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ENERO / MARZO 2016 247 CUADERNOS de pensamiento político RESEÑAS Kissinger. The idealist, 1926-1968 NIALL FERGUSON Volume I, Penguin Press, New York, 2015. 986 páginas. “Este hombre tan famoso, tan importante, tan afortunado, a quien llaman Superman, Su- perkraut, que lograba paradójicas alianzas y conseguía acuerdos imposibles, tenía el mundo con el alma en vilo, como si el mundo fuese su alumnado de Harvard. Este perso- naje increíble, inescrutable, absurdo en el fondo, que se encontraba con Mao Tse-Tung cuando quería, entraba en el Kremlin cuando le parecía, despertaba al presidente de los Es- tados Unidos y entraba en su habitación cuando lo creía oportuno, este cuarentón con gafas ante el cual James Bond queda conver- tido en una ficción sin alicientes, que no dis- para, no da puñetazos, no salta del automóvil en marcha como James Bond, pero aconse- jaba guerras, terminaba guerras, pretendía cambiar nuestro destino e incluso lo cam- biaba… en resumen, ¿quién es Henry Kissin- ger?”, se preguntaba con malicia Oriana Fallaci, en la introducción a una entrevista que le hizo en 1972 (ver en Entrevista con la his- toria, Noguer y Caralt, Barcelona, 1974). Desde la publicación de su primer libro Nuclear Weapons and Foreign Policy (1957) que lo haría indispensable para la elaboración de la estrategia norteamericana durante la Guerra Fría, muchos autores han intentado responder a esta pregunta. Algunos, como Christopher Hit- chens en The Trial of Henry Kissinger (2001), se la plantearon para criticar acerbamente sus de- cisiones políticas y acusarle de crímenes de guerra; otros, para estigmatizarlo como un cí- nico y un calculador hambriento de poder al estilo de Maquiavelo, Metternich o Bismarck, tal como lo hizo Walter Isaacson en su ensayo Kissinger: A Biography (1992). No faltan testi- monios de amor no correspondido, a la ma- nera de la periodista francesa Danielle Hunebelle (Dear Henry, 1972), que había con- seguido entrevistarlo dos veces pero no enre- darlo en una aventura. Aunque muy diferentes entre sí, estos libros tienen un denominador común. A sus autores les une el propósito de tratar al personaje al estilo del viejo Oeste: darle un juicio justo y luego ahorcarlo: “Give him a fair trial and then hang him”, como sen- tencia Paul Newman en el papel del juez Roy Bean (El juez de la horca, 1972). El historiador británico Niall Ferguson (cono- cido por los lectores españoles gracias a sus bestsellers mundiales, entre los que destacan Civilización: El Occidente y el Resto; El Triunfo del Dinero; El Imperio Británico; La Gran De- generación), en su último libro –Kissinger. The Idealist, 1923-1968– no pretende juzgarlo y mucho menos ahorcarlo. Ferguson reconoce que había rechazado la oferta de la editorial

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Kissinger. The idealist, 1926-1968

NIALL FERGUSONVolume I, Penguin Press, New York, 2015. 986 páginas.

“Este hombre tan famoso, tan importante, tanafortunado, a quien llaman Superman, Su-perkraut, que lograba paradójicas alianzas yconseguía acuerdos imposibles, tenía elmundo con el alma en vilo, como si el mundofuese su alumnado de Harvard. Este perso-naje increíble, inescrutable, absurdo en elfondo, que se encontraba con Mao Tse-Tungcuando quería, entraba en el Kremlin cuandole parecía, despertaba al presidente de los Es-tados Unidos y entraba en su habitacióncuando lo creía oportuno, este cuarentón congafas ante el cual James Bond queda conver-tido en una ficción sin alicientes, que no dis-para, no da puñetazos, no salta del automóvilen marcha como James Bond, pero aconse-jaba guerras, terminaba guerras, pretendíacambiar nuestro destino e incluso lo cam-biaba… en resumen, ¿quién es Henry Kissin-ger?”, se preguntaba con malicia OrianaFallaci, en la introducción a una entrevista quele hizo en 1972 (ver en Entrevista con la his-toria, Noguer y Caralt, Barcelona, 1974).

Desde la publicación de su primer libro NuclearWeapons and Foreign Policy (1957) que loharía indispensable para la elaboración de laestrategia norteamericana durante la GuerraFría, muchos autores han intentado respondera esta pregunta. Algunos, como Christopher Hit-

chens en The Trial of Henry Kissinger (2001), sela plantearon para criticar acerbamente sus de-cisiones políticas y acusarle de crímenes deguerra; otros, para estigmatizarlo como un cí-nico y un calculador hambriento de poder alestilo de Maquiavelo, Metternich o Bismarck,tal como lo hizo Walter Isaacson en su ensayoKissinger: A Biography (1992). No faltan testi-monios de amor no correspondido, a la ma-nera de la periodista francesa DanielleHunebelle (Dear Henry, 1972), que había con-seguido entrevistarlo dos veces pero no enre-darlo en una aventura. Aunque muy diferentesentre sí, estos libros tienen un denominadorcomún. A sus autores les une el propósito detratar al personaje al estilo del viejo Oeste:darle un juicio justo y luego ahorcarlo: “Givehim a fair trial and then hang him”, como sen-tencia Paul Newman en el papel del juez RoyBean (El juez de la horca, 1972).

El historiador británico Niall Ferguson (cono-cido por los lectores españoles gracias a susbestsellersmundiales, entre los que destacanCivilización: El Occidente y el Resto; El Triunfodel Dinero; El Imperio Británico; La Gran De-generación), en su último libro –Kissinger. TheIdealist, 1923-1968– no pretende juzgarlo ymucho menos ahorcarlo. Ferguson reconoceque había rechazado la oferta de la editorial

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para escribir una nueva biografía de Kissinger,por considerarlo “demasiado difícil”, pero laposibilidad de usar las notas y diarios perso-nales del biografiado le hicieron cambiar deopinión.

El primer volumen, The Idealist, vio la luz trasdiez años de minuciosa investigación (segúnel autor, necesitará unos tres o cuatro máspara escribir el segundo), y pretende ser “unabiografía definitiva, aunque no necesaria-mente positiva”. Partiendo de la idea de quetanto los tres tomos de las memorias de Kis-singer como las biografías publicadas porotros autores sólo se centran en sus épocasde asesor de Seguridad Nacional (1969-75)y de Secretario de Estado (1973-77) con lospresidentes Richard Nixon y Gerald Ford, Fer-guson se propone arrojar la luz sobre otros as-pectos menos conocidos de su vida. Elresultado final, un libro de casi mil páginas,constituye un auténtico Bildungsroman (pala-bra alemana para designar la novela de for-mación, que describe el desarrollo físico,psicológico, moral y social del personaje). Laopción de narrar la vida de Kissinger como unproceso de aprendizaje –el historiador reco-noce que se inspiró en Wilhelm Meister Lehr-jahre [“Los años de aprendizaje de WilhelmMeister”], la gran novela de Goethe (1796)–parece particularmente acertada por dos mo-tivos principales: Kissinger afirma en el primertomo de sus memorias que el oficio de admi-nistrador del Estado enseña a tomar decisio-nes, pero no crea capital intelectual, sino quelo consume. De ahí la intención de Fergusonde descubrir y describir cómo Kissinger creósu capital intelectual antes de empezar a tra-bajar en la Casa Blanca.

La segunda razón implícita se refiere a la cul-tura tradicional judía. Nacido en el seno de unafamilia de judíos ortodoxos en 1923, en Fürth(Alemania), el destino de Heinz Alfred Kissingerhabría sido, con mucha probabilidad, el deotros niños judíos de su tiempo. En el discurso

que pronunció Josef Joffe –The Golden Age ofGerman-Jewry, 1871-1933: Is a Remake Pos-sible?– al recibir la Medalla Leo Baeck, que leentregó Henry Kissinger en nombre del InstitutoLeo Baeck de Nueva York ( 2014), Joffe afirmóque los niños judíos crecen con “dos manda-mientos”: Ess, ess, mein Kind (“Come, come,hijo mío” [porque mañana puede que no hayaalimentos]) y “lo que tienes en tu cabeza, nadiete lo podrá quitar”. Los padres de Kissinger,Louis (maestro) y Paula (ama de casa), ense-ñaron a su hijo que la clave del éxito no resideen el linaje o en el patrimonio, sino en el cere-bro, en la inteligencia.

Para responder a la pregunta de quién esHenry Kissinger se hace necesario compren-der cómo un refugiado de la Alemania nazi,que llegó a los EE.UU. en 1938 y que traba-jaba durante el día en una tienda de golosi-nas, mientras estudiaba en la escuelanocturna, se convirtió, treinta años después,en el asesor de seguridad nacional del presi-dente del país más poderoso del mundo. Laclave de su éxito personal se halla en una ri-gurosa ética del trabajo, en una intensa sen-sibilidad para la Historia y en una inteligenciaextraordinaria. A partir de 1944, Kissingerformó parte de la sección IG del ejército ame-ricano. Los miembros de dicha sección “roza-ban la genialidad”, según indicaban laspruebas a las que fueron sometidos, las queel joven Henry superó con creces.

La formación de Henry Kissinger en la primeramitad de su vida, entre los años 1923 y 1968,pasó por cinco etapas. En cada una de ellasaprendió, a través de lecturas y de experien-cias frecuentemente amargas, algo nuevoacerca de sí mismo, de la naturaleza de la po-lítica exterior norteamericana, de las relacionesinternacionales y de los principios del arte degobernar. La primera etapa de su vida estuvomarcada por su experiencia juvenil en la Ale-mania nazi, por la de refugiado en los EE.UU. ypor la de soldado del Ejército americano du-

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rante la Segunda Guerra Mundial en las tareasde contrainteligencia (más tarde, la de res-ponsable de la oficina de desnazificación envarias ciudades alemanas). En esta épocaaprendió y vivió la diferencia entre el totalita-rismo nazi y la democracia americana. En elEjército conoció a Fritz Kreamer, el hombre,según Kissinger, “que ejerció mayor influenciasobre mí en mis años de formación”. En los deestudiante en la Universidad de Harvard, a lacual accedió con una beca de excombatiente(sus padres jamás habrían podido pagarle losestudios), descubrió el idealismo filosófico yaprendió también que el conocimiento de lahistoria es imprescindible para cualquier ofi-cio, pero sobre todo para las relaciones inter-nacionales, dado que “enseña a través de laanalogía y no de máximas”. Su mentor de Har-vard fue el profesor William Yandell Elliott, quele obligó a leer a Kant y le recomendaría comoasesor al presidente Kennedy. En la mismaépoca forjó su amistad con Nelson Rockefeller(cuya candidatura apoyó en tres ocasiones enlas primarias del Partido Republicano). Trabajócomo asesor personal de ambos a la vez. Eléxito de su libro sobre las armas nucleares leabrió puertas de la Casa Blanca, y ha sidoObama, de todos los presidentes de los EE.UU.desde Kennedy en adelante, el único quenunca le ha pedido consejo sobre política ex-terior. Su cuarta etapa vital se inauguró con suprimera visita a Vietnam (1965) como enviadodel presidente Johnson, donde aprendió quela guerra que allí libraban los EE.UU. era de unnuevo tipo y que la imagen que de ella teníanlos políticos de la Casa Blanca no coincidíacon la realidad. La guerra de Vietnam fue elpunto de inflexión en la vida de Henry Kissin-ger: ya en 1963 dijo que había que buscar unamanera diplomática del salir del embrollo, porhaber concluido que la potencia más poderosadel mundo no tenía capacidad ni estrategiapara luchar contra el Vietcong. Durante 1967y 1968 intentó encontrar esa salida diplomá-tica en las negociaciones con Hanoi, celebra-das en París, lo que convencería a Nixon para

nombrarle asesor de Seguridad Nacional. Laguerra de Vietnam convirtió al académico enpolítico y al idealista en realista.

Otro de los propósitos de Ferguson, logrado amedias y que el mismo título del libro apunta,es demostrar que Henry Kissinger fue un idea-lista y no un despiadado Maquiavelo ameri-cano. Es cierto que nunca fue un idealista alestilo del presidente Woodrow Wilson, ya queno creía en una paz universal mediante leyesinternacionales y seguridad colectiva, porqueconsideraba que llevaría a una parálisis polí-tica: “la insistencia en la moralidad pura en símisma es la postura más inmoral de todas”,afirmaría en una carta de 1956. Su idealismofue más bien filosófico, como se refleja en untrabajo estudiantil –The Meaning of History–sobre los conceptos de la filosofía de la histo-ria y el de la paz perpetua de Kant. En variasocasiones el mismo Kissinger ha reconocidoque Kant y Spinoza contribuyeron mucho mása su formación que Maquiavelo o Bismarck.

Para demostrar el idealismo de Kissinger, el his-toriador británico esgrime su antimaterialismo,su hostilidad hacia todas las formas de deter-minismo económico. En su libro The Necessityfor Choice (1961) definió lo que creía que eranecesario para ganar la Guerra Fría: “A menosque seamos capaces de hacer el concepto de li-bertad y el respeto a la dignidad humana significativos para las nuevas naciones, la com-petencia económica entre nosotros y el comu-nismo no tendrá sentido”. La dimensión ética yno el puro idealismo debería ser el meollo dela política exterior americana.

El empeño de Ferguson en demostrar que Kis-singer es un idealista está teñido de revisio-nismo, pues, aunque sea cierto en lo referido aposturas intelectuales, no deja de ser una ré-plica a los que atacan a Kissinger por su Real-politik. Pero esto, que tiene que ver con lamoda académica norteamericana de encajarlos actores políticos en la teoría de relaciones

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En la cabeza de Vladimir PutinMICHEL ELTCHANINOFFDans la tête de Vladimir Poutine Solin, Actes Sud, 2015, 172 páginas

Estamos ante una obra sintética y precisa deMichel Elchatninoff, profesor de Filosofía fran-cés de origen ruso, que obtuvo en 2015 elpremio de una publicación casi bicentenaria,la Revue des deux mondes. El autor ha escu-driñado los discursos del presidente Putin yha mantenido toda una serie de entrevistaspersonales en Rusia para encontrar las coor-denadas del pensamiento del líder ruso. Sinembargo, no es una guía para prever unas ac-ciones que tienen mucho de táctica y algomenos de estrategia. Sirve, en cambio, paratratar de comprender un discurso que influyesobre la sociedad rusa y que también setransmite a distintos niveles de la Administra-

ción, desde los gobernadores a los responsa-bles de la política interior del Kremlin. Y es útiltambién para preguntarse cuál es la alterna-tiva propuesta por la Rusia de Putin. ¿Serápercibida como un “Estado-civilización”, si-tuado al margen de Europa, o se presentaráincluso bajo la apariencia de una renovacióndel pensamiento conservador y de los valorestradicionales desechados por la sociedad oc-cidental posmoderna?

En realidad, hay más de lo primero que de losegundo, pues las acciones y el discurso dePutin de los últimos años lo apartan de Eu-ropa y Occidente, aunque no es menos cierto

internacionales, no disminuye el valor extraor-dinario de su ensayo. Sus obras anteriores sonuna síntesis de historia económica, diplomá-tica y militar o, en sus palabras, “una com-prensión de la naturaleza del poder y de lascausas de la guerra y de la paz”. La biografía deHenry Kissinger es su libro más original; por suestructura y su hilo conductor –el aprendizaje–y por haber encontrado un equilibrio entre elrelato biográfico de un personaje tan complejoy controvertido y la historia del siglo XX: la vidade Kissinger transcurre entre la tragedia de losjudíos en la Alemania nazi y la emigración aNueva York, entre la destrucción de la SegundaGuerra Mundial y la amenaza nuclear de la

Guerra Fría. No se puede entender sin la histo-ria del siglo XX (y viceversa).

El propósito del volumen venidero, según el his-toriador británico, será averiguar si un idealistapuede mantener sus ideales en el mundo realdel poder. El lector que conoce los años deejercicio de poder de Kissinger ya sabe que no.Sin embargo, no tiene importancia, porque loque ha dado sentido a la vida de Henry Kis-singer (a punto de cumplir 93 años) ha sido sucapacidad de aprender y no la condición teó-rica de idealista o de realista.

MIRA MILOSEVICH

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que algunos lo toman ahora como inspira-ción de ciertos movimientos políticos antili-berales, populistas y nacionalistas, en el ViejoContinente. Pero esto no deja de ser un rasgosecundario, pues Moscú no pretende lideraruna internacional “conservadora” ni asumir,por ejemplo, el viejo papel protector del za-rismo de las minorías cristianas en el próximoOriente. En cualquier caso, son aspectos quedan colorido histórico al discurso, pero pocomás, pues lo determinante son los interesesconcretos, económicos, políticos o militaresde un país que no quiere renunciar a su tra-dicional papel de gran potencia. De ahí queel libro de Elchatninoff insista, de continuo,en que Putin no es un intelectual sino unapasionado de la literatura, la historia o eljudo. Un deporte, este último, que le habrásido útil para reflexionar sobre cuál ha de serel mejor momento para pillar desprevenidosa sus adversarios.

No existe, en consecuencia, una “filosofía” pu-tiniana, pues el presidente ruso es un prag-mático capaz de servirse en cada momentode la cobertura ideológica que estime másconveniente. El autor nos brinda además unacomparación con un personaje literario, algoa lo que son muy dados los ensayistas fran-ceses. Se trata de Dimitri Karamazov, un hom-bre al que Dostoievski presenta como untemperamento a la vez cínico e idealista, sibien en ambos casos su actuación es sincera.

El recorrido de Elchatninoff a través de lamentalidad de Putin cubre el sovietismo, lareligión ortodoxa, el conservadurismo o el eu-rasianismo, y hay que reconocer que el presi-dente ruso nada con habilidad en lascorrientes de todos los “ismos”. Ni que decirtiene que el nacionalismo ocupa el lugar másdestacado, pues la placa descubierta en2005 por Putin en homenaje a Kant en la uni-versidad de Kaliningrado, la antigua Köenigs-berg prusiana, es un acontecimiento quequeda muy atrás. No era una conversión sú-

bita del presidente ruso al idealismo kantianode la paz perpetua, sino otra demostración depragmatismo en la que había que proclamarla europeidad de Rusia tanto por su mentali-dad como por su cultura. No había surgidoaún el Putin de la Unión Euroasiática.

El fervor patriótico de Putin tiene sus raícesen la época soviética, un tiempo en el que loseducadores infundían un respeto casi reli-gioso por los libros y los grandes nombres dela cultura rusa, y en el que existía una ciertamilitarización de la sociedad con todo unculto de héroes y mártires. Sin embargo, elpresidente ruso no parece tener simpatía porel comunismo, ni por Lenin ni por los prime-ros marxistas rusos, a los que consideraría im-portadores en Rusia de ideologías alemanas.Tampoco demuestra tener nostalgia del pe-riodo estalinista, a excepción de los años dela gran guerra patriótica (1941-1945) y la vic-toria sobre el nazismo. Desde ese punto devista, Stalin es más la encarnación del pa-triotismo que del marxismo-leninismo. Contodo, el establecimiento de la Unión Euroa-siática y la anexión de Crimea han servidopara especular sobre si Putin tiene el propó-sito de reconstruir la URSS. Sería más co-rrecto decir que busca recuperar la influencia,perdida o debilitada, de Moscú en los paísesvecinos, donde viven 25 millones de rusos.

El antiguo funcionario del KGB nunca creyófervorosamente en el comunismo, ya que tuvoocasión de comprobar por dentro las debili-dades del sistema. El presidente ha sabidomantener cierta equidistancia con el pasadosoviético. De hecho, en los primeros años desu mandato llegó a declarar que quien no la-mentara la destrucción de la URSS no teníacorazón. En cambio, carecía de cabeza el quedeseara su reconstrucción.

Eltchaninoff cuenta en el libro una anécdotasignificativa, a modo de ejemplo, de una ba-talla de las ideas: la presidencia rusa remitió

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a los gobernadores del país un regalo para elaño nuevo de 2014 que consistía en un com-pendio de las principales obras de los pen-sadores rusos del siglo XIX. Esto no hace dePutin un modelo de “rey filósofo”, al estilo delidealizado por Platón en La República, perolo cierto es que ha ido llenando algunos dis-cursos de sus últimos años de citas de pen-sadores rusos. Se trata, claro está, deintelectuales eslavófilos, y en absoluto proeu-ropeos. Entre ellos destacan Nikolai Danilevski(1822-1855) y Konstantin Leontiev (1831-1891), partidarios del paneslavismo y de ladefensa de la identidad rusa frente a las in-tromisiones occidentales.

Entre los muchos discursos citados en laobra, puede recordarse uno de 2012, y enel que Putin arremetía contra la globaliza-ción uniformadora, con la denuncia de “lastentativas para influir sobre la visión delmundo de pueblos enteros, el esfuerzo parasometerlo a su voluntad, su sistema de va-lores y de conceptos”. En la misma diná-mica, en una intervención del presidenteante la Asamblea Federal en 2013, se re-cordaba que “en los momentos más críticosde nuestra historia, nuestro pueblo ha vueltoa las raíces, a sus fundamentos religiosos,sus valores religiosos…”.

Y es que, al igual, que los intelectuales cita-dos, Putin está convencido de que Rusia esmucho más que un Estado: es una civilizacióncuyos fundamentos son el pueblo ruso, la len-gua rusa, la cultura rusa, la Iglesia ortodoxarusa… A partir de aquí se desarrollaría todoun combate ideológico para salvar una cul-tura rusa acosada por Occidente. No son ar-gumentos empleados en una política exteriorque de vez en cuando tiene sus dosis de prag-matismo, sino que son para consumo internodel pueblo ruso. Es un mensaje de salvaciónpara el alma rusa –según la entendían cier-tos filósofos de hace dos siglos muy influen-ciados por el idealismo alemán– y que hoy

estaría amenazada. Aquí se puede pasar conmucha facilidad de Hegel a Spengler, sin dejarde lado a Schelling, pero además, tal y comosubraya Elchatninoff, otros autores alemanesmás recientes han gozado de difusión en laslibrerías rusas. Se trata de Carl Schmitt y ErnstJünger. El arsenal ideológico está servido, peroen él difícilmente encontraremos alguna lec-tura moral o jurídica de la política.

En el nacionalismo ruso se rinde culto a laHistoria (escrita siempre con mayúsculas a lamanera hegeliana) y a los líderes políticosque son su reencarnación. Lo del hombreprovidencial que construye la Historia sigueteniendo cabida en Rusia, pero no, desdeluego, en algunos países de Europa Central yOriental, que en su día pertenecieron al im-perio comunista y que forman parte de la UE.Quizás esa diferencia entre vecinos se debaa que estos últimos contemplaron la caídadel comunismo como una eclosión de liber-tad. Sin embargo, muchos rusos no vieron elfinal de la URSS de la misma manera: fueuna derrota, una humillación para un paísque durante siglos fue un imperio. En elfondo, nadie tiene nostalgia de las precarie-dades de la era comunista, pero lamentan lapérdida del imperio. Es bien conocida la citade un discurso de Putin de hace unos años,en la que tachaba de “pérdida estratégica”el final de la URSS.

Dans la tête de Vladimir Poutine es otro deesos libros útiles para entender la Rusia ac-tual. Pero más allá de las exposiciones his-tóricas o filosóficas, solamente puedecomprender a Rusia desde el hecho de queno es un Estado posmoderno, como los Es-tados europeos occidentales. No renuncia asu Historia, a pesar de sus carencias demo-gráficas y económicas, que pueden repre-sentar una amenaza a la larga para suseguridad e integridad territorial. Esto explicaque la gran mayoría de los rusos estén sa-tisfechos con la política exterior de Putin, el

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Un diagnóstico necesario

El catedrático de Historia Contemporánea de laUniversidad de Valladolid, Ricardo Martín de laGuardia, nos presenta una obra pertinente y ne-cesaria en la que disecciona cómo “Europa”, nosólo la CEE-UE, ha sido entendida por las élitespolíticas e intelectuales españolas y cómo hamoldeado su comportamiento. Para ello, es-tructura el libro en nueve capítulos, a los quedebe sumarse el dedicado a una ingente bi-bliografía, lo que demuestra su conocimientodel objeto de estudio. Igualmente, ordena la ex-

posición de forma cronológica (lo que facilita lalectura y la comprensión del mensaje) desde elsiglo XVIII hasta el Gobierno de José Luis Rodrí-guez Zapatero.

Uno de los principales méritos de la obra esque no se centra únicamente en lo que po-dríamos llamar “relaciones de España con laCEE-UE”, si bien tal escenario no lo descuida.Al respecto, establece una suerte de cesuraentre la forma en que los gobiernos de FelipeGonzález y José María Aznar gestionaron “lacuestión europea” y el proceder de José Luis

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ASEl europeísmo. Un reto

permanente para EspañaRICARDO MARTÍN DE LA GUARDIAEditado por Cátedra (Grupo Anaya), Madrid, 2015, 352 páginas

hombre que ha recuperado Crimea y que es-taría restaurando el prestigio de Rusia enOriente Medio gracias a su intervención enSiria.

La obra de Eltchaninoff no nos anticipa lasacciones futuras de Vladimir Putin, aunquenos ayuda a acercarnos a su mentalidad. Ytambién su lectura nos lleva a la siguienteconclusión, digna de ser meditada por los po-líticos occidentales: después de Putin, Rusiano cambiará sustancialmente. Pese a todo,puede que ese mismo nacionalismo ruso seaempleado un día como arma defensiva frente

al poder del gigante chino, al mismo tiemporival y aliado de Rusia. Después de todo,China nunca ha creído en el concepto de unaEurasia liderada por Moscú, una idea culti-vada entre los exiliados rusos del periodo deentreguerras, y revivida hoy por AlexanderDugin, con toda su mística de las estepas,nostálgica de la Horda de Oro o de GengisKhan, a caballo entre el esoterismo y la filo-sofía cultural. Bien saben los chinos que lademografía y la economía son armas muchomás poderosas.

ANTONIO R. RUBIO PLO

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Rodríguez Zapatero, más pendiente de unapolítica de eslóganes que no se tradujo en re-sultados tangibles. Así, aunque aplicó el lema“los primeros en Europa” con motivo del refe-rendo para la ratificación de la ConstituciónEuropa (20 de febrero de 2005), lo cierto esque tras ser rechazada por los electoradosfrancés y holandés, el Gobierno socialista es-pañol hizo poco por reactivarla, prefiriendocentrarse en aspiraciones vacuas como la“alianza de civilizaciones”.

Ricardo Martín de la Guardia comienza porhacer un análisis de la compleja situación en laque se encuentra inmersa hoy en día la UE.Para ello adopta como criterio las eleccioneseuropeas de 2014, que sumieron al procesode construcción europea en un estado deshock debido, entre otras razones, a la bajaparticipación que se apreció en dichos comi-cios, pese a que las fuerzas políticas se movi-lizaron en mayor medida que en 2009. Así,aunque los resultados finales dieron la victoriaa los “partidos moderados” (conservadores, so-cialistas y liberales), también se produjo un so-bresaliente avance euroescéptico (o incluso deformaciones distintivamente “eurófobas”, comoel Frente Nacional en Francia y el UKIP enReino Unido).

En consecuencia, las elecciones europeas de2014 constataron un fenómeno que la “euro-filia” cortoplacista había subestimado hastaesa fecha: la desafección de la ciudadaníaeuropea hacia las instituciones comunitariaso, en palabras del autor, un “momento de eu-foria del euroescepticismo” (pág. 14).

En España, aunque no se observó un avancede los partidos anti-UE ni de la extrema de-recha, sí se presenció el auge de formacio-nes como PODEMOS, cuyo discurso, trufadode demagogia, relativizaba las bases de laUE y rechazaba la vinculación de Europa conmetas como democracia y modernización.

España y Europa: ¿compatibilidad o antagonismo?

En efecto, como apunta Martín de la Guardia,identificar Europa con progreso no suponíauna novedad en la España posterior a lamuerte del general Franco (1975), sino quetal idea hundía sus raíces en el siglo XVIIIcuando “europeizar era elevar la tolerancia acategoría para desterrar los fanatismos, pro-mover la libertad de pensamiento en sentidoamplio y fomentar la educación, además deimportar y asimilar los logros científicos y tec-nológicos con el fin de construir ciencia desdeEspaña con la misma eficacia que desde Eu-ropa” (pág. 35).

Este deseo de los ilustrados españoles nodebe entenderse como sinónimo de una“mera emulación de lo extranjero”, sino comouna forma de curar “las enfermedades de lapatria” e incorporarla a la senda del progreso.Sin embargo, este loable anhelo chocó con larealidad, en forma de oposición/intransigen-cia, por parte de las clases dirigentes y desectores importantes de la sociedad. Poste-riormente, durante la Restauración, el desa-rrollo del positivismo en España propuso “laformación de un hombre nuevo, abierto a Eu-ropa, en claro contraste con el castizo que seaísla de sus semejantes a los que consideraextraños” (pág.168). Como resultado, el idealeuropeísta adquirió una dimensión teórico-práctica plasmada en la creación de vínculosentre investigadores españoles y extranjeros(sobre todo, ingenieros) y la creación de ins-titutos de investigación.

Durante este repaso histórico, Ricardo Mar-tín de la Guardia se detiene en el “desastredel 98”, que contextualiza a través de la dia-léctica entre el triunfalismo de la sociedad yde la prensa (que creyeron que España de-rrotaría a Estados Unidos) versus la actitudde los intelectuales (conocedores de la en-deblez del sistema político y social de la Res-

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tauración). Tras la derrota y la pérdida de lascolonias, para la “refundación” de España,Europa apareció como una herramienta óp-tima, aunque tal premisa contó con oposito-res de tronío, como Miguel de Unamuno. Enefecto, el escritor bilbaíno, como explica elautor, viró de querer europeizar España a es-pañolizar Europa.

Frente a la “solución unamuniana”, hallamosla respuesta de José Ortega y Gasset (cuya fi-gura se convierte en uno de los ejes vertebra-dores de esta obra): “me importa más Europaque España, y España sólo me importa si seintegra espiritualmente en Europa. Soy, encambio, patriota, porque mis nervios españo-les, con toda su herencia sentimental, son elúnico medio que me ha sido dado para llegara Europa” (pág. 204).

A pesar de la claridad expositiva de Ortega yde la rotundidad de sus argumentos, el idealeuropeísta (asociado a conceptos como pro-greso, derechos y libertades) aún estabalejos de calar en la sociedad y en los cua-dros políticos españoles. Además, el esta-llido de la Primera Guerra Mundial introdujointerrogantes acerca de las bondades deleuropeísmo, produciéndose una paradoja,simbolizada principalmente en Ortega y Gas-set: “la euforia por la europeización de supaís como remedio de los males seculareschoca irremediablemente con la profundacrisis del Viejo Continente, reducido en granparte a cenizas por el brutal enfrentamiento.¿Cómo esperar que la resolución a los pro-blemas nacionales provenga ahora de Eu-ropa? (págs. 212-213).

En consecuencia, tras el final de la contiendabélica, el reto era mayúsculo: revitalizar elideal europeo, no sólo en España sino tam-bién a “nivel global”. Para tal empresa, sur-gieron una serie de movimientos liderados porintelectuales, como Pan-Europa, que promo-vía la integración como forma de finiquitar los

enfrentamientos entre las naciones europeas.El objetivo final, la creación de los EstadosUnidos de Europa, serviría igualmente paracontrarrestar los peligros que implicaba laRusia comunista.

Este movimiento contó con el apoyo de Or-tega y Unamuno, no así de la dictadura de Mi-guel Primo de Rivera, cuya actitud anticipóuna de las constantes con las que el euroes-cepticismo ha combatido posteriormente laconstrucción europea: el recelo a ceder so-beranía a instituciones supranacionales (pág.226). Indudablemente, esto supuso una vi-sión errónea de los acontecimientos, ya que lacreación de los Estados Unidos de Europa noimplicaba fagocitar las identidades de los Es-tados miembros.

Idealismo, realismo y pragmatismo

Con el establecimiento de la II República, susdiferentes gobiernos mantuvieron intacta lapreocupación por el destino de Europa en unmomento de auge del fascismo y del comu-nismo. Además, promocionaron la idea deque España debía desarrollar un rol protago-nista a la hora de modelar el Viejo Continente,complementariamente a la importancia queotorgaban a organizaciones como la Sociedadde Naciones. En este caso, la figura de mayorrelevancia fue Salvador de Madariaga.

Con el inicio de la dictadura del generalFranco, España quedó inicialmente margi-nada en el panorama internacional. Sin em-bargo, la propia dinámica de la Guerra Fríafavoreció su regreso gradual a las organiza-ciones internacionales que se crearon en laposguerra, con excepción de la ComunidadEconómica Europea. En efecto, el hecho deque España no fuera una democracia le privóde formar parte primero de la CECA y mástarde de la CEE, pese a que el régimen aus-pició una filosofía política en la línea del pen-samiento defendido por De Gasperi, Adenauer

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o Monnet, que enfatizaba las raíces cristianasde Europa.

Igualmente, la intelectualidad española com-partió y publicitó las ideas que guiaron la in-tegración europea en sus compases iniciales.A modo de ejemplo de esta afirmación, Mar-tín de la Guardia refleja la conferencia pro-nunciada por Ortega y Gasset en 1949 (“DeEuropa meditatio quaedan”) en la cual anti-cipó que la unidad era la principal apuestaque podía hacer (Europa) tras el desencantoprovocado por la Segunda Guerra Mundial(pág. 276). Salvador de Madariaga se pro-nunció en idéntica dirección: “la integracióneuropea es integración de sus Estados-naciónen un proceso que no los elimina, pues elloacarrearía la pérdida de la diversidad y de losmatices nacionales (…). El europeísmo es elmejor antídoto contra las tendencias totalita-rias, contra la amenaza comunista en Europa”(pág. 288).

No obstante, el rechazo sufrido por parte de laCEE no tuvo como respuesta el la aversión aEuropa. Más bien al contrario, el régimen deFranco buscó cauces para canalizar las rela-ciones, apareciendo entonces una suerte depragmatismo debido a que el Mercado Comúnhabía alterado positivamente las condicionesde vida de sus Estados miembros. Al respecto,Martín de la Guardia subraya que el éxito eco-nómico de la integración europea comenzó aser valorado en mayor medida que el compo-

nente cristiano con el que habían surgido lascomunidades europeas.

Esta percepción trató de minimizarla Salvadorde Madariaga, para quien “Europa no es soloun mercado común ni el precio del carbón ydel acero; es también, y sobre todo, una fecomún y el premio del hombre y su libertad”(pág. 289). En este sentido, los verdaderosexponentes del europeísmo en España habríaque buscarlos en la oposición a la dictaduray en la intelectualidad. Ambos delimitaron lasenda por la que caminaron los Gobiernos dela Transición a la hora de promover sus rela-ciones con la CEE, entendida esta como unaforma de legitimar internacionalmente aaquella.

En conclusión, Ricardo Martín de la Guardiarealiza un impecable esfuerzo sistematizadorde las ideas y corrientes de pensamiento quehan marcado la relación de España con Eu-ropa, fenómeno que en ocasiones adoptóforma de dialéctica. Su maestría a la hora deescrutar las características más sobresalien-tes convierte a la obra en un referente de obli-gada consulta, tanto por la radiografía queefectúa del pasado como por el hecho dedescribir algunos acontecimientos recientesque podrían condicionar la postura de las éli-tes políticas españolas ante las propuestasde avance de la UE.

ALFREDO CRESPO ALCÁZAR

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C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien Literatura fantástica: recreación y realismoVV.AA. (Coordinadores: Pablo Gutiérrez Carreras, María IsabelAbradelo de Usera, IgnacioArmada Manrique)De leones y de hombres: Estudios sobre C. S. Lewis. CEU Ediciones, Madrid, 2014,302 páginas.

J. R. R. Tolkien. El árbol de las historias. CEUEdiciones, Madrid, 2015, 230 páginas.

J. R. R Tolkien (1892-1973) y C. S. Lewis(1898-1965) han trascendido el estatus demeros autores de fantasía hasta convertirse enreferentes intelectuales, tanto por el nivel desus obras académicas, novelísticas y ensayísti-cas como por su interés cinematográfico. Deesta celebridad darán cuenta los volúmenesque reseñamos, De leones y de hombres: Es-tudios sobre C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. Elárbol de las historias, que recogen –con un añode diferencia– el “Congreso Internacional C. S.Lewis y J. R. R. Tolkien. Literatura fantástica: re-creación y realismo”, organizado por la Univer-sidad CEU San Pablo en febrero de 2014 conel objetivo de abordar su estudio desde unaperspectiva multidisciplinar. Las aportacionesbrindadas por algunos de los estudiosos máscélebres en la materia –como Colin Duriez, el

difunto Stratford Caldecott, Michael Ward oEduardo Segura– van más allá de los elemen-tos comúnmente estudiados sobre estos mito-poetas1, tales como los rasgos apologéticos yfilosóficos, al tiempo que abordan cuestionesque han recibido menos relevancia o atención:su vocación filológica, su pensamiento políticoo su sobrevenida dimensión cinematográfica.

Si atendemos a las propuestas interpretativasque integran estos volúmenes, estas resulta-rán muy interesantes tanto para los estudio-sos como para los aficionados a las letras deambos integrantes del grupo literario cono-cido como los Inklings –todos vinculados aOxford como Owen Barfield, Hugo Dyson…–.Si comenzamos por la faceta puramente aca-démica y erudita de los profesores Tolkien y

1 La mitopoeia, o “elaboración de mitos”, es un género narrativo y los mitopoetas son aquellos narradores –comoJ. R. R. Tolkien, C. S. Lewis o Lord Dunsany– que crearon artificialmente un conjunto mítico interrelacionado or-gánicamente como si hubiese evolucionado de forma natural en el tiempo.

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Lewis, esta queda de manifiesto en el análisisde su vocación filológica en la que, pese a sumenor resonancia popular, alcanzaron la ex-celencia. Así, la atención por los mitos anglo-sajones y nórdicos en el caso del primero ypor la literatura medieval en el segundo lesllevarían a considerar cada lengua como algosuperior a un mero instrumento expresivo,más cercano a una rigurosa alquimia en laque podría aflorar filológicamente un creci-miento orgánico e histórico. De ahí que, porejemplo, se haya atendido a la importanciaque Tolkien confería a la traducción de los tér-minos de su Tierra Media en otras lenguas(“¿Por qué Bolsón y no Baggins?...”, de MaríaOrtiz Jiménez, por ejemplo).

En relación con su faceta de mitopoetas, acasola más célebre de sus trayectorias, la narraciónmítica resuena como reducto de verdades másprofundas y trascendentes, capaces de funda-mentar en la ficción su pensamiento trascen-dente y creyente. Encontramos estas alusionesa la potencia epistemológica del desarrollo mí-tico en “C. S. Lewis, entre la alegoría y el mito.El león, la bruja y el armario en primer plano” yen “‘Splintered Light’: subcreación, verosimili-tud y palabra mitopoética en la obra de J. R. R.Tolkien”, ambos textos de Eduardo Segura, oen “Misomito frente a Filomito: C. S. Lewis y J.R. R. Tolkien sobre el mito como forma de co-nocimiento”, de Sara Molpeceres.

Conviene recordar que un nexo común vinculaa Tolkien y Lewis con otro célebre literato cris-tiano y conservador como G. K. Chesterton. Setrata de su relevancia en el resurgimiento de laliteratura teológico-apologética inglesa frente a

la increencia y el secularismo de la Moderni-dad2. El pensamiento de los tres, estaría vin-culado con la creencia en una ley natural, unorden providencial celeste y una metanarrativatrascendente. Respecto a su dimensión cre-yente encontramos interesantes reflexiones.

Así, respecto a C. S. Lewis podemos destacarlos siguientes capítulos, que dan cuenta de suteísmo epistemológico de inspiración platónicay agustiniana: “La omnipotencia divina y lacaída del hombre…”, de María Victoria Guada-millas e Inés Rodríguez; “Como en una melo-día que dirige los instintos: C. S. Lewis y la leynatural” (Juan Pablo Serra); e “Imaginación yconocimiento en C. S. Lewis”, publicación pós-tuma de Irene Vázquez Romero. Respecto alprofesor Tolkien, también se explicitan los fun-damentos profundamente ontológicos y su cre-encia en un orden providencial en “La filosofíatolkieniana de la creación en El Silmarillion”(Stratford Caldecott) y en “Simbología cristianaen el Ainulindalë y el Valaquenta, génesis de laobra tolkieniana” (Pablo Ortiz Soto).

Especialmente original es la intervención de Mi-chael Ward, que en “El cielo proclama la gloriade Dios. C. S. Lewis, Narnia y los planetas” pro-fundiza en su interpretación cosmológica de lasaga de literatura más célebre del profesor na-cido en Belfast3. También destaca la interpre-tación utópica que realizan Verónica Casais yAlba Rozas de la obra tolkieniana, tal y comorecogen en “De la colina a la montaña: una vi-sión del espacio en El hobbit”. No obstante, seciñen a la relectura de la Comarca como unaheterotopía –una especie de utopía realizadaen un contraemplazamiento o lugar distinto a

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2 Para abordar desde una perspectiva multidimensional los estudios chestertonianos, la misma editorial de estosvolúmenes que reseñamos recopiló las intervenciones del congreso que la Universidad San Pablo CEU organizócon motivo de los 75 años del fallecimiento de G. K. Chesterton. vid. Pablo Gutiérrez Carreras y Mª IsabelAbradelo de Usera (eds.), Chesterton de pie, Madrid, CEU Ediciones, 2013.

3 Ward daría así continuación a dos obras anteriores que, lamentablemente, aún no están traducidas a nuestroidioma The Narnia Code: C. S. Lewis and the Secret of the Seven Heavens y Planet Narnia: The Seven Heavensin the Imagination of C. S. Lewis.

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los demás–, lo que les impide profundizar ensu análisis de lo utópico en esta obra que lanzóa la fama a J. R. R. Tolkien.

Un nivel adicional de esta exégesis profundizaen lo que hay de incardinamiento ideológicoo de pensamiento político en Lewis y en Tol-kien. Así, encontraremos conceptos y disposi-ciones tales como el organicismo, la tradicióno el reformismo social frente a la revolución.Este pensamiento, como hemos comentadoanteriormente, partía de una tesis clara: la im-perfección moral –premisa derivada de la doc-trina del pecado original–. Estos valores, quemanifiestan su cercanía con una gramáticaconservadora les moverían a impugnar las ide-ologías en el sentido excluyente de un pensa-miento cerrado o un plan racional a implantaren la realidad. Queda patente la censura delmito ilustrado del progreso indefinido en “Ima-ginación, razón, tradición, narrador: C. S. Lewis,una superación prerrafaelita del Romanti-cismo”, de Ignacio Armada.

El respeto por las instituciones, tradiciones ycostumbres aparece reflejado en las obras deTolkien. Así, la bucólica Comarca, o las mo-narquías inveteradas de los reinos humanosson la plasmación del interés por preservaresa identidad y evitar que dicha herencia cul-tura se deteriore. En este sentido, encontra-mos afirmado el juicio despectivo que elnacionalismo –como ideología que afirma elcarácter prepolítico de la nación por medio deun discurso excluyente– le merece a nuestroprofesor de Oxford, así como su apología evi-dente en beneficio del patriotismo como unaforma de amor hacia su país y hacia las ins-tituciones nacionales en “J. R. R. Tolkien: me-morias del campo de batalla”, de EmilioDomínguez Díaz.

Finalmente, el mensaje de Lewis y de Tolkienfue claramente admonitorio frente a las uto-pías entendidas como borradores abstractos

de una sociedad ideal, algo que resultabaajeno por completo al escepticismo políticode ambos. Aseveraban que la sabiduría se al-canzaba gracias al caudal de experiencia so-cial acumulada, nunca por medio de utopíastecno-científicas que resultaban contrarias ala complejidad humana y a la ley natural. Deahí que se profundice en la crítica a la plani-ficación racional y a las patologías técnicasen “El poder tecnocientífico y la manipulaciónantropológica. Consideraciones sobre La abo-lición del hombre de C. S. Lewis”, de MiguelAcosta, por poner sólo un ejemplo.

En ambos volúmenes encontramos una mi-rada más profunda sobre unos autores quehoy, décadas después de su muerte, nos si-guen interpelando por lo perenne de su men-saje. Así, las obras de Tolkien y de Lewis nosólo nos sitúan ante auténticos eruditos delpensamiento filológico, filosófico y apologé-tico, sino que nos ubican ante autores capa-ces de predisponer a la fantasía ante elbeneplácito popular. Queda claro, como com-probamos en J. R. R. Tolkien. El árbol de lashistorias y De leones y de hombres: Estudiossobre C. S. Lewis, que el grado de sutileza,multiformidad y profundidad del pensamientode ambos autores siempre es susceptible deabrir nuevas puertas a quienes se acercancon afán de buscar todo aquello que merecela pena en este mundo: el bien, la certezamoral, la amistad, la dignidad de las institu-ciones justas y, por supuesto en mayor me-dida, la trascendencia que anhela un asideroimperecedero –a fin de cuentas aquello porlo que todos sus personajes literarios libra-ban sus batallas–. Resulta alentador contem-plar en estas dos publicaciones, por mediodel ejercicio de honestidad intelectual de mul-titud de académicos, que sin duda reverberala quintaesencia del mensaje de C. S. Lewis yde J. R. R. Tolkien.

MARIO RAMOS VERA

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