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LUIS JIMÉNEZ DE ASÚA

IMPRESIONES DE UN CONFERENCIANTE,

SEGUIDAS DE UN ESTUDIO SOBRE EL

DERECHO PENr\L BRASILEÑO

MADRID.. EDITORIAL· REUS, S. A.

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Talleres tipo de la sociedad an6nima. EDITORIAL RE USo

Ronda de Atocha, 15 duplicado, MADRID (2749)

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A ntís aJ1'zígos EUDORO CIS­

NEROS) Abogado argenti­no) y LUCIANO SALMONA)

viajero cos1nopolita) quevisitaron conmigo lastierras brasileñas) dedi­ca estas páginas enofrenda cordialísima)

EL AUTOR .

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PROLOGO

En este mes se cumple el aniversario de

mi partida para el Brasil, lograda no sin es­

fuerzo. El Gobierno español puso empeño

superlativo en entorpecer mi marcha, apro­

vechando un trámite de pura fórmula que

la Dirección de Seguridad exige, a mi jui­

cio ilegalmente, a los Profesores que se au­

sentan al extranjero. Bien está que los fun­

cionarios públicos, cuyo deber de residen­

cia es ininterrumpido, presenten a los em­

pleados expedidores del pasaporte el opor­

tuno permiso del jefe del establecimiento;

pero no se olvide que el deber de residen­

cia de los Catedráticos se interrumpe al

llegar las vacaciones. El arto 27 del Regla­

mento de las Universidades de 22 de rvravo

0- vm-

de 1859, dice terminantemente: «Durante

las vacaciones, conc1uídos que sean los exá­

menes y demás ejercicios literarios, podrán

los Catedráticos ausentarse de la pobla­

ción donde residan, participando al Rec­

tor por medio de oficio el punto a donde

vayan:~.

Intenté hacer uso de esta facultad que

me otorgan las leyes vigentes y quise par­

tir para el Blasil sin licencia alguna, pen­

sando regresar con tiempo suficiente para

la práctica de los exámenes ex~raordina­

rios. La Dirección general de Seguridad

negóse a expedirme pasaporte sin permiso

del Rector. Ella de Junio reclamé por ofi­

do de la autoridad académica la expresada

licencia que de ordinario se concede a los

Profesores sin dilaciones ni titubeos, como

acababa por entonces de otorgarse a varios

colegas míos e incluso al Decano de la Fa­

cultad de Derecho.

Larga fué la pugna. El Ministro deseaba

- IX-

que el Rector, haciendo menesteres poli­

cíacos, me negase la autorización indispen­

sable; pero el caso era harto delicado, pues­

to que los Rectores sólo pueden denegar

esos permisos por motivos netamente uni­

versitarios y mi conducta académica es

pulquérrima. Intervino la Facultad de De­

recho ante el Rector y el Ministro, expre­

sando su esperanza de que no se pondrían

trabas a un compañero invitado por el Bra­

sil para ejecutar una misión científica. La

postura del Gobierno era difícil en extremo

y tuvo que abandonarla, permitiendo al

Rector que autorizase mi partida.

Pero no acabaron con ello los incidentes.

La invitación brasileña se hizo, de consuno,

por la Universidad y por el Gobierno. El

telegrama enviado por Víctor M. Maúrtua,

Ministro del Perú en Río de Janeiro, que

fué. intermediario entre las autoridades gu­

bernativas y yo, decía así textualmente:

"Decidida visita. Gobierno resolvió indem-

-1:-

nizar Conferencias". Pues bien; el mismo

día que desembarqué en el muelle carioca

me contaron, en secreto primero, y públi­

camente después, un episodio extraño. El

Ministro de Estado español-que ya lo era

entonces el General-Presidente - reclamó

contra el Gobierno brasileño, estimando

signo de mala amistad que se invitase a un

adversario de su política. Parece ser que se

me presentaba además como un propagan­

dista de las ideas soviéticas, según han di­cho luego los diarios de Río.

Esta última imputación era grotesca;

pero acaso el Gobierno brasileño dió cré-'­

dito a semejante patraña sin cuidarse mu­

cho de comprobar su veracidad o su falsía.

De esta situación que me crearon los go­

bernantes españoles, surgieron numerosas

anécdotas y raros episodios que un español

contempla sien1pre sin perder la sonrisa~

Tuve poco o ningún trato con los elemen­

tos oficiales del Brasil, pero en cambio soy

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- X.J:-

deudor de atenciones finísimas a la intelec­

tualidad carioca. La Facultad de Derecho

me nombró Profesor honorario y el "Insti­

tuto de Abogados" concedió me también el

título de Miembro de honor.A mi regreso a España fuí entrevistado

por mis amigos de La Gaceta Lzieraria y

por los redactores de El Heraldo de Ma­

drz·d. Las interviús, por su forzado esque­

matismo, contenían juicios demasiado sinté­

ticos, y, como yo no me preocupé de con­

trolar esos reportajes, no estaban exentos

de errores. A mi noticia ha Uegádo que

mis opiniones causaron disgusto en el Bra­

sil y no faltó quien se dirigiese a La Gaceta

Literaria rectificando algunos de mis aser­

tos. Con el designio de exponer con más

reposo y con la responsabilidad de mi firma

mis impresiones de viaje, compuse una se­

rie de artículos que publicó La Libertad.

Algunos de esos trabajos tampoco agrada­ron a los brasileños.

- XlI-

Este libro se redacta a base de mis cola­

boraciones del diario aludido, con adita­

mentos importantes y con la debida docu­

mentación. En numerosos pasajes me he

servido de la anécdota y de la más suave

ironía; en otros destaca el tono apologético.

No pretendo que ll1is juicios sean acatados

sin réplica, pero sí afirmo que este es el

Brasil visto por mí. La obra presente dis­

placerá a los que sólo quisieran escuchar

loas descomunales. lVIucho me temo que

los brasileños hiperestésicos y nacionalis­

tas se enojen conmigo; pero en cambio es­

pero que los más inteligentes aprecien mI

sinceridad y hasta juzguen benévola mi

crítica.Por otra parte, los espíritus imparciales

habrán de agradecerme que difunda en la

vieja y refinada Europa el Derecho penal

brasileño, expuesto en la última parte de

este libro con objetividad cuidadosa.Todas las páginas de esta obra están tan

- XIll -

serenamente escritas, que ni aun la preocu­

pación del juicio que merezcan en el Brasil

ha gravitado un solo instante sobre ~i esti­

lográfica.

LUIS ]IMÉNEZ DE ASÚA.

San Rafael, a 9 de Julio de r928.

L-<RE VITTüRIO»

Con~ecu.encias de ir urgido.

-Ese buque es antiguo y malo. Es preferibleque aguarde otro.

Quien habla no es sospechoso de crítica contrala Compañía de «Navigazione generale italiana>,que en verdad posee magníficos transatlánticos,como el «GiuIio Cesare», y que acaba de cons­truir una de las naves más suntuosas que transi­tan por el Océano: el «Augustus>. La observa­ción del amigo va guiada por el designio de con­servar el prestigio marítimo italiano, que peligrafracasar en el ánimo de los viajeros del «Re Vit.torio».

Es tal mi urgencia de partir para el Brasil queno escucho el aviso amistoso. Sólo me cuido deprocurarme un camarote individual con el fin desoslayar molestas compañías.

-La respuesta de Barcelona no ha sido favo­rable-me dicen en Madrid los' agentes de laCasa-o No podemos expedirle en este instante

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el acomodo que desea. Pero es lo mismo o acasomejor. Como el buque no es de primer orden irácon poco pasaje y, por menos precio, viajará us­ted solo en un camarote de dos personas. En todocaso, a bordo podrá cambiar su cabina por otraindividual, sin más que el abono de la diferenciade costo.

Me resigno a la eventualidad de viajar con des·conocidos, en la íntima convivencia a que fuerzala angostura de un camarote de buque.

El transatlántico.

Cuando en el puerto de Barcelona contempléel buque que me había de conducir a Río de Ja­neiro, comprendí las palabras de quienes preten­dían disuadirme. El vapor es pequeño, de feocorte y no extremadamente pulcro. Después, almorar en su seno forzadamente durante catOrcedías, pude ratificar mi primer juicio: partículas depolvo cubrían el camarote y la limpieza no con·sumía el tiempo de la servidumbre marítima.

Las cabinas son estrechas y nada modernas.En el mobiliario se aprecian los deterioros de losdías que pasan y el único salón social es pococonfortable. El comedor, en la parte alta de la cu·bierta-al revés que en los vapores ingleses-,ofrecía poco atractivo, con sus mesas demasiado

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grandes, que privan de la ilusión de hotel brinda­da por los transatlánticos modernos. La comidadejaba mucho que desear por su monotonía y elabuso de fiambres. En cambio, el precio estaba ala altura de los grandes navíos. Por navegar eneste buquecito, que no llega a las 10.000 tonela­das, pagué lo mismo que si me hubiese embarcadoen el «Alcántara», botado hace poco por la MalaReal Inglesa.

Esperemos que el estreno de los suntuosos va·pares italianos, ahora construídos, anime a la Comopañía a retirar esos vetustos barquitos que le danmala fama.

En el instante de embarcar solicité del Comi·sario un camarote individual. Mi sorpresa fué ma·yúscula al escuchar la negativa, apoyada en unamaterial imposibilidad: el buque iba lleno. En elalmuerzo, al ver en el comedor la mitad de lasgrandes mesas cubiertas por el obscuro tapete,comprobé que no era cierta la plenitud de la pri­mera clase. Reclamé de nuevo, y supe entoncesque en Génova penetraron elementos secundariosde una Compañía de ópera. Lo exiguo del trans­atlántico no permitió acomodar a todos en segun·da clase) y se les hizo hueco en primera; mascomo el patriotismo impele a tratar a los cona­cionales con máximo favor, no sólo se les mejoróla clase, sino que se les dieron los más conforta­bles camarotes. Lo~ «p.vtr~n;pr""" ~ .. ~ - .. 1.

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mas en España tuvimos que contentarnos con lascabinas restantes, y aguantar de mañana los va·riadísimos ruidos que producían los filarmónicospasajeros. El cantante probaba su voz y los músi·cos ensayaban sus instrumentos. Había un clari­nete infatigable que nos puso a los españoles alborde del Código penal.

El compañero demente y

el camarote inhabitable.

Era inútil reclamar contra el engaño de que fuívíctima. Me resigné a convivir con un desconoci­do y sólo deseaba que no fuese muy molesto. Elazar colmó mis aspiraciones en rotundo viceversa.Cuando llegué a la puerta de mi cabina con elporteador del equipaje, un hombre enjuto y viejo,renqueante y despeinado, me impidió la entradacon su cuerpo. Gesticuló iracundo profiriendo pa­labras ininteligibles y cerró con violentísimo ade­

mán. Fuí en busca del Comisario y le conté taninsólito acaecimiento. Entre el encargado de los

camarotes y el camarero lograron convencer alterco ocupante de que estaba obligado a campar.

tir su albergue con otro morador, y tras de dilata­dísima polémica cedió de mala gana, no sin haber

exhibido múltiples veces un gran cartón en el que

había escrito su derecho a ir solo, puesto que ha-

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bía pagado uha suma elevadísima por su billete.Penetré en el cuarto ocupado por aquel extra·

ño personaje y pude observarle detenidamente.Cojeaba de la pierna derecha y su lenguaje estabatrastornado por la lesión cerebral que padecía.Sobre la cama de mi transitoria posesión, y quehasta entonces estuvo vacante, se exponían nume­rosas acuarelas de tipo esquizoide compuestas pormi compañero de alojamiento. U no de los vasospara el lavado de los dientes estaba mediado deun agua coloreada, denunciadora del destino pic­tórico que hasta entonces recibió. Aquel hombreera un demente y su enfermedad le hacía pocoatractivo para encerrarse con él en la soledad deuna exigua cabina.

La noche fué calurosísima. Al retirarme adescansar, el pintor enajenado dormía ya. El ca­marote semejaba un horno. El «ojo de buey»herméticamente cerrado y el ventilador en repo­so no aliviaban 10 pesado de aquella atmósfera.Puse en movimiento las aspas eléctricas y meacosté. A los pocos instantes, sin hablar palabra,el viejo impertinente, que conservaba puestos suscalcetines, paró el ventilador.

¡Imposible dormir con semejante temperatura!Me revolvía en el lecho sudoroso e inquieto, cuan­do hacia las tres de la madrugada el pintor loco,sentado en la cama, comenzó a hablarme en unidioma incomprensible, del que sólo llegaban a

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percibirse algunas palabras italianas. Luego recu­rrió al francés con igual éxito negativo. La lesióncerebral que afectaba, sin duda, al lenguaje, hacíaininteligibles sus conversaciones. Entonces en·cendió la luz, y provisto de un gran mazo de hojasde papel, comenzó a escribir. Aguardé. Pasó unahora, dos... , amanecía y el sueño me rindió, mien­tras el huésped demente continuaba escribiendo.

Me desperté tarde. El lecho contiguo se halla­ba vacío y sobre las ropas estaban los folios) dosde ellos cubiertos de una escritura desigual, enitaliano, y regular francés, en que por cuatro ve­ces se repetían estas frases: «Mi hermano, arqui­tecto famoso en Buenos Aires, encargado de cons­truir el «Palacio de la Navegación General Italia­na», posee una gran fortuna. Ha pagado por míla cantidad de 3°.000 liras por un camarote conbaño en el «Mafalda»; no pude partir en ese vaporpor causa del pasaporte, que ahora está difícil enItalia, y por eso vengo en el «Re Vittorio»l perotengo derecho a una cabina para mí sólo».

Con el documento acreditativo de su enajena.ción mental, me personé ante el Comisario, recla­mando el derecho a una vecindad pacífica y cuer­da, que no me impidiese reposar por las noches.

Se me trasladó a un camarote en que ya mora­ban otros dos pasajeros: un joven italiano de dis­tinguida familia y gustos aristocráticos que mar·chaba a remediar su ruina económica en las pr6-

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vidas tierras argentinas; y otro mozo argentino,de origen italiano, fabricante de ~vermouths»,

«patatero» y poco comedido en sus expresiones.No eran molestGs personalmente. Pero en el ca­marote reinaba un desorden inaudito. Las ropascolmaban los barrotes de las camas y los respal­dos de las sillas. Las dos angostísimas mesas des­aparecían bajo el imponente arsenal de cuellos,pañuelos, útiles de aseo, etc. Era trágica la bús­queda del calzador o del peine. En aquel camaro­te inhabitable tuve que morar trece largos días.

¡¡Tierra!!

El día 29 de Julio se perfiló la tierra brasileña.Lentamente el buque penetra en la bahía de Ríode Janeiro, la más bella del mundo. La he con­templado de noche, ornada de su collar de perlasluminosas, y con la luz del día. Son dos aspectosde la misma hermosura de ensueño.

Al fin iba a abandonar el barquito incómodo ylos huéspedes poco gratos. Ante el esplendor deRío me sentí penetrado de una bondadosa con­descendencia, y cuando el maítre d'hotel me pre­sentó un libro para que consignase mis impresio­nes de pasajero, creo que llegué hasta al ditiram­bo al enjuiciar la vetusta navecita que me dejabaen las maravillosas costas del Brasil.

H.-RÍO DE JANEIRO

La ciudad de la luz.

En la noche comienzan a destacar las luces yde pronto una larga fila de perlas luminosas seprende sobre el mar. Son las Avenidas que bor­dean las aguas del Atlántico, y, más en el centro,la Bahía de Botafogo. A babor se desgranan lucesmás pequeñas y distantes, que trepan hacia la al­tura. Río de Janeiro aparece quebrando las tinie­blas nocturnas, como la ciudad que-mejor queParís-puede recibir el título de «luminosa». Abordo del transatlántico, el pasaje-esa abigarraday desigual población de los buques-contempladesde el puente y desde proa, como, a imagen delcielo, la tierra se ha tachonado de estrellas. Lalarga cadena de luces, tan iguales y redondas, hasido denominada «el collar de perlas». Vira brus­camente el vapor hacia la derecha y fondea, casisin ruido, para esperar el día y atracar.

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La capital del Brasil.

Río de Janeiro es una de las más hermosas ciu­dades del mu?-do. Emerge de la Bahía de Guana­bara y se halla circundada por montañas de verdeincomparable: el «Pan de Azúcar»-donde se subepor un transbordador colgado sobre el valle-el«Corcovado» y la «Sierra de la Tijuca», de dignaperegrinación para el turista.

El Distrito Federal comprende la ciudad de Río,con todos sus barrios, distritos y arrabales, quemide 1. 1 1 7 kilómetros cuadrados con 1.200.000

habitantes. Industrialmente su importancia es con­siderable; las fábricas de tejidos, cigarros y ciga­rrillos, calzados, sombreros, muebles, perfumería,etcétera, son muy numerosas. La pesca, que daocupación a 10.000 personas, es una de las indus­trias que produce mejor rendimiento.

El comercio de R¡o es activo y se salla en pro­gresión creciente. Las inmensas riquezas del Bra­sil salen al mundo por las puertas de Río y deSantos, principalmente. Este último, sobre todo,es el centro más significativo del comercio delcafé, por donde se exporta el de la región de SanPaulo.

Para el viajero transeunte ofrece Río de Janeiromás que su belleza arquitectónica, la sorprendentemaravilla de su hermosura natural. El hijo de la

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vieja Europa siente la más superlativa admiraciónante su extraña flora, ante sus árboles magníficos,ante sus palmeras altísimas, que se elevan rectasy derechas hacia el cielo.

Un paseo por Río.

Las dos primeras veces que he visitado la ciu­dad de Río, ha sido en fugaces paseos de pasajeroapresurado. La primera a mediados de Septiem­bre, cuando alboreaba la primavera austral, a miregreso de la Argentina, a bordo del vapor inglés«Almanzora»; la segunda en los comienzos del in.vierno brasileño, con una temperatura tan suavecomo la de los mejores meses de Abril y Mayode nuestras tierras. Sin embargo, afirmaban losmoradores de Río, que hacía cuarenta años que. o se habían notado días tan fríos como los de€'ntonces.

Atravesé en automóvil la gran ciudad, sembra­da de lujosos edificios y de tiendas bien surtidas.Por sus aceras anchas y cuidadas caminaban lostranseuntes en abigarrada mezcla de las dos razasque se reparten la poblaci6n brasileña, la negra yla blanca. Más interesado por los paisajes que porla ciudad propiamente dicha, salimos a las playassorprendentes donde algunos bañistas nadabanpr6ximos a la orilla o tomaban el sol tendidos so-

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bre la arena, sin cuidarse de la brisa deliciosa queobligaba al chauffeur que me conducía a ceñirsela bufanda en torno a su cuello.

Siempre al margen de las aguas recorrí prime­ro la Avenida de Beiramar y tras del paso de untúnel, bordeamos otra bellísima Avenida dondese halla la playa de Copacabana, con\un hotel sun­tuoso que recibe ese nombre. Todas estas orillasdel mar están sembradas de innumerables Villas,Chalets y Palacetes, de estilos variadísimos. Si semira cada una de estas construcciones, sería muydiscutible la belleza de estos edificios, de rebus­cado estilo, excesivamente recargados. Aislada­mente sus torres, sus piedras de colores, sus arcosretorcidos, se hallan muy lejos de la estética. Peroen conjunto; contemplados al raudo pasar del au­tomóvil, en el arco que la playa forma y sobre lalujuriante decoración de verdes montañas, estascasitas polícromas armonizan de tal modo con elambiente, que el viajero pasea la vista en tornocomplacido y absorto. Con la imaginación hetransmutado estas «Villas» alegres y absurdas, ennuestras sobrias casas castellanas y nuestros sen­cillos Chalets vascos, y estoy cierto de que en estepaisaje tropical los severos estilos españoles rom­perían la armónica belleza del conjunto.

Cuando ahora arribé a las c~stas brasileñas, con­servaba vivo el recuerdo de aquel paseo por Río.Con afán propicio deseaba ratificar mis provisio-

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nales juicios laudatorios. Durante mes y medio hecontemplado esta ciudad maravillosa, en que seaparejan en sorprendente hermosura, la bahía, lamontaña y el caserío. He observado con ademánbenévolamente crítico. Del miraje físico e intelec­tual han surgido estas notas.

Por la índole del tema, esta parte de mi ensayoviajéro ha de ser primordialmente informativa.Pero está en mi designio no escribir una guía delturista. El lector no hallará en mis párrafos un ca­tálogo completo de calles, edificios públicos, par­ques y teatros. Los folletos que editan los gran­des hoteles cumplen este menester subalterno,que yo desdeño ahora.

Los relatos de viajes interesan por 10 que des­cubren del espíritu del narrador, más que por la

fidelidad de las descripciones. Pasados los capítu­los panorámicos me cuidaré más del comento quede la información.

Historia de Río de J snelro.

La ciudad de Río [undóse por Estacio de Sá en1567. Iba en misión bélica, por encargo del Go­bierno portugués, con el objetivo de expulsar a losintrusos aventureros que ocupaban la bahía desde1555. En uno de esos combates Estacio de Sáperdió la vida, no sin echar las bases de la capital

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brasileña. La antigua corte del Imperio del Brasilrué insalubre en grado superlativo; y hasta la pro­clamación de la República, el 15 de Noviembrede 1889, la permanencia en su recinto distabamucho de ser agradable. Bajo el mando del Pre­sidente Rodrigues Alves empiezan los trabajos demejoramiento, y el Prefecto de la época, Francis­co Pereira Passos; así como el gran sabio brasileñoOswaldo Cruz, logran dotar a Río del aspecto degran urbe que ahora posee.

Pero la pr~ncipal seducción de esta ciudad sinpar no le ha sido procurada por urbanista algu­no. Es la Naturaleza, con su fantasía lujuriaJ;].te, laque ha donado a Río su magia incomparable.

Las canes y los barrios.

La Avenida de Río Branco es la calle centralque atraviesa la ciudad de Norte a Sur, poniendoen comunicación con el puerto sus centros másvitales. El más cuidadoso esmero se percibe enlos detalles más nimios y sus aceras están incrus­tadas de mosaicos de color, de gusto un tanto lla­mativo. La gran Avenida, que tiene una extensiónde 1.800 metros, exhibe edificios suntuosos, entrelos que descuellan el Palace Hotel y el Teatro Mu­nicipal, de recargado lujo.

La calle más dotada de tradiciones es la Rua

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Ouvidol, trazada en el siglo XVI y que fué la másimportante hasta los primeros años de la Repú­blica. Por su angosta calzada pasea la gente al atar­decer, en horas en que se interrumpe la circula­ción rodada, como en la calle de Florida, de Bue­nos Aires. Lo mismo que en la capital argentina,me asombró en Río esta moda inexplicable, quelleva a las gentes a transitar por vías estrechas en

.vez de elegir para sus mundanos esparcimientosotros lugares más espaciosos y de panorama mássugestivo.

El barrio más aristocrático de Río de Janeiro esel de «Botafogo», que ocupa la vertiente Sur del«Corcovado», entre esta montaña y la ensenadade aquel mismo nombre. Saliendo del centro dela ciudad y antes de llegar a «Botafogo» se extien­de el barrio del «Cattete», donde se encuentra elPalacio del Gobierno.

Cuando se mora en Río por algún tiempo, pa­sada la impresión primera, se perciben defectosurbanos que los «cariocas» procuran corregir conimpaciencia. Al llegar de los barrios altos en tran­vía, el vehículo eléctrico se para en un cerro en­

clavado casi en plena ciudad. Es preciso descen­der por inseguras escaleras de madera y entre tie­rra removida. Pero lo curioso es que el parajecasi alpino no se halla a gran distancia de la ciu­dad engalanada de luces profusas y adornada deaceras de mosaico, sino que se encuentra a pocos

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pasos de la Avenida de Río Branco. El transeuntetopa inmediatamente con los grandes edificios y loshoteles suntuarios, cuando aún conserva en sus sue·las el barro del cerrito en trance de demolición.

Las Avenidas.

Las Avenidas de Beira Mar y Atlántica consti­tuyen uno de los mayores encantos de Río. Laprimera, ornada de jardines, sigue el litoral desdela ciudad hasta la ensenada del barrio aristocráti·ca y tiene 5.000 metros de larga. Salpican su tra­zado playas de contorno gracioso, como las deRussel, Flamengo y Botafogo. Más hacia el Sur dela Praia Vermelha se extiende la de Copacabana,donde se ha edificado un Hotel y un Casino degran lujo, que están ahora muy en boga en todaSuramérica. El paseo marítimo se prolonga en laAvenida Atlántica que muere en Leblon, dondelas faldas de los montes comienzan a empinarse.

Cuando anochece, las Avenidas inmensas se cu·bren de luces de leve tonalidad lechosa prestadapor los globos que resguardan y decoran la ampo­lla eléctrica. Si desde la eminente situación del\< Pan de Azúcar» se contempla el momento en quelas Avenidas se iluminan, el espectador maravi·lIado imagina una misma llave gigantesca queprende al unísono los miles de focos.

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Anécdota policíaca.

La gran ciudad de Río está atendida cuidado­samente por sus empleados municipales y policía­cos. La circulación, no muy congestionada, se re­glamenta con acierto, y los servicios ciudadanosno ofrecen defectos de volumen visible. Acaso lapolicía carioca peque de lentitud yen su designioasegurativo tal vez se exceda en celo custodio.¿Será permitida una anécdota que trasuda ironía?

Regresaba de pasear una noche de esas de tipocarioca, serena y transparente, en compañía deun Abogado argentino, con quien ligué amistadcordialísima, cuando al trasponer la calzada, casifrente al Palace Hotel, donde tenía mi albergue,oímos gritos de estentoreidad tropical. Un com­pacto grupo rodeó en el acto a un automóvil enmediano uso, del que hicieron descender por lafuerza al negro conductor, que agarraba el volan­te. Se trataba de un conocido aventurero, hartoaficionado a la propiedad ajena, que había tenidoel mal propósito de robar el vehículo. El negroladrón se defendía con cierta comicidad de lasagresiones, y, al instante, los que pugnaban poratraparle le dejaron enteramente desnudo. Ungolpe más certero le tendió desvanecido en ti<;rray sus perseguidores le acurrucaron junto a un árbol

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de la Avenida. Eran las once de la noche y huboprecisión de variar la ruta de los carruajes, puesla masa compacta del gentío no podía ser pacífi­camente hendida. Pasaron largos minutos, y extra­ñadísimo de que no se tomara providencia algunacon aquel infeliz que exhibía con descaro no im­putable sus obscuras carnes, interrogué a los máspróximos curiosos. Se me dijo que se esperaba al«carro forte», que había de conducir al arrestado.El paciente aguardar fué divertido por un estruen­doso petardo que algún transeunte bromista in­trodujo entre los espectadores del incidente. Losguardias y policías nada hicieron en procura deldinamitero de sainete, que causó terrible pánicoa muchos de los del corro, temerosos de que elnegro desvestido estuviera provisto de un arma,milagrosamente oculta hasta entonces en los re­pliegues de su desnudo. Al cabo de cerca de unahora el coche celular arribó imponente y hermé­tico. Entre guardias y espontáneos ayudantes fuéencerrado el ladrón en la cárcel semoviente. El«carro forte) arrancó entre clamorosas voces,partidas de su seno, que movían a risa más quea piedad.

El episodio me hizo meditar al trasponer lagran puerta del Palace, que las urbes de más nue­va planta y de aspiraciones modernas, brindan aratos espectáculos más cómicos que los ofrecidospor ciudades modestas y vetustas.

IIL-EL CONTORNO DE RÍO

La ciudad se tiende en la costa) al amparo delas montañas perpetuamente verdecidas) y pene­tra) contorneal1do alturas, por las faldas de monotes de vegetación intrincada y tropical. Los alre­dedores de Río son de una magnificencia exótica,que sobrecoge al europeo, cuya pupila no está ha­bituada a contemplar cotidianamente paisajes detan tierna hermosura.

Durante mi estancia en el Brasil he recorridocon afán peregrino los más clásicos lugares de ex­cursión: el «Pan de Azúcau) el «Corcovado» y la«Sierra de la Tijuca», que los «cariocas» muestrancon auténtico orgullo.

Un paseo por las afueras.

Al término de las playas inmensas vira el co­che a la izquierda y sube ligero una cuesta suave.El camino se abre en medio de dos paredones deroca que destila frescos arroyos. El aire) al pasar)

nos trae sobre el rostro gotas de agua que manande la montaña. Plantas y árboles se entrecruzanen lo alto con eterno verdor. Se despeja el cami·no, y allá abajo un vallecilIo con una casita ro­deada de flores como sangre, sujeta la pupila enadmirada fijeza. Sube el coche y el mar y las ori­llas, cubiertas de vegetación, brindan la más se­ductora perspectiva.

A la izquierda del camino nos detiene un letre­ro grabado sobre la piedra: ((Viad ueto del ReyAlberto». Por una escalera que se dispersa en va­rios tramos de distinta dirección, se baja a lasgrutas. Desde la sombría humedad de sus anchaspiedras se abarca la perspectiva soberbia delvalle, cuyos tonos verdes limitan con el verdeazulado del mar que, a su vez, confina con el puroazul del cielo, manchado por tres nubes blancas yuna, más transparente y ligera, de leve tonalidadrosada.

El tiempo ha corrido sin sentir. Es tarde. Des­ciende deprisa el automóvil, acelera su marchaen el llano, bordea otra vez las Avenidas marinasy atraviesa el poblado.

El «Pan de Azúcar».

Es forzada ascenSlOn para el turista, inclusopara el que atraviesa la ciudad entre los ronoui·

dos del motor de un automóvil, urgido por lapartida del buque que le conduce a otras playasy que atracó horas fugaces al costado del muellebrasileño.

«O Pao de Assucan se yergue atrevido a laentrada de la bahía, y su forma acusa el aciertoque se tuvo al bautizar la montaña. Su escala­miento sería empresa ardua; pero un ferrocarrilaéreo hace asequible la aventura a los menos pro­vistos de condiciones alpinas. La estación se hallaen la «Praia Vermelha», y el viaje se verifica endos etapas. Desde el punto de partida, el vagón,suspendido de potentes cables de acero; se trasla­da a la montaña (Urca», de poco más de 200 me­tros de altura. Y a desde esta eminencia se dominaun panorama sugestivo, que el curioso no se en­tretiene en descubrir, porque le acucia la impa­ciencia de ganar el cono superior. Otra vez el co­checito, pintado del color de la esperanza, se des­liza reptante por los cables solidísimos en máspino escalamiento. Al cabo de unos minutos secorren las puertas del bamboleante artefacto y lasgentes que lo ocupan se hallan en el «Pan deAzúcan, a 400 metros sobre el mar de cambian­tes tonalidades, que se instala inmenso en el con­torno.

El paisaje, superlativamente atractivo, tieneuna hora propicia: el atardecer. Los dos aspectosde la bahía v de la ciudad-el diurno y el vesper-

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tino-brindan su belleza. Tras la muerte del sol,pasado el rápido crepúsculo del trópico, las lucesdel poblado comienzan a encenderse, espaciadaslas prematuras, más al compás las postreras. Depronto, a coro luminoso, se alumbran los focosde las Avenidas. Las aguas quedan bordeadas deluz. Río de Janeiro se. ha puesto su «collar deperlas» fosforescentes, que los pasajeros de lasnaves transeuntes contemplan maravillados.

El "Corcovado".

El monte más conspicuo que atalaya Río, es el«Corcovado», de 697 metros de altura. La cómo­da ascensión en ferrocarril de cremallera es yapor sí sola una fiesta de plantas y de árboles ex­traños. Palmas y palmeras de variadísimo pergeñosorprenden al que sólo tiene costumbre de con·templar la sobriedad de la flora europea. El trenfinaliza en el alto; pero aún es preciso trepar porescaleras roqueñas a la eminencia máxima. El díaque yo emprendí la excursión, el sol estaba vela­do. Esperábamos que alguna de las vertientes,limpia de nubes, nos permitiese otear el horizon­te. Fué infausta nuestra suerte: la niebla, que sólo aratos hendía su espesor, nos impidió apercibir elpanorama, de espléndida hermosura a juicio de losconocedores. Aquella tarde no se levantó el telón.

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"Tijuca".

La Sierra 'de la Tijuca, ornada de bosques es­pléndidos, es el más bello retiro de la capital bra·sileña. El nombre, dulcemente pronunciado porla suavización de la jota, según el habla portugue.sa, no desentona del paraje que designa. La ~Cas­

catinha», a cuyo pie la industria de Un fotógrafoalemán ha buscado coyuntura, da fondo sugesti­vo, con las frescas caídas de sus aguas, a la vege­tación espesa y entrelazada de verdores de diver­sa cromática. El viajero hace altos en la «VistaChineza» y en la (Mesa del Emperador», para re­crear la pupila en la viviente cinta de la bahía ma­ravillosa.

Si se quiere culminar el deleite, debe retornarsedesde «Tijuca» por la «Gavea» y entonces habre­mos hecho un viaje redondo por la serranía flumi­nense. La majestuosa Avenida Niemeer, tallada enla roca, sobre los mares, nos devuelve a la dudad.

La excursión a Tij uca ha destacado de la dor­mida intimidad de mis recuerdos un gracioso en­gaño de que fuí víctima. Cuando visité Río en lasurgidas horas de una escala de barco, el año 1925,contraté un automóvil para recorrer la villa. Cuan­do el coche finaba las avenidas marinas, me pro­puso el chauffeur el ascenso a la Tij uca.Acepté,

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condicionando el paseo a la necesidad de reco­brar el buque antes de una hora. Hoy sé que enese tiempo es imposible la excursión serrana yque por el camino que llevábamos acaso sería fac­tible iniciar el paseo de la «Gavea», pero jamás elde <Tijuca», que está precisamente en el otro ex­tremo. Bien seguro el conductor de mi inocencia)hizo subir el vehículo por una rampa suave, noshundió en una floresta de infinito verdor, y trasde decirnos que nos hallábamos en Tijuca, virórápido, descendió graciosamente raudo y nos dejóen el muelle, casi junto al vientre del navío, quelanzaba el clamor sordo de su sirena en anunciode marcha.

Este episodio picaresco no envuelve reproche.En París, en Berlín, en Madrid yen todas las gran­des ciudades, el cochero y el chauffeur diagnosti­can sin titubeos al forastero malamente informado,que paga la novatada. El nuevo rico y el «isidro»sórdido se indignan; el viajero que ha conocido yamuchos países se sonríe ante esta muestra de cos­mopolitismo y de solidaridad internacional entrelos conductores de carruajes.

IV.-SAI~ PAULO y SANTOS

Ciudades y cam·

pos brasileños.

Lamento cordialmente que mis faenas académi·cas me retuvieran en Río y que la breve vigenciade mi permiso, remachada por la caducidad delpasaporte, no me permitiesen penetrar en el inte­rior del Brasil. El rigorismo de un capitán, novicioen aquella línea, me impidió incluso conocer al re­greso las ciudades del Sur, frente a cuyos puertosse detuvo el buque que me condujo a España bre­vísimas horas, en que no se permitió desembarcaral pasaje de tránsito. Bahía y Pernambpco no sonpara mí más que nombres, detrás de los que sólose yerguen representaciones imaginarias y «sau­

dades» vagorosas.El Presidente del Estado del Amazonas me in­

vitó a remontar el gran río hasta Manaos. Es aca­so la excursión más interesante y la más superla­tivamente hermosa. Pero se emplean quince díascuando menos y mi urgencia en regresar a Espa-

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ña me privó de esas emociones viajeras que espe­ro vivir alguna vez.

Además de Río de Janeiro, sólo pude visitarSan Paulo, durante una semana, y Santos, dondepermanecí reiteradamente algunas horas. De lacampiña tropical brasileña lo único que contempléfueron los alrededores de Río y el camino de serra­nía que une a San Paulo con Santos. Bien sé queesos campos por mí vistos están muy lejos de ca­racterizar la tierra brasileña. Aún pervive la quejapor no haber podido maravillarme en sus selvasintrincadas y únicas. Me prometo desquitarmepronto.

Mi cuaderno peregrino sólo contiene breves no­tas de las fugaces permanencias en San Paulo yen Santos. Hélas aquí:

San Paulo.

Gran ciudad, rápidamente construída, que, vi­niendo de Río, cobra un aspecto más europeo. Yconste que no adjetivo ahora con designio de su­peración, sino más bien con intenciones de subra­yar el máximo encanto de la capital brasileña quepara los hijos de la vieja Europa brinda sorpresasde paisaje que San Paulo no posee.

La visité bajo días de lluvia pertinaz y con tem­peraturas que exigiéron el abrigo, que en Río per~

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maneció guardado en el fondo del cofre. Paseé rá­pidamente sus calles y sus parques, y en mi re­cuerdo, algo borroso, se entremezclan la Pra<;;a daSé, el Viaducto do Chá, el Museo Ipiranga, elParque Anhangabahú y tantas otras rúas y monu­mentos.

Del universo íntimo de remembranzas que elBrasil ha depositado en mi memoria destaca lavisita que hice en San Paulo a la Penitenciaría delEstado, un) de los mejores establecimientos car­celarios del mundo, del que hablaré páginas ade­lante con la merecida prolijidad.

El Instituto Butantan.

También me dejó huellas inolvidables el Insti­tuto Butantan. Ignoro si habrá en otros lugaresdel orbe algo parecido. Para mí tiene el prestigiode ser único. Un gran parque cuidado y tropical.Dos edificios de sencilla fábrica. Nada llamativoen su apariencia. Pero en grandes cuadriláterosde los jardines de pergeño inocente, con fronterasacuáticas y paredes no muy altas, pero rectas einescalables, se albergan las variedades de serpien­tes más venenosas que cobijan las selvas de Amé­rica y de la India. En otro sector del parque setienden al sol ejemplares de ofidios inofensivospor su mordedura, perQ aterraqores por su volu­rpen y longitud.

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~'"Un hombn:Vpulcramente cubierto con bata

blanca, tocado de· nítido gorro y protegidas suspiernas por fuertes polainas de cuero, nos mues­tra la terrible clientela del poético jardín. Con unavara, provista de un gancho de hierro, extrae a lasculebras de sus chatos domicilios de piedra. Lasserpientes de cascabel, irritadísimas, hacen sonarlos crotales de sus colas con un ruido sordo yprecipitado de amenaza. Muchas se dirigen alagua que señala la zona limítrofe del paraje acota·do y nadan por la superficie sin que su enojo seaplaque. El joven que nos guía está tan familiari­zado con los ofidios más temibles que no da im­portancia a sus ademanes ofensivos. Para mos­trarnos las armas venenosas de una serpiente decascabel, la toma por la cabeza y la abre la bocacon pericia tan segura que aleja toda eventualidadde accidente.

Pasamos después al edificio donde se exhibenpiezas representativas de lesiones en los hombres,oriundas de serpientes y arañas, y de enfermeda·dades cutáneas de repugnante aspecto. Muchosejemplares de batracios, reptiles y aracnidos, di­secados o flotantes en frascos llenos de líquidospreservativos, se alinean en las vitrinas. En cajasde cristal habitan algunos sapos vivos, cuya ofen­siva es mortífera para el hombre, y arañas gigan­tescas, negras y peludas, tan fuertes y voracesque se alimentan de pequeñas culebras. Un?,. de

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las especie-s de arácnidos, y no la de aspecto másterrorífico, es tan venenosa que su ponzoña mataa un adulto en veinticuatro horas.

No se piense que el Brasil ha construído esteInstituto sin plural con fines curiosos y exhibicio­nistas. El propósito no puede ser más laudable ylos resultados superan toda esperanza por ambi­ciosa que fuese. Era elevadísimo el número degentes que perecían en el Brasil víctimas de lasagresiones de esa fauna venenosa. El Instituto Bu­tantan prepara sueros de específica índole o decarácter polivalente que han salvado numerosasvidas. El transeunte de las selvas, merced a lasampollas milagrosas, atraviesa los bosques sin losriesgos de antaño.

De San Palllo a Santos.

Por ferrocarril el viajero atalaya desde las ven­tanillas un paisaje de ensueño, perpetuamenteverde, prestigiado por palmeras variadísimas; peroes más pintoresco seguir la ruta de automóvil.

La carretera es muy accidentada y la vertientede descenso es tan rápida que debe emplearsemáxima precaución para impedir accidentes degraves consecuencias. Los brasileños han sembra­do el camino de avisos en qu'e se previene el ries­go. Entre graves e irónicos repiten en grandes

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letras, aupadas en carteles que bordean la pen­diente, esta leyenda presidida por una calaveraasentada sobre dos fémures cruzados:

~Cemiterio particular en baixo da serrapara automobilistas imprudentes>.

El excursionista sonríe ante el primer letrero;al cuarto o quinto se pone grave; al décimo supli­ca prudencia a su chauffeur.

Desde un alto, casi ya junto a Santos, se divisala gran playa de la ciudad porteña, de soberbiacurva, elegante y dilatada.

Santos, que es una ciudad comercial de primerorden, por donde el Brasil expide al mundo lasriquezas de sus cafetales, me pareció un pueblotriste, bajo la luz artificial escasa y pálida. Bien escierto que mis ojos estaban todavía deslumbradospor la luminaria eléctrica de Río de Janeiro.

,..V.-COSTUMBRES BRASILENAS

Con licencia ...

Terminada la parte meramente descriptiva demi viaje al Brasil, el espectador asume una res­ponsabilidad más personal. La visión de ciudadesy paisajes se presta poco a ser deformada por lamente del viajero; pero cuando se penetra en elrelato de las costumbres y de la vida cultural yjurídica de los pueblos, el parecer del comenta­rista puede alejarse de la realidad y, sobre todo,del juicio que los nacionales del país tengan for­mado de sus hábitos políticos y de sus grados decivilización.

He sido huésped de los brasileños durante mesy medio. Los grupos intelectuales me hicieronobjeto de atenciones superlativas; la Facultad de

Derecho de Río de Taneiro y el Instituto de Abo­gados me nombraron miembro honorario de sus

claustros, y en esos cuarenta y cinco días tuveque desplegar actividades de índole científica ysocial agotadoras. Las finezas, cordialmente agra­decidas, no aminoran mi designio de imparciali-

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dad; pero las limitaciones de tiempo y la necesi·dad de moverme en áreas un poco clásicas y con·sagradas por la misión que me llevó a las costasbrasileñas, hacen, forzosamente, que mis observa·ciones sean por demás refutables, de índole pro­visional y sujetas a revisión. He de hablar, portanto, del Brasil queyo he visto.

Permitidme, señores brasileños, que explayemi criterio íntimo, y no os precipitéis en demasíaa enmendar supuestos yerros de mi parte. Hastamí han llegado confusas noticias de que no fueronde vuestro agrado las parcas censuras, apenasperceptibles entre frases de gratitud y encomio,que dirigí a la cultura jurídica de vuestro pueblo.Parece que me achacáis además inexactitudes enel aprecio hecho de vuestra pintura y de vuestrapoesía. No olvidéis que esas impresiones fueroncaptadas por periodistas en interviús concedidasa mi arribo a España, que el repórter tiene facul·tades para transcribir lo oído con formas propiasque donen más interés periodístico a la narración,y que al escribir nombres escuchados de viva vozno se puede exigir un orden y una ortografía co­rrectos, sobre todo cuando, como ocurre en mi

caso, la sobra de quehaceres impide al interroga­do revisar las notas del periodista (1). Es frecuen ..

(l) La il1terviú de El Heraldo de Madrid, hecha porJavier Fernández Mata, apareció bajo el título de El

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te en vuestra tierra escuchar: «Calma en el Bra­sil». ¿Queréis hacer honor a vuestra frase, aguar­

dando a leer lo que ahora escribo con la respon­sabilidad de mi firma al pie? Enojaros después simis palabras son acreedoras a la indignación.

Civilización histórica.

En algunos países americanos de lengua espa­ñola, que poseían una cultura precolombiana apre­ciable-como México, Per6, Bolivia-parece ini­ciarse un retorno al pasado. En mis viajes alPer6 he podido notar esa corriente, que en cier­tos sectores intelectuales se ha hecho tan aguda,que valoran la civilización incaica con criterios deestimativa desmesurados. No faltan quienes de­sean hallar su fondo racial más allá de su ascen­dencia española y creen que el tipo de civiliza­ción característico de su raza debe buscarse enlos primitivos habitantes de su suelo. Otros, mástemplados, se contentan con una alianza de lo in­caico y de lo colonial, en procura de un estilopropio. Los ensayos arquitectónicos que se han

Brasil tal como lo ha visto un Profesor español, el día 14

de Octubre de 1927; la de La Gaceta Literaria, hechapor Francisco Ayala, se publicó con el título de Ll1sRaids Literarios. Brasil.. ida y vuelta, el día 15 de Oc­tubre de 1927.

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hecho en tierra peruana son dignos de estima.Aunque en los inmensos territorios del interior

del Brasil sobrevive una enorme cantidad de po­blación aborigen, los brasileños no pueden retor­nar sus ojos al pasado con los mismos afanes queMéxico y el Perú, porque el grado de civilizaciónhistórica de sus primeros pobladores no alcanzótan alto rango de desenvolvimiento. En el Museode Río de Janeiro se custodian curiosos adornosde pluma, toscos instrumentos de caza y pesca yartificios primitivos de industrias familiares. Sólola región de Matto Grosso, lindante con Bolivia,produjo interesantes vasijas de barro, decoradascon originalidad.

Se ha constituído no ha mucho en el Brasil elgrupo de los «bandeirantes», que posee fuertestendencias nacionalistas y que mira con simpáticapreocupación los restos de su pretérita culturaindia. El Club que han fundado en Río está deco­rado con motivos inspirados en los dibujos de losvasos y telas de Matto Grosso. Pero los brasile­ños saben que no pueden encontrar en sus primi­tivos estratos bases suficientes para construir unacivilización original y se afanan en asimilarsecuanto de Europa llega. Francia ejerce en litera­tura y ciencia un influjo dominante.

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La vida social.

El brasileño es el prototipo de la cortesía. Ce­remonioso en su trato, gusta de emplear calificati­vos solemnes y tiende a magnificar personas y ca­lidades. La herencia portuguesa ha dejado eserastro. Mesurado en la crítica sólo se desborda enla censura contra los Gobiernos, y el lenguaje pu­lido y benévolo falla en la prensa política, quellega a extremos de violencia, detonantes en aquelambiente dulce y sosegado.

El suave paso de Monarquía a República nodejó en el ánimo de las gentes rencores contra elImperio. He presenciado en el Brasil un episodioque difícilmente puede darse en otro pueblo derégimen republicano. En una solemnidad habidaen el «Instituto de Abogados» de Río, el Presi­dente, desde su sitial de eminencia, saludó con eltítulo de Alteza a D. Pedro, el nieto del Empera­dor Pedro II, que como un particular cualquieraasistía a la ceremonia; y en la Penitenciaría deSan Paulo he visto un retrato del mismo persona­je, encuadrado en un marco elegante.

La vida de sociedad guarda costumbres selec­tas que se han perdido en España y que dudo seconserven en Portugal: Jos salones literarios, enque damas de abolengo o caballeros próceres re·

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ciben a sus amistades para escuchar una confe­rencia o aplaudir a un artista. Merecen recuerdolos hogares de la señora Jerónima Mezquita ydel Senador Azeredo.

Un aspecto de la vida social, el pato16gico ytemible, lo constituyen los crímenes. Cada razatipifica su criminalidad con un género concreto.Los delitos de sangre predominan en el Brasil.El técnico no pudo acallar sus deseos de pesqui­sa científica por falta de cimientos para su estu­dio: me fué imposible obtener las oportunas esta­dísticas. Los delincuentes brasileños fueron ama­bilísimos conmigo y exacerbaron sus actividadesdurante la época de mi permanencia en el Brasil.Los diarios no dejaron de apercibir este fenóme­no, subrayando que jamás se había matado conmayor frecuencia, ni más terrible brutalidad. Has­ta un émulo de aquel desconocido ]ack, el des­ventrador de mujeres de Londres, operó por en­tonces en tierras brasileñas con un nombre sono­ramente castizo: Febronho Indio do Brazil.

Ese ascenso de la criminalidad no dejó de ser­me imputado. El fino periodista vValdemar Ban­deira, en una crónica transida de exaltados elo­gios, afirmaba que el placer de escucharme dise­car el caso excitaba los impulsos delictivos.

Otro aspecto del vivir social lo ofrecen las di­

versiones de los pueblos. Las del Brasil merecencapítulo aparte.

VI.-BRASIL SE DIVIERTE

Cosmopolitism o

y un iformidad.

El planeta se está poniendo definitivamente in­habitable y el viajar s6lo brinda las molestias deltraslado en trenes o buques. Después de una tra­vesía de dos o tres semanas encontramos costum­bres semejantes a las que dejamos en la Europacaduca. Nada ha uniformado tanto a los pueblos

como sus diversiones mundanas. Hombres enfun­dados en sus fracks o smokings y mujeres mal cu­biertas por elegantísimos vestidos tenues y bre­ves, monotonizan al peregrino de nuevas sensa­ciones que contempla como espectador las tierraspor que transita. Los trenes de lujo, los Palacessuntuosos, los Casinos provistos de su ruleta, haninternacionalizado el mundo, y en Deauville y enMantecado, en el Cairo y en Río de ]aneiro, sedivierten las gentes de iguales maneras. Al ladode esa constelación humana de diplomáticos, de­portistas y nuevos ricos, que habla una jerga a

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base de modismos afrancesados y locuciones bri­tanizantes, el viajero curioso puede observar eseotro mundo parasitario de tahures, prostitutas yestafadores distinguidos, que ruedan por la vidasin saber en qué país nacieron. En el más remotoconfín de la tierra, con tal que se yerga un Palacecómodo y un Casino tolerante con el azar, vere­mos rostros vagamente conocidos, los mismos oanálogos a los que a muchos miles de kilómetroscontemplamos hace tiempo. Seres casi abstractos,espacial y cronológicamente indefinibles.

Pero si el transeunte ahinca su mirada y calahondo en sus investigaciones, no le será difícilpercibir, por bajo del uniforme mundanismo, no­tas típicas, capaces de caracterizar a un pueblo.La especialidad que puede hendir la costra unico­lor y monorrítmica, tiene que ser harto tenaz yperforante, por eso la singular manera con quelas gentes se divierten en un rincón terrestre,nos da, mejor que en otros órdenes vitales, superfil distintivo.

El Brasil mata sus horas ociosas como el restodel mundo; pero el brasileño brinda a la miradaaguda del observador perseverante, ciertos estilosde esparcimiento, aficiones y modos determina­dos, que acusan su personalidad.

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Teatros y cinematógrafos.

En América no ha nacido aún el Teatro Na­cional. En próximos párrafos Gomentaré la litera­tura y el arte brasileños y entonces se juzgarán losrecientes esfuerzos de hombres selectos, encami­nados a nacionalizar las letras. Esa ausencia dearte dramático en el Brasil hace que las compa­ñías extranjeras monopolicen los espectáculos. ElTeatro Municipal, majestuoso y lujosísimo, bastacomo albergue para los comediantes de inmigra­ción. Los otros locales en que se representan co­medias o revistas, apenas son dignos de recuerdo.Ese género vistoso y alegre, importado de París yde Norteamérica, ha sido recibido con gesto en­tusiasta en las ciudades brasileñas, y las artistasnacionales, con el gran poder de asimilación delas mujeres, se exhiben ya en las revistas conigual gracilidad que las francesas y yanquis, aun­que con menos desenfado y un poquito mástela.

El brasileño, que ama la música y paga grandesprecios por escuchar la ópera en el Teatro Muni­

cipal, cuyo recinto guarda ecos de las voces de losmás conspicuos cantante::;, no muestra tan marca­das aficiones por la comedia y el drama. Pirandellosólo excepcionalmente vió colmados los palcos y

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butacas; eran más las tardes y las noches en quesus personaj es hablaban en un teatro casi despo­blado.

El cinematógrafo vive en el Brasil con aires deconquistador indiscutible. Muchos locales entre­veran las cintas con números de varieté: artistasespañolas, la mayoría ignoradas en nuestro país,y alguna cantante argentina, que desgrana sustangos milongueros, alternan con hombres y mu­jeres de otras nacionalidades y con los héroescosmopolitas de la pantalla. Hay cinematógrafossuntuosos y las películas más famosas llegan a Ríocon celeridad extrema. Yo he visto en Agostode 1927 Jllms, que hasta cuatro o cinco mesesdespués no se han p~oyectado en Madrid.

La frecuentación del espectáculo mudo, en queno hay hábito de aplaudir, hace que el brasileñono sea fácil a sonar palmas. No es un público in­diferente, sino poco ruidoso. Recuerdo que en losprimeros días de mi estancia en Río, ví bailar auna muchacha española, desconocida en nuestrosescenarios. No extrañé el recibimiento de los es­pectadores cariocas, ni los parcos aplausos conque fué epilogado su trabajo. Pero después, nosin asombro, oí elogios superlativos a la españoladanzante, que actua1t>a en el Brasil con francosuceso.

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Los grandes Hoteles.

De los albergues de Río, todos cómodos y al­gunos hasta económicos, destacan tres grandesHoteles: el Gloria, el Palace y el Copacabana. Elprimero es el más prócer, el segundo el más mun­dano, el tercero el más elegante.

El Palace Hotel es el vértice de los de su tipo,y su bar, de seis a siete de la tarde, es la bolsa dela alta prostitución internacional que opera enRío. Las proxenetas concurren con su joven mer­cancía y la desenvoltura de esas terceras, no siem­pre viejas y desagradables, es por demás extra­ordinaria.

Pero no queda confinado en el bar el centro decontrataciórt del placer. Todo el Palace está comosaturado del ambiente que irradia de sus bajos.En el piso superior está instalado el restaurant,de soberbia perspectiva y de esmerado servicio.Tanto se cuidan los hoteleros del recreo y bien­estar de sus huéspedes, que todo el sector de laderecha e3tá plagado de mesitas individuales,donde, espaldas al muro y cara al público, sitúanlos maUres d'hotel a las mujeres jóvenes que ha­bitan sin compañía, y frente a ellas, separados porel espacio preciso para que transiten los comen­sales y sirvan los camareros, en otras filas de me- I~"·~,~!

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sas pequeñas, asientan a los hombres solos que,mientras comen, reciben las sonrisas de las pro­picias vecinas.

Copacabana es el Hotel del ocio, edificado enla playa, de donde toma nombre el albergue, quehospeda a las gentes más ricas y donde numero­sos argentinos acaudalados hallan distracción yclima suave en el dulce invierno brasileño. Aldorso del Hotel se halla el Casino. También exis­te un uniforme para estos recintos del juego. Suscolumnas de escayola pintlda, su tapicería carac­terística, sus mesas de verde paño y sus emplea­dos de rostro inalterable, son iguales en todaspartes. En el Casino de Copacabana las mujeresjuegan a la ruleta, que es, por excelencia, entrete­nimiento femenino. Las posturas distan de laaudacia y no hay tragedias en aquellos salones enque el aire marino penetra como una caricia.

La tolerancia típica de estos sitios se subrayaen Río de Janeiro. Junto a la señora del diplomá­tico, y al lado de la dama más encopetada,empuja su ficha la «entretenida» y la mujer pú­blica. En el «Dancing» del Casino, donde se cele­bran los banquetes más elegantes, danzan hombroa hombro al lado de las más distinguidas señoras,las pupilas de los rendez-vous.

Por eso no eran precisos en Río de ]aneirootros sitios de baile y tolerancia. No es raro, portanto, que los cabarets cariocas sean lugares de

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máximo aburrimiento y de una tristeza colindan­te con Jos velatorios.

Las «entretenidas».

El Brasil es el paraíso de las mujeres. Criaturasinsignificantes, que arrastrarían miserable vida enEspaña, Francia, Italia o Alemania, logran éxitocrematístico en la capital o en las grandes ciudadesbrasileñas. Las joyas y los perfumes deslumbranla vista y casi trastornan el olfato. Los brillantesdel Brasil, grandes y amarillentos, se han converti·do en el atributo de la cocota, que añade uno a sudedo a medida que asciende, como los militaresprenden una estrella más en su bocamanga. Yohe visto en el anular de una mujer cuatro brillan­tes descomunales, de esa tonalidad icterícica, en­garzados a pares eA dos sortijas, que extravasabanpor los dedos contiguos con notable falta de ele­gancia.

La vida de las «entretenidas} ofrece una parti­cularidad remarcab1e. El brasileño es superlativa­mente educado con las mujeres; pero el hombre

que ha traspuesto los treinta años y que logró si­tuarse socialmente por la conquista económica,que es el más aristocrático marchamo en Améri­ca, no osará, aunque sea soltero o viudo, presen­tarse en público con su amante. La hospeda en

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los mejores Hoteles, pero ella come sola en unapequeña mesa, mientras él almuerza y cena soli­tario en el mismo comedor a pocos metros de suquerida. En el Casino de Copacabana, la mujerjuega a la ruleta en un paño, mientras su dueño yseñor hace sus posturas en otro tablero. S610 laalta noche los reúne. De este género de vida, enque la hembra colma sus caprichos más costosos,sin dejar de sentir la barrera que la separa delhombre que la paga, nace un rencor irracional dela amante al propietario que únicamente reclamasus derechos al llegar el silencio nocturno.

Por eso el Brasil no s610 es el paraíso de lasmujeres, sino de los hombres poco respetuososcon los convencionalismos sociales.

VIl.-LA POLITICA

Características de la

política americana.

Precisemos la frase. En la Argentina, en el Uru·guay, en Cuba, en el Perú, en los países todos dela América hispánica, es frecuente escuchar estaspalabras: «recepción de la Embajada amen·cana... »>;

« ..• la riqueza de los amerícanos... », etc. El argen·tino o el cubano designan así a los J'mzquis, comosi ellos no perteneciesen también al Nuevo conti­nente. Para ellos, americano es sinónimo de nor·teamericano. Para nosotros, los hombres de Espa­ña, Norteamérica está menos próxima a nuestraspreocupaciones y cuando decimos americanos sehace directa alusión a los pueblos oriundos deltronco ibérico. Así, pues, al escribir ahora comorúbrica de este párrafo: «Características de la polí.tica americana), me refiero exclusivamente a lascostumbres públicas de las naciones transatlánti·cas de habla española y portuguesa. Y basta depreámbulo. I

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Los pueblos de América padecen la políticamás como enfermedad que como beneficio. Salvola Argentina y el Uruguay, en donde las normasdemocráticas han adquirido una estabilidad paten­te y cuyos hábitos públicos revelan modos ej em·pIares, la política americana es poco estimable. Enlas postrimerías de cada mando presidencial seaperciben apetitos desordenados, de los queaguardan el turno, y desmanes de poder de quie­nes lo están aún ejerciendo. Todo Presidente-sal­vo loables y parcas excepciones-abandona supuesto entre el descontento general, no sin anteshacer esfuerzos ilegales para prolongar su presi­dencia. El reciente magistrado superior adviene alcargo con los más rectos propósitos. Anuncia quesu política será democrática, moralizadora, respe·tuosa con los preceptos constitucionales. En loscomienzos de su período dirigente lo cumple conescrúpulo loable y las esperanzas de las gentes seprenden ansiosas en el régimen nuevo.

Pero después... Los disturbios surgen, las cam­pañas recomienzan. Otra vez el Presidente y susMinistros se acogen a la tiranía para asegurar suvida política. Y lueg0... ¡vuelta a empezar! En Amé·ca, los Gobiernos que alborean democráticos, ter·minan en dictaduras.

Otra característica paradógica, pero fácilmenteexplicable: En el Nuevo Mundo de lenguaje ibéri·ca, las faenas políticas ahuyentan a los mejores, y',

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sin embargo, el político está ornado del más su­bido«poder social», como ocurre en España.Agudamente lo subrayaba no ha mucho José Or­tega Gasset.

La contradicción que parece residir en el hechode que gentes poco estimables en sÍ, disfruten, noobstante, de gran predicamento social, se deshacesi recordamos lo que acaeCÍa en España hasta haceun cuarto de siglo. El más humilde menestral es­taba pendiente del gesto de los políticos turnatl­tes. Cuando caían los liberales y triunfaban losconservadores-o viceversa-media España, quevivía cesante, obtenía puestos y la otra mitad, quehasta entonces había desempeñado empleos, en­traba en la desgracia. Desde el cargo de Directorgeneral hasta el de modesto cartero, todo el ser­vicio se renovaba con la política.

En la mayor porción del continente americanoen que se habla lengua ibérica, ocurre esto toda­vía, y ello explica que el hombre público, despre­ciado en el fondo por venal e impreparado, ateso­re, en cambio, una superlativa cantidad de podersocial.

La política en el Brasil.

El Brasil presenta, a través de su historia polí­tica, algunas de las características mentadas, si

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bien los levantamientos que aquejan otras porcio­nes de América nq son tan frecuentes en su suelobenigno.

Si entendemos la palabra política en su más altosentido, política hizo Oswaldo Cruz, política sani­taria de la más noble estirpe, que mudó la faz deRío, transformándola en una villa higiénica. Polí­tica hizo Olavo Bilac, con su patriotismo encendi­do. Política hizo Ruy Barbosa, que clamó, fuera detodo cargo político, contra los Gobiernos de sunación. Pero también han hecho política los hom­bres que desde los puestos responsables han hipo­tecado el Brasil a Norteamárica, que paulatina­mente va adueñándose de la economía de buenaparte del Nuevo Mundo.

Algunos de los Presiclentes brasileños han ejer­cido su magistratura con ademanes tiránicos. Re­cuerdo que en una revista teatral que se repre­sentaba en Río de Janeiro en los meses de mi vi­sita, se exhibió un cuadro en que un anciano pa­triota mostraba a su nieta los retratos de los queejercieron la Presidencia de la República. Laspróceres efigies aparecían en el gigantesco álbumy el abuelo comentarista dedicaba a cada uno delos personaj es unas frases de censura o de alaban­za. Cuando tocaba el turno al Dr. Bernardes, an­tecesor del actual Jefe del Estado, la hoja del granlibro no presentaba los trazos fisonómicos delPresidente ido, sino una mano descomunal tinta

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en sangre y el viejo relator giraba bruscamente lapágina. La última correspondía al presente y es­taba en blanco.

Su~Excelencia\rVáshington Luis Pereira da Sou­za, que empezó su mandato bajo las más favorablesespectativas, comienza a escribir la página blanca.En uno de sus párrafos tendrá que figurar la nuevaley que, con pretexto de luchar contra el comu­nismo, pone en peligro la libertad de la Prensa.

La Prensa brasileña

y la reciente ley.

En uno de los anteriores capítulos de este rela­to viajero que estoy componiendo, hice ya constarel violento tono con que la Prensa política com­bate a sus adversarios. En el pulido ambiente decortesía que reina en el Brasil, suenan como explo­siones los ataques apasionados y las frases durísi­mas con que los peri6dicos critican a los gober­nantes. ¿No será el afán de anular a los enemigos,más que el miedo pueril a las presuntas propagan­das de Rusia, el motivo cierto de la ley que se dis­cutió en el Congreso durante los días de mi per­manencia en Río de Janeiro?

daLdoe~ ~;~~~~~a~~:~~~::~~:s~~~~:al~a:~:i:~~ 1'.•••,•.•.,..,•...·

tículos del vigente C6digo penal y algunos párra.,. •

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fas de la ley de 17 de Enero de 1921. El arto 2.°

de la nueva disposición dice así: «El Gobiernopodrá ordenar la clausura por tiempo determina­do, de Agremiaciol)es, Sindicatos, Centros o Sacie·dades que incidan en la práctica de crímenes pre·vistos en esta ley o de actos contrarios al orden,moralidad o seguridad públicas, y ora operen enel extranjero o en el país, prohibirles la propagan­da impidiendo la distribución de escritos o sus­pendiendo los órganos de publicidad que se pro­pongan esto, sin perjuicio del respectivo procesocriminal» .

Es decir, que gubernatz'vamente será dable elcierre de Sociedades y la suspensión de periódi­cos, cuando el Gobierno juzgue en peligro el «or·den), la «moralidad» o la «seguridad» públicas.¡Qué frases más peligrosamente vagas! Los pro­pios gobernantes serán quienes llenen de conteni­do estas fórmulas sonoras, pero vacías, y al amoparo de esa moral, de esa seguridad y de ese ordenindefinidos, podrán deshacerse de los diarios malconformes con su política.

Ignoro el uso que el Gobierno de WáshingtonLuis habrá hecho de estas armas tan afiladas. Yono sé de persecuciones injusbs y tal vez sea aven­turado preverlas; pero lo esencial para todo hom­bre de formación jurídica es el hecho arbitrariode poner a la Prensa bajo una amenaza inconcretaactuada por las manos del Poder ejecutivo.

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Nacionalismo y Patriotismo.

El Brasil, como todo pueblo joven, es profun­damente nacionalista. Por eso no es disparatadaprofecía augurar próspera vida al llamado grupode los «bandeirantes», que postula un nacionalis­mo político y social de dilatadas aspiraciones.

País mozo, siente la patria con gestds desmesu­rados y con una sensibilidad hipertrófica. En esarevista que se representaba en los teatros cario­cas, ví aplaudir con frenesí un cuadro por demásromántico. El del anciano desterrado, que en 'lafrontera, desde la que percibe las tierras natales,muere envuelto en la bandera de su país, mientrassus camaradas se disponen a cubrir el cuerpo iner­te con la tierra brasileña expresamente porteadaen un saco para tan piadoso menester.

Viejo europeo, no supe conmoverme con la lú­gubre pantomima.

VIIL-LA CULTURA BRASILEÑA,

Y EL INFLUJO ESPAÑOL

Las influencias culturales.

La América de raíz ibérica está sometida a in­flujos culturales de otros pueblos: Francia y losEstados Unidos se reparten el predominio cultu­ral de los países latinos del Nuevo Continente. ElPerú y sobre todo Cuba, sienten las huellas de losamericanos del Norte por su mayor proximidad;en cambio la Argentina y el Brasil guardan en suliteratura y en su ciencia improntas marcadísimasde la civilización francesa.

El brasileño culto conoce los libros franceses yhabla el idioma de la «dulce Francia» con raraperfección. La fonética le es asequible en gradosumo, pues el sonido de su eh y de su j preparaal habitante del Brasil el rápido aprendizaje de lapronunciación francesa. Muchas palabras galas es­maltan el idioma portugués del carioca elegante ylas damas brasileñas alardean de conocer la lengua

ASÚA 4

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de nuestros vecinos pirenaicos con igual atilda­miento que su propio léxico. Y todo ello a pesarde la enorme inmigración tudesca que adquiereinmortalidad literaria en el famoso libro de Gra<;;aAranha, Iierras de Canaán.

Francia, que tiene bien organizada su propa­ganda, ha creado organismos de intercambio culotural con las Universidades del Brasil, enviandoanualmente varios profesores de sus centros do­centes y recibiendo cortésmente a los universita­rios brasileños. El Catedrático francés no abando­na la reclame de su Nación, de toda su Nación yde las innúmeras actividades de sus pobladores.Tras del conferenciante técnico, que no siemprecuida de la profundidad de los temas, el modisto,el comerciante y el cosechero franceses, estánparapetados con sus modelos de última moda, susperfumes exquisitos y sus vinos gratos al paladar.Muchos Catedráticos franceses llevan al Brasil, másque una misión rigurosamente científica, una con·signa política y un propósito, nada censurable, deque la exportación comercial de su patria aumen·te en volumen y calidades, al amparo del auge quecobre en los espíritus brasileños la ciencia deFrancia. Estoy muy lejos de censurar esta política,y, hasta si queréis, me parece certera. Yo, comoProfesor, solo diré que mis excursiones de confe­renciante estaban desprovistas de la preocupación

comercial.

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Penetración española.

He comprobado, con sorpresa gratísima, eneste viaje al Brasil, el prestigio que gana en aquelinmenso pueblo la literatura y la ciencia de Espa­ña. Personalidades destacadas del mundo de lasletras, no sólo leen a maravilla nuestra lengua,cosa harto fácil sin demasiado estudio, sino quela hablan correctamente, con pausado acento ysuave pronunciación. El Rector de la Universidadde Río de Janeiro, Dr. Manoel Cicero Peregrinoda Silva, aprendió el castellano en un viaje alPerú (1) y siempre conversaba conmigo en espa­ñol, al igual que el Presidente del Instituto deAbogados, Dr. Rodrigo Octavio. El Director delDepartamento de Enseñanza, Dr. Aloysio de Cas­tro, Médico cultísimo, domina también nuestroidioma, y, aunque no llegan a poseerlo con tantaperfección, profesan tendencias hispanistas conacendrado entusiasmo dos Médicos de fama sóli­da: el Dr. Fialho, Decano de la Facultad de Me-

(1) A su regreso de las tierras peruanas dió el doctorivTanuel Cicero una interesante conferencia en el Insti­tuto Histórico y Geográfico, relatando sus impresionesviajeras. Véase el folleto: Uma viagem ao Perú (LimaArequija e Cuzco). Río de ]aneiro, Imprensa Nacio­nal, 1926.

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dicina, y el Dr. Julio Novaes, al que, por sus pre­ferencias endocrinológicas, llaman los cariocas el:Marañón brasileño.

Pero entre los hispanófilos del Brasil merececita subrayada el joven ensayista y crítico SylvioJulio. Es tal su corrección en el habla españolaque tuvo que asegurarme su nacionalidad brasile­ña para que no le tomase por un compatriota.Con reiterada insistencia, que nos obliga a impe­recedera gratitud, ha publicado libros en que sevalúa la obra literaria de nuestros escritorlZs demás relevancia. Son dignos de especial recuerdosus volúmenes densos y apretados: Estudos his­pano-americanos, Río de Janeiro, Librería españo­la, 1924, y Apostólicamente, Río, Casa de Cervan­tes, 1926 (1).

La simpatía por lo español se difunde entre lasgentes del Brasil con paso acelerado. El gran cro­nista Waldemar Bandeira ha escrito en los diarioscariocas: «España es nuestra manía». Hoy los li­

bros de ciencia española se estiman sobre los ve­nidos de PortugaL El brasileño profesa menos res­peto aún al país de origen que el argentino a Es­paña. De varias bocas he oído esta exclamaci6n,que transcribo sin el menor asomo de menospre­cio a los portugueses, que son del mismo fondo

(1) También merece mención su obra Ideas y Comba- l·•..:.•...

tes, edicao da <l:Revista de lingua portuguesa~, 1927. .•

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racial que nosotros, y la copio como simple cons·tatación de un estado de ánimo injustamente des­pectivo: «¡Ojalá hubiéramos sido colonizados porespañoles!»

La colonia española no es poderosa ni excesi·vamente culta, sobre todo en la capital. A pesarde ello no ha descuidado la propaganda de los va­lores del espíritu y ha fundado una Sociedad conel título prócer de «Casa de Cervantes», donde decuando en vez se exponen conferencias en queparticipan personajes del Brasil. La Junta, en quefiguran nombres de brasileños conspicuos, estádirigida por uno de los españoles de más prepa­ración cultural, el Sr. Sánchez Góngora, Doctoren Ciencias.

BI héroe del libro espaftol.

La penetración del libro español tiene un héroecuyo nombre importa a nuestro patriotismo re·cardar con rendidos ademanes. A su esfuerzo te·nacísimo y desinteresado se debe esta hispanofi­lía literaria y científica que hoy cunde en elBrasil.

Es un librero malagueño, Samuel Núñez L6pez,enjuto y vivaz en su aspecto somático, optimistay bravo, con la bravura del hombre de esta cen­

turia, poco propicia a las hazañas de espada, que,

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se reemplazan por empresas de actividad pacíficademandantes de tanto coraje y decisión como laspretéritas. Hace cuatro siglos, Manuel Núñez hu­biese marchado a América con coraza y enseña;

hoyes librero y sus batallas se empeñan tras elmostrador, y en vez de la lanza tremolan libros

en sus manos.

Núñez López conversaba una tarde, hace yaaños, en un café andaluz con sus paisanos. El tema

de la charla amistosa recayó en las remotas tierrasbrasileñas, y uno de los co"ntertulios lamentóse

de que no se vendieran nuestros libros en el Bra­sil. «Porque no estoy yo allí», dijo lapidariamenteSamuel Núñez. Rieron la petulante exclamaciónlos oyentes y ... Núñez López embarcó para elpaís exótico. Llega al puerto con un modesto car­gamento de obras españolas, y como carecía derecursos para montar una librería, guareció susvolúmenes en un rincón que le fué cedido de

prestado. Núñez López no se arredra ante las di­ficultades y acude al más extraño expediente para

propagar su artículo impreso. En la Aduana yacíaabandonada una partida de encendedores mecá·

nicos y Samuel la adquiere a un precio bajísimo.Se informa del nombre y domicilio de algunos

brasileños dedicados a las letras y a la ciencia y

se persona, con poca ceremonia, en las casas de

los futuros compradores de libros. Pero no lesofrece el producto intelectual, sino el industrioso

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mechero. U nos lo compran y otros lo rechazan.Núñez insiste siempre y vuelve para informarsedel buen funcionamiento del aparato. Con su ha­bla ceceante y su sonrisa bondadosa confiesa quesu oficio es muy otro y pone bajo los atónitosojos del comprador del mechero un libro espa­ñol. «Esta, ésta es mi profesión verdadera, señor.Yo soy librero». Le objetan que los libros españo­les no interesan, que en el Brasil se leen las obrasfrancesas; pero Samuel no desmaya. Vende bara­tísimo; regala tomos y folletos. El científico brasi­leño halla interesantes aquellas páginas y es élquien busca entonces a Núñez. Los libros de Es­paña comienzan a venderse. Núñez López exultade alegría. Abre una tienda pobre, reCllrre luegoal préstamo, e instala, al fin, en la calle de 13 deIvraio, la «Librería Española», con su muestra unpoco chillona, donde campean los colores nacio­nales.

La trastienda es el hogar del hispanismo brasi­leño. Allí se congregan Fialho, Novaes, SylvioJulio, Waldemar Bandeira. Allí recala todo espa­ñol transeunte aficionado a las letras. Núñez ayu­da a los hispanos visitantes, canta la fama de los

huéspedes españoles en exaltadas apologías, ponea contribución sus amistades en el periodismopara que el éxito bese las frentes del conferencian­te o del escritor compatriota. En aquella tiendano se venden más que libros españoles, y si alguien

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osa aconsejar al propietario que nutra sus estantescon obras extranjeras para acrecentar las ganan­cias, Samuel .responde con una sola mirada casipulverizante y vuelve el dorso con gesto olímpico.Samuellleva muchos años en el Brasil y habla pé­simamente el portugués. jSamuel es un héroe!

Pero los héroes atraviesan en su vida instantesde crisis, y Samuel pasa por días difíciles. La con­solidación de la moneda brasileña ha producidouna baja de los «reis» y el mayor costo del libroespañol retrae al comprador. Núñez López no hapodido saldar sus compromisos con los editoresde España y pide nuevos plazos para hacer suspagos. Un mensaje firmado por los hombres demás eminencia del Brasil clama porque este libre­ro heroico no luche solo contra la adversidad pre··sente y circunstancial. A su empresa de fino pa­triotismo debemos cooperar todos. Mi pluma pro­paga hoy su viril grito de auxilio.

IX. - LA LITERATURA Y EL ARTE

La poesía y la novela.

En los pueblos del tronco ibérico abundan lospoetas. Recuerdo que en mi viaje al Perú en lagrata compañía de Julio Camba, escuché de suslabios irónicas anécdotas de inimitable graciasobre esa superproducción poética de los jóveneshispanoamericanos. El Brasil, con su dulce idio­ma y su joyante naturaleza, es tierra propicia paralos vates. La poesía brasileña está profundamentetransida de sensua~ismo, y con su justa visión de­cía D. Marcelino Menéndez Pelayo que en losversos brasileños se apercibe un constante batirde caricias.

U no de los poetas más conocidos en España esOlavo Bilac, que ejerció grandísima hegemonía enel Brasil y que tuvo plurales imitadores. Se lellamó el «príncipe de los poetas» y ha sido cata­logado entre los parnasianos por otro brasileño:Duque Estrada (1); pero acaso sería más justo in-

(1) Véase su conferencia A poesia no Brasil en Revis­ta de la Universidad c/(; Buenos Aires, Mayo de 1946.

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c1uirle entre los románticos. Sus sonetos líricosson fáciles y sentidos. Los modernos no gustanya de él, pero todavía alcanza suceso entre suscompatriotas. El gran prestigio de la figura de Bi­lac contribuye a que sus libros circulen con fortu­na, acaso no igualada por los demás poetas de sutierra. 1\0 ha mucho que los brasileños acudían almonumento que perpetúa su memoria cargadosde flores y de recuerdos saudosos.

Románticos también son Gon<;;alves de Ma­galhaes, Gon<;;alves Dias, Alvares de Azevedo,José Bonifacio, Laurindo Robello, Casimiro deAbreu, Pedro Luiz, Fagundes VarelIa, Tobias Ba­rreta, Castro Alves. Entre los parnasianos debenser mentados Luiz Guimareas, Machado de Asís,Luiza Delfina, Alberto de Oliveira, RaymundoCorrea, Luiz Murat, Vicente de Carvalho y Au­gusto de Lima. Citemos dos simbolistas: Cruz deSouza y Félix Pacheco. De las poetisas, destacacon justo renombre Gilka.

Menotti del Pichia es autor de versos en que elpensamiento se cincela en frases pulidas. En Laangustia de Don Juan da una versión del donjua­nismo que coincide con la figura del Don Juan delNorte, aquejado de la imposibilidad de hallar la

amada arquetipo.La novela está influída poderosamente por el

gusto francés. Algunos nombres descuellan con

propio estilo y temas autócatcm05. Los libros de

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Grac;;:a Aranha son recios, modernos, y los cua­dros locales tienen un perfume exótico, que pren­de al europeo en extraños encantos, De entre to­das sus obras emerge Tierra de Canaán, la máslograda. Coelho Neto en su CerNio, que va a servertido al castellano, nos brinda también páginasde estirpe brasileña. Con audacia se yergue enaquellas blandas regiones, perpetuamente verde­cidas, la encendida figura de Fabio Luz, ácrata yrevolucionario de ideas, y que, como todo hom­bre de izquierdas--en las derechas predomina elhígado y, por tanto, la acritud biliosa-, es dulce,generoso, amante de los niños, a los que ha dedi­cado conmovedores libros. Ensayista y crítico,domina en su obra la novela y el cuento: JVovellas,ldeologo, Os e1Jzancipados, Vírgem-Maí, ElíasBarraó y JVunca.

El vanguardismo literario.

Una parte de los vanguardistas que conocí meparecen de relieve escaso. Esos movimientosaudaces tienen a su frente poetas y prosistas desuperlativa valía, yen su torno comparsas de imi­tadores de nula originalidad y de gusto dudoso.En la mayor parte de América el vanguardismoestá copiado de Francia y de España, salvo algúncaso de indudable personalidad. Estas nuevas es-

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cuelas parecen facilísimas de imitar y son tentad o­ras para los espíritus vulgares que desean atraerla atención pública. Pero nada más estéril que elremedo de la gracia cuando el espejo es tosco. Losvanguardistas del coro sólo copian los renglonessin rima y el desfile de palabras impresas en esca~

Iones.Con frases breves, por demás dogmáticas, como

correspondía a una entrevista de periódico, dijealgo parecido a mis amigos de La Gaceta Litera­ria. La síntesis de mis impresiones, recogida conpremura, apareció el 15 de Octubre del pasadoaño, ocasionando algunos petardos contra mis pa­receres. Giménez Caballero, que dirige la Revis­ta bimensual, recibió una carta pretendidamentecorrectora de mis supuestos yerros. Estos pá~

rrafos de ahora sirvan de archicumplida respues­ta al Sr. ~lodovaldo }I. 11ariondes, autor dela epístola. Me reprocha que enjuicie a los van­guardistas sin citarles. Subsano ahora, con másespacio ante mí, lo que hubiera sido quiméricoen la columna escasa de La Gaceta Literaria.Me parece lo menos expuesto a error reproducirel pertinente párrafo de la carta del Sr. Marion­

des: «Hay en el Brasil, desde 1920, un movimien­

to intelectual paralelo al de todas las vanguardiasamericanas y europeas. Un grupo de escritores...viene desde esa fecha agitando y dando vida ala

literatura brasileña con libros, revistas, conferen.

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cias, artículos que pueden parecer de mal gusto aAsúa, de la misma manera que el superrealismo oel expresionismo. Pero no era lícito, a pretexto demal gusto, substraer al examen del público espa­ñolla acción y las obras de escritores como JoaoRibeiro, Gra~a Aranha, Oswald de Andrade, Ma­nuel Bandeira, Mario de Andrade, Antonio deAlcantara Machado, Guillermo de Almeida, Ro­nald de Carvalho, Tristao de Athayde, Rubens deMoraes, PEnio Salgado, Augusto Meyer y AlvaroMoreyra, para no hablar sino de los más conoci­dos». ¡Complacido, señorl

Por mi parte, quiero aüadir algo más. Algunosde esos nombres, y otros que no se citan por Ma­riondes, merecen mi reverencia. Ronald de Car­valho es un fino cronista elegantísimo. Tasso daSilveira, con sus poesías y sus ensayos de van­guardia, renueva el ambiente literario con golpesde su timón audaz. Andrade Muricy está, comonadie, al tanto de todo lo moderno. Nestor Víc­tor aclimata el simbolismo en las tierras tropicalesy ejerce influjo poderoso en la juventud artísticaele su país.

En la sociología modernista destaca con sus

cinco o seis volúmenes apretados, Vicente LicinioCardoso, y, por su cultura filosófica, merece re­cuerdo Jackson de Figueiredo, al que sólo meatrevería a poner como reparo su catolicismoagresivo, que enturbia la serenidad de sus obras.

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La Prensa.

Los periódicos brasileños, de traza principal.mente política, no han lag: .ldo la talla gigantescade los diarios argentinos. Bien es cierto que una

ciudad como Buenos Aires, cuenta con menos

hojas diarias que otras villas menos pobladas,pero lo que ha perdido en número lo ha ganadoen calidad: La Prensa y La Nacian representanel más extremo alarde de periodismo.

En Río se publican demasiados diarios y no esraro verles vivir precariamente con frecuentescambios de dueño y director. Cito, al correr de laestilográfica, los periódicos cariocas que recuerdo:Jornal do Commercio, Jornal do Brasil, A ManhLiCorreio d¡'l J1anh/i, Gazeta de Noticias, A Esquer­da, O Globo, A Noite, O Jornal, etc., etc. Algu­nos de ellos, como el Jornal do Commercio, in­auguró recientemente colaboraciones literarias ycientíficas de escritores nacionales y extranjeros.

Lo apuntado en comentario comparativo, estámuy lejos de sonar a censura. El carácter batalla­dor de los diarios brasileños, la viveza de su prosa

y la audacia de su crítica, atrae mis simpatías contirones más fuertes que las hojas de las grandesempresas, forzosamente prudentes y sobrado aca­démicas.

En Río se imprimen algunas Revistas ilustradasque acreditan perfecciones gráficas en el país.

La oratoria.

A los oradores brasileños, al menos a los queyo he oído más reiteradamente, les debo la gratí­sima sensaci6n de haber vuelto a mis años infan­tiles, cuando los discursos y conferencias eranuna pedrea de tropos e imágenes, lanzada entregritos y manoteos descompuestos. El orador gran·dilocuente, altisonante y un poco vacío, gran ar­tífice de metáforas estent6reas, un mucho actor ala vieja usanza en gestos y actitudes, sigue tenien­do en el Brasil gran suceso de masas. Confesemosque, a pesar del predominio de la oratoria piro.técnica, empieza a hablarse ya en las tribunas bra~

sileñas en un tono menor, más insinuante y con·tenido. Hay conferenciantes ausentes de tropica­lismo, correctos de palabra y nutridos de ideas.Auguremos el triunfo de su estilo y el definitivofenecimiento de la vieja manera oratoria que tan­to emocionó a los hombres de ayer.

La pintura.

Visité en Río el «Sa16n oficial de la Escuela de

Bellas Artes». Aql.lÍ me es imposible envolver en

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cortesías la impresión desoladora que me produ­jeron aquellos lienzos académicos en sumo gra­do, lamidos, fastidiosos. Todo pintura de tipo es­tampa y del peor estilo. Había unas «Tentacionesde San Antonio», que de cierto· acaban con laecuanimidad del Santo, pecador seguro no porlujuria, sino por iracundia, si llega a contemplarsu imagen. Recuerdo unos angelitos de alas ten­didas, a los que sólo faltaba el alambre del clorsopara parecer figuras de barro en un nacimientopobre.

También aquí el Sr. Mariondes se interpone consu palmeta propicia: «Muy por encima de las re­compensas oficiales yde las Academias-dice-unpequeño grupo de artistas van construyendo lapintura brasileña: Tarsila de Andrade, Anita Mal­[atti, Di Cava1canti, Oswaldo Goeldi, Ismael Nery,Antonio Gomide, Vicente Rego Monteiro, Alber­to Cava1canti, Van de Almeida Prado. Y en cuan­to a la escultura, menos cultivada, se resume enun gran nombre: Víctor Brechereb. Otra vez estácomplacido el Sr. Mariondes, que hace una ob­servación certera: los salones oficiales son siem­pre así en todas partes: académicos y enfadosos.Exacto. Ya lo confesé antes de recibir la cartaimpugnadora. En el Heraldo de lVfadrid de 14de Octubre del año 1927, decía en la entrevistaque me hicieron sus redactores: ~Cabe suponerque la pintura brasileña no tiene, en realidad, ese

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exponente que yo ví. Tampoco el arte plásticoespañol se refleja en sus exposiciones nacionales».

A pesar de estas generosas reservas, no puedoolvidarme de que nada logré con reiteradas súpli­cas, tendentes a que me fuese mostrada algunaexposición de artistas más modernos y audaces.O los pintores brasileños-a pesar de ser lasaíson en Río-peregrinaban por otras tierras, ono me alcanzó la fortuna de que, en aquella época,hubiese cuadros preparados para el público. Detodos modos, el hecho de tolerar en un Salónoficial las cosas que allí colgaban de los muros,denota poca sensibilidad pictórica en los brasile·ños. En todas partes esos certámenes oficiales ca­recen de valor; pero en parte alguna ví nada másdeplorable.

AsúA. 5

X.-EL DERECHO

La cultura jurídica.

En las entrevistas tenidas por mí con redacto­

res de El Heraldo y d e La Gaceta Lita aria, va­rias veces mentadas en el curso de estas páginas,usé de superlativa franqueza, concretando mi opi­nión sobre la cultura jurídica de la gran Repúbli­ca suramericana en una frase comparativa: ~me

parece mucho más bajo su nivel que el logradopor la cultura médica». Este juicio está comparti­do por numerosos abogados brasileños que reco­

nocen la mejor formación técnica de los médicosdel país y se traduce en realidades incontroverti­bles. Mientras la Facultad de Medicina posee un

inmueble suntuoso en un paraje encantador de la

Praia Vermelha, junto a la montaña Urca, la Fa·

cultad de Derecho se alberga misérrimamente en

un caserón deplorable de la calle del Cattete. Peroel enjuiciamiento sobre la cultura jurídica brasile·

ña no lo he basado únicamente en estos motivos

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arquitectónicos, sino en más íntimas causas queimporta en esta hora subrayar.

Me acusa el Sr. Mariondes, en la carta citadaal tratar de la literatura y el arte brasileños, quehe mencionado algunos nombres de jurisconsul­tos eminentes en una mescolanza inaceptable, yarguye que no debí basar sobre esa observaciónimperfecta un fallo tan rotundo. Como el mismocortés impugnador anota, yo recordé entonces alazar apellidos de Profesores y Letrados que ve­nían desordenadamente a mi memoria. Ahora eneste trabajo podré, con más espacio y mejorsistema, catalogar valores y extenderme en misapreciaciones, sobre todo cuando trate del Dere­cho penal en el Brasil. El error del amable comu­nicante radica en tomar como criterio definitivolas apresuradas impresiones de una entrevista deperiódico, que yo no redacté. Mantengo, sin em­bargo, mi parecer de que la cultura jurídica bra­sileña no ha conseguido trepar a niveles altos.

Esto no quiere decir que las tierras brasileñasno hayan parido jurisconsultos de talla conside­rable, muertos ya unos y vivos todavía muchos deellos. La existencia de cumbres esporádicas noempece para clasificar un extensísimo suelo entrelos de tipo bajo en referencia al mar, y la ausen­cia de montañas altas no obsta para que un terri­torio se eleve muchos kilómetros sobre las aguasmarinas. Inglaterra, que 'puede ostentar poquísi..

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mas tratadistas de Derecho de fama universal,tiene máxima sensibilidad jurídica, y otras nacio­nes, con riquísima serie de próceres juristas, ca­recen de respeto para sus leyes vigentes.

Por desmedido que sea el patriotismo del señorMariondes, no me convencerá de que en su paísexiste una emoción jurídica tan fina como en ,laGran Bretaña, y que sus Facultades de Derechopueden ser paradigmas académicos de envidiableciencia y de exquisita técnica. De labios de losmismos estudiantes he recogido lamentacionesacaso exageradas, pero en las que existe sin dis­puta un fondo de verdad irrefragable. Más quenegar y conformarse con la mediocridad ambien­te, importa reconocer los defectos y poner urgen­te remedio.

Nombres destacados.

Sería ambición desmesurada pretender catalo­gar con designio exáustivo los nombres de los ju­risconsultos brasileños de fama extendida. Si talosase, la bien probada susceptibilidad brasileña

originaría reclamaciones de los aspirantes a la in­mortalidad. Baste, pues, el recuerdo de apellidosindiscutibles y constantemente invocados en elBrasil con máxima reverencia.

A. ]. de Freitas, autor del Código civil, que se

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difundió por Suramérica con superlativos presti­gios y que tuvo repercusión en la República Ar­gentina, debe ser recordado con respeto por losestudiosos del Derecho privado.

Ruy Barbosa, alta celebridad de la abogacíabrasileña, que no puede ser citado por sus com­patriotas sin que su nombre vaya en compañía de

'" adjetivos resonantes, fué un hombre de amplísimacultura, orador fascinante y crítico implacable dela política de su país. Como suele acaecer conmuchos cerebros en perpetua actividad, era supe­rior a las obras que dejó escritas. Su producción,dispersa en volúmenes y folletos, se circunscribea conferencias y discursos, en los que abundan losde bellísima factura.

Tobías Barreta, del que he de ocuparme máslargamente, al tratar de los escritores de Derechopenal, está considerado en su tierra como precur·sor de nuevas concepciones técnicas.

Un ejemplo de máxima fecundidad ofrece Al...machio Diniz, Abogado de nota, al que acasoperjudica su enciclopedismo jurídico. Si hubiesecentrado más sus incansables actividades, acasohubiera conseguido pleno dominio teórico en unaespecialidad jurídica. Con todo es uno de los ju­ristas más interesantes.

A mi juicio, el mejor jurisconsulto brasileño con­temporáneo es Clovis Bivelaqua, civilista profun­do, hombre modesto y de probidad científica in.

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tachable. Ha comprendido que estos tiempos, enque las técnicas de cada rama del Derecho hancobrado volumen imponente, son poco propiciosa la enciclopedia, y salvo alguna esporádica in­cursión en la Criminología, todos sus libros, selec­tos y densos, tratan de problemas de Derechoprivado.

Entre los jóvenes Profesores de la Facultad deJurisprudencia carioca, destaca con singulares me­recimientos Edgardo de Castro Rebello. Su espíri~

tu inquieto remueve el pacífico ambiente dema­siado académico de aquel Claustro de Catedráti·coso Por estar enterado de la marcha legislativade la Rusia soviética, se le tacha de comunista.Los estudiantes le rodean con cálidos afectos yjustas admiraciones, mirando en él uno de los es­píritus más henchidos de futuro con que cuentala Universidad brasileña.

Cierro el breve repertorio de juristas del Bra­sil, advirtiendo que seré más prolijo al ocuparmeespecialmente de los estudiosos y tratadistas deDerecho penal. No es innecesario, en vista de lahiperestesia brasileña, confesar que las omisionesen que he incurrido, sin duda, son oriundas o de

falta de espacio o de desconocimiento y olvido, yque no se deben al deseo de erigirme en crítico

intolerante de los jurisconsultos brasileños.

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Los Tribunales en el Brasil

En los días postreros de mi estancia en Río mefué mostrado el Palacio de Justicia, que sin exce­sivos lujos ofrece comodidades bastantes y decora­do de buen gusto. Presencié una sesión del «Tribu­nal delJurado»y otra del «Tribunal Federa1».Anoté en el funcionamiento de este último una pecu.liaridad digna de comentario. Los votos de los nu­merosos Magistrados que le constituyen, se emi­ten, razonan y discuten a presencia del público,que colma la severa sala cuando el problema esapasionante. Este sistema de publicidad máximaes indicio de afanes democráticos, acreedores aencomio, y tiende a evitar fallos injustos y votosguiados por el favor. Pero tiene en contra de laimparcialidad a que aspira, un factor de peso con­siderable. Si el asunto debatido es de grande im­portancia yel público se aferra a uno de los cuer­nos del posible dilema presentado, la votaciónhecha en mitad de un ambiente rumoroso y coac­tivo, puede estar ausente de espontaneidad.

La enseñanza del Derecho.

En r823 se inició en el Brasil el Proyecto decrear dos Universidades: una en San Paulo y otra

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en Olinda, pero se frustró el intento al disolversela Asamblea constituyente de manera viol-enta.En 1825 el Marqués de Valencia instauró un curoso jurídico en la Corte, sin que lograse vivir, ysólo el 11 de Agosto de 1827 se dió realidad a laidea, firmando el Vizconde de San Leopoldo elDecreto creador de los cursos de ciencias jurídicasy sociales en San Paulo y en Olinda. Era, en últi­mo término, el triunto simplificado del proyectode la Censtituyente: los cursos jurídicos, sin lacreación de Universidades.

Los brasileños que antes se formaban científi­camente en Coimbra, comenzaron a estudiar enlas dos Facultades de Jurisprudencia de su país,que a mediados de la pasada centuria adquirieronfuerte esplendor. Olinda y San Paulo, y luegoRecife y San Paulo, fueron el centro de las ideasliberales y el crisol de nuevas doctrinas. Sin hi­pérbole, dice Oliveira Vianna: «San Paulo y Reci­fe, principalmente en los últimos decenios delImperio, fueron centros admirables de un prodi­gioso movimiento intelectual, enteramente idea­lista, enteramente dirigido a realizar en el Brasilla nueva idea. De allí salieron nuestros más ar­dientes abolicionistas, nuestros más impetuosos

republicanos. Hubo un momento en que la Es­cuela de Recife culminó en brillo, en fuerza, enesplendor mental, fué el momento de aquella ge­neración de agitadores e idealistas de genio a que

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pertenecieron Tobías Barreta, Castro Alves,Sylvia Romero y otros. San Paulo secundó el mo­vimiento abolicionista y fué uno de los centrosmás vivaces de la propaganda republicana y de lafederación» (1).

Las tierras brasileñas, de confín extensísimo,fueron poblándose, y ya no bastaban las Faculta­des oficiales de San Paulo y de Recife. Se hizo,pues, urgente diseminar por el país cursos libresde leyes, y hoy cuenta el Brasil con las siguientesFacultades de Derecho: las dos oficiales de Recifey San Paulo, la de Río de Janeiro, agregada a laUniversidad, y las Facultades libres de Maranháo,Ceará, Bahía, Minas Geraes y Nictheroy. Las dosprimeras, de prócer abolengo, son las más desta­cadas. Ep mi viaje último he visitado, no sólo lade Río, en cuya maravillosa ciudad me detuvecerca de mes y medio, sino también la de SanPaulo, cuya Biblioteca es bastante rica.

Estaba en Río de Janeiro cuando se celebró so­lemnemente el Centenario de los cursos jurídi­cos. Se pronunciaron conferencias, alguna de su­brayado mérito, como la del Dr. Alfredo Valla­dao en el Instituto Histórico; se reunió un Con­greso de Enseñanza superior que, convocado poraquella Facultad de Derecho, sesionó del 11 al 20

(1) O idealismo na evolu[éi() jolitíca do Imperio e aaReiJUblica.

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de Agosto de 1927; hubo una vistosa «colación degrados», que luego reseñaré más prolijamente, ylos estudiantes ofrecieron a sus Profesores un bai­le suntuoso.

No faltaron tampoco iniciativas menos brillan­tes, pero más eficaces. La modernización de losmétodos de enseñanza preocupa a los mejoresdocentes y a la mayoría de las juventudes estu­diantiles. La tarea más sagaz ha de cumplirse aextraIl).uros de estos festejos necesariamente apa­ratosos y de resultado nulo. Estoy lejos de censu­rar tales jubileos, que atraen la atención públicasobre las reformas universitarias; pero estimo queel cambio vendrá del trabajo diario y de la cons­tancia fervorosa de Catedráticos y alumnos.

La Facultad de Dere­

cho de Río de J aneiro.

En la calle del Cattete, en un pobre inmuebleausente de condiciones arquitectónicas, se alber­ga la Facultad de Derecho de Río de Janeiro, na·cida de la fusión de las antiguas Facultades queexistieron con vida separada desde 1882 y 1891:la Facultad libre de Ciencias Jurídicas y Socialesy la Facultad libre de Derecho. La actual conser­va el Profesorado de ambas, con la consiguientehipertrofia de Catedráticos que poco a poco ha deir reduciéndose.

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Ante el sórdido edificio, deteriorado e incómo­do, con aulas insuficientes y con un salón de Pro­fesores mal tenido, no pude disimular mi des­encanto. En una ciudad pobre y vieja son discul­pables esos abandonos, pero en una villa cuidado­samente alhajada, que sólo en luz eléctrica paraadornar sus avenidas de junto al mar agota creci­das sumas, no se explica tanta negligencia con unalto Instituto de cultura..

Contemplando esta casa de la Facultad de De­recho me he explicado lo que j azgué extrañísimoel año 1925. El Infanta Isabel, que me transpor­taba al Uruguay, hizo breve escala en Río de Ja­neiro. Pisé tierra, deseoso de pasear por la bellísi­ma ciudad, pero quise primero cumplir un gratodeber de cortesía: una visita al Dr. EsmeraldinoBandeira, mi colega de estudios en la Universidadcarioca, con quien ligábanme afectuosas relacionespostales. Ignorante de su domicilio, ordené alchauffeuf, con mi mejor acento portugués, queme condujese a la «Faculdade de Direito». Arran­có el coche, y cuando habíamos marchado un bre­ve trozo de A venida, se tornó el conductor paradeclararme que ignoraba donde estuviese situada

la aludida Facultad. Por dos veces interrogamos alos guardias que se hallaban al paso, con resultadodesconsoladoramente ineficaz. Comencé a tenerla sospecha de que la Facultad de Jurisprudenciaera un fantasma en Río. Sin saber que las Fa·

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cultades están dispersas, me decidí a aconsejar alchauffeur que me llevase a la Universidad. Nuncahe podido saber dónde me condujo aquel mulatoque guiaba el coche, pero es el caso que me dejóa las puertas de un edificio grande. Entré a laaventura; un negro barría el umbral de una espa­ciosa habitación. Pregunté por la Facultad de De­recho; el criado dejó la escoba, me miró y dec1a­róme su ignorancia. Me volví a la derecha, empu­jéuna puerta. Un hombre bien trajeado dirigió sumirada al intruso. Nueva interrogación, y, al fin,había acertado. Apunté las señas, salté al automó­vil y al cabo de pocos minutos paró el chauffeurjunto a un edificio en cuya puerta había un cartelde tela que decía en grandes letras: ,~Escue1a detiro». Miré al conductor con designios poco pací­ficos, pero el pobre hombre me indicaba con suíndice una placa pequeña en que se anunciaba, enefecto, la tan deseada Facultad de Leyes. Luegome explicaron que, para mayores facilidades delos estudiantes sometidos al servicio militar, seinstaló junto a las aulas la enseñanza del manejode las armas. Frente a esta casa de pobre apa­riencia, horra de condiciones materiales, me heexplicado por qué el carioca patriota no recuer­

da, tal vez por olvidos freudianos, dónde está suEscuela de Derecho.

Por eso me parece el mejor homenaje del Cen­tenario de los Cursos jurídicos el proyecto del se-

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ñor Edmundo Luis Pinto, firmado también porotros cuatro parlamentarios, que fué presentado ala Cámara el II de Agosto de 1927, en el que seautoriza al «Poder ejecutivo a abrir los necesarioscréditos hasta la cuantía de dos millones de pe­sos, para la construcción de un edificio destinadoa Facultad de Derecho de la Universidad de Ríode]aneiro... »

Una «colación de grados».

El Brasil no ha desterrado de sus claustros lassolemnidades tradicionales que el avance demo­crático arrumbó en la mayoría de los pueblos deAmérica.

La toma del grado académico se rodea de eti­queta universitaria de viejo rito. Los Profesoresasisten con sus togas y sus mucetas rojas, seme­jantes a las españolas, y con sus borlas de flecomás recargadas que las de nuestros doctores. Los«bacharelandos» pasan por el estrado; el Rectorles cala el birrete, el joven presta el juramento yel padrino desliza en su dedo la simbólica sortijade roja piedra. Y o tuve la ventura de apadrinar aOscar Tenorio, uno de los mozos de más auténti·ca juventud y de avanzadísimo ideario. Despuésse cierra el acto con dos discursos, clásico el unoy con sabor revolucionario el otro. Los estudian-

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tes designan de entre sus maestros al orador ofi·cial, que recibe el nombre de «paranympho». Yoescuché al Conde Alfonso Celso, de corte antiguoen su palabra, plagada de imágenes y de tropos,verbo de c1amante patriotismo. El discurso clási­co era esta vez del más acabado molde ochocen·tista. El representante de la mocedad, OctavioCastello Branco, fué también, de inverso modo,alto paradigma de lo que ha de ser la tarea delorador juvenil. Si la pieza oratoria clásica fué detipo archic1ásico, la de índole revolucionaria fuésuperlativamente rebelde.

Castello Branco encaró con valiente gesto losproblemas nacionales, fustigó a los políticos bra­sileños y no dulcificó las críticas que merece laenseñanza del Derecho en su patria. «Reconozca­mos con tristeza-dijo con dolorosa valentía elexponente de los muchachos universitarios- quecelebramos hoy el Centenario de nuestros CHnossuperiores, sin que de hecho podamos afirmarque poseemos cursos de cultura superior... La in­curia es completa... Que la conmemoración deeste Centenario despierte la conciencia nacionalcontra esta enseñanza anacrónica, sin eficiencia,que deprime antes que eleva la inteligencia de lajuventud» (1).

(1) Véase este discurso del representante estudian­til en el diario A JlJanhíi, de 14 de Agosto de 1927.

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¿Lo ven ustedes, patriotas brasileños? No puedeconsiderárseme difamador del Brasil por haberdicho palabras semejantes a las que lanzó OctavioCastello entre el aplauso clamoroso de toda la es­tudiantina. Enemigo, sí, del Brasil viejo, retrógra­do y conformista, pero amigo y defensor del Bra­sil nuevo, pujante y audaz, del Brasil de los estu­diantes y de los mozos como Castello Branco.

XL-EL DERECHO PENAL

He debido ser forzosamente parco al ocuparmeue los escritores de Derecho que han enriquecidocon sus obras la literatura científica brasileña. Mevedaban la extensión el reducido marco de estosensayos y mis personales aficiones especialistas.Pero toco ahora un tema que cae de lleno en elárea de mi vocación. Breve mi estancia en el di·latado país, no lo fué tanto que no me permitieraconocer los libros de Derecho penal más conside­rables y tender amistosas relaciones con quienesse afanan en las mismas tareas que yo. Al dispo­nerme a escribir sobre este asunto, recelo de miimparcialidad. Nada dificulta nuestro juicio tantocomo el trato afectuoso con camaradas unidos a11Osotros por la misma inquietud del espíritu. Meangustia también la forzosa limitación de las pá­

ginas que me he propuesto componer. Consagra­das al gran público, no me es permitido aden­trarme en problemas demasiado técnicos, y al es­tilizar el relato se precipita en el defecto de quequisiera huir: reducido a sus perfiles más impreso

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cindib1es, este estudio caerá fa rzosamente en uncatálogo de apellidos y de títulos fatigante yárido. E11ector sabrá perdonarme.

Tobías Barreto.".,

j

Los países jóvenes, por carencia de historia,tienden a proyectar en una perspectiva casi le­gendaria cosas y hombres de fecha próxima)cuando su estatura científica destacó del nivel

medio y cuando la muerte les puso fuera de lapolémica. Cada especialidad tiene sus héroes, quese despidieron de la vida hace pocos años, peroa los que sus compatriotas dan un valor repre­

sentativo y ejemplar, fuera del tiempo. Este es elcaso ele Tobías Barreta, Profesor de la Universidadde Recife que escribió a fines de la pasada centu­ria. Su figura de penalista ha sido bien estudiadapor Evaristo de Moraes, en uno de los diados ca­

riocas, con motivo de los festejos celebrados en elBrasil para conmemorar el Centenario de susCursos jurídicos (r).

Tobías Barreta escribió sobre Derecho penal

los siguientes trabajos: 1I1nzores e Loucos; Dos de""litas por Omissao,. Ensaio sobre a tentativa em ma-

(1) Véase Evaristo de Moraes, Na Faculdade de Dz'­rdto de Recije: Tobias Barreto como criminalista, e~

O 'Jornal (de Río de Janeiro), de 11 de Agosto de 1927.

feria criminal; Sobre a codelincuencia e seus ef/ei.tos na praxe precessual; Comentario do Codigocriminal; Fundamento do Díreito de Punir; Man­dato criminal y Prolegomenos do Estudo do Direi­to crimz·nal. Como sus obras andaban dispersas yagotadas y algunas inéditas, se publicaron los es­critos de Barreta por el esfuerzo de Sylvio Ro­mero) bajo el título de Estudos de Direito, dondese recogen, al lado de páginas referentes a distin­tas ramas jurídicas, algunas de esas monografíasy ensayos de conjunto atinentes a Derecho pe­nal. En la segunda edición, mandada componeren 1925 por el Estado de Sergipe, se acrecióla obra con treinta y un capítulos más, añadi­dos a los ocho de los Prolegomenos do Estudode Direito criminal, aparecidos en la edición pri­mera.

La más superficial consulta de las páginas deTobías Barreto) nos demuestra las fuentes de suformación científica. Desde una breve €stancia enEscada la cultura germánica influyó en él de ma­nera tan profunda que muchos de sus libros sólocitan títulos alemanes. Esto le permitió abarcarhorizontes técnicos invisibles para la mayor partede sus contemporáneos, no sólo brasileños, sinocontinentales y aun latinos de Europa. En su mo­nografía sobre los delitos de omisión defendiópuntos de vista familiares a los penalistas alema­nes, pero ignotos incluso para los escritorés fran·

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ceses de sus días. Por eso sus doctrinas cau~aron

extrañeza en el Brasil.Tobías Barreto no se afilió al positivismo penal

de la escuela italiana, y fué el primer crítico bra­sileño de Lombroso; pero tampoco era ciego se­cuaz del clasicismo, profesando una injustificadaantipatía al maestro Francisco Carrara. Reconoció

que el delito era producto de factores individualesy sociales, cargando el acento causal en la heren­

cia, dentro del primer grupo; pero subrayó-comobuen defensor de las doctrinas alemanas-el in­flujo máximo de las causas sociales. También es deraíz germánica la naturaleza que asigna a la pena,«cuyo concepto envuelve la idea de un mal im­

puesto, en nombre de todos, al perturbador delorden público, al violador de la voluntad de

todos» (r).La imparcialidad científica obligaría a destacar

algunas contradicciones fundamentales en la obradel eminente brasileño. Por ejemplo: difícilmentese compaginan sus ataques al principio 1'lUilumcrimen nulla ponza sine lege, con su idea de pena­nzal. Con todo, Tobías Barreto es uno de los es­píritus más finos y cáusticos que puede lucir la

ciencia jurídica brasileña.

(1) Vid. el Cap. I de sus Prolegomenos do Estxdo deDireíto criminal.

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La corrien te alemana:

Carneiro y Costa e Silva.

Es conocidísidísima la fuerte inmigración ger.mánica en el Brasil; por eso extraña más que lospenalistas brasileños desconozcan la lengua ale·mana y presten poca atención a la bibliografía tu.desca, arquetipo de técnica. El ejemplo de TobíasBarreta no tuvo numerOi3OS imitadores. Pero loque no logra la cultura jurídico-penal germánicaen extensión, lo conquista en intensidad.

Dos nombres reverenciables han de ser citados.Mario Tiburcio Gomes Carneiro, que ejerció has·ta hace poco funciones judiciales en lo militar yque ha escrito obras de Derecho marcial a quealudiré luego, ha estudiado en Alemania y poseerica biblioteca de obras tudescas. Su cultura esmuy superior a sus trabajos publicados, con seréstos densos y elegantes. Trabé con él amistad enEspaña, cuando visitó Yradrid, y ha sido mi pilotoen Río, testimoniándome afecto cordialísimo yuna devoción inquebrantable. En el. largo de·partir calé hasta el fondo su preparación técnicay ahora que se halla cesante forzoso de su cargoQficial, podrá componer trabajos de máximo

aliento.Otro germanizado es el Dr.Antonio ]osédeCos-

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ta e Silva, Ministro del Tribunal Supremo en SanPaulo. Jamás ha salido del Brasil y, que yo sepa,nada ha publicado; pero es un deleite escucharle.Desde su lejano sitial de Juez superior sigue aldía la producción bibliográfica de Europa y prestamáxima reverencia a la obra germánica. Apenaspublicado el Proyecto de Código penal alemánde 1927, Costa e Silva no sólo tenía noticias deél, sino que lo estudió con esmero y sus observa­ciones eran certerísimas. Camina por la vertientedel descenso vital y sus quehaceres de J\lagistra­do le hurtan tiempo para plasmar en libros susdoctrinas; pero los fallos en que participe irántransidos de máxima autoridad.

Profesores de Derecho

penal en el Brasil

Vaya el primero el Dr. Esmeraldino Bandeira,Profesor en la Facultad de Derecho de Río y exMinistro de Justicia. Si no fuera bastante su pres­tigio para colocarle a la cabeza de este repertorio,la muerte recientísima le otorgaría prioridad en lacita. Un breve cablegrama aparecido en los lia­rios madrileños del 6 de Abril último anuncia sufallecimiento, causándome el pesar hondo dehaber perdido un amigo entrañable. En próxi­ma página serán recordadas sus obras, 'revelado

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ras de su talento y de su moderna orientación.y ahora, permitidme más brevedad en las in·

formaciones, que circunscribiré al recuerdo delnombre y de la Facultad en que desempeñan suscátedras los docentes brasileños, agregando a losapellidos de los Catedráticos de Derecho penallos de quienes explican Procedimiento criminal,que en el Brasil está, con buen acuerdo, separadodel Derecho rituario civil. En la Facultad jurídicade Río de Janeiro profesan: Joao M. de CarvalhoMorao, MiliUio de Almeida y José Cándido deMello Mattos, ejemplarísimo Juez de Menores,del que he de escribir extensamente en la debidacoyuntura. En Nidheroy explican: Alvaro Bitten­court Berford, Adelmar Tovares, Galdino de Si­queira y F. J. Oliveira Vianna. En San PauIo:Cándido Nogueira da rvIotta, Luiz Barbosa da Ga­ma Cerqueira y Rafael Correa de Sampaio. EnRecife: Gervasio Fioravanti Pires Ferreira, O·~ta·

vio Tavares Barreto y Sebastiao do Rego Barros.En Maranhao: Henrique José Couto, Alfredo deAssis Castro y Alcides Jansen Serra Lima Pereira.En Ceará; Benedicto Augusto Carvalho dos San­tos, Jose de Borba VasconcelIos y Francisco Go­mes Parente. En Bahía: Antonio ]'vloniz Sodré deAragao, Demetrio Cyriaco F erreira Tourinho yAloysio de Carvalho Filho. En Minas Geraes:

Francisco Mendes Pimentel, José de MagalhaesDrummond y Francisco de Almeida Brant.

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Aunque no desempeña cargo docente, no pue­de pasar en silencio el apellido de uno de los másprestigiosos abogados criminalistas de Río, quealecciona desde el foro a los jóvenes profesiona­les brasileños: Evaristo de Moraes, autor de librosenjundiosos y seductores.

Otros nombres destacados se citarán ahora alhacer el balance de la contribución jurídico-penaldel Brasil, de cuyo acervo emergen algunas obrasestimables.

Contribución jurídi­

co - penal brasileña.

Los penalistas brasileños no han compuesto unTratado de Derecho jJenal de tipo sistemático. Enel año en que expiraba la centuria XIX, el Dr. JosHygino Duarte Pereira, Catedrático que fué de laFacultad de Derecho de Recife, tradujo con fide­lidad y elegancia a la lengua portuguesa el famo­so Tratado de Derecho penal alemán del ProfesorFranz van Liszt. El sabio docente brasileño hizocircular en un idioma latino el prestigioso libro,once años antes de que se comenzara a verter alfrancés y tres lustros antes de que se empezase latraducción española. El largo Prefacio de Duarte

Pereira, fino estudio biobibliográfico y revista do­eurnentada de las doctrinas penale$ ~.t+ton~eª ~n

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boga, así como sus notas puestas al pie del textotraducido, le acreditan de científico enterado ysagacísimo (r). La gran obra alemana fué el susti­tutivo eficaz de trabajos autóctonos de este géne.ro y los juristas del Brasil deben a Duarte grati­tud imperecedera, aunque hoy el libro de Lisztcon ropaje portugués circule poco en las aulasbrasileñas.

La obra que más se aproxima a la factura bi­bliográfica (' el Tratado es el Derecho penal brasile·¡'io de Galdino Siqueira (2). Con carácter general,pero sin el tipo orgánico de un sistema, escribióJoao Marcondes de Maura Romeiro un Dicciona­rio de Derecho penal (3) y Fernando Nery unasLecciones (4) de endeble contextura. De índolemás dispersa son los Estudios (5) y lVociones (6)de Drummond, que contienen páginas estimables,y las Cuestiones (7) de J. F. Viveiros de Castro.

(1) Tratado de Direito Penal Allemao, Río de Janei­ro, F. Briguiet & c., editores, 1899, dos volúmenes.

(2) Direito penal braslleiro. Dos volúmenes que abar~

can el primelo la parte general y el segundo la espe­cial, 1921-1926. También ha escrito Siqueira un Curso deProcesso Criminal, 2.a edición,

(3) Diccionario de Direito jenal, Río de Janeiro, 190 5'(4) Licoes de Direito criminal, Río de Janeiro, 1910.

(5) Estudos de Direito criminal, Río de Janeiro, 1898 .

(6i Nocoes de Direito criminal colligidas, por MoraesCosta y F. Macedo, Río, 1919.

(7) Ql-1esfoes de Dire#o criminal, Río, 1900 .

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Las necesidades prácticas del foro han produ.cido en el Brasil, como en todos los pueblos, laglosa de los preceptos legales. Entre los Comenta·rios a los Códigos penales brasileños de 1830 y1890 merecen cita respetuosa los compuestos porThomaz Alves (1), por Joao Veira de Arauja (2)y por Antonio Bento de Faria (3). El Parecer so­bre el nuevo Códz"g'o (4), de Arthur Orlando, nodebe tampoco silenciarse.

Con títulos amplios han recogido temas mono­gráficos en volúmenes que adquieren una ciertaunidad: el Profesor Esmeraldino Bandeira, que ensus Estudios de Política críminal (5) recopila tra·bajos agudos de moderna factura, entre los quedescuella su investigación sobre la sentencia inde­terminada; y Evaristo de Maraes, autor de los Pro­blemas de Derecho Penaly Psicología Crímínal (6),en los que se contienen importantes contribucio­nes sobre la embriaguez, el anarquismo, el crimen

(1) Annotacoes theoricas epraticas ao Codigo crimina~,

1883·(2) Codigo Criminal Brasileiro. Comen/ario jilosofico

scientifico, Recife, 1889; O Codigo penH-1 interpretado, 1903.

(3) Annotacoes theorico-praticas ao Codigo Penal doBrazil, 3.a edición, Río de Janeiro, Livraria FranciscoAlves, 1919-1920. Dos volúmenes.

(4~ Parecer sobre o novo Codigo penal, Recife, 1896.

(5) Estudos de Política criminal, Río de Janeiro, 1912.. (6) Problemas de Direito penal e de Psychologia crimi­

nal, 2.a edición, Río de Janeiro, Pimenta de Mello,I~27.

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colectivo, el estado de necesidad, el delito de lospasionales-en cuyo sugestivo asunto se ocupóantes en colaboración con Mello Mattos (1)-, loserrores y vicios del testimonio, el homicidio-sui­cidio, y las hipótesis dudosas de legítima defen­sa. Moraes ha escrito, además, unos estimablesEstudios de Derecho criminal (2), y numerosos fo­lletos de criminología, de sociología y de casuís­tica forense (3).

En las escuelas penales se ha ocupado AntonioMoniz Sodré de Aragao (4) Y en lo tocante a laresponsabilidad, Pedro Lessa (5). Los problemastécnicos, concernientes al delito en general que­dan casi desiertos, en tanto menudean las obrassobre cuestiones penológicas, debidas a las plu.

(1) A tragedia da Tijuca. Crimes passionats?, Río deJaneiro, Typ. do Jornal do Commercio, 1907.

(2) Estudos de Direito criminal, 1898.(3) O Jury e a Nova Escola penal, 1894; A questao das

prostitutas, 1897; O processo Basilio de Moraes jerante oJury, 1897; O processo BasiHo de Moraes perante a Cortede Appellacáo, 1897; Marcelino Bispo (Estudo de Psycho­logia criminal), 1898; O crime das degolladas, 1907; Enri­co Ferri, 1910; Um caso de homicidio por paixao amorosa,1914; Remz'niscencias de um rabula criminalista, 2.a edi­ción, 1922.

(4) As tres escolas penaes. Classica, Anthropologica eCritica, Bahía, 1907.

(5) O determírtismo psíquico e -ímputabilida4~ e resjon~

sabilidade ~rlmirzalS, San Paulo} 1905.

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mas de Alfredo Russell (1), Aliomar Baleiro (2),Chrysolito de Gusmao (3)-que también compo­ne monografías sobre algunos delitos en particu­lar (4)-, revelándose como preocupación favori­ta el instituto de la sentencia indeterminada, tra­tado por Adelino Fílho (5), Russel (6) y LimaDrummond (7).

Derecho penal militar.

El Derecho penal del Ejército, que cuenta enla literatura extranjera con obras de fuste, es temapoco cultivado en las lenguas ibéricas. De la insig-

( 1) As penas de intimidacao e as legislacoes dos povoscultos e especialmente a brasileira, Río de J aneiro. Tip. deJornal do Commercio, 1914.

(2) O !z'vramento condicional. Tesis para concurrir ala docencia libre, Bahía, Imp. Official do Estado, 1926.

(3) Da susjensao condicional da pena, Río de Janeiro,Livraria Francisco Alves, 1926.

(4) Banditismo e Associa&oes para ddinqttir, Río, Ri­beiro dos Santos, 1914; Dos.crimes sexuaes, Río, Briguiet,1921. Sobre este tema véase también: Viveiros de Cas­tro, Os delitos contra a honra da mulher, Río, 1897.

(5) A aboliyao da medida penal, Recife, 189I.

(6) O sistema da sentenyas indeterminadas. Tese aoprimer Congre6so Jurídico Brasileiro, Río, 1908.

(7) O stSttma das' senten¡;;as indeterminadas. Tese aoprimer Congresso Juridico '!3ra$i!eiro, Rio, 1908.

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nificancia ambiente se salvan los libros de losautores brasileños, que se han sentido particular­mente seducidos por estos problemas. Las Cáte­dras de Derecho punitivo en el Brasil suelen lle­var en un mismo enunciado el título de la espe­cialidad marcial. Acaso por eso los Profesores delas Facultades brasileñas componen estudios desuperlativo interés sobre esta materia poco fre­cuentada entre nosotros, y el ejemplo cunde entrelos juristas de la gran República suramericana.

El Catedrático Esmeraldino Bandeira ha escritoun excelente Tratado en dos tomos sobre Dere­rechopenal militar b¡'asileizo (1); el Juez Chrysolitode Gusmáo redacta asimismo una obra de conjun­to versante sobre Derecho penal del Ejército (z),y el Auditor de Guerra, Mario Tiburcio GomesCarneiro, dedica elegantes folletos a las cuestionespenales de la milicia (3),

Aunque no me sienta atraído a semejantes es­tudios, por estimar que el Derecho mal cial es unasupervivencia de clase que reclama urgente des-

(1) Dirdto penal militar brasiltiro, 3.a ed., Río de Ja­neiro, J. Ribeira dos Santos, 1925, 2 vol.

(2) Direito penal militar, Río de Janeiro, Ribeira dosSantos, 1915.

(3) Direito e processo milita,', Río de Janeiro, 1919;

Direito militar: Pareceres, Río, Librería Alves, 1920;

A justicia militar e sua re.forma, San Paulo, Typogra­phia Piratininga, 1920.

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aparici6n (r), no escatimo las loas que merecenestos trabajos brasileños en que, con motivo deinvestigaciones jurídicas de índole castrense, sepasa revista a numerosos problemas de Derechopenal común. La obra del Profesor Bandeira es,a este respecto, densa y nutrida.

La Criminología y

las Ciencias afines.

La Escuela Criminológica italiana prend i6 enel Brasil, cuya mocedad está propicia a las nove­dades y audacias; pero la bibliografía brasileñaapenas traspasa la esfera de la información y seausenta de los problemas nacionales, que en unaciencia experimental son de máxima importancia.J F. Viveiros de Castro (2) y Evaristo de Mo­raes (3) exponen la «nueva escuela» con acentocrítico que se subraya en el segundo de estos es­critores. El deseo de difundir las concepcionesantropo-sociológicas en orden a los delitos ya loscriminales, llevó al Dr. Haeckel de Lemas ha tra-

(1) Véase mi ensayo Efército y Derecho penal, en elvolumen Política. Figuras, Paisafes, Madrid, HistoriaNueva, [928, páginas 43-55.

(2) A nova escala penal, Río de Janeiro, [894. 2.' ed.,19 13.

(3) La teoria lombrosiana del delincuente, 1902.

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ducir la ~Criminología» (1) de Josélngenieros, quetambién vió vertida al portugués su Nueva clasifi­cación de los delincuentes (2). El Estudio de Socio·logíayPsicología criminal, de AurelianoLeal (3), yel Ensayo de criminologia médico-legal (4), de As­canio dos Guimaraes Peixoto, contienen algunaspáginas dignas de encomio. En temas concretos desustancia antropo-sociológica, como la clasificaciónde los delincuentes y la responsabilidad penal delos degenerados o epilépticos y alcohólicos se hanocupado Felinto Bastos (5), Cándido Motta (6),Afranio Peixoto (7), 'Manoel Bernardo Calmon (8),Carlos Pennafiel (9) y Alvaro Bittencourt Ber.ford (ro).

(1) Criminología, San Paulo, Monteiro Lobato, 1924.(2) Clasijicafiio nova dos delincuentes, Lisboa, Biblio­

theca d'Educa<;;áo Nacional, 1912.(3) Est7ldo de sociologia ePSYc!lOlogía criminal. Véase

del mismo autor Ge7?nens do c";me, Bahía, 1896.(4) Ensaio de criminologia médico-legal, Recife, 1913.(S) Dos cl-imes e dos crhninosos. Tese de concurso,

Bahía, 1897.(6) Clasijicafiio dos criminosoS. Tese de concurso, San

Paulo, 1897; 2.a edici6n, San Paulo, 1925.(7) Epilepsia e crime. Tese, Bahía, 1897.(8) Degenerados criminosos. Tese, Bahía, 1897-1898.(9) Responsabilidade criminal dos epilepticos. Porto

Alegre, 1910.(JO) f alcoholismo, Río de Janeiro, Typ. Bernard Fre­

res, 191 . El mismo autor ha escrito: Casos forenses, Río

-97-

Merecen cita destacada por aplicar los métodosexperimentales al estudio del delito y de los de­lincuentes brasileños, las investigaciones estadísti­cas de J. F. Viveiros de Castro (1), los trabajossobre la responsabilidad penal de las razas huma­nas en el Brasil, de Nina Rodrigues (2) y algunosde los ensayos contenidos en el libro Crimínolo­gía y Derecho (3), de Clovis Bevilaqua.

En estos días acaba de crearse en San Paulouna interesantísima Revista de Criminologia e Me"dici11a Legal, redactada por Alcantara Machado,Flaminio Favero, Ulysses Continho, Marcia Mun­h6s y J. Soares de Mello (4).

Aunque el título no se centre en el área escue­tamente crimino16gica y aluda más bien a una delas Ciencias afines, de,be ser mencionada con má-

de J aneiro, Typ. Bernard Freres, 1916, y A pronographia,Río de Janeiro, Typ. da Revista dos Tribunaes, 1917.

(1) Ensaio sobre estadistica criminal da Republka, Río1894.

(2) As raras humanas e a responsabilidade penal noBrasil, Bahía, 1894, y Negres crhnine!s du Brésil, en Ar­chivio tie psiquiatria, scienze penaN et Antropologia crimi­nale, 1894. El eminente Profesor Nina Rodrigues se haocupado, Con acierto, en otros temas antropo-socioI6gi­

cos concernientes a la raZa negra. Véase su magníficotrabajo: L'animisme fétichiste des negres de Bahía, Bahía,Reis et Comp., '900.

(3) Criminologia e Direito, Bahí., 1896.(4) Anno 1, numo I,Julho 1928.

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ximos elogios la Psicopatología forense (1), deAfranio Peixoto.

Todavía quedan fuera de este repertorio, for­zosamente fatigoso por su obligada sequedad, unconsiderable nlÍmero de obras concernientes a laenciclopedia penal que, por referirse a la discipli­na penitenciaria y a los menores delincuentes,serán recordadas al ocuparme, en próximos capí­tulos, de estos asuntos que han conseguido en elBrasil inusitado progreso.

(1) Psico-Patologia forense, 2.' ed., Río de Janeiro,Livraria Francisco Alves, 1923.

XII.-LA LEGISLACIÓN PENAL

VIGENTE

El Código penal.

Para un español tienen las leyes penales brasi­leñas el prestigio de viejo modelo. El C6digo pe­nal del Brasil, de r6 de Diciembre de r 830, ins­pirado en el rfapolitano y compuesto por laAsamblea general a base de los Proyectos elabo­rados por Bernardo Pereira de Vasconcellos yClemente Pereira, sirvi6 de paradigma para nues­tro C6digo de r848, que a través de dos reformasha vivido en España ochenta años.

Cuando en Italia se di6 el C6digo de r889,afortunado documento entonces, en que el espí­ritu neoclásico se plasmaba en artículos, el Brasilquiso seguir sus huellas. El Ministro de Justicia,Doctor Campos Salles, fué el promotor de la re­forma, ejecutada por Baptista Perira, que compu­so el Proyecto de C6digo penal. Por el Decretonúmero 847, de Ir de Octubre de r890, entr6 envigor, en el extenso territorio brasileño, esta ley

ASÚA 1

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orgánica sobre los delitos y las penas, parcamen­te retocada luego en concretos incisos, por elDecreto de 12 de Diciembre de 1890 y por laley de 25 de Septiembre de 1915.

Leyes penales

complementarias.

El progresivo devenir jurídico de un pueblo,hace preciso que junto a la permanente estructu­ra codificada, se establezcan leyes especiales ycomplementarias, que adicionen el Código o queregulen delitos o instituciones penales no conteonidos en el contexto sistemático. Así el Brasil re­glamentó la extradición de los delincuentes entrelos propios Estados brasileños el 30 de Enerode 1892 y la entrega de nacionales y extranjerosel 28 de Junio de 1911.

El instituto de la libertad condicional penetraen tierras brasileñas por el Decreto federal núme­ro 16.665, de 6 de Noviembre de 1924, y los Es­tados particulares se aprestan a ponerle en vigen­cia efectiva. El Estado de San Paulo, en cumpli­miento de la ley de 24 de Diciembre de 1926,decreta el 31 de Enero de 1928 un Reglamentominucioso, por el que se constituye el Consejopenitenciario y en cuyos artículos se dan normas

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en un establecimiento ad hoc para los menores decatorce años (artículos 232-237), Casa de reforma,navío.escuela, colonia agrícola o Casa de vigilan­cia para los mayores de catorce años y menoresde dieciocho, que podrán ser sometidos a ~un

régimen especial adecuado» si son muy temibles(artículos 238-241); asilamiento curativo por unaño, como máximum, de los embriagados habi­tuales, que con (ranco desacierto se estima unamedida complementaria de la pena (art. 242);Casa de trabajo para los mendigos, vagabundos yprostitutas y colonia agrícola o de relegaci6n con­tra el proxenetismo (artículos 243-244), y, final­mente, caución de seguridad para los casos enque se tema de un hombre el quebrantamiento dela norma o el nuevo intento de un delito antesensayado sin éxito (artículos 245-246). Esta me­dida tan sagaz, da acogida prudente al estado pe­ligroso predelictuaL

Juicio crítico.

El Proyecto brasileño-en el que han ejercidocierto influjo los Proyectos suizo, sueco e italia­no-contiene más aciertos que tropiezos. La dua­lidad de penas y de medidas asegurativas le enro­la entre los documentos de tipo político-criminal;pero el reconocimiento de la sentencia indeter-

A5ÚA 8

116 -

minada en ciertas penas, como la relegación, y,sobre todo, el recibo de la peligrosidad, que col·ma de sentido antropológico sus mejores precep­tos, permiten clasificarle entre los futuros Códi­gos de más certera factura.

y al pensar que esta obra, de técnica correctí·sima y de espíritu progresivo, ha sido compuestapor un jurisconsulto ajeno a la especialidad puni­tiva, nos entran descomunales deseos de pedir aFelipe Sánchez Román que nos redacte un Códi·go de delitos y penas, ya que los penalistas quehan figurado en la Comisión no han sabido impe­dir que el nuevo Código español parezca elabora­do por hombres desconocedores de todas las téc­nicas jurídicas.

XIV.-LA PRACTICA PENITEN­CIARIA

El penitenciaris­

mo doctrinal.

La bibliografía brasileña en materia penitencia­

ria es más selecta que copiosa. Prestigiosas figu­

ras del país han sentido la aguda preocupación demejorar sus presidios y han consignado al temapáginas de subida importancia.

Americo de Arauja escribió su Ciencia peniten­ciaria positiva (I), Joao Baptista de V. Chavescompuso una obra de parejo tema (2), Pauio Vian­na recoge las lecciones sobre Régimen penitencia­rio de Lima Drummond (3) y Evaristo de Moraesha publicado su libro ejemplar Prisiones e Insti­tuciones penitencim'ias en el Brasil (4). Pero quien

(1) ScielZcia p,nitmcia?;ia positiva, Río de Janeiro.(2) Sciencia penitenciaria, 1912.(3) P. Vianna, Regimm Penitenciario segundo as p,.,­

lecrots do dr. Lima Drummond, Río de Janeiro, 1914.

(4) Priso,s e bzstituicoes penitenciarias no Brasil,

192 3.

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ha puesto más devoción y esfuerzo en la tarea esel Dr. Lemos Britto, postulante de la reforma carocelaria en sus trabajos: Un problema gravísimo (1),Colonias y prisiones en el Río de la Plata (2) yPáginas suramericanas (3). Sus desvelos por lacausa penitenciaria culminaron en sus tres volú·.menes sobre Los sistemas penitenciarios del Bra­sil (4), cuyas nutridas páginas contienen informa­ción de las cárceles y penitenciarías de los variosEstados brasileños, coronada por un estudio ati·nente a las modificaciones imprescindibles en ma·

teria penitenciaria. El Dr. Lemos Britto, de vastacultura mostrada en obras de temas sociales, lite·rarios y políticos (5), ha centrado hoy sus cuida·

(1) Un problema gravisimo, Bahía, 1916.(2) Colonias e p"isoes no Rio da P,'ata.(3) Pdginas Sul-america1las.(4) Os s]sfemas penitenciarios d@ B,'asil, Río de Janei­

ro, Imprensa Nacional, tres volúmenes, editados, reS·pectivamente, en 1924, 1925 Y 1926.

(5) He aquí una lista de sus obras: Nevosas (versos);GUe1'ra do Paragua] Atravez do Brasil; Album da 1m,;,prensa da Baltia; Instrucfao Publica, Bahía; A scisao,Bahía; Portugal de hojeo Portugal de honü;m, Bahía; Decómo se ama, Bahía; Do Poder lcgislativo, Tesis para elDoctorado en la Facultad de Derecho de Bahía; PaginasVivas, novela, Bahía; C07iferencias e &tudos; Orar;ao ascria1Zfas, Bahía; As lzr;í5es da Historia; A Ton'mte, nove·la, Bahía; O an01Z]mato 1Za imprmsa, Río de J aneiro; NaBarn'cada, Bahía; Psychologia do adulterio, Río, Edi<;aGCastilho; Nossa i1Zdependmcia; Do que o mU1Zdo 1li... , nove·

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dos en la enmienda de los niños y adolescentes,al frente de la ~Escola 15 de Novembro», de queme ocuparé en coyuntura propicia.

/\. este penitenciarismo, que podríamos llamardoctrinal, no acompaña el progreso de la prácti­ca, salvo en algún caso extraordinario, como el dela Penitenciaría de San Paulo. Por lucir una fácilpetulancia de informador pleno, podría ahora, to­mando los datos de la obra de Lemas Britto, es­cribir unas pocas frases pretendidamente rotunodas sobre todas las prisiones brasileñas. Amigode ademanes contenidos, prefiero hablar de lo quehe visto: la «Casa de Correcci6n~ carioca y la~Penitenciaría» paulista.

La Casa de Corrección

de Río de Janeiro.

En 1834 inici6se la construcci6n de este edifi·cio, que es, por tanto, casi centenario. El sistemade pabellones, de tipo colonial, fué el elegido, y

la; Río de J aneiro, Edio;;áo Leite Ribeiro; Atravez de qua­tro seculos, Río, Typ. do Annuario do Brasil, 1932; P01t­tos departida para a Historia Eco1tomica do Brasil, Ríode Janeiro, Typ. do Annuario do Brasil, sin año (19241);Pela patria no estrangdro (recopilación de los discursospronunciados por el autor en la Argentina y Chile), Ríode Janeiro, Livraria Editora Leite Ribeiro, '925.

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ya en 1837 estaban ocupadas algunas de sus cel·das. Su primer Reglamento data de 1850. Cúm­pIense en la Casa de Corrección las penas privati·vas de libertad que exceden de cuatro años y suclientela se circunscribe a los condenados en elDistrito federal de Río de Janeiro. Cuando yo vi·sité esta Casa penitenciaria, la población penalascendía a 250 presos.

Las celdas están muy lejos de merecer alaban­za y en ellas no se ha establecido el servicio hi·giénico. Cierran con una fuerte reja y, por consi­guiente, no se evita que el preso contemple a loscompañeros fronterizos en toda su intimidad. Unmismo departamento amplio sirve de escuela, desalón y de capilla. El altar se oculta con un siste­ma de puertas cuando terminan los servicios reli­gIOsos.

Los presos se levantan a las cinco cuarenta ycinco de la mañana. A las seis treinta desayunan;a las nueve y cuarenta y cinco almuerzan; a la unatoman café con pan; a las cuatro se les sirve lacena. El reposo se da desde las cinco y media dela tarde. Las comidas no se les reparten en sus

celdas. Antes hacían sus colaciones en los talle­res; pero el actual Director ha construido un re­fectorio. La comida es buena y abundante: las dosprincipales suelen consistir en sopa, arroz y carne.

El trabajo se hace en la mayoría de los talleres

para fuera del establecimien to y es de provecho

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particular para los reclusos que suelen vender alos particulares sus productos. Los talleres prin­c1pales son los ele mecánica y herrería, carpinte­ría, encuadE'rnación, zapatería y pintura. Los desastrería y lavande,ía son de menor importancia.En este último, bien montado, se ocupa a seispresos y no se lava para el exterior, sino tan sólopara las necesidades de los habitantes de la Casa.En el taller de mecánica, donde ví tres automó­viles en trance de reparación, trabajan unos 30

presos. Los oficiales ganan 1.200 reis por día(unos ochenta céntimos de peseta); un terciodel saJario se les entrega y el resto se les guardapara constituir el peculio individual. Este es eltipo de lo que reciben en los restantes oficios. Lacarpintería da labor a 15 hombres. Los más hábi·les fabrican preciosas cajas de maderas nobles in­crustadas, en cada una de las cuales emplean unmes de trabajo. Pueden obtener por ejemplarunos 30.000 reís. En la zapatería no sólo se hacecalzado para fuera, sino también para el Ejércitoy la Marina. Es el más concurrido de los talleres,pues en su sala se afanan 50 reclusos. Pueden fa­bricarse 400 pares diarios y los oficiales ganan unsalario que excede al de los restantes oficios: de5·000 a 7.000 reis.

Los presos reciben las visitas de sus familiares

y amigos cada quince días y con buen acuerdo se

pres';in le del locutorio defendido por rejas: en

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un amplio lugar techado reciben los reclusos a susvisitantes, permaneciendo en una intimidad grataa los infelices reos.

La enfermería está situada en un pabellón Cir·cular provisto de r8 celdas, en cuyo centro sehallan los baños. Seis pacientes la habitaban el díade mi visita al establecimiento. Quiero señalar, conel más encendido gesto de encomio, una infracciónreglamentaria de tono humanitario. En vez de dejarmorir a los tuberculosos en el insano recinto dela cárcel, se les traslada al Hospital de enferme­

dades contagiosas de San Sebastián, donde mu­chos encuentran, si no la salud, al menos unalivio a su dolencia, que requiere un tratamientoincompatible con los regímenes presidiarios. De­bido a la enorme frecuencia de la lúes en el Bra·sil, al entrar en la Casa de Corrección se les haceun análisis de sangre.

El establecimiento que acabo de reseñar es pordemás imperfecto. Lemas Britto le condena enjusticia y pide al Gobierno que le reemplacecuanto antes por un nuevo instituto de mejor fac­tura y de más nuevas orientaciones. El emplaza­miento merece también las más vivas críticas. Ensus proximidades la policía militar y otras mili·cias hacen ejercicios de tiro y el constante dispa­

ro de las carabinas es de pésimo influjo para hom­bres a quienes se desea imbuir un espíritu ausen­te de venganzas y propicio a la paz.

-1~ -

Junto a la Casa de Corrección está el Manico­mio criminal, donde se observa a los delincuentesprocesados sospechosos de dolencias mentales ydonde se recluye a los dementes que han infrin­gido la norma. No es un edificio amplio, pero estáatendido con esmero y el tratamiento de sus for­zados huéspedes nada deja que desear.

El régimen peniten­

ciario en el Brasil.

El Código de 1890 estableció las bases del régi­men progresivo, que el Ministro de Justicia del Go·bierno Provisional concretaba en estas palabras: «ElC6digo penal de la República sent6 las bases delsistema penitenciario que pareci6 al Gobierno másconveniente adoptar. El sistema de Filadelfia,combinado con el de Auburn y modificado porel método irlandés, en una palabra, el de Crof­ton» (1). Pero es preciso confesar que las etapasprogresivas no se cumplen en la práctica más queen algunos Estados, sin que con ello se infrinjanlos preceptos vigentes, pues ya el arto 409 del C6­digo permite regímenes de tolerante transacción.

El Dr. Lemas Britto hace unas sagaces propues­tas «de lege ferenda» en cuanto al sistema peni-

(1) Relatorio do Ministro da Justicia, 1891.

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tenciario que debiera implantarse en el Brasií, ha­bida cuenta de las condiciones peculiares del paísy de la raza. Transcribo las de índole cardinal:«Debe abolirse la celda y acabar con el silencioabsoluto, por contrarios, ambos, a la naturaleza hu­mana, y, en cuanto al último, por ser también im·posible mantenerlo. La celda subsistirá, todavía,para el régimen de prueba y de castigo. El dete­nido tendrá en la prisión la situación que se con­quiste, por ell.rabajo y buena conducta, como porla indolencia o indisciplina. Es preciso que sepaque el anticipo de su libertad como la situaciónque disfrutará en la cárcel serán conquistas suyassin intervención de nadie. Para eso es necesarioorganizar un sistema inteligente de recompensasy de castigos... »

Es probable que si los planes de Lemas Brittolograsen vigencia la enmienda de los delincuentesbrasileños viera subir, en considerable escala, suporcentaje. Sobre todo si los Estados copian laPenitenciaría de San Paulo, verdadero paradigmade todas las perfecciones.

XV.-LA MARAVILLOSA PENITEN­CIARÍA DE SAN PAULO

Historia de su

Cons truccióu.

Se debe al Vizconde de ~an Leopoldo la inicia­tiva, en 1825, de fundar una Casa de Correcciónen el Estado de San Paulo, empezándose los tra­bajos en 1838 y pudiéndose inaugurar en 1851 elprimer radio del edificio. Este presidio recibe hoyel nombre de «Penitenciaría vieja», y en una desus porciones está la «Cárcel de encausados».

Con designio de superación quisieron los pau­listas construir una nueva Penitenciaría, que tienesu génesis en la ley núm. 967 A, de 24 de Noviem­bre de 1905, y el J3 de Mayo de 19I1 púsose laprimera piedra. Por fin el 21 de Abril de 1920 severifica la inauguración de algunos pabellones yen el mes de Julio de dicho año se traslada la pri­mera leva de condenados de la vieja a la nuevaPenitenciaría, que aún no se halla enteramente ter·minada. Se han invertido en ella 15 mil cantos

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(unos ro millones de pesetas al cambio de ahora)y el terreno en que se eleva abarca ocho hectá·reas.

El sistema arquitectónico adoptado es el de pa­bellones paralelos, conforme a los criterios másmodernos, y la magnífica fábrica aleja toda idea decárcel.

El establecimiento se rige por el Decreto de29 de Abril de 1924 (1).

Vida de la po­

blación penal.

En la época de mi visita habitaban la Peniten­ciaría 852 reclusos, todos ellos procedentes delEstado de San Paulo, sentenciados por más de unaño a pena privativa de libertad. En su recinto seencuentran menores de dieciocho a veintiún añosreos de delitos comunes, sin la debida separaciónde los demás delincuentes; pero se proyecta paraalbergarlos un pabellón especial.

Levántanse los penados a las cinco de la ma·

drugada, de seis a once de la mañana y de doce acinco de la tarde trabajan en los talleres; después,

(1) Penitenciaria do Estado de S. Paulo. DecretoN. 3706 de 29 de Ab,-i! de I924, Sao Paulo, Officínas doDiario OfficiaJ, '924.

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de seis a ocho, permanecen en la escuela y a estahora se les da reposo. La alimentación está minu­ciosamente estudiada, conforme a un cuadro decalorías que me pareció anticuado, y acaso en estepunto hay exceso reglamentarista.

Los domingos gozan los presidiarios de unavida excepcional. Se levantan a las seis de la ma­ñana y de ocho a diez reciben la visita de sus fa­miliares; luego oyen misa quienes 10 desean, puesla asistencia a la solemnidad religiosa no es obli­gatoria. De doce a una se sirve un gran almuerzoy de una a cuatro se les da recreo y sesiones decinematógrafo. A las cuatro y media la cena y enseguida ejercicios gimnásticos según el métodollamado «Brasil». A las cinco y media se les con­duce a sus celdas, donde pueden leer hasta lasocho de la noche.

Celdas, talleres y

otros servicios.

Las celdas constituyen el más alto modelo ensu género. Amplias (dos metros y medio por cua­tro), bien encaladas, con suelo de madera más ricaque la de muchas casas europeas de la clase media,con anchurosa ventana por donde penetra la luzespléndida y alumbradas suficientemente cuandooscurece. El servicio higiénico, cuidadísimo, impi-

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de olores molestos. En sus muros no he visto niuno de esos letreros que Lombroso llamó «pa­limpsestos de las cárceles».

Hay en la Penitenciaría los siguientes talleres,en cada uno de los cuales trabajan unos 100 hom­bres: carpintería, sastrería, escobería, fábrica decalzado, mecánica y herrería, colchonería y encua­dernación. Se piensa crear una imprenta en breveplazo. En total trabajan 720 reclusos en las indus­trias y 80 más en faenas agrícolas.

Las escuelas se hallan instaladas en doce salasy hay el propósito de construir un pabellón deveinte salones, especialmente adscriptos a este findocente. A pesar de los años transcurridos el mo­biliario y los elementos de enseñanza están enadmirable estado de conservación. El curso se re­parte en cuatro años y durante ellos los presosaprenden lectura, escritura, gramática, geografía,historia, etc. El porcentaje de 60 por 100 deanalfabetos, que arrojan al ingresar los reclusos,acaba por desaparecer al poco tiempo, pues losmaestros desempeñan su tarea con superlativoentusiasmo. La Biblioteca de que se sirven losreos, encierra 6.000 volúmenes, cuyo fondo hasido esmeradamente seleccionado. La avidez deinstruirse queda demostrada con esta cifra: en el

año 1926 se han hecho por los habitantes de la

penitenciaría 19.162 lecturas.El salón de Conferencias y de exhibiciones ci-

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nematográficas es espléndido y tiene cabida para500 plazas. En dos tandas se subdivide el espec­táculo los domingos y días festivos, con objetode que todos los presos puedan asistir a estos es­parcimientos con absoluta comodidad.

La enfermería, la farmacia, el gabinete dentaly los restantes servicios médicos son instalacionesmagníficas, que envidiarían la mayor parte denuestros hospitales de provincias. Los baños sehallan distribuídos en diez salas, en cada una delas cuales hay veinticinco duchas. Salvo prescrip­ción facultativa el baño es frío. Todo el que lodesee puede bañarse a diario; pero es obligatoriodos veces por semana. El pudor individual estásalvaguardado, pues cada compartimiento de lim­pieza tiene su entrada protegida por un lienzo.

Régimen penitenciario y

estudio del delincuente.

El régimen que se sigue en la Penitenciaría deSan PauIo-donde más escrupulosamente se cum­plen las disposiciones penitenciarias del Códigobrasileño-es el llamado progresivo o irlandés.El primer período de aislamiento dura de dos acuatro meses; el segundo consiste en trabajo encomún y escuela durante el día, bajo silencio re­lativo y reposo nocturno erí celda individual; el

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tercero, intermedio o de Crofton, es de peniten­ciaría agrícola, y en el último se otorga la liber­tad condicional.

Los castigos disciplinarios suelen reducirse a laprivaci6n de privilegios, pero también se utiliza aveces la celda oscura, sin pasar de veinticuatrohoras.

El estudio individual de los presos es maravi·llosamente completo y en cada hoja hallará elmás exigente cuantos datos de biología criminalle sean precisos para el pron6stico de la enmien­da. Los cuadros estadísticos son de minuciosidadsorprendente y en ellos consta el mes de más crí­menes y el día de la semana en que son más fre­cuentes los delitos. Existe una estadística de lacorrespondencia de los reclusos que mide el índi­ce de sus sentimientos afectivos.

El Director.

En toda obra humana el factor personal sueleser decisivo. Un C6digo selecto tiene su génesisen mentes excelsas; una Universidad ejemplar sevaloriza por sus Profesores más que por el suntuo­so edificio y la riqueza de sus materiales. Peroes en la faena penitenciaria donde se acusa conmayores bríos el poder de un hombre. La reformacarcelaria va amada por apellidos pr6ceres en

1

1(

!

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cada pueblo. Sin Howard el mundo no hubiesesentido la dramática angustia de las cárceles, sinel coronel Montesinos en España, sin Maconochieen Inglaterra y sin Brockway en Norteamérica,no se hubiese cumplido el progreso de los presi­dios. Sin Franklin de Toledo Piza, que dirige laPenitenciaría de San Paulo, el Brasil no podríamostrar, con tan auténtico orgullo, este alberguede delincuentes.

Nada más difícil que hallar el varón arquetipopara esta empresa directriz. Ha de ser enérgicosin violencia, compasivo sin sensiblería, versadoen los libros antropológicos y aleccionado por lavida en el práctico conocimiento de los hombres.Ha de inspirar respeto sin temor y confianza sinintimidad. Cuando un hombre que acumula todosestos ingredientes morales e intelectuales, regen­ta una cárcel, el presidio, por viejos que sean susmuros, se convierte en un Reformatorio. Si elilOmbre de excepción muere, sin que su espíritu:ransmigre a otro cuerpo, de nada valen Regla­Dentos ni edificios suntuosos: el Reformatoriolparente se transforma en un penal del máslrcaico estilo.

Franklin de Toledo Piza atesora todas esas cua·idades del Director ideal. Una anécdota bastajara demostrarlo. San Paulo estaba bajo el sacu­limiento de una revol uci6n y los empleados de la'enitenciaría, temerosos de que se cumpliesen los

AWA 9

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rumores propalados y de que los rebeldes abrie­ran la5 puertas del establecimiento para libertar alos presos, abandonaron el recinto en su mayoría.Sólo quedó una cuarta parte de los funcionariosdel presidio. El Director experimentó calladas in­quietudes, pero los mismos reclusos le tranquili­zaron, dándole la seguridad, no sólo de que seabster:drían de todo intento de fuga, sino de quese hallaban prontos a defender la Penitenciaría encaso de ataque de los revolucionarios.

Esta Casa de reforma es objeto de constantesperegrinaciones forasteras y nacionales. DesdeEnero a Septiembre del año 1927 la visitaron"20.000 personas, ajenas la mayoría a los conoci­mientos jurídicos y penitenciarios. Cuantos reco­rren sus celdas, sus talleres y sus servicios médicos,trasponen el umbral con una frase de subido elo­gio; pero no todos se percatan de que tanto orden,disciplina y trabajo está en manos de un hombre.Franklin de Toledo atraviesa ahora la más vigoro­sa edad madura, y el Estado de San Paulo puedeconfiar en que por largos años su establecimientocarcelario será exhibido como ejemplo.

XVI.-EL TRATAMIENTO DE LOSMENORES ABANDONADOS Y DE­

UNCUENTES EN EL BRASIL

La doctrina.

La triste condición en que se hallaban los me­JOres delincuentes en los Estados del Brasil mo­,ió las plumas de los publicistas, y, como en todos.os países, la unanimidad fué absoluta en la re­Julsa del sistema expiatorio y en la demanda de~stablecimientos educativos y de Jueces especia­es, no sólo para los niños ql:le vulneran la norma,¡ino para las criaturas abandonadas.

Evaristo de Moraes (1), Antonio Ribeiro Gon­;alves (2), Franco Vaz (3), Balthazar da Silvei-

([) C,.,atlfas abandonadas e cl"eanfas criminosas, 1902;

~riminalidadeda infancia e da adolescencia, 1916,2." edi­,i6n, considerablemente modificada y aumentada, Ríoie Janeiro, Livraria Francisco Alves, I<j27.

(2) JvIenoru delinquen/es, Tesis, Bahía, 1902.

(3) A infancia abandonada, Río de Janeiro, 1905.

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ra (1), Alfredo Russell (2), Noé Azevedo (3), LeviCarneiro (4) y Beatriz Sofía Mineiro (5), han con­sagrado páginas eruditas, emocionadas o apre­miantes, según la personalidad de cada escritor,al esclarecimiento del problema de los menoresen abandono, de los infantes y adolescentes cri­minales, de las Jurisdicciones para niños, de laasistencia y protección de la juventud delincuen­te, y de las leyes sobre la infancia.

Las páginas de estos escritores hicieron el am­biente propicio para que el legislador dictase suspreceptos, y los libros últimamente publicadoscomentan con ademán apologético las disposicio­nes vigentes hoy en el Brasil sobre tan patéticoasunto.

(1) Tribunaes jara menores, 1916.

(2) Pertas de educa,ao, menores C1 iminosos e estabe/eel­mentos onde dwem cumjrir pena, Río de Janeiro, 1916.

(3) Disso'ta,ao dos Tribunaes e.rpeciaes para menoresdelinquentes e como podem ser creados mire nó.r, Tesis deDoctorado, San Paulo, Saraiva y c.a , 1920.-N, Azevedoha publicado, además, una de sus intervenciones foren·ses: Denun.cia calwuJlio,'l<1. Respotlsabilidade civil do Esta­do, San Paulo, 192Ú~ y ha escrito sobre problemas socia·les atinentes al matrimonio: A moda do desquite, SanPaulo, Empreza Graphica da Revista dos Tribunaes, 1927.

(4) A nova legisla,do da infancia, Río de Janeiro, Em­presa Bibliographica Moderna, sin año, 1924.

(5) Assislencia e Protec,ao aos menores abandonados edelinquentes, Río, Estabelecimento Graphico Villani eBarbero, 1924.

- 135 ~

Lo legislado.

. El Dr. Mello Mattos logró, por fin, que se plas­maran en artículos las más sagaces concepcionessobre «asistencia y protección a los menores aban­donados y delincuentes», transformadas en leypor el Decreto núm. 16.272 de 20 de Diciembrede 1923, que se publica acompañado del «Regla­mento del Consejo de Asistencia y Protección»aprobado el 27 de Febrero de 1924 (1). Estas dis­posiciones han sido ratificadas y adicionadas porel «Código dE' Menores» de 1.0 de Diciembre de1926 (2).

Quiero resumir, por el interés superlativo desus preceptos, los incisos de estas leyes brasi­leñas.

(1) Leyes de asistencia y protección a los mOlores aban­ionadosy delincuent" ," el Brasil, vertidas al castellanopor el Profesor David J. Pérez, por encargo del excelen­tísimo Sr. Dc. Joáo Luiz Alves, Ministro de Negocios ln­terior"s, Río de Jetlciro, lmpretlsa Nacional, 1924.

(2) Decreto num.5.o38 de I dezembro de I926.1nstitu­te o Codigo de il1etlorcs, Río deJaneiro, lmprensa Nacio·nal, 1927.

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M.enores abandonados.

El menor de diez y ocho años que fuere en­contrado en abandono o que haya cometido algu­na infracción penal, será conducido ante el «Juezde menores», que lo hará recoger en el ~Abrigo»,donde se le someterá a un examen médico-psico­lógico y pedagógico.

Se consideran abandonados los menores dediez y ocho años: que no tengan residencia cierta,ni medios de subsistencia por falta de padres, tu­tores o encargados de su guarda; que se encuen­tren accidentalmente sin residencia cierta, ni me­dios de subsistir, a causa de indigencia, enferme­dad, ausencia o prisión de los padres, tutor oguardador, o cuando estas personas estén impo­sibilitadas o sean incapaces de cumplir sus debe­res para con el hijo, pupilo y protegido; que vi­van en compañía de padre, madre, tutor o perso­na que se entregue a la práctica de actos contra­rios a la moral y a las buenas costumbres; que sehallen en estado habitual de vagancia, mendicidado libertinaje, o que frecuenten lugares de juego ode moralidad dudosa; que a causa de la crueldad,explotación o perversidad de los padres, tutor oencargado de su guarda, sean víctimas de malosratos, privados habitualmente de alimentos o de

.,- 137 -

los cuidados indispensables para su salud, emplea­dos en ocupaciones prohibidas, contrarias a la"moral o peligrosas, o incitados consuetudinaria­mente al robo, mendicidad o libertinaje; que ten­gan padre, madre, o tutor o persona encargadade su guarda, condenado por sentencia firme amás de dos años de prisi6n por cualquier delito,o a cualquier pena como coautor, c6mplice, encu­bridor o receptador de delito cometido por elhijo, pupilo o menor bajo su guarda, o por delitocontra éstos.

Los menores abandonados podrán ser objetode una de estas decisiones: Entregarlos a los pa­dres, tutores o guardadores, sin condici6n algunao bajo las condiciones que la autoridad juzgue in­dispensables; confiarlos a persona id6nea o inter­narlos en hospital, asilo de educaci6n, oficina, es­cuela de preservaci6n o de reforma; ordenar lasmedidas convenientes para los que necesitan detratamiento especial por sufrir de cualquier enfer­medad; decretar la suspensi6n o pérdida de la pa­tria potestad o de la tutela; regular la situacióndel menor de manera distinta a las expresadas sihubiera para ello motivo grave.

Menores delincuentes.

En orden a los menores delincuentes, la leybrasileña suprime el criterio del discernimiento y

- 138-

establece estas dos categorías de edades: menorde catorce años y de catorce a diez y ocho.

El menor de catorce años no será sometido aproceso penal alguno; la autoridad competen­te no hará más que tomar las informacionesprecisas sobre el hecho punible, la personalidaddel menor y la situación social, moral y económi­ca de los padres o guardadores. Las decisiones-fuertemente influídas por el Proyecto suizo­que en su caso pueden ser tomadas, son éstas: tra­tamiento apropiado con los niños anormales; in·ternado en asilo, casa educativa, escuela de pre­servación, o entrega a persona idónea, por tiempoindefinido, hasta los veintiún años de edad, si elmenor fuese abandonado, pervertido o estuvieseen peligro de serlo; entrega a los padres, tutoreso guardadores, bajo ciertas condiciones, a no serque se juzgue peligroso dejarlo confiado a estaspersonas, cuando el menor no fuere abandonado,ni pervertido, ni en riesgo de serlo y no precisasede tr"tamiento especial.

El menor delincuente que contare más de ca­torce años y menos de diez y ocho será sometidoa proceso especial, tomando al mismo tiempo laantoridad competente las necesarias informacio­nes respecto al estado físico, mental y moral deél, y de la situación social, moral y económica delos padres, tutor o persona a quien incumba suguarda. Las decisiones que pueden adoptarse son

:'1,.

- 139-

las siguientes: tratamiento especial de los adoles­centes anormales; escuela de reforma de uno acinco años, si el menor fuere normal y no estu­viese abandonado, ni pervertido ni en peligro deestarlo; escuela de reforma de tres a siete años sifuese abandonado, pervertido o en peligro deserlo; la pena señalada en el arto 65 del Códigopenal, que se cumplirá en un establecimientopara condenados menores hasta que se obtengasu regeneración sin qUE' pueda exceder del máxi­mum legal, cuando el adolescente de diez y seisa diez y ocho años hubiese cometido un delitograve y fuere peligroso; entregarle a los padres oguardadores, o darle otro destino sin proferir con­dena, advirtiendo al menor cuando se trate decontravenciones que no revelen vicio o malaíndole.

En las escuelas disciplinarias está proscriptatodo castigo corporal. Los menores se dividen engrupos de treinta, cada uno de los cuales estarábajo la regencia de un profesor que les tratarápaternalmente, participando de sus trabajos y desus diversiones. A los menores recluídos en la

Casa disciplinaria se les procura educación física,psíquica, moral, profesional y literaria.

- 140 -

El Juez de menores.

El Juzgado de menores, según la ley brasileña,es unipersonal, y el Juez se nombra de modo vi­talicio e inamovible. Sus funciones son: asistir,proteger, vigilar, guardar y defender a los niñosy adolescentes y someter a proceso y enjuicia­miento a los menores abandonados y delincuen­tes de menos de diez y ocho años. Tiene comoauxiliares: un Médico psiquiatra, un Profesor, unrepresentante del Ministerio público, un Abogadodefensor, un Escribano, diez Comisarios de vigi­lancia (probation ojficers) y otros funcionarios su­balternos.

La práctica.

He ahí los preceptos de las leyes. Son inmejo­rables e indican sagaces orientaciones; pero susartículos de nada valdrían si la práctica no pusie­se, en el molde inanimado, la emoción cordial,que en estos problemas versantes sobre niñosvale más que los aciertos literarios en las páginasde las Gacetas oficiales. El Brasil, comprendiendotodo lo que hay de decisivo para el futuro, en elcuidado de los menores, acude presuroso a vigo­

rizar la raza y a enmendar los pasos torcidos d'l

- 141 -

sus niños y adolescentes. En el Distrito de Río deJ aneiro el amparo a las criaturas desvalidas y de­lincuentes sembró sus aledaños y sus contornosde establecimientos consignados a la protecciónde la infancia, desde las primeras edades de lavida hasta más allá de la adolescencia.

Establecimientos par a

el cuidado y protección

de nifios y adolescentes

: desamparados :

La Maternidad, el «Abrigo-Hospital ArthurBernardes» y la «Inspectoría de Higiene Infantihatienden a las madres futuras y grávidas en servi·cios preconcepcionales, prenatales y del parto; es­tudian el metabolismo de los niños, les procuran elcongruo régimen higiénico·dietético y les asistenen sus dolencias; todo absolutamente gratuito. Enla "Casa Maternal Mello Mattos» y en el <tRecolhi·mento Infantil Arthur Bernardes», fundados el

primero en 25 de Diciembre de 1924 y el segun­do el 30 de Octubre de 1926, por el Juez de me­nores, así como en la «Sección de desamparadosde la Casa de Expositos», se recoge, trata y edu­ca a los niños de ambos sexos que no han cum·plido siete atlaS y que al alcanzar dicha edad se

- 142-

reparten pór otros establecimientos. La capacidadde cada uno de esos institutos es de 100 plazas.

Para los menores de siete a diez y ocho años exis­ten los siguientes establecimientos oficiales: «Es­cala 15 de Novembro»-dirigida con insuperableacierto por el Dr. Lemas Britto (r)-y .Casa dePreserva<,;ao», para el sexo masculino; para el fe­menino está abierta la «Escoja Alfredo Pinto».Además existen para los muchachos los «Patro­natos Agrícolas», en número de r8, distribuidospor los diversos Estados del Brasil. Hay tambiénCasas y Asilos mantenidos por asociaciones par­ticulares, subvencionadas por el Gobierno Federal,que acogen un cierto número de menores de unou otro sexo, proporcionalmente al auxilio econó'mico que reciben. De estas Sociedades las princi­pales son: el ~Patronato de ¡'vlenores» y la .Aso­ciación Tutelar de Menores».

El <Abrigo».

El «Abrigo de JVIenores» está destinado a reci­bir en depósito, hasta que tengan conveniente des­tino, a los menores puestos a disposición del]uezespecial. Se compone de dos sectores para varo­nes y hembras, subdivididos a su vez en secciones

(1) Véase: A Escota qui1Zze de Noventbro C1t 1926, Río,Tip. da Escola, 1926.

- 143 -

de abandonados y delincuentes. Los pupilos serándistribuídos en grupos, conforme al motivo delingreso, a la edad y al grado de perversión. Losmenores de ocho a catorce años no podrán for­mar parte de los grupos de adolescentes de cator­ce a diez y ocho. No serán recibidos en el «Abri­go» los niños de edad inferior a siete años, que seasilarán en los establecimientos especiales que an­tes reseñé.

El Juez, al decretar el internado del menor, lohará acompañándole de una guía, conteniendo elmotivo de ingreso, los hábitos y antecedentes delmuchacho, la situación moral y económica de lospadres, tutor o guardador y todos los demás da­tos útiles para el conocimiento de las condicionesfísicas, intelectuales y morales del menor y de sufamilia.

Al entrar en el «Abrigo» el niño o adolescenteserá consignado a un pabe1l6n con aposentos deaislamiento, después de inscripto en la Secretaría,fotografiado, sometido a identificación yexamina­do por el médico, un maestro y el director. Allípermanecerán en observación durante el tiemponecesario y, según los resultados de ella, los me·nares serán clasificados en varias categorías, apro­badas por el Juez, y se les dará el destino que ésteordene.

Cuando yo visité el «Abrigo», en Agosto de1927, había en su recinto 438 pupilos.

~.- 144 ~-

Establecimientos para

menores delincuentes.

Para los menores varones que han transgredido

la norma, se ha creado la «Escala Joao Luiz Al·ves», que es un verdadero Reformatorio de niñosy adolescentes. El reglamento de este Instituto se

aprobó por Decreto núm. 17.508, el 4 de Noviem­

bre de 1926 (1); pero no comenzó a funcionarhasta Febrero del siguiente año. Tie¡;¡e capacidad

para 200 muchachos y cuando yo recorrí con pu­pila admirativa, seis meses después de inaugura.

da la Escuela, sus interiores y dependencias, sólohabitaban en ella 19 delincuentes condenados por

el Juez de menores.Los delincuentes del sexo femenino, que son

muy poco numerosos, se destinan a una sección

de reforma de la Escuela de preservación, llamada«Escala Alfredo Pinto", antes aludida.

Mello Maítos.

El actual Juez de menores- el primero nombra·

do desde que la ley rige-es el Dr. José Cándido

(1 ) Véase Reglamento da Escala Joao Luiz Alves, Ríode ]aneiro, lmprensa Nacional, 1927.

- 145-

de Alburquerque Mello Mattos, Catedrático deProcedimiento penal en la Universidad de Ríoy Profesor de Instrucción Cívica y Derecho Usualen el Liceo Pedro 11. Antes fué Abogado crimina­lista y Director del mentado Liceo, del InstitutoBenjamín Constant de jóvenes ciegos y Diputadoen el Congreso. Esta es la lista de cargos y títulosde Mello Mattos, pero sobre los méritos oficialesemerge la personalidad viva y efectiva de un au·téntico reformador.

Con Mello :..1attos visité el Juzgado de menoresy los establecimientos de amparo y de reformaque acabo de mencionar. Muchos de ellos han sur·gido por el esfuerzo y la perseverancia de estehombre de selección. Si en los problemas peni­tenciarios el factor personal lo es casi todo, en es­tas delicadísimas cuestiones de menores, el hom­bre dirigente vale más que nada. Mello j\1attos hadonado su vida a esta faena filantrópica. Y al con­templar su porte humilde, su amor desbordadopor la infancia, sus desvelos paternales, recordéque nuestros Jueces de niños pidieron que se les

permitiera el uso de la toga y que alguno de losque más eco busca en las Revistas y diarios, dejósu silla modesta y nulamente pagada del Tribunalprotector por más conspicua y retribuída poI·trona.

El Jue.z de Río, que no ha tenido en su matri·monio descendientes de la carne, mira como hi-

- 146-

jos del espíritu a los acogidos en las Casas de cui­dado y enmienda. De él emana esa sugestión sua­ve que atrae a los niños. En los patios de los esta­blecimientos no formaban militarmente a su arri­bo las criaturas recogidas, sino que en tumultocordial le rodeaban disputándose una caricia desus manos. Una tarde, en el Juzgado de meno­res-donde acudían adolescentes, niños y madrescon infantes en brazos, pues, como ya dije, la ju­risdicción pueril en la ley brasileña es tan extensacomo en los Tribunales norteamericanos-presen­cié un episodio de relevante significado. U na po­bre mujer se esforzaba, con azoro, por callar elllanto de un niño de pecho, al entrar Mello Mattosen la estancia, pero el chiquillo redobJabla susprotestas. Mello Mattos se aproximó sonriente ala desesperada criatura y la tomó en brazos contierno ademán. El niño contempló con asombroaquel desconocido personaje que le aupaba contanto amor, y tal confianza le inspiraron los nobIes ojos y la dulce sonrisa, que cesaron sus sollo·zas y sonrió entre lágrimas. Si el Juez de menorestiene miedo de que los niños le ensucien el ele­gante atuendo, lo mejor es declararle cesante desu cargo.

Para que la figura de Mello Mattos alcanzase elacmé de perfección, sólo le faltaba ser perseguidopor la Justicia terrena y adulta. Y lo ha sido en

Marzo de 1928. El Juez de menores había pro-

- 147 -

hibido a los niños el acceso a las salas de espec­táculos y unos cuantos interpusieron el recurso dehabeas corpus que prosperó indebidamente en laCorte de apelaciones de Río. Mello Mattos, consin par habilidad y perfecta justicia, interpretó elfallo como aplicable, tan s610, para los propios re­currentes y acordó mantener la prohibici6n paratodos los demás niños que intentasen la entradaen cinemat6grafos y teatros. El Magistrado de lainfancia estaba en lo cierto y su medida coincidecon lo postulado por los que se ocupan en estosasuntos (1). Pero el Tribunal Superior, con máxi­ma torpeza, consider6 irrespetuosa la actitud deMello Mattos y le impuso el castigo de un mes desuspensi6n de sueldo, que lejos de amilanar susentusiasmos los ha redoblado (2).

Esta figura, transida de coraz6n, modesta Jprócer a la vez, quiero que sea la última imagen-<dos últimos serán los primeros»-que se des­lice suavemente por estas notas de mi viaje alBrasil, como fueron sus brazos los últimos que meestrecharon al partiry su pañuelo flameante el pos­trer adi6s que distinguí desde la cubierta del bu­que...

(1) Véanse mis artículos: Cinematógrafo y delincuenciay La lucha contra las pel{culaspeligrosas, en La Libertad(de Madrid), de 10 y '9 de Marzo de 1927.

(2) Véase, entre otros diarios que dieron la noticia,La Prensa, de Buenos Aires, de 17 de Marzo de 1928.

A.sÚA 10

INDICEPágs.

PROLOGO... ...........•.........•. VII

J.-~RE VrcToRlo»-...... • ~.. 1

Consecuencias de ir urgido ......•......El trasatlántico. . . . . • . • . .. . . . .. 2

El compañero demente y el camarote in-habitable. ... .. ... .• ... ..... . .. .... .. 4

¡¡Tierra!!. . . . . . . . . . . . . . • . . . . .. . . . . . . • . . . 7n. ·-RIO DE JANlURO. •••.•••••••.••••.••••.•• 8

La Ciudad de la luz..... ..• 8La capital del BrasiL..... . . . .. . . •.. . 9UnpaseoporRío....................... 10

Historia de Rio de Janeiro.. . • . .. . . .• • • . . 12

Las calles y los barrios '.' . . . . 13Las Avenidas..................... ..... 15Anécdota policíaca•. ' • . . . • . . . . . .. .....• 16

lIL -EL CONTORNO DE RIO.. .. • • .. •• • .. • • .. • • • • 18

Un paseo por las afueras , 18

El Pan de Azúcar. .• _..........• ' . . . . . . 19

El Corcovado. ........................• 2 I

Tijuca ..... . . . . .. .........•..••••..... 22

IV..• SAN PAULO y SANTOS........ 24

Ciudades y campos brasileños...•.. , ..• , . 24

San Paulo.............................. 25El Instituto Butantan .....•.... , ... , .... 26De San Paulo a Santos .... , . . . . . . . . . . . . . . 28

V.-COSTUMBRRS BRASILEÑAS. , , ...•.•. , . , . . . . • . 30

150 íNDICE

Págs.

Con licencia.. . .Civilización histórica. . ,........ . .La vida social .. ' . . . . . . .. . . ......•....

VI.-BRASIL SE DIVIERTE ... > _ ••••••••••

Cosmopolitismo y uniformidad .Teatros y cinematógrafos.•..............Los grandes hoteles .............•.....Las <entretenidas>.. . . .• . •.............

VII. -LA POLÍTICA.. • • • . • • . . . . . • . • .• . .•..•.•.•

Características de la política americana .La política en el Brasil .La Prensa brasileña y la reciente Ley .Nacionalismo y patriotismo " .

ViiI. - LA CULTURA BRASILEÑA Y ]1L INFLUJO ESPA'ÑOL ••

Las influencias culturales .....•.........Penetración española _El héroe del libro español.. •.•. _.. _•.. __ .

IX.-L.A. LITERATURA Y EL ARTE ••..••• , ., ••. '"

La poesía y la nove]a _, ,.El vanguardismo literario.. . .. . .La Prensa. . . . . . . .. . ...........•......La oratoria _ ' ' _La pintura '. • ..

x. - EL DERECHO.. • . . • • • • .•••.. ' .. .. _ ..

La cultura jurídica _., ., _.,Nombres destacados ' .••.....Los Tribunales en el Brasil. ... _. . .. . ....La enseñanza del Derecho. .. . _. .. .,. .La Facultad de Derecho de Río de Janeiro.Una <colación de grados» _•.

XL·- EL DEEECHO PENAL _ ' . .. .

Tobías Barreto , "'_La corriente alemana: Carneiro y Costa e

Silva .

3°3 2

343 6

36

38

40

42

44444648

5°5151

5355595961

6465656868

7°7373

76

798283

86

íNDICE

Profesores de Derecho penal en el Brasil .•Contribución jurídico-penal br<lsileña .Derecho penal militar•................ , .La Criminología y las Cienci<ls afines.•....

XII.-LA LEGISLACIÓN PENAL VIGENTE > .

El Código penal.. . . . . . . '. . ...• _.Las leyes penales complementarios ... , ...Legislación sobre peligrosidad y medidas

aseguratívas . .. , ".. " , ' '."Delitos de imprenta , ., .La reforma penal y procesal .

XIII. ~EL NUEVO PROYECTO DE CÓDIGO PENAL. ••. .. ,

La composición del Proyecto..••. ' •.....Estructura. .. .•.. " .... . ........•.Contenido.. .. •.. . ...•..... ,........ .Juicio crítico.. '" .••.. .., ,,'

XIV. LA PRÁCTICA PENITENCIARIA.·.. ~ ,." ..

El penitenciarismo'doctrinal. .La Casa de Corrección de Rio de J aneiro. ,El régimen penitenciario en el Brasil .

xv.-LA MARAVILLOSA PENITENCIARfA D5 SAN PAUVO.

Historia de su co~struccióo ' . " .Vida de la población penal., , .Celdas. tallere-s y otros servicios.. .. . .Régimen penitenciario y estudio del deli-

cuente . .El Director .........•.....•.......•....

XVI. EL TRATAMIl<NTO DE LOS MENORES AllANDONADOS

y DELICUENTES EN EL BRn.SIL ..

La doctrina , , ., , .Lo legislado '. _.......... • ..Menores abandonados , .Menores delicuentes ' .•.•..•..• . .•..El Juez de menores. . ..

151

Págs.

8789

93959999

100

101

1°3104

1°71°7108

1 10

115117

1I7

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123125125126

127

129130

133133135136

137140

152 íNDICE

Págs.

La práctica .. ' , .. , ' ....•....• 140

Establecimientos para el cuidado y protec-ción de niños y adolecentes desampara-dos.. 141

El<Abrigo~,~._ ~ .•.•.............• 14Z

Establecimientos para menores delincuentes 144

Mello Matlos " " '" . 144

Obras de Luis Jiménez de Asúa

TRABAJOS PUBLICADOS

Precienpe!et

1· La sentencia indeterminada.. Elsístema de pentts determinadas «aposteriorÍ>. --Madrid: Reus, 1913. Unvolumen en 4.° de XLIV-198 paginas. . 6,00

2. La pena previamente indetermi­nada y las penas retenidas. Ponen­cia al Segundo Congreso PenitenciarioEspañol, celebrado en La Coruña el año1914. Elllas Actas, tomo n.-Madrid:Tejada y Martín, 1915, páginas 197-203. N." Tend••

3. La recompensa como prevencióngeneral. El Derecho premial.­Madrid: Reus, 1915.-Un folleto en 4,·de 75 páginas .. ~ .. _. Agotado

4. Derecho penal.-Contestaciones alPrograma para las oposiciones al Cuer­po de Aspirantes a la Judicatura y Mi·nisterio fiscal. Primera edición. Madrid:Rens, 1915. Un volumen en 4.° de 382páginas. (Agotad<> )-Se~nda edición!enteramente refundida.--Madrid: Reus,1920. Un vo!um\iln en ~,. cj.e <139 p~¡: