLópezideóelatentadoycontrató

alperuanoparaquepusieralabomba.—Esmuyprobable.—Entonces,¿aquéesperamosparaterminarconesteinfierno?—No,nadadeeso,inspectora…Tenemosqueirantesalhospital.

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HospitalGregorioMarañón17:00horas

Cerró la puerta del apartamento con suma delicadeza. Estaba todo listo ypreparadopara lavisitapolicial.Encuanto tocaranel timbre,seactivaría lacargacaserayestavolaríalapuertaconunafuerteexplosión.Unavezdentro,siesquelograbanentrar,noencontraríannada.Sehabíadeshechotodoobjetoque lopudieraponerenuncompromiso:documentosfamiliares, tarjetasdelbanco, facturas… No sabrían más de lo que habían conseguido hasta esemomento.

Lavisitalessaldríacara.Antes de marcharse, dejó una nota de papel a cada vecino, donde

informabadequeestaríafueradelaciudadporcuestionesdetrabajoyquenosepreocuparansinonotabanactividadenlacasa.Ellosnoteníanlaculpadeloqueestabaocurriendo,pensó.Cualquiermomento inoportuno, frutode lacuriosidaddealgúnvecinoconbuenasintenciones,podíatumbarsuplanencuestióndesegundos.

Ademásdejugaralasmanualidades,habíasacadotiempoparacomprarsealgo de ropa. En una tienda de disfraces, consiguió una indumentaria depersonal sanitario. El disfraz pasaría desapercibido, ya que se componía deunamascarilla,unmonoverdeyungorrodelmismocolor.

Juntocon lasprendas,optóporunasgafasdepastanegracon lentessingraduar. Le hacían los ojos más grandes, dándole un aire inofensivo. Esoayudaríaadespistaralpersonal.

Dejó la bolsa en el asiento del acompañante, se subió al vehículo ycondujohaciaelhospital.

Llegaba antes de su hora habitual. Los médicos habían sugerido queesperara,almenos,unasemanaparavisitarlaadiario.ElcuerpodeDoloresaúnseestresabaantelosestímulosexteriores.

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En los alrededores del complejo de edificios que formaban el hospital,todoparecíamarcharconlanormalidaddeundíacualquiera,hastaqueatisbóla presencia de un coche patrulla en las inmediaciones de la entrada. Dosagentes hacían guardia con total naturalidad y como si fuera algo rutinario,perosabíaquenoeraasí.Noloshabíavistoantesporallí.

Cambióderumbo,peronodeplan.Bordeóel complejopor la calledelDoctorCasteloy se alejóhastaque

perdiódevistaalaparejadepolicías.

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LagardedecidióqueviajaríanenunsucocheyCrespolediolarazón.Denuevo,allídentro,pensóél.En la última semana, sus problemas habían estado relacionados con las

mujeres.La inspectora conducía tensa,preocupadapor la situación.Ladetención

delsospechososedemorabayesonoerabuenoparasusaludytampocoparasu carrera. Lagarde sintió la zozobra que desprendía el compañero. Pornaturaleza, Crespo no era una de esas personas que se levantaban cadamañanaconunasonrisaenlacara.Niporasomo.Tampocoloeraellapero,enelpoco tiempoque llevaban trabajando juntos,había reconocidoalgunospatronesenél.Aquellamañana,elsarcasmoylaindiferenciaquedabanenunsegundo plano. Difícil de entender, sobre todo en un tipo que habíasacrificado su vida y carrera por un puñado de ideales cuestionables. Alhombre que tenía al lado, le preocupaban otros temas que eran ajenos a lainvestigación que llevaban entremanos. Para que eso sucediera, reflexionómientras conducía, debían de estar por encima de él, pesando más que supropiaconciencia.

—Esa mirada de perro apaleado…—comentó la mujer, rompiendo elhielo mientras bordeaba El Retiro para alcanzar el hospital—. ¿No se harecuperadotodavía?

—Mehanechadodecasa,Cristina—respondióél,tajante,rompiendolaformalidad, la distancia y la relación laboral que los separaba. Cresponecesitabaunapersonadeconfianza,unaamiga,alguienquelotrataracomosinofueraunabolsadebasura—.Demipropiacasa.

—Vaya…Lolamento—dijoella,unpocodesconcertada—.Noséloquesediceenestassituaciones.

—Nohacefaltaquedigasnada…Noesquemepreocupedemasiado.—Atinadatepreocupademasiado.—TengomiedoqueestocambiemirelaciónconElena.—¿Elena?¿Tieneshijos?

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—Tengodos…—aclaró—,peroparaunodeellosestoymuerto…másomenos.Cosasdelavida.

—Escuestióndeperdón,Crespo.Noserátangraveelasunto…Elinspectorseenervóconlarespuesta.Marisanuncahabíacomprendido

quedejaradehablarasuhijoporloquehizopero,paraél,noeratansencillodeperdonar.

—¿Recuerdaslasmanifestacionesdel15demarzo?—Paranoolvidarlas.—Digamos que el chaval estaba metido en uno de esos grupos… ya

sabes…revolucionarios.—Ajá…—dijoella,asintiendocon lacabeza,ygirandoenunaavenida

—.Yesoibacontratusprincipios,¿no?—¿Quécarajo?Teníaveintidósaños…Eramayorcitoparapensarloque

ledieralagana.—Estoy de acuerdo. Entonces, ¿qué pasó? ¿Lo encontraste con

propagandaantisistemaoalgoparecido?—No, no, nada de eso… Ese ha sido mi problema toda mi vida, que

siempre les he dejado hacer lo que quisieran, intentando ser un padremoderno,enrollado,sinmetermeensusasuntos…—continuó,explicándoseconun tonodevoz cargadodemelancolíay arrepentimiento—.¿Sabes?Elmíofueuncabrónynomedioalashastaquememetíenelcuerpo.Noqueríaqueellospasaranporlomismo.

—Esotehonra.—Ono…—Estássiendodemasiadodurocontigo.—¡Dejó aun compañero en sillade ruedas!—gritó.Era laprimeravez

quehablabadelasunto.Lagardesequedósinpalabrasynovioelsemáforoqueestabaapuntodecruzar—.¡Cristina,estáenrojo!

Lainspectorafrenóbruscamente.—Disculpa… —dijo, asustada. Oyeron las bocinas de los coches que

cruzaban—.Queosden,imbéciles…—Hasidomierror,nohedebidoalzarlavoz.Nohehabladoconnadiede

esto.—¿Uncompañero?—preguntóylemiróalosojos—.¿Deveras?—Sí…Loapalearonentredos,conbates,cadenas…Enfin,horrible.—¿Losdetuvieron?Crespoguardósilencio,avergonzado.Elsemáforosepusoenverde.

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—Soloesperonoperderamihija.—Ya…ElAlfaRomeosepusoenmarchaysiguióenlínearecta.

LlegaronalhospitalGregorioMarañónpocomástardedelascinco.Losdosoficialesdelaentradainformarondenohabervistonadaextraño.

Subieron hasta la planta donde estaba la pareja del sospechoso yencontraronaotrosdoshombresque trabajabanpara laseccióndeLagarde.Cuandolainspectorasedispusoahablarconellos,Cresposeacercóaunadelas enfermeras que había en la planta. El interrogatorio fue breve: si habíavistoporallíaunmuchachomorenoconojosverdes,sireconoceríaalnoviode la chica que estaba ingresada y si había notado alguna anomalía en eltráficodevisitas.Laenfermerarepitió lasmismasrespuestasque leshabíandadoanteriormente.LaparejadeDoloressolíaapareceralfinaldelatarde,sesentaba juntoaelladurantecincominutosydespués semarchabasinhacerruido. No era legal, pues los doctores aún no habían dado permiso para elrégimen de visitas, pero las enfermeras conocían el caso y también elsufrimientoquelosfamiliaresatravesabanensituacionescomoesa.

—¿Hahabladoconélalgunavez?—Sí—dijo ella—, pero sobre nada en especial. Ya sabe… No sé, no

parecepeligroso,peroloes,¿verdad,inspector?Élmiróhaciaotroladoyasintióconlacabeza.—Graciasporsuamabilidad.Crespo caminó hasta la puerta de la habitación y giró la manivela. La

empujóunoscentímetrosyvioaesachica,con lamitaddel rostroencarneviva, entubada y postrada sobre la cama. Estaba en un sueño eterno y noparecíaque fueraadespertar.Lamera ideadequeesa jovenpudieraser suhija,leremoviólasentrañas.

Cerró la puerta con el mismo sigilo que la había abierto y se fijó enLagarde,dandoórdenesa susoficiales,poniéndosealdía.Esamujer síqueeracapazdepararuncamiónconlamano,pensó.Legustabasuformadeser,teníalospilaresdelavidabienconstruidos,ysecuestionócuálesseríansusventanas rotas. Antes de interrumpirla, vislumbró una máquina de café ychocolatinas al final del pasillo. El amargo sabor a derrota, sumado alcansancioyaldramaquesoportaba,comenzabaaagujerearsusesperanzasenatraparaesecretino.Noexistíanadaquelejodieramás,queacariciarconelpensamientosinllegaratocarlo,enrealidad.

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Peroeraconscientedequelavidanoeraunapelículadeacción,yqueloscriminalesnopagabansusdeudasenmenosdedoshorasymedia.Unmundode humanos enfrentado por humanos en el que, en muchas ocasiones, niexistíaunDeusExMachina,nielfinalerafeliz.Lanaturalezanoentendíadereglas, de ética, ni de moral, y la Tierra era un lugar hostil para quien lohabitaba.

Caminóendirecciónalamáquina,alavezquebuscabaunamonedaenelbolsillopequeñodelpantalón.

Introdujolamonedaenlaranura,perolamáquinanolaaceptó.—Nomefastidiesahora…—murmuró.Asualrededornohabíanadiequelepudieraayudar.De pronto, vio a un médico con mascarilla, gafas de pasta negra y un

uniforme sanitariode colorverde turquesa.Seplanteópedirle cambio, peroalgonoencajabaenloqueveía.Sedetuvoantelamáquinayloobservócondetenimiento.Elhombre,deespaldas,ibahacialasescaleras.

—¡Disculpe!—exclamóCrespo, a unos cuantosmetrosde él, buscandosuatención—.¡Oiga,doctor!

Eldesconocidosiguiócaminando,ignorandosullamada.Elcorazónseleacelerópormomentosalpolicía.—¡Oiga!—gritódenuevo.Al otro lado del pasillo, Lagarde interrumpía la conversación con sus

hombres.Elmédicoarrancóacorrer.Crespodejócaerlamonedaalsueloyfuetrasél.

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HospitalGregorioMarañón17:30horas

Dadaslascircunstancias,notuvomásopciónqueladeburlarlaseguridaddeledificio a pie. Confeccionó un falso distintivo de plástico que se colgó alcuello con un cordel. Después se puso las gafas y cargó con una bolsa dedeporteenlaquellevabaeldisfrazdemédico.

En la entrada del hospital, pasó por delante de los dos policías quecustodiabanlasinmediacionesjuntoalcochepatrulla.Nisiquierapercibieronsupresencia.Cruzóelvestíbuloprincipalybuscólasescaleras.SubióhastalaplantadondeseencontrabaDoloresyfuedirectoalosbañosparacambiarsederopa.Debíaserrápido:entrar,cogerloscasquillosusadosysalirsinquelovieran.

Seaseguródequelaenfermeraquesolíarecibirlo,aúnnohabíallegado.Sinembargo,síquenotólapresenciadedoshombresqueesperabanjuntoalapuerta.Anteaquello,pocopodíahacer.Mientrassecambiabaderopa,sepreguntócómodeshacersedeellos,aunquefueraporunosminutos.Fruncióelceño,impotente,yapretólospuños.

Laúnicamaneradedistraerlos,erallamandoporteléfonoalarecepcióndelaplantaparadarunavisodealerta.Esolosentretendría.Porelcontrario,si no se marchaba de allí antes de que se dieran cuenta de la artimaña,cercaríanlassalidasycaeríaensupropiatrampa.

Se jugaba demasiado, pero aquellos casquillos de bala eran la pruebairrefutabledequeélhabíacometidolosasesinatos.

Saliódelcuartodebañoconeluniformedecolorverdeycaminóhastalaentrada.Mirópor lasescalerasdeledificio,paraasegurarsedequenadie looía,ysacóelteléfonomóvil.

Cuando se acercó el aparato al oído, vio dos siluetas familiares, al otroladodelpasillo.

«Nopuedeser…Tendríaisqueestarenmicasa».

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Quedó paralizado al reconocer el rostro de aquel hombre, que primerohablóconunaenfermeraydespuésfueensudirección.

El pulso se le aceleró. Caminó hacia las escaleras aligerando el paso,cuandoelpolicíalollamó.

—¡Oiga!Norespondió,nimiróatrás.Suúnicaopciónfueladeecharacorrer.

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Debíapensarmásrápidoqueelinspector.Bajó las dos primeras plantas a toda velocidad. Los pasos de aquel

hombreeranmáságilesquelossuyos.Teníaquedarleesquinazo,esconderseen alguna parte y golpearle, de tal forma que lo dejara fuera de combate.Despuésencontraríaunasalidatrasera,deemergencia.

Cuandoalcanzólacuartaplanta,notóunpinchazoenelcostadoacausadelafatiga.Bajarpeldañoseramenoscostosoquesubirlos,peroaeseritmo,elcuerporealizabaunintensoejerciciocardiovascular.

Lospasosdelinspectorseguíanporlospeldaños,aunquemáslejanosquealprincipio.

Saliódelasescalerasysedirigióhacialosbañosdeesaplanta.Elpasilloque conectaba con las habitaciones, estaba más tranquilo de lo habitual.Caminóhaciaellavaboybuscóunrincónenelqueesconderse.Laspisadasdelhombreseacercaban,asíqueteníaquedecidirse.

En un primermomento, pensó en quedarse en la esquina de la entradaparaasaltarlo,peronoeraunabuenaidea.Eraprobablequefueraarmado.Sise escondía tras la puerta de un baño, quedaría a tiro para el policía.Cualquiera de las dos opciones era arriesgada, pero el tiempo se agotaba.Sintiólarespiraciónahogadadelpolicía,alaalturadelaentrada.

Al final, pegó su cuerpo a la pared y sacó el revólver. Con el oídoagudizado,escuchócómolapresenciadeaquelhombreseacercabamásaél.Conelarmaenlamano, intentó tragar,perolasalivaera tanespesaquenolograbapasarporlagarganta.Cuandoviolapuntadeunodeloszapatos,enunactoreflejo,lanzólasgafasalsuelo.

Seescuchóunchasquido.—¿Quédemonios…?—murmuróelinspector.Conlaculatahaciafuera,sorprendióalpolicíayleasestóungolpeenla

cabeza.Seoyóunestrépitoseco.Lasangremanchólosazulejosyelinspectorperdióelequilibrio,indefenso,cayendocontraloslavabos.Erasumomento,pensó,yaprovechópararematarloconotrofuertegolpe.

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Despuéscorrióhaciaelpasillo,mientrasoíaellamentodeesetipoylospasosaceleradosdelrestodepolicíasquebajabadesdelaplantasuperior.Sinmiraratrás,continuópor lasescalerashastaqueencontróunasalida trasera,deemergencia,yabandonóeledificio.

Enelexterior,lassirenasdeloscochespatrullaseacercabanalhospital.La extensión del complejo era casi el doble de amplia que la del estadioSantiagoBernabéu.Eltiempocorríaensucontra.

Sedeshizodeldisfraz,tirándoloauncontenedorsinquenadielovieraycruzóelterrenoentrelosedificiosanexionados,ocultándoseentrelaspinadasyevitandolapresenciadelosagentesdelorden.

«Vas a necesitar unmilagro», se dijo, cuandovio la cruz en lo alto deledificio, al final de la calle. Sonriente, sin pensarlo dos veces, bordeó laparroquia y se mezcló entre los feligreses que entraban para celebrar laeucaristía.

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HospitalGregorioMarañón18:00horas

Lacamisaestabamanchadadesangre.Elgolpelehabíaabiertounabrechaenla cabeza. Por suerte, nada que no se curara con dos puntos de sutura, unaaspirinaymediabotelladeunbuenescocés.

—Esto le va a doler un poco—dijo el médico, dispuesto a cerrarle laherida.

—Peronomásqueelgolpe…Menudocabrón.Lagardeestabapresente,mirándolocomoquienvelaporunserquerido.

Esapreocupaciónlahabíavistoantesensuhija,ensumujer,enélfrentealespejocuandotuvoquedecidirentresuhijoosucompañero.Enefecto,doliótalycomohabíaprometido.

—Tresmásyseacabó.—Asegúrese de que está bien cerrado…—dijo, restándole importancia,

con un párpado entornado y con una tremenda jaqueca que hacía de surespiración,unactodesagradable.

Lainspectoraseacercóaélyletocóelbrazo,porencimadelacamisa.Crespoledevolvióelgestodeapoyoconunasonrisa.Teníaelaspectodeunboxeadorenhorasbajas.—¿Cómosupoqueeraél?—Suformadevestir…Notéquealgonoencajaba…¡Ah!—exclamóy

moviólacabeza—.Duele…—Nosemueva,inspector.Yaestoyacabando…—Sí, perdón… —contestó y se dirigió a la compañera—. ¿Lo han

cogido?Ellanegóconlacabeza.Sesentíaavergonzada.—Hemos acordonado la zona, bloqueado las bocas demetro…No hay

rastrodesupresencia.¿Cómolohace?¿Quiéncoñoesesedesgraciado?—

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preguntó.Eldoctorlamiródereojo—.¿Quésucede?¿Nuncahaoídoaunamujerdecirgroserías?¿Acasonolasdiceusted?

—Nosealteren…Yonohedichonada.LagardeseacercóaCrespo.—Vamos a ir a ese club y lo vamos a poner todo de patas arriba. Ese

cabrónvaapagarporestoyporloquehaprovocado,Crespo.—Espera, espera…¡Ay!Cuidado…—dijoymiró almédico—.Yahas

vistoquepiensaantesdeactuar.—¿Yqué? Pormuy espabilado que sea, no puede tomarle el pelo a un

Cuerpoentero.—¡Ah!—gritóelinspector,cerrandolosojosporlamolestia.—Ya he terminado—comentó el médico con una sonrisa—. Si no es

mucho pedir, por el bien de su herida y el resto de su cabeza, deberíamantenersealmargendelasactividadeslaborales,almenos,porunosdías…Ha perdido sangre, tiene una fuerte contusión y los dolores de cabezaaumentaránsinodescansaosesometeasituacionesdeestrés.

—Yasépordóndeva,doctor…Cresposintióunapalmadaenlapierna.LamanodeLagardeestabasobre

él.—Nosepreocupe.Yomeharécargodeesto.Éldescansará.—¿Cómo?—Hágalecasoalainspectoraynoseaterco…—agregóeldoctor.—Pero…Ellaseacercóalcompañero.—Confíeenmí,Crespo—susurró—.Estotienefechadecaducidad.

Abandonaronjuntoslaplantaycaminaronhaciaelascensor.Crespollevabaunagasapegadaalacabezaconesparadrapo.Ahora,lasituacióneradistinta:serespirabalatensiónyeldesasosiego.Lospacientesquecaminabanporlospasillos,noentendíanquéhabíasucedido.Elpersonaldelaplantatratabadetranquilizarlosconexcusasquenadiecreía.

—Tienes que hacerle caso al doctor, Lorenzo —dijo la inspectora,rompiendolaformalidad.Élpensóquelegustabaaquel juego,manteniendola distancia con la presencia de terceros, y volviéndose cercana y dulcecuandoestabanasolas.Nolemolestóenabsoluto.Enrealidad,Lagardeeralaúnicapersonaque,enesosmomentos,sepreocupabaporsuintegridad—.Deverdadquepodemoshacernoscargodeesto…

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—¿Estássegura?—preguntócuandoentraronenelascensor—.TugentenoconocealosLópez.Sonimprevisibles.

Ellapusolosojosenblanco,mirandohaciaarriba.—Mesiguestratandocomoaunanovata—reprochó—.Espabila,maldita

sea…TerecuerdoquellevolosmismosañosquetúenelCuerpo.—Entiéndelo.Nohesabidodetihastahaceunassemanas…—Nomeextrañaquetumujertehayaechadodecasa.La respuesta de Lagarde fue ofensiva y Crespo guardó silencio. Se lo

había ganado a pulso diciéndole aquello. Así era cómo la inspectoramanifestabasumalestar.

—Enfin.—Suspiró.Abandonaron el elevador y salieron al vestíbulo principal. Todas las

miradassedirigieronhaciaélyasutristeaspecto.Encuantoseacercaranalvehículo de la inspectora, llegaría la gran pregunta, la dichosa y malditacuestiónparalaquenohabíainventadounarespuesta.

—Espera, espera…—dijo al respirar el airedel exterior—.Necesitouncigarro.

Ellalomiróextrañada.—Deesonada,Crespo—contestó—.Te lo fumasmás tarde.Noquiero

quelatapiceríameapesteanicotina.—No seas repelente, me acabo de jugar la vida…—dijo e hizo caso

omiso a la negativa de la mujer. Un ligero deja-vu le atravesó la retina,recordándole las discusiones con Marisa—. Oye, Cristina… Ya has hechobastantepormíyteloagradezco,peronotienesporquéllevarmeaningunaparte.Llamaréauntaxi.

Conuna sonrisa altivaydesafiante, la inspectora se acercó a él con losbrazosenjarras.

—¿Sí?¿Lollamarás?Crespo la miró y después se concentró en las chispas del mechero. Le

pegóunacaladaalcigarrilloyexhalóelhumoporlanariz.—Claro…Yasoymayorcito…—Antesdequecontinuara,lainspectora

lediounmanotazoalcigarrilloylohizovolarunosmetros—.¿Quéhaces?—Dejadehacerteelmachito,Crespo.Notienesadondeir—contestó—.

Así que vendrás a mi casa y te quedarás allí hasta que encuentres dondequedarte.

—¿Qué,atupiso?No,nopuedo…—Esunaordenynoesnegociable.

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Las intenciones de Lagarde eran buenas, sin ninguna clase deconnotación. Ella había metido al inspector en aquello y ahora Cresponecesitabasuayuda.Enelfondonoteníauncorazóntanfrío,pensóél,peroloúltimoqueansiabaeracompartireltechoconotramujer.

—Pero,esque…—Subealcocheydejadequejarte.Terecuerdoquetuequipajesigueen

elmaletero.

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HospitalGregorioMarañón18:10horas

NuncacreyóenDios,peroquizáaquellafueraunaseñalparacambiarsufe.Esperó sentado en un banco mientras los feligreses atendían a la misa.Escuchólosrumoresdelosmáspreocupados,quecomentabaneldesplieguepolicialquehabíaenelexterior.

Cuandolassirenascesaronylaaudienciaabandonóeltemplo,aprovechópara unirse a lamultitud y salir de allí pasando desapercibido.Bajando losescalones de la entrada, encontró, de nuevo, a esa pareja de policías, a lolejos,subiendoenelcochedeaquellamujer.

Lamentóqueelgolpenohubierasidotanfuertecomoparadejarloenunacama.

Denadaservía regresaralvehículo.Pensóque laPolicíaestaría registrandotodoslosmodelosdelaciudad.

Necesitaba una ducha, llenar el estómago, descansar un par de horas yaclararselacabeza.

Viajó en metro hasta Sol, sin llamar la atención de los pasajeros, y sedirigió a uno de los edificios que enfrentaba la plaza.Allí se encontraba elHostal Ruano, una vieja y deteriorada pensión en la que había pernoctadomuchosañosantes,durantesusprimerasvisitasalacapital.Noteníanadadeencanto y sus huéspedes solían ser humildes familias de provincias ybuscavidasalacechodeunporvenirmejor.

Céntrico,accesibleeideal.Cuandosubiólasescalerasdelarecepción,eloloraaceitedelacocinale

abofeteó.Eledificioeraantiguoynohabíaninvertidoapenasuncéntimoenlareparación.Lasparedesdecoloramarillo,pintadassincriterio,recordaban

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aunaEspañacasiextintaque,devezencuando,asomabapordondemenosteloesperabas.

En la recepción había una mujer de unos cuarenta años, con el peloensortijadoyunvestidoquelecortabalacirculacióndelacintura.Mascabachicle, olía a nicotina a distancia y mataba las horas viendo una serie detelevisiónenelteléfonomóvil.

—Buenosdías—dijoél,poniendo lamano izquierdasobre lasuperficiedelmueblequeteníadelante.Elordenadorquehabíaenelescritorio,eraunaauténticapiezademuseo—.Megustaríahospedarmeenunahabitación.

Ellalepegóunvistazo,dearribaaabajo,examinandocadadetalle,perosininvolucrarsedemasiado.

—Nonosquedanindividuales.—Noimporta.—Unadobletienequeser.—Estábien…—lecontestó,controlandoelcansancioquelerecorríalas

extremidades.—¿Sevaaquedarmuchosdías?—De momento, una noche —decidió en el momento—. Estoy en la

ciudadportrabajo,peroquiénsabe…Ellaasintióalavezquemascabalagoma,incrédula,indiferente.—¿Ysuequipaje?Élseruborizó.—Es curioso que me pregunte eso… ¿Se lo puede creer? Me lo han

robadoenAtocha.Ellabajólavistaygarabateóalgoenellibrodecuentas.Pulsóunbotón

eneltecladoeimprimióunformularioderegistroparahuéspedes.—Haymuchopilloenestaciudad…ytambiénmuchoinútil—comentó,

despuésbuscólallaveyselaentregó.Actoseguido,leacercóelimpresoyunbolígrafo—.Relleneelformulario,porfavor.

—¿Cuántoserá?—Soncincuentaeuros.¿Vaapagarenefectivo?El lectorde tarjetasno

funciona,perohayuncajeroahíabajo,juntoallocaldepollofrito.—No,noesnecesario.Lepagaréenefectivo—dijoybuscóelsobrecon

eldinero.Sacódoscientoseurosylospusoenelmueble—.Estocomoseñalporadelantado.

Ellasesorprendióyagarrólosbilletes.—Gracias.

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Despuéssacóotrosdoscientos.Calculóqueseríasuficienteparaevitarelregistro.

—Yestocomogestodeagradecimiento,porsuamabilidad.Losojosdelamujersederritieron.Erasudíadesuerte.—Gracias,denuevo.—Sobrelafirma…—dijo,señalandoalfolio.—Nosepreocupe—contestóellayloretiró.Despuésleguiñóunojo—.

Nohacefalta.Éllecorrespondióconunasonrisa.—Gracias,muyamable.Porcierto,minombreesFelipe.—Paloma,encantada.—Hastamástarde,Paloma.—Llamearecepciónsinecesitaalgo…Ysuerteconesaentrevista.—Sí…Lanecesitaré—dijoydesaparecióporelpasillo.

Elcorredordeaquelhostallerecordóaldesuinstituto.Metiólallaveenelpomoyabrió lapuerta.Lahabitacióndejabamuchoquedesearpara loquehabíapagado,peronoestabaencondicionesdeexigirlemásalamujerdelarecepción. Lamemoria le jugó unamala pasada y recordó aquello de otrocolor.Ahora, parecía la habitación de un cochambroso piso de estudiantes.Doscamasconcolchasdemercadillo,unatelevisióncolgandodelapared,unpequeño escritorio cubierto por un mantel de hule y una terraza que dabadirectoalacalleMayor.

Seacercóallavabo,queestabajuntoalventanaldelbalcón,ysemiróenun espejo redondo, como los que se vendían antaño, para comprobar suaspecto.Seacarició labarbadevariosdíasypensóquehabía tenidomejorcaraenotrasocasiones.Despuéssesentósobreunadelascamas.

Sedesvanecíanlasesperanzasporsalirairosodeaquellaberinto.Hastaelmomento, no se había parado a calcular los daños que había causado. Elsilencioquehabitabaentrelasparedesdegotelé,loempujabaalabismo.

«Dios mío…», lamentó, ahora que ya era demasiado tarde paraarrepentirse.

Nopodíaentregarse,pensó.Enprisiónnoaguantaríaniunaño.Contabalashorasparaqueaquelloterminara.Unavezqueacabaraconel

último culpable, empezaría de nuevo otra vida, lejos de allí, libre de todo.¿Quéimportaba?Lasuyayahabíafinalizado.Doloresnodespertaríay,silo

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hacía, nadie podía asegurarle de que su relación volviera a funcionar comoantes. Deseó haber llegado a esa conclusión antes de que ocurriera todoaquello.

Eratardeparalamentos,paramiraratrás,paracambiarlahistoria.Elplandebíaseguir.Por él, por Dolores, por esa gente que había muerto, por todas esas

familiasquelellorabanalcielo.Selevantóycaminóhacialaducha.Abrióelgrifoyelaguacalientetardó

ensalir.Encuestióndeminutos,eldormitorioseconvirtióenunasauna.

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CalledeCastelar,Madrid19:35horas

Notardaronen llegara la residenciade la inspectora.Lagardevivíapor losalrededoresdelaPlazadeTorosdeLasVentas,alnorestedelaciudadymuycercadelcinturónurbano.EraunáreadesconocidaparaCrespo,unapartedeMadridquehabíapateadolojusto,yaquenoeramuydadoalturismolocal.

Aunque lo sospechó, nunca llegó a preguntarle por su estado civil.Lagarde estaba soltera y vivía sola enunbonito apartamentode la calle deCastelar, situado en una vía peculiar, estrecha, de dúplex y bloques deviviendas,deviejascasasconjardínyedificiosdeladrillo.Paisajesurbanoscomoaquel,seveíanconcuentagotas.Elpiso,enunaquintaaltura,teníaunashermosasvistashaciaunparquevecinal,perodeallítambiénsecontemplabaelmonstruosopuzlearquitectónicoenelquesehabíaconvertidolaciudad.

Aveces,Madrideramásgrandedeloquesepodíallegarasentir,pensóél.

Lainspectoradejólasllavesenelmuebledelaentrada.Unaluzrojiza,propiadelosúltimoscoletazosdeldía,calentabaelsalóny

la cocina americana por sus dos costados. Le mostró el dormitorio dondedescansaría,unahumildeyestrechahabitaciónconunacama,unamesilladenocheyunarmario.Lagardeno sehabíamolestadoendecorarlamásde loesencial.

El resto de la vivienda tampoco estaba sobrecargado de muebles ni deobjetos inútiles.La agente preferíamantener las cosas tal y como las habíacomprado.

—Megustatuapartamento—dijoCrespo,elogiandoelespacio.—Gracias,peronoteacostumbresaéldemasiado.—¿Esloqueledicesatodos?Ellatensólamandíbula.

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—Pégateunaducha,antesdequemearrepienta—contestóysedirigióalacocina—.Prepararéunacafetera.

Ponerse a remojo, le ayudó a relajar los músculos. Las duchas eranmilagrosas. Se mudó con ropa limpia, deshaciéndose de las manchas desangre. Las articulaciones le dolían.No era paramenos. La sacudida habíasido severa.Pensóque, enunashoras, el dolor seríamás agudo, insufrible.Debíahacerseconalgunosanalgésicosantesdequeesoocurriera.

Cuando regresó al salón, Lagarde había servido el café, junto a unosmanolitos,pequeñoscruasanescubiertosconchocolateymuypopularesenlacapital.Agradecióeldetalle,peroteníaelestómagocerrado.

La televisión estaba encendida. Los informativos ya hablaban de losucedidoenelGregorioMarañón,aunquelasnoticiaseranconfusas.

«…LaPolicía ha acordado las inmediaciones del hospital debido a lapresenciadeunpeligrosocriminal…».«…Unhombredeunostreintaañosprovocóelpánicoentrelospacientes,apareciendodisfrazadodedoctor…».

Crespoagarróelmando,pulsóelbotónrojoyapagólapantalla.—¿Se puede saber qué haces? —preguntó ella, molesta—. Estaba

escuchandoloquedecían.—Basura, eso es lo que dicen…—contestó él, buscando un sitio en el

sofá—.Enlugardeinformar,generanmásmiedo…Tampocoestaríademásquetushombrescerraranelpico,devezencuando…Joder,cuántasganasdeprotagonismotienelagente…

—¿Hasterminadoya?—Notegustaescucharverdades,¿eh?—No, no es eso—dijo ella y sirvió el café en las dos tazas—.Nome

gustanlosgruñones.—Entendido… Gracias —respondió y miró a la balda de botellas que

habíaenlacocina—.¿Tienescoñac?Ellaladeóelrostro.—Empiezoaentenderatumujer…Tengolasensacióndequetienesun

problemaconlabebida,Crespo.—Esono es cierto—respondió—.Beboparahacermás soportable a la

gente.—Yesotevuelvemásinsoportableconlosdemás.—¿Tienescoñacono?Esparaeldolor.Lagardesuspiróyselevantó.DespuésleentrególabotelladeTerry.

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—Ahoraséporquénuncaconduces.—Y tú, erre que erre… No tengo el cuerpo para peleas, Cristina. Te

recuerdoquemehanabiertolacabezaconunaculata.—Sí, lo siento—reculó lamujer y vertió un poco de leche en su taza.

Despuésselaacercóalaboca—.Mientrasestabasenladucha,heenviadoaLlanosyaSáezaldomicilioquevisitamos.

—¿Qué? ¿Por qué lo has hecho? ¿Acaso crees que será tan idiota devolverasucasa?

—Hayqueconsiderartodaslasposibilidades.—¿YporquéLlanos?Largaráloquesabe.Noseledamuybiensoportar

lapresióny,además,esunmiedica…—Precisamente por eso —explicó ella—. Es un inspector y es tu

compañero.Si ledamos la espalda, sepondrá furiosocomounniño.Mejormantenerloocupadoparaqueseconsiderepartedeesto…Sáezmeinformarádelasituación.

—Comoquieras.Túeresbuenamanipulandoalagente…—¿Perdona?Fingiréquenoteheescuchado…—contestóycontinuó—.

EstanochevamosairrumpirenelVivalaVida,tegusteono.Lohepensadotodomientrasveníamos…Novoyaesperaraqueelcomisarioordeneloquehayquehacer…Voyapedírselodirectamente.

—Puederesultaralgoridículoanivelnacional…—¿Ridículo?Hay un asesino en serie en la calle.No podemos permitir

quesigamatando.Sinoloevitamos,correrálasangreeneselocal.—Esundisparateloquedices.—Ahí trabajan chicas que no tienen nada, Crespo —señaló—. No

sabemos lo que este loco de mierda puede hacer. ¿Y si aparece con unsubfusil? No, no quiero más víctimas. De lo contrario, todo lo que hemoshecho,nohabráservidoparanada…

Éldiounsorboalataza.Estabafuerte,legustabaelregustoacoñac.Encendieron, de nuevo, la televisión y tomaron el café, en silencio,

mientrasobservabanlasnoticias.Estabanseparadosporescasoscentímetros.Pensamientosdetodaclasesecruzaronporlamentedelinspector.TeníaunmalpresentimientodelasintencionesdeLagarde.Elcomisarionoeradefiar.IrrumpirenellocaldeAgustínLópeznoeraunabuenaidea.Almenos,élnolo habría planeado así, pero eso tampoco significaba que siempre tuvierarazón. Lagarde, en contraste con Llanos, era inteligente, astuta, ávida yconocíasutrabajo.Sucarrerahubierasidodiferenteconunacompañeraasí,enlugardeterminarconelincompetentequeocupabadespachoconél.Pero

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lavidaerauncúmulodedecisionesycasualidades.Algunasprovocadasporélyotrascausadasporel librealbedrío.Despuésde todo,pensóysonrióalverlaespaldadelamujerqueteníaallado,mientrasapoyabasuscodosenlosmuslos,sealegrabadeestarallí,enesesofá.Elsilenciosevolviómásíntimoy Lagarde se giró, con esos ojos de sirena, cuando notó que él la estabamirando.Porunmomento,Cresposeavergonzó,perosintióquesusmiradassecorrespondían.La tensiónaumentó.Lagardesequedóquieta,expectante,clavándole las pupilas. Crespo se acercó. Cada uno fijó su mirada en loslabios del otro, bajando los párpados, cerrando los ojos y formando undescenso magnético en el aire. Sus cabezas se inclinaron y sus bocas sefundieronenunapasionadobeso.

PeroLagardeabriólosojosyseseparó.—No—dijo—,nopodemoshacerlo,Crespo.—¿Cómo?—preguntóél,suspendidoenunlimbo.Elteléfonodelainspectorasonó.Despuéslohizoelsuyo.Lamujersepusoenpie,nerviosaeincómoda,ybuscóelterminal.Cresponoentendiónadayahorasesentíamalconsigomismo.—¿Sí? ¿Cuándo? ¿Qué? No, no puede ser…—dijo ella, mirando a su

compañero—.Vale,sí,sí…Graciasporllamar.—¿Quépasa?—SáezestámuertoyLlanosseencuentraenlaUCI—contestóconvoz

temblorosa—. Ese cabrón sabía que volveríamos… Ha hecho estallar laentradadelapartamento.

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CalleMayor,Madrid20:00horas

ElruidodelaPuertadelSolerauncúmulodesonidosininteligibles,unanubetóxica de contaminación acústica. Vehículos, conversaciones, músicoscallejeros, anunciantes… Los transeúntes se perdían por las entradas a laestacióndemetroy trenquehabía bajo el subterráneo.Los juglares hacíanbailes y reivindicaciones a cambio de una propina, mientras los carteristasbuscaban la ocasión perfecta para apropiarse de las billeteras de los másdespistados. El Madrid más salvaje y turístico en pleno apogeo, donde noexistíadiferenciaderaza,nacionalidadoidioma.

Porsuparte,noestabaadisgusto,habíaelegidoaquelhostalaconciencia.Tras una larga y placentera ducha, se vistió y puso todas sus pertenenciassobrelacolchaqueprotegíalacama.Encendiólatelevisiónparacamuflarelruidoexterior.

Se acostó en el colchón que estaba libre e intentó dormir por unosminutos, cuando un golpe en la puerta lo sacó del trance. Agitado yconfundido,selevantódelacamapegandounsalto.

—¿Felipe?Soyyo,Paloma—dijolamujerdelarecepción.Veloz,cogióelrevólveryloescondióenunodeloscajones—.¿Estábien?

—¡Unmomento,Paloma!—exclamó,seaseguródequetodoestuvieraenordenycaminóhacialapuertaparaabrir.

Lamujersosteníaunplatoanchoconunachuletadecerdo,patatasfritasrecalentadasyunapequeñabotelladevino.

—Penséquetendríashambreyviendolahoraquees…Mepreguntabasihabíascenado.

Élsonrióconalegríaporelgestoyporelaliviodeencontrarsefueradepeligro.

—Muchísimasgracias,Paloma.Nosabescuántoteloagradezco…—Noquieromolestarte.

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—En absoluto. Me has leído el pensamiento… —dijo él y aceptó laofrenda. Se fijó en el desmesurado escote, que cubría unos pechos de grantamaño.También en el exceso de perfume que le llegaba y el colorete queenrojecíasurostro—.Gracias,decorazón.

—Esta noche termino mi turno a las once —comentó, haciendo unaproposiciónindirecta—.Alomejorteapetecetomaralgoporaquícerca.

Éllamirósinsabermuybienquédecir.CalculóquePalomatendríadiezoquinceañosmásqueél.Noerasutipo,peropensóquenoseríaunamalaideatenerunacoartadaybuscarotrositiodondequedarse,siempreycuandosalieraconvidadeejecutarsuplan.

Tardeotemprano,necesitaríaayuda.—Tengounasuntoqueresolver…—Estábien,nopasanada,deverdad…—interrumpióella,arrepentidade

loquehabíadicho.—Perohabréterminadoantesdelasonce—sentenció.Larespiraciónde

lamujerseentrecortó—.Espérameabajoyahíteencontraré.—¡Claro!—exclamó,reprimiendosualegría—.Alasonce.—Alasonce—dijoél.Palomaleguiñóunojoysemarchómeneandolascaderas.Porlatelevisióndabanlasnoticias.«…Unpolicíahafallecidoyotroharesultadogravementeheridotrasla

explosión de un inmueble cercano a la calle de Bravo Murillo. Lasautoridadescalificaronelsucesocomounatentado…»

Cerró lapuerta,dejóelplatosobreelescritorioysubióelvolumen.Nopodía creerlo, no eran ellos. No se había desecho de esa mujer ni delinspector.Estabadolido,noeraasícomolohabíaplaneado.

Apretólospuñosygolpeóelcolchónconsaña.—¡Mierda!—exclamó.Agarrólabotelladevinoyladescorchó.Sesirvióunacopaycomenzóa

comer.Noera lamejor chuletaquehabíaprobado,peroestabahambriento.Dejó el informativo encendido, aunque sin voz.Ya no le interesaba lo quedijeranporlatelevisión.Elbulliciodelacalleerasuúnicacompañía.

«Tecreesmáslistoqueyo,¿verdad,inspector?»Seprometióque,cuandotodoacabara,iríaaporél.

Traslacena,reposóconlosojoscerradosdurantequinceminutos.Elvinoleayudóarelajarse.Noleconveníaabusardelabebida,asíquesolosepermitió

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tomarmediabotella.Aldespertar,seenjuagólacaraenellavaboyabriólaventanaparaque

corriera el aire fresco por la habitación. A medida que se acercaba elmomento, los nervios florecían en su cuerpo.Hizounúltimo recuento paraasegurarse de que lo tenía todo: el revólver, el pasaporte, el teléfono y losbilletes de barco a las islas Azores desde Lisboa. Una vez allí, se lasingeniaríaparadesaparecerconalgúnpesquero.

«Te dije que iríamos», pensó al ver los billetes, recordando la promesaquelehabíahechoaDolores.

Perolosplanescambiaron.Éllohizo.Nohabríaviajedenovios,niesecruceroporelMediterráneoquetantos

añoshabíanansiado.Temporadasdedurotrabajo,deahorro,deunavisióndefuturoquesehabíaderrumbadocomouncastillodenaipes,agitadoporunaligerabrisa.Todasuvidahabíavividoobsesionadoporunajauladebarrotesdeoro…yahora,eralibre.

Concentrado en su tarea, introdujo las balas en el tambor de la pistola.Eran las seis últimas que quedaban en la caja. Debía guardar una para eseinspector. Con solo imaginar su rostro, la sangre le hervía por las venas.¿Acaso estaba haciendo algomal?, se cuestionó. Todas esas familias se loagradecerían.Seríaunhéroeparaellasyesoeraloqueleimportaba.

Encuantoaesepolicía,nopodíadejardepensarenél.Primerohabíaentradoensucasa,sinpermiso,destruyendosuintimidad.

Yahoraaquello.¿Esquenoseponíaensuszapatos?¿Cómosesentiríaesecabrónsilearrebataranloquemásqueríaensuvida?,reflexionó,yunaidealevinoalacabeza.

Porunosinstantes,regresóalvehículo,alanocheoscuraytranquilaenlaquelorecogióenlaplazadeEspaña.Regresóalaconversación,altrayectoyalaimagendeaquellajovenjuntoasunovio,enelportaldeledificiodonderesidíaelpolicía.

Sonriócomounestúpido,comosilarespuestahubieraestadodelantedeéltodoesetiempo.

Aesas alturasde lanoche,puedequeesosdospolicíasya tuvieranunasospecha acerca de sus planes, pensó. Sin embargo, se trataba de una ideaaproximada.Volvióasonreír.Enestaocasión,nopudocontenerlarisa.

Buscóentresuspertenenciaselteléfonodelaempresa.Conectólabateríayloencendió.Allíestabasunombreysunúmero,enelregistrodelosúltimosclientes.

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LorenzoCrespo,conunapuntuacióndecuatroestrellasymedia.Despuéspulsólateclaverdedellamada.

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CalledeCastelar,Madrid20:00horas

Lagardeestabaconmocionada.Surostroeraunreflejodelasemocionesqueseapoderabandesucuerpo.Crespo laobservóatento,esperandoquedijeraalgomás,perolaspalabrasparecíannoquerersalirdesuboca.

—¡Maldita sea, Cristina!—exclamó, llamando su atención—. ¿Quieresexplicartemejor?

Lainspectoracaminóhacialaventanadelsalón.—Nopuedeser…—¡Dialgo,cojones!—¡Losabía,Crespo!¡Sabíaquevolveríamos!—bramó,histérica,conlos

ojosabiertoscomoplatos—.¡Esabombaibaparanosotros!Regresó el silencio y la tensión. En esta ocasión, era diferente. La

pesadumbreylaculpareinabaenelapartamento.Sesentíanresponsablesdelamuertedelosdoshombresydetodoloquesucedíaasualrededor.

¿Habían tocado fondo?, se cuestionó Crespo. Tal vez, se dijo, pero sesentíadeunmododiferente.Noeralaprimeravezquellegabaalomásbajode su carrera, cargando con los errores y los daños colaterales que susaccioneshabíancausadoaterceros.Peronuncaderramandosangreasupaso.Aquello era lo peor que podía sucederle. Los errores, con el tiempo, seperdonaban, restándoles importancia, dejándolos en meras anécdotas delpasado.Noobstante,lasmuertesnuncaseolvidaban.

Agarró la botella de coñac y vertió un chorro sobre el poso del café.Despuésselobebiódeuntrago.

—Tienes que llamar a ese local y avisar a Agustín López, Cristina—indicó, mirándola desde el sofá. Ella seguía paralizada, junto a la ventana,intentandollegaraunasolución—.Debesexplicarleloqueestáocurriendoodelocontrario…

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—¡Ni hablar, Crespo! —negó, tajante—. No pienso negociar concriminales.

—Notenemostiempoparadiscutir…—Ya sabes lo que opino de esta gente, ¿verdad? —cuestionó. Estaba

enervadaporlasituación—.Terecuerdoquesonlosculpablesdequeaeselocoselehayancruzadoloscables…

—Tuexplicaciónnosolucionanada.Lomássensatoesquehablesconél,quelecuentesloqueestáapuntodesucederyquecolabore.Yatendremostiempoparameterlosenlacárcel.

—¡Alucino contigo! —respondió, sorprendida—. Colaborar, así defácil…¿Acambiodequé,Lorenzo?Parecequetehayaafectadoelgolpe.TerecuerdoquenosonamigosdelaPolicía.

Elinspector,hartodelatozudezdesucompañera,selevantódelsofá.—Lovaamatar…¿Esquenoloentiendes?—preguntó.Ellasequedósin

palabras. No lo podía entender, al menos, como él, ya que Lagardedesconocíaesesentimiento—.Pormuymalnacidoquesea,olvídatedeesoycéntrate…Nadieestápreparadoparamorir.

—Te estás dejando llevar por las emociones. Este tipo no tienesentimientos nimiedo, así que guárdate los sermones…—dijo y se dirigióhacia la cocina y agarró su chaqueta—.Esto tieneque acabar ya, hoy, estanoche…Voyallamaralcomisarioyvamosairrumpireneselocal,antesdequeesepsicópatahagacorrer lasangre.Metraesincuidadoelhijodeputaese,comotampocomeimportatenerquearrastrarconmigoatreintaoficiales.

—Estásexagerando,Lagarde…—Estanochehanfallecidodoshombrespornuestraculpa,Crespo…Así

queesteeselfin,quetequedeclaro…SomoselCuerpoNacionaldePolicíaytenemoslosrecursosnecesariosparaprotegeralasociedaddeestaclasederatas…Noloolvides…Negociarconcriminalesnosconvierteencómplicesdesusactos.

Lainspectorasedirigióhacialapuerta.—¿Temarchas?—preguntó.Ellasecalzólasbotas—.¡Irécontigo!—¡No!Nadadeeso—señaló,alargandoelbrazoparaquenosemoviera

—.Tútequedasaquí.Yahasayudadobastante,Lorenzo.Noquieroperderteatitambién.

—Esoquedices,notienesentido.—Paramí,sí—dijoylomiró—.Tellamaré.Antesdeélquepudieradeciralgo,lainspectoradesapareció.

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Sesentíainútil,menospreciadoycompletamenteabatidoporlapérdidadeLlanos.Despuésde todo,había sido sucompañeroduranteaños, aunque surelaciónnohubieseterminadodecuajar.Lamentóhaberlotratadoasíensusúltimashoras.Llanosnoeraunmaltipo,nomerecíamorirdeesamanera.

El apartamento de la inspectora se convertía en una sala de esperainsoportable.Quedarseallí,lehacíasentirsemásinútil.Pero,¿adóndepodíair?,sepreguntó,sintransporte,nidineroenefectivo.

Eldolordelacabezaseguíapresenteyledificultabarazonarconclaridad.TemióporlavidadeLagarde,queestabaapuntodeadentrarseenunnidodeserpientes.AgustínLópez no era un tipo tranquilo, detestaba a la Policía ysolía responder condespiadadaviolencia.Era evidentequeesepsicópata loibaamatar,peronosabíancuándo,nicómo,aunquedebíadeseresanoche.Noexistíaotraprobabilidad.Delocontrario,yasehabríamarchado.

Seleocurrióalgoyllamóasucompañera.—¿Sí?—Lagarde. Si lo vas a hacer… solicita al comisario que refuerce los

controlesyquecierreporcompletolaciudad.—¿Qué?—Pase loquepase,dileque lohaga—insistió—.Sidaunpasoatrásy

decidehuir,lotendremos.Ellasuspiró.—Estábien,lointentaré…Gracias.—Cristina.—Dime.—Llevacuidado.—Claro…Adiós,Crespo—contestóycortólallamada.El inspector se frotó la cara con las manos. Esa era la mejor idea que

habíapodidotener.Ahorasololequedabaesperaryrezarloquesupiera,paraqueelcomisarioaceptaralasolicituddeLagarde.

Encendió la televisión y pasó los canales en busca de novedades. Lasnoticias se habían reproducido como un virus letal. Todos los programasqueríansucuotadeaudienciaymanteneralaciudadaníapegadaalapantalla.Sindesearlo,laalarmasocialhabíallegadoalascalles.

Un asesino en serie mantenía en vilo a los madrileños. Lentamente, elpánicoseapoderódelosciudadanos.

Depronto,elteléfonovibró.Sindespegarlavistadelapantalla,loagarróycomprobóquiénera.—Quéraro…—dijoalverquenohabíanúmero—.¿Diga?

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Larespiraciónselecortóalreconocerlavozquehablabaalotrolado.

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CalleMayor,Madrid20:05horas

Nohabíavueltoacruzarpalabradesdesuencuentroenelcoche.—Buenas noches, inspector… —dijo, atento a la reacción de su

interlocutor.No esperaba su llamada, ni tampoco lo que estaba a punto dedecirle—.¿Cómoestásucabeza?

Cresposemostróintranquilo.—Hijodeperra…¿Cómohasconseguidominúmero?Élsoltóunafuertecarcajada.—Nome fastidie…¿Acaso cree que es el único que tiene acceso a los

datosdeotragente?Deberíasermáscautelosoconsuscuentas.—¡Malditocabrón!—exclamó—.Estásllevandotuvenganzademasiado

lejos…Hastaahora,tehasalidobien.—Bienomal,nosetratadeeso…Nolocomprende,¿verdad?—Notengonadaquecomprender.—Quidproquo.—¡Mis cojones, quid pro quo! —exclamó por el aparato—. Eres un

asesinoytehasllevadolavidadeunpuñadodepersonas…¿Creesqueesotehacediferente?Enabsoluto…Eresunomásynoteescaparásdepudrirteenlacárcel,siantesnotellenanlasiendeplomo.

—Ustedysucompañeralopodríanhaberevitado…—Vetealinfierno.—Porsuerte,tengomejoresplanesparahoy—dijoyseoyócómocerraba

una puerta—. Verá, Crespo, no se lo tome como algo personal… Nadieesperabaqueestoacabarao…mejordicho,empezaraasí.Sime lo lleganacontarunasemanaantes,mehabríaparecidounabroma…Pero,yave,lavidaescomounapartidadeajedrez…Cuandodesestimaslautilidaddelpeónquesacrificas,eljuegosepuedevolverentucontra.

—Yosoymásdejugaralmus.

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—YyodequelaPolicíameaviseantesdeentrarenmicasa.Crespo sabía que las decisiones de Lagarde no habían sido las más

acertadas,peronoeraelmomentodepensarenella.—Asíqueesporeso…—Graciasaustedes,perdíloúltimoquemequedabademividaanterior,

elúnicoreductoenelquemepodíasentircómodo…—Déjate de chácharas y no intentes reblandecer mi corazón. No lo

lograrás… ¿Qué diablos quieres de mí? ¿Crees que voy a permitir que tesalgasconlatuya?

—Shhh…Nosealtere.—¿Cuáleslaintencióndeestallamada?—Pedirlealgo.—Escucha,niñato,túamínomevasadar…—DígaleasucompañeraquenovayaallocaldeAgustínLópezosaldrá

lastimada.—Nopuedohacereso.—Noesunaadvertencia,esunaorden.—Amínadiemedaórdenes.—Entonces,aceptelasconsecuencias.—Lamentaráshaberdichoeso.—¿Algunavezhatemidoperderaquienmásquiereenestavida,Crespo?

—preguntó, antes de terminar la llamada. El inspector escuchó atento—.Imaginequéharíapordefenderelhonordeesapersona…Hágaloyentenderácómomesiento.

Despuéscolgó,guardóelteléfonoenelbolsillodelpantalónyextrajolabateríadel terminalde la empresa.Cuandobajó las escaleras, encontróa larecepcionista.Calmado,agradeciódenuevoelregalodelacenaylerecordóqueseveríanmástarde,aunquenuncallegaraasuceder.

«Losiento,mujer.Hahabidouncambiodeplanes».Laempleadalosiguióconlamiradahastaqueseperdióporlapuerta.La calle mayor era un enjambre de reacciones provocadas por las

hormonas, de vida y de gente en busca de una ventana que la sacara de larutina.Echóunvistazoysefijóenlosagentesquemerodeabanporlaplaza.Tendríaquerenunciaralmetro.

Paróalprimertaxiquevioysesubióenél.—Hasidorápido.¡Alaprimera!—comentóelconductorcuandoentróen

lapartetrasera.—Sí…Parecequeesmidíadesuerte.

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El taxista se detuvo al comienzo de la calle delMarqués de Viana. Habíaanochecidoylasterrazassequedabanvacíastraslahoradelacena.Pagólacarreraenmetálico,dejandounagenerosapropina,despuésdeabandonarelteléfonomóvil de la empresa en el asiento traserodel vehículo.Serviría deentretenimientopara losagentes.Apartirdeentonces, tendríaqueolvidarsedelatecnología3Gyelaccesoalaredinalámbrica.

Cerró la puerta del coche y esperó a que este se perdiera calle abajo.Avanzóhasta el primer crucey tomóel pasodepeatones que lo llevaba alotroladodelacalzada.Entrebaresytiendasdecomestibles,divisólaentradadelVivalaVida,ydoshombresvestidosdenegroquecustodiabanlapuerta.

Comprobó lahoraensu relojypensóquehabía llegadoelmomentodeentrar.

Sedirigióalosdosmatones,queledieronunvistazoantesdepermitirleelpaso.

—Buenas noches —dijo uno de ellos, frío y tosco como una viga deacero.Loslocalescomoaquelnecesitabanatiposcomoese.Hombresdurosquenovacilabananteelpeligro.

Cruzó la entrada y caminó a través de un pasillo que lo llevó a unarecepción.Allí,juntoaotrohombre,unachicadepieltostadacontrolabaalosclientesqueentraban.

—Buenastardes—dijoalverlo.Unapuertadoblelosseparabadelasaladefiestas—.Sontreintaeuros.

—Claro —respondió él, sin rechistar. Un precio bastante alto para unlugarcomoaquel,peronoeraelmomentodeponersequisquilloso,meditó.Cuandoabrió labilletera, la empleadaavistó el fajoqueguardaba.Sacóunbilletedecincuentaylodejósobreelmostrador.Ellaleentregóelcambio.

—Quesedivierta.—Gracias—dijoyesperóaqueelhombreleabrieralapuerta.

Laveladanoestabamuyconcurridaenaquella salade fiestas.Eraun localgrande, con una pista de baile y una barra con forma de rectángulo. Lasesquinasllevabanasalonesmásoscurosymáspequeños,decoradosconsofásymesas,enlosquesepodíahablarconmásprivacidad.Élhabíaestadounavez en un club de aquella clase, y no se parecía en nada a lo que estabaviendo.Lamúsicasalíaporlosaltavoces,aunquenolosuficientementefuerte

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paramolestarenlasconversaciones.Laschicas,todashermosasyarregladascomosi fueraununanochedesábadomuyespecial,caminabanconcalma,sinhambre,dejandoquelaimaginacióndelosclienteshicieraelresto.Deesose trataba, de que todo pareciera normal, una fantasía real. Jugar a crear lailusióndequelosclienteseranquienesdecidían,ynoellas.

Seacercóalabarraypidióunwhiskyconhielo.Seestabaacostumbrandoaello.

—Sonveinticincoeuros—dijolacamarera—.Ytienequedejarelabrigoenelguardarropa.

—Graciasporlasugerencia,peroestoybien.—Noesunasugerencia—replicó—.Esunanormadelclub.Éllamiróconenfado.—Porloqueestoypagando…yporloquemevoyadejarestanoche…tu

tratoalclienteesmejorable.Ellaagachólamiradaysirviólacopa.—Nosoyyoquiendecide—contestóycogiólosdosbilletesqueélhabía

dejado—.Ledigoloquemeordenan.—Notepreocupes,loharéenunminuto…Quédateconlapropina.Agarrósubebidayseseparódelabarra,alaesperadequealgunadama

de lujo se le acercara.Para llegar aAgustín,primero teníaquemimetizarsecon el entorno.La camarera semostraba receptiva, pero no se lo reprochó.Entendióquenoleharíagraciaganarselavidadeesaforma.Asíqueprobaríamás suerte con ellas. Con simpatía, el dinero ayudaría a relajar laconversación.

Paseóconelvasoenlamano,enbuscadeunamiradadecomplicidadquenollegaba.Poralgunarazón,losojosdeesaschicasevitabancruzarseconlossuyos.Sepreguntó si tendríanunsexto sentido,unahabilidadespecialparaidentificar a los intrusos. Cuando llegó a una de las esquinas, observó eloscuro salón contiguo, en la penumbra, y sintió el fuerte y empalagosoperfumedealguienqueseaproximabaporsuderecha.

—Hola,encanto…—dijoél,girándoseantesdequeelladijeranada.Erabonita,depieloscurayojoscomoelcarbón.Llevabaelcabellolargoyliso,ysuslabioserandosespumosasnubesdeazúcar.

—¿Qué hay, guapo? —preguntó. Notó su exótico acento africano—.¿Estásbuscandocompañía?

Su voz era suave y frágil.Ninguno de los dos quería estar allí, aunquefingirfueraloquemejorhacían.

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—Creo que ya la he encontrado—contestó, ofreciéndole la mano parallevarlahastaelsofádelasala—.¿Vamos?

—Soncincuenta…Élarqueólaceja.—Megustaríacharlarcontigoantes…Necesitoentrarensintonía.—Sí—dijolachica—.Cincuentaporhablar.Élchasqueólalengua.—Vaya… —respondió y sonrió, aguantando la oferta—. Conversar

contigodebedesertodaunaexperiencia…Seacomodaronenunsofádepiel,juntoaunamesaredondademadera.

Laluzazulresplandecíaensusrostros.Ellasesentóasulado, tocándoleelmusloconunamanomientrasestudiabasuactitud.Éllamirabaconelvasoenloslabios,buscandolaformadesercreíble.

—Eresdiferente—comentóella, sonriendode talmaneraqueeradifícildiferenciarentreloauténticoylofingido—.¿Québuscasestanoche?

—Esoselodicesatodos,¿verdad?—Atodoslosquesondiferentes…¿Porquénoterelajas?Parecestenso.Élleregalóunamueca.Debíasercuidadosoconsuspalabras,noponerla

nerviosa,niactivarsuradar.Lamanode la chica subió por su pierna hasta el estómago.Después le

acaricióeltorsoysiguióporlascostillas,peroélladetuvoconungolpeseco.Temíaquedescubrieraelrevólver.

Lajovenreculó,sorprendida.—Buscopasar unbuen rato, desconectar unpocode lo quehay al otro

ladodeesapuerta…¿Quieresunacopa?—No, gracias—contestó—. ¿No tienes calor? ¿Por qué no te quitas el

abrigo?Sensual, acercó las manos a los hombros del cliente para agarrarle la

prenda.Élseechóhaciaatrásylaapartóconbrusquedad.—Estoybien…Vamos,tómateunacopaconmigo,invitoyo.—Yatehedichoqueno—repitiódesconfiada.Nolegustabaelhombre

conelqueestaba.Suactituderadistante.Élnomostrabaseñalesdejuego,secomportabadeunmodoextrañoynoteníainterésenmanosearlaogeneraruncontacto físico. No era lo común allí dentro. Los clientes raros traíanproblemas—.Quizáquierashablarconotra…

Lachicahizounademándelevantarse.—No, quédate—dijo, sujetándola del brazo—. Te he pagado para que

estésaquí.

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Ella se resistió, pero terminó cediendo y regresó al sofá. Volvieron amirarse,enestaocasión,élpudosentirelpavorenlosojosdelajoven.

—Noestoycómodaaquí.Vamosabailar…—Escucha,necesitoquemeayudesconalgo.—¿Erespolicíaoqué?—¿Qué?—preguntóyserio—.No,no…Perdona.—Mira,tío,noquiero…Éllasujetódenuevo,ahoraconmáspresión.—Tedarédoscientoseurossimedicesdóndeestátujefe.—¿Porquénohacemosalgomásinteresanteconesedinero?—Trescientos.Ellavaciló.—Siquiereshablarconél,pregúntalealachicadelarecepción…Éllasoltóysacótresbilletesdecien.—Si quisiera preguntarle a ella, ya lo habría hecho—contestó. Su voz

cambióde tono.El tiempocorríayseestabahartandode tantaestupidez—.Quieroquemelodigastú.

Ellaobservóeldinero,locogióyseloguardóenelinteriordelvestido.—Bueno…—Venga,dímelo.—Losiento,nopuedohacerlo…Metengoqueir.—¿Cómo?—preguntóylazarandeó.Ellaseseparóunpocomás—.¡Tú

novasaningunaparte!¿Tecreesmuylista?—¡No!—exclamóysepusoenpie—.¡Déjameenpaz!La respuesta llamó la atención de los gorilas que merodeaban por el

interiordelasala.—¡Espera! —respondió él. Antes de darse cuenta, la chica estaba

escoltadaporlosdoshombresdegrandesdimensiones.—¿Todo bien, Luna?—preguntó uno de ellos y la apartó de la mesa.

Despuéssedirigióaél—.¿Tienesalgúnproblemaconella?Lasituaciónsecomplicaba,pensó.Sefijóenlosbrazosyenlasmanosde

esoshombres.Podíanpartirlelamandíbuladeungolpe.—Estátodobien…—HapreguntadoporAgustín—dijo ella.Su rostro eraotro,más fríoy

distante,ysuactitudigualdeferozqueladeunapantera.Laactuaciónhabíaterminado.

—No entiendo nada, se lo está inventando… De verdad, no quieroproblemasconnadie.

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Losdosseacercaronaél.—¿Porquénovienesalacalleconnosotros?Éllosmiródecerca.Lachicasealejósinhacerruido.—¿Hayquepagartambiénporlacompañía?Elquehablabasedirigióalcompañero.Allídentro,élnovalíanada.—Muygracioso—contestóylepropinóunpuñetazoenelestómago.El

sabordelwhiskylegolpeóenlaboca.Unfuertedolorrecorriósucuerpoencuestión de segundos. Entonces notó cómo lo levantaban del sofá y leobligabanaandar.Leibanadarunabuenapaliza.

—Hasidounmalentendido…Deverdad,noquierolíos…—Demasiadotarde—dijoelgrandullón.Antes de llegar a la puerta que separaba el exterior de la recepción, el

matónlosoltóysedetuvoaloíralgoporelpinganilloquellevabaeneloído.—Sí,conozcolasalida…—comentó,sacudiéndoseelabrigo.—No tan rápido—contestóelportero.Sumano tenía el tamañodeuna

sartén—.Ahoravienesconmigo.Le hizo una señal al compañero y este regresó a la pista de baile para

vigilaralaschicas.—Tranquilo, de verdad, podemos dejarlo aquí… No pondré ninguna

denuncia.—Noesnegociable—contestóyloagarródelbrazo.Losdossubieronporunasescalerasquellevabanalaplantasuperior.Desde lo alto, vio a la chica junto a la barra, apoyada ymirando hacia

arriba, siguiéndolo con los ojos y observando cómo el portero lo arrastrabahastalaoficinadeAgustínLópez.

Élleregalóunasonrisadesdelolejos.

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CalledeCastelar,Madrid20:30horas

Lallamadalodejódesconcertado.¿Porquélohabíahecho?,sepreguntó,¿aquésereferiríaconaquellodeponerseensulugar?

Seacercóalaventanayseencendióuncigarrillo.Llamóasucompañerahastatresveces,peronoobtuvorespuesta.Talvez

lainspectoraestuvieratanocupada,quenopodíaatendersullamada,sedijo.Aquelloeramejorquepensarquehabíamuerto.

Esedesgraciadonololograría.Conelcigarrilloentrelosdedos,comprobóelteléfonoyvolvióamarcar.Elcontestadorsaltódenuevo.Pegóunacaladayexhalóelhumo.«Porloquemásquieras,Cristina,nolacagues».

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CalledelMarquésdeViana,Madrid21:00horas

Laoficinaeraespaciosa,lasparedesestabandecoradasconpalmeraspintadasennegroyfranjasdecoloresazulynaranja.Todoteníaunaspectoantiguo,comosihubiera salidodeunapelículade losañosochenta.Trasel enormeescritoriode roble,AgustínLópezesperaba fumando frentea suordenador.Detrásdesucabezacolgabaunretratoalóleodelqueseríasupadre,yqueservíaparaocultarlacajafuerte.

Cuandolapuertaseabrió,aplastólacolillaenelcenicerodecristalverde.Adiferenciade loquehabía imaginado,Agustín tenía la caraalargaday laespaldaancha.Nonecesitabaunguardaespaldasparaprotegerse.

Conungestodefalange,ordenóquepasaran.El matón procedió a registrarle los bolsillos. Encontró el revólver que

llevabaenelinteriordelabrigoyseloentregóasujefe.—Vaya,vaya…¿Adóndeibasconesto?—Esporseguridad.—Claro—dijo y lo puso a un ladode lamesa.Estaba intrigadopor su

presencia,peronoparecíadispuestoadarledemasiada tregua—.Mejornosahorramoslaspresentaciones.

—Entoncesyasabrásporquéestoyaquí.Lópezmiróasusiervoconungestodeburla,comosihubieraescuchado

uncomentariohilarante.—¿Hasoídoeso,Fermín?Encimatienelossantoscojonesdehablarcon

franqueza…Debo reconocerquesiempreheadmiradoa losvalientescomotú,aunquenuncalleguenanadaenestavida.

Alterminarlafrase,chasqueólosdedos.El gorila se acercó aÁlex y le propinó un puñetazo en la nuca que lo

derribó. La sacudida sonó seca, como un árbol talado. Antes de caer, elporteroloagarródelbrazoparaponerloenpie.

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Lacabeza ledabavueltasy lecostabapensar.Noentendíacómoseguíaconsciente.

—Siéntalo—ordenó el jefe. Cayó sobre la silla, aún recuperándose delgolpe.Lamanoheladadelporterolesacudiólacara—.Hazqueespabile.

—Yaestoydespierto…—Asímegusta—dijoyserecostóenlasillagiratoria—.¿Sabes?Debería

matarte,almenos,portodoslosdañosquemehascausadoenestosúltimosdías… Te damos un trabajo, te pagamos y así me lo devuelves… ¿Eresconscientedeldineroqueheperdidopor tu culpa?En fin…Noquieroquepienses que soy una mala persona… De hecho, yo creo en las segundasoportunidades…Ytambiéncreoquetemerecesuna.¿Quéopinas?

Intentóabrirlosojos.Elescozoraúnseguíapresente.—Queeres…unajodidasabandija…Esoesloqueopino…Esoesloque

pensamostodos…Éltambién.—¿Ah,sí?¿Tútambién,Fermín?—No,seequivoca.Chasqueólosdedosdenuevo.Elpuñetazofuedirectoalacolumna.—¡Ah!—Ademásdehacermeperderdinero, intentaserunguasón…—dijo, se

levantódelasillayloagarródeunaoreja.Álexgritócondesesperación.Eldolorerahorrible,parecíaqueselaibaaarrancardelapiel—.¡Escúchame,gilipollas!¡Puedovolartelacabezacuandomedélagana!¿Meoyes?

Loempujóyvolvióacaersobrelasilla.—¡Dios!—exclamó,lamentándosededolor.—Quieroquehagas algoparamí…—continuó—.Esono significaque

vayamosa estar enpaz,peromedará tiempoadecidirquéhagocontigo…¿Meoyes?

—No,noteoigo…Nopiensohacernadaporti.Agustínperdíalapaciencia.—Dimeunacosa,muchacho…¿Cuántosañostienes?—Treintaydos.—¿Porquéquieresmorirtanpronto?Él hizo un esfuerzo y abrió los ojos. Tenía la cara hinchada, una ceja

partida y la mirada descolocada, pero aún podía respirar y procesar laconversación.

—Quetejodan,cabronazo…

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Larespuestanofuedebuenrecibo.Dispuestoapropinarleungolpeconsuspropiasmanos,selevantódelasillayseacercóhastaél.

—Tevasaarrepentirdeesto,colega.Depie,eramásaltodeloqueparecía.Agustín se desabotonó los puños de la camisa y se arremangó para

sacudirle.Primero fueunpuñetazoen la cara, queculminóconun flemazocargadodesangre.Seescuchóotroestrépitosecoporelchoquedeloshuesos.Elagresorestirólosdedosalsentireldolorenlosnudillos.

Élseguíarespirando,aguantandocomounboxeadornovato.—Debería agradecerte la limpieza que has hecho, quitándome de en

medio a esos mierdas…—comentó, buscando algo en su bolsillo—, peroestabasmuyequivocado,creyendoquemepodíashacerdaño,viniendohastaaquí… No eres el primero que lo intenta, ni siquiera la Policía ha sidocapaz…Noeresmásqueotromierdacomoellos,delmontón.

Cuando terminó la frase, sacó una navaja, pulsó el botón y desplegó lahoja.

Losojosdel chico se abrieron al ver el filo.El temor se apoderóde él,perolaspesadasmanosdeaquelgorilaloinmovilizaban.

—No…—Sí,ahorahazteelvaliente—dijoLópez.De pronto, oyeron un fuerte altercado procedente del piso inferior.

Despuésseescucharondosexplosiones.Lópezseapartódelchicoysedirigióasuempleado.

—¿Quéeseso?¡Salaverquépasa!Los ojos de Álex fueron hacia el revólver, que seguía en la mesa. Se

abalanzó sobre él, lo empuñó y disparó contra el portero, antes de queabandonaralasala.Elestallidolodejósordo.Cuandosegiróparacargardeplomo aLópez, vio la navaja sobre su cabeza, a punto de clavarse en ella.Rápido, esquivó el filo, protegiéndose con el brazo, pero López logróapuñalarleenlaclavícula.

—¡Ah!—exclamóytiródelgatillo.Otraexplosión.Eldisparofuedirectoalpiedelcriminal,queterminóen

elsuelo.Controladoporlaadrenalina,apretólosdientesysesacólanavaja.Se acercó a suvíctima, que se arrastrabahacia la puerta y le apuntóde

nuevo.—¡Nodispares!Seescuchóelaltoquelospolicíasdabanenlaparteinferior.Encuestión

deminutos,irrumpiríanporlapuerta.

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—Vasapagarporloquehiciste.—¿Estás loco?—preguntó, sujetándose la pierna—. ¡Me necesitas! ¡Si

mematas,nopodráshuir!Éllechafóelpieyserio.Lópezseretorciódedolor.—Eresprescindible,otromierda…comotodoslosdemás.—Hijodeputa…Guardóelrevólver,empuñólanavajayselaclavóenelcorazón.—Esto por Dolores…—susurró, apretando hasta que la resistencia de

Lópezdesapareció.Salió del cuarto a oscuras, corrió hacia las escaleras de emergencia que

llevabanalaterrazadeledificio,cuandooyólospasosqueseguíantrasél.—¡Alto!—gritóunamujer.Reconocióesavoz.EralamismaqueacompañabaaCrespo.Giró la cabeza y pudo comprobar que era ella. Se movía con torpeza,

nerviosa,desconcertada.Sequedóquieto,oyendocómolospasosatajabanladistancia.—¡Notemuevas!Noteníatiempoparamáspresentaciones.Rápidoeimprevisible,segiróydisparódosveces.Lapunteríanofuelamásacertada,perolasbalasalcanzaronalamujer.Lagarde no reaccionó a tiempo y se desplomó de golpe contra la

superficiedecemento,heridaysinfuerzasparaponerseenpie.Sinintencionesderematarla,abriólapuertadelasalidadeemergenciay

desaparecióenlaoscuridad.

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Abandonó el edificio por la parte trasera, que daba a una calle estrecha yresidencial.Elfollóndelassirenaseradesconcertante.Ambulancias,cochesde policía y furgones, cruzaban a toda velocidad en diferentes direcciones.Bordeólamanzana,subiéndoseelcuellodelabrigoyocultandoelrevólverenel bolsillo interior. Pensó en tomar otro taxi pero no era una buena ideaexponersedemasiado.Dadoquenopodíacaminarsinquelovieran,sedirigióaunadelasbocasdemetrodelaestacióndeTetuán,quenoestabalejosdeallí.CuandollegóalaesquinaconlalargacalledeBravoMurillo,sedetuvofrente al rótulo de neón de una tienda de pájaros, junto a las escaleras quebajaban al subterráneo. Entonces fue consciente de la magnitud de suproblema. Un helicóptero sobrevolaba la capital. El ruido de las sirenasrompíaelsilenciocomoelzumbidodeunenjambredeabejascabreadas.

La tranquilidad del metro era relativa. A esas horas, solo viajaban los queregresabanacasatrasunalargajornada.Rostroscansados,agotadosporunavidaqueseconsumíaentredistanciasyestacionescomoaquella.Lospocosque hablaban, lo hacían con la normalidad de un día cualquiera. Lasconversacionesgirabanentornoalapresenciapolicialquevigilabalaciudad,perolainformacióneraincompleta.

Subióalvagóndelalíneaqueviajabahaciaelcentro.Desdeallí,tomaríaun tren de cercanías en Atocha que lo sacara de la ciudad. Era un planarriesgado,perolaúnicasalida.

Buscó un asiento libre, al principio del tren, y se sentó. Observó losrostrosque leacompañaban.Carascansadas,denormalidadyhastío.Nadiepodíaimaginarqueentrelospasajeroshabíaunasesino.Elserhumanovivíaen una burbuja de protección que descartaba esa clase de ideas. Pero larealidaderaotrayencualquiermomentosepodíaservíctimaoverdugo,sinnisiquieraelegirlo.

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Lafascinaciónseconvirtióenvergüenza, tanprontocomoentendióqueno tenía escapatoria. Todo sucedió tan rápido, que no tuvo tiempo paraasimilar la gravedad de sus actos. Comprendió que la sociedad solo queríahéroes perfectos, aquellos que los medios de comunicación moldeaban,creando un relato creíble que los apoyara, dotándolos de una profundidadpropiadelcineynodelavidareal.Héroes,sindefectosyagustodetodos.Cruzar la línea de la muerte, le había convertido en un criminal más, sinmedallas,nirespeto.Y,encualquiercaso,loúnicoqueinfundiríaseríamiedoydesprecio.

Cuando abandonó la Estación del Arte, el corazón se le congeló. Doshelicópteros sobrevolaban la ciudad en su búsqueda. Las luces rojizas yazules cubrían los alrededores de la enorme estación de ferrocarril. Losagentes de la Policía controlaban las inmediaciones del edificio. Estabaatrapadoenlaciudad.Unasensacióndeimpotenciaseapoderódeél.Pronto,aquel sentimiento se convirtió en una rabia que terminó derivando en unaúltimaopción.Esepolicíaera la llaveparapoderabandonaraquel laberintosinque loatraparan.Estuvieraonopor la labordeayudarle, sabíacómo leharíaentrarenrazón.

Cruzó la plaza, evitando la presencia humana que encontraba por sucamino, y tomó el Paseo de lasDelicias entre las sombras de las fachadas.Recordaba la dirección con claridad.Cuando llegó al portal del edificio, seacercóalostimbresybuscóelapellidodelinspector.

—¿Sí?—preguntólavozdeunajoven.—Buenasnoches,soyelfontanero,hahabidounescapeenelprimeroy

nomeabrenadie…Lapuertasedesbloqueó.¿Quién iba a desconfiar de un fontanero?, pensó, cruzó el vestíbulo y

tomólasescaleras.

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CalledeCastelar,Madrid22:00horas

No se despegó del teléfono ni unminuto. Llamó a todos los contactos queteníaensuagenda,paraque lepusieranalcorrientedeldesplieguepolicial.En efecto, la ciudad estaba acordonada por orden directa del comisario.Lagardecumplióconsupalabra,pero tambiéndesestimó laadvertenciaqueCrespolehabíadado.

Dioelúltimosorboalacuartatazadecafé.Unamásyleestallaríanlosvasossanguíneos.

«Vamos,Cristina,llamadeunavezydimequetodohasalidobien».Mientras intentaba encender el último cigarrillo del paquete, en las

noticias hubo un corte de programación para dar paso al informativo de lanoche.Las cámaras de televisión emitían en directo.La operación se habíallevadoacaboyloefectivoshabíanirrumpidoenelclubqueregentabaelhijodelosLópez.Crespoprestóatenciónalasimágenes.UnmontóndevehículosbloqueaneltráficoenlosalrededoresdelavíaprincipaldelbarriodeTetuán.Algunosagentesaparecían trasel reportero, juntoa losmiembrossanitariosdelSUMA,peronologróreconocerlasiluetadesucompañeraporningunaparte.

«La redada ha dejado a varios heridos, entre los que se encuentra unainspectoradelCuerpodePolicíaNacional,yunavíctimamortalacausadeltiroteo…»

—¡Joder!—gritó,impotentepornohabersidocapazdedetenerla.Conlasimágenestodavíaenpantalla,volvióatelefonearparapreguntarporelestadodesaluddesucompañera.

LagardeibaaseringresadaenlaUCIacausadelasheridasprovocadaspordosdisparos.Unavezmás,sucarácterdefectuosolehabíapasadofactura.¿Hasta cuándo daría de lado la verdadera responsabilidad? ¿Qué tenía que

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sucederparaplantarlecaraalavida,enlugardedejarlapasarporencimadeél?

«PrimeroLlanos,ahoraLagarde…»Sederrumbóenelsofá,angustiado.Habíapasadotantosañoseludiendoloqueelrestoopinaradeél,queya

nadieesperabanadadesuparte.En un arrebato de heroicidad, se levantó, cogió la chaqueta y caminó

hacia lacalleparabuscarun taxi.Lagarde lenecesitabaa su lado,másquenunca.

Lahistoriahabíaterminadoparalostres.Sabía que el asesino buscaría una manera de huir de Madrid. En esos

momentos,lacapitaleracomounpajararrasadoporunejércitodebuitres.Nopodríaescondersepormuchotiempo,notardaríaenrendirse.

Marcó el número de la comisaría y se aseguró de que hubiera varioshombresprotegiendolahabitacióndelhospital.

—Quehayaagentesencadaplantadeledificio—ordenóycolgó.Cuandoaccionóelpomodelapuerta,elteléfonovibróensumano.

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PaseodelasDelicias,Madrid22:30horas

Cuandollegóalrellano,buscólaentradadelaviviendadelinspector.Podíaescuchar lamúsicaprocedentedealgúndormitorioy sospechóque la chicaestaríasola.Tocóeltimbreconprecisiónyempuñóelarmaalaalturadelacintura. Sintió cómo alguien lo observaba por lamirilla, así que agachó lacabezaparaquenoreconocierasurostro.Elcerrojose liberóy lapuertaseabrió unos centímetros. La hermosa joven que había visto aquella nochedesdeelvehículo,ahoraestabadelantedeél,vestidaconunosvaquerosquelellegabanalostobillosyunablusablanca.

Desconcertada,sefijóeneldesconocidoqueteníadelante.Antesdequesepreguntaraquiénera,élseadelantó.—Nohables—dijo,mirándolafijamente.Los ojos de la chica fueron directos al revólver, como si un campo

magnéticoseapoderaradeellos.Sureacciónfuelaesperada,perofracasóensuintentoporcerrarlapuerta.Unpestañeobastóparaquelamanodeaqueldesconocidoentraraensudomicilio.Lachicagritódehisteria,corrióhacialacocina en busca de algo con lo que defenderse y quedó atrapada entre laneveray el horno.Cuando reaccionó, el cañónde la pistola apuntabahaciaella.

Maniatóa la jovensindificultadydespués le tapó labocaconesparadrapoparaqueno llamara laatenciónde losvecinos.Seaseguródequenohabíanadiemásenlacasaybuscóenlosrinconesmásextrañoshastaconvencersedeello.LajovenestabaasustadayÁlexpodíaolersumiedo.Lapistolahabíasidosuficienteparaquenocometieraningunaestupidez.Sentadaenunasilladelacocina,mirabaaeseextrañoconrecelo.

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—¿Dóndeestátumadre?—preguntóél,depie.Ellalevantóloshombros.Álexledespegóelesparadrapodelaboca—.Contesta.

—Nolosé…Algunasnochesvienetarde.—¿Portrabajo?Ellamiróhaciaotrolado.—Másomenos…—Ya,entiendo.¿Cómodetarde?—Tehedichoquenolosé…Estaba diciéndole la verdad, aunque no le gustó oír aquello. La

incertidumbrepodía jugarle unamalapasada.Esamujer podría aparecer encualquiermomento.Lasposibilidadeseraninfinitas.

—¿Cómotellamas?—Elena.—Muybien,Elena…Voyatelefonearatupadreahoramismo—explicó,

convozsosegada—,ylevoyacontarqueestoyaquí,contigo…Metemoquetengoquepedirleungranfavoryesperoquemeayudesaconvencerle…Delocontrario,tendréquematarte.

—No, eso no, te lo ruego… —murmuró. Su voz se volvió frágil ylastimera. Él podía sentir la respiración agitada de la chica. La idea habíaflorecidoensucabeza—.Nomehagasdaño…

Le acarició el pelo, con un gesto de calma que se volvió sórdido yobsceno.

—Tranquila,notieneporquépasartenada,si tupadrecolabora,claro…—contestó.Laslágrimascaíanporelrostrodelaadolescente.Susmofletessehinchaban y sus labios temblaban. Él le levantó la barbilla hacia arriba—.Oye…No llores, no es nada personal…La culpa de todo esto, la tiene tupapá.

—¿Quiéneres?Élfruncióelceño,desconcertado.—No ves las noticias, ¿verdad? —preguntó. Ella negó con la cabeza,

esperanzadadequeleexplicaraporquéestabaallí—.Sitedigolaverdad,yanoséniquiénsoy.Pero,atinoteimportaeso…Túsoloquieressalvarte.

El silencio reinó entre los dos por unos segundos. Parecía que todomarchabaconcalma,hastaquelajovenaprovechóelmomentoparagritarapulmónabierto.

—¡Socorro!—bramóconfuerza,moviéndosesobrelasilla.En consecuencia, él respondió con un fuerte manotazo que le cortó la

respiraciónenuninstante.Labofetadasilencióelgritoydejócoloradalacara

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delajoven.—Teloheadvertido—contestónervioso—.Lapróximavez,juroquete

harémásdaño.Despuésletapólaboca.Lachicaignorósuspalabras.Sollozabaatemorizadaporesedesconocido,

siendoincapazdemirarloalosojos.Élsesacóelmóvilybuscóelnúmerodelinspectorenlaagenda.Después

seacercóalaparedydescolgóelteléfonodelavivienda.Pulsóconcentradolosbotones.Sonóelprimertonodellamada.Carraspeó,observóalajovenyseavergonzódeloquehabíahecho.Alguiendescolgóalotrolado.

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CalledeCastelar,Madrid22:30horas

Comprobóelnúmeroqueaparecíaen lapantalla. Intentómantener lacalmaantes de responder. Lo más probable es que fuera su hija Elena, parareprocharle no haber luchado por ellas. Pero también podía ser Marisa,pidiéndole que recogiera sus cosas, exigiéndole que dejara espacio para elnuevohabitantequeibaasustituirlo.Losintióporellas,porlanecesidadqueteníande recibir atención, pero lehabíandadounapatada en el trasero, lasdos,yahoraaéllepreocupabanotrosasuntos.

¿Ysihaocurridoalgo?,sepreguntó,conunaligerainquietudqueibaenaumento. Accedió guiado por la incertidumbre y se acercó el aparato a laoreja.

—¿Sí?Una sensación fría y desagradable invadió su cuerpo cuando escuchó el

carraspeo, al otro lado de la línea. Sintió las palmas de las manos frías ypegajosas.

—Por fin, inspector…—dijo la voz masculina. Era él, lo reconoció alinstante.No sehabía sacadoese timbrede la cabeza—.Pensabaquenuncaatenderíaalallamada.

Respiróprofundamente,apesardequelosbronquiosseleencogíancomounembudo.

—¿Es una broma? Porque no tiene ni puñetera gracia. ¿Desde dóndellamas?

Oyóunarisaporelaltavoz.—¿No reconoce el número de su propia casa? ¿O es que le empieza a

fallarlamemoria?Crespoapretóelpuñoqueteníalibre.—Esamíaquienquieres,asíquedéjalasaellasenpaz…Notienennada

queverenesto.

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—Eso mismo podría decir yo… Dolores está en coma por su culpa,inspector. Ella tampoco tenía nada que ver cuando fue a ese restaurante…peropagósuineficiencia…serindió.

—¡Estásmuyequivocado!—¿Intenta tomarmepor imbécil? ¿Acaso cree queno sé lo que sucedió

conAgustínLópez?Sinosehubieraacojonado,sihubieseinsistido…Ahoraese cabrón y su familia estarían en la cárcel y nosotros no tendríamos queestaraquí,solucionandonuestrasdiferenciasporteléfono…

—Nosabesloquedices.—Sí,síqueloséydeberíasermásagradecido.Meheencargadodehacer

sutrabajo.—Estás chiflado… ¿Qué es lo quieres de mí, cabronazo? No puedo

cambiarlascosas.—Sitodavíanolehevoladolacabezaasuhermosahija,esporquepuede

cambiaralgo.—¡Elena!¿Estábien?Nisiteocurraponerle…—Cierrelabocayescúcheme.—¡Quierohablarconella!Asegúramequeestáviva.Oyóunruidoydespuéssintiócómoelteléfonopasabaaotrointerlocutor.—Papá…—murmurólajoven.—Elena,hija,voyasalvarte.—Papá…Hazlecaso,porfavor,hablaenserio,estáloco…—¡Elenita,tranquila!—Suficiente, inspector —dijo la voz masculina—. No tenemos mucho

tiempo…Necesitoquemeconsigauncocheparasalirdelaciudad.—¿Hasperdido la cabeza, chaval?Madrid está bloqueada—contestó el

policía—.Nopodrásirmuylejos.—¿Quéquierequelepida?¿Unhelicóptero?—preguntóelsecuestradory

serio—.Venga,hombre,porfavor…Nosearidículo.Misalvoconductoserásuhija,esperoquenoleimporte.Prometocuidardeella.

—No, no, eso sí que no… Te lo ruego, no metas a Elena en esto…Llévameamísiquieres,peroaellano…

A medida que la conversación avanzaba, Crespo solo imaginaba unaformade por fin a esa pesadilla.Debía entretenerlomientras lograba llegarhasta sudomicilioy enfrentarse a él.Cualquierotra solución, terminaríadeformadesastrosa.

—Nomedejaopción—dijoehizounapausa—.Nomefíodeustedyséqueintentarádetenermeencuantomedespiste…Crespo,consígameuncoche

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queseacómodo,puestosaelegir,coneldepósitollenoyqueestéenlapuertadesucasaenunahora…Tampocoesmuchopedir,¿verdad?

—¿Dedóndecojonesvoyasacaruncoche?—Vamos,hombre.Estoysegurodequeconoceaalguien…Elsuyo,elde

sucompañera…Dudoqueellaloutiliceporunatemporada—dijoysoltóunacarcajada—.Tráigaloaquíynointenteestupideces…Siveoasuscolegasporlaventana,suhijalopagará.

—Noteprometonada.—Ahórrese las promesas y consígalo… Tiene media hora, de lo

contrario…olvídesedeella.—¡No!—exclamóelpolicía,perolallamadayahabíaterminado.

El tiempo se detuvo a sus pies. Cuando salió al exterior, el paisaje eradesolador. Las sirenas de los coches de Policía sonaban por las calles. Laslucesdecoloresresplandecíanenlasfachadas,lasacerasestabanvacíasylosvecinosobservabanlasituacióndesdelosbalconesdesuscasas.Elzumbidode los helicópteros se colaba en el oído como el traqueteo de un martillohidráulico.Pormuchoquelointentaran,nuncaloencontrarían,pensó.

Caminóhastalaglorietamáscercanayllamóauntaxiconlamano.—AlPaseodelasDelicias,porfavor—dijo,agitado,cerrandoconfuerza

—.Vayatodolorápidoquepueda.—¿Mepermite sucarnéde identidad,por favor?—preguntóelhombre,

mirándolodereojoporelespejoretrovisor—.SonórdenesdelaPolicía.—Sí, claro—dijo y le mostró la placa. El conductor se sorprendió—.

¿Todobien?—Sí,inspector…Menudanochehaescogidoparacorrer…—comentóel

taxistaypisóelaceleradorporlacalledeAtocha—.Nomequedaotraopciónque la del Centro… Lo han cortado todo, hasta el cinturón. Espero queatrapenprontoaesesalvaje.

A medida que se acercaban a la estación de ferrocarril, las calles sevaciabanylapresenciapolicialeramayor.Elconductorescuchabalaradio,por donde informaban de lo que estaba sucediendo en Madrid. Tras loocurrido en el club, la Policía había filtrado a los medios un retrato robotactualizado, junto a los datos del asesino. Su cara y su nombre se habíanvueltomediáticos.

Cresposacóelteléfonoybuscóelnúmerodesumujer.

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—¿Lorenzo? —preguntó, agitada. No parecía un buen momento parahablar—.Estasnosonhorasdellamar.

—Marisa,escucha…—No,escúchameamíprimero—interrumpióconhostilidad—.Ahorano

puedo,¿meoyes?Llámamemañana.—Esimportante,Marisa.—Seguroquepuedeesperar.Buenasnoches,Lorenzo.—¡Tansolounacosa!—Eresterrible,¿qué?—No vuelvas a casa esta noche, te lo ruego. Quédate con él, pero no

regreses.—¿Dequéestáshablando?—preguntóenfadada.Elinspectormiróaltaxista,queestabaoyendolaconversación.—EnciendelatelevisiónynotratesdellamaraElena…¿Entendido?Despuéscolgó,sindejarqueellarespondiera.El taxista se guardó la opinión, pero comprendió perfectamente lo que

estabasucediendo.Cruzaron la estación, se adentraron en el paseo y el vehículo redujo la

marcha.Lanormalidaderaaterradora.Probablemente,nadiesospechabaquehubierallegadoallí.

—Usteddirá…Cruzaron varias manzanas hasta que señaló a uno de los edificios de

ladrilloquehabíaenunaperpendicular.—Déjemeahí—dijoCrespo,comprobóeltaxímetroysacólabilletera.Elconductorlehizoungesto,rechazandosudinero.—Llevemuchocuidadoconesetipejo—dijo.—Gracias.Eltaxiseperdiólentamenteenelfinaldelacalle.Lanocheerafrescayhúmeda.Miróhaciaarribayvioelresplandorque

salíaporlaventana.Laimpresiónfueperturbadora.Elteléfonovolvióasonar.Eraél.—¿Ha conseguido lo que le he pedido? Tic, tac… Empiezo a

impacientarmecontantohelicóptero.Tratódenovacilar,peroeradifícil,sabiendoquecuatroplantasdealtura

loseparabandeesecriminal.—Diezminutosmás.Mehasprometidomediahora.—Secreeelmáslistodetodos,¿verdad?

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—Diez minutos, joder… ¿Es que no lo ves? ¡Nadie me coge el putoteléfono!

—Estábien…Diezminutos.Niunsegundomásoyasabe…Pum,pum.Lallamadasecortó.«Pum,pum…Vasasabertúloquees».Crespometiólallaveenlacerraduradelportal,cruzóelvestíbuloysubió

porlasescalerascalculandocadapisada.«Pum,pum…».

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PaseodelasDelicias,Madrid22:50horas

Se había convertido en un personaje famoso. Durante la espera, vio lasnoticiasjuntoalajoven,eneltelevisorpequeñoquehabíaenlacocina.

La adolescente comprendió la trascendencia de la situación. Todos lobuscaban,peronadiesabíadóndeseescondía.Lostertulianosqueocupabanlosprogramasnocturnos,hablabandeél comodeunsanguinario.Al sumarmás de tres cadáveres a su espalda, lo habían convertido en un asesino enserie.Élescuchabadesconsoladolasmentirasquedecíansobreél.

«…Estedesalmado,ElasesinodelMomofy,ha tenido lasangre fríadeactuar usando siempre el mismo arma, desde la misma distancia y en lamisma zona del cuerpo. Un acto así, lo comete un psicópata…Podríamosdecir que es uno de los asesinos más sanguinarios de la historia de estepaís».

Nodabacréditoaloqueveía.Loestabanconvirtiendoenalgoquenoera.Lotachabandeviolento,deseragresivoconotraspersonasydehabersufridoalgunosepisodiosdedepresión.

Cada comentario servía para difamar y oscurecer su imagen,convirtiéndoloasíenunmonstruo.Nadiesehabíaplanteadoquehubiesesidoun ajuste de cuentas que la Policía no había logrado sanear. Buscaban elmorbo, el comentario fácil y mantener a los espectadores pegados a lapantalla.HabíanconseguidoalgunasfotografíasdeélydeDoloresjuntos.ElodiohacialaPolicíacreciómás.Suparejaseconvirtióenlapiedraangulardelos crímenes, tan pronto como supieron del estado clínico de lamuchacha.Esoeraloquemásledolía.Estabantransformandoloshechosenunahistoriadeficción.

—¡No es cierto! ¿Estás oyendo lo que dicen? —preguntó irritado.Temerosa,lajovenmirabayasentíaconlacabeza—.Esmentira…Todoesunajodidafalacia…Ylaculpaesdetupadrepornoterminarsutrabajo.

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Derepente,notócómolosojosdelachica,traicionadaporunactoreflejo,sedirigieronalaentrada.Éllehizounaseñaldesilencio,tapándoseloslabiosconel índice,yagarróel revólver.Cuandoseacercóa lapuerta,comprobópor lamirillaelexterior,peronovioanadie.Lachicacomenzóa llorardenuevoenlacocina.

Desconfiado,esperóunossegundospegadoalapared.Entoncesoyóelruidodeunallave.Extendiólapistolaysequedótrasla

puerta.Elbombíncedióyelcerrojoseliberó.

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Cerrólosojos,esperandoqueelcerrojonohicierademasiadoruidoalabrir.Porsuerte,fuesilencioso.Soltóelaire,aliviado,ysacóelarmadelcinto.Conlaespaldainclinadayelcañónpordelante,abriólapuerta,dejandounhuecoentreelpasillo.Atisbóelmarcodelacocina,queeraloprimeroqueseveíaalentrar. La luz estaba encendida. Dio un paso al frente, calculando cadarespiro,conscientedequeesedesgraciadopodíasorprenderlocuandomenosloesperara.Entonceslavioaella,sentadayatadadepiesymanosalasillademadera.Elenateníaelrostromagulladoyenrojecidoporlaslágrimas.Susojossecruzaron.Crespopodíasentirelmiedoenlaspupilasdesuhija.

—Elena…—murmuró, dando un pasomás hacia el interior, dejándosellevarporlasemociones.Ellamusitóalgobajolamordaza,peroelinspectornoentendióquéqueríadecir.

—Nosemueva—dijolavoz.Elcorazónseledetuvo.Porelrabillodelojo, pudo ver una mano herida, cubierta con una venda, que sujetaba elrevólverqueleapuntabaalasien—.Dejeelarmaenelsuelo,inspector…Nosehagaelvalienteotendréquematarlosalosdos.

Crespoobedecióyseagachóparadejarlapistolaenelsuelodelpasillo.Conocía su casa y sabía que el margen de movilidad era reducido, mástodavíaconElenaenlacocina.

—Ha cometido una gran estupidez viniendo aquí,Crespo—comentó elconductor,cerrandolapuertayasegurándosedecruzarelpasador—.Sololehepedidounfavorynohasidocapazdecumplirconsupalabra…¿Metomaporungilipollas?

—Desconocen tu localización, chico. Coge las llaves de mi coche ylárgate…Todavíapuedeshuir.

—Sí, claro… A estas alturas, el tiempo ya no forma parte de laecuación…Mehadecepcionadoinspector.

—Entoncestómameamí,perodéjalaaella,teloruego…Elcañónlerozóenlacabeza.Losdosfueronhacialacocina.Crespose

sentóenunasillabajolamiradadelasesino,peroestenoloamordazó.

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—Padreehija,losdosjuntos…¿Quiénquiereserelprimero?—preguntómoviendolapistola—.Porunlado,inspector,usteddeberíasertestigodelamuertedesuhija…Asíantesdeirse,podrásentirloqueeslapérdidadeloquemássequiere…

—No lo hagas, por favor. Pide lo que te venga en gana, pero no lohagas…

—Por otro lado, estoy seguro de que su hija Elena tiene ganas de queustedseaelprimero—continuó—.Alfinyalcabo,eselculpabledequeyoestéaquí.Paradójico,¿verdad?Haceunasemana,nisiquierasabíamosdelaexistencia del otro y mírenos… Los caminos se cruzan cuando menos seespera…ynosiempreparabien.

Porelrabillodelojo,elinspectorviocómoelnudoqueatabalasmanosde Elena, se deshacía poco a poco. Cauto, optó por no mirarla y decidióentreteneralasesinomientrasellaseliberaba.

—¿Qué consigues con todo esto? —preguntó Crespo—. ¿Paz?¿Protagonismo?Nuncalograrásnadadeeso…

Lamiradadelmuchachosecongeló.—Aúnnoloentiende…Loúnicoquequeríaenestavida, loheperdido

parasiempre…Ahoraséquesoyhombremuerto,Crespo—dijoconvozseria—.Sinoaquí,enlacárcel.Lasociedadnuncaentenderáqueloquehehecho,hasidoporamor,porrespetoyporjusticia…Ustedcedióanteelchantajedeesagente…yonolohice.

—Lointentéporlolegal.Esasícomosehacenlascosas.—Nopretendacontarmecuentos…—¡Amenazaron conmatar ami familia!—exclamó.Elenaoía, a la vez

quemovía lasmuñecas con sumo cuidado—. ¿Qué habrías hecho tú enmilugar?

—¡Yaveloquehehecho!¡Lasumisiónnoeslarespuesta!¡Suerrorhacostado más de una decena de cadáveres! —gritó exaltado, se acercó alpolicíay lepuso el cañónentre las cejas—. ¿Sabíaqueme iba a casar conDolores?¿Esconscientedelasvidasquehadestrozadoporacobardarse?¡Esustedunmierda!

LasmanosdeElenaseliberaron.Laadolescentesaltósobreél,apesardeque tenía los pies inmovilizados. Cuando el asesino retrocedió, intentómatarla, pero Crespo se adelantó y contuvo el disparo. Los dos hombresforcejearon,midiendo sus fuerzas enunenfrentamientoavidaomuerte.Elrevólverapuntabaaltecho,perolaenergíadeCrespoempezóaflaquear.

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Elenasedeshizoelnudodelospiesysealzó.Elintrusomiróalpolicíacon sorna y le sorprendió con un puñetazo en el hígado, dejándolo sinrespiración.Laspiernasnolerespondieronysetambaleóhaciaatrás.

—Tú serás el primero —dijo, sonriente y le apuntó. Cuando estabadispuestoaaccionarelpercutor,seescuchóungraznidofuertequelodetuvo.Losdedosdelasesinosedebilitaronyelarmacayóalsuelo.

Crespo levantó lamiradayviocómolasangresalíadelestómagoaquelmuchacho.Suhijalehabíaatravesadoelabdomenconuncuchillodecocina.Los ojos del asesino se nublaron. Sus rodillas se doblaron en el suelo y suvidaseahogóencuestióndeminutos.

Elenacorrióhaciasupadreyloabrazó.—Papá…—Hija,losiento…—Todohaterminado,papá.El ruido de las sirenas de los coches de Policía se colaba por el patio

interior.Después oyeron un fuerte escándalo que procedía de las escaleras.Variosagentesderribaronlapuertayentraronenelinmueble.

—¡Alto,Policía!—gritóelprimero,apuntandoalacocina.Llegabantarde,lafunciónhabíaacabado.Unossegundosmásyquizáno

lohubierancontado.

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DOSSEMANASMÁSTARDEPaseodelaFlorida,Madrid9:00horas

Elpeormesdesuvidaytambiéneldetodaunacarrera.Álex,bautizadoporlos tertulianosde losprogramasmatinalesde televisióncomoelasesinodelMomofy, se convirtió en uno de los verdugos más sanguinolentos ydespiadados de la historia moderna española, sembrando el pavor en lasociedad y ganándose la aprobación de quienes idolatraban a esa clase depsicópatas.Todosbuscaron lucrarse con su relato, desde las productoras decinehastalosescritoresdebiografías.Enlapantallaaparecierontestimoniosdeconocidosque,acambiodeunpuñadodebilletes, sededicaronavisitarlosplatós,aireandointimidadesyanécdotasdedudosacredibilidad.Lociertoera que los más morbosos querían conocer las causas de la tragedia. Uncompleto y oscuro episodio para la sociedad y un duro golpe para losfamiliaresrelacionadosconelsuceso.

El inspector había conseguido alquilar un pequeño estudio de cuarentametroscuadrados,situadoalaveradelaEstacióndelNorte.Unapartamentoanticuado,perosuficienteparasusnecesidades.Aquellamañanade finaldemes, abrió la última caja que había empaquetado durante la mudanza. Lasotrasdosestabanllenasdelibros,discosdeviniloyunálbumdefotografíasfamiliares. En aquella guardaba la documentación de la investigación quehabíallevadodurantelosúltimosdiezañosdesuvida.Unpuntoyfinalqueculminóenelmismolugardeinicio:suantiguacasa.

Se tomó el café de un sorbo y se puso la chaqueta antes de salir delapartamento.

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Cruzó el paseo, continuó por la cuesta de SanVicente y subió por la callehasta la plaza de España. Ya no necesitaba usar el transporte, puesto quepodía caminar para ir al trabajo. Se sentía fresco, como si se tratara de unnuevocomienzo,almenos,hastaquellegabaalacomisaría.

Con la investigación terminada, resultaba extraño volver a la rutina.Lagarde había sobrevivido a los balazos, aunque eso no la salvó delquirófano.Susplanesyambicionesecharonavolar, tanprontocomoquedófueradeservicio.Conlainspectoraenelhospital,elcomisarionovacilóenponerse lasmedallas necesarias para reforzar su posición, y tampoco hubonadie que se lo impidiera.El rumor corrió entre los departamentos, pero elmiedo y el rechazo a los problemas internos innecesarios, provocó que elmalestar se disolviera como una aspirina en un vaso de agua. Lagarde yCrespo obtuvieron su reconocimiento, así como también lo recibieron, demanerapóstuma,eloficialSáezyelinspectorLlanos.Peroahíquedótodo,enunaplacademetalyunapalmadaenlaespalda.Seolvidarondeellaydeloquehabíanarriesgado.

Antesdellegaralacomisaría,entróenlasidrería,dondeeraunhabitual,paratomarelsegundocafédelamañanayleerlostabloides.

—¿Lodesiempre,Crespo?—preguntóelcamarerocuandolovioentrar.—Asíes.Cogióeldiarioquehabíaenlabarrayleyólostitularesdelaportada.Por

primeravez,despuésdemuchosdías,recibíaunabuenanoticia:elcabezadelclan, LuisLópez, ponía un pie en prisión junto a dos de sus hermanos. LamuertedesuhijoAgustínhabíaaceleradolostrámitesparaqueseinvestigaraa la familia.Aélse le imputaban loscrímenes intelectualesdelatentadodeLavapiés,asícomounanumerosalistadedelitosdeextorsión,agresión,robo,malversaciónde fondosycontrabando.ACrespo lepareció tristeypoéticoquehubiesehechofaltaderramartantasangre,paraquesehicierajusticia.

—Hayquefastidiarse…—murmuróyleenseñólanoticiaalcamarero—.¿Hasvistoesto?

—AcadacerdolellegasuSanMartín,Crespo.—Aunosantesqueaotros.Elteléfonovibróenelinteriordesuchaqueta.Losacóycomprobóquién

era.Nopudoevitarecharlademenos.—Buenosdías,joven.—Hola,papá—dijosuhijaElena—.Recuerdasquédíaeshoy,¿verdad?—Sí, claro. No me he olvidado… —contestó. Se lo había prometido,

aunquehabíadecididonopensarmuchoenello—.Hemosquedadodentrode

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unahoraenSanBernardo.—Así es—respondió ella con cierto alivio en su voz—. Temía que lo

olvidaras.—Nosvemosluego.—Adiós,papá.

TomólaGranVíaysubióhastaelcruceconSanBernardo.Laciudadteníaun olor diferente. Tardaría unosmeses en recuperar la compostura, aunquenuncaolvidaralosmomentosquevivióentreesascalles.Laprimaveraestabaapuntodellegar, losdíasseríanmáslargosylosárbolesflorecerían.Eralaprimera vez que iba a citarse con Elena, después de la fatídica noche.ReconocióqueMarisahabíaintentadosalvarleslavida,deunamanerauotra,aunquenofueseintencionado.Lallamadatelefónicadesdeeltaxi,avisándolapara que no fuera al domicilio, provocó en ella tal pavor, que terminócontactandoal112pormiedoaquelepasaraalgoalapequeñaElena.Pero,sin duda, fue la joven quien impidió que ese psicópata apretara el gatillo.Había sidomuy valiente por su parte y él estaría en deuda con ella de porvida.Poraquellayotrasmuchasmásrazones,trasloshechos,larelaciónconElenacambióparasiempre.

Antes de marcharse de casa con sus pertenencias, le preguntó a laadolescentesihabíaalgoquepodíahacerporella.Elenanorespondióhastadíasmástarde.Nopudonegarse,pormuchoquelehubiesegustadodecirqueno.

CuandollegóalaglorietadeSanBernardo,laencontrófrentealapuertadelbarIberia,vestidaconunosvaquerosrotosporlasrodillasyunabrigodetres cuartos de color crema. Enmenos de un año alcanzaría lamayoría deedad y su cuerpo comenzaba a transformarse en el de una mujercita. Lamelancolía le sobrepasó, arrepentido por todos los momentos perdidos,absorbidoporeltrabajo,ignorandoelperiodomásimportantedelavidadesuhija.

—Llegastarde,papá—dijoella,sonriente.—¿Tarde?Yonuncallegotarde.¿Notienesdineroparaunospantalones

nuevos?—¡Eslamoda!—respondióyseagarróasubrazo—.Noempieces,por

favor,quemedavergüenza…—Atuedad,todoslosjóvenesseavergüenzandesuspadres…—¿Yo,deti?No…Solodetusobsoletoscomentarios.

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—Pueseso…—dijoyecharonacaminarendirecciónalaplazadeSantaBárbara—.¿Cómoestás?

—Bien,comosiempre.—¿Siguesconesechico?—¿Dequéestáshablando?—Soytupadre,¿tecreesquemechupoeldedo?Tambiéntuvetuedad.—Sí,cuandolavidaeraenblancoynegro…—Enfin…¿Ytumadre?—¿Deverdadquiereshablardeella?—No,sinceramenteno,peroentiendoquetambiénestábien…—dijoyla

miró desde arriba. Elena caminaba tranquila, contenta y fijándose en losescaparates de las tiendas. La sensación era agradable. Crespo se preguntóqué diablos había hecho durante todos esos años—. Oye, Elenita… ¿Estásseguradeesto?

—Quesí,papá…¿Loestástú?—¿Tedigolaverdadoprefieresquetemienta?—Anda,noseasbobo—dijoyleacaricióelbrazo—.Yaveráscomotodo

vabien.Además,melodebes.—Porsupuesto…Quéremedio.Alcanzaron la plaza de SantaBárbara. Por la boca demetro deAlonso

Martínez,ungrupodejóvenessubíalasescalerasatodavelocidad.Laplazaestabaa rebosardevida, con las terrazas llenasde clientesy los camarerostrabajandoadestajo.Giraronycontinuaronpaseando,ensilencio,hastaquesecolaronporunodeloscallejones.Después,Elenaseparófrenteaunportalytocóuntimbre.

—¿Quién?—Soyyo,Elena.Lapuertaseabrió.Cresposiguióasuhija.Era un edificio antiguo, bastante más que el suyo. No había ascensor,

como en muchos de los bloques de viviendas del barrio de Malasaña.Subieronlosestrechospeldañoshastalasegundaplanta,dejándoseembriagarporeloloracolhervidaquesalíaporlapuertadeunodelosapartamentos.

—Esaquí—dijoellaylecedióelpaso.Al inspector le temblaban las manos por los nervios. Las palabras no

salíandesuboca.Siesperabamás,sufriríauninfarto.Traslapuerta,aparecióunchicodecabellooscuroymiradahundida.Era

un poco más alto que el policía, pero tenía sus ojos y ese desaire innato

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pegadoalacara.Antelasorpresa,elmuchachosedirigióaElena.Estabatandesconcertadocomosupadre.

Crespo hizo un esfuerzo por aguantar el tipo. No sabía cómo iba areaccionar después de tanto tiempo sin hablarle y desconocía si seguiríateniéndolerencor.Pero,paraél,elpasadoquedóatrásencuantolovio.Estartan cerca de la muerte, le hizo reflexionar sobre lo triste que hubiese sidodespedirsesindecirleadiós.

—Papá…—dijoeljoven,inseguroperocalmado.—Hijo mío…—añadió el inspector, con los ojos vidriosos y el alma

hechapedazos—.¿Cómotevalavida?Sin más que decir, se abrazaron en la entrada. Un gesto que sanó la

tristeza con la que ambos habían llevado los días durante tanto tiempo.Conmovida,Elenaestabaaun lado, intentandocontenerelmarde lágrimasque recorría su rostro. Pero no pudo aguantar más y se dejó llevar por laemoción,uniéndoseasufamiliaconunfuerteabrazo.

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CalledeCastelar,Madrid12:30horas

Tocóaltimbreycomprobólaspuntasdesuszapatos.Estabanlimpios,rasgoque no era habitual en él. Por una vez, quería parecer decente. Llevaba unramode flores en lamano, quehabía comprado antes deviajar allí.Estabasiendoundíamuyemotivoparaél,asíqueprefiriónoestropearlo.Elsolseponía a diario, pero algunos atardeceres solo se veían una vez en la vida,pensó.

Lagardelorecibióvestidaconunabatadealgodón,unamuletaenlaqueseapoyabay lapiernaderecha totalmentevendada.Asíy todo,se lashabíaingeniadoparamaquillarse.

—Crespo…—dijoalverlo.Susojosseiluminaronyélnonecesitómás.Ningunodelosdoseranexpertosendemostrarafecto—.Pasa,notequedesahí.¿Quétetraepormibarrio?

El inspector cerró la puerta. La casa olía a caldo de pollo. Lagarde seacercóalacocina,contorpeza.Aúnnosehabíaacostumbradoadesplazarseconaquelaparato.

—Venía a hacerte una visita —comentó él—. ¿Tienes un jarrón? Lasfloressonparati.

—¡Oh!Disculpa…—respondióavergonzada,juntoalvaporquesalíadelaolla—.Estoydespistadaestosdías…Debendeserlosanalgésicos…¿Hascomido?

—No,todavíano.Nisiquieraeslauna.Ellafruncióelceño.—Hecocinadoparados,peronopasanada.—Enrealidad…Puedoquedarme.—Estupendo—dijoella,cerrólaollaysemovióhastaelsofá.Despuésse

acomodó. El sol entraba por la ventana y los rayos calentaban parte de latapicería. Estaba sentada en el mismo lugar que había ocupado él, varias

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semanas antes, la misma tarde del beso, el mismo día en la que Lagarderecibiólosdisparos.Novolvieronamencionareltema,aunqueellaestabaalcorrientedecómohabíatrascendidoelasunto.Noselotomódemasiadobien,pero tuvo que aceptar las noticias. Una vez fuera del hospital, todos seolvidarondeella,exceptoCrespo—.Puedesfumarsiquieres,perosolohoy.

—¿Yeso?—Nosé…—dijo,creandomisterio—.Estoydebuenhumor.—Tranquila,hedejadodefumar.—Vaya,esosíqueesunanoticia.¿Yaquésedebe?Élsequedópensativo.—La muerte acecha sin descanso… Así que mejor no tentarla

demasiado…¿Cómovaesapierna?—Estaría peor sin ella… —contestó con sorna, pero reculó al ver la

expresióndelcompañero—.Mehandadotressemanasmásdebaja.Despuéstendré que empezar con la rehabilitación… En fin, Lorenzo. Nada que nosepas.

—Sientoqueacabaraasí.—Loimportanteesqueyaterminó.Ahoranostocacontinuar.—Continuar,sí…—respondióelinspector.Lamiróatento,esperandoun

gesto por su parte, pero no lo recibió—. ¿Has pensado qué vas a hacer?Despuésdeloocurrido,enmioficinahayunavacante.

Lagarde se rio, conesacarcajadaaltivaya laveznerviosaque tanto lecaracterizaba.

Éldisfrutabaviéndola.—¿Qué?Nihablar,Crespo.No trabajoconcompañerosa losqueyahe

besado.Cresposeextrañó.—¿Sonmuchoslosafortunados?—Solouno—contestóellaconpicardíayleguiñóelojoderecho—.Pero

puedesinvitarmeauncafé.Laspalabrassonrojaronalinspector.—Sí, supongo que sí. Las grandes historias suelen tener comienzos

sencillos.

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PABLOPOVEDA(España,1989)esescritor,profesoryperiodista.Autordemásdedocelibros,incluyendoLaIsladelSilencio,ElProfesoroDon.ViveenAlicantedondeescribetodaslasmañanas.Creeenlaculturasinatadurasyenlasimplicidaddelascosas.

«Periodistalicenciadoquepisóundiarioparapreguntardóndeestabaelaseo,toqué en una banda de pop, grabé un siete pulgadas y un puñado decanciones. Salí en MTV, revistas y diarios, me hice fotos con famosos ydormí en habitaciones de hoteles con sábanas limpias. Recorrí parte deEuropa, me congelé en el Mar Báltico y dejé la vida convencional paraperseguirmisueñodeescritor».

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