La Casa Vacia - Algernon Blackwood

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Obra de misterio.

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  • La mayora de estos relatos soninquietantes o propiamenteterrorficos, pero nunca macabros;en todos ellos palpita una visinnuminosa y arquetpica del cosmosque imparte al lector una experienciacon las fuerzas naturales y losinvisibles poderes elementales quegravitan alrededor nuestro. Lapresente antologa recoge catorcerelatos, fechados entre 1906 y1927, en los que se pone demanifiesto la original aportacin deBlackwood al moderno cuento deterror.

  • Algernon Blackwood

    La casa vacaEl ojo sin prpado - 24

    ePub r1.0Titivillus 27.01.15

  • Ttulo original: The Empty HouseAlgernon Blackwood, 1906Traduccin: Francisco Torres OliverCubierta: Fotografa de Roger Parry, 1929

    Editor digital: TitivillusePub base r1.2

  • PRLOGO A LAEDICIN DE 1938[1]

    EL cuerpo, nos aseguran, cambiasus tomos cada siete aos, siendo alos veintiocho totalmente distinto decomo era a los veintiuno; pero laciencia no se compromete respecto alos cambios mentales, dado que stosson imposibles de medir. De todasformas, la peticin del seor MartinSecker de que le escriba unaintroduccin a esta coleccin meplantea una interrogante: soy el que

  • escribi estos cuentos hace treintaaos, o soy otro? Se trata de un largoperodo de tiempo; pero, puesto que nopuedo retroceder a la plataforma desdela que vea el mundo en 1906, lapregunta carece de respuesta. Ni elSerial Universe de Dunne, ni el tiempoultradimensional de Ouspensky, nisiquiera un libro como Unele Stephen,de Forrest Reid, pueden ayudar,mientras que la reciente expos de laAventura de Versalles sugierebrutalmente que treinta o cien aos sonexactamente lo que dicen que son, nims ni menos. Adems, dado que lacorts peticin de un editor inteligentees una especie de force majeure, sino

  • un decreto divino, la introduccin hade ser escrita, sea quien sea el que laescriba.

    Sin embargo, es una tareaengorrosa, puesto que no he ledo estosrelatos desde que los escrib: fsica,mental y espiritualmente, debo dehaber cambiado ms veces de las quequiero recordar: me presentan aalguien a quien ahora conozcosuperficialmente tan slo, de maneraque es casi como leer la obra de otro.Cualquier deseo de cortar, alterar orecomponer es, por supuesto,inadmisible; remendar es peor queintil: es peligroso; as que los cuentossiguen estando tal como fueron escritos

  • al principio. Lejos de disculparme porellos, debo admitir que la mayora mehan estremecido. Me habra gustadoconocer al tipo que vea las cosas deese modo y las contaba as, es la clasede comentario que sugieren a mimentalidad del siglo XX; porque detrsdel cuento en s adivino atisbos de unafilosofa aventurera. Me pregunto sisu mente observadora, inquisitiva,rara, lleg ms lejos! Pero lo quehonradamente pienso hoy de estosrelatos no sera capaz de arrancrmeloni el propio Torquemada.

    Es, por supuesto, enormementeinteresante contemplar los aostranscurridos de manera inquisitiva,

  • asombrada, objetiva, sin desapego;aunque ver de manera objetiva nosupone necesariamente ver converacidad. Debe suponer ver con el yoeliminado; aunque el yo se obstina eninmiscuirse siempre, sea el yo de hoy oel de 1906. Recuerdo, de todos modos,que estos cuentos me salieronespontneamente, como si abriese ungrifo, y desde entonces he pensado amenudo que muchos de ellosprocedieron de impresiones sepultadas,no resueltas, impresiones producidaspor alguna emocin; y con noresueltas quiero decir, naturalmente,no expresadas. Dichas impresionesle sobrevinieron a un joven de veinte

  • aos sumamente ignorante que sehaba visto empujado a la vida deperiodista en Nueva York tras unadesastrosa experiencia ganadera y otrahotelera en Canad; vida que incluala extrema pobreza y el hambre. Dadoque he contado ya algo de esto enAdventures Before Thirty, no lo voy arepetir; pero tiene el siguiente interspsicolgico para m hoy: que lasexperiencias de Nueva York en unmundo de crmenes y de viciomaltrataron y apalearon a unanaturaleza sensible que se tragaba loshorrores sin poderlos digerir, y que lassemillas as sembradas, inactivas y noresueltas en el subconsciente,

  • germinaron posiblemente despus y,puesto que el subconsciente dramatizasiempre, germinaron en forma derelato.

    Otros relatos son, por supuesto, delos llamados de fantasmas, porque laclasificacin de relatos de fantasmas seme ha vuelto ms inseparable que unhermano, y cuando la B. B. C. me pideun relato tiene que ser,preferentemente, del tipoespeluznante. Sin embargo, misupuesto inters por los fantasmas lodefinira yo ms exactamente como uninters por la prolongacin de lasfacultades humanas. Ser conocidocomo el hombre de los fantasmas es

  • una forma de encasillar casidespectiva; y aqu, quiz, puedorechazarla al fin. Mi inters por lascuestiones metapsquicas ha sidosiempre un inters por todo lo referentea la prolongacin o expansin de laconciencia. Si veo un espectro, meinteresa menos qu es que lo que veo.Poseemos facultades que, bajoestmulos excepcionales, registranimpresiones que estn fuera de la gamanormal de la vista, el odo, el tacto? Loque a m me ha interesado siempre esque tales facultades puedan existir enel ser humano y manifestarseocasionalmente. Esos estmulosexcepcionales pueden ser patgenos

  • (como los reproducidos en laSalpetrire y otros sanatoriospsiquitricos), o debidos a algunasbita impresin de terror o de bellezaque asalta al hombre de la calle; peroque existen es algo que est por encimade los actuales desmentidos delescptico mezquino. Si es eso mscierto para m hoy de lo que lo eracuando escrib estos cuentos hace unageneracin, significa meramente quedesde entonces he seguido estudiandopruebas cada vez ms abundantes. As,en la mayora de estos relatos sueleaparecer un hombre medio que, debidoa una sbita impresin de terror o debelleza, recibe estmulos de naturaleza

  • extrasensorial. Puede que haya unagran distancia entre la mente vulgarque se vuelve clarividente por undestello de terror en La casa vaca, y elhombre de la calle de The Centaur, cuyosentido de la belleza resplandece enuna comprensin de los cuerposplanetarios como entidadessobrehumanas; pero el principio es elmismo: ambos experimentan unaexpansin de la conciencia normal. Yesto, sugiero, va un poco ms all de laconfeccin de un relato de fantasmasconvencional.

    Estos relatos juveniles, aunque nome daba cuenta entonces, me parecenahora prcticas de vuelo para

  • exploraciones ms audaces, o para como dijo Eveleigh Nash, mi primereditor trabajar en un lienzo msgrande. El trabajar en un lienzo msgrande me desoll a la edad de treintay seis aos, pero el ver mi primer libroen letra impresa, recuerdo, me lastiman ms. Es una experiencia que sinduda acenta cualquier atisbo decomplejo de inferioridad que hayaoculto. Recuerdo muy bien mi tremendoalivio al ver que La casa vaca, miprimer libro, tuvo, si puede decirse as,una modesta, insignificante acogida enla prensa, hasta que el Spectator deentonces, medio para mi zozobra,medio para mi alegra, lo eligi como

  • versculo para un sermn especial, yms tarde, un artculo erudito delMorning Post, al analizar el relato defantasmas como gnero tpicamenteanglosajn, bas sus comentarios eneste libro particular, hacindolo aslocalizable para Hilaire Belloc, a cuyoposterior aliento debo mucho.

    Lo que yo calificara de elogiosambiguos, en todo caso, comenzaron alloverme por encima de una barrera decrtica fidedigna; y recuerdo que,aunque consideraba merecida lacensura, acog encantado los elogios,decidiendo probar otra vez, y a sudebido tiempo apareci El que escucha.Y as son los caprichos de la

  • memoria an puedo ver la graveexpresin de las caras de EveleighNash y su inteligente lector demanuscritos, Maude Foulkes,mientras deliberbamos sobre si sepoda imprimir en la cubierta una granoreja (an no se estilaban lassobrecubiertas ilustradas), y si no serademasiado morboso, quiz, el relatoque daba nombre al volumen paraincluirlo; mi voto, a propsito, eradecididamente en contra, a pesar delorigen personal de ese cuentoespantoso.

    Es cierto, de todos modos, que a esapersuasiva sugerencia de trabajar en unlienzo ms grande debo Centaur,

  • Julius Le Vallon, The Human Chord,The Education of Unele Paul, y muchosotros. As pues, bendigo y maldigo a lavez a Eveleigh Nash por ese estimulanteconsejo que, si bien sus consecuenciashan afectado a otros, alivi a un autorque se descubri a s mismo mscargado de material de lo que su talentoestaba capacitado para expresar demanera adecuada.

    Puede que el origen de estos relatossea de inters para algn que otrolector; esto no slo parece egosta,sino que lo es: me interesa a m,cuando miro hacia atrs para revivirviejos recuerdos el de un viaje por elDanubio en una canoa canadiense,

  • durante el cual acampamos mi amigo yyo en una de las innumerables islassolitarias, ms abajo de Pressburg(Bratislava), donde los sauces parecansofocarnos a pesar del vientohuracanado, y cmo un ao o dos mstarde, al hacer el mismo viaje en unabarcaza, descubrimos un cadverenganchado en una raz, con el cuerpodescompuesto balancendose contra laorilla arenosa de la misma isla quedescribe mi relato. Fue unacoincidencia, por supuesto! El deaquella casa encantada y sin mueblesde una plaza de Brighton, dondepermanec en vela para ver unfantasma, con una mujer a mi lado

  • cuyo rostro arrugado se estir derepente como la cara de un nio,asustndome ms que el espectro quenunca llegu a ver en realidad; el de uncolegio moravo de la Selva Negra(Knigsfeld) donde pas de nio dosencantados aos, y el cual volv avisitar ms tarde para descubrir uncompensador culto al diablo en plenoapogeo, al que llam Culto secreto;el de la isla del Bltico cuya leyendadel hombre-lobo se materializ comoEl campamento del perro, de la que,sin embargo, nuestro feliz grupo de seiscampistas permaneci ignorante hastaque ley mi cuento; el de esa viejaciudad francesa, sobre todo, de

  • Antiguas brujeras, cuyos esquivoshabitantes se comportaban como secomportan los gatos, caminando delado por la acera, enderezando suslustrosas orejas y sus colas sinuosas,con los ojos centelleantes, todos alertay concentrados en una vida oculta,secreta, mientras fingan atender aturistas como nosotros, comonosotros, que volvamos de subir losDolomitas y encontramos el tren deBasle a Boulogne tan abarrotado quenos apeamos en Laon y pasamos dosdas en esa atmsfera infestada debrujas. La posada se llamaba Aubergede la Hure, y no se trataba deAngulema como algunos han pensado,

  • ni de Coutances, como crey JohnGibbons (I wanted to Travel), ni de lasdistintas ciudades que le han atribuido,sino de Laon, vieja ciudad encantadacuyas torres de la catedral se recortancontra el crepsculo como las orejas deun gato, con las zarpas alargadas enforma de calles oscuras y el cuerpofelino agazapado justo bajo la colina.Sin embargo, quin imaginara quehay tanta magia a un kilmetro de sudeprimente y desolada estacin deferrocarril, o que me iba a quedarluego arrobado junto a la pequeaventana de mi dormitorio,contemplando los tejados y las torres ala luz de la luna, anotando en el

  • reverso de los sobres una experienciaque me tuvo desvelado hasta elamanecer? Luego viene el del terribleWendigo irrumpiendo entre unamontaa de recuerdos, nombre que yorecordaba vvidamente de Hiawatha(Wendigos y gigantes, dice el verso),aunque no volv a pensar en l hastaque un amigo que acababa de regresarde Labrador me cont honestashistorias sobre una familia entera quetuvo que abandonar un valle solitarioporque el Wendigo haba entradoimpetuoso y los haba asustadomortalmente; el de la Islaencantada, una isla en la que viv unmes solo, durante el otoo, en los lagos

  • Muskoka, al norte de Toronto, dondelos indios Rojos vagan de un lado paraotro una vez que los visitantes delverano se han marchado; y el de unacasa espantosa (en el centro de NuevaYork) en la que viv una vez, en la cualeran cosa corriente los inexplicablesruidos, voces y arrastrar de pasos quesonaban durante la noche, y quepareca el escenario adecuado para laIndiscreta reconstruccin de unhorrendo asesinato cometido veinteaos antes

    A decir verdad, los recuerdos de losque nacieron estos relatos son msclaros para m hoy que la lnea ypormenores de las tramas mismas; pero

  • ms clara an es la memoria vivida deque cada caso me produjo una emocinde carcter sumamente posesivo. Paraescribir un relato de fantasmas debosentirme antes espectral, estado queno puede suscitarse artificialmente; yla verdad es que sent que se meerizaba un poco la espalda cuando vi ami Wendigo en una posada demontaa, ms arriba de Chambry, y orugir los vientos nocturnos denoviembre entre los bosques de pinos,al otro lado de la ventana; y se meencogi la espina dorsal, tambin,cuando el horror de esa isla de losSauces me invadi solapado laimaginacin. Creo, efectivamente, que

  • la mayora de estos cuentos nacieronacompaados de lo que podramosllamar un delicioso escalofro. Elverdadero relato ultramundano debebrotar de ese ncleo de supersticinque subyace en cada uno de nosotros, yan estamos lo bastante cerca de lostiempos primitivos, con su terror a laoscuridad, para que la razn abdiquesin una violenta oposicin.

    Sin embargo, ha habido un cambiosorprendente en el saber desde lapoca en que fueron escritos estosrelatos: la materia ha sido borrada dela existencia. Los tomos ya no sondiminutas bolas de billar sino cargasde electricidad positiva o negativa; y

  • aun estas cargas, segn Eddington,Jeans y Whitehead, no son sinosmbolos. La ciencia confiesa que nosabe qu representan esos smbolosen ltima instancia. La fsica guardasilencio. Jeans habla de un mundo desombras. Los fenmenos nosrecuerda el profesor Joad pueden sermeramente smbolos de una realidadque subyace en ellos. La realidad, encontra de lo que todos sabemos, puedeser de un orden enteramente distinto delos acontecimientos que la simbolizan.Puede incluso ser de carcter mental oespiritual. As pues, el universoparece ser una mera apariencia,nuestro viejo amigo maya, o ilusin,

  • de los hindes. Por tanto, quiz larazn encuentre hoy menos necesidadde abdicar que hace treinta aos, y elrapprochement entre la moderna fsicay los supuestos fenmenos psquicos ymsticos parezcan sugestivos acualquier mente reflexiva. Todos llevana cabo sus investigaciones en unmundo de sombras, entre merossmbolos de una realidad que puede serconcebiblemente mental o espiritual,pero que es, en todo caso, desconocida,si no incognoscible.

    Permtaseme dejar que los relatoshablen por s mismos. Estn impresosaqu por orden cronolgico, segnfueron escritos entre 1906 y 1910.

  • A. B.

    Savile Club, 1938

  • LA CASA VACA

  • TRANSICIN[2]

    JOHN Mudbury regresaba de suscompras con los brazos llenos deregalos navideos. Eran las sietepasadas y las calles estaban atestadas degente. Era un hombre corriente, viva enun piso corriente de las afueras, con unamujer corriente y unos hijos corrientes.l no los consideraba corrientes, aunques los dems. Traa un regalo corriente acada uno: una agenda barata para sumujer, una pistola de aire comprimidopara el chico, y as sucesivamente. Tenams de cincuenta aos, era calvo,

  • oficinista, honesto de hbitos y manerade pensar, de opiniones inseguras, ideaspolticas inseguras, e ideas religiosasinseguras. Sin embargo, se tena a smismo por un caballero firme ydecidido, sin percatarse de que laprensa matinal determinaba susopiniones del da. Y viva al da.Fsicamente estaba bastante sano, salvoel corazn, que lo tena dbil (cosa quenunca le preocup); y pasaba lasvacaciones de verano jugando mal algolf, mientras sus hijos se baaban y sumujer lea a Garvice tumbada en laarena. Como la mayora de los hombres,soaba ociosamente con el pasado, se leescapaba embarulladamente el presente,

  • e intua vagamente tras alguna queotra lectura imaginativa el futuro.

    Me gustara sobreexistir deca si la otra vida fuera mejor que stamirando a su mujer y sus hijos, ypensando en el trabajo diario. Sino! y se encoga de hombros comohace todo hombre valeroso.

    Acuda a la iglesia con regularidad.Pero nada en la iglesia le convenca deque iba a subsistir en la otra vida, ni leinclinaba a esperar tal cosa. Por otraparte, nada en la vida le convenca deque no fuera o no pudiera ser as. Soyevolucionista, le encantaba decir a suspensativos amigotes (delante de unacopa), ignorando que se hubiera puesto

  • en duda jams el darvinismo.As, pues, volva a casa contento y

    feliz, con su montn de regalosnavideos para la mujer y los chicos,y recrendose con la idea de la alegra yanimacin de su familia. La nocheanterior haba llevado a su seora aver Magia en un selecto teatro deLondres frecuentado por intelectualesy se haba entusiasmado lo indecible.Haba ido indeciso, aunque esperandoalgo fuera de lo corriente. No es unespectculo musical advirti a sumujer; ni tampoco una comedia o unafarsa, en realidad, y en respuesta a lapregunta de ella sobre qu decan lascrticas, se encogi, suspir, y enderez

  • cuatro veces su chillona corbata enrpida sucesin. Porque no podaesperarse que un hombre de la callecon una pizca de dignidad entendiese loque decan los crticos, aunqueentendiese la Obra. Y John habacontestado con toda sinceridad: Bueno,dicen cosas. Pero el teatro est siemprelleno y eso es lo que cuenta.

    Y ahora, al cruzar Piccadilly Circusentre el gento para coger el autobs,quiso el azar que (al ver un anuncio) leabsorbiese el cerebro dicha Obraparticular, o ms bien el efecto que lecausara en su momento. Porque le habacautivado lo indecible: con lasmaravillosas posibilidades que

  • insinuaba, su tremenda osada, subelleza alerta y espiritual Elpensamiento de John se lanz en pos dealgo: en pos de esa sugerencia curiosade un universo ms grande, en pos deesa sugerencia cuasi divertida de que elhombre no es el nico Y aqu choccon una frase que la memoria le pusodelante de las narices: La ciencia noagota el Universo, al tiempo chocabacon otra clase de fuerza destructora!

    No supo exactamente cmo ocurri.Vio un Monstruo feroz que le miraba conojos de fuego. Era horrible! Seabalanz sobre l. Lo esquiv y otroMonstruo sali de una esquina a suencuentro. Corrieron los dos a un tiempo

  • hacia l. Se hizo a un lado otra vez, conun salto que poda haber salvadofcilmente una valla, pero fuedemasiado tarde. Le cogieron entre losdos sin piedad, y el corazn se le subiliteralmente a la boca. Le crujieron loshuesos Tuvo una sensacin dulce, unfro intenso y un calor como de fuego.Oy un rugir de bocinas y voces. Vioarietes; y un testudo de hierro Luegosurgi una luz cegadora Siempre decara al trfico!, record con un gritofrentico; y merced a una suerteextraordinaria, gan milagrosamente laacera opuesta.

    No haba duda al respecto. Se habalibrado por los pelos de una muerte

  • desagradable. Primero, comprob atientas los regalos: los tena todos.Luego, en vez de alegrarse y tomaraliento, emprendi apresuradamente elregreso a pie, lo que probaba que sele haba descontrolado un poco lacabeza!, pensando slo en lodesilusionados que se habran quedadosu mujer y sus hijos si bueno, sihubiese ocurrido algo. Otra cosa de laque se dio cuenta, extraamente, fue deque ya no amaba a su mujer en realidad,y que slo senta por ella un gran afecto.Sabe Dios por qu se le ocurri tal cosa;el caso es que lo pens. Era un hombrehonesto, sin fingimientos. La idea levino como un descubrimiento. Se volvi

  • un instante, vio la multitud arremolinadaalrededor del barullo de taxis, cascos depolicas centelleando con las luces delos escaparates y aviv el paso otravez, con la cabeza llena de pensamientosalegres sobre los regalos que iba arepartir los nios acudiendo a lacarrera y su mujer un almabendita! contemplando embobada lospaquetes misteriosos

    Y, aunque no lograba explicarsecmo, al poco rato estaba ante la puertadel edificio carcelario donde tena supiso, lo que significaba que haba hechoa pie las tres millas. Iba tan ocupado yabsorto en sus pensamientos que no sehaba dado cuenta de la larga caminata.

  • Adems reflexion, pensando cmose haba salvado por los pelos, hasido un susto tremendo. Una maldexperiencia, a decir verdad. Todava senotaba algo aturdido y tembloroso. A lavez, no obstante, se senta contento yeufrico.

    Cont los regalos sabore conantelacin la alegra que iban aproducir y abri rpidamente con lallave. Llego tarde comprendi;pero cuando ella vea los paquetes depapel marrn, se le olvidar decir nada.Dios bendiga a esa alma fiel. Hizogirar suavemente la llave una segundavez, y entr de puntillas en el pisoTena el espritu henchido del

  • sentimiento dominante de esta tarde: lafelicidad que los regalos navideos ibana proporcionar a su mujer y sus hijos.

    Oy ruido. Colg el sombrero y elabrigo en el diminuto vestbulo (nuncalo llamaban recibimiento), y sedirigi sigilosamente a la puerta delsaln con los paquetes escondidosdetrs. Slo pensaba en ellos, no en smismo O sea, en su familia, no en lospaquetes. Abri la puerta a medias, y seasom discretamente. Paraestupefaccin suya, la habitacin estaballena de gente. Retrocedi con rapidez,preguntndose qu poda significar.Una fiesta? Sin saberlo l? Quraro! Experiment un profundo

  • desencanto. Pero al retroceder, se diocuenta de que en el vestbulo haba gentetambin.

    Estaba enormemente sorprendido;aunque, por otra parte, no lo estaba enabsoluto. Le estaban felicitando. Habauna verdadera muchedumbre. Adems,los conoca a todos; al menos, sus carasle sonaban ms o menos. Y todos leconocan a l.

    No es gracioso? ri alguien,dndole una palmadita en la espalda.Ellos no tienen ni la menor idea!

    El que hablaba el viejo JohnPalmer, el contable de la oficinarecalc la palabra ellos.

    Ni la menor idea contest l

  • con una sonrisa, diciendo algo que noentenda, aunque saba que era cierto.

    Su rostro, al parecer, reflejaba laabsoluta perplejidad que senta. Elimpacto del golpe recibido haba sidomayor de lo que l haba credo,evidentemente Su cabezadesvariaba al parecer! Pero lo raroera que en la vida se haba sentido tandespejado. Haba mil cosas que derepente se le haban vuelto de lo mssencillas. Pero cmo se apretujaba estagente, y con cunta familiaridad!

    Mis paquetes dijo, abrindosepaso a empujones, alegremente, entre lamultitud. Son regalos de Navidad queles he comprado seal con la cabeza

  • hacia la habitacin. He estadoahorrando durante semanas, sin fumar uncigarro ni acercarme a un billar, yprivndome de otras cosas, paracomprarlos.

    Buen muchacho! dijo Palmercon una risotada. El corazn es lo quecuenta.

    Mudbury le mir. Palmer habadicho una verdad como un templo;aunque, probablemente, la gente no leentendera ni le creera.

    Eh? pregunt, sintindosetorpe y estpido, confundido entre dossignificados, uno de los cuales erabonito y el otro indeciblemente idiota.

    Por favor, seor Mudbury, pase.

  • Le estn esperando dijo amable ypomposamente una voz. Y al volverse,se encontr con los ojos benvolos yestpidos de sir James Epiphany, eldirector del banco donde trabajaba.

    El efecto de la voz fue instantneodebido al prolongado hbito.

    Desde luego sonri de corazn,y avanz como movido por unacostumbre inveterada. Ah, qu feliz ycontento se senta! Su afecto por sumujer era real. El amor, desde luego, sehaba desvanecido; pero la necesitabay ella le necesitaba a l. Y a sus hijos Milly, Bill y Jean los queraprofundamente. Vala la pena vivir!

    En la habitacin haba bastante

  • gente pero reinaba un asombrososilencio. John Mudbury mir en tornosuyo. Dio unos pasos hacia su mujer, queestaba sentada en la butaca del rincncon Milly sobre sus rodillas. Algunoshablaban y andaban de un lado paraotro. El nmero de personas aumentabapor momentos. Se coloc frente a ellas:frente a Milly y su mujer. Y les dirigi lapalabra, tendindoles los paquetes. EsNochebuena susurr tmidamente; yos he os he trado algo a cada uno.Mirad! Les puso los paquetes delante.

    Por supuesto, por supuesto dijouna voz detrs de l; pero aunque sepasase usted un siglo entero as,presentndoselos, dara igual: no los

  • vern jams!Creo susurr Milly, mirando

    a su alrededor.Qu es lo que crees? pregunt

    vivamente su madre. Siempre estspensando cosas extraas.

    Creo prosigui la nia,ensoadora que Pap est ya aqu call; luego aadi con la insoportableconviccin de los nios: estoy segura.Siento su presencia.

    Son una carcajada extraordinaria.Era sir James Epiphany el que rea. Losdems toda la multitud volvieron lacabeza y sonrieron tambin. Pero lamadre, apartando de s a la criatura, selevant sbitamente con un gesto

  • violento. Se le haba vuelto blanca lacara. Extendi los brazos al aire quetena ante ella. Aspir con dificultad, seestremeci. Haba angustia en sus ojos.

    Mirad! repiti John. Os hetrado los regalos.

    Pero su voz, por lo visto, no produjoel menor sonido. Y con una punzada defro dolor, record que Palmer y sirJames haban muerto haca aos.

    Es magia exclam. Peroyo te quiero, Jinny; te quiero y ysiempre te he sido fiel; fiel como elacero. Nos necesitamos el uno al otroacaso no te das cuenta? Seguiremosjuntos, t y yo, por los siglos de lossiglos

  • Piense le interrumpi una vozexquisitamente tierna; no grite! Ellosno pueden orle ahora y alvolverse, John Mudbury se encontr conlos ojos de Everard Minturn, supresidente del ao anterior. Minturn sehaba ahogado en el hundimiento delTitanic.

    Aqu se le cayeron los paquetes. Elcorazn le dio un enorme brinco dealegra.

    Vio que su cara la de su mujermiraba a travs de l.

    Pero la nia le miraba directamentea los ojos. Le vea.

    Lo que su conciencia registr acontinuacin fue el tintinear de algo

  • lejos, muy lejos. Sonaba a millas debajode l dentro de l era l mismoquien sonaba absolutamentedesconcertado como una campanilla.Era una campanilla.

    Milly se inclin y recogi lospaquetes. Su cara irradiaba felicidad yalegra

    Pero a continuacin entr un hombre,un hombre de cara solemne y ridcula,con un lpiz y un cuaderno. Llevaba uncasco azul marino. Detrs de l venauna fila de hombres. Traan algoalgo, Mudbury no poda ver conclaridad qu era. Pero cuando se abripaso entre la alegre muchedumbre paramirar, distingui vagamente dos ojos,

  • una nariz, una barbilla, una mancha decolor rojo oscuro, y un par de manoscruzadas sobre un abrigo. Una figura demujer cay entonces sobre ellas, y oy asus hijos sollozar extraamente luegootros sonidos como de vocesfamiliares riendo riendo de alegra.

    Dentro de poco se reunirn connosotros. El tiempo es como unrelmpago.

    Y, al volverse rebosante de dicha,vio que era sir James quien habahablado, al tiempo que coga a Palmerdel brazo, como en un gesto natural,aunque inesperado, de afectuosa yamable amistad.

    Vamos dijo Palmer sonriendo,

  • como el que acepta un don en lacomunidad universal, ayudmosles.No lo comprendern Pero siemprepodemos intentarlo.

    La multitud entera, riente y gozosa,se elev. Fue, por fin, un instante devida autntica y cordial. La Paz y laAlegra y el Jbilo reinaban en todaspartes.

    Entonces comprendi John Mudburyla verdad: que estaba muerto.

  • LA CASA VACA[3]

    CIERTAS casas, al igual queciertas personas, se las arreglan pararevelar en seguida su carcter maligno.En el caso de las segundas, no hace faltaque las delate ningn rasgo especial:pueden mostrar un rostro franco y unasonrisa ingenua; y no obstante, unosmomentos en su compaa le dejan a unola firme conviccin de que hay algoradicalmente malo en ellas: de que sonmalas. Sin querer o no, parecen difundiruna atmsfera de secretos y malignospensamientos que hace que los de su

  • entorno inmediato se retraigan comoante un enfermo.

    Este mismo principio es vlido,quiz, para las casas; y el aroma de lasmalas acciones perpetradas bajo undeterminado techo mucho despus dehaber desaparecido quienes lascometieron pone la carne de gallina ylos pelos de punta. Algo de la pasinoriginal del malhechor, y del horrorexperimentado por su vctima, llega alcorazn del desprevenido visitante, quenota de pronto un hormigueo en losnervios, y que se le eriza el pelo y se lehiela la sangre. Se sobrecoge sin unacausa aparente.

    Nada haba en el aspecto exterior de

  • esta casa particular que apoyase losrumores sobre el horror que imperabadentro. No era solitaria ni destartalada.Se hallaba arrinconada en un ngulo dela plaza, y era exactamente igual que susvecinas: con el mismo nmero deventanas, idntico balcn dominando losjardines, e idntica escalinata blancahasta la oscura y pesada puerta de laentrada; en la parte de atrs tena elmismo cuadro de csped con bordes deboj, que iba de la tapia de separacin deuna de las casas adyacentes a la de laotra. Por supuesto, su tejado tenatambin el mismo nmero de chimeneas,y la misma anchura y ngulo de aleros;incluso las sucias verjas eran igual de

  • altas que las dems.Sin embargo, esta casa de la plaza,

    igual en apariencia a los cincuenta feosedificios que tena a su alrededor, era enrealidad muy distinta, espantosamentedistinta.

    Es imposible decir dnde residaesta acusada e invisible diferencia. Nopuede atribuirse enteramente a laimaginacin; porque las personas que,ignorantes de lo ocurrido, visitaron unosmomentos su interior haban declaradodespus que algunas de sus habitacioneseran tan desagradables que preferanmorir a volver a entrar en ellas, y que elambiente del edificio les producaautntico pavor; entretanto, los

  • sucesivos inquilinos que habanintentado habitarla y tuvieron queabandonarla a toda prisa provocaronpoco menos que un escndalo en elpueblo.

    Cuando Shorthouse lleg para pasarel fin de semana con su ta Julia en lacasita que sta tena junto al mar al otroextremo del pueblo, la encontrrebosante de misterio y excitacin.Shorthouse haba recibido su telegramaesa misma maana, y haba emprendidoel viaje convencido de que iba a ser unaburrimiento; pero en el instante en quele cogi la mano y bes su mejilla demanzana arrugada percibi el primerindicio de su estado electrizado. Su

  • impresin aument al saber que no tenams visitas, y que le haba telegrafiadopor un motivo muy especial.

    Haba algo en el aire; algo que sinduda iba a dar fruto. Porque esta viejasolterona, con su aficin a lasinvestigaciones metapsquicas, tenatalento y fuerza de voluntad, y, de unamanera o de otra, se las arreglabanormalmente para llevar a trmino suspropsitos. Hizo su revelacin pocodespus del t, mientras caminabadespacio junto a l, por el paseomartimo, en el crepsculo.

    Tengo las llaves anunci convoz embargada aunque mediosobrecogida. Me las han dejado hasta

  • el lunes!Las de la caseta de bao, o?

    pregunt l con candor, desviando lamirada del mar al pueblo. Nada la hacair ms deprisa al grano que aparentarestupidez.

    No susurr. Son las de lacasa de la plaza Voy a ir all estanoche.

    Shorthouse sinti que le recorra laespalda un levsimo temblor. Abandonsu tonillo burln. Algo en la voz yactitud de su ta le produjo unestremecimiento. Hablaba en serio.

    Pero no puedes ir sola empez.

    Por eso te he telegrafiado dijo

  • con decisin.Se volvi a mirarla. Su rostro, feo,

    arrugado, enigmtico, rebosaba deexcitacin. El rubor del sinceroentusiasmo produca una especie de haloa su alrededor. Le brillaban los ojos.Not en ella otra oleada de emocinacompaada de un segundoestremecimiento, esta vez ms acusado.

    Gracias, ta Julia dijocortsmente. Te lo agradezcomuchsimo.

    No sera capaz de ir sola prosigui, alzando la voz; perocontigo disfrutar lo indecible. T no teasustas de nada, lo s.

    Muchas gracias, de verdad

  • repiti l. Es que es que puedepasar algo?

    Ha pasado, y mucho susurrella; aunque han sabido silenciarlocon mucha habilidad. En los ltimosmeses ha habido tres que la han queridoalquilar y se han tenido que ir; y dicenque no podrn ocuparla nunca ms.

    A pesar de s mismo, Shorthouse sesinti interesado. Su ta hablaba muyseria.

    La casa es muy vieja, desde luegocontinu ella; y la historia, de loms desagradable, data de hace muchotiempo. Se trata de un asesinato quecometi por celos un mozo de cuadraque tena un lo con una criada de la

  • casa. Una noche se escondi en labodega, y cuando estaban todosdormidos, subi sigilosamente a losaposentos de la servidumbre, sac a lamuchacha al rellano y, antes de quenadie pudiese ayudarla, la arroj porencima de la barandilla, al recibimiento.

    Y el mozo?Le detuvieron, creo, y le

    ahorcaron por asesino; pero todo esoocurri hace un siglo, y no he podidosaber ms detalles del suceso.

    A Shorthouse se le haba despertadodel todo el inters. Pero, aunque no seinquietaba especialmente por lo que a lse refera, vacilaba un poco por su ta.

    Con una condicin dijo por fin.

  • Nada me va a impedir que vayadijo ella con firmeza; pero no tengoinconveniente en escuchar tu condicin.

    Que me garantices que podrasconservar la serenidad, si ocurriese algorealmente horrible. O sea que measegures que no te vas a asustardemasiado.

    Jim dijo ella con desdn,sabes que no soy joven, ni lo son misnervios; pero contigo no le tendramiedo a nada en el mundo!

    Esto, como es natural, zanj lacuestin, porque Shorthouse no tenaotras aspiraciones que las de ser unjoven normal y corriente; y cuandoapelaban a su vanidad no era capaz de

  • resistirse. Accedi a ir.Instintivamente, a modo de

    preparacin subconsciente, mantuvo enforma sus fuerzas y a s mismo toda latarde, obligndose a hacer acopio deautocontrol mediante un indefinibleproceso interior por el que fue vaciandogradualmente todas sus emocionesabriendo el grifo de cada una procesodifcil de describir, peroasombrosamente eficaz, como sabe todoel que ha sufrido las rigurosas pruebasdel hombre encerrado en s mismo. Mstarde, le fue de mucha utilidad.

    Pero hasta las diez y media, en quese detuvieron en el recibimiento a la luzde las lmparas acogedoras y envueltos

  • an por los tranquilizadores influjoshumanos, no necesit echar mano de estareserva de fuerzas acumuladas. Porque,una vez que cerraron la puerta, y vio lacalle desierta y silenciosa que seextenda ante ellos, blanca a la luz de laluna, se dio cuenta claramente de que laverdadera prueba de esta noche serahacer frente a dos miedos en vez de uno.Tendra que soportar el miedo de su ta yel suyo. Y al observar su semblante deesfinge, y comprender que no tendra unaexpresin agradable en un acceso deverdadero terror, pens que slo unacosa le consolaba en toda esta aventura:su confianza en que su propia voluntad yfuerza resistiran cualquier sobresalto.

  • Recorrieron lentamente las callesvacas del pueblo; la luna brillante delotoo plateaba los tejados, proyectandodensas sombras; no se mova el msleve soplo de brisa, y los rboles delparque solemne del paseo martimo lesobservaron en silencio al pasar.Shorthouse no contestaba a loscomentarios que su ta haca de vez encuando: se daba cuenta de que laanciana se estaba rodeando simplementede parachoques mentales: hablaba decosas ordinarias para evitar pensar encosas extraordinarias. Vean algunaventana con luz, y de alguna que otrachimenea sala humo o chispas.Shorthouse haba empezado ya a fijarse

  • en todo, incluso en los ms pequeosdetalles. Poco despus se detuvieron enla esquina y miraron el nombre de lacalle en el lado donde daba la luna; y decomn acuerdo, pero sin decir nada,entraron en la plaza en direccin a laparte que quedaba en la sombra.

    La casa es el trece oyShorthouse; ni uno ni otro hicieron elmenor comentario sobre las evidentesconnotaciones: cruzaron la ancha franjade luz lunar y echaron a andar por elenlosado en silencio.

    A mitad de la plaza not Shorthouseque un brazo se deslizaba discreta perosignificativamente por debajo del suyo;comprendi entonces que la aventura

  • haba empezado de verdad, y que sucompaera estaba ya cediendo terreno,de manera imperceptible, a los influjoscontrarios. Necesitaba apoyo.

    Minutos despus se detuvieron anteuna casa alta y estrecha que se alzabaante ellos en la oscuridad, fea de formay pintada de un blanco sucio. Unasventanas sin postigo ni persiana lesmiraron desde arriba, brillando aqu yall con el reflejo de la luna. La lluvia yel tiempo haban dejado rayas y grietasen la pared y la pintura, y el balcnsobresala un poco anormalmente delprimer piso. Pero salvo este aspectogeneral de abandono, propio de una casadeshabitada, nada haba a primera vista

  • que delatase el carcter maligno queesta mansin haba adquirido.

    Tras mirar por encima del hombropara cerciorarse de que nadie les habaseguido, subieron la escalinata y sedetuvieron ante la enorme puerta negraque les cerraba el paso, imponente. Peroahora les invadi la primera oleada denerviosismo, y Shorthouse hurg largorato con la llave antes de conseguirmeterla en la cerradura. Por un instante,a decir verdad, los dos abrigaron laesperanza de que no se abriese, presaambos de diversas emocionesdesagradables, all de pie, en el umbralde su espectral aventura. Shorthouse,que manipulaba la llave estorbado por

  • el peso firme sobre su brazo, se dabacuenta de la solemnidad del momento.Era como si el mundo entero porqueen ese instante pareca como si toda laexperiencia se concentrase en su propiaconciencia escuchara el araar deesta llave. Un extraviado soplo de airebaj por la calle desierta, despertandoun rumor efmero en los rboles, detrsde ellos; por lo dems, el ruido de lallave era lo nico que se oa; yfinalmente gir en la cerradura, se abripesadamente la puerta, y revel elabismo de tinieblas del interior.

    Tras una ltima mirada a la plazailuminada por la luna, entraron deprisa,y la puerta se cerr tras ellos con un

  • golpe que reson prodigiosamente en lospasillos y habitaciones vacas. Pero conlos ecos se hizo audible otro ruido, y taJulia se agarr sbitamente a l con talfuerza que tuvo que dar un paso atrspara no caerse.

    Un hombre haba tosido a su lado;tan cerca que pareca que haba sidojunto a l, en la oscuridad.

    Pensando que poda tratarse dealguna broma, Shorthouse hizo girar supesado bastn en direccin al ruido;pero no tropez con nada ms slido queel aire. Oy a su ta proferir unapequea exclamacin.

    Aqu hay alguien susurr; lehe odo.

  • Tranquilzate dijo l conresolucin. Slo ha sido el ruido de lapuerta de la calle.

    Oh!, enciende una luz prontoaadi ella, mientras su sobrino,manipulando la caja de cerillas, la abradel revs, y se le caan todas en el pisode piedra con leve repiqueteo.

    El ruido, sin embargo, no se repiti;ni hubo indicio de pasos retirndose. Unminuto despus tenan una velaencendida, utilizando una boquilla decigarro vaca como palmatoria; cuandodisminuy la llama inicial, Shorthousealz la improvisada lmpara einspeccion su entorno. Y lo encontrbastante lgubre, a decir verdad; porque

  • no hay morada humana ms desoladaque la que est vaca de muebles,oscura, muda, abandonada, y ocupada noobstante por un rumor sobre sucesosmalvados y violentos.

    Se encontraban en un ampliovestbulo; a la izquierda haba unapuerta abierta que daba a un espaciosocomedor; enfrente, el recibimiento seprolongaba, estrechndose, en un pasillolargo y oscuro que conduca, al parecer,a la escalera que bajaba a la cocina. Unaancha escalera desnuda ascenda anteellos describiendo una curva; estabatoda en sombras salvo un nico rodal, enmitad, donde daba la luna que se filtrabapor una ventana, creando una mancha

  • luminosa sobre la madera. Este haz deluz difunda una tenue luminiscenciaarriba y abajo, dotando a los objetoscercanos de una silueta brumosainfinitamente ms sugerente y espectralque la completa oscuridad. La luzfiltrada de la luna parece pintar siemprerostros en la penumbra que la rodea; y alasomarse Shorthouse al pozo detinieblas y pensar en las innumerableshabitaciones vacas y pasillos de laparte superior del viejo edificio, sintideseos de encontrarse otra vez en laplaza, o en el confortable cuartito deestar que haban dejado haca una hora.Comprendiendo que estos pensamientoseran peligrosos, los rechaz otra vez e

  • hizo acopio de toda su energa paraconcentrarse en el momento presente.

    Ta Julia dijo en voz alta, congravedad; vamos a recorrer la casa depunta a cabo, y a hacer una inspeccinexhaustiva.

    Los ecos de su voz se apagaronlentamente en todo el edificio; y en elintenso silencio que sigui, se volvi amirarla. A la luz de la vela, not quetena ya el rostro mortalmente plido;pero ella se solt de su brazo unmomento, y dijo en un susurro,colocndose frente a l:

    De acuerdo. Tenemos queasegurarnos de que no hay nadieescondido. Eso es lo primero.

  • Habl con evidente esfuerzo; susobrino le dirigi una mirada deadmiracin.

    Ests completamente decidida?An no es demasiado tarde

    S susurr ella, desviando losojos nerviosamente hacia las sombras deatrs. Completamente decidida; slouna cosa

    Qu?No tienes que dejarme sola ni un

    instante.Pero ten presente que debemos

    investigar en seguida cualquier ruido oaparicin; porque dudar significaraaceptar el miedo. Sera fatal.

    De acuerdo dijo ella, algo

  • temblorosa, tras un momento devacilacin. Procurar

    Cogidos del brazo, Shorthouse conla vela goteante y el bastn, y su ta conla capa sobre los hombros, perfectospersonajes de comedia para cualquieramenos para ellos, iniciaron unainspeccin sistemtica.

    Con sigilo, andando de puntillas ycubriendo la vela para no delatar supresencia a travs de las ventanas sinpostigo, entraron primero en el comedor.No vieron un solo mueble. Unas paredesdesnudas, unas chimeneas feas y vacasles miraron. Todas las cosas parecieronofenderse ante esta intrusin, y lesobservaron con ojos velados, por as

  • decir; les seguan ciertos susurros; lassombras revoloteaban en silencio aderecha e izquierda; pareca que tenansiempre a alguien detrs, vigilando,esperando la ocasin para atacarles.Tenan la irreprimible sensacin de quehaban quedado momentneamente ensuspenso, hasta que volvieran a irse,actividades que haban estadodesarrollndose en la habitacin vaca.Todo el oscuro interior del viejoedificio pareci convertirse en unaPresencia maligna que se alzaba paraadvertirles que desistieran y no semetiesen donde nadie les llamaba; latensin de los nervios aumentaba pormomentos.

  • Salieron del oscuro comedor pordos grandes puertas plegables y pasarona una especie de biblioteca o saln defumar, igualmente envuelto en silencio,polvo y oscuridad; de l regresaron alvestbulo, cerca del remate de laescalera de atrs.

    Aqu se abri ante ellos un tnel denegrura que conduca a las regionesinferiores, y hay que confesarlovacilaron. Pero fue slo un momento.Dado que lo peor de la noche estaba porvenir, era esencial no retroceder antenada. Ta Julia tropez en el peldaoque iniciaba el oscuro descenso, maliluminado por la vela parpadeante, y alpropio Shorthouse casi le dieron ganas

  • de salir corriendo.Vamos! dijo en tono

    perentorio; y su voz se propag y seperdi en los espacios vacos y oscurosde abajo.

    Ya voy balbuce ella,agarrndose a su, brazo con fuerzainnecesaria.

    Bajaron un poco inseguros por laescalera de piedra; un aire hmedo, fro,estancado y maloliente les dio en lacara. La cocina, a la que conduca laescalera a travs de un estrecho pasillo,era amplia, de techo alto. Tena variaspuertas: unas eran de alacenas con jarrasvacas todava en los estantes, otrasdaban acceso a dependencias horribles y

  • espectrales, todas ellas ms fras ymenos acogedoras que la propia cocina.Las cucarachas se escabulleron por elsuelo; una de las veces, al tropezar conuna mesa de madera que haba en unrincn, algo del tamao de un gato saltal suelo, cruz veloz el piso de piedra, ydesapareci en la oscuridad. Todos loslugares producan la sensacin de habersido ocupados recientemente, unaimpresin de tristeza y melancola.

    Abandonaron la cocina, y sedirigieron a la trascocina. La puertaestaba entornada, la empujaron y laabrieron del todo. Ta Julia profiri ungrito penetrante, que en seguida intentsofocar llevndose la mano a la boca.

  • Durante un segundo, Shorthouse sequed petrificado, con el alientocontenido. Not como si le vaciasen depronto la espina dorsal y se la llenasende hielo picado.

    Ante ellos, entre las jambas de lapuerta, se alzaba la figura de una mujer.Tena el pelo desgreado, la mirada fijay demente, y un rostro aterrado ymortalmente plido.

    Estuvo all, inmvil, por espacio deun segundo. Luego parpade la vela, y lamujer desapareci absolutamente, yla puerta no enmarc otra cosa que unaoscuridad vaca.

    Slo ha sido esta condenada llamasaltarina dijo l con rapidez, con una

  • voz que son como de otra persona, ydominada slo a medias. Vamos, ta.Ah no hay nada.

    Tir de ella. Con gran ruido depisadas y aparente ademn de decisin,siguieron adelante; pero a Shorthouse lepicaba el cuerpo como si lo tuviesecubierto de hormigas, y se daba cuenta,por el peso que notaba en el brazo, deque haca fuerza para andar por los dos.La trascocina estaba fra, desnuda,vaca: pareca ms una gran celda deprisin que otra cosa. Dieron mediavuelta; intentaron abrir la puerta quedaba al patio y las ventanas, pero estabatodo firmemente cerrado. Su tacaminaba a su lado como sonmbula. Iba

  • con los ojos cerrados, y parecalimitarse a seguir la presin del brazode l. Shorthouse estaba asombrado desu valor. Al mismo tiempo, observ quesu cara haba experimentado un cambioespecial que, de algn modo, escapaba asu poder de anlisis.

    Aqu no hay nada, ta repiti envoz alta, con viveza. Subamos a echaruna mirada al resto de la casa. Luegoescogeremos una habitacin dondeesperar.

    Ta Julia le sigui obediente, pegadaa su lado, y cerraron tras ellos la puertade la cocina. Fue un alivio subir otravez. En el recibimiento haba ms luzque antes, ya que la luna haba bajado un

  • poco en la escalera. Cautelosamente,empezaron a subir hacia la bvedaoscura del edificio, con el enmaderadocrujiendo bajo su peso.

    En el primer piso descubrieron elgran saln doble, cuya inspeccin norevel nada: tampoco aqu encontraronsigno alguno de mobiliario o de recienteocupacin; no haba ms que polvo,abandono y sombras. Abrieron lasgrandes puertas plegables entre el salnde delante y el de atrs, salieron otravez al rellano, y continuaron subiendo.

    No habran subido ms de unadocena de peldaos cuando sedetuvieron los dos a la vez a escuchar,mirndose a los ojos con un nuevo temor

  • por encima de la llama temblona de lavela. De la habitacin que acababan dedejar haca apenas diez segundos leslleg un ruido apagado de puertas alcerrarse. No caba ninguna duda: habanodo la resonancia que producen unaspuertas pesadas al cerrarse, seguida delgolpecito seco al encajar el pestillo.

    Debemos volver, a ver qu hasido dijo Shorthouse con brevedad, envoz baja, dando media vuelta para bajarotra vez.

    De algn modo, su ta se las arreglpara seguirle, con el rostro lvido,pisndose el vestido.

    Cuando entraron en el salndelantero comprobaron que se haban

  • cerrado las puertas plegables mediominuto antes. Sin la menor vacilacin,fue Shorthouse y las abri. Casiesperaba descubrir a alguien ante l, enla habitacin de detrs; pero slo seenfrent con la oscuridad y el aire fro.Recorrieron las dos habitaciones, perono descubrieron nada de particular.Probaron a hacer que las puertas secerrasen solas, pero no haba corrientesde aire ni siquiera para que oscilase lallama de la vela. Las puertas no semovan a menos que alguien lasempujase con fuerza. Todo estaba ensilencio como una tumba. Era innegableque las habitaciones se hallabantotalmente vacas, y la casa entera en

  • absoluta quietud.Ya empieza susurr una voz

    junto a su codo que apenas reconocicomo la de su ta.

    Shorthouse asinti con la cabeza,sacando su reloj para comprobar lahora. Eran las doce menos cuarto; anoten su cuaderno exactamente lo ocurridohasta aqu, dejando antes la vela en elsuelo. Tard unos momentos encolocarla de pie, apoyndola contra lapared. Ta Julia ha dicho siempre que enese momento no miraba, ya que habavuelto la cabeza hacia la habitacin,donde crea haber odo moverse algo; encualquier caso, los dos coinciden en quesonaron pasos precipitados, fuertes y

  • muy rpidos y al instante siguiente seapag la vela!

    Pero para Shorthouse hubo mscosas; y siempre ha dado gracias a subuena estrella de que le acontecieran al solo, y no a su ta tambin. Porque, alincorporarse tras dejar la vela, y antesde que se apagara, surgi un rostro y seacerc tanto al suyo que casi podahaberlo rozado con los labios. Era unrostro dominado por la pasin: un rostrode hombre, moreno, de facciones torpesy ojos furiosos y salvajes. Perteneca aun hombre ordinario, y tena unaexpresin vulgar; pero al verloencendido de intensa, agresiva emocin,le pareci un semblante malvado y

  • terrible.No hubo el ms leve movimiento de

    aire; nada, aparte del rumor precipitadode pies enfundados en calcetines, o enalgo que amortiguaba las pisadas; de laaparicin de ese rostro; y del casisimultneo apagn de la vela.

    A pesar de s mismo, Shorthouseprofiri un grito breve, y estuvo a puntode perder el equilibrio al colgarse su tade l con todo su peso, en un instante deautntico, incontrolable terror. Ella nodijo nada, aunque se agarr a su sobrinocon todas sus fuerzas. Por fortuna nohaba visto nada: slo haba odo elruido de pasos. Recobr el dominio des casi en seguida, y l se pudo soltar y

  • encender una cerilla.Las sombras huyeron en todas

    direcciones ante la llamarada, y su ta seinclin y recogi la boquilla con lapreciosa vela. Descubrieron que nohaba sido apagada de un soplo: habanaplastado el pabilo. Lo haban hundidoen la cera, que estaba aplanada comopor un instrumento liso y pesado.

    Shorthouse no comprende cmo sucompaera logr sobreponerse tanpronto a su terror; pero as fue, y laadmiracin que le inspiraba suautodominio se multiplic por diez, altiempo que aviv la llama agonizante desu nimo por lo que se sintiagradecido. Igualmente inexplicable

  • para l fue la demostracin de fuerzafsica que acababan de comprobar.Reprimi al punto el recuerdo de lashistorias que haba odo sobre losmdiums y sus peligrosas experiencias;porque si eran ciertas, y su ta o l eranmdiums sin saberlo, significaba queestaban contribuyendo a que seconcentrasen las fuerzas de la casaencantada, cargada ya hasta los topes.Era como andar con lmparas sinproteccin entre barriles de plvoradestapados.

    As que, pensando lo menos posible,volvi a encender la vela y subieron alsiguiente piso. Es cierto que el brazoque agarraba el suyo estaba temblando,

  • y que sus propios pasos eran a menudovacilantes; pero prosiguieron conminuciosidad, y tras una inspeccininfructuosa subieron el ltimo tramo deescalera, hasta el tico.

    Aqu descubrieron un verdaderopanal de habitacioncitas pertenecientes ala servidumbre, con muebles rotos,sillas de mimbre sucias, cmodas,espejos rajados, y armazones de camadesvencijados. Las habitaciones tenanel techo inclinado, con telaraas aqu yall, ventanas pequeas, y paredes malenyesadas: una regin lgubre ydeprimente que se alegraron de poderdejar atrs.

    Daban las doce cuando entraron en

  • un cuartito del tercer piso, casi al finalde la escalera, y se acomodaron en lcomo pudieron para esperar el resto dela aventura. Estaba totalmente vaco, yse deca que era la habitacin utilizada como ropero en aquel entonces donde el enfurecido mozo acorral asu vctima y la atrap finalmente. Fuera,al otro lado del pasillo, empezaba eltramo de escalera que suba a lasdependencias de la servidumbre queacababan de inspeccionar.

    A pesar del fro de la noche, algo enel ambiente de esta habitacin peda agritos que abriesen una ventana. Perohaba algo ms. Shorthouse slo puededescribirlo diciendo que aqu se senta

  • menos dueo de s que en ninguna otraparte del edificio. Era algo que influadirectamente en los nervios, algo quemermaba la resolucin y enervaba lavoluntad. Tuvo conciencia de este efectoantes de que hubieran transcurrido cincominutos: en el corto espacio de tiempoque llevaban all, le haba anulado todaslas fuerzas vitales, lo que para lconstituy lo ms horrible de toda laexperiencia.

    Dejaron la vela en el suelo, yentornaron un poco la puerta, de maneraque el resplandor no les deslumbrase, niproyectase sombras en las paredes o eltecho. A continuacin extendieron lacapa en el suelo y se sentaron encima,

  • con la espalda pegada a la pared.Shorthouse estaba a dos pies de la

    puerta que daba al rellano; desde suposicin dominaba buena parte de laescalera principal que descenda a laoscuridad, as como de la que suba alas habitaciones de los criados; a sulado, al alcance de la mano, tena elgrueso bastn.

    La luna se hallaba ahora sobre lacasa. A travs de la ventana abiertapodan ver las estrellas alentadorascomo ojos amables que observabandesde el cielo. Uno tras otro, los relojesdel pueblo fueron dando las doce; ycuando se apagaron los taidos,descendi otra vez sobre todas las cosas

  • el profundo silencio de la noche sinbrisas. Slo el oleaje del mar, lgubre ylejano, llenaba el aire de murmulloscavernosos.

    Dentro de la casa, el silencio se hizotremendo; tremendo, pens l, porque encualquier instante poda quebrarlo algnruido ominoso. La tensin de la esperase iba apoderando cada vez ms de susnervios. Cuando hablaban lo hacan ensusurros, ya que sus voces sonabanextraas y anormales. Un fro nototalmente atribuible al aire de la nocheinvadi la habitacin, y les hizoestremecerse. Los influjos adversos,cualesquiera que fuesen, les minaban laconfianza en s mismos y la capacidad

  • para una accin decidida; sus fuerzasestaban cada vez ms debilitadas, y laposibilidad de un miedo real adquiri unnuevo y terrible significado. Shorthouseempez a temer por la anciana que tenaa su lado, cuyo valor no podramantenerla a salvo ms all de ciertoslmites.

    Oa latir su sangre en las venas. Aveces le pareca que lo haca tan fuerteque le impeda escuchar con claridadotros ruidos que empezaban a hacersevagamente audibles en lasprofundidades de la casa. Cuandotrataba de concentrar la atencin en esosruidos, cesaban instantneamente. Desdeluego, no se acercaban. Sin embargo, no

  • poda por menos de pensar que habamovimiento en alguna de las regionesinferiores de la casa. El piso dondeestaba el saln, cuyas puertas se habancerrado misteriosamente, parecademasiado cercano; los ruidosprovenan de ms lejos. Pens en la grancocina, con las negras cucarachasescabullndose, y en la pequea ylbrega trascocina; aunque, en ciertomodo, parecan no surgir de partealguna. Lo que s era cierto es que noprovenan de fuera de la casa!

    Y entonces, de repente, comprendila verdad, y durante un minuto le parecicomo si hubiese dejado de circularle lasangre y se le hubiese convertido en

  • hielo.Los ruidos no venan de abajo ni

    mucho menos, sino de arriba, de algunode aquellos horrorosos cuartitos de loscriados, de muebles destrozados, techosinclinados y estrechas ventanas, dondehaba sido sorprendida la vctima, y dedonde sali para morir.

    Y desde el instante en que descubride dnde procedan, comenz a orlosms claramente. Era un rumor de pasosque avanzaban furtivos por el pasillo dearriba, entraban y salan de lashabitaciones, y pasaban entre losmuebles.

    Se volvi vivamente hacia la figurainmvil que tena a su lado para ver si

  • comparta su descubrimiento. La dbilluz de la vela que entraba por la rendijade la puerta converta el rostrofuertemente recortado de su ta enacusado relieve sobre el blanco de lapared. Pero fue otra cosa lo que le hizoaspirar profundamente y volverla amirar. Algo extraordinario habaasomado a su rostro, y pareca cubrirlocomo una mscara; suavizaba susprofundas arrugas y le estiraba la pielhasta hacer desaparecer sus pliegues;daba a su semblante con la solaexcepcin de sus ojos avejentados unaspecto juvenil, casi infantil.

    Se qued mirndola con mudoasombro con un asombro

  • peligrosamente cercano al horror. Era,desde luego, el rostro de su ta. Pero eraun rostro de haca cuarenta aos, elrostro inocente y vaco de una nia.Shorthouse haba odo contar historiassobre el extrao efecto del terror, quepoda borrar de un semblante humanotoda otra emocin, eliminando lasexpresiones anteriores; pero jams se lehaba ocurrido que pudiera serliteralmente cierto, o que pudiesesignificar algo tan sencillamentehorrible como lo que ahora vea. Porqueera el sello espantoso del miedoirreprimible lo que reflejaba la totalausencia de este rostro infantil que tenaal lado; y cuando, al notar su mirada

  • atenta, se volvi a mirarle, cerr losojos con fuerza para conjurar la visin.

    Sin embargo, al volverse, un minutodespus, con los nervios a flor de piel,descubri, para su inmenso alivio, otraexpresin: su ta sonrea; y aunque tenala cara mortalmente plida, se habadisipado el velo espantoso, y le estabavolviendo su aspecto normal.

    Ocurre algo? fue todo lo quese le ocurri decir en ese momento. Y larespuesta fue elocuente, viniendo de estamujer:

    Tengo fro y estoy un pocoasustada susurr.

    Shorthouse propuso cerrar laventana, pero ella le contuvo, y le pidi

  • que no se apartase de su lado ni uninstante.

    Es arriba, lo s susurr, medioriendo extraamente; pero no mesiento capaz de subir.

    Pero Shorthouse opinaba de otromodo: saba que la mejor manera deconservar el dominio de s estaba en laaccin.

    Sac un frasco de coac y sirvi unvaso de licor lo bastante abundantecomo para resucitar a un muerto. Ella selo trag con un ligero estremecimiento.Ahora lo importante era salir de la casaantes de que su ta se derrumbaseirremediablemente; pero no dejaba deser arriesgado dar media vuelta y huir

  • del enemigo. Ya no era posiblepermanecer inactivo: cada minuto quepasaba era menos dueo de s, y sehaca imperioso adoptar, sin demora,desesperadas, enrgicas medidas.Adems, deban dirigir la accin haciael enemigo, y no huir de l; el momentocrtico, si se revelaba inevitable y fatal,haba que afrontarlo con valor. Y esopoda hacerlo ahora; dentro de diezminutos, quiz no le quedasen fuerzaspara actuar por s mismo, y muchomenos por los dos!

    Arriba, entretanto, los ruidossonaban ms fuertes y cercanos,acompaados de algn que otro crujidodel entarimado. Alguien andaba con

  • sigilo, tropezando de vez en cuandocontra los muebles.

    Tras esperar unos instantes a quehiciese efecto la tremenda dosis delicor, y consciente de que durara slounos momentos, Shorthouse se puso depie en silencio, y dijo con voz decidida:

    Ahora, ta Julia, vamos a subir aaveriguar qu es todo ese ruido. Tienesque venir tambin. Es lo acordado.

    Cogi el bastn y fue al ropero porla vela. Una figura endeble, tambaleante,con la respiracin agitada, se levant asu lado; oy que deca dbilmente algosobre que estaba dispuesta. Leadmiraba el nimo de la anciana: eramucho ms grande que el suyo; y

  • mientras avanzaban, en alto la velagoteante, iba emanando de esta mujertemblorosa y de cara plida quemarchaba a su lado una fuerza sutil queera verdadera fuente de inspiracin paral: tena algo grande que le avergonzabay le prestaba un apoyo sin el cual no sehabra sentido en absoluto a la altura delas circunstancias.

    Cruzaron el oscuro rellano, evitandomirar el espacio negro que se abrasobre la barandilla. A continuacinempezaron a subir por la estrechaescalera, dispuestos a enfrentarse a losruidos que se hacan ms audibles ycercanos por momentos. A mitad decamino tropez ta Julia, y Shorthouse se

  • volvi para cogerla del brazo; y justo enese instante se oy un chasquido terribleen el corredor de los criados. Le siguiun intenso chillido agnico que fue gritode terror y grito de auxilio mezclados enuno solo.

    Antes de que pudiesen apartarse, oretroceder siquiera un peldao, alguienirrumpi en el pasillo, arriba, y ech acorrer espantosamente con todas susfuerzas, salvando los peldaos de tresen tres, hasta donde ellos se habandetenido. Las pisadas eran leves yvacilantes, pero tras ellas sonaron otrasms pesadas que hacan estremecer laescalera.

    Apenas haban tenido tiempo

  • Shorthouse y su compaera de pegarsecontra la pared, cuando oyeron junto aellos el tumulto de pisadas, y dospersonas, sin apenas distancia entreambas, cruzaron a toda velocidad. Fueun completo torbellino de crujidos enmedio del silencio nocturno del edificiovaco.

    Haban cruzado ante ellos los doscorredores, perseguido y perseguidor,saltando con un golpe sordo, primero eluno y luego el otro, al rellano de abajo.Sin embargo, ellos no haban visto nada:ni mano, ni brazo, ni cara, ni siquiera unjirn revoloteante de ropa.

    Sobrevino una breve pausa. Luego,la primera persona, la ms ligera de las

  • dos la perseguida evidentemente,ech a correr con pasos inseguros haciala pequea habitacin de la queShorthouse y su ta acababan de salir. Lesiguieron los pasos ms pesados. Huboruido de pelea, jadeos y gritosdesgarradores; poco despus, salieronunos pasos al rellano los de alguienque caminaba cargado.

    Hubo un silencio mortal que dur elespacio de medio minuto, y luego se oyel ruido de algo que se precipitaba en elaire. Le sigui un golpe sordo,tremendo, abajo en las profundidades dela casa, en el enlosado del recibimiento.

    A continuacin rein un silenciototal. Nada se mova. La llama de la

  • vela se alzaba imperturbable. As habapermanecido todo este tiempo: ningnmovimiento haba agitado el aire.Paralizada de terror, ta Julia, sinesperar a su compaero, comenz abajar a tientas, llorando dbilmentecomo para sus adentros; y cuando susobrino la rode con el brazo y casi lallev en volandas, not que temblabacomo una hoja. Shorthouse entr en elcuartito, recogi la capa del suelo y,cogidos del brazo, empezaron a bajarmuy despacio, sin pronunciar una solapalabra ni volverse a mirar hacia atrs,los tres tramos de escalera, hasta elrecibimiento.

    No vieron nada; aunque, mientras

  • bajaban, tenan la sensacin de quealguien les segua paso a paso: cuandoiban deprisa, se quedaba atrs; cuandotenan que ir despacio, les alcanzaba.Pero ni una sola vez se volvieron paramirar; y a cada vuelta, bajaban los ojospor temor al horror que podansorprender en el tramo superior.

    Shorthouse abri la puerta de lacalle con manos temblorosas; salieron ala luz de la luna, y aspiraronprofundamente el aire fresco de la nocheque vena del mar.

  • CUMPLI SUPROMESA[4]

    ERAN las once de la noche, y eljoven Marriott se hallaba encerrado ensu habitacin empollando a ms y mejor.Era Alumno de Ultimo Ao de launiversidad de Edimburgo y le habansuspendido tantas veces en este examenparticular que sus padres le habandicho claramente que no podanmandarle ya ms dinero para quesiguiese all.

    Tena un alojamiento sucio y barato,

  • pero los honorarios de las clases sellevaban casi toda su asignacin. Asque Marriott se haba hecho el nimo,haba decidido aprobar de una vez omorir en el intento, y llevaba unassemanas estudiando con todo el ahncode que es capaz un mortal. Intentabarecuperar el tiempo y dinero perdidosde una forma que demostraba a lasclaras que no tena idea del valor deluno y el otro. Porque ningn hombrenormal y corriente y Marriott lo eraen todos los sentidos puede permitirseforzar el cerebro como l estabaforzando el suyo estos ltimos das, sinpagar su precio tarde o temprano.

    Tena entre los estudiantes unos

  • cuantos amigos y conocidos, y stoshaban prometido no molestarle por lasnoches, sabedores de que al fin se habapuesto a estudiar en serio. As que estanoche tuvo una reaccin mucho msfuerte que la de mera sorpresa cuandooy la campanilla de la puerta, aladivinar que se trataba de una visita.Otro habra envuelto la campanilla conun trapo para amortiguar su sonido yhabra seguido estudiando en silencio.Pero Marriott no era de sos. Era unjoven nervioso. Se habra pasado lanoche torturndose y dndole vueltassobre quin habra intentado visitarle yqu querra. Lo nico que poda hacer,por tanto, era dejarle entrar y salir

  • lo ms deprisa posible.La patrona se haba acostado

    puntualmente a las diez, tras lo cual nohaba nada que la hiciera reconocer quehaba odo la campanilla; as que selevant Marriott de los libros con unaexclamacin que auguraba mala acogidapara su visitante, y se dispuso a abrirleen persona.

    Las calles de Edimburgo estabansilenciosas a esta hora tarda eratarde para Edimburgo, y en lavecindad de la calle F, dondeMarriott viva en un tercer piso, nosonaba el menor ruido que quebrara esesilencio. Cuando cruzaba la habitacin,volvi a sonar la campanilla por

  • segunda vez con estrpito innecesario;abri la puerta de su habitacin y salial pequeo vestbulo, bastante irritado ymolesto ante la insolencia de esta dobleinterrupcin.

    Todos los muchachos saben queestoy preparando este examen. Por qudemonios vendrn a molestarme a unahora tan intempestiva?

    Los moradores del edificio, incluidol mismo, eran estudiantes de Medicina,estudiantes de otras carreras, malosRedactores del Sello Real, y otros devocacin quiz no tan clara. La escalerade piedra mal iluminada en cada pisopor una llama de gas que no suba msall de cierta intensidad bajaba hasta

  • el nivel de la calle sin ostentacin dealfombras o pasamanos. En unos pisosestaba ms limpia que en otros.Dependa de la patrona de cada pisoparticular.

    Las propiedades acsticas de unaescalera de caracol son muy peculiares.Marriott, de pie junto a la puerta abierta,con el libro en la mano, pens que eldueo de las pisadas iba a aparecer deun instante a otro. El ruido de botas eratan cercano y sonoro que parecapreceder desproporcionadamente a lacausa que lo produca. Intrigado por verquin era, se dispuso a brindar todasuerte de saludos furibundos al queosaba turbar de este modo su trabajo.

  • Pero el individuo segua sin aparecer.Sus pasos sonaban casi debajo de susnarices; sin embargo, no vea a nadie.

    Le invadi una sbita sensacin detemor y de flojedad; y un escalofro lerecorri la espalda. No obstante, se lefue casi con tanta rapidez como le habavenido; y estaba decidiendo si llamar envoz alta al invisible visitante o cerrar deun portazo y volver a sus libros cuando,muy lentamente, dio la vuelta a laesquina el causante de esta molestia, ehizo su aparicin.

    Era un desconocido. Vio la figura deun hombre joven, bajo y muy ancho. Sucara era del color de la pared; y losojos, muy brillantes, tenan profundas

  • arrugas debajo. Aunque el mentn y lasmejillas estaban sin afeitar y el aspectogeneral era desaliado, se notaba queera un caballero, ya que iba bien vestidoy su ademn no careca de distincin.Pero lo ms extrao de todo era que nollevaba sombrero, ni lo tena en la mano;y aunque haba estado lloviendo toda latarde sin parar, pareca no traerimpermeable ni paraguas.

    A Marriott le vinieron a la cabeza yse le agolparon en los labios milpreguntas, las ms importantes de lascuales podran ser, ms o menos:Quin diablos es usted?, y Por quviene a m, si puede saberse? Peroninguna de ellas tuvo tiempo de

  • traducirse en palabras; porque casi enseguida volvi el visitante un poco lacabeza, de manera que la luz de gasilumin sus facciones desde otro ngulo.Y entonces, instantneamente, Marriottle reconoci.

    Field! Muchacho! Eres t? exclam con sorpresa.

    No le faltaba intuicin al Alumnode ltimo Ao, al punto adivin quetena aqu un caso que deba manejarcon tacto. Comprendi, sin proceso derazonamiento alguno, que por fin habaocurrido la catstrofe tantas vecesvaticinada, y que el padre de este jovenhaba echado a su hijo de casa. Habanido juntos a un colegio privado aos

  • antes; y aunque apenas se haban vistodesde entonces, no haban dejado dellegarle a Marriott noticias suyas de vezen cuando, con abundancia de detalles,dado que sus familias eran vecinas, yhaba gran amistad entre algunas de sushermanas. El joven Field se habadescarnado ms tarde, haba odocontar: la bebida, una mujer, el opio, oalgo por el estilo; no recordabaexactamente la causa.

    Pasa dijo en seguida, al tiempoque se le disipaba la irritacin. Haocurrido algo, por lo que veo. Pasa ycuntamelo todo; quiz puedaayudarte no saba qu decir; yadems, se haba puesto a tartamudear.

  • El lado oscuro de la vida y sus horrorespertenecan a un mundo que se hallabalejos de su pequeo y selecto ambientede libros y sueos. De todos modos,tena un corazn humano.

    Le condujo a travs del vestbulodespus de cerrar la puerta de la callecuidadosamente tras l; y observ alhacerlo que el otro, aunque sobrio,vacilaba sobre sus piernas y dabaevidentes muestras de estar muycansado. Quiz no aprobara Marriott losexmenes; pero al menos, suporeconocer los sntomas del hambre del hambre prolongada, o mucho seequivocaba al mirarle a la cara.

    Ven dijo alegremente, y en un

  • tono de sincera simpata. Me alegrode verte. Iba a tomar algo, y has llegadoa tiempo de acompaarme.

    El otro no dio ninguna respuestaaudible, y ech a andar con tal flojedadde pies que Marriott le cogi del brazopara sostenerle. Por primera vez notque las ropas le estabanlamentablemente holgadas. Su cuerpoabultaba literalmente poco ms que supropia osamenta. Estaba flaco como unesqueleto. Y al tocarlo, le volvi ainvadir la misma sensacin de desmayoy temor que antes. Slo le dur unsegundo; se le pas, y la atribuy, no sincierta lgica, a la pena de ver a suantiguo amigo en tan miserable estado.

  • Ser mejor que te gue yo. Estevestbulo est condenadamente oscuro.Siempre ando quejndome dijo conanimacin, mientras comprobaba por elpeso de su brazo que era mejorsostenerle; pero esa vieja arpa slosabe hacer promesas.

    Le llev al sof, sin parar depreguntarse entretanto de dnde vendray cmo habra dado con su direccin.Haban pasado lo menos siete aosdesde los tiempos del colegio, en quefueron grandes amigos.

    Bueno; si me perdonas un segundodijo, preparar algo de cenar loque haya. Y no digas nada. Acomdateen el sof. Veo que ests mortalmente

  • cansado. Luego me lo contars todo, yharemos planes.

    El otro se sent en el borde del sofy se qued mirando en silencio, mientrasMarriott sacaba pan moreno, tortas deavena, y uno de esos enormes tarros demermelada que los estudiantes deEdimburgo guardan siempre en susalacenas. Por el brillo de sus ojospareca que se drogaba, pens Marriott,lanzndole una mirada desde el otrolado de la puerta de la alacena. Preferano encararse con l. El pobre muchachose encontraba en un mal paso, yquedarse mirndole en espera de unaexplicacin habra sido como someterlea un examen. Adems, se le vea casi

  • demasiado agotado para hablar. As que,por delicadeza y por otra razn,tambin, que no lograba formularse a smismo, dej que su visitantedescansara a solas, mientras l seocupaba de la cena. Encendi elinfiernillo de alcohol para prepararcacao, y cuando el agua estuvohirviendo acerc la mesa con las cosasde comer al sof, a fin de que Field notuviese necesidad de cambiarse a unasilla.

    Bien, vamos a atracarnos dijo. Luego fumaremos una pipa ycharlaremos un rato. Estoy preparandoun examen, y siempre tomo un bocado aestas horas. Es estupendo tener a alguien

  • que me acompae.Alz la mirada y vio los ojos de su

    compaero fijos en l. Unestremecimiento involuntario le sacudide pies a cabeza. El rostro de enfrenteestaba mortalmente plido, y tena unaexpresin de dolor y de sufrimientomental.

    Vaya por Dios! dijo,levantndose de un salto. Se me habaolvidado por completo. Ah tengowhisky. Qu pedazo de asno soy. Nuncalo pruebo cuando tengo mucho queestudiar.

    Fue a la alacena y sirvi un buenvaso, que el otro se bebi de un tirn ysin agua. Marriott le observ mientras

  • beba, al tiempo que reparaba en otracosa tambin: la chaqueta de Fieldestaba llena de polvo, y tena un resto detelaraa en un hombro. Se la veacompletamente seca; haba llegado estanoche en que llova a cntaros, sinsombrero ni impermeable, y no obstanteestaba totalmente seco, inclusopolvoriento. As que haba estado acubierto. Qu significaba todo esto?Haba estado oculto en el edificio?

    Era muy extrao. Sin embargo, no lepidi ninguna explicacin; adems,haba decidido ya no hacerle preguntashasta que hubiese comido y dormido.Porque, evidentemente, lo primero quenecesitaba el pobre muchacho era comer

  • y dormir Marriott se senta satisfechode su rpido diagnstico, y no estababien importunarle hasta que se hubieserecobrado un poco.

    Se pusieron a cenar los dos,mientras el anfitrin llevaba todo elpeso de la conversacin, en particularsobre s mismo y sus exmenes y lavieja arpa de la patrona, de maneraque el invitado no tena necesidad dedecir una palabra a menos que se leantojase hacerlo cosa queevidentemente no ocurri! Pero mientrasMarriott toqueteaba su comida sin ganas,el otro la engulla con verdaderavoracidad. Ver al muchacho hambrientodevorar tortas de avena, ya rancias, y

  • rebanadas de pan cargadas demermelada, era todo un espectculo paraeste estudiante inexperto que no saba loque era pasar un da sin tres comidas almenos. Le miraba a pesar de s mismo,maravillado de que no se atragantara.

    Pero Field pareca tener tanto sueocomo hambre. Ms de una vez inclin lacabeza y dej de masticar lo que tenaen la boca. Marriott tuvo que sacudirlecon energa para que siguiese comiendo.La necesidad ms fuerte se impone a lams dbil, pero esta lucha entre elaguijn del hambre y el mgico sedantedel sueo insuperable era una escenasingular para el estudiante, que laobservaba con una mezcla de asombro y

  • alarma. Haba odo hablar del placerque supona dar de comer a unhambriento y verle comer; pero jams lohaba presenciado realmente, y no habaimaginado que fuera as. Field comacomo un animal: engulla, devoraba, seatiborraba. Marriott se olvid delestudio, y empez a sentir algo as comoun nudo en la garganta.

    Me temo que tena muy poco paraofrecerte, muchacho consigui decirde repente, cuando finalmentedesapareci la ltima torta y concluy larpida comida de su invitado. Fieldsegua sin decir nada, ya que estaba casidormido en su asiento. Se limit a alzarla mirada con expresin cansada y

  • agradecida.Ahora debes dormir un poco

    prosigui l, o te caers a pedazos.Yo voy a pasarme la noche preparandoese condenado examen. As que te dejogustosamente mi cama. Maanapodremos desayunar tarde y y ver qupodemos hacer; y hacer planes: a m seme da muy bien hacer planes aadi, tratando de mostrarse animado.

    Field mantuvo su silenciomortalmente sooliento, aunquepareci aprobar la sugerencia, y el otrole llev al dormitorio, disculpndoseante este famlico hijo de baronet cuyo hogar era casi un palacio por eltamao de la habitacin. El exhausto

  • invitado, sin embargo, no exprescortesa ni agradecimiento. Se limit aapoyarse en el brazo de su amigo alcruzar vacilante la habitacin; luego, sinquitarse la ropa, dej caer su cuerpoagotado sobre la cama. Poco despus sehallaba profundamente dormido, segntodas las apariencias.

    Marriott permaneci en la puertavarios minutos observndole, rezandofervientemente por que no se encontrasel jams en un trance as; luego se pusoa pensar qu hara por la maana coneste husped inesperado. Pero no seentretuvo demasiado en esto, porque lallamada de los libros era perentoria, ypasara lo que pasase, deba hacer lo

  • posible por aprobar el examen.Tras cerrar otra vez la puerta que

    daba al pequeo vestbulo, se sent antelos libros y retom sus apuntes demateria medica donde los haba dejadoal sonar la campanilla. Pero durante unrato, le cost concentrar su atencin enel tema. Sus pensamientos seguangirando en torno a la imagen de estecamarada de cara plida y ojosextraos, sucio y hambriento, que ahoraestaba echado en la cama con la ropa ylas botas puestas. Record los tiemposdel colegio, en que andaban siemprejuntos, antes de tirar cada uno por sulado, cmo se juraron eterna amistady todo lo dems. Y ahora? Qu

  • situacin ms horrible! Cmo poda unhombre dejar que su aficin a la vidadisipada le hundiese de este modo?

    Pero, al parecer, Marriott habaolvidado por completo una promesa quese haban hecho. Ahora, en todo caso, sehallaba demasiado profundamenteenterrada en su memoria para evocarla.

    A travs de la puerta entornada eldormitorio daba al gabinete y no tenaotra puerta le llegaba el sonidoprofundo, continuo, regular, de larespiracin de un hombre cansado, tancansado que slo con orlo le entrabanganas a Marriott de dormir.

    Lo necesitaba pens elestudiante; y quiz ha venido justo a

  • tiempo!Quiz s; porque en el exterior, el

    viento penetrante que soplaba desde elotro lado del Estuario aullabacruelmente arrojando rociadas de fralluvia contra los cristales de lasventanas y las calles desiertas. Muchoantes de volver a sumirse del todo en suestudio, Marriott oy a lo lejos, a travsde las frases del libro por as decir, lapesada, profunda respiracin deldurmiente del otro cuarto.

    Un par de horas despus, al cambiarde libro con un bostezo, volvi a or larespiracin, y se acerc sigilosamente ala puerta para echar una mirada.

    Al principio debi de engaarle la

  • oscuridad de la habitacin, o tal vez susojos seguan deslumbrados por la luz dela lmpara que tena sobre la mesa. Perodurante un minuto o dos, no fue capaz dedistinguir otra cosa que los bultososcuros de los muebles, la silueta de lacmoda junto a la pared, y la manchablanca de la baera en el centro delpiso.

    Luego surgi poco a poco la cama. Ysobre ella vio adquirir gradualmenteforma la silueta del cuerpo dormido, ycmo se iba volviendo ms oscura, hastaque destac en pronunciado relievecomo una figura negra y larga sobre lacolcha blanca.

    No pudo por menos de sonrer. Field

  • no se haba movido ni una pulgadasiquiera. Le observ un segundo o dos, yluego volvi a sus libros. Las vocescantoras del viento y la lluvia llenabanla noche. No haba ruido de trfico: niun coche hansom repiqueteaba en losadoquines, y era demasiado tempranoan para que pasaran los carros de laleche. Marriott estudiaba con tesn, aconciencia, detenindose slo de vez encuando para cambiar de libro o tomar unsorbito de la perniciosa sustancia quemantena activo y despierto su cerebro;y en esos momentos se le hacaclaramente audible la respiracin deField en la alcoba. Fuera seguaaullando la tormenta, pero dentro de la

  • casa todo era silencio. La pantalla de lalmpara concentraba la luz sobre lamesa llena de papeles, dejando el otroextremo de la habitacin en relativaoscuridad. La puerta de la alcobaquedaba exactamente enfrente de l,segn estaba sentado. Nada turbaba alestudioso; nada, salvo alguna que otrarfaga de viento contra los cristales, yun ligero dolor en el brazo.

    Este dolor, que no lograbaexplicarse, se le hizo muy intenso una odos veces. Le preocup; y trat derecordar, sin conseguirlo, cmo ycundo se haba dado un golpe tanfuerte.

    Por ltimo, se volvi gris la pgina

  • amarilla que tena delante, y comenz aorse ruido de ruedas abajo en la calle.Eran las cuatro. Marriott se ech haciaatrs y bostez prodigiosamente. Acontinuacin descorri las cortinas. Latormenta haba cedido, y vio la Roca delCastillo envuelta en la niebla. Tras otrobostezo, se apart del lgubre panoramay se dispuso a dormir en el sof lascuatro horas restantes, hasta eldesayuno. Field segua respirandoprofundamente en la habitacin contigua,as que antes fue de puntillas a echarleotra ojeada.

    Se asom por la puerta entreabierta,y lo primero que vio fue la cama,perfectamente discernible a la luz

  • griscea de la madrugada. La observcon atencin. Despus se frot los ojos.Luego se los volvi a frotar, y asoman ms la cabeza por la abertura de lapuerta. Sigui mirando, y mirando, conlos ojos clavados en ella.

    Pero nada. Lo que vea era unahabitacin desierta.

    De sbito, le volvi la sensacin detemor que haba experimentado alprincipio, cuando Field apareci por lapuerta, aunque con mucha msintensidad. Se dio cuenta, tambin, deque le lata violentamente el brazoizquierdo, y que le dola muchsimo. Sequed all, perplejo, mirando, tratandode poner en orden sus pensamientos.

  • Temblaba de pies a cabeza.Con un gran esfuerzo de voluntad,

    dej de apoyarse en la puerta y entrvalerosamente en la habitacin.

    Sobre la cama descubri la huella deun cuerpo, donde Field haba estadoacostado, y haba dormido. Vio la sealde la cabeza en la almohada; y en lospies, donde las botas haban descansadosobre la colcha, haba un ligerohundimiento. Y all, ms claramente anporque se haba acercado ms,sonaba la respiracin!

    Marriott trat de hacer acopio devalor. Con gran esfuerzo, logrpronunciar en voz alta el nombre de suamigo.

  • Field! Eres t? Dnde ests?No hubo respuesta; sin embargo,

    segua, ininterrumpida, la respiracinque proceda de la cama. Le habasalido una voz tan rara que no quisorepetir las preguntas, sino que searrodill e inspeccion la cama porencima y por debajo, quitandofinalmente el colchn, y separando una auna las mantas y las sbanas. Y aunqueel rumor de la respiracin continuaba,no descubri el menor rastro de Field, nihaba espacio donde pudiera ocultarseun ser humano por pequeo que fuese.Apart la cama de la pared, pero larespiracin sigui en el mismo lugar.No se desplaz con la cama.

  • Marriott, a quien le costaba un pocomantener la sangre fra debido a sucansancio, se puso a inspeccionarinmediatamente la habitacin. Registrla alacena, la cmoda, el armario dondecolgaba sus ropas todo. Pero no habael menor rastro de persona alguna. Elventanuco que haba cerca del techoestaba cerrado; y adems, no erabastante grande ni para que pasase ungato. La puerta del gabinete estabacerrada por dentro; no poda habersalido por all. Extraos pensamientoscomenzaron a turbar el cerebro deMarriott, acompaados de un squito deimpresiones inquietantes. Cada vez sesenta ms nervioso; volvi a registrar

  • la cama, hasta que dej la alcoba comoel escenario de una batalla dealmohadas; inspeccion las doshabitaciones sabiendo que era intil ya continuacin las volvi a registrar. Unsudor fro le corra por el cuerpo; yentretanto, no cesaba el rumor de larespiracin en el rincn donde Field sehaba echado a dormir.

    Entonces intent otra cosa. Empujla cama a su sitio primitivo y setumb encima, exactamente donde habaestado su invitado. Pero volvi aincorporarse de un salto. La respiracinhaba sonado cerqusima, casi sobre sumejilla, entre l y la pared! Ni un niode pecho habra cabido en ese espacio.

  • Regres al cuarto de estar, abri lasventanas para que entrase la mayorcantidad posible de aire y de luz, y tratde pensar en todo este asunto con calmay con claridad. Saba que la gente queestudia demasiado y duerme poco sufrea veces alucinaciones muy vividas.Repas otra vez todos los incidentes dela noche; sus sensaciones intensas; losntidos detalles; las emociones que seagitaron en l; la tremenda comilona:ninguna alucinacin poda combinartodos estos elementos y abarcar unespacio de tiempo tan prolongado.Menos serenamente, pens en laflojedad que le haba invadido endeterminados momentos, en la extraa

  • sensacin de horror que le habadominado una o dos veces; y por ltimo,en el intenso dolor en el brazo. Todasestas cosas eran inexplicables.

    Adems, ahora que analizaba yexaminaba los detalles, otro le vino alpensamiento como una sbitarevelacin. Durante todo ese tiempo,Field no haba pronunciado una solapalabra! Sin embargo, como una burla asus reflexiones, le llegaba del cuartointerior el sonido de su respiracin,larga, profunda, regular. La situacin eraincreble. Absurda.

    Asustado por la idea de quepudiesen ser visiones de la locura odebidas a una encefalitis, Marriott se

  • puso la gorra y el impermeable y sali ala calle. El aire matinal de la Silla deArturo, la fragancia del brezo y, sobretodo, la vista del mar, disiparan lastelaraas de su cerebro. Estuvo vagandoun par de horas por las laderas mojadasde Holyrood, y no regres hasta que elejercicio fsico no le hubo eliminado unpoco el horror de los huesos, y le hubodespertado un apetito voraz.

    Al entrar descubri que haba otrapersona en la habitacin, de pie junto ala ventana, de espaldas a la luz.Reconoci a su compaero Greene, quepreparaba el mismo examen.

    Me he pasado toda la nocheestudiando, Marriott dijo, y he

  • venido a comparar apuntes y adesayunar un poco. Has salidotemprano? aadi, a modo depregunta. Marriott dijo que le dola lacabeza y que el paseo le habadespejado; Greene asinti y dijo: Ah!y cuando la criada dej las gachashumeantes en la mesa y se march,prosigui en tono forzado: Sabes quetienes amigos que beben, Marriott?

    Evidentemente, era una pregunta detanteo, y Marriott replic con sorna queno lo saba.

    Parece como si hubiese alguienah, durmiendo a pierna suelta, no? insisti el otro, sealando con un gestode cabeza hacia la alcoba, y observando

  • con curiosidad a su amigo. Se miraronlos dos fijamente durante unos segundos;luego Marriott dijo con seriedad:

    As que t tambin lo oyes,gracias a Dios!

    Naturalmente que lo oigo. Lapuerta est abierta. Lo siento, si noqueras.

    Ah, no se trata de eso! dijoMarriott, bajando la voz. Pero es unalivio tremendo para m. Deja que teexplique. Por supuesto, si lo oyes ttambin, entonces todo va bien; pero laverdad es que me he asustado loindecible. Pens que iba a sufrir unaencefalitis o algo as, y ya sabes lo queme juego en este examen. Siempre

  • empieza con ruidos, o visiones, o conalguna alucinacin repugnante; y yo

    Tonteras! exclam el otro conimpaciencia. De qu ests hablando?

    Bueno, escucha, Greene dijoMarriott, lo ms bajo que poda, ya quean era claramente audible larespiracin, y te lo contar todo; perono me interrumpas y a continuacin lerelat puntualmente lo sucedido durantela noche, sin omitir ningn detalle;incluso el dolor en el brazo. Cuandohubo terminado, se levant de la mesa ycruz la habitacin.

    T le oyes respirar ahora, no? dijo. Greene asinti. Bien, pues venconmigo, y registraremos juntos la

  • habitacin el otro, sin embargo, no semovi de su silla.

    Ya he estado ah dentro dijotmidamente; he odo esa respiraciny pens que eras t. La puerta estabaentornada as que entr.

    Marriott no dijo nada, pero empujla puerta cuanto poda. A medida que laabra, la respiracin se iba haciendoms clara.

    Ah dentro tiene que haberalguien dijo Greene en voz baja.

    Tiene que haber alguien, perodnde? dijo Marriott. Pidinuevamente a su amigo que entrase conl. Pero Greene se neg en redondo; dijoque ya haba entrado una vez y haba

  • registrado la habitacin y que no habanadie. No volvera a entrar por nada delmundo.

    Cerraron la habitacin y se retirarona hablar del asunto entre pipa y pipa.Greene interrog a su amigopormenorizadamente, pero sinresultados esclarecedores, dado que laspreguntas no podan alterar los hechos.

    Lo nico que debe de tener unaexplicacin lgica y normal es el dolordel brazo dijo Marriott, frotndoseloal tiempo que esbozaba una sonrisa.Es tan fuerte que me sube hasta arriba.Aunque no recuerdo haberme dadoningn golpe.

    Deja que te lo vea dijo Greene

  • . Entiendo bastante de huesos, aunquelos examinadores opinen lo contrario era un alivio bromear un poco, yMarriott se quit la chaqueta y searremang la camisa.

    Por todos los santos, estoysangrando! exclam. Mira! Qudemonios es esto?

    En el antebrazo, muy cerca de lamueca, tena una raya roja, delgada. Enella haba una gotita de sangre fresca.Greene se acerc y la examin conatencin unos minutos. Luego se recosten su silla, y mir a su amigo a la caracon curiosidad.

    Te has araado sin darte cuenta dijo luego. No hay seal de herida.

  • Debe de ser otra cosa lo que te producedolor.

    Marriott estaba inmvil, mirndoseel brazo en silencio, como si tuvieseescrita en la piel la solucin de todo elmisterio.

    Qu pasa? No veo que tenganada de extrao un araazo dijoGreene en tono poco convencido.Probablemente ha sido con el gemelo.Anoche, en tu excitacin

    Pero Marriott, con los labiosblancos, estaba intentando hablar. Tenala frente cubierta de gruesas gotas desudor. Por ltimo, acerc la cabeza alrostro de su amigo.

    Mira dijo, en voz tan baja que

  • se estremeci un poco. Ves estaseal roja? Me refiero a debajo de loque dices que es el araazo.

    Greene admiti reconocer algo;Marriott se limpi esa zona con elpauelo, y le dijo que la mirase bien.

    S, la veo respondi el otro,alzando la cabeza tras examinarledetenidamente un momento. Pareceuna antigua cicatriz.

    Es una antigua cicatriz susurrMarriott con labios temblorosos.Ahora me viene todo a la memoria.

    Todo el qu? Greene seremovi en su silla. Trat de rer, perosin xito. Su amigo pareca a punto dedesmayarse.

  • Chist! Calla, y te lo contar dijo. Fue Field quien me hizo esacicatriz.

    Los dos jvenes se miraron, ensilencio, durante un minuto entero.