Kenzaburo Oe Dinos Cómo Sobrevivir

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DINOS CÓMO SOBREVIVIR A NUESTRA LOCURA KENZABURO OÉ Durante el invierno de 196…, un hombre anormalmente gordo estuvo a punto de caerse al estanque de agua sucia donde se bañaban los osos blancos. Aquello fue para él una experiencia tan dura, que casi se volvió loco. Gracias a este suceso, no obstante, logró librarse de una idea fija que hasta entonces lo había obsesionado; pero, una vez liberado, una lastimosa sensación de soledad hizo encoger todavía más el alma pusilánime de aquel hombre gordo. Entonces, aunque no venía a cuento, debido sobre todo a que por su carácter obraba siempre movido por impulsos repentinos, decidió quitarse de los hombros otro peso que lo oprimía. Se juró a sí mismo que iba a liberarse de una vez por todas de él, sucediera después lo que sucediera, y, lleno de una energía y un valor que rebosaban por todos los poros de su cuerpo —un cuerpo de aspecto desagradable y que, además, aún llevaba adheridos el hedor y las escamas de las sardinas podridas que había en el agua que hizo saltar como un surtidor la gran piedra que cayó en su lugar al estanque de los osos blancos—, llamó por teléfono, aunque era medianoche, a su madre, que estaba en su lejano pueblo natal, y le dijo: —¡Haz el favor de devolverme las notas y el manuscrito que me robaste y tienes escondidos! ¡Estoy hasta las narices! ¡Sé todo lo que has hecho! El hombre creía firmemente que su madre estaba, con el anticuado auricular descolgado, al otro lado del hilo, a más de mil kilómetros de distancia. Incluso estaba convencido, de una manera muy poco científica, de que por ser medianoche, una hora en que tenía pocos usuarios la línea telefónica, podía oír la respiración de la persona que guardaba silencio al otro

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DINOS CMO SOBREVIVIR A NUESTRA LOCURA KENZABURO ODurante el invierno de 196, un hombre anormalmente gordo estuvo a punto de caerse al estanque de agua sucia donde se baaban los osos blancos. Aquello fue para l una experiencia tan dura, que casi se volvi loco. Gracias a este suceso, no obstante, logr librarse de una idea fija que hasta entonces lo haba obsesionado; pero, una vez liberado, una lastimosa sensacin de soledad hizo encoger todava ms el alma pusilnime de aquel hombre gordo. Entonces, aunque no vena a cuento, debido sobre todo a que por su carcter obraba siempre movido por impulsos repentinos, decidi quitarse de los hombros otro peso que lo oprima. Se jur a s mismo que iba a liberarse de una vez por todas de l, sucediera despus lo que sucediera, y, lleno de una energa y un valor que rebosaban por todos los poros de su cuerpo un cuerpo de aspecto desagradable y que, adems, an llevaba adheridos el hedor y las escamas de las sardinas podridas que haba en el agua que hizo saltar como un surtidor la gran piedra que cay en su lugar al estanque de los osos blancos, llam por telfono, aunque era medianoche, a su madre, que estaba en su lejano pueblo natal, y le dijo:

Haz el favor de devolverme las notas y el manuscrito que me robaste y tienes escondidos! Estoy hasta las narices! S todo lo que has hecho! El hombre crea firmemente que su madre estaba, con el anticuado auricular descolgado, al otro lado del hilo, a ms de mil kilmetros de distancia. Incluso estaba convencido, de una manera muy poco cientfica, de que por ser medianoche, una hora en que tena pocos usuarios la lnea telefnica, poda or la respiracin de la persona que guardaba silencio al otro extremo del hilo; y como se trataba de la respiracin de su madre, sinti una especie de opresin en el pecho. A decir verdad, lo que oa no era ms que su propia respiracin a travs del auricular que tena apretado contra su oreja, desproporcionadamente pequea en comparacin con su enorme cabeza.

Si no quieres devolvrmelos, all t! dijo chillando, fuera de s, pues acababa de darse cuenta de su equivocacin. Voy a escribir de nuevo la biografa de mi padre, pero esta vez ser mucho ms franca; revelar que, despus de volverse loco y vivir durante aos y aos recluido voluntariamente, de pronto, un buen da, solt un alarido y, acto seguido, muri. Por mucho que lo intentes, no conseguirs impedrmelo!

El hombre se qued callado de nuevo, y cubriendo ahora el auricular cuidadosamente con la palma de su gruesa mano, intent captar la ms mnima reaccin por parte de su interlocutora. Y al or colgar el telfono al otro extremo de la lnea, con una suavidad que no por ello resultaba menos significativa, se puso plido, igual que una chiquilla asustada, volvi a la cama tembloroso y, a pesar de las nuseas que le provocaba el olor del agua sucia del estanque de los osos blancos, desliz su corpachn entre las sbanas y rompi en sollozos de indignacin. Si temblaba como una hoja agitada por el viento, era tambin a causa de la tremenda y lamentable soledad interior que senta desde que aquella maana, en el zoo, haba experimentado lo que para l fue una liberacin. Eso era lo que le haca sollozar envuelto en la oscuridad maloliente de las sbanas, donde era obvio que nadie le vea. El hombre gordo gimoteaba a causa de la indignacin, el temor y la pattica sensacin de soledad que se haba apoderado de l, igual que lo habra hecho si las fras mandbulas de color pardo amarillento del oso blanco, inmerso hasta los hombros en el agua sucia casi congelada, hubieran mordido con fuerza su enorme cabeza que pareca un pez exageradamente voluminoso, ya que no slo abultaba por el dimetro de su crneo sino tambin por la manera que tena de peinarse el pelo, en direccin opuesta al remolino de su coronilla, lo cual haca que se le alborotara. Transcurrido cierto tiempo, las sbanas del lado de la cama en que estaba tumbado quedaron empapadas y se cambi al otro lado, donde se acurruc y permaneci as, sollozando, durante un buen rato. El hombre gordo dorma solo desde haca unos aos en la cama de matrimonio que antao haba compartido con su mujer, y le resultaba placentera esta libertad un tanto particular, que no por ser insignificante era de desdear.

La noche en que el hombre gordo se qued dormido acurrucado en su cama de matrimonio, lloriqueando, su madre, en su pueblo natal, se decidi a emprender la batalla decisiva contra su gordo hijo. As pues, bien mirado, el hombre gordo no tena ninguna razn para acongojarse, pues la causa de su pena era que pensaba que su madre no le haba hecho ni caso. Cuando era nio, cada vez que interrogaba a su madre sobre la vida de confinamiento y la repentina muerte de su padre, ella, para no responderle, se haca la loca. Y un da, por fin, el hombre gordo fingi volverse loco antes de que lo hiciera su madre, y, tras destrozar todo cuanto encontr a su alrededor, se tir de cabeza desde el muro que haba al fondo del jardn a un talud donde crecan unas frondosas matas de helechos. Pero ni siquiera as consigui que su madre le respondiera, aunque sabore una intil sensacin de gloria. Ello contribuy simplemente a crear una relacin de permanente tensin entre el hombre gordo y su madre durante veinte aos, en el curso de los cuales ambos reconocan en secreto que resultaba victorioso en sus enfrentamientos el primero de los dos que decida hacerse el loco. Era una tensin comparable a la de los pistoleros de las pelculas del Oeste cuando avanzan el uno hacia el otro con la mano a la altura de la funda del revlver. Pero aquella noche, finalmente, las cosas empezaron a cambiar. Decidida a reanudar la lucha dndose un nuevo planteamiento, la madre del hombre gordo, tras redactar inmediatamente despus de colgar el telfono el texto de una circular, lo llev a la imprenta del pueblo vecino a la maana siguiente, y cuando estuvo impresa envi un ejemplar por correo urgente y certificado a los hermanos y hermanas del hombre gordo, a sus cuados y cuadas y a todos sus parientes. En la circular dirigida a la esposa del hombre gordo se indicaba que era confidencial, aunque, a causa de su contenido, tuvo que mostrrsela a su marido. Deca as:

Nuestro REYEZUELO se ha vuelto loco, pero su locura no ha sido heredada, lo cual le comunico para su conocimiento. Es consecuencia de una sfilis que contrajo en el extranjero, por lo que, para evitar un posible contagio, le ruego que rompa toda relacin con l.

Firmado:

X

Invierno de 196

El orfanato

con sus retretes

en el patio

Pero a los treinta y tres aos? [1]

HYAKKEN

Por desgracia, de todas las personas a las que iba dirigida la circular, slo el hombre gordo poda comprender su significado. La alusin a sus treinta y tres aos de edad y el apelativo despectivo de reyezuelo slo pretendan zaherirlo, y otro tanto poda decirse del poema final (aunque l no estaba seguro de que fuera de Uchida Hyakken), con aquella miserable indirecta acerca de los retretes de un orfanato, como si su madre quisiera dar a entender que no era hijo suyo; tan mezquinas alusiones manifestaban a las claras el odio que la redactora de la circular senta por l. Con todo, entre el hombre gordo y ella exista un indudable vnculo de sangre, pues, al igual que su hijo y su nieto, estaba hecha una botija. Cuando el hombre gordo ley la circular, a pesar de que estaba seguro de que su mujer no creera que haba contrado ninguna enfermedad en el extranjero, le deprimi muchsimo la idea de que el impresor del pueblo vecino por fuerza tena que haberla ledo, y tambin que hubiera llegado a manos de sus parientes en los cuatro puntos cardinales del Japn. Paradjicamente, este incidente le hizo darse cuenta de lo importantes que haban sido para su bienestar personal las pesadas cadenas que hasta entonces lo unan (o, al menos, eso pensaba l) a su hijo, con independencia de lo que pudieran suponer para ste. Sin embargo, despus de la terrible experiencia en el zoo, vea con claridad que la existencia de tales cadenas era sumamente dudosa y que ms bien era l quien se haba empecinado en mantenerla. Adems, la libertad que haba obtenido al liberarse de ellas no poda desprenderse de sus manos ni de su corazn, como si se tratara de un trozo de celo extraordinariamente adhesivo que le impidiera volver a la situacin anterior.

Hasta el da en que estuvo a punto de darse un chapuzn en el estanque de los osos blancos y al borde de perder la razn, el hombre gordo no se separaba de su hijo: iban juntos a todas partes, jugaban revolcndose por el suelo, coman juntos Por esta razn, y de una manera muy concreta, para el hombre gordo su hijo representaba una cadena ms pesada y ms molesta que cualquier otra cosa en el mundo, pues regulaba su vida cotidiana a la vez que penda sobre ella como una amenaza. Y a pesar de que, en realidad, era l quien se lo haba buscado, le gustaba verse como una vctima pasiva y soportaba pacientemente todas las trabas que la presencia de su hijo le impona. El hombre gordo era de esas personas a las que por naturaleza les gustan los nios; tanto es as, que se haba licenciado en tres especialidades distintas en el campo de las ciencias de la educacin, y al acercarse el momento de que naciera su hijo corran por todo su cuerpo una especie de convulsiones, mezcla de esperanza e inquietud, que no le dejaban permanecer quieto ni un instante. Al reflexionar ms tarde sobre este fenmeno, dedujo que depositaba en la llegada de su hijo al mundo la esperanza de iniciar una nueva vida desembarazndose de la sombra de su difunto padre. Sin embargo, cuando el mdico sali del quirfano, tras el nacimiento de la criatura, a la pregunta impaciente que le formul su padre, que en aquella poca todava estaba delgado, contest con tono sereno diciendo: Su hijo tiene un grave defecto congnito; me temo que, aunque le operemos, muera o quede retrasado mental. En ese instante, algo en su interior se resquebraj irreparablemente. Y el beb llen muy pronto esa brecha que se haba abierto; era como si un cncer ocupara ese lugar destruyendo las clulas normales y avanzara multiplicndose. Para realizar las gestiones previas a la intervencin quirrgica, el hombre gordo, que entonces todava estaba delgado, corra de un lado para otro, de tal manera que estuvo a punto de enfermar. Entre tanto, sus nervios presentaban un estado catico, con unas zonas hipersensibles y otras embotadas; era algo as como si desde el fondo de una lcera comenzara la cicatrizacin con brotes de tejido nuevo en algunos puntos, y al tocarlos con miedo no sintiera nada y, sin embargo, un momento despus, cuando ya estaba tranquilo, el dolor le hiciera temblar. Lleg la fecha lmite para inscribir al recin nacido. y fue a la oficina del registro civil; pero no se le haba ocurrido pensar qu nombre le pondra a su hijo hasta que la empleada se lo pregunt. Por esas fechas todava estaba pendiente de la operacin, es decir, an no se haba decidido si el destino de su hijo sera la muerte o el retraso mental. A una existencia as, podra ponrsele algn nombre?

El hombre gordo (que, vuelvo a repetirlo, en esa poca estaba ms delgado que nunca por el exceso de trabajo), al recibir el formulario de inscripcin, sin embargo, record una palabra latina de las que haba aprendido en el primer curso de la universidad: mor, que poda relacionarse tanto con la muerte como con la vida carente de inteligencia de un vegetal, pues significa bosque en japons, y bautiz a su hijo con este nombre. Despus, se fue al retrete con el formulario en la mano, y all se mondo de risa durante largo rato sin poderse contener. Este acto repentino tan despreciable era consecuencia, en parte, de los nervios que tena; pero aquel hombre gordo, desde pequeo, tenda a burlarse sin el menor reparo de su propia vida y de la de los dems, en los momentos ms cruciales.

Esto era algo que se le hizo cada vez ms evidente cuando comenz a vivir con Mori una vez que su hijo hubo dejado la clnica. Cada vez que llamaba al nio por su nombre, crea or, en las tinieblas del fondo de su espritu, su propia risa, espantosa, desconsiderada, por no decir indecente, que converta en burla toda su existencia. De modo que se propuso darle un sobrenombre a su hijo para usarlo en la vida cotidiana, hecho que no saba cmo justificar ante su esposa. As pues, le puso el sobrenombre de Eeyore, el asno misntropo que aparece en WinniethePooh[2]. Por lo dems, haba vuelto a pensar que las relaciones con su padre, al cual, cuando era nio, haba visto vivir en reclusin voluntaria durante mucho tiempo antes de su repentina desaparicin, constituan la causa principal de la ambigedad, la falta de equilibrio y la falsedad en su ser actual, y se haba propuesto intentar reconstruir en su totalidad la imagen de aquel padre del que slo guardaba un recuerdo difuminado. Ello dio origen a nuevos y reiterados conflictos con su madre, quien, mediante el subterfugio de sus ataques de locura simulados, se opona sistemticamente a contestar a las preguntas con que l la apremiaba acerca de las causas del encierro voluntario y la muerte de su padre. No slo no consigui arrancarle ni una palabra sobre esta cuestin sino que, adems, en vez de cooperar, aprovech una estancia en su casa mientras l se encontraba de viaje por el extranjero para robarle las notas y el manuscrito todava no concluido de la biografa paterna que estaba escribiendo. Y todava estaba en su poder! No era imposible que los hubiera destruido; pero como esta posibilidad le daba ganas de asesinarla, no tena ms remedio que evitar pensar en ello. Dicho esto, le era forzoso reconocer que era anormal que un hombre de su edad dependiera todava hasta tal punto de su madre.

Una noche en que el whisky que usaba como somnfero le emborrach en exceso, mientras jugueteaba con una figurita de adorno que representaba a un perro, recuerdo de Mxico, un artculo evidentemente falseado en serie, pues la arcilla slo estaba decorada por la parte que deba quedar a la vista, descubri por casualidad un orificio debajo de la cola del animal, sobre el cual sopl con todas sus fuerzas, como si se tratara de una flauta; y de ah, para su gran sorpresa, sali una espesa nube de fino polvo negro que se pos como un velo sobre sus pupilas. Creyendo que se haba quedado ciego, conmocionado por el pnico, grit implorando a su madre: Mam! Mam! Ven a ayudarme, por favor! Si me quedo ciego y pierdo la cordura como mi padre, qu va a ser de mi hijo? Oh, te lo suplico, dime cmo sobreviviremos todos a nuestra locura! Aunque an no tena motivos para ello, no paraba de pensar con inquietud en la cada vez ms prxima vejez de su madre: si se mora dejando las cosas tal como estaban, se llevara con ella a la tumba el secreto que le haba ocultado durante tantos aos, las explicaciones relativas no slo a la reclusin voluntaria y a la muerte de su padre, sino tambin a las extraas causas de todo aquello y de la inestabilidad de su hijo, as como de la existencia del pequeo retrasado mental, que no poda ser ms autntica, un retrasado mental del que presuma que no podra separarse jams. En efecto, tanto la familia como la gente de su barrio estaban perfectamente al corriente de que el hombre gordo y su hijo Mor, al que daba el sobrenombre de Eeyore, iban siempre juntos. Como he dicho antes, la noche que sigui a aquella terrible experiencia, en la que poco falt para que se remojara en el estanque de los osos, durmi ms solo que nunca en una cama demasiado grande incluso para alguien de su talla. Pero aquella soledad tena su explicacin. Hasta ese da decisivo, en efecto, l no haba logrado jams conciliar el sueo sin tener un brazo extendido hacia la cama de su hijo, instalada junto a la cabecera de la suya; y si su mujer se haba trasladado a otra habitacin, no era por desavenencias entre ellos, sino porque no quera inmiscuirse en la intimidad entre el padre y el hijo, a fin de que ste, si se despertaba por la noche, pudiera alcanzar inmediatamente en la oscuridad, por encima de su cabeza, la mano obesa y clida de su padre.

Esta actitud pona de manifiesto la voluntad deliberada de ste de ser su protector y su salvador. Pero ahora le era forzoso reconocer que, incluso en esos detalles de su existencia, alguna cosa no marchaba, pues sinti la misma desazn que si unos granos de arena de afiladas aristas se le hubieran metido en los zapatos; y esto era consecuencia de la ruptura que se produjo dentro de l inmediatamente despus de aquellos minutos durante los cuales aquella pandilla de gamberros que lo tenan agarrado por la cabeza y los tobillos hacan accin de ir a tirarlo al fondo del estanque, desde donde los osos blancos le dirigan miradas llenas de un inquietante inters. No caba la posibilidad, mirndolo bien, de que fuera l, el hombre gordo que supuestamente dorma con un brazo extendido para prestar ayuda a su hijo, quien buscara la clida manita de la criatura para reponerse tras haber sido arrancado del sueo por alguna terrorfica pesadilla en plena noche? Una vez aceptada esta posibilidad, surgida del fondo de s mismo, todos y cada uno de los detalles de aquella existencia compartida con su hijo, acerca de los cuales hasta entonces haba estado persuadido de que eran la expresin de su esclavitud respecto a l, se le presentaban ahora bajo un aspecto nuevo, cargado de incertidumbre. No obstante, los detalles ms simples de la convivencia de aquel padre obeso con su hijo no menos obeso no estaban afectados por los granos de arena de aquellos pensamientos perturbadores, lo cual fue un consuelo para el hombre gordo ahora que estaba de nuevo inmerso en la lucha contra su madre, ya que se senta tremendamente solo. De hecho, aun despus de su terrible aventura, su comportamiento respecto a los aspectos cotidianos de aquella existencia segua siendo, en cierto modo, el mismo.

Los dos, hiciera literalmente el tiempo que hiciera, montaban en bicicleta para ir a un restaurante chino donde encargaba una PepsiCola y tallarines en caldo de carne. Los das de lluvia, el hombre gordo se enfundaba en un impermeable, como los que usan los bomberos; y, en cuanto al nio, lo embuta en un viejo anorak que haba sido suyo. Mientras el nio tuvo un tamao normal y no engord, lo instalaba en una silla de metal ligero fijada al manillar y lo llevaba pedaleando. Cuntas discusiones haba tenido con policas que le advertan:Le recuerdo que la ley prohbe formalmente que monten dos personas en una bicicleta, y sobre todo utilizando artilugios como ste! Pero l segua en sus trece; precisamente porque estaba convencido de lo justo de su causa, todo su ser se alborotaba cuando tena que enfrentarse a un polica. Ahora bien, al reflexionar de nuevo acerca de ello, no le pas inadvertido que haba algo que fallaba en toda aquella historia. Estaba, de verdad, tan convencido? Ante cada agente que le detena por ir montados dos en la misma bicicleta, rehusaba rendirse, proclamando que su hijo era retrasado mental (el hombre gordo haba acabado sintiendo el odio ms profundo por este trmino, por lo que lo utilizaba incansablemente como arma contra la polica), que el nio, como era lgico, no tena casi ninguna diversin y que su nico entretenimiento era sentarse en ese pequeo asiento de metal ligero por muy ilegal que fuera, para ir en busca de una PepsiCola y unos tallarines en caldo de carne. El nio, fatigado y aburrido de estar sentado en la bicicleta parada en una posicin inestable en medio de la calzada, no tardaba en empezar a gruir malhumorado. El hombre gordo, a su vez, levantaba indignado la voz, ronca de por s, de modo que tambin pareca gruir. As pues, por lo general, la discusin terminaba con la capitulacin del agente de polica. Entonces, como si continuara siendo vctima de la persecucin policaca a propsito de un asunto grave en extremo, deca:Has visto, Eeyore, cmo mantengo a raya a los polis? Hemos vencido otra vez! Con este ya van dieciocho! El nio, al que dejaban por completo indiferente estas palabras que su padre murmuraba clidamente a su odo, agarrado al centro del manillar, se contentaba con mirarhacia delante en tanto que el hombre gordo, lleno de mpetu y nimo, pedaleaba en direccin al restaurante chino. Mientras aguardaban que estuvieran a punto sus tallarines en caldo de carne, se dedicaba a contemplar, con toda la atencin del mundo, a su hijo que beba su PepsiCola.

En el restaurante, adonde iban cada da, los tallarines en caldo de carne se componan de tallarines, caldo, pedazos de costilla de cerdo finamente rebozados con harina, espinacas y setas. Cuando, por fin, se los servan, pona en un pequeo cuenco las dos terceras partes de los tallarines y algunas setas y espinacas, y se lo daba al nio; mientras se enfriaba el resto que reservaba para s, no apartaba los ojos de su hijo, vigilando atentamente cmo coma su racin. Cuando le pareca que ya se haba enfriado lo suficiente, empezaba a comerse los pedazos de costilla que se haba reservado; y cuando, a fuerza de buscar, consegua encontrar con la lengua entre la fina capa de harina y la carne pequeos fragmentos de cartlago, examinaba minuciosamente aquella especie de semiesferas blanquecinas y las pona en un cenicero fuera del alcance de su hijo; por fin, cuando calculaba que haba llegado el momento, se coma sus tallarines para terminar al mismo tiempo que el nio. Despus, con la cara congestionada a causa del caldo hirviente, pedaleaba al viento de vuelta a casa sin parar de preguntarle a su hijo: Eeyore, estaban buenos los tallarines en caldo de carne y la PepsiCola? y al or la respuesta de su hijo: Eeyore, estaban buenos los tallarines en caldo de carne y la PepsiCola?, se senta lleno de felicidad al pensar que la comunicacin entre los dos era perfecta. Muchos das estaba completamente convencido de que los tallarines en caldo de carne que acababa de ingerir eran, entre todos los manjares que haba comido en este mundo, el ms delicioso. Una de las razones principales de su obesidad, al igual que la de su hijo, deba de ser precisamente la ingestin de aquellos tallarines en caldo de carne. De vez en cuando su mujer le adverta al respecto; pero, por lo general, l la mandaba a paseo haciendo valer los mismos argumentos que empleaba con los agentes de polica. Cuando el nio, demasiado gordo ya, no pudo introducir sus nalgas en la pequea silla de metal ligero, su padre compr una bicicleta de un modelo especial con un silln de extraordinaria longitud (era difcil discernir la intencin con la que haba sido fabricada); ambos se sentaban en ese silln, el uno delante y el otro detrs, y marchaban mientras el padre pedaleaba en busca de los tallarines en caldo de carne y la PepsiCola. Por qu se iban los dos cada da en busca de los tallarines en caldo de carne y la PepsiCola?

El hombre gordo haba llegado a la conclusin de que era para que su hijo captara el placer de comer en toda su autenticidad a travs del gozo experimentado por un padre en lo ms ntimo de su ser, un placer y un gozo que el nio le haca sentir a su vez gracias a la misteriosa simbiosis que pareca existir entre los dos. Pero despus de su experiencia justo al borde del estanque de los osos no puso el mismo fervor que antes en detectar con su lengua los pedazos de cartlago y en analizarlos con minuciosidad; y mientras su hijo ingera, como de costumbre, sus tallarines en silencio a su lado, ya no le result tan evidente que el apetito con que coma el nio le provocara gozosas repercusiones en lo ms ntimo de su propio ser a l. A veces se preguntaba, hecho un mar de dudas, si la lamentable obesidad de su hijo no se deba simplemente a la ingestin maquinal de lo que le ponan delante, y si lo que l haba tomado por marcada predileccin hacia los tallarines en caldo de carne y la PepsiCola no habra sido slo una suposicin infundada. Uno de esos das, dado que no tenan nada de apetito, sali del restaurante dejando intacta la mitad de sus pedazos de costilla rebozada de cerdo; el cocinero chino, que jams se haba dejado ver, se lanz en su persecucin sobre una bicicleta terriblemente mugrienta de grasa y, cuando lo alcanz, le pregunt en su mal japons: Si haba algo no le ha gustado, hoy, del caldo de tallarines con carne? El hombre, de tan desanimado que estaba, ni siquiera tuvo el coraje de responderle y se limit a preguntarle a su hijo:Eeyore, estaban buenos los tallarines en caldo de carne y la PepsiCola? Y al contestarle el nio, con el tono monocorde que le era habitual: Eeyore, estaban buenos los tallarines en caldo de carne y la PepsiCola?, el cocinero chino y l se quedaron tranquilos.

Al reflexionar el hombre gordo acerca de aquella relacin tan particular entre su hijo y l, haba llegado a la conclusin de que se haba establecido a causa de una infinita repeticin de los mismos gestos y las mismas actitudes. Adems, durante mucho tiempo estuvo persuadido de que l estaba atado sin remedio a esa forma de vida porque as se lo haba impuesto la existencia de aquel hijo retrasado mental. Sin embargo, ahora que volva a reconsiderarlo todo tras su terrible aventura en el parque zoolgico, descubra con una claridad cada vez ms cegadora que era l quien ms haba contribuido a establecer aquella relacin tan especial entre los dos.

Hasta el da en que estuvo a punto de ser devorado por un oso blanco y tom conciencia de que su hijo, como la costra seca de una lcera, se desprenda de l, no haba dudado jams de que todo dolor fsico experimentado por el pequeo obeso lo sera al mismo tiempo por l. En, una publicacin sobre peces ley un artculo dedicado al celatius; el macho de ese pez, que vive en aguas profundas cerca de las costas de Dinamarca, es diminuto y permanece constantemente pegado como una verruga al vientre de la hembra, la cual, por comparacin, es enorme. Y el obeso se puso a soar que l era un celatius hembra que creca en las profundidades marinas con su hijo pegado a su cuerpo como un pequeo celatius macho. Este sueo era tan dulce, que le dola despertarse de l. Al principio, como era natural, nadie poda creer, aunque lo viera, que l experimentara los mismos sufrimientos que su hijo. Pero pasado algn tiempo incluso su esposa, que era particularmente escptica, termin por convencerse. Esta sensacin de compartir el mismo dolor no apareci en l inmediatamente despus del nacimiento de su hijo, sino al cabo de unos aos; un buen da, de repente, se le revel al hombre gordo. Aunque el da en que el beb fue sometido a la operacin en el cerebro inst de tal modo al equipo mdico a fin de que le extrajeran sangre para las transfusiones, incluso en cantidad superior a lo indispensable y lejos de todo sentido comn, que los mdicos se cuestionaron sobre el estado de su salud mental, mientras su hijo estaba bajo los efectos de la anestesia en ningn momento se sinti desfallecer ni experiment en su carne un sufrimiento parecido al del nio. En el plano del dolor fsico, la conexin entre aquellas dos corpulencias, con toda evidencia, se haba instaurado (para ser ms exactos, hay que decir que l lo vea as, pues no dejaba de darse cuenta de que no era posible determinar si el dolor que senta era autntico o no y de que no hay cosa ms difcil que reproducir con exactitud un dolor que se encuentra almacenado en la memoria) cuando su hijo tena tres aos, durante el verano, el da en que se quem el pie al caerle encima agua hirviendo. Cuando el nio se puso a emitir algo ms que simples gemidos y grit a pleno pulmn, desesperadamente, l se encontraba en la sala de estar, echado en el sof, leyendo una revista, y vio bajo sus prpados, de donde salan a chorro las lgrimas, con una nitidez meridiana, igual que en una pelcula a cmara lenta, cmo se ladeaba y basculaba la cacerola de donde se verti el agua hirviendo; sin embargo, no corri a la cocina en auxilio del pequeo que lloraba a voz en grito. Permaneci donde estaba, inmvil en el sof, abatido, sin fuerzas, con la sensacin de haber tocado el fondo de la debilidad fsica, como cuando una fuerte subida de fiebre da la impresin de que todos los msculos, todas las articulaciones del cuerpo, se van desencajando, una tras otra; y sus propios gemidos hacan coro a las quejas agudas de su hijo. Pero decir que haba llegado a sentir realmente el dolor fsico es mucho. decir! Despus de atar slidamente la pesada masa adiposa del nio, que gritaba como un loco, en el cochecito mohoso que haba sacado del trastero, logr colocar de modo que no se lastimara, aunque con mucha dificultad, el pie quemado. Camino de la clnica, que estaba muy alejada, iba empujando suavemente el cochecito con el nio, que no paraba de emitir sordos y breves gemidos, bajo la mirada de los viandantes que observaban curiosos el avance de aquel estrafalario do; pero l no poda asegurar que, en ese momento, hubiera sentido el dolor en su propia carne.

Mientras el mdico curaba el pie de su hijo, horriblemente quemado, al hombre gordo, que estaba ocupado sujetando el pequeo cuerpo, similar a un cohete ahusado sacudido por furiosas convulsiones, se le ocurri la idea siguiente: poda darse una situacin de sufrimiento ms espeluznante que aqulla, en la que se sufra porque el cerebro, oscuramente revuelto, de un pequeo retrasado mental era incapaz de captar nada de lo que en conjunto estaba ocurriendo?: no saba por qu, pero de repente sinti dolor, y, al parecer, nadie estaba en condiciones de calmarlo; adems, pareci un extrao ser arrogante con el poder de hacerle sufrir todava ms y, para colmo, su propio padre prestaba ayuda a tal verdugo. En ese momento, el hombre obeso, que estaba a punto de asustar al mdico y a las enfermeras mezclando sus gritos con los de su hijo, haba comenzado a soltar entre sus dientes firmemente cerrados quejas semejantes a los gemidos de su hijo, porque ahora s que sinti realmente el dolor lancinante que le produca la quemadura en el pie (o, por lo menos, el crea sentirlo).

Una vez que, lista la cura, el dolor se hubo apaciguado ligeramente, al lado de su hijo agotado y plido por el solo hecho de que continuaba sintindose mal, el hombre gordo tambin estaba cansado, tanto, que no era capaz de proferir una sola palabra. Su esposa, que haba permanecido en la sala de curas sujetando al nio, tom un taxi y se march llevndose consigo a su hijo, dejando que su marido volviera solo a casa por la estrecha calle que se extenda a lo largo de la va frrea, con las cuerdas con las que haban sujetado al nio dentro del cochecito vaco. Durante el camino, lleno de perplejidad, se preguntaba por qu su mujer se haba ido as, arrancndole a su hijo; habra sentido miedo? Miedo de que, si volvan todos juntos a casa por el mismo camino, con el pequeo en el cochecito, su marido atravesara con cochecito y nio las viejas traviesas desechas, que acababa de plantar a lo largo de la va para mantener apartada a la gente, y se dejara atropellar por un tren, a fin de erradicar el sufrimiento fsico del que los dos eran presa? Pues si el mdico y las enfermeras no se haban dado cuenta de sus gritos a do con los del nio, su esposa, que estaba frente a l, al otro lado de la mesa de curas sujetando la otra mitad del cuerpo del nio y echndose tanto hacia a delante que su cabeza rozaba la de su marido, haba tenido que or con toda claridad cada uno de los gemidos de dolor que ste profera. Aunque empujaba el cochecito vaco con energa, el regreso a lo largo de la va frrea fue exageradamente lento; iba a paso de tortuga, como si de verdad tomara mil precauciones para proteger un pie dolorido que se hubiera quemado y acabara de ser curado. Si tena que saltar por arriba de un minsculo charco de agua, no olvidaba jams soltar un grito de dolor: Ay! Ay! A partir de ese da, por lo menos en la medida en que l tena conciencia, el dolor fsico de su hijo se transmita directamente al hombre gordo en forma de resonancia a travs de sus manos unidas, y senta en su cuerpo el mismo sufrimiento que el nio. Si el hombre gordo daba una significacin positiva a este fenmeno del sufrimiento fsico simultneo, aunque los temblores que le sacudan fueran puramente imaginarios, era porque crea que el conocimiento que tena de tal sufrimiento, por ejemplo, del dolor experimentado al despegar con una pinza la piel muerta, despus de la formacin de ampollas, de la quemadura, poda llegar hasta su hijo por el canal de sus manos estrechamente unidas, y estaba convencido de que as reinara un poco de orden en el caos de terror y de dolor que invada el cerebro nebuloso y entenebrecido del nio. Es decir, el hombre gordo desempeaba para la mente de su hijo sacudido por el dolor, de algn modo, el papel de ventana, una ventana abierta por un lado sobre el temible mundo exterior y por el otro sobre el lastimoso y oscuro universo interior tan slo capaz de sufrimiento y prcticamente cerrado a las realidades externas. Y as, si el nio no manifestaba nada en contra de que su padre desempeara ese papel, ste no tena ninguna razn para dudar de su conviccin. Adems, portndose de aquel modo, poda conseguir, incluso, el consuelo de sentirse una vctima inocente que pensaba que sufra por una esclavitud impuesta por la presencia de su hijo, a la que, sin embargo, aceptaba someterse voluntariamente.

Poco despus de su cuarto cumpleaos, Eeyore fue sometido a una revisin ocular en el servicio de oftalmologa de cierta universidad. Fuera quien fuera el especialista, no era cosa fcil el examinar la vista de un nio retrasado que exceptuando cuatro palabras, en extremo sumarias desde el punto de vista de la organizacin de frases y de vocabulario, palabras, adems, sin relacin con la situacin del momento, no manifestaban ms que simples reacciones de dolor o de placer; no poda ser una tarea ms difcil y molesta. Y, adems, el joven paciente era, aparte de gordo y pesado, y por consiguiente difcil de llevar en brazos, anormalmente fuerte en las cuatro extremidades, de modo que si empezaba a resistirse porque coga miedo a algo, era como una bestia salvaje asustada, imposible de dominar. Su madre, que pronto not algo anormal en la vista de su hijo y que se haba dejado llevar por poco cientficas especulaciones sobre una posible relacin entre este hecho y el retraso mental del nio, deseaba, desde haca mucho tiempo, someterlo a una revisin exhaustiva por un especialista en oftalmologa. Pero todos los oftalmlogos a los que acudieron se negaron a visitarlo. Desesperados, fueron a consultar al especialista del cerebro, que, puesto que oper a su hijo a muerte o a retraso mental, como mnimo haba conseguido que viviera. Y consigui una carta de presentacin para el servicio de oftalmologa de dicha universidad. Los tres fueron al hospital; para empezar hicieron aguardar al hombre gordo en la sala de espera y su esposa subi con Eeyore a la sala de exploraciones y curas. Cuando, una buena media hora despus, su mujer reapareci arrastrando por el suelo la masa pesada de su hijo, que no haca ms que chillar y chillar, le bast con una mirada para comprender que se les haban agotado todas las fuerzas. En efecto, apenas comenzada la exploracin, el especialista, las enfermeras y la madre se haban quedado exhaustos, y los enfermos que esperaban su turno en la sala de espera, al ver al nio ofreciendo el aspecto de un animalito cruelmente martirizado, conmocionados, no apartaban sus ojos de l. Al ver a su hijo en aquel estado, el hombre gordo comprendi indignado, a la vez que lleno de terror, la razn por la cual su esposa, a pesar de que l les haba acompaado hasta el hospital, le indic que aguardara en la sala de espera y prefiri subir sola con Eeyore a la consulta. Una exploracin a fondo de la vista de un nio deba conllevar una serie de torturas generadoras de terrores tan inditos como atroces. Eeyore continuaba emitiendo desde el fondo de su garganta algo as como el eco de un alarido apenas audible. El hombre gordo se puso de rodillas en el suelo sucio para abrazar la pequea masa redonda de su hijo. El nio le ech los brazos al cuello: sus manitas estaban totalmente mojadas, como la parte inferior de las patas de un gato que acabara de afrontar un peligro. Al contacto de esas manos, una vez ms, penetr en l toda la quintaesencia de aquello que en el transcurso de media hora acababa de vivir su hijo (as era, por lo menos, lo que l crea entonces).

Todos, absolutamente todos los salientes y oquedades del cuerpo del hombre gordo eran presa de una dolorosa torpeza por haber estado sometido, durante treinta minutos seguidos, a las erizadas puntas de unos instrumentos de investigacin oftalmolgica que, en realidad, no haba visto. Y si Eeyore, poco a poco, no se hubiera puesto a lloriquear por s solo, se habra revolcado por el suelo profiriendo gritos de terror. Como previsin, la esposa del hombre gordo la nica persona delgada de la familia haba tomado sus medidas para impedir que su marido y su hijo dieran un espectculo en la consulta ofreciendo una imagen de alienacin mental: sa era la razn por la que le haba dejado solo en la sala de espera. l estaba tan indignado como su hijo: se identific instantneamente con la desconsoladora fatiga que se lea ahora en el rostro de aquel nio tan rudamente tratado, que tena la actitud de un pequeo mrtir impotente o (por decir las cosas de una manera ms ajustada a la psicologa del hombre gordo) de una vctima impotente de la temible estructura burocrtica del hospital universitario, y se lament, suspirando agitadamente: Ah! Pobre Eeyore! Por qu atrocidades te habrn hecho pasar! Quines se han credo que son, Eeyore, esos canallas? Pero si ha sido Eeyore el que se ha comportado como un animal! Daba patadas a todo el mundo, al mdico, a las enfermeras! Ha roto un montn de instrumentos! dijo su esposa, que no es que procurara ser imparcial, pero jams daba alas a la mana persecutoria de su marido. Al orla hablar as, llena de triste indignacin por la brutalidad de su hijo, el hombre gordo lo tom como un ataque personal.

No! Se ha debido de cometer un grave error! Si no es as, cmo Eeyore ha podido comportarse de ese modo tan bruscamente, siendo, por norma general, un ser inofensivo? Dices que an no le haban hecho ninguna prueba seria. Si es as, cmo poda captar Eeyore que le esperaba algo a lo que deba oponerse como lo ha hecho? Digo que se ha cometido un grave error, aqu, en el servicio de oftalmologa de esta universidad! Y, sin embargo, a ti te ha pasado por alto!

Con esta perorata, que soltaba a toda velocidad, interrumpa la rplica de su mujer, muy probablemente fundada en la razn, en tanto que l, al tiempo que formulaba estas crticas, se convenca cada vez ms de que ciertamente alguna cosa iba mal en el servicio de oftalmologa de aquel hospital. Y su veredicto se fundaba sobre una base inatacable: era su hijo, que haba cesado de acariciarle la nuca con las palmas de sus manos empapadas de sudor y que no emita ms que dbiles gruidos, el que le haba transmitido, por va teleptica, esa informacin. Voy a subir con Eeyore para pedir que lo examinen de nuevo. Si no consigo obtener un diagnstico, al menos me cerciorar de lo que va mal! dijo el hombre gordo mientras su cara redonda enrojeca y le faltaba el aliento, si no, aunque vuelvas otro da, ocurrir lo mismo, y Eeyore concebir la experiencia que acaba de vivir en este hospital como una abominable pesadilla de la que no entender nada, pero de la que siempre guardar un mal recuerdo.

Eeyore no tardar en olvidarlo, dira que casi ya lo ha hecho.

Al contrario! Eeyore no lo olvidar! ltimamente llora con frecuencia a medianoche. Nunca lo haba hecho durante tanto tiempo. Pero no te duele imaginrtelo preso de sueos aterradores sin que pueda comprenderlos? dijo el hombre gordo insinuando claramente y de modo categrico algo que hizo callar a su esposa: que ella no pasaba la noche con su hijo.

Y lleno de enrgica decisin, con su abrigo manchado de barro a la altura de las rodillas, se dispuso a subir las escaleras, con el gordo nio sobre los hombros, hasta la sala de consultas. El poder mostrar, no sin ostentacin, que para su hijo, aquella pequea masa redonda, no era su madre sino l, su padre, el nico ser irremplazable, le llenaba de una exaltacin indescriptible. Pero, al mismo tiempo, la brbara perspectiva de la horrible tortura que iba posiblemente a tener que soportar el do padrehijo pareca provocarle anemia, y a cada paso que daba por las escaleras su rostro pasaba, alternativamente, de las sofocaciones a los escalofros. Eeyore, debemos tener los ojos bien abiertos, t y yo, para ver qu pretenden hacer dijo el hombre gordo en voz alta dirigindose a la clida, obesa y pesada presencia que llevaba sobre sus hombros, respecto de la cual haba veces que no saba si representaba el papel de protegido o de protector. Si Eeyore y yo conseguimos salir de una manera u otra de sta, iremos a tomar una PepsiCola y unos tallarines en caldo de carne, eh, Eeyore? Eeyore, estn buenos la PepsiCola y los tallarines en caldo de carne? respondi, muy distendido, el nio, evidentemente satisfecho de que su padre lo llevara en hombros, liberado, por lo visto, de la experiencia anterior.

Lo que corroboraba plenamente el pronstico materno; y si esa voz no hubiera sido para el padre un poderoso estimulante, sin ninguna duda, delante de la puerta de la sala de visitas, el hombre gordo habra perdido el coraje y habra dado media vuelta. El reloj anunciaba la llegada del medioda, y una enfermera, con la evidente intencin de no dejar entrar a nadie ms en la consulta externa, estaba a punto de cerrar la puerta y echar el cerrojo. Cuando la joven enfermera vio al hombre gordo con su hijo sobre los hombros, mostr una expresin de repulsin e incluso de horror, como si hubiera visto de nuevo a un fantasma que acabara de exorcizar, y se apresur a ocultarse al otro lado de la puerta. El hombre gordo, depositando sus esperanzas en una manifestacin de respeto que le inspiraba el prestigio de aquel hospital, dijo con tono solemne y actitud insistente, mostrando la carta del catedrtico, especialista en neurologa, que haba escrito una carta de presentacin para su hijo: Vengo de parte del profesor X, que me ha recomendado a ustedes.

Seguramente, la enfermera pens que ella, con sus solas fuerzas, no estaba en condiciones de desembarazarse de aquel gigante, erguido cuan alto era, y que no desmontaba al nio de sus hombros. Sin responder nada en concreto, corri, dejando la puerta entreabierta, hacia el fondo de la sala, donde se encontraba, separado por una cortina, una especie de cuarto que estaba a oscuras. Mientras ella alertaba a alguien, l franque decididamente el umbral y se dirigi hacia el cuarto del fondo. De detrs de la cortina sali la voz excitada de alguien Que gritaba en un tono de irreprimible exasperacin:

No, no y no! Digo que no! Todo el personal del hospital no bastara para sujetarle, maldito cro! Cmo, han vuelto? Qu? Estn ah? No me diga, no puede ser!

Desde luego, el hombre gordo llevaba las de ganar. Recobrando su presencia de nimo, deposit con cuidado a su hijo en el suelo, meti poco a poco su gruesa cabeza tras la cortina, y lo que vieron sus ojos en la semioscuridad fue un mdico tan diminuto que se le hubiera podido tomar por un nio vestido con una bata blanca de adulto. Echando hacia atrs su minscula cabeza, que pareca la de una mantis religiosa con la cara de color pardo, lanzaba miradas fulminantes a la perpleja enfermera. Despus de una larga mirada inquisitiva, algo descorts, el intruso le pregunt con educacin, aunque todo aquello no dejaba de ser una evidente falta de respeto:

Vengo recomendado por el profesor X, y me he tomado la libertad de presentarme a usted, doctor. No podra visitar a mi nio, por favor? Yo tambin podra ayudar a sujetarlo.

As comenz la exploracin. El mdico que recordaba a una mantis religiosa pareca absorto en sus pensamientos, hirviendo de furor: Justo cuando le estoy chillando a la enfermera, cmo puedo mandar a paseo al gigantesco padre de un paciente, si se me dirige con toda educacin aunque en el fondo sea un maleducado? Ignorando sistemticamente la presencia del hombre gordo, la mantis religiosa comenz la exploracin proyectando el chorro de luz de su lmpara de bolsillo sobre la pupila del nio, ahora instalado sobre un taburete redondo y giratorio de poca estabilidad. Ocurra que, para aumentar la eficacia de la minscula lmpara, haban apagado las luces y la consulta estaba transformada en un cuarto oscuro. El padre se instal como pudo, agachndose incmodamente, en el pequeo espacio que quedaba libre detrs del taburete y abraz firmemente a su hijo cogindole las manos por delante. Se senta orgulloso al ver que el nio, que ligeramente echado hacia atrs lograba a duras penas mantener el equilibrio sobre el taburete, se mostraba tranquilo, a pesar del miedo que le haca temblar, porque era l quien lo sujetaba, quien se encontraba siempre a su lado en las tinieblas de la noche. Hace media hora, por no haberse dado cuenta de que Eeyore no soporta el miedo a la oscuridad si no se orienta por el canal del contacto directo con su padre, mi mujer, el mdico y las enfermeras le han dejado por imposible, sin ms, en la misma fase de la exploracin, reducindole a la categora de un animalito asustado con el que no se sabe qu hacer. Pero ahora mi cabeza piensa que las tinieblas que nos rodean no son amenazadoras, y ese pensamiento mo se transmite fielmente al cuerpo de mi hijo, a travs del apretn de nuestras manos, y anula todas las seales de alarma inquietantes que aparecen en su mente trastornada, se dijo el hombre gordo para su gran satisfaccin.

Con todo, en tales circunstancias, Eeyore tena miedo incluso de la lmpara de bolsillo y no diriga su mirada hacia el lado que quera el mdico, es decir, precisamente hacia el delgado chorro de luz. Sacudiendo la cabeza de derecha a izquierda, mirando de soslayo, intentaba esquivar al minsculo mdico, que se mova precipitadamente, con la lmpara de bolsillo en la mano. Al cabo de un rato, la misma enfermera de antes, sin duda para reconquistar el terreno perdido y volver a estar en gracia con su jefe, se les acerc con ademn de colaborar de alguna forma, diciendo:Croa! Croa! Ese grito inesperado provoc que el cuerpo del nio se contrajera de una manera espectacular a causa del miedo. Al levantar la cabeza el hombre gordo con aire de reprobacin, vio que la enfermera intentaba atraer la atencin del nio haciendo Croa! Croa! y mostrndole con la mano una asquerosa rana de goma fluorescente que se destacaba claramente en la penumbra. Justo cuando el hombre gordo iba a protestar dicindole que dejara de hacer aquella tontera que haba asustado a su hijo e incluso a l, Eeyore cay en un estado de pnico total; se puso a retorcerse sobre s mismo asiendo por la articulacin el brazo de su padre, empez a patalear e hizo caer un montn de cosas: la lmpara del mdico, la rana de goma que le mostraba la enfermera e incluso los diversos objetos que haba sobre una pequea mesa auxiliar que estaba a su lado. Gruendo de rabia, secretamente a do con su hijo, el padre vio que las patadas de Eeyore haban hecho caer al suelo, adems de unos libros, un gran cuenco de arroz con anguila frita que deba de ser la comida del mdico. Vista la velocidad extraordinaria con la que se desarroll la exploracin a partir de ese momento, no se poda excluir la impresin de que el diminuto mdico trataba con espritu guerrero a u desobediente paciente avivando la llama del odio por un rencor imputable, sin duda, a las patadas del nio, pero en parte atizado tambin por el hambre que no haba podido saciar. A este respecto, el cuerpo compuesto que formaba la pareja padrehijo saboreaba el gozo del desquite. Pero era tambin el punto de partida de un autntico terror que no tena ninguna gracia! Pues el mdico enano, que haba pasado la consulta externa toda la maana, estaba muerto de cansancio y tena el estmago en los pies; acababa de presenciar el destrozo de su comida y, a pesar de ello, no tena coraje para insultar al adiposo padre de aquel hijo retrasado, que enarbolaba una carta de recomendacin del profesor X. Cmo no temer alguna fechora desagradable dirigida contra la vista de su hijo? El hombre gordo, ante esta nueva preocupacin, se sinti arrepentido y lleno de abatimiento.

El mdico reclam exaltado a todo su personal, y tras hacer que el pequeo paciente se tumbara boca arriba sobre un divn de cuero negro, les indic a todos, con aire de victoria, que mantuvieran bien agarrado aquel cuerpo pequeo. (El hombre gordo, no sin esfuerzo, consigui reservar para s la tarea de sujetar ambas mejillas de Eeyore entre sus dos brazos y el pecho echndole todo su peso encima.) A pesar de que era obvio que la primera prueba no haba terminado satisfactoriamente, pronto se pas a la segunda, que deba de ser todava ms compleja.

As que Eeyore estaba inmovilizado de pies a cabeza, con lo que se le impeda hacer el menor movimiento. Slo poda gritar, mostrando el fondo de su cavidad bucal de color rosa y sus dientes amarillentos. (Era imposible cepillarle los dientes; le horrorizaba la idea de que alguien, fuera quien fuera, le hiciera abrir los labios, y si se intentaba introducirle a la fuerza el cepillo de dientes entre los labios cerrados, se quejaba, bien porque le haca dao, bien porque le haca cosquillas, y terminaba por agarrar el cepillo de dientes entre sus mandbulas.)

Una enfermera coloc en la cabecera del divn una especie de frceps hecho de un fino tubo de aluminio. El hombre gordo, con slo pensar que le iban a introducir aquel instrumento por debajo del prpado para abrirlo bien, dejando al desnudo el globo ocular, ya senta un fuerte dolor que atravesaba sus propios ojos hasta el eje central del encfalo. Pero, total mente indiferente a su pnico, el mdico verti dos clases de gotas en el ojo que Eeyore se esforzaba en mantener cerrado, aunque derramaba abundantes lgrimas como seal de su protesta. Eeyore reanud sus gritos, y su padre se puso a temblar. Fue entonces cuando el mdico le dijo a ttulo de informacin:

Es para anestesiarlo; con esto no sentir ningn dolor.

Tras estas palabras, el doloroso hilo de plata que una los ojos del hombre gordo a su encfalo se volatiliz dejando unas huellas sospechosas tras de si. Pero Eeyore segua gritando ms y ms, como si lo estuvieran estrangulando. En medio del gritero, que iba en aumento, el hombre gordo, enjugndose sus lgrimas con el dorso de la mano, vio muy cerca cmo el mdico insertaba el instrumento por debajo del prpado de Eeyore, y dejaba completamente al descubierto el globo ocular. ste era, en verdad, una esfera voluminosa de color de clara de huevo, y te dio la inmediata impresin de estar delante del globo terrqueo que supone el mundo entero del hombre. El centro estaba marcado por un crculo de color castao levemente difuminado, donde est abierta, perdida y sin fuerza, la pupila con su luz opaca y melanclica. Con una expresin de estupidez, de terror y sufrimiento, intentaba distinguir algo con todas sus fuerzas; aunque lo vea todo borroso, intentaba distinguir aquella salvajada que impona sufrimiento. El hombre gordo se identificaba totalmente con ese ojo. Era cierto que la accin del anestsico le impeda sentir dolor; pero luchaba interiormente contra un sentimiento mal definido de discordancia y de temor mientras levantaba su rostro impotente hacia la masa de rostros desconocidos que le rodeaban. Estuvo a punto de gritar al unsono con su hijo:Ay! Ay! Aaay! Pero no tena ms remedio que reconocer que el ojo castao difuminado, lleno de estupidez, de terror, de sufrimiento, perciba tambin su cara, s, su cara, como una ms del grupo de torturadores desconocidos. Una brecha de vivas aristas se abri entre l y su hijo. Meti a la fuerza su ndice derecho entre los dientes amarillos de Eeyore, que gema y cuyas mandbulas rechinaban sin cesar con un ruido seco. (No fue hasta despus del incidente al borde del estanque de los osos blancos cuando admiti que el hecho de que hubiera metido el dedo entre los dientes de su hijo se explicaba por el temor a la ruptura que senta y por el miedo de encontrarse, cara a cara, con la decepcin de que fuera falsa la frmula que haba construido en todos sus componentes: Eeyore = yo.) Entonces vio brotar, intilmente, una gran cantidad de sangre a borbotones, la cantidad equivalente a las lgrimas que verta su hijo, y percibi el rechinar de huesos de sus propios dientes; entonces, indiferente a la presencia de los dems, cerr los prpados y se puso a lanzar los mismos gemidos que Eeyore: Ay! Ay! Aaay!

Una vez recibidos los primeros cuidados requeridos por su estado en traumatologa, el hombre gordo volvi a bajar a la sala de espera. Eeyore, todava agotado pero de nuevo tranquilo, estaba sentado al lado de su madre. sta le comunic a su marido el diagnstico del oftalmlogo: la visin de Eeyore era comparable a la de los ratones; cada ojo tena un campo de visin diferente; tambin como los ratones, no perciba los colores; adems, no poda distinguir con claridad los objetos situados a ms de un metro, defecto que, tal como estaban las cosas, era imposible de corregir porque el nio no mostraba ningn deseo de ver con claridad las cosas que tena a distancia.

sta es seguramente la razn por la que Eeyore mira el televisor tan de cerca, pegando casi la cara a la pantalla, durante los anuncios publicitarios, verdad?

Ella dijo esto con energa, como mujer decidida a mantener, en todas las circunstancias, la voluntad en buen estado de funcionamiento, como si, incluso en el veredicto sin esperanza del mdico, ella hubiera sabido descubrir algn elemento positivo y beneficioso, y se esforzara por sacudir un poco a su marido y sacarle de su postracin. Tambin hay nios con visin normal que siempre tienen la nariz pegada a la pantalla protest sin gran conviccin.Todo lo que ha hecho ese mdico enano ha sido meterle miedo a Eeyore, hacerle dao, hacerle llorar y gritar, y todo salvajemente. Nada ms! Dime, de qu parte de la exploracin ha podido sacar todo este desastre, eh? Pienso que es verdad que Eeyore no puede distinguir con claridad los objetos que estn lejos de l, y que no tiene ningunas ganas de verlos. Su voz, reflejaba, francamente, su desilusin. Cuando le llevamos al zoo, l, que se interesa tanto por los animales de sus libros de cuentos, no manifestaba la menor emocin al verlos en la realidad; se contentaba con mirar las barandillas o un rincn del suelo a sus pies. Claro que la mayor parte de las jaulas del zoo se encontraban a ms de un metro del pblico, verdad?

El hombre gordo decidi llevar a su hijo al zoo. Con sus propios ojos y odos como antenas, y teniendo como bobina sus dos manos estrechamente unidas, sus dos cerebros estaran colocados en la misma longitud de onda y as, a su escala personal, se constituira, en beneficio de su hijo, en antena del espectculo real del zoo.

As pues, en esa coyuntura tan compleja, el tndem formado por los dos obesos, una maana de invierno de 196, tom el camino del zoo. Por temor al efecto del fro sobre el asma de su frgil hijo, su madre le puso tanta ropa como le fue posible. Por su parte, el padre, que intentaba diferenciarse lo menos posible de su hijo, su madre le puso tanta ropa como le fue posible. Por su parte, el padre, que intentaba diferenciarse lo menos posible de su hijo, le compr cuando iban hacia la estacin, en una tienda de deportes, un gorro de esqu de lana negra, el mismo que l llevaba, pero de talla pequea; y Eeyore pareca, incluso a los ojos de su padre, un pequeo animal del Polo Norte. Hasta cierto punto, tambin deban parecer los dos, a los ojos de la gente, dos esquimales, padre e hijo, gordos pero no demasiado. As subieron al tren, redondos como balones, cogidos estrechamente de la mano. Sudaban la gota gorda bajo sus ropas; el sudor corra a lo largo de sus narices, en tanto que sus caras de luna llena iban enrojeciendo, por lo menos all donde se poda percibir algo, entre el gorro de esqu y el cuello levantado del abrigo: y se dejaban mecer dulcemente al comps de la trepidacin del tren. A Eeyore le encantaba la sensacin de moverse en equilibrio inestable, comenzando por la inestabilidad de la bicicleta. Sin embargo, su equilibrio amenazado tena que estar respaldado por una sensacin de seguridad, de sentirse protegido por alguien; evidentemente, por su padre. Pero a pesar del gozo que senta al tomar un taxi, si su padre se quedaba en el vehculo para pagar y l sala fuera con su madre, terminaba por dar un espectculo ponindose esquizofrnico; y es probable que si se hubiera perdido en un tren, hubiera estado a punto de volverse loco. Para el padre, viajar en tren en medio de extraos con su hijo incapaz, que dependa por completo de l, era incontestablemente una fuente de satisfaccin.

Y como, comparada con las emociones que acumulaba, da a da, en su existencia cotidiana, esta satisfaccin era, en su mismo principio, altamente positiva y de una incomparable pureza, su origen con toda seguridad no estaba dentro de l, sino en el bienestar, parecido a una bruma, que se eleva en el espritu confuso de su hijo y llegaba a l a travs de las dos manos unidas, un bienestar que l llevaba entonces hasta la luz de la conciencia. Por el contrario, a la inversa, su propio contento llenaba a su vez el alma de su hijo de un gozo nuevo, claramente orientado y localizado (al menos, as razonaba l) por una relacin anloga a aqulla que reposaba, en los intercambios mentales entre ellos durante los regresos en bicicleta despus de degustar la PepsiCola y los tallarines en caldo de carne Conforme al diagnstico del mdico sobre el defecto de visin que impeda a Eeyore distinguir los objetos lejanos, al nio no le fascinaba en absoluto el paisaje que desfilaba detrs de los cristales del tren. En cada estacin, era la apertura y el cierre de las puertas lo que llamaba su atencin. Pero tena que estar a menos de un metro para poder ver funcionar el mecanismo; as que, incluso cuando haba plazas vacas, renunciaban a sentarse y permanecan de pie, agarrados a la barra de seguridad colocada inmediatamente al lado de la puerta.

Ese da, la atencin de Eeyore estaba puesta, esencialmente, en la novedad que constitua su gorro de esqu. Pero lo que contaba para l no era el aspecto exterior del objeto, sino la sensacin al contacto con su piel. As, despus de toda clase de reajustes en la goma de su gorro, hasta ocultar por completo cejas y orejas, encontr por fin la sensacin que le pareci definitiva. Inclinndose sobre su hijo, el hombre gordo tuvo verdaderamente la sensacin de confort que abarcaba por completo toda su cabeza. En la estacin donde tenan que cambiar de tren, a lo largo de los pasadizos subterrneos o en las escaleras, percibi muchas veces miradas burlonas en la cara de la gente al ver a un padre y a un hijo tan excntricos; pero, lejos de sentir la ms mnima vergenza, gritaba entusiasmado, como si estuvieran solos, al reflejarse sus rechonchas figuras en los escaparates de la galera comercial: Mira, Eeyore! Somos dos gordos esquimales! Qu guapos, verdad?

La manita del nio le servia de defensa contra los dems; y l, que cuando sala solo tena que tomar tranquilizantes, se volva extrovertido. Le bastaba con apretar con su mano la de su hijo para sentirse liberado, incluso en medio de la muchedumbre, como si estuvieran rodeados por una pantalla de proteccin.

Caminando despacio, con precaucin, con la mirada explorando el suelo bajo sus pies, febrilmente ocupado en determinar con sus pobres ojos que no parecan distinguir bien las superficies ni los volmenes, como si slo vieran su perspectiva si el mosaico a cuadros era la continuacin del suelo plano o el primer peldao de una escalera, Eeyore haca cortsmente eco a su padre: Eeyore, qu guapos!

Eran las diez y media cuando llegaron al zoo. Como tenan las manos ligeramente hmedas, aunque fuera una maana de invierno, la comunicacin entre ellos se estableci de manera ideal, en la medida en que el contento del hombre gordo se acompaaba de una conciencia clara; y, por adelantado, se exaltaba ante la idea de toda la experiencia prevista en el zoo y que iban a saborear. Cuando, por recomendacin expresa de su esposa, penetraron en el recinto reservado a los nios, el zoo infantil, donde se podan acercar hasta tocar los corderitos, las cabritas y los cerditos, as como las ocas y los pavos, que llevaban largos aos de buenos servicios, estaba a rebosar a causa de la presencia de grupos de escolares. Y aunque no haba manifiestamente sitio para un nio como Eeyore, cuyos movimientos eran de una lentitud extrema, no se sinti especialmente contrariado. Ciertamente, su mujer deseaba que Eeyore se acercara a menos de un metro de los animales y que los pudiera contemplar, ver y tocar; pero l tena otra idea en la cabeza: rechazar el diagnstico desesperante del mdico, convertirse en los ojos de Eeyore, distinguir con una precisin aguda las bestias que se encontraban a distancia, y transmitir su imagen a su hijo a travs del apretn de sus manos unidas; as, al responder su visin a las seales que le llegaran de dentro, el nio comenzara a apreciar las formas. Tal era el procedimiento un poco irreal que haba elaborado el hombre gordo y que era la causa de que hubieran ido al zoolgico. Despus de un rpido vistazo a los escolares que llenaban el recinto del zoo infantil, a su aglomeracin delante de las pobres bestias pequeas, a sus miradas iluminadas en tanto que enarbolaban los paquetes de palomitas o los cucuruchos de pescado frito, renunci inmediatamente y llev a su hijo hacia el lado de las jaulas de los animales salvajes, los ms grandes y los ms feroces.

Eeyore, dime quin ha venido al zoo a ver a las fieras salvajes semidomesticadas, a los amigos del hombre. Es que no hemos venido a ver a los osos, los elefantes, los leones? A ver a esos ciudadanos que, si no estuvieran en jaulas, seran, no es verdad?, los peores enemigos del hombre. As, monologando a medias, el hombre gordo transmita sus pensamientos a su hijo. ste ltimo no manifest, como es natural, nada que respondiera al entusiasmo de su padre, pero al pasar delante de las jaulas de los leones dio la impresin de ponerse un tanto tenso, como un joven animal sin defensa, abandonado en plena jungla y reducido a sus propios recursos que notara a su alrededor la presencia inquietante de las fieras peligrosas. Entonces, el hombre gordo tuvo una sensacin exultante de que sus palabras haban sido entendidas perfectamente.

Mira, Eeyore! Un tigre! Lo ves, all abajo, esa cosa con sus rayas amarillo oscuro y negro, y tambin algunas mechas blancas? Es un tigre! Eeyore, ests viendo un tigre!

Eeyore, ests viendo un tigre! repiti el nio como un loro mientras que, intuyendo la presencia de alguna cosa con su sentido del olfato, sin duda muy agudo, apretaba con fuerza la mano de su padre mientras uno de sus ojos, pues era bizco, le haca inclinar de lado aquella cara de luna llena carmes al clavar una mirada inexpresiva sobre el punto del suelo donde se enterraban los barrotes de hierro de la jaula.

Eeyore, levanta los ojos! Hay una cosa negruzca y redonda, y encima est sentado un monstruo negro muy peludo, verdad? Es un orangutn, Eeyore. Es un orangutn! Eeyore, ests viendo un orangutn, sabes? Eeyore, ests viendo un mono muy grande! Sin soltar la mano del nio, el hombre gordo se coloc detrs de su hijo y le hizo levantar la cabeza hacia arriba, mantenindola inmvil contra su muslo con el brazo que tena libre. Correspondiendo dcilmente a la voluntad de su padre, Eeyore dirigi sus miradas oblicuas hacia el cielo de invierno sin nubes; cerr los prpados ante el resplandor del cielo invernal e hizo unas muecas que formaron finas arrugas en su piel y le dieron an ms el aspecto de un nio esquimal. Aquello poda interpretarse como la sonrisa que identificaba al orangutn acurrucado inquietantemente encima de un viejo neumtico sobre el fondo del cielo azul, pero no poda tener ninguna certeza de ello.

Eeyore, ests viendo un mono muy grande! repiti el nio con su voz monocorde, que transmiti directamente la dbil vibracin de sus cuerdas vocales a la mano paterna que sostena el mentn del pequeo obeso.

A la espera de que el orangutn empezara a hacer sus piruetas, el hombre gordo mantena firmemente el mentn de su hijo en aquella posicin, apoyado contra su muslo, con la mirada hacia arriba. Haba llovido hasta el amanecer y en las alturas soplaba todava un viento fuerte, por lo que el azul del cielo estaba lleno de un brillo duro, inhabitual en Tokio. Adems, el orangutn pareca gigantesco; totalmente negro, su contorno se delimitaba extraordinariamente en el azul del cielo El hombre gordo saba, porque lo haba ledo en una revista de zoologa, que aquel orangutn padeca hipocondra, hasta tal punto, que tomaba cada da tranquilizantes, y que su actividad motora estaba reducida en extremo. Verdaderamente, aquel orangutn reuna todas las condiciones para ser un objeto que pudiera atraer al ojo de Eeyore. Sin embargo, por desgracia, pareca que los sntomas depresivos del orangutn eran de una gravedad excepcional; pues, aunque miraba a menudo con un ojo suspicaz al padre y el hijo que aguardaban quietos, no hizo siquiera ademn de empezar sus piruetas. Al fin, la luminosidad del cielo fatig tanto la vista del hombre gordo, que acab por percibir al orangutn como una especie de halo negro. Decepcionado, el hombre gordo se alej, llevndose a su hijo de la jaula del mono hipocondraco.

El padre comenz a sentirse fatigado y tema que, por el canal de las manos unidas, su cansancio pasara a su hijo, y cuando pens en la cantidad de tranquilizantes que deba de tomar el orangutn, tuvo un disgusto al recordar que antes de salir de casa aquella maana l no haba tomado los suyos. A pesar de todo, sin renunciar a su idea, sigui, con esfuerzo, tratando de asumir el papel de conductor de visin entre las bestias peligrosas y el cerebro de su hijo. Quiz se esforzaba tambin en conservar el nimo por temor a comunicarle a su hijo que repeta mecnicamente las palabras de su padre mientras diriga una mirada vaga y mal centrada, ms que hacia los animales, hacia las malas hierbas tristonas que crecan en el espacio libre entre la barrera y las jaulas o hacia las gordas palomas que revolvan con aquel pico que era el smbolo de su ruda torpeza los desperdicios cados en el suelo el humor de sumisin que haba sentido cuando con su bata de mdico demasiado grande para l y sucia, el oftalmlogo, contrayendo convulsivamente su cara de mantis religiosa de un color que pareca ahumado, haba realizado toda una serte de crueldades para emitir su desesperante diagnstico. Luchaba tambin contra una repulsin tan asquerosa como arraigada que amenazaban con contaminar y ensuciar, al mismo tiempo que su propio pensamiento, el espritu nublado de su hijo.

La verdad era que, apenas hubo entrado en el zoo, el olor de todas estas bestias y de sus excrementos le haba dado nuseas y un inicio de migraa. Este sentido olfativo anormalmente agudo era, sin duda alguna, una de las seales que garantizaban los lazos de sangre entre el padre y su hijo. Fuera lo que fuere, y para destruir todos estos signos de mal augurio, el hombre gordo apretaba todava ms fuerte su mano hablndole ms alegremente que antes mientras continuaban su recorrido por el zoo a la buena de Dios. Me oyes, Eeyore? Ver, eso es captar un objeto haciendo trabajar solamente la imaginacin! Eeyore, incluso si tus nervios pticos fueran como los de todo el mundo, a menos que consientas en hacer funcionar la imaginacin ante las grandes bestias, no veran nada en absoluto! En general, lo que encontramos aqu no son las cosas que estamos acostumbrados a ver en la vida cotidiana y que, por tanto, no exigen que utilicemos la imaginacin. Ves, Eeyore, all abajo, en esa agua amarillenta, esa especie de planchas de madera, de color pardo oscuro, con una arista erizada de puntas en medio? Cmo podra alguien que no tuviera imaginacin darse cuenta de que son cocodrilos, eh? Y all, al fondo, al lado de los manojos de paja y el montn de excrementos cerca del surco de cemento, aquellas dos placas de chapa amarilla que se balancean tranquilamente, quin podra adivinar que son la cabeza y parte de la espalda de un rinoceronte, dime? Eeyore, lo que acabas de ver hace un instante, esa especie de enorme tocn gris, era una pata de elefante; pero que el verlo no te haya llamado la atencin para que te digas: Veo un elefante es totalmente natural; pues por qu un pequeo nativo de una isla oriental tiene que tener, desde su nacimiento, la facultad de imaginar elefantes de frica, eh, Eeyore? Ahora, cuando vuelvas a casa, si te preguntan: Eeyore, has visto el elefante?, olvida toda esta historia del tocn gris, grotesco y grande; no pienses ms que en los elefantes, tan fciles de reconocer, de los dibujos de tus libros de cuentos, y responde: Eeyore ha visto el elefante!, aunque es verdad que el tocn gris es el elefante real; pero, en definitiva, de todos esos muchachos sanos que llenan el zoo, no hay ni uno, me oyes?, que, a partir de esa forma gris, de ese tocn, y slo con su observacin, haga trabajar suficientemente su imaginacin natural para llegar a identificar el elefante real. Lo que se contentan con hacer, es redibujar la imagen que tienen en la cabeza, el elefante de los dibujos! As, Eeyore, si no te has impresionado demasiado al ver el verdadero elefante, no hay que desanimarse.

Mientras el hombre gordo parloteaba as, medio monologando, medio dirigindose a su gordo hijo, entraron a pequeos pasos a un camino en pendiente que los llev a una especie de desfiladero estrecho. Prosiguiendo constantemente su parloteo, el padre fluctuaba sin cesar entre dos sentimientos que, en el borde exterior de su conciencia todava cerrado sobre s mismo, mantenan un precario equilibrio: por una parte, la sensacin de liberacin de la aglomeracin; y, por otra, una especie de inexplicable angustia que oprima su corazn. En ese momento, surgi del suelo, como impelido por un resorte, un grupo de gente furiosa; parecan trabajadores y hasta entonces haban estado sentados formando un corro, en el suelo. El hombre gordo advirti que l y su hijo se encontraban cercados. A pesar de su aturdimiento, se despoj, para dirigirse hacia el mundo exterior, de aquella conciencia que quera permanecer concentrada sobre su hijo, cuya mano tena siempre estrechamente cogida con la suya; y se dio cuenta de que no solamente se haban alejado de la aglomeracin, sino de que el sitio donde se encontraban era una especie de garganta estrecha sin salida. Era la parte posterior del espacio dedicado a los osos blancos; cuando se dejaba caer la mirada ms all de la muralla de piedras amontonadas para figurar una especie de monte rocoso, se perciba un plano inclinado de cemento que formaba una pendiente muy brusca, imitando un acantilado de hielo, por donde los osos iban y venan, y un estanque para que pudieran baarse. Para cualquiera que, encontrndose en la parte baja en el lado opuesto, hubiera levantado la vista, el lugar donde se encontraban el hombre gordo y su hijo en ese momento deba de parecer la cumbre de una alta montaa desconocida, ms all del acantilado de hielo y del mar. Resultaba que el padre y el hijo estaban perdidos y se hallaban en la parte trasera del iceberg.

Deba de tratarse de un atajo por donde se daba de comer a los osos blancos, o por donde se llegaba a aquel ocano Antrtico artificial para realizar la limpieza tanto de la pendiente como del estanque, aunque, eso s, no pareca que tomaran demasiado inters en la tarea. Una vez hubo visto lo que los rodeaba, el hombre gordo se vio envuelto, como por una nube de moscas, de un olor inhumano proveniente de la parte trasera del zoolgico, de la zona donde estaban las fieras. Pero quines podran ser aquellas gentes? Qu hacan agrupados all, en corro, al fondo del atajo, y por qu haban cercado, con hostilidad repleta de odio, al hombre gordo y su hijo, que llegaron all simplemente porque se haban extraviado? Pens en seguida que era un equipo de jvenes jornaleros que, no teniendo nada que hacer ese da, haban ido all, fuera de la vista, a dedicarse a algn juego de azar. De la cmara secreta donde l se haba encerrado con llave para mantener con Eeyore aquella conversacin que ms que nada era un monlogo, su conciencia haba salido lo suficiente al exterior para detectar con prontitud los signos de una partida interrumpida, aunque, a decir verdad, los jugadores no tomaban demasiadas precauciones. Manteniendo aquellos dilogos totalmente personales y exclusivos de los dos, una conversacin que tena como eje central sus manos estrechamente unidas, padre e hijo se haban adentrado demasiado en el terreno de los jugadores, o en su territorio, segn el lenguaje animal, y no podan evitar un enfrentamiento.

Cogiendo siempre la mano del nio, intent dar la vuelta, pues no se le ocurra qu decirles; pero uno de los golfos le cort la retirada apenas intent moverse y otro se puso a pegarle una y otra vez. Comenz entonces un interrogatorio severo mientras le llovan bofetadas a diestro y siniestro.Eres de la poli o eres un chivato? No parabas de hablar hace un instante, era para comunicarte con la poli con un micro porttil? Mientras reciba puetazos y patadas el hombre gordo intentaba explicarse, pero slo consegua enfurecer an ms a los maleantes.

No hacas ms que hablar. y con qu entusiasmo! Es as como hablas a un cro como l? El hombre gordo replic en su defensa que su hijo, adems de ser retrasado mental, vea muy mal, lo que le obligaba a detallarle todo lo que se encontraba alrededor de ellos, ya que sin tales explicaciones el nio no aprenda nada. Este cro es tonto! Cmo puede comprender todas tus parrafadas, eh? Basta con mirarlo, es tonto, no comprende una palabra de lo que decimos, es evidente, no?

Los granujas insultaban as a su hijo, y l hubiera querido responder que la comunicacin entre el nio y l se haca por medio de sus manos entrelazadas: pero, presintiendo la inutilidad de sus esfuerzos, con los labios agarrotados no abri la boca: cul era el medio de hacer comprender la relacin especial que le una a su hijo? Quiso poner al nio junto a s para defenderlo con su cuerpo, pero en un segundo le fue arrancada de su mano la manecita clida y mojada por el sudor; varios hombres se apoderaron de l agarrndolo por los tobillos y las muecas. Sin cesar de proferir amenazas, se pusieron a balancearlo adelante y atrs, dispuestos a mandarlo al estanque de los osos. l se vea cogido pasivamente en un movimiento de balanceo que le elevaba a una altura vertiginosa, y captaba en su campo visual el cielo y la tierra dando vueltas, la ciudad y sus calles a lo lejos, los rboles, y justo debajo de l, al fondo de un abismo vertical, similar a una trampa infernal, el reducto y el estanque de los osos. En lugar del reflejo esperado de pnico y terror, era una desesperacin radical, monumental y todava ms grotesca la que le embargaba, y se puso a dar gritos, cuyo timbre era demasiado intenso incluso para sus propios odos, gritos que pareca que iban a desencadenar en respuesta los aullidos de todas las bestias del zoo.

En ese momento, balanceado y propulsado por los brazos de los golfos hasta lo alto del estanque de los osos tena la impresin de que calculaban el impulso necesario para arrojarlo en pleno charco, donde, esperando su llegada, el sucio oso amarillo chapoteaba sumergido hasta los hombros, el hombre gordo, que haba renunciado a poner resistencia, tom conciencia con la nitidez luminosa de quien, sobre un mndala[3], entrev con toda la fuerza de una revelacin la confusin entre el tiempo y el espacio de que en la desesperacin que lo invada, mientras gritaba como un animal, se combinaban tres cosas diferentes:

a) An cuando convenciera a estos granujas de que no he venido a espiarlos, seguro que, por el puro placer y la excitacin de hacerlo, me mandaran al estanque de los osos; no me cabe duda de que son muy capaces de hacer una cosa as.

b) O bien, enloquecido de rabia por haber invadido su territorio, el oso me devora o bien me herir y entonces, demasiado dbil para nadar, perecer ahogado en esa agua sucia. Suponiendo que salga de sta, me volver loco unos segundos; si fue exactamente la locura lo que condujo a mi padre a llevar una vida de total reclusin hasta su muerte, por qu, puesto que su sangre circula por mis venas, me habra de librar yo de ella?

c) Represento para Eeyore la nica ventana que se abre al mundo exterior y que le permite aprehenderlo. Cuando, a causa de la locura, esta ventana no d ms que sobre un laberinto en ruinas, inevitablemente, se replegar hacia un estado de demencia an ms sombro que ahora, an ms turbio; no ser ms que un animalito martirizado, y entonces desaparecer para l toda posibilidad de recuperacin. Lo que quiere decir que, ahora, hay dos seres que pueden ser aniquilados.

La complejidad de sus confusos sentimientos hizo que su mente se precipitara en una noche de rabia y aplastante dolor, un abismo de insondable profundidad hacia el que empez a proferir abominables gritos abandonndose a la cada. Mientras caa a toda velocidad aullando, vio sus globos oculares completamente despegados de sus rbitas, y en la pupila, en el centro del crculo color castao, no se vislumbraban ms que el sufrimiento y el terror; ojos de animal. En medio del estrepitoso ruido que emiti el agua al saltar, mojado de asquerosas salpicaduras, el hombre gordo percibi cmo a su alrededor acuda la manada de osos blancos, sus recias pisadas, el rasgar de sus zarpazos Pero se trataba de un pedrusco que alguien haba lanzado desde lo alto, mientras que l todava era balanceado por aquellos golfos. Ahora se converta en un globo ocular gigantesco agarrado por aquellos brazos; la esfera, de color de cscara de huevo, era el mundo donde haba vivido en su totalidad su propia persona, y por el sutil castao del crculo central desfilaba el carrusel del sufrimiento, del miedo, de la idiotez de los retrasados, que recordaban las irisaciones de una canica de cristal. El obeso slo era un globo ocular; no estaba en situacin de atormentarse por su hijo: ni siquiera era l mismo, tan slo era un ojo, un enorme ojo amarillento, de ochenta kilos de peso Ya haba anochecido en el zoo cuando termin el lento proceso que, del estado de globo ocular gigantesco, le devolvi a su condicin real de fatuo hombre gordo. Un hedor insoportable que, como si fueran dedos sucios, crey sentir que hurgaba en su pecho, le estaba torturando. En un primer momento, el agua ftida de la que su cuerpo y sus ropas se haban impregnado le hizo creer que en verdad haba sido arrojado al estanque de los osos; pero al cabo se percat de que slo haba sido salpicado por el lanzamiento de un pedrusco.

Entonces empez a hacerse preguntas sobre su hijo, que deba de haberse convertido en un animalito medio loco. Habra muerto? El veterinario el veterinario! que se ocupaba de l le dijo qu haba sido de Eeyore y quiso aprovechar la ocasin para recordarle lo que hubiera podido pasarle. En la versin del funcionario, le haban encontrado despus de la hora del cierre del parque, al efectuar la limpieza, solo; estaba llorando en los servicios, ms o menos en el lado opuesto al estanque de los osos blancos; durante las horas posteriores estuvo delirando, profiriendo palabras sueltas acerca de su hijo. El hombre gordo aleg que no recordaba nada en absoluto de lo que haba hecho durante sus nueve horas de extravo. Luego, agarrando al veterinario bruscamente lo conmin a encontrar a su pequeo, que, si an no haba muerto desquiciado, no tardara en hacerlo. Entre tanto, un empleado entr en el despacho donde el obeso permaneca echado en una cama rudimentaria rodeado de animales disecados: venia a informar de que haba dejado en la comisara a un nio, seguramente extraviado. Pese a lo pesado que era, el hombre gordo corri con el corazn en la boca hacia la comisara; all encontr a Eeyore. El pequeo obeso acababa de engullir una cena tarda en compaa de jvenes agentes a los que daba las gracias a su manera, uno tras otro, repitiendo: Eeyore, estaban buenos la PepsiCola y los tallarines en caldo de carne?

Para probar que tena la tutela del nio, el hombre gordo telefone a su esposa, a la que tuvieron que esperar. As, por un capricho del azar, le fue otorgada una libertad cruel exactamente a los cuatro aos y dos meses del nacimiento del pequeo retrasado, Mori, su hijo.

El combate que esta vez libraba muy conscientemente por exigencia de otra liberacin, no conllev ms que una reaccin por parte de su madre: la difusin de la circular que haba mandado a imprimir. En este punto se estabiliz la lnea del frente, puesto que no obtuvo ninguna otra respuesta. Las sucesivas cartas con las que la hostig, as como las llamadas telefnicas, fueron como echar agua al mar: las primeras fueron devueltas y respecto alas segundas, nadie se tomaba la molestia de responder.

Tras varias semanas de aplicacin de esta tctica, persistiendo en su determinacin, llam una vez ms a su madre, en plena noche. La telefonista del pueblo del alto valle, una vez hubo tomado nota de su conferencia a larga distancia en un japons mecnico y oficial, le expres instantes ms tarde su simpata, pero esta vez sirvindose de la lengua local, ms familiar, llamndole, con la mejor intencin, por su apellido (como era la nica persona residente en Tokio que telefoneaba al pueblo, le bastaba con tomar nota del nmero para saber quin llamaba; incluso sospechaba que escuchaba las llamadas, pero tena otros problemas para perderse en vanas investigaciones: no estaba para monsergas), para decirle en voz desolada: Esta noche, a pesar de mi insistencia tampoco responde nadie. El caso es que ella no es mujer que se ausente de su casa ella era sin duda su madre, que viva sola en su casa del valle; aunque, por otra parte, estamos en plena noche. No coge el telfono adrede, siempre la misma cancin! Exagera! Quiere que coja mi bicicleta y vaya a despertarla?

Acept el favor y no tard en hablar con ella. Mejor dicho, su madre se content con descolgar el auricular sin decir una palabra. La complaciente operadora, una vez terminada su misin, haba vuelto a ocupar su puesto a toda velocidad el deber ante todo!, y seguramente estara escuchando las recriminaciones que el hombre gordo, en tono un tanto amenazador, le haca a su madre. Acaso crees que alguien se tragar las mentiras de tu circular? Enviar eso a la familia de mi esposa! Y suponiendo que una enfermedad de la que me contagi en el extranjero me hubiera desquiciado, y que la enfermedad del pequeo fuera consecuencia de ello, cmo es que mi mujer no se contagi, eh? Tu texto lo sugiere y se lo has enviado a ella tambin! Quiero creer que t no crees una palabra de todas esas calumnias, mi enfermedad, mi locura! A no ser que hayas vuelto a la vieja escenita de la locura? Es un truco demasiado viejo; nadie se dejar engaar! Admitamos que lo has vuelto a hacer, que tu locura presenta todos los sntomas de autenticidad, los suficientes para engaar a alguien, creme madre, ya no sera una falsa locura; es que te habras vuelto loca de verdad Madre, madre, por qu sigues callada? Por qu escondes el manuscrito y mis notas? De qu tienes miedo? De que si escribo y publico algo sobre mi padre, toda la gente que conoce a nuestra familia piense que estaba loco y que, puesto que su sangre corre por las venas de su descendencia, mi hijo es la prueba clara, concreta e irrefutable de ello? Es eso? Miedo de que mis hermanos y hermanas se sientan humillados? Pero no te das cuenta de que con su fingida locura, por una parte, y al propagar que es una enfermedad sucia lo que me ha hecho enloquecer, por otra, el resultado an puede ser peor? No, yo no creo que mi padre muriera de locura; tan slo quiero saber qu fue de l.

En aquella poca mis hermanos mayores estaban en el ejrcito; los pequeos, y mis hermanas, eran crios; soy el nico que se acuerda de nuestro padre y de su muerte en el trastero donde se haba recluido. Quiero saber qu sucedi. Por qu cuando te hablo de ello te escondes tras el silencio? Por qu finges haber perdido la razn? Te preguntas por qu soy el nico de tus hijos que se preocupa hasta la obstinacin de los ltimos aos y de la muerte de padre? Pero es que para m es tremendamente necesario! Siempre me contestabas con evasivas: Por qu me hablas ahora de esto? Tus hermanos y hermanas tienen en la cabeza cosas ms importantes! Pero la verdad es que para m es muy importante, madre, el conocer hasta el ltimo detalle de esta historia, de lo contrario, presiento que un da u otro yo mismo voy a terminar encerrndome a vivir en mi propio trastero; y luego, un buen da, soltar un grito y a la maana siguiente mi esposa le dir a Eeyore lo que t me dijiste aquella maana: Tu padre ha muerto. No quiero que llores, ni que escupas, ni que hagas tus necesidades, mayores o menores, sin una razn poderosa, mirando al oeste.

Madre, seguro que te acuerdas muchas cosas sobre mi padre. No le has dicho a mi esposa que si me pierdo en relatos idealizados, tal como haca mi padre en sus ltimos aos, no crea una palabra? Todos esos aos, l los vivi confinado en su trastero, sin moverse siquiera, tapndose los ojos y los odos; no fuiste t quien dijo que esta historia de encierro voluntario como protesta contra su poca, como rechazo absoluto a admitir la realidad de la guerra con China, es decir, contra un pas al que veneraba, era pura y simple invencin, y que no se deba ms que a una mente enloquecida? Acaso no te percataste de que en una poca en la que el abastecimiento era escaso, l se atiborraba de todo lo que tenia al alcance de su mano, sin que tuviera que moverse para ello pues lo nico que poda mover era la boca,y que cuando muri no era ms que un saco de grasa? No querrs insinuar que si no sala del trastero era porque senta vergenza? Todo esto se lo contaste a mi esposa; entonces, por qu negarme a m la menor confidencia sobre mi padre? Por qu escamoteaste las notas que iba tomando cuando me acordaba de algo?

Y la maana en que una ilusin hizo creer a mi esposa que estaba apunto de colgarme, qu le dijiste? Que mi padre jams haca nada en serio, que sabas que, hiciera lo que hiciera, no era ms que una comedia, ya que l siempre se deca, al emprender algo: Esto no va en serio; que nada le afectaba; que no se daba cuenta de nada, y que cuando al fin se daba cuenta de algo, ya era demasiado tarde. Esas cosas que, segn t, no haca en serio, qu cosas eran? Qu quiere decir eso de demasiado tarde? Madre, si te empeas en quedarte callada como una tumba, te voy a contar algunas de mis reflexiones: yo tambin, como mi padre, y con tapones en los odos, engordar enormemente ya lo estoy un poco, y cuando me vaya al otro barrio soltando un grito, tu intencin es la de consolar a mi viuda repitiendo una y otra vez que el hijo, al igual que el padre, se daba cuenta de las cosas cuando ya era demasiado tarde? Pretendes una vez ms gritar: Qu tontera! con aire de superioridad? Lo he sabido recientemente: mi hijo puede prescindir de m para vivir como puede vivir un retrasado mental, lo que significa que a partir de ahora ya soy libre, que ya no tengo que cuidar de l! Ahora ya puedo dedicarme por completo a pensar en mi padre; soy libre de quedarme sentado hasta la muerte, como l, en un silln mecnico de barbero, en la oscuridad de un trastero. Por qu, madre, no me respondes ms que con un silencio que me hace sentir rechazado?

Ya te lo he dicho, slo quiero una cosa: la verdad sobre los ltimos aos de mi padre. No pretendo escribir su biografa; aunque me lo permitieras, me comprometo a no publicar nada. Entonces, madre, an te niegas a hablarme? Si no me crees cuando te digo que lo nico que quiero es conocer la verdad del pasado, te dir que, si se me antojara, podra redactar una biografa inventada de mi padre, con locura y suicidio, y publicarla. Y si lo hiciera, podran llegar a arruinarte comprando papel para tus circulares y en gastos de impresin y envo; nunca me venceras, siempre habra gente que me creera a m antes que a ti. Por eso, el recuperar mi manuscrito y mis notas para m es secundario; lo importante es saber la verdad por ti No te miento, si no me devuelves el manuscrito, soy capaz de recitarlo de memoria: Si mi padre se ha recluido en una existencia de encierro totalmente voluntario

Tranquilamente, pero con firmeza, colgaron. Plido de fro y de desesperacin, el obeso volvi a la cama, donde, con el embozo hasta la cabeza, se pas un buen rato tiritando. Al igual que la noche de la terrible experiencia en el estanque de los osos, llor suavemente, a escondidas. So que haca una eternidad que no haba odo el sonido de la voz materna. Haba sido a su esposa a quien su madre haba contado lo de su padre. Pero cundo haba odo a su madre hablar de su padre? Imposible de recordar. Segn su esposa, su madre slo evocaba a su marido llamndolo AQUL AQUL; The man. Aquello le hizo recordar un pasaje de un poema de guerra de un poeta ingls en el que Man empezaba con maysculas. Ms que una reminiscencia del pasado, se trataba de una presencia de cada instante. Como algunos cnticos de la secta Tierra Pura entonados por su abuela hasta que muri, aquel poema formaba parte de su cuerpo y de su alma, como una plegaria. Aquello se convirti para l en la splica de AQUL en lo ms penoso del conflicto en que su padre vio morir, uno tras otro, a sus amigos chinos:The voice of Man: O, teach us to outgrow our madness. Si esta frase Dinos cmo sobrevivir a nuestra locura fuera la de AQUL, llegaba a la conclusin el hombre gordo, entonces nuestra locura sera a la vez la suya y la ma.

Mientras murmuraba esos versos como una plegaria,nuestra locura era para l la suya y la de su hijo Eeyore. Pero ahora esas palabras no podan concernir ms que a AQUL y a l mismo, nicamente. AQUL, con su pesada masa encastrada en el silln de barbero en el fondo del trastero, haba ocultado sus ojos y sus odos y repeta infatigablemente esta plegaria: Dinos, por favor, cmo sobrevivir, l y yo, a nuestra locura. El obeso se aferraba, obstinado y apasionadamente, a esta idea: La locura de AQU