La Ballesta de Papel, número 11, junio de 2013

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La Ballesta de Papel Revista de la Asociación de Amigos de la Biblioteca Pública de Priego de Córdoba N 11 Junio 2013 o

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Revista de la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Priego de Córdoba.

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La Ballesta de Papel

Revista de la Asociación de Amigos de la Biblioteca Pública de Priego de Córdoba

N 11 Junio 2013o

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La Ballesta de Papel. Revista de la Asociación de Amigos de la Biblioteca Pública de Priego de Córdoba, nº 11, junio 2013 1La Ballesta de Papel. Revista de la Asociación de Ami

EDITORIAL

Al hilo de la obtención por Lorenzo Silva, famoso escritor que habitualmente colabora con La Ballesta de Papel, del Premio Planeta 2012 por su novela La marca del meridiano, cabe que nuestra publicación se ocupe del siempre espinoso tema de los premios literarios. Estos galardones han tenido tradicionalmente en España un amplio predicamento desde fi nales del siglo XIX, con expresiones tan pintorescas como eran los “juegos fl orales”, concursos poéticos que se convocaban en numerosos pueblos y ciudades con motivo de sus fi estas patronales; apareciendo muy bien perfi lados en La colmena de Camilo José Cela. Difícilmente puede negarse que los grandes premios de novela (Planeta, Primavera o Ciudad de Torrevieja), promovidos por importantes editoriales y recompensados con elevadísimas sumas -en el caso del Planeta asciende a 600.000 euros- son operaciones de marketing muy bien planifi cadas, si bien, en muchos casos, la calidad literaria de la obra galardonada queda bien acreditada, como es el caso de Silva. Este autor, ya había demostrado su valía narrativa logrando en el año 2000 el Premio Nadal, menos dotado económicamente que los antes citados, pero con mayor prestigio entre los escritores, con su novela El alquimista impaciente; tres años antes, en 1997, quedó fi nalista del mismo premio con La fl aqueza del bolchevique. En algunos géneros como la poesía, muy minoritario, casi resulta imprescindible ganar algún concurso para poder publicar, y lo habitual es que los autores comiencen un peregrinar por distintos galardones, cada vez más importantes, hasta alcanzar la cima que está en el Adonais; distinción de la que quedó fi nalista Alejandro López Andrada, reconocido poeta de Villanueva del Duque (Córdoba), también asiduo colaborador de nuestra revista. Igualmente, se da en este ámbito, el hecho de que algunas editoriales promuevan su propio premio como es el caso de Hiperion. Ciertamente, la tan traída y llevada crisis, se está llevando por delante gran cantidad de certámenes que convocaban ayuntamientos y diputaciones provinciales. Sin embargo, un sosegado análisis de este tema, nos lleva a pensar que los premios, además del benefi cio económico que obtienen los ganadores, implican un plus de promoción de la literatura y, por ende, de la lectura y de la cultura en general; materia que no deben desdeñar nuestras administraciones públicas si, de verdad, desean una sociedad libre y justa. Entendemos, que la clave para revitalizar el prestigio de los premios literarios está en una buena elección del jurado. No se puede dudar, de que el elemento que debe predominar en sus miembros es el puramente literario, aunque por razones obvias, hayan de formar parte de ellos algún cargo político, docente o editorial. Incluso, propondría que junto al fallo, que debería ser motivado en todos los casos, se hiciera público el disentir de los jurados respecto a la obra que haya resultado mayoritaria. Finalmente, hemos de felicitarnos porque un número más de La Ballesta de Papel, y ya van once, vea nuevamente la luz, agradeciendo la contribución económica del Ayuntamiento de Priego (representado en las personas de su alcaldesa, María Luisa Ceballos, y del concejal de Cultura Miguel Forcada), la colaboración en la maquetación de Rocío Pérez Campaña y las ilustraciones a cargo de la Asociación de Pintores de Priego.

EDITA

Asociación de amigos de la Biblioteca Pública de Priego de Córdoba.Blog LITERATURA EN PRIEGO:http://rafaelrequerey.blogspot.com

COLABORAN:José Puerto CuencaMª Antonia Gutiérrez HueteLuis A. RuizFrancisco José Segovia RamosRafael Requerey BallesterosÓscar Martín CentenoZikrem el HasanManuel GuerreroIsabel Rodríguez BaqueroRocío Pérez CampañaTrinidad CaracuelMaricruz Garrido LinaresAlejandro López AndradaAngel C. Gutiérrez HueteMiguel Forcada SerranoCarmen BejaranoConcha BallesterosAntonio Luis GinésManuel Molina GonzálezDori M. LozanoJuan Carlos Rodríguez BúrdaloPaqui Rivera VílchezAntonio Mérida VillarManuela Calderón

ILUSTRACIONES:Araceli AguileraManuel Jiménez PedrajasAntonieta CastroMaría Aurora García-CalabrésJosé María RuizLuis CabezasMaría Rosa MarínMaría José Ruiz LópezMaría Sierra de la Rosa LópezJuan López Delgado

CONSEJO DE REDACCIÓN:Marisa RojasRafael PimentelDori MartínezMaricruz GarridoLuis Ángel Ruiz Herrero

ISSN: 1887-1336MAQUETA: Rocío Pérez CampañaIMAGEN PORTADA: Juan López DelgadoIMPRIME: IMPRENTA MALAGÓNDEPÓSITO LEGAL: CO-1551-2006

Excmo. Ayuntamiento de Priego de Córdoba

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VERITAS-VERITATIS

“La verdad te pone al borde de ser cruel;Cruel: pecado del simpecado”.Gloria Fuertes.

Ya lo dijo Tita Gloria; y es verdad que la verdaddicha tal cual... es “crueldad”(y espolea la memoria).

Es “de azúcar” la mentira,salva la cara y el miedo...burladero de consuelo, pero vana hipocresía.

“Es amarga la verdad”, ¡es dura... redonda... fría!Pide aplomo, valentía, pero da la libertad.

Es mentira esa verdad que me cuentas... con maliciay es mentira tu verdad sin claridad cristalina.

Es verdad, pero es mentira... doble... la media verdad.(pecado de capital).y es mentira de mentira (o es mentira venial)la mentira... por piedad.

Y es mentira de verdad la que niega sin congoja,paticorta, coja y ciega, la fl agrante realidad.

Y este tiempo de maldad y mentiras consentidas(promulgadas, proterviadas, comulgadas sin sentido)es amigo de cambiarla virtud de la verdad por mentira virtual.

Por eso es temeridad y delito de inocenciadecir con honestidadla verdad aspera y sinceraque te infl ama la conciencia.

Mas si quieres que te diga la verdad de la mentira:lo que ves no es La Verdad, que hay otra Verdad escondida...... que es pura mentira ilesa la aparente realidad,la falsedad pretendida y enemiga de certeza.

Y si quieres que te diga la verdad de la verdad:ni Sócrates en su día supo qué es verdad real.

Mas si quieres que te ofrezca, toda y sola la Verdad:la tiene la Eternidad de la Divina Realeza.

(Si la crees y la buscas... Si la llamas y la creas... ¡Un día por tu vereda, tu día la encontrarás.)

José Puerto Cuencahttp:// puertodepoesia.blogspot.com

“¿Tu verdad?, ¿Mi verdad? ¡La verdad!Y ven conmigo a buscarla; la tuya guárdatela.

Antonio Machado.

María Aurora García-Calabrés

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ABRÁZAME SOLAMENTE

Regreso a tus abrazos, al fuego persistentedonde arden mis espantos. Vuelvo al contacto ciertode la vida, al milagro de enredarme en tu alientosin miedo a los bocados de este horror permanente.

Regreso a tu regazo, huyendo de mi mente,con los labios cerrados y el corazón abierto,sin fl ores ni zapatos. (Afuera sopla el vientoy nieva en los tejados las penas de la gente).

Regreso a tus abrazos con el alma insolventey el sueño amortajado. Vuelvo con mis desiertos,mis sombras y mis llantos al único momentode gloria, con las manos vacías, indigente.

Más allá de tus brazos no existe el fi rmamento.Al fi n vuelvo al descanso... Abrázame solamente.

Mª Antonia Gutiérrez Huete

ESCRITA MI CONCIENCIA

Tengo la boca llena de palabrasy el alma bocabajo en la trastienda.Llevo lágrimas de hiel en la miraday en las manos, más manos con sus grietas.

Tengo las venas como la esperanza,(ciega y seca) y encendida la vehemencia.Llevo paz en el bolso de batallay en la frente, la cara descubierta.

Tengo un verso saltando la murallay una luna menguante en la chaqueta.Llevo un mundo mezclado entre mis canasy en los ojos, escrita mi conciencia.

Mª Antonia Gutiérrez Huete

Luis Cabezas

Manuel Jiménez Pedrajas

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BIOGRAFÍA (Para Angustias González)

Pasajero.Yo he sido un pasajeropor recodos marinos de un alma sin fronterasdonde al agua es la luz; y el equipaje, el mismo cielo.

Es hoy. Siempre pensé que voy entre humo y niebla,y como niebla y humo, en el espejo,yo transito en la niebla de la vida.

Y ya desde pequeño encendí sueñosen los cálidos rincones de las nubes;la Luna fue mi rumbo y en la lunahallé mi desencanto, aunque en la Lunavi toda la hermosura de la Tierra.

Muy pronto descubrí espasmos de tristezaque en el vientootean las espumas de las olas,allí donde un pellizco amargo y sin aliento,atrapa al corazón como en un pozociego de luz y de horizonte, muerto.

(Sí, de vez en cuando,también me acribilló la soledad inmensade una noche empapada por el vértigo de un insomnio seco).

Nací en algún lugar sin nombre porque…nadie al nacer conoce el sitio en que se nace,y nunca me cansé de perseguirun rojo todavía más hermoso,un verde todavía más humano,un rosa de humo donde el humo es la esperanza,más allá de montañas y de valles,más allá de unos ojos, de un susurro,más allá de un abrazo y unos besos,más allá de mi mismo, más acádel escueto rimar de algunos versosy de calmar la sed que siempre siento.

No sé dónde será, pero algún díadiré:“Hacedme un sitio aquí, que ya he llegado”

No sé si esto será entre las fl ores blancas de una jara,o entre álamos delgados junto a un río,entre bloques de pisos cuyas puertasson bocas que seducen al vacío:Esa ventisca azul llamada soledad.

Y así, bajo la esponja espesa de la nochey la limpia mirada de estas Sierras,yo me confi eso: “Sí, yo he sido un pasajero”.

Y ya nunca sabré el nombre de otros nombresni el nombre de un amor que acaso tuve,pues siempre me aferréa esta estela de luz que he perseguido,a este mirar lejano desde cerca,en este laberinto mágico de un cielo estrecho,como una grulla de palabras migratoriasque ya presienten el fi nal, la marcasobrescrita en la sombra de una Fuenteque reclama a mi voz el pago del peaje:“Aquí has llegado ya, entrégame tu aliento,tu íntima mirada, tu pulso ya sin ritmo, tu plástico deseo,la última viruta de tu infancia”.

“Y nunca digas más que fuiste un pasajero,pues ya has llegado aquí,

a Priego”.

Luis A. Ruiz

José María Ruiz

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Aski avanza penosamente por el estrecho sendero nevado. Lo acompañan Evin, su mujer, y su hijo, Dubac. Atrás ha quedado el resto de la tribu. Todos muertos. Asesinados por unos desconocidos procedentes del lugar desde el que nace el sol. La última imagen que tienen de sus amigos, familiares y vecinos es la de un poblado ardiendo bajo la luz de una luna menguante que dibujaba sombras sobre la carnicería que se producía bajo su tenue brillo. Son los únicos supervivientes de su estirpe. Caminan a pesar del frío y de que están exhaustos, porque sus perseguidores están cerca, y los acechan como predadores dispuestos a exterminarlos. ¿Por qué?, se pregunta Aski mientras contempla a su mujer avanzar delante de él, con el niño en brazos. El viento responde agitando sus ropas y entremetiéndose con dedos helados entre ellas. Sus pobres calzados, de piel de cabra, y sus ropas no son los más apropiados para el frío, pero no han tenido tiempo de tomar nada más debido a la precipitada huida. Pero falta poco, se dice. Sólo un recodo más y luego el descenso al próximo valle donde, quizá, pueda encontrar el cobijo y apoyo de la otra tribu hermana. Una fl echa silba en la fría mañana, y se clava a sus pies. ¡Están cerca!, grita, e insta a su mujer a que acelere el paso y escape. Ella lo mira una vez más, esboza una sonrisa y desaparece tras el recodo, junto al niño, en busca de su salvación. Aski se gira, y se agacha para no ser alcanzado por las fl echas. Coge con fuerza su hacha de cobre. Su carcaj no le sirve de nada ya que su arco se rompió en la huida. Sabe que el tiempo que detenga a sus perseguidores en el sendero puede ser trascendental para que Evin y Dubac lleguen a la seguridad del poblado vecino.

Al fi n aparecen, en un saliente rocoso, unos metros más abajo. Uno de ellos carga su arco y dispara. La fl echa rebota contra las rocas y cae en el abismo que se abre a la derecha. Aski no tiene tiempo de huir, y pronto tiene encima de él a uno de sus perseguidores. Forcejean, y logra herirlo con el hacha y arrojarlo al precipicio. Pero poco después siente un profundo dolor en el pecho: una fl echa le ha alcanzado. Su sangre, espesa y caliente, empieza a caer sobre el níveo suelo. Siente que desfallece, pero aún así se mantiene arrodillado, con el hacha preparada. No van a pasar todavía, murmura. Su mujer debe estar ya lejos, cerca de la aldea. Sólo un poco más, se dice para darse ánimos. Se le nubla la vista pero sus enemigos no se atreven a acercarse y siguen disparando fl echas desde la distancia, aunque ahora se pierden en el vacío porque el viento sopla con mucha fuerza y las desvía. Sólo un poco más, se anima. ¿Por qué?, pregunta, impotente, al frío aire que le rodea, cuando sus fuerzas le abandonan y su cuerpo inerte rueda por la nieve y se precipita al vacío. Muere en la feliz ignorancia. Evin y Dubac no tuvieron ninguna oportunidad. El poblado del otro valle también había sido arrasado por los extranjeros. Sus cadáveres fueron pasto de las alimañas la misma noche que el invasor danzaba alegremente alrededor de fogatas grandes y amarillas, bajo la luz de una luna menguante y terrible. Aski, en ese aspecto, tuvo más suerte, porque su cadáver momifi cado fue descubierto miles de años después por unos descendientes de sus asesinos. Le pusieron de nombre Otzi, igual que el valle donde encontró la muerte.

Francisco José Segovia RamosGranada, 1962

María José Ruiz López

ASKI

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LA ARGENTINA

¡Che!, no te lo podés imaginar, ¡qué encuentro!, llegó al mar, a la esquina cálida de la vida; vos sabés lo que traía detrás, chasqueado de un boliche de la vida, una jodida milonga; se tumbó en la orilla cuan largo era y dejó que las olas lo mecieran sin rumbo, ¡qué gozada, pibe!, fl otaba, se hundía, volvía a emerger; y el sol, ese sol de media tarde de septiembre que entibia lo más hondo de los adentros, lo reanimó, porque arribó con el cuerpo gélido y el alma acerada; volvía a ser niño, ¡era niño!, ¡qué lindo!; puesto que sos mi cómplice, antes de continuar con este tango mal hilado de continuo, es conveniente que sepas, porque para él es importante, que el mar, de cerca, era verde esmeralda, y, de lejos, azul turquesa; él está convencido de que lleva algo muy por dentro que lo une a lo austral; lazos de sangre no más o el dulce y amargo encanto de ser argentino; esta aclaración puede ser la clave de toda esta pésima chacarera, entre el porteño, el lunfardo y el castellano; había arrinconado a “El Pelao”, sí, el bandolero que huyó a Argentina e hizo fortuna en la inmensa pampa; a la niña Isabel, violada y muerta por mano de cacique andaluz y que tuvo que ser enterrada en un recóndito aprisco de Sierra Morena para evitar que ultrajaran su cadáver; ¿qué pasa, che?, no sos un botarate que no sabe nada de lo que cuento; “El Pelao” le cortó los güevos al boludo del señorito y se los metió en la boca hasta asfi xiarlo; dura historia, ¿eh?, vos lo sabés bien, como la del Gaucho Malpica, que lo emigraron a El Puerto y perdió todo: la vía y el alma; pegó la última costalada en la puerta de una barraca empapado de lemoncello.

Anoche, anoche quizás se conjuntó todo y tomó sentido: paseaba apático y dio con Irina; sí, así, de sopetón, pintaba al óleo bellos guijarros marinos, cantos rodados, para que vos lo entendés mejor; árboles, pibe, casi todas las piedras mostraban el árbol de la vida; se paró, contempló aquellas pequeñas y hermosas obras de arte y surgió la magia, como cuando brota una semilla, la acompañaba su esposo, un gitano argentino de pura cepa procedente de Andalucía, ambos cordiales, cultos e inteligentes, ¡qué hermosura de criaturas, pibe!, se le fue, como por ensalmo, y eso que estaba macanudo y tablón, la abulia y trabó una enriquecedora conversación con los dos; a estas alturas del asunto aún no te he dicho que Irina era rusa; lo que es la vida, che: una rusa y un argentino por esos mundos de Dios; oye, y lindos, eh, ¡qué te voy a contar si vos sos un trotamundos. Irina le regaló un trocito de su corazón, de su arte, una hermosa piedra de mar en cuyo centro emergía el árbol de la vida, la pintó en un instante y le puso su nombre, no el de ella, sino el de él, dádivas como esas, pocas, pibe, tal y como está este puñetero mundo; por eso a él se le abrieron las mientes y comprendió todo lo ocurrido hasta el momento: donde menos esperas encuentras buena gente y el inapreciable valor que tiene la multiculturalidad; pa qué relatarte más, si ya está servido el mate, ahora sólo queda que los vuelva a encontrar y puedan matear.

Rafael Requerey Ballesteros

Lula

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DEJO QUE LLORE EL HADES

Dejo que llore el Hades solitario de muertos, mientras bailas desnuda como una profecía rodeada de bestias hechizadas, de oscuros elixires, y de sombras que galopan a lomos de cien mil maldiciones.

Todo lo que he luchadono basta para verte cuando miro tus ojos, las noches incendiadas sobre los remolinos de la mar, los viajes y las luchas, los abismos abiertos como fauces en el fondo del alma. Eres profunda como la larga noche de la tragedia.

Por eso en cada sueño hago recuento de tus hierbas mágicas, de los pecados que nos buscan, y de las noches rotas por los gritos helados que ahogamos como niños en el placer insomne.

María Aurora García-Calabrés

Tu nombre es un conjuro con que se hunden los barcos, tu piel la soledad del desaliento, tu locura una rueca que gira cada día tejiendo los secretos de los dioses. Daría cualquier cosa por desnudarte el alma, por saber si la vida que me juras eterna es una hoguera al borde del precipicio, o solamente una treta de pájaros que envenenan el aire.

Pero mientras se pierden los oráculos, y el fuego deja caer sin voz sus maldiciones, te sigo y te recorro, y ya da igual como caigan los dados. En tus ojos olvido mis promesas, dejo ahogarse mis recuerdos, mi patria, mi familia, y maldigo tu nombre, condenada hechicera, para que sepas cuanto duele el amor que te tengo.

Óscar Martín Centeno

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EL OTOÑO

Ven amada mía a recoger los maduros frutosde aquellos viñedos que han cubierto el suelocon su bello manto amarilloponiendo fi n al ansia de la primavera.

Ven y veamos los nidos de los pájarosque emigraron a la costa llevando consigola afabilidad de los jardines.

Ven gemela de mi alma,la naturaleza se prepara para hibernar,no te entristezcasporque nos ha dejado sus maduros frutospara correr de ella la sangre de la tierra,el vino.

Zikrem el Hasan

Lula

OTRO TIEMPO NACE

El día amaneció,con él también las ideas.Como el día,las ideas amanecieron claras,pero no por elloson menos dolorosas.Ningún nublado bajo el Sol,ninguna duda sobre el amor.¿Acaso no miras al Sol?¿No percibes el sentimiento callado?Le pregunto al silencio una y otra vez:¿se puede tapar el Sol ?Y el silencio contestacomo si este no existiese.¿Se puede ocultar el amor?Y el eco contestacomo si este no existiese.

Trinidad CaracuelMaría Rosa Marín

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NUOVO CINEMA PARADISO

Contigo me has traído recuerdos de los besos prohibidos y pasados, los que nos dimos en blanco y negro al inicio del cine de nuestras vidas, cuando aún nos amábamos callados, por los que das sentido a este instante fugaz que llamamos presente y a este torvo mundo donde aún sobreviven nuestras bocas proyectadas de rayos.

Manuel Guerrero

FE DE VIDA

Sufro tanto, que el mar es una charca.Gozo tanto, que toco con la mano las estrellasAspiro a tanto, que es el mundo el salón de mi casa.Espero tanto, que un océano verde me mece entre sus olas.Sé tanto, que he empezado a renunciar a la esperanza.Ignoro tanto, que un jilguero, una rosa,una brizna de hierba,son mis maestros jubilosos.Siento tanto, que el universo enteropulsa la lira de mi corazón.

Amo tanto, que nazco de nuevo cada día.

Isabel Rodríguez Baquero

Araceli Aguilera

Antonieta Castro

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LA CENTELLA

Siempre puntual, con el periódico bajo el brazo, café con anís y una sonrisa arrugada, de vida larga y cansancio acumulado. Se sentaba al fondo de la barra, bajo un perchero hecho de cuernas de ciervo. Al lado había una bicicleta negra de paseo, una reliquia de los años diez o veinte, quizá, que descansaba sobre una peana de madera barnizada. Desde que volvió al pueblo en el año setenta y nueve, casi todos los días al dar las ocho y media en el reloj del bar, Don Manuel entraba sonriente y saludaba a los contertulios. Había sido maestro rural, de traje gris-raído, remendado una y otra vez con gran habilidad por su madre. El azul marino lo reservaba para las ocasiones especiales, una boda, un entierro o el bautizo de su sobrino. Nunca corbata. Salvo en los entierros. Iba con su bicicleta negra, sin frenos, que compró de segunda mano cuando empezó a trabajar y ganó sus primeras pesetas como maestro. Llegó a un acuerdo con un marchante barcelonés que visitaba todos los veranos a sus hermanos en el pueblo. Venía en tren y traía siempre una bicicleta negra, que aparcaba en el portalón de los Sánchez. La dejaba allí para que la gente pensara que era de los señoritos y así nadie intentara robarla. Era un pueblo pequeño y no había muchas bicicletas, menos aún, fl amantes bicicletas negras que hubieran paseado sus ruedas por los chafl anes del ensanche barcelonés. De niño nunca tuvo bicicleta. Y apenas si vio una alguna vez. Cuando cumplió once años, su primo Genaro, de Madrid, le envió una postal en la que aparecía un prado holandés con un par de bicicletas al borde del camino:

Al niño Manuel, que seas muy feliz en el día de tu cumpleaños,

te desean tus tíos y primos.

La puso en su habitación junto a la ventana, encajada por fuera del cristal de un cuadro del niño Jesús que su abuela le regaló a su madre cuando él nació.

-Quita el cartón ese de delante del Niño -le reñía su abuela. -Abuela, que son unas bicicletas, ¿no las ves? Mira las ruedas. Y esta tiene una canastilla con fl ores. Si a ti te gustan mucho las fl ores, abuela.

Años después, cuando miraba la postal, ajada y amarillenta, Manuel se acordaba de su abuela, que ya no estaba, y sentía cierta nostalgia de aquella repetitiva riña senil-infantil, que siempre terminaba con unos pellizcos cariñosos en los mofl etes. Manuel tuvo que aprender a montar en bici.

-Te vas a matar -decía su madre. -Para qué querrás tú correr tanto-chillaba.

Pero Manuel pasaba las tardes en la plaza con una algarabía de niños que corrían a su alrededor, chillaban y le ayudaban a mantenerse en la bicicleta sin caerse mientras otros empujaban.

-Ya está otra vez Manuel haciendo el tonto en la plaza. Qué van a pensar del maestro -se quejaba su padre. -¿Por qué no te vas a las eras y aprendes allí donde no te vea “naide”? -le preguntaba.

Pero Manuel no faltaba a su cita con los niños y con su bicicleta a la que empezó a llamar “Centella”. A veces rodaban todos por el suelo y se levantaban magullados pero sin poder parar de reír. Una tarde se le hizo casi noche y por no perder mucho tiempo, se fue a practicar con la Centella, pero no se cambió de ropa y se fue con el traje. El traje gris. Se subió a la bicicleta y los niños le iban sujetando. Paseaba cerca del muro de la iglesia y los paredones de la casa de los Sánchez. Así, si se tambaleaba, podría apoyarse y no caer. Tanto se arrimaron aquel día al paredón, que pasaron demasiado cerca de la reja y la manga se le enganchó en un alambre de sujetar las macetas.

-¡Don Manuel, vaya siete se ha hecho usted en la chaqueta! –le dijo un diminuto, churretoso pero sonriente niño. Su madre le preparó unas coderas de un gris algo más oscuro que el del traje. A Manuel le gustaron. Le daban un nuevo aire al traje. Era como un nuevo traje gris. Al día siguiente, algunos niños aguantaban la risa mientras Don Manuel, de espaldas, apuntaba el vocabulario en la pizarra dejando ver las coderas. No se reían de las coderas, porque ellos mismos vestían casi puro parche sobre parche. Se reían al recordar la cara de Don Manuel cuando se tambaleaba hacia la reja y de los ojos, como platos, cuando se vio el siete en la manga. Pero llegó el día en que Manuel se lanzó decidido desde el pilón de la plaza hacia el camino de Los Cabreros. Era un trayecto de unos cien metros. Al llegar a los prados, con la cara enrojecida y el pelo pegado a la frente por el sudor, se giró sobre la Centella e hizo un gesto triunfal. Algunos aplaudieron desde la plaza mientras los niños bajaban en plena carrera hacia él. Muchos de ellos aprendieron a montar en bicicleta con Manuel. Además de matemáticas, historia y ortografía, con Don Manuel. Desde entonces le gustaba la sensación de dejarse rodar por las cuestas de los caminos, sintiendo el viento en la cara. En las alforjas cargaba sus libros, un pequeño cuaderno de notas, macilentas hojas de papel, algunos lápices, una goma de borrar (aunque más bien emborronaba) un lápiz azul y otro rojo. Sus alumnos siempre miraban con recelo el lápiz rojo, especialmente cuando lo ponía a bailar entre sus dedos mientras hacía la corrección de un dictado. A veces, como sabía de la expectación que el lápiz rojo generaba entre los niños, paraba el baile con un movimiento seco y hacía

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el amago de dibujar una marca fatal sobre la hoja. El aula contenía entonces la respiración. Luego miraba las caras de los niños de soslayo, sonreía y los reunía a todos alrededor de su mesa para hacer una revisión conjunta de los dictados y corregirlos entre todos. De vez en cuando, incluso les prestaba el lápiz y ellos mismos subrayaban sus faltas de ortografía. Luego ya no se les olvidaba y lo escribían bien desde entonces. Impartía sus clases en una pequeña escuela, con una única habitación y una pizarra negra y repintada sobre la que era difícil dibujar líneas rectas. Los pupitres eran estrechos, apenas podían acomodarse dos alumnos en cada uno. Aquí se sentó Pepe; Viva yo; 30-01-1930; a la Manuela le gusta el Trujillo; No pintar en la mesa; Aquí huele a queso. Pintadas o garabatos con las cuchillas de sacar punta, cubrían casi todos los pupitres. Un palimpsesto particular, legado de unos alumnos a otros, que sobrescribían, retintaban, rayaban y subrayaban una y otra vez con el paso de los años. En el aula había también una regla gruesa de madera. Manuel nunca la utilizó para pegar. En todo caso para intentar dibujar los triángulos sobre la abrupta topografía de la pizarra. Nunca, ninguna oreja ni palma de la mano enrojecida. Manuel tenía una capacidad innata para enseñar. Sus castigos eran originales, inteligentes. A veces consistían en que el alumno se sentara en una silla frente a sus compañeros y les contara cualquier pasaje de la historia que le gustara. Era un mal rato. Tener que hablar en público y contar algo de historia. Pero preferían mil veces a Don Manuel que al viejo profesor Salustiano, que hasta se quedó un día con un mechón de pelos de la cabeza de Enriquín, que estuvo un buen tiempo con una calva y le decían que estaba tiñoso. Manuel no tenía novia todavía.

-Soltero viejo te vas a quedar. Si no estás trabajando estás todo el día con la bicicleta arriba bicicleta abajo. Las mozuelas del pueblo se ríen y dicen que ya tienes novia, que es la Centella. -Que digan lo que quieran madre.

Y Manuel seguía paseando con la bicicleta. Pero en sus paseos, últimamente se acercaba por el portalón y los patios de los Sánchez. Asunción tendía la ropa, regaba las plantas y barría el empedrado con el escobón. Era la hija de Miguel y Rosario, los caseros de los Sánchez. Llevaban sólo unos meses en el pueblo. Vivían en una casita aneja a la de los señores, aunque entraban y salían de la casa grande para ocuparse de mantenerla limpia y ordenada para cuando vinieran. Asunción tenía tres años menos. Era una muchacha espabilada, de ojos grandes y mirada profunda. Solía llevar un delantal de cuadros verdes para hacer las faenas de la casa. El primer día que Manuel la vio, estaba lavándose las manos en el caño del patio y se las secaba después en el delantal. Manuel observaba con disimulo desde la reja, subido en la bicicleta. Asunción se dio cuenta, se sacudió el delantal y entró a grandes zancadas en la casa.Otro día, pasaba Manuel de nuevo cerca de los Sánchez. Miró en el patio pero no había nadie. Aparcó la bicicleta en la cancela y subió a la plaza. Su amigo Luis había abierto una pequeña tabernilla, donde no había mucho que comer ni beber, pero sí mucho de lo que hablar en buena compañía. La Taberna de Don Luis. Hubo risas cuando colocó el cartel de madera pirograbada. Resultaba difícil encajar el “Don” con aquel muchacho fl aco, de voz estridente y que apenas contaba veinte años. Luis tenía un sobrino, Marcos, un muchacho escurridizo, de ojillos brillantes e inteligentes. Se trababa un poco al empezar a hablar aunque no era tartamudo. Ayudaba a su tío haciendo recados, limpiando y ordenando en la taberna. Su tío le había pedido que en público, se dirigiera a él como Don Luis. Quería que poco a poco, aquello del “Don” fuera calando y se convirtiera en la norma. Y tanto que sería así… Las más de las veces, cuando Marcos llamaba a su tío, la lengua se le encasquillaba y decía:

-Don…Don Luis, ¿quiere que vaya donde las bodegas?-Don… Don Luis, que hay un barril roto.-Don… Don Luis, estos señores preguntan si hay hielo para la gaseosa.

Don…Don. Don-Don. Así empezaron todos en el pueblo a llamar a Luis. Al principio Luis ponía una mueca de disgusto, pero era más fi ngida que otra cosa. Era su pueblo, eran sus amigos. No le importaba. Incluso le resultaba pegadizo y pensó que la taberna tendría más tirón. Desde el día en que se inauguró la Taberna del Don-Don, a Manuel le gustó aquel rincón debajo del perchero, que según Luis, estaba hecho de cuerna de ciervo:

-Que me lo ha traído un primo mío de recuerdo de la Serranía de Ronda. Era el sitio de Manuel. Desde la silla de anea miraba la clientela de la taberna y esperaba a que Luis terminara la faena para poder echar un rato de hablar de sus cosas. Una tarde, después de las clases, pasó a saludar a Luis. Dejó la bicicleta donde casi siempre, en la cancela de los Sánchez y subió a la taberna. A la vuelta, se encontró con Asunción con un brazo en jarra y el escobón en la otra mano. Cuando Manuel se acercó, Asunción le dijo airada:

-Con el cacharro este aquí no puedo barrer bien el tranquillo. -El cacharro es una bicicleta, se llama Centella -apuntó Manuel. -Con el cacharro que es una bicicleta que se llama Centella no puedo barrer bien el tranquillo -replicó ella.

Manuel sonrió y apartó la bicicleta: -Ea, ya puedes barrer tu tranquillo. -El tranquillo no es mío. -Pues yo pienso que el tranquillo es de quien lo barre.

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Asunción soltó una carcajada y dijo: -Pues entonces menuda casa tengo. Y yo sin saberlo. Manuel sonrió de nuevo: -Tú eres Asunción. Mi padre conoce al tuyo. -Y tú eres el maestrillo…-El maestro… sí. Manuel. -Pues Manuel, voy a barrer “mi” tranquillo y luego a seguir limpiando “mi” casa.

Manuel se subió a la bicicleta y dijo:-Adiós, Asunción.-Mañana ya no tengo que salir a barrer el tranquillo, así que si quieres puedes dejar aquí la bi... a la Centella.-Pero si no tienes que salir a barrer el tranquillo… no tiene gracia dejar aquí la bicicleta…-Bueno… en ese caso, si vienes pasado mañana el tranquillo ya estará sucio otra vez y tendré que salir con el escobón. Asunción se ruborizó.-Entonces hasta pasado mañana. Yo calculo que a las cinco y media es cuando el tranquillo estará más sucio -dijo Manuel, chupándose la punta del dedo y alzándolo como midiendo la dirección del viento.

Así, cada dos, tres días, Manuel se acercaba a ver a Asunción. Al principio eran sólo unos minutos, mientras ella realmente limpiaba (o hacía como que). Intercambiaban algunos comentarios sobre sus vidas, sobre sus gustos. Obviamente, sus fi ngidos casuales encuentros no tardaron mucho en dejar de pasar desapercibidos. Manuel fue consciente de hasta qué punto no era ya ningún secreto, cuando una tarde al pasar con la bicicleta por el pilón de la plaza, estaba el viejo Remigio enjuagando las cántaras y sin desatender ni un segundo su quehacer le dijo:

-Qué, ¿ya vas al tranquillo de los pavos? Después los encuentros se convirtieron en paseos, previo permiso del padre de Asunción. Asunción aprendió a montar en bicicleta y a perfeccionar su lectura. Sabía leer gracias a su padre y en casa tenían algunos libros. Descubrió además los grandes hitos históricos de la humanidad. Manuel se los contaba con pasión, bailoteando a veces delante de ella, fi ngiendo ser algún personaje histórico diciendo frases célebres, contando descubrimientos médicos, batallas sangrientas y tratados de paz. Apareció Manuel una tarde en el tranquillo de las pavas, exultante, emocionado:

-Asunción -dijo moviendo arriba y abajo una carta en la mano. –¡Voy a participar en las misiones pedagógicas! Ya sabes, te he hablado de ellas.-Sí. Pero… te vas a tener que ir…-¿Irme? ¿Por las misiones? No, no, si no serán lejos. A algunos sitios incluso podré ir con la Centella. Iré por algunos pueblos y aldeas y haré informes para el Patronato. Si alguna de las misiones viene por aquí, podré acercarme y colaborar en la organización de los materiales y en las actividades que hagan.

Manuel nunca olvidaría el día que en una aldea, él fue el encargado de leer las palabras de presentación de la misión:

-Es natural que queráis saber antes de empezar, quiénes somos y a qué venimos. No tengáis miedo. No venimos a pediros nada […]

Un tiempo después de aquellos paseos con Asunción y la Centella, de sus charlas con Luis, de las clases con sus alumnos y de su participación entusiasmada en las misiones, su vida cambiaría de forma drástica. Tan drástica. Una guerra. Civil. Vio morir a amigos, familiares. Luchó a veces. Se escondió otras. Gritó y a veces guardó silencio. No murió en aquella guerra. Aunque murió un poco… Al terminar la guerra, la depuración del magisterio le llevó al exilio, a Perpignan. Su participación en las misiones, las veces en que luchó y gritó, incluso algunas en las que calló, eran una tacha difícil de pasar por alto... Todo y todos quedaron atrás. Desde el exilio supo de la muerte del padre de Luis y de muchos otros. De Asunción… que murió de gripe y tristeza antes de poder ir a reunirse con Manuel a Perpignan. De sus padres, que murieron años después de la guerra y sin que Manuel hubiera podido volver a verlos desde que se marchara. En Perpignan intentó rehacer su vida. O al menos una parte de ella... Pudo seguir trabajando como maestro. Conoció a Malorie. Se compró una bicicleta. Esta vez con frenos.En el año setenta y nueve volvió a España. A su pueblo. Con Malorie pero sin bicicleta. La regaló al jubilarse a un joven enérgico y apasionado, un recién titulado en magisterio…

Manuel Jiménez Pedrajas

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La Taberna del Don-Don seguía abierta, aunque ahora se llamaba sólo Don-Don. Conoció al hijo de Luis, Antonio, y al nieto, Pablo, que algunos años después tomaría las riendas del Don-Don. A las pocas semanas de su vuelta, Manuel hablaba con Antonio sobre las cosas del pueblo, sobre lo que había pasado durante la guerra, sobre cómo tuvo que exiliarse a Perpignan. Entonces Antonio, abriendo mucho los ojos, desapareció por detrás de la barra y bajo al almacén. Se escuchó un remover cajas, latas, algún voto al aire por algo que se había derramado:

-¡Aquí está! –gritó Antonio desde el sótano. Subió entonces y le pidió a Manuel que bajara al almacén con él. Debajo de unas sábanas, en una esquina resguardada del sótano y entre unas cajas apiladas, había una bicicleta negra…

-Mi padre me dijo que la guardara, que algún día volverías a por ella, más tarde o más temprano –dijo Antonio. Manuel no pudo evitar las lágrimas al recordar otros tiempos. Manuel se la regaló a Pablo cuando él se hizo cargo del bar. Y Pablo la limpió y arregló algunos arañazos y la colocó en el bar como una reliquia de exposición. Y en aquel rincón, bajo el perchero de cuernas de ciervo, junto a su Centella, se sentaba Don Manuel, que llegaba puntual a las ocho y media para leer el periódico y tomar un café con anís. Pasaba buenos ratos contando al nieto de Luis las anécdotas del día en que su abuelo inauguró la taberna, de lo que pasó con el sobrino Marcos y que desencadenó el auténtico nombre de Don-Don, de sus incontables horas de charlas, risas y también de compartir preocupaciones. Una mañana de primavera, allá por el año 2000, Don Manuel entró al bar limpiando el sudor de su frente con un pañuelo blanco, de esos con ribetes azules. Llegaba después de un largo paseo, callejeando, pensando. Era tarde para un desayuno y Pablo le ofreció una tapa de ensaladilla y un vino. Don Manuel asintió sin mucho convencimiento y se sentó en un taburete frente a él.

-Don Manuel, ¿no se sienta usted allí donde la Centella?-sonrió. Don Manuel miró alrededor y vio al joven salir de detrás de la barra, dejar la tapa y el vino al fondo, en la mesa que había debajo del perchero y volver de nuevo a su quehacer. Don Manuel caminó hasta allí sin mediar palabra y se sentó. Sorbió un trago de la copa de vino y observó el bar desde aquel rincón… desconocido, extraño. No sabía muy bien por qué había ido a parar allí después de su paseo. No recordaba por dónde había estado paseando. No recordaba aquel bar, ni al camarero, que parecía simpático… Miró la bicicleta que había a su lado. Era su Centella. Se acordó de la postal de su primo Genaro, de los pellizcos de su abuela, de Asunción barriendo en el tranquillo, de los pupitres de la clase, del siete que se hizo en la manga. Se acordó de las misiones y de la guerra… Recordó tantas cosas de aquella época… pero era incapaz de recordar dónde estaba ahora, dónde estaba su casa y el camino hasta ella. Sacó de nuevo el pañuelo blanco de ribetes azules y se limpió el sudor de la frente:

-Ay, Centella…

Rocío Pérez Campaña

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POEMA DE RECLAMO DE UNA CASA

¿Dónde están Pedro y Sandra?¿Dónde sus gritos, sus leves pisadas?¿Dónde la voz cálida de la abuela?Y las histerias de María y la suave luz de tarde añil,no azul y melancólica,- como mis días ahora -.

Me siento maltratada, sola y hundida- yo no quiero otros dueños -.Me acostumbré a sus risas, sus llantos,sus miserias, - que también eran mías -.

Estoy deshilachada y se me abren grietas como un amor maltrecho.El zaguán huele a ausencia.¿Dónde están Pedro y Sandra?

Maricruz Garrido Linares

María Rosa Marín

Antonieta Castro

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SOLEDADES

Nadie penetra nunca en mi silencio.Cuando huyo de míhay kilómetros de sombraque siguen mis pasos para recoger el soldisuelto en la tierra sin fondo de mi olvido que la esperanza antaño acarició.Nunca vi el cielo tan altoni tan lejos,pero la claridad persiste en mí,aunque nadie visite el silencio de mi alma.Soy el músico tristeabandonado en una saladonde hace un milenio el baile terminó.Ya no suenan violines,la orquesta se ha marchadoy la última estrella del cielo se ha hecho gris.La soledad se yergue como un álamohundido en la arcillasin nombre de un rincón, donde la vida fue un pájaro enjauladoque, a veces, mis dedos rozaronconfundidoscomo si el cielo cupiera en la raízde una lágrima efímera. No hay nadie en mi dolor,mi corazón se llena de manzanasque se pudren despacio abandonadas por la luzque aún me sigue habitando,cuando nadie entra en mi almay en mi silencio lloran las palabras, los susurros perdidos, las caricias que, en la tierrade mi alma hecha olvido, humedecerá la ausenciaborrando los signos, las huellas del amor.

Alejandro López Andrada

Antonieta Castro

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LA VANIDAD

Orto desnudo que pacientementese vela con los ropajes vedadosde la ignorancia y cegadamente

se aniquilan por credos obstinados,faltos de desnudez en las verdadesy efímeramente son elogiados.

Aguerridos hombres cuyas edades,inmaduras, en las herrumbres luchan,manchadas sus almas tornan al Hades.

y el sigilo de la muerte escuchan,en la mujer de húmedos lamentosy en sus vientres, espinas desembuchan.

La miseria de falsos fundamentos,al cénit social por una escaladade adulación, transformada en tormentos.

Una verdad sincera plagiada,de los sedimentos del Libro Mundoy el triunfo de la efímera riada.

Ángel C. Gutiérrez Huerte

María José Ruiz López

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PRIEGO EN LOS LIBROS (3)

“MÁS CUENTOS”De Pedro Alcalá-Zamora Estremera

No sé desde cuando forma parte de mi modesta colección de libros y hasta ahora no me había dado cuenta de que puede ser una joya bibliográfi ca, no ciertamente por su valor material, sino por su rareza. Se trata de un librito de reducidas dimensiones (sólo 16,3 x 10,5 cm.), tiene 200 páginas y está editado en la “Imprenta del Diario CÓRDOBA” (calle Letrados, 18 y García Lovera, 20), en 1902; las tapas son de papel y la encuadernación tan endeble que en uno de sus cuadernillos se han perdido las cuatro páginas centrales, de la 55 a la 58, ambas incluidas. Al proponerme escribir sobre este libro para LA BALLESTA DE PAPEL, quise saber si existía algún ejemplar del mismo en la Biblioteca Municipal de Priego y ante mi sorpresa y la de la propia directora de la Biblioteca, pudimos comprobar que no solo no había ninguno en la de Priego, sino que no lo había en ninguna de las bibliotecas integradas en la Red de Bibliotecas Públicas de Andalucía. Solo en el catálogo de la Biblioteca Nacional en Madrid, consta la existencia de algún ejemplar. Aunque en el libro no aparece por ningún lado el segundo apellido del autor, sabemos que se tata de Pedro Alcalá-Zamora Estremera, un prieguense de rocambolesca biografía y uno de nuestros más notables escritores. Nació en Priego en 1858 y eran sus padres José Alcalá-Zamora Franco y Encarnación Estremera, él diputado en las Cortes Constituyentes de 1869 y posteriormente senador. Según uno de sus primeros biógrafos (1), cuando Pedro estudiaba la carrera de Derecho en Granada murió su padre en 1874 y al año siguiente su madre y al siguiente una tía paterna bajo cuya protección había quedado. Con menos de 20 años y viéndose dueño de una cuantiosísima fortuna, decide salir de viaje y durante una década recorre Europa “con el lujo y boato de un príncipe” protagonizando peligrosos lances que más de una vez le podrían haber costado la vida. Dilapidada por completo su fortuna con solo 29 años, vuelve a España y se emplea como militar en una unidad de artillería en Madrid. Poco después es nombrado director del periódico “La Monarquía” en Córdoba y del semanario “El Toreo”. Aparece más tarde como traductor del Servicio de Sanidad Exterior en Mahón (Menorca) desde donde ejerce como corresponsal de prensa para diarios de la península. Pero sobre todo, destaca en estos años al dar vía libre a sus cualidades como escritor publicando varias novelas y otros libros de fi cción. Entre ellos uno titulado “Cuentos” y este del que hoy nos ocupamos: “Más Cuentos”. Pedro Alcalá-Zamora fue también el primer traductor al español de la famosa novela “Quo Vadis?” de Henryk Sienkiewicz; hizo la traducción no desde el idioma polaco original sino desde una edición en francés, una de las lenguas que dominaba; la editorial Ramón Sopena de Barcelona realizó sucesivas ediciones de esta traducción hasta mediado el siglo XX. Pero centrémonos ya en “Más Cuentos”. Lleva esta obra un prólogo de Guillermo Belmonte Müller, dibujante, poeta y miembro de la Real Academia de Córdoba; de estilo un tanto farragoso, el poeta se entretiene en un largo comentario sobre el género “cuento” en la literatura española y europea, nombrando a los mejores cultivadores del mismo, para aterrizar en el autor del libro diciendo: “No se asuste el autor de “Más Cuentos” al ver citados los anteriores nombres. Él también forma parte de esa legión escogida. La fertilidad de su imaginación, su talento sagaz, analítico y observador, los donaires con que matiza sus relatos, la precisión de la frase, la soltura y espontaneidad del estilo y el acierto con que desenvuelve los asuntos, le hacen extraordinariamente apto para dedicarse a ese género de producción.” Comenta después algunos de los cuentos que forman el volumen, destacando entre ellos el titulado “Farfaleta”, del que dice: “… acaso el mejor concebido de todos, es una pintura emocionante cuya principal fi gura, siniestra y repulsiva, se destaca con un vigor extraordinario”. Y termina el prólogo con una teatral entrega del libro al lector. “Más Cuentos” se compone de trece relatos que por su contenido, por la época de su escritura y por el estilo que emplea el autor, pueden enmarcarse dentro del movimiento realista. No en vano el prologuista cita como referencias a Gautier, Daudet, Maupassant, Alarcón, Clarín, Pardo Bazán o Blasco Ibáñez. Prácticamente no hay referencias directas a Priego en estos cuentos, aunque varios de sus temas bien podrían venir de la memoria juvenil del autor y por tanto de nuestro pueblo. Referencias indirectas sí las hay; el primer cuento, titulado “Los anteojos azules” está dedicado a Antonio de Castilla Abril, personaje bien conocido en el Priego de aquella época y el tercero (“Un par de castigo”), a Pepe L. Castilla, de la misma familia.

Manuel Jiménez Pedrajas

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“Los anteojos azules” trata de una viejecita que siendo ya muy mayor, había prohijado a un huérfano al que regala, cuando llega a ser hombre y como si de un talismán se tratara, unos anteojos azules que en la antigüedad hicieron feliz a un rey que los poseyó. Tras contarle la fantástica historia de dicho rey y de los misteriosos anteojos, la mujer pide a su ahijado que los use, pero le advierte que “son de cristal muy frágil y que no admiten composturas”. Hay dos relatos de temática criminal o policial. En el primero (“Dos atracos”) se narra la historia de un sujeto que, tras ser atracado, se decide a convertirse en atracador y en el segundo (“Los ojos del gato”), la de un doble asesinato que se comete en presencia de un gato, cuyos ojos brillantes en la noche del crimen, se convierten en una obsesión que llevará al suicidio al asesino. Y entre estos relatos de tendencia fantástica o delictiva, hay otros que van más allá del realismo e incluso del costumbrismo para entrar de lleno en el terreno de lo castizo. Aunque no se declara expresamente, el escenario cordobés de “Un par de castigo” resulta evidente tanto por las descripciones como por los nombres y profesiones de los protagonistas; un episodio en el que la protagonista se llama Fuensanta y uno de sus pretendientes es banderillero no puede estar ambientado en otro lugar. En “¡Qué feria!”, se cuentan las peripecias de un hombre de pueblo que acude a la feria de la capital para cambiar un par de mulas por un caballo y de paso divertirse un poco, pero con tan mala fortuna que vuelve al pueblo desvalijado y con un jamelgo que “más que caballo, era un tratado de veterinaria viviente”. Decir también que en este año 2012 se ha cumplido el centenario de la muerte de Pedro Alcalá-Zamora, pues falleció exactamente el 28 de julio de 1912 en Priego, en la casa que hoy es Patronato y Museo Adolfo Lozano Sidro. En las “Memorias íntimas y populares” de Carlos Valverde López, puede leerse un emotivo relato de los últimos días del escritor, una síntesis de su vida y un excelente epitafi o para este ilustre prieguense: “El 3 de mayo, cuando yo regresaba a Priego me encontré en la estación de Puente Genil a mi antiguo amigo y compañero D. Pedro Alcalá-Zamora, a quien no conocí por lo pronto; tan desfi gurado y desmedrado le tenía la enfermedad mortal que estaba padeciendo. Desde allí vinimos juntos a Priego. Aquí se hospedó en casa de su sobrino D. Alfredo Calvo Lozano, quien, así como su familia, le prestaron no solo generosa hospitalidad sino exquisita asistencia en su terrible e incurable mal que fi nalizó sus días en uno de los últimos de Julio del mismo año. Don Pedro Alcalá-Zamora, que era algo menor que yo, había perdido a su padre en 1874 y a su madre en el siguiente, de modo que a los 17 años era huérfano. Esta desgracia fue causa de que sin el consejo y el freno paterno, emprendiera una vida de ostentación en las principales cortes europeas, sobre todo en Roma, y agotase su fortuna, que era cuantiosa, en doce años. Pero él, que no supo ser rico, supo ser pobre: cuando quedó sin patrimonio acomodóse a sus circunstancias; estudió, trabajó, escribió, quedándose casi ciego a fuerza de escribir, y sin molestar a nadie, dominó su situación, vivió decorosamente, colaboró en muchas publicaciones, dejó algunos libros originales, tradujo obras extranjeras… y, en suma, fue más grande siendo pobre laborioso que rico holgazán. Por eso su ruina a nadie perjudicó sino a él, no le humilló, le enalteció”. En homenaje a este ilustre prieguense, puedo decir que a partir de mañana y todavía en el año del centenario de su muerte, el libro “Más Cuentos”, podrá leerse en la Biblioteca Pública del Ayuntamiento de Priego.

Miguel Forcada SerranoPriego, 16 de Diciembre de 2012.

(1) José Cruz Gutiérrez. “Aproximación a la fi gura de Pedro Alcalá-Zamora”. Revista Fuente del Rey, nº. 143. Noviembre de 1995. Pgs. 5-7.

María Rosa Marín

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DESLUMBRAN, ENTRETEJIDAS.

Deslumbran, entretejidas en la tarde,las esteras de colores amarillosy el espejo de su luz por el ramaje.

El ámbar vespertino recortadoentre azules nemorosos, susurrante,convirtiendo la cadencia, el ritmo vivo,en melódicas sombras que se abatenya infantiles y pícarasque, traviesas, se divierten...ya elegantes.

Jugando al escondite entre los troncosse dibujan los paisajes,se contornean las rocas,se adivinan los amantes...

Carmen BejaranoNoviembre 2012

RECUERDAS

¿Recuerdas?La brisa traía auroras dormidasy en soles de plata, caricias de niños.Una sonrisa perdida, un beso olvidadoy el lento susurro…

Ráfagas de sueños, amigos...

Se enervó la arena de espuma naciente,fi ligranas rubias en áureos destellos.En las palabras prendieron las danzas.

Y tu franca risa, de un salto, valiente,disparó hasta el alba prístinas guirnaldas,cantarinas aves, mariposas verdes,rosas, amarillas, azules y blancas.

Me diste tu mano de fugaz gaviota.

Deshaciendo esteros se fueron los pasos y uno junto al otro, frente a un mar prusiano,cual cautivas aves, ávidas de cielo,retando a los aires, alzamos el vuelo.

Carmen Bejarano Noviembre 2012

María Aurora García-Calabrés

Juan López Delgado

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TÚ, ¿QUIÉN ERES?

Si quieres saber de mí,Soy como la luz del día,Soy como el agua y el fuego:Soy poesía.

Si quieres saber quién soy,Soy tristeza y alegríaSoy dolor y sentimiento:Soy poesía.

Si quieres saber qué soy,Soy amor, soy armoníaSoy alborozo escondido:Soy poesía.

Si quieres saber mi nombre,Mi nombre no tiene día;Soy como quieran ponerme;Soy un requiebro y un canto:Soy poesía

Concha Ballesteros(27-06-2007)

PIEDRAS

Cómo sabemos si querer estar en un lugar es querer estarallí realmente, y no para echar otro de menos. Cómosabemos si el movimiento se decide antes de ejecutarlo,si nos llevará adonde los músculos se entregan al placerde la inercia y no conocen el cansancio. Cómo sabemossi a cada última pregunta no seguirá la duda nueva quenace, mientras ponemos estas piedras con las manos.

Antonio Luis Ginés“Picados suaves sobre el agua”

Editorial Bartleby, 2009

Mª Sierra de la Rosa López

María Aurora García-Calabrés

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UNA TARDE DE CAMPO

Era una tarde olvido y el paseola hizo tarde inolvidable. Buscary encontrar entre tomillos en fl or, por las peñas donde se asusta la culebra-más que yo-, vuela y canta el águila calzada, el mirlo avisa de mi paso y las esparragueras se encuentran generosas. La tarde cenicienta prologa en su huida cielos rotos violetas y naranjas amargas.

POLAROID

Encuentro la rabia destino enroscada en la cuerda rotasin oxígeno, con airados estertoresy contemplo otra vez y otra vezla fotografía gastadahasta el brote yemade la memoria: el recuerdoviejo espejo retrovisordesvaído, calmo, pausado,equilibrista de la mirada,pecho funambulista.Ya no duele la lejanía.

AHÍ

Ahí estaba un día ya noche,en un trasluz con poca luz.Ahí estaba en miro y remiroel pelo, las ojeras, los segundos.Ahí estaba animal gastadode las dentelladas hora.Ahí estaba silencio intermitentey palabras vida con cerveza.Ahí estaba, en la plaza,en la gran plaza abierta.

Manuel Molina González

María José Ruiz López

María Rosa Marín

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SABER MÁS DE:

IRÉNE NÉMIROVSKY: Novelista ucraniana, nació en Kiev en 1913. Su familia de origen aristocrático pero judío, escapó de la revolución rusa y disfrazados de humildes campesinos consiguieron llegar a Francia en 1919 dónde Iréne pudo retomar sus estudios y obtener la licenciatura en Letras en la Universidad de La Sorbona. A los 18 años comenzó a escribir, y se casó muy joven con el banquero Michel Epstein, tuvieron dos hijas: Denise y Élisabeth que por las trágicas circunstancias que les tocó vivir, se convirtieron en las guardianas y difusoras de la obra de su madre. Iréne publicó en 1929 su primera novela: David Golder, temiendo el rechazo por su condición de judía, no incluyó en el sobre ni su nombre ni su dirección. El editor tuvo que publicar un anuncio en la prensa para poder conocer al autor de aquella obra audaz, cruel y brillante, de la que se hicieron en aquella época adaptaciones para el teatro y el cine. Un año más tarde en 1930, publica El baile, en la que refl eja y narra magistralmente el difícil paso de una adolescente a la edad adulta y en la que esconde sus propias frustraciones en la relación tormentosa que vivió con su madre, y el odio

que llegó a sentir por ella, por dejar su educación en manos de profesores e institutrices. Siempre escribió sus obras en lengua francesa, aunque hablaba otros seis idiomas, fué consejera literaria, amiga de escritores como Joseph Kessel, también judío, y de Jean Cocteau, reconocida e integrada en la sociedad francesa y convirtiéndose en una autora de gran reconocimiento en la sociedad culta de la época, incluso llegó a publicar en revistas de corte antisemita para intentar ocultar sus orígenes ante el creciente auge del nazismo que amenazaba con expandirse a Francia; sin embargo, y a pesar de sus vanos intentos por ser considerada una autora francesa, en 1938 el gobierno francés rechazó su petición de lograr la nacionalización en una vergonzosa actitud de antisemitismo. Finalmente, al año siguiente, toda su familia se convirtió al catolicismo en un intento inútil de integración, porque, pese a todo, fueron víctimas de las leyes antisemitas promulgadas en octubre de 1940 por el gobierno francés. A Irene le impidieron publicar sus obras y su marido no pudo trabajar más en la banca. Se refugiaron entonces en Issy-l‘Évêque, donde habían mandado a sus hijas y donde se vieron obligados a llevar la estrella amarilla que los identifi caba como judíos. En 1942 Irene fue arrestada por la gendarmería francesa e internada en el campo de concentración de Pithiviers y poco después la llevaron al de Auschwitz, en Polonia. El mismo día de su arresto su marido emprendió innumerables gestiones para lograr su liberación que resultaron inútiles, porque, él mismo, fue también arrestado y llevado al mismo campo de exterminio donde sería asesinado en la cámara de gas en noviembre de 1942, sin llegar a saber que, tan solo unos meses antes, en agosto de 1942 Irene había muerto de tifus. Después del arresto de sus padres, sus hijas Denise y Élisabeth vivieron escondidas durante toda la guerra ayudadas por amigos de la familia, y llevando siempre consigo una maleta con los manuscritos inéditos de su madre, entre ellos: Suite francesa, novela que tiene por escenario la ocupación alemana en Francia, el éxodo de 1940 y la pérdida del mundo normal, es un relato claro e inteligente escrito casi en directo, como una crónica de lo que iba ocurriendo, amoldando las pequeñas historias personales a los personajes de la gran Historia; y que retrata las mil pequeñas cobardías y miserias de una población errante, más preocupada por comer o dormir que por el destino de la patria. Las vidas de todos sus personajes se entrecruzan mostrándonos magistralmente el retrato de un pueblo ocupado, la cohabitación entre civiles franceses y soldados alemanes, con una paleta muy amplia de posibilidades entre el odio y el amor. Suite francesa fue publicada en 2004 y recibió el prestigioso Premio Renaudot a título póstumo. Sus hijas consideran este premio y el éxito de la novela como “una victoria sobre el pasado, el abandono y el nazismo”. Entre 1946 y 1948 solamente se publican tres libros de la desaparecida Iréne Némirovsky, y luego, nada, un olvido progresivo, como el del París de entreguerras. Su hija Élisabeth que dirigirá una colección en la editorial Denoël, publica en 1993 El Mirador, una biografía soñada, la biografía imaginada por una niña que vio a su madre por última vez a los cinco años. Otras obras de Irene son: El maestro de almas, El ardor de la sangre, Las moscas del otoño, Los perros y los lobos y Un niño prodigio.

Dori. M. Lozano

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SI VIS PACEM

Recuerda que el amor no dura mucho.No, nada ensancha, nada dura mucho:ni tu sombra, tu voz o tu esperanza;ni el cielo que te cubre hasta cerrarsealgún día en tus párpados sin fuego.

Toda luz es eterna mientras brilla,mas todo mientras vive muere un poco.Porque sólo el instante participade lo eterno, retiene su fulgor.

Inerte como el mármol que los dioseshabitan al quedarse entre nosotros,impotente el instante de cruzarel vasto pronombre del olvido.No, nada ensancha, nada dura mucho.

Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

TERCETOS

Vengo desde el ayer, desde ese pasado oscuro con las manos atadas por el tiempo con la boca sellada desde épocas remotas.

Vengo cargada de dolores antiguos, recogidos a través de los siglos, arrastrando largas e indestructibles cadenas.

Vengo desde la oscuridad del tiempo,caída en el pozo del olvido,con el silencio a cuestas.

Vengo con el miedo ancestralque ha corroído mi almadesde el principio de los tiempos.

Trinidad CaracuelManuel Jiménez Pedrajas

María Aurora García-Calabrés

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LLUEVE

Llueve.Sobre el cristal colorido.Sobre el cristal helado de rocío.Me empapa la nostalgia fría y secaesta noche de nubes migratorias.Gotas de lluvia.Lágrimas sin rumbo.Asaltan malos tragos.La noche está desierta y en la penumbra,la negra acuarela del asfaltorefl eja sosegada la lluvia.El viento me recorre el alma,hoy desolada.Llueve.

Paqui Rivera Vílchez

ENTRE GLACIARES

Entre glaciares y largos silenciostu voz temblaba.En tu mirada cabalgan rosas muertasy largos silencios.Te cubres con notas musicalesy blondas de corcheasal abrigo de besos de concierto, de aquellos que traensonatas al recuerdo.Sobran las palabras-la crisálida sigue su proceso-.

Paqui Rivera Vílchez

Antonieta Castro

Araceli Aguilera

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TIERRA DE BRUJAS

Era una tarde de principio de invierno. La bóveda celestial estaba invadida por un sinfín de nubes pintarrajeadas de borrones negros y grises que recordaban el rostro arrugado y marchito de una atávica bruja maquillada con el tizón proveniente de las llamas del propio infi erno. Con sus largas y afi ladas uñas, la vieja hechicera, vestida con una túnica traslúcida de lluvia, arañaba la tierra convirtiéndola en un cenagal por el que corrían innumerables arroyuelos de sangre arcillosa. Después de cincuenta años, el camino estaba irreconocible para Segismundo y, entre las vísceras de aquella tormenta, no encontraría ningún alma que pudiera indicarle si sus pasos eran correctos o por el contrario erraban en aquel caos iniciado en hora conocida pero cuyo fi n era más enigmático que los antecedentes de la propia bruja. Nuestro hombre levantó la mirada para intentar atisbar algún posible refugio de los que seguro abundaban por aquellos parajes, pero únicamente vislumbró sombras dotadas de un movimiento oscilante con el que ni avanzaban ni retrocedían, debían ser fantasmas que temblaban de frío, lo mismo que hacía hasta el más oculto de los huesos de aquel único ser racional, racional si, pero tan insensato como para continuar en busca de su destino. Al acercarse descubrió que eran enormes encinas. Había encontrado un refugio, pero cuando sólo faltaban unos metros para guarecerse del temporal, su mente recorrió toda su vida a la velocidad del rayo, mientras su cuerpo recibió una dolorosa descarga. Desde ese momento, el mundo quedó con un hombre menos y aquel rincón de tierra maldita quedó adornado con una sombra fantasmal más, con la sombra de otra vieja encina.

Antonio Mérida Villar

Araceli Aguilera

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CAMINO Oigo el bramar del río al deslizarse,impetuoso, violento a la cascadaarrastrando la rabia desatadade quien no tiene opción para esquivarse. Ardua la situación al presentarsecortapisa a la senda proyectada¡hay que lidiar de forma inesperada,hacer el salto y volver a encontrarse! Caída indescriptible mientras dura,pavor, vorágine de sensacionesremolinos de espuma blanquecina. Estruendo entre la piedra que perdura,donde el río amaina sus emocionesy en calma con su música camina.

Manuela Calderón

HAIKU ¡Qué emocionante ver las cosas pequeñas! Sentir la vida. ¡Qué sensación compartir cada día! Seguir la vida. ¡Qué maravilla ser puntal de los tuyos! Vida y equilibrio. ¡Qué gran gozada elegir tu camino! Vida y libertad. ¡Qué gran orgullo del trabajo bien hecho! Vida consciente. ¡Qué satisfacción saber tratar a todos ! Vida inteligente.

Manuela Calderón

María Aurora García-Calabrés

Araceli Aguilera

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LORENZO SILVA: PREMIO PLANETA 2012

El escritor madrileño, autor entre otras muchas obras, de la saga de novela policíaca del sargento Bevilacqua y su compañera Chamorro, ha sido galardonado con el premio Planeta, el mayor premio económico de nuestras letras, en su edición LXI, por la novela “La marca del meridiano”. La mayoría de los textos candidatos a este premio son presentados bajo seudónimo; así se llevó a concurso la novela “Te protegeré”, oculto el autor tras el seudónimo de Bernie Ohls. El jurado integrado por: Alberto Blecua, Ángeles Caso, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regás y Emilio Rosales, es mó que, esta novela ambientada en la Cataluña actual, sería la ganadora. Por su parte, Lorenzo Silva, al recoger el premio, hizo una acertada metáfora sobre la tensión entre Cataluña y España: “Deseo que no haya otra línea divisoria que ese meridiano, que después de todo, no es más que una línea imaginaria”. Esta absorbente novela policíaca de Lorenzo Silva, maestro indiscu ble del género, se adentra más allá de los hechos y nos presenta un sólido retrato del ser humano ante la duda moral, el combate interior y las decisiones equivocadas. En una sociedad envilecida por el dinero sucio y la explotación de las personas, todavía el amor puede cambiarlo todo. Así, un guardia civil re rado aparece colgado de un puente, asesinado de manera humillante; a par r de ese momento, la inves gación que ha de llevar a cabo su viejo amigo y discípulo, el brigada Bevilacqua, abrirá la caja de Pandora: corrupción policial, delincuentes sin escrúpulos y un hombre quijotesco que buscará en el deber y el amor imposible la redención de una vida fracturada, un viaje a su propio pasado. En esta serie de novelas protagonizadas por Bevilacqua y Chamorro, el autor va puliendo con mimo el carácter de los inves gadores, y mostrando una evolución a fuerza de crudas experiencias. Capta en profundidad la ciudad objeto del relato, por ella se despliegan los confl ictos y competencias entre los cuerpos de orden público: Guardia Civil y Policía Nacional, optando el autor por la promoción de la concordia y las buenas relaciones, mostrándolos como seres normales, con un registro coloquial muy creíble y alejándolos de los estereo pos habituales. La carrera de Lorenzo Silva, en una de sus múl ples facetas, está marcada por la novela negra, y desde 2008 es comisario del Fes val Getafe Negro. Es además, un profundo conocedor de la Guardia Civil, a la que dedicó el ensayo: “Sereno en el peligro”, Premio Algaba 2010. Con otra de sus novelas: “Carta blanca” ganó el Premio Primavera 2004; y el Nadal con “El alquimista impaciente”; así que podemos decir que Lorenzo Silva es ganador de los tres premios más pres giosos de nuestro país: Nadal, Primavera y Planeta; esperemos que en un futuro le sea concedido el Premio Cervantes; porque podemos decir que en el panorama de la actual narra va española, Lorenzo Silva es uno de los mejores exponentes de lo que, sin re cencias de ningún po, cabe entender por escritor profesional. Es esta una especie par cular de escritor, sin demasiadas ínfulas intelectuales ni ar s cas, solvente, concienzudo a su manera, técnicamente bien pertrechado y muy sensible a los gustos y a la demanda del gran público, sin preocuparse demasiado por su propio carisma, imbuido siempre de un espíritu divulgador y pedagógico, con admirable ins nto, guiado por la obsesión de no aburrir Silva no regatea los medios para conmover al lector, recurriendo a estrategias como la de suspender excepcionalmente la perspec va narra va que rige todo el relato, para ponerse en la mente del personaje y la escena que describe, con simetrías ejemplares, abordando temas espinosos y de extrema sensibilidad; sus personajes llevan a cuestas la juventud perdida como una maldición, no la juventud que se ha ido irremediablemente, sino la que a conciencia, se ha dejado escapar, la inesperada conjunción que une la dulzura de la juventud con la impotencia del presente desde el que se la mira. Lorenzo Silva es uno de los pocos autores que man ene un lazo de unión con sus lectores, así en un gesto sin precedentes, no le duelen prendas en colgar una buena parte de sus relatos en Internet, ni por autorizar su uso y reproducción siempre que sea sin ánimo de lucro. “Lo que uno celebra con el público no es solo una transacción económica, aunque también, a mí lo que me interesa es la transacción emocional que se establece”. “Si tengo que elegir entre que la gente no me lea o me lean gra s, me quedo con lo úl mo”.

Dori Mar nez

http://www.lorenzo-silva.com