JUVENAL, LA SATIRA y LAS MUJERES

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JUVENAL, LA SATIRA y LAS MUJERES Los escritores más representativos del siglo 1, revelan aun en el período más turbulento de la historia de las cos .bres romanas, figuras feme- ninas de mujeres muy nobles por su pureza de vida y por su elevación de pensamiento. Pero hay una gran voz que se levanta y truena iracunda contra las costumbres de aquel tiempo y en especial en contra de las mujeres, lanzando las invectivas más atroces y las acusaciones más infames. Es la voz de Juvenal que parece escarnecer con escepticismo implacable todo sentido de admiración por los seres de aquella época que le parece a él corrupta en todo sentido y merecedora tan sólo del des- precio universal. Es innegable que después de una simple lec- tura se queda cualquiera subyugado por el cuadro de abyección y de corrupción que nos describe Juvenal; éste retrata aquel tiempo tétrico, sobre un fondo gris de infamias sin nombre, figuras som- brías de personas disolutas y perversas. Y piensa que si todo aquello aparece en la Urbe, consiguien- ternénte todo el mundo rebalsa de maldad sin esperanza ni próxima ni lejana de una posible redención. El porvenir no tiene ya más luz y la confrontación con el pasado exaspera aún más el alma desdeñada y disgustada del escritor. Pero, ¿es necesario admitir sin discusión que el mundo romano de la época de Juvenal estuviese universalmente tan corrompido? Tradicionalmente este satírico violento gozó de toda confianza, fue tenido en singular esti- mación y respetado como el más acalorado admi- rador y defensor de la antigua austeridad de cos- tumbres; se le reconoció casi la severa fiereza so- crática, la santa virulencia de un apóstol cristiano. Se ha querido ver en él, un ardiente agitador de conciencias que, fuerte por la pureza de su vida, hubiera tomado un papel de purificación azotando sin piedad alguna las almas de los pervertidos, de los viles, de los envilecidos a quienes la costumbre del vicio vendaba los ojos a toda luz de idealidad pura. Dr. Francisco Vindas Chaves La misma crudeza realista de las descrip- ciones, el mismo cuidado en buscar y sacar cuanto más torpe se puede imaginar, justificó el fin nobilísimo que el poeta se había propuesto. A quien decía que Juvenal había hecho son- rojarse al pudor mismo defendiendo la virtud, San Juan Crisóstomo se opuso fieramente alegando que el poeta "se había ensuciado las manos entre la tabes de la maldad para curar las llagas de almas infectas" . No es mi intención examinar a Juvenal desde el punto de vista de la gazmoñería ofendida; antes de internarse en esta materia y ponerse a juzgar, es imprescindible despojarse de las ideas morales que hoy nos son familiares y remontarse a aquellas, bastante diversas por cierto, que al respecto man- tenía el mundo pagano. Nos interesa solamente determinar qué valor de testimonio histórico se puede dar a la obra de Juvenal, teniendo en cuenta las consideraciones necesarias quien desee estudiarlo a la luz de una crítica rigurosa y serena. Ante todo, es bien sabido, que este satírico fue por índole y, dada la dirección de la cultura de su tiempo, un auténtico orador y maestro de elocuencia. Sabemos, en efecto, que frecuentó durante muchos' años la escuela de retórica y cómo se en- tregó de lleno al ejercicio de la oratoria. Fue des- pués de haber realizado un largo tirocinio, tra- tando ficticias pasiones, situaciones exageradas, discursos políticos en frío que constituian el in- mutable repertorio de argumentos que los retores exigían desarrollar a sus discípulos, cuando Ju- venal se sintió preparado para la inspiración. de la poesía satírica (1). Su espíritu había madurado en el trajinar de este mundo falso, en esta atmósfera de vicios elaborados por el cerebro de maestros de 13

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JUVENAL, LA SATIRA y LAS MUJERES

Los escritores más representativos del siglo 1,revelan aun en el período más turbulento de lahistoria de las cos .bres romanas, figuras feme-ninas de mujeres muy nobles por su pureza de viday por su elevación de pensamiento. Pero hay unagran voz que se levanta y truena iracunda contralas costumbres de aquel tiempo y en especial encontra de las mujeres, lanzando las invectivas másatroces y las acusaciones más infames. Es la voz deJuvenal que parece escarnecer con escepticismoimplacable todo sentido de admiración por losseres de aquella época que le parece a él corruptaen todo sentido y merecedora tan sólo del des-precio universal.

Es innegable que después de una simple lec-tura se queda cualquiera subyugado por el cuadrode abyección y de corrupción que nos describeJuvenal; éste retrata aquel tiempo tétrico, sobre unfondo gris de infamias sin nombre, figuras som-brías de personas disolutas y perversas. Y piensaque si todo aquello aparece en la Urbe, consiguien-ternénte todo el mundo rebalsa de maldad sinesperanza ni próxima ni lejana de una posibleredención. El porvenir no tiene ya más luz y laconfrontación con el pasado exaspera aún más elalma desdeñada y disgustada del escritor.

Pero, ¿es necesario admitir sin discusión queel mundo romano de la época de Juvenal estuvieseuniversalmente tan corrompido?

Tradicionalmente este satírico violento gozóde toda confianza, fue tenido en singular esti-mación y respetado como el más acalorado admi-rador y defensor de la antigua austeridad de cos-tumbres; se le reconoció casi la severa fiereza so-crática, la santa virulencia de un apóstol cristiano.Se ha querido ver en él, un ardiente agitador deconciencias que, fuerte por la pureza de su vida,hubiera tomado un papel de purificación azotandosin piedad alguna las almas de los pervertidos, delos viles, de los envilecidos a quienes la costumbredel vicio vendaba los ojos a toda luz de idealidadpura.

Dr. Francisco Vindas Chaves

La misma crudeza realista de las descrip-ciones, el mismo cuidado en buscar y sacar cuantomás torpe se puede imaginar, justificó el finnobilísimo que el poeta se había propuesto.

A quien decía que Juvenal había hecho son-rojarse al pudor mismo defendiendo la virtud, SanJuan Crisóstomo se opuso fieramente alegando queel poeta "se había ensuciado las manos entre latabes de la maldad para curar las llagas de almasinfectas" .

No es mi intención examinar a Juvenal desdeel punto de vista de la gazmoñería ofendida; antesde internarse en esta materia y ponerse a juzgar, esimprescindible despojarse de las ideas morales quehoy nos son familiares y remontarse a aquellas,bastante diversas por cierto, que al respecto man-tenía el mundo pagano.

Nos interesa solamente determinar qué valorde testimonio histórico se puede dar a la obra deJuvenal, teniendo en cuenta las consideracionesnecesarias quien desee estudiarlo a la luz de unacrítica rigurosa y serena.

Ante todo, es bien sabido, que este satíricofue por índole y, dada la dirección de la cultura desu tiempo, un auténtico orador y maestro deelocuencia.

Sabemos, en efecto, que frecuentó durantemuchos' años la escuela de retórica y cómo se en-tregó de lleno al ejercicio de la oratoria. Fue des-pués de haber realizado un largo tirocinio, tra-tando ficticias pasiones, situaciones exageradas,discursos políticos en frío que constituian el in-mutable repertorio de argumentos que los retoresexigían desarrollar a sus discípulos, cuando Ju-venal se sintió preparado para la inspiración. de lapoesía satírica (1). Su espíritu había madurado enel trajinar de este mundo falso, en esta atmósferade vicios elaborados por el cerebro de maestros de

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retórica y con ojos acostumbrados a esta túrbidaluz se dispuso a escrutar y a formular juicios sobreel mundo en que vivía.

Dada su educación espiritual, portando enesa investigación y en las deducciones una fantasíallena de pasiones extraordinarias y un cierto hábitode indignación, la cual no deja de maravillaraunque se complazca en la declamación que em-puja irresistiblemente y a veces también incons-cientemente a cargar las tintas, a esforzar los he-chos hasta lo inverosímil con tal de alcanzar elobjetivo. Ciertamente Juvenal no podía alejar de síla pesada capa de lugares comunes, ni los buenoschistes de los que se había provisto durante susaños de estudio juvenil. de aqu í de donde seorigina aquella predilección por la paradoja yaquella cólera sin convicción y, en consecuencia,sin medida que reconocemos fácilmente en susescritos. Me veo tentado a pensar que todo esto meparece constituir recuerdos vívísimos e inveteradosdefectos de escuela que agrían su arte. Unas vecesaparece conciso y hasta defectuoso en un desarro-llo digno que el argumento mismo requeriría y enotras ocasiones prolijo hasta el tedio, diluido, flojoen donde un toque sapiente bastaría para dar ner-vio y garra al pensamiento. Entre los pocos ejem-plos que podrían aducirse al respecto, baste citar laprimera sátira del libro l (vv. 1-79).

Teuffel en su valiosísimo estudio acerca deeste satírico (2) alude a la hinchazón del estilosolamente por el hecho de que es un escritor ro-mano. Dice Teuffel: "El estilo romano por lo ge-neral tiene algo de macizo, el reverso y la exagera-ción de su solidez". Puede observarse que siqueremos establecer una comparación con la lite-ratura griega, ciertamente la latina es inferior encuanto a finura, en elegancia y frescura de pensa-miento; pero dejando de lado las comparaciones,no creo que se pueda hablar de cualquier cosa demacizo y de pesado que sean connaturales a todaexpresión artística romana cuando se trate de es-critores latinos como Livio y Tibulo, Virgilio yHoracio. Más bien, como decía cierto ilustre pro-fesor de la Universidad de Florencia, ¿por qué nolimitarse a decir que éste es un defecto común atodas las manifestaciones literarias de la edad deplata?

Juvenal, además de retórico fue tambiénmoralista: se consideró, pues, como rígido custo-dio de aquella antigua austeridad de costumbresque no tolera transigencias y justificaciones.

Después de haber presenciado las infamias dela época de Domiciano, no le parece poder desaho-

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gar en los tiempos de libertad del reinado de Tra-jano y de Adriano aquella ronda de desprecio yde repulsión que pesa sobre su alma y se desahogacon ímpetu ciego y furioso sin establecer clara-mente si se trata de una evocación histórica de untiempo ya pasado o más bien de la fiel reproduc-ción de un triste presente. El hecho escandaloso, ladelictuosa infracción de las leyes sagradas de lanaturaleza y de las normas de la vida civil que son,desdichadamente, de todos los tiempos, siempre,eso sí, suscitando un sentido de desprecio y dedolorosa sorpresa en muchos, entre los que sontestigos de tales cosas y que tienen conocimientode causa, los eleva a sistema de vida, los considerano como señal de aberración de unos pocos pobresseres humanos, sino como exponente de la dege-neración colectiva de todo un pueblo. La "aureamediocritas" de la vida común" sin infamia y sinalabanzas" no atrae su atención, que para estonecesita ser golpeada o por espléndidos heroísmoso por indignidades repulsivas. .

Con los ojos fijos en un ideal de rigidezcatoniana, Juvenal se pone a juzgar una época enque los honestos habían cambiado mucho; las exi-gencias, las condiciones de vida eran muy diversasy se percibía un imperioso deseo de renuncia y demortificación, un anhelo de oponerse a la nuevacorriente de ideas.

Pero hay más: lo que a mi parecer invalidairreparablemente la confianza en la sinceridad desus invectivas es el tono igualmente excitado yviolento, la furia igualmente rabiosa que Juvenalemplea tanto ante una ligera culpa de vanidad o demelindre merecedor, al máximo, de una sonrisa decompasión o de indulgencia, como ante el delitomás atroz, contra naturam y ante el vicio másabominable.

¿Puede aducirse que Juvenal carezca del máse 1em ental sentido de graduación para juzgarcuándo lo hallamos imprecando en igual medidatanto contra la señora que aflige al marido con unacrisis de nervios, si al desgraciado se le escapa unsolecismo que provoca mengua en el apetito de susinvitados, poniendo aquella como aderezo de todoplato una disquísícíón de crítica literaria, volvién-dose siempre y a todos insoportable por su impla-cable sabihondez (3) y contra la sensualidad de-senfrenada de la mujer imperial que anhela en unacrisis de exaltación erótica el fango de la simoníaamorosa (4) como cuándo reconocemos lúcida-mente que igual desdén muestra tanto contra lamatrona que careciendo de "la leche de belleza"

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que suaviza su carne, aumenta el frescor y la blan-cura de la epidermis en la tibieza de un baño lác-teo, como contra aquella otra que se libera de sumarido median te una poción envenenada?

La visión que Juvenal tiene de la vida estáobscurecida por un peso de odio y de dolor quegrava sobre su alma, en parte causado por el es-cepticismo sombrío y difidente que le ha hechover frustradas una a una todas las más dilectasaspiraciones. Además de sus estudios de oratoriacultivados por largo tiempo con dedicación ex-clusiva, esperaba nuestros satíricos triunfos que leprocurasen en su época, fama y riqueza.

En vez de todo esto nunca se le reconoció ungran talento en la oro ria, careció de una nutridamultitud de admira ores y discípulos y tan sólogozó de una modesta comodidad.

En la sátira séptima (vv. 150 y sgts.) la iró-nica referencia a los rétores de su tiempo que go-zaban de fama y cuyas escuelas se veían atibo-rradas por numerosos alumnos, ¿no nos revelaacaso el sordo hastío, el amargo sarcasmo de aquelque ha llegado a la madurez conservando insa-tisfecho el deseo de salir de las sombras, de quiense siente menospreciado o incluso incomprendidopor los contemporáneos y desea al menos repo-nerse mediante la hostigación y marcando a todoscon una furia arrolladora de rabiosa misantropía?

El arte de Horacio se desenvolvió en con-diciones bien diversas; esto, sin duda, además de lanaturaleza distinta de su ingenio y de su indulgenteconducta hacia las debilidades y defectos huma-nos, contribuyeron a la serenidad que exhibe en susátira. Esta se desarrolló, es cierto, en una edad detransición, no tan corrompida como para podersevelar un poco o esconder su propia abyección; demanera que el ridículo, arma de gran poder enmano de Horacio, no habría tenido tanto poderíoentre los contemporáneos de Juvenal.

Pero, ¿por qué, mientras Horacio se ve indu-cido a renunciar para siempre al género satíricopor los sabios consejos y serias amonestaciones deC. Trebacio Testa, cuya palabra impone respetuosaobediencia dada su autorizada experiencia y por elcuidado afectuosamente solícito que se toma porla suerte del joven poeta, ¿por qué =en cambio-Juvenal mantiene cuidadosamente reservados susagudos dardos y procura lanzarlos contra perso-najes que duermen desde mucho tiempo, insen-sibles e inermes, su último sueño en los sepulcrosmarmóreos de la Vía Apia y de la Vía Flaminia?¿Cuánta fuerza de coerción supo ejercitar en sualma agitada por la ira para que jamás, en tanto

curso de años, se revélase su íntimo ser y no sur-giera de la sombra, empuñando fieramente el fla-gelo amenazador e iracundo?

No debe olvidarse que Juvenal en los puntosen que más ásperamente descarga contra las malascostumbres, martilla con mayor insistencia sobrelos personajes de la época de Domiciano, secun-dando así el gusto del emperador y de su corte,quienes se complacían en que se pusiese en la mássombría luz el tiempo de Domiciano y en vez sealabase el de ellos, como aquel en que se resta-blecían las antiguas virtudes de la edad republi-cana, reconciliando así lo que hasta ahora parecíairreconciliable, tal como dice Tácito, el imperio yla libertad.

No llego a ponerme de acuerdo con lo quedice Nisard (5): "Sous le cynisme effronté dePétrone, sous sa gaieté libertine il y a plus decolére réelle et plus d'arríére-pensées courageusesque sons l'indignation de Juvenal"; más bien estoyde acuerdo con él en considerar con mayor con-fianza una frase desnuda y fría de Suetonio quenarra y registra los hechos sin comentario alguno ycon la imperturbable serenidad de un rayo de solque da, al mismo tiempo, luz y calor tanto a unacuna como a un pútrido pantano.

Reconozco, en cambio, y admiro en Juvenalun caluroso y sincero sentimiento de amor por laantigua gloria de Roma: la sátira III tiene versosvibrantes de santo orgullo nacional; allí se siente ellatido de un pulso romano, la palpitación de unaprofunda y franca alma antigua que sueña conpureza de conciencia y lucidez de espíritu la rea-lidad admirable más bella del mismo sueño, de lagran Roma republicana.

y en la sátira XIV, los famosos versos:

Maxima debetur puero reverentia, si quidturpe paras, nec tu pueri contempseris annossed peccaturo obstet tibi filius infans

tienen sabor evangélico. Así como también podríaachacarse a fuentes cristianas aquel impulso pia-doso de humanidad que le hace predicar el reco-nocimiento de la personalidad del esclavo y portanto la moderación en procurarse venganza aúnpor la leve culpa.

Al lector de Juvenal se le ofrecen de tanto entanto -a manera de oasis benéfico y confortable-magníficas máximas estampadas en altísimos sen-timientos de moral civil. Sin embargo han sidocondenadas y destinadas a priori a permanecer en

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el campo estéril de la abstracción, por la presun-ción y culpa de pedir a la naturaleza humana másde lo que ésta puede dar: un espíritu heroico y unsentimiento de renuncia y mortificación que no espara todos ni de todos los tiempos.

Juvenal preocupado porque su amigo UrsidioPostumo piensa casarse en Roma, se aligera endisuadirlo, llamándole hasta loco y en la sátira VIle presenta un cuadro terrífico de las costumbres,de la índole de las mujeres romanas del embru-tecimiento vicioso y, por ende, la bien triste suerteque está reservada a quien escoge mujer en Roma.

Este satírico pone en relieve principalmentela perversión de las mujeres de Roma, quienes porabandonarse a sus propias pasi es, olvidan losmás sagrados deberes de esposa y madre. Peroconsidero justo decir que no todo el mundo fe-menino de la época haya sido así; esa misma épocadio a las Arrias heroicas, y la madre y la tía deSéneca, también la buena y devota Paulina, esposade este último. El mismo Tácito, poco benévolohacia la feminidad de su tiempo, nos da a conocerla impávida firmeza de Arria minor (Ann.XVI,34), la concordia de ánima y de pensamientode Agrícola y Domicia Decidiana (Agr., 6); tam-poco menor aprecio de fidelidad y virtud existe enCalpurnia, la culta mujer de Plinio el Joven.

Juvenal simula no conocer y, además, notener en cuenta aquellas mujeres que extrajeron dela cultura filosófica y de los sanos principiosfamiliares, honestas conductas de vida, devociónilimitada a los afectos domésticos. En cambio tienetristes palabras por la falta de sumisión de lasmujeres para con sus maridos, por la manía dellujo, por frecuentar tertulias públicas, por eldespliegue de erudición y cultura griegas.

Si bien es cierto, lejos como estamos de lostiempos de la simplicidad de vida y de la austeri-dad de costumbres de la primera edad republicana,que las mujeres en un ardor febril de libertad y deplacer, pasaron, y mucho, los límites de la mode-ración, sin embargo, es justo que sean juzgadas nocon el espíritu republicano del buen tiempo an-tiguo, sino con aquel que sea consciente de lascondiciones mudables del tiempo y de quien sepaver hasta el fondo las consecuencias de' la legis-lación augusta y post-augusta.

Cuando Augusto pensó tener en sus manostodos los poderes supremos, tanto los legislativoscomo los ejecutivos, quitándolos para siempre aaquel vano simulacro de gobierno republicano queestaba vigente todavía en tiempos de César, sa-

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bemos cómo se las ingenió para ir poco a pocoquitando los privilegios a todo aquel ser autónomoque constituia la gens, y cómo se preocupóAugusto por robustecer los vínculos jurídicosentre los diversos miembros de aquélla, de disolveraquel núcleo compacto de ciudadanos que estabanbajo las pote stas absoluta de un dirigente queposeía una autoridad bien definida e indiscutible, afin de que los individuos reconozcan en el príncipetodo poder.

Así apareció la sustitución del tribunalordinario del antiguo iudicium domesticum y, portanto, los rígidos derechos paternos se atenuaronhasta que desaparecieron del todo, confiados a losjueces públicos.

Pero si esto indica un progreso en el camposocial y civil, sin embargo los frenos inhibitoriosllegaron a debilitarse cuando hubo necesidad deimplantarlos más válidos e inmediatos. Augustobuscó de dar la ilusión de que su gobierno iniciasey estableciese para siempre, sobre sólidas bases unaera de bienestar, de prosperidad en la que tornase aflorecer la antigua austeridad de costumbres, gloriay amor de la antigua república. Y creyó que lasleyes serían suficientes para contrarrestar la co-rrupción extendida sin retén alguno, buscandoanular el mal en sus propias causas. Con tal fin seestablecieron aquellas leyes de maritandis or-dinibus que obligaban al padre a constituir unadote para la hija casadera a fin de facilitarle elmatrimonio; se multaba a los célibes impenitentesy, al mismo tiempo, se daban recompensas a lospadres de familia y, por el derecho de tres hijos, seconcedía la exención de una parte de los impues-tos debidos al fisco.

La Lex Julia y la Papia-Poppaea trataban dealejar también del estado de viudez por medio deatracciones pecuniarias. Establecían, en efecto,que la viuda de edad inferior a los cincuenta añosque no volviese a tomar marido dentro de un año(lex Julia) o dentro de dos (lex Poppaea) notuviese derecho de recibir legados o heredadesprovenientes de parientes lejanos o de parte deamigos.

Pero este esfuerzo por legalizar las uniones,por crear una familia legítima, a base de coerción,no podía evidentemente producir efectosbenéficos. ¿Para qué obligar a someterse a la"corvée" matrimonial, a poner freno a su libertadde placer, a quien no tiene buena inclinación haciauna metódica vida matrimonial y vive felizmentesu vida de soltero?

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Por la cacería despiadada que en tomo de lasheredades se despertó en esa época, el célibe ricoera objeto de toda clase de mimos y se le colmabade toda atención por la necesaria captatio benevo-lentiae; eran competencias en sordina, de astucia,de doblez, de sabia hipocresía que se entablabanentre quienes circundaban a una persona ricacarente de herederos directos.

Por otra parte una mujer aleccionada solo ala codicia por el dinero, se las arreglaba a cogercomo marido a cualquiera, aunque de su prece-dente vida conyugal no hubiese reportado el másmínimo grato recuerdo; no pienso que debíainiciar un nueva vida con .feliz disposición parallegar a ser una óptim ujer. Consecuencia ine-vitable de nupcias muy a menudo así celebradas,fue la frecuencia extraordinaria de divorcios pormotivos frívolos, por razones tan mezquinas, quehacían traslucir evidentísima la verdadera causa: laincompatibilidad de caracteres unida al deseosiempre presente de la novedad.

Si el divorcio no hubiera existido o sola-mente se hubiese limitado a casos muy graves,como en los primeros tiempos de su institución,ciertamente hubiera existido una mayor sumisión,un espíritu más fuerte de tácita renuncia y desilencioso sacrificio en la mujer y en el hombre unsentimiento más profundo de comprensión, debenévola indulgencia; el amor solícito por la prolehabría ayudado eficazmente a mitigar ciertasasperezas de carácter, a limar ciertas asperezas decriterios y habría existido una vida conyugal si nofeliz, al menos serena y el sentimiento del debercumplido por el bienestar y la tranquilidad de loshijos habría recompensado el sacrificio de laspropias ideas y hasta de la fallecida realización deaspiraciones individuales.

[Pero era tan fácil obtener el divorcio, re-hacerse en un nuevo nido de amor una nueva vida,que el cultivar ideales de resignación y confor-mación hubiera sido tomado como una excentri-cidad de pésimo gusto!

La ley Papia Poppaea se apresuró a arrogarseel poder maravilloso de la lanza de Aquiles, esdecir de sanar el mal que producía, ya que paracombatir la fiebre del divorcio que azotaba a lasfamilias romanas establecía una multa al cónyugueque provocase anulación del matrimonio. PeroAugusto que pensaba contrarrestar el abuso deldivorcio, él mismo había esposado a Livia emba-razada de su primer marido.

y es que toda la legislación de la época de

Augusto sólo atendía a salvar las apariencias ydespués poco le importaba que todo siguiese por lapendiente de la ruina. la gente pagaba, es cierto, lamulta, pero podía darse el gustazo de renovar adlibitum y legalmente el propio matrimonio.

Lo que acaeció en vida del gran Augustocontinuó bajo el reinado de sus sucesores:Sénecaj'ó) dice: Postquam illustres quaedam acnobiles feminae, non consulum numero, sedmaritorum annos suous computant. Y Juvenal (7)carga aún más las tintas:

. . . . . . . . . . octo maritiquinque per autumnos: titulo res digna

sepulcri.

El haber poseído un solo marido era indiciopara una mujer de su moderación de costumbres,de ahí que las lápidas sepulcrales se adornabancomo de un título de honor con el apelativo de"univira" (8).

Marcial después comenta perfectamente losefectos de la ley Papia-Poppaea en su epigrama deThelesina (9).

A fin de que la situación financiera tanto delhombre como de la mujer en el momento de ladisolución de un matrimonio quedara siempreclara y distinta, cayeron en desuso las nupcias cummanu, esto es, con la plena comunión de los bienesy la absoluta sumisión de la mujer a la autoridadmarital. La Coemptio fiduciaria, permitía a lamujer no depender ya más de su familia originariay tener posición autónoma tanto económica comomoralmente en las relaciones de la nueva familia dela cual venía a formar parte. Así la dote venía aconstituir un patrimonio de absoluta propiedad dela joven y la hacia independiente de la autoridadpaterna y la misma dote proporcionaba a la esposamayor libertad de acción por el derecho de dis-poner de lo suyo, fuera del consentimiento ycontrol del marido.

Esta independencia, este dinero que afluyeen las manos inexpertas de la mujer acostumbradahasta el momento a limitarse a las modestas eco-nomías del peculium, podían excitarla, descon-certarla, constituyéndose así una de las causas másfuertes de decadencia moral.

La joven romana salía muy niña del seno dela familia y en el nuevo estado encontraba la satis-facción de aquel deseo agudo de libertad que pal-pita siempre en el alma de quien ha vivido muchotiempo en completa dependencia y al mismo

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tiempo hallaba el apaciguamiento de aquel anhelode lujo y de placeres que enciende y apremia a lafeminidad ambiciosa e inquieta. Y la posiciónindependiente empujó a las más exaltadas, más alláde todo límite de conveniencia, a la conquista delprestigio absoluto sobre el marido y mediante estetrámite a la vida pública.

Los primeros pasos hacia el reconocimientode una autoridad personal, la mujer los hizo a hur-tadillas, en la sombra segura y discreta de ladomus. Esa autoridad personal se fue haciendofuerte y audaz mediante el afecto condescendientedel marido y los resultados fueron en un primermomento aceptados por cortés indulgencia, másque por actos legales. Pero este movimiento se fuereafirmando más claramente, tan que existeninscripciones que nos atestiguan la existencia deasociaciones que permiten a las mujeres participaren el gobierno del estado mediante el derecho deelegir representantes a las elecciones y de favo-recer, proteger, recomendar a alguno de los can-didatos.

y existían la sodalitas pudicitiae servandae,el conventus matronarum lanuviense al cual quisoHeliogábalo conferirle valor político y llegó hasta adenominarlo senaculum, confiándole la discusiónde cuestiones relacionadas con la etiqueta y elencargo de dirimir las controversias suscitadasacerca de la justa observancia. Además el Digestumdice que la posición social del marido determinadala de su esposa: a ésta se le concedían igualestítulos, iguales distintivos, iguales privilegios.

Una señora que quisiese estar a la altura desus tiempos debía ser una asidua concurrente delos lugares de reunión más connotados, mostrarinterés por las exhibiciones de los gladiadores,asistir a los espectáculos teatrales, ya que así teníael chance de ostentar sus afeites y joyas, de poneren manifiesto las gracias de la persona y la finezadel espíritu: los maridos tomaban esto muy nor-malmente.

Es cierto que la presencia de las mujeres enlos banquetes, muellemente tendidas sobre loslechos triclinios, constituia una innovación dema-siado atrevida para un espíritu conservador y, enefecto, Valerío Máximo evoca con voz amarga depesar los tiempos en que las mujeres tomaban susalimentos debidamente sentadas y no tumbadassobre los sofás (lO). Pero no me parece equivocadala aguda observación de Boissier quien piensa quela influencia ejercida por la presencia del sexofemenino en los banquetes debe de haber marcado,

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en general, una pauta de discreción y de mode-ración.

Por lo demás, si de la época de Juvenal nosremontamos a la edad de Augusto, encontraremosen ésta los gérmenes y la inevitable preparación dela inmoralidad sucesiva: la política imperial, paraadormecer los recuerdos del pasado y preveniragitaciones e insurrecciones, proporcionaba panemet circenses al pueblo, placeres enervante s para lasclases ricas, y ásperas e implacables persecucionespara las almas fuertes.

Gran diferencia existe entre la educación quese daba a la mujer en el mejor tiempo de la edadrepublicana y aquella de los últimos tiempos de larepública y del período imperial. La instrucción enla antigüedad estaba restringida, es cierto, pero erasana y severa, impartida por la madre misma o porparte de esclavas íntegras en sus costumbres;ahora, en cambio, preceptores, a veces peligrosos,guían a las muchachitas en la lectura de los poetasy las amaestran en la filosofía.

La mediocridad común de los espíritus selimitaba a una instrucción superficial y, por tanto,vana y frívola, reclamando sólo nuevos hechizos ala gracia seductora y maliciosa de los poetas deamor, a las discusiones filosóficas la agilidad ypresteza del pensamiento, el brío elegante y de-senvuelto en la conversación. Algunas mujeresencuentran en los estudios severos una palestra devirtud y de nobles sentimientos y la filosofíaestoica, que bien puede ser denominada escuela dehéroes, ayuda a muchas a mantener el coraje deaquellas nobilísimas que supieron asociarse a lagloria de sus maridos. Y, si bien es cierto queOvidio se permite escribir para las mujeres uncódice atrevidísimo de galanteo, como es su Arsamandi, ya desde los tiempos de Cicerón habíadamas tan profundamente cultas que solicitaban lalectura de un tratado filosófico, tal el caso deCerelia a propósito de la obra De finibus bonorumet malorum; y el mismo Ciceróñ nos habla conadmiración acerca de la elegancia y suavidad dellenguaje de l..elia, herencia admirable de su padrel..elio y que transmitió a sus hijas y nietos. Esta estambién la opinión de Quintiliano cuando dice queLaelia L. filia reddidisse in loquendo paternameloquentiam dicitur (11).

El orador Hortensio -defensor de la vanidadfemenina en la discusión en pro de la derogaciónde la Iex Oppia sostenida contra la fiera palabra deCatón- tuvo una hija en quien resplandecieron lasdotes oratorias paternas. Esta se atrevió a presen-

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tarse ante la curia a defender los derechos de lasmujeres, sobre quienes se pensaba imponer unimpuesto oneroso y logró brillantemente sostenerla ilegalidad de la pena, logrando conjurada y ob-teniendo una gran victoria debido a sus cualidadesde buena oratoria y no tanto atendiendo a susgracias personales. Sin duda, estas cualidadesoratorias eran de mucha monta para que Quin-tiliano llegase a escribir: Hortensiae Q. filiae oratioapud triumviros habita legitur non tantum in sexushonorem.

En la edad imperial sabemos que una jovenbella y buena, la cual dotada de vasta cultura y defelices aptitudes p ticas, fue afectuosísimacompañera de su marido, egregio poeta: me refieroa Argentaria Polia, la joven esposa de Lucano (I2).

También el género histórico tuvo sus cultores:Agripina minor, la madre de Nerón , escribióCOMMENTARIl. En éstos expone las vicisitudesde su familia y de su propia vida. Por desgracia, nohan llegado hasta nuestras manos, pero por mediode Tácito se tiene noticia histórica de la existenciade esos escritos (l3).

Por lo tanto, si entre las mujeres que culti-vaban los estudios hubo también personificaciónperfecta del tipo de la mujer pedante que nospresenta Juvenal ('¡en nuestros tiempos basta girarlos ojos en torno y podemos tener directa expe-riencia! ), si Horacio nos cuenta que las mujeres-en realidad, mujeres viciosas más o menos refi-nadas- tenían entre los almohadones de seda loslibros de los estoicos, mostrando un férvido entu-siasmo por sus doctrinas; si hubo mujeres queinterrumpían su lección de filosofía para enviaruna solícita respuesta al enamorado impaciente,bien es cierto que hubo también mujeres gentilesque hicieron laudable uso de sus conocimientosliterarios, mujeres que brillaron por su ingeniodespierto y la feliz intuición, quienes merecieronrecoger alabanzas y no el reproche de sus contem-poráneos.

¡Qué lejana quedaba aquella edad republi-cana en la cual se quería que la jovencita llegara aechar callos en la mano debido al huso y la rueca yrepartiese su tiempo entre el culto de los Lares ylas ocupaciones domésticas!

Las jovencitas de familias acomodadas sededican, es cierto, todavía un poco a las laboresdomésticas, pero asisten a los espectáculos tea-trales y a los juegos de circo; observan ahora conojos abiertos los refinados goces a que se abandonala ciudad rica y potente. ¿Cómo impedir que tales

mujeres traten de extinguir aquella sed de placeresfastuosos cuando en torno a ellas no hay más queinvitados atractivos y cómplices indulgentes?

La educación de la mujer abarca ahora comoprincipales elementos el canto y la danza, consi-deradas, es verdad, en los austeros tiempos repu-blicanos, inconvenientes para señoritas libres. Sinembargo, yo no creo en este inconveniente yaporto una razón sola, aquella opinión de EscipiónAfricano, siempre tan férvido admirador delmundo Helénico; Escipión reconocía que el puebloromano estaba todavía muy burdo para llegar aencontrar y considerar en las posturas de la danzay en el hechizo musical la belleza pura que jamáses corruptora. En cambio, en el pueblo griego,mientras tuvo el sentido de lo bello en su sangrecomo don precioso de la Natura, el canto y ladanza constituyeron un elemento esencial de laeducación de la juventud y ascendieron hasta lasolemnidad del rito sagrado.

Por tanto, serán los extravíos malsanos, losademanes desvergonzados de la mímica jónica losque vienen solamente a lisonjear los instintos másbajos, que pueden dar lugar y legitimidad a losversos de Horacio:

motus doceri gaudet lonicosmatura virgo et fingitur artibusetc .

(Carm. [[1, 69, vv. 21-27)

Plinio se complace en que su Calpurniasolamente por el deseo de agradarle aprenda acantar sus versos acompañándose con gracia con lalira y Estacio confía en que su hijastra encontrarápronto marido, si no por la dote vistosa, al menospor la armoniosa elegancia de su danza.

Juvenal condena sin reserva alguna aquellamanía de refinamiento desesperante que se apo-dera de la mujer romana y que comprende desde elexcesivo cuido del peinado hasta gastar, sin ningúnrecato, sumas ingentes tanto en la adquisición depreciosos collares, como de vajilla costosa. Pero notiene en cuenta Juvenal en su juicio que prime-ramente los hombres dilapidaban riquezas enor-mes, superiores a todo cuanto podemos pensar,para ofrecer juegos en el circo y banquetes y fies-tas tanto públicas como privadas.

Juvenal advierte a su querido amigo Ursidio,cuando piensa casarse, cómo el sentimiento de lamaternidad haya fenecido en las mujeres de Roma;ellas rehúyen los sufrimientos y deberes de la

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maternidad y refutan a sí mismas y al marido elorgullo de una sana y robusta prole.

Aquí se revela una vez más la evidente exa-geración que invade la sátira de este escritor. Si sele presta fe, rayana en el escrúpulo, habría queconsiderarse hasta la extinción de la estirpe ro-mana. Sin embargo, si egoístas consideraciones,que parecerían todas modernas, hacían escasa laprole en la alta sociedad ro:nana, es digno de des-tacar el hecho de que precisamente en aquel tiem-po surge un sentimiento nuevo o, por lo menos, esnueva la manifestación de un cuidado solícito porlos infantes.

Aulo Gelio en sus Noches Aticas (XII, 1) serefiere a un discurso del filósofo Favorino en elque éste recuerda a las mujeres ranas cómo el .deber divino de la maternidad no se absuelvesolamente con dar a luz a la criatura, sino que esparte de la ley sagrada no negarle la leche delpropio pecho. Muchos epígrafes sepulcrales debuenas mujeres, de buenas madres burguesas y delpueblo -de aquellas que existen en todas lasépocas, y llevan una vida modesta y recogida queno sabe de heroísmos, pero tampoco de abyección,que no sabe qué es el boato pero que no sufre lamiseria y se sienten pagadas por una íntima pazlaboriosa- nos atestiguan que estas mujeres sepreciaron, como de un título de honor, de habernutrido a sus hijos con la leche de sus propiossenos.

J uvenal dice no conocer ninguna mujerbuena o al menos pasable y, generalizando absolu-tamente, afirma que la maldad y la perfidia sonelementos esenciales del temperamento femeninoy propios de su naturaleza (14). ¿No se podríapensar que tanta amargura pueda derivar de causasanálogas a aquellas que explican la misoginia deEurípides (quien sin embargo supo delinear suavesy sublimes figuras femeninas como Andrómaca,Alcestes, Macaria, Ifigenia, Polixena)?

Al realizar este pequeño estudio acerca delvalor de los testimonios de Juvenal, particular-mente con respecto a las mujeres de su tiempo,repito lo que anteriormente he manifestado, deque conforme a un espíritu de justicia y con sere-nidad de crítica no se debe prestar indiscutida fe ala airada alma de Juvenal que fustiga a sangre, queenmarca dentro de un estigma toda una sociedad ynos presenta un mundo que quiere ser construidocon singular fuerza de realismo, pero a quienquiera escrutarlo atentamente aparece falso porquerer ser demasiado verdadero, ya que acoge sólo

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criaturas excepcionales en una composicion for-zada y sorda, privada de todo respiro de huma-nidad genuina.

Ni aún al mismo Tácito opino que se le debecreer a pie juntillas, no obstante ser un escrutadorsabio de conciencias y un creador admirable decaracteres. Pero en el juicio no sabe elevarse másallá de las opiniones comunes y tradicionales ymirar con espíritu nuevo los nuevos tiempos ydejar a un lado su subjetivismo apasionado.Espíritu profundamente enamorado de la antiguaausteridad de Roma, no puede ser más que unconservador. Con este sentimiento fuerte de larectitud de su conciencia él hace que su obra dehistoriador se trueque en acción de juez y juzgapara el porvenir.

Opino que, en realidad, en todo tiempo lasociedad no es del todo moral ni tampoco todainmoral. En el siglo 1 del imperio, en especial, lasociedad romana estaba formada y sufría los in-flujos antagónicos de elementos muy diversosentre ellos; se trataba de un conjunto de pueblosheterogéneos por costumbres, educación y tradi-ciones. La aristocracia de nacimiento se sustituíapor la aristocracia de la riqueza que arribaba contodos los apetitos y con todas las brutalidades dela conquista reciente y difundía un deseo de gozossin límites e imponía el tímido respeto por laomnipotencia de la riqueza.

Se trata de todo un mundo sólido, estable,compacto por comunión de tradiciones y aspi-raciones, que llega a hundirse y de su descompo-sición surge otro inmensamente más grande, perotan diverso que se impone exista un puño férreo yúnico que lo rija y lo mantenga unido. Y esta estambién la opimón del mismo Tácito cuando, alprincipio de sus Historias (1, 1), afirma omnempotestatem ad unum conferri pacem interfuit.

Todas las decadencias y renovacionesparticipan de estas crisis profundas que viene aturbar y desbarajustar criterios morales e insti-tuciones sociales; por lo que es, pues, más quenecesaria una observación aguda, pero serena, sineira et studio.

Tratándose, además, de la mujer, quien porsu índole generalmente más impulsiva que calcu-ladora, está dominada más del sentimiento que dela razón y está, por lo tanto, expuesta a plegarse ya rnodelarse según las exigencias o las condicionesdel ambiente en que vive y a tornarse o vaso deelección o vaso de todo fraude. Por todo lo ante-riormente señalado, este estudio cuidadoso de lasvarias influencias que se pueden ejercitar sobre la

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mujer, se impone, según mi entender, comoesencial.

Creo no estar sólo en mi pensamiento. Mijuicio se refuerza y se avalora por el consenti-miento de una clara voz autorizada por experienciade vida y profundidad de doctrina; me refiero aTeuffel que concluye su interesantísimo estudiesobre La posizione de/la donna ne/la poesia greca

(1) Cfr. Sátira 1, v. 15-17.

(2) Studien, Charakter zur griech, u. rorn, Litteratur-.geschichte (Zweite Aufl., Le ípzíg, Teubner, 1889,p.535).

(3) Sátira VI, vv. 434-56. Según cierto estudiosoparece que aquí se caricaturiza a Estatilia Mes-salina, quien fue célebre no sólo por su belleza yriquezas, sino también por la vivacidad de su inge-nio y ciertas disposiciones no comunes para la elo-cuencia que cultivó en especial manera.

(4) Sátira VI, vv. 114-32.

(5) Estudes de moeurs et de critique sur les poéteslatins de la décadence, tome 11,p. 41.

De Beneficiis 11I, 6.(6)

(7) Sátira IV, vv, 230-32.

con estas bellas, nobles y graves palabras: "Lasmujeres, por C2Usa de su más fina sensibilidad,están generalmente más expuestas a los influjos delespíritu del tiempo y en lucha con su tiempo y consu ambiente".

NOTAS

(8) Cfr. Propertiius, Eleg., Lib. IV, 11, vv. 67-72.

(9) VI, 7.

(10) "Ferninae cum viris cubantibus sedentes coenita-bant . . .. Quod genus severitatis aetas nostradiligentius in Capitolio quam in domibus suisconservat, videlicet quia rnagis ad rem pertinetdeorum quam rnulierum disciplinam contineri (LV,12).

(11) Instit. Orat., Lib. 1, cap. 1, 6.

(12) Cfr. Estacio, Silv. 11, 7. Marcial, Epigr. VII, 21-23;X,4.

(13) Ann., IV, 53.

(14) Sátira IV, vv. 134 y sgts.

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