La Aventura de La Historia - Dossier086 Arribistas y Corruptos en La España Moderna

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DOSSIER 55 en la España Moderna Muchos de los validos de los reyes de España tuvieron una desmedida ambición y aprovecharon su cercanía al monarca no sólo para abusar de su poder, sino también para enriquecerse rápidamente y sin reparos legales o morales. Revisamos la carrera fulgurante de tres de estos pícaros de altos vuelos, que han pasado a la Historia por explotar su presente con pasión y sin rubor Felipe V, rodeado de cortesanos, en una ejecutoria de hidalguía, concedida en 1703. 56. El lado oscuro de los validos Ricardo García Cárcel 58. Lerma, el gran prevaricador José Luis Betrán 64. Valenzuela, el duende de Palacio Carlos Blanco Fernández 68. Ripperdá, el hombre que sabía demasiado Rosa M. Alabrús ARRIBISTAS Y CORRUPTOS LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

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DOSSIER

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en la España Moderna

Muchos de los validos de los reyes de España tuvieron unadesmedida ambición y aprovecharon su cercanía al monarca nosólo para abusar de su poder, sino también para enriquecerserápidamente y sin reparos legales o morales. Revisamos la carrerafulgurante de tres de estos pícaros de altos vuelos, que han pasadoa la Historia por explotar su presente con pasión y sin rubor

Felipe V, rodeado de cortesanos, en una ejecutoria de hidalguía, concedida en 1703.

56. El lado oscuro de los validosRicardo García Cárcel

58. Lerma, el granprevaricadorJosé Luis Betrán

64. Valenzuela, el duende de PalacioCarlos Blanco Fernández

68. Ripperdá, el hombre quesabía demasiadoRosa M. Alabrús

ARRIBISTASY CORRUPTOS

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

El mundo de los validos o favo-ritos es hoy bien conocido. Ahíestán los muchos estudios de-dicados, tanto en España como

en las monarquías europeas, a los per-sonajes que asumieron el control políti-co exclusivo y excluyente de la política,acaparando la representatividad escéni-ca y efectiva de las monarquías durantelargos períodos de tiempo. El mundo delos validos, dirigido por John Elliott y Lau-rence Brockliss, es el mejor testimoniodel buen nivel de conocimiento que hoytenemos sobre el fenómeno del vali-miento, desde Álvaro de Luna a Olivares.

En este Dossier no se aborda la ana-tomía política de los favoritos, sino la ver-tiente más oscura de algunos de estoshombres de confianza de los reyes. Elarribismo, la corrupción, la picaresca depersonajes que hicieron de su oficio pla-taforma no ya sólo de su ambición po-lítica, sino de un ejercicio deshonesto delpoder, a la busca de su propio beneficio.El fenómeno de la corrupción no es pri-vativo de España. Macaulay, en 1844, serefería desdeñosamente a los favoritosodiosos en Inglaterra y hasta práctica-mente legitimaba la puñalada de Feltonal corazón del ministro Buckingham.

La escalada hacia techos políticos

deslumbrantes siempre ha suscitado elrecelo y la sospecha, no siempre desdeluego exentos de envidia, en el pueblo.Y la amarga sátira ha servido de salidaevacuadora de los malos humoresgenerados por la contemplación del arri-bismo incontenible y mucho más cuan-do a ello se añade la corrupción mani-fiesta. El muestrario de personajes-ejem-plo de lo que no debe de ser el ejerciciopolítico es muy abundante en nuestropaís. Pocos de ellos fueron penalizadoscon la pena de muerte. La ejecución deÁlvaro de Luna o de Rodrigo Calderónconstituyen más bien la excepción dela regla de la habitual sanción punitivaimpuesta a tales conductas políticas.

La sátira como contraataqueGeneralmente, el rechazo se ejerce a tra-vés de la literatura satírica que en Es-paña ha tenido tanta difusión y que es-tudió magistralmente Teófanes Egido. Elarribismo y la corrupción son conductasabsolutamente repudiables, pero no hayque olvidar algunos de los condiciona-mientos en los que se desarrolla la des-honestidad política en el Antiguo Régi-men y que ya subrayó, hace años, To-más y Valiente en su estudio sobre el va-limiento. Un régimen en el que la deli-mitación de lo privado y de lo públicoera muchas veces borrosa, un sistemacon un aparato administrativo, mal adap-tado a las exigencias de un imperio tan

vasto e inabarcable, una monarquía quesólo entendió la Corte como el agluti-nante de los ocios de las élites, no tu-vo muchas veces otra salida que jugar acontabilidades alternativas o a la vena-lidad de cargos públicos, fuentes sin du-da de corruptelas mil. La rigidez del apa-rato estatal ha propiciado siempre la pi-caresca administrativa.

Por otra parte, hay que tener presenteque la corrupción muchas veces ha sidola contrafigura del puritanismo fanático.Lerma se entiende entre el mesianismode la política de Alba y la de Olivares.Los sobreexcesos de carisma acostum-bran a generar un desgaste profundo,que en ocasiones deriva en desarme mo-ral en el que acaban parasitando los co-rruptos de turno. En este Dossier nosocupamos de personajes que tienen encomún una política moralmente inde-fendible que utilizó el poder como víade obtención de beneficios inconfensa-bles. Todos ellos se concentran a lo largodel siglo XVII y primeros años del XVIII,en el marco del proceso de la decaden-cia hispánica, de la crisis no sólo eco-nómica y política, sino también del sis-tema de valores hispánicos, acuñado enplena euforia imperial.

En el primer articulo, J. L. Betrán seocupa de la corrupción en la España deFelipe III. Lerma y Calderón son las pun-tas de lanza de la misma. La corrupciónpresuntamente legítima de Lerma y la

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RICARDO GARCÍA CÁRCEL es catedrático de Historia Moderna, Univ. Autónoma de Barcelona.

En la España Moderna, lo borroso de la línea entre lo público y lo privadoy las carencias del aparato administrativo del Imperio permitieron quepícaros y arribistas medraran a la sombra del monarca. RICARDO GARCÍA

CÁRCEL explica por qué sus perfiles novelescos desaparecieron en el XIX,con la racionalización administrativa y la ideologización de la política

El lado oscuro de los

VALIDOS

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penalizada, de Calderón. El gran patróny su propia clientela, de la que se pres-cinde para salvarse uno mismo cuandollegan las horas bajas. Una corrupciónadscrita a las élites nobiliarias, estructu-ralmente situadas desde siempre en lasentretelas del poder. Nada que ver con elarribismo de personajes como Valenzue-la, parásitos de una Corte sin rumbo. Sinideología, sin proyecto político, sin másfundamento que sus propios recursos depícaro barroco, Valenzuela representó elsueño de promoción social de todas lasclases sociales no pudientes.

La monarquía, fascinadaEl estudio de Carlos Blanco nos pone enevidencia la extraña fascinación de lamonarquía por la cultura popular re-presentada por el arribista de turno. Lamonarquía de Carlos II toca el suelo mo-ral tras los años de megalomanía oliva-rista. La fugacidad en el triunfo políticofue la lógica derivación del arribismo.

Igual le ocurrió a Ripperdá, objeto deatención de R. M. Alabrús. Ripperdá sig-nificó el paradigma del aventurismo in-ternacional descontrolado, la picarescade alcance europeo. No es el arribismodel recién llegado, sino la audacia de unburgués holandés sin límites ni escrú-pulos. Su vida novelesca es el reflejo deuna Europa en permanente movilidadde alianzas, caldo de cultivo más queidóneo para el espionaje y el oscuran-tismo político y de una España que aca-ba de salir de una guerra civil y sin ho-rizonte de futuro bien definido. En es-te contexto, Ripperdá es un parásito dela situación de indefinición política enEuropa y en España, que siempre supoexplotar no sólo sus recursos de seduc-tor nato, sino sus dotes para absorber in-formación políticamente incorrecta y sa-berla administrar y filtrar en diversas si-tuaciones. Era un hombre, como diceAlabrús, que sabía demasiado. Ésa fuela fuente principal de su poder y ésa fue

la fuente de sus desgracias políticas. Unaustracista enquistado en la Corte de Fe-lipe V. Un diplomático que vivió siem-pre por encima de los límites de su ofi-cio. Un apátrida vitalista dispuesto a que-mar sus referentes en todo momento.

Con Godoy acabaría la plaga del arri-bismo y la picaresca en la España mo-derna, por más que este personaje esel reflejo de que a fines del siglo XVIIIla ideología ya impregna los comporta-mientos políticos y la práctica profesio-nal del ejercicio político tiene funda-mentos administrativos más sólidos. Elarribismo tuvo en su tiempo lógica pé-sima prensa, siempre vinculada a lacaída en picado de estos personajes.Aquí y ahora, pretendemos rescatar dela sombra del olvido a aquellos indivi-duos que vivieron y explotaron su pre-sente con pasión sin pensar jamás enocupar un lugar en la historia. Hoy, lahistoria, generosamente les dedica unespacio en su memoria. ■

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ARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

Carlos II acompañado de miembros de su Corte, en La adoración de la Sagrada Forma, de Claudio Coello, Monasterio de El Escorial.

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Como si se tratara de una in-versión carnavalesca de la tris-te realidad que le tocó vivir enlos primeros tiempos de la go-

bernación de Felipe III, Cervantes es-cribió los célebres capítulos de la se-gunda parte del Quijote, en los quenarra la gobernación que Sancho Panzahizo de la ínsula de Barataria. Guiadapor los sabios consejos que recibe de suseñor antes de su partida, la actuacióndel fiel escudero resplandece como unmodelo de diligencia, conciencia y rec-titud que acaba, finalmente, por ante-ponerse a sus anhelos de ver recom-pensadas sus andanzas con el hidalgomanchego con el premio de una vida re-galada y llamada a la grandeza.

Si con ciertas dosis de hipocresía aris-tocrática los duques otorgan en la ficciónliteraria a Sancho el gobierno de los va-sallos de “una ínsula hecha y derecha, re-donda y bien proporcionada y sobrema-nera fértil y abundosa, donde, si vos ossabéis dar maña, podéis con las riquezasde la tierra franquear las del cielo”, DonQuijote sabrá neutralizar el ensueño quetal proposición ocasiona en Sancho, ad-virtiéndole que nunca olvide la humildadde su linaje y de que, en su gobierno,

siempre se precie más de ser “un humil-de virtuoso que no un pecador soberbio”.

La lección moral y política que Cer-vantes escribió en aquellas páginas –deviejas resonancias erasmianas propias dela Insitutio principis christiani–, era unreflejo invertido del estado general devenalidad, corruptela e hipocresía en quese había convertido la administración delos asuntos públicos de la monarquía es-pañola a principios del siglo XVII.

Al morir Felipe II, se confirmaron sus

temores sobre la débil personalidad desu hijo y la posibilidad de que entrega-se el gobierno en manos de otros. “Metemo que le han de gobernar”, había con-fiado pocos días antes de su defunción asu consejero don Cristóbal de Moura. Y,efectivamente, apenas ocurrida ésta, eljoven rey ordenó a Moura que entrega-ra a su nuevo hombre de confianza, donFrancisco Gómez de Sandoval y Rojas,quinto marqués de Denia, los documen-tos importantes que tuviera en su podery todas las llaves maestras de Palaciopues, en lo sucesivo, el nuevo valido dor-miría cerca de la cámara regia, en el mis-mo departamento que hasta entonces ha-bía ocupado don Cristóbal.

El valido y su entornoFrancisco Gómez de Sandoval y Rojas,quinto marqués de Denia y primer du-que de Lerma desde 1599, había nacidoen la villa de Tordesillas a comienzos delos años cincuenta. Era hijo de Franciscode Sandoval, cuarto marqués de Denia,y de Isabel de Borja, hija del santo duquede Gandía, Francisco de Borja, y des-cendiente, por tanto, de Fernando el Ca-tólico. A pesar de tan ilustres ancestros,la familia había padecido una importan-te decadencia económica, desde que unaparte de sus bienes fuese confiscada, amediados del siglo XV, durante el reina-do de Juan II, por el apoyo prestado en

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JOSÉ LUIS BETRÁN es profesor titular de Historia Moderna, Universidad Autónoma de Barcelona.

Sin freno ni vergüenza, el valido de Felipe III confundió los intereses de lamonarquía con sus ansias de medro y lucro personal. José Luis Betrándescribe aquí los escandalosos manejos del duque y sus adláteres, ejemplomáximo de corrupción y venalidad en la España de los Austrias

El gran prevaricador

LERMA

Felipe III, por Bartolomé González. El rey dejótodos los asuntos de Estado en manos de unvalido, como temía su padre, Felipe II.

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las turbulencias nobiliarias a los infan-tes de Aragón, frente al poderoso parti-do encabezado por Álvaro de Luna.

A pesar del posterior apoyo dado a lacausa de Isabel la Católica en su luchapor el trono, y haber conseguido de Car-los V la grandeza de España unos añosmás tarde, sin la recuperación de las tie-rras confiscadas las rentas familiares ape-nas superaban los veinte mil ducadosanuales, motivo de numerosas deudas yde una limitada influencia en la Corte,que debieron pesar en el ánimo del fu-turo duque de Lerma.

Vinculado a la Corte como menino delpríncipe don Carlos, gracias a la pro-tección que dispensó a su familia el po-deroso grupo cortesano liderado por elpríncipe de Éboli, Lerma se convirtió encabeza de su linaje al morir su padre, en1575. Gracias a los oficios de su tío elarzobispo de Sevilla, Felipe II le nom-bró, en 1580, gentilhombre de su cá-mara, lo que le brindó una formidablecapacidad de maniobra para influir enel futuro rey, cuando se constituyó en1585 la casa del príncipe, al que adulócon todo tipo de lisonjas y regalos, quepronto despertaron los recelos de losministros de Felipe II.

Regreso a la CorteInformado por Cristóbal de Moura, Fe-lipe II ordenó, en 1595, su alejamientode la Corte nombrándole virrey de Va-lencia. Su rápido regreso dos años des-pués evidenció la pervivencia de los la-zos que le unían al heredero, que trasacceder al trono, en septiembre de 1598,consolidó su posición.

Las primeras medidas del nuevo vali-do estuvieron encaminadas a organizary consolidar su facción, al tiempo quedesarticulaba las redes de contactos yalianzas que mantenían aún los antiguosfavoritos de Felipe II. A Cristóbal deMoura se le cesó de su oficio de sumi-ller de corps (que pasó a ocupar Lerma),aunque se le otorgó el título de marquésde Castel Rodrigo con grandeza, 120.000ducados de ayuda de costa y el virrei-nato de Portugal, para donde partió el12 de abril de 1600. El presidente delConsejo de Castilla (Vázquez de Arce)y el inquisidor general (Portocarreño)fueron obligados a dimitir de sus cargos,aprovechando que habían cometido al-gunas indiscreciones y realizado ciertosnombramientos equivocados, como el

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ARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

El duque de Lerma era descendiente de Fernando el Católico, pero su familia había vistomermada su influencia en la Corte de Felipe II. Retrato por Pantoja de la Cruz.

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del converso Mercado como consejero dela Inquisición. El consejero de EstadoJuan de Idiáquez fue relegado a una pre-sidencia menor, la del Consejo de las Ór-denes Militares, aunque mantuvo su in-fluencia hasta su muerte en 1614. El an-tiguo preceptor del príncipe, García deLoaysa, y el conde de Chinchón fuerondesterrados de la Corte. Sólo tras adulara Lerma, Gómez Dávila y Toledo, mar-qués de Velada, conservó su oficio demayordomo mayor de Felipe III.

El nuevo valido proveyó cargos y ofi-cios entre sus parientes y amigos. Su her-mano Juan, marqués de Villamizar, ocu-pó el virreinato de Valencia entre 1604 y1606. Juan de Zúñiga, su consuegro, fuepresidente del Consejo de Castilla desde1599 hasta su muerte, en 1608. El sobri-no y yerno de Lerma, Pedro Fernándezde Castro, conde de Lemos, presidió elConsejo de Indias entre 1603 y 1609, fuevirrey de Nápoles hasta 1613 y, poste-riormente, presidente del Consejo de Ita-lia. Además de conseguirle el arzobis-pado de Toledo a su tío Bernardo de Ro-jas, éste fue además consejero de Estadodesde 1599 e inquisidor general a partirde 1608. A éstos se unía otro género decriaturas políticas, formado por criadosy servidores de modesta procedencia, en-tre los que destacan los nombres del ca-talán Pedro Franquesa y su estrecho co-laborador Alonso Ramírez de Prado; del

criado de Lerma, Rodrigo Calderón y delayo de sus hijos, Bautista de Acevedo.

Dueño de la situación, Lerma se con-virtió en la sombra del Rey. Nada se ha-cía sin su consentimiento y, por ello, latramitación de los asuntos pronto se eter-nizó. Las audiencias con el valido cadavez se hicieron más difíciles de conseguir.Buen conocedor de la vida en la Corte,la anécdota que refiere el portugués Pin-heiro da Veiga es muy expresiva. Deses-perado por no poder hablar con el du-que, llegó un soldado a ver al Rey, y co-mo éste, siguiendo su costumbre habi-tual, le dijo: “Acudid al duque”, éste res-pondió: “Si yo pudiera hablar al duque,no viniera a ver a Vuestra Majestad”.

Por otro lado, tal y como afirmaríaQuevedo, una vez consolidada su po-

sición, Lerma entró en los cuidados deenriquecerse mediante la recepción de tí-tulos, mercedes y donativos. Así, eran ha-bituales los regalos del monarca cuandole comunicaba noticias agradables, co-mo la llegada sin novedad de las flotasde Indias. Desde su privilegiada posición,también promovería pleitos en su pro-pio beneficio. Poco después de su as-censo, reclamó ante el Consejo Real lacompensación prometida en tiempos delos Reyes Católicos por las tierras con-fiscadas a su familia por Juan II, pleitoque terminó siéndole favorable, lo quele supuso, con los atrasos habidos des-de aquella promesa hasta la fecha de sudemanda, más de 500.000 ducados.

Corrupción en la CorteLa consecuencia más evidente de la di-fusión del favoritismo fue una corrup-ción que se extendió sin trabas. Emu-lando a su protector, los hombres deconfianza de Lerma explotaron con fi-nes privados la maquinaria guberna-mental, dando ocasión a algunos de loscasos más graves de corrupción de laHistoria española en tiempos de los Aus-trias, y haciendo válidas las agrias de-nuncias de contemporáneos, como el je-suita Mariana, cuando decía que cadadía se veían “ministros salidos del polvode la tierra en un momento cargados demillaradas de renta ¿De dónde ha salido

esto, sino de la sangre de los pobres, delas entrañas de los negociantes y pre-tendientes?”.

Dos personajes destacan por encimadel resto. El primero fue el célebre Pe-dro de Franquesa. Era el noveno hijo deuna próspera familia de notarios y fun-cionarios reales de Igualada, que habíandestacado por sus servicios monárquicosen Cataluña durante el reinado de Feli-pe II, factor que favoreció su implanta-ción cortesana. Escribiente del ConsejoSupremo de Aragón desde 1574, alcan-zó cierta notoriedad en las Cortes deMonzón de 1585, lo que le valió su na-turalización castellana, abriéndole su tra-yectoria ascendente en la Corte.

Franquesa ocupó una plaza de regi-dor del Ayuntamiento de Madrid en 1586

y, pocos años después, desde su cargode secretario del Consejo de Aragón porValencia, inició una relación privilegia-da con Lerma, cuando éste fue nom-brado virrey, lo que le valdría la con-solidación de un importante patrimonioen aquel reino. En 1599, fue nombradosecretario de Estado para los asuntos deItalia, evidenciando su ascenso fulmi-nante a envidiables parcelas de poderderivadas de su relación clientelar conLerma. Además, en 1603, se le conce-dería el título de conde de Villalonga.Este éxito pronto despertaría recelos enlas tradicionales clases dirigentes corte-sanas, que siempre lo consideraron unadvenedizo.

Está probado su protagonismo junto aLerma, en el escándalo especulativo quesignificó el traslado de la Corte de Ma-drid a Valladolid, en 1601. Aunque, coneste cambio, el duque trataba de acer-car a Felipe III a sus tierras, y alejarlo deindeseables influencias de cortesanos nocontrolados o de su abuela la empera-triz María de Austria y su círculo, curio-samente, poco antes de que se dictasela orden real de traslado, había comen-zado a adquirir solares y casas en Va-lladolid –como la gran manzana situadafrente al Monasterio de San Pablo–, que,bajo suculentos alquileres, servirían pa-ra el alojo de la familia real y de las ins-tituciones cortesanas.

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Pedro de Franquesa ascendió de formafulminante gracias a su relación con Lerma yse enriqueció especulando con el suelo.

Antes de trasladar la Corte a Valladolid,Lerma compró solares y casas que alquilóa la familia real y a las instituciones

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Por el contrario, la pérdida de los atri-butos de capitalidad de Madrid ocasio-nó una gran depresión económica en laciudad, que se concretó en una caída es-pectacular de los precios de los terrenosy edificios. Esta circunstancia fue apro-vechada por Lerma y Franquesa paraadquirir a gran escala fincas en los me-jores barrios de la antigua capital, con-cretamente en las zonas que proyecta-ban un prometedor futuro urbanísticodel Madrid de los Austrias, como el Pra-do de Atocha y el Prado de San Jeróni-mo, en torno al actual Paseo del Prado.

Tras la muerte de la emperatriz Maríaen 1603, y por los inconvenientes de Va-lladolid para acoger la Corte, comenzó apensarse en un regreso a Madrid. Fran-quesa negoció, en 1606, con el alcaldeSilva de Torres y con diversos regidoresde Madrid, las condiciones del retorno,actuación por la que recibió 100.000 du-cados de gratificación y la sexta parte delos alquileres de todas las casas que searrendasen durante diez años, oferta quese cambió por un servicio de 250.000 milducados pagaderos en dieciocho meses,mediante un repartimiento sobre todaslas casas de Madrid.

Pero fue en la administración del pa-trimonio real donde se pusieron de ma-nifiesto las más clamorosas muestras decorrupción de ambos personajes. Cual-quier provisión de oficios públicos,

desde los más modestos, como escriba-nías o beneficios eclesiásticos, a los máslucrativos, como los virreinatos, se ha-cían mediante la admisión de sobornos.Por la concesión a Juan Alonso Pimen-tel de Herrera, conde de Benavente, delvirreinato de Nápoles, Franquesa cobróuna comisión de 6.000 ducados. El va-lenciano Alfonso de Coloma y de Melose hizo, en 1599, con la diócesis de

Barcelona, tras comprometerse con Fran-quesa a entregarle 2.000 ducados anua-les de sus rentas.

Por su influencia en la concesión decargos y honores era fácil que los dig-natarios cortesanos le ofreciesen obse-quios por el simple hecho de tenerlocontento. En 1603, el conde de Villa-mediana le regaló una cadena de dia-mantes con motivo del casamiento de su

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LERMA, EL GRAN PREVARICADORARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

Vista general de la ciudad de Valladolid en el siglo XVII, en una estampa del Civitates Orbis Terrarum.

Burlas de Quevedo

ACalderón, su matrimonio ventajosocon doña Inés de Vargas, señora de

Oliva (cuyo título heredaría en 1614 y alque añadiría el de marqués de Siete Iglesiasun año después) le reportó riqueza y estre-chos vínculos con encopetadas familias. Suinfluencia era tan grande que, en 1605, seotorgó el hábito de la Orden de Alcántaraa su hijo Francisco, de apenas dos años deedad y, un año después, el de Calatrava asu segundogénito, Juan. Su ambición de en-noblecimiento llegó a tal extremo que a suvuelta de un viaje realizado a Flandes en1612 –según relata Cabrera de Córdoba–,pretendió demostrar el hallazgo de unos do-cumentos que demostraban que no era hi-jo del capitán Calderón, sino de don Fer-nando Álvarez de Toledo, el viejo duque deAlba. “Llevóle a tanto su locura –dice Que-

vedo–, que prefirió ser accidente de la mo-cedad del duque, a bendición de la Iglesia”.

Rodrigo Calderón, el día de suajusticiamiento, en la Plaza Mayor deMadrid, el 20 de octubre de 1621.

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hijo el conde de Villalonga, “no por con-trato ninguno sino por gratitud mía, ypor si fuere menester hazer fuerça conél”. Fuera en metálico, joyas u obras dearte, con frecuencia Franquesa utilizó asus familiares para la recaudación de lossobornos, con el fin de disimular sus re-laciones con los beneficiarios de los fa-vores. Se contaba que, para conseguiruna plaza de oidor de Galicia, el doc-tor Varela, que visitó a la condesa de Vi-llalonga, “le dio ochocientos escudos deoro en una bolsa, echándoselos en lasfaldas de dicha condesa”. O bien Fran-quesa obligaba a los que querían aco-gerse a su intermediación para obtenercargos o bien hacía favores a que secomprometiesen a arrendarle los dere-chos señoriales de sus posesiones va-lencianas, siempre por un importe muysuperior al valor de mercado.

Otro de los grandes beneficiados dela gran almoneda en que se convirtióla administración del Estado fue Rodri-go Calderón. Había nacido en Amberesen 1577, del matrimonio de FranciscoCalderón, capitán de los tercios de Flan-des, y de María Aranda Sandelín. A lostres años vino a España y residió con sus

padres en Valladolid, pasando como pa-je al servicio del marqués de Denia,quien durante su valimiento le elevó alcargo de secretario de cámara del rey.

Desde esta función, se ocupaba de larecepción de memoriales dirigidos al mo-narca o al valido, dándose tan gran ma-ña que, anteponiendo un papel a otro,favorecía a los que recompensaban susservicios. Lerma, que siempre trataba deno indisponerse con nadie, lo utilizabapara denegar las gracias y arrojar sobreél la enemistad de los pretendientes. Lasaudiencias de Calderón eran tan nume-rosas como las del privado. Ésta fue, ade-más de su increíble orgullo, una de lasrazones de la antipatía que suscitaba enlos círculos cortesanos. Un día estuvo apunto de sufrir las consecuencias de susoberbia. “Venía en silla –dice el cronis-ta Cabrera de Córdoba–, cuando en elzaguán de su posada le quisieron dis-parar un pistolete y no prendió el fuego,y el que le tiraba se escapó sin sabersequién fuese, dejando a don Rodrigo har-to turbado y que habrá de vivir con cui-dado de sí de aquí en adelante”.

A imagen de Lerma, acumuló sanea-das mercedes. Cada bula de la Santa

Cruzada que se imprimía en Valladolidle reportaba un maravedí, lo cual cons-tituía una renta anual de 6.000 ducados;una parte de los derechos que pagabael palo de Brasil que iba a Lisboa era su-ya, y aumentaba en 12.000 ducados susbeneficios. Sus cargos como oidor de laChancillería de Valladolid, alguacil ma-yor y regidor de la ciudad, así como delas de Soria y Palencia, redondeaban surenta hasta los 200.000 ducados anuales.

Desfalcos al erario públicoEl poder de Lerma y sus hechuras co-menzó a resquebrajarse a partir de 1606.Un año antes se habían descubierto al-gunos desfalcos, como el de Juan Pas-cual, conde de Villabrámiga, tesorero delConsejo de Hacienda, que murió en fe-brero sin dar cuenta de enormes sumasde dinero del erario público. Las críti-cas al círculo de personajes que rodea-ban al valido se produjeron de inmedia-to. Franquesa y Ramírez de Prado fueron

acusados por su nefasta actuación alfrente de la Junta de Desempeño. La de-licada situación financiera del reinado an-terior (bancarrotas de 1575 y 1596) ha-bía llevado a crear en 1603 esta junta,cuyo objetivo era el desempeño de to-dos los ingresos fijos de la Corona en elplazo de dos años, mediante el arrenda-miento de las rentas reales, asegurandoasí el pago de los “juros” a los acreedo-res y la contención de los gastos de laCorona. Lejos de lograrlo, su labor sólofomentó aún más una incontenible ne-gociación financiera de nuevos “asien-tos” con los principales banqueros eu-ropeos de la época (los Fugger, Espíno-la, Serra, Fiesco, Tratta, Sauli, Centu-rión...), a menudo a costa de unos inte-reses desorbitados. La ruinosa políticaexterior de la monarquía en la guerra deFlandes y en los conflictos entre Veneciay el Papado generaron cuantiosos gas-tos, que ocasionaron una insolvencia dela Hacienda real, sólo disimilada por elempeño sistemático de los ingresos delos años siguientes para poder disponerde dineros en efectivo y hacer frente alos pagos más perentorios. La deuda es-tatal aumentó en más de veinte millones

de ducados. El momento culminante dela farsa financiera se produjo el 16 de di-ciembre de 1606, cuando el duque deLerma y el mismo rey avalaron con susfirmas las operaciones de desempeñoprotagonizadas por Franquesa y Prado.

Sin embargo, el 26 de diciembre de1606, don Hernando del Castillo delConsejo de Hacienda, por orden posi-blemente del propio Lerma, prendió aRamírez de Prado. Al registrar su casa sehallaron 40.000 escudos en plata labra-da y joyas, 100.000 en letras de cambio,70.000 en juros propios y 400.000 anombre de otros. El 18 de enero searrestó a Franquesa. En diferentes es-condrijos de su palacio se hallaron jo-yas, dinero, letras y juros por valor de5.000.000 de escudos; camino de Va-lencia se detuvieron varias acémilas quetransportaban 300.000 ducados.

Es posible que las cifras fuesen exa-geradas y respondiesen a la intención deacentuar la imagen corrupta de los

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El duque de Lerma a caballo, por Rubens.Era más difícil obtener audiencia con él quecon el propio rey (Madrid, Museo del Prado).

El poder de Lerma y sus hechuras empezóa resquebrajarse en 1606. Tras la muertede Felipe III, Olivares logró procesarle

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detenidos, pero tanto Ramírez de Pradocomo Franquesa terminaron muriendoen prisión olvidados, el primero en 1608y el segundo en 1614, tras habérseles em-bargado sus bienes y dejado en la másestricta miseria y deshonor a sus familias,sin que Lerma hiciera nada por evitarlo.Además, el proceso de Franquesa tuvonumerosas irregularidades: no se le per-mitió la comunicación libre durante me-ses con sus abogados para preparar sudefensa y, en 1612, tres años después depublicada la sentencia que le condena-ba al pago de 1.400.000 ducados, priva-ción de fueros y mercedes y reclusiónperpetua en las Torres de León, unos se-cuaces robaron del despacho del presi-dente de Hacienda, Hernando del Cas-tillo, algunas cartas comprometedoras pa-ra Lerma que nunca fueron recuperadas.

Las críticas, prohibidasTambién contra Rodrigo Calderón se ini-ció un proceso judicial en 1607, aunquela sentencia fue más benévola: se le im-puso la pérdida de su oficio en la CasaReal, aunque gracias a la protección ini-cial de Lerma recibió una cédula delRey, en la que se prohibía que fuese cri-ticado por los crímenes cometidos.

Sin embargo, la campaña de despresti-gio en la Corte contra sus corruptelas y lavanidad de su opulencia prosiguió porpersonas próximas al entorno de la reinaMargarita, como la priora del convento deLa Encarnación, sor Marina de San José,o el franciscano fray Juan de Santa María.Incluso al parecer la Reina ordenó una in-vestigación secreta con vistas a desen-mascararlo que acabó con la muerte deFrancisco Juara, el encargado de reali-zarla, ordenada por don Rodrigo. No fuede extrañar que, a la muerte de la Reinaen 1611, cundieran –decía Quevedo– al-gunos rumores que lo acusaban de haberdado orden de matarla.

La suerte de Calderón no se complicóhasta la caída de Lerma, en octubre de1618. En febrero de 1619 fue detenido ensu casa de Aldabas, en Valladolid, y seinició un nuevo proceso contra él, en elque se le acusaba de delitos de toda ín-dole: hechicería, venta de cargos públi-cos, corrupción, sobornos, participaciónen la muerte de la soberana. La resisten-cia al tormento y la poca consistencia delas acusaciones –sólo se declaró culpablede la muerte de Juara–, retrasaron la de-cisión sobre su condena hasta el punto

de que la muerte de Felipe III en marzode 1621 selló su suerte. El nuevo vali-miento de Olivares le condenó a muer-te como símbolo de la corrupción de laetapa lermista. De nada sirvieron las sú-plicas de sus familiares, que esperaban almonarca y al conde de Olivares cuandoéstos salían de Palacio, arrojándose a suspies. Calderón murió degollado el 20 deoctubre de 1621 en la Plaza Mayor de Ma-drid y su cadáver, como el del más mí-sero, se enterró sin signos de luto en elconvento del Carmen Descalzo.

Con estas acusaciones sólo quedabademostrar que el enriquecimiento co-rrupto había alcanzado al propio Ler-ma. Desde fechas muy tempranas, elduque se había aplicado en el resta-blecimiento de posesiones perdidas yen la búsqueda de nuevos honores pa-ra su linaje. En la demanda que se leabrió en 1623, para que devolviese las

enormes sumas que había defraudadoal patrimonio regio, se calculaba queen mercedes del Rey, dádivas y rega-los, Lerma había adquirido más de40.000.000 de ducados, que impuso enrentas y lugares que compró, aumen-tando sus rentas en 240.000 mil duca-dos, sin contar más de 10.000.000 quegastó en la construcción de casas, con-ventos y otros edificios, en los regalosque hizo, las fiestas que organizó y lassuculentas dotes que entregó en el ma-trimonio de sus hijas. Aunque no pa-deció la suerte de sus hechuras, nopudo evitar que su régimen y su per-sona fueran asociados a la idea de co-rrupción. Lerma no fue un hombre deEstado, sino un hombre de Corte, conuna mentalidad nobiliaria que le llevóal continuo engrandecimiento de su pa-trimonio personal y familiar, aprove-chando el favor real. ■

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LERMA, EL GRAN PREVARICADORARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

El conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, persiguió a los implicados en la corrupción dela era de Lerma e incluso condenó a muerte a Rodrigo Calderón. Retrato por Velázquez.

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Fernando de Valenzuela fue bau-tizado en Nápoles en enero de1636. Los orígenes andalucesde su familia modelaron tanto

su personalidad como su biografía has-ta su llegada a Madrid, justo dos déca-das más tarde. Su padre, de igual nom-bre, era un hidalgo rondeño que osten-taba el gobierno y la capitanía militar dela ciudad napolitana de Santa Ágata. Sumadre, Leonor de Enciso, había llegadoal reino napolitano apenas dos años an-tes, formando parte del séquito de lamarquesa de Tarifa.

El fallecimiento de su esposo, en 1640,obligó a doña Leonor a regresar a Es-paña con un hijo de apenas cuatro añosde edad. El destino del viaje fue Madrid,donde vivía su madre, quien no sólo leofrecería cobijo sino que además, y gra-cias a sus excelentes contactos, conse-guiría al poco tiempo colocar al peque-ño Fernando al servicio del duque delInfantado.

Esta primera presencia en Madrid sealargaría hasta 1648, fecha en la que suprotector recibe el encargo de ocupar lasede del virreinato siciliano. Durante lossiete años que estuvo en la Corte pa-lermitana, coincidentes con su adoles-cencia, Valenzuela desarrolló una másque ambiciosa personalidad, satisfechacon algunos pequeños éxitos personales

al servicio ducal. En 1655, recibió con de-sagrado la noticia del regreso del duquedel Infantado a Madrid, solicitando a pos-teriori permiso para desvincularse del ser-vicio y poder permanecer en Italia.

Quizás el recuerdo de su padre, quehabía marchado de Ronda en busca demejor fortuna, influyera en su decisiónde no regresar a España. Las perspecti-vas de progreso para un joven hidalgocomo Valenzuela eran superiores en elsur de Italia que no en una Castilla apunto de claudicar ante Francia. Lo cier-to es que sus expectativas en Italia

nunca llegaron a cumplirse. Al poco desu llegada a Nápoles, malviviendo y sinuna moneda que le diera sustento, de-cidió regresar a Madrid, refugiándose denuevo en la asistencia familiar.

A pesar de contar con la protecciónde su madre, desde su llegada a la ca-pital, Valenzuela conoció las miserias de-rivadas de la pobreza y de la ociosidad.Aborrecía tanto la milicia como la reli-gión y su orgullo de hidalgo no le per-mitía el trabajo manual. Además, su es-casa educación, reducida al conoci-miento de las primeras letras y de unasvagas nociones artísticas, resultaba in-suficiente para competir con los licen-ciados y bachilleres surgidos de los es-tudios europeos.

En uno de sus innumerables paseosen busca de empleo por la Corte, co-noció a Maria Ambrosia de Ucedo, conla que contrajo matrimonio en 1661. Elenlace con una de las camareras de laReina le facilitaba, a priori, el acceso aPalacio y a alguno de sus empleos, loque ocurrió poco tiempo después, cuan-do fue nombrado caballerizo real. Des-de ese cargo palatino, Valenzuela con-taba ya con una plataforma vital para darnuevos impulsos a sus ambiciones.

Reyerta en LeganitosPoco antes del fallecimiento de Feli-pe IV, Valenzuela se vio involucrado enun oscuro suceso en la calle de Lega-nitos, del cual salió herido. Dada su

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CARLOS BLANCO FERNÁNDEZ es investigadordel GREHC-UAB.

Joven hidalgo sin fortuna, logró convertirse en los ojos y oídos de la reinaviuda Mariana de Austria, una extranjera con depresión crónica que seencontró aislada en la Corte durante la minoría de Carlos II. CarlosBlanco Fernández describe su ascenso desde la nada y las conjuras delos nobles, que condujeron a su estrepitosa caída

El Duende de Palacio

VALENZUELA

Mariana de Austria, una mujer sin experienciapolítica, se dejó influir por Valenzuela durantela minoría de Carlos II (retrato anónimo).

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incapacidad económica para afrontar losgastos de su recuperación, la reina Ma-riana de Austria facilitó ayuda médicaa quien entonces aún era sólo el mari-do de una de sus camareras. Fue el ini-cio de su relación con la Reina, que seestrecharía con el paso de los años.

El otro pilar sobre el que Valenzuelaasentó las bases del monstruo políticoen el que se convirtiría fue el padre JuanEverardo Nithard, a quien ya conocía

desde hacía algunos años. No en vano,Valenzuela tenía su vivienda en la ma-drileña calle de San Bernardo, justo en-frente del Noviciado de la Compañía deJesús, que era la residencia del jesuitaaustríaco confesor de la Reina.

La desaparición de Felipe IV en 1665dejó los destinos de la monarquía enmanos de un niño de cuatro años, tu-telado por un Consejo de Regencia queejercería el gobierno hasta su mayoría

de edad. Piezas esenciales de esa Re-gencia fueron doña Mariana de Austriay su confesor el padre Nithard, que sevieron constantemente observados, vi-gilados y amenazados por una noblezaque no veía con buenos ojos que lasriendas del gobierno estuvieran en ma-nos extranjeras. La figura ascendente deJuan José de Austria, el hijo bastardo deFelipe IV y pacificador de Cataluña y Si-cilia, era bien visible entre los planes

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Fernando Valenzuelapasó de caballerizo avalido en un tiemporelámpago, por Carreñode Miranda, Madrid,Museo Lázaro Galdiano.

ARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

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conspirativos que se sucedieron duran-te los primeros años de Carlos II.

En ese ambiente de intrigas, Valen-zuela se convirtió en los ojos y en los oí-dos de Nithard y de doña Mariana enla Corte. Durante la segunda mitad de ladécada de 1660, Valenzuela se fue ga-nando la confianza del confesor e, indi-rectamente, de la Reina, mediante con-fidencias y rumores. Nadie en Madrid seexplicaba cómo aquellos dos extranje-ros parecían conocer lo que iba a ocu-rrir en todo momento. Había nacido elDuende de Palacio.

Rumores de amorEl complot que llevó al destierro de Nit-hard en 1669 no consiguió arrastrar a Va-lenzuela. Con esa derrota palaciega, do-ña Mariana necesitaba más que nuncade los servicios de el Duende para co-nocer los chascarrillos y las maquina-ciones de sus adversarios, en los pasi-llos del Alcázar y en las calles de Madrid.Pronto los servicios prestados obtuvie-ron recompensa. A la casa que la propiaReina regaló a su esposa, habría queañadirle el empleo palatino de intro-ductor de embajadores, así como laconcesión de un hábito de Santiago.

La sombra de aquel hidalgo de oríge-nes andaluces iba creciendo tras la más-cara de doña Mariana. Muchos fueron los

que vieron la mano de Valenzuela enmuchas de las decisiones de la Reina.Con el precedente de Nithard, la viudade Felipe IV no quiso caer en el mismoerror y evitó darle cargos políticos, pre-firiendo tenerlo como consejero privado.Esta oscura relación dio pie a que no po-cos pensaran en la existencia de una re-lación más profunda entre doña Maria-na y su consejero. ¿Fue Valenzuela aman-te de la Reina? Cuesta creer que, tras esehábito enlutado vitaliciamente y tras esesemblante serio y entristecido de la so-berana, reforzado por una documentadadepresión crónica, se escondiera unaapasionada historia de alcoba.

Durante los últimos años de minoría deCarlos II, el poder de Valenzuela en ma-teria política fue creciendo a la par quesu condición social, siendo nombrado en1675 marqués de Villasierra y caballerizomayor real. Pero, para conseguirlo, tu-vo que desarrollar una amplia red deapoyos y fidelidades que le permitieranaguantar los envites de sus detractores.Esa red se iba a basar sobre dos pilares:nobleza y pueblo. Respecto a la primera,buscó el apoyo de las grandes familias,mediante la concesión arbitraria de dig-nidades y puestos clave en la cúspide delos Consejos de Gobierno. Entre la pe-queña nobleza y las élites más acauda-ladas se vendieron cargos y mercedes de

forma tan exagerada que fue objeto dedura crítica por los libelos de la época.Gracias a esta fórmula, Valenzuela con-taba en 1675 con el apoyo de gente tanrelevante como el almirante de Castilla,el condestable, y los duques de Osuna,Alburquerque y Medinaceli. Grandes ape-llidos, pero de escasa preparación realpara asumir labores de gobierno.

En cuanto al pueblo, Valenzuela eraconsciente de que, evitando el descon-tento popular, abortaría cualquier intentode sus enemigos para canalizarlo contraél. Así, en una política de pleno empleo,apadrinó un amplio programa de obraspúblicas, en el que destacan las recons-trucciones de la Plaza Mayor y del Puen-te de Toledo, acompañado de la cele-bración de numerosos espectáculos,especialmente corridas de toros.

Los esfuerzos por asentar el poder re-percutieron en el resultado del Gobier-no. La política exterior parecía no exis-tir y los problemas internos de la mo-narquía, ajenos y lejanos a la vida pa-laciega. Valenzuela estaba ya suficiente-mente ocupado en organizar cacerías,veladas teatrales y salidas a El Escorial yAranjuez con tal de controlar al monar-ca y evitar que los partidarios de JuanJosé de Austria entrasen en contacto conél. La burbuja protectora que creó en tor-no a Carlos II fue tan férrea que inclu-so puso como confesor real a un cono-cido suyo, del que las malas lenguasaseguraban que era un primo lejano delmismísimo Valenzuela.

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Mariana de Austria sostiene la corona de su hijo, en 1672, tres años antes de que éste subieraal trono, Madrid, Biblioteca Nacional.

El padre Everardo Nithard fue convertido envalido por Mariana de Austria, tras la muertedel arzobispo de Toledo, Madrid, B. Nacional.

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Esta política clientelar le generó nopocos enemigos. Dentro de aquella dis-puta entre doña Mariana de Austria ydon Juan José de Austria y sus partida-rios por el control del poder, Valenzue-la pareció no percatarse de cuál era supapel. Sus ambiciones le llevaron a serel blanco de todas las críticas de quie-nes veían en don Juan José el mejor go-bernante para la monarquía.

El primer error graveEl primer traspiés de Valenzuela se pro-dujo con motivo de la celebración dela mayoría de edad de Carlos II (1675).La presencia de Juan José de Austria cer-ca de Madrid, a la espera de la disolu-ción de la Junta de Regencia y de la lla-mada de su hermano para ocupar el go-bierno, provocó que Valenzuela, en con-nivencia con doña Mariana, redactase undocumento por el que se prorrogabandos años más las funciones de la Junta.Pero Carlos II se negó a firmarlo, lo queprovocó la entrada triunfal de don JuanJosé en Madrid. Poco duraría la felicidadpara el hijo de La Calderona, puesto queel mismo monarca que le había abiertolos brazos ordenaba su salida de la Cor-te, así como la de Valenzuela. Mientrasa don Juan José se le ordenó marchara Sicilia, a Valenzuela se le ofreció la em-bajada en Venecia, pero ninguno de losdos obedeció las órdenes. Valenzuelamarchó a Granada, esperando podervolver a Madrid en poco tiempo.

El exilio granadino duró apenas seismeses. En abril de 1676, regresó al la-do de Carlos II, siendo nombrado pri-mer ministro. Después de una cacería dela que salió herido sospechosamente porel Rey, fue premiado con la Grandezapersonal de primera clase. Los grandesse sintieron lesionados en su orgullo y,tras esta concesión, el futuro de Valen-zuela estaba visto para sentencia.

El malestar de los grandes se manifes-tó de forma clara a partir del decimo-quinto aniversario de Carlos II, ya queen protesta ninguno de ellos acudió a fe-licitarlo. Apenas un mes más tarde, la es-cena se repitió con ocasión de la Inma-culada: ninguno de los grandes acudióal besamanos tradicional. Urdida por losAlba, Cardona, Osuna y Medinasidonia,entre otros, la conjura se inició el día 15de diciembre, con la publicación de unmanifiesto en el que se instaba al mo-narca a apartar a Valenzuela y llamar a

don Juan José. La respuesta de Marianade Austria, que había conseguido al finla prórroga de la Junta de Regencia, fueordenar la detención de algunos de losnobles que firmaron el manifiesto, peroel Consejo de Castilla se negó a ejecu-tar la orden. Doña Mariana se encontra-ba sola y había perdido la partida, vién-dose obligada a aceptar una nueva Jun-ta de Regencia, llamar a Juan José deAustria para el gobierno y ordenar la pri-sión y el procesamiento de Valenzuela.

El día de Navidad, Valenzuela se vioobligado a huir de Madrid, acogiéndo-se “en sagrado” en el Monasterio de SanLorenzo de El Escorial. A pesar de losbuenos oficios del prior, las tropas delhijo del duque de Alba entraron en elrecinto y apresaron al antiguo favori-to, para después confinarlo en la for-taleza de Consuegra.

El proceso contra Valenzuela apenasduró un año y, en él se le acusó de acu-mular una gran fortuna. A pesar de lagravedad de las acusaciones, consiguióeludir la pena de muerte, siendo deste-rrado a las Filipinas por espacio de diezaños, al tiempo que se confiscaban to-dos sus bienes.

El viaje hacia Ultramar se inició enabril de 1678, pero Valenzuela no lle-gó a Cavite hasta noviembre de 1679.Una vez cumplida su pena, viajó hastaMéxico buscando la ayuda de su espo-sa e hijos, quienes se habían instaladoallí tras la salida de España. Desde surefugio mexicano, intentó negociar suregreso. Era el año 1692 y, a la esperade una respuesta desde Madrid, muriócomo menos debió imaginar a lo largode su vida: de una coz dada por uno desus caballos. ■

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VALENZUELA, EL DUENDE DE PALACIO ARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

Don Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, fue finalmente llamado al gobierno porMariana de Austria ante la presión de la nobleza y el pueblo, mientras Valenzuela huía.

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Juan Guillermo, octavo ba-rón de Ripperdá, fue unaventurero y un trepadorpolítico excepcional, cuyas

andanzas tuvieron resonancia entoda Europa, especialmente en lasdos décadas de 1720 y 1730. Na-cido el 7 de marzo de 1680 enGroninga, pertenecía a una fami-lia católica de comerciantes acau-dalados, de origen español y degran influencia en Holanda. Supadre fue brigadier de los ejérci-tos de la República de Holanda ygobernador del Castillo de Na-mur. Se formó en los colegios delos jesuitas de Emerique y de Co-lonia y se casó en un matrimonio,a todas luces, de convenienciacon Alida Shellinguov, una de lasmás ricas herederas holandesas, con laque tendría dos hijos.

Entró en el Colegio de los EstadosGenerales como representante de Gro-ninga, para lo que se convirtió al pro-testantismo sin aparentes problemas deconciencia. Diputado por Holanda en elCongreso de Utrecht, fue enviado a Es-paña como embajador de su país en1715. Dos años después, murió su mujer.

En Madrid, Ripperdá empezó a vincu-larse a Alberoni, entonces el hombrefuerte de Felipe V. Inmediatamente, sereconvirtió al catolicismo y fue nombrado

director de la Fábrica de Paños de Gua-dalajara. No tardó en conspirar contra Al-beroni y propiciar la caída de éste en1719. Casó a su hija María Nicolasa condon Ventura de Argumosa, un caballerocastellano de buena familia, en tanto queél lo hacía nuevamente con otra aristó-crata, doña Francisa Eusebia Xarava delCastillo, mujer muy devota con la que tu-vo dos hijos (en 1722 y 1725). El nuevomatrimonio se instaló en el campo, cer-ca de Segovia, donde, muy avalado porlos jesuitas, montó una red de intrigas yconspiraciones políticas, con frecuentesvisitas a los reyes, en la época en que Fe-lipe V abdicó a favor de su hijo Luis I yoptó por un retiro espiritual en La Granja

de San Ildefonso. Su objetivo eraconvertirse en el hombre de con-fianza de Isabel de Farnesio.

Su principal enemigo fue Gri-maldo, el secretario de Estado yhombre de confianza del Rey. Laoperación política más impor-tante de éste había sido la ar-ticulación en el tratado de 1721del doble matrimonio franco-es-pañol (Luis I, príncipe de Astu-rias, con Luisa Isabel, hija del du-que de Orléans y Luis XV con lainfanta María Ana, hija de Feli-pe V e Isabel). El fracaso de es-te último acuerdo matrimonial(Luis XV casó finalmente con Ma-ría Leczinski, hija del rey de Po-lonia) y las acusaciones que severtieron contra él, acusándolo

de anglófilo, en las que parece tuvo quever el propio Ripperdá, contribuyeron asu caída. Durante el breve reinado deLuis I (de enero a agosto de 1724) Gri-maldo se retiró a un discreto segundoplano, fiel al lado de Felipe, aunque dehecho siguió ejerciendo una notable in-fluencia política. Hombres de su con-fianza, como el vasco Juan Bautista deOrendayn, formaban parte del nuevogobierno.

Tras la muerte de Luis I, Felipe V re-tornó al poder con Grimaldo como pri-mer ministro y Orendayn como minis-tro de Hacienda, con amplios poderes.Pero ahora los reyes decidieron dar ungiro proaustríaco a su política, después

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ROSA MARÍA ALABRÚS IGLESIAS es profesorade Historia Moderna, UNED, Barcelona.

Trepador, oportunista y espía de multiples lealtades, las actividadesconspirativas de este aristócrata holandés, que llegó a ministro de Estadode Felipe V, constituyen un sorprendente capítulo de la política europea acomienzos del XVIII. Rosa María Alabrús traza su atrabiliario perfil

El hombre que sabía demasiado

RIPPERDÁ

Felipe V e Isabel de Farnesio, en una ejecutoria de hidalguíade 1727, Madrid, colección particular.

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

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ARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

Ripperdá conducido hacia la Iglesia Católica por un ángel, grabado por Matías de Irala (Madrid, Biblioteca Nacional).

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de la decepción del Congreso de Cam-bray (1724), cuando Francia e Inglaterrase negaron a apoyar a España en la in-tervención en Italia para recuperar lasposesiones perdidas en Utrecht (1713),que Isabel quería para sus dos hijos, losinfantes don Carlos y don Felipe.

La Farnesio, engatusadaSegún Syveton, los planes de la Farne-sio oscilaron entre los dos polos: de unlado, Francia e Inglaterra y del otro,Austria. Su retorno al poder directoabrió las puertas a Ripperdá, que se va-lió de sus contactos con el emperadorCarlos VI de Austria y, especialmente,con el príncipe Eugenio de Saboya –alque había conocido en Holanda– parapromocionarse ante la Reina y llegar aconvertirse en su consejero más íntimo.Tenía a Isabel absolutamente fascinada.La Reina estaba completamente con-vencida que sólo un tipo como él, po-líglota, con gran facilidad de palabra,que se movía como pez en el agua porlos salones europeos de la época y con

gran capacidad de seducción personal,podía conseguir su sueño. Únicamentelos reyes, Orendayn –el otro artífice dela operación, hombre que tambiéngozaba de la confianza de la Reina– y

Ripperdá sabían del proyecto; ni si-quiera su esposa estaba al corriente.

Se acordó una misión como agente se-creto para Ripperdá en Viena, con el ob-jetivo de buscar una aproximación en-tre España y el Imperio y pactar losmatrimonios entre los dos infantes es-pañoles, hijos de Isabel y las dos hijasmayores del emperador (María Teresa yMaría Ana). Desde aquella capital, Rip-perdá escribía a Isabel y a Felipe por se-parado y no en los mismos términos.

Se dirigía en francés a la Reina, tra-tando de conseguir cargos y prebendascon sofisticados halagos, a los que ellaaccedía, muy afectada en aquellos mo-mentos por las fuertes depresiones desu esposo. No en vano, en la época deLa Granja, Isabel Farnesio, además deun gran vitalismo, compartía con elapuesto Ripperdá el gusto por las ter-tulias, el sentido del humor, la buenamesa, los paseos a caballo...

Ripperdá fue, posiblemente, un agen-te doble e incluso triple. Coxe conside-ra que ya, cuando vino a España como

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Olfato económico

Ripperdá fue un arribista, pero no fue unsimple parásito cortesano. Al contrario,

demostró incuestionable olfato para la polí-tica económica. Ya en sus inicios en la vidapolítica como director de la Fábrica de Pañosde Guadalajara y superintendente de todaslas fábricas de España, su mayor preocupa-ción fue paliar la falta de manufacturas en Es-paña, con el fin de alentar la producciónnacional, “llamando y estimulando a fabri-cantes extranjeros para que se establezcan enesta nación y enseñen con su ejemplo a losproductores locales”. Buscó así fabricantes enEuropa (en Francia y Holanda, sobre todo)para que se estableciesen en España.

Organizó la Fábrica de Guadalajara, in-tentando superar la dependencia histórica dela producción textil holandesa. Trajo a 50maestros holandeses y utilizó inicialmente a74 niños expósitos, “en que unos se ocupa-ban de hacer canillas, otros se instruían conlos hilanderos de berbí y trama, y en esta for-ma, los tres meses primeros que estaban conlos maestros quedaba a beneficio de estos to-do el producto de lo que hilaban los niños,por el trabajo de enseñarles, y pasado estetiempo se aplicaba lo que ganaban a bene-ficio del Real Haber”. Pretendía, según

Mañer, establecer en la Fábrica de Guada-lajara “hasta el número de 1.000 telares quereconocía suficiente para proveer la Españaantigua y la nueva con el resto de la Amé-rica del Español dominio, ocupando en estamaniobra toda la lana de España, que era lamás segura prohibición para que no saliesedel Reyno y no depender de Inglaterra”.

Por otra parte, buscó potenciar el comer-cio español frente al inglés por el Atlánti-co y el Pacífico, a partir del refuerzo de lavigilancia marítima frente a la piratería, yademás con la propuesta de compañía co-mercial para el tráfico con Filipinas que ha-ría la siguiente ruta: “Saldría también –co-mo los barcos que iban a América– desdeCádiz hacia los mares del Sur donde deja-rían parte de su cargamento en Chile, a cam-bio de plata. En el trayecto hacia Filipinasdepositarían mercancías en China, Siam ycomarcas vecinas para comprar especias yotros artículos de Oriente. Regresarían porChile y cambiarían su carga por plata que lallevarían a España, con el consiguiente en-riquecimiento español”.

La obsesión antiinglesa –paradójica a la luzde sus relaciones con Inglaterra– siempre es-tuvo presente en sus proyectos: evitar el

consumo de productos fabricados en aquelreino y frenar los intercambios ingleses conlas Indias Occidentales. Intentó favorecer lostejidos holandeses respecto a los de Inglate-rra. Por eso, en el Tratado de Viena apoyabala protección de la Compañía de Ostende yel comercio austríaco con Indias.

En su fugaz etapa de superministro, su ma-yor preocupación fue la buena administraciónde la Hacienda, intentando evitar la corrup-ción que implicaban los arrendamientos yprocurando la administración directa y el“impedir los hurtos y conversiones del di-nero que entran en las arcas reales”. Los te-soreros e intendentes se convirtieron en ene-migos feroces del hombre que postulaba elsevero control de los abusos de la interme-diación financiera. Ripperdá buscó sacar di-nero de donde no había. Según Coxe, “intro-dujo reformas considerables en todos losramos de la administración; suprimió desti-nos de varias categorías, e impuso contribu-ciones a todos los empleados que habían de-sempeñado destinos lucrativos, valiéndose delpretexto odioso e injusto de dilapidación. Ele-vó el valor de la moneda de oro, y adoptó lamedida no menos cruel que impolítica de sus-pender todas las pensiones y pagos...”.

Alberoni, el hombre fuerte de Felipe V hastaque cayó, en 1719, por las conspiraciones deRipperdá (Madrid, Biblioteca Nacional).

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embajador de Holanda, era agente de lasCortes de Viena y Londres a la vez. A fi-nales de 1724, llegó a Viena como pre-sunto agente secreto al servicio de Es-paña, pero incluso las fechas son apro-ximadas, dado el secretismo de la misión.Durante los primeros meses, se dejó verpoco e incluso tomó un nombre falso, elde barón de Pfaffemburgo, para no le-vantar las sospechas entre los embaja-dores y diplomáticos ingleses y france-ses. Entre tanto, justificaba su estanciaalegando estar de paso hacia Moscú.

Audiencia secreta en VienaA partir de su antigua condición de em-bajador de los Estados Generales de Ho-landa en España, se entrevistó con el con-de de Sinzendorf y el príncipe Eugenio,y no tardó en conseguir una audienciasecreta con el Emperador, al que expusosus planes. El 30 de abril de 1725 se ar-ticuló el Tratado de Viena, del que Rip-perdá era el plenipotenciario represen-tante de España. Este tratado suponía lapaz y la reconciliación entre el Imperio yEspaña desde la guerra de Sucesión, y elreconocimiento del emperador Carlos VIde Felipe V como rey de España, así co-mo de la Pragmática Sanción en Austriapor parte de Felipe V. Se acordó por am-bas partes el retorno de los exiliados aus-tracistas a España, con el consiguientecompromiso de restauración de sus bie-nes, así como la concesión de Parma yToscana para los hijos de Isabel en cali-dad de feudos del Imperio.

La disponibilidad de Ripperdá a la ho-ra de ofrecer prebendas a Austria fue in-creíble. A Sinzendorf le comentó: “Es-paña suministrará al Emperador todos lossocorros necesarios en barcos y en di-nero, y no le propone soldados, porqueel Emperador no los necesita. Os ofre-cemos, en cuanto al dinero, tres millo-nes de escudos, a saber: un millón a laconclusión del tratado; otro seis mesesdespués, el segundo y al cabo del año,el tercero. Podréis de esta suerte organi-zar rápidamente una poderosa escuadra,que apoyará la Armada española, con locual se salvará el comercio de Ostende.Otorgaremos a los belgas y a todos losdemás vasallos del Emperador el trato denación más favorecida en el continenteespañol, y acaso iríamos hasta permitir alos de Ostende el envío a las Indias es-pañolas de uno o dos barcos por año. Siel Emperador repugna el establecimiento

del infante don Carlos en los ducados deToscana y de Parma, medios se halla-rán para arreglarlo: se pueden cambiarlos ducados italianos por los Países Ba-jos, por las provincias que se conquis-tarían en Francia, por el ducado de Lo-rena, aumentado con algunas depen-dencias de Borgoña y territorios próxi-mos. En fin, no tiene el Emperador másque decir lo que desea y todo se lo con-cederemos, salvo cederle una parte deEspaña o de Indias. La Paz se concluiráen breve. Se harán mutuas concesionessobre los títulos de honor, el Toisón deOro, la amnistía recíproca de los rebel-des, debiendo tan sólo, en lo tocante aeste capítulo, cesar el Emperador en toda

reclamación a favor de los catalanes y delos aragoneses que siguieron su partidoen la guerra de Sucesión, porque no pue-de Felipe V admitir que un Príncipeextranjero se interponga entre él y sussúbditos”.

Ripperdá tuvo mucho interés en queFelipe V apoyara la Compañía de Os-tende, fundada en Holanda (1723-24),con intereses particulares de la propiaCorte de Viena en el comercio con lasIndias. Finalmente, no llegó a concretarsepor la oposición del Consejo de Castilla.

En cuanto al proyecto de las alianzasmatrimoniales, cosechó un rotundo fra-caso, pese a recurrir a todo tipo de so-bornos en la Corte vienesa. Ya desde

Representación de Carlos VI en una cédula de Grande de España emitida por él en Viena, en1724. El Emperador había disputado a Felipe V la corona española a la muerte de Carlos II.

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RIPPERDÁ, EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADOARRIBISTAS Y CORRUPTOS EN LA ESPAÑA MODERNA

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febrero de 1725, no sólo los tres minis-tros plenipotenciarios del Emperador –elconde de Sinzendorf, el príncipe Euge-nio y el conde de Starhemberg– se mos-traron contrarios a unas bodas que po-dían levantar recelos en Francia, Ingla-terra y en otras monarquías europeas, si-no que, según Coxe, la emperatriz Isa-bel Cristina de Brunswick y su hija ma-yor María Teresa se opusieron.

La firma del Tratado fue acompañadade fiestas, que Ripperdá prolongó todoel verano de 1725, incrementándolas enseptiembre con la excusa del nacimien-to de su segundo hijo en España. En to-das, el descontrol del barón fue mani-fiesto, al decir de un testigo presencial(Mañer): “Jamás se vio de mayor exce-so y si los convidados encontraron algúnmotivo de reprehender, fue sólo el in-menso gasto en un convite entre amigos”.

En el Tratado de Viena se incluía unacláusula secreta, por la que el Empera-dor estaba dispuesto a ayudar a Españaen la recuperación de Gibraltar y Me-norca. La reacción inglesa fue inmedia-ta: Inglaterra, con Francia y Prusia, for-mó la Alianza de Hannover y se com-prometieron a perjudicar a la Compañíade Ostende y cuantos proyectos tuvieranjuntos España y el Emperador. ¿Quién

filtró a los ingleses esta cláusula secre-ta? Coxe lo tiene claro: Ripperdá.

A pesar de que el Tratado de Viena sehabía firmado en abril, el barón no vol-vió a Madrid hasta diciembre de 1725.Durante este tiempo, su objetivo fue con-seguir que, a través de la Reina, se le pu-dieran recompensar sus servicios en Vie-na. Le transmitía a ésta, en una carta fe-chada el 16 de julio de 1725, que “le Royfait promese de me faire son ministre etsecretaire d’Estat”. Así consiguió que Fe-lipe V le otorgara, primero, los títulos deduque y grande de España y el cargode secretario de Estado nada más volver.

La embajada, en herenciaAdemás, Ripperdá pedía que su hijo ma-yor Luis pudiera quedarse en la Corteaustríaca como embajador extraordina-rio plenipotenciario o, lo que es lo mis-mo, su sustituto, puesto que sabía que,en las negociaciones, todavía no se ha-bían conseguido ni la firma del recono-cimiento de protección hacia la Com-pañía de Ostende por parte de Felipe nila celebración de los matrimonios. Pa-ralelamente, pedía al Emperador la con-cesión del título de príncipe imperial,también a cambio de sus prestaciones.

Durante toda su estancia en Viena,

Ripperdá nunca perdió de vista el go-bierno de Madrid. En su corresponden-cia, se dedicó a conspirar contra Gri-maldi, al cual acusaba ante el Rey de ha-ber interceptado sus cartas y, nada másvolver a Madrid, le desplazó de su Se-cretaría de Estado.

Pero en la Corte, no sólo intrigaba Rip-perdá. Tanto el “partido español”, enca-bezado por el marqués de Castelar y suhermano Patiño (los patiños), vinculadoal Consejo de Castilla, cuyo presidenteera el obispo de Sigüenza, y al arzobis-po de Amida (consejero de la Reina, ami-go de Patiño y relacionado con los aba-tes sicilianos, a su vez consejeros delRey), como el sector de los Grimaldi yOrendayn, no dejaron de subrayar laspresuntas conexiones de Ripperdá conInglaterra, acusándolo de traición. Todosbuscaron la complicidad del conde Kö-nigsegg, el embajador austríaco que, enenero de 1726, denunciaba ante el Reyque “Ripperdá había desorganizado lahacienda” y que, “como quería manejartodos los asuntos grandes y pequeños,no podía terminar ninguno”.

La insaciabilidad de Ripperdá, en cual-quier caso, fue impresionante. Prontoasumió también la Secretaría de Guerra,que estaba en poder del marqués deCastelar. De hecho, se consolidó como“ministro universal”, acumulando am-plios poderes desde enero a marzo de1726, lo que generó una fuerte oposi-ción entre los políticos desplazados. ElRey publicó un decreto “mandando quesi qualesquiera de sus ministros hiciesealguna extorsión a sus vasallos, podíaqualquiera de éstos acudir al Duque deRipperdá...” y, “si al más mínimo de to-dos mis vasallos le delatase la justicia conqualquiera pretexto o se le agraviase porlos Tribunales o Ministros de su distri-to, haya de tener el arbitrio de recurrira mí directamente por medio del Duquede Ripperdá, mi Secretario de Estado ydel Despacho, a fin de que enterado Yode su instancia, si fuese cierta, pueda to-mar las más justas providencias...”.

El principal problema con el que tu-vo que lidiar fue el derivado del retor-no del exilio de los austriacistas que ha-bían tenido que salir de España despuésde 1714. La mala gestión de la amnistíaposterior a 1725 y las exigencias de de-volución de los bienes confiscados seríanfuente de no pocos conflictos. La situa-ción financiera española era crítica y,

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Alegoría del genio real con apoteosis de la Casa de Borbón, por Francesco de Mura en 1737.Ripperdá supo echar leña a las ambiciones de Felipe V e Isabel de Farnesio (Madrid, Palacio Real).

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además existía el compromiso del pagoal Emperador de tres millones de escu-dos. Pronto se llegó a la conclusión que,en gran medida, Ripperdá había actuadopor su cuenta, asumiendo compromisosque las dos coronas no podían asumir.

La presencia de Königsegg, el emba-jador de Austria en Madrid, fue la pique-ta demoledora que devastó muy prontoel frágil imperio personal de Ripperdá enla Corte española y el montaje urdido enAustria. Cuando el conde imperial llegóa Madrid, a mediados de enero de 1726y hasta mayo de ese mismo año, atrajo elinterés de la Farnesio. Inmediatamentesurgió la rivalidad entre ellos dos por elinterés de ambos en halagar a la Reina.

Diplomacia contaminadaLa Alianza de Hannover, Francia e In-glaterra desestabilizó a los austríacos,que acusaron a Ripperdá de haber pues-to en serio peligro el equilibrio europeo.A la Alianza no tardó en añadirse Ho-landa, pese a los intentos del secreta-rio de Estado para evitarlo. Ripperdá in-trigó lo que pudo respecto a Inglaterracon todo tipo de recursos que no hicie-ron mella en el embajador inglés Stan-hope. Buscó, asimismo, separar a Fran-cia de la Alianza con promesas a Fléuryde que España apoyaría a un Borbónpara que fuese príncipe del Imperio. Fra-casó plenamente. Nadie confiaba en élfuera de España. Sus intrigas habían con-taminado la diplomacia internacional.

En España, los hermanos Patiño y Gri-maldi aprovecharon la oportunidad paraensañarse con él. La oposición era prác-ticamente unánime en la acusación demalversación de fondos y de traición a la

Corona, acusándole de “haber entabladonegocios secretos con las Cortes de al-gunas potencias europeas”. En mayo de1726, Ripperdá fue cesado en todos suscargos, y Grimaldi, restituido como se-cretario de Estado. Orendayn obtuvo elministerio de Hacienda; el marqués deCastelar, el de Guerra; Patiño, el de Ma-rina e Indias...

Parece que en esos momentos tenía ac-cesos de cólera e incluso lloraba. Ante uncomentario de Grimaldo, probablemente

irónico, sobre su estado de ánimo y sugota, el barón-duque le respondió: “Me-jor fuera pusiera cuidado en ordenar sucerebro y el de sus compatriotas”.

Buscó refugio en la casa del embajadoringlés Stanhope para librarse de la furiapopular. Ni los españoles le quisieron niél los quiso. Aseguraba que “los españo-les que no quisieren dexar su natural pe-reza”, que “no hay que esperar que jamássalgan de su flema” o que “a excepciónde Cataluña, unas más, y otras menos, to-das las Provincias de España se hallan

tocadas de este vicio”. Finalmente, el al-caide de Corte, don Luis Cuéllar, le de-tuvo en la madrugada del 25 de mayo.Fue encarcelado en el Alcázar de Sego-via y se le acusó de delito de lesa majes-tad, produciéndose el consiguiente con-flicto diplomático por la irrupción forzo-sa de los Guardias de Corps en la casa delembajador. En el Alcázar no se le deja-ba escribir pero, de hecho, lo hacía gra-cias a que siempre disponía de “algunosdoblones de a ocho que poder distribuir”.

Logró huir, después de varios intentosfallidos, el 31 de agosto de 1728, graciasa sus contactos y a los de la doncella dela alcaidesa, a quien había seducido. Sellamaba Josefa Fausta Martínez Ramos,era natural de Tordesillas, de familia hu-milde y tenía 25 años cuando conoció aRipperdá que, por aquel entonces, con-taba 47. Con la ayuda de Stanhope, lo-graron escaparse a Portugal, estando ellaembarazada de cuatro meses, y desdeOporto pasaron a Inglaterra. En el Al-cázar no se dieron cuenta de la fuga has-ta nueve días después, ya que Dupré, elfiel ayudante de cámara del duque, sequedó en prisión para no levantar sos-pechas. El ayudante fue torturado, pe-ro conseguiría huir y escapar a Franciay, más tarde, reunirse con su amo.

Tras su llegada a Londres, el 19 de oc-tubre, y ante la buena acogida de laCorte, alquiló una casa en la ciudad ypronto hizo ostentación de riqueza. Sepaseaba en una carroza que había man-dado construir en Holanda, con el le-ma de su escudo de armas: Dextera Do-mini liberabit me.

La diplomacia inglesa, sin embargo,cambió muy pronto de estrategia. In-glaterra y España firmarían el Tratado deSevilla, en 1729 –con Stanhope y Patiño,

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“No hay que esperar que los españolesquisieren dexar su natural pereza nisalgan de su flema”, repetía Ripperdá

La familia de Felipe V. En el centro, el príncipe Luis, que reinó durante seis meses en 1724.Tras su muerte, se produjo el ascenso de Ripperdá (Jean Ranc, Madrid, Museo del Prado).

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como plenipotenciarios–, con el fin deapoyar la ocupación por Felipe V de losterritorios italianos. Ripperdá empezó ahacerse incómodo en Inglaterra, puestoque España pedía su extradición y, a fi-nales de 1730, pasó a Holanda con todasu familia y un inmenso ajuar. Se asen-tó en su Groninga natal, donde teníabuenos contactos, y nació su segundohijo, pero pronto se convertiría en unproscrito en todas partes.

Trasladarse a Rusia se convirtió enton-ces en su objetivo. Había articulado bue-nas relaciones en su etapa de agente se-creto en Viena y conocía a Mr. de Dieu,embajador de los Estados Generales enRusia y pariente suyo. Escribió a la zari-na, planteándole su deseo en marzo de1731. Pero, finalmente, por presiones desu compañera, entre otras razones, de-cidió ir a Marruecos, en el secreto más ri-guroso, tras establecer contacto con el reyMuley Abdalá a través del embajador deMarruecos en Holanda, un renegado, lla-mado Pérez, conocido del soldado y ayu-dante suyo Andrés Pérez.

Ripperdá estableció un singular con-trato con el sultán, por el que recibió ga-rantías religiosas y de protección a cam-bio de sus servicios políticos y diplomá-ticos. Instalado en la Corte de Mequinez,pronto contactó con la madre del MuleyAbdalá, Lala Yanet, una concubina in-glesa que había llevado al serrallo MuleyIsmael, padre del sultán. La conquista deOrán por España en 1732 hizo creer a losmarroquíes que Ripperdá estaba en

Marruecos conspirando a favor de Es-paña. No era así, al menos por lo que pa-rece. La conquista de Orán se inscribíaen la voluntad intimidatoria de Españafrente a Inglaterra, pensando en la recu-peración de Gibraltar, después que sehubiera firmado el segundo Tratado deViena, en 1731, con el compromiso ex-plícito de Carlos VI de no casar ningu-na de sus hijas con un Borbón y de di-solver la Compañía de Ostende.

En Tetuán, con la sultana madreEn este contexto, los proyectos de Rip-perdá, vinculados al favorecimiento de laCompañía de Ostende ya no tenían ra-zón de ser. Las Cortes europeas ya no lonecesitaban, pero sí le temían. El virajeprofrancés español es bien manifiesto enel primer Pacto de Familia con Francia en1733. Como los rumores continuaron enMequinez, se trasladó discretamente aTánger y después a Tetuán, intensifican-do su relación con la sultana madre. Ellaera tres o cuatro años más joven que él,con fama de lasciva. Sucumbió a los ojosclaros y a los encantos del duque. Mien-tras, la desdichada Josefa Ramos cayó en-ferma y volvió a Amsterdam con sus hi-jos, muriendo sola en 1732. Desde Es-paña, la Corte, entonces en Andalucía,decidió anular los títulos de duque ygrande de España a Ripperdá. Influyeronlas intrigas del caballerizo de Ripperdá,Jacobo Van den Bos, desplazado a Sevi-lla, que había declarado que éste prepa-raba desde Marruecos conquistar Ceuta.

Desde Túnez, Ripperdá y Yanet cons-piraron contra Muley Abdalá, dominadopor su mujer. Pero, en 1734, el gran sue-ño de Ripperdá se centró en Córcega, enplena sublevación contra Génova. Cre-yó que hasta podía ser él el futurible reyde los corsos con la ayuda de Marruecos.Contaba para ello con capital judío y has-ta con armas proporcionadas por su ami-go Troye desde Holanda, así como concapital judío tunecino. Una vez más hi-zo un doble juego. Si bien Lala dio ór-denes de no dejarlo salir del país, pormiedo a que consiguiera sus propósitosen Córcega, mantuvo en todo momen-to los ojos puestos en Marruecos, alber-gando aspiraciones allí, aprovechando lacoyuntura de las guerras civiles cons-tantes en aquel país. Por ello, delegó latoma de Córcega en su amigo, otroaventurero holandés de Westfalia, Teo-doro Newhoff. Fue coronado como Te-odoro I el 15 de abril de 1736. La pose-siva sultana, creyendo que Ripperdá laabandonaría olvidándose de los com-promisos adquiridos, lo encarceló en Te-tuán, exigiéndole el dinero por ella an-ticipado para tal aventura. La sultana ma-dre fue finalmente envenenada por sunuera. En 1737, Ripperdá cayó enfermo.Sin ayuda, envió cartas de solicitud deapoyo al cardenal Cienfuegos, viejo aus-triacista y con gran poder en Roma. El je-suita conocía bien al conde de Coben-zel, suegro de Ripperdá. Pensaba ir a Ro-ma y después llegar a Holanda para reu-nirse con su hijo mayor Luis. Murió el 5de noviembre de 1737 legando en su tes-tamento los abundantes “papeles”, sinduda comprometedores, a Luis. Ningúnpaís europeo lo ayudó, ya que todos letemían. Sabía demasiado de las alcanta-rillas de la diplomacia de la época. ■

Prisión de Ripperdá, en un grabado del siglo XIX. El aventurero logró huir del Alcázar deSegovia en 1728 y se refugió en Marruecos, donde ganó el favor de la sultana madre.

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ALABRÚS, R. M., Felip V i l’opinió dels cata-lans, Lleida, Pagès Editors, 2001.

COXE, W., España bajo el reinado de la Casa deBorbón, 4 vols., Madrid, 1846.EGIDO, T., Sátiras políticas de la España Moderna,Madrid, 1973.ELLIOTT, J., y BROCKLISS, L., El mundo de los vali-dos, Madrid, Taurus, 1999.MAÑER SALVADOR, J., Historia del duque de Ripper-dá, Madrid, 1796.MAURA, DUQUE DE, Vida y reinado de Carlos II, Ma-drid, 1990.RODRÍGUEZ VILLA, A., La embajada del barón deRipperdá en Viena (1725), Boletín de la Real Aca-demia de la Historia, tomo XXX, cuaderno I, Ma-drid, enero 1897.

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