La casa o la ciudad: la arquitectura de los barrios ciudades

22

description

artículo de Mariano Gomez Luque sobre la estructura arquitectónica de los llamados "barrios-ciudades" de Córdoba, publicado en el libro "Ojos que no ven, corazón que no siente", SeCyT / Nobuko 2011

Transcript of La casa o la ciudad: la arquitectura de los barrios ciudades

Scarponetti, Patricia Elizabeth Ojos que no ven, corazón que no siente : relocalización territorial y conf ictividad social: un estudio sobre los Barrios Ciudades de Córdoba / Patricia Elizabeth Scar-ponetti y María Alejandra Ciuffolini. - 1a ed. - Buenos Aires : Nobuko, 2011. 230 p. : il. ; 21x15 cm.

ISBN 978-987-584-316-5

1. Arquitectura. 2. Vivienda Social. I. Ciuffolini, María Alejandra . II. Título. CDD 724.6

Diseño Gráf co / Tapa: Mariano Gómez Luque

Diagramación y armado digital: Mariano Gómez Luque / Ma. Eugenia Monte

Revisión de textos: Candela de la Vega y Ma. Eugenia Monte

Hecho el depósito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina / Printed in Argentina

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modif cada, no autorizada por los autores, viola derechos reservados; cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

© 2011 nobuko

ISBN: 978-987-584-316-5

Marzo de 2011

Este libro fue impreso bajo demanda, mediante tecnología digital Xerox en bibliográf ka de Voros S.A. Bucarelli 1160. Capital.info@bibliograf ka.com / www.bibliograf ka.com

Venta en:LIBRERIA TECNICA CP67Florida 683 - Local 18 - C1005AAM Buenos Aires - ArgentinaTel.: 54 11 4314-6303 - Fax: 4314-7135e-mail: [email protected] - www.cp67.com

FADU - Ciudad UniversitariaPabellón 3 - Planta Baja - C1428EHA Buenos Aires - ArgentinaTel.: 54 11 4786-7244

Ojos queno ven,corazón queno sienteRelocalización territorial y conf ictividad social:un estudio sobre los Barrios Ciudades de Córdoba

Compiladoras:PATRICIA SCARPONETTIALEJANDRA CIUFFOLINI

9

CONTENIDO

10 Patricia Scarponetti Introducción

Sección I

22 Mariano Gómez Luque: “La casa o la ciudad: la arquitectura de los barrios ciudades”34 Gerardo Avalle y Candela de la Vega: “Dime dónde vives y te diré quién eres. Sujetos, políticas y Estado en mi casa, en mi vida”60 Marisa Farsi y Mariana Manzo: “Tensiones enmascaradas del espacio urbano”

Sección II

78 Juliana Hernández, Gonzalo Ibáñez Mestres y Camila Liberal: “¿Una guía para los vecinos?: la f gura de las Vecinas Guías y el gobierno de los conf ictos en los barrios ciudades”98 Zenaida Garay Reyna: “Claroscuros de la ciudadanía en tiempos de políticas de inserción social: Mi Casa, mi Vida” (2004-2009)”

Sección III

118 Diego Cooreman y Nadia Vidal: “Mujeres, Madres y ‘Propietarias’: Violencias y Anclajes en los barrios ciudades”138 Leticia Gavernet, María Eugenia Monte y Cintia Mussolini: “Subalternidades y Resistencias: experiencias de mujeres en los barrios ciudades”

Sección IV

156 Sergio Job y Mercedes Ferrero: “Mi Casa, Mi Vida: para la seguridad de ellos”180 Laura Judith Sánchez: “El sentido de las políticas públicas actuales. Del estado de control al de seguridad: el caso de los barrios ciudades”

196 María Alejandra Ciuffolini Ojos que ven y corazones que sienten. Para continuar ref exionando

208 Dossier: María Eugenia Monte / Mariano Gómez Luque

La casa ola ciudadLa arquitectura de los barrios ciudades

Mariano Gomez LuqueArquitecto por la UNC (2007), Premio Universidad 2007. Autor de los libros “Ensayos Fragmentarios”, “Housing2: individual+colectivo” y “Evolution”, todos publicados por la editorial Nobuko (Bs.As.) entre 2009 y 2010. Actualmente se desempeña como Profesor de Proyectos en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Blas Pascal, y ejerce la profesión de manera independiente y participando en concursos de arqui-tectura. Becario Fulbright Master’s 2011.

23

Los barrios ciudades de Córdoba son la anti-ciudad. Estratégicamente ubicados en el límite del ejido, naufragan silenciosamente por un entorno pseudo-rural sórdido y vasto. Su límite es el horizonte: no hay barrios vecinos ni áreas “urbanas” a distancias razonablemente cercanas. Sus habitantes parecen estar destinados a vivir “lejos”: lejos del centro, lejos de las áreas comerciales, lejos de los parques urbanos, lejos de la vitalidad que se respira en la atmósfera heterogénea de la ciudad; en def nitiva, lejos de todo (1). En el contexto de la ciudad en tanto estructura física, los barriosciudades suponen la extensión predadora de la urbe, la cual continúa consumiendo suelo, recursos e infraestructura de manera voraz e irresponsable, como si a estas alturas no se hubiesen consagrado ya -a costa de casi un siglo de testarudos y dolorosos ensayos urbanos (2)- las bondades de la densidad y la diversidad programática (de usos, actividades y funciones) como condiciones sine qua non de la vida urbana contemporánea.

Y a estas dos situaciones -la de la exclusión de sus habitantes y la de la extensión consumista y nociva del tejido urbano- habría que sumarle un dato imposible de ignorar: los barrios ciudades forman parte de una política de Estado, lo que equivale a decir que, en relación al problema del déf cit de vivienda -el cual no es nunca exclusivamente cuantitativo-, el Gobierno entiende que excluir y devastar el territorio es una solución viable y hasta incluso aceptable. Desde luego, exponerlo en estos términos supone una licencia expresiva que ningún representante del Gobierno de turno estaría dispuesto a aceptar, pero lo cierto es que si analizamos la estructura arquitectónica de los barrios ciudades, encontraremos que hay en ellos un orden que traduce formalmente (y que incluso pretende legitimar) las desigualdades y el desequilibrio creciente -tanto en términos económicos como culturales- entre distintos sectores de la población.

Los barrios ciudades son operaciones dirigidas contra la ciudad, son dispositivos desestabilizadores que minan el territorio y condenan al ostracismo a sus habitantes, son tumores urbanos que, alejados de la “acción” de la ciudad, se erigen en asentamientos paralelos, en realidadesocultas a la vista pública, en “ciudades otras”, desvinculadas, desconectadas, amputadas del cuerpo mayor del que pretendidamente forman parte. Si la ciudad es la exaltación de la diferencia

(3), los barrios ciudades son la exacerbación de la repetición; si la ciudad es un organismo complejo en el que se superponen funciones, programas y espacios, los barrios ciudades son entidades aparentemente simples, monótonas y anodinas; si la ciudad es pública, los barrios ciudades son privados: solo de uso y de interés de quienes están forzados a habitarlos.

Este artículo está estructurado a partir de la oposición arquitectónica entre la ciudad y los barrios-ciudades, de la contradicción entre sus lógicas espaciales (”¡Afuera!”), formales (”Repetición/Seriación”) y funcionales (”¿La casa del hombre?”). Se trata de un conjunto de observaciones que pretende poner de manif esto que la arquitectura puede liberar a la ciudad, o ser también un instrumento cómplice de desequilibrio (4).

¡Afuera!

Si la ciudad propone una interioridad pública, un espacio abierto y accesible -en teoría- a todo el mundo, los barrios cerrados son celdas aisladas. Su espacio está segregado, alejado de cualquiera que intente llegar ahí, a excepción de sus habitantes. Es como si la lejanía y la monofuncionalidad de estos barrios (un barrio es un barrio es un barrio, podría decir Gertrude Stein) terminaran de cortar el débil cordón umbilical que los une al resto de las áreas de la ciudad: el transporte público entra (entrar en este caso es un término bastante elocuente) muy pocas veces al día, “depositando” a los habitantes del barrio en sus dominios remotos. El ingreso se da, en la mayoría de los casos (Ciudad de Mis Sueños, Ciudad de los Cuartetos, Ciudad Evita, etc) a través de un pórtico, un umbral que delimita su territorio. ¿Acaso estamos ante una ciudad cercada? Sí.

Sus límites son precisos: una puerta y el horizonte rural. Las nociones de interioridad y exterioridad se solapan y se superponen, ya que el barrio es un interior en sí mismo (un interior de uso exclusivo de sus habitantes) pero está afuera de la ciudad; contando incluso con una puerta de acceso que reconoce su supuesta autonomía. Se está dentro de un barrio pero se está fuera de la ciudad. La arquitectura de los barrios ciudades apela a la estrategia del vacío: nada por aquí, nada por allí. Una vez atravesado el umbral, se está dentro del barrio y fuera de todo lo demás, y en ese barrio no hay nada más que un montón de casas iguales y algunos edif cios singulares, o al menos, reconocibles (ya veremos cuales) f otando a medio camino entre la línea del horizonte y el cielo. El paisaje es anodino y alienante, las casas se reconocen por números (”yo soy el 44, ¿vos?”), la privacidad se ve alterada por la yuxtaposición indiscreta de patios y ventanas, desde las cuales se puede acceder a la intimidad del otro. Todo en los barrios ciudades hace sentir el peso brutal del afuera. Incluso dentro su misma estructura física (cientos y cientos de metros de “cajas de zapatos”, una al lado de la otra) se distinguen áreas distintas: dentro del mismo barrio, hay sectores que se reconocen fuera de su denominación genérica como entidad colectiva, que se niegan a aceptar una comunión forzada, que viven el conf icto entre sus diferencias y la falsa ilusión de igualdad que les propone “el barrio” (¿tendrá esto que ver con la agrupación arbitraria entre habitantes de distintas villas?), que no se alcanzan a sentir parte del conjunto. La exclusión, entonces, se vive incluso en el interior de los barrios, y eso en parte se debe a su disposición y organización física: la extensión horizontal indef nida.

Hasta se podría pensar que estas estructuras podrían seguir creciendo inf nitamente, consumiendo suelo y alojando a cuantas personas hiciera falta. Pero, ¿qué tiene que ver eso con un barrio? ¿No se supone que un barrio es un organismo colectivo que se reconoce a si mismo como tal a través de la coexistencia de identidades individuales distintas? Antes bien parece un puro y frío alojamiento masivo e insoportablemente repetitivo.Los barrios-ciudades no son barrios ni son ciudades.

Repetición/seriación

Repetir es la clave. ¿Por qué esforzarse en darle cabida a la diversidad si se puede conseguir cantidad a través de la repetición en serie? Los barrios ciudades son estructuras de monoblock. Si se hizo una vez se puede hacer cien, o las que hagan falta. Mirando una imagen panorámica de estas “urbanizaciones”, resulta especialmente chocante la cantidad de manzanas repetidas, una tras de otra, siempre con el mismo tipo de vivienda. Al parecer, para los gestores (arquitectos incluidos) de los barrios ciudades, todos sus habitantes son iguales: no hay diferencia entre viejos y jóvenes, entre parejas con y sin hijos, entre estudiantes y trabajadores. Todos deben vivir de la misma forma, multiplicada hasta la saciedad. Aunque, claro, si resultase excesivamente alienante, siempre se podrá recurrir al color para al menos poder diferenciar rosas de azules o amarillos.

En medio de este paisaje sórdido, aparecen algunos elementos singulares: la escuela (la misma escuela de las xxx que se han construido en la provincia en los últimos años, y de nuevo la pregunta: ¿por qué siempre la misma escuela?), el dispensario, un salón de usos múltiples; todo más o menos aglutinado en el centro geométrico del barrio, más o menos en torno a una plazoleta alargada. Por si no fuese todo ya demasiado estereotipado, las calles son todas iguales; todas las casas tienen el mismo patio y el mismo jardín. Ninguna de ellas está preparada para crecer en altura, lo cual no deja de ser un dato llamativo: si han de crecer, deberán hacerlo consumiendo más del poco terreno con el que cuentan. No hay escapatoria: el orden es estricto; la repetición es el instrumento de colonización del suelo; la vida es una vida tipo que se repite en serie.

Miremos la foto nuevamente. ¿No hay en ella un extrañamiento nocivo; no salta a la vista la absoluta imperfección del modelo? Los barrios ciudades son la anti-ciudad porque consumen territorio indiscriminadamente, porque suponen un modo de vida asf xiante, monótono y aburrido, porque parten del supuesto de que todos sus habitantes son la misma persona, con los mismos gustos y el mismo conformismo, con las mismas necesidades de espacio (necesidades mínimas, al parecer) y con las mismas aspiraciones: esperar todos los días un colectivo que demorará una hora como mínimo en llegar a destino, volver, recrearse en la única plaza vacía y refugiarse con su familia -o no- en el interior de una vivienda hostil y deprimente. El hecho de saber que todos allí pasan por la misma situación no alcanza de consuelo; mucho menos lo es salir a la calle y no alcanzar a divisar el f nal de la serie interminable de casitas una al lado de otra. Si la ciudad está hecha de diversidad, los barrios-ciudades están hechos de monotonía; si el espacio público supone el reconocimiento tácito de la coexistencia de la diferencia, el espacio de los barrios-ciudades es la expresión pura de la segregación; si en la ciudad tienen lugar los acontecimientos urbanos y los objetos singulares, en los barrios ciudades se teje el magma anodino que multiplica el mismo objeto y anula todo acontecimiento.

¿La casa del hombre? (5)

En 1942, Le Corbusier (LC), uno de los más grandes arquitectos del siglo XX, escribió “La maison des hommes”, publicado varios años después en español como “La casa del hombre” (6). En este pequeño libro, LC decía: “los hombres están mal alojados. Una nueva sociedad crea su propio hogar. (...) Se las ingenian para inventar monstruos: ciudades-jardín, ciudadessatélite. Olvidan observar los rasgos del terreno, los rasgos del hombre y los aspectos del trabajo (...)”. Más allá del tono profético y embebido de dramatismo del maestro franco-suizo, sus palabras eran tan válidas entonces como lo son hoy, incluso en nuestro propio contexto inmediato.

Observemos las casas de los barrios ciudades: son cajas, pero no cajas modernas, sino volúmenes articulados por una convención doméstica que ya no existe (7). Son cajas insalubres con un sombrero en forma de techo inclinado (que responde a las exigencias de costes y simbolismo al mismo tiempo), en las que un grupo de personas (una familia, por ejemplo) debe ingeniarsela para vivir en el hacinamiento y el desconocimiento de las necesidades mínimas de espacio y luz. No se trata sólo de una cuestión utilitaria de alojamiento y resguardo de la intemperie. ¿O acaso eso es todo lo que se necesita para vivir bien? Resulta casi inaceptable que estas viviendas estén legitimadas por un gobierno como prototipos de vivienda social: no hay en ellas consideraciones mínimas respecto de las posibilidades de transformación y crecimiento futuro de la vivienda -más allá de la obviedad de la ampliación de un dormitorio hacia el fondo del patio-; no hay ninguna ref exión respecto del uso del espacio exterior, ni mucho menos de la conexión entre el espacio doméstico interior y el patio-jardín o el entorno inmediato; no hay estudios sobre las vistas y el asoleamiento, ni análisis relativos a las nuevas constituciones familiares y sus posibles traducciones programáticas; en f n, no hay en ellas ninguna contemplación que no sea eminente y estrictamente cuantitativa.

Digamoslo de esta forma: puertas adentro, la vivienda de los barrios ciudades es una respuesta caduca a las necesidades mínimas de espacio; puertas afuera, la combinación -o mejor, la falta de combinación- entre las mismas unidades repetidas en serie def ne una anti-ciudad. Y no es que se haya destinado poco dinero o pocos recursos a la construcción de estos barrios; antes bien todo lo contrario. El problema no radica en una cuestión numérica, de pura cantidad (lo que sin duda pesa y mucho a la hora de exponer los supuestos logros de una gestión), sino en un desconocimiento, o en todo caso en una negación, de la complejidad y las urgencias reales que la agenda de la vivienda social contemporánea demanda. Los barrios ciudades han sumado plazas habitables mínimas, pero ninguna casa; han consumido territorio, pero no han construido ciudad; han respondido a la urgencia, pero no han resuelto ningún problema.“Los hombres están mal alojados”, decía hace 60 años Le Corbusier. Hoy, al menos en Córdoba, muchos de ellos han sido desalojados de la ciudad yhan pasado a alojar los barrios ciudades.

La casa o la ciudad

La casa o la ciudad propone una dicotomía contemporánea: la búsqueda del “paraíso personal” o la vida urbana. En este artículo, más allá de la alusión tangencial a los modelos consumistas americanos de viviendas individuales e insociables que bastardean y banalizan el espacio colectivo, más allá de los fenómenos de privatización del espacio público y de la proliferación de los countries o barrios cerrados, la frase hace explícita una realidad cercana: la de los barrios ciudades, que no son sino una manifestación más de la crisis urbana contemporánea, como los casos citados hace un momento. Los barrios ciudades en Córdoba se suman a la depredación de la ciudad, y continúan, de algún modo, apostando a una cosa en detrimento de la otra. Pero no hay casa sin ciudad, ni ciudad sin casa.

Por supuesto, no todo es tan trágico o excluyente; hay algunos ejemplos alternativos a seguir en materia de políticas de vivienda, en Sudamérica y en el resto del mundo: en España (por irnos lejos) está el caso del proyecto Sociópolis -impulsado por el arquitecto Vicente Guallart-, en el que la vivienda colectiva incorpora no solo las variables que hacen a la vitalidad urbana (multiplicidad de funciones y usos) sino también las nuevas demandas vinculadas al ahorro energético y a la optimización de los recursos naturales; en Chile (para no ir más lejos) se viene desarrollando hace ya algunos años el proyecto Elemental, gestado e impulsado por el arquitecto Alejandro Aravena en colaboración con distintos Gobiernos municipales o provinciales.

En estos casos, la arquitectura es un componente más, pero indispensable, de una política de vivienda más inclusiva y más seria, en la que los planes ejecutados asumen un compromiso con la ciudad y con todas las variables complejas que hacen a la urbanidad contemporánea. La vivienda social es urgente, pero no es un problema sencillo: no se puede resolver solo sumando cantidad a costa de todo lo demás.

La arquitectura, como se insinuaba al principio de este artículo, puede ser un instrumento vital de cambio o una herramienta cómplice de desequilibrio, dependiendo de las manos en las que caiga. No se puede cambiar el mundo con la arquitectura, como ingenuamente creían Le Corbusier y los héroes de la modernidad de primera mitad del siglo XX, pero el mundo sí puede cambiar la arquitectura; puede hacerla más verídica, más interesante, más funcional a la época en que vivimos.

En ese sentido, los barrios ciudades son una oportunidad perdida, pero no por eso dejan de ser un alerta que nos permita despertar y comenzar a trabajar en una dirección completamente nueva.

Notas

(1) Los límites de este artículo son decididamente los límites de la disciplina arquitectónica,

aunque resulta imposible aislar completamente la arquitectura del mundo complejo y

heterogéneo del que forma parte. De modo que, si bien el foco del texto está puesto en

extraer conclusiones arquitectónicas, se tocarán tangencialmente ideas que exceden

el campo disciplinar y que por eso mismo le terminan de dar sentido y le ponen en un

contexto más inclusivo y más interesante, considerando además que se trata de un tema

especialmente polémico en términos socio-políticos.

(2) La lección del urbanismo del siglo XX es la aceptación lenta, casi inconsciente, de la

transformación irreversible de la metrópolis en megalópolis, de la ciudad autoregulada en

urbe incontrolable. En ese sentido, y atendiendo al crecimiento frenético del fenómeno

urbano, densidad y compacidad son imperativos ineludibles frente a la extensión

horizontal indef nida, propia del modelo del “sprawl” (”la mancha de aceite”) americano.

(3) La ciudad ya no es lo que era, y por lo tanto no puede seguir siendo def nida en los

términos clásicos. De todos modos, y a los f nes de este artículo, se comparan ciertos

patrones aún estables que nos permiten hacer alusión a ella, dejando en claro que de

ningún modo pretenden esbozar def nición alguna.

(4) En este caso, es necesario aclarar que la injerencia y las consecuencias de los

barrios ciudades sobre la estructura física de la ciudad no tienen tanto que ver con

la “arquitectura” en términos canónicos, como con la manipulación de componentes

arquitectónicos caducos o anacrónicos, los cuales son aplicados acríticamente en el

desarrollo de planes de vivienda masiva.

(5) Este título es sólo un juego de palabras con el libro de Le Corbusier, “Le maison des

hommes” (1942) y no implica ninguna consideración de género.

(6) Charles Edouard Jeanneret, conocido como Le Corbusier (1887-1965), fue uno de

los más grandes arquitectos del siglo XX, cuya preocupación fundamental fue siempre

dotar de realidad arquitectónica al “verdadero rostro del día de hoy”. Dedicó gran parte

de su vida a estudiar el problema de la vivienda en sus múltiples manifestaciones, desde

la célula aislada al organismo colectivo, pieza vital de lo que él concebía como la ciudad

del siglo XX.

(7) La convención doméstica que def nía la organización formal de la casa era el

tradicional esquema de la familia patriarcal, que dictaba una casa rígida, articulada en

cuartos autónomos y específ cos. Hoy, las familias nacen y se desarman, se mezclan, se

superponen, etc., lo cual está demandando una nueva traducción física en la arquitectura

de la casa, más f exible y versátil.