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LA BASÍLICA DEL BASILISCO

N. C. Rhodes

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“Descendientes de la fábula prohibida, que la tinta escrita sea quien rompael primer sello llamado realidad...”

— Daniko, La Hiena De Babilonia

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ÍNDICE

PRÓLOGO

PRIMER ACTO

SEGUNDO ACTO

TERCER ACTO

EPÍLOGO

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PRÓLOGO

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En medio de una melodía disonante las gotas de lluvia caen al vacío, en medio de un día sin color,el gris se apodera de todo aquello que está a la vista, en medio de aquel día lúgubre dos mujeres,madre e hija, se hallan frente a un agujero en la tierra. En el aire una sinfonía se eleva, laslágrimas se confunden con gotas opacas y melancólicas, ruedan una a una, en cantaros, por susmejillas, y caen al suelo. El momento en que pisaron el suelo dentro de aquel terreno supieron queninguna estaba preparada para esto, su corazón hervía, sus latidos hacían vibrar su piel y susmanos temblaban ante su impotencia. Una vez lo habían tenido todo, y ahora no tenían nada. Labrisa tempestuosa simulaba una risa oscura y pagana, en algún lado un profano y sádico dios reíaante las desgracias de estas dos mujeres, y en ellas solo quedaban deseos hechos trizas y carcasasautónomas sin motivo y razón para vivir. Sin embargo, en el ruido de la tormenta se ocultaba algomás que el despreciable destino del hombre, y en ella, aquella mujer distinguió un sonido quejamás podría llegar a olvidar: una canción y el sonido de un ave que parecía entender su dolor.

El tiempo se deslizaba entre un cielo en penumbras y la pálida piel de lo que antes eran dos sereshumanos. La felicidad y el goce eran ya tretas de una memoria pasada, una carga incontenible quepresente en todo momento hacía que sus cuerpos se encorvaran en dolor. Una fugaz reminiscenciade lo que antes había sido era lo único que quedaba después de un futuro miserable. El palpitar deun corazón irradiado de amor yacía ahora mudo y carente de energía. Un hombre que había amadocon todo su ser era la verdadera naturaleza de aquellos vestigios de carne depositados en el ataúd.Un agujero enorme poco a poco fue cubierto por la tierra, unas campanas a lo lejos sonarondemostrando su compasión por aquellas dos almas que ahora caminaban obligadas sobre la faz dela tierra. Un cuervo se posó encima de la cruz que hacía las veces de lapida, sus ojos,sorprendentemente humanos, miraban incansables el pesar que retorcía el espíritu de las mujeres.Que cruel es el mundo en el que viven los humanos, y aún más cruel es el karma que depara paratodos ellos. En el momento en que aquella chica levantó su cabeza sus ojos cruzaron miradas conel cuervo y se perdieron en medio de su fulgor. Aquel momento sería la última vez que de surostro rodara una lágrima, aquel momento sería la última vez que caminaba por el sendero que sudestino le había labrado. En un mundo sin normas ni dioses la voluntad de los hombres tuercerápidamente el más férreo de los hilos del destino. La chica escuchó nuevamente la siniestramelodía y como barco inmerso en el altamar su conciencia divagó por el océano de oscuridadpara no volver; ella no sería la misma de antes, el mundo no sería el mismo de antes.

Miró nuevamente la lápida y en ella solo pudo ver un recordatorio de su propia frustración. Ellaera la culpable de aquel resultado, aunque eso no fuese cierto, y ella debía pagar por sus pecados,así como otros también debían hacerlo. Su reticencia a actuar, su abstención en los momentos decrisis, esos eran los culpables de tres homicidios: el de aquel hombre, el de ella misma, y el de laotra mujer. Aunque las dos mujeres siguieran vivas jamás volverían a ser las mismas. Aunqueaquel cielo se disipara, una vez volviera el sol se harían evidentes sus cicatrices. Aun así,irremediablemente rotas, ellas pasarían la página; ese día, ella pasaría la página. Algún día, anteotra crisis, se demostraría a si misma que merecía vivir, la crisis, todavía por venir, sería laprueba a su fortaleza, a su devoción, a su voluntad. Jamás permitiría que se repitiera un nuevodesastre, no en su presencia. El cuervo solo pudo ver su rostro y dejar escapar un graznido decomplacencia. Si ella aceptaba el camino que tenía por delante entonces el futuro todavía

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esperaba a aquella madre y aquella hija.

El cielo sintió la determinación de la chica y de él dejaron de brotar lágrimas de compasión. Unamadre y una hija se abrazaron fuertemente y prometieron seguir adelante, por su memoria, lamemoria de un padre y un esposo. En su nombre una nueva vida sería construida por cada una deellas, sin embargo en su apellido solo el olvido podría otorgarles la libertad. Ellasdesaparecerían de este mundo, como debían de hacerlo. Ellas morirían ese día junto con su seramado, y renacerían en otras ropas y en otros lares. Esa fue la promesa que hicieron en el nombrede su amor.

La chica se despidió de la otra mujer, que fue subida por ella en un carro y se adentró en elcementerio que guardaba en sí mismo los secretos de sus antepasados. El cuervo representabapara ella el inicio de su nuevo yo. Y como aquel rebaño que sigue a su pastor, aquella chica siguióal cuervo, que volaba de lado a lado entre tumbas y mausoleos. El lugar adonde iría a parar era elresultado de muchas coincidencias, o quizás, de la intervención de algún dios blasfemo. En elcentro del cementerio una imponente tumba se erguía con sobriedad, en medio de una puerta demadera y detalles dorados aquella chica vio perderse al cuervo que con presteza descendió a lascatacumbas. Al final de un interminable recorrido encontró otro ataúd, y una habitación circulardonde el frío helaba los huesos y la luz no tenía lugar. El cuervo, inmóvil, esperaba en la tapa demármol desgastado que cubría al ataúd.

La chica se acercó con cautela, en medio de la oscuridad sus sentidos se perdían como astros en elespacio. Sus pasos, lentos y acompasados, retumbaban en las paredes de lo que parecía ser unaantigua tumba. Cuando la muchacha buscó alguna inscripción solo pudo notar que lo que anteshabía sido grabado, ahora se encontraba perdido debido a la erosión de la piedra. En cuanto seperdió dentro de sus pensamientos, un sonido rítmico la trajo de vuelta: el cuervo picoteaba cadatanto la superficie de mármol que separaba el contenido del ataúd y el exterior. Cuando el cuervoy la chica cruzaron miradas pudo entender el mensaje que el ave parecía estarle transmitiendo:ábrelo.

Sus delicadas manos deslizaron la tapa del ataúd, y aunque costó algún esfuerzo inicial el objetivofue cumplido. Solo sorpresa y desconcierto ocupaban la cara de la chica, solo una caja de maderagrabada, con una letra que ella distinguiría de entre un millar, se encontraba dentro de la tumbavacía que yacía frente a ella. Esa era la letra del hombre que una vez le había dedicado todo suamor, esa era la letra del padre y esposo que las dos mujeres habían estado velando.

El impulso natural de la mujer fue abrir la caja, y en medio de su emoción tomó en sus manos unacarta y la empezó a leer. Su cabeza se sentía atontada, sus lágrimas, mezcla de tristeza y alegría,caían de tanto en tanto sobre la carta y el contenido de la caja. Aquella letra tenía su nombre,aquella letra contenía la última voluntad del hombre. La caja era un regalo, su regalo, y lamanifestación del único deseo que ese hombre, ahora muerto, tenía. En ese día la fortuna habíahecho las veces de intermediaria, y aquel día ese cuervo de ojos amarillos había intercedido en elmundo de los hombres.

En aquella caja brillaba un hermoso jaspe marrón, parte de una pulsera dorada que era difícil dedistinguir en medio de la ausencia de luz. El brillo de aquella piedra preciosa opacaba el interiorde la caja, que se difuminaba entre las sombras. Y para aquella chica esa caja guardaba elrecuerdo de ese hombre. En ese instante, con sus manos cerró la caja y la abrazó, en ese instante,con sus piernas, danzó al son de una misteriosa canción y el graznido de un ave que se regocijaba

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de haber cumplido su cometido. En aquel momento la chica entendió que solo en ella quedaba lavoluntad de seguir adelante, y en aquella cripta comprendió que viviría, por su bien y el de la otramujer, porque esa era la última voluntad del hombre. Y en cuestión de unas horas ella sería otrodía, y ese día sería el más brillante de todos. En aquella catacumba oscura y ruinosa una voluntadinquebrantable nacía y se preparaba para afrontar el futuro inestable que asechaba su existencia.Aquella noche sin estrellas fue el nacimiento de la solución a un problema sin salida, y una crisissin precedentes. El día en que su voluntad sería puesta a prueba había empezado su cuentaregresiva.

En la inmensidad del abismo, los ojos de una bestia desenfrenada se posaban sobre su próximapresa, y el eco repetía en trance las carcajadas de un pecador.

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PRIMER ACTO

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I

El primer rayo de sol que entró a la habitación se posó receloso en el bello rostro de una mujer. Elcielo estrellado se difuminaba entre naranjas y amarillos, la penumbra que cubría la ciudad seempezaba a disipar entre el grito de un misterioso gallo y el onírico mundo que todavía atrapaba aun femenino cuerpo en estado de somnolencia. Sus brazos y piernas navegaron con parsimonia enlas sabanas de seda, los sonidos del exterior empezaban a ser procesados por su mente entrecanticos gregorianos y campanazos que daban inicio a la ceremonia de las seis. Al momento delsexto campanazo el cerebro de la mujer aterrizó salvaje en la realidad que le esperaba en un díacomo este. Así fue que por vez primera sus ojos se abrieron en ese noveno día del noveno mes.

La adrenalina inundó su cuerpo y en un mecánico accionar sus motores dieron inicio a la rutinadiaria. Con gentil gracia se deslizó entre la brisa que entraba por el balcón y en medio de apurosingresó al recinto desde el cual empezaba a brotar agua caliente. La prístina agua recorría cadacentímetro de su esbelta figura, la inmaculada luz destellaba en reflejo de su piel clara y tercia, enaquella ducha el canto angelical del exterior se percibía en concordancia con los movimientos deaquel cuerpo danzante. El fluir del agua se detuvo abruptamente a la par de los deseos de la mujery su mano, rodeada de un haz luminoso, se encaminó al exterior. En sus gráciles manos tomó untejido de complejo ornado y en segundos el roce distintivo del algodón fue determinado por sucuerpo. Un caótico orden enlazó los movimientos de la mujer, que afanosa dedicaba esosmomentos para reprocharse la gran equivocación que había sido dejarse enredar por los brazos deMorfeo. Ese día, el único día que en realidad importaba, ella había cedido en cuerpo y alma a losplaceres mundanos de la pereza. Y cuanto se maldecía internamente por ello.

Su silueta recorrió con agilidad el cuarto donde se encontraba hospedada, y en cuestión desegundos unas puertas de madera fueron abiertas de par en par. A la vista se encontraba un trajeelegante y suntuoso que resaltaba su esencia angelical. Aquella vestimenta había sidoseleccionada expresamente para acompañar su labor en aquella ciudad de santos y milagros. Suvestir debía representar la importancia de sus méritos, y el legado que traía consigo comorepresentante de una lejana tierra. Se introdujo en las hermosas piezas y con la elegancia de unave sus elementos corpóreos se encontraron pronto a salvo dentro de la delicada tela. El tiempo,sin embargo, parecía fluir con la desidia de quien no quiere la cosa, y por ello la mujer agradecíainternamente.

Se acercó con reverencia a una hermosa caja de madera grababa y de ella extrajo sus contenidoscon la devoción de un siervo. En su muñeca se posó prontamente una pulsera dorada que poseíacomo centro de la pieza un brillante jaspe marrón. En su trance matutino solo pudo darle un beso ala roca y guardar rápidamente el contenido sobrante de la caja dentro de su chaqueta.

Ella estaba preparada para todo aquello que tuviera que afrontar ese día, o al menos, eso deseabacreer. Y en medio de su retahíla de pensamientos una puerta se cerró con energía y sus piernasempezaron a recorrer con rapidez el pasillo externo a su habitación. En el momento en que sucuerpo abandonó el hotel donde se hospedaba las ruedas del destino empezaron a girar con fuerza.En medio de una apresurada, pero grácil carrera, se encaminó a su objetivo: una construccióninmensa con gran cantidad de ornamentos tallados. La estructura, de proporciones colosales, sepercibía a kilómetros del lugar, el astro rey se posaba en la cima de su cúpula y la sombra de una

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gigantesca cruz iluminaba la plaza que antecedía el sacro templo. La mujer esquivaba como podíalos cuerpos que así como ella, ejecutaban un sinfín de movimientos en pro de llegar a su destino.Sin embargo esto no evitaba que aquellos ojos femeninos se deleitaran de una incomparable vista,una ciudad construida de cero hace ya unos cientos de años que brillaba con un halo celestial,inseparable de su propia naturaleza. Las figuras religiosas adornaban cada esquina que era dejadaatrás por una alterada mujer, consciente de sus responsabilidades y sin embargo, no ajena a labelleza que como imán atraía la mirada de todos los visitantes de aquella capital. En esa ciudad seconcentraba una de las mayores energías espirituales en la historia de la humanidad. Y elepicentro de la divinidad que se expandía entre calles de roca y conglomerados en ropaslitúrgicas era aquella edificación a la que la mujer debía llegar en cuestión de minutos. La míticacapital de los milagros era el lugar desde donde daba inicio la historia de una reunión sinprecedentes, y también una crisis nunca antes vista.La Mujer del Jaspe se detuvo por un segundo ante el perímetro de seguridad establecido alrededorde la plaza y la construcción. Se acercó con cautela a la entrada principal del acordonamiento y desu bolsillo sacó una identificación que presentó ante un oficial de rostro ajado y añosconsiderables. El oficial la rechazó ante la presentación de la Mujer del Jaspe y le indicó que talrequisito no resultaba necesario. Su nombre se encontraba en la lista de ingreso que contenía aaquellos invitados al evento que se realizaba. Eso y nada más, era prueba de su pertenencia dentrode aquel lugar.

La Mujer del Jaspe dio las gracias y, atendiendo a las indicaciones del hombre, se desplazó endirección a una alfombra roja que continuaba desde el acordonamiento hasta las puertas de aquelinconmensurable recinto. Era la primera vez que veía en persona el monumento divino másimportante en toda la región: La Basílica.

En el exterior una estructura de blanco y vistos dorados daba la impresión de brillar a la par delos rayos del sol. El aura que acumulaba a su alrededor engañaba los sentidos y los sumergía enun viaje sensorial, desde donde los cantos sacros y las liturgias magnas eran proferidos connaturalidad. La Basílica era uno de los monumentos arquitectónicos más importantes de todos lostiempos, su carga espiritual y su majestuosidad dejaban sin aliento hasta al más escéptico. Y enaquella alfombra roja por la cual se desplazaba la Mujer del Jaspe caminaban también otrasentidades, producto de la reunión que tendría lugar en pocos momentos.

Vistosos trajes, elegantes vestidos, ropajes reales y colores variopintos eran la norma dentro delconglomerado que ingresaba a paso calmo por la entrada principal. La Mujer del Jaspe se dejóimpresionar poco a poco por el ambiente que empezaba a tomar forma desde el camino debienvenida por medio del cual transitaba. La pasarela roja era precedida por multitudesinnumerables que se negaban a retirar sus ojos de los personajes que cada tanto saludaban a lapoblación. Un saludo era lo único que bastaba para que un millar de voces gritaran en unacacofonía de alabanzas y maldiciones. En dicho sitio cada individuo tenía sus favoritos y susdeleznables, así como en cada hogar existía una concepción diferente del actuar de cada integranteque hacía parte de la reunión. Para la razón y el corazón un conflicto eterno siempre existiría entanto se mezclara lo personal y lo profesional. Y aquellos hombres y mujeres partícipes del eventoeran por excelencia la definición de esa mezcla. Al fin y al cabo sus vidas siempre estaríansometidas al escrutinio público, y sus acciones serían la representación de la voluntad demillones. Tal es la virtud y maldición de un gobernante.

La Mujer del Jaspe terminó de recorrer la alfombra roja, y por un momento miró hacia atrás para

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dejar escapar una plegaria de sus dulces labios. Ella se encomendaba hoy a su ángel personal,aquel que le había dejado como legado esa caja, y en medio de sus nervios y ansiedad le pidióque la iluminara para sacar adelante todo aquello que dependía de ella. En dicha reunión seestarían jugando mancomunadamente más de un destino.

El sol abandonó la silueta de la mujer y con el sonido estrepitoso de una estampida las gigantescaspuertas se cerraron ante el ingreso del último miembro faltante. Antes de cerrarse por completo laentrada, la mirada de la Mujer del Jaspe se cruzó con los ojos amarillos de un cuervo en la plazacentral; definitivamente él estaba observando.

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II

La primera impresión que tuvo la Mujer del Jaspe fue una de asombro, seguida de una solapalabra: majestuoso. En el interior se hallaban murales de vibrantes colores con escenas de santosy ángeles, diversas alusiones a un mesías y su sufrimiento eran también pinturas destacablesdentro del sobrio sitio. En aquella entrada principal parecía congregarse un grupo considerable depersonas que abstraídos en las obras de arte, comentaban entre sí como críticos expertos en eltema, aunque no lo fueran. El Vestíbulo Real que ella observaba era sin ninguna duda lo máscercano al paraíso en aquella tierra de hombres y mujeres, y aun así, en medio de la santidad y lavirtud se cocinaba un infierno.

El motivo de visita de los visitantes, así como el de la Mujer del Jaspe, era el mismo: una reuniónque ante ojos externos podría considerarse normal, una cumbre de gobernantes, enviados yrepresentantes. La verdad, todavía por presentarse, evadía los pensamientos de los personajes enaquel lugar. Entre conversaciones nimias y cumplidos banales se distinguían comentariosreferentes al asunto, y según lo que la Mujer del Jaspe podía escuchar, para nadie era claro elmotivo por el cual su anfitrión del día de hoy los había convocado con tanta prisa.

No solo los motivos de la reunión parecían carecer de peso, también era extraña la presencia detantos representantes en un solo lugar, y esto solo se hacía más evidente cuando entre ellos seencontraban miembros con grandes rivalidades y discordias. La Mujer del Jaspe solo podía intuirque aquella reunión, programada con tanta urgencia, presentaba señales de alarma, y su intuiciónrara vez fallaba.

En el recinto el contraste entre humanos inestables y arte perfeccionista era palpable. El ambientepresentaba desde los inicios un vaho caótico que daba a entender las grandes diferencias entre laspersonalidades asistentes a dicho evento. Aunque por el momento la situación parecía fluir sinaccidentes, la impresión de la mujer era que todo podía cambiar en un segundo, y estabaagradecida que ese segundo todavía no hubiera ocurrido.

La preocupación ocupaba buena parte de su mente, pero decidió concentrarse en apreciar el artecomo algunos otros para evitar crear mayores tensiones. Los retratos, las esculturas, los frescos ylos crisoles mostraban todos referencias religiosas. Algunas pinturas se veían más recientes queotras pero fácilmente era posible asegurar que la edificación se mantenía fiel a los diseñosoriginales con los que había sido creada. La Basílica solía estar abierta al público en ciertoshorarios y en las ceremonias religiosas pero su acceso era restringido solo a la cámara principal yal vestíbulo en el que aquel grupo de personas se encontraba divagando en esos momentos. Losminutos pasaban y entre los personajes la mujer podía escuchar comentarios acerca de la demoradel anfitrión y su descortés impuntualidad. Era claro que la hora citada para la reunión empezabaa quedarse atrás.

La Mujer del Jaspe cambió su centro de atención y decidió tratar de escuchar algo más en lasconversaciones que fluían en sus alrededores. Cualquier información adicional podría serdecisiva al momento de realizarse la reunión, especialmente si lograba averiguar más sobre eltrasfondo de esta. Además de las típicas conversaciones sus oídos pronto percibieron una vozmasculina que narraba algunos hechos de años pasados. Fue esta situación tan peculiar la que le

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hizo detenerse y seguirla escuchando.

El hombre hablaba de un incidente escandaloso que había ocurrido en una región al sur del lugardonde se encontraban. Una de las mujeres que se encontraban en el Palacio de Invierno almomento de una visita diplomática había sido atacada por un hombre en las inmediaciones dellugar. Según el hombre el asunto había alcanzado la prensa debido a que aquella mujer seencontraba saliendo con el hijo del gobernante de dicho sitio y todo el asunto se hizo público,dañando la imagen de la reunión diplomática y sus participantes.

Para la Mujer del Jaspe aquel asunto de la imagen pública era ajeno a su situación, y aquellanarrativa le hizo pensar en el peso que debía tener para los gobernantes el que fueran envueltos enuna situación indecorosa o cuestionable. La mayoría de los allí presentes eran los líderes de cadauno de sus lugares de origen, y poseían esta carga adicional en sus hombros. Por otra parte, en elcaso de algunos líderes que no habían podido asistir, se habían enviado representantes para queestuvieran al tanto de la situación. La Mujer del Jaspe era uno de ellos.

Su presencia en aquella reunión se limitaba a escuchar lo que tenían que decir aquellospersonajes, comentar una u otra cosa, y retirarse con la mayor presteza posible para informar alalto mando el motivo de la reunión y como proceder ante aquello que surgiera en esta, eso y nadamás. Aunque para ella esta era una oportunidad de oro para demostrar sus capacidades y quizás,lograr una mejor impresión en el gobierno del cual era parte.

En los últimos años se había enfocado en escalar con paso seguro las ramas de aquella líneaserpenteante que era el órgano estatal. Aunque al inicio sus intentos habían sido infructuosos, pocoa poco la suerte le fue sonriendo y con esfuerzo y dedicación había conseguido ser una ayudaapropiada para las labores gubernamentales. Ahora, con este evento sobre la mesa, era claro quetenía que entregar resultados; ante sus ojos esta era la oportunidad que había estado esperando.

Las voces empezaban a alzarse en medio de comunicaciones grupales y ante la ausencia delanfitrión, el cotilleo parecía tomar más y más fuerza. La Mujer del Jaspe, en cambio, se dirigiócon paso calmo a la mesa de bocadillos, no había tenido oportunidad para desayunar y en esosmomentos dicha decisión empezaba a pasar cuenta de cobro.Tomó en sus manos un canapé de color claro y lo llevó a su boca, en cuestión de segundos elbocadillo desapareció y no le quedó otro remedio que tomar otro ante la negativa de su estómagoa calmarse. Esta vez alcanzó con sus dedos un rollo de color salmón con algunas finas hierbas ensu superficie. A diferencia del primer bocadillo, que era de textura tosca y sabor dulce, esta vezun bocado le dio a entender un sabor ligero y salado que se deslizaba con cautela por su lengua. Ala mujer le pareció curioso lo mucho que se asimilaban los bocadillos a las personas en aquellugar, todos diferentes en personalidad y forma. Por último decidió tomar de una bandeja de plataun pastelillo brillante de colores vistosos, el bocadillo se veía mejor que cualquier otro enaquella mesa y parecía asimilar el halo celestial que emitía el lugar santo. En medio delresplandor dorado que emitía el glaseado y la crema blanca, percibió lo que parecía ser unaesponjosa masa color ámbar que hizo retumbar su estómago en señal de protesta. Definitivamenteiba a comerse aquel manjar y lo disfrutaría cada segundo.

Cuando le dio el primer bocado la expresión de su rostro cambió y su interior se revolvió conintensidad, el sabor de dicho tentempié era completamente distinto a su exterior: una textura deladrillo y una amargura nefasta. Maldijo por probarlo y tomando una servilleta escupió lo que seencontraba en su boca para después tirarlo en un cesto de basura junto con el resto del pastelillo.

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Ese pastel era aún más certero que los otros, las apariencias engañan y la Mujer del Jaspe se viorecordando aquella lección, que parecía perfecta ante la presencia de los regentes presentes endicha reunión.

Conocía de buena mano por sus superiores que más de uno de ellos era diferente a lo que suimagen pública dejaba ver. Actitudes odiosas, impulsos caprichosos y desprecio sin precedenteseran algunos de los rasgos reales de dichos personajes. No podía dejarse engañar en aquellareunión o de lo contrario terminaría pagando el precio cuando volviera de la congregación. Todostienen algo que ocultar, y matarían por evitar que sus secretos salieran a la luz. La mujer terminópor alejarse de la mesa con rostro de disgusto y pensamientos negativos. Aquella mañana queavanzaba con lentitud había dejado de parecerle bella y era ahora algo un tanto más tedioso, y leechaba la culpa a ese horrendo bocadillo.

La retahíla de quejas de la Mujer del Jaspe fue interrumpida por el sonido de trompetas y unamelodía estridente, que recorrió cada rincón del vestíbulo. Los rostros de los invitados voltearonen dirección al sonido y en un balcón superior desde el cual bajaban unas escaleras en mármolblanco encontraron la fuente del ruido. Un grupo de siete músicos interpretaban la melodía conuna pasión casi antinatural, sus ropajes de colores rojos y dorados bamboleaban de lado a ladobajo el compás de las vibraciones. Unos rollos de tela roja se dejaron caer desde el balcón paraformar banderines en los que pronto apareció el logo de aquella región. Dos llaves resaltaban enel escudo, que acompañado por los colores blanco y rojo simbolizaban la espiritualidad de unreino divino. En dicho balcón se concentró la atención completa del recinto, y para cuando lamúsica terminó, uno de los músicos dejó su trompeta para hacer un anunció con voz fuerte y clara:

—Ante ustedes se presenta su Santidad, Sumo Pontífice y autoridad máxima, representante deDios en la tierra.

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III

Detrás del músico apareció una silueta alta de ropajes blancos y dorados que cargaba en su cuelloun palio de color rojo con detalles blancos que le otorgaba un aire dignificado a su vestimenta yhacía resaltar un báculo de oro que cargaba en su mano derecha. El Pontífice se acercó con ciertaelegancia al borde del balcón, desde el cual profirió un gesto ceremonial y empezó a hablar con ladignidad de un noble y el estilo calmado de un santo.

—¡Bienvenidos sean, hermanos y hermanas! Para mí es un placer tenerlos presentes en el hogar deDios y en el mío, por supuesto.

La multitud presentaba distintas reacciones frente al saludo del Santo Padre, algunos con cara demolestia se negaban a ceder ante la demora del Sumo Pontífice y esperaban con cierta impacienciauna disculpa apropiada. Otros por su parte aplaudieron y presentaron gestos de reverencia, entanto poseían una mayor cercanía con la región que los hospedaba en esos momentos o conocíandirectamente al Pontífice de encuentros pasados. En el ambiente se percibía una clara distinciónentre los bandos que apoyaban fervientemente la iglesia, aquellos que no y los de carácter neutralcomo el reino de la Mujer de Jaspe.

—Por favor perdonen la demora, ocurrió un ligero percance mientras me dirigía hacia acá peroeste ha sido solucionado. Les ruego me otorguen una disculpa por el acontecimiento, sin embargoconsidero pertinente que avancemos a temas más prioritarios.

Ciertos rostros de la multitud se dejaron suavizar por las palabras del Pontífice, y otroscontinuaron con cierta inconformidad, pese a las disculpas presentadas. Sin embargo, teniendo encuenta la rapidez con la que había sido organizada la reunión, accedieron al argumento del hombrey se mantuvieron en silencio para permitir que el Santo Padre continuara con la palabra.

—Como ya saben, los convoqué el día de hoy de forma apresurada, informándoles que existía unasunto de carácter urgente que debía ser tratado por todos los gobernantes que en estos momentosse encuentran ejerciendo actos de poder en sus regiones. Sé también que muchos de ustedes debenposeer sentimientos encontrados respecto a la falta de motivo al momento de mi invitación, peroagradezco enormemente que se hayan presentado a la reunión, que estará empezando en algunosmomentos dentro de otra recámara más apropiada para la discusión.

El Pontífice recorrió con la mirada el sitio y en su rostro se pudo notar un cambio de expresióncuando cruzó miradas con algunos individuos envueltos en la multitud de gente. En la cara delhombre se vio una mueca de molestia seguida por una mirada despectiva que para aquellosselectos individuos, solo podía significar que no aprobaba su presencia allí, y las palabrassiguientes del pontífice solo pudieron afirmarlo.

—Si bien veo que la mayoría de los aquí presentes son, efectivamente, los responsables de suslugares de origen, distingo entre ustedes algunas caras que no deberían estar aquí. Recuerdo habersido explícito en la urgencia del asunto y en que era menester que los regentes mismos fueranaquellos que debían este día en mi presencia. Por lo visto, hay algunos lugares donde se piensaque mis palabras no expresaban suficiente razón para cumplir con este punto.Un cruce de miradas ocurrió instantáneamente entre el Sumo Pontífice y la Mujer del Jaspe. Unos

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ojos color chocolate le dedicaron a la mujer una mirada fría y parca, y esta a su vez se dio cuentaen un instante que ese hombre no la quería allí. Definitivamente el Pontífice no estaba en la listade sujetos agradables de la Mujer del Jaspe. Aunque el Pontífice había sido expreso con supetición, esta no se había podido cumplir ante una emergencia interna del gobierno de la mujer,debido a esto la única solución que había surgido era que ella estuviese en ese lugar como ojos yoídos del gobierno. Aunque al Pontífice no le agradara ella venía con la intención de cumpliraquello que tenía que hacer, y lo haría.

—No tengo más remedio que realizar la reunión en estas condiciones, pero no puedo negar que mesiento algo decepcionado por esta falta. En cualquier caso les pido por favor se sientan como ensus propias casas, en unos minutos sigan las indicaciones de los encargados para poder empezarprontamente con el asunto que debemos tratar. Por mi parte debo retirarme nuevamente paracoordinar que todo esté como debe ser en el recinto en el que nos reuniremos. Nos vemos en unosminutos, con permiso de todos ustedes.

El hombre desapareció entre unas cortinas rojas y dejó atrás a los músicos que ahora sepreparaban para seguir tocando mientras se daba la orden de ingreso al salón señalado por elSanto Padre. Las personas en el vestíbulo continuaron charlando y ahora el tema de conversaciónprincipal en casi todos los grupos se cernía en el Sumo Pontífice.

La Mujer del Jaspe escuchó la voz de una señora que con duda preguntaba a los otros si conocíanal hombre con anterioridad. Un sujeto de ropajes verdes le indicó a la señora que en ocasionesanteriores había visitado la Basílica para negociar el acceso de las minas de la frontera para suexplotación. La situación, sin embargo había sido manejada con discreción porque la zona seencontraba en conflicto con otra región aledaña y aquellas negociaciones perjudicaban ese sitio sise concretaban. Por qué comentaba este sujeto con tanta naturalidad aquella situación, aun cuandodecía que se manejaba con secretismo, era algo que la Mujer del Jaspe no entendía, sin embargodecidió otorgarle el beneficio de la duda en tanto no conocía las intenciones reales del sujeto ysus motivaciones. Si algo era claro era que todos los allí presentes se encontraban buscandopermanentemente una forma de sacar ventaja de los otros conglomerados en el vestíbulo. Unanegociación extraoficial nunca estaba de más, o eso profirió un joven de naranja en la mesa delcostado izquierdo. Para la Mujer del Jaspe las negociaciones y las tramas extraoficiales no teníannada que ver con ella, al fin y al cabo no se encontraba entre sus funciones determinar un alza enlos precios del mercado rival o desplegar las tropas en el costado norte de la región. Ella era unamensajera, solo eso y nada más.

La mañana se mantenía calmada y hasta el momento entre discusiones y charlas su papel deenviada no había podido ser desarrollado. Empezaba a sentir cierta frustración ante la demora dela reunión y la forma en la que la trató el Santo Padre solo le hizo sentirse aún más molesta. Sintiósu garganta reseca y decidió acercarse a alguno de los empleados que llevaban de lado a ladobandejas con champaña, vino y otros líquidos. Una jovencita de traje blanco y negro le ofreciódiversas bebidas alcohólicas pero la mujer las rechazó todas, y en cambio, pidió un vaso conhielo y un agua a temperatura ambiente. Cuando le fue entregado dicho pedido se dirigió a tomarasiento en una de las mesas del rincón más lejano del vestíbulo, al fin y al cabo esta sería unajornada solitaria, pues al ser una mensajera los otros allí presentes la miraban de reojo y evadíanencontrarse con ella, si es que notaban su presencia.Atrapada en sus pensamientos camino a la mesa su pie se enredó en uno de los manteles aledañosy vio como el agua, así como el vaso de vidrio con hielo caían sin freno al suelo, estrellándose

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estrepitosamente. La Mujer del Jaspe se vio cayendo en dirección al suelo, justo al lugar dondedecenas de esquirlas cristalinas le esperaban para recibirla, y solo pudo cerrar los ojos y enviarsus brazos al frente para amortiguar la caída.

Fue en ese punto cuando dos brazos la atraparon en el aire, la mujer se vio envuelta prontamenteen un abrazo no intencional que terminó con ella en un pecho de color azul y calor vibrante.Cuando la Mujer del Jaspe reaccionó al incidente su piel se tornó roja y en su mente maldijo unainfinidad de veces. No habían pasado las ocho y ya había faltado a su responsabilidad con unallegada apresurada a causa de la pereza, hecho un destrozo en la mitad del Vestíbulo Real y caídocomo damisela en apuros en los brazos de algún individuo desconocido que la había salvado determinar cortada y magullada.

La Mujer del Jaspe profirió en un murmullo desesperado la única frase que pasaba por su cabeza.

—Por favor, trágame tierra.

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IV

—¿Te encuentras bien?

Un hombre joven de cabello negro y ojos azul profundo miraba con curiosidad y ciertapreocupación a la Mujer del Jaspe que se encontraba todavía recostada sobre su pecho.Rápidamente la mujer se apresuró en apartarse y poner distancia entre los dos para luego dar unacontestación que entre la pena y el susto pareció más un chillido que una aseveración.

—Me alegra que así sea, que bueno que haya podido reaccionar a tiempo.

El hombre le dedicó una sonrisa y volteó a pedirle a un camarero ayuda para recoger las esquirlasdel suelo. La Mujer del Jaspe se encontraba exasperada pero trató de recuperar la composturaante semejante acto circense que había provocado. Mientras el mesero y el hombre hablaban pudoapreciar mejor a aquel individuo que le había provisto de ayuda y evitado hacer un espectáculoaún más trágico y cómico. De estatura promedio, cabello corto y ojos tan calmos como el océano,el hombre que se hallaba a pocos centímetros daba la impresión de ser algún militar o mercenario.Su contextura tonificada y músculos notables dejaban ver que el sujeto era propenso a ejercitarseo cuanto menos, su rutina diaria le exigía grandes cantidades de esfuerzo. Era la primera vez quela Mujer del Jaspe se había fijado en él desde que había ingresado al recinto y a decir verdad noentendía como no lo había notado antes: su figura difería en cierto grado al de los participantes deaquella reunión.

Aunque su contextura era más fornida que los otros, aquel traje que llevaba el sujeto dejabaentender que era un individuo de recursos considerables. Un traje clásico de color azul rey condetalles plateados resaltaba la definida figura del individuo. Un reloj plateado de vistos cromadosresaltaba en el bolsillo que, junto a una cadena elegante y sobria, mantenía en su lugar aquelaparato. El porte del Hombre de Azul indicaba que estaba acostumbrado al uso de dichos ropajesy su actitud segura, acompañada de un tono autoritario en su voz, otorgaba con claridad la certezade que seguramente no era la primera vez desenvolviéndose en público. La Mujer del Jaspe se diocuenta que estaba mirando más de lo que debería cuando el Hombre de Azul giró su cabeza yterminaron entrelazando miradas. El primer impulso que tuvo la mujer fue querer retirarse dellugar pero decidió acercarse y disculparse por el desastre que había causado.

—Gracias nuevamente por, ya sabes, evitar que cayera al suelo y eso.

—No hay problema, es lo menos que podía hacer. ¿Eres la enviada del reino de la banderaamarilla, cierto?

—Sí, así es. Perdona por haberte molestado, yo creo que mejor me retiro, gracias por todonuevamente.

Cuando la Mujer del Jaspe fue a girarse en dirección al rincón opuesto del lugar, una mano seposó gentilmente en su hombro y le hizo detenerse en seco.

—¿Oye, a donde vas con tanta prisa? Aún no nos hemos presentado y es lo menos que podemoshacer estando ya en este desorden.

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El hombre rio con tranquilidad y la mujer se tranquilizó un poco al apreciar nuevamente unasonrisa blanca en los labios del sujeto. Por alguna razón su mente se apaciguaba en presencia delHombre de Azul, y decidió ceder a la petición de presentarse. Era lo menos que podía hacerdespués de haber dejado un lío en sus manos. Una vez presentados los dos, la conversaciónempezó a fluir naturalmente y pronto se vieron atrapados charlando como si fueran viejos amigos.Para la mujer tener a alguien con quien hablar fue una ayuda para calmar sus nervios y sentirsemás aceptada en el lugar en el que se encontraba. Para el hombre aquella conversación fue laoportunidad perfecta para distraerse un poco mientras pasaba el tiempo de espera para la reunión.En el caso de ambos una mirada de complicidad fue suficiente para entenderse mutuamente yterminar pasando el estrés del asunto con un diálogo casual.

—Perdona que lo pregunte, no te había visto antes. ¿De qué lugar eres gobernante?

—¿Gobernante? No, para nada. Yo solo soy un enviado más en este sitio, tal y como tú.

—¿En serio? Eso explica porque no te reconocí entre los rostros del lugar. ¿Cómo sabías quetambién soy mensajera?

—Da la casualidad que conozco a la regente de aquel lugar. Nada serio, solo la había visto delejos. Me imaginé que no había podido venir y en lugar de ella habían enviado a alguien más.

—Que sería yo.

—Exactamente.

Se rieron mutuamente y en sus mentes dejaron a un lado el lugar y el momento en el que seencontraban. Para la Mujer del Jaspe era reconfortante saber que no era la única ajena a lasituación, y aún más, que otro de los representantes se encontrara en la misma situación que ella.

—¿Tu eres del sur, cierto?

—¿Qué me delató? ¿El color del traje?

—Así es. Eso y bueno, el hecho de que no hubiera llegado el líder de aquella zona. A ese si loreconozco de lejos. Un buen señor de diestra a siniestra, algo entrado en años pero con lajovialidad de un muchacho. Ahora que lo pienso tienes cierto parecido con él, ¿Son familia?

—No, para nada. Allá en aquel lugar todos nos parecemos. Deben de ser los genes. De hechoempecé a trabajar hace poco en esto del gobierno y las relaciones internacionales.

—¿Y qué tal te ha parecido?

—La verdad, todo esto es un circo. Nómbrame a alguno de los que están aquí presentes y teaseguro que tienen más de un problema.

—¿Cierto? Es que hasta se ve lo falsos que son.

—Bueno, es de esperar que nadie quiera mostrarse tal y como es. Si te fijas es más peligroso,sobre todo para alguien en quien reposa la vida de millones de personas.

—En eso tienes razón. Sería darle ventaja al enemigo.

—Y vaya que hay muchos de esos por estos días.

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La situación entre los países y gobiernos se había deteriorado en los últimos años. Sí bien en elsiglo pasado el pacifismo se había incrementado, en los últimos años las presiones expansionistasy la guerra económica estaban empezando a erosionar nuevamente la confianza entre las regionesaledañas. Si el asunto seguía por el mismo camino no era descartable que se desataran guerras agran escala como había sucedido ya unos siglos atrás.

—Esperemos que no haya ningún incidente en la reunión de hoy, si las cosas se ponen más tensasvan a acabar cerrando fronteras y aplicando sanciones mercantiles. Lo que menos necesitamos esotra rencilla innecesaria como las de antaño.

—Se puede tener esperanza, ¿no?

—La esperanza es lo último que se pierde.

—A propósito, ¿sabes algo de la reunión de hoy? Todo parece indicar que nadie sabe con certezaporqué el Pontífice invocó a los gobiernos, ni siquiera el Primer Ministro.

—El hecho de que el Primer Ministro no sepa es en sí prueba de que es un asunto de urgencia.

—¿Será que tiene que ver con el asunto de la crisis de poderes que vienen presentando acá?

—Si eso fuese no veo razón para que nos hubieran llamado a todos a este lugar.

—Tienes razón. Solo nos queda esperar a ver que dice el Santo Padre.

La conversación se vio interrumpida por un nuevo toque de trompetas, que aunque mucho máscorto que el anterior, resultó igual de estridente. Una voz grave anunció que se daba apertura alSalón Dorado, e indicó a los regentes que siguieran a los guías ubicados en el Vestíbulo Real parallegar con prontitud al sitio de destino. En pocos segundos la multitud se empezó a disipar y uno auno los presentes fueron evacuando con paso constante lo que antes había sido un animado recinto.

—Creo que es hora de saber lo que se trae entre manos el Sumo Pontífice. Vamos rápido antes deque se llene el lugar. ¿Te parece si nos sentamos juntos?

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V

El recorrido que siguieron la Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul fue uno intrincado yserpenteante. La arquitectura de la Basílica presentaba un sinfín de corredores y múltiples alasque daban la ilusión de expandir infinitamente el área del recinto sagrado. La mujer y el hombrecharlaron un poco con el encargado de llevarlos hasta su destino y este les otorgó un poco más deinformación sobre el lugar en el que se encontraban. La mítica ciudad de los milagros eraactualmente el epicentro religioso de la iglesia, sin embargo en siglos pasados la ciudad habíaestado influenciada por otras culturas y religiones. No fue hasta la llegada del fundador que seunificó el terreno multifacético que concurría allí y se terminó por edificar aquella construcción enhonor a Dios. A partir de ese punto la ciudad creció siguiendo la guía de la Basílica y las calles yaceras se diseñaron para converger en aquella edificación. El desarrollo económico y unificadode la región se había disparado en el último siglo gracias a las acciones del último pontífice, alque se había encargado el trabajo mancomunado de ayudar al crecimiento del lugar junto con larama política del sitio. Sin embargo el manejo de poderes era algo que se había mantenidoinmutable en el tiempo; el Sumo Pontífice solo se encargaba de los asuntos religiosos, esto con elfin de llevar a nuevos lugares del mundo la palabra de Dios.

Las palabras del encargado se perdían entre ecos y luces de tonos cálidos. El lugar presentaba unhalo misterioso y fatuo, el nivel de complejidad en los acabados solamente era superado por el delas esculturas y pinturas que se percibían hasta donde llegara la vista, dando la impresión de seruna especie de museo donde se exaltaba cada una de las fases que había presentado la iglesiadesde su nacimiento. El encargado hablaba sin reparo de la misión del Pontífice y sus allegados, yexplicaba con fervor la necesidad de mesura y caridad en un mundo egoísta y envidioso como elque se encontraban actualmente.

Mientras la mujer se dejaba llevar por el destacado detalle que mantenía cada rincón de laBasílica, sus pensamientos continuaban una retahíla de reflexiones basada en las palabras delguía. Para una religión que profesaba la caridad y mesura, el sitio daba señales contradictorias asu intención principal, y la mujer mantenía con recelo sus dudas respecto al asunto. Sin embargopor prudencia ante sus anfitriones decidió mantenerse en silencio y aseverar continuamente antelos nuevos sermones espirituales que de tanto en tanto profesaba el delegado del anfitrión. Paracuando llegaron al Salón Dorado, la mujer agradeció rápidamente al delegado y se retiró con elHombre de Azul en dirección a los asientos que debían ocupar.

—Ha sido un trayecto muy educativo, ¿no crees?

—El guía ha hablado tanto que ya creo poder recitar la historia de la Basílica por mí misma.

—Hay mucho por conocer sobre esta iglesia.

—Especialmente aquello que deciden omitir por conveniencia.

—¿Soy yo o estás insinuando que no dicen la verdad cuando hablan?

—No hay que ser un genio para saber que solo dicen lo que les conviene. Es mejor tomarse lo quedicen con cierto cuidado.

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—Vaya, por esa afirmación creería que no eres religiosa.

—Lo soy, pero no creo en los santos de carne y hueso.

—¿Y a quién le crees entonces?

—Quien sabe.

El Salón Dorado se encontraba conformado por múltiples hileras de asientos en forma de ágoraque permitían la vista de todos los presentes a un punto central donde se alzaba un atril en mármolblanco con una cruz en su parte intermedia. La recámara parecía poseer una altura considerable yla distribución de las columnas que sostenían el techo contribuía a incrementar esa sensación. Lasparedes de color dorado eran probablemente la razón por la cual aquel sitio era concebido conese nombre, que en medio de una agitada multitud destellaba como una bóveda recubierta en oro.

La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul se fijaron en los asientos del sitio y pronto descubrieronque poseían una distribución predeterminada para los invitados que se disponían a ocupar el lugar.El hombre se despidió de la mujer algo decepcionado por la situación y en cuestión de segundos la mujer ubicó su asiento y decidió sentarse a esperar el comienzo de la reunión. No habríanpasado más de cinco minutos cuando sintió una mano en su hombro y escuchó un saludoextrañamente familiar: el Hombre de Azul se encontraba a su espalda y cargaba consigo unatarjeta de mesa con su nombre y la bandera de su tierra natal.

—¿Qué haces aquí?

—¿No te alegra verme?

—No es eso, me refiero a que deberías estar en tu sitio.

—Este es mi sitio.

El hombre dejó en la mesa aledaña la tarjeta de mesa y se sentó tranquilamente en la silla mientrassonreía maliciosamente a la mujer. Era claro que el hombre había hecho algo y ella debía saberloantes de que causara un alboroto.

—Claro que no, ese es el lugar de otro delegado. Vas a hacer un desorden si sigues con esto.

—No te preocupes, ya está todo solucionado. La persona que se iba a sentar aquí accedió gustosaa cambiar de asientos a cambio de una pequeña compensación.

—¡¿Sobornaste a un gobernante?!

—¿Qué? ¡No! Solo fui honesto y le pedí la silla a cambio de un pequeño favor. Nadacomprometedor.

—¿Un favor? ¿Qué clase de favor?

—Es un secreto, información confidencial, me temo.

El hombre rio nuevamente y aunque al inicio la mujer se encontraba indispuesta, fue poco eltiempo que pudo mantenerse en la misma tónica. Ese hombre tenía una habilidad natural paraevitar conflictos, y por ello no pudo hacer más que soltar un suspiro y apreciar la compañía. Paraella era innegable que tener un aliado en aquel lugar era indispensable para sobrevivir la jornada.

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Los minutos pasaron y los representantes fueron organizándose en sus respectivos lugares hastaque el Salón Dorado estuvo en su capacidad máxima exceptuando por dos personas: el SumoPontífice y el Primer Ministro. La mujer y el hombre no alcanzaron a discutir sobre la nuevatardanza cuando por la puerta posterior al atril apareció una silueta y al poco tiempo, otra. Elprimero en ingresar al recinto fue el Primer Ministro, un hombre de aspecto serio y miradapenetrante vestido de traje color café. El sujeto se sentó en un asiento a la derecha del atril y conuna tranquilidad avasallante pidió silencio en el recinto. Una vez en silencio el recinto unasegunda figura emergió de la puerta, esta vez la Mujer del Jaspe pudo identificarla en cuestión desegundos. El Sumo Pontífice caminó prontamente hacia el atril y con una señal solemne saludo alos allí presentes, acto seguido se dedicó a hablar.

—Bienvenidos nuevamente, esta vez me saltaré los actos protocolarios e iré inmediatamente alasunto que nos corresponde tratar el día de hoy. Les pido comedidamente escuchen con atención loque estoy por presentarles, porque les aseguro va a ser de interés de todos lo que estoy a punto dedecir.

El lugar se mantuvo en un silencio impecable, en las caras de los allí presentes se podíaevidenciar el nerviosismo y la ansiedad que producía el estar a punto de recibir el motivo por elcual habían sido llamados con tanta urgencia. Si bien no todos se encontraban en buenos términoscon la iglesia, cierto era que para realizar un evento de tales dimensiones aquello que estaba porser anunciado debía alcanzar proporciones considerables, y por ello todos al unísono habíanaccedido a estar presentes en dicha reunión o enviar delegados en caso de no poder estarpresentes. Para el momento en que el Santo Padre inició su discurso, nadie esperaba ser testigo dela ruptura del Status Quo, y con una sola frase el mundo entero colapsó.

—A partir de este punto la iglesia declara su intención de hacerse con el control de todas lasregiones.

Y el Salón Dorado estalló en caos.

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VI

Los gritos e improperios se extendían indiscriminadamente por el recinto. En medio de la súbitadeclaración del Santo Padre la mayoría de los regentes y representantes habían perdido losestribos y se apresuraban en dar paso a una discusión acalorada. El Santo Padre se manteníaimpasible en el atril blanco desde donde observaba el caos como si fuera una obra de teatro. Enmedio de la confusión que generaba la ola de insultos dirigidos al pontífice, este retomó laspalabras y ordenó hacer silencio, sin embargo, llegados a este punto, ninguno de los allí presentesacató las instrucciones del hombre y en cambio se dejaron llenar aún más por el iracundoambiente en el que se sumergía la recámara. Cuando algunos de los representantes decidieronpasar a los golpes, el pontífice hizo una seña a los encargados que cuidaban las puertas y de ellassalieron una decena de soldados que sin miramientos apuntaron en dirección a los insurgentes. ElSalón Dorado se sumergió en un silencio absurdo y el Santo Padre dejó escapar una sonrisa desatisfacción. En seguida volvió a hablar y retomó donde lo había dejado.

—Caballeros, señoritas, me temo que no está permitido este tipo de conmociones en la casa delSeñor. Si ustedes insisten en causar una insurrección me veré obligado a dar la orden de reprimirla revuelta. Por supuesto, no llegaremos a ese punto, ¿cierto?

El recinto se mantenía mudo y las miradas iban de lado a lado en señal de preocupación y miedoante la amenaza que se cernía sobre las cabezas de los regentes. Un solo movimiento podríadesatar un resultado inesperado en la reunión que días antes poseía el carácter de pacífica.

—Permítanme que les explique un poco por qué se ha tomado esta decisión. Si bien es cierto quela iglesia se había mantenido por siglos al margen de ocupar los asuntos políticos, especialmentelos externos a la región, lamentablemente el deterioro moral y social que ha presentadoúltimamente el mundo nos ha dejado sin alternativas. Cada uno de ustedes se ha encargado depermitir las conductas y visiones irreverentes, llegando incluso a propiciar decisionesreprochables como la adoración a otros dioses y la permisión y aprobación de conductas socialesdesviadas. Esto por supuesto se ha convertido en un cáncer que debe ser erradicado, y es laiglesia la única en capacidad de hacerlo. Al fin y al cabo, quien si no es Dios para salvar lasalmas abandonadas en este infierno que es el mundo, ¿no?

El ambiente de discordia crecía silenciosamente, el discurso del Santo Padre basado en la posturade la iglesia no era lo único que generaba incomodidad y desaprobación en la multitud. Estabatambién el asunto de las armas que apuntaban sin ningún atisbo de duda a las cabezas de algunosregentes y delegados.

—Si bien esto que les estoy comunicando es la intención de la iglesia, no por ello significa que deesta reunión se produzcan muertes y futuras guerras. Lo único que necesitan hacer es ceder. Unavez firmada la rendición por parte de cada uno de sus gobiernos, serán libres de irse por dondevinieron. Ah, y un detalle más, no piensen que pueden firmar e irse a contrariar aquello quejuraron ante Dios, porque seremos nosotros entonces los encargados de cumplir sus mandamientosy castigarlos por jurar en vano. Pueden estar seguros que en estos momentos nos encontramoslistos para entrar en guerra, unas cruzadas pueden estarse formando con los recursos que hemosacumulado hasta ahora, que ya sabrán no son pocos.

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La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul intercambiaban miradas entre sí. La actuación del SumoPontífice acababa de causar una ruptura de relaciones de todos los gobiernos con la iglesia, y sieso era lo que estaba ocurriendo era claro que la iglesia se encontraba lista para tomar represaliasante cualquiera que se opusiera. Era evidente que siendo apuntados con un arma en la cabeza yestando encerrados en una recámara sin posibilidades de escape nadie podría negarse ante laimposición del Santo Padre. Pero cuan equivocados estaban, porque en unos pocos segundos unhombre de ropajes verdes tomó la palabra y habló sin temor alguno.

—No crea que este acto de agresión será tolerado. Si usted piensa que voy a ceder mi regiónentera por sus caprichos entonces es más iluso de lo que parece. Aunque usted me mate en estemismo sitio no podrá quitarnos la libertad que poseemos, ni esclavizará a mi gente. Es más, loreto, oh autoridad de Dios en la tierra, en el que una vez mi pueblo creyó ciegamente. Dispare, sitiene el coraje de hacerlo. Menos tardará usted en tratar de desplegar sus tropas que mi ejército enponerlo en su sitio.

—Que así sea. Adiós, viejo aliado, ahora corrupto por las tentaciones del mal.

El Sumo Pontífice señaló a un joven soldado y le ordenó acercarse hasta el Regente de Verde. Eljoven con manos temblorosas cumplió con la orden y cuando estuvo en el lugar acordado levantóel arma y cerró los ojos, como muchos en el Salón Dorado.

—¡Dispare! —¡Alto ahí soldado! ¡No se atreva a hacer efectiva esa orden!

Una voz grave resonó fuertemente, y las personas con los ojos cerrados, así como el soldado, losabrieron para tratar de ubicar la fuente de la nueva orden. Una segunda frase confirmó la identidadde quién antes había gritado, y el soldado inmediatamente bajó el arma mientras una mirada dedesprecio le era dedicada por el Santo Padre.

—Es una locura lo que está haciendo, y es mi deber detenerlo, a usted y a todos los aquípresentes, antes de que las cosas se salgan de control y no tengan reversa.

El Primer Ministro se hallaba de pie mirando fijamente al Sumo Pontífice. Aquel otro solomantenía una mirada fría y en silencio la tensión entre los dos se acumuló con velocidadvertiginosa.

—¿Qué cree que está haciendo Primer Ministro? ¿Acaso piensa usted pasar por encima de lavoluntad divina? Le recuerdo que es una ofensa grandísima, aún más si consideramos que seencuentra parado en la casa de Dios.

—Lo que hago, Sumo Pontífice, es poner orden en mi patria. Por si no lo recuerda soy yo quientiene el mando de las fuerzas militares, así como también del gobierno. No permitiré que declaréla guerra a amigos y enemigos indiscriminadamente solo porque es la voluntad de la iglesia. Siusted no piensa usar la diplomacia entonces la usaré yo. Y si no está de acuerdo puedo ponerlo ensus mismos términos. O se calma o la persona a la que apunten esas armas puede estar siendo otra.

El Primer Ministro hizo señales al mismo soldado que antes había apuntado al Regente de Verdey le dio la instrucción de hacer lo mismo con el Santo Padre. El soldado cumplió con la orden conlas mismas manos temblorosas y el pontífice estalló en ira.—¡¿Cómo se atreve?! ¡Soldados apunten al Primer Ministro!

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La mitad de los militares allí presentes hicieron caso omiso a la orden, y en cambio, siguieron lainstrucción dada al soldado de manos temblorosas. En el recinto se encontraba ahora la mitad delgrupo apuntando al Primer Ministro y la otra mitad al Sumo Pontífice.

—Esto es ridículo, toda esta reunión es ridícula. ¿Tan hambriento está de poder?

El Regente de Verde le gritó desde su lugar al pontífice, y con una mirada de odio el religioso nodudó en contestarle.

—¡No es poder lo que la iglesia busca, es salvación! ¡Incluso para los pecadores ignorantes comoustedes!

—Esta no es la forma, nunca será la forma. Desista de una vez de cometer una barbaridad SantoPadre.

La petición del Primer Ministro quedó en el aire mientras el rostro del religioso cambiaba a unaexpresión neutral y dubitativa. Fue este momento en que el Hombre de Azul aprovechó ylevantándose de su sitio tomó la vocería.—Sumo Pontífice, Primer Ministro, regentes y representantes, les tengo una propuesta. Si lallevamos a cabo esta situación puede ser superada.

El Primer Ministro no dudó en voltear a mirar para contestarle.

—Lo escuchamos.

Y en cuestión de minutos las armas de los militares bajaron y el Salón Dorado se encontró vacíonuevamente.

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VII

—¿En que estabas pensando? Un paso en falso y hubieras terminado con una bala en la cabeza.

—Como muchos de los allí presentes si no hubiese intervenido. Gracias a Dios aquellos hombreseran conscientes del callejón sin salida en el que se estaban metiendo.

—Darle las gracias a Dios en un momento como este suena más a sarcasmo que cualquier otracosa.

—No cantes victoria todavía, lo único que hice fue ganarnos un poco de tiempo. El SumoPontífice no es una persona fácil de convencer. Si la decisión ya fue tomada no creo que nos dejeir en santa paz.

—Entonces solo tenemos este receso para encontrar una salida de este lugar.

—O una solución al dilema que se nos presenta.

—¿Crees que exista una solución? Lo único que hiciste fue decirles a esos hombres que lo mejorera dar un tiempo de espera para volver a la reunión con una cabeza fría y con la concienciatranquila. Apelar Al cambio de corazón de cada bando fue una carta de un solo uso que ante todopronóstico funcionó. Eso y una solución son dos cosas muy distintas.

—Y aun así debemos conseguir encontrar una, o de lo contrario el caos retornará. Su Santidadparece ser más prudente de lo que parece, creo que la amenaza de muerte una estrategia para hacerpresión.

—Eso no significa que no la piense llevar a cabo si se oponen a su voluntad. Ya viste lo que pasócon el Hombre de Verde.

—Mayor razón para pensar una solución.

La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul se encontraban nuevamente en el Vestíbulo Real, despuésdel desorden en el Salón Dorado y las amenazas de cada bando fue un milagro que hubieranlogrado frenar en seco la situación. Gracias al Hombre de Azul habían obtenido unos treintaminutos antes de que se disparará nuevamente la chispa de guerra que se había generado minutosantes. La evacuación del salón fue llevada a cabo cuando los militares bajaron las armas ante lapropuesta y fue en ese momento cuando el Hombre de Azul confirmó aquello que sabía desdeantes de intervenir: ninguno de los dos bandos parecía querer iniciar una guerra mundial; y conrazón. El peor escenario para todos los participantes era uno en el cual muertes, pérdidas ydestrucción reinaban indiscriminadamente. Los seres humanos podrían ser idealistas pero noidiotas, las utopías no sirven de nada si no hay quien viva en ellas.

El Vestíbulo Real contenía una presión adicional sumada a la que habían manifestado en sullegada los personajes que lo ocupaban. Los rostros de hombres y mujeres denotaban muecas deterror, ansiedad y otros gradientes similares. El lugar daba la impresión de haber sido congeladoen el tiempo pero todos los allí presentes eran testigos del hecho opuesto: ante sus ojos lasmanecillas de los relojes giraban con una velocidad fatídica. En unos momentos estaríannuevamente a merced de una confrontación internacional.

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El Hombre de Azul daba vueltas al asunto en su cabeza, aquel incidente no se encontraba en susplanes para el día de hoy y aquello era un completo desastre que giraba fuera de control. Si queríarescatar lo poco que quedaba intacto de su agenda debía agilizar su patrón de pensamiento. Sifallaba muchas vidas se encontrarían en peligro ante los caprichos de un hombre en sotana. Y esono lo pensaba permitir, prefería cualquier cosa menos aquello.

La Mujer del Jaspe se mantenía tranquila en el exterior pero su maquinaria interna le recalcabacon señales de alarma que todo esto era el peor escenario posible: una guerra mundial seavecinaba, el Sumo Pontífice escaparía del meollo y se ocultaría tras inalcanzables barricadas deseguridad. Inocentes caerían ante la envidia de un hombre que parecía tenerlo todo y desear aúnmás. Si ella permitía el nefasto final estaría fallando nuevamente, y no era el momento deabstenerse ante una crisis; no cuando su ángel la estaba mirando, no cuando su voluntad estabapróxima a ser cumplida. No era momento de dudas, era momento de actuar.

—Debemos confrontarlo directamente, y el Primer Ministro debe venir con nosotros. Hay quehablar esto a puerta cerrada con el Sumo Pontífice donde no pueda crear una masacre. Si llegamosa un consenso con el Primer Ministro y lo retenemos lo suficiente como para hacerlo ceder en unanegociación quizás podamos llegar a un acuerdo donde ambas partes se sientan satisfechas.Debemos derrotar una imposibilidad con una improbabilidad. Entre más pronto mejor, antes deque el Santo Padre pierda los estribos nuevamente y cambie de opinión sobre esta tregua.

—¿Hablando de eso, donde se encuentra en estos momentos?

Los dos cruzaron miradas e instantáneamente buscaron a toda prisa alguna señal del pontífice. Enmedio del afán y el estrés descubrieron su ausencia en el lugar, y eso solo podía significar cosasmalas. Si el Santo Padre se ocultaba antes de poder retenerlo con el Primer Ministro ninguno desus planes se podría realizar. El religioso estaba un paso más cerca de traer el fin del mundo comolo conocían, y ellos debían acortar la distancia lo más pronto posible, a como diera lugar. LaMujer Del Jaspe fue la primera en pronunciar palabra.

—¡No está! ¡Si no hacemos algo pronto podemos estar despidiéndonos de poder solucionar esteenredo!

—No solo eso, no puedo ubicar al Primer Ministro en este vestíbulo. Las dos personas con lacapacidad de causar un pandemonio se encuentran ausentes del recinto. A este paso vamos aperder antes de poder empezar.

—Debemos separarnos, con el poco tiempo que tenemos si los buscamos juntos sonará el relojantes de que ubiquemos a los dos.

—No tenemos alternativa, uno debe encontrar al Santo Padre y el otro al Primer Ministro.

—Nos vemos en el Salón Dorado, lo más pronto posible.

—Has lo que sea necesario para llevar al pontífice. Si ocurre algo improvisa.

—Mucha suerte.

La Mujer del Jaspe salió dispara en dirección al balcón desde el cual habían presenciado laprimera aparición del religioso. En su mente la posibilidad de encontrarlo en las zonas fuera delos límites de los invitados era un punto de partida lógico por el cual iniciar. Corrió a toda prisa

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por los escalones de mármol y desapareció entre las cortinas rojas, poseída por una urgenciainhumana. Por el contrario, el Hombre de Azul había decidido ir en dirección opuesta y cruzandovelozmente el pasillo por el cual habían sido guiados en su primera visita al Salón Doradoempezó a recorrer grandes cantidades de distancia al moverse con la velocidad de quien huye desu mayor miedo y quien persigue lo que más desea. Cuando la silueta del hombre se difuminóentre los corredores y las luces de tonos cálidos buena parte del Vestíbulo Principal se sumergióen confusión ante lo que habían visto. Los hombres y mujeres que presenciaron la maratónicacarrera del Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe temieron lo peor y dejaron que su cerebroprimitivo interpretara lo acontecido.

Una luz roja iluminó las mentes de los regentes y enviados, presas ahora de la incertidumbre ycongelados ante un estímulo desconocido. Desconocían los motivos de la prisa de los dosindividuos que acababan de abandonar el sitio, y carecían de información mediante la cual tomaruna decisión. La ubicación hacía la cual se dirigían aquellos dos personajes se sumergió en unapenumbra impenetrable que los testigos en el Vestíbulo Real solo podían intentar adivinar.

Poco fue el tiempo que los presentes en la Basílica tuvieron para reaccionar, y pronta fue la ola decaos devenida de un desastre incluso mayor. Cuando un estruendo colosal retumbó a las afueras dela Basílica los pensamientos individuales fueron arrancados de raíz en su sitio. Las paredes ytechos de la construcción se sacudieron con fuerza y partículas de polvo y yeso cayeron sobre losdistinguibles invitados de aquel funesto día del noveno mes. La multitud colapsó en el suelo,inerte por respuesta al shock de una crisis desconocida. Y en medio del silencio sepulcral se alzóuna voz mecánicamente distorsionada; a las afueras de la Basílica, en la Plaza Sacra, unaproclamación irrevocable fue dictaminada a los cuatro vientos.

—¡Damas y caballeros, a partir de este momento la Basílica se encuentra secuestrada! ¡No entrani sale nadie hasta nueva orden!

Adentro del Vestíbulo Real una cacofonía de voces explotó, el poco orden que quedaba en lacompostura de los ahora secuestrados se quebró.

Y la Basílica se convirtió en un pandemonio.

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VIII

El primer impulso de los regentes y delegados fue tratar de escapar del lugar, en medio de unaestampida de proporciones épicas la muchedumbre se acumuló y arremetió contra la entradaprincipal. Faltaron pocos segundos para alcanzar la puerta cuando la distorsionada voz profirióuna segunda frase.

—¡Si intentan entrar o salir de la Basílica causarán la explosión en cadena de decenas deexplosivos adheridos a la edificación! ¡En el momento en que una puerta o ventana se abra soloquedarán cenizas y escombros!

Los secuestrados frenaron en seco cuando escucharon la palabra explosivos. El pánico se extendiósin miramientos entre la gente, que pedía a gritos salir de allí. Algunos hombres y mujereslloraban a cántaros, más de uno de los allí presentes colapsó y perdió el conocimiento ante locerca que habían estado de hacer volar la edificación en pedazos. La Crisis del Encierro Realempezaba a convertirse con pasos agigantados en la acumulación de desdichas e incidentes másmonstruosa en la historia de la humanidad. En medio del llanto, los golpes de frustración al sueloy un público en discordia, una voz resonó entre el eco de la Basílica.

—¡Todo el mundo escúcheme! ¡Mantengan la calma y concéntrense en prestarme atención, si sedejan llevar presas del pánico lo único que conseguirán es causar un accidente irreversible!

La voz del Hombre de Azul cubría cada rincón del recinto sagrado. Las personas que escucharonsu voz reconocieron al instante al sujeto que minutos antes había evitado una catástrofe en el SalónDorado y parte de ellos reaccionó ante el mensaje que repetía una y otra vez aquel hombre convoz pausada y una tranquilidad antinatural.

—¡¿Cómo pretende que estemos calmados si este día va de mal en peor?! ¡Unas cuantas palabrasno van a salvarnos esta vez!

Una mujer de vestido rojo gritaba desde el otro lado del lugar en el cual aquel individuo acababade hacer su acto de aparición. Sus ojos llorosos, acompañados de temblores incontrolablesdejaban expuesto el estado mental inestable en el que estaba. Lagrimas recorrían sus mejillasmientras gritaba presa del miedo que pronto morirían y terminarían hechos pedazos. El Hombre deAzul, que hace poco había escalado hasta el balcón de cortinas rojas, se dirigía a la mujer conánimos de apaciguar su frágil psiquis. Para él era claro que a menos de que consiguieratranquilizar a todos en el Vestíbulo Real, su supervivencia se vería comprometida. Y era necesarioque superaran esta crisis, o de lo contrario una catástrofe sin precedentes se desataría en elexterior. El orden del mundo dependía de salir victoriosos de este nuevo pandemonio que seexpandía en el interior de la Basílica. Si ninguno de los allí presentes se encontraba en suscabales como para notar eso, entonces era su responsabilidad velar por el mejor resultado. En susmanos estaba el destino de muchas vidas.

—A menos de que nos tranquilicemos no podremos encontrar una solución a esto. Si quieren salircon vida de este lugar tienen que seguir mis indicaciones. Entre todos podemos afrontar esta crisissin perder a nadie. Lo importante es comunicarnos y encontrarle un sentido a todo esto.

Entre más palabras emitía el Hombre de Azul más se expandía su aura de calma en el Vestíbulo

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Real. Los cuerpos inquietos y las mentes desesperadas cedían una a una ante la destreza de unlíder innato decidido a mantener el orden sobre todas las cosas. Para cuando logró establecer unaperceptible pero frágil quietud, la siguiente parte de su plan ya se hallaba formada y puesta enmarcha.

—Lo primero que tenemos que hacer es establecer que conocemos. ¿Alguien tiene alguna idea delo que está pasando allí afuera?

Varias cabezas se agitaron negativamente en señal de respuesta, sin embargo el Hombre de Verdetomó la palabra y empezó a discutir el asunto con el Hombre de Azul a modo de asamblea.

—Ocurrió una explosión de proporciones considerables en algún lugar dentro de lasinmediaciones de la Basílica. El temblor sacudió con fuerza el recinto y poco después una vozdistorsionada anunció la toma del lugar. Luego está el asunto de los explosivos que rodean laedificación. Nadie entra o sale, de lo contrario todo el sitio explota.

—¿Alguien tiene alguna idea de quién puede estar llevando a cabo la toma? ¿Cuál es el objetivode semejante calamidad?

La Mujer de Rojo levantó la mano y se apresuró a hablar con voz opaca y titubeante.

—Yo creo que es posible que nosotros seamos la razón del suceso. No puedo ser la única quecree que no es casualidad que estuviésemos todos los líderes del mundo en un solo lugar.

—No todos, hay presentes algunos delegados, lo que significa que pudo haber sido un ataque deotro gobierno.

El Hombre de Verde pronunció aquella frase con la certeza de quien parece conocer la verdad.Fue el Hombre de Azul quien terminó contestando a la hipótesis para seguir avanzando con ladilucidación.

—Es una posibilidad, sin embargo me cuesta creer que un ataque a tan gran escala se puedarealizar en el corazón de esta región tan custodiada y protegida. Quién hizo esto tenía los mediospara acceder al sitio sin despertar sospechas y la habilidad para tomar control de un áreaconsiderable en cuestión de minutos.

—En otras palabras, alguien con experiencia militar.

El Regente de Verde dejó la frase en el aire mientras los demás se apresuraban en mantener el hilode la conversación. La Mujer de Rojo coincidió con el Regente de Verde y ambos miraron alHombre de Azul esperando su aprobación.

—No necesariamente, aquel que organizó todo esto solo necesitaba tener a su disposición alguiencon formación militar. Puede que haya sido ejecutado con habilidad pero esto no significa que lamente maestra detrás de todo sea aquel individuo de voz distorsionada. Por lo que sabemos,podría ser cualquiera en cualquier lugar del mundo. Aunque…

—No tiene sentido, ¿cierto?

El Hombre de Verde interrumpió al otro hombre y este solo pudo afirmar con la cabeza. Ambossujetos se dieron cuenta de una pieza esencial del evento, que cambiaba el sentido de toda lasituación.

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—¿Si esto es una toma de rehenes, controlada por alguien en cualquier parte del mundo, mepueden explicar porque no hay un solo secuestrador aquí dentro?

—Lo lógico sería tomar el control de los rehenes inmediatamente. Esto por el riesgo querepresentan y porque aumentan las posibilidades de resultados imprevistos dentro de unaoperación. Si ese no es el caso en estos momentos solo se me ocurre una justificación para dichaanormalidad.

—Ya tienen el control en el interior.

—¿Pero cómo es eso posible? Nosotros nos encontramos aquí y nadie nos está apuntando con unarma en la cabeza.

El Hombre de Azul volteó a mirar a la Mujer de Rojo, que acababa de hacer la pregunta, y lecontestó con un tono de seriedad que no había manifestado con anterioridad.

—El líder tiene que estar aquí dentro, así puede vigilar la situación y hacer lo que sea necesariopara mantener el control del sitio.

—Lo que significa que el líder debe ser uno de los aquí presentes. La mente maestra de la toma esuno de los asistentes a la reunión.

—De esa forma sabían cuando iba a ocurrir, quienes estarían allí, como se encontrarían ubicadosy en qué momento dar inicio al secuestro. Los recursos, los medios y la oportunidad coinciden encada uno de nosotros. El motivo, por otra parte, es algo que falta por esclarecer.

En el Vestíbulo Real el silencio fue unánime. Las miradas de desconfianza atravesaban sinmiramientos todas las caras de los presentes en el lugar. Uno de ellos era el causante de secuestro,uno de ellos era la mente maestra de la Crisis del Encierro Real. Uno de ellos manejaba lascuerdas como experto titiritero, y era decisivo encontrarlo cuanto antes. El tiempo que tenían sereducía con velocidad, no conocían las verdaderas intenciones de la toma y la identidad delresponsable estaba lejos de ser expuesta.

El Conclave de la Basílica acababa de ser puesto en marcha, y la carrera contrarreloj les jugabaen contra.

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IX

—¿Qué sugieren entonces? ¿Qué debemos hacer?

Un muchacho de chaqueta rosa se encontraba sentado en una de las mesas del Vestíbulo Real. Ensu rostro ninguna emoción parecía florecer y esto se acentuaba al evidenciar una postura deaburrimiento mientras hablaba. La tranquilidad con la que hablaba era similar a la del Hombre deAzul, aunque menos controlada y más desatendida. Esa era la calma de alguien acostumbrado aestar inmiscuido en desastres, o al menos eso pensaba el Hombre de Verde.

—Lo más pertinente sería trabajar para descubrir la identidad de la mente maestra. El asunto estáen la forma por la cual hacerlo. Entre más rápido descubramos la verdad más temprano podremossalir de este agujero.

El Hombre de Azul poseía en aquel momento un dilema adicional en su cabeza y necesitabaencontrar la forma de hacer encajar las piezas por si solas, de lo contrario la prolongación de ladiscusión podría ponerlo en aprietos a él y los demás presentes. Era claro que el tiempo no jugabaa su favor y encontrar soluciones se estaba volviendo tedioso al acumularse necesidades unasobre otra. Fue en ese punto cuanto un plan emergió del abismo para salvar el día.

—Puede que tenga una idea, podemos estar matando dos pájaros con un solo tiro.

—¿A qué se refiere?

El Hombre de Verde esperó una respuesta del Hombre de Azul pero varios segundos pasaronantes de que pronunciara palabra. La demora impacientó a la Mujer de Rojo que gritando pedíaexplicaciones, como quien carece de autocontrol suficiente como para modular su tono de voz.

—No hay necesidad de perder los estribos. En este caso perder el control sobre nosotros mismossería ceder a las maquinaciones del secuestrador. Propongo que retomemos la reunión como sinada de esto hubiese pasado.

—¿Está loco? ¿Fingir que todo está bien mientras el mundo arde a nuestro alrededor? ¿Québeneficio puede traer semejante estupidez?

—Dos pájaros de un tiro. Ya entiendo a lo que se refiere.

El Hombre de Verde pausó un momento y pensativo aseveró en señal de afirmación. Aquellasilueta de azul parecía estar a pasos luz de todos los regentes y enviados en la sala. Era claro quesu intrincada mente era la mejor forma de salir del problema en el que todos estaban metidos. Alfin y al cabo ninguno de los presentes se había percatado del panorama a gran escala,exceptuándolo a él por supuesto, aunque se había tardado mucho para su gusto. El otro hombredebía ser un genio o cuanto menos un estratega empedernido.

—¿Alguno de ustedes dos puede decir de una vez que se supone que vamos a hacer parasobrevivir este infierno?

—Señorita, piense usted por un momento el motivo por el cual nos encontramos acá. No merefiero a estar secuestrados, sino al hecho de nuestra presencia en la capital.

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—¿La reunión?

—Exacto, la reunión. Que como todos ustedes pudieron darse cuenta, tenía por motivo unadeclaración de guerra. Aunque estemos atrapados en esta toma esa situación no ha sido retirada dela mesa, solo se encuentra en espera, y entre más le demos larga al asunto nuestro futuroempeorará.

—¿Qué tiene que ver eso con salir de aquí? De nada sirve encontrarle solución a un problema sivamos a terminar todos muertos antes de poder salir de aquí.

—Es ahí donde usted se equivoca. ¿Cuál sería la reacción natural de un grupo de rehenes en unatoma?

—Entrar en crisis, llorar, patalear y tratar de escapar a como dé lugar.

—Correcto muchacho. Eso es precisamente lo que el líder de la toma esperaría de todos nosotros.¿Cuál sería el caso contrario al que acabamos de plantear?

—Mantener la calma, resignarnos a escapar y seguir en nuestros asuntos originales.

—Cierto, exceptuando por la parte de resignarse, es eso lo que estaba proponiendo aquel hombrecuando decía que actuáramos como si nada hubiera pasado. ¿Alguna equivocación en miraciocinio?

—Para nada, veo que alguien posee una mente ágil, y me alegro por eso. Será una herramientaindispensable si queremos ganar la ventaja en este desastre.

—Todavía no entiendo porque actuar como si nada pasara es la mejor respuesta a esta situación.

—Ellos proponen encontrar una salida al problema del pontífice y al mismo tiempo utilizar lareunión como carnada para sacar de sus casillas al responsable. Por loco que suene, puedefuncionar. Si nos salimos del plan que tiene el sujeto y al mismo tiempo trabajamos en perfilarquien es la mente maestra podremos encontrar al culpable o en el mejor de los casos hacer que elresponsable cometa un error y se delate a sí mismo.

El Enviado de Rosa miraba fijamente a la Mujer de Rojo en espera de una señal que le confirmaraque la mujer había entendido los motivos de la propuesta. Un pequeño movimiento de cabeza fuesuficiente para que el joven diera por terminado el asunto y se moviera a progresar en la discusióncon los otros dos hombres.

—El culpable está entre nosotros, y tarde o temprano se le caerá la máscara si presionamos losuficiente. El Sumo Pontífice es la segunda amenaza que debemos tratar. No creo que desista de suproposición, ya vieron cómo reaccionó ante el desafío del regente. Tenemos muy poco control enambas situaciones.

—En ese caso tratemos de ganar un poco. ¿Quién es la única persona que actualmente puedemantener el Status Quo dentro de la basílica? ¿Alguno se atreve a adivinar?

—Yo, es claro que soy yo.

El Primer Ministro se levantó de un asiento en el costado sur del recinto y caminó hacia el centrode la discusión, que ocupaba ahora toda el área central del Vestíbulo Real. En su cabeza eralógico que si querían ganar tiempo debían jugar todas sus cartas y extender la discusión con el

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Santo Padre hasta llegar a un consenso. Y la única forma de lograrlo era presionar al religioso, ytambién al culpable del ataque dentro de su patria. Haría lo que fuese necesario para deteneraquella locura que el día de hoy se había apoderado de su tierra natal.

—Correcto Señor Ministro, ¿alguna idea para convencer al viejo loco de crear otra guerramundial?

—La misma que ustedes, seguirle la corriente. Si de alguna forma conseguimos que su fe seadepositada una vez más en la humanidad, es posible que desista de intentar una cruzada. Esa seríami apuesta, no sé qué piensen ustedes.

—Convoquemos entonces nuevamente a todos en el Salón Dorado, incluyendo al pontífice. Apartir de ahora será una guerra de desgaste, el primero en perder el timón del barco será quienempiece a ahogarse. Si están todos de acuerdo por favor levanten la mano.

En la recámara los brazos del Hombre de Azul, el Hombre de Verde, el Enviado de Rosa y elPrimer Ministro fueron los primeros en ser levantados. Con algo de desconfianza la Mujer deRojo siguió con la cadena y algunos otros se sumaron a su decisión. En los segundos siguientes elresto de los presentes levantó la mano siguiendo su propio tiempo. Era una decisión unánime, yesa era la mejor estrategia. A menos de que trabajan juntos la Basílica se convertiría en elepicentro del fin. El Hombre de Azul solicitó a todos los presentes retornar al Salón Dorado yavisarles a las demás personas en la Basílica del plan que habían diseñado. Para que funcionarala estrategia que tenía pensada ninguna ficha podía estar fuera de lugar, o el dominó caería másrápido que la edificación una vez detonadas las bombas. Fue así como los minutos empezaron apasar y el Salón Dorado empezó a ser inundado nuevamente con un mar de personajes. Sinembargo pasados los diez minutos desde el ingreso del Hombre de Azul, solo la mitad de losasistentes habían retomado posiciones. El Primer Ministro, que ya se encontraba en su asiento,procedió a informar a los presentes que se otorgarían quince minutos adicionales antes de iniciarla reunión. Esto en aras de realizarla con la presencia de la mayor cantidad de personas.

El Hombre de Azul se encontraba distraído mirando en dirección a la entrada principal cuandouna mano se posó en su hombro. Al voltear encontró a la Mujer del Jaspe que se apresuró eninformarle que ya se había enterado del plan, y existía un problema con él. Cuando el hombrepreguntó sobre este la mujer solo pudo decirle entre murmullos los resultados de su búsqueda.

—No encontré señales del Sumo Pontífice. Recorrí toda la Basílica y no hay rastros de él. Pareceque se hubiera esfumado.

El Hombre de Azul tragó saliva y en su rostro se pudo evidenciar como se formaba una mueca desorpresa, ira y miedo. Esas eran las peores noticias que habría podido recibir. Y justo cuandopensó que nada podía salir peor en aquel desastroso día, la vida le enseño una valiosa lección dehumildad.

Un grito ensordecedor recorrió como un trueno toda la edificación, y no hubo persona en aquellugar que no escuchara el desgarrador sonido que una garganta femenina acababa de liberar. Antelos cuerpos petrificados de todos los presentes en el Salón Dorado, la Mujer del Jaspe, el Hombrede Azul y el Primer Ministro se apresuraron a alcanzar el lugar desde donde provenía el grito.Cuando llegaron los tres individuos al lugar, el llanto de una mujer descontrolada se apresuró ainundar la vestimenta del Primer Ministro. Lo que aquellos individuos presenciaron en eseinstante generó un simple pensamiento unificado.

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Todo podía ser peor. Todo era infinitamente peor.

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SEGUNDO ACTO

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X

La macabra escena era digna de una pesadilla. El cadáver del Hombre de Verde se hallabadesplomado en el suelo y a su alrededor un enorme charco de sangre cubría un buen número debaldosas. En su rostro el dolor era inseparable de sus gestos, y la sangre cubriendo sus orificiosfaciales otorgaba un escalofrío que recorría cada una de las vértebras de los testigos. De susoídos, boca y nariz descendían ríos de sangre que transformaban un blanco rostro en una pinturacarmesí de agonía pura. En sus ojos grisáceos abiertos de par en par solo podía verse sufrimientoy sorpresa, y el color rojo dibujaba hilos que caían sin fin en la verde vestimenta, contaminadaahora por litros de sangre. El hedor a muerte estaba impregnado a varios metros a la redonda, y enmedio de la conmoción solo el Hombre de Azul se atrevió a hablar.

—¿Qué sucedió aquí?La Mujer de Rojo apenas podía respirar en medio del shock y sus sollozos. Su cabeza se movíanegando la realidad y su boca profería murmullos repetitivos que escuchados con atenciónproferían una sola frase.

—Vamos a morir, todos vamos a morir.

El Hombre de Azul le hizo señas al Primer Ministro indicándole que tratara de calmar a la mujer.Este se centró en abrazarla y con el arrullo de una canción desconocida los nervios de la mujerdescendieron hasta presentar lágrimas silenciosas y unos ojos vacíos que se perdían en el infinito.El Hombre de Azul procedió a realizar un segundo intento de comunicación.

—Sé que el trauma que debes tener en este momento es indescriptible y no puedo imaginar lo quetuviste que pasar pero no tengo otra opción más que preguntarte que sucedió aquí para intentardarle un cierre a todo esto. Por favor resiste conmigo unos minutos y cuéntanos lo que sabes. Enunos minutos estarás lejos de aquí y no tendrás que soportar algo así nuevamente.

La Mujer de Rojo escuchó la voz profunda del hombre y se dejó llevar por el impulso que sintióen ese momento. En su cabeza las imágenes del cadáver y lo sucedido le causaban nauseas perohizo lo que pudo y conteniéndose trató de hablar. Con un hilo de voz y temblores involuntarios lasprimeras palabras salieron unos los labios color cereza.

—No lo sé, yo… no lo sé.

La mujer humedeció sus labios y pasó saliva tratando de obligar a su garganta a pronunciar laspalabras.

—Yo vine a buscarlo, él me dijo que debía hacer algo. Yo lo esperé pero no apareció. Cuando mepreocupé decidí venir hasta acá y…

El llanto de la mujer inició nuevamente, pero esta vez eso no la detuvo. Miró con determinación alHombre de Azul y continuó narrando lo acontecido.

—Escuché un ruido extraño, no sé cómo describirlo. Parecía un animal, un ave, algo así. Sonabadistorsionado, discordante, y algo en mí se agitó. Cuando corrí hasta esta recámara el sonidohabía desaparecido y lo único que encontré fue su cuerpo en el suelo y rodeado de sangre. Dios

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mío, oh Dios mío.

La mujer empezaba a perder la compostura nuevamente y el Primer Ministro tuvo que retirarse alas afueras del lugar mientras seguía tratando de evitar que se desmayara. El Hombre de Azul sequedó inmóvil unos momentos y después se dirigió a la Mujer del Jaspe.

—Estamos en problemas.

—Dime algo que no sepa.

—No, hablo en serio, grandes problemas. Mira el lugar y dime lo que piensas.

La Mujer del Jaspe dio un vistazo a la recámara pero no pudo notar la particularidad a la queprobablemente el hombre hacía referencia. Sin embargo se mantuvo callada y después de untiempo prudente decidió preguntar que estaba fuera de lugar.

—Nada, ese es el problema. No hay señales de forcejeo, el cuerpo está en la mitad de la sala y asu alrededor no hay objetos o muebles. Tengo la corazonada de que una vez revisemos el cuerponos vamos a llevar una sorpresa desagradable.

—¿Revisar el cuerpo?—Tenemos que descifrar que pasó aquí, de lo contrario la situación se saldrá de control y con losproblemas que tenemos en estos momentos el poco orden que hay desaparecerá.

—¿Que sugieres? ¿Jugar a los detectives?

—De juego no nos queda mucho, porque la labor que tenemos en las manos es bastante seria. O lohacemos nosotros, y pronto, o será muy tarde como para evitar perder los estribos.

El Hombre de Azul se apresuró en acercarse al cadáver, tratando de evitar entrar en contacto conel charco de sangre que lo rodeaba, acto seguido se inclinó y empezó a examinar el misterio frentea él. La Mujer del Jaspe decidió seguirlo y acortó la distancia que los separaba para luego imitarla conducta del otro. Si el Hombre de Azul iba a descifrar la razón detrás de la muerte del Regentede Verde, lo único que podía hacer era seguir sus pasos y tratar de realizar la investigación junto aél. Entre los dos serían responsables de dar sentido a lo acontecido.

Lo primero que pudo notar el hombre fue la ausencia de heridas en el cadáver. No había señalesde cortes, magulladuras o disparos. Los ropajes verdes se encontraban en perfecto estado, y suúnica alteración parecía ser la sustancia carmesí que ahora lo recubría. Las manos miraban haciaarriba, cubiertas en las palmas de sangre, y no mostraban señales de forcejeo. Por último, lasangre solo cubría la parte frontal donde descansaba el cuerpo sin vida, y la espalda se hallabaimpecable, salvo por algunas pocas gotas de sangre. Cuando terminaron de examinar la parteposterior del cadáver decidieron cambiar de posición al pobre hombre para poder investigar siexistía alguna pista en su parte frontal. Los resultados de la investigación arrojaron detallesimportantes: efectivamente no existían señales de forcejeo ni herida alguna.

—Esto no pinta nada bien.

—¿Un cuerpo sin heridas? ¿Murió por causas naturales?

—No, esto es definitivamente un homicidio. Hay un asesino entre nosotros.

—¿Por qué estás tan seguro de ello? No hay ventanas o salidas adicionales exceptuando la entrada

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que utilizamos. No hay señales de forcejeo, no hay testigos que evidencien una presenciaadicional en el recinto. Solo hay un cadáver en el suelo y un gran charco de sangre, nada quepodamos relacionar con un posible asesino.

—¿Viste las manchas en los zapatos de la víctima?

—¿Eh?

El Hombre de Azul se acercó a los pies del cuerpo y señaló unas manchas difusas de color opaco.A primera vista la Mujer del Jaspe no las había notado, pero no entendía la fijación del hombrecon las manchas ni porque tenían algo que ver con el asunto.

—¿Ves el color opaco que tienen? Están frescas, y estoy casi seguro de que son gotas de sangre.

El hombre tomó en su mano una pluma y con ella tocó las manchas en la suela de los zapatos.Cuando la retiró un hilo se formó entre los dos objetos.

—Color carmesí y contextura viscosa. Es sangre.

—¿Cómo llegaron allí?

—La victima pisó su propia sangre minutos antes de morir.

—Pero no hay huellas de ningún tipo en el charco que lo rodea. Y la cantidad de sangre que hay nodaría tiempo para caminar antes de perder la conciencia.

—Las manchas están, solo no las vemos. El charco las cubrió después de extenderse por lasbaldosas. El hecho de que existan manchas en la suela y que estas solo cubran una reducida partesignifica que la cantidad inicial de pérdida de sangre era menor. Unas gotas cayeron al suelo alinicio del evento, el sujeto las pisó y poco después se desplomó al suelo ante la pérdidaexponencial de sangre.

—El sujeto no murió inmediatamente. Es bueno tener información adicional pero no veo larelación con la posibilidad de tener un asesino aquí adentro.

—La ubicación de la víctima es distintiva. ¿Notas cómo se encuentra en la mitad de la sala, y aunasí está hacia un lado de ella? Eso sumado al hallazgo de las gotas de sangre me hace pensar queen realidad se encontraban dos personas en esta habitación cuando sucedió todo. En el momentoen que el hombre se empezó a desangrar se intentó acercar al otro individuo pero no pudoalcanzarlo antes de colapsar.

—¿Y crees que la otra persona que en teoría se hallaba aquí es la responsable del suceso?

—Eso es lo que mi intuición me dice. Sin embargo está el asunto de la salida. Si alguien más seencontraba en la habitación, obligatoriamente debió encontrarse con la mujer que esperaba en elpasillo.

—Un escape imposible.

—Otra cosa que me causa curiosidad es el sonido que escuchó la mujer. El momento en queempezó a sonar ella se apresuró a entrar pero el sonido se detuvo antes de que ingresara al cuarto.Los tiempos son demasiada coincidencia.

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—¿Y ahora que haremos?

—Cazar un basilisco. Antes de que nos cace a todos nosotros.

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XI

—¿Un qué?

—Un basilisco. ¿Alguna vez escuchaste sobre él?

—Es la primera vez que oigo ese término. ¿Qué es ese “basilisco” del cual hablas?

—Mi padre me contó hace mucho una vieja historia, producto de sus conversaciones con un viejoamigo suyo que vivía en esta región. En los tiempos antiguos, cuando se construyó la Basílica,existía el mito de una criatura que habitaba el subsuelo y castigaba a los pecadores, aquellaentidad recibió el nombre de basilisco, comunión entre una serpiente y una gallina.

—¿Un monstruo fue lo que asesinó a este hombre?

—Así es, pero uno humano. Alguien logró replicar la forma en la que el basilisco mataba según elmito.

—¿Cómo mata el basilisco?

—Cualquiera que cruzara miradas con él moría desangrado en cuestión de segundos. Entre eso yla mirada de terror de la víctima con ojos grisáceos, la similitud es avasallante. Alguien replicó elmito y lo usó de fachada. Quien sea que lo haya hecho tiene en sus manos una forma de matar muyinteresante, y muy peligrosa para todos nosotros.

—¿Acaso no todas las formas de matar son peligrosas para las víctimas? Eso suena algoredundante, ¿no crees?

—El problema no es la forma de matar, es la consecuencia de la muerte que acaba de generar. Sino nos apresuramos perderemos el juego antes de haber comenzado.

El Hombre de Azul se retiró de la recámara apresurado y tras de él la Mujer del Jaspe seguía suspasos. Cuando salieron del recinto y se encontraron en el pasillo vieron que el Primer Ministro yla Mujer de Rojo seguían allí.

—Ministro, por favor, venga un momento. Es de carácter urgente.

El hombre de traje café hizo lo que pudo y dejando a solas a la inestable mujer se acercó hasta losdos individuos que acababan de salir por la puerta de colores dorados. El Hombre de Azul leindicó que se acercara aún más y en medio de murmullos le indicó sus hallazgos. El PrimerMinistro se sorprendió cuando escuchó la mención del mito del basilisco.

—Es usted la primera persona que conozco fuera de los allegados íntimos de la iglesia queconoce la historia. No esperaba oírla en esta situación, mucho menos de un extranjero.

—Eso es irrelevante Señor Ministro. Si esto llega a oídos de los demás secuestrados perderemostoda posibilidad de mantener el orden.

—¿Qué sugiere?

—Enciérrelos a todos. No deje persona fuera del Salón Dorado. Llévese a la mujer en estado de

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shock y manténgala fuera de la vista de los demás, en la oficina tras el atril puede ser una buenaopción.—¿Cómo piensa mantener a todos dentro del lugar? Sin un motivo las sospechas empezarán aemerger y tarde o temprano querrán salir de allí. Recuerde que el grito de la mujer se oyó portodos los rincones de la Basílica.

—Empiece la reunión y localice al Santo Padre. No pudimos rastrearlo pero estoy seguro quealguien como usted tiene más posibilidades de encontrarlo. Nosotros dos permaneceremos afueray trataremos de encontrar al responsable. Sin embargo, en este punto creo que ya todos sabemosquién puede ser.

—¿El responsable de la toma?

— Esa sería mi primera hipótesis. Nadie se beneficia más de todo esto que él. Si los demásregentes se llegan a enterar la histeria colectiva nos superará y el plan que habíamos diseñado noservirá de nada.

—¿Pueden resolver este asesinato entre ustedes dos?

—No es cuestión de poder hacerlo. Debemos hacerlo, no hay otra alternativa.

La Mujer del Jaspe se mantuvo en silencio mientras el Hombre de Azul y el Primer Ministrodiscutían sobre cómo proceder. Para ella la solución que estaba presentando el hombre de trajeazul era la forma perfecta para abordar la situación sin perder el control. Si todo salía como debíaser, la responsabilidad de atrapar al asesino recaía en las únicas personas que estaban exentas deser represadas en el Salón Dorado. Haría lo que fuese necesario para lograr su objetivo; entre elHombre de Azul y ella la amenaza oculta dentro de la Basílica podría ser finalmente neutralizada.

—No tenemos alternativa. Daré la orden a mis oficiales y seguiré con la reunión. Mucha suerte, lanecesitaran para salvarnos a todos de caer en la desgracia.

El Primer Ministro se dirigió al lugar donde esperaba la Mujer de Rojo y con paso ágil seapresuró a cumplir con su parte del plan de contingencia. En el pasillo el sonido de unos tacones yunos zapatos de material desapareció entre ecos y murmullos. El pasillo quedó vació porcompleto excepto por la Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul. Y ese fue el momento queaprovechó la mujer para presentar sus incógnitas.

—Hay más preguntas que respuestas rodeando todos los eventos del día de hoy. Entre mássegundos pasan la Basílica se adentra más y más en un carrusel de locura y perdición. Si noencontramos la forma de avanzar terminaremos hundiéndonos.

—Si nos hundimos, perdemos.

—Y el Basilisco se saldrá con la suya.

—Hora de hacer algo productivo. Volvamos a la recámara y tratemos de encontrar evidencias quehayamos pasado por alto. A partir de ese punto establezcamos la cronología de lo sucedido y elmétodo que usó el asesino para evadir ser atrapado en el acto. Por último saquemos la lista desospechosos que pueden haber tenido la oportunidad de realizar tan vil acto. Hacemos esto y elBasilisco estará próximo a ser revelado.

—Fácil y sencillo. ¿Cómo no lo pude pensar antes?

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—¿Eso es sarcasmo?

—Lo es. Haces que esto suene como si fuera un juego.

—Juego o no tenemos que apresurarnos. El tiempo corre en nuestra contra.

—Y el Basilisco nos lleva la ventaja.

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XII

—¿De verdad crees en esa vieja historia?

—¿La del basilisco? No diría que lo hago pero en estos momentos parece ser nuestra mejor pistapara identificar al responsable del homicidio. Si él se encuentra usando el mito como inspiraciónpara cometer los asesinatos entonces es posible que esté tratando de enviar un mensaje.

—¿Qué tipo de mensaje?

—¿Recuerdas lo que dije sobre la criatura y como protegía la ciudad? Si lo piensas un momentola figura del basilisco está diseñada para representar un juez y su castigo.

—El basilisco se encarga de acabar con los pecadores. Aquellos que no han cometido una falta noserán castigados. ¿Es eso lo que quieres decir?

—Algo así. El asesino pudo haber matado al hombre de muchas otras formas, sin embargo escogióde entre todas las posibilidades al basilisco, haciéndolo resurgir del olvido en el que el mitohabía caído.

—El Basilisco trata de enviar un mensaje. “No permitiré pecados en la casa de Dios”.

—Para ponerlo en términos sencillos el justiciero homicida se justifica a sí mismo por medio dela voluntad divina. Ese sería el perfil inicial que podríamos estar abordando, sin embargo es muytemprano para sacar conclusiones apresuradas.

El Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe daban vueltas alrededor de la recámara y el cadáver.Ambos coincidían en la necesidad de una ruta de escape pero no lograban encontrar una forma deabandonar el recinto sin cruzar la puerta dorada. El acertijo más complejo parecía ser la forma através de la cual el Basilisco se desplazaba. Por ello decidieron abordar otra ruta en suinvestigación.

—Pensemos por un momento los hechos que condujeron hasta este homicidio. El hombre fueencontrado muerto aproximadamente unos veinte minutos después de la discusión en el VestíbuloReal. Cuando se dio la orden de ingreso al Salón Dorado solo la mitad de los asistentes seencontraban dentro, y aproximadamente tres cuartos de los asistentes se encontraban presentes enel salón cuando el grito de la mujer se escuchó. Si tenemos eso claro el asesino no pudo serninguno de los presentes en el Salón Dorado, y en cambio, tuvo que ser alguien ausente en losprimeros minutos del ingreso.

—La hora exacta de la muerte no la conocemos, si somos realistas cualquiera pudo habercometido el crimen y después haber ingresado a la recámara. No podemos descartar a nadie conesa información.

—Pasemos a lo que conocemos. Según la mujer ellos dos se encontraban juntos cuando se terminóla discusión. Por lo tanto ella debe ser la primera sospechosa de nuestra investigación.

—¿Sospechosa? ¿Viste lo alterada que estaba? Dudo mucho que alguien en ese estado hubierapodido fingir aquella crisis.

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—A menos de que estuviera planeado actuar de esa forma y una vez asesinado el hombre sehubiera preparado mentalmente, cambiado su reacción y gritado en el momento que creyó másconveniente.

—Si lo piensas de esa forma, creo que otro problema se resuelve cuando transformamos a lamujer en sospechosa.

—La entrada y salida del Basilisco sin testigos.

—Si ella era la única en el pasillo pudo haber cometido el crimen sin temor a un testigo que laubicara entrando al recinto antes del momento en que ella afirma haber entrado.

—Por ahora vale la pena dejarla como nuestra sospechosa principal. Aunque no logro descifrarcomo copió el mito del basilisco y lo convirtió en un arma letal.

—No creo que encontremos evidencias del arma homicida en este lugar. Hemos revisado entre losdos varias veces y no hay nada que dé una respuesta a esa duda.

—A este paso la única alternativa es proceder a interrogar a la mujer y clausurar todo este lugarpara evitar que acceda alguien más.

El Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe se retiraron del sitio y una vez afuera obstaculizaron lapuerta con lo que tenían a la mano. Muebles, mesas y esculturas se apilaban unos sobre otros amanera de barricada, tratando de prevenir el ingreso de un nuevo visitante al cuarto. Si por algunarazón uno de los secuestrados se topaba con la recámara y descubría el cadáver la investigaciónno podría seguir y el caos reinaría sobre la Basílica. Necesitaban ganar todo el tiempo posible,aunque eso significara ocultar la verdad del peligro inminente al que se encontraban sometidos alestar atrapados dentro de aquel lugar.

Una vez la barricada alcanzó un tamaño considerable los dos individuos decidieron retornar alpasillo del Salón Real. Según las instrucciones que el Hombre de Azul le había otorgado alPrimer Ministro, esperaban que la Mujer de Rojo se encontrase aislada del resto del grupo en lapequeña oficina que aguardaba justo detrás del atril blanco; el problema estaba en ingresar alSalón Dorado sin despertar sospechas de lo que se encontraban haciendo.Los dos pudieron respirar más tranquilos cuando notaron que la puerta aledaña a la entradaprincipal del Salón Dorado conducía a la oficina que serviría de cuarto interrogatorio. Dentro deella la Mujer de Rojo reposaba dormida en un sofá color vino tinto de madera noble y tela deterciopelo.

Se apresuraron en acomodar el sitio de tal forma que la mesa de caoba que hacía las veces deescritorio quedase en la mitad del cuarto, y a cada lado ubicaron sillas en proporción adecuada.Cuando el lugar estuvo listo para llevar a cabo el interrogatorio decidieron despertar a la mujerque seguía ignorante a los acontecimientos dentro del lugar.

El Hombre de Azul se aproximó y con cuidado se agachó para quedar a nivel de la Mujer de Rojo,acto seguido llevó su mano al hombro de esta y la agitó suavemente. Solo unos segundos le tomó ala mujer para abrir sus ojos.

—¿Cómo te encuentras? ¿Estás Mejor?

El hombre habló en voz baja y tono condescendiente. La preocupación del sujeto parecía genuina

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pero la intuición de la Mujer del Jaspe le decía que ese no era el caso. Ambos habían acordadoque actualmente esa mujer era la sospechosa principal del homicidio, y aun así aquí estaban, conél levantándola con delicadeza. Si estaba en lo correcto, la razón por la cual el hombre actuaba deaquella forma era para establecer cierta confianza y tranquilidad en la persona a la que queríaninterrogar. Que el hombre supiera tácticas de interrogación y fuera tan buen actor era destacablepara la profesión en la que se desempeñaba actualmente. Solo Dios podía saber dónde habíaaprendido a comportarse de la forma en la que lo hacía. En medio de las reflexiones de la Mujerdel Jaspe la silueta en el sillón profirió una tenue afirmación.

—Me alegra, estaba preocupado por ti. Perdona que te moleste en estos momentos pero hay algoque necesitamos hablar contigo. ¿Crees que puedes ayudarnos un poco? No tardaremos nada, loprometo.

—Está bien, aunque no creo ser de mucha ayuda.

—No te preocupes, el solo hecho de que hables con nosotros hace una gran diferencia. Ven,permíteme ayudarte a levantarte.

Y mientras el Hombre de Azul le ofrecía su mano a la Mujer de Rojo el interrogatorio dio inicio.

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XIII

—Volvamos a repasar todo una vez más. ¿Qué sucedió durante los momentos cercanos alasesinato?

—La discusión sobre el plan para afrontar la crisis acababa de terminar y se dio la instrucción devolver al Salón Dorado. Yo estaba algo alterada por la toma y el hombre se ofreció aacompañarme hasta la recámara. Sin embargo cuando estábamos a mitad del camino el muchachode chaqueta rosa se acercó a él y le comentó algo al oído. A partir de ese momento la expresióndel regente cambió y cuando el sujeto se retiró decidió cambiar nuestro rumbo hasta la recámaraen la que me encontraron. Él me pidió que lo esperara afuera y me asegurara de que nadie másingresara al recinto, y allí me quedé unos diez minutos. Fue en ese momento cuando aquel sonidoretumbó en el pasillo, y la fuente del ruido parecía ser la habitación donde se encontraba elhombre. Fue en ese punto cuando sentí que había algo fuera de lugar y me apresuré a irrumpir en elcuarto. Cuando entré lo único que vi fue al hombre tirado en el suelo y un charco de sangreextendiéndose alrededor de él.

—Detengámonos un poco, creo que hay algunas cosas que podemos investigar a partir de lo quenos estás comentando. ¿Nadie más entró o salió del lugar?

—No, yo era la única en el pasillo. Y cuando entré el cuarto estaba desierto excepto por elhombre en el charco.

—Nadie entró o salió, entiendo. Miremos otro detalle particular, ¿En qué momento dejó deescuchar el extraño sonido?

—Poco antes de entrar al recinto. Fue una cuestión de segundos, quizá un minuto. Tuve problemaspara abrir la puerta porque no lograba girar la manija.

—¿Estaba cerrada con seguro?

—No, solo que mis manos son algo torpes cuando tengo muchos nervios. ¿Crees que si hubieraentrado antes no hubiera muerto?

—Para cuando estabas intentando abrir la puerta el ruido ya había desaparecido. Si tuviese queadivinar el asesino desapareció al mismo tiempo que el sonido. No es tu culpa que él haya muerto.

—Yo no lo siento de esa forma. Quizás hubiera podido hacer algo diferente, quizás si hubieraentrado con él no hubiera muerto.

—Lo más probable es que quién se encontraba allí tenía decidido acabar con su vida desde queingresó al recinto. Si hubieras entrado con él pudimos haber tenido dos víctimas en vez de solouna. Tuvimos suerte.

La Mujer de Rojo sollozaba mientras limpiaba sus lágrimas con un pañuelo bordado. Se le veíamuy agitada, y aunque se encontraba más tranquila que en el momento del asesinato, las señales deun evento traumático se mostraban en ella.

El Hombre de Azul trataba de asimilar uno a uno los detalles que cuidadosamente extraía del

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testimonio de la mujer. Si bien inicialmente tenía planeado culpar a la mujer del homicidio paratratar de alterarla, en estos momentos la posibilidad de que fuese la responsable le parecíacomplicada. Entre más hablaba la mujer más seguro se sentía el hombre de su inocencia. A estepaso se quedarían sin pistas que seguir, pero sabía que dentro del testimonio estaba la clave de loocurrido en ese momento.

—¿Alguna vez habías oído algo similar?

—Disculpa, no entiendo lo que dices.

—El sonido extraño que escuchaste antes de entrar a la habitación. ¿Qué escuchaste exactamente?¿Lo puedes describir?

—Ahora que lo pienso creo que es posible.

—¿¡En serio?!

La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul saltaron de sus asientos ante la controversial afirmaciónque tenían en frente. La ansiedad invadió a los dos individuos y entre ellos se miraban con ciertatensión. La mujer podía tener en sus manos la forma de acercarse a la identidad del Basilisco, y siasí era entonces la investigación estaba un paso más cerca de cumplir su cometido.

—Un ave, el canto de un ave. Creo, no estoy segura.—¿Un ave?

Los dos investigadores se sentaron de golpe en sus respectivos lugares. La información que dabala mujer era inverosímil cuanto menos, y bizarra, si era necesario describirla. Un ave fue larespuesta menos esperada por ambos cuando esperaban que la mujer les indicara el origen deaquel sonido.

—Si. Era un sonido agudo, parecía un solo tono prolongado. Se me hizo familiar al canto de unave, pero sonaba artificial. No sé si me hago entender.

—¿Cuándo dices artificial haces referencia a alguien intentando copiar el sonido con su voz?

—No, no es eso. Sonaba falso, yo sabía que no era un ave pero se asemejaba a una. Tenía un ruidoparticular, una vibración extraña.

El Hombre de Azul se detuvo un momento a pensar y tratando de relacionar las posibilidadesrecordó un factor distintivo en los últimos tiempos.

—¿El sonido era mecanizado?

—¡Si! ¡Algo así!

La Mujer del Jaspe se quedó en silencio y procesó el nuevo dato que la mujer acababa de aportara la investigación. Era indudable que el testimonio de la mujer estaba adquiriendo cada vez másimportancia para revelar la identidad del Basilisco. Si las cosas seguían en esa dirección alasesino podrían estarlo atrapando más rápido de lo que creía.

—Un ruido mecánico en medio de una basílica, un basilisco mitológico que reaparece paracastigar a los pecadores y un asesinato en un cuarto sin ruta de escape. Vaya lío en el que estamosadentrándonos.

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—¿Un basilisco? ¿Qué es eso?

La Mujer de Rojo miraba dudosa al hombre y esperaba una respuesta, sin embargo lo que hizoeste fue levantarse de su asiento y empezar a dar vueltas detrás de la mesa en un carrusel depensamientos.

—Es una vieja historia sobre la ciudad. Nada particular que mencionar, solo es algo con lo quenos cruzamos en la investigación.

—¿De casualidad no será la del guardián de la capital? ¿En la que aquellos con malas intencionessucumben ante la justicia divina?

—Sí, es esa. ¿De dónde conoce usted esa historia?

—El Sumo Pontífice la mencionó hace un año en una reunión que tuvimos las regionesoccidentales en mi lugar de origen. Creí que era una metáfora del Santo Padre para ilustrar que laiglesia poseía protección divina, razón sobre todas las cosas, ese tipo de disparates.

El Hombre de Azul se detuvo en seco cuando escuchó la respuesta a la pregunta que habíaarrojado la Mujer del Jaspe. El dato otorgado por la Mujer de Rojo acababa de cambiar la visiónsobre la investigación. El Santo Pontífice mencionando el mito un año antes de la catástrofe erademasiada coincidencia para ser verdad. Sin embargo decidió agotar las posibilidades primeroantes de intentar arrojar una conclusión.

—Muchísimas gracias por tu colaboración, has sido de gran ayuda para acercarnos a la verdad.No veo más razones para seguirte molestando aunque, ¿Podría pedirte un último favor?—Lo que sea para poder ayudarles.

—¿Puedes entrar al Salón Dorado y decirle al Primer Ministro que nos envíe a alguien?

El hombre escribió un nombre en un pedazo de papel y lo depositó en la palma de la mujer, que sehallaba extendida esperando el mensaje. Esta cerró el puño con fuerza y después de unos segundosbajó el brazo.

—Vale, iré a hacerlo en este momento.

—¿Segura que ya te sientes mejor para volver a la reunión?

—La verdad no creo que pueda estar mejor que como estoy en estos momentos pero verlos austedes dos tratando de salvar el día me ha hecho pensar que al menos puedo poner un poco másde mi parte en esta crisis. Gracias, a ambos.

La Mujer de Rojo hizo una reverencia formal y cruzó la puerta que daba al atril blanco paradespués desaparecer. En la habitación el Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe quedaron afectadospor el agradecimiento que habían recibido. Ninguno de los dos esperaba ser un héroe ante los ojosde los demás, y mucho menos ante los presentes en la toma de la Basílica. Aquella simple fraseles dio mucho para pensar mientras el siguiente interrogatorio empezaba. Ante sus propios ojos notenían nada similar a la idea que se había formado en la cabeza de la mujer. No debieron haberpermitido la catástrofe de ese día. Si hubieran hecho las cosas de diferente forma quizás hubieranpodido evitar este funesto resultado, eso era lo que más dolía.

Y la culpa frente a una crisis descontrolada les hizo la vida amarga hasta la llegada del siguiente

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invitado.

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XIV

A través de la puerta una familiar figura hizo acto de aparición dentro del recinto donde esperabanel hombre y la mujer. Un muchacho de chaqueta rosa se hizo paso por el recinto y se sentó en lasilla vacía que quedaba junto a la mesa. En medio del silencio su voz resonó en los tímpanos deunos elevados investigadores.

—¿Harán el interrogatorio o no?

El hombre y la mujer cruzaron miradas para luego aterrizar desde las altas nubes en las que suspensamientos se encontraban. Cuando cayeron en cuenta de lo que acababa de decir el jovenretomaron torpemente su labor.

—¿Cómo sabes que es un interrogatorio?

—Era la opción más lógica. La mujer que ingresó al Salón Dorado llevaba un papel que le entregóal Primer Ministro. Después de esto me llamaron y pidieron entrar en este cuarto apartado.Teniendo en cuenta que ustedes dos estaban ausentes de la reunión y que la mujer se encontrabaalgo alterada mi primer pensamiento fue que algo había ocurrido. Y ustedes creen que tuve que vercon ello, ¿Me equivoco?

La Mujer del Jaspe estaba impresionada con la agilidad mental del Enviado de Rosa. Aunque suactitud desinteresada resaltaba entre los demás presentes en la Basílica y daba la idea de que elmuchacho no quería estar allí o no le importaba, cierto era que tenía unas capacidades dededucción dignas de admirar.

—La verdad es que te llamamos porque necesitamos tu versión de los hechos sobre algo queaconteció hace unas horas.

—El mensaje que entregué al regente después de la discusión sobre la toma, esa es la razón por lacual estoy aquí. De lo contrario la otra mujer, que se encontraba con el regente al momento de micharla con él, no habría salido de este cuarto precisamente a llamarme.

—Sí, estas en lo cierto muchacho.

El Hombre de Azul había notado por primera vez el potencial del joven cuando había intervenidoen la discusión del Vestíbulo Real, sin embargo la velocidad a la que sus neuronas procesaban lainformación y deducían era avasallante. Si lo aprovechaban de la forma adecuada podría estaracelerando su investigación de forma significativa. O los desviaría, si era el responsable delhomicidio. Debían tener cuidado con lo que decían en frente de este chico.

—Creo que lo más apropiado es ir al grano y adelantarnos las preguntas a ciegas. El hombre alque le diste ese mensaje se encuentra muerto en una recámara de la Basílica. Tú eres el principalsospechoso, y a menos de que nos pruebes tu inocencia en este momento tendremos que proceder adetenerte.

—Buen chiste. No lo harán, de eso pueden estar seguros.

Por un momento el ambiente incrementó la presión súbitamente y causó tensión en los músculos

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del hombre y la mujer. Por el contrario el Enviado de Rosa seguía despreocupado como siempre.

—Para aclararles todo antes de que me salten encima. No, yo no lo maté, y si yo le di un mensajeantes de que lo asesinaran. Si dejan el acelere por un momento podré explicarles que sucedióexactamente.

Los dos investigadores dudaron de abandonar su postura tensa pero al final la inexpresiva cara deljoven les hizo recuperar un poco la compostura.

—A ver, resumiré el asunto para que puedan descartarme y dejar la paranoia de una vez. Elmuchacho de la región del norte, la que está después del océano, se me acercó poco después de ladiscusión sobre el secuestro. Me pidió el favor de entregarle cierta información al regente, puessegún él era posible que ayudara a descubrir quién estaba detrás de la crisis. Cuando supe lo quequería que le transmitiera me convencí de su utilidad y le aseguré que le pasaría la información.Cosa que hice en frente de la mujer que hace poco salió de acá. Después de eso me fui a buscaralgo de comer en el Vestíbulo Real.

El hombre y la mujer desglosaron parte por parte el testimonio que acababa de entregar elsospechoso. La línea de tiempo tenía sentido pero las dudas sobre ciertos fragmentos de lahistoria hicieron que nuevamente empezaran a interrogarlo.—El enviado de la región del norte te pidió pasar la información al regente. ¿Por qué te escogió ati entre todas las personas?

—Porque era el único participante de la discusión sobre la toma que quedaba en el VestíbuloReal. Si recuerdo correctamente el Primer Ministro fue el primero en desaparecer del sitio, ypoco después lo siguieron todos ustedes, incluidos el regente y la otra mujer.

El muchacho se detuvo un momento a recapacitar lo que había dicho y terminó por decir un detalleadicional.

—Corrijo, a ella no la vi. Ni en la discusión, ni después.

—No es de extrañar, te encontrabas rastreando al Sumo Pontífice. Muy buen ojo muchacho.

—Solo dije lo evidente, nada más.

La Mujer del jaspe aprovechó la oportunidad para tratar de obtener información adicional acercade lo ocurrido en la historia del joven.

—Dijiste que después de darle el mensaje al regente fuiste por algo de comer al vestíbulo.¿Tienes alguna prueba de ello?

—No la necesito. Él regente de la región del este puede confirmar que estuve allí. Un muchachocon un atuendo naranja. De seguro lo conocen o lo han visto hoy por acá.

—¿Si hablamos con él nos confirmará tu presencia en el vestíbulo alrededor de esa hora?

—Eso acabo de decir.

—Le preguntaremos más adelante entonces.

—Bueno.

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La conversación se vio estancada por un momento ante las tensiones entre el Hombre de Azul y elEnviado de Rosa. Las amenazas del hombre tenían por intención causarle nervios al muchachopero la actitud desafiante de este le hacía pensar que era probable que estuviera diciendo laverdad. Viéndose sin nuevas preguntas para el joven decidió decirle que se retirara y en cambio,convocara al siguiente sospechoso. En ese punto recordó que no habían preguntado algo de sumaimportancia.—A fin de cuentas, ¿Cuál era el mensaje que te dio el muchacho cuando estabas en el vestíbulo?

El Hombre de Azul se reprochó internamente por haber omitido esa pregunta dentro de suinterrogatorio, y agradeció por tener a la Mujer del Jaspe como su compañera. Quién sabe cómopodría haber resultado la investigación de haber pasado por alto ese importante mensaje.

—El Santo Padre oculta algo. Dentro de la recámara de su Santidad se oculta la verdad sobre sudeclaración de guerra.

El cuarto quedó detenido en el tiempo cuando el Enviado de Rosa pronunció aquella frase. Elprimer impulso del Hombre de Azul fue relacionar el asesinato con el mensaje. Si alguien habíapasado dicha información al Hombre de Verde y este había terminado en aquella recamara justo enese instante, entonces el asesino se encontraba detrás del mensaje que lo había guiado hasta allí.No se le ocurría otra posibilidad, alguien le había puesto una trampa al regente. La Mujer delJaspe intervino y le preguntó al muchacho aquello que venía tratando de resolver en su mentedesde hace un buen tiempo.—¿La recámara en la que encontramos el cuerpo era la oficina papal? Era demasiado sencilla ycomún. Además no encontramos nada que confirmara el mensaje que recibió el regente. ¿Fue solouna trampa? ¿Cómo terminó en aquel lugar nuestra víctima?

—Oh, ya veo. No lo saben, ¿cierto?

—¿Saber qué?

—Hay dos cuartos limitados exclusivamente a la presencia del Sumo Pontífice. El cuarto dondeencontraron el cadáver, que en realidad es una fachada para los curiosos y las personas ajenas a laiglesia, y otro en las profundidades del subsuelo de la Basílica. La Recámara del Alfa y Omega.

Ambos investigadores se sorprendieron ante la información que el Enviado de Rosa acababa desoltar abruptamente. Si él tenía razón con lo que decía entonces el regente había pensado que lafachada era el cuarto real y en un intento por descubrir la verdad este había resultado muerto.Existía la posibilidad de que el mensaje que le habían otorgado al regente fuese real, o al menosno podían descartar esa versión hasta que no investigaran la Recámara del Alfa y Omega.

—¿Cómo supiste de su existencia?

—Un buen servidor debe procurar poseer la mayor cantidad de información. Con esto ya hecumplido mi labor, ¿Puedo retirarme?

En medio de un estupor considerable ambos investigadores asintieron y se limitaron a pedirle unúltimo favor al muchacho.

—¿Un mensaje para el Primer Ministro? Qué más da, si eso me permite irme entonces lo haré.

Cuando el chico desapareció por la puerta por la que había ingresado al recinto el Hombre de

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Azul y la Mujer del Jaspe se quedaron callados y reflexionaron internamente sobre lo que acababade suceder.

Subestimar a alguien por su edad o apariencia podía ser peligroso, y esa frase la repitieron juntoshasta el cansancio.

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XV

El siguiente invitado dentro de la habitación que ocupaban el hombre y la mujer fue un muchachode ropajes celestes que parecía algo nervioso por estar allí. Fue este pequeño detalle lo queimpulsó al Hombre de Azul a empezar el interrogatorio de forma más agresiva, y en el instante enque el joven se sentó en su asiento el hombre saltó al ataque.

—Sabemos lo que hiciste. No trates de ocultarlo, ya nos enteramos de tu episodio en el VestíbuloReal. Si no hablas ahora me aseguraré de que te arrepientas por el resto de tu vida.

El Joven de Celeste se encogió en un acto de defensa y cerrando los ojos cubrió con sus brazos sucabeza, esperando un golpe por parte del orangután que acababa de amenazarlo. Para el Hombrede Azul su reacción fue desconcertante pero se mantuvo en el papel. Necesitaban saber la verdaddetrás del mensaje responsable de la muerte del regente.

—Deja de actuar y habla, ¿Por qué entregaste ese mensaje al otro muchacho? ¿Qué ganabasasesinando al regente en aquella recámara?

El joven abrió los ojos de par en par y reiteradamente negó con la cabeza mientras repetía una yotra vez que él no había matado a nadie.

—Yo no sé nada señor, se lo juro. Por favor, no me lastime.

La Mujer del Jaspe emitió un suspiro y le pidió al Hombre de Azul que dejara de actuar. Para ellaera claro que el muchacho no se abriría con ellos si seguía pensando que el hombre lo iba a heriry lastimar. Así que decidió abordar el asunto por medio de otra postura.

—Mira, sé que no fuiste tú quien asesinó a ese hombre pero necesitamos tu ayuda para entendertoda la situación y detener a quien sí lo hizo. ¿Podrías responder a algunas preguntas?

—¿Si lo hago no me lastimarán?—Nadie te va a lastimar. Aunque este sujeto se vea amenazador y agresivo te prometo que nodejaré que se te acerque. ¿Puedes confiar en mí y darme una oportunidad?

El joven dudó unos segundos y asintió temeroso.

—Está bien, pero créanme, no sabía nada de un asesinato. Yo no tengo motivos, no conozco alhombre. Yo solo, le hice llegar un mensaje, como me dijeron que hiciera.

—Te creemos, pero queremos saber más del porque mandaste ese mensaje. Es posible que quiente lo dio sea el responsable de planear el asesinato, además del encierro en el que estamos.

—No sé qué más decirles, solo sé que me ordenaron mandar un mensaje al regente y cumplí con laorden.

—¿Quién te ordenó enviar el mensaje? ¿Cuándo recibiste la orden?

—Cuando terminó la reunión el regente de la región del Este se acercó y me entregó un sobre conuna carta adentro. Era una orden oficial de mi gobierno, sellada y firmada por mi superior. En ellame indicaban que debía pasar el mensaje con urgencia a ese hombre y que era una cuestión de

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vida o muerte. No sé cómo llegó a las manos del regente del Este pero la tenía y no tuve másremedio que seguir las indicaciones de la carta. No tenía idea que terminaría en semejantedesastre.

El Joven de Celeste arrancó a llorar y tratando de limpiarse los ojos usó las mangas de suvestimenta para retirar las lágrimas. La Mujer del Jaspe trató de tranquilizarlo y mientras lo hacíael Hombre de Azul le hizo señales para que preguntara sobre la carta.

—¿Todavía tienes la carta? ¿Podrías permitirnos revisarla? A lo mejor podemos encontrar algunapista sobre la identidad del responsable del homicidio.

—No, ya no existe. Si hubiese sabido la habría guardado. Perdónenme, no lo sabía. En serio queno lo sabía.

El agitado muchacho sostenía su cabeza entre sus manos y trataba de mantener la calma, aunqueinfructuosamente. La mujer y el hombre se miraron mutuamente, alterados por la respuesta deljoven.

—¿Cómo así que ya no existe? ¿La tiraste en la basura? ¿La perdiste?—La quemé. Yo la quemé, como decía la carta que debía hacer. Lo siento.

—¿La carta decía que debías quemarla?

—Así es, cuando la terminé de leer al final las instrucciones me ordenaban destruir la carta unavez recibido el mensaje. Explícitamente me pedían reducirla a cenizas, hasta que no quedaraprueba de su existencia.

La existencia de la carta debía ser comprometedora para el responsable, de lo contrario nohubiese sido tan explícito en la necesidad de destruirla, y el Hombre de Azul sintió la frustraciónacumularse mientras veía como su última esperanza para resolver el caso se desvanecía entre susmanos. No le veía sentido a seguir entrevistando al muchacho, que fuera de sí luchaba por nodeshacerse en un mar de pesares y arrepentimientos. Su intuición le decía que aquel chico erainocente de cometer el asesinato, y como todos los otros que habían entrevistado, solo había sidousado por el Basilisco para llevar a cabo una cadena de órdenes. El asesino estaba probando serun rival digno de ser confrontado, y si le permitía seguir a sus anchas dentro de la Basílica podríaestar amenazando el poco control que mantenían en estos momentos. Quien sabe que otrascomplejas estrategias se encontraba desarrollando en ese momento. Entre más tiempo estuvierasuelto más difícil sería atraparlo.

El hombre le indicó a la mujer que terminaran el interrogatorio, la mujer accedió a la petición y sedespidió del muchacho. Cuando el muchacho se había retirado de la habitación la Mujer del Jaspenotó que debía salir antes de que fuera demasiado tarde. Había pasado demasiado tiempo adentrodel cuarto y si no se apresuraba eso estaba por pasarle factura.

—Necesito salir, espérame acá por favor. No me demoro.

—¿A dónde vas con tanta prisa?

—Necesito ir al baño, urgentemente.

—¿Justo en este momento?

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—¡Qué sí! ¡No puedo aguantar más!

—Vale, no te preocupes. Yo esperaré acá entonces. Cuando vuelvas aprovecha para llamar almuchacho de ropa naranja, el que mencionó el chico hace unos momentos. Él es la clave pararesolver todo esto.

—Vale, eso haré.

La mujer salió disparada por la puerta que daba hacia el corredor como alma que lleva el diablo.El Hombre de Azul no podía creer que justo en esa situación caótica y peligrosa a alguien ledieran ganas de ir al baño, sin embargo el rostro de la mujer fue muy claro cuando le dijo quedebía salir: o salgo de acá o te puedes estar arrepintiendo. Si no hubiera aceptado probablementehubiera acabado con un puño en la cara.

En medio de su espera el hombre se quedó reflexionando un poco sobre la idea de interrogar alRegente del Este. Si alguien podía brindar luz sobre el misterio de la carta, además de confirmarla versión del Enviado de Rosa, era él.

El tiempo que duró hablando consigo mismo dentro de la recámara pasó rápidamente sin quepercibiera su avance. Cuando la mujer ingresó a toda velocidad al recinto pudo notar su agitacióny las gotas de sudor que empezaban a formarse en su frente. Las noticias que traía estaban porhacerle entrar en una espiral de locura.

—¡No están! ¡El Salón Dorado se encuentra vacío!

—¿¡Qué!?

La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul atravesaron el cuarto con la velocidad de un rayo, ycuando cruzaron la puerta que daba al atril blanco encontraron que, efectivamente, no había unasola alma dentro del salón.

—¡Maldita sea! ¿Qué pasó aquí? ¿Dónde están todos?

El Hombre de Azul vociferaba, ausente de toda compostura. La mujer intentó hacerlo reaccionarpero el esfuerzo era en vano, el hombre había perdido los estribos. Y en medio de su lucha portratar de recuperar la calma dentro de una situación desconocida algo los hizo detenerse en seco.Un gritó de terror les heló la sangre, y sus piernas se movieron por si solas en dirección al lugardesde donde provenía el sonido.

El carrusel de locura en el que se encontraban subidos estaba un paso más cerca de descarrilarse.

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XVI

El panorama que encontraron una vez arribaron a su destino era anarquía pura. La gente seaglomeraba en el Vestíbulo Real y en medio de gritos que se perdían en el ruido, un hombretrataba de apaciguar la vorágine que había poseído dicha recámara. El Cadáver sin vida de laMujer de Rojo se encontraba rodeado de una piscina de sangre, las pisadas de algunos de los allípresentes manchaban el suelo de líquido carmesí en medio de su marcha y debido a la grancantidad de movimientos toda la escena se estaba deteriorando a pasos agigantados.

El Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe se acercaron como pudieron entre empujones y estandomás cerca distinguieron que aquel hombre era el Primer Ministro tratando de mantener un orden yahecho trizas. Cuando vio a los dos investigadores les llamó rápidamente, en su cara se podíapalpar el resultado de su infructuoso trabajo acompañado de una mueca de impotencia ydesesperación.

—¡Gracias a Dios que están aquí! Esto es un desastre, un completo desastre. La gente ha perdidolos cabales y yo estoy en proceso de hacerlo también. Necesito ayuda para calmarlos a todos,debemos pensar en algo, cualquier cosa que los vuelva a poner con los pies sobre la tierra.Perdimos el control, está vez definitivamente lo perdimos.

La mujer y el hombre se miraban mutuamente e intercalaban la vista entre el cadáver y el caosadyacente. Su peor pesadilla se había vuelto realidad, otro asesinato había ocurrido y además deeso los otros regentes conocían ahora que estaban ocurriendo homicidios dentro de la Basílica. Alpaso que iban las cosas faltaba poco para que se empezaran a matar entre sí; Por la forma en laque se comportaban era evidente que se acusaban mutuamente de haber cometido el abominablehecho.

—Ministro, mándelos a entrar nuevamente al Salón Dorado. ¡Ahora!

—¡No puedo, ya lo intenté! ¡Ninguno me escucha!El Hombre de Azul soltó un gruñido, lo único que veía era como sus planes se iban al traste entreamenazas mutuas y golpes al aire. Todo esto era su culpa, no había resuelto a tiempo la verdaddetrás de la identidad del asesino y ahora estaba pagando las consecuencias. Todo lo que suestrategia había logrado estaba siendo borrado en frente de él en tiempo real. No lo podíapermitir, no lo iba a permitir.

—¡Cállense todos de una vez! ¡Dejen de actuar como idiotas!

El rugido proveniente de los pulmones del Hombre de Azul paralizó a todos los secuestrados deinmediato. La fuerza detrás de las palabras del sujeto se mantenía en el aire y la postura quepresentaba el individuo de traje azul era una de completo dominio e imposición. Con soloescucharlo las voluntades rebeldes de los regentes habían sido suprimidas, y ahora estos hacíanlas veces de maniquís dentro de una pintura dantesca con pinceladas de sangre, caos y locura.Poca fue la espera entre el primer rugido y el segundo; el Hombre de Azul se haría escuchar,incluso si eso le costaba su papel de mediador dentro de la toma.

—¡Han convertido todo esto en un circo! ¡Dejen las payasadas y contrólense de una buena vez!¿Creen que sirve de algo sus pataletas y sus amenazas? ¡No valen nada, absolutamente nada! ¡Lo

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único que están haciendo es acelerar sus probabilidades de morir, así que actúen como los adultosque son y vuelvan al Salón Dorado! Es hora de que tengamos una seria conversación sobre lo queestá pasando dentro de este agujero infernal.

Los hombres y mujeres que se hallaban en el Vestíbulo Dorado no dudaron dos veces en seguir lasordenes que acababa de emitir el Hombre de Azul. Algo dentro de ellos se accionó cuandorecibieron los gritos del hombre y poco a poco su obnubilada conciencia se disipo. No entendíanlo que sucedía pero su instinto primitivo les enviaba señales de peligro. Debían hacer caso, o delo contrario enfrentarían las consecuencias.

—Vaya eso no me lo esperaba.

La Mujer del Jaspe habló, todavía estupefacta ante el comportamiento del hombre y las masas.Aunque ella esperaba que aquel individuo fuese bueno imponiendo su voluntad, no esperaba quesu voz tuviera la fuerza de un cañón y la imposición de un rey. Ella misma estuvo tentada a seguirlas indicaciones del rugido pero su mente supo que aquella instrucción no veía dirigida hacia ella.Todavía tenían algo por hacer en el vestíbulo con el Hombre de Azul.

—Ahí está, con eso servirá para que se controlen por un tiempo. Ahora sí, ¿me puede decirporque diablos están todos por fuera de la recámara si explícitamente le dije que los mantuvieraallí?

El Primer Ministro todavía trataba de recuperarse del rugido. Sus tímpanos le dolían y su cabezase sacudía, similar al efecto de un golpe con un martillo. Aquel hombre le empezaba a generaralgo de miedo y siendo sinceros no quería tener nada que ver con hacerlo perder los estribos. Porello decidió contestar a la pregunta del sujeto, aunque le siguiera costando articular palabra.

—Fue necesario. La multitud estaba tensa y uno a uno buscaron abandonar el recinto por motivospersonales y varios. Traté de mantenerlos en sus asientos pero empezaron a pedir explicaciones yya no seguían mis indicaciones. Por último el Sumo Pontífice tomó la misma postura que losregentes y se negó a continuar negociando si no teníamos un descanso de la reunión.

—Sabia decisión. Soltar el ganado directo en el matadero sin planeación alguna incluso cuandosabía que tenemos un asesino en algún lugar de este infierno. Es usted un hombre muy inteligente.

El Hombre de Azul solo podía sentir ira ante la incapacidad del Primer Ministro para cumplir conla labor que le había encomendado. Gracias a él el peor escenario posible estaba sobre la marchay no solo los regentes necesitaban una explicación sobre los asesinatos sino que habían ayudado acontaminar la escena. Solo Dios sabía si el Basilisco había aprovechado la ocasión para sabotearlo poco de evidencia que tenían para resolver los asesinatos.

—No podemos quedarnos de brazos cruzados. Es demasiado tarde para detenernos a lamentar esteresultado.

—¿Qué sugieres que hagamos?

—Recopilar la evidencia, descubrir lo que sucedió aquí y presentar lo que hemos recopilado a losregentes. De otra forma el Basilisco tomará ventaja de la inseguridad que sienten los secuestradosy seguirá matándolos. Uno a uno.El Hombre de Azul solo pudo bufar. Ya no existían opciones ventajosas, solo opciones. Y aunqueno hubiera querido compartir la existencia del Basilisco con los demás invitados, ahora era inútil

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tratar de mantenerlo en secreto. Especialmente cuando parecía que animales se habían revolcadoen el lodazal de sangre.

—Bien, hagamos esto de una vez. Los dejamos solos por más tiempo y el Basilisco no seránecesario porque se van a matar a sí mismos.

—Tienen razón, iré a supervisar el Salón Dorado para evitar que enloquezcan nuevamente. Esperoque puedan resolver todo esto a tiempo.

Cuando el Primer Ministro se giró, próximo a emprender la marcha en dirección al lugar donde loesperaban los regentes, una mano lo detuvo en seco y casi le hizo perder el equilibrio.

—No tan rápido, todavía tengo asuntos pendientes con usted.

En la cara del Hombre de Azul solo se leía seriedad e impaciencia.

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XVII

—¿Quién fue el primero en llegar a la escena del crimen? ¿Usted?

—Así es, yo fui el que encontré a la mujer desangrándose en el suelo. Traté de ayudarla pero yaera demasiado tarde; al final terminé cubierto de sangre con su cuerpo en las manos. Poco despuésun muchacho de ropa color celeste apareció en el vestíbulo y gritó al encontrar aquella escena. Enese momento los regentes comenzaron a llegar y se armó un pandemonio.

—Por su testimonio sería fácil decir que usted es el primer sospechoso en el homicidio de lamujer.

—¡Por Dios, como puede decir eso!

—Seamos realistas, cuando llamemos al muchacho, ¿qué cree que nos dirá?—¡No fui yo! ¡Mujer, hazle entrar en razón!

La Mujer del Jaspe se quedó en silencio. El testimonio del Primer Ministro, sumado al testigo queprobablemente declararía haberlo visto en una posición comprometedora, dejaba en mal lugar alpobre hombre. Sin embargo intercedió en la conversación, sabiendo en su corazón que el PrimerMinistro era inocente; no tenía madera de asesino. Todo lo que había dicho y hecho en ese día erasalvar a todos de un buen número de calamidades, especialmente la declaración de guerra delSanto Padre.

—No nos apresuremos en sacar conclusiones. Es cierto que el Primer Ministro se encuentra en lalista de sospechosos gracias a la muerte de la mujer pero no podemos atarlo todavía al asesinatodel regente. De hecho no hemos revisado el cuerpo y la escena. Ni siquiera podemos asegurar concerteza que este homicidio fue causado por el Basilisco.

— No creo que sea coincidencia que ocurran dos muertes en la Basílica con horas de diferencia.

—A lo que me refiero es que debemos ser objetivos y procesar las escenas primero. Despuéspodemos atar la declaración del Ministro y el testigo.

El Hombre de Azul se cruzó de brazos y tras un silencio de apariencia infinitamente larga decidiócontestar a la sugerencia de la mujer.

—Tienes razón, no sirve de nada iniciar una cacería de brujas sin tener todos los datos. Puederetirarse Primer Ministro, y por favor, traté de hacer su papel un poco mejor esta vez.

El Primer Ministro asintió y se apresuró a salir del Vestíbulo Real, pero antes que saliera de lavista de los dos investigadores una pregunta salió al aire producto de la inquieta mente de lamujer.

—Ministro, espere. Una pregunta, ¿Desde qué momento el Sumo Pontífice estuvo presente en lareunión?

—Entró unos diez o quince minutos después de que encontráramos el cadáver del regente yencerráramos a todos en el Salón Dorado.

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—¿Tiene alguna idea de donde se encontraba antes de ingresar allí?

—No lo sé, no me había cruzado con él desde la amenaza de guerra. ¿Por qué lo pregunta?

—Por nada, creí que usted podía saber algo más sobre él.

—Lo siento, no lo sé.

—Gracias de todas formas. Suerte con los regentes, la necesitará.

—Gracias.

El Primer Ministro se alejó de la escena del crimen y los investigadores lo vieron perderse por elpasillo que llevaba al Salón Dorado. La Mujer del Jaspe parecía estar fastidiada por algo y elHombre de Azul lo notó de inmediato.

—¿Qué sucede? ¿Descubriste algo?

—Está mintiendo. Él sabe algo y no quiere decirnos.

—¿Cómo lo sabes?—Lo vi discutiendo acaloradamente con el Santo Padre cerca al piso subterráneo de la Basílica.

—¿No dijiste que no encontraste al Santo Padre cuando estábamos en el Salón Dorado?

—Ese es el problema, no lo hice. Cuando seguí al Sumo Pontífice después de la discusión quetuvo con el Primer Ministro desapareció del lugar. Fue como si se desvaneciera en el aire.

—¿Cuándo ocurrió todo esto?

— Después de que ustedes discutieron sobre el secuestro.

—¿Crees que el Pontífice tenga algo que ver con los asesinatos?

—El mismo día que convoca a los regentes dentro de la Basílica y le declara la guerra al mundosecuestran la Basílica, evitando que cualquier persona entre o salga del lugar. Sumado a suausencia cuando ocurrió el asesinato del regente y el hecho de no conocer su paradero en elmomento de la muerte de la mujer, no me cuesta mucho preguntarme si todo esto fue planeado envez de ser una enorme y desdichada coincidencia.—Aunque tuvieses razón no tenemos evidencia que nos guíe hacia él como posible sospechoso.

—Hasta ahora.

La Mujer del Jaspe se acercó al cuerpo sin vida de la Mujer de Rojo y llamó al hombre para quese acercara.

—Todavía tenemos una escena por investigar. A lo mejor encontramos algo que nos guíe al SumoPontífice, o al Basilisco.

A primera vista no encontraron nada diferente entre el cuerpo de la mujer y el del regente quehoras antes habían asesinado en otro lugar de la edificación. La distribución de la sangre era lamisma y la causa de muerte parecía ser la pérdida de sangre, de la cual seguían sin conocer lacausa. El Hombre de Azul, que se había enfocado en investigar el cadáver, decidió dejar a un ladosu búsqueda infructuosa y pasó a tratar de darle un sentido al momento en el cual la mujer había

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muerto.

El Vestíbulo Real, a diferencia del cuarto donde se hallaban aislados los restos mortales de laprimera víctima, poseía infinidad de entradas y salidas. Eso sumado a las múltiples huellas ymanchas distribuidas indiscriminadamente por el suelo del lugar hacían que el hombre pensaraque no existía nada útil allí que sirviera para progresar en su investigación. Se vería obligado aretornar al Salón Dorado sin un avance sobre la posible identidad del Basilisco, y eso le hacíahervir la sangre.

La voz de la Mujer del Jaspe llamó la atención del Hombre de Azul y le hizo voltear en direccióna la fuente del llamado. La mujer se encontraba a escasos centímetros del cadáver de la segundavíctima y agitaba en su mano una especie de trozo de papel. El hombre retornó a la ubicacióndonde le esperaba su compañera y preguntó que era aquello que agitaba desde lejos. La respuestade la mujer le dejó sin palabras.

—Lo encontré en la mujer, parece que lo apretó fuertemente en su puño antes de morir. Tenemossuerte de que haya revisado sus puños antes de darme por vencida.

—Demasiada suerte.

El Hombre de Azul tomó el trozo de papel de la mano de la Mujer del Jaspe y procedió ainspeccionarlo.

—Está empapado de sangre, dudo mucho que nos sea de utilidad. No esperaría que quedara algolegible después del tiempo que ha pasado con sangre.

—¿Seguro? ¿Lo revisaste de cerca?

El hombre le dio otro vistazo al papel y en medio de la sangre pudo distinguir una sola palabra:Laberinto.

El rostro del hombre se iluminó y en su mente todas las piezas encajaron. Se culpaba por no haberpensado antes en la posibilidad que ahora se veía clara ante sus ojos. La respuesta a suinconveniente se hallaba escondida a plena vista, pero solo ante aquellos que sabían lo quebuscaban.

—¿Encontraste algo?

—No hay tiempo que perder, debemos apresurarnos. Creo que he resuelto parte del problema.

—¿Sabes quién es el Basilisco?

—Puede ser. Sígueme, tenemos que hacer una parada antes de volver al Salón Dorado.

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XVIII

—¿No pudiste escoger un mejor lugar al que volver? Algo, no sé, ¿Más Accesible?

La Mujer del Jaspe se quejaba en medio de resoplidos y jadeos. El esfuerzo físico al que seestaba sometiendo por seguir las indicaciones del Hombre de Azul empezaba a afectarleconsiderablemente, aún más con la velocidad a la que este esperaba que trabajan.

—Falta poco, ya estamos cerca. Solo trata de apurarte un poco, a este paso lo regentes sedesesperarán antes de que logremos volver.

—¡No puedo cargar más peso! ¡Esto es gracias a tu brillante idea de hacer una barricada de tresmetros!

—¡Era eso o arriesgarnos a que los otros secuestrados encontraran el cadáver!—¡Nos hubiéramos arriesgado! ¡Al final no sirvió de nada y no hubiéramos tenido que desarmaresta chatarra!

—¡No es chatarra, es arte!

—¡No me importa!

Para el momento en el que lograron despejar el pasillo y acceder a la recámara los dosinvestigadores estaban bañados en sudor. La puerta dorada que segundos antes había estado fuerade su alcance brillaba como un trofeo ante sus ojos, quizás por el trabajo que tuvo el alcanzarla.El Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe se apresuraron en dejar atrás el pasillo y abrieron laentrada.

—Ya estamos aquí. ¿Puedes ahora decirme que hacemos en este lugar nuevamente?

—Pasamos algo por alto, y asumo la responsabilidad del suceso. No era posible que reconocierasel símbolo a menos que hubieras estado en contacto directo con sus locuras.

—¿Cuál símbolo? ¿Cuáles locuras? ¿De quién estás hablando?

—Dame un momento, sé que debe estar en algún lado. Es la única explicación.

El hombre recorrió el recinto tan veloz como pudo. La mujer veía como aquel individuo levantabacojines, movía lámparas y corría alfombras. La actitud errática de su compañero era cuanto menospeculiar, sin embargo prefirió quedarse callada y esperar a que el sujeto encontrara aquello queestaba buscando. Cuando uno de los cuadros enormes que estaban colgados en la pared oeste delcuarto cayó al suelo por obra del hombre, este gritó victorioso y llamó a la mujer para que seacercara.

—¿Ves este pequeño grabado en la pared?

—¿Este pequeño diseño?

La mujer deslizó la mano sobre el grabado de un triángulo equilátero que destacaba justo en lamitad de la pared. Estaba sorprendida de que el hombre conociera el dibujo, al que se encontrabafamiliarizada por su vida antes de ingresar a la rama gubernamental.

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—Un Delta. No lo vi la primera vez que revisamos el sitio. ¿Cómo se me pudo pasar esto? ¡Dehaber sabido antes!

—¿Conoces el Delta? ¿Cómo es posible?

—Yo… tuve contacto con él hace algunos años. Reconocería ese diseño en cualquier parte. Y aunasí…

—No es tu culpa, aunque conocieras sobre él no era posible que supieras que estaría aquí. Debíhaberlo visto venir, el anterior pontífice tuvo que haber estado involucrado en esto antes de queocurriera su fallecimiento.

—¿Qué crees que signifique el Delta en esta pared?

—¿Recuerdas la nota que recuperaste del cuerpo de la mujer? Me hizo pensar nuevamente sobrela ruta de escape imposible que debió haber usado el basilisco. La única forma de escapar sin servisto era a través de este cuarto.

El Hombre de Azul presionó el Delta y un ruido mecánico rugió con fuerza tras la pared, que eninstantes retrocedió y se hizo a un lado, dejando a la vista un oscuro pasadizo y una antorchaapagada que reposaba en la pared izquierda.

—El Basilisco debió haber escapado por aquí, incluso falta la antorcha de la pared derecha.Estoy más que seguro, esta es la respuesta a nuestras preguntas.

—¿Tenemos que entrar, cierto?

—Solo si queremos saber la verdad.

Encendieron la antorcha con unos cerillos que encontraron en el escritorio de la habitación y sedispusieron a avanzar por el polvoriento pasaje. El hombre, que llevaba en su mano izquierda laluz, se agachó tras haber dado unos pasos dentro del corredor.

—Mira esto, hay huellas por todo el lugar, es seguro que alguien estuvo aquí varias veces. Elnúmero de huellas no corresponde a un solo trayecto.

—¿A dónde lleva este pasadizo?

—Eso es lo que estamos por averiguar.

Tras avanzar cierta distancia un ruido metálico se repitió a sus espaldas y la pared por la quehabían accedido al lugar se cerró rápidamente. La luz exterior desapareció y quedaron a oscurascon solo la antorcha para desplazarse en medio de la oscuridad.

—¡Estamos atrapados! ¡Alguien cerró la entrada!

—No creo que fuese obra de alguien. Conociéndolo, es probable que la entrada tenga unmecanismo de cierre automático tras cierto tiempo.

—Aun así, estamos encerrados.

—No tiene sentido crear pasadizos como este si no puedes usarlos para desplazarte de un lugar aotro. De seguro hay otras salidas que podemos usar para volver, o incluso podemos utilizarnuevamente ese mismo acceso de ser necesario. Por ahora centrémonos en encontrar lo que oculta

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este lugar.

—Tienes razón, y debemos hacerlo pronto.

Caminaron por lo que parecieron unos cinco minutos y al final del túnel encontraron una salaabierta que poseía una especie de taller, con múltiples corredores que se desprendían de él. Enmedio de mesas de trabajo con artilugios incompletos y máquinas a medio hacer encontraron unescritorio repleto de notas en las que resaltaban fórmulas matemáticas con cálculos de diferentesgrados y planos de proyectos que concordaban con los artefactos expuestos por todo el taller.

—Debe haber alguna fuente de energía dentro de este lugar, ayúdame a encontrarla.

La mujer se apegó al plan del hombre y juntos se abrieron paso por materiales metálicos y pilasde anotaciones que llenaban el lugar. Cuando se encontraba corriendo algunos archivos queparecían estar dispersos en pilas por todo el suelo el cuarto se llenó súbitamente de luz.

—Así está mejor, ese chiflado es el único que puede tener un lugar como este con semejantesjuguetes.

—¿Qué crees que signifique todo esto?

—Por ahora, que existía una ruta de escape desde el recinto en el que se cometió el asesinato.Bueno, eso y que alguien ha estado trabajando aquí dentro regularmente.

—Si tuviera que apostar diría que todos esos corredores se extienden por toda la Basílica.—Creo que tenemos lo necesario para confrontar a los regentes en el Salón Dorado.

—¿Ya tienes en mente la identidad del Basilisco?

—La sospecho ligeramente.

El hombre apretó en su puño una hoja que acababa de recoger del escritorio en el que seencontraban los planos. Con ojos fríos y voz temblorosa, solo pudo decir una cosa.

—Hora de atrapar a ese animal escurridizo.

Y la mujer y el hombre desaparecieron en la oscuridad de un laberinto exuberante de pecado yfabricaciones.

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XIX

—¿Estás preparada para hacer esto?

—No hay marcha atrás, cuando crucemos estas puertas será él o nosotros. No pienso perder, nohabiendo llegado tan lejos.

—Al fin podremos hacer justicia, solo debemos proceder como lo planeamos.

—Un poco más y su máscara caerá. Lo haremos, claro que lo haremos.

El Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe abrieron las puertas de par en par, y cuando las cruzarontodos los allí presentes volvieron su vista a los dos cuerpos que triunfantes se acercaron al atrilblanco desde donde el Primer Ministro se veía algo exhausto y estresado. La expresión delhombre de traje café cambió inmediatamente y en medio de la ansiedad se atrevió a preguntaraquello que corroía su cabeza desde su último encuentro con los investigadores.

—¿Y? ¿Descubrieron algo? Por favor díganme que tienen las explicaciones que estas personasquieren. He soportado la carga hasta este momento pero a menos de que hagan algo esto se va aponer peor.

El hombre y la mujer entrelazaron sus miradas y con una sonrisa sus labios emitieron la frase másgloriosa que podían escuchar los oídos del Primer Ministro.

—Lo tenemos.

—¡¿Saben quién es el Basilisco?! ¡¿Lo capturaron?!

—Lo sabemos, y estamos a punto de confrontarlo. Siéntese y deje todo en nuestras manos. Cuandoterminemos de hablar el Basilisco habrá caído.

—Gracias al cielo, gracias.

El Primer Ministro retornó a su asiento dentro del recinto y el atril blanco quedó únicamente conla presencia del hombre y la mujer. La recámara estaba inundada de murmullos y vocespreguntándose qué hacían aquellos dos individuos en la mitad del Salón Dorado. Y aún más,porque el Primer Ministro les había cedido su posición en el atril blanco. El Hombre de Azulrevisó el lugar con sus ojos y le habló a la mujer con una tensión disimulada.

—¿Lo ves? ¿Está aquí? Si no se encuentra acá tenemos que esperar a que lo traigan a como délugar.

—Sí, el Basilisco está justo allá, cerca al asiento del Primer Ministro. Comencemos.

El hombre respiró profundamente y se dispuso a hablar frente a todo el grupo. No habría segundasoportunidades si cometía un error.

—Damas y caballeros, por favor permítanme su atención. Es el momento de compartir con ustedesla verdad sobre lo que ha estado sucediendo en la Basílica. Esta es la explicación que lesdebíamos, pero no podíamos dárselas hasta estar seguros de que teníamos todo controlado.

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Los murmullos se detuvieron y todos los ojos del lugar se posaron en el Hombre de Azul. Elambiente inestable se podía sentir a kilómetros de distancia, y en ese momento todo el peso delorden reposaba en la boca del hablante en el atril blanco.

—Esta mañana, después de la toma de la Basílica, ha ocurrido una catástrofe: un homicidio se hallevado a cabo en la recámara del Sumo Pontífice.

Los murmullos iniciaron nuevamente y la tensión escaló con rapidez después de que el homicidiodel Hombre de Verde fuese revelado a la multitud. Sin embargo el Hombre de Azul se apresuró ensilenciar todo el auditorio.

—Mantengan la calma señores y señoritas, porque esto es apenas la punta del iceberg. Comopudieron notar cuando salieron hace un rato al Vestíbulo Real, un segundo asesinato se llevó lavida de una mujer. Actualmente esos dos homicidios son los únicos que han sido cometidos dentrode la Basílica, y el culpable de ellos ha sido denominado como El Basilisco a partir de losresultados de nuestra investigación.

Hasta ese momento nada de lo que había dicho el Hombre de Azul representaba un cambio depanorama respecto a la catástrofe en la que se veían inmersos, pero las cosas estaban a punto decambiar, y la responsable de avanzar por el terreno fangoso de las acusaciones quedaba en lasmanos de la Mujer del Jaspe.

—Nuestra ausencia en la reunión que estaban llevando a cabo en este mismo sitio se debe a quedecidimos tomar en nuestras manos la responsabilidad de dar con el culpable de este desastre. Yen este momento les presentamos el fruto de nuestra investigación. El Basilisco será revelado aquíy ahora, ante todos ustedes.

El Salón Dorado estalló en silbidos y aplausos. Las voces dentro del recinto clamaban por unnombre al cual hacer responsable del infierno que habían estado padeciendo desde su llegada a laBasílica, y la entrega del Basilisco no solo representaba el fin de los asesinatos sino también lacreación de un chivo expiatorio bajo el cual desahogarse. La mujer continuó su discursoconsciente de la expectativa que estaba generando en los regentes.

—El Modus Operandi del Basilisco es hacer que su víctima se desangre en cuestión de segundo.En estos momentos el método por el cual realizó estas atrocidades no ha podido ser esclarecido,sin embargo la forma en la que ha actuado, así como también como logró escapar de ser atrapadoen el acto es algo que conocemos con seguridad. A la primera víctima le fue entregado un mensajede urgencia sobre una verdad oculta perteneciente a uno de los aquí presentes. Al momento derecibir el mensaje se dirigió a la cámara papal con la mujer que después se convertiría en lasegunda víctima e ingresó solo al recinto. La mujer lo esperó en el pasillo y después de escucharun extraño sonido mecánico se apresuró en ingresar a la recámara papal, donde halló al hombredesangrado en el suelo y sin signos de vida. El Basilisco no se encontraba dentro de la habitación,y aunque solo aquel pasillo conducía al exterior de la habitación, la mujer aseguró que nadie habíasalido del lugar. ¿Cómo escapó del lugar el Basilisco? La respuesta yace en un evento ocurridohace cinco años en la región del Oeste. Un famoso inventor conocido por usar la letra delta comosu firma desapareció del mapa justo después de ser acusado del homicidio de su sobrino, quetrabajaba como su aprendiz en la fábrica más grande dentro de ese territorio. La investigaciónllevada a cabo por la policía fue infructuosa, y el hombre responsable de la muerte del jovenjamás fue procesado o castigado por sus crímenes. Sin embargo el día de hoy encontramos

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evidencia del encubrimiento que le permitió escapar. El inventor pidió ayuda al anterior pontíficey a cambio el Santo Padre le pidió realizar un proyecto gigante: El laberinto que se oculta debajode la Basílica, mismo que fue usado como ruta de escape por el Basilisco. En el momento en queocurrió el homicidio de la primera víctima el asesino escapó por uno de los pasadizos que llevabaal laberinto.

El Salón Dorado variaba en sus expresiones y sentimientos. La mención de un inventor homicida yla existencia de un laberinto debajo de sus pies era mucha información para procesar. Aun así elrecinto se mantenía unánime en su deseo: pedían un nombre, la identidad del Basilisco.

—Hagan silencio por favor, porque todavía falta lo peor. Se preguntarán porque la historia delinventor resultaba necesaria dentro de nuestras explicaciones, y tiene razón, bajo circunstanciasdiferentes jamás la hubiéramos traído a la luz. Pero hoy la situación es diferente, porqueconociendo la verdad sobre el inventor fugitivo podemos deducir quien es la única persona con laposibilidad de ser el Basilisco. Señoras y señores, el único individuo que podía conocer laexistencia de los pasadizos y el laberinto, aquella persona ausente en las discusiones y losalrededores del grupo al momento de los asesinatos, el sujeto con la capacidad de moverse a suantojo dentro de este enredado lugar, ese es el asesino. El Basilisco de la Basílica es el SumoPontífice.

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XX

El Salón Dorado estalló en anarquía, los regentes y enviados dentro del lugar abandonaron susasientos y tomaron la forma de una turbia furiosa en dirección al asiento desde el cual el SantoPadre observaba anonadado y sin palabras la cacería de brujas que acababan de generar la Mujerdel Jaspe y el Hombre de Azul. El Primer Ministro se movió a toda velocidad y atravesándose enmedio de la muchedumbre y el pontífice pidió a gritos calma y mesura. Aquellas dos cosas eranimposibles de obtener bajo las condiciones en las que se había generado la revelación, y por ellosu Santidad se vio obligado a replegarse hasta un rincón temiendo por su vida. Frente a él undesesperado ministro amenazaba a los regentes con una silla de madera. Desde el punto de vistade los investigadores la escena hubiera resultado cómica de no estar inmiscuidos asesinatos ycomplots en la crisis que habían aguantado todo ese día.

El Primer Ministro gritó con todas sus fuerzas y viéndose sin opciones optó por llamar a comodiera lugar a los investigadores, que todavía seguían en el atril blanco. Ante la insistencia y losruegos del Ministro la Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul terminaron cediendo al llamado y seacercaron a los dos hombres arrinconados.

—¿Que sucede? ¿Por qué lo defiende Ministro? ¿Acaso no se da cuenta que él es el responsablede todo este desorden? ¡Sus manos están manchadas de sangre, y es solo suerte que aquella sangreno haya sido la suya o la mía!

La Mujer del Jaspe vociferaba iracunda ante el comportamiento de ese sujeto de traje café. Le erainconcebible que alguien pudiese defender a un asesino manipulador y traicionero como lo era elSumo Pontífice. Y por ello estaba decidida a asegurarse de apartar al Primer Ministro del caminode la turba furiosa.

—¡Detengan esta locura ahora mismo! ¡Él es inocente!

—¡No sea descarado Ministro, usted mismo vio la evidencia que tenemos contra él! ¡No pretendarescatarlo afirmando en vano que no cometió todas esas barbaridades!

—Estoy diciendo la verdad, no pudo haberlo hecho, simplemente no pudo.

¿Cómo puede estar tan seguro de ello?

El Primer Ministro calló por un momento y en una medida desesperada decidió decir lo que teníaen mente para detener en seco toda la multitud y las sospechas.

—¡Él estaba conmigo! ¡Cuando ocurrieron los asesinatos él estaba conmigo!

—¡No se atreva a mentir por él! ¡Tenga respeto por los muertos y por nosotros!

—¡No miento, por favor paren, no estoy mintiendo, de por Dios!

Lagrimas corrían por las mejillas del hombre de traje color café, en sus manos sudorosas la sillade madera resbaló estruendosamente y cayó en el suelo. Aquel hombre de apariencia deplorablecolapsó arrodillado frente a la Mujer del Jaspe y en medio del llanto solo repetía una sola frase amodo de murmullo.

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—Por favor, deténganse. Por favor, se los ruego.

La multitud detuvo su avance cuando vieron al Primer Ministro en el piso y algunas miradas sedirigían hacia la Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul. El Regente de Naranja se hizo paso enmedio del caos, apartando a los demás presentes con el fin de llegar al lugar donde se hallaban lamujer, el Ministro y el Pontífice. Cuando la Mujer del Jaspe lo vio sintió un escalofrío en todo sucuerpo; tenía un mal presentimiento sobre lo que estaba a punto de decir el muchacho.

—¿No deberían escuchar el testimonio del Primer Ministro antes de tomar una decisión sobre laidentidad del Basilisco? Si están tan seguros de que el Sumo Pontífice es el responsable entoncesno hará daño evaluar todas las evidencias. Debemos estar cien por ciento seguros de que él es elculpable y no un chivo expiatorio plantado por el basilisco, ¿O acaso tienen prisa por dictarsentencia sobre su Santidad?

Los investigadores sintieron el peso de las palabras del joven. Parte del enardecido grupo empezóa apoyar la proposición que flotaba en el aire y la ira decreció considerablemente al punto decuestionar a los investigadores en su imparcialidad. El Hombre de Azul, molesto por laintervención del Ministro y las dudas que había sembrado el Regente de Naranja, decidió que nohabía otra opción: Debían permitir que el Primer Ministro declarara, o toda la investigación daríala apariencia de estar sesgada.

—Tiene razón, lo justo es dejar que el Primer Ministro testifique y que el Sumo Pontífice sedefienda. No debemos dejarnos llevar por conclusiones apresuradas antes de tener todos losdatos. Ministro, Sumo Pontífice, tienen el atril para ustedes. Es hora de dar explicaciones.

El Primer ministro se levantó de donde se encontraba y con lágrimas todavía en sus ojos le quisodedicar una mirada de agradecimiento al joven que lo había salvado en el último momento, sinembargo dentro del movimiento de la muchedumbre retornando a sus asientos y la Mujer del Jaspepresionándolo para ocupar el atril blanco, le fue imposible ubicarlo. Una vez salieran de todo estose aseguraría de agradecerle apropiadamente. Cuando llegó al centro del recinto le pidió al SantoPadre ubicarse en su asiento y permitirle testificar antes de que se defendiera de las acusacionesen su contra. El religioso solo asintió y cumplió con la petición del hombre. Al fin y al cabo supalabra equivalía a la única coartada que él tenía.

—El pontífice no tuvo nada que ver en los dos asesinatos que se cometieron hoy dentro de laBasílica. Al momento de ocurrir la muerte de la primera víctima el Santo Padre se encontrabahablando conmigo en el subsuelo de esta edificación. Debido a que intentábamos llegar a unacuerdo sobre la forma de proceder en la decisión que la iglesia había tomado, nos demoramosmás de lo esperado. Para cuando habían asesinado al regente él y yo seguíamos hablando.

La Mujer del Jaspe se mordió el labio ante la declaración del Ministro. Era necesario que noquedaran dudas sobre la culpa del religioso y por ello se veía obligada a interceder. El Hombrede Azul la frenó y le pidió que dejara en sus manos la ardua tarea; era claro que el testimoniopresentado poseía vacíos que podía aprovechar.

—Ministro, le recuerdo que cuando ingresó al Salón Dorado después de nuestra discusión sobrela toma de la Basílica lo hizo en solitario. ¿Puede usted explicarme porque el Santo Padre noingresó con usted, si habían estado juntos todo el tiempo?

—El no ingresó conmigo porque no pudo. Él tuvo que hacer algo importante y yo me adelanté.

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—Entonces no estuvo con su Santidad en tomento. El pontífice pudo aprovechar ese tiempo paracometer el asesinato.

—El tiempo que nos separamos no era suficiente para que él fuera hasta la recámara papal yasesinara al regente.

—Lo es si consideramos la posibilidad de perjurio en su declaración.

—¡Todo lo que he dicho en esta sala es verdad! —Dígame entonces a donde fue el pontífice cuando se separaron. ¿Tiene conocimiento de ello?

—Él fue al baño, tenía que hacerlo. No estaba en condiciones de entrar a la reunión en ese instanteporque estaba indispuesto.

—Y aun así aquí lo tenemos, sano y fuerte como un roble. ¿Cierto su Santidad?

El Sumo Pontífice irradiaba desprecio en su aura y la mirada con la que veía al Hombre de Azulcortaba el aire como el filo de un cuchillo. No entendía porque ambos investigadores estabanempecinados en arremeter contra él. Según recordaba nunca había cruzado palabra con ellos, y lamáxima interacción en aquel día con la Mujer del Jaspe había sido el reproche del saludo inicial.Nada de aquello justificaba la absurda desconfianza frente al testimonio del Primer Ministro,incluso al punto de acusarlo de perjurio.

—El segundo asesinato es incluso más complejo. Cuando todos salieron de este recinto yo mequedé hablando con el Santo Padre e hicimos las paces. No tiene motivos para asesinar otraspersonas, por favor reconsideren sus hallazgos y teorías.

—Ah, ¿Pero acaso no fue su Santidad quien pidió el receso antes de que sucediera la muerte de lamujer?

—Muchos otros lo pidieron, eso no prueba nada.

—Al contrario, eso demuestra que el Santo Padre tenía la intención de detener la reunión yabandonar el recinto. El Motivo no lo conocemos, razón por la que deberíamos sospechar de él.

—No puede ser sospechoso, estuvo todo el tiempo conmigo.

—Si eso es así, ¿Porque solo usted se encontraba en el Vestíbulo Real cuando se descubrió elsegundo asesinato? ¿Dónde estaba el pontífice?

—No, verán, él llegó conmigo al vestíbulo y los dos encontramos el cuerpo. Cuando lo hicimos elSanto Padre se sintió mal ante la traumática escena y tuvo que retirarse a sus aposentos. Yo mequedé para tratar de salvar a la mujer, aunque ya estaba muerta y no pude hacer nada.

—¿Puede corroborar alguien esa versión de los hechos?

Nadie de los allí presentes levantó la mano ante la pregunta del Hombre de Azul. Las dudas sobrelo que realmente había sucedido no parecían disminuir, y en cambio, el ambiente de indecisión seexpandía entre los regentes. A este paso quedarían atrapados en un área gris sin veredicto ysentencia, y no podía permitir que aquello pasara. El Sumo Pontífice debía ser juzgado por susacciones.

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—Como puede ver Señor Ministro, nadie además de usted puede comprobar la inocencia delreligioso. ¿Qué le parece si nos hace un favor y nos ahorra toda esta parafernalia? ¡Admita queestá mintiendo para protegerlo!

—¡No lo haré! ¡Si quiere acusar al Sumo Pontífice de ser el Basilisco haga algo más que presentarevidencia circunstancial y de pruebas contundentes! ¿Las tiene? ¿Tiene un motivo para que elSanto Padre cometiera estos crímenes? Ni siquiera puede brindarnos la razón por la que ocurriótodo esto. Si quiere apuntarlo como la verdadera identidad del Basilisco tendrá que conseguirsolucionar las incógnitas que faltan. ¡Entre eso y mi testimonio ustedes nos no tienen nada!

La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul notaron como la multitud empezaba a cambiar de opiniónsobre el pontífice. Con un Salón Dorado lleno de dudas y una coartada de último momento elSanto Padre reposaba en su asiento con una sonrisa burlesca dedicada a ellos dos. Tenían quehacer algo pronto antes de que el salón desestimara todo el caso.

—¡Quince minutos! ¡Si nos dan quince minutos les probaremos que el Sumo Pontífice no es elsanto por el cual intenta hacerse pasar! ¡Si la evidencia que presentamos no es suficiente paraconvencer a todos en este recinto de que él es el Basilisco desistiremos de seguirlo acusando ynos retiraremos de la investigación si es necesario! ¿Tenemos un trato Ministro?

—No pueden hacer nada para hacerme cambiar mi declaración. Desistan de esto de una buenavez.

—¿Si está tan seguro por qué no nos da la oportunidad de intentarlo? Nosotros le dimos laoportunidad de defenderlo, ahora denos la oportunidad de probarle que se equivocóprotegiéndolo.

—Quince minutos, ni más ni menos. No sé qué espera encontrar en tan poco tiempo pero es librede intentarlo.

—Es una apuesta que estoy dispuesta a correr.

Y en medio de la agitación, los temores y la incertidumbre, el Hombre de Azul y la Mujer delJaspe se retiraron del recinto.

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XXI

—Esto es una locura, jamás conseguiremos lograrlo a tiempo.

—Prefiero estar loca a dejar que ese asesino se salga con la suya y evada el castigo que semerece.

—No tengo idea de por dónde comenzar, nada de lo que investigamos es suficiente para acusarlo.Hacer una nueva investigación nos llevará demasiado y el tiempo ya empezó a correr. Estamos enproblemas, serios problemas.

—No si sabemos por dónde comenzar. En medio de nuestro afán por averiguar la verdad sobre losasesinatos dejamos al lado una pista importante que nos fue entregada en bandeja de plata.

—¿De qué estás hablando?—¡No hay tiempo para explicaciones, solo sígueme!

La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul atravesaron toda la Basílica a gran velocidad, sintiendoel movimiento de las manecillas del reloj que segundo a segundo los presionaba a avanzar.Cuando llegaron al Vestíbulo Real el hombre se intentó acercar al cadáver de la Mujer de Rojopero fue detenido con presteza.

—¿Qué haces? ¡No pierdas tiempo en eso!

—¿A qué se supone que vinimos entonces?

—No hemos llegado a nuestro destino, tenemos que pasar por aquí para llegar.

La silueta femenina se apresuró en subir los escalones blancos desde los que el Sumo Pontíficeemitió su discurso la primera vez que hizo acto de presencia, y justo detrás de ella la figuramasculina seguía atento sus pasos. Cuando desaparecieron detrás de las cortinas rojas la mujer seapresuró en informarle lo que había descubierto horas antes en su primer travesía por el lugar.

—En medio de mi carrera por encontrar al pontífice me topé con un camino que llevaba hacia lasprofundidades de la Basílica. ¿Recuerdas la información que recibimos por parte del muchacho dechaqueta rosa? ¿La existencia de un segundo cuarto limitado exclusivamente a la presencia de suSantidad?

—La Recámara del Alfa Y Omega.

—Esa misma. Si nos ponemos a pensar, el asesinato del regente ocurrió mientras buscaba elsecreto que supuestamente oculta la recámara papal. La primera víctima pensó que conocía elrecinto al que se refería el mensaje pero en realidad terminó en el señuelo.

—Aunque exista esa supuesta recámara, ninguno de los asesinatos ocurrió en ella. ¿De qué sirveinvestigarla en estos momentos?

—Si la información era cierta, cosa que creo posible, el secreto del Sumo Pontífice podríaestarnos esperando allí. Si retiramos la máscara tras la cual se oculta el religioso su verdaderanaturaleza saldrá a la luz y el Primer Ministro dejará de mentir por él. Es una apuesta improbable

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pero es nuestra mejor opción. Con esto ganaremos o caeremos en el intento.El hombre y la mujer descendieron por una escalera de caracol que los llevó al subsuelo de labasílica. En medio de los recintos de adoración, las criptas y otros elementos semejantes, unapuerta blanca de manijas en oro y acabados complejos se destacaba en el horizonte. Sin embargocuando llegaron a su destino encontraron la puerta abierta, sin señales de movimiento a susalrededores.

Los dos investigadores irrumpieron dentro del lugar, encontrándose con un salón amplio debibliotecas enormes hacia todas las direcciones. Las baldosas color negro contrastaban con labrillante iluminación que cubría el techo del recinto, creando el reflejo de una noche estrellada enel piso de la recámara. La Mujer del Jaspe decidió retirar de uno de los estantes un libropolvoriento y abriéndolo revisó sus contenidos. La sorpresa que se vio en la cara de la mujer notenía punto de comparación, sus ojos devoraban a toda velocidad las páginas que pasabarápidamente, tratando de encontrar algo específico dentro de un millar de palabras.

—Estos son los archivos de la iglesia, los verdaderos. Esta es la biblioteca prohibida de laBasílica de la que tanto se había rumoreado a través de los años. ¡Es real, Dios santo, es real!El Hombre tomó uno de los tomos a su izquierda y lo ojeó con cierta curiosidad. Dentro del librose narraban distintos registros de épocas pasadas, donde se hablaba de dioses perdidos en tiempoy el nacimiento de la iglesia en un periodo de crisis morales y descontrol. Cerró el libro ydesplazándose hacia otra estantería hizo lo mismo con otro texto. La portada color café con unsímbolo de cuatro puntas similar al sol y en color dorado poseía un extraño magnetismo que leabrir el libro y curiosearlo. Dentro de él diseños extraordinarios y párrafos en un idiomairreconocible jamás visto antes le hicieron sopesar cuanta información se encontraría en aquellarecámara, lejos de la luz del sol y los ojos de la civilización. Consciente del dilema que teníanpor delante se atrevió a hablar con la mujer.

—Este cuarto entero es una bóveda de secretos. Tratar de encontrar el que mencionaba el mensajees como buscar una aguja en un pajar. Es una misión imposible, al menos con el tiempo quetenemos ahora.

—Tiene que estar en algún lugar, separémonos y trata de revisar cualquier cosa que te llame laatención. Si ves que no tiene que ver con el Sumo Pontífice déjalo inmediatamente y continúa conla siguiente. Entre los dos cubriremos más terreno, ¡apresúrate!El Hombre de Azul dejó el libro sobre una mesa que se encontraba a su lado y desapareció traslos estantes. En ese momento la mujer aprovechó para tomar la mayor cantidad de documentos,libros y papiros y los empezó a revisar uno a uno. En medio de su afán la mujer no lograba darsentido a las cosas sobre las que estaba leyendo en cada uno de los documentos. Verdades sobreguerras pasadas, descubrimientos de artefactos adelantados al tiempo donde fueron encontrados,evidencias de avistamientos irreales en algunos de los lugares del mundo. Aquella bóveda celesteencerraba la historia perdida de la humanidad, y aun así se vio obligada a seguir adelante entredudas existenciales que se generaban entre más leían sus ojos. Cuando perdió la esperanza deencontrar algo útil, la voz del Hombre de Azul arribó a ella en forma de eco. Había encontradoalgo, aquel hombre había sido su héroe ese día. La Mujer del Jaspe se apresuró en mover a unlado las pilas de textos y tomos, sin embargo algo la hizo detenerse por un momento.

—¡Voy para allá, dame un momento!

A decenas de metros el hombre recibió el mensaje en medio de un estupor inenarrable. En frente a

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él una carpeta conteniendo diversos tipos de documentos se hallaba dispersa por toda la mesa. Nopodía creer lo que había encontrado, y mucho menos la historia que contaban todas aquellaspiezas de ese rompecabezas. Esa carpeta representaba la materialización de sus sospechas y el asbajo la manga para ganar de una vez por todas en la catástrofe a la que habían sido sometidos.

La mujer encontró al Hombre de Azul sentado en una mesa con decenas de archivos repartidossobre la superficie. Uno de ellos, abierto de par en par, fue el primero en el que sus ojos seposaron al momento de llegar al sitio.

Solo pudo abrir los ojos como platos y lanzarse encima de la carpeta para revisar todos lospapeles que esta contenía. Era una mina de oro, un regalo de los dioses, una bendición del cielo.

—Tienes que estar bromeando.

—Esto va a causar un cataclismo en el Salón Dorado.

—La evidencia es clara como el agua, no queda ninguna duda.

—El Sumo Pontífice no existe.

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XXII

—¿Qué haremos con todo esto? Puede que sea suficiente para ganarnos la confianza del auditoriopero todavía tenemos el problema de la declaración del Primer Ministro.

—Solo podemos confiar en que esto será suficiente. Se nos acaba el tiempo, apenas si tenemos elnecesario para retornar al Salón Dorado.

—Guardemos todo en la carpeta. Apresurémonos y salgamos de aquí.

El Hombre de Azul y la Mujer del Jaspe agarraron todo lo que pudieron y lo metieron dentro delarchivo que se preparaban para llevarse. La presión era inaguantable a causa de los pocos minutosque tenían antes de que perdieran su oportunidad de presentar lo encontrado a los regentes dentrodel Salón Dorado, y por ello en medio de la carrera no pudieron evitar un accidente camino a lasafueras de la Recámara del Alfa y Omega.

El Hombre de Azul, que llevaba la carpeta con documentos en su mano, perdió la estabilidad altropezarse con un objeto indeterminado y rodó por el suelo, esparciendo los preciadosdocumentos a varios metros a la redonda. La mujer estaba furiosa, no podía creer la mala suerteque tenían para precisamente sufrir un imprevisto de ese tipo cuando ya no les quedaba tiempo queperder.

—¡¿Qué hiciste?! ¡¿Cómo puedes ser tan torpe?! —Estoy bien, gracias por preguntar ¿Recuerdas lo que te sucedió en el Vestíbulo Real cuando nosconocimos? Yo también tengo derecho a caerme.

—Este es el peor momento para discutir.

—Y aun así me estás regañando por lo que acaba de pasar.

—No puedo seguir con esta conversación, sencillamente no puedo. Levántate del suelo y ayúdamea recoger todo este desorden.

—Si señorita. Como ordene.

El Hombre De Azul se apresuró en volver a erguirse y continuó la labor que la Mujer del Jaspe yase encontraba desarrollando: tomar las hojas que habían volado en todas las direcciones.

Ambos cuerpos se arrastraban de lado a lado agarrando en sus manos la mayor cantidad depapeles posible para después devolverlos a su sitio dentro de la polvorienta aunque recientecarpeta que habían encontrado. La mayoría de objetos cayeron cerca y pudieron juntarlosprontamente pero parte de la evidencia indispensable para probar su caso, una recopilación decartas fechadas, no se encontraba por ningún lado.

—¡Busca bien! ¡Revisa diez veces si es necesario! ¡Vamos a llegar tarde, por amor a Dios!

—Eso hago mujer, eso hago. No hay nada, ¿Me oíste? ¡Nada!

—¡Deja la payasada, tienen que estar en algún lado! ¡Las vimos hace unos segundos! ¡No pueden

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haber desaparecido en el aire!

En medio de su infructuosa búsqueda una figura emergió desde la oscuridad y los estantesaledaños. La silueta se acercó con gran sigilo sin que se esforzara por hacerlo, evitando que supresencia fuera notada. En segundos el número de baldosas entre la figura y los dos investigadoresse redujo a un solo dígito, dejando al hombre y la mujer, distraídos en su búsqueda, a merced de lavoluntad del sujeto que acababa de hacer acto de presencia en el recinto.

Una voz grave resonó a espaldas de los investigadores y les heló la sangre. En medio del miedo yla sorpresa sus sentidos se concentraron en la frase que acababan de oír, bloqueando susreacciones por una fracción de segundo y dejándolos con un sentimiento de vulnerabilidadabismal.

—¿Buscaban esto?

Lo primero que vio el Hombre de Azul cuando se volteó a atacar fue la recopilación de cartas queestuvieron buscando con la mujer. Lo segundo que percibió fue un brazo que detuvo su golpesúbitamente, causando que el hombre lanzara un golpe con la otra mano como reacción inmediata.Para el momento en el que sus nudillos hicieron contacto con el cuerpo del intruso sus ojosreconocieron el rostro de la silueta que hacía posesión de las cartas en su mano derecha. Lasilueta voló unos metros hacia atrás y cayendo de espaldas se quejó de dolor tras recibir el golpea toda potencia del Hombre de Azul. Su cabeza daba vueltas y empezaba a ver el doble de objetoscuando habló por segunda vez.

—¡¿Qué les sucede par de desadaptados?! ¡¿Por qué me golpean de buenas a primeras?! Y lo másimportante de todo, ¡¿Qué hacen aquí?! Esta área esta fuera de los límites de cualquier personaexceptuando al Sumo Pontífice.

—Lo siento mucho, no era mi intención. Nos tomó por sorpresa y reaccioné automáticamente. ¿Seencuentra bien?

El Primer Ministro tomó a regañadientes la mano que le ofrecía el Hombre de Azul, y soltando unbufido trató de acomodarse el traje y sacudirse el polvo.

—Bien, veo doble pero por lo demás estoy excelente. Permítanme que repita mi pregunta, ¿Quéhacen ustedes en este lugar? No deberían estar aquí. Es más, ni siquiera yo debería estar aquí.

—¿Y entonces porqué está acá?

—Yo pregunté primero.

El hombre y la mujer se miraron mutuamente y decidieron aprovechar el momento a solas con elPrimer Ministro para mostrarle lo que habían encontrado. Si iban a hacerlo en algún momento eraahí mismo, lejos de la influencia del Sumo Pontífice.

—Vinimos en busca de respuestas. La primera víctima recibió un mensaje indicándole que larecámara papal ocultaba un secreto del Sumo Pontífice, sin embargo cuando decidió investigar fueasesinado en el recinto de arriba.

—Gracias a un informante descubrimos que en realidad hay dos lugares con acceso restringido alos cuales podía hacer referencia dicho mensaje: la Recámara Papal y la Recámara del Alfa yOmega. Por eso terminamos aquí en el subsuelo, y descubrimos este recinto de verdades ocultas y

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conocimiento prohibido.

—Santo Dios, ¿No habrán leído los tomos que hay en este lugar, cierto? Es una transgresióngravísima a la voluntad divina. Equipara la falta de un pecado capital.—Si alguien debe tener temor de Dios es la serpiente que se oculta arriba en el Salón Dorado.Aunque usted tuviese la razón y esto fuese un pecado, nosotros ya hemos cruzado la línea. Loúnico que nos queda es seguir adelante con nuestras convicciones.

El Primero Ministro miró los ojos de la Mujer del Jaspe y por un momento creyó ver un fulgormás allá de la mortalidad. En ese instante supo que no se detendría ante nada por hacer lo queconsideraba correcto, y por ello decidió que debía detener la onda masiva de destrucción queaquellos dos, hombre y mujer, estaban causando.

—Ustedes han llegado demasiado lejos, el Santo Padre tenía razón, todos están más allá de lasalvación. Incluyéndome.

—La salvación es un plato de segunda mesa. Estando parados en el sitio en el que estamos yhabiendo cometido los actos que hemos hecho, creo estar seguro que ella, así como yo, hemosrenunciado hace mucho al paraíso. Cumpliremos con nuestro deber, a como dé lugar. Empezandopor detener sus mentiras Ministro.

—¿Esa es una amenaza?

—No, es una promesa. Es momento de dejar atrás la fidelidad vana y abrazar los instintos desupervivencia. Si usted es lo suficientemente terco como para defender a capa y espada a unpecador como el Santo Padre, nos vemos en la tarea de abrirle los ojos a la fuerza.

—¿Qué significa eso?

—Es hora de que sepa la verdad. Empezando por el contenido de las cartas que mantiene en sumano.

El Primer Ministro dudó en ver lo que contenían debido a la prohibición que caía sobre losdocumentos que se guardaban en ese lugar. Sin embargo, algo en la frase que acababa depronunciar la Mujer del Jaspe quebrantó su determinación y le hizo llevar los ojos a la primeracarta del monto. Una vez la leyó su rostro cambio por completo y cayó de rodillas en el suelo anteel impacto que provocaba la información que estaba leyendo.

—No puede ser. Tiene que ser mentira, todo esto es una mentira.

Por la mejilla del hombre de traje café una lágrima se deslizó hasta caer en una mancha de sangreseca que tenía en su traje. Y El crujido de su corazón retumbó en la cripta.

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XXIII

—¿Por qué? ¿Por qué se permitió esto? Todo esto es una farsa. ¡Una maldita farsa!

El Primer Ministro no encontraba la forma de contener su llanto. En medio del shock tras aprenderla verdad su primera reacción fue arremeter contra aquello que tenía cerca. Una silla en losalrededores se estrelló contra una estantería y fue destruida en segundos. Uno de los estantes en ellado de la derecha recibió una patada y el mueble colisionó con una librera cercana, haciendocolapsar filas enteras de libros y archivos en el suelo. La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul noesperaban una salida de casillas de este espectro por parte del ministro. Aunque era cierto que laverdad era impactante, no era lo suficientemente traumática a nivel personal como para afectar auna persona en particular. El Primer Ministro, en medio de su dolor, percibió el desasosiego enlos dos investigadores.—Ya veo, no lo saben todavía. Creí que por el archivo que habían conseguido habrían estadoenterados a este punto.

—¿Enterados de qué?

—De la naturaleza del vínculo entre el Sumo Pontífice y mi persona. De la verdad, nuestraverdad.

El hombre y la mujer se quedaron mudos y esperaron que el hombre diera explicaciones sobre loque acababa de decir.

—Es mi padre. El Sumo Pontífice es mi padre.

Ninguno pudo estar preparado para recibir esa noticia de parte del Primer Ministro. Por unafracción de segundo el paso del tiempo se detuvo y los pensamientos internos de los tresindividuos presentes en la recámara congelaron todo a su alrededor. Las implicaciones yrepercusiones contenidas en la revelación se extendían hasta rincones insospechables. Aquella erauna verdad holocaustica, particularmente para los dos investigadores, quienes se habían dedicadoa transformar el castigo del Sumo Pontífice en su deber personal. Ahora, teniendo conocimiento dela existencia de su hijo, sus cerebros batallaban por mantener la compostura y no perder el controlde su investigación. Si se dejaban afectar por la información que acababan de recibir no podríanterminar el trabajo que tanto esfuerzo y trabajo les había costado. Debían seguir adelante sinimportar el costo, ya era demasiado tarde para cambiar de rumbo.

—Esto explica por qué organizó todo de esta forma. La urgente convocatoria que expidió a losregentes, la declaración de guerra en el Salón Dorado, e incluso las muertes que ocurrieron dentrode la Basílica el día de hoy. Todo el tiempo jugó con nosotros, todo el tiempo jugó conmigo.

Un Primer Ministro arruinado reunía las fuerzas que no tenía e intentaba hablar sin que su voz sefracturara.

—Nos usó a todos, y no nos dimos cuenta hasta que fue demasiado tarde. Es nuestra culpa quehayan muerto dos personas en medio de este encierro. Caímos directo en su trampa como moscasque siguen el olor de la pútrida carne. Esta Basílica es un castillo de muerte, corrupción y pecado.

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Las palabras de la Mujer del Jaspe alcanzaron las profundidades del corazón del Primer Ministro.Él era totalmente consciente de lo laxo que había sido manteniendo el orden y las separaciones depoder en su estado. Ahora, debido a su incompetencia y credulidad, dos cadáveres sin tumbayacían en la casa de Dios. Él tenía claro lo que debía hacer, pero los restos de su amor por aquelpadre le arrancaban las letras de sus oraciones y adormecían su lengua. El Hombre de Azul,viendo el dilema en el que combatía el alma del Primer Ministro, decidió darle el empujón que lefaltaba para caer de nuevo en la realidad.

—Si no te retractas en tu declaración será imposible convencer a los regentes de la culpa delSumo Pontífice, incluso si presentamos toda esta evidencia. Lo necesitamos Señor Ministro, austed y todo lo que una vez representó esta capital, esta región.

—¡Lo sé! ¡Pero no puedo hacerlo, es mi padre, por Dios!

—Aunque lo sea no puede dejar que se salga con la suya y siga matando inocentes. El próximo enmorir podría ser el clavo final en el ataúd de su conciencia.

El Primer Ministro respiró hondo y resistiéndose a perder los estribos, mordiendo su labio parano llorar, y apretando sus puños para mantener sus fuerzas, les hizo una última pregunta a losinvestigadores.—¿Están seguros de poder detenerlo?

El hombre y la mujer asintieron sin dudarlo. Su conciencia se hallaba preparada hace mucho.

—Entonces debemos volver, y pronto. Antes de que cometa otra locura. Los regentes estánindefensos en el salón. Si pierde la compostura podría estar repitiendo la declaración de guerra,pero esta vez con las armas. Si ya mató a dos de ellos no creo que se detenga hasta que se sientasatisfecho. Moriremos todos, y el saldrá victorioso.

—No, él perdió la partida desde mucho antes que todo esto comenzara. Ahora, el veredicto finalcaerá sobre su espalda.

—Volvamos.

Los tres personajes se retiraron de la Recámara del Alfa y Omega en medio de una maratónvertiginosa, con la convicción de llegar lo antes posible al Salón Dorado. Las pisadas de aquelgrupo resonaron en el subsuelo, mientras imágenes de santos y velas de adoración se perdían en laoscuridad. Los escalones de la escalera de caracol resistían bravíos el peso de las verdades ymentiras que cargaban encima los dos hombres y la mujer, ahora sumidos en un desenfrene puro deadrenalina. Se encontraban por fuera del límite de los quince minutos que habían sido pactados ysolo podían imaginar la hecatombe que comenzaba a formarse dentro de un recinto dorado comoel oro y ponzoñoso como una serpiente. En un trance paranormal dejaron atrás el Vestíbulo Real,carmesí por la sangre derramada, y a la Mujer De Rojo, que ahora era blanca como la nieve. Sumuerte dejaba un vaho repugnante en sus fosas nasales, producto de una consciencia intranquila ydébil.

Arribaron al pasillo como animales cazando a su presa y de una patada la entrada del recinto volófuera de su eje. El Grito de un Primer Ministro encolerizado inmovilizó los motores de toda lacongregación, y con el dolor de un alma traicionada, una oración se clavó en el pecho del suSantidad.

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—¡Alto Ahí, farsante!

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TERCER ACTO

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XXIV

—¡¿Qué se supone que está haciendo Primer Ministro?!

—¡Poniéndole fin a esta catástrofe de una vez por todas, como debí haberlo hecho la primera vez!

El Primer Ministro, la Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul tenían la concentración entera delSalón Dorado gracias a la magistral entrada del primero. Cuando ingresaron al recintoencontraron que el Santo Padre había vuelto a tomar el control de los militares, y apuntaba hacialos regentes tal y como en horas pasadas había empezado la crisis.

—¡Soldados, bajen sus armas ahora mismo! ¡Seguir las órdenes de este mentiroso es no solotraición a su patria sino también una idiotez!

Los militares demostraron confusión frente a la proclamación del Primer Ministro. Cuando elsoldado de las manos temblorosas le habló al hombre de traje café, este supo al instante el porqué.

—Señor, solo seguimos sus órdenes. El Sumo Pontífice nos informó que usted había cedido elcontrol de las fuerzas armadas al líder de la iglesia.

—¡Es mentira, como todo lo que ese traidor representa!

La ira del ministro hervía con la potencia de un volcán en erupción. Saber que su Santidad habíadecidido pasar por encima de él para atentar contra los regentes era una estocada que sabía querecibiría pero no esperaba que doliera tanto. La Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul teníanrazón, aquel sujeto solo buscaba adueñarse de lo ajeno, aunque les costara la vida a inocentes. Yeso no lo perdonaría, podrían haberlo manipulado pero eso era asunto del pasado. Le demostraríaque ante todo pronóstico haría lo correcto. Acabaría con él y su retorcida maquinaria.

—¡Reaccione de una vez Primer Ministro, es hora de acabar con esta reunión y este encierro! —Tiene razón, pero para desgracia suya ahora lo sé todo. No permitiré que destruya el mundo porun capricho suyo. ¡No permitiré que su pecado contamine toda la humanidad!

—¡Ha perdido la cabeza, es usted un inútil que no puede hacer las cosas bien! ¡Si a usted le quedógrande gobernar entonces es mi deber reemplazarlo!

—¡Y el mío hacerle caer del pedestal en el que se montó con juegos sucios y asesinatos!

—¡Baje y me lo dice en la cara!

El Primer Ministro avanzó hasta el centro del recinto donde lo esperaba el Sumo Pontífice y elatril blanco. Junto a él la Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul se unieron a la procesión. Ahoraeran un equipo, el equipo responsable de acabar de una vez por todas la visión podrida del SumoPontífice.

—Damas y caballeros, tengo una revelación por hacerles. Mentí cuando les dije que meencontraba con el pontífice cuando ocurrieron los asesinatos. ¡Él es el culpable de las muertes yde todo lo demás! ¡Él es el demonio que se oculta bajo la sotana!Los regentes y enviados se alteraron considerablemente ante la nueva declaración que emitía el

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Primer Ministro. Las implicaciones de la ausencia de coartada por parte del Santo Padre hacíanque la investigación presentada por la Mujer del Jaspe y el Hombre de Azul volviera a serposible. El Sumo Pontífice era el principal sospechoso de ser el Basilisco.

—¿Ese es tu plan? ¿Acusarme de los asesinatos? ¡Eres un insensato, tus mentiras solo nos traeránla ruina!

—Corrección, mi verdad hará justicia por todo lo que usted ha hecho.

—¿Y qué si no estaba con él cuando ocurrieron los asesinatos? ¡Toda la evidencia que tienen escircunstancial, no tienen un motivo, no pueden acusarme de absolutamente nada! —¿Quiere evidencia? ¡Que así sea! ¡Le daremos la verdad a todo el recinto, incluyendo como elcómo llegó a este nido de víboras!

El rostro expresivo del pontífice se tensionó, y señales de alarma se activaron por todo su sistemanervioso. Ellos no podían saberlo, nadie podía. Estaban mintiendo, no tenían nada.

—¡Damas y caballeros, este sujeto que tienen al frente es una farsa, una mentira viviente, un falsoprofeta nacido para traer destrucción y miseria! ¡El Sumo Pontífice que ustedes conocen no existe!

—¡No te atrevas! ¡Mantén la boca cerrada antes de que lo arruines todo!

—No lo haré padre, nunca más.

Una conmoción se generó entre los soldados y los regentes que escucharon la frase del PrimerMinistro. El espiral de distorsión y ruina acrecentaba su movimiento y en medio de un tornado dereacciones el hombre de traje café continuó su monólogo.

—Así como lo escuchan, este hombre que ustedes conocieron como pontífice es en realidad mipadre, y no solo eso, sino que ha fingido por cinco años ser alguien diferente. ¡La verdaderaidentidad de mi padre es la del inventor homicida que desapareció cinco años atrás!

Los gritos eran ensordecedores y las armas chocaban contra el suelo ante los pronunciamientosdel Primer Ministro. La verdad oculta por cinco años empezaba a ser expuesta ante todos despuésde ocultarse en el más oscuro rincón. El juego todavía no acababa, para el ministro laconfrontación apenas iniciaba.

—Hace cinco años perdió el título de mejor inventor ante su aprendiz. Este hombre asesinó a susobrino por celos, porque era incapaz de aceptar que alguien más joven que él fuese superior encapacidades e intelecto. El pecado capital del Sumo Pontífice es la envidia, y en él se haalimentado del mundo, corrompiendo todo a su alrededor y deteriorando la paz que una vez reinóen este planeta. ¡Y no crean que se detiene ahí! La trama oculta sigue después de su desaparición.Este sujeto hizo un trato con el pontífice anterior y a cambio de su protección diseño y construyóel laberinto en el subsuelo de la Basílica. En este mismo se aisló y preparó un plan macabro conel cual hacer colapsar el orden que lo había obligado a refugiarse. Tomando la identidad dereligioso que el anterior pontífice le había dado aprovechó para acabar con la vida de quien le diola mano y tomó el cargo de Sumo Pontífice. Cargo que el día de hoy utilizó para convocarnos atodos en este lugar. A partir de ahí intento tomar el control del mundo, y como ustedes se negaronaun teniendo un arma en su cabeza, decidió no dejarlos salir y asesinarlos uno a uno. ¡Este farsantees el responsable detrás del secuestro y los asesinatos! ¡Y ahora es nuestro deber detenerlo de una

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vez por todas!

Las personas dentro del recinto abandonaron sus posiciones y gritaron en señal de apoyo hacia elprimer ministro. En ese punto la distancia entre el público y los personajes cercanos al atril secerró. Y el Sumo Pontífice perdió su compostura.

—¡¿Cómo te atreves niñato desagradecido?! Yo te críe, te di de comer, ¡¿y así me pagas?! ¡No tevas a salir con la tuya, te voy a hacer pagar las mentiras que esparciste!

Cuando el pontífice terminó la frase los restos de raciocinio dentro de la Basílica se extinguieron.La montaña rusa que se había creado empezó a descender rumbo a su final.

Un puño impactó contra el rostro del Primer Ministro y rompió la inestabilidad en retazos deanarquía pura.

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XXV

El Sumo Pontífice arremetió contra el Primer Ministro con una infinidad de golpes. El hombre detraje café se defendía como podía de los puños que recibía pero el verdadero problema eran losgolpes que recibía con el báculo de oro que cargaba el religioso. Uno de esos impactó contra sucabeza y lo tiró al suelo retorciéndose del dolor, y antes de que el ministro recibiera un golpe letalel Hombre de Azul se atravesó en la trayectoria y con le estrelló una silla de madera en la cara alreligioso.

El pontífice retrocedió un poco pero continuaba intacto, aquel golpe con la silla no le había hechonada además de llenarlo de astillas. El Hombre de Azul aprovechó la pausa para levantar comopudo al ministro, aún atontado por el choque entre el báculo de oro y su cráneo.

Los militares del lugar estaban en contra de lastimar civiles y no iban a permitir que su Santidad,ahora no tan santo, destruyera la poca paz que poseían en sus vidas. Sin embargo, a causa delenfrentamiento entre el religioso y el ministro los regentes habían aprovechado para atacar a losmilitares, que habían tirado sus armas lejos en señal de protesta antes de que empezara laconmoción. A partir de ahí el Salón Dorado se volvió una batalla campal.

—No te vas a salir con la tuya. Vas a ser juzgado y declarado culpable.

El Primer Ministro se apoyaba en el hombro del investigador mientras se dirigía a su padre. Ladecepción que emanaba de su aura era contrastada por la sed de sangre de su contraparte. El SantoPadre volvió a las andanzas y continuó su ataque hacia quienes le habían acusado de secuestrar yasesinar en aquella crisis. Esta vez fue la Mujer del Jaspe quien intercedió y, tomando el báculodejado en el suelo a causa del impacto anterior con la silla, desvió un puño del pontífice. Elsonido de su puño izquierdo quebrándose quedó grabado en la memoria de los investigadores y elministro. Y un aullido agudo hizo las veces de música de fondo.

Viéndose superado en número y acorralado, el religioso intentó tomar una de las armas que losmilitares habían arrojado. Sin embargo un pie evitó que la levantara y cuando alzó la vista elEnviado de Rosa le lanzó una patada que impactó en la cara del Sumo Pontífice y lo mandó variosmetros lejos del atril, en la zona posterior del Salón Dorado.

—Hasta acá llega tu camino. Todo lo que empieza debe terminar.

El muchacho de chaqueta rosa no apartaba la vista del farsante y en cambió, levantó el arma quepisaba para tomarla en sus manos. No era momento de ser condescendientes. Ese hombre era unaamenaza para todos allí, incluida su región. Y eso era algo que no podía permitir.

—¿Me matarás? ¡Dispara entonces aberración infernal!

Al muchacho no le hizo gracia el insulto del religioso y apuntó hacia el denominado Basilisco. Alver que el joven no dudaba el pontífice se lanzó fuera de la trayectoria de la mira y aterrizó cercade la entrada posterior.

Una ráfaga de disparos laceró la puerta trasera, dejando varios agujeros en ella. El caoscircundante se detuvo ante el sonido del arma y notaron que el Enviado de Rosa acababa de

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dispararle al Sumo Pontífice. El silencio sepulcral y los disparos fueron usados por el antesinventor como distracción. Cuando atravesó la puerta posterior el Hombre de Azul solo pudogritar.

—¡Atrápenlo!

El primero en reaccionar fue el Primer Ministro, que salió detrás de su padre con una descargade energía proveniente del grito del hombre a su lado. La segunda en salir corriendo fue la Mujerdel Jaspe, que no había quitado le había quitado los ojos de encima al ahora fugitivo, sin embargosu salida se demoró un poco más que la del Primer Ministro y por ello en la maratónica carrera elhombre de traje café iba liderando el grupo. Los demás allí presentes salieron disparados hacia lapuerta pero en la desorganización las salidas del recinto se taponaron como un embudo y todos losdemás a excepción de los que ya habían abandonado el sitio se quedaron atrás en la persecución,incluyendo al Hombre de Azul y el Enviado de Rosa.

El Sumo Pontífice corría a toda velocidad tratando de dejar atrás a sus perseguidores, queinsistentemente mantenían su trote para asegurarse de no perder a su Santidad en los innumerablespasillos de la Basílica. El Primer ministro no desistiría hasta conseguir detener al hombreresponsable de toda la destrucción de ese fatídico día, y por ello sus piernas no paraban desuperar su velocidad inicial. La Mujer del Jaspe no estaba acostumbrada al significativo esfuerzoque requería mantener el paso para no quedarse atrás, pero eso no significaba que sucumbiríaestando tan cerca de lograr su objetivo. La victoria y la libertad estaban a la vista y si queríaterminar todo de una vez por todas debía superar sus límites y llegar aún más lejos. Era unacarrera de vida o muerte, y no pensaba ser la que fracasara.

El reloj del campanario de la Basílica se pronunció con seis campanadas, que anunciaban elinicio de la noche más larga que había tenido la capital. La luna empezaba a hacer su aparición enuna bóveda celeste inaccesible para los secuestrados. Aunque no pudiese ver el cielo la Mujer delJaspe podía saberlo, la oscuridad estaba por devorar aquel laberinto de voluntades, y estabapreparada para afrontar el poco trecho que le faltaba de ese impredecible día.

El Hombre de Azul buscaba apresuradamente la dirección hacia donde se encontraban los tresindividuos que corrían por los pasillos de la edificación. Le había tomado más tiempo delnecesario el deshacerse de la obstrucción formada en la puerta posterior, sumido en unapersecución sabía que el preciado tiempo que había dejado pasar le cobraría factura. Y cuanacertado estaba.

Un sonido mecánico invadió los alrededores del lugar donde el Hombre de Azul se encontraba.Una especie de cántico discordante hizo temblar todos los vidrios y crisoles a la redonda. Cuandoestallaron en mil trozos los materiales antes mencionados las esquirlas volaron en todas lasdirecciones, alcanzando a cortar en varios sitios los brazos y piernas del hombre, que a últimominuto había podido cubrir su pecho y cara tirándose boca abajo en el suelo. El sonido se detuvosúbitamente y el Hombre de Azul se levantó del piso, seguro de haber sobrevivido al misteriosoincidente.

Su tranquilidad fue sometida a grandes cantidades de ansiedad y pánico al recibir desde lejos laonda expansiva de un alarido sin precedentes. La voz que profirió el grito era distinguible desdelejos por sus ahora acostumbrados oídos. Y por ello dejó todo atrás, tratando de cerrar ladistancia entre su lugar y el origen de esa voz: La Mujer del Jaspe.

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XXVI

Lo primero que encontró el Hombre de Azul cuando llegó al lugar desde donde provino el gritofue a una mujer tirada en el suelo, con hilos de sangre proviniendo de sus oídos. Se acercó conrapidez y comprobó si tenía pulso, dado que no estaba rodeada de sangre. Intentó moverla consuavidad y teniéndola en sus brazos pudo revisar su pulso y confirmar que la mujer seguía viva.Inmediatamente la abrazó fuertemente, para luego tratar de despertarla, pues daba la impresión dehaber perdido la conciencia.

La Mujer del Jaspe abrió los ojos y se encontró en los brazos del Hombre de Azul que intentabahacer que recuperara la conciencia. El hombre dejó escapar una leve sonrisa y cuando la mujerllevó su mano derecha al oído vio que se encontraba sangrando.

—No te preocupes, parece que no te alcanzó a herir mucho. Es solo un hilo de sangre, ¿Te sientesbien?

La cabeza de la mujer palpitaba con fuerza y se sentía atontada. Estos síntomas junto con un dolortenue en sus órganos internos fueron las indicaciones que recibió el hombre sobre su estado físico.

—Daño en los órganos internos, ahora todo tiene sentido. De allí provenía la sangre alrededor delas primeras víctimas. Tienes suerte de no haber recibido el golpe completo de lo que sea quehaya producido esto.

—No la tuve. No la tuvimos.

Los ojos de la mujer se tornaron vidriosos y lágrimas se derramaron por entre sus mejillas. ElHombre de Azul intentó preguntarle la razón de su llanto y lentamente recibió una seña de lamujer: un dedo índice apuntaba hacia adelante, y en el centro de un pabellón rodeado de bancascon una cruz gigante en el fondo dos siluetas se hallaban en el suelo, rodeadas de un charco desangre.

El Hombre de Azul trató de enfocar la vista pero no pudo reconocer las siluetas; en ese momentola Mujer del Jaspe pidió que la ayudara a levantarse, para luego acercarse a la trágica escena. Unavez lo suficientemente cerca el hombre y la mujer quedaron desgarrados ante una escena desufrimiento humano tan fuerte que el llanto de una de las figuras les hizo derramar lágrimastambién.

El Sumo pontífice se encontraba arrodillado en la mitad del líquido carmesí que descendía por susextremidades y empapaba rápidamente la antes blanca túnica. El Primer Ministro se hallaba enmedio de un abrazo desesperado donde la muerte y el dolor se llevaban la primera página. Sinembargo, cuando el Hombre de Azul logró comprender el origen de la sangre que crecía debajo delos dos hombres supo que no había nada que hacer: el Primer Ministro estaba muerto, y de susorificios faciales corrían diluvios en sangre que llovían a cantaros sobre los sollozos de su padre.

Una gran cantidad de pasos se aglutinaron en la entrada del pabellón, y ahora entraban pasmadosante la sangrienta y dolorosa escena. Solo el Enviado de Rosa pudo articular una oración paradespejar la duda que todo el colectivo tenía en ese preciso instante.

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—¿Qué ha pasado aquí?

El Hombre de Azul contestó en medio de su estupor con una frase sin explicaciones cargada decargo de conciencia.

—El Primer Ministro ha muerto.

La muchedumbre pudo apreciar como la adrenalina acumulada por la carrera hasta aquel lugardisminuía y los dejaba inertes. Algunos de los miliares se llevaron las manos a la cabeza yempezaron un proceso mental de negación del suceso. Ciertos regentes dejaron escapar suspirosafligidos, acompañados de más arrepentimiento que sorpresa. El Enviado de Rosa intentabamantener los lamentos del Joven de Celeste en niveles tolerables, y medio de la pausa que sehabía generado una voz femenina habló con un resentimiento irreal cargado de odio y asco.

—Él lo mató. El Basilisco lo mató.

El Hombre de Azul tomó la decisión de cortar de raíz la desgarradora escena. Sintiéndoseresponsable de haber llevado las cosas tan lejos solo pudo llenarse de autoridad y mientrascontenía la ira en su voz dio una orden a los militares, ausentes de superior.

—Llévenselo de acá, aléjenlo de la vida que acaba de quitar.

Algunos de los militares menos afectados por el escenario hicieron caso y se acercaron al SumoPontífice, que todavía en medio de la sangre se aferraba al cadáver de su hijo en medio dedisculpas y arrepentimientos.

—Levántese.

El Hombre de azul se dirigió al pontífice pero su orden fue recibida en oídos sordos, aunque larepitió otras dos veces para evitar hacer un escándalo. Al final no tuvo más remedio que ordenar alos militares algo que sabía estaba por provocar un cuadro desolador.

—Sepárenlo del Primer Ministro y llévenlo de vuelta al Salón Dorado. Todavía tenemos un juiciopor hacer.

Los militares lo levantaron a la fuerza y cuando quisieron separarlo del cadáver el Sumo Pontíficese retorció de dolor, agitándose para quitarse las manos de los soldados. Los aullidos dedesesperación y pena que emanaban de la garganta de su Santidad rebanaban el ambiente lúgubrey atravesaban como espinas los corazones de los secuestrados. El hombre se negaba a soltar losvestigios de lo que antes había sido su hijo, y para cuando lograron romper su agarre del cuerpodel Primer Ministro los llantos y sacudidas aumentaron entre más los separaba la distancia. Alfinal el Hombre de Azul le ordenó a todos los presentes volver al Salón Dorado y la multitudcarente de vigor cumplió con lo pedido sin siquiera soltar una queja.

En el pabellón quedaron solos el Hombre de Azul y La Mujer del Jaspe, que miraban adoloridosel cuerpo sin vida del que minutos antes había sido su aliado temporal. Ellos sabían que aquellosojos grisáceos que los miraban jamás volverían a brillar. Estaban seguros del fallecimiento delPrimer Ministro pero eso no evitaba que se sintieran juzgados por la mirada del cadáver rodeadode sangre. Él los responsabilizaba por su muerte, ellos tenían la culpa del desenlace que habíatenido la confrontación con el Sumo Pontífice, y aunque el muerto no pronunciaba palabra susmentes hacían el trabajo por él, recordándoles que los eventos ocurridos dentro de aquella

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Basílica quedarían impresos en su memoria por el resto de su vida. Tendrían que levantarse cadadía con el recuerdo del cadáver de un hombre que ante todo pronóstico intentó hacer las cosas dela forma correcta y el camino correcto. Ambos lo sabían, tal y como lo había dicho el SantoPadre ninguno de ellos recibiría jamás la salvación. Y aunque creyeron estar listos para afrontarcualquier dilema que se presentara en ese día, aquel momento, aquella muerte, había rebosado lacopa.

Ya era demasiado tarde, pero debían seguir. En honor del caballero caído en combate debíanterminar lo que habían empezado. El juicio del Sumo Pontífice debía ser llevado a cabo.

Y el momento debía ser en ese instante. Antes que las pasiones fueran arrastradas por el viento ysolo quedasen las penas de un hombre y una mujer condenados a seguir viviendo.

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XXVII

El Salón Dorado se hallaba en una calma ominosa. El acusado descansaba sobre el asiento quehabía sido traído a la mitad del ágora con el fin de que todos los ojos estuvieran sobre él. LaMujer del Jaspe trataba de recuperar un poco la compostura que había perdido tras los momentosen solitario que habían tenido con el Hombre de Azul en el pabellón. Era su responsabilidadllevar hasta la última instancia la acusación que había liberado frente a la multitud y el cadáverdel Primer Ministro. Dado que era la única testigo del tercer asesinato, el Hombre de Azul habíadecidido que lo mejor era que ella llevara este último caso, independientemente del veredicto queaquel juicio pudiera arrojar. Ahora ella se mentalizaba para interpretar su último papel en esacasa de blasfemias que condensaba la maldad del corazón de los hombres y mujeres. Haría lasveces de fiscal, y conseguiría un veredicto de culpabilidad por parte de todos los miembros de lareunión. Solo así podría apaciguar su conciencia y solo así podría llevar a cabo su últimavoluntad. Era el momento, el juicio debía comenzar.

—Señoras y señores, el día de hoy ha sido una catástrofe sin precedentes que perdurará en nuestramemoria por toda la eternidad. En estos momentos les pido su ayuda para que juntos pongamos fina la barbaridad desplegada por un único hombre, responsable de la muerte de tres personas dentrode la Basílica.

La gente no gritaba o ni hacía algarabía, sencillamente se limitaban a asentir mientras tirados ensus asientos, trataban de mantenerse cuerdos y atentos. El nivel de agotamiento mental quecargaban consigo todos los secuestrados sobresalía cualquier estándar de medición que pudierallevarse a cabo. El dolor del alma y los pesares del cuerpo creaban cicatrices en el espíritu delcolectivo. Solo querían terminar con esto, necesitaban cerrar este episodio de odio, ruina ydestrucción mutua.

—Hace algunos minutos cuando presentábamos los resultados de nuestra investigación anteustedes en compañía del Primer Ministro, el acusado perdió los estribos y arremetió contra elahora difunto. En ese momento el Salón Dorado se transformó en anarquía pura y el sujetoaprovechó para escapar por la puerta posterior ubicada justo detrás de este atril blanco. Losprimeros en responder fuimos el Primer Ministro y yo, quienes alcanzamos a realizar lapersecución del sospechoso mientras las entradas del Salón Dorado quedaron atascadas por elflujo de gente. Lo que estoy por contarles ahora es la verdad sobre lo que aconteció en el momentode la persecución.

El Hombre de Azul asintió levemente y le hizo señales a la mujer para que continuara con laexplicación. Nadie, ni siquiera él, sabía lo que había ocurrido a partir de ese punto. Para elhombre lo que estuviera por decir la mujer sonaría a la dolorosa visión del testigo de un crimen, yeso probablemente debían pensar todos dentro de aquel recinto.

—Cuando se habló sobre el asesinato de la primera víctima la mujer que encontró el cuerpo nosindicó que un extraño sonido metálico y discordante había tenido lugar momentos antes de lamuerte del regente. Nosotros asumimos después del descubrimiento del laberinto de la Basílica ysus pasadizos, que la fuente de ese sonido era la compuerta abriéndose y cerrándose al momentodel escape del asesino. Sin embargo estábamos equivocados, completamente equivocados.

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Algunas cabezas se levantaron al oír la declaración que contradecía la investigación inicial. ElHombre de Azul, uno de los miembros de este grupo, espero con curiosidad la explicación de lamujer. Ciertamente él no estaba esperando ese testimonio de parte de la mujer.

—En el segundo asesinato nos cruzamos con un obstáculo ante el testimonio del Primer Ministro,que terminó por convertirse en la coartada del Sumo Pontífice. Sin embargo, cuando descubrimosla verdad sobre la identidad del Santo Padre, el Ministro entendió el error que había cometido ydecidió unirse a nuestro esfuerzo para detener al asesino. Para que tengan un poco más de claridady certeza sobre la identidad real de este fraude mi compañero pasará en estos momentos la carpetacon los archivos y documentos que sustentan la acusación que recae sobre la falsa identidad delagresor.

El Hombre de Azul hizo lo que la mujer acababa de pedir y otorgó los distintos documentos en lacarpeta a varias personas para que lo hicieran llegar a la mayor cantidad posible de personas.Mientras ocurría esto la Mujer del Jaspe continuó hablando.

—Debido al resultado de la segunda confrontación y las pruebas que presentamos, el SumoPontífice acumuló rencor y resentimiento contra el Primer Ministro, el cual ahora sabemos es hijode él. Al verse traicionado y humillado el sospechoso escapó del recinto con un plan macabrogestándose en su mente. Aquel plan lo llevó a cabo cuando el Primer Ministro y yo logramosalcanzarlo.

La mujer respiró profundamente y se armó de coraje para la parte que venía. Sabía que no seríafácil presentar su testimonio pero no tenía otra opción, si quería que condenaran al pontífice debíaasegurarse de dar motivos suficientes a la multitud.

Al llegar al pabellón, un recinto cerrado con una sola vía de ingreso, el Sumo Pontífice sacó de susotana un elemento de forma extraña y lo accionó, apuntando directamente al Primer Ministro. Enese instante el sonido metálico y discordante que mencionó la segunda víctima apareció y reventólos vidrios y crisoles que rodeaban el área. Cuando ocurrió esto el Primer Ministro volteó amirarme y trató de decirme que me alejara, a lo que el Pontífice se acercó más al Ministro y estetrató de evitar que me alcanzara. De los orificios faciales del Primer Ministro empezaron a fluirhilos de sangre que poco después se transformaron en ríos, y el valiente hombre que confrontó a supadre colapsó en el suelo. Fue después de ver a su propio hijo desmayarse que el sujeto detuvo elsonido y se lanzó a recoger en sus brazos el cadáver inerte de lo que antes había sido un serhumano, probablemente inundado por el cargo de conciencia de haber matado a su propio hijo deuna forma tan cruel y sangrienta. En ese momento me sentí muy débil y caí de rodillas al piso,donde terminé desmayándome tras el golpe acústico que recibí. Perdí el conocimiento hasta lallegada de mi compañero, que me tomó en sus brazos e hizo lo que pudo para asegurarse de queestuviera con vida y retomara la conciencia. Esa, señores es la cruda y amarga verdad.

Los allí presentes empezaron a murmurar frente a la declaración que la Mujer del Jaspe acababade dar. Todos los secuestrados se encontraban sorprendidos del nivel de desapego y crueldad quedenotaba el Sumo Pontífice del testimonio de la mujer, y por ello demandaban a la mujer seguiradelante con el juicio.

Nadie pudo percibir hasta que fue demasiado tarde los movimientos de Sumo Pontífice que sehabía desplazado hasta la Mujer del Jaspe entre gimoteos y lágrimas. Y cuando todos se alteraronpor la ocurrencia, la mujer los detuvo a todos y confrontó al hombre.

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—Este es tu fin. Tanto tiempo y esfuerzo rastreándote y descubriendo la verdad al fin da sus frutos.Vas a recibir el castigo que mereces, y no tienes forma de escapar de él. Todas las salidas delSalón Dorado se encuentran custodiadas, todas las piezas de evidencia han caído en su sitio, todoslos testimonios han sido otorgados. El juego se acaba hoy, tu vida se acaba hoy.

En los ojos del Santo Padre la Mujer del Jaspe evidenció como su interior se agitaba. Este era elfin del camino, y recibirían juntos el final que les esperaba.

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XXVIII

—¿Quién eres?

—¿Qué dices? ¿Puedes hablar más fuerte?

—¡¿Quién carajos eres?!

El Sumo Pontífice le gritaba a todo pulmón a la Mujer del Jaspe, y esta se mantenía mirándolofijamente desafiándolo a cometer una estupidez.

—Yo solo soy una desdichada mujer que tuvo en infortunio de cruzarse en la vida contigo. Peroesto, todo esto que estamos haciendo ahora mismo, es suficiente para estar tranquila a pesar de lamiseria que me causaste. Te mereces pudrirte bajo tierra, lo menos que puedes recibir es unveredicto de culpabilidad. Así que sonríe, porque al menos te dirijo la palabra, sabandija.

El Santo Padre miraba iracundo a la responsable de su caída, no podía tolerar que aquella mujerhubiera arruinado su vida de la forma en la que lo hizo. Ella tenía que pagar por todo ese circo yen especial, por su testimonio sobre la muerte de su hijo. No permitiría que se saliera con la suya,no dejaría que le dieran un veredicto.

—Vienes a mi hogar sin ser invitada, atentas contra la voluntad de Dios, inicias una cacería debrujas en mi contra y después me acusas de matar a mi propio hijo. ¿Qué tan enferma debes estarpara tener el valor de mirarme a los ojos sin una pizca de culpa?

—¿Y usted? ¿Qué tan enfermo tiene que estar para asesinar por envidia y desaparecer sin sercastigado, solo para matar años después a quien le dio la mano, tomar su cargo y convocar a unareunión que tiene como intención declararle la guerra al mundo y matar a millones de inocentes?No es nada más que un psicópata homicida hambriento de reconocimiento.

—Púdrase.

La Mujer del Jaspe se apartó del Sumo Pontífice y se subió al atril blanco desde donde inició elfragmento final del juicio. En sus ojos el fuego del sufrimiento vivido le daba la fortaleza paracompletar su papel y dar por terminado este capítulo de su vida. Todo había sido dicho, y laúltima palabra que esperaba su corazón fue la que incitó a pronunciar en la multitud del SalónDorado.

—He aportado todas las pruebas y evidencias que reunimos. He dado mi testimonio y les heabierto los ojos ante el fraude que es aquel que se hace llamar pontífice. El dolor que llevo en micorazón es el mismo que muchos de ustedes han sentido, producto de las muertes sin sentido y elvacío que dejan en nuestras vidas. ¡El telón de esta obra macabra se cierra en este momento!¡Compañeros de prisión, víctimas del pontífice, lleguemos juntos a un veredicto! ¡Decidamosahora si es culpable o inocente, y entreguémosle el castigo que merece alguien como él!

El grupo de personas dentro del Salón Dorado aplaudió enérgicamente la proclamación de laMujer del Jaspe. Los cánticos y silbidos inundaban la recámara en señal de apoyo a la que se eraahora la representante de una multitud dolida y deseosa de retribución. Incluso el Hombre de Azul,que se había mantenido en silencio durante todo el juicio, aplaudía vigorosamente el discurso

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dado por la mujer que había sido su compañera de investigación. Ella podía conseguirla, lasentencia que habían esperado desde hace tanto por fin estaba por ser emitida.

—Levanten la mano aquellos que consideren responsable al Sumo Pontífice de los cargospresentados en este juicio.

Todo el salón se apresuró en alzar la mano para llegar a una decisión. En segundos el lugar enterotenía su mano en el aire, a excepción de la Mujer del Jaspe y el Sumo Pontífice. Saboreando elmomento, la mujer fue la última en levantar la mano, y lo hizo con la tranquilidad de quien logróun trabajo bien hecho. Entonces se dirigió al recinto con una sola frase.

—Este juzgado declara al Sumo Pontífice culpable de todos los cargos. El castigo por suspecados será la muerte.

El conglomerado gritó a más no poder y celebró la proclamación. Estaban hartos de sufrir, estabanhartos de estar secuestrados, estaban hartos de la situación a la que aquel desquiciado hombre loshabía sometido con su declaración de guerra. Al final la justicia prevalecía, y quien la llevaría acabo era la misma mujer que había confrontado al demonio de la sotana en representación delcolectivo.

Un soldado se acercó con parsimonia a la parte central del Salón Dorado. La mujer bajó del atrilblanco y ordenó a los soldados apuntar con sus armas al Sumo Pontífice para evitar que escapara.El soldado arribó al costado derecho de la Mujer del Jaspe. Cargaba en su mano una daga negraque brillaba bajo la luz de un auditorio consumido por la venganza, y en medio de la expectativacreciente del grupo disparejo que se congregaba bajo un mismo techo, las garras del demoniodecidieron realizar una última treta.

Con una rapidez inhumana el Sumo Sacerdote le arrebató de su mano la daga negra al soldado quehabía ofrecido el arma a la Mujer del Jaspe. Los militares que le apuntaban estuvieron a segundosde dispararle cuando el religioso sacó de su arsenal una jugada sucia que dejó a todos lospresentes inmóviles como estatuas.

—¡Quietos todos, o me encargaré de despedazar el cuello de la maldita que arruinó mi vida!

La Mujer del Jaspe se hallaba prisionera entre los brazos del Santo Padre. La daga negra reposabaen su cuello y la presión con la que el religioso apoyaba el arma empezaba a cortar su piel. Unhilo de sangre bajó por el cuello de la rehén y desapareció entre el traje que llevaba puesto acausa de lo antes había sido una elegante reunión.

Los ojos del Pontífice desvariaban por todo el campo visual que tenía. Sus labios resecos eranhumedecidos bruscamente por una lengua similar a la de una serpiente y gotas de salivasalpicaban los elementos cercanos a la boca del Santo Padre. Su cara era la cara de un lococonvertido en uno solo con el abismo. Y en medio de sus gestos exagerados y las amenazas queemanaban de su garganta una risa desquiciada causó escalofríos en los cuerpos de las personasprisioneras en la Basílica.

—¡¿Ahora quien tiene el control, eh?! ¡Hagan algo si se atreven! ¡El único que saldrá victoriosode este infierno soy yo!

La máscara que cubría el verdadero rostro del antiguo inventor se estrelló contra el suelo y sefragmentó en mil pedazos. El enfrentamiento con el verdadero culpable estaba por dar inicio al

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epílogo de la crisis.

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XXIX

—¡No hay escapatoria! ¡Jamás saldrá de este lugar!

El Hombre de Azul se levantó de su lugar y acercándose sin miedo en dirección al demonio de lasotana le advirtió que sus amenazas no le servirían de nada. Sin embargo el pontífice se negó arendirse y por el contrario se desesperó más por salir del recinto. —¡Abran esas infernales puertas! ¡No tengo tiempo para lidiar con ustedes, si no hacen lo que lesdigo esta mujer pagará el precio!

La daga negra se deslizó lentamente por el cuello de la Mujer del Jaspe y un nuevo hilo se formóen las inmediaciones del anterior. Aunque la cantidad de sangre que bajaba de la herida no erasignificativa, era la prueba de que el Santo Padre estaba decidido a llevar su escape hasta lasúltimas consecuencias.—¡¿No me escucharon?! ¡Qué se aparten o tendré degollar a alguien como cerdo en un matadero!

El Hombre de Azul se vio contra la espada y la pared. No podía permitir que el culpable de susdesgracias escapara y no recibiera su castigo, pero no quería derramar más sangre de la que yahabía manchado el suelo de la Basílica. Tenían que terminar con todo de una vez por todas, aún sieso significaba un último sacrificio.

La Mujer del Jaspe llamó la atención del Hombre de Azul y entre gestos trató de hacerle llegar unmensaje. Solo los astros pudieron entender como aquel hombre descifró lo que la mujer le tratabade comunicar. Negó con la cabeza varias veces pero la mujer no desistió de su idea; no eranegociable, tenían que hacer lo que el hombre decía si querían evitar una masacre.

Mordiéndose la lengua por razones de la frustración, el hombre de traje azul no tuvo otra opciónmás que pedirle a los militares que se retiraran de la entrada posterior. Los soldados, dudosos deacatar la orden, se mantuvieron en su sitio a pesar de las señales que el hombre de Azul les habíadado.

—¡Déjenlo salir! ¡De lo contrario la sangre de una cuarta víctima estará en todas nuestras manos!¡No tenemos alternativa, despejen el camino de una vez!

Los militares accedieron esta vez y se corrieron rápidamente del sitio en el que se encontrabanestacionados. Una nueva carcajada del Sumo Pontífice se escuchó por toda la Basílica.

—¡Eso, acaten una orden por una vez en su vida! ¡Ya era hora de que alguien los pusiera en susitio!

Los soldados miraban con odio al que una vez les había forzado a seguir sus instrucciones, auncuando no habían querido. Deseaban tanto como los otros presentes acabar con la vida delpontífice y su carrusel de destrucción pero sabían que la mujer caería degollada antes de quepudieran eliminar el objetivo. Y aquello les causaba una frustración que quemaba sus pechos.

—Fue todo muy divertido pero ya va siendo hora de volver a desaparecer. Jamás me encontrarán,y tendrán que lamentar por el resto de su vida el resultado de su desagradable juicio plagado de

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prejuicios y mentiras. ¡Hasta luego, y hasta nunca! El inventor desapareció tras la puerta posterior del Salón Dorado y se llevó junto con él a laMujer del Jaspe que ahora era arrastrada a la fuerza por el hombre y su daga.

La Basílica se tornó opresiva y asfixiante en el momento que salieron corriendo por el pasillo losregentes y enviados para perseguir al Sumo Pontífice. Aquel lugar, antes brillante y cálido, emitíauna sensación antinatural que asimilaba los efectos de ahogarse. El Hombre de Azul asegurómentalmente haber perdido la cordura cuando sintió que el olor a azufre inundaba toda laedificación y se negaba a desaparecer. Debían alcanzar a la Mujer del Jaspe antes de que elpsicópata le hiciera daño.

Varios pasillos y recámaras más adelante el Santo Padre obligo a la mujer a entrar en un recintodiminuto que daba la impresión de ser un depósito o una bodega. El pontífice no perdió el tiempoy aún con la daga sobre el cuello de su rehén accionó un mecanismo en la pared a su costadoderecho. Un ruido mecánico se percibió por unos momentos y en segundos un pasadizo secretoapareció a la vista de los dos sujetos presentes en el cuarto.

El Santo Padre se introdujo con su prisionera en la abertura que momentáneamente formaba partede la infraestructura del lugar, y cuando estuvieron adentro la compuerta se cerró precipitadamentepara dejar al religioso y la mujer a oscuras.

—No hay lugar a donde pueda huir su Santidad. La Basílica se encuentra rodeada de explosivos.Incluso si usted fue quien ordenó su instalación, dudo mucho que sepa como desactivarlos. Moriráperdido en este laberinto antes de que escape de su castigo.

—¿Perderme? Eres menos lista de lo que pensé. ¡Yo fui quien construyó todo este sistema! ¡Se lasentradas y salidas del sitio como la palma de mi mano! ¡En cuestión de minutos estaremos fuera dela Basílica, pero antes me aseguraré de matarte!

El Santo Padre se detuvo en medio de un espacio abierto iluminado por artefactos luminosos. A sualrededor una decena de túneles se cruzaban entre si y desembocaban en distintas direcciones. Larisa del Sumo Pontífice rebotó y formó ecos en los diferentes caminos que los rodeaban. Su mentesolo manifestaba un único deseo.

—¡Hora de morir!Y en el segundo en que el Sumo Pontífice levantó la daga para apuñalar al rehén, la Mujer delJaspe se zafó de su agarre y lo pateó lejos de su posición.

—Levántate anciano, es hora de ajustar las cuentas pendientes.

En aquel recinto artificial nacido de conspiraciones y traiciones la Mujer del Jaspe determinó quesu momento de actuar era ese mismo.

Solo uno podía salir vivo de allí.

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XXX

—¿Piensas enfrentarte a mí con las manos vacías? Eres una ilusa que no conoce su lugar.

—Y tu un psicópata aberrante que debería haber muerto mucho antes.

El Sumo Pontífice lanzó un tajo al aire cerca de donde la cara de la mujer había estado segundosantes. Por suerte para ella su adrenalina le permitió esquivar la hoja antes de que tocara su piel.

La Mujer del Jaspe sabía que esta confrontación era inevitable, y todo el tiempo desde que habíaocurrido el primer asesinato su mente mantuvo en el fondo la certeza de que la historia terminaríacon este final. Sin embargo no se rendiría estando tan cerca de vencer al Santo Padre, no cuandotanto esfuerzo y trabajo había sido invertido en su estrategia. Independientemente del resultadoque arrojara la lucha contra su persona más odiada, se encontraba satisfecha con su desempeño.

El Sumo Pontífice había dejado de intentar provocar a la mujer y se concentraba en atacar por losflancos débiles de su defensa. Era claro que con una daga en su mano debía ganar fácilmentecontra una indefensa mujer. Aun así su adversaria no entraba en contacto con su arma y por elcontrario, los golpes que conectaban eran las patadas y puños de una mujer inquebrantable.Odiaba estar es esa posición, odiaba todo lo que había sucedido ese día. Las cosas hubieran sidodiferentes si esa mujer no hubiera intervenido; su hijo podría seguir vivo, y aquello aumentaba lased de sangre que cargaba consigo.

—Tú arruinaste mi vida. Saboteaste mis planes, acabaste con mi pontificado y me quitaste lo quemás amaba. Eres una alimaña que debe desaparecer de la faz de la tierra.

—¿Yo arruiné tu vida? ¡Fuiste tú quien la destrozó acabando con los sueños y esperanzas de losdemás! Y te llevaste a muchos por delante con tal de saciar tu vulnerable ego. ¡Mataste porproteger tu frágil mente de enfrentarse a la realidad! ¡Eres débil, supéralo!

—¡No soy débil, yo gané! ¡En este campo de batalla fui yo quien se salió con la suya!

—¿Entonces por qué huyes con la cola entre las patas como un borrego asustado? ¿Crees que estoes ganar? ¿Estar a punto de perder la vida en un olvidado túnel lejos de todas las personas? ¿Delcadáver de tu hijo que se pudre en un charco de sangre por culpa tuya?

—¡No te atrevas a hablar de él! ¡Tú lo mataste, acabaste con su vida!

—No, no lo hice. Lo hiciste tú cuando tomaste la decisión de acabar con la vida de un ser humano.Estas son las consecuencias de tus acciones, ahora trágate la tierra que levantaste y cae con toda lainfamia que representas.

La Mujer del Jaspe logró conectar una patada en la mano que sostenía la daga y la hizodesaparecer en las profundidades de uno de los túneles circundantes. Aquella acción causó undeterioro considerable en la sanidad restante del Sumo Pontífice, y se vio obligado a lanzarse enpicada sobre la mujer que él pensaba, le había arrebatado todo por lo que una vez luchó.

—¿Crees que necesito un cuchillo para matarte? ¡Te moleré a golpes si es necesario! ¡Reduciré tucráneo a cenizas!

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—Inténtalo si puedes farsante.

El pontífice agarró de los hombros a la Mujer del Jaspe y esta perdió el equilibrio junto con suatacante. Ambas siluetas rodaron por el suelo cubriéndose de polvo mientras intercalabanpuñetazos. La mujer se negaba a dejar que el Santo Padre la atrapara entre sus tandas de golpes, ycuando alguna de ellas se acercaba mucho se defendía con sus extremidades e incluso usaba susdientes para perforar la carne que encontraba expuesta.

Ambos combatientes sangraban profusamente de las heridas que se propinaban. El cuello de lamujer no dejaba de presentar hilos de sangre y además de este, su boca y nariz sangraban,producto de la golpiza que el Sumo Pontífice insistía en propinarle como represalia.

En medio de la oscuridad y el polvo las caras de dos seres humanos se volvieron irreconocibles.Eran ahora animales, presas de la noche de luna llena y la euforia de una cacería. Su cuerpo lespedía sangre, les pedía muerte.Los dos individuos rodaron entre los túneles y se arrastraron en un intento de mantener la ventajadentro de una guerra de dos. El líquido carmesí sabía a icor y ambrosia, los sentidos exaltadosalucinaban producto de las hormonas que su cerebro producía en exceso. El tiempo había dejadode existir y la eternidad se expandía en el infinito. Y la disputa entre voluntades levantó chispas alas que les faltó poco para encender en llamas los cuerpos de dos fieras arrinconadas.

El Santo Padre cayó de espaldas y sintió en su pierna una punzada incomprensible. Bajó su manoen dirección a la fuente del dolor y su miembro se llenó de sangre producto de la herida queacababa de recibir. Un trozo de metal similar a una viga sobresalía de su pierna derecha, cruzandode lado a lado la extremidad del hombre. Aquella herida de proporciones peligrosas representabauna desventaja inmediata contra su rival, que ágil se movía como un ave que caza a su presa.

El Sumo Pontífice tomó una decisión en medio del calor de la batalla y con las fuerzas que lequedaban se arrancó el trozo de viga a la fuerza para después clavárselo en la mano derecha a laMujer del Jaspe. El dolor que recorrió sus nervios no podía ser descrito de otra forma que nofuera alquitrán caliente fluyendo por sus venas. Se retorció violentamente y dejando al SumoPontífice tirado en el suelo y sangrando, se replegó hasta la pared del otro extremo del recinto.Ambos estaban perdiendo sangre más rápido de lo que deberían, y su visión se deterioraba conintervalos oscuros y visión borrosa. En aquel punto la pelea se convirtió en una guerra dedesgaste, y para ambos el tiempo se agotaba más rápido de lo que sus mentes podían procesar suspensamientos.

El Santo Padre se rio como un maniaco y contra todo pronóstico logró levantarse del suelo paradespués pararse apoyando la mayoría de su peso en su pierna sana. Él tenía claro que si debíaperecer en aquel lugar olvidado lo haría, pero se llevaría a la arpía que gritaba de dolor al fondodel lugar. Sería una destrucción mutua, una poesía perfecta para el miserable circo que era la vidahumana.

La Mujer del Jaspe resoplaba fuertemente ante la cantidad de tormento al que se encontrabasometida con la herida de su mano. Llena de cortes y con un metal atravesándola justo en la mitad,la movilidad de su miembro superior se encontraba disminuida casi por completo. No pereceríaen aquel lugar, lejos de su hogar. Haría lo que fuese necesario, incluso arriesgarse a morir en elintento. Mientras existiera la esperanza, sus ojos arderían con el fuego del infierno. Y aunque sualma fuese condenada a terminar allí por quitar una vida, se reiría con fuerza cuando encontrara en

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ese agujero al miserable que había matado su futuro. Sería un pago justo por sobrevivir, y porarrebatarle al inventor aquello que más amaba.

En el laberinto de la Basílica un temblor de proporciones considerables sacudió el túnel donde laMujer del Jaspe y el Sumo Pontífice declaraban sus intenciones homicidas. En medio del caos y laoscuridad parte de los pasadizos colapsaron y una lluvia de escombros sepultó todo aquello quese negaba a dejar atrás el pasado. En la noche del noveno día del noveno mes la historia de unamujer llegó a su fin y un castigo fue recibido.

Y en la noche del noveno día del noveno mes la Mujer del Jaspe murió, como debía hacerlo, paraobtener su libertad.

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XXXI

En la madrugada del décimo día del noveno mes la Crisis del Encierro Real terminó con el escapede los secuestrados que, usando los túneles del laberinto dentro de la Basílica, se dieron a la fugaen la oscuridad de la noche. Sin embargo el Sumo Pontífice y la Mujer del Jaspe nunca fueronencontrados.

La cuarta víctima del Basilisco no tuvo un cuerpo que pudieran enterrar, y una tumba vacía fue loúnico que sirvió de consuelo. Nadie visitó la cruz que cargaba con el nombre de una vidaconsumida por el caos y la anarquía, nadie extrañó a la víctima que falleció pues no poseíavínculos con los otros, y nadie pensó en su ausencia ni en la del Basilisco. Solo un hombre detraje azul mantuvo hasta el final el recuerdo de un sacrificio y una investigación.

¿Qué es una iglesia sin un líder fuerte y competente? ¿Qué es un líder sin rebaño al cual nutrir yalimentar? ¿Qué es un edificio vacío aunque posea una historia tras él? Al final del día la muertelo consume todo, y la hambruna infinita de los seres humanos jamás será saciada.

¿Qué define a un pecador? ¿Qué es la redención para un santo que oculta sus secretos bajo unasotana? Cuando la vida otorga una segunda oportunidad, la posibilidad de una cuenta de cobro esincluso más alta que el beneficio de poder arriesgarse a cometer un segundo error. Y aunque unavida pereciera, y una crisis fuera superada, el mundo seguiría girando.

La verdad siempre estará oculta tras las mentiras, y las mentiras se nutren de la verdad parasobrevivir. Aquellos que no conciben un mundo donde coexistan estos dos elementos sonincapaces de notar su reflejo frente a un espejo.

En medio de la capital solo queda miedo, temor y desasosiego. El líder que creían perfectotraicionó sus principios y se aprovechó de su ingenuidad. El líder que sacrificó todo paramantener a salvo su pueblo terminó muerto como alguien cualquiera dentro de un cementeriocomunal. Lo que define el límite entre utopía y realidad es una delgada línea llamada conciencia.Y aun así en polvo eres, y en polvo te convertirás.

La Basílica que una vez fue el hogar de Dios fue la cuna del demonio en sus tiempos más oscuros.El peligro de creer está en ser traicionado, el milagro de creer es dar alas al siervo más solitario.En el momento en que el Sumo Pontífice desapareció, la estructura de la iglesia se vio sometida alescarnio público. La llegada de un lobo con piel de oveja destapó el nido de secretos que eranbarridos con discreción bajo la alfombra.

No tardó mucho en ser abandonado el Dios que dejó atrás a su pueblo, y mucho menos fue lademora en ser llamado por otro nombre y adorado por otro culto. Mientras exista un humano sobrela tierra algún Dios será gestado en el interior de su mente. Esa es la naturaleza de un muñeco debarro incapaz de aceptar la responsabilidad de sus actos.

Esa es la maldición de un mundo condenado a renacer con nombres diferentes pero naturalezassimilares.

Ante el amanecer del décimo día del noveno mes una figura salió por la entrada principal de laBasílica, cargando consigo un báculo de oro y una colección gigantesca de libros. Una sonrisa de

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oreja a oreja era lo único que brillaba con más fuerza que los pocos astros que se mantenían en elcielo. Tras él una estela de venganza se había acumulado y ahora finalmente terminaba.

En medio de una plaza desierta y acordonada un grupo de personas ingresó a la Basílica pararetirar bajo órdenes de su superior cientos de archivos alejados de la luz del sol desde cientos deaños atrás. Para aquella figura eso era solamente un premio de consolación. Su trofeo le habíasido arrebatado pero aceptaba el resultado con dignidad. Solo el mejor hubiera podido conseguirel honor de terminar la historia.

Cuando el recinto vacío perdió su colección, los colores brillantes se tornaron opacos y superfecta fachada se erosionó. Lo único que mantenía funcionando el sistema eran las pilas dementiras y omisiones que una vez corrompieron al mundo. Y así, un ciclo de distorsión llegó a sufinal. De la mano de un príncipe el castigo del Sumo Pontífice se extendió al templo que habíadesvirtuado. En medio de un amanecer las campanas de la Basílica repicaron por última vez.

Un hombre camina erguido con paso danzante, cantando tonos desconocidos y extraños para él.Sin embargo en su mente la melodía se mantenía clara, así como el motivo para cantarla una y otravez.

El hombre espera una carta que nunca llegará. Y aunque sabe que no lo hará, no culpa a nadie porsu ausencia. Su deber no ha llegado a su fin, y todavía tiene una última labor por hacer.

Tras de él decenas de envoltorios rugen, devorando todo a su paso. Los pecados que infectaron lacarne eran ahora purificados por el fuego. Y una llama cálida ardió detrás de una silueta, la siluetade un hombre que al fin podría descansar en paz.

Un príncipe camina erguido con paso danzante, cantando tonos desconocidos y extraños para él.Sin embargo en su mente la melodía se mantenía clara, así como la imagen de quien una vezcompartió su misión.

El hombre espera una carta que no llegará, pero su mente no se inquieta ante la ausencia. Sabe quetriunfaron en su alianza tácita, aunque no conoce los motivos tras su piel.

Un hombre espera una carta de su vieja amiga, y aunque no la volverá a ver se contenta concumplir su parte del trabajo. Una serie de temblores sacuden la capital, productos de su deber consu amiga y la humanidad.

La Basílica arde en llamas, de sus ruinas nada se puede reconocer. Y un Hombre de Azul ríe comoun loco celebrando el final de su plan. El castigo divino ha sido llevado a cabo y es hora deretirarse.

Solo un cuervo que mira desde la lejanía sabe con certeza lo que sucedió.

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EPÍLOGO

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XXXII

Un barco avanza a marcha constante sobre un océano azul. El cielo se encuentra despejado y el solbrilla con fuerza, iluminando todo aquello que entra en su dominio. Al fondo del paisaje, una torrede altura considerable se distingue entre las formaciones rocosas. En aquella embarcación unafigura contempla sentada en una mesa las maravillas de la vida.

Un camarero pasa por su lado y se detiene, preguntándole que desea tomar. La figura solo pide unvaso con hielo y una botella de agua a temperatura ambiente. El camarero se retira y la siluetadeja escapar un suspiro; el cansancio acumulado por su trabajo debería haber desaparecidodespués de su renuncia. Aun así la figura seguía esperando que mejorara su condición,seguramente debía darle uno o dos días más.

El camarero volvió con el pedido y depositó lo ordenado en la mesa. La figura tomó un billete desu billetera con su mano derecha y se lo entregó al joven servidor. El muchacho agradeció lapropina y como agradecimiento por su amabilidad preguntó a la silueta si deseaba escuchar lahistoria de aquella vieja torre en el horizonte.

La figura negó con la cabeza y dio las gracias por el ofrecimiento. El camarero se retiróeducadamente y dejó al cliente en la mesa con su pedido. Para la silueta que se encontraba sentadamirando al horizonte la mención de la historia de la torre le había afectado un poco. Aquellafigura conocía la historia, seguramente mejor que cualquier otro individuo.

Aquella torre ahora era solo un vestigio de su pasado. Deseaba empezar de nuevo, volverse areinventar y desaparecer entre la gente de alguna nueva región. Sin embargo por ahora solo podíapensar en regresar a su tierra natal.

Derramó un poco del agua sobre el hielo y volvió a cerrar la botella. Tomó delicadamente el vasoy evitando causar un accidente bebió con cuidado. Cuando hubo terminado depositó nuevamente elvaso sobre la mesa.

¿Cuánto tiempo había pasado? No recordaba con certeza ni quería hacerlo pero sabía que todavíaera muy reciente. Su mano izquierda era la prueba de ello.

Aquel paisaje tan familiar le traía recuerdos. La promesa que un día había hecho en la cima de latorre ubicada en el horizonte le hacía doler su pecho. Aquella promesa incumplida revoloteaba ensu cabeza cada tanto, y la figura esperaba que algún día este recuerdo se asentara como los otros.Alguien que vive en su pasado pierde su presente y deja de escribir su futuro. Y por ello se jurabauna y otra vez que pasaría la página ahora que podía hacerlo.

En la mesa, además del vaso con hielo y el agua, reposaba una caja de madera con grabados.Gracias a ella era que la silueta se encontraba en aquel barco, en dirección a su tierra natal.

La última promesa que había hecho le había resultado muy cara. En su conciencia navegabanconstantemente los recuerdos de un solo día de su vida. Un día que daría lo que fuera para norepetir.

La figura levantó en sus brazos la caja de madera y la abrazó por un buen tiempo. Sabía que este

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momento sería difícil, pero lo superaría. Siempre lo hacía. Un ave se posó en la silla siguiente ala silueta, y todo el asunto le pareció algo gracioso. Quien diría que después de todo lo que habíasucedido tendría una compañía inesperada. Volvió su mirada a la caja y le dio un último beso.Acto seguido la arrojó al mar, y la vio desaparecer bajo la espuma.

La caja se sumergió rápidamente y pronto dejó de recibir la luz del sol. Junto a ella se hundíanrecuerdos dolorosos y amistades pasajeras. Una carta en su interior perdía las letras que habíansido escritas sobre ella por efectos del agua. Aquellas palabras nunca volverían a ser dichas. Unapiedra de color marrón brillaba con un destello siniestro mientras se alejaba segundo a segundode la superficie. El último elemento dentro de la caja parecía vibrar mientras descendía entre laoscuridad. Un diapasón plateado emitía un sonido bajo que jamás volvería a ser escuchado. Y lamancha carmesí que poseía el artilugio mecánico en su mango desapareció, disuelta entrepartículas de agua.

Este era el Adiós. Con la caja que se perdía en el abismo desaparecían también los restos de unalocura.

En alguna parte del mundo un corredor abandonado por el tiempo y la civilización recibía a sunuevo huésped. Ojos grisáceos con hilos de sangre desprendiéndose de ellos dibujaban contornosen las rocas cercanas. El ropaje en que estaban envueltos aquellos ojos grisáceos yacía ahoraempapado de color rojo, como lo estaba también una viga metálica que perdía su forma en lasustancia viscosa.

Aquel cadáver era la última víctima del Basilisco, un basilisco ahora muerto que se ahogaba enese mismo momento dentro del mar. Y una mujer recién nacida volvía a sentir otra vez, presa de laesperanza y la ansiedad. Al fin había llegado el momento de volver a casa.

Cuando la mujer descendió del barco una mujer joven la recibió en el puerto, y con un abrazodevolvió el color a los ojos de la recién llegada.

—Bienvenida a casa madre.

Una sonrisa salió de los labios de la mujer, la misma que le dedicó al asesino de su esposodurante los últimos segundos de su vida.