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La cárcel y El cartero Lanzamiento novelas de Jesús Zárate Moreno Página0 Memorias del Evento: La cárcel y El cartero Lanzamiento de Novelas de Jesús Zárate Moreno Primeros números de la Biblioteca Santander (UIS/Fusader) Con la participación de Eduardo Zárate Rey, segundo hijo del maestro Jueves, 5 de mayo de 2016 | 7:00 a 8:30 p.m. Fundación Santandereana para el Desarrollo Regional - Fusader Calle 37 # 24 - 62 Centro Cultural

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Memorias del Evento:

La cárcel y El cartero Lanzamiento de Novelas de Jesús Zárate Moreno Primeros números de la Biblioteca Santander (UIS/Fusader)

Con la participación de Eduardo Zárate Rey,

segundo hijo del maestro

Jueves, 5 de mayo de 2016 | 7:00 a 8:30 p.m.

Fundación Santandereana para el Desarrollo Regional - Fusader

Calle 37 # 24 - 62 Centro Cultural

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Presentación

Claudia Patricia Mantilla Durán Comunicadora Social, magíster en Semiótica

Docente, Programa de Literatura Virtual

Universidad Autónoma de Bucaramanga

De izquierda a derecha: Luís A. Mejía, Eduardo Zárate Rey, Juandiego Serrano y Claudia P. Mantilla.

// Foto: Néstor Cáceres Aponte.

***

Muy buenas noches.

En nuestra cárcel, escribir es nuestro modo de llorar. Escribir es llorar nuestra

impotencia. En nuestra cárcel, escribir es un silencio lleno de palabras mudas, mojadas con

lágrimas. […] En la celda, leer y dormir es mi oficio. Duermo donde me encuentra el sueño.

Leo donde me sorprende el libro. […] Antón Castán me hace pensar que el preso que escribe

un libro nunca es inocente.

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Estos fragmentos, de las hojas sobrevivientes del archivo confidencial de Mister Alba,

uno de los personajes de La cárcel, novela de Jesús Zárate Moreno, es tan solo un pretexto

para darles la bienvenida y hacerles esta presentación de la reedición de las novelas de Jesús

Zárate, La cárcel y El cartero, como parte de la colección bibliográfica de autores regionales

santandereanos, titulada Biblioteca Santander, que se presenta esta noche, y que busca

rescatar el patrimonio literario de la región.

No es casual que el proyecto comience con las Obras Completas del escritor malagueño

Jesús Zárate Moreno, que conmemora el primer centenario de su natalicio (1915-2015) de

quien obtuvo reconocimiento nacional e internacional. Suele escucharse que quizás sea más

conocido afuera que en nuestra tierra. Pues bueno, esta es una oportunidad para saldar esa

deuda.

Recordemos que La cárcel recibió el Premio Planeta del año 1972. Su trayecto en general

continuará abriéndose camino, especialmente entre las nuevas generaciones de lectores en el

departamento. Es el deseo de esta colección, que reiteramos, inicia con la publicación de

estas dos novelas. Vendrán seguramente otros autores santandereanos.

La cárcel: 3ª edición colombiana, 1ª santandereana.

El cartero: 2ª edición, 1ª edición colombiana.

Los dejo entonces, con los miembros de la coordinación editorial, Luis Álvaro Mejía y

Juandiego Serrano, y saludamos complacidos la presencia de Eduardo Zárate Rey, segundo

hijo del maestro Jesús Zárate, quien nos acercará, por las vías del afecto, y también con el

conocimiento profundo de su obra, al legado del maestro.

Los invitamos también, a disfrutar de la exposición que se encuentra en las paredes de

Fusader, que reúne fotografías, documentos inéditos y todas las ediciones de libros conocidas

de las obras de Jesús Zárate Moreno.

Bienvenidos.

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La Biblioteca Santander

Luis Álvaro Mejía Argüello Coordinador editorial, Biblioteca Santander

Director de proyectos, Fusader

Vista parcial de la exposición de documentos, fotografías y libros de Jesús Zárate Moreno y sus asistentes en Fusader.

// Foto: Juandiego Serrano Durán.

***

Muy buenas noches.

Muchas gracias a todos ustedes. Gracias a Eduardo Zárate Rey por acompañarnos en este

evento, que es tan significativo para la literatura en el departamento de Santander.

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Gracias, igualmente, a la Universidad Industrial de Santander, que en convenio con

Fusader, hizo posible que desarrolláramos este proyecto, que hoy inicia con las Obras de J.

Zárate Moreno, y en este día, con las dos novelas de su autoría.

Agradezco la presencia de Leonidas Gómez Gómez, de Armando Martínez Garnica, y

tantos amigos que esta noche nos acompañan, porque ellos, como todos ustedes que están

aquí, conocen la importancia de este escritor, que los santandereanos, desafortunadamente,

no han sabido reconocer, y lo han mantenido fuera de la memoria.

La perspectiva de nosotros, al querer desarrollar un proyecto de esta naturaleza, que se

ha denominado Biblioteca Santander, tiene que ver fundamentalmente con ese principio que

nos ha identificado siempre, a la Fundación y a todos sus miembros, el cual es el hecho de

reconocernos a nosotros mismos, buscar la posibilidad de ir más allá del tiempo para ver lo

que hemos sido y lo que hemos aportado a esta construcción de nación colombiana.

Se han hecho otros esfuerzos, pero desafortunadamente no hemos podido impactar lo

que nosotros hemos querido. Pero este es otro nuevo principio de esta lucha denodada, de

verdad, para que se tenga un reconocimiento desde la perspectiva cultural de todos los autores

santandereanos.

El hecho mismo de poder nosotros hacer esto, al realizar un convenio con la Universidad

Industrial de Santander, es de una significancia impresionante. Yo vengo, y venimos con este

proyecto desde hace muchos años. Mientras fui director cultural de la Universidad hicimos

muchos intentos, se sacaron importantes ediciones, pero hemos querido concretar este

proceso con proyectos de investigación, porque no nos hemos quedado solamente en la

edición, sino que, en cabeza de Juandiego Serrano Durán, compañero de la Fundación, se ha

venido trabajando realmente por profundizar la obra de Zárate Moreno, y recoger todo lo que

el autor ha publicado en su vida, y posteriormente, y mostrarle a los santandereanos que hay

una posibilidad inmensa en esta obra maravillosa de este escritor santandereano.

Tenemos como proyecto para la divulgación de esta obra, la entrega de ejemplares

directamente a las instituciones públicas, a los colegios públicos y a las bibliotecas, dentro

de un proyecto de divulgación a través de las conferencias que vamos a desarrollar, en cabeza

de Juandiego Serrano, en las diferentes instituciones. Queremos que realmente el sector

educativo conozca, profundice la obra de Zárate Moreno, y haga parte de los planes lectores.

Los planes lectores no pueden ser simplemente lecturas de autores norteamericanos o de otras

geografías, sino también pueden ser lectura de gente que le ha aportado a este departamento.

Entonces, ese es el eje de la intención por parte de la Fundación, el buscar esa posibilidad.

Este proyecto pertenece al programa de Santander es Mi Marca, un proyecto que hemos

venido trabajando, y ya llevamos varios años en el mismo, para buscar el reconocimiento.

Que los santandereanos reconozcan todo lo que tenemos. No solamente su cultura, su sector

productivo, sino sus mismas gentes. Que nos abracemos en los abrazos de los sueños, y

podamos construir esta región y este departamento, es lo que todos queremos.

Muchas gracias por la asistencia, de verdad.

Los dejo con nuestro compañero, Juandiego Serrano.

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Las novelas

Juandiego Serrano Durán Historiador por la Universidad Industrial de Santander

Miembro de la coordinación editorial, Biblioteca Santander

Investigador encargado de la obra de Zárate Moreno

Vista posterior del salón de eventos formales de Fusader durante el Lanzamiento de las novelas de Jesús Zárate Moreno.

// Foto: Néstor Cáceres Aponte.

***

Luis Álvaro: Muchas gracias por tus palabras.

Principalmente —con las buenas noches a todos ustedes—, por haber liderado este

proceso no solamente desde mediados de 2015, con la obra de Jesús Zárate Moreno, sino

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desde la década de los ochenta, desde el grupo Zalamea y los distintos colectivos de los que

has participado para que las letras de Santander sean leídas.

Básicamente, si un escritor santandereano escribe, no lo hace propiamente con la

esperanza de ser famoso, pero sí de ser leído, y es un ejercicio que necesita un poco de

atención, más de sus coterráneos.

Y sí. Tiene la razón Luis Álvaro: puede que nuestras letras anden en chocatos, pero no

por ello huelen mal. Tienen su perfume, y eso es lo que debemos descubrir, en este caso.

Hoy, el protagonista no solo es Jesús Zárate Moreno, sino sus dos novelas, y su

interlocutor principal, quien nos acompaña, es Eduardo (Zárate Rey), quien nos traerá

muchas memorias. Pero para invitarlos a conocer las protagonistas de hoy en día, quisiera

sólo referirme a unas pequeñas curiosidades que dan cuenta de ellas.

Primero, La cárcel es una novela robusta, ganadora del Premio Planeta del año 1972, el

único premio que fue ganado por un autor colombiano, segundo latinoamericano en ganarla,

tras el argentino Marcos Aguinis, quien lo había ganado dos años antes. Y resalta una

importancia, porque es el único Premio Planeta entregado a alguien que celebró desde la

tumba, es decir, el único premio póstumo que la Editorial entregó.

Él había muerto cinco años antes, y quizás, como cuentista, género en el que

principalmente publicó durante su vida —con sus libros de cuentos Un zapato en el Jardín y

No todo es así (1948), su libro de relatos El viento en el rostro (1953), y con el otro libro de

cuentos, quizás su último gran esfuerzo editorial, El día de mi muerte (1955)—, él se desplazó

de la corriente editorial del tiempo, siendo periodista, siendo diplomático colombiano y

siendo un escritor consumado. Ya nos lo dirá Eduardo.

Contó con la mala suerte de verse desahuciado, quizás por el mundo editorial y el

periodístico que lo rodeaba, y decidió seguir escribiendo con la terquedad del autodidacta

que fue. Él no fue bachiller, a pesar de que hay menciones de que se graduó del colegio San

Pedro Claver, al salir de Málaga. Y también, lo hizo con la consciencia de quien —como lo

tratamos de retratar en el Dosier Regional de Jesús Zárate Moreno en la undécima entrega de

la Revista de Santander, y aquí agradecemos la presencia del doctor Armando Martínez

Garnica, su director— fue un autor que tuvo varias caras. Fue un hombre que vivió. Pero

también fue un hombre que escribió, como su pasión de vida, y fue un hombre que finalmente

dejó un legado. Ese legado, puede ser el disfrute de su propia muerte durante su vida. Quizás

tuvo que morir, durante su vida, para poder expresar toda la literatura que no quiso publicar

más allá de su antología de cuentos El día de mi muerte, y finalmente, su última publicación

durante su vida, fue “La cabra de Nubia”, un cuento incluido en 1959 en dos antologías de

cuento colombiano.

Don Jesús murió, y todo indicaba que hasta allí iban a quedar sus letras, o por lo menos

su reconocimiento. Pero cinco años después, la familia, en cabeza de su señor esposa, Alicia

Rey López, y sus hijos, especialmente Néstor y Eduardo, sus hijos varones, encabezaron el

proceso de recoger lo que él había dejado: sus manuscritos. Y entonces, armaron lo que fue

La cárcel —incluso Néstor nos comentó que dudaron en su momento cuál de las dos novelas

enviar a Barcelona, a concursar en el Premio Planeta—, con la grata fortuna de serle

comunicado, de vuelta, que la novela se había ganado el premio. En aquel momento no estaba

dentro de las bases del concurso que el premio no se pudiese otorgar a una persona fallecida,

si la muerte no iba de la entrega del manuscrito —o mecanógrafo— a la premiación. Si la

muerte no se produce en ese espacio de tiempo, como ahora pasa, el premio no se otorga.

Como en aquel momento ello no estaba en las bases del concurso, la gran polémica que se

armó detrás de los finalistas, terminó favoreciendo a Jesús Zárate, su ganador, y es el único

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Premio Planeta que tenemos en Colombia, y el único premio póstumo en la historia de este

galardón.

De allí en adelante se conoció su obra, y reconocemos toda una labor de esfuerzo por

parte de sus hijos por editar la obra, por traducirla al inglés, como sucedió en 2003, con

traducción de Gregory Rabassa, uno de los principales traductores de la escuela

norteamericana de las letras, traductor principal de Gabriel García Márquez —según el

mismo García Márquez, el mejor traductor a esta lengua de obras latinoamericanas—;

posteriormente traducida al portugués, llegando a tener un reconocimiento internacional que

hace de este autor todo un paradigma, en términos de aquello mismo. Un autor,

paulatinamente, se va dando a conocer de su tierra a su país, de su país a su región continental;

y en este caso es a la inversa. El gran reconocimiento que ha tenido Jesús Zárate Moreno se

ha dado, principal e inicialmente, en Hispanoamérica, desde la península, después en el

mundo angloparlante, y después en el mundo portugués. En Colombia, si bien en su momento

fue muy bien apreciado por personajes como el ensayista bogotano Hernando Téllez Sierra,

y por Germán Arciniegas, sin embargo, fue desapareciendo después de su premio, después

de ser galardonado en 1972.

Sus demás obras —imagínenselo ustedes—, son el colofón de una historia totalmente

olvidada. Que son, como en este caso, una de sus obras menos apreciadas: El viento en el

rostro, y la novela que les presentamos hoy, El cartero; y que quiero repotenciar. Esta es una

historia muy curiosa que vale la pena leer, y no vale la pena comparar con La cárcel.

La cárcel es una novela robusta, es un acorazado. Muestra todo el tiempo, la paciencia,

el don de clasificador que tenía Jesús Zárate, como lector de la literatura universal, como

analista a tiempo real de su propia vida y de su propia realidad, como colombiano. Lejos del

periodismo o de la literatura periodística, atizada o enganchada en la realidad polemicista,

especialmente después de 1948 y la muerte de Gaitán; y también lejos de la corriente que

comenzaba a iniciarse, que era la que oscila entre la fábula y la fantasía, para desprenderse

de la catarsis de ser de acá. En el caso de Jesús Zárate Moreno, él explora la sicología del ser

colombiano, y lo hace, primero, desde un lenguaje muy sobrio, somero, con un uso del

castellano —como ya lo veremos en una pequeña cita— completamente limpio; y por otro

lado, con un lenguaje universal, que sin embargo no deja de ser y de marcar su propio sello:

dar la sensación de que está hablando a todo el mundo y todo el mundo lo puede entender,

pero siempre “desde” un lugar en el mundo. Él, en sus letras, lo recalca: ‘Yo soy

santandereano, y así es mi tierra’. Eso se puede leer entre líneas.

Para adentrarnos un poco en lo que es La cárcel —ya lo mencionó Claudia en el

introito—, Antón Castán es un hombre que lleva tres años metido en una cárcel colombiana,

y él sabe —o por lo menos lo intuye desde el comienzo— que es inocente. Entonces, allí,

para probar su inocencia, decide iniciar un diario, en el que empieza a relatar todas las

peripecias que le ocurren con sus tres compañeros de celda, en una pequeña celda de la que

ellos son los intelectuales de la cárcel. Entonces, fíjense lo curioso: ¿Cómo poner a hablar a

unos presos sin decir groserías? ¿Cómo poner a hablar a unos presos sin que el deseo de

asesinar o de violar las leyes sea el que prime? ¿Cómo hacemos para entenderlo? Prima la

reflexión constante, del intelectual, sobre lo que significa el fin y la duda sobre la autoridad,

al respecto del crimen. Allí se desarrollan tres partes, y en la primera, se explica por qué

Antón Castán es inocente. En la segunda, Antón Castán se cansa de ser inocente, y mata. En

la tercera, Antón Castán ya no es inocente, él lo sabe… y sale de la cárcel.

Es un mundo de paradojas, que, sin embargo, explora muchas máximas. Jesús Zárate es

un autor que a cada rato nos está dando frases contundentes, citas ejemplares, él mismo ofrece

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dentro de la obra su propia crítica literaria, y se mofa dentro de la obra, diciendo ello. Al

final, cuando está hablando que un tal Pablo Lepanto le va a publicar su libro —Pablo

Lepanto es uno de los seudónimos utilizados por Zárate como escritor—, él dice que, sin

duda alguna, él tiene en la conciencia de que, por lo menos la novela, no va a tener el

problema de que los críticos literarios escriban sobre ella, porque él mismo, o la novela

misma, tiene su propia crítica literaria inmersa.

Él es tan franco, tan directo y tan contundente con La cárcel, que es una novela ineludible

dentro del argot de este género en el país. Comparable o equiparable a otras novelas del

género y en este tema, como lo podría ser El Diario de Lecumberrí (de Álvaro Mutis).

También, es una novela ejemplar, como orgullo de nuestra tierra. Una novela capaz de ser

apreciada en cualquier lugar del planeta. Ya lo veremos en su importancia.

Quiero resumirles, para que aprecien un poco más claramente a Jesús Zárate Moreno, lo

que es el resumen editorial de La cárcel, sólo hablando del Premio Planeta.

Otorgado el Premio Planeta, la primera edición de La cárcel de Jesús Zárate se imprimió

en noviembre de 1972, con un tiraje de 55 mil ejemplares. Hoy por hoy —y nos lo decían

nuestros colaboradores en Bogotá: Jesús Antonio Álvarez Flórez y Fabián Mauricio Martínez

González, dos escritores regionales jóvenes—, correr con la suerte de 2 mil ejemplares

vendidos es “haberla hecho” como escritor. Imagínense en este tiempo. Esos 55 mil

ejemplares fueron vendidos en la primera semana.

Antes de cerrar el año, tres ediciones más salieron a la luz, todas en el mes de diciembre.

Solo entre 1972 y 1980, a ocho años del Premio, la Editorial Planeta puso en circulación

dieciséis ediciones, que sumadas, llegaron un total 190 mil ejemplares, un rotundo éxito

editorial. En 1984, la cifra ascendía a la vigesimosexta edición, en 1987 llegó a la

trigesimosexta. Para la fecha, la editorial circulaba la novela bajo la colección “Autores

españoles e iberoamericanos”, publicándola en dos formatos: el original con tapa dura y

sobrecubierta y la edición especial para Club Planeta, en cartoné con piel y un corte superior

dorado, editadas con las mismas dimensiones y distribución del texto.

Sin embargo, desde septiembre de 1979, comenzó a circular una edición especial que

reunía, en un solo volumen, los títulos ganadores del Premio de 1971 —Condenados a vivir

de José María Gironella— y 1972, La cárcel de Jesús Zárate, tomo sexto de la colección

llamada “Novelas españolas del siglo XX”, un empaste de 864 páginas, con el título Premios

Planeta 1971-1972. Esta, que podría considerarse una segunda presentación editorial de la

novela, para abril de 1994 ascendía a su vigesimotercera edición.

Desde 1998, el grupo editorial incluyó la obra en la colección “Premio Planeta”,

ediciones de circulación económica publicadas a través de Planeta DeAgostini, en lo que se

puede debatirse como una tercera presentación editorial, cambiando el diseño de portada,

paginaje y dimensiones.

Todas estas ediciones las pueden ver en el stand de los libros del autor, que tenemos aquí

afuera. Sólo un título no está allí, y es producto de un descuido logístico mío, que es el de

Tres piezas de Teatro.

En 2004, en entrevista para el diario El Tiempo, titulada “Rescatando las obras del padre”

y publicada el 3 de enero del mismo año, uno de los herederos del autor habló de un estimado

de 600 mil ejemplares vendidos en treinta años, refiriéndose exclusivamente a los lanzados

por Planeta.

Entonces, teniendo esta dimensión, podemos decir que, después de Cien años de soledad,

existe una novela en Colombia, y es ésta. En términos de venta, impacto y legado rotundo,

desde el punto de vista editorial. Ello, sin contar las ediciones que editó Villegas Editores, la

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edición en inglés, la edición en portugués y la edición que nosotros hacemos. Sólo les tengo

el dato de dos de estas: nosotros sacaremos sólo 500 ejemplares, es una edición local, de

circulación local, esperando primero que se animen ustedes a agotarla, y después si aspirar a

más; y la edición portuguesa, que sacó 5 mil ejemplares. Así que sigan sumando. Es

desorbitante la cifra.

De una novela compleja, rotunda, robusta, que lo deja a uno sin palabras —porque no

puede reprochársele absolutamente nada al autor—; y que es cinematográfica, porque es un

conjunto de diálogos —son puros diálogos: cuatro personajes hablando todo el tiempo, y

Zárate no influye en el flujo de la novela; son cuatro dando cada uno su concepto de las cosas:

unos trascendentales, otros tirándose, otros mamándose gallo, burlándose de los carceleros y

haciendo todas las diabluras posibles en la cárcel—; en cambio, El cartero, es una novela

bastante distinta.

¿Por qué? El cartero presenta otro personaje central, como lo es Antonio París: un viudo,

rentista, tacaño, huraño, neurótico, no sale de su casa, no quiere salir de su casa, no quiere

gastar un peso, sale todos los días de la mañana a la misma hora para hacer un trote por

Bogotá y siempre ve la ciudad distinta para peor… ¡Imagínense ese personaje! Ese personaje

lee dos periódicos, que llama Zárate: El Rojo y El Azul. En esos dos periódicos, a él le gusta

leer el horóscopo. En el primer periódico, lee que le va a pasar una calamidad, y dice: “No,

no, no… este no está diciendo la verdad”. En el otro, lee que le va a llegar una carta, y el

hombre se prepara con todas las expectativas para recibir la carta. Lo ve viene a sucederle a

este señor, cuando llega el cartero, y todo está bien —la carta está bien, llegó todo a tiempo,

el horóscopo decía la verdad—, es que estaba dirigida a un tal Antonio Madrid. Entonces él,

por este error nominal, simple, ante el que todos nosotros podríamos haber dicho: “Deme la

carta, eso debe ser para mí”; él dice: “No. Yo no voy a perder mi identidad. Yo no soy

Antonio Madrid. Yo me llamo Antonio Paris. A mí me respeta. A mi identidad, la respeta.

Entonces, vamos a averiguar si existe un tal Antonio Madrid y vamos a armar un problema

en todo el Sistema de Correos nacional, hasta que resolvamos esto. No puedo abrir la carta”.

Lo que viene a ocurrirle a París es un encuentro con cualquier cantidad de trivialidades

y personajes: prostitutas, mamás histéricas, peluqueros, ladrones, usureros, un tal señor Ruiz,

—que él mismo le decía: “Puede decirme Ruiseñor”—… cualquier cantidad de personajes

cómicos, que van haciendo de la historia de este personaje, Antonio París, un ícono de todo

lo que socialmente nosotros no queremos ser. Pero a través de su vista, nos damos cuenta de

lo que perdemos criticando a quien hace algo distinto. También pone muy en duda lo que es

el problema de la identidad, de la identidad personal y los deseos de socializar. Y allí, las

cosas no deben ser justas, las cosas simplemente deben “ser”, y por eso demuestra lo que

hace con Antonio París.

En esta novela los diálogos no son rutilantes. Sólo se produce un diálogo entre

estudiantes proto guerrilleros —antes de formarse las guerrillas nacionales—, y quizás ese

es el gran diálogo. Con otro diálogo que tiene con un psicólogo, en el que él después del

diagnóstico va a comprar a una librería los libros del “doctor Kafka”. El doctor —el

psicólogo, por supuesto— se burla de esta denominación. Jesús Zárate no pone a hablar al

personaje casi nunca: Jesús Zárate es el personaje, a través de la voz de un ventrílocuo, un

narrador que lo sabe todo, y que, sin el narrador, hace que Antonio París no tenga ningún

sabor, es una carne seca. Mientras que, con las palabras de Jesús Zárate, se crea toda esta

novela, que es caricaturesca, y que nos permite darnos a conocer otro costado de Jesús Zárate.

Ya no el súper intelectual, el coleccionista de ideas, robusto; sino él, en sus propios términos:

sus palabras, su concepción de la vida cotidiana, su voz.

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Es una novela que quiero que equiparen y equilibren a la hora de leer La cárcel, y no me

la sepulten, porque vale la pena.

Para cerrar, quisiera simplemente leerles una parte de una y una parte de otra, para

sacarles una conclusión. Que es lo que vine finalmente a hacer aquí: tratar de picarlos para

que lean las dos novelas y hagan el trabajo por el que vinimos a asistir.

Primero, voy a leerles en La cárcel, por ejemplo, el uso del castellano limpio en Jesús

Zárate. ¿Por qué el castellano limpio? Bueno, pues repasemos la única grosería que se dice

en La cárcel. ¡Sólo una! Cuando uno en una novela de los nuevos ve, y puede coleccionar

500, 1000 groserías. Miren cómo se produce la única grosería de La cárcel:

El hombre del carro saca ocho vestidos de presidiario, compuestos de pantalones y blusa.

Nos da cuatro piezas a cada uno de nosotros. La ropa está hecha de una tela gruesa, azul,

más propia para picapedreros que para presos.

—¿Qué es esto? —pregunta David.

—El uniforme —contesta el jefe—. Desde hoy, todos tendrán que llevarlo en la cárcel.

Mister Alba examina las blusas. En el pecho, las blusas llevan un número. A mí me tocan

las del 223. Todo esto indigna a Mister Alba.

—Leloya trabaja rápido —dice—. ¿Cuánto se ha ganado el coronel Leloya en el contrato

de estos uniformes?

Nadie contesta. Pero después de una pausa el guardián pregunta a Mister Alba:

—¿Qué es lo que no le gusta de los uniformes?

—No me gusta que la cárcel se mecanice. Yo soy preso viejo, que es como decir cristiano

viejo, o sea pecador antiguo. Quiero que la cárcel no pierda la libertad.

Mister Alba toma de nuevo la palabra. Mister Alba no quiere que haya paz.

—Yo no me pongo esta porquería —afirma.

—Eso lo veremos —dice el jefe de los guardias—. En todo caso, informaré a mi coronel

Leloya.

—A su coronel Leloya puede decirle que se vaya a la mierda —dice Mister Alba.

(…)

Poco después, Mister Alba añade en tono confidencial, dirigiéndose a mí:

—En su crónica del día, no se le ocurra repetir eso de que el coronel Leloya debe irse a

la mierda. En la cárcel y en Leloya, eso está bien. Pero dentro del protocolo desinfectado de

la libertad, no. Ante todo hay que respetar al lector.

—No se preocupe, Mister Alba —respondo yo—. Eliminaré ese pasaje. Desde que

estamos encerrados, vaciando los cubos, yo he aprendido a mantener limpia la celda.

Esta es una muestra lo que podríamos encontrar.

Y, por otro lado, quiero recordarles un pequeño pasaje de El cartero, muy curioso, que

habla sobre los intelectuales. Vamos a ver qué pensaba este señor de los intelectuales, y que

se den cuenta de las diferencias en el tono y en el humor manejado en las novelas.

Esto se produce en El cartero:

En la caja, al salir, tuvo que hacer cola detrás de dos o tres parejas. Una de aquellas

parejas hablaba en voz alta. A juzgar por lo mal vestidos que estaban, y por el arte con que

exhibían lo mal vestidos que estaban, ambos parecían intelectuales puros. «Bohemios»,

como los llamaba despóticamente el padre de Romaría.

—Entonces ¿no intervienes este año en el concurso de novela? —decía ella.

Él replicaba:

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—¿En cuál concurso? En Colombia hay ahora más concursos que novelas. En Colombia

la literatura nacional se ha convertido en un concurso de concursos. Vivimos en la cultura

del caballo de carreras, que convierte al escritor en una bestia que gana concursos llegando

primero. Vivimos en la civilización del indomable Zipa, el eterno campeón de la vuelta

ciclista a Colombia. Todo es cuestión de correr, empujar y llegar.

La cajera recibió los billetes que le entregaba. Mirando a la pareja que salía, le guiñó un

ojo a París. Parecía indicarle así que no les hiciera caso a los intelectuales puros, que lo que

ellos decían lo decían en las librerías para que todos supieran a qué atenerse respecto de las

personas cultas que visitan regularmente las librerías.

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Diálogo Central

Eduardo Zárate Rey Segundo hijo del maestro

Abogado. Invitado principal de la noche

En charla con:

Juandiego Serrano Durán

Primer plano de Eduardo Zárate Rey, leyendo un fragmento de “Fin del mundo”, cuento de Jesús Zárate Moreno.

// Foto: Néstor Cáceres Aponte.

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Juandiego Serrano Durán (letra en negrilla):

A continuación, quiero sencillamente que Eduardo (Zárate Rey) nos ofrezca una

memoria de su padre, de quién era él, cómo ocurría aquello de escribir en su morada,

al ser testigo de este proceso.

Pero que también nos cuente lo que aún no conocemos —y quizás merezca en un

futuro un estudio específico—, que es la figura biográfica de Jesús Zárate como

diplomático de este país, en el concurso de sus distintas posiciones en embajadas, como

la España de Franco, la República Dominicana posterior al régimen de R. Leónidas

Trujillo, como la Cuba de Fidel Castro y como muchos otros lugares en los que él fue

representante de la política exterior, durante el período del Frente Nacional.

Que nos hable del diplomático, del padre de familia.

Eduardo, el placer es de nosotros, el de tener tu compañía, y… quedamos a tu

disposición.

Eduardo Zárate Rey (letra cuadrada):

Bueno. Ante todo, muchas gracias a todos por asistir.

Muchas gracias a Luis Álvaro y a Juandiego, cuyo entusiasmo, ante el respaldo de los

rectores Álvaro Ramírez García y Hernán Porras Díaz, ha sido simplemente de una

dedicación que nos tiene muy conmovidos. Y ese entusiasmo no se ha aplacado. Ha sabido

encontrar su fruto.

Tú me preguntabas cómo era él como escritor. Pues… era un lector y un escritor

encarnizado. Yo creo que se leía dos o tres libros en la semana. Leía, yo lo veía, devoraba

libros, y asimismo escribía. Cuando éramos niños —él era empleado público, trabajaba en el

Ministerio de Relaciones Exteriores, a donde había llegado por influencias de Gabriel

Turbay, quien, después de haber sido derrotado en las elecciones, buscó una posición para él

desde Bogotá—, el recuerdo que yo tengo, que tenemos nosotros, es que llegaba por la noche

a la casa, comíamos, nos acostábamos, y de repente uno medio se despertaba y era el

repiqueteo de la máquina. Todo el tiempo, todas las noches, estaba escribiendo.

En aquella época, estaba escribiendo, yo creo que gran parte de los cuentos, que fueron

escritos en esa época, y fue una cosa incesante. Ya después, creo que la cosa se intensificó

más. Ya en el año 1949, al año 1954, escribía todas las semanas una columna, y además de

la columna en el suplemento cultural de El Espectador, que se llamaba “Pabellón de reposo”

y que trataba de distintos temas muy variados —entre otros uno sobre la Universidad

Industrial de Santander en concreto—, además de eso publicaba cuentos. En una edición de

esas, en un año yo encontré de tres a ocho cuentos, además de la columna semanal. Era una

producción impresionante.

Luego, hubo un tránsito a cargos en el exterior, y como mencionaba Juandiego,

estuvimos en la España de la Guerra Civil, y eso lo marcó bastante, sobretodo en sus lecturas.

Allá se aficionó a los electores de la Generación del ’98: Pío Baroja y Azorín, que

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influenciaron mucho su escritura. Estos escritores, si uno los lee hoy en día, impactan.

Impactan por la pureza del lenguaje, justamente. Por la precisión en la construcción. Esa fue

una de sus grandes influencias. Si alguien me preguntara cuáles fueron unas de sus

influencias, yo diría que fueron Azorín y Pío Baroja.

Eduardo, háblanos de lo que era la entrecasa, de estar con Jesús Zárate Moreno.

Nos has comentado que él era una persona reservada, muy adusta, que sin embargo

manejaba un humor picantísimo entre la familia. ¿Cómo era convivir en la casa de

Jesús Zárate?

Él era un hombre muy tranquilo, muy reposado. Cuando se ponía bravo, se ponía bravo,

pero nunca pasaba de una palabra enérgica. Era un hombre amoroso, generoso, pero siempre

obsesionado y dedicado a su escritura. Sobre eso no había ninguna duda. Realmente no tengo

mucho que decir sobre eso… porque había paz.

Hoy por hoy, las personas vinculadas a cargos públicos, no tienen tiempo. En esa

época había tiempo. ¿Hasta qué horas escribía?

Él tenía tiempo para todo, sobre todo para escribir. Él escribía, yo creo que empezaba a

escribir a las ocho de la noche y terminaba a las doce, una de la mañana. Eso. Siempre, sin

falta. Es un recuerdo imborrable. Y lo hacía en una maquinita portátil Remington, que

conservo. Y que todavía es lo mismo, pero (ya no suena).

Vale decir, Eduardo, que Jesús Zárate tiene tres aspectos que no pudimos incluir

en la publicación de la investigación, porque Néstor, tu hermano, nos lo envió como una

especie de premio al trabajo hecho. Pero era un ‘guardado’, que él nos tenía. Y, sin

embargo, se los quiero decir hoy. Eduardo lo sabe, y precisamente nosotros no lo

sabemos, que es la importancia diplomática de don Jesús.

Él fue nombrado Caballero de la Legión de Honor (Ordre National de la Légion

D’Honneur) del gobierno francés, el 2 de febrero de 1953, por su trabajo en

representación del Ministerio de Relaciones Exteriores nacional. Y fue condecorado con

menciones en países como Perú y Egipto. En estos tres países, él no estuvo ocupando

cargos oficiales en representación de Colombia, y, sin embargo, recibió

reconocimientos.

Cuéntanos tu opinión al respecto. Tú nos mandas una señal cuando arrancas tu

artículo o crónica sobre tu papá, titulada “La Remington”, cuando dices que es muy

peligroso apasionarse de lo que uno hace.

Si. Pues él abordó la diplomacia de una manera profesional. En aquella época se estaba

haciendo un esfuerzo verdadero por convertir la diplomacia colombiana en una diplomacia

profesional, como es en todos los países. Creo que en eso hemos echado mucho para atrás.

Muy pocos países lo contemplan de otra manera que no sea profesionalmente.

La cuestión específica de la Legión de Honor que tú mencionas, se debió a que él impulsó

grandemente la llegada de Air France a Colombia. En aquélla época —y en las posteriores—

Avianca había detentado prácticamente un monopolio sobre la aviación civil comercial, y él

logró traer a Air France a Colombia, si se puede decir de esta manera. Por ello recibió esa

mención de honor.

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Un malagueño resultó caballero…

Y de honor…

Todo este proceso de investigación fue bonito porque hay algo detrás que lo merece,

más que la investigación, que es el altruismo y el trabajo de la divulgación. Hacerlo por

otras personas, es decir, por don Jesús, básicamente.

Aquí donde ven a Eduardo, él se convirtió en un gran investigador en este proceso

y en un relector de su padre. ¿Cómo puedes describir este proceso de reacopiar a don

Jesús y de encontrar las pequeñas dudas, a detalle, y dedicarte a revalorar a tu padre?

Esa es una práctica que nunca pierde su sentido.

Gracias a los esfuerzos de mi hermano y de mi mamá, que fueron los que realmente

impulsaron el envío del manuscrito de La cárcel a Barcelona, a la Editorial Planeta, que

resultó con el otorgamiento del premio; con posterioridad, comenzamos a trabajar sobre la

obra de mi padre.

Concretamente, yo, me dediqué a rescatar las crónicas que había escrito en El

Espectador, que se habían perdido, y no teníamos copias de eso. Entonces, ahí comenzó mi

labor de investigador; y que felizmente culmina con ustedes, que han sido los grandes

promotores de esta iniciativa.

Me fui a la Biblioteca Luis Ángel Arango, y allá desenterré todo ese cúmulo de trabajo

que había allí —espero que ojalá se publique nuevamente—, y ahora con la iniciativa de Luis

Álvaro y Juandiego, he vuelto no sólo a releer esas crónicas, sino todos los cuentos, las

novelas y el teatro. Y he logrado aportar también al trabajo de ellos, cuando hemos tenido

dudas y cuando ha habido errores que hemos encontrado en las ediciones, y hemos podido

recurrir a los originales, a los manuscritos, con correcciones de puño y letra de él. Eso nos ha

aclarado el camino muchas veces.

Pero, pues, lo que puedo decir es que: quiero seguir en la labor.

Y lo haremos con los libros de cuentos, con las obras de teatro, y con los ensayos,

quizás los mayores desconocidos en la obra escritural de Zárate.

Ahora, empecemos a hablar un poco de la obra de tu padre.

Primero que todo, para quienes quieran hacer un parangón entre las novelas: con

La cárcel, después de leerla, uno se puede dar una carcajada a boca abierta; con El

Cartero, después de leerla, uno simplemente tiene que hacer (jijiji). Dar una carcajada

un poquito sagaz. ¿Cómo recuerdas y cómo relees esas obras, para dimensionarlas?

Pues yo, puedo agregar muy poco a lo que dices, muy elocuentemente.

Pienso que, en términos muy generales, yo podría decir que La cárcel es una obra de

expresión, y El cartero es una obra de introspección. En esos términos muy generales, yo

definiría así a esas dos obras, para llegar, un poco y siempre, a los mismos temas. Así como

en La cárcel los temas centrales son la justicia y la libertad, en El cartero también lo son.

Esos temas también se trabajan muy fuertemente.

Y para ustedes los investigadores —no sé si lo notaron o no, y yo lo noté recientemente—

, gracias a esas relecturas, en un cuento que a mí me parece uno de los cuentos más logrados

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de él, que se llama el “Fin del mundo”, encontré el germen tanto de El cartero como de La

cárcel. No sé si lo notaste...

…No.

Pues yo tampoco lo había notado, hasta ahora.

En sí, cuando uno lee a don Jesús, las obras tienen muchos gérmenes. En el caso de

lo que nos comenta Eduardo, nos está comentando que, en El cartero, a pesar de que el

hombre está en la libertad, se encuentra encerrado, está cercenado. Y en La cárcel, da

la sensación de que los presos la pasan muy bueno allí, encerrados. Es esa sensación.

Y lo otro, es que, en el caso de El cartero, hay un cuento anterior, en la antología El

viento en el rostro, que se llama “La carta”, en el que se propone lo mismo. El señor

Lessing, que es un hombre que vive en Canadá y que antes vivía en Manhattan y que

pertenecía a las pandillas de Nueva York, está con su criada —un cuadro similar— y

recibe una carta, que había escrito hacía quince años en Nueva York y que consideraba

pues su salida de la vida pandillista. Cuando regresa, la vida se le convierte en un

problema.

Y en el caso de La cárcel —tú también nos lo has comentado—, hay otro germen —

es más, acabamos de recibir el mecanógrafo, algo que celebramos mucho, siendo la

última obra de teatro que nos faltaba acopiar— que es Nuestra adorada cárcel. Es

precisamente un germen, junto a “El día de mi muerte”, el cuento en el cual un preso

relata su salida a la libertad.

Y en “Fin del mundo” también.

Hay un hombre humilde, de un pueblo. El inspector de higiene lo conmina a que instale

un retrete en el rancho, pero él no tiene dinero. Entonces, el inspector lo pone preso, lo

detiene.

Justamente aquí está la narración.

Le pregunta: “¿Su nombre?”, y le responde: “Macario”. “¿Y su apellido?”. “Macario”.

Y le dice: “O yo estoy loco, o usted se está birlando de la autoridad. ¿Su apellido?”. Y dice:

“No tengo apellido. ¿Han perdido los hombres el derecho a no tener apellido?”.

Y en El cartero, es todo lo contrario. Él (el personaje), insiste en su apellido.

Lo defiende a morir.

Por otro lado, hace poco hablábamos de cómo poder interpretar a Jesús Zárate,

respecto de los otros autores que en Santander ya tenemos una idea, a pesar de su escasa

lectura y difusión —por las pocas personas que están a cargo de esta tarea—, como lo

pueden ser Tomás Vargas Osorio, Pedro Gómez Valderrama, y demás.

Y decíamos que Tomás Vargas Osorio, quizás, pone a hablar a la montaña. Le da

voz a ella. Mientras que, en Jesús Zárate, la montaña no habla: hablan “los de la

montaña”. Es la lengua social la que se expresa en Jesús Zárate, y por eso sus distintos

matices, visos y maneras de identificarse.

¿Cómo te puedes referir a la obra cuentística, que aquí acabamos de abrir? Es un

capítulo en el todo de don Jesús.

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La obra cuentística, sí. A él lo apasionaba el cuento, el relato corto. Siempre lo escuché

decir que quería hacer una novela, pero pues ese, es otro proceso. Pero en la obra de los

cuentos, él era feliz escribiendo cuentos.

De hecho, yo he encontrado inéditos, por fuera, en borradores absolutos, una cantidad de

cuentos escritos en una sola página, ¿no? Digamos, el esquema del cuento.

Aparte de que me encantan, no sabría qué decirles sobre los cuentos, sobre su obra

cuentística.

Uno de mis preferidos es el “Fin del mundo”, un cuento muy bien estructurado, muy bien

concebido, y muy trágico. Muy trágico. Este hombre, cuando está detenido, se encuentra en

la cárcel con otro detenido —ahí aparece la rata, brevemente [entre risas, da a entender la

analogía con La cárcel, cuya primera parte se denomina “La rata” y el animal se convierte

en un protagonista secundario pero constante en la historia]—, y este hombre lo convence de

que se va a acabar el mundo. Le muestra un papel impreso que dice “Se va a acabar el mundo,

todo el mundo debe reunirse, arregle sus asuntos, que se va a acabar el mundo”. Y este

Macario se lo cree a pie juntillas. Cuando sale de la cárcel, se va a donde la mujer y le dice:

“Nicasia: vamos a vender todo, porque se va a acabar el mundo. No le vamos a contar a nadie,

pero vamos a vender todo, nos vamos a dar una buena vida, porque pues… se acaba el mundo

dentro de tres meses”. Entonces, vende, y cuando vende, vende con el pacto de que se queda

en la casa durante tres meses. Pero llega la fecha, y no se acaba el mundo.

Sé que es muy difícil de esgrimir. Nos dices que tu cuento preferido es el “Fin del

mundo”, una de tus narraciones preferidas. Pero ¿recuerdas alguna frase, máxima,

cláusula, alguna mención que te haya entrado a la memoria de tu padre, de la obra en

general?

No, pues podría citar muchas cosas de la obra en general, pero no los quiero aburrir.

Pero sí cabe destacar que, en todas estas obras, a pesar de los temas trascendentales que

él trata: la identidad, la justicia, la libertad, la inequidad, la corrupción, la ineptitud de los

gobiernos —él es muy claro en eso—… a pesar de todo, dentro de todo eso, siempre, siempre

hay un gran sentido del humor. Hay un humor tremendo. Eso también está en las obras de

teatro.

Casualmente esta tarde, antes de venir, estaba revisando una obra que se llama La flecha

y la espada, que trata de unos misioneros que se van a la selva a estudiar las tribus indígenas.

Pero son capturados por los indígenas, resulta que son caníbales. El experto indigenista que

iba con ellos consideraba que no eran caníbales, pero esta gente se encuentra con que sí eran

caníbales. El experto Lope de Colmenares —como se llamaba—, estaba equivocado. El

hecho es que, el primero que termina en la olla es el doctor Lope de Colmenares. En medio

de la jocosidad de la situación, se hablan situaciones que se insinúan bastante serias.

Descubren que en la tribu tienen un peculiar sistema de autoridad social, y es que la autoridad,

la ejercen los niños, porque son inocentes. Los mayores son culpables, son corruptos.

Entonces, la autoridad de la sociedad la ejercen los niños, y la justicia la ejercen las mujeres.

Entonces, los tribunales están compuestos por mujeres, y es un matriarcado. Es una reina la

que domina todo esto, y entonces hay una situación en la que los invitan al banquete, a

consumir a su compañero de expedición, al doctor Lope de Colmenares. Llevan cuarenta

días, prácticamente, sin comer. Están desesperados, han estado cautivos. Y a uno de ellos le

dicen que sí, que tiene que ir al banquete de Lope de Colmenares. El uno le dice: “¡Prefiero

la muerte!”. Y el otro, dice: “Yo prefiero a Lope”.

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No habían comido… estaban desesperados.

Eduardo: no visitabas Bucaramanga desde tus quince años…

Sí. Ese paseíto que nos diste hoy fue muy grato. Poder ir a la iglesia de la Sagrada

Familia, donde se casaron ellos, mi papá y mi mamá; ver el Club del Comercio, donde —él

a veces lo relataba— tenían tertulias con sus amigos, con Gabriel Turbay, con los Espinosa,

en fin. Y el Hotel Bucarica, que fue a donde vinimos esa vez, con mi papá y mi mamá. Nos

trajeron para que conociéramos Bucaramanga, porque no la conocíamos. El Hotel Bucarica,

gracias a Dios, fue preservado justamente por la Universidad, y está exactamente como yo lo

recordaba, y eso ha sido muy grato. Pero veo pues que la ciudad que yo vi en esa época fue

otra, a la de ahora. Es monumental el progreso de Bucaramanga. Estoy verdaderamente

impresionado, muy bien impresionado.

Estás con Mariana, tu hija…

Mi hija, sí.

Entonces, quisiéramos cerrar —también haciendo una memoria— con alguien que

está exhibido en la exposición.

Los invitamos a que se dirijan a leer algunos apartes de prensa curiosos, algunas

fotos. Los rasgos y los gestos de la pareja y de la familia Zárate Rey, que expresan

mucha serenidad, autenticidad en ese sentido.

…Háblanos de Alicia, tu madre.

Pues, ella fue una gran compañera… una gran compañera. Mi papá llegó de Málaga a

Bucaramanga, y la conoció. Ella era huérfana de madre en ese momento. La casa de ella era

La Quinta Estrella, y entiendo que todavía sobrevive esa casa. Ella fue su faro, su gran crítica

literaria, su apoyo a todas las actividades de la vida. Ella, era el ancla que mantenía el hogar.

Y ejercía la crítica literaria con rigor. Él decía que no podía escribir nada sin que antes ella

lo viera. Creo que esa es la parte más importante.

Era la principal intérprete de la letra endemoniada de don Jesús…

¡Además, sí! Después, cuando ya murió, y empezamos a trabajar sobre los manuscritos,

ella era la única que los podía descifrar.

Hoy día, ahora, cuando hemos hecho esta labor, yo digo: “¡Ay mamá! ¿Dónde estás?”.

Era imposible. ¡Tenía letra de médico!

Podemos decirles que Jesús Zárate fue un malagueño nacido en 1915. Llegó a la

ciudad, a Bucaramanga, a sus diecisiete años (en 1932). Se dirigió (a desarrollar labores

para el Ministerio de Relaciones Exteriores) a Bogotá, en 1942, y desde 1947 comenzó

su periplo por los países del exterior. Se casó con doña Alicia en 1940, y quizás el

documento más importante de la undécima entrega de la Revista de Santander, es el

poema que le dedicó a doña Alicia, “Poema en seis suspiros”.

Antes de cerrar, cuéntanos Eduardo: ¿Por qué él quería destruir el poema?

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Él quería destruir el poema porque le parecía malísimo. Él lo escribió muy enamorado,

pero entonces, él me decía dos cosas. Primero: “No hay que escribir sobre las cosas que uno

quiere”. Salen siempre mal. Y segundo: “No cometa poesías”.

Finalmente, nacieron en la década de los cuarenta, en Bucaramanga, Néstor, y en

Bogotá, Eduardo; y en Los Ángeles, ya en la década de los cincuenta, Alicia, la tercera

y última hija de Jesús Zárate.

Él falleció en Bogotá en diciembre de 1967. Don Jesús falleció, pero aquí estamos,

casi cincuenta años después, reviviéndolo. Así que los invitamos a que se apasionen. En

el showroom, en la salita contigua, quien quiera adquirir una novela, lo puede hacer; y

podamos departir con una copa de vino, este momento especial. Que, como lo podemos

ver, el sacrificio vale la pena en la vida de una persona, para que nosotros, ahora, se lo

reconozcamos.

Eduardo: cerramos esta sesión con tus palabras…

Ante todo, tengo que repetir que les agradezco mucho su atención y su paciencia.

Y de nuevo, mil gracias a Luis Álvaro y a Juandiego, y al rector y a la Universidad, este

homenaje. Francamente me tiene muy conmovido.

Y creo que va a ser el nuevo lanzamiento de estas obras, porque estaban verdaderamente

olvidadas. Para nosotros, fue maravilloso que fuera el departamento de Santander el que

liderara este proceso, de rescatar todos los valores culturales de Santander. Entre otros, para

mí, la obra de mi padre.

Entre otras, él escribió —y les voy a dar una copia de eso—, en el año cincuenta,

justamente una nota en el periódico El Espectador, sobre la Universidad Industrial de

Santander. Y decía al final, cosa que yo también secundo:

Ahora solo falta que las realizaciones de la Universidad Industrial de Santander

correspondan a sus altos propósitos, y que la revolución espiritual que allí se está gestando

lleve a todo el país un sacudimiento que lo libere del letargo académico secular, que despierte

su fe, que mueva sus energías, que estimule sus ambiciones.

Zalacaín (Jesús Zárate Moreno), 3 de julio de 1953.

Eduardo Zárate Rey junto a su hija, Mariana.

// Foto: Juandiego Serrano Durán.

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