Juntos somos invencibles

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JUNTOS SOMOSINVENCIBLES

Joana Arteaga

© Joana Arteaga, abril 2016

Diseño de la portada: FernandoGómez Mancha

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Foto: Vadim Georgiev

Primera edición: abril 2016

Corregido y editado por CorrectiviaObra registrada en Safe Creative:

1603216954175.

“No se permite la reproducción totalo parcial de este libro, ni suincorporación a

un sistema informático, ni sutransmisión en cualquier forma o porcualquier medio, sea éste electrónico,mecánico, por fotocopia, por grabaciónu otros métodos, sin el permiso previo ypor escrito del editor. La infracción delos derechos mencionados puede ser

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constitutiva de delito contra lapropiedad intelectual (Art. 270 ysiguientes del Código Penal).

Los derechos de todos los

fragmentos musicales utilizados, salvola canción de Patrick, pertenecen a susautores.

ÍndiceCapítulo 1Capítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7

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Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18EpílogoAgradecimientos

Para Begoña, que está luchando.Para Arantza, que está

manteniendo todo en su sitio.Para Roberto, que está

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demostrando que se puede.

Para María Isabel, que es mi otrahermana.

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Invincible

Follow through

Make your dreams come trueDon t́ give up the fightYou will be alrightĆause thereś no one like you in the

universeDon t́ be afraidWhat your mind conceivesYou should make a standStand up for what you believeAnd tonightWe can truly say

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Together weŕe invincibleDuring the struggleThey will pull us downBut please, pleaseLetś use this chanceTo turn things aroundAnd tonightWe can truly sayTogether weŕe invincibleDo it on your ownIt makes no difference to meWhat you leave behindWhat you choose to beAnd whatever they sayYour souls unbreakableDuring the struggleThey will pull us downBut please, please

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Letś use this chanceTo turn things aroundAnd tonightWe can truly sayTogether weŕe invincibleTogether weŕe invincibleDuring the struggleThey will pull us downPlease, pleaseLetś use this chanceTo turn things aroundAnd tonightWe can truly sayTogether weŕe invincible.

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MUSE(Black Holes & Revelations)Capítulo 1

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Neutron StarCollision

Salir del Madison Square Garden aestas horas después de un concierto, yencontrar

un taxi debería estar consideradocomo deporte olímpico. Ya no circulanautobuses

y no me apetece caminar treintacalles hasta mi casa, pero reconozco quepueden pasar horas hasta que se obre elmilagro de encontrar un taxi libre.

Cora me he dejado tirada por el tío

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de metro noventa y cinco y coleta queteníamos justo detrás. Se han pasadotodo el concierto con miraditas, roces ytonteo a lo loco. No es la primera vezque me pasa esto con mi prima, así quesalgo resignada (y muerta de envidia)del recinto.

Cora tiene esa facilidad, da asco.Como un tío se le ponga a tiro, ya notiene escapatoria. Y como ella no sueledejar pasar la oportunidad dedemostrarse que es la reina del mundo,pues se olvida de que no ha venido solaal concierto. En fin, la

historia de mi vida. A ver ahoracómo consigo esquivar a esta panda de

adolescentes y quedarme con uno delos primeros taxis que se atrevan a

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acercarsepor aquí.La cantidad de prepúberes que había

en el concierto es alucinante. ¿Por qué,Dios

mío, tuvo que meter Muse unacanción en todas las bandas sonoras delas doscientas

partes de Crepúsculo? ¿Por quétiene que volverme loca el mismo grupoque a todos los adolescentes deAmérica? Argggggg.

La odisea para llegar aquí empezóya hace meses, con el intento de lograrconseguir dos entradas y no dejarme elsueldo del año en el intento. A las doshoras de salir a la venta ya no quedabanlocalidades libres y el precio de reventa

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se disparó hasta la luna. Menos mal quemi hermano Kevin tiene una suerte loca(y unos contactos de lo más oscuro, todohay que decirlo) y, sin saber muy biencómo, se hizo con dos entradas entiempo récord. Eso sí, previo pago de235 dólares por

cada una.Creo que es mejor no optar por los

taxis de esta zona, así que decidoalejarme un

poco del barullo que rodea elMadison Square Garden, bajando por laOctava Avenida en dirección a mi casa.Vivo en Bleecker Street, en unapartamento genial que conseguí graciasa mi amiga Martina, que me recomendóantes de que ella lo

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dejara para irse de la ciudad. Yo nome puedo permitir los precios delGreenwich

Village, por eso comparto el pisocon otra persona, una misteriosapresencia llamada Diana.

A dos calles del recinto delconcierto ya se respira mejor. Hay genteque ha tenido la misma idea que yo, peronada comparado con la pesadilla de losaledaños del Madison… veo variasparejas y algún grupo a la caza de losescasísimos taxis que pasan. Hay aquien le sonríe la fortuna y consiguehacerse con alguno de los pocos quepasan cerca y, además, va libre.

En un momento dado, estoy casi apunto de quedarme con uno, pero un

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intimidante tipo con aspecto defumador de crack con mono de su dosisdiaria y cara de querer matarme, mehace desistir de quedarme con elvehículo y se lo cedo con cara de nohaber roto un plato cuando se acerca amí tambaleante.

El tiempo pasa y mi esperanza cadavez es menor. Mientras espero por un

milagro, compruebo los correoselectrónicos que me han llegado. Esto eslo que tiene convertirse en empresaria,que estás pendiente del teléfono a todashoras.

Hace dos meses que me volví locapor completo y dejé mi trabajo de todala vida

en Coleman and Asociated

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Publishing para montar mi propiaempresa. Siempre se

me ha dado bien la programación ysentía que podía dar mucho más de míque trabajando en el departamento desistemas de una conocida editorial. Mihermano pequeño y su amigo armeniome convencieron para que me uniera aellos en su disparatada idea de montaruna pequeña empresa informática y yo,que fui pillada en uno de esos días enlos que estaba dispuesta a escucharcualquier cosa por ridícula que fuera y,más aún, a darle la posibilidad depensar en ella con interés, me vi, de lanoche a la mañana, pidiendo mi finiquitoen Coleman and Asociated Publishing einvirtiendo mis ahorros en LemurApps,

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la descabellada empresa de mi hermanoy el friki de Narek, que solo tienendieciocho años.

Y aquí estoy yo, haciendo decomercial, programadora, señora de lalimpieza y,

muchas más veces de las que megustaría, niñera de dos chavales conmuchos pájaros en la cabeza, perotambién, lo reconozco, con el talento yla ilusión que hacen que tengas ganas dedespertarte por la mañana y venir atrabajar.

Sí, todo lo que me pase en mi vidalaboral de ahora en adelante, me lohabré merecido con creces porabandonar un puesto estable y seguro,rodeada de gente agradable y mis

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amigas del alma, por un destartaladoalmacén en la Décima, con tresordenadores y una mesa de reunionesque se cae a cachos.

Además de dos correos sin leer deposibles clientes que me citan para lasemana

que viene, veo que tengo tresllamadas perdidas de mi madre. ¿Tresllamadas? A estas horas no puedesignificar nada bueno. No sé siasustarme y devolverle las llamadas oasustarme y no querer saber de qué va lacosa.

Desconsolada, muerta de frío y yacon la idea de caminar las treinta calleshasta

mi casa, veo que un taxi aparcado a

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mi derecha acaba de arrancar. Corrocomo si la

vida me fuera en ello y me lanzo decabeza a su interior, sin importarmenada.

¡Sí, señores! ¡ Touchdown!, nadieme va a quitar este taxi como que mellamo Miriam Alexandra Blake.

—Perdone, señorita, pero no estoyde servicio —una voz enfadada y conacento

irlandés sale del asiento delconductor.

¿QUÉ? ¡No! No, ni de coña, vamos.De aquí no me bajan ni losantidisturbios. No

veo perspectivas de conseguir otrotaxi y estoy agotada y helada. El

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concierto me hadejado sin fuerzas para nada y solo

quiero llegar a casa, quitarme la ropa ydormir

trece o catorce horas.—Por favor… —intento la táctica

de dar pena.—Lo siento, ahora mismo está usted

dentro de un coche particular. Bájese,por favor.

No puede ser… el único taxi que sevislumbra en varias manzanas a laredonda, y

que no está siendo rodeado confervor por hordas de adolescentesdesquiciados, y

tiene que pasarme esto.A través del cristal que separa la

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parte delantera del vehículo y la trasera,intento

establecer contacto visual con elconductor y así seguir con mi plan dedarle pena…

se me da fenomenal poner ojitos yhacer pucheros… con mi padre siempre

funciona.—Por favor, por favor, por favor…

necesito llegar a mi casa. No me tengoen pie y los taxis hoy están másdemandados que nunca… tengacompasión.

El taxista ni siquiera se gira, estámirando algo en su teléfono móvil. Através de

la fría mampara de metacrilato quenos separa, puedo notar cómo va

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perdiendo lapaciencia poco a poco.—¿No me he explicado bien? —dice

con más cabreo aún en la voz, girándosepor fin— Esto no es un taxi porque

no estoy de servicio.—Un taxista dentro de su propio taxi

siempre debería estar de servicio.Su rostro pasa del enfado a la ira

total en un par de segundos. Sí, me hepasado

con el comentario, así soy yo. Mecuesta mucho tomar decisiones, pero unavez que

las tomo, nadie me baja del carro (odel taxi, en este caso). En la penumbrapuedo

distinguir que no es mayor, rondará

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los treinta y pocos, y que sería guapo sino fuera por ese rictus de amargura quele tiñe el rostro por culpa de miobcecación a bajarme de su coche.

—Lo siento, de verdad… no queríadecir que tuvieras la obligación de sertaxista

las 24 horas… pero necesito, porfavor, que me lleves. Mira qué horaes…

—Mi turno empieza a las seis de lamañana y apenas me quedan un puñadode horas para dormir. No estoy parajueguecitos. Bájese de una vez —mepide rascándose la cabeza por debajodel gorro de lana que la cubre.

—Te pagaré. Súmale diez dólares ala carrera ¡o quince! —hala, a lo loco.

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Me mira un instante largo en el quesopesa mi grado de locura. Sé que leestoy

haciendo una faena gorda, que elhombre tendrá una casa, una familia, unavida... y

que yo le estoy retrasando en sucamino para ir a cumplir con esa familiay esa vida.

Pero… ¿por qué no me entiende él amí? No soy capaz de bajarme del coche,como

si bajarme significara perder misderechos sobre él, como si hubieraparticipado en la carrera de Oklahoma yclaudicar significara perder mis tierrasde labranza.

—Vivo en Bleecker… a estas horas

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no hay tráfico, no tardarás ni diezminutos…

—le digo suplicando. Sí, ya estoy enese momento, ya he empezado a perdermi dignidad. Solo me falta ponerme derodillas para rematarme.

—No estoy de humor, de verdad…—Lo sé, se le ve a disgusto. Yo

también lo estaría si una loca se hubieracolado

en mi taxi y me estuviera haciendochantaje emocional para que lallevara… pero es

que, de verdad, es usted mi únicaesperanza. Mi prima me ha dejado tiradapor un

macizorro en medio del concierto yyo… yo no quiero volver sola a casa

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andando.Es tarde, estoy cansada y no creo

que sea seguro ir caminando… porfavor…

Refunfuña un poco más, pero creoque con mi último alegato lo heconvencido.

Habla como para sí mismo, como sise debatiera entre ayudarme o echarmede su

taxi de una patada.—Perdona ¿has dicho algo? —soy

de natural cotilla, no puedo evitarlo.Me vuelve a mirar incrédulo, como

si no lograra entender por qué nodesaparezco de su vista de una vez.—Sí, decía que los del concierto no

hacéis más que crear problemas. Mira

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dóndehe tenido que aparcar por culpa de

esos niñatos que lo han invadido tododesde media tarde…

Vaya, no le gusta la música. O no legusta Muse. O no le gusta la gente, así,en

general.—Verás, el concierto ha estado

genial… sí que es cierto que generaciertas molestias, pero ha sido unapasada.

—Una grupie, lo que me faltaba. Porvuestra culpa se está perdiendo laesencia de tantas cosas… este antes eraun grupo respetable, ahora solocongrega a chavalas locas por losvampiros y críos que ni entienden de

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música ni nada. Solo vienen porque elgrupo es 'guay' y 'mola'.

Pues pensamos casi igual, perocualquiera le saca de su error. Está queecha humo… creo que, ahora sí, me va asacar a patadas del asiento trasero de sucoche.

—Mira… yo creo que tienesrazón… menuda panda de…

Mi móvil se pone a sonarsobresaltándonos. Vaya, ahora que casilo tenía

convencido… miro la pantalla y veoque es mi madre. Su cuarta llamada ytodas pasada la medianoche. Espero queno haya ocurrido nada grave mientrasestaba desgañitándome con las guitarrasde mi grupo favorito.

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—Perdona… tengo que coger esto.Parece importante —le digo dejándolecon

cara de circunstancias.Me acomodo en el asiento de atrás y

le doy a responder la llamada. Si esteseñor

quiere irse a su casa, tendrá quellevarme con él, porque, aunque tengauna llamada

que atender, mi necesidad de un taxino ha desparecido.

—¡Mamá! ¿Ha pasado algo? Es muytarde…

—¡Hija!, por fin te localizo… hayque ver cómo me has tenido toda lanoche…

—Estaba en el concierto, con

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Cora… ya te lo dije. ¿Ha pasado algo?—Ya sé que estabais en el concierto,

pero mira qué horas de salir son estas…con la de cosas que tengo que

contarte.¿Contarme cosas? ¿Casi a la una de

la madrugada mi madre quiere tener unacharla casual? En circunstanciasnormales la mandaría al cuerno (consutileza, que no deja de ser mi madre)pero ahora mismo me viene muy bienque me tenga al teléfono, para alargarmás mi toma del taxi y, así, convencer aeste señor para que me lleve a mi casa.

—Dime… mamá… cuéntame…Sé que mi madre ahora se habrá

puesto alerta. Seguro que estabaesperando una

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bordería de mi parte y, sin embargo,la invito a que se explaye y me cuentelas tonterías que, seguro, tiene pensadocontarme a estas horas de la noche.

—¿Va todo bien, cariño? —Preguntainquieta.

—Señorita… de verdad… —sigueinsistiendo el taxista.

—¿Qué ha sido eso? ¿Estásacompañada?

—No, mamá, de verdad, que estoybien. Dime, lo que quieras… estoy en eltaxi

de camino a casa. No veas cómoestaba para coger uno, pero he logradodar con uno con un conductorsimpatiquísimo. ¿Te imaginas lo quesería caminar yo sola a estas horas hasta

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mi casa?¡ Touché! El conductor, huraño y aún

refunfuñando por lo bajo, pone enmarcha

el vehículo y se mueve en direcciónsur. ¡Creo que lo he logrado!

—Recuerde, Bleecker Street, elnúmero 87. Gracias —digo poniendovoz de

persona supereducada y agradable,para, a continuación, bajarla casi alnivel del susurro para volver con mimadre— Mamá… ¿qué coño quieres aestas horas?

—Hija… ¡qué voluble eres! —sequeja, pero, enseguida, va a su rollo,que no se

va a quedar con las ganas de

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contarme aquello por lo que ha decididollamarme sin

importarle la hora que marca el reloj— Solo quería saber si vendrás mañanaa comer.

¿Qué? ¿En serio?—Mamá, no me he perdido ni una

comida en tu casa en domingo desde quenací… ¿qué estás tramando?—¡Nada! ¿Por quién me tomas?—Te tomo por la mayor lianta del

estado de Nueva York.No bromeo, mi madre es de libro

Guinness de los Récords en idearestratagemas

para liar a la gente a su alrededor.No sé qué puede estar tramando a estashoras, pero no puede ser nada bueno.

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Supongo que tiene que ver conemparejarme con alguno que le hayaentrado por el ojo esta semana. Es sudeporte favorito. Suspiro y me hago a laidea de que, hasta que no se lo saquetodo, no me dejará tranquila.

—Solo me preocupo por ti, ya losabes. Quiero que vengas y que disfrutesde una buena comida de domingo.Además, vendrán los Connor a tomarcafé.

—¿Los Connor? Pensaba que no tehablabas con Lucinda.

—Ahora sí nos hablamos —afirmacon satisfacción en la voz —¿Sabes que

Tessa se está divorciando?—Mamá…—¿Qué? Si tengo que volver a

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soportar a la horrible Lucinda Connorpor saber

de primera mano cómo va eldivorcio de su hija con el cirujano, pueshago de tripas corazón, y me sacrifico.Además, creí que te interesaría, Tessasiempre ha sido tu gran némesis, ydespués de ganarte por goleada con laboda del siglo…

ahora puedes regodearte en sudesgracia.

—Mamá, ¿por qué iba a regodearmeen la desgracia de Tessa Connor? Hace

años que ni siquiera pienso en ella.Bueno, igual no es del todo cierto y

un poquito sí que pienso en ella a vecesy, sí,

también creo que me regodearé un

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poquito en su matrimonio fallido con elsupercirujano con ático en la Quinta

Avenida y casa de veraneo en losHamptons.

Tessa Connor fue mi mejor amigadesde el jardín de infancia. Inseparablespara

todo, no había cosa que nohiciéramos juntas. Nuestros primerosaños pasaron ajenos a la crecienterivalidad de nuestras madres, que,entonces, no sabíamos que nos utilizabanpara quedar una por encima de la otracontinuamente.

Hasta los quince años, Tessa y yopasamos de puntillas por las tonteríasque mantenían a su madre y a la míaenfrascadas en disputas absurdas. Hasta

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que, un día, apareció él. AndréFriedman, un estudiante húngaro deintercambio que nos separó

irremediablemente y nos convirtióen archienemigas y rivales, como ya loeran nuestras madres.

Yo vi primero a André y de verdadque quedé hipnotizada por sus ojosgitanos y

ese porte chulesco que no se veíamucho por el instituto de Staten Islanden el que

estudiábamos. Fue amor a primeravista y hasta me olvidé del único quehabía ocupado mis pensamientos hastala fecha: Jeremy Connor, el hermanomayor de Tessa.

Corrí a decírselo a mi mejor amiga

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que, quince minutos después, se estabahaciendo amiga suya para

presentármelo y mover ficha con elhúngaro.

No podía estar más agradecida a miamiga del alma. Al menos hasta que, dosdías después, les pillé besándose detrásde las gradas del campo de fútbol delcolegio.

La devastación interior fue tal quejuré aborrecerla por siempre jamás. Lopeor

es que perdí también mi oportunidadcon André, y borré de un plumazo la

posibilidad de ver a diario a Jeremyen su propia casa, cuando iba con Tessaa hacer los deberes o, en los días decalor, a tomar una limonada junto a la

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piscina.Jeremy Connor. Mi gran amor de

adolescencia. Madre mía, lo que hallovido

desde que me dormía soñando milvidas perfectas a su lado, soñando consus labios

en los míos. Soñando que se fijabaen mí. Y se fijó… se fijó en mi últimoaño de

instituto. Qué recuerdos.—Mamá, en serio. ¿Para esto me has

llamado? Podías haberme pilladodormida.

—Sabía que estabas en el conciertocon tu prima. Además, tengo más cosasque

contarte.

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—Sorpréndeme.—He estado leyendo en Internet un

artículo interesantísimo —me dice conel

entusiasmo de una niña en la voz—.Se trata de una agencia absolutamente

maravillosa que organiza multitud deeventos para solteros como cruceros ocitas

rápidas de esas que en una nochecharlas y conoces a diez hombresdiferentes…

¡Diez! Entre diez alguno podría serel adecuado, cariño.

—¡Mamá!—¿Qué? —pregunta con inocencia,

como si no entendiera que no saltara deemoción al conocer sus fantásticas

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novedades.Mi madre es demasiado prototípica,

lo sé, pero no puedo cambiarla por otra,así

que solo te queda acostumbrarte asus excentricidades, a que se meta en tuvida privada a todas horas, a quededique su tiempo libre a buscarte novioy a criticar todo lo que haces y no seajusta a sus estándares morales.

—No necesito que me ayudes aencontrar novio —le espeto subiendo lavoz y haciendo que mi huraño taxistamire por el espejo retrovisor en midirección.

—Claro que no, mi vida, tú eres unapersona estupenda y, además, preciosa.No

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necesitas mi ayuda, pero no está demás que te quedes con alguna de lassugerencias

que te hago de vez en cuando…verás, sé de lo que hablo.

—No, mamá, no tienes ni idea de loque hablas. No sabes nada porque nisiquiera

sabes si quiero un novio ahoramismo.

Se queda muda por un momento. Nose esperaba eso y se ha quedado

absolutamente descolocada. Meregodeo en ese sentimiento y lo disfruto,por poco

que dure.—¿Quién no querría un novio, hija?

O una novia, que me da igual… si

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encontraras a alguien como Judy…pues yo encantada.

—Mamá, yo no quiero una Judy enmi vida.

—Claro que no, hija. El homosexuales tu hermano.

—¡Mamá! ¡Kevin no es homosexual!Deja el tema en paz que un día se va acabrear y vais a acabar mal.

—A tu hermano le he pasado yo elgen, que se lo noto. Sí, igual él aún no seha

dado cuenta, pero estoy segura deque algún día nos traerá a casa un chicoestupendo.

No se puede tener una conversaciónnormal con mi madre. Lo he intentado

muchas veces y siempre te sale con

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una de estas cosas absurdas que se lemeten en la

cabeza, donde se convierten enverdades oficiales. La nueva es que mihermano Kevin es gay. No le he visto niuna sola señal, sale con chicas, es unapasionado de los deportes brutos ynunca le he visto hacer un comentariohalagador hacia ningún

otro hombre. Pero mi madre, que síes homosexual, dice que el gen es el geny que

una madre sabe cuándo lo pasa.—Vale, mamá, lo que tú digas. Te

tengo que dejar que estoy llegando acasa.

—Espera, Miriam. Quería decirte,antes de que me liaras con esa bobada

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de queno sé si buscas novio, que te he

apuntado a una noche de citas rápidas eljueves que

viene.—¡¿Qué?! —no puede estar

hablando en serio.—Sí, ya verás qué divertido. Os he

creado un perfil precioso a Cora y a tien www.quickdates.com y os heapuntado para el jueves. Lo vais a pasargenial, ya verás…

¿Por qué, Señor, por qué me hatocado en suerte una madre que no tiene

suficiente con su trabajo de juez, sunovia Judy, su exmarido acomodado enel apartamento sobre el garaje y sus treshijos con vidas independientes y que no

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necesitan de su intervención paracomplicarse, aún más, la existencia?

—Mamá, no pienso ir…—Claro que sí, ya he pagado y no

puedes hacerme perder todo el dineroque he

adelantado. Ya me lo agradecerásmañana.

Y, sin más, me cuelga. Sin dejarmerebatirle la absurda idea de meterme enun bar lleno de hombres desesperadospor pillar por banda a una pardilla yllevársela a la cama.

Llena de frustración, lanzo el móvila mi lado, en el asiento de atrás del taxiy dejo escapar un sonoro suspiro que esimposible que pase desapercibido parami descontento chófer.

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—No lance objetos con tanta fuerza,la tapicería no se mantiene así siatentamos

contra ella con saña.¿En serio? Tengo una suerte loca con

este taxista… menos mal que estamosllegando a mi casa y no tendré que

verlo nunca más.Me llevo las manos a la cabeza para

intentar quitarme de la mente lastonterías que llevo escuchando en losúltimos diez minutos y cierro los ojos,recostada sobre el respaldo de miasiento, para ver si todo esto se pasarápido y puedo llegar a mi

casa y olvidarme de mi madre, deltaxista, de la traidora de mi prima Coray de los

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millones de adolescentes quellenaban el recinto del concierto y queno han parado

de hacerse selfies a mi alrededor,molestando con sus niñerías.

Poco antes de enfilar mi calle, eltaxista pone la radio (preferiría quesubiera la

calefacción, que hace un frío quepela) y suena, casualmente, NeutronStar Collision de Muse.

Sonrío en mi sitio. Siempre me hacesentir bien la música y más si es unacanción que me pone de tan buen humor.Es muy adecuada, además, porque coneste hombre no he hecho más quecolisionar… que los dioses meperdonen, pero sé que

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le he hecho una buena faena.Empiezo a construir una buena disculpaen mi mente

cuando el taxi se para frente a miedificio.

—Hemos llegado —anunciagirándose hacia mí.

—Muchas gracias. ¿Qué te doy?—Nada. No estoy de servicio, ya se

lo he dicho.—¿Qué? No, no, no…No puede hacerme esto. Bastante

mal me siento por haberle robadominutos de

sueño, como para que ahora no medeje compensarlo con una buena propinaque añadir al coste de la carrera. No.Me niego.

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—Por favor, señorita, baje delcoche. Tengo ganas de perderla de vistade una vez. Ya tiene lo que quería. Ya nocorre peligro por las calles deManhattan —dice con la voz realmentecansada, como si de verdad necesitaradejar de verme para siempre.

¿Qué hago? ¿Qué es lo correcto? ¿Ledejo en paz y permito que se marche sin

pagarle o insisto para que acepte unacantidad y me ayude así a limpiar mimala conciencia por haberle molestado?Tengo que intentar, al menos, que meescuche.

—De verdad que siento lasmolestias. Debes dejarme pagar. Es lojusto.

—No me fastidies más, por favor —

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dice tuteándome por primera vez— ¿Esque

me vas a llevar la contraria en todolo que te diga? ¡Eres un auténtico granoen el

culo! ¿Y sabes por qué te puedodecir eso? Porque no eres mi cliente yporque espero, de verdad que sí, quenunca lo seas.

Me quedo muda de asombro. ¡Me hainsultado! Yo solo quiero compensarlela

molestia y él ha sido maleducado ydesconsiderado. Ahora sí que me cabreoy no

tiene nada que ver con el ligeroenfado que mi madre me ha provocadominutos atrás.

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—Eres un grosero y un borde. Yosolo quiero compensarte por habermetraído y

eso solo lo puedo hacer pagándote elviaje, que es lo más justo. Eso sí, noesperes

que te dé propina después de uncomportamiento tan poco profesional.

—¡Lo que me faltaba! ¿Yo undesagradable? ¿Quién te ha traído hastala misma

puerta de tu casa? —se apea delcoche y abre la puerta de atrás,invitándome a salir

—Venga, no tengo toda la noche. Nome obligues a sacarte por la fuerza.

Barajo la posibilidad de hacermefuerte en el asiento trasero de su taxi,

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pero estehombre es capaz de sacarme a

rastras tal como amenaza y no son horasde armar un escándalo.

Bajo despacio, sin quitarle los ojosde encima, con mi mirada más pétrea ydigna. No pienso dejar que piense queme ha intimidado con sus amenazas detroglodita. Él frunce aún más el ceño alver que no me doy mucha prisa enhacerle caso, que me tomo mi tiempo ensalir. Sus ojos comienzan a echarchispas y sus labios se fruncen en unrictus de fastidio absoluto.

—No tengo toda la noche.—Yo tampoco. Dime qué te debo.—Venga, no seas pesada —dice

cerrando la puerta cuando ya me he

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bajado.—Mira, tengo veintisiete dólares

sueltos —le tiendo el dinero trasrebuscarlo en

mi cartera.Mira mi mano extendida delante de

él, sujetando un puñado de billetesarrugados,

y luego me mira a mí. Creo que,definitivamente, piensa que estoy comouna regadera. Y, probablemente, no lefalte algo de razón.

Me fijo en él, por primera vez condetenimiento. Es más alto que yo,delgado, con ojos enormes y azules yunos labios muy bonitos. Tiene la narizclásica y recta y, aunque no le puedo vertodo el pelo, porque lo lleva bajo un

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gorro de lana, se leintuye castaño y no muy largo.Es un chico atractivo, aunque lo

sería más si sonriera, estoy segura. Esaexpresión ceñuda y el morro

arrugado no le benefician en absoluto.—¡Cógelo! —insisto.—Eres una cabezota.—Tú tampoco estás dando tu brazo a

torcer. Venga, por el esfuerzo y poraguantar a la loca que se ha colado

en tu taxi. No tienes pinta de ser malapersona y

sé que te he causado molestias. Queestés de mal humor ahora mismo no creoque te

defina, y seguro que eres de lo másagradable. Nunca llegaré a

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comprobarlo, peroal menos sé que pagué lo que te

debía por una carrera de taxi. ¡Cógelo!Se queda alucinado y no sabe qué

hacer a continuación. Se le ve orgulloso,y coger el dinero sería reconocer que lehe ganado, que me he salido dos vecescon la mía. Pero también creo que escaballeroso, y sería dejarme muy mal sise largara,

sin más.Me toma la mano, la abre y toma un

billete de un dólar. Se lo mete en elbolsillo

y se va hacia el taxi.Yo me quedo paralizada… eso no

me lo esperaba. Ha decidido dejar labatalla en

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tablas. Ha escogido la opción máshonorable, la que le hace sentirse biensin adjudicarme toda la victoria.

Sin moverme un ápice, veo cómoabre la puerta del vehículo y se metedentro.

—Espero no tener que volver a verteen la vida, rubia.

Y diciendo esto, arranca y se alejaen la solitaria noche de Manhattan.

Capítulo 2

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Map of theProblematique

Me despierto sobresaltada a lasnueve de la mañana. Noto una ausenciamuy dentro,

en mi subconsciente, y siento laurgente necesidad de comprobar queestoy

equivocada. Me lanzo a por mibolso y rebusco enloquecida en suinterior. ¡Dios, no

puede ser cierto! ¡No, no, no!Pero la realidad es que sí, sí, sí. Sí

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me dejé el móvil en el asiento de atrásdel taxi la pasada noche. ¡Madre mía!¿Y ahora qué hago? ¿Cómo me pongo encontacto con el huraño taxista de anochey le pido que me lo devuelva? Solo seme ocurre llamar a mi propio teléfono,pero para eso debería tener yo unodesde el que realizar la llamada…

Salgo de mi habitación para ver siDiana, mi extraña compañera de piso,está en

casa. No hay rastro de ella, suhabitación está vacía. Apenas sé nada deesta misteriosa chica porque creo que enlos cinco meses que llevo viviendo aquí,no hemos coincidido más que dos o tresveces. Sus horarios son bastantecaóticos y su forma de ganarse la vida

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es un auténtico misterio para mí. Nosabría decir de ella ni

el color de su pelo, porque ni eso meha dado tiempo a memorizar.

Intento mantener la calma mientrashallo la solución a mi enorme problema:

¿Cómo voy a sobrevivir sin miteléfono móvil si ahí dentro tengo mivida entera?

¿Y cómo voy a recuperarlo, si esque eso puede ser una opción?

No es fácil volverse loca ydesesperarse sin poder compartirlo contus amigas por WhatsApp o llamar aalguna para desahogarte y llorar laspenas de tu mala suerte. Maldita sea estaépoca que vivimos, en la que no somosnada sin nuestra conexión directa con el

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resto del mundo, vía teléfono móvil.Me voy a la ducha con una tristeza

interior difícil de describir, mientrasurdo planes para recuperar toda lainformación que necesito y que estárecluida en mi teléfono. Cosas básicascomo mi agenda de contactos, micalendario de reuniones y mis fotos delas últimas vacaciones en Cape Cob conMax, aquel buenorro que me

duró diez días, y que me dejó alborde de la bancarrota emocional.

Paso la mañana como alma en pena,con un mono brutal de mirar mis redes

sociales y mandar mensajes a misconocidos, pero no tengo ni unordenador cerca,

porque me dejé el mío en el trabajo

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el viernes. ¡Qué asco de fin de semana!Si no

fuera por el concierto de Muse, estosdías serían dignos de estar entre lospeores de

mi vida adulta.Y lo peor de todo es que no se ha

acabado, que tengo que prepararme ycoger el

ferry para ir a comer con mi familia,como hago cada domingo.

Decido ir dando un paseo hasta eldistrito financiero para coger el ferry acasa.

Mi familia vive en Staten Island,donde me crie, y para ir hasta allí laopción más

sensata es tomar el ferry. Es un

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medio de transporte genial porque esgratuito y porque te ofrece laoportunidad de ver de cerca la Estatuade la Libertad, Ellis Island o elimpresionante puente de Verrazano. Poresa razón, siempre va a tope de turistasque no quieren gastarse ni un centavo enver alguno de los símbolos de la ciudadmás destacados.

Cuando era más joven y aún vivíacon mis padres, tomar el ferry era todauna aventura. Ir a Manhattan siempre erasinónimo de pasarlo bien, incluso lasprimeras veces que lo cogí paratrabajar. Cuando lo tomaba entonces,siempre me sentía como MelanieGriffith en Armas de Mujer. Habré vistoesa peli millones de veces y siempre me

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emocionaba cuando ella cogía el mismoferry que yo para ir a cumplir con sudestino.

Me acomodo en el interior, del ladoizquierdo, que es el más tranquiloporque no

tiene vistas de la Estatua de laLibertad, y me enfrasco en la lectura demi libro.

Estoy leyendo Historia de dosciudades de Charles Dickens y meabandono al placer de la lectura,mientras evito pensar en la desgracia delmóvil perdido. Me encanta leer y es unade las cosas que más me motivaba paraseguir en la editorial… pero tampocoera razón suficiente como para nointentar un cambio que, quizá, sea la

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mayor equivocación de mi vida o elmayor acierto. Todo está por ver…

Cuando el ferry llega a Staten Islanddejo que salga primero la marabunta deturistas que, sin molestarse en dar unavuelta por esta parte bastantedesconocida de Nueva York, giran sobresus pasos y se ponen a la cola delsiguiente ferry con dirección aManhattan. Me bajo cuando apenasqueda nadie a mi alrededor y caminohasta mi casa, que está a quince minutosdel muelle.

Lo bueno de Staten Island es quetienes la posibilidad de la vida tranquilade las

afueras, a solo una hora en ferry dela bulliciosa vorágine de Manhattan.

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Aquí priman las casitas con jardín y lavida familiar. Es un sitio ideal para criarniños y vivir rodeado de tranquilidad aun precio mínimo, comparado con la islade enfrente.

La casa de mi madre es una preciosaconstrucción de principios de siglo,grande,

que ocupa una esquina de unamanzana en Silver Lake, cerca del lago,y no muy lejos del club de golf. Era lacasa de mis bisabuelos maternos, unosseñores que cambiaron su plantación dealgodón de Carolina del Sur por la vidamenos bucólica del norte. Sin saber muybien la razón, decidieron no asentarse enManhattan y decantarse por la entoncespoco prestigiosa Staten Island. Hoy, mi

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madre no puede estar más contenta de ladecisión de sus abuelos, porque adoraeste barrio y detesta,

profundamente, la Gran Manzana.Al llega a casa veo que mi hermano

Kevin está trasteando en el garaje.Siempre

está ocupado haciendo algo… creoque jamás le he visto simplementesentado viendo la tele. Incluso cuando sesienta en el salón frente al televisor estádestripando algún cacharro tecnológicoo escribiendo lo que él llama “Susmemorias”. Nunca está ocioso y eso lellena de una superioridad que, a veces,resulta un poco pedante.

Tiene dieciocho años y es el niño dela casa. Llegó cuando ya mis padres

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estabana punto de separarse y ha sido

criado por dos madres y un padre. Todoun lujo, aunque, también, una fuente deconflictos continua por culpa de lomimado y consentido que lo hemostenido todos siempre en casa.

Kevin es rubio, como yo, y tenemoslos dos el mismo tono azul en los ojos.Pero

él es alto, desgarbado y con unaquerencia natural hacia la seriedad. Yo,en cambio,

soy más bajita, esbelta y no puedoevitar sonreír por todo. Me sale solo,incluso cuando estoy de mal humor.Como ahora, que acabo de perder elteléfono y no puedo dejar de sacar una

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sonrisa al ver a mi hermano peleándosecon lo que parecen las luces deNavidad.

—¿No es un poco pronto, inclusopara mamá, sacar ya las luces deNavidad? —

le pregunto divertida, mientras llegoa su altura y le doy un besito en lamejilla.

—Estoy buscando mi maletín deherramientas… el que me regaló la tíaEmily

hace un par de años. Justo necesitoun par de cosas para arreglar una radioantigua

que acaba de traer Judy.El garaje de casa de mis padres es

un auténtico caos. Ahí tienes toda la

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vida delos Blake-Milton-Clark: la piragua

de mi hermana Jo, mis instrumentosmusicales,

la primera máquina de escribir depapá, los numerosos adornos navideñosde

mamá, las cajas de sombreros deJudy o las curiosas y extrañasherramientas de Kevin.

—¿Han llegado ya Jo y Arthur? —pregunto cogiendo la funda de mi primer

violín. Dios, ¿cuánto hace que noabro este estuche o subo la tapa delpiano?

—Eres la última… mamá lleva alteléfono una eternidad. Creí que hablaba

contigo.

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—No tengo teléfono. Lo perdí ayer.—¿En el concierto?—En el taxi de vuelta a casa.—¿Qué pasa, ibas ciega o qué?Le doy un coscorrón y entro en casa

para quitarle a mi madre el teléfono ypoder

llamarme a mí misma. Quieroagarrarme a la esperanza de poderrecuperar mi teléfono antes de que se leacabe la batería y me quede sinopciones.

Todos están en la cocina, verdaderaalma de la casa de mi madre. Jo estádelgadísima y con unas ojeras demuerte, la pobre no levanta cabeza. Meacerco a abrazarla fuerte y a darle uncariñoso beso en la mejilla. En casa

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somos así,expresamos nuestro cariño

constantemente. Creo que mis padresnos educaron de una forma muy acorde asus personalidades, ambas cálidas ycercanas, y siempre nos demostramos elamor que sentimos los unos por losotros, con numerosas muestras físicasque no nos incomodan en absoluto.

Al principio, a Arthur, el marido demi hermana Jo, le parecíamos una sectao algo parecido. Imagínate, entrar de lanada a esta familia y encontrarte con elcuadro de tener dos madres, un padrebohemio que vive sobre el garaje, tenerpor bandera el afecto fraternal yreunirnos, llueva o truene, cada domingopara vernos y

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celebrar otra semana de vida. Unpoco hippy sí que suena todo. Y Arthur,tan estirado él, tan de ciudad, tanalérgico a la confraternización y el buenrollo familiar… casi sale corriendo.Menos mal que mi hermana es capaz deamansar cualquier fiera, y ahora elmuchacho es el primero que se apunta alas comidas de los domingos, feliz deformar parte de un núcleo familiar tanparticular.

La que no está muy feliz últimamentees Jo. La pobre parece un alma en pena,pero la entendemos perfectamente. Ellay Arthur se casaron hace dos años y,casi desde el principio, quisieron tenerniños. Pero la cosa no se les está dandomuy bien y, a estas alturas, mi hermana

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ya lleva tres abortos, el último de elloscasi en el límite para que el embarazofuera perfectamente viable. La pobre nolevanta cabeza y ya no sabemos quéhacer para animarla… menos mal quealguna risa se le suele

escapar en estas comidas donde,muchas veces, el absurdo se hace grandeentre plato y plato.

Beso a Arthur y a Judy, que estáacabando de preparar la ensalada, y medirijo a

la jefa de la casa, que acaba decolgar el teléfono.

Mi madre me recibe con un abrazode oso que casi me deja sin aliento. Sí,mi madre es la más exagerada en eso deprofesarnos pública y físicamente el

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afecto familiar que nos tenemos. Mecoloca bien el pelo y me mira conreprobación.

—Necesito usar tu teléfono, mamá…—Lo sé, Regie está esperando tu

llamada.—¿Quién es Regie?—El hombre que tiene tu teléfono.No me lo puedo creer, mi madre ha

confraternizado con el taxista y seguroque,

a estas alturas, son amigos del alma.Señor, qué cruz de mujer. Al menos hacontactado con él y, si es un hombrerazonable, podré recuperar a mi mejoramigo en cuanto lleguemos a un acuerdopara ir a buscarlo.

—¿Cómo sabes tú nada del hombre

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que tiene mi teléfono? —pregunto a ladefensiva.—Te llamé esta mañana porque

anoche me quedé un poco preocupada,sin saber

si habías llegado a casa a salvo o no—comienza con una sonrisillabailándole en

los labios —. Al principio nocontestaba nadie y pensé que aúnestarías dormida.

Pero al cuarto intento, contestóRegie.

Negando con la cabeza conincredulidad y con pocas ganas devolver a

relacionarme con el taxista deanoche, cojo el teléfono para marcar mi

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número, pero mi madre me lo arranca delas manos antes de que pueda empezarsiquiera.

—Tu teléfono se estaba quedandosin batería mientras Regie y yocharlábamos,

así que me dio su número. Deja quele llame…

Y, sin darme tiempo a reaccionar, mimadre marca un número ¡que se sabe dememoria! Y se pone toda coqueta aesperar a que le contesten.

—¡Regie! —grita con alborozocomo si hablara con un amigo de toda lavida—

Miriam está aquí, cielo… sí…claro, cariño, cuando quieras… ahora tela paso, que

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tiene ganas de hablar contigo ellatambién.

Me pasa el auricular con una sonrisade oreja a oreja y una mirada que dice

“hija, este hombre me gusta, mira aver si te lo llevas al huerto”. No puedoevitar

soltar un bufido de incredulidadantes de tomar el auricular y saludar, singanas, al

hombre que tiene retenido miteléfono móvil.

—¿Regie? Soy Miriam, la chica deltaxi de anoche…

—¡Hola, Miriam! —saluda unahistriónica voz con acento del Bronx ymucha

jovialidad —Por fin nos conocemos,

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tu madre me ha hablado maravillas de ti.Definitivamente no estoy hablando

con el hombre que ayer me llevó a casaen su

taxi. El conductor de anoche no teníani ese acento ni esa alegría en la voz y,desde

luego, jamás mostraría semejanteentusiasmo por hablar conmigo.

—No nos conocemos, ¿verdad? —pregunto con cautela, no vaya a ser quesí sea

el taxista y meta la pata hasta elfondo.

—No, guapa, solo tengo el placer deconocer a la encantadora Annabeth…qué

madre tienes, ya puedes estar

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contenta.No salgo de mi asombro. ¿Qué le ha

contado mi madre a este hombre paraque

hable así de ella? No es un misterio,en absoluto, que mi madre habla por loscodos

y que es capaz de hacerse amigahasta de un asesino en serie, pero ¿enveinte minutos ya es la mejor amiga deeste señor? Simplemente me cuestamucho creérmelo.

—Verá, yo solo quiero recuperar miteléfono, no hablar con usted de mi

encantadora madre. Y perdone quesea brusca, pero ¿quién es usted y porqué tiene

mi teléfono?

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—Yo soy Regie, nena.Un gracioso, vale. Estoy por pasarle

el teléfono a mi madre y que negocieella

las condiciones para la liberación demi teléfono porque veo que lacomunicación

con ella fluye mejor que conmigo.—¿Por qué tienes mi teléfono,

Regie? —insisto— No te lo habrávendido un

taxista con el ceño fruncido y muymalos modos, ¿verdad? Porque, si esasí, es un

teléfono robado y exijo que me lodevuelvas.

—Tranquila, gatita, guarda lasgarras, que nadie se quiere quedar con tu

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teléfono—me dice guasón el tipo mientras se

muere de risa al otro lado del auricular.Es momento de reconsiderar mi

estrategia, porque está claro que laintimidación

no está surtiendo efecto. Intento noestar tan a la defensiva y sonsacarleinformación de utilidad.

—Estoy tranquila —digo intentandosuavizar mi tono—.¿Explícame cómohas

conseguido el teléfono, por favor?—Me lo ha dado Patrick esta misma

mañana.—¿Patrick, el taxista del ceño

fruncido?—El mismo, nena, pero no le llames

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así a la cara o te buscarás problemas, yde

los serios.Vale, vamos avanzando, algo es

algo. Ya sabemos el nombre del taxista yque, efectivamente, ha sido él quien leha dado mi móvil. Vamos a seguir poreste camino, que parece que da frutos.

—¿Y por qué te lo ha dado Patrick?—Pues en realidad no me lo ha

dado… lo dejó aquí, encima de la mesadel comedor, cuando vino anoche adormir a casa, y no se lo ha llevado alirse a hacer su turno. Después de sonartres veces, contestar a la cuarta llamadame parecía lo más razonable.

No sé qué pensar… ¿por qué no selo ha llevado con él por si me daba por

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llamar para recuperarlo? Y si este chicono llega a contestar ¿se habría quedadocon él sin intentar devolvérmelo?

Ahora mismo, Patrick el taxistaenfadado me gusta aún menos queanoche, y eso

que lo de anoche fue de concursoinverso de popularidad. Intento ponermis ideas

en orden y hallar una forma deconseguir que mi teléfono regrese a mí acualquier

precio.—Regie, ¿y tú me puedes devolver

mi teléfono?—Pues… no sé qué decirte. Hasta

donde yo sé, el teléfono es de Patrick ycreo

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que deberías hablarlo con él.—¿Cómo que el teléfono es de

Patrick? ¿No te estoy diciendo que elteléfono es

mío? Venga, dime dónde estás quevoy a buscarlo.

Lo único que Regie me devuelve essilencio a través de la línea. ¿Y si ahorame

cuelga y me quedo sin la opción desaber dónde está el móvil? Dios, no…no, por

favor. No puede ser que esté cercade recuperarlo y ahora se vaya todo algarete.

—Mira, nena —odio que me llamennena, pero reprimo el impulso degritarle

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que deje de hacerlo— vamos a haceruna cosa. Tengo el número de Annabeth,así

que cuando Patrick acabe su turno, ledigo que te llame ahí, ¿vale? Y ya, sieso, lo

arreglas todo con él, que yo paso demeterme en líos con mi colega, contigo yhasta

con tu madre, lo cual lamentaríaprofundamente.

—No puedes dejarme así… —suplico, aunque sé que si lo que dice escierto, él

no está en posición de negociar conalgo que no es suyo.

Me trago las ganas de llorar, lapataleta que me está dando por dentro y

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la incertidumbre de saber si esa llamadarealmente se producirá, y le doy lasgracias a Regie.

—Por cierto —le digo antes decolgar— Si no ibas a devolverme elteléfono

¿por qué no se lo has dejado claro ami madre en lugar de decirle que teníasmuchas

ganas de hablar conmigo?—¿Bromeas? —grita Regie casi

taladrándome el oído con ese deje delBronx tan

característico— ¿Con las maravillasque me ha contado Annabeth sobre ti?Solo puedo decirte, nena, que cuandotengas otra vez el teléfono en tu poder,no dejes de llamarme para tomarnos una

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copa… y lo que surja.¡Dios! Si mi madre supiera lo que

sus castings amorosos llegan acausarme, creo que se lo pensaría unpoco antes de tratar de emparejarme contodo hombre de menos de sesenta añosque se le ponga a tiro. Cuelgo y dejo aRegie organizando la cita que nuncatendrá lugar. Mejor correr un tupidovelo. El día sigue sin mejorar.

Kevin entra con el maletín deherramientas que le regaló la tía Emilyno sé cuándo y se sienta en el salón adesmontar una radio antigua, enorme ypreciosa, que no había visto antes.

—¿De dónde la has sacado, Judy?—le pregunto mientras me acerco para

observarla mejor—. Es maravillosa.

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—La encontré en un mercadillo ayer.Si Kevin logra que funcione, será mi

regalo de Navidad para mi padre…crucemos los dedos.

—Ya sabes que a Kevin no se leresiste ni un trasto… —aseguro con unasonrisa

en la cara— Le va a encantar, Judy.Y hablando de padres… ¿dónde está elmío?

¿Por qué no está a aquí?Me reprendo mentalmente por no

haber notado antes la ausencia delcocinero

oficial de esta casa, que no estácumpliendo con su obligación frente alos fogones

como hace cada domingo.

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—Está en su apartamento. Hoy no haquerido bajar… al parecer estáaquejado de

una crisis de identidad o algo así —contesta mi madre divertida—. Si me lopermites, creo que cada día es másdiva…

Los piques entre mis padres sonfrecuentes en casa y no se cansan nuncade buscarse las cosquillas. Pero siempredesde el buen rollo, porque mis padrespueden estar divorciados, pero tienen larelación más sólida del mundo.

Se conocieron a finales de lossetenta en una manifestación contra laimposición

de una central nuclear. Desdeentonces, el hippy comprometido y la

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niña bien se hicieron inseparables, de unmodo que a mis abuelos casi les da uninfarto. Se casaron en contra de susdeseos y se fueron a vivir a un fríoapartamento en Queens, donde lollegaron a pasar realmente mal. Sobretodo, mi madre, que no estabaacostumbrada a alejarse de su cómodacama con dosel y su baño alicatado enrosa chicle.

La llegada de Jo les dio un respiro ymis abuelos entraron por el aro: no ibana

consentir que su primera nieta secriara en un lugar tan sórdido, así queimpusieron

su voluntad y les pagaron el alquilerde una pequeña casita en Staten Island,

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cerca de Silver Lake y de ellos mismos.A mi padre le consiguieron trabajo en elclub de golf y a mi madre volvieron atenerla entre algodones para que acabarasus estudios y sacara la plaza de juez,mientras ellos paseaban y mimaban a Jo.

Cuando mi madre por fin trajo unsueldo a casa fue mi padre el que dejosu trabajo y se encerró a escribir, sugran pasión. Entre tanto llegué yo, y larelación alocada y desenfrenada hacíatiempo que se había convertido en unagran amistad.

Porque mis padres se quieren, se hanquerido mucho, pero se dejaron de amarcasi

antes de que yo naciera. La relaciónera tan buena, no obstante, que siguieron

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juntosmás por la comodidad que suponía

una buena convivencia, que por otracosa.

Y en esas estaban cuando, algunosaños más tarde, en lo que ellos siemprecalificarán como su borrachera másprofunda (papá acababa de firmar elcontrato con su editorial tras muchosaños buscando publicar sus novelas, ymamá

simplemente se unió a lacelebración), concibieron a Kevin. Mimadre se lo recuerda continuamente, ymi hermano la abraza mucho paraagradecerle el regalo de la vida, y lerecuerda que no se acerque de nuevo alalcohol y a sus consecuencias duraderas.

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Un par de años después de cerrar elcupo de hijos, mi madre trajo a cenar acasa

a su secretaria judicial, Judy, que seinstaló en nuestras vidas, convirtiéndoseen la tercera pata de esta mesa paternalque nos ha criado. Mi padre aprovechóentonces para hacer una discretaretirada, pero claro, mi madre ya nopodía prescindir de su

mejor amigo, y lo acomodó en elapartamento de encima del garaje, dondelo tenía

a mano para seguir compartiendo lavida, la familia, las decisiones y hastalos maratones de culebrones que lesencantaba tragarse desde que seconocieron.

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Subo hasta la vivienda de mi padrecon paso decidido. No es la primera vezque

le da una crisis de escritor y hay queandar preparado para todo. Entro sinllamar a

su casa, que encuentro pulcra yordenada, como siempre. Es pequeñapero muy diáfana… en una únicahabitación se hallan el dormitorio, elsalón, su estudio de trabajo y unapequeña cocina que nunca usa, porquelas comidas las hace siempre con lafamilia. De la amplia estancia sale unaúnica puerta, que da al baño, y unaspreciosas puertas francesas que dan alpatio, con vistas sobre la casa grande, lacasita del árbol y la puerta de entrada.

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—Se te echa de menos abajo… —digo a modo de saludo cuando lo veosentado

en su sillón de pensar, aún sinarreglar y con un vaso de un líquidoambarino que no tiene pinta de ser té.

—Hola, cariño —dice con desganasin apenas despegar los ojos de la paredde

enfrente, donde los tiene clavados— me temo que hoy no sería buenacompañía.

Prefiero quedarme aquí, si no teimporta.

—Me importa… no he cogido elferry hasta los topes de turistas fanáticosde los viajes gratis para que, ahora, mipadre me prive de su compañía en la

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comida. No señor…No obtengo más respuesta que el

silencio y me acerco a él. Le doy unbeso y un

cálido abrazo, y me siento a suspies, como cuando era pequeña,apoyando mi mentón sobre sus rodillas.

—Venga… ¿Me cuentas qué te pasa?Seguro que no es ni la mitad de maloque lo

que me ha pasado a mí.Me mira como valorando si le estoy

tomando el pelo o si, realmente, me hapasado algo grave. Intento poner caratriste, pero solo me sale un pucheroridículo que le hace reír.

—En realidad, no me pasa nada…—No te lo crees ni tú.

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Me pasa una mano por el pelo, igualque cuando tenía siete años y necesitabaconsuelo paterno. Ahora parecenecesitarlo más él, pero el gesto se le haquedado, y eso hace más entrañable estemomento.

—Mamá dice que estás en plenacrisis… ¿has recibido malas noticiassobre la novela nueva?

—No, todo lo contrario. La novelanueva está yendo fenomenal, viento enpopa.

—¿Entonces?—Entonces que va fenomenal, como

la anterior, y la anterior a esa. Todo essiempre igual y estoy un poco harto. Mieditor no quiere ni oír hablar de escribirotro tipo de novelas… ese tipo de

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novelas que firmaría con mi nombre deverdad y

no con el de la furcia esa que me loestá robando todo.

—Papá, esa furcia te ha hecho rico.—Odio a esa furcia.Sí, todos sabemos que mi padre

detesta con todas sus fuerzas a SummerBennet,

pero también que no sabe vivir sinella. Son las dos caras de una mismamoneda y,

sin Summer, mi padre sufriría unataque de ansiedad imposible demanejar.

Cuando comenzaba su carreraliteraria firmaba todos sus libros con su

verdadero nombre, Paul Blake. Le

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encantaba el thriller y el génerofantástico, y se le daba realmente bien.Yo he leído varias de sus primerasnovelas y son realmente buenas. Lo maloes que no llamaron la atención de ningúnagente que quisiera colocarlas en algunaeditorial, y mi padre, bastantedesesperado por aportar dinero a unafamilia en aumento, comenzó a escribir,bajo el nombre de Summer Bennet,novelas de corte erótico que pronto lecatapultaron a la fama dentro del género,convirtiéndose en una de las autoras másprolíficas, seguidas y queridas delpanorama nacional.

Hasta la fecha, la señorita Bennet hapublicado veintitrés novelas y ningunade ellas ha bajado de los dos millones

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de ejemplares vendidos. Eso es bueno ymalo para mi padre. Bueno, porque notiene ninguna preocupación económica(ni él ni sus descendientes a lo largo deun par de siglos) y malo, porque en laeditorial no están dispuestos a cargarsea su gallina de los huevos de oro y no lequieren dejar

escribir y publicar otro tipo dehistorias como Paul Blake.

Le he dicho mil veces que mande susmanuscritos a otras editoriales, yomisma

me he ofrecido a intentar colocarloen Coleman And Asociated Publishing,pero él

se niega porque dice que le debelealtad a Corman, su editor de toda la

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vida.Cuando mi padre está realmente

harto de Summer, tanto que hastapretende

dejarla morir, se niega a escribir niuna sola palabra. La encierra en suinterior y no la deja asomar en semanas.Pero, inevitablemente, la señoritaBennet sale siempre a flote, porque mipadre no puede vivir sin escribir, yporque es adicto a sus lectoras

y al amor desmedido que siempre lehan profesado.

—Papá, ¿por qué no te tomas unasvacaciones? Quizá lejos de aquí y lejosde tu

ordenador te olvides de ella, de lanovela número veinticuatro, y hasta de ti

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mismo,que creo que te hace falta.—No puedo, tesoro. En nada son los

RITA y Sucedió en tu corazón tieneposibilidades serias.

Tras veinticinco años en el mundode la literatura dedicada a las mujeres,los RITA son la única cosa que se le haescapado a mi padre año tras año… lehan nominado más de quince veces ytodos los años se ha vuelto de vacío.Supongo que se podrá despedir de sualter ego el día que los RITAreconozcan su labor en el campo de lasletras.

—Papá… no deberías…—Lo sé, lo sé, hija… pero ¿qué le

voy a hacer? Aún tengo la esperanza de

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queun día me vean y me reconozcan.Lo dice con una pena que hace que

se me encoja el corazón. Me incorporode nuevo y me acerco, sin miramientos,a su cuarto de baño. Abro el grifo delagua caliente de la ducha y le saco unatoalla. Después me acerco a suordenador y pincho en una carpeta queyo misma le coloqué ahí hace meses.Elijo Map of the Problematique deMuse y la pongo a todo volumen. Porúltimo, abro su armario y cojo unosvaqueros y una camiseta de Guns n'Roses que le encanta. Se lo coloco todoen la cama y le dirijo una miradaconminatoria para la que no necesitoañadir palabras.

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—¿Por qué no me dejas aquílamentándome? No voy a ser unacompañía muy grata…

—Seas la compañía más aburrida dela historia o la alegría de la huerta, teveo

abajo en veinte minutos. Te datiempo hasta de afeitarte.

Y, con una teatralidad que me sale demuerte, abandono su apartamento al sonde

Muse, rezando interiormente porhaber acertado con la forma de afrontarla

situación y poder ver a mi padre enla cocina en un rato.

Capítulo 3

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Apocalypse Please

—Kevin, haz el favor de no comer niuna trufa más —le regaña mi madre conlos

nervios a flor de piel.Kevin no para de meter la mano en

la bandeja que Judy ha colocadoprimorosamente en el centro de la

mesita de café de la sala de estar, enespera de que lleguen los Connor, que yallevan diez minutos de retraso. Mimadre se está volviendo loca de nerviosy nos está contagiando a todos. No parade dar vueltas por la sala, frotarse las

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manos con verdadera saña y deregañarnos por todo. La peor parte se laha llevado mi padre, que finalmente habajado a comer, pero lo ha hecho con laropa que le he sacado yo, además de unaraída chaqueta de punto gris,

y es algo que mi madre desapruebatotalmente para una reunión social delalcance

de la que estamos a punto de vivir.A mí me basta con ver a mi padre

compartiendo este momento connosotros.

Tardó más de media hora enaparecer y lo hizo con una mueca quequería ser una

sonrisa. A mí con eso ya me valía,pero claro, mi madre hoy no está para

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muchastonterías, que recibir a su

archienemiga en casa después de mesesde separación no

es como para tomárselo a la ligera.La comida ha sido estupenda, aunque

se notaba que mi padre no había estadoal

mando de los fogones hoy. Hemosdisfrutado, repartiendo nuestras bromasy

nuestros esfuerzos para hacer reír aJo y a papá por turnos. Nos ha costadomás con

mi hermana, pero he de reconocerque casi se atraganta con la terneraestofada cuando Kevin se ha llevado unrapapolvo por usar la comida como

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munición para su cerbatana improvisadapara asustar a Gem, la perra de mimadre. La pobre no ha podido con tantosataques y ha querido salir huyendo porla gatera, pero está tan gorda que se haquedado atascada y ha sido todo uncuadro. Hemos acabado por ayudarlaentre todos y nos ha costado lo nuestro.Creo que mi madre ya anda barruntandoalguna dieta canina para su adoradacocker color canela.

A las cuatro y veinticinco llaman altimbre y Judy se ofrece para abrir lapuerta.

Mi madre la mira agradecida y sesienta en su sillón orejero, cualmatriarca de los

Hamptons, a recibir a sus ilustres

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visitantes. Se la ve tensa y rodeada deun artificio que me es conocido. Es laviva imagen de la Annabeth Milton-Blake de mi infancia, cuando rivalizabacon Lucinda Connor hasta por lacantidad de veces que el reverendoHayes las felicitaba por sus preciosasfamilias.

Taylor y Lucinda Connor hacen suentrada en la sala como si fueran dos

monarcas europeos: la espalda recta,el mentón alto y una sonrisa de plásticoen sus

rostros morenos y resplandecientes.Estoy casi convencida de que acaban devolver de Hawái.

Se acercan solícitos a mi madre, quelos espera con una máscara de serenidad

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artificial que sabe colocarse conmaestría. Sé que por dentro se estámuriendo de vergüenza por la chaquetaraída de mi padre y por el hueco que mihermano Kevin ha dejado en la bandejade las trufas, pero jamás lo delatará y laadmiro por ello.

Lucinda tampoco se queda atrás. Sila conozco bien, ahora mismo preferiría

comer barro antes que estar ahídelante de mi madre, la reina de la casa.Pero, por

alguna extraña razón, hay algo enesta situación que le permite sacartajada a cambio de arrastrarse a la casade su némesis, justo cuando su hija andaen su peor momento. Me produce unpoco de tristeza que esté a punto de

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mercadear con la vidaprivada de Tessa, pero así es cómo

funcionan estas dos mujeres.Mi madre se levanta con parsimonia,

como si alguien estuviera reproduciendola

historia de su vida a cámara lenta, yse acerca a Lucinda, a quien da un besoen la

mejilla sin rozarle siquiera la piel.—¡Lucy, querida! —cuando están a

bien es Lucy; cuando se odian, Lucinda.Esto

promete —¡No sabes cuánto te heechado de menos!

—Me hago una idea, Annabeth, nomenos que yo a ti.

Taylor se acerca también a mi

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madre, dibujando en su cara morenísimauna

sonrisa bastante más sincera ynatural que la de su esposa. La besa y leda un ligero

abrazo, que no pasa desapercibidopara su mujer. Luego, sin muchoartificio, nos saluda a todos porque nosconoce de sobra. Hubo un momento enel que casi nos tratamos como sifuéramos familia y esas cosas siempredejan huella.

Mi madre les hace un gesto para quetomen asiento en el sillón principal,justo en

el medio, al lado de Judy. El restonos repartimos por la sala, aunqueKevin lanza

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una disculpa atropellada y se larga,no sin antes meter de nuevo la mano enla fuente

de las trufas y ganarse el fuego delodio de nuestra progenitora.

—¿Cómo se encuentra Tessa? Debede estar destrozada… —mi madreempieza

fuerte, no se anda con rodeos.La cara de Lucinda Connor se

contrae ligeramente. Sabía a lo quevenía, pero debe de escocerterriblemente sacar el tema del quemenos te apetece hablar en estemomento. Se acomoda en el sillón yesboza una sonrisa angelical, como sijusto estuviera deseando que mi madrele hiciera esa pregunta.

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—Ya sabes… no es fácil, pero tieneuna familia que la apoya. Y, bueno, Tedno la

deja en mala situación, después detodo.

Al decir esto sí sonríe de verdad, leha metido a mi madre un gol con el temadel

dinero.Mi padre y yo cruzamos una mirada

de hastío. ¿No podemos soltar unaexcusa para salir de ahí? ¿Me inventoque me duele la garganta? ¿O le hagoseñas a mi padre para que finja que tieneuna llamada urgente que hacer?Cualquier cosa podría valernos paralevantarnos de ahí y escapar. Aunque séque mi madre quiere dar el fiel reflejo

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de que somos una maravillosa y felizfamilia unida.

Jo está recostada sobre el hombrosolícito de Arthur y entrecierra los ojospara

alejarse de la cháchara sin sentidode estas dos mujeres sin escrúpulos nimoral. Me

da un poco de pena y casi creo quesi se me ocurre una excusa debería seren su beneficio, y no en el de mi padre oen el mío.

—Casarse con un cirujano tiene esosprivilegios, sí —continúa mi madre sin

inmutarse— lo malo es que luego lacaída es mayor. Menos mal que nuestraTessa

siempre fue una chica sensata, con

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los pies en la tierra.—Desde luego que lo es —

corrobora Lucinda tragándose la bilisque, seguro, le

acaba de subir por la garganta.—Yo lo que no me explico es qué ha

pasado. Porque se les veía tan bienjuntos…

—Cosas de la vida, ya sabes…ahora los jóvenes no aguantan nada.

—Mejor no aguantar que estar mal—dice de pronto mi padre, desde sumullida

silla en una esquina de la habitación.Nos quedamos todos en silencio,

cada uno calibrando la intervención deun

señor que sí, está divorciado, pero

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que no ha abandonado la casa de sumujer y vive

atrincherado en el apartamento sobreel garaje. Mi madre lo mira sincomprender

sus palabras, entrecerrando los ojosy sopesando si mandarlo lejos ahoramismo.

—Nadie mejor que tú para decir unacosa así —se apresura a decir Lucinda.Mi

padre se lo acaba de poner enbandeja.

—No, Lucy, querida… al contrario.Paul no habla con conocimiento decausa. Si

en algún momento nosotroshubiéramos estado mal, no viviría con

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nosotros.—Bueno, Annabeth, vivirá con

vosotros, pero divorciados estáis. Algohabrá que

no hicierais bien.¡Toma ya, cómo viene Lucinda! Trae

bien cargada la pistola de replicar. Mimadre siente que está perdiendo labatalla, puedo notarlo por lo inquietaque se revuelve en su asiento de reina, yporque le está costando mantener lasonrisa pegada en el rostro. Miradurante un instante a Judy, que tiene lavista clavada en el suelo, pensando,seguramente, que su compañera de vidase lo tiene bien merecido por convocar asu archienemiga a un duelo en el salónde su casa.

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—Seguro que Tessa no ha hechonada malo — dice mi madre, intentandodesviar

la atención que, de pronto, ha caídosobre ella.

—Pues no lo sé a ciencia cierta. Nosuelo meter las narices en la vida de losdemás, ni siquiera en la de mi hija.

¡Qué mentira acaba de soltar la tía!Para ella −y para mi madre, todo hayque decirlo− deberían instaurar en lasolimpiadas un nuevo deporte quepermitiera participar a las personas máscotillas, competitivas e interesadas delplaneta. Nadie tendría ni la más mínimaoportunidad frente a mi madre y aLucinda Connor: ambas se disputarían eloro sin más rivales, y estoy segura de

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que establecerían récord olímpico ytodo.

—No puedo creer que Tessa no hayaacudido a tus maternales brazos enbusca de

consuelo en estos momentos tanamargos…

Taylor Connor mira con recelo a mimadre. Supongo que un padre no puede

quedarse quieto mientras hablan deldolor de una hija, pero estoy segura deque, si

abre la boca, estas dos lobas que lorodean se lo merendarán con patatas.

—¿Quién dice que no haya acudido?Tessa está en casa. De hecho, hastaJeremy

está en casa estos días…

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Jeremy. Jeremy Connor… quérecuerdos. De los buenos y de losamargos. Mi

primer gran amor y mi primercorazón roto. Todo hubiera sido másfácil si no hubiera sido el hermanomayor de Tessa, mi mejor amiga y mimayor enemiga.

Ahora lo recuerdo con nostalgia yhasta los malos momentos se tiñen de unsutil color rosa, que cura las heridas deuna adolescente de diecisiete añosperdidamente enamorada y que, por fin,tras siglos de espera, consigue que elchico que quiere la

mire, le haga caso y hasta la coloqueen el centro de su vida.

Jeremy Connor fue mi primer novio,

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y conseguir tal proeza me dio unas alasinfinitas. Porque, seamos sinceros,cuando persigues al chico de tus sueñosdesde que tienes uso de razón, y por finse da cuenta de que existes, ese es unode los sentimientos de superioridad másfuertes que existen.

Después de romper mi amistad conTessa ya pensaba que había perdido toda

oportunidad de hacerle saber aJeremy que yo estaba ahí, colocada eneste planeta

simplemente para adorarlo. Fue muyduro verle solo de lejos y no cruzármeloa diario en su casa o en cualquiera demis locas aventuras con su hermana.Fueron dos años horribles en los que nome quedó más remedio que amar sin

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esperanzas y con el corazón siempreencogido por la oportunidad perdida.Pero eso no quería decir que fuera aperdonar a Tessa. No estaba tandesesperada ni me importaba tan pocomi integridad como para volver a dejarestar a mi lado a la persona que me

había traicionado y roto en pedazosla amistad más sólida y duradera de mivida.

Porque la traición de Tessa supusoun duro mazazo a mis sueños e ilusiones.

Nunca antes había cuestionado que,pasara lo que pasara, no fuéramos aformar parte de la vida de la otra… sedesmoronó todo mi sistema de valores,mis sueños, nuestros planes de futuroconjunto… se acabó lo de ir a la misma

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universidad, casarnos a la vez y viviruna junto a la otra en el centro deManhattan. Se acabó lo de tener bebésjuntas y hacer que fueran los mejoresamigos, como lo éramos nosotras. Seacabó lo de montar nuestro propionegocio (de lo que fuera, que no loteníamos nada claro y cada semanacambiaba de planificadoras de eventos,a

pasteleras o abogadas de éxito). Seacabó todo y fue durísimo. A los quinceaños

todo se magnifica, y perder una partede ti es algo que cuesta mucho superar.

También se acabó Jeremy y tuve queempezar a fijar en mi cabeza la idea deque

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solo sería mi amor ideal, en ladistancia, en el anonimato…

Pero durante la primavera de suúltimo curso, a punto de graduarse, vinoa mi casa con su padre para arreglarle ami madre el grifo del lavabo de la plantabaja.

Pese a que Tessa y yo ya nomanteníamos relaciones cordiales,nuestras madres seguían con su tira yafloja particular, ese que se debió deinstaurar entre ellas desde el mismoinstante en que se conocieron. Y duranteaquel caluroso mes de abril, Tayler fueempujado por Lucinda a ayudar a suamiga Annabeth con un problema defontanería que a mí me regaló unaoportunidad única.

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Yo estaba en el salón, de espaldas ala puerta, intentando dominar unapartitura de

Bach que se me estaba resistiendo.Cuando oí que su padre le llamaba, bajébruscamente el violín y me giré, paraencontrármelo mirándome con suspreciosos ojos castaños y una sonrisacurvándole esos labios que yo me moríapor besar.

—No me acordaba de lo bien quetocabas —¿Qué? ¿Sabía Jeremy Connor

siquiera que yo tocaba el violín? Mequedé más parada que un mueble, muertade miedo por si abría la boca y mecargaba ese momento, el más importanteentre ambos desde que a los ocho añosme derramó encima una jarra llena de

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limonada junto a la piscina de su casa.—¡Jeremy! —se oyó de nuevo la voz

de su padre —¿se puede saber dóndeestás?

—¡Ya voy! —contestó malhumoradomientras me dedicaba una última sonrisay

desaparecía por la sala, camino dellavabo, donde le esperaba su padre contrabajo

de sobra para mantenerlo ocupado elresto de la mañana.

A la hora de comer, mi madreinsistió en que se quedaran, y Jeremy yyo nos pasamos toda la comidaintercambiando miraditas y sonrisastontas. No recordaba haberme sentidotan cohibida y agradecida al mismo

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tiempo, y me regañaba a mí misma porno haber estropeado el grifo del lavabomucho antes.

Al final de la siguiente semana,Jeremy y yo ya éramos oficialmente unapareja,

para disgusto de Tessa, que corrió lavoz por ahí diciendo que solo salía consu hermano para continuar atada a ella.La verdad es que ni siquiera meimportó… por fin mi vida y miadolescencia tenían sentido, por finJeremy Connor se había fijado

en mí y yo, por fin, había probadolos besos con los que llevaba soñandodesde cuarto grado. ¿Qué más se podíapedir?

Fui su pareja durante su baile de

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promoción, vivimos un verano mágicoen el que le entregué mi virginidaddurante una acampada en Darien Lake, yme olvidé hasta de la música y de mímisma. Pero nada dura eternamente, ymenos aún el amor de un adolescenteque comienza la universidad enCalifornia, y que, de pronto, le estorbatodo, incluida esa novia a la que hajurado que siempre amará.

Jeremy Connor ni siquiera rompióconmigo. Se fue a UCLA y jamás mellamó o

escribió. Se olvidó de mí comoquien se olvida de un paraguas cuandosale el sol, y tardé más de dos años envolver a verle.

Mi corazón se rompió en mil

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pedazos y pasé el peor último cursoposible. Ni siquiera sé cómo conseguíacabar aprobándolo todo, aunque bienes cierto que en mi enajenación mentaltransitoria rechacé la oportunidad de mivida, cuando cambié

mi plaza en Juilliard, donde podríahaber hecho carrera de la música, porCornell

Tech, la universidad donde meconvertí en la informática neurótica quesoy hoy.

Aún ahora, cada vez que escuchoApocalypse Please de Muse, me viene ala mente esa devastación interior que laausencia de Jeremy me produjo aquellosmeses infernales, en los que le echabade menos a diario y me comía la cabeza

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pensando en que me habría sustituidopor una morenaza pechugona con largaspiernas y pestañas infinitas.

Jeremy Connor, con su amorprimero, y su abandono después, marcóuna parte

muy importante de mi vida. Supongoque me ayudó a madurar y a ser más

resistente… o no… que tampoco esque sepa digerir las rupturas muy bienahora con veintisiete años.

—¡No me digas que Jeremy tambiénnecesita consuelo! —exclama mi madre,

devolviéndome a la realidad de laque, por un instante, me he permitidoregodearme

en la yo adolescente que amó ysufrió al mayor de los Connor.

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—¡Por supuesto que no! —seapresura a aclarar Lucinda—. Acaba determinar la

producción de un documental enManhattan y ha decidido tomarse unosdías libres

para estar con su familia y, de paso,apoyar a su hermana.

Hasta donde yo sé, Jeremy y Tessano se soportan. Ella contaba los días quequedaban para que él se largara a launiversidad desde que cumplió los doceaños.

Así que puede que Lucinda estédiciendo la verdad, y hayan estrechadolazos durante la última década, lo cualdudo porque apenas se han visto másallá de la boda de Tessa y poco más, o

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le está contando una milonga a mimadre. Esta mujer es increíble… ¿Quéserá lo que ha traído realmente a JeremyConnor a Nueva York

desde su soleada California?—Será mejor que sirva el café… —

dice Judy levantándose de pronto de susitio

— ¿Lo tomáis como siempre?—Te ayudo —me ofrezco por más

que la conversación en la sala se estévolviendo interesante por momentos.Salgo trotando detrás de Judy que,

con unas pocas zancadas ha salido de lasala y

se encuentra ya en la cocina. Se lave cansada de estos duelos dialécticosentre las

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dos macho alfa que ha dejado tras desí, pero jamás lo hará saber en público.

Judy es mi otra madre, la que haestado ahí, en casa, desde los diez años.Me ha

criado junto con mi madre biológicay ha supuesto la tercera pata parental enesta

casa de locos en la que he crecido.Judy es preciosa, alta, esbelta, morena,con el

pelo fino y cortado al estilo de losaños veinte, peinado siempre conpulcritud de estrella del teatro. Susmodos son suaves, su risa, franca y susabrazos, llenos de una ternura maternalque se le disparó el mismo día que entróen nuestras vidas y ya fue incapaz de

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dejarnos.Es el amor de la vida de mi madre y

ambas forman la pareja másextrañamente

estable que conozco. Se adoran y,por alguna inexplicable razón, secomplementan

y comprenden. Y mira que noconozco a dos personas más opuestas.Mi madre es

histriónica, excesiva, habladora ymandona. Judy es dulce, suave, reflexivay callada. Son como el agua y el aceitey, sin embargo, han encajado con unaperfección difícil de explicar.

Además, Judy se lleva a las milmaravillas con mi padre, y eso es algonecesario

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para la paz y la cordialidad de estafamilia tan fuera de lo común. Judy es lalectora cero de todas las novelas deSummer Bennet y le da a mi padre unbuen feedback que luego él usa paramejorar todas y cada una de sushistorias. A cambio, mi padre le daclases de cocina a Judy, que se le dafatal, y ambos suelen acabar el día enlos fogones, con una copa de vinoblanco, esperando a mi madre con lacena preparada cuando sale tarde detrabajar.

Cuando se conocieron, Judy era lasecretaria judicial del juzgado de mimadre.

Una vez que decidieron dar el pasode empezar una relación, Judy pidió el

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trasladoa otro juzgado porque no era viable

vivir y trabajar codo con codo con lamisma

persona, en aras de una convivenciasana y feliz. Ahora trabajan en el mismoedificio, pero apenas se ven, lo queambas agradecen profundamente.

—No sé si servirles el café ollevarles los cuchillos para que sedespellejen directamente —dice con lavoz apagada, cansada de ellas y de esasituación.

—Ya sabes cómo son —intento quese relaje— siempre ha sido así: se odiany se

quieren por igual, son incapaces depermanecer lejos la una de la otra, pero

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juntas,no se soportan. Es enfermizo, pero

tampoco les hace mucho daño y creo quehasta

se estimulan mutuamente… así querespira hondo y piensa que en un par desemanas

volverán a discutir por cualquierchorrada y estarán enfadadas hastadespués de Navidad, por lo menos.

Ambas esbozamos una sonrisaporque sabemos que todo esto no es solosimple

cháchara, sino que tengo toda larazón del mundo. Ni dos semanas les vaa durar esta cordialidad fomentadaúnicamente por el divorcio de Tessa.

Volvemos a la sala con la bandeja

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del café y lo servimos con parsimonia.Mi madre se siente encantada de ofrecersu café tostado de Kenia, como si ellamisma fuera Meryl Streep en Memoriasde África y estuviéramos ahora pasandoel rato en su plantación cafetera en unacolina keniata.

Tras darle un sorbo y aprobar suintenso y amargo sabor, vuelve a lacarga.

Pobre Tessa, le estarán pitando losoídos de una manera…

—¿Y qué planes tiene la pequeñaTessa? Al menos no tiene que buscarescuelas ni nada parecido. Al final hasido una suerte que ella y Ted dejaran lode tener niños más adelante, así no hayhijos que se traumaticen en este

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divorcio.—Sí, una suerte… —asegura

Lucinda como si le hubieran echado unpiropo a su

hija— ¿Te imaginas pasar por todoesto con hijos? Tú sabes lo que es eso…

Comienza a ser aburrido escucharcómo las dos cacatúas se echan cosasencima,

así que cuando suena el teléfonosalto como si mi silla tuviera un resortey corro a

por él.—Quizá sea del hombre que tiene mi

teléfono. Yo lo cojo —me apresuro adejar

claro que nadie más que yo se va aadueñar de esa excusa para abandonar la

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sala.Porque además es verdad, quizá es

el taxista refunfuñón que quieredevolverme a

mi mejor amigo. Son las cinco de latarde… ya estaba tardando en darseñales de vida.

—¿Diga? —contesto seria yprofesional para darle a entender que miestado de

locura de anoche fue ciertamentetransitorio.

—Pero ¿por qué demonios no tienesencendido el móvil? ¡Llevo llamándotetoda

la mañana! Menos mal que hoy esdomingo y recordé que tienes la comidaen casa

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de la tía Annabeth.Cora. Si mi prima necesita

localizarme para contarme algo, porpequeño que

sea, remueve Roma con Santiago.No me extrañaría nada que hasta hubiera

recuperado mi teléfono solo paracontarme qué tal le fue ayer con elbuenorro del

concierto.—Anoche perdí el móvil.—Desde luego, no se te puede dejar

sola. ¿Y ahora qué vas a hacer?—Intentar recuperarlo. Me lo dejé

en el taxi que tuve que coger sola,anoche, muerta de frío…

—Vale, vale, lo pillo. Soy una malaprima. Pero reconoce que tú hubieras

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hecholo mismo si se te pone a tiro

semejante maromo.Tengo mis dudas de que yo hiciera

algo así como dejarla tirada en unconcierto

al que hubiéramos ido juntas, peromás dudas me surgen aún de la remota

posibilidad de que un tío como elque mi prima se llevó anoche mepropusiera nada

de lo que, seguro, acabó haciéndolea ella. Cora tiene un auténtico imán y losabe.

De su seguridad emana esa fuerza ala que cualquier hombre del planeta esincapaz

de resistirse. Dios, cómo la envidio

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a veces. Ojalá yo tuviera su aplomo y sufe en

mis posibilidades.—Oye, ¿nos vemos esta semana y te

cuento qué tal el post concierto?—Ahórrate los detalles que me los

puedo imaginar sin esas gráficasdescripciones que tanto te gusta usar.

Y resérvate el jueves, tenemos un eventoal que mi madre nos ha apuntado. Creoque es difícil de deshacer, ya laconoces, así que hacemos acto depresencia, echamos un ojo y noslargamos a tomarnos unas copas porTribeca.

—¿Qué evento?—Algo de citas a ciegas en ocho

minutos. Una locura de mi madre, no sé

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ni paraqué preguntas si ya sabes que algo

normal no va a ser.Suelta un grito que a punto está de

dejarme sin tímpano, sin estribo, sinyunque y

sin martillo. Lo que me faltaba…¡Cora está encantada con el plan de laloca de su

tía!—¿Tu madre ha pagado para que

tengamos citas a porrillo? Eso significaque habrá copas gratis y tíos entre losque hacer casting… ¡tía Annabeth es lacaña!

Díselo de mi parte.Dios mío… ¡dame paciencia! ¿Es

que en esta familia nadie puede tratar el

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asuntode la búsqueda del amor con un

poco más de seriedad? ¿Cómo esposible que crean

que puedes congeniar con un hombreen ocho minutos? No es ni natural nipráctico,

por mucho alcohol gratis que se leaplique a la fórmula. Ya estoyprevisualizando el

desastre de noche que va a ser… almenos para mí. Cora ligaría hasta en unconvento de clausura.

—¿Quedamos a las siete en tuapartamento? Ni siquiera sé adónde vasa

llevarme, pero me fío de ti. Molaríaque fuera en el Bronx o así, ¿verdad?

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—Qué pena, Cora, te quedarás máscerquita de casa. El local está en elSoHo, no

nos hará falta ni taxi. Y, como hedicho, si la cosa no nos convence, a unpaso de Tribeca, que ahí no tenemos nique molestarnos en pensar a qué localesir.

—Eres más aburrida a veces… nosé qué genes te tocaron, pero muy pocosde los Milton, estoy convencida. Erescien por cien Blake.

—Si repites eso delante de mipadre, te doy cien pavos. Nunca deja derepetirme

que soy demasiado parecida a mimadre.

Cuelga sin dejar de llamarme

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muermo y aburrida. Quiero a Cora contodo mi corazón, nos hemos criadoprácticamente juntas, pero tenemos ideasdiferentes sobre casi todo en esta vida.Creo que es mi contrapunto, ella esdemasiado alocada para que yo mearriesgue también a reproducir susdisparatadas ideas. Pero quiero

dejar perfectamente claro que no soyuna compañía soporífera y que, cuando

quiero, puedo calzarme mi traje deaventurera y lanzarme a la piscina comola que

más.Justificándome mentalmente ante los

apelativos que Cora me acaba dededicar, me llevo un susto de muertecuando el teléfono vuelve a sonar y me

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saca de mis pensamientos deautoconvencimiento. Me apresuro acontestar, convencida de que mi primase ha arrepentido de dejar para el juevesel contarme alguna guarrada de esas queanoche tuvo el placer de practicar consu ligue del concierto.

—Sabía que no podrías resistirte ytienes que pasarme por las narices elque te

comiera tal o te lamiera cual…cómo te conozco…

—Pues me temo que no me conocesen absoluto —dice una voz de hombre,seria

y profunda. Una voz con acentoirlandés que, lamentablemente, nopertenece a mi prima, sino al

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malhumorado taxista de anoche. Yparece que le ronda un cabreo parecidoa cuando me negué a abandonar sucoche. Mierda.

—Disculpa… joder, mierda… —intento arreglar las cosas, aunque estáclaro que

mi léxico se empeña en boicotearmis esfuerzos.

Intento serenarme antes de que se mevaya de nuevo la situación de las manos,como me pasó anoche. Debo estarcalmada y no parecer ni perturbada nidesesperada, solo así le convenceré deque soy una persona cabal y sensata quemerece recuperar su teléfono móvil.

—Perdona, de verdad. Creí que erami prima, no suelo contestar así al

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teléfono,te lo juro.—Claro, ni tampoco atrincherarte en

los coches ajenos.—Oye, que no era un coche

simplemente, que era un taxi —le sueltosin pararme

a pensar y, de nuevo, dando unaimagen infantil y poco seria de mipersona. O te controlas, Miriam, o lacagamos—. Creo que ayer ya te pedídisculpas y te intenté agradecer elesfuerzo pagándote. No volvamos sobreello porque no tiene sentido.

Solo quiero recuperar mi teléfono.¿Es posible?

La línea se queda muda y, por uninstante, creo que se ha cortado la

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comunicación. Entro en una especiede pánico oscuro y viscoso y hasta seme nubla

la visión. ¿Qué hago si se corta y lopierdo para siempre? ¿Asediar allamadas a Regie hasta volverlo loco yobligarlo a que me confiese sudirección? No, creo que eso acabaríacon la poca cordura que ya nos queda aambos.

—Es posible. Pero tendrás que venirhasta mi casa a por él, yo no lo tengoencima.

—Lo sé, ya conozco a Regie, hastademasiado bien, diría yo.

Otro silencio. Sé que esto no se loesperaba, lo he descolocado.

—No preguntes, es cosa de mi

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madre. Algún día te contaré la historia.O no. en

fin, ¿me dices dónde vives? Estoy enStaten Island, pero en breve cogeré elferry.

Puedo llegar a donde sea en una horay media.

—Te recojo en la estación del ferryen Manhattan a las seis y cuarto. Escuando acabo mi turno. Te llevo a micasa, recoges tu teléfono y te buscas lavida para volver a tu casa. ¿De acuerdo?

—¿Quieres que me suba de nuevo atu coche? Anoche dijiste que ojalá no

volvieras a verme.—¿De verdad quieres tocarme las

narices? ¿Estás segura de que quieresrecuperar el móvil?

Page 156: Juntos somos invencibles

Joder, este no se anda con tonterías.Le aseguro que estaré en la estación delferry

a la hora convenida y me cuelga sinapenas despedirse.

Hago un repaso mental sobre sillegaré para las seis y cuarto aManhattan, y como no estoy segura delograrlo si voy caminando, decidopedirle a Kevin que me acerque encoche hasta la estación de Staten Island.Cuando vamos al salón a despedirnos detodos, la guerra fría está en su máximoapogeo, estas dos son bastantepredecibles.

—Sea como sea, el dinero de laboda os lo debería devolver el cirujano.Él tiene

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de sobra y seguro que la culpa de laruptura es suya… —está diciendo mimadre, que no se cansa de darle vuelta ymás vueltas al ya manido tema deldivorcio de Tessa. Aunque supongo que,si ha aceptado incluir a Lucinda Connorde nuevo en su vida, es precisamentepara pegarse una tarde de charloteo acosta de este tema.

—La boda está pagada y ya esasunto olvidado. Una boda cuestamucho, pero da

tantas alegrías… —dice estomirando con toda la intención a mimadre, que se revuelve en su sillónprincipesco.

Está claro que ahí viene el aguijónde Lucinda Connor con todo su veneno.

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Casicontengo la respiración, igual que mi

madre está haciendo justo en estemomento.

—Seguro que a vosotras os trae esasmismas alegrías. No puedo creerme que

llevemos aquí todo este tiempo ysigas sin comunicarme la maravillosanoticia de

vuestra boda… eres cruel, Annabeth.¿Qué? ¿Boda? ¿Annabeth? Por más

que me cueste creer nada de todo esto,el semblante de mi madre la delata, ymira a Judy con unos ojos de corderitoque pocas veces le he visto antes.

Judy le sostiene la mirada, que se havuelto difusa y difícil de leer. Si mimadre

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tenía en mente esa boda de la queLucinda Connor acaba de hacernospartícipes a todos, está claro que Judy,la otra gran protagonista, no tenía ni lamás remota idea.

Capítulo 4

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Starlight

A las seis y cuarto exactas estoyclavada en la puerta de salida de laestación del ferry que me ha devuelto aManhattan desde la locura del hogar demi familia en Staten Island.

No veo por ninguna parte un taxiparado, así que supongo que he llegadopronto

y el taxista enfurruñado no ha tenidoque esperar por mí ni podrá echarme encara

que vuelvo a malgastar su preciosotiempo.

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Estoy un poco destemplada porquehe venido en la parte descubierta delferry

−en la parte de la derecha, la que notrae turistas en el viaje de vuelta, porsupuesto−

para intentar ponerle un poco desentido a los acontecimientos que labruja de Lucinda Connor ha desatado enmi casa esta misma tarde.

—Lucy, no sé de qué estás hablando—ha intentado disimular mi madre, pesea

que ya era tarde, pese a que todos lehemos notado que la han cogido en unrenuncio

y que negarlo ya iba a provocar quequedara fatal.

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—Claro que sí, Annabeth, querida,lo sabes perfectamente. Hablo de tuboda con

Judy, la que estás preparando contanto secretismo.

¿Secretismo y Lucinda Connor?Imposible.

La cara de Judy seguía blanca comola cal, y buscaba alguna explicación enla cara de mi madre, que se negaba amirarla a los ojos y ser sincera.

—Creo que estás equivocada, Lucy.Aquí nadie ha hablado de boda…

—¿Me estás diciendo que mi primoDash es un mentiroso? Te escuchó elotro día en el ayuntamiento, solicitandouna licencia matrimonial… y según lalegislación, esas licencias solo tienen

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una validez de tres meses. Así que meimagino que, con tan poco tiempo parael gran día, ya es hora de que empiecesa compartirlo… al fin y al cabo, somosamigas del alma desde hace siglos.

El semblante de la bruja se beatificócon una sonrisa tan dulce como falsa ymi

madre, por fin, miró a Judy con algoparecido al desaliento en su mirada degrandes ojos azules. Durante un instante,nadie habló. El silencio más absoluto sehizo fuerte en esa sala donde ochopersonas esperábamos que mi madre seexplicara y conociéramos los detalles dela noticia soltada con tanta mala babapor

Lucinda.

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—Pues si me escuchó, como dices,bien sabría que era algo especial queestaba

preparando y que nadie,absolutamente nadie, sabía nada de esto—la voz de mi madre se había vuelto dehielo—. Judy… iba a ser una sorpresa.Lo siento...

Juro que vi a la bruja sonreírmientras Judy abandonaba el salón y mimadre

corría tras ella, suplicándole que, almenos, se parara a escucharla.

Le había salido rentable a Lucinda elexponer a su hija a la crítica y la opiniónde

su rival, si a cambio conseguía queel caos se instalara en esa casa y todo se

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pusiera patas arriba.No justifico a mi madre, que

bastante reprochable me parecía todoeso de

congraciarse con su némesis solopara sacarle tajada del divorcio deTessa, pero desde luego, chafarle ladeclaración de amor con su pareja comomoneda de cambio, me parece algo de lomás rastrero.

Tuve que despedirme de todos sinsaber cómo se resolvía el dramaoriginado si

no quería llegar tarde a mi cita conel taxista malhumorado, pero me fuibastante intranquila, máxime si tenemosen cuenta que no tengo teléfono (aún) yno podré llamar a mi madre para saber

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si se encuentran bien, tanto ella comoJudy, hasta que lo recupere.

El atardecer se está llevando la pocaluz que tenía hoy el frío día de primerosde

noviembre, y la visibilidad sereduce. Decido acercarme justo al bordede la carretera que pasa por delante dela estación del ferry, para subirme alvuelo al coche de ese hombre con tanmalas pulgas.

Si soy sincera, no sé cómo tratarledespués de los acontecimientos deanoche…

¿Fue anoche? Dios, ¡parece quehan pasado semanas! Me mostraréseria, serena y muy educada, y recemospara encontrarle a él con un ánimo y

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unos propósitos similares. No meapetece ponerme ni borde ni gruñonacon él… yo no soy así (bueno, casinunca soy así).

Tras diez minutos de infructuosaespera, me empiezo a impacientar.Hacía siglos

que no me sentía tan desvalida y esque no llevar el teléfono móvil encimate hace

estar desconectada del mundo. ¡Quélejanos quedan aquellos días en los quese quedaba a una hora y ya no habíamanera ni modo de cambiar nada porqueno había Whatsapp o SMS para anunciarnuestros retrasos ni para decir que,finalmente, no

se nos esperara!

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A punto de perder completamente laesperanza, veo que un taxi se para juntoa mí

y compruebo que sí, queefectivamente es el hombre de anoche.Me mira enfadado

de nuevo y no sé qué he podidohacer mal. Me hace un gesto con lacabeza para que

me suba y yo decido, ahí en planvaliente, sentarme en el asiento delcopiloto. Que

sea lo que Dios quiera.—Dime que esa cara no es por mí

—le digo con cierto recelo por si semosquea

aún más.—¿Qué cara?

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—Pues la que traes… parece que tedura el mosqueo de anoche. ¿O

definitivamente es que eres así?—Muy graciosa. He estado en un

atasco en Fulton Street casi media hora.Maldita

la gracia que me hace la horapunta… los domingos a estas horas esaparte es horrible, con toda la gentevolviendo a la isla desde sus casas defin de semana.

—¿Has probado la meditación?—¿Te estás quedando conmigo?Puede que con este tipo lo mejor

fuera mantener la boca cerrada, pero esque es

imposible, parece que misubconsciente disfrutara enfadándole.

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Pone el coche en marcha sin ni siquieramirarme.

—¿A dónde vamos?—Ya te lo dije por teléfono, vamos a

mi casa, ¿no querías recuperar el móvil?—Podrías haberlo traído...—Date con un canto en los dientes

que hoy estoy generoso y te llevo yomismo

hasta allí. Podría haber sido peor…No me imagino cómo, pero bueno,

encima no voy a protestar. Me fijo en sulicencia de Taxi que tiene incrustada enel salpicadero de su coche. PatrickFeehily, muy irlandés, tanto como suacento con encanto, sus ojos claros y supiel casi transparente…

—Lo de la meditación lo decía en

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serio… se te ve muy… ¿agobiado?—¿Qué sabrás tú? ¿Acaso me

conoces?—Chico, qué agresividad. Solo

trataba de ser amable… si quisieras,podría darte

un par de consejitos. Ya sabes, porlas molestias de anoche.

—¿Las de anoche? ¿Y qué me dicesde ahora mismo? ¿No es también una

molestia el pasar por aquí a buscartepara llevarte a mi casa?

Menudos humos tiene el señorito.Creo que su mal humor es de nacimientoo algo así. Me empiezo a sentir un pocoestúpida y, ahora sí, me planteoseriamente lo de hacer el viaje hasta sucasa en silencio. Aunque aún queda una

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duda que me hacedesechar mis pensamientos al

instante.—¿Y dónde está tu casa

específicamente?—En el Bronx, creí que Regie te lo

habría dicho.—El bueno de Regie es reservado

cuando quiere… así no prosperaránunca

nuestra relación… —suspiroartificiosamente en busca de crear algode buen rollo,

pero ni por esas—. Solo he estadouna vez en el Bronx, en el estadio de losYankees,

¿te lo puedes creer? Un chico con elque salí un par de semanas era fanático

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total, de los de llevar hasta esa cosaabsurda con forma de dedo gigante…¿para qué sirven esas cosas tan pocoprácticas? Realmente no lo entiendo…

—¿Te han dicho alguna vez quehablas demasiado? ¿Tienesincontinencia verbal

o algo así?—Para serte sincera… No eres el

primero que lo insinúa.Y es verdad, cuando estoy nerviosa

o alguien me intimida no puedo parar dehablar, de cualquier chorrada, decualquier tema conocido por el hombre,da igual si es la cancelación delprograma espacial por parte de laNASA o de las disfuncionales y siempreextravagantes Kardashians. El caso es

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tirar hacia delante y no hacer quedecaiga el ambiente, que no se me notenlos nervios… aunque igual es

cuestión de planteárselo seriamente,que a lo mejor es una buena idea parecernerviosa en lugar de tocada del ala.

—Me pregunto por qué no mesorprende —dice con algo parecido auna sonrisa

dibujándose en sus labios siempreserios.

Cuando sonríe no es nada feo. Tieneuna boca bonita, una boca llena yapetecible

de labios rojos, que contrastan consu pálida piel irlandesa, como si fuera elhermano secreto de Blancanieves. Y susojos, rodeados de unas larguísimas

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pestañas, podrían ser aún más bonitos sipermitiera que la sonrisa le llegara hastaellos, si dejara que la luz de una sonrisalos hiciera brillar.

Veo que sigue la carretera FranklinD. Roosevelt que recorre Manhattan aorillas

del East River, con vistas sobre laisla del mismo nombre, y los muelles ylas instalaciones deportivas que seagolpan de cara al río neoyorquino. Esun camino directo y rápido para salir dela isla por el norte. Parece que, por estazona, no hay tantos dominguerosregresando a sus hogares y no pillamoscasi nada de tráfico, lo cual seguro queayuda a mi anfitrión a calmar sumalhumor previo a nuestro encuentro.

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Cuando estamos a punto de dejaratrás Roosevelt Island, se oyen depronto los primeros acordes deStarlight de Muse que salen del teléfonomóvil de mi anfitrión.

Usando su manos libres, descuelgaal de pocos tonos, con unos modos tanbruscos

como los que me dedica a mí.—¿Sí?—¿Patrick? Soy la doctora Chloe

Sullivan, del hospital. ¿Te pillo en buenmomento?La voz de la persona al otro lado es

dulce y suave, y parece que se conocen.Al

instante, Patrick se pone alerta y sushombros se ponen rígidos.

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—¿Va todo bien, doctora?—Acabo de volver de mi fin de

semana de descanso y quería pasar poraquí para

comprobar todos los preoperatoriosde mañana y el plannig de pruebas. Losformularios de Declan no estánfirmados… otra vez. Y no hay manerade convencerle.

Patrick suelta un suspiro largo y muysonoro, como resignado, como si estofuera el pan nuestro de cada día, y secambia de carril para estacionar en elprimer lugar permitido que encuentra.

—No se preocupe, doctora, acabode pasar casi al lado del hospital. Siencuentro

estacionamiento rápido, en diez

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minutos estoy ahí.Pero… ¿y mi teléfono? No pretendo

parecer insensible, que aquí se estáhablando de hospitales, operaciones

y pruebas que parecen importantes, peroyo no me he montado en este taxi parairme de excursión por ningún centromédico. Que ya es de noche, que esdomingo ya tarde y que, una vezrecupere mi teléfono en el

Bronx, tengo que averiguar cómodemonios volver hasta el GreenwichVillage a una hora razonable.

Él ni siquiera me consulta. ¿Por quéiba a hacerlo si hasta ahora no se hadistinguido por ser precisamente el sermás caballeroso y amable del planeta?Pone el coche en marcha y hace un

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cambio de sentido a la altura de CarlSchurz Park.

Continúa recto hasta la salida delPuente de Queensboro, en el que no semete, y entra en York Avenue. Se para enel 1275 de esa misma calle y puedo verque estamos ante el Memorial SloanKettering Cancer Center, un hospitalque, con ese nombre, solo puede tenerpacientes de los que no suelen escucharbuenas noticias.

¡Mierda! ¿Por qué tendré que ser tanbocazas incluso mentalmente? Si tiene aalguien aquí, normal que esté siempre demal humor… ¿qué me cuesta queparemos un ratito a solucionar lo quesea que necesite ser solucionado y luegovolvamos a

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emprender nuestro camino hasta sucasa en el Bronx?

Aparca con relativa facilidad y aescasos metros de la entrada −se notaque es domingo y ya tarde− y se disponea salir del vehículo.

—Quédate aquí, no creo que tarde.¿Qué? No, no, ni hablar… ese “no

creo que” se puede alargar por cualquierrazón y me niego a pasarme el tiempoque él necesite para sus gestionesmirando cómo los peatones pasan juntoa mí, metida en un coche extraño. ¡Y sinteléfono siquiera para poder mandaralgún Whatsapp o jugar al Candy Crush!¡Ni hablar!

—Lo siento, pero yo aquí sola no mequedo. Me estaré quietecita en alguna

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salade espera o algo, pero yo aquí no

voy a esperarte muriéndome delaburrimiento.

Me mira un instante como valorandomi salud mental de nuevo y, sobre todo,valorando mi capacidad para enrocarmeen mi postura y hasta montarle unnumerito si no me permite salirme con lamía.

—Dios mío —dice con resignación—¿Qué tienes? ¿Siete años?

Echa a andar camino de la entradadel hospital conmigo pegada a sustalones, mientras se esfuerza por nosoltarme más borderías.

—Me esperas tranquilita por ahí yya te llamo cuando acabe, ¿vale? —lo

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dice como si de verdad estuvierahablando con una niña pequeña o conalguien con serios problemas deentendimiento.

—No tienes que tratarme como sifuera tonta. Sé cuál es mi lugar.

—Eso espero.El hospital es majestuoso, encajado

en una calle bastante concurrida y conuna altura de vértigo, lo que no deberíaser tampoco una cosa digna de menciónen una ciudad como Nueva York. Tieneuna de sus paredes totalmenteacristalada y da la

sensación de modernidad ygrandiosidad a primera vista. Este sitiodebe de costar una pasta.

Una vez en su interior −igualmente

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magnífico− Patrick camina con pasodecidido hasta el ascensor y sube

hasta la tercera planta, donde se ve unmostrador

enorme que preside la planta. Detráshay varias enfermeras que trabajan en

ordenadores y un celador que charlaanimadamente con una de ellas. Laplanta está

tranquila y, de las habitaciones queestán situadas en dos largos pasillos aun lado y al otro del mostrador, apenassale barullo o movimiento de gente.

Patrick se acerca a la mesa y esperahasta que una de las enfermeras le hagacaso,

algo que no ocurre de inmediato ypuedo notar cómo se tensa por la espera

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innecesaria. Por fin, una chica de pocomás de veinte años levanta los ojos dela pantalla y, con una enorme sonrisapintada en su rostro juvenil, le preguntaqué es lo que desea.

—Creo que la doctora Sullivan meestá esperando.

—¿Su nombre, por favor? —lepregunta amablemente, y Patrick se lo dade

manera bastante brusca—. Espere unmemento, por favor…

Descuelga su teléfono y marca unnúmero. Mientras espera, le mira conesa

sonrisa dulce que parece tan naturalen ella… él desvía la mirada un tantoincómodo. ¡Vaya! Parece que no le

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gustan las jovencitas…. O simplementedetesta las sonrisas. ¡Vete tú a saber!

—Doctora, preguntan por usted.Patrick Feehily —guarda un momento de

silencio mientras asiente y cuelga elteléfono suavemente.

—La doctora Sullivan le verá en sudespacho. Si se dirige a la derecha, es latercera puer…

—Sé dónde está su despacho,gracias —la corta sin miramientos. Vale,él habrá

estado más veces aquí, pero pareceque la chica es nueva o de un turnodiferente al

que él frecuenta, no creo que debatratarla con tan poco tacto. Este tío yacomienza a rayar la definición de

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gilipollas integral.Se va hacia la derecha, pero, de

pronto, vuelve sobre sus pasos como sihubiera

olvidado algo.—¿Alguna novedad con el paciente

de la 346?—¿Es usted familiar?—¿Tú qué crees?La chica, ya claramente intimidada

por la brusquedad del hombre, seencoge de

hombros y niega con la cabeza.—Ha pasado una buena tarde… no

puedo decirle más.Parece que con eso se da por

satisfecho y la deja en paz. Menos mal,pobre chica,

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¿qué culpa tendrá ella de nada de loque le pase a este energúmeno?

Antes de irse definitivamente por elpasillo de la derecha en busca de ladoctora

Sullivan, me mira y me señala unasala de espera enorme y decorada consillones mullidos y cómodos, y obras dearte en las paredes, donde quiere que mequede.

Levanto los brazos en señal de paz yde asentimiento, y me dispongo acumplir con

su mandato mudo.Cuando se pierde de vista por el

pasillo, sin embargo, siento que lacuriosidad me puede y soy incapaz deser obediente y esperarlo donde él

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quiere. Así que, disimuladamente, novaya a ser que no estén permitidas lasvisitas a estas horas y alguien me vaya aechar el alto, me voy acercando conpaso lento pero decidido a la habitación346. Sí, tengo un lado muy muy cotillaque me impide quedarme de brazoscruzados cuando hay algo que me estállamando tan poderosamente.

La habitación tiene la puertaentreabierta y asomo la cabeza con sumocuidado.

Dentro se ve una cama estrecha,ubicada en el centro de un espacioamplio y muy

moderno, con un ventanal y mueblesfuncionales para que las visitas sesientan cómodas.

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En la cama hay una persona a la queno veo del todo bien. Solo sé que notiene

pelo y viste una bata de hospital.Está leyendo un libro recostado sobrevarios almohadones y no le hace ni casoa la tele, que está encendida, pero sinsonido. Se le ve tan concentrado que,cuando la puerta en la que prácticamenteme estoy apoyando emite un ligerochirrido debido al movimiento de micuerpo, se gira para

ver quién ha perturbado su momentode intimidad.

Cuando me mira no puedo creer loque ven mis ojos. Salvo por el detallede que

está completamente calvo y algo más

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delgado y con ojeras, es el mismísimoreflejo

de Patrick. No pueden negar que sonhermanos… yo diría que gemelos.

—Hola —dice pintando una enormey cálida sonrisa en sus labios, unoslabios igual de rojos que los de suhermano.

Se incorpora del todo y me mira defrente. Sí, no hay ninguna duda, si laenfermedad no estuviera haciendoestragos en su cuerpo y en su cara,serían como dos gotas de agua.

—Te pareces mucho a él… —acierto a decir casi en un susurro.

—¿Eres amiga de Patrick?El tono de su voz es amable y

curioso, creo que no recibe muchas

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visitas y quesabe sacar el máximo provecho a

cuando una se produce. Desde luego, enel carácter es completamente opuesto asu hermano: es cálido, cordial y no hayni rastro de enfado en sus formas ymaneras.

—Aunque eres mucho másamistoso…

Se ríe tímidamente y me invita aentrar del todo en la habitación y tomarasiento

en lo que parece un comodísimosillón de piel color caqui. Le hago casoy él se relaja, volviendo a recostar laespalda sobre sus almohadas.

—Sí, Patrick puede ser un pocoborde cuando quiere.

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—¿Cuándo quiere? Pues conmigoparece que quiere siempre. Entre tú yyo, creo que me odia.

No sé si piensa, como su hermano,que estoy un poco loca, pero es seguroque le

gusta que esté ahí con él. Su piel,aún más pálida que la de su gemelo,habla de días

enteros encerrado en esa habitaciónsin ver la luz del sol, y eso, desde luego,hace

que se gane mi simpatía al instante.¡Qué duro debe de ser no tener másopción que

pasar tus días en un hospital!—¡Seguro que no! Patrick es

realmente una persona extraordinaria…

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aunque escierto que últimamente tiene muchas

cosas encima que lo están sobrepasandoy que,

además, no las está gestionando nadabien.

—Si tú lo dices…Los dos esbozamos una leve sonrisa

de reconocimiento, aunque no estoysegura

de si lo dice porque de verdad locree o por solidaridad con su hermano.

—Si Patrick te odia… ¿Qué hacesaquí?

—Buena pregunta —digo riéndomeahora abiertamente—. Si te digo laverdad,

creo que va a matarme si me

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encuentra aquí. Digamos que yo iba depasajera en su

taxi cuando le ha llamado tu doctora.—¿En serio?—En realidad no —y volvemos a

reír—. Fui su pasajera anoche y me dejéel móvil en su taxi. Esta mañana se leolvidó en casa y ahora íbamos caminodel Bronx para que yo pudierarecuperarlo. Pero llamó la doctora (queesa parte sí que es cierta). Al parecerestá preocupada porque no quieresfirmar algún tipo de consentimiento…

Lo dejo caer con sumo cuidado porsi se enfadara y me lanzara las mismasmiradas y furias por la boca que suhermano, pero, aunque su semblante seensombrece ligeramente, no noto que se

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le lleven los demonios por miintromisión en su vida privada.Definitivamente, se parece bien poco asu gemelo.

—No sirve de nada y ya estoy hartode tantas pruebas y tantas tonterías. Micuerpo está cansado y mi ánimo ya seestá quedando sin ganas de seguirluchando.

—¿Lo dices en serio? —casi le gritoprofundamente enojada.

Él me mira, ahora sí, como si fuerauna loca de las de encerrar en algunainstitución y lanzar la llave al río. Vale,me he pasado de exclamativa, pero esque me parece inconcebible esepensamiento en un chico de… ¿qué séyo? ¿Treinta años? ¿Treinta y dos?

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—Debería ser pecado, y de losgordos, tirar la toalla con tu edad. Pormal que estés, por dura que sea laprueba que estás atravesando, siemprehay que recibir los embates de la vidacon determinación, con furia, con unarrebato de coraje… Hay

que ser fuerte más allá del dolor ydemostrarle a la enfermedad que no tedefine, que no te maneja, que no es ellaquien dicta las reglas del juego en tuvida. No le dejes, porque entoncesestarás muerto, aunque sigas respirando.

Me quedo sin aliento tras mi alegatoen contra de rendirse, en el que apenashe

respirado y he notado cómo la rabiame tomaba entera y era ella quien

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hablaba pormí. No sé muy bien qué me ha

llevado a soltarle ese discurso lleno dealgo que ni

siquiera me atrevo a definir, peroque se parecía mucho a la pasióndesmedida que

me invadía cuando tocaba el violín oel piano a los dieciséis años.

Me cuesta volver a respirar connormalidad y, cuando lo consigo, veoque él me

mira con los ojos como platos y unaexpresión absolutamente indescifrableen su rostro. Me he pasado… lo sé.Creo que debería disculparme ylargarme de allí para evitar que la furiade este hermano y del que no está aquí

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ahora mismo, me alcancena la vez y me dejen fulminada.Me levanto despacio con la

intención de disculparme, cuando veoque Patrick me

mira con la misma expresión de suhermano desde la puerta de lahabitación. Ni siquiera me había dadocuenta de que estaba ahí… no sé cuántohabrá escuchado, pero desde luego meacabo de cargar otra oportunidad de queme trate bien de aquí a que logrerecuperar mi preciado teléfono móvil.

—Lo siento… de verdad que losiento —y trato de salir de la habitaciónsin posar mis ojos arrepentidos enninguno de los dos.

Cuando llego al pasillo, casi corro

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de camino al ascensor, consumida poruna pena que no sé muy bien cómocalificar. Y es que la actitud derrotistade ese chico se me ha clavado de algunaforma en el alma y me acompaña en mihuida del lugar

de los hechos. Nunca me heenfrentado a la enfermedad y la muerte,gracias a Dios,

porque en mi familia hemos tenido lasuerte de estar todos bien. Pero Jo, miquerida

y preciosa hermana Jo, es víctima dela misma conducta derrotista cada vezque pierde a uno de sus bebés nonacidos, y supongo que me da mucharabia que se rinda tan pronto cada vez ysolo piense en dejarse llevar por la pena

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infinita que amenaza con consumirla. Yhe visto un poco de Jo, de su fragilidadante la lucha, de sus ganas de tirar latoalla y no seguir intentando ganar lapartida en ese chico de la habitación346.

—Espera, por favor.La voz de Patrick ha sufrido un

cambio radical y me habla con suavidady calma

cuando se acerca a mí mientrasespero el ascensor.

—Lo siento mucho —repito sinlevantar los ojos del suelo.

Llega a mi lado y permanece junto amí sin decir mucho. Supongo que nosabe ni

qué decirle a la loca que acaba de

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gritarle enfervorecida a su hermanomoribundo.

—Gracias.Y mi corazón da un vuelco brutal

dentro de mi pecho al oírle esa simplepalabra.

Levanto la vista y la clavo en susojos claros y llenos de una emoción quehasta entonces nunca le había visto.

—¿Gracias? Acabo de gritarle a tuhermano. Acabas de confirmar la teoríade que estoy como una regadera… no tecortes, puedes seguir con tu actitudhostil, me lo merezco.

—Te mereces mi gratitud. Yo jamásme atrevería a hablarle así, aunque lopienso

cada vez. Lo pienso cada día, cada

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vez que entro en esa habitación o susdoctores me llaman porque no puedenconseguir que firme los papeles paraalguna prueba o alguna intervención.Cada vez que se pone en huelga dehambre o alguna chorrada

de esas porque ha decidido que yanada vale la pena… cada vez que sedeja llevar

por la vida que pasa ante sus ojosahí encerrado o vomita hasta el aireporque la quimio le arrebata hasta ladignidad más básica.

No sé qué decir… se hatransformado en una personadesconocida. Ha aparcado

al ser gruñón y enfadado que hastaahora había sido su única carta de

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presentación yha dejado salir al chico que sufre

por su hermano, el que se sienteimpotente ante su

enfermedad. Y me gusta mucho máseste, aunque lo tenga condenado enalguna parte de su mente y lo deje salirsolo de vez en cuando.

—Declan tiene leucemia y ya no lefunciona ningún tratamiento de los quehan intentado. Su única esperanza es queencuentren pronto a alguien cuya médulasea compatible. También nos vale si leseleccionan para un tratamientoexperimental que están llevando en laClínica Mayo, pero eso es casi tandifícil como lo primero.

—Lo siento mucho —repito por

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tercera vez—. Si hay algo que yo puedahacer…

Me mira resignado, como dándose éltambién por perdido. Y, aunque misangre

vuelve a bullir con cierto enfadoante esas actitudes que creo que ayudanpoco al enfermo, decido mantener laboca cerrada y no volver a dar laimpresión de energúmena desatada, pormás que él justo me esté agradeciendoque lo haya sido.

—Has hecho mucho. Estoyconvencido de que Declan va a firmarlos papeles

después de tu discursito motivador.—Oye, de discursito nada. Señor

discurso que me he marcado, de los que

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hacenépoca.Se ríe bajito y sus labios, curvados

en una de las escasísimas sonrisas quele he

visto esbozar, hacen que parezcamuy joven y vulnerable. Dan unas ganaslocas de

abrazarlo y ayudarle a digerir eltrago amargo de tener a su hermano enese hospital.

Apenas sé nada de la leucemia, perosí sé que es una enfermedaddevastadora, lenta y horrible que te varobando la vida poco a poco, a menosque encuentres un donante compatibleque te regale la vida a cambio de nada.No tiene cura salvo ese

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trasplante de médula y su pronósticosuele ser bastante malo en la mayoría delos casos, sobre todo si tiene alguna delas numerosas complicaciones que lasuele acompañar. Sé esto básicamentepor algunas pelis con personajes conesta dolencia, porque yo suelo sacarmuchos de mis conocimientos de laspelis y los libros que

me gusta devorar. Elegir un amor oUn paseo para recordar son algunas deesas películas con las que, además dellorar, puedes aprender algunas cosasimportantes sobre la fatalidad y durezade esta horrible enfermedad.

—Oye, si necesitas quedarte, ya medevolverás el teléfono otro día. Tepuedo dar

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la dirección del trabajo, o sabesdónde vivo.

Lo que menos quisiera ahora esapartarlo de su hermano que, sin duda,tendrán

cosas que hablar tras la negativa asometerse a las pruebas que le tendránque hacer

mañana y mi arrebato pasional. Mesentiría completamente mezquina si leexigiera

cumplir con su palabra de llevarmea su casa para recuperar a mi mejoramigo. Y

aunque me da mucha rabia, porque aveces soy un ser egoísta, quedarme otrodía más sin consultar mis mensajes yjugar a mis juegos chorras, sé que mi

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deber es apartarme y darle la salidafácil. Se lo debo, sobre todo, por lafaena que le hice anoche.

Pulso el botón del ascensor mientrasespero su respuesta, porque él sigue sincreerse que la loca que se atrinchera enlos taxis fuera de servicio y grita amoribundos con cáncer, vaya a regalarlela posibilidad de librarse de ella así defácil, pese al compromiso previo entreambos.

—Mañana acabo mi turno a lamisma hora. ¿Te parece que te acerque acasa tu

teléfono sobre las seis y media de latarde?

—Me parece fantástico. Descansa ydale un abrazo a tu hermano. Yo creo

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que ahora mismo necesita algo de eso. Ytú. Tú quizá lo necesites más que él. Porcierto, me llamo Miriam.

Y como soy muy teatrera y justo seha abierto la puerta del ascensor, hagomi salida de escena como una diva delteatro clásico: sin mirar atrás.

Capítulo 5

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Sing for Absolution

Hay pocas cosas que odie más en mivida que madrugar un lunes por lamañana. Sin

duda, una de ellas es madrugar unlunes por la mañana y no tener miteléfono a mano para consultar lostrending topic, en Twitter, o mi perfil deFacebook en busca de notificacionesjugosas, mientras desayuno o me lavolos dientes.

Diana aún duerme, a juzgar por supuerta cerrada a cal y canto y sus cosasdesparramadas por el sofá. Hace como

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una semana que no coincidimos y, en elfondo, hace que me sienta como siviviera sola. Este arreglo de compartirpiso con alguien invisible es lo mejorque me podía pasar.

Me arreglo rápido y cojo mi mochilahabitual, donde meto un táper con algopara comer a media mañana y un zumode naranja. Me abrocho mi casco rosacon pegatinas de Rainbow Brite ydescuelgo del gancho de detrás de lapuerta de la entrada mi bicicleta. Es unrollo subirla a cuestas tres pisos cadadía, pero no me fío si la dejo en la calle,por mucho candado que le pongaSiempre me ha gustado desplazarme enbici, desde que, a los cinco años, mi tía

Betsie me regaló la que Cora había

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dejado de usar porque se le habíaquedado pequeña (en realidad le seguíavaliendo, pero se había encaprichado deuna con los radios de colores y una cestaenorme de color fucsia, y como era hijaúnica, pues la

tenían muy consentida). Fue miprimera bici y, de algún modo, laprimera sensación

de libertad que probé… pedaleandopodía ir a muchísimos sitios y descubrir

lugares nuevos.Ahora, con veintisiete años, me

conformo con llegar al trabajo a unahora

prudencial sin ser arrollada por unautobús.

La oficina de LemurApps, nuestra

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pequeña y recién creada compañía, estáen el

corazón de Hell's Kitchen, un barrioque cada vez me gusta más. Aunque laoficina

no me gusta, de hecho, la detesto contodas mis fuerzas, pero es, ahora mismo,lo

único que nos podemos permitir sinirnos lejos de las zonas comercialesválidas de

la ciudad. Kevin y yo tuvimos quehacer de tripas corazón y pedirle anuestro padre

que nos avalara para el alquiler,dado que no teníamos ingresosdemostrados aún por ser un negocio denueva creación. El propietario, un tal

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Nicholas Kriev, nos sometió a unauténtico tercer grado y nos exigió unacuenta corriente saneada y al día contodos los pagos de impuestos. ¡Habrasevisto! Un tipo que parecía sacado de

Los Soprano tratándonos a nosotroscomo personas de poca confianza. Loque ha cambiado Nueva York...

Tanto mis hermanos como yo somosde natural independientes y nos cuestaun

mundo eso de pedir dinero en casa.Incluso Kevin, que con dieciocho añosno tiene que demostrar aún nada a nadie.Mi padre tiene dinero para aburrirgracias a sus novelas, pero el acoso delseñor Kriev ha sido la única razón entoda mi vida adulta en la que le he

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tenido que pedir un aval para podersacar adelante nuestra pequeña

empresa.Justo en el 675 de la Décima

Avenida hay un restaurante mejicanogenial llamado

Añejo. Es un sitio que me encanta.Tiene clase y está decorado con maderay ladrillo

visto. LemurApps está justo sobreél… en el cuarto piso del edificio máscutre y feo

de la zona, exactamente lo que noesperarías tener sobre una cantinamexicana elegante.

Hoy, sin embargo, entro en nuestropequeño antro de trabajo y pienso demanera

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diferente. Me acuerdo de Declan ensu habitación de hospital, tan cómoda,moderna

y bonita y creo que esta oficinadesconchada y horrible es un lugarmucho mejor para estar. Porque almenos yo puedo bajar a dar un paseo alparque de enfrente y llenar mispulmones de aire. O puedo tomarme uncafé en el Añejo, a solo cuatro

plantas de distancia, pero un mundode diferencia con este oscuro lugar. YDeclan

no puede. Y eso hace que valore aúnmás las cosas que tengo y las ponga enperspectiva.

Narek, por supuesto, ya está sentadodelante de su ordenador cuando llego.

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No importa lo mucho que yo madrugue,él siempre llega antes. A veces creo queno se va a casa por las noches. Narek esel mejor amigo de Kevin, es un friki decuidado,

pero un auténtico genio de laprogramación y todo lo relacionado conla

informática, en todas susramificaciones. Es el arma secreta deLemurApps y la principal razón por laque entré de cabeza en este locoproyecto al lado de dos adolescentesque no llegan a los veinte años.

—Narek, dime dónde te ponemos lacama y ya trasládate… total, para lashoras

que pasas en tu casa no sé si te

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merece pagar el alquiler —le digodejando sobre su

mesa un café solo con mucha azúcarque he pillado de camino. Esta semanayo traigo los cafés.

Me mira con su cara risueña yoscura. Su familia es de Armenia y él esla primera generación que ha nacido enlos Estados Unidos y ha cursadoestudios universitarios. A su edad,Narek ya tiene titulación de ingenieropor la Universidad de Columbia, en laque ingresó con catorce años. Unauténtico niño prodigio. Es un

poco tímido, pero siempre luce unasonrisa franca e inocente en sus labios.Según

Kevin, suspira de amor por mí, pero

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yo no acabo de creérmelo y, aunque asífuera,

supongo que algún día conocerá a lachica adecuada y se olvidará de lascosas que

le gustaban a los dieciocho años,como hemos hecho todos.

—¿Puedo confesar que ya lo habíapensado? —dice guiñándome un ojo y

volviendo su vista de nuevo a lapantalla.

—Al menos dime que no todo estrabajo… dime que también chateas conalguna guarrilla o que participas enjuegos de rol o en cosas de esas quehacéis los frikis modernos.

—Te garantizo que no todo estrabajo… pero como de todo se

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aprende, muchode lo que hago aquí y no es trabajo,

luego nos sirve para el trabajo.—Narek, necesitas una vida.Se ríe abiertamente y se vuelve a

colocar los enormes auriculares que seha quitado al verme entrar, y retoma loque estuviera haciendo antes de millegada. Me gusta este chico… esagradable que te reciban en la oficinacon una sonrisa y un buenos díasanimado.

Con un mono increíble, enciendo miordenador y me conecto con la vidavirtual

a la que le di la espalda hace ya 36largas horas. Qué gusto volver a ver miperfil de Facebook con treinta y seis

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notificaciones esperando a que lascompruebe una por una. Qué maravillasaber del mundo vía Twitter, o esperarcon ganas a que se abra

la página del correo electrónico,incluso la del corporativo.

Precisamente en este último meespera un correo que hace que elcorazón me pegue un brinco y me robe elaliento por un momento.

Para:[email protected]

De: [email protected]: ¿Quién te quiere a ti?¡Mi niña bonita!Tenía muchísimas ganas de poder

escribirte y darte buenas noticias ¡ypor fin puedo hacerlo!

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¿Te acuerdas cuando hablamoshace tres o cuatro semanas en nuestrareunión de

chicas, y dijiste que necesitabasuna oportunidad para demostrar quehabías elegido bien al dejar laeditorial y haberte embarcado en laaventura de LemurApps? ¡Pues te heconseguido la oportunidad!

Y ni te imaginas cómo te llega, miquerida Miriam… será el propio jefe alque dejaste el que te la va a dar, si lesabes convencer, eso sí.

Saul Coleman está buscando entraren el mundo 3.0 para situar a ColemanAnd

Asociated Publishing en este siglode una vez por todas. Así que necesita

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ideas, sobre todo ideas, y también quese las conviertan en realidades, y queasí la editorial complete el triple saltomortal que ya dio cuando ambastrabajábamos allí y decidió apostarpor ser una empresa moderna,innovadora y abierta.

Bueno, al grano. Que te espera elmartes de la semana que viene a las11,30

horas. Y que está muy receptivoporque yo me he encargado de contarletodas las maravillas de las que tú, yesos dos adolescentes con los que tehas asociado, sois capaces de crear.

¡Aprovéchalo bien! Que quiero quetriunfes… ya me lo cuentas, que espero

impaciente.

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¡Mil besos!Te quiereMartinaP.D. Espero que estés cuidando bien

de mi casa… jejeje¡Martina! La chica con el corazón

más grande del planeta, la trotamundos,la reflexiva, el alma del grupo de losviernes… ¡Cómo la echamos de menos!A veces la vemos vía Skype y, cuandotenemos suerte, aparece en persona paratomarse un

cóctel con nosotras en Antoine's,como hace unas semanas, cuando leconté mi locura transitoria al dejar laeditorial por esto que tengo ahora.

No me puedo creer que hayaintercedido ante el jefazo de Coleman

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andAsociated para que acceda a tener

una reunión con nosotros. La abrazaríaahora mismo si no estuviera en la otrapunta del mundo. ¡Dios, cómo la echo demenos!

No puedo contener mi alegría, y doytres vueltas sobre los ejes de mi sillagiratoria mientras suelto pequeñoschillidos de emoción. ¡Por fin unaoportunidad para postularme a algogrande! Narek me mira como si fuera deotro planeta y me

interroga con sus ojos negrosabiertos como platos.

—Vas a romper la silla y no tenemosdinero para reponerla —oigo a miespalda

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la voz divertida de mi hermano.—¡Chicos! —grito desaforada—

¡No os lo vais a creer! En una semanatendremos la oportunidad de

enganchar un cliente enorme… ¡Dios!¡Es que no me

lo puedo creer!—¿Quieres tranquilizarte y

contárnoslo, tía loca?Les cuento el contenido del correo

electrónico de Martina y nos ponemos aelucubrar maneras de adelantarnos a

lo que nos puede pedir… tenemosmucho que

preparar, ¿Quiénes iremos a lareunión? ¿Vamos como si no supiéramosnada?

¿Estudiamos el mercado en

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profundidad? ¿Pensamos solucionesinnovadoras o nos

quedamos más en el terrenoconocido? ¡Madre mía, qué locura! Yhablando de madre… ¿Qué tal estará lamía después del bombazo de ayer?

—Kevin, ¿mamá y Judy ya estánmejor?

—Creí que ibas a llamarla ayerdespués de recuperar el teléfono.

—No lo recuperé al final, y nopreguntes… larga historia. Se suponeque hoy sí

podré hacerme con él. ¿Están bien oqué?

—Llámala, anda…Me lo dice con el semblante serio y

me temo lo peor. Si mi madre se viene

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abajo,esa casa se desmoronará entera.

Porque mi madre será lo que tú quieras,pero si de

algo estoy segura es de que es elauténtico pegamento que nos mantiene atodos unidos, en pie y con una sonrisabailándonos en los labios.

—Mamá… ¿qué tal estás? —lepregunto nada más que la oigo al otrolado de su

teléfono móvil.—Estoy bien, hija —asegura sin

mucha alegría en la voz—. ¿Te he dichoya que

odio con toda mi alma a LucindaConnor?

—Mamá, ¿qué esperabas? ¿Acaso

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creías que iría a tu casa como uncorderito al

matadero, para que la sonsacarasdetalles del divorcio de Tessa, y que sefuera a ir

sin más? ¡No me puedo creer queseas tan ingenua con todo lo que conocesa esa mujer!

—Desde luego que la conozco, peroayer su mezquindad sobrepasó un límiteque

no estoy dispuesta a perdonarlejamás.

—Eso ya lo has dicho antes y se teolvida fácil —intento recordarle suserrores

pasados— Por cierto… ¿Y Judy?¿Cómo está ella?

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Un silencio clamoroso, nada habitualen mi madre, parladora compulsiva,sigue

a mi pregunta. Y no sé por qué, peroel corazón se me encoge un poquitodentro del

pecho y presiento que mi madre nolo está pasando bien ahora mismo. Y,aunque por un instante pudiera pensarque le está bien empleado, enseguidarecuerdo que es mi madre, y la lealtadpara con ella es, y será siempre,inquebrantable.

—Dice que está bien —dice sinmucho convencimiento.

—¿Y lo está?—Pues yo creo que no. Creo que no

le ha gustado enterarse por Lucinda ni el

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que yo haya dado por hecho que lovamos a hacer sin tan siquiera hablarloantes.

Hija, no me costaba nada montarleuna proposición como Dios manda antesde mover las cosas… pero ya ves cómolo he estropeado por no seguir el ordenlógico. No sé ni cómo hablar con ella,me mira como si no me conociera.

Me puedo imaginar de qué habla mimadre. Cuando Judy se enfada, jamásgrita o

monta una escena como hacemos laschicas Blake-Milton… no, ella es másde

envolverse en una coraza deadamantium y aislarse del mundo,condenándote con su indiferencia y su

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desdén mudo. Ahora sí que mi madre meda mucha pena… esto le va a pasarfactura.

—Dale tiempo… quizá no le duremucho —la aconsejo sin mucho

convencimiento.—Otra cosa no puedo hacer… la

verdad —se queja con un hilo de vozverdaderamente alejado de los

modos y las formas de mi madre—, ledaré espacio.

—Mamá, no pienses mucho en ello.Y ya sé que en tu caso es difícil, pero,no sé,

ocupa la mente en algo: sal más conlas chicas del coro, ve a jugar al golfcon papá

o lleva a Jo de compras...

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—Las chicas del coro me hananimado para que me presente a unconcurso de talentos… quizá les hagacaso —dice tras meditar un rato. Y no sési alegrarme de que me haga caso oecharme a temblar por haberla animadoa cometer alguna de sus locuras sinvuelta atrás.

—¡Estupendo! —exclamo confingida emoción —¿Ves? Ya tienes cosasque hacer para no darle muchas vueltasal asunto de Judy hasta que ella quierahablar y podáis solucionarlo. Y, mamá…por favor, dale espacio si es lo quenecesita. Que nos conocemos…

—No sé a qué te refieres —diceofendida— yo amo a Judy y si ellanecesita espacio soy perfectamente

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capaz de dárselo sin que me cuestionéis.Eres igual que tu hermano… al menospensé que él, con su sensibilidadespecial, me entendería…

Ya estamos otra vez con el genhomosexual de Kevin. Esta mujer es queno se cansa nunca de soltar susocurrencias, sin pensar en lasconsecuencias. Si llego a poner elmanos libres, cosa que he estado tentadade hacer para poder seguir a la vez quehablo con ella mis notificaciones deFacebook, Narek se habría empezado ahacer preguntas sobre esa supuestasensibilidad de mi hermano sobre la quemi madre le gusta tanto hablar.

—Mamá, voy a colgar que tengomucho trabajo. Nos vemos el domingo y

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ya mecuentas qué tal va todo.—¡Miriam, espera!—¿Sí? ¿Qué se te ha olvidado?—No, es para que no se te olvide a

ti… el jueves, las citas, que no meentere de

que lo has dejado pasar, ¿eh?—¡Qué pesada! Imposible dejarlo

pasar, que ya te has encargado deengatusar a

Cora y a esa sí que es difícil decirleque no cuando se le mete algo entre cejay ceja.

—Pues me lo cuentas el viernes.Con detalles —dice con la voz bastantemás animada y cuelga tras darme milconsejos sobre cómo gustarles a los

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hombres.Habla la experta lesbiana… ¡joder

con mi madre!*****

Llego a mi casa alrededor de lascinco. Ha sido un horrible lunes detareas acumuladas y organización en elque tanto Kevin como Narek han pasadobastante de mí. A veces me siento más laniñera de dos adolescentes que latrabajadora responsable miembro de unasociedad a tres bandas, donde todostenemos el mismo grado deresponsabilidad. Hago mía la sabiafrase “quien con niños se acuesta,mojado se levanta” y procuro hacerlesver que todos somos iguales en esebarco.

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Creo que me costará mucho hacermecon esta situación, acostumbrada como

estoy a trabajar siempre en unequipo, subordinada a algúnresponsable. De pronto,

tengo veintisiete años y soycopropietaria de una empresa, estoyrodeada de dos chavales de dieciochoaños, dos chavales que son auténticosgenios, pero que viven en un mundodiferente al mío por mucho que yointente meterme en su 'onda'. Y

aunque sé que me llevaré mi dosisde frustración en algunos momentos, nopuedo

dejar de sentir que, en todomomento, tomé la decisión acertada aldejarme arrastrar por Narek y mi

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hermano. Y eso tiene que valerme ahora,cuando me encuentro cansada de ser laadulta responsable y lo veo todo unpoquito más negro que cuando dejé laseguridad de Coleman and AsociatedPublishing.

El problema radica, sobre todo, enque mis dos pequeños socios solodisfrutan

con sus programaciones y susproyectos, sin importarles nada quién ycómo se consigan esos proyectos. Ycomo ese trabajo recae exclusivamenteen mí y yo odio la gestión comercial, deahí mi enfado conmigo misma. Quizádeberíamos

plantearnos contratar a alguien paraque nos consiguiera los clientes y así,

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todos, dedicarnos a lo que de verdad senos da bien.

Saludo la comodidad de mi hogarmientras me preparo un expresohumeante en

mi cafetera pija y pongo música atodo volumen (bueno, al volumen másalto que

me permiten mis vecinas del cuarto,las curiosas hermanas Tillman).Mientras canto

con Matt Bellamy las estrofas deSing for Absolution de Muse, me quitola ropa y me doy una reconfortanteducha que se lleva todos mis enfados ymal humor a un lugar del que, espero, noregresen hasta mañana.

Para las seis estoy bajando las

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escaleras para esperar al taxista másborde todo Nueva York y abrazar, porfin, a mi pequeño gran amigo, mi móvilperdido al que tanto he echado demenos.

—Hueles muy bien —la voz de Paul,el hijo de la casera, me saca una sonrisacuando llego a la puerta del edificio.

Me gusta mucho mi vecino Paul, meparece un osito de peluche, tan gordito ytan

bonachón. No hay que olvidar que, aveces, tiene algo de mala leche, no envano es

hijo de la mujer más desagradabledel planeta, pero casi siempre te dedicaunos cumplidos la mar de agradecidos.

Su madre, la señora Martinelli, es

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mi casera y la pesadilla de todos losinquilinos

del 87 de Bleecker Street. Martinaya me aleccionó sobre no dejarmeintimidar por

ella, pero reconozco que a mí mesigue causando un miedo atroz cruzarmecon ella

en la escalera y ser víctima dealguna de sus rabietas estúpidas.Prefiero a Paul y su alma cándida denueve años encerrada en un cuerpocuarentón, mil veces antes que a sumadre.

—¡Paul! ¡Qué alegría verte! —exclamo con una sonrisa— ¿Vas a haceralgún

recado?

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—No, solo voy a vigilar la esquina,no quiero que entren criminales en estacasa.

Bien pensando… qué mejor manerade sentirme segura que sabiendo quePaul

está haciendo guardia paragarantizar que ningún criminal entre ennuestra casa. Sé

que está obsesionado desde que viocómo un atracador les robaba a Martinay a su

amigo Onur, así que no le hagocambiar de opinión ni le saco de suidea. Le gusta

ser el defensor del barrio y nunca sele olvida que fue él quien hizo huir al

atracador con sus gritos la otra vez.

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—¿Vas bien protegido? Mira que espeligroso…

—¡Claro! Tengo mi walkie-talkiepara avisar a mamá y también mi sprayanticriminales.

—¿Tienes un spray de pimienta? —pregunto alarmada— Mucho cuidadocon

eso, ¿eh, Paul? Puedes hacer daño sino compruebas bien que no se trata dealguien

con malas intenciones.Me mira como si le hablara en otro

idioma y se va moviendo sus casi cienkilos

de peso, hasta situarse en la esquinacon Broadway. Allí se queda paradomuy tieso,

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en una pose como al acecho, queseguro disuade a cualquier malhechorque tenga a

bien acercarse a sus dominios.Me acomodo en las escaleras de

entrada de mi edificio, abrigada con miplumas

color rosa chicle y mis orejeras ajuego. Empieza a caer la noche y hacebastante frío. Espero que no se retrasecomo ayer o pasaré a formar parte de ladecoración de la escalera en forma deestatua congelada. Mientras escucho unaplaylist relajante en mi iPod y me hago ala idea de que pronto tendré mi móvilentre las manos, veo que un taxi se parajusto delante de mi casa y de él se bajami huraño amigo.

Page 245: Juntos somos invencibles

—Hoy no me he retrasado, no tepuedes quejar.

—Buenas tardes a ti también,simpático —le saludo con una sonrisaen los

labios, aunque él no hace ni un solointento de ser cordial.

O sea, que viene otra vez demalhumor y me va a tocar aguantarle. Aver si consigo que me dé el teléfono ypuedo perderlo de vista de una vez parasiempre.

—No son muy buenas tardes quedigamos…

—¿Qué te pasa hoy? ¿Más niñatosque van a conciertos y locas que se tecuelan

en los taxis?

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Me mira sin captar mi humor o sinquerer hacerlo. Y veo, cuando me fijomás

detalladamente en su rostro, quetiene un aspecto bastante lastimero, conunas enormes ojeras en el rostro y loshombros cargados, como si soportarantodo el peso del mundo. Debo relajarmecon él porque creo que necesita unrespiro, así que aparto de mi mente misganas locas de darle caña y le sonrío denuevo con gesto amistoso.

—Lo siento, perdona. Se te vecansado. ¿Quieres subir a tomar un café?Tengo

una cafetera de esas pijas queanuncia George Clooney que hace uncafé que sabe y

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huele de maravilla.—No puedo tomar café, solo me

faltaba no pegar ni ojo al llegar a casa.—Tengo un ristretto descafeinado

que te va a quitar todas las penas. Andasube, que así te doy las gracias por todo,por secuestrar tu taxi y por los paseosque te has dado para devolverme a mipequeño… Lo has traído, ¿verdad?

Lo digo con una ansiedad en la vozque delata mi mono de móvil y redes

sociales… ¡qué ganas de abrir miWhatsapp y ponerme como loca acotillear con las chicas y con Cora! Memira un instante como sopesando laposibilidad de entrar en la guarida de laloca roba-taxis y grita-enfermos, y yoacentúo mi sonrisa más acogedora y

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dulce para que de su cabeza se vayacualquier idea de tía pasada de roscaque pueda tener de mí.

—Está bien, pero rápido. Aún tengoque pasar por el hospital —dice

entregándome un paqueteprimorosamente envuelto y que,supongo, contiene mi

teléfono.Me sigue escaleras arriba, mientras

me pregunto si él se ha tomado lamolestia

de envolver el bulto que ha dejadocon cuidado en mis manos, y en cómoeso no me

cuadra para nada con la idea quetengo de él. Me reprendo a mí mismapor sacar conclusiones precipitadas y

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haberle tenido por un chico rudo ybrusco todo el rato… aunque él y susmodos no den a entender mucho más queeso.

Le indico un sitio en el sofá cuandoya estamos en mi casa y me dirijo a lacocina

para preparar dos cafés calentitos.Intento buscar entre mis escasasprovisiones alguna pasta de té o algunagalletita resultona. Qué poco me parezcoa mi madre, a quien jamás pillarás en unrenuncio en lo que a protocolo serefiere. Tristemente consciente de loexiguo de mi oferta repostera, meinclino por alegrarle el café para que selleve un mejor recuerdo.

—¿Te pongo whisky en el café?

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—¿Es algo que le preguntas a todastus visitas o solo a los irlandeses que sesientan en tu salón? —responde con muymalas pulgas y yo soy plenamenteconsciente de que, de nuevo, lo hejuzgado sin apenas conocerlo.

—Solo a ti… eres el único irlandésque conozco.

—Ya, bueno. Pues ahórratelo. No megustaría perder mi licencia por culpa deun

café cargado —y pone énfasis en lapalabra cargado—. Es mi trabajo y megustaría mantenerlo.

Quiero morirme de la vergüenzaahora mismo, porque ni siquiera hepensado en

que ha venido hasta mi casa

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conduciendo, y que deberá volver a lasuya de la misma

manera.—Lo siento, supongo que me he

dejado llevar por el tópico.—Ya… suele pasar —dice sin

ningún rastro de buen humor en suspalabras.

—¿Quieres algo que no sea whiskycon el café? ¿Galletitas?

—El café solamente, gracias.Alabado sea el Señor… menos mal

que no quiere nada, a ver de dóndesacaba yo

unas galletitas que no tengo y que losnervios me han hecho ofrecerle. Lomáximo

que podría sacarle es un trozo de

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pan tostado o unas galletas María de lomenos apetecible.

Vuelvo a la cocina, donde acabo depreparar los ristrettos envuelta en una

fragante nube de olor a café que meencanta. Podría vivir toda la vida en unlugar que oliera así y nunca cansarme…deberían comercializar un ambientadorcon este olor, sería una cliente fiel hastael fin de mis días.

Como la cocina y el salón estánprácticamente uno dentro del otro, elaroma a café inunda también la estanciadonde Patrick ocupa parte del sofá, y lopillo con los ojos cerrados inhalando elperfecto olor a café recién hecho.

—Huele bien ¿eh?Él asiente con el rostro menos

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contraído por el mal humor y me anotomentalmente este remedio rápido y

efectivo para borrarle el enfado, aunquesea solo un poco.

—¿Qué tal tu hermano? ¿se ha hechola prueba esta mañana? —le pregunto

sentándome junto a él.Noto que su mirada se dulcifica aún

más al hablar de su hermano. Está claroque

este sí es uno de sus puntosvulnerables y, aunque no quieroaprovecharme de ello,

me sirvo de su debilidad paraconseguir que se relaje del todo y dejeatrás la rigidez de hombros con la que seha bajado de su coche.

—Sí, y lo ha hecho con muy buen

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talante. Muchas gracias, la charla deanoche ha

conseguido que se olvide, al menosde momento, de esas tonterías de dejarde luchar.

Me sonrío interiormente y me alegrode verdad al oírle decir que su hermanoha

cambiado de opinión, al menos conrespecto a hacerse las pruebas. Algo esalgo…

—Son muy buenas noticias. Declanparece un buen chico, seguro que tiene

dentro un luchador.—Lo tiene, te lo aseguro. Pero ya

lleva mucho tiempo lidiando con esto yes normal que se desmoralice. Además,las opciones se nos están acabando…

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Siento oír eso. Debe de sertremendamente triste y frustrante nopoder ayudar a

alguien a quien amas y que seencuentra en una situación como esa. Yome imagino

a mis hermanos o a mis padrespasando por algo así y no sé siquieracómo afrontaría el día a día.

—¿Vuestros padres no están aquí?—le pregunto casi en un susurroprocurando

no molestarle con mi pregunta,quizá, demasiado personal.

—Nuestros padres no están ni aquíni en ninguna parte —dice con laamargura

tiñéndole la voz— estamos solos.

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Callo para no ahondar en la herida ynoto cómo el silencio se va haciendopegajoso e incómodo entre los dos. Séque hablar de ciertos temas no esaconsejable cuando no conoces a unapersona, y las complicadas relaciones

familiares es uno de ellos. Y miraque yo soy de natural curiosa, pero coneste chico

me estoy aprendiendo a contener, yalo conozco enfadado y no es lo másagradable

del mundo.Apura su café y hace ademán de

levantarse del sofá. No sé por qué, peroese gesto me llena de una tristeza que nosé cómo interpretar. Creo que le vendríabien quedarse un rato más, desahogarse

Page 257: Juntos somos invencibles

o descansar, lo que más necesitara, perono regresar ya a su dura vida, a susjornadas de taxi interminables o a esahabitación de hospital claustrofóbica.Quizá en casa se sienta acompañado,igual Regie le entiende y le escucha o, alo mejor, hay una novia por ahí quetambién lo sabe consolar. Pero

noto una alarmante falta de consueloen su mirada, y algo me dice que sesiente tan

solo como la taza de café vacío queacaba de depositar, con delicadeza,encima de

mi mesita de salón.—Debo irme —anuncia con la voz

apagada y ronca— se me hace tarde.—Muchas gracias de nuevo por

Page 258: Juntos somos invencibles

traerme el teléfono —le digo ya junto ala

puerta, a modo de despedida —mehas salvado la vida. Si hay algo quepueda hacer

por ti para recompensártelo…Me mira un instante a los ojos con

una intensidad que me eriza la piel.Esboza una media sonrisa que no llegahasta su mirada, y se inclina un pocohacia mí.

—En realidad sí hay algo quepuedes hacer por mí. Dos cosas, dehecho.

¿Dos? Sí que se cobra el favor elchico… en fin, yo me lo he buscado porbocazas. Le hago un gesto para que mecuente en qué está pensando.

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—Sé que esto es muy personal y noestás obligada, pero… ¿te importaría ira visitar a Declan alguna vez? —dicecomo con miedo, como si me estuvierapidiendo un millón de dólares o que leacompañara a conquistar la luna — Séque

se siente profundamente solo en esehospital y yo no puedo dedicarle tantotiempo

como me gustaría. Le caíste bienanoche… le gustaste mucho y sé que lealegrarías

la vida si fueras a verle alguna vez.Se me encoge el corazón dentro de

mi pecho. Su humildad al pedirme estefavor

para su hermano es algo del todo

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inesperado en él. Y me contengo lasganas de abrazarlo, porque a todas lucesse le ve tan mortificado por pedirmeesto y, a la vez, tan esperanzado de queacepte…

Le sonrío abiertamente y asiento conla cabeza, mientras noto cómo él serelaja.

—Ese favor será fácil de cumplir.Tu hermano también me gustó mucho. De

hecho, me gustó mucho más que tú—digo haciéndole sonreír plenamentepor

primera vez en toda la tarde— asíque lo haré encantada.

Me mira y siento toda la intensidadde sus ojos azules que me escrutan comosi

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intentaran leerme el pensamiento.Me intimida, pero, de algún extrañomodo, me siento halagada y hasta megusta. Dios, Miriam, estás fatal…

—¿Y el otro favor? —digocambiando el peso de mi cuerpo de unpie a otro para romper esta rarasituación que se ha instalado entre losdos— ¿Es así de fácil?

Vacila antes de hablar. Este no va aser fácil, intuyo, porque le cuesta eldoble contármelo.

—Pues verás… —comienzaarrastrando las palabras— Toco en ungrupo y este fin de semana tenemos unaactuación contratada. Es en el centro, unBar Mitzvah, y estoy en un pequeñoaprieto del que creo que tú podrías

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ayudarme a salir airoso.—Soy toda oídos —digo con

verdadera curiosidad.—El caso es que la fiesta la montan

los abuelos del chico, que estánforrados, pero son muy tradicionales,demasiado. Tenían varios grupos entrelos que elegir y al final se decantaronpor nosotros, pero a cambio de ir a lacelebración vestidos muy correctamentey de acudir yo con acompañante, porqueles he dicho que tengo novia.

—¿Quieres que te acompañe a unBar Mitzvah para que te haga de grupie?—le

digo con incredulidad.—Bueno, los abuelos estarán

encantados si aparezco acompañado

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porque minovia es, además, una chica judía. Y

ahí es donde tú me ayudas.—¡¿Qué?! —exclamo atónita— Pero

¿de dónde has sacado tú que yo soyjudía?

Soy católica episcopaliana, si tesirve de algo, aunque en realidad no soymuy de iglesias ni de religiones.

—Te llamas Miriam, ¿no?, o esodijiste, y ese es un nombre judío.

—Me llamo Miriam porque la locade mi madre estaba viendo Ben-Hurcuando

rompió aguas, y se quedó con elnombre de la madre de Charlton Heston,porque le

gustó en ese momento —le suelto de

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carrerilla—. Igual que mi hermana sellama Jo

porque a mi madre le dio por leersetodas las novelas de Louise May Alcottdurante

su embarazo, o mi hermano se llamaKevin porque, justo en el momento enque nació, le estaban dando el Oscar aBailando con Lobos. Ya ves, nadaprofundo, en mi familia la gente está unpoco tocada del ala, pero no somosjudíos.

Se queda descolocado del todo sinsaber qué decir a continuación.

—¿No conoces a más chicas judías?—Le pregunto con demasiada

condescendencia.—No conozco a más chicas. No al

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menos que estén disponibles. No tengomuchas amistades.—Me pregunto por qué será… —

ironizo sin poderlo remediar.—Bueno, pues entonces nada, ya se

me ocurrirá algo —dice y se da lavuelta, cabizbajo—. Ya nos veremos porahí.

Baja las escaleras con paso lento,ensimismado, supongo, con la idea dehaber pensado un plan que ha salidofallido. Me da una pena enorme verlobajar con ese aire de derrota y, sinpensarlo mucho, me lanzo a la piscina(pese a que no lleva demasiada agua).

—¿Te puedo valer, aunque no seajudía? Podría hacer de judía como sifuera auténtica…

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Y sí, ahí es cuando tenía que habermantenido la boca cerrada.

Capítulo 6

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Plug in Baby

—¿Que si sé lo que hay que hacerpara parecer una buena judía? —exclama mi prima Cora absolutamentepasmada—. ¿Qué clase de pregunta esesa?

Es jueves por la noche y mi primaacaba de llegar a mi casa. Notardaremos en

salir para ir desde aquí al localdonde tendrán lugar las citas rápidas aciegas, esas a las que mi madre nos haapuntado y que yo llevo temiendo todala semana.

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Y más ahora que he visto el aspectode Cora y solo tengo ganas de quedarmecon

mi pijama de felpa abrigadito ymeterme en la cama. Está ciertamenteespectacular.

Tiene una belleza singular, con losojos rasgados −herencia de su padreiraní−, los

labios carnosos y hoy de un rojopasión, una larga cabellera azabache quehace sombra a mis pobres ondas rubiasy un cuerpo de escándalo que sabe usarcomo nadie para provocar reacciones enlos demás. Si a eso le sumas una solturay una confianza en sí mismaarrolladoras, el cóctel es perfecto.Bueno, para ser perfecto deberían

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haberle colocado un filtro entre elcerebro y la boca, pero supongo queDios tampoco quiso pasarse y abusar,para no dejarnos a las demás mujeres ala altura del betún.

Hoy, claramente, ha venidopreparada para la caza. Si hubieraalguna esperanza

para mí de pillar a algún hombreesta noche, como desea mi madre, sedesvanecería

en el mismo instante en que mi primase pasease por delante de cualquiermacho del

local. Lleva un mono negro ajustadoen el pecho y los tobillos, con unostacones de

infarto y su preciosa melena suelta.

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Su maquillaje es agresivo, de mujer quesabe lo

que quiere, que sabe cómo gustar yarrasar. Otra noche de triunfo paraCora, pienso divertida mientrasrevuelvo en mi armario en busca de algodecente que ponerme.

No envidio a mi prima por suprivilegiado físico, aunque sí tengo queadmitir que ojalá se me pegara algo deesa seguridad arrolladora que hace quesiempre consiga todo cuanto sepropone… con lo indecisa y pococonstante que soy yo en la mayoría delos casos. Reconozco que su compañíame ayuda muchas veces a vencer

mis propias indecisiones, pero, amenudo, también es la traba que me

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impide avanzar en determinadassituaciones.

—Pues es una pregunta como otracualquiera —contesto sin comprender el

asombro de mi prima— Me heempollado de cabo a rabo todo lo querecomienda

www.serjudio.com pero me da lasensación de que, por mucho que asimiletoda esa información, nada sería tanbeneficioso como saber de primeramano cómo ser una buena judía. Yasabes, si tuviera a alguien a quienpreguntarle mis dudas y que me

explicara las cosas que no llego aentender…

—Pero ¿para qué narices quieres túsaber cómo ser una buena judía? —

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pregunta sin apartar de su rostro unaestupefacción difícil de disimular.

—Es una larga historia…—Tenemos tiempo de sobra si nos

atenemos al estado actual de tupreparación para salir… si ni siquierahas elegido aún qué te vas a poner.

Miro frustrada todo el contenido demi armario, desplegado entre la cama yel suelo de mi habitación, mientras miprima, muy cómoda, espera respuestas atodas las cosas sin sentido que le estoycontando sobre el judaísmo.

—Debo saber ser buena judía parael sábado y no tengo ni idea —le digo

cogiendo un vestido rojo bastanteresultón, que me hace parecersofisticada, pero sin pasarse.

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—Normal que no la tengas… lo máscerca que has estado de ser judía fuecuando

te viste del tirón toda la filmografíade Woody Allen por el tonto aquel quete gustaba en el primer año deuniversidad.

Ah, sí… lo recuerdo. Qué bobadasse pueden llegar a hacer paraimpresionar a

un chico de último curso, cuandoeres una novata en una universidadtécnica llena

de tipos raros y antisociales y, derepente, se te pone a tiro el másinteresante de todos los alumnos (y porinteresante quiero decir el menos frikide los alrededores). Esa oportunidad no

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se desaprovecha, y si tienes quecomplacer su ego

viéndote veinticinco películas deWoody Allen en siete días, concontinuos parones

donde te dan cumplidasexplicaciones plano por plano, pues seven. Claro que sí.

Cierro la cremallera del vestido rojoy me miro en el espejo. No está mal,aunque aún me falta mucho para estarperfecta. Así como Cora esabsolutamente despampanante ypreciosa, yo tengo una belleza másclásica: mi cuerpo no tiene muchascurvas −mi hermano me dice que mequedé anclada físicamente en los catorceaños−, mi cabellera es salvaje y llena de

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tonos diferentes de rubio y mis rasgosson los de una dulce niña buena, de esasque no han roto un plato nunca en suvida: facciones suaves, ojos azules ylabios pequeños. Sé que no puedocompetir con la espectacularidad de miprima, pero con un poco de maquillaje yel vestido adecuado, sé que esta nochetambién puedo tener mi público.

—¿Me quieres explicar de una vezde qué va todo eso de ser judía? —exigeCora

harta de no enterarse de nada—Llevas diciendo tonterías desde hacediez minutos y

ni siquiera me cuentas a qué vieneesta obsesión repentina que te ha entradopor el

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judaísmo.Y se lo cuento. Con pelos y señales.

Desde su abandono después delconcierto de

Muse hasta la visita de Patrick dellunes, pasando por mi móvil perdido, suhermano

enfermo y la extraña petición dehacerme pasar por su piadosa noviajudía en el Bar

Mitzvah del sábado.—Estás fatal, Miriam… —dice

como con pena mientras mueve lacabeza de un

lado a otro—. Dime que lo hacesporque el tío te gusta y te lo quieresligar. Al menos dime eso.

—¿Qué dices? —grito

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escandalizada con la idea que Corapretende colocarme

en la cabeza— No todas somoscomo tú, no todo el mundo busca algocada vez que

decide ayudar a otra persona.—Entonces es por el hermano

moribundo… te sientes con laobligación de

ayudarle porque tiene un hermano alborde de la muerte.

Cora es así de categórica,melodramática y desconfiada. Necesitabuscarle un porqué a todo porque ellanunca ha hecho nada sin esperar nada acambio.

—Me siento en la obligación deayudarle porque necesita ayuda. Porque

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él me ayudó −es verdad que obligadoporque no me quise bajar de su taxi−cuando necesité que me trajera a casa, yporque me da rabia que, si puedo haceralgo, no hacerle solo porque no soy o nosé ser judía.

—Claro, porque eso es taaaaanfácil… —ironiza mi prima.

—No es fácil, tienes razón, pero noes imposible.

Sé que Cora no lo entiende, pero siconociera a Patrick y le hubieraescuchado el

lunes… cuando me ofrecí a ayudarlepese a no tener mucha idea de cómohacer mi

papel, pude leer algo parecido alrespeto en sus ojos y, para mí, con eso

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ya me siento capaz de hacerlo. Y esverdad que no es fácil, pero creo quepodría aprender y hacerlo bien.

—Lo que yo no entiendo es por quétienes que hacer de judía. ¿No sería másfácil

hacer de ti misma?—Antes de irse, le hice esa pregunta

a Patrick, y no quiso ni oír hablar de quefuera en plan formal siendoepiscopaliana. Tengo que ser judía.Adornó la realidad sin pensar mucho y alos abuelos del chico del Bar Mitzvahles dijo que entendía muy bien todas suscostumbres porque él iba a casarse conuna chica judía.

—Que no existe.—Efectivamente.

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—¿Y tanto necesita ir a ese BarMitzvah?

—No quise preguntar, pero creo quese trata de su hermano. El sitio en el quele

están tratando es uno de los mejoresdel país, pero supongo que no esbarato… y el

concierto se lo van a pagar muybien, esos señores no han escatimado engastos en

honor a su único nieto.—Lo que yo te decía, te ha pillado

por el tema del hermanito, te lo enseñópara

darte pena...Lanzo un teatral suspiro y pongo los

ojos en blanco. Mi prima no va a

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cambiarnunca, por mucho que lo intente.

Desisto de mi idea de convencerlaporque, conociéndola como la conozco,no me va a servir de nada.

—Cora, te quiero, pero eres muybruta. Ven aquí y hazme ese recogidoinformal

que te sale tan bien, a ver siconseguimos salir de casa antes de queel evento termine y mi madre acabe pordesheredarme.

*****Llegamos al local donde se realizan

las citas rápidas pasadas las 9, pero noparece

que haya comenzado nada todavía.Estamos rodeadas de hombres y mujeres

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deentre veinticinco y cuarenta y cinco

años, ataviados con sus mejores galas ycon un

papelito en la solapa que muestranombres absurdos como Azucarillo,Hello Kitty o Apagafuegos. ¡Dios mío!¿Por qué mi madre se empeñará enhacerme pasar por este tipo deentuertos?

Cora cruza miradas llenas de lujuriacon algunos hombres de muy buen ver−no

me imaginaba que hubiera de esospor aquí, que fueran de los que necesitande cosas como estas para conocermujeres−, mientras yo me lleno detemores por momentos sobre lo que nos

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espera cuando se abra el telón ycomience el show, como quiera que sea.

Una rubia oxigenada con las piernasmás largas que he visto en mi vida y unasonrisa demasiado amplia se acerca anosotras con una carpeta y un bolígrafo.

Vamos allá, comienza elespectáculo.

—¡Hola, chicas! —grita con laefusividad de alguien colocado conanfetaminas

— ¿Estáis inscritas? Solo si loestáis podréis participar en las rondasde reconocimiento… si no, me temo quedebéis abandonar el local. Hoy estáreservado para uso privado.

Me siento tentada a disculparme porhabernos colado en su fiesta privada y

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decirle a mi madre que el evento secanceló a última hora. Pero Cora ya hafichado a las que pueden ser suspróximas víctimas y será imposiblesacarla de aquí sin usar

la violencia y montar una escena.Así que compongo una sonrisa tan falsacomo la

de nuestra anfitriona y le confirmoque estamos inscritas.

—En ese caso, acercaos a esa mesade ahí —dice indicándonos un rincónjunto a

la barra donde se sientan otras dosrubias con idénticas sonrisas que meinquietan profundamente y me gritan quecorra y huya rápidamente de este lugar—. Dad vuestros datos de inscripción y

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os entregarán una acreditación convuestro nick para participar en estaagradable velada. ¡Bienvenidas, chicas!

Nos acercamos a la mesa con ganasde acabar con los preliminares y poder

empezar a beber como cosacas.Personalmente, a mí me hace falta parapasar por toda esta traumáticaexperiencia sin acabar por pegarme untiro. Estoy tensa y sé que Cora lo estánotando, porque me aprieta el hombrocon afecto antes de que las rubias nosempiecen a aplicar el tercer grado. Yo lesonrío con afecto, pese a todo,

mi prima es una de las personas quemejor me conocen en este mundo.

En ese momento, la canción quesonaba al entrar en el local acaba y se

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escuchan los primeros acordes deguitarra descarnada de Plug in Baby, demis adorados Muse. Quiero pensar quees una señal de que esto va a pasarrápido y que no me quedarán secuelas, ymentalmente tomo nota para manteneruna conversación muy seria con mimadre sobre no tomarse libertades queafecten a mi vida sentimental (o

a mi falta de ella).—Debéis de ser Pequeño Pony y

Rainbow Brite, las últimas en recogerlas acreditaciones —dice la rubia de laderecha, lanzándonos una miradacondescendiente, mientras la otra nosmira apoyando el mentón sobre susmanos entrelazadas como si estuvieraembelesada.

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—¿Perdona? ¿Quiénes dices quesomos? —exclama mi prima consemblante

confundido y ganas de cargarse a lasdos rubias sin muchos miramientos—.¡Si empezamos a ponernos exquisitas yotambién sé jugar a ese juego, BarbieMalibú y Tarta de Fresa!

—Creo que se refiere a los nicksque tendremos esta noche, Cora —tratode tranquilizarla cuando comprendo quemi madre ha debido de escogerlosdirectamente al hacer nuestrainscripción.

Y tiene sentido. Sobre todo, si nosatenemos a la enorme colección depequeños

ponis que Cora atesoraba a los

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nueve años; y a que yo sigo siendo, amis veintisiete,

una fan absoluta de la niña Arcoíris.Sí, nos reconozco en esos nombres quemi madre nos ha elegido, así que tratode apaciguar a las rubias para que no latomen con Cora y se iniciencontingencias bélicas entre ellas quepuedan arruinarme (aún

más) la noche.—¿Y no puedo cambiar este

estúpido nombre? —pregunta muyenfadada Cora

cuando comprende que no la estabaninsultando.

—Me temo que ya es imposible. Nose pueden modificar datos de la hoja deinscripción porque ya están en el

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sistema… —deja caer la rubia de laderecha con una estudiada y dulce caídade ojos.

—Voy a matar a tía Annabeth —murmura malhumorada mientras recogesu

acreditación y, no sin ciertareticencia, se la coloca a la altura delcorazón.

Nunca pensé que pudiera haber algoque avergonzara o descolocara a Cora, yno

puedo evitar esbozar una sonrisillamalévola al comprobar cómo puede

desestabilizarse por una cosa tansimple como un pequeño nick. Me loapunto por si, en el futuro, estainformación pudiera resultarme de

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utilidad.Nos da el tiempo justo de pedirnos

algo en la barra −con mucho alcohol ygratis,

que lo bueno del evento es que, conla inscripción, las bebidas corren porcuenta de

la organización− y colocarnos en unsemicírculo alrededor de la primerarubia, que

va explicar las bases a los novatos,entre los que nos incluimos.

Habrá al menos sesenta personasentre hombres y mujeres, y todos estánbastante

sonrientes y relajados. No me datiempo a fichar a todos los posiblescandidatos, pero en un pase rápido ya

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descarto a algunos, guapos incluidos,que no me dan muy buena espina.

—A vuestra derecha tenéis la saladonde llevaremos a cabo estemaravilloso

juego del amor —comienza laBarbie que nos recibió, señalando unaenorme zona

en penumbra que alberga un buenpuñado de mesas dispuestas en coquetos

ambientes que invitan a laconfidencia—. Cada mesa lleva elnombre de una de vosotras, lasparticipantes femeninas, lo que significaque ese será vuestro sitio durante toda lavelada.

Hace una pequeña pausa que Coraaprovecha para lanzar miraditas a dos o

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tresmaromos que no están nada mal y a

los que ya tiene en el bote. Ya los veopeleándose por ser los primeros ensentarse en su mesa.

—Los caballeros elijen dóndedesean sentarse, pero no pueden repetir,y cuando

el pitido que establece los turnossuene, deberán buscar otra mesa. Nadiese quedará

solo porque hay el mismo número dehombres que de mujeres, así que no ospreocupéis por nada.

Bueno, la verdad es que es un aliviosaber que nunca se quedará tu mesavacía.

No quiero ni imaginarme lo que

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sería quedarme sentada mirando alvacío, sin nadie

en la silla de enfrente… aunque,pensándolo bien, para lo que hay que oíra veces,

casi es mejor quedarse tranquila enplan observación de los demás ritos decortejo,

mientras te emborrachas a gusto y acuenta de la casa.

—Tenéis siete minutos para mostrarlo mejor de vosotros. Ese es el tiempoque

hay entre pitido y pitido. Dicen loscientíficos que, en ese corto espacio,una persona ya se hace una composiciónsobre quién tiene enfrente, así quepreparar la artillería pesada si queréis

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conquistar al mayor número posible depretendientes. O

si deseáis únicamente a aquel aquien le hayáis echado el ojo —dice conun guiño y

una mirada cargada de intenciones.A la rubia se le nota que está

cómoda, que esto es habitual y que seconoce al dedillo los entresijos de estacuriosa manera de ligar. Que sea lo quelos dioses quieran… ya, total, una vezaquí, tendremos que probar, ¿no?

—Está absolutamente prohibidodarse los nombres reales o intercambiar

teléfonos o direcciones de correoelectrónico. Para seguir con el juego de

seducción al completo, debéiscumplir las reglas. Así que, al acabar la

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velada, podéis acceder a vuestro perfilen nuestro sistema a través del códigoQR que hay en vuestras acreditaciones.Ahí marcaréis con un Sí a los candidatosque querríais

seguir conociendo… y si a ellos lesha pasado lo mismo y os ha marcado conotro

Sí, entonces se os facilitarán losdatos de identidad y contacto, y podréisseguir el

juego lejos de este cómodo yrelajado paraíso del amor.

Acaba su discurso con una claraemoción en la voz. La rubia vive sutrabajo, de

eso no cabe la menor duda, y casi seagradece. Al menos yo lo agradezco,

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que debo ser la única que he venido aregañadientes.

Concluidas las explicaciones, nosdirigimos a la sala donde el cortejotendrá lugar y noto cómo mis rodillas metiemblan ligeramente. Me intento decirque a mí esto no me importa en absoluto,que es solo una noche, que estoyhaciendo feliz a

mi madre y que, pese a que estaríamás a gusto disfrutando de lasdisfuncionales historias de ShondaRhimes1 en la tele, como cada noche dejueves, esto no va a ser tan malo comopara marcarme el resto de mis días.

Mi mesa está al fondo del todo. Unacosa más que agradecer, porque prefieropasar desapercibida. Lo peor de todo es

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que Cora está en el otro extremo de lasala, y me tocará pasar por esto sola, sinpoder pedir auxilio a nadie ni reírme denada…

Cora, sin embargo, parece encantadacon su sitio, sin más compañía que suencanto

y espontaneidad… bien por miprima, al fin y al cabo, la velada estámás diseñada

para ella que para mí. Meconformaré con que los camareros merellenen el gin-tonic cada vez que veaque el preciado líquido escasea en micopa.

Suena un pitido largo, agudo ymolesto cuando todas las féminas noshemos

Page 298: Juntos somos invencibles

colocado en nuestras mesas, y da piea que los machos entren en tropel enbusca de

caza. Se ha abierto la veda y lasvíctimas esperan verdugo. No sé porqué, pero me

da por reírme interiormente de mímisma, deseosa de que todo acabe y, ala vez, ansiosa porque alguien se sientey me dé conversación. Y, por qué noadmitirlo, gustarle a alguien en esosintimidantes siete minutos.

Los hombres se van acomodando y,lógicamente, se llenan primero lasmesas

más cerca de la parte delantera.Pasados unos segundos, y cuando lacuriosidad ya

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no me deja ni respirar, se sientaenfrente de mí la primera persona a laque conoceré en este juego de sillascalientes.

Le calculo alrededor de treinta yocho años, con una ligera alopecia, caraalargada, bigote de estrella porno de lossetenta y ojos pequeños y oscuros. Memira evaluando lo que ve durante largorato, sin abrir la boca, y yo comienzo acabrearme con su estudiopormenorizado, porque me hace sentirque estamos en una feria de ganado y, sí,yo soy el ganado. Carraspeo incómoda,pero mi compañero de juego no parecedarse por aludido.

—Bonito nombre —digo señalandosu acreditación que reza Pájaro Espino.

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Este,fijo, le encantaría a mi madre.Asiente complacido y apunta algo en

una libreta que lleva en su mano. Vale,empieza a darme mucho miedo esto delas citas rápidas. ¿Alguien hacomprobado que aquí no se cuelenpsicópatas o personas con lashabilidades sociales seriamente

disminuidas? Porque este hombrealguna de las dos patologías tieneseguro.

—¿Es tu primera vez?Niega con la cabeza y sigue

escribiendo mientras, de vez en cuando,me mira y

sigue con su evaluación.—¿Eres mudo?

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—No —dice escuetamente con unavoz profunda que hasta podría serbonita.

Miro al techo mientras reprimo unacarcajada. En serio, esto no puedes serreal,

seguro que es un actor que hancolocado para descolocar un poco, pararomper medias o algo así. No puedenexistir personas en la vida real que segasten una pasta por venir a eventos deeste tipo para no hablar y apuntar en unalibreta vete tú a saber qué.

Miro en dirección a Cora y la veosuperrelajada, en su salsa, acompañadade un

hombre bastante atractivo que rondala cuarentena. Se ríe y se toca en pelo

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con coquetería. Si lo comparamos con elque tengo yo enfrente, a ella le ha tocadola lotería. Claramente.

—Aprovecha a escribir, te quedanmenos de dos minutos —digo conacritud

mientras levanto la mano para llamarla atención de un camarero al que leruego no

se corte con la ginebra de mipróximo gin-tonic. La noche no va a serfácil… creo que voy a salir muyborracha de aquí.

Mi acompañante sigue a lo suyo sinsoltar prenda, lo que me lleva a pensarque,

quizá, sea un asiduo que estéhaciendo un estudio pormenorizado de

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las mujeres queacuden a este tipo de eventos. Quizá,

en breve, publique sus conclusiones yme vea

reflejada en un libro donde mecoloque alguna etiqueta, comorepresentante de una

tipología de mujer necesitada, enedad casadera, desesperada porencontrar un hombre adecuado en unevento como este. Me recorre unescalofrío solo de pensarlo, y le doyotro sorbo considerable a mi segundogin-tonic que, poco a poco, vadesapareciendo de mi elegante copa debalón.

Cuando el infernal pitido que marcael final de estos primeros siete minutos

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seoye, no puede sonarme de forma más

celestial, y noto que hasta mi cuerpo serelaja

al ver que Pájaro Espino y sucuaderno abandonan mi mesa con unguiño de ojo de lo más siniestro.

Esto solo puede ir a mejor, metengo que decir cuando vuelvo aencontrarme sola en espera de mipróximo compañero de juego. Aunqueno debería cantar victoria tanfácilmente, que puedo estar en racha yquizá mi atractivo esté en consonanciacon los más raros de la sala. Nunca sesabe.

Como confirmando este perturbadorúltimo pensamiento, que ha osado cruzar

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mi mente para llenarme de un terrordifícil de describir, se sienta enfrente demí un

hombre con el pelo por la cintura,ojos enormes y oscuros, delgadezextrema y una

palidez digna del Conde Drácula.Dios mío, y ahora… ¿qué?

—Soy DarkShadow —diceseñalándose su placa identificativa—pero que no te asuste este nombre, llevola Luz conmigo.

Creo que él nota lo perpleja que meha dejado con su aspecto y su voz, como

salida de ultratumba. Insisto… ¿porqué no le hacen a la gente que usa esteservicio un estudio mental concienzudoantes de concederles la oportunidad de

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ponerse delante de otras personas?—Si llevas la Luz… ¿por qué el

nombre? —no puedo evitar entrar en sujuego.

Ha conseguido que me pique lacuriosidad.

—Hago creer a las formas oscurasque soy uno de ellos. Los despisto,¿sabes?

—Ahhhh —ahora creo que voy a seryo quien se quede callada siete minutos.

¿Qué le dices, qué le cuentas aalguien así?

Me examina con el gesto satisfechodurante un segundo y luego se inclinahacia

adelante en la mesa. No sé por qué,pero inmediatamente me pongo a la

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defensiva.—Sin duda alguna, tú también

despistas a las sombras.Juro por Dios que sus palabras, casi

susurradas y arrastradas, como si laspronunciara una serpiente, me ponen lospelos de punta. Automáticamente,levanto la mano para llamar al camareroque pasa justo por mi lado. En este barno hay alcohol suficiente para aguantaruna noche como esta.

—Dime, ¿qué signo eres? —mepregunta tras ver que no consigorecobrarme de

su última intervención.—Acuario —balbuceo con cierta

reticencia.—Dame la mano —me pide con

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rotundidad y, pese a que no se me ocurreninguna razón para hacerlo, su voz,

de pronto casi hipnótica, me lleva aobedecerle

sin rechistar.Me la toma con una delicadeza que

no me espero y observa mi palma converdadero interés. Pasa su dedo con

suavidad por mi línea de la vida y memira con

los ojos encendidos, de pronto, porun soplo de vida que antes no estaba ahí.

—Por supuesto que eres acuario,querida —asegura— y una de lasafortunadas.

Tu línea de la vida es kilométrica ypuedo ver aquí que tienes mucho talento.No tengas miedo de mostrárselo al

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mundo, dulzura… nadie va a juzgartepor ser quien eres realmente ahí dentro.Y, por cierto, si las sombras teencuentran, déjate llevar

por la Luz que tienes escondida en elcorazón. No hay nada que pueda contraese enorme poder.

Lo miro anonadada, sin poderapartar los ojos de sus manos reteniendola mía.

¿Cómo ha pasado todo esto?—¿Eres vidente o algo así? —

pregunto sin abandonar mi cara dealucinada.

—No… —se ríe— es la Luz, ellame da clarividencia. Ella y las estrellas.Soy astrólogo y astrónomo.

—¿No es lo mismo?

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—¡No! —vuelve a reírse— laastronomía habla de los astros, de lasleyes que rigen sus movimientos. Laastrología, sin embargo, pretendeconocer y predecir el destino de loshombres y pronosticar los sucesosterrestres a través de las estrellas.

Como ves, pueden parecerse, perono son lo mismo.

Vale. Oficialmente el hijo perdidode la Morticia Adams me tienetotalmente fascinada y, lo mejor de todo,es que ha pasado en cuestión desegundos. Eso sí, tengo absolutamenteclaro que nunca tendría una relaciónamorosa con alguien con esta cantidadde problemas de personalidad sinresolver. Lo de la luz y las sombras

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sigue pesando demasiado…Pasamos los minutos restantes

charlando sobre lo humanitarios,honestos y

leales que somos lo nacidos bajo elsigno de acuario, y acabo tan subyugadaante él

que hasta me planteo marcar sucasilla con un Sí gigante cuando llegue acasa.

Tenerlo como amigo y videnteparticular no parece tan mala ideadespués de charlar con él, y en verdadno puedo resistirme a saber más de supeculiar forma de ver la vida.Definitivamente, lo normal estásobrevalorado.

Cuando el pitido le hace abandonar

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mi mesa casi me da pena. Creo que mepodría pasar toda la noche hablando

con él, y así evitar lo que esté por venir,sea lo que sea que me tenga reservado eldestino.

Aprovecho el descanso hasta quellegue el nuevo compañero de juego y leenvío

un Whatsapp a Cora para ver cómole va, pero ni siquiera la veo mirar suteléfono.

Definitivamente, su mesa no tarda nicinco segundos en ocuparse cada vezque alguien debe abandonarla con lapena pintada en el rostro.

—Esta mesa está libre, ¿verdad? —oigo decir a alguien cuya voz me resulta

familiar— Creí que no tendría

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oportunidad de sentarme contigo estanoche, Miriam.

El alma se me cae a los pies cuandolo reconozco, y me quedo tan paralizadaque

hasta creo que el corazón me deja delatir por un momento. Parece que nohaya pasado el tiempo y que sus ojos,llenos de promesas, aún me miran con lamisma intensidad de hace diez años.

No ha cambiado mucho en todo estetiempo, aunque a la vista está que es unapersona totalmente diferente: ha dejadoatrás al niño que era cuando se fue aCalifornia, y frente a mí se presenta unhombre de casi treinta años y muchavida a sus espaldas. Su rostro estásurcado de pequeñas arruguitas que le

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dan un carácterque antes no tenía. No parece mayor,

pero sí más cansado. Me pregunto qué lehabrán deparado todas las decisionesque ha tomado en la vida y que le hantraído hasta mí tanto tiempo después.

En la solapa de su elegante traje decorte sastre se lee el nombre que haelegido

para la noche de hoy, Skywalker, elnombre cariñoso con el que llamaba a sucoche en el instituto, el mismo en el quetantas veces nos dimos el lote y algunacosa más.

Cierro los ojos y vuelvo a aquellosdías previos a su desaparición, cuandoyo confiaba en la vida y nadie me habíadecepcionado jamás.

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—Jeremy… —apenas susurro.—Estás preciosa.Esas dos palabras consiguen

sacarme de mi aturdimiento y volver aser yo misma, la chica que esperódurante meses una llamada, una carta oun simple correo electrónico explicandopor qué, de repente, dejó de ser buenapara él.

—¿Qué haces aquí? —le preguntocon cara de pocos amigos, la cara quellevo

años ensayando para cuando llegarael momento de tenerlo de nuevo frente amí.

—Tu madre me habló ayer de esteevento cuando me la encontré en el club—

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explica. —Creyó que sería algobueno para que Tessa se aireara, aunque,realmente,

si he venido y he arrastrado a mihermana con mal de amores hasta aquíes porque

tu madre me aseguró que tú estaríasaquí.

—Me apuntó ella sin consultarme —digo a la defensiva, para que no me creatan

desesperada como para venir a estetipo de sitios de forma habitual.

Busco a Tessa con la mirada, perono la veo por ninguna parte. Veo, sin

embargo, un par de mesas vacías yalgunas personas charlando en la barra oacosando a las barbies rubias de la

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entrada.—Tessa está fuera. En la primera

ronda me obligó a sentarme en su mesa yen la

segunda, al parecer, la ha sacado desus casillas un tipo que no hablaba, ysolo la miraba y apuntaba cosas en unalibreta. Ha salido a que le dé el aire yno estoy muy seguro de que vaya avolver a entrar. Supongo que aún esdemasiado pronto para ella.

—¿Qué quieres, Jeremy? Supongoque no te has sentado a mi mesa para

contarme qué tal le va a Tessadespués de su ruptura matrimonial.

—Quiero pedirte perdón —dice consus ojos clavados en los míos, con una

intensidad que casi hace que me

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tiemblen las rodillas.Me niego a sentirme como la niñita

tonta y confiada que era a los dieciséisaños,

la misma que se dejó querer yabandonar por él una década atrás, y ledevuelvo la

mirada cargada de dureza ydeterminación. No quiero que veadesprecio, odio o enfado en mis ojos, noquiero que crea que aún me afecta supresencia o sus palabras. Así que lesonrío, es una sonrisa forzada y una poseestudiada, pero no le trasmito unmensaje de odio, y con eso me vale porahora.

—¿Quieres pedirme perdón porabandonarme o por no tener el valor

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suficientecomo para decírmelo? —le pregunto

sin borrar la sonrisa de mi cara—. Creoque

más que pedir mi perdón, me debes,como poco, una explicación.

—Tienes toda la razón. Deberíaexplicarme. ¿Quedamos después de estoen

alguna parte y nos tomamos unacopa?

—No puedo, ya tengo planes —planes de emborracharme con Cora para

olvidarme de todo esto, sobre todode él, o emborracharme sola si mi primaconsigue ligar, cosa que es más queprobable. Planes, que, desde luego, nole incluyen a él de ninguna de las

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maneras.—Pues podemos dejarlo para algún

día de estos… podemos quedar paratomar

café en otro momento.—Claro —digo con poca

convicción, dejándole claro que no esprecisamente un

plan que me haga dar saltos dealegría.

Deseo, más que ninguna otra vez,que suene ese maldito pitido molesto yque se

lleve a Jeremy Connor con él porotros diez años, por lo menos. Necesitoperderlo

de vista, necesito otra persona en mimesa, cualquiera, por muy raro que sea,

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por muy nerviosa que me ponga. Desdeluego nadie en esta sala me hará sentirtan sola, desgraciada, triste yabandonada como la presencia de miprimer novio delante de

mí.—Necesito ir al baño —digo

levantándome como una sonámbula ydejando a

Jeremy en la mesa, con cara dedesconcierto y planes chafados. Que sejoda.

—Miriam… —dice tomándome dela mano para evitar que salga de suvista.

No me espero su contacto y merevuelvo para soltarme. Su piel mequema y no

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puedo soportar que me toque. Derepente, ni siquiera intuirle es una buenaidea, necesito escapar de verdad de estelugar.

—No vuelvas a tocarme jamás —ledigo con los dientes apretados—.Perdiste la

oportunidad hace muchos años, asíque no vuelvas a ponerme ni un dedoencima.

Creo que, definitivamente, miintención de no reflejar lo mucho que lodetesto,

no ha servido de nada.

1Shonda Rhimes es una guionista,directora y productora estadounidense,creadora de series de televisión tan

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conocidas como 'Anatomía de Grey' o'Scandal', emitidas por la cadenaestadounidense ABC.

Capítulo 7

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Hysteria

Que no cunda el pánico. Se suponeque en cinco minutos tendría que estaren el Upper East Side para el BarMitzvah, y puedo decir que aún estoy enel metro y sin superar Union Square.Patrick va a matarme y no podréculparle por ello.

Llevo todo el día intentandoaprenderme todos los preceptos básicosde la buena

chica judía, pero en mi interiorsiento que no voy a estar a la altura yque, más que

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ayudarle, voy a acabar por hundir alpobre chico. ¿Quién me mandaría a mímeterme en estos líos?

No estoy segura de mi atuendo, delos saludos, de mi papel como novia

ejemplar… no me he preparado casinada y me dan miedo las preguntas enlas que

tenga que ponerme a inventar,porque yo improvisando soy muy buena,pero a veces se me va la olla de unamanera… me he creado una vida deperfecta chica judía, la menor de cuatrohermanos, todos varones menos yo, conganas de formar mi propia familia y seraún más ejemplar. Mi padre es profesorde solfeo en una escuela y, mi madre,que, por supuesto no es lesbiana, es el

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ama de casa ideal, siempre pendiente desus hijos y su marido. Seguimos lospreceptos de la Torá y no nos perdemosni una de las obligaciones religiosasestipuladas… Sí, soy perfecta.

Al menos hasta que alguien medesmonte la historia con el primercomentario que

me saquen y no cuadre.Los nervios mueven mi cuerpo y me

tienen en un estado de alertadesconocido

por mí hasta la fecha. Bien es verdadque llevo así desde el jueves por lanoche, cuando tuve que abandonar el barde citas con el corazón encogido tras mireencuentro con Jeremy Connor.

Mi nivel de turbación estaba en

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números rojos y tuve que irme corriendoa refugiarme a mi apartamento, dejandotirada, por primera vez yo a ella y no alrevés, a mi prima Cora, que me entendióal minuto con solo hacerla dirigir lavista a la mesa que acababa deabandonar, y en la que aún estabasentado y cabizbajo mi

novio del instituto.No pude dormir en toda la noche. Mi

mente estaba inundada de pensamientosamargos, vengativos, negros,

viscerales… y yo no soy así, no queríaser así, ni por

el maldito Jeremy Connor ni pornadie. Juro que si hubiera tenido a manoun saco

de boxeo habría acabado hecho

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trizas, porque el cabreo, en lugar dedisminuir, aumentaba con el paso de lashoras.

Mi único consuelo fue acabar conlas reservas de alcohol de mi casa, perotampoco esas reservas eran como paratirar cohetes: un chupito de whisky, quees todo lo que queda en existencias, unabotella de vino malo que alguien trajocomo regalo de cortesía a una cena, unpar de meses atrás, media botella de unron asqueroso que llevaba en elaparador más tiempo que el propioapartamento y, mi salvación, unapequeña colección de botellitas de licor,incluidas dos de tequila, de

esas que puedes adquirir en losaviones, que Cora me trajo de su viaje a

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las Bahamas porque se olvidó de mí yno me compró nada durante susvacaciones de ensueño en las islas.

Bastante atontada por la pocoafortunada mezcla de alcohol y absoluto

descontrol emocional, casi salté delsitio cuando el teléfono se puso a sonara eso

de las ocho y media de la mañana.Cuando vi el nombre de mi madre en lapantalla

se me abrió el cielo… ya tenía unavíctima en la que verter toda lanegatividad que

se había instalado en mi pecho y era,además, la víctima perfecta, al menos laculpable de la aparición de mi fantasmaparticular sin ni siquiera haberme

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avisado de ello.—¡Hija! ¡Anoche estuve esperando

tu llamada ansiosa! —gritó nada más oírque

había descolgado el teléfono—¿Acabaste muy tarde? ¿Te fuiste a casa

acompañada?—Mamá… —comencé arrastrando

las palabras y sin saber muy bien cómogestionar mi enfado en medio de mi

borrachera matinal— Te voy a declararpersona non grata… creo que ya no

quiero saber nada de ti.—Miriam, ¿estás borracha? —

preguntó mi madre con asombro— Dimeal

menos que es porque acabas dellegar a casa y que ahí a tu lado tienes a

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un maromode buen ver.—Estoy borracha, sí. ¿Qué pasa?

Estoy borracha y sola, chúpate esa. Ytodo por

tu culpa…—Hija, precisamente te animé a que

fueras a la noche de citas rápidas paraque

no estuvieras sola.—¡Que no, mamá! Que tu culpa es

que esté borracha. Que sola es justocomo quiero estar. Mejor sola que conel maldito Jeremy Connor…

—Ah…Solo dijo «ah» y se calló. Lo sabía,

sabía que me había estropeado la noche,que

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Jeremy y yo no habíamos hablado entérminos civilizados, que yo aún noestaba preparada, que había metido lapata. Mi enfado entonces se desbordó,como la mantequilla derretida sederrama entre los dedos, y menos malque estábamos en islas diferentes,porque mi madre no hubiera tenidoescapatoria.

—¡Tienes que dejar de meterte enmis asuntos e intentar convertirme enalguien

que no soy! —me esforcé en notrabarme con mis propias palabras,aunque el enfado me había devueltociertamente a un estado de semi-sobriedad que agradecí profundamente—. Soy como soy, y ahora mismo no

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necesito novios, polvosrápidos con desconocidos, medias

naranjas o una encerrona con mi noviodel instituto. El mismo que me dejódestrozada y al que juraste cortar laspelotas por haber hecho infeliz a tuniñita, ¿lo recuerdas?

La oí ahogar un grito al otro lado dela línea y supe que mis palabras lahabían

pillado desprevenida. No se puedeir por ahí de organizadora de vidasajenas y pretender que, tarde otemprano, no te acabe cayendo alguno delos marrones que originas.

—Miriam, corazón… —dijo trasunos segundos en los que me la imaginé

tratando de recomponerse—. No era

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mi intención que…—No, mamá, nunca lo es… pero

siempre lo acabamos pagando losdemás. He

pasado la peor noche de mi vidadesde que me dejó hace diez años,espero que eso

te sirva para no volver aorganizarme la vida sin consultarmeantes.

Colgarle el teléfono a mi madre esuna de esas satisfacciones que pocasveces me

puedo dar y que disfruto casi tantocomo un helado de triple chocolate. Mela podía

imaginar al otro lado de la línea,preocupada por mi estado en general, y

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por habermetido la pata con Jeremy Connor en

particular. Me alegré un poco, solo unpoco

que tampoco había que abusar, deque ahora fuera ella la que, seguro,necesitara una

buena copa de alguna bebidaespirituosa para disolver el nudo en elestómago que

se le habría formado por culpa demis palabras.

Esa mañana no fui a trabajar, pese aque tenía que acabar de perfilar lareunión

con Saul J. Coleman del martes.Kevin y Narek no hicieron preguntas, yyo dormí

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mi resaca y rumié mis amargurashasta casi las siete de la tarde. Desdeese momento, aparqué mi malestar, mienfado y a Jeremy Connor y decidícentrarme solo en mi atuendo judío, mismaneras judías y mi actuación deperfecta judía.

Pese a todo, ahora me tiemblan laspiernas porque no sé cómo se me va adar.

Patrick cuenta conmigo −creo que,con ciertas reticencias, pero tampoco levoy a culpar por ello− y no me gustaríafallarle.

Cuando por fin llego al Upper EastSide, corro como una posesa hasta elsalón

donde se celebra la fiesta

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−agradezco llevar zapato plano− y entrocomo una exhalación, hasta que chocoestrepitosamente contra alguien.

—Por fin apareces —me replicaPatrick con tono hosco y una miradallena de reproches—. Y ten cuidado, nose puede correr así, si hubieras chocadocontra la abuela, adiós al circo este quehemos montado.

Me ruborizo de inmediato por sutono, que suena a regañina que semerece un niña pequeña pillada en falta,y porque tiene toda la razón. Me puedocargar toda esta farsa en un segundo sino cuido los detalles. Me disculpo entredientes mientras me quito el abrigo paradárselo al encargado de recogerlos, ynoto que su mirada

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se ha agrandado en un gesto deasombro perturbador.

—¿De qué demonios vas vestida? —susurra con exasperación mientrasrecorre

el atuendo que me ha costado elegiruna semana entera.

—De perfecta chica judía.—Querrás decir de perfecta chica

judía de hace cuarenta años.¡Venga ya, hombre! Es que con este

tío no hay nada que hacer que todo le vaa

parecer motivo de crítica y enfado.Pues tampoco voy tan mal, al menospara el papel que me toca interpretar.Me he decantado por un vestido marróncruzado sobre el pecho y con el largo

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por debajo de las rodillas, con unarebeca de punto color beige, y unosdiscretos zapatos del mismo tono, sinnada de tacón. Llevo el pelo recogido enuna trenza que me cae sobre el hombroderecho, y una graciosa boina de perléen color crudo remata el estilismo, todomuy clásico. Es verdad que

el conjunto resulta un poco anodino,pero es justo lo que una chica de miedad se

pondría si fuera tan conservadoracomo la queremos vender a los abuelos,¿o no?

—Querías causar una buenaimpresión con tu perfecta novia judía…

—Sí, que pareciera una buena chicajudía, una normal, no de las que podrían

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confundirse con alguien recién escapadode una comunidad Amish.

Me dan unas ganas enormes de darleun tortazo de esos que dejan marca y

marcharme a mi casa a ponermeciega de chocolate y chucherías. Perome reprimo,

me trago el orgullo, las ganas decontestarle con insultos varios y depegarle hasta

hacerle daño de verdad, y compongoen mi rostro una mueca angelical y unasonrisa de muñeca, de esas que rompenesquemas.

Parece que funciona, porque su gestotambién cambia por completo y creo que

entiende que se ha pasado. No esque de repente se le pase todo el cabreo

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que sé quele he generado por llegar tarde y con

un aspecto que no le cuadra mucho, peroal

menos deja de mirarme como situviera ganas de perderme de vista.

—Patrick, en diez minutos empieza avenir la gente. Dice la tía esa tan pesadadel

pinganillo en la oreja que laceremonia acaba de terminar en lasinagoga —nos comunica un chico deunos veinte años que acaba de acercarsea nosotros con las baquetas de unabatería en la mano.

Patrick resopla y cierra los ojos unsegundo, supongo que buscando unacalma

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que le está costando encontrar.Cuando los abre, parece que se ha hechodueño de la

situación y que sabe lo que hace.—Gracias, Luka… ¿está todo ok

dentro? ¿Habéis encontrado laspartituras de las

canciones que nos dieron los Levi?—Sí, Cian las tiene ya controladas.

El de las luces ya ha recolocado losfocos que nos molestaban y Shane estáprobando los amplis… solo quedasubirnos ahí arriba y esperar a quellegue el mocoso.

No sé si es la mención alhomenajeado con ese apelativo, losnervios porque todo salga bien o elenfado que yo haya podido provocarle,

Page 343: Juntos somos invencibles

pero Patrick dibuja en sus ojos unamirada de resignación que me da hastapena. Creo que lo está pasando

mal y que hasta que esto no acabe,no será capaz de relajarse. Me gustaríaanimarle de algún modo, aunqueconociéndole, seguro que me apartabade su lado de un manotazo.

—Luka, esta es Miriam. Ha venido aecharme una mano con la historia de lanovia… ya sabes, lo que les contamos alos abuelos.

El aludido me mira divertido y mehace una mueca sin que Patrick lo vea,para

quitarle todo el hierro al asunto queeste no para de echarle. Me hace muchagracia

Page 344: Juntos somos invencibles

y debo reprimir una carcajada si noquiero matar de un disgusto a Patrick.Luka me

cae bien de inmediato y creo que, almenos, ya hay alguien en la sala dequien puedo

decir eso.—Luego conocerás a los demás,

puedes echar un vistazo si quieres por lasala. Y

luego te presento a los Levi y ya,supongo, que podremos relajarnos losdos.

—Claro —digo con candidez. Nome apetece mucho explorar yo sola,pero

tampoco me queda otra, así que mealejo de él y me adentro en la sala, que

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es unapasada.Se nota que los Levi tienen pasta y

que no han escatimado en nada para estacelebración. Su nieto es una persona conmucha suerte, porque seguro que lafiesta se recordará por mucho tiempo.Eso sí, no sé si el dudoso gusto de los

organizadores será del agrado delniño, porque priman los detalles encolor rosa y

hay tal cantidad de brillosesparcidos por toda la enorme sala, queseguro que han

acabado con las reservas depurpurina del estado de Nueva York.

La sala es amplia, con el escenario,enorme, al fondo y mesas al otro lado

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para,al menos, ciento veinte personas. En

el medio, una pista de baile más quesuficiente

para acoger a todo el que se anime amover el esqueleto después de la cena.O

durante, que en estas celebracioneshay un montón de interrupciones paracumplir

con alguna de las muchas tradicionesque estipula el judaísmo.

Veo que los camareros estánacabando de colocar los últimosdetalles de las mesas, primorosamentedispuestas para que dé comienzo lafiesta. Todos llevan kipá, esa especie degorrito que los judíos usan para cubrirse

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la cabeza en señal de respeto. No esnecesario si no eres practicante de lareligión, porque no estamos en

un lugar sagrado como una sinagoga,ni se va a leer la Torá, pero me doycuenta de

que Patrick y el resto de los chicosdel grupo también la llevan puesta. Nosé por qué, pero verles con la kipásabiendo que ninguno de ellos es judíome saca una sonrisa. Creo que laspersonas que respetan otras culturas deeste modo, son personas con muchasensibilidad y eso me gusta mucho.

Los veo trajinar al fondo, sobre elescenario, y me fijo en Patrick con

detenimiento, Lleva un estilismo muya lo Beattle, con un pantalón pitillo

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oscuro, una camisa blanca y unaamericana gris ajustada, con los ribetesde los bordes de color negro. Vamoderno pero conservador, y me doycuenta de que mi look podría haber idoun poco más en ese sentido, y nohaberme lanzado a lo conservador sinmás.

El resto de los chicos que ocupan elescenario van vestidos de forma similar,alguno con vaqueros, pero todos conamericana y camisa, se nota que setoman a los anfitriones muy en serio. Elmás joven es, visiblemente, Luka, losotros dos rondarán la edad de Patrick,unos treinta y pocos, y son losencargados del bajo y los teclados, porlos ajustes que están haciendo ahora

Page 349: Juntos somos invencibles

mismo.Me acerco hasta ellos para no

sentirme tan apartada, y me quedo juntoal

escenario hasta que alguien me digaqué debo hacer o dónde me debo poner.Esto de

hacer de novia falsaperfecta/gruppie de mi novio de pegano es algo que se haga todos los días, ycomo tal, no tengo mucha idea de cómointerpretar mi papel.

Hay bastante movimiento ultimandolos detalles, así que nadie se fija en míni nadie me hace caso. Me apoyo en elescenario para observar más de cercalos últimos preparativos del grupo y,casi sin querer, empiezo a tocar

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suavemente las cuerdas de una guitarraespañola que está apoyada en el suelodel escenario. Me sale solo, ni siquieralo pienso… de mis dedos comienzan asalir los primeros acordes

de Hysteria de Muse, quizá porquees justo eso lo que siento poco a pococrecer en mi interior por esta situaciónloca en la que estoy metida.

'cause I want it nowI want it nowGive me your heart and your soulAnd I'm breaking outI'm breaking outLast chance to lose control…—Va a resultar que, después de

todo, no eres una de esas niñatas fans deúltima hora —dice Patrick, que me

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sorprende y hace que deje caer laguitarra de golpe en el piso delescenario. Por suerte, solo la teníalevantada unos quince centímetros y

no hay daños a la vista.—Si me hubieras dejado explicarme

la noche del concierto, te lo podríahaber contado yo misma. Tenía uncabreo similar al tuyo… esos niñatos,como tú los llamas, me estaban dejandosin opciones de coger un taxi… hastatuve que secuestrar uno, justamente eldel taxista más borde de todo NuevaYork.

Le saco la lengua a modo de burla yél casi esboza una sonrisa. Por fin dejala

nube negra que le rodea la cabeza

Page 352: Juntos somos invencibles

constantemente y se deja llevar por unabroma…

alabados sean los dioses.—Tocas bien y tienes una voz

bonita. ¿Nunca has pensado en dedicartea esto? —

me pregunta señalando el escenariopreparado para su actuación.

—No… no sabría ni por dóndeempezar —bueno, eso no estécnicamente cierto.

Hasta que dejé de tocar a losdieciocho años, en mi haber tenía másde doscientos

conciertos. Es cierto que eranconciertos de piano y violín, nadaparecido al rock que tanto me gustaescuchar ahora, pero algunos de ellos

Page 353: Juntos somos invencibles

fueron en grandes auditorios, incluido enel Carnegie Hall.

Patrick me mira unos segundos y,tras darse cuenta de que se inicia unaespecie

de barullo en la entrada, se tensa yse pone a dirigir a sus compañeros delgrupo,

que enseguida hacen sonar unacanción que tienen grabada y preparadapara la entrada. No entiendo muy bienque pongan música grabada siendo ellosun grupo contratado para tocar endirecto. Han conseguido que me pique lacuriosidad.

Cuando ya los primeros invitados ala fiesta comienzan a invadir el salón,Patrick me toma de la mano de forma

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algo brusca y me arrastra hasta laentrada. El chico con ganas de conversary que esboza casi sonrisas ha vuelto aser engullido

por este troglodita, qué le vamos ahacer.

—¿No os han contratado para tocar?¿Saben los abuelos que estáis usando

música grabada?Me mira como si de verdad no se

creyera que acabara de hacerle esapregunta, y

suelta un bufido de incredulidadbastante evidente.

—Eso que suena es una canciónpopular hebrea llamada Yeladim zeSimcha —me

explica—. Obviamente no sabemos

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hebreo ni tenemos los instrumentosnecesarios

para sacar esos sonidos tanparticulares.

—¿Y no hubiera sido mejor quehubieran contratado a un grupo hebreo?

—Vaya, menudo razonamiento… síque eres lista, sí.

—Oye, no te cabrees, era unapregunta legítima.

Sigue sujetándome de la manomientras esquivamos a más personas y,por fin, llegamos a la entrada de la sala,donde nos quedamos parados,esperando.

—Obviamente, querían un grupohebreo, pero les convencí, ¿vale? —está

claramente a la defensiva y no sé si

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me gusta, suele ser bastante dañinocuando está

así—. Me costó mucho, pero pagandemasiado bien como para dejarlopasar. Les prometí que no notarían queno somos judíos. Y hasta les conté quetenía una preciosa novia judía.

Me ruborizo. Sí, lo hago, porque loha dicho clavando sus ojos en los míos,unos

ojos que echan chispas de enfado yfrustración, quizá hasta de miedo, yporque al

hacerlo logra arrancarme unescalofrío que me eriza la piel y que medeja descolocada. No entiendo por quéreacciono así y no sé si me gusta, solome faltaba colarme por el tío más borde

Page 357: Juntos somos invencibles

que conozco, en un Bar Mitzvah al quehe venido a engañar a dos pobresancianos.

Y hablando de ellos… justo cuandoempiezo a pensar que llevamosdemasiado

tiempo con los ojos clavados en losdel otro, Patrick escucha su nombre y sedirige

hacia el hombre que le ha llamadocon afecto.

—¡Zachary! —exclama dejándomeestupefacta por su cambio de humor—.¡Ya

estáis aquí! Seguro que después dela devoción tenéis ganas de lacelebración, aunque suene frívolo.

—Suena frívolo, efectivamente, pero

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es lo que todos estos jovencitos estándeseando desde que hemos salido de

la sinagoga —dice señalando a laenorme cantidad de chicos entre diez yquince años que no paran de entrar porla puerta—.

No hay más que verlos.—¿Y Sarah? Quería presentaros a

Miriam, mi novia —otro escalofríovuelve a

recorrerme entera. Para eso hevenido. Empieza el juego.

— Shalom aleijem —le saludo conrespeto, inclinando la cabeza.

— Shalom aleijem —repite él conel mismo gesto y una sonrisa francabailándole

en los labios. No me lo imaginaba

Page 359: Juntos somos invencibles

así, tan galante y dicharachero. Para serel hombre ultraconservador que Patrickme ha descrito, es de lo más abierto yafable.

Lo observo con detenimiento y veoun hombre que debió ser tremendamente

atractivo, y que, a sus sesenta ycinco años, más o menos, aún conservaparte de ese

encanto que tuvo que ser su seña deidentidad en sus días pasados. Es alto,con un

porte regio, nariz enorme −comobuen judío−, cabello aún oscuro pese alos años y

una boca seductora que invita a lasconfidencias y al deseo.

—Sarah está con la pequeña Leah…

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ya sabes, no se separa de la granprotagonista en su gran día.

Disculpadme un segundo, que voy abuscarlas para que

os saluden.Cuando se aleja, no puedo evitar

seguirle con la mirada, desde luego noes el anciano con el que pensabaencontrarme al acudir al evento.

—No es un Bar Mitzvah.—¿Qué? —pregunta Patrick

alarmado ante mi afirmación.—Que esto no es un Bar Mitzvah,

que será mejor que en el futuro teinformes mejor. Ya me parecía a mítanto rosa y tanta brillantina. Esto es unBat Mitzvah, genio.

—¿Y no es lo mismo?

Page 361: Juntos somos invencibles

—¡Desde luego que no es lo mismo!En un Bat Mitzvah, la persona quecelebra

su llegada a la edad deresponsabilidad frente a la ley judía y laobservación de los

613 mandamientos de la Torá, es unamujer, bueno, una niña más bien. Comoves, la

diferencia es abismal…—Para mí no, me da igual que sean

niños que niñas…—Pues debería… las niñas son más

exigentes, te van a hacer sudar tinta paratenerlas contentas. Y si miras alrededorverás que, efectivamente, la celebrantese ha traído un buen puñado de amigasenfundadas en sus vestiditos rosas de tul

Page 362: Juntos somos invencibles

y estrás.Durante un minuto no dice nada.

Creo que entiende que, quizá, sí deberíade haber prestado más atención a quiéniba a ser el protagonista de la fiesta.Porque, aunque es cierto que tambiénhay muchos chicos, son las chicas lasque ganan en presencia, y quizá algunascanciones del repertorio no cuadrenmucho con princesas y brillantina rosa.

—Lo del saludo en hebreo ha estadomuy bien… te ha salido muy natural.

—Gracias, he practicado mucho.Vuelve a mirarme con algo parecido

al respeto, y me siento contenta de quevalore mi esfuerzo y no solo se quedecon lo malo, como que he llegado tardeo que mi atuendo no le gusta.

Page 363: Juntos somos invencibles

—Sarah, esta es Miriam, laencantadora novia de Patrick —la vozde Zachary Levi me saca de miensimismamiento y alzo la vista paratoparme, ahora sí, con la señoraultraconservadora que he estadoesperando desde que llegué.

Creo que vamos vestidas de formamuy similar, aunque claro, nos separanal menos treinta y cinco años de edad.Ahora entiendo lo que Patrick queríadecir y hasta me ruborizo un poco. SarahLevi me recorre entera en busca de lapulcritud que seguro le ha descrito minovio falso. Juro por los dioses que sumirada gris, dura e imperturbable, está apunto de conseguir que me haga pisencima del miedo que me da. Es una

Page 364: Juntos somos invencibles

mujer menuda, con la piel perfecta pesea la edad, ojos pequeños,

boca apretada en un rictus deseriedad, pelo negro apretado en unmoño alto y manos nervudas.

Junto a ella está la que supongo quees Leah, la Bat Mitzvah, la protagonistadel

día. Su mirada risueña la hace máscercana a su abuelo que a la mujer quela acompaña, y eso hace que me caigabien de inmediato. Su sonrisa es franca yamplia, decorada con brackets decolores, su pelo rubio y rizado se parecemucho al mío, indómito y salvaje, y suvestido de princesa hace que irradie luzpropia. Está feliz y ver eso en una niñade doce años es algo maravilloso.

Page 365: Juntos somos invencibles

— Shalom aleijem —digo mirandoa Leah, con una sonrisa en la cara casitan amplia como la suya.

— Shalom aleijem —me saluda ellacon respeto.

Saludo también a la abuela antes deque esta dé permiso a su nieta para quevaya

a reunirse con sus amigas. La niñaquiere su tiempo de diversión antes desentarse a

las mesas y empezar la celebraciónen el salón.

—Patrick nos ha hablado mucho deti —dice Sarah y yo miro a mi falsapareja y

enarco una ceja, gesto que hace queél clave los ojos en el suelo—. Es un

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chico estupendo y me alegra tanto quevaya a dar los pasos para seguirte en eljudaísmo…

¡Vale! Ahora Patrick y yo vamos aser los dos judíos… ¡genial!

—Sí, poco a poco. Patrick entiendeque el judaísmo es un compromiso

importante que afectará a cada partede su vida, y que durará para siempre.Por eso

estamos yendo despacio —improviso sin tener mucha idea de loque sale por mi boca.

La señora me mira como si meestuviera calando, como si intuyera quesoy un

fraude. ¡Joder, es que lo soy y estamujer parece Superman con su

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supervisión! De verdad, quiero, necesitoirme de aquí antes de que me hagaconfesarle hasta que a los catorce añosme cargué accidentalmente la maquetadel Delorean de Regreso al

Futuro de mi hermano, y le eché laculpa a Gem, la perra de mi madre.

—Bueno, lo importante es lavoluntad y que una buena chica judía loayude —

interviene Zachary—, y estoy seguroque Miriam es precisamente la clase de

persona ideal para hacerlo.Juro que me guiña un ojo, juguetón, y

a mí se me terminan de descuadrar todoslos esquemas que tenía

preestablecidos sobre este encuentro.—No dudo de la capacidad de esta

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señorita para orientarle en su caminohacia la

fe verdadera, Zach, pero estarás deacuerdo en que no muchos rabinosconvertirán a

alguien solo debido al matrimonio—se ve que Sarah no nos va a dejarirnos sin que escuchemos el discursocompleto—, el converso potencial tieneque ser sincero y querer convertirsedebido a sentimientos espirituales y nosolo porque se casará

con una chica judía.—Claro, Sarah, lo tenemos en cuenta

—dice Patrick, cada vez más nervioso,tomándome de la mano en acto

reflejo que, quizá le ayuda a calmar latensión.

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Su tacto, inesperado, me haceponerme alerta al instante. Es suave yfirme a la vez, cálido y reconfortante,como si nos uniera en la cruzada contraesta bruja que solo busca importunarnosy ponernos nerviosos.

—Y dime, querido, ¿ya hasempezado con el estudio? ¿Ya has sidorechazado

por el rabino antes de tu aceptaciónfinal? ¿Ya has asimilado los TrecePrincipios?

—Sarah, por el amor de Dios,¡pareces la Beit Din1 más que la abuelay responsable de una niña en su BatMitzvah!

Ya sudando como si estuviésemosdentro de una sauna, la señora nos libera

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de sus garras y su insistencia, casiobligada por su marido, que la arrastrahasta sus siguientes víctimas, una parejade su edad que estaban esperando parasaludar a los anfitriones.

—Dios mío… dos minutos más bajoesa mirada de piedra y esa autoridad

implacable, y le confieso todos mispecados desde el parvulario —respiraaliviado

Patrick, y yo dejo escapar una risitapor haber tenido justamente el mismopensamiento.

Volvemos al escenario sin que mesuelte la mano. No quiero que lo haga,no sé

por qué, pero me siento a gusto coneste simple gesto compartido, como si

Page 371: Juntos somos invencibles

nos uniera una misma meta en la vida:sobrevivir al día de hoy sin dejarnosvencer.

—Pobre niña... tener que crecer conla madrastra de Blancanieves no debede ser

fácil.—¿Y sus padres?—No tiene, los perdió muy pequeña

en un accidente de avioneta en NuevoMéxico.—Pobre…—Sí, por eso los Levi quieren que

todo salga perfecto. Necesitan que laniña no

note que ellos no están. Complicado,pero bueno, al menos la intención esbuena.

Page 372: Juntos somos invencibles

Asiento. No quiero ponerme en sulugar, ni en el de la niña ni en el de losabuelos. Menudo papelón. Tiene que sermuy duro pasar por esto sin la presenciade unos padres.

Llegamos al pie del escenario y nosquedamos quietos, uno frente al otro,

mirándonos, hasta que deshacemospoco a poco el nudo que forman nuestrasmanos

enlazadas. No sé qué me pasa pordentro, pero detesto el momento en quedejo de

sentir su tacto y tengo quecontenerme muy seriamente para novolver a cogerle y

no soltarle.Esboza una sonrisa triste, como si

Page 373: Juntos somos invencibles

me estuviera leyendo la mente y mecontestara

que a él le pasa lo mismo −al menoseso es lo que interpreta mi cabezaperturbada

por lo que acaba de pasar entrenosotros− y me señala un grupo demesas cercano a

donde nos encontramos.—Creo que la última mesa es la que

nos han preparado a nosotros. En nadaestaremos ahí contigo, voy a ver cómoestá programada la playlist que sonarádurante los platos. Nos queda nada paraentrar en escena.

—En serio… si seguís poniendomúsica grabada, no sé qué hacéis aquí,panda de

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vagos —bromeo, y esta vez él no seenfada con mi comentario ni se pone a ladefensiva.

—Somos unos chicos con suerte, deeso no hay duda.

Me encanta cuando deja de lado alchico enfadado que vive dentro de él.Cuando

se abre al mundo, cuando aceptabromas, cuando es sociable, cuandosonríe…

cambia por completo y hasta esatractivo. Juro que me están entrandounas ganas locas de empezar a decirtonterías sin sentido solo para que no sele vaya ese buen humor y esa sonrisaque hacen que parezca otro.

Me separo de él y ocupo la mesa en

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la que están escritos nuestros nombres.Es un

sitio perfecto, cerca del escenario yalejado del barullo general, donde poderrelajarse pensando que no nos pillaránen falta. Me siento y lo miro subir ahablar con los otros miembros delgrupo. Se le ve tan a gusto en eseregistro, tan diferente

al chico del taxi, que no dudo ni porun momento que ha nacido para estar ahíarriba, en un escenario.

Y pienso en que yo una vez tambiénme sentí a gusto en uno, y que renunciéporque me perdí a mí misma. Acaso laMiriam de ahora es producto de la quedejó de soñar con la música, y no estoytan mal. Pero me pregunto, solo por un

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instante,si no podría ser todo aún mejor.

1Corte judía formada por tres

autoridades que examina, entre otrascosas, a los solicitantes que deseanconvertirse al judaísmo.

Capítulo 8

Page 377: Juntos somos invencibles

Falling Away withYou

—Oficialmente, puede decirse quesoy la peor gruppie de la historia y nodigamos ya la peor novia —digo entrerisas en la mesa en la que estamosintentando cenar a toda prisa, antes deque los invitados acaben su primer platoy se requiera al grupo

para el tradicional Baile de lasSillas—. ¡Ni siquiera sé cómo osllamáis!

—Tenemos un nombre genial:

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Letters from Sligo, un homenaje a casa—dice

Shane con orgullo.—Irlandeses teníais que ser —digo

riéndome, contenta de estar rodeada dechicos realmente agradables, y con

el trauma de haber sobrevivido alinterrogatorio

de Sarah Levi poco a pocosuperado.

Shane, Cian y Patrick sonoriginariamente de Sligo, una poblacióndel noroeste

de Irlanda, a quien han dedicado elnombre de su grupo. Luka, el más joven,es neoyorquino de pura cepa, cuartageneración, como él remarca, y se haunido al grupo recientemente, casi por

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casualidad.—Este mocoso es solo un acoplado

—bromea Cian—. Solo le estáguardando el

sitio a Declan.La mención del nombre de su

hermano hace que Patrick se vuelva másreflexivo

y abandone el momento distendidoque estábamos teniendo. No me heolvidado de

él, de su petición de que fuera avisitarlo, y pienso hacerlo. Aunqueahora, aquí, delante de él, me siento unpoco mal por no haber sacado un huecopara hacerlo esta semana. Tomo notamental para no retrasarlo mucho más.Una promesa es una promesa y, además,

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el chico me gusta, no me supondráninguna molestia visitarlo.

—Cuando Declan vuelva, a Luka letocará ser el chico de los recados otravez —

le dice Shane revolviéndole el peloen un gesto cariñoso.

Patrick se levanta de su sitio,claramente incómodo, y los demás loimitan. Creo

que le cuesta mucho soportar la ideade no tener aquí a Declan y no es capazde disimularlo. Y no soy la única que lonota, porque todos los demás dan supropia excusa y se acercan al escenarioa prepararse para comenzar el trabajopara el que les han contratado.

—No tardará en volver, ya lo verás

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—le digo con la firme convicción deque es

verdad, que en Declan hay fuerzasuficiente para sobrellevar suenfermedad.

—¿Y tú qué sabes? —me dice, depronto frío como una noche de invierno.Ha vuelto la nube a posarse sobre sushombros, hundidos por el peso de lasresponsabilidades y del dolor de saberque la recuperación de su hermano seescapa

de sus capacidades.Quiero reconfortarlo, asegurarle que

Declan sanará, pero me muerdo el labiopara no dejar que palabras insensatas lelleven a tener esperanzas que, quizá,estén vacías. Me limito a poner mi mano

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sobre su hombro y a dirigirle una miradade consuelo, que él no alcanza a verporque ha clavado sus hermosos ojos enel suelo.

—Patrick, me alegra encontrarteantes de la actuación —la voz deZachary Levi

nos saca a ambos de nuestrospensamientos—. Quería darte esto.

Le entrega un sobre alargado yPatrick lo toma sin que la tristeza haya

abandonado su mirada.—He pensado que sería mejor que te

diera los honorarios estipulados. Heañadido una propina por petición

expresa de Leah, se ha enamorado aprimera vista

de tu Miriam —dice guiñándome un

Page 383: Juntos somos invencibles

ojo. Este hombre debe de tener un tic.—Vaya, gracias, Zachary, pero aún

ni hemos empezado. Deberías haberesperado

a ver cómo va el espectáculo.—Confío en ti, Patrick.Le sonríe con tanta franqueza que él

no es capaz de gestionar todo lo que laspalabras del anfitrión están haciéndolesentir. Me acerco más a los doshombres, quedando entre ambos, paraofrecerle mi apoyo al que es mi novio aojos del señor Levi. Patrick lo agradecey deja que mi brazo descanse alrededorde su cintura.

—Solo te pido una cosa. Que mepermitas un baile con esta jovencita,porque reconozco que a mí también me

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ha robado un poquito el corazón —mientras lo dice me da un pellizcodisimulado en el culo que hace quepegue un brinco muy difícil

de disimular.¡Este señor es todo un personaje! No

sé si tengo ganas de darle una patada enlos

testículos o empezar a descontar losminutos para que comience ese baile queha solicitado. Me hace gracia y, a la vez,me desconcentra tanto su actitud que unavoz me dice que, quizá, lo mejor seaalejarse de él, no vaya a ser que lointente de nuevo y le pille la señoraLevi.

Cuando Zachary se aleja y loscamareros entran en la sala a recoger el

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primer plato, Patrick me entrega el sobrey se dispone a alejarse hasta elescenario.

—¿Y qué hago yo con esto? —lepregunto.

—Guardármelo. Eres mi novia, ennadie confío más que en ti, caramelito.

—¿Te has vuelto loco? —le gritomientras lo persigo por la pista de baileen el

corto recorrido que hay desdenuestra mesa al escenario.

—¿No has traído un bolso o algoasí? No quiero dejarlo en la funda de laguitarra o en cualquier otro sitio por ahídonde pueda extraviarse.

—Sí, tengo un bolso en la entrada,con el abrigo.

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—Bien, pues ve y déjalo allí, porfavor —me pide con un tono máshumilde, como de súplica, y yo claudicoporque no tengo argumentos paranegarme después de dar él los suyospara pedírmelo—. Y ten cuidado conese trasero y que el señor

Levi no te lo pille otra vez, que esmío.

No puedo ver su rostro porque yaestá de espaldas a mí, pero percibo lasorna en

su voz. Se ha dado perfecta cuentade que el abuelo me ha metido mano, yno ha podido desaprovechar el materialpara meterse conmigo. Esbozo unasonrisa casi infantil. Patrick se ha vueltoa deshacer de la nube y eso, sea por el

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motivo que sea, ya me hace feliz.Cuando vuelvo de dejar el sobre a

buen recaudo en mi bolso, veo que estáya todo dispuesto para el tradicionalBaile de las Sillas. Es la última canciónque pondrán grabada, y cuando acabe,será Letters from Sligo quien amenizaráel resto de la cena y el posterior baile.

Me acerco al grupo sorteando a todala chiquillería que desea participar deltradicional baile hebreo, donde lahomenajeada es subida y paseada por elsalón encima de una silla a hombros. Elalboroto que causan los más pequeñoses considerable y veo a Leah yapreparada, feliz como la niña que es yque sabe que toda esta diversión vienegenerada por su causa. Le deseo en

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silencio un buen BatMitzvah y, sobre todo, una buena

vida donde sus padres la acompañen delmodo que

jamás pueda echarlos en falta.Cuando llego junto a los chicos, la

música comienza a sonar, y variosadultos jóvenes alzan la silla con Leahencima, muerta de la risa,desprendiendo una alegría contagiosa.

Le hago un gesto a Patrick para darlea entender que sus honorarios están abuen

recaudo. Está colocándose ya laguitarra para empezar a tocar cuandoacabe la música hebrea que amenizaahora mismo la fiesta, y me lanza unasonrisita de aquiescencia, una sonrisa

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que me parece preciosa y que, porprimera vez, le llega hasta los ojos.

En ese momento, oímos el gritoahogado que lanza Cian.Automáticamente todos

miramos en su dirección y vemosque se encuentra en el suelo, encogidosobre sí

mismo. Subo al escenario por unlateral y me acerco hasta él, como elresto de los

chicos. Tiene una de sus manos llenade sangre, y un rictus de dolor cubre surostro

ceniciento. Tiene mala pinta, no sepuede negar: una brecha en su manoderecha que

parece que va a necesitar unos

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cuantos puntos.Miro hacia Patrick que está aún más

pálido que Cian. Sé lo que estápensando, que ha cobrado un conciertoque no va a poder dar, que sin Cian esimposible ofrecer un espectáculo decalidad y que, ahora mismo, laresponsabilidad de estropearle la fiestaa una niña ilusionada de doce años, eslo peor que podría pasarle.

No se mueve, apenas reacciona ytemo que se venga abajo, así que, nicorta ni perezosa, tomo las riendas de lasituación, al menos para impedir queesta crisis acabe en disgusto.

—Cian, ¿estás bien? —le preguntoagachándome junto a él y observando laherida más de cerca.

Page 391: Juntos somos invencibles

—Sí, pero la mano me duelehorrores, no sé si no me habré roto algo.

Patrick cierra los ojos, se confirmansus peores temores y no ve una salidapara

este entuerto. Me dan ganas dezarandearle y hacerle reaccionar, perome centro en

Cian y en arreglar todo esto en lamedida de lo posible. Me quito michaqueta y envuelvo su manoaccidentada con ella, es lo único queveo a mano si queremos que deje desangrar.

—¿Qué ha pasado, tío? —preguntaLuka.

—Se me ha resbalado el teclado alcolocarlo bien y el caballete se me ha

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cerradoen la mano... —una mueca de dolor

le cruza la cara y le impide seguirhablando. A

sus pies, efectivamente, se ve que elteclado yace en el suelo y el caballeteestá despatarrado a su lado.

—Cian, no tiene buen aspecto, creoque deberías ir al hospital a que te haganuna

placa y te pongan puntos —diceShane. Al menos alguien del grupo está

colaborando.—No os puedo dejar colgados… —

protesta, aunque sin mucha convicción.Él

mismo sabe que no va a poder tocaresta noche.

Page 393: Juntos somos invencibles

Ayudo a levantarse al accidentado yme planto delante de Patrick, que siguesin

creerse su mala suerte.—Dame cincuenta dólares —le

exijo con la mano extendida.Sin hacer preguntas o plantearse mi

cordura, Patrick se mete la mano en elbolsillo y saca unos cuantos billetespulcramente doblados por la mitad.Selecciona uno de cincuenta y me loentrega. Me mira muy serio, sus ojosazules y llenos de

miedo se anclan en los míos, y tratode transmitirle serenidad para que no sederrumbe. ¡Confía en mí! , quierogritarle, pero me limito a apretarle lamano que me entrega el billete y a

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llevarme a Cian conmigo hacia laentrada.

—Si acaba el Baile de las Sillas,improvisa algo. Volveré enseguida.

Cian y yo pasamos por entre losinvitados, que bailan como locosalrededor de

la homenajeada. Salimos hasta lapuerta e intentamos parar un taxi.

—¿Puedes llamar a alguien para quevaya contigo al hospital? —pregunto

rogando para que diga que sí, porquesi sus únicos conocidos son los queestán dentro de esa sala, el pobre va apasar las horas más solitarias de suvida.

—Sí, tranquila, llamo ahora mismo ami hermana —dice mientras un taxi se

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paradelante de nosotros—. Dime que

tienes un plan…Sonrío ante el gesto esperanzador de

su cara. Me produce mucha ternura ycasi

me da pena mandarlo solo alhospital, pero es imposible perder a otromiembro del

grupo ahora mismo.—Tengo un superplan —digo

mientras ambos esbozamos dos sonrisasllenas de

confianza.Nos despedimos con un abrazo y la

promesa de que nos mantendremosinformados por ambas partes, y

corro de nuevo al interior. Antes de

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entrar en la sala, vuelvo a molestar alhombre del guardarropa, pidiéndole mibolso por segunda vez en cinco minutos,y cojo una barra de labios rojo pasiónque tengo en

mi estuche de cosméticos.De verdad que no sé si mi alocada

ocurrencia puede salir bien, pero es laúnica

salida que se me ocurre para queLetters from Sligo no salgan de la fiestacon abucheos y habiendo defraudado auna niña de doce años en su gran día.

Cuando llego al escenario, la músicadel Baile de las Sillas está acabando.No tenemos mucho tiempo.

—¿Tenéis las partituras de lascanciones que tenéis en el repertorio?

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—Shane asiente y yo me acerco alteclado de Cian, que ya está colocadootra vez en su sitio y sin daño aparente.

—¿Qué pretendes hacer? —Patrickse acerca a mí con cara de malas pulgas.El

chico enfadado ha vuelto y, no sé porqué, pero siempre acaba chocandoconmigo

—. Aunque nos sacaras del apuromusical, si los Levi te ven, se acabó lafarsa. Se

supone que eres judía, no puedestocar en un grupo un sábado… eso vacontra todas

sus creencias.—Miriam, tu perfecta novia judía,

respetaría el Sabbath con devoción.

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Perodigamos que ahora no soy esa chica

—propongo mientras me suelto la trenzay me

abro el recatado vestido marrón—.Digamos que ahora soy… Alexandra, yque hoy

me haré cargo de los teclados paraLetters from Sligo.

Patrick no me puede mirar con másasombro. Me deshago del vestido y dejover

lo que llevo debajo: una falda negraajustada, por encima de la rodilla, y unacamiseta de tirantes del mismo color.Era mi opción por si podía escaparmede esta farsa pronto y quedaba con Corapara una copa o dos cerca de casa.

Page 399: Juntos somos invencibles

Completo el conjunto despeinándome lamelena y pintándome los labios de unintenso color rojo. No queda ni sombrade la mojigata que Patrick les hapresentado a los Levi hace un rato.

—Dios mío —dice Patrick concierta angustia—, si Sarah te ve ahoramismo le

da una apoplejía.—Pues que no me vea o, al menos,

que no se fije en mí. ¿Por qué canciónempezamos?

La canción grabada acaba y nosponemos en nuestros sitios. Reconozcoque, a pesar de dar una imagen detemplanza y seguridad, por dentrotiemblo igual que un flan de gelatina.Hace años que no toco, hace años que

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no actúo, hace años que nocojo un instrumento entre mis

manos… paso mis dedos, un pocotemblorosos, por

las teclas del piano electrónico deCian. Compongo una imagen en micabeza de

cómo debe de sonar, me sumerjo enlo que mis dedos van a sentir alpresionar las pistas blancas y negras, ycierro los ojos para conectar con esapersona que hasta respiraba música queun día fui.

La batería de Luka comienza amarcar el ritmo de nuestra primeracanción. Mi

primera canción. El pulso se meacelera, la adrenalina me recorre entera

Page 401: Juntos somos invencibles

y sé que lovoy a hacer bien. Empezamos con

una de Muse, como no podía ser de otromodo.

Una suave para acompañar a todoslos invitados a sentarse de nuevo yacabar de cenar antes de que el baile seasu única ocupación. Falling Away withYou inunda la sala y siento escalofríos alformar parte de todo esto. Patrick mirahacia atrás mientras canta y me dedicauna mirada intensa. Tiene una vozpoderosa, con mucho color, hermosa…una voz que transmite y que me cantadirectamente al corazón. Si

este es su sueño, no creo que debadedicarse a otra cosa que perseguirlo.

Letters from Sligo está sonando y lo

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hace muy bien. La batería que era deDeclan, y los teclados, de Cian, hancambiado de manos, pero el grupo va asalvar la actuación, y eso le dará aPatrick un motivo para sonreír.

And I'll feel my world crumblingout

I'll feel my life crumbling outI'll feel my soul crumbling awayAnd falling awayFalling away with you

******—¡Ha llegado la hora de los juegos!La voz de Shane a través del

micrófono consigue arrancar una oleadade gritos

emocionados entre los asistentes alBat Mitzvah de Leah. Al fin y al cabo,

Page 403: Juntos somos invencibles

no dejande ser niños, por más que se hayan

vestido de adolescentes y traten deactuar como

tales. Han venido a reír, a bailar y ajugar, y eso se les nota cuando elmomento lúdico llega.

Un hombre de unos treinta años ypelo rizado, todo vestido de negro, tomael escenario junto a nosotros. Patricknos ha explicado en qué va a consistireste rato de juegos, y ya estamospreparados.

—¡Hola, chicos! —saluda el hombrea su joven público—. Vamos adivertirnos

un rato ¿os parece?La algarabía de los niños estalla en

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un grito ensordecedor y todos saltanentusiasmados. Entre ellos, mientras

les hablan, pasan unas mujeres quereparten globos entre ellos.

—Coged los globos que os estándando e infladlos. Veis que los de laschicas son

blancos y los de los chicos, azules.Con la cuerdecita que tienen al final,fijadlos a

vuestros tobillos.Los niños, entusiasmados, obedecen

a su interlocutor entre risas, y prontotodos

han cumplido su tarea.—Muy bien. Ahora necesito que las

chicas os pongáis aquí, a mi derecha, ylos

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chicos, a la izquierda. Perfecto.Cuando suene la música, tenéis unamisión: acabar

con los globos del otro color y,además, proteger los vuestros. Solopodéis usar los

pies y, por supuesto, damos porsentado de que todo el mundo jugará con

deportividad, ¿verdad? Solo unacosa más, si la música para, vosotrostambién, ¿de

acuerdo? ¡Pues que comience labatalla de los globos!

Los niños estallan, una vez más enaplausos y vítores emocionados, ynosotros

empezamos a tocar. Llevamos yamás de una hora de baile y yo he

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perdido mi miedo inicial, mi falta deseguridad y mis paranoias más básicas.No lo estoy haciendo perfecto, pero,desde luego, ningún fallo mío se hanotado hasta el extremo de tener queparar la canción y pedir perdón alrespetable. Algo es algo, piensodivertida.

Y me lo estoy pasando realmentebien, mucho. Nunca antes había formadoparte

de un conjunto de rock y tengo quedecir que es algo fabuloso. Habíatocado en compañía de otroscompañeros en formato orquesta clásicay, desde luego, no es lo mismo. Laadrenalina te recorre el cuerpo con cadanueva canción, de un modo que,

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si lo piensas, es como sentir unorgasmo cada vez. Definitivamentedebería hacer caso a mi madre y darmealgún revolcón más a menudo si noquiero empezar a obsesionarme. Más.

Con los niños preparados, Lukavuelve a dar la señal, golpeando susbaquetas una contra la otra. Y la músicafluye de nuevo entre mis dedos y, otravez, siento que me recorre entera y ladisfruto. Comenzamos a tocar When IGrow Up (to be a Man) de los BeachBoys −petición especial de nuestroanfitrión, Zachary Levi− y no puedoestar más contenta con la elección,porque el buen rollo musical acompañaa chicas y chicos en su persecución sincuartel, en busca del triunfo definitivo.

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Las chicas están más decididas a ganary, desde luego, las veo más que capacesde llevarse la victoria. Cuando hacemosparones, marcados por la mano en altode Patrick que nos hace la seña, losniños se quedan quietos, como estatuas,y no pueden evitar morirse de risa comoconsecuencia de la excitación y latensión que les está provocando eljuego.

Tal y como pensé en un primermomento, son las chicas las que ganan eljuego,

con gran regocijo para ellas, que nopueden dejar de pasarles el triunfo porla cara

a sus contrincantes vencidos. Laalegría las inunda y piden más música

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para amenizar su victoria. Lascomplacemos con I'll Be There for Youde The Rembrandts y, pese a que lacanción ya tiene sus añitos, los niños sevuelven locos ya desde las primerasnotas de guitarra que Patrick les regala.

La noche no puede ir mejor, sobretodo para Leah, que refleja en su rostroinfantil la satisfacción de estar viviendode forma maravillosa el día másimportante de su vida. Más juegosmusicales con la complicidad del grupo,bailes en conjunto

con coreografías imposibles, ytradiciones hebreas que emocionan a losmayores y

hacen partícipes de su herencia a losmás pequeños… todo ello va

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conformando unanoche divertida y llena de recuerdos

memorables.Cuando el momento culminante llega

para Leah, el baile con su abuelo, la salase

queda en completo silencio. Para mítambién es un momento importante. En lapartitura para esta pieza hay un cambioimportante: la canción empieza con unvals tradicional, para, después de lamitad, encadenarse sutilmente a otra, unapieza inédita que no conocía de antes.Algo que ha escrito Patrick y que quiereprobar a ver cómo funciona. Meemociona de algún modo, sin empezarsiquiera.

Las luces bajan, las voces se calman

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y todo el mundo despeja la pista deforma

instintiva. Leah entra en el únicofoco de luz que han dejado desdecontrol. Camina

de la mano de su abuelo, que estávisiblemente emocionado. En unaesquina puedo

ver cómo Sarah Levi los observaintentando contener la sensación deorgullo y amor por ellos. Quizá no seasanto de mi devoción después de laspalabras que nos ha dedicado a Patrick ya mí hace un par de horas, peroreconozco lo mucho que quiere a la niñaque ha criado y puedo entender que seemocione hasta casi las lágrimas.

—Me complace anunciar que el

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señor Zachary Levi y su encantadora ypreciosa

nieta Leah, van a proceder a tener subaile especial esta noche. Por favor, unaplauso para ellos.

Las primeras notas de Roses fromthe South, uno de los valses máshermosos que escribió Strauss, y quetantas veces interpreté con la orquestacon la que tocaba en mi adolescencia,comienzan a sonar elegantes, serenas yseñoriales. El salón se inunda de algoparecido a la magia cuando abuelo ynieta danzan sobre sí mismos,demostrando lo mucho que han ensayadopara este momento.

Poco a poco, las notas se enlazancon otras, menos tradicionales, menos

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grandilocuentes, más humildes, peroigualmente hermosas. Y es entonces, conun perfecto ambiente, íntimo y mágico,cuando comienza a sonar la vozdesgarrada, emocionada y triste dePatrick…

I no need to be aloneI no need to be without youI don't need to be with someone elseI no need to start to missing youAnd to sing for other people maybe

heal my soulbut you are just in the middle of

everythingHow can I live in a world with no

joy?How can I live in a world with no

you?

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Don't leave me like this,as you were all I needDon’t leave me like this,as you were my reason to liveCan I hold you close?Until we're out of focusHow can I live in a world with no

joyHow can I live in a world with no

you?Don't leave me like this,as you are all I needDon't leave me like this,as you are my reason to live.La canción es hermosa, sencilla,

llena de un dolor difícil de describir y,aun así,

perfecta para culminar el baile

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especial de Leah.Cuando suena la última nota, el

salón rompe en aplausos emocionados yno es para menos. El momento ha sido,de verdad, perfecto.

Me doy cuenta de que una lágrima haescapado de mis ojos emocionados y

resbala, solitaria, por mi mejilla. Séque Patrick lo ha visto, por mucho quehaya apresurado a limpiármela con lamano. Si esto es lo que contiene suinterior, no entiendo cómo puede estarsiempre enfadado… toda esa belleza esdemasiado hermosa como para no movertoda su vida.

La noche avanza y, cerca de lamedianoche, la fiesta acaba. Losinvitados están agotados de bailar,

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divertirse y formar parte de la historiade Leah. Van cargados con los detallitosque la familia Levi les ha ofrecido enagradecimiento por acompañarles eneste día, y en las caras de todos se veque el evento les ha encantado.

Yo, lo reconozco, estoy desfallecida.La tensión que traía acumulada desdehace

días, más la que he sumado hoy alsubirme al escenario, me abandonan depronto, y

noto un cansancio que me golpea alacabar la actuación.

—Miriam, ha sido una pasada. Lohas hecho de fábula. Ahora a celebrarlo¿no?

—oigo que Luka propone nada más

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acabar la última canción.—De eso nada —corta Patrick,

tajante— ahora a llamar a Cian y, si aúnestá en el

hospital, pasar a verlo.—Voy a llamarlo, a ver qué tal —se

ofrece Shane, saltando del escenario conel

móvil ya en la oreja.No sé muy bien qué hacer a

continuación. Así que, aunque meinterponga en su

trabajo, trato de ayudar a recoger yasí acabar antes con todo lo que hay quehacer.

Me dejo guiar por Luka, que meindica pequeñas tareas que puedo irhaciendo para

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ayudarles.—Cian está ya en casa. Le han dado

unos puntos y le han recomendadoreposo.

El golpe ha sido considerable perono tiene nada roto —anuncia Shanemientras se

pone manos a la obra a recoger suscosas.

Me alegro mucho, una rotura dehuesos en las manos o brazos es fatalpara un

músico. De unos puntos se recuperauno rápido, pero de una rotura… la cosapodría

haber sido muy seria.—Luka tiene razón —oigo la voz de

Patrick cerca de mi oído, lo que me

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provoca un estremecimientoinmediato—. Lo has hecho muy bien, nosé qué

hubiera sido de nosotros sin tuayuda.

—No… no ha sido nada —balbuceocomo una colegiala—. En realidad, hasido

una pasada poder tocar convosotros. Gracias por darme laconfianza para hacerlo.

—Has salvado la noche. Eso tegarantiza mi gratitud eterna.

—Me conformo con que me sonríasmás y dejes las borderías en casa.

—¿Borde yo? No sé de qué mehablas… —me hace caso y sonríemientras habla,

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y mi corazón, con ese simple gesto,se llena de algo indescifrable en lo que,ahora

mismo, no quiero pensar.Es agradable ver que también sabe

decir cosas así y no solamente esasfrases cargadas de mal humor tan suyas.Le devuelvo la sonrisa mientras les sigoayudando a recoger cables y guardarinstrumentos en sus respectivas fundas.Se nota que tienen experiencia, porqueen apenas diez minutos, tenemos casitodo el escenario despejado.

—Muchas gracias por todo, chicos—oímos la voz de Zachary a nuestras

espaldas.Me tenso al instante y me da un

miedo atroz darme la vuelta y que me

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vea. Tengoque componer en mi cara una sonrisa

de seguridad y suficiencia para que nome confunda con la mojigata queconoció al inicio de la velada. Metiembla todo y tengo que sujetarme a lastablas del escenario para no caer alsuelo.

—Muchas gracias a vosotros,Zachary —Patrick también está entensión, puedo

sentirlo debido a que nos separanapenas diez centímetros—. Ha sido unafiesta preciosa. Nos alegramos muchode que Leah la haya disfrutado tanto.

Al girarme la veo. Veo cómo clavasus ojos duros y fríos en los míos, y esentonces cuando decido no venirme

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abajo, no dejarme vencer por la miradaintransigente de una mujer que puedeechar a perder los sueños de mi amigo.

—¿Una incorporación de últimahora al grupo, señor Feehily? —SarahLevi no

separa sus ojos de mí y Patrickcierra los suyos al ser pillado en faltapor la única

que no debía acercarse a nosotros.El repaso que hace de mi atrevido

atuendo no pasa desapercibido paranadie, y juro que hasta me sientodesnuda por lo mal que me hace sentirsu escrutinio pormenorizado.

—Sí, señora —contesto con una vozun poco forzada, tirando a chillona y conun

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acento irlandés terrible. Voy a portodas, aunque sea inasumible que yo nosoy yo—.

Soy Alex, la prima de Patrick. Seaccidentó su teclista y me tuvo quellamar corriendo. Espero que no lesimporte que una chica se suba a unescenario…

Patrick no sale de su asombro. Creoque está deseando que los anfitriones sevayan para poder matarme… y no se lopuedo reprochar. Con lo fácil quehubiera sido esconderme o admitir quesoy la novia judía… total, cobrar, ya hacobrado.

Aunque a esta mujer la creo capazhasta de exigir la devolución de loshonorarios

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del concierto por haber atentadocontra la moralidad hebrea.

Nadie dice nada y yo solo deseo queme trague la tierra. Todos sabemos queestoy mintiendo, que mi historia no escreíble, y la situación no puede ser másincómoda para ninguno de los cuatro.Bueno, para el señor Levi sí essoportable, de hecho, se le ve cómohace grandes esfuerzos para no estallaren carcajadas. Y por

los dioses, espero que consigacontenerse si no quiere que la ira de suestricta mujer caiga sobre todosnosotros, y alcance, por extensión, atodas las personas y cosas que se hallena doscientos metros a la redonda.

Haciendo gala de un autocontrol que

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agradecemos todos, se despide denosotros

con galantería y empuja lejos denosotros a su mujer, que se va aregañadientes y

con la ira incendiando su rostro.Cuando ya están fuera de nuestroalcance, no puedo evitar desinflarmecomo un globo y soltar toda la tensiónacumulada.

—¡Dios mío! ¡Estás como unaauténtica cabra! —exclama Patrick. Yno sé si lo

dice como un halago o como unaverdad irrefutable, de esas que seexpresan con muchísimo temor.

—¿Has visto la cara de esa brujacuando me ha oído hablar con acento

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irlandés?—Un acento irlandés de lo más

lamentable, si me permites decirlo.—No te lo permito. Me ha salido de

escándalo.Me mira un instante y rompe a reír

como no le he oído hacerlo nunca. Esagradable y no puedo evitaracompañarlo porque sí, porque ha sidotenso, pero también increíblementedivertido burlarme a la cara de SarahLevi y su intransigencia yencorsetamiento.

Nos pasamos un buen rato dobladospor la risa, hasta que Shane nos arrancade

este momento tan lleno decomplicidad que acabamos de vivir.

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—Hemos acabado, Patrick, soloqueda subirlo todo a la furgoneta. ¿Nos

tomamos esa copa ahora?Me mira con ojos interrogantes,

preguntándome si me animo a unirme aellos para emborracharme al más puroestilo irlandés. Sopeso la opciónseriamente, pero debo reconocer que micuerpo está agotado y que no sería unacompañía muy grata.

—Creo que os voy a dejar lacelebración a los chicos. Yo no puedomás, necesito

irme a dormir ahora mismo.Creo que veo cómo una sombra de

pena atraviesa los ojos azules de Patricky algo en mi interior se incendia alinstante. No sé si es la adrenalina del

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día, el descubrir que sabe cómo reírse ola canción que ha cantado en el baile deLeah con su abuelo, pero la verdad esque no puedo mirarlo como lo hacíahasta hace apenas

tres horas. Y creo, sinceramente, queesa es otra buena razón para irme a casaahora

mismo y meditar sobre todo esto…no creo que sea buena idea meterme enmás líos

esta noche.—Te llevo a casa entonces —dice

tras valorar si merece la pena o nointentar convencerme—. Chicos, ¿osencargáis de montar todo en la furgo?Voy a llevar a Miriam a casa. Es lomínimo después del favor que nos ha

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hecho esta noche.Y poniendo su mano en mi cintura

para animarme a caminar por delante deél,

dejo que el Bat Mitzvah concluya y,con él, una de las mejores noches detoda mi vida .

Capítulo 9

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Butterflies andHurricanes

Pese a que me he tirado toda lanoche dando vueltas sin dormir mucho,no me levanto excesivamente cansada.Las leyes de la física se han olvidado demí esta fría mañana de noviembre y medan una tregua sobre mi cuerpo que yo,sinceramente,

agradezco mucho. Debo ir a casa demis padres y, la verdad, necesito todaslas fuerzas que sea capaz de reunir.

Los acontecimientos de la velada

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anterior se han proyectado en mi cabezauna y

otra vez durante toda la noche: losnervios iniciales al llegar al salón, elsubidón al tocar con el grupo o laspalabras de Patrick durante toda lavelada. Sobre todo, y de formainevitable, las que compartimos en sutaxi de camino a mi casa.

—Gracias por acercarme a casa,pero podías haberte quedado con tusamigos.

Hoy no hay problemas para cogertaxis, no hubiera secuestrado ninguno —le dije

nada más ocupar el asiento delcopiloto.

Sonrió y volví a pensar en lo mucho

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que me gustaba el Patrick sin nube deenfado alrededor de sus hombros.

—Llevarte a casa me libra de cargarlas cosas en la furgoneta y me ahorraotros

cincuenta dólares —enarqué miscejas en un gesto interrogativo ante suúltima afirmación—. Si no te llevo, lomínimo hubiera sido pagarte el taxi,¿no?

Estaba relajado y no era para menos.Había conseguido capear el temporal dela

falsa novia judía delante de SarahLevi −bueno, al menos podía decirseque había salido victorioso pese a nohaberla engañado en absoluto− y habíalogrado salvar el concierto tras el

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accidente de Cian. No creo que lepidiera más a la noche de lo que

ya había recibido, así que relajarseera lo más adecuado a estas horas, contodo ya

concluido.—Me lo he pasado muy bien esta

noche, Patrick —le dije tras unossegundos de

silencio—. Ya sé que ya te lo hedicho, pero es que es verdad… heconectado con

una parte de mí que ya pensé quenunca más volvería a salir a lasuperficie.

Miraba a la carretera, pero, a ratos,alternaba para mirarme. Yo habíaclavado mi

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mirada ausente más allá delparabrisas y me intentaba analizar a mímisma, en busca

de algunas respuestas a interrogantesque, con luces, brillantina y tamaño derascacielos, se habían comenzado apintar en mi mente desde el mismoinstante en que toqué la primera tecla deese teclado. La Miriam que habíasurgido en ese momento, la niña de seisaños que comenzó a tomarse las clasesde solfeo en serio; la preadolescente quedio su primer concierto en el concursode talentos de quinto

grado; la jovencita que soñaba con ira Julliard… todas fueron una durante las

horas que la música lo inundó todo.Todas volvieron a ser la persona que

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había nacido para la música, parainterpretarla, vivirla, sentirla, soñarla…

Y me daba un miedo atroz dejarlasalir de nuevo. Pero mucho más miedodaba

dejarla encerrada otra década más,porque las cadenas impuestas por undesengaño

amoroso diez años atrás no iban acontener mucho más lo que se habíadesatado en

el Bat Mitzvah de una niña de doceaños.

—Se te da muy bien y se te veía tana gusto ahí arriba, con nosotros… —dijo esbozando una sonrisa triste, comosi conociera mis razones para no ser yomisma a través de la música—. Creo

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que deberías darle una oportunidad aesto.

—¿A esto? ¿Me estás ofreciendo unsitio en tu grupo?

—¡No! —exclamó divertido—aunque mientras nos falte Cian teaseguro que

serás más que bienvenida. Merefería más bien a que se nota que sabes,que estás preparada. Vienes de la ramaclásica ¿verdad? ¿Conservatorio y todoeso? Tienes un don y no deberías dejarque se te secara ahí dentro,desaprovechándolo.

¿Tengo un don? Dudo que se puedacatalogar así cuando he procurado no

escuchar esa parte de mí duranteaños, negándome a mí misma que era

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importante,que, incluso, una vez lo dominó todo

en mi vida.—No sabes nada de mí —me reí con

una carcajada amarga—. ¿Por qué daspor

sentado que no me dedico a ello?—Porque vi la cara de asombro que

pusiste cuando te pillé tocando laguitarra antes del concierto. Porquesudabas de verdadero pánico antes dedarle a la primera tecla cuando tepusiste en el lugar de Cian, y porque nose te podía iluminar más el

rostro cuando asumiste que podíashacerlo, que lo llevabas en la sangre yque todo

era cuestión de abrirte a ti misma y

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escucharte.De verdad, juro que un escalofrío

me recorrió entera ante la radiografíatan certera que había conseguido dibujarsobre mí con apenas tres frases. ¿Soytan transparente? ¿De verdad los soy?No podía creerme que realmente mehubiera visto. Casi hasta daba miedo…

Mi silencio evidenciaba miconfusión interior. Por sus últimaspalabras, sí, pero

también, y, sobre todo, por mispropias cuestiones personales, mipropia conciencia

de que algo se había despertado enmí de un modo abrumador, contundente ydevastador.

—Lo siento… si no quieres hablar

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del tema, no pretendía que te sintierasincómoda.—No, de verdad, no pasa nada —le

dije volviendo al presente trasobligarme a

reponerme de mi vorágine interior—. Ahora mismo tengo mucho queprocesar.

—Lo entiendo.A unas cuantas calles de mi casa, el

silencio se hizo con el control del coche,pero no era un silencio incómodo,porque yo sentía que él me estabadejando un espacio que necesitaba.Aunque yo quería aparcar todo eso paramás adelante, para cuando estuviera solay pudiera analizarlo con la profundidady atención que el asunto merecía.

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Analizarse y psicoanalizarse no es algoque deba tomarse a la ligera y menos enun taxi, pasada la medianoche,acompañada de un hombre que te hacepensar y sentir cosas.

—Tu canción es preciosa. Fue unmomento tan bonito…

Me miró un instante, el tiempopreciso que la carretera le permitiódesviar sus preciosos ojos paraclavarlos en mí con intensidad, y vitantas cosas como, supuse, él acababade ver en los míos. Vaya dos… vayamundo interior confuso y

aterrador…—Gracias. Es muy personal. Estoy

tratando de mejorarla, pero me faltaalgo.

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Arreglos y… no sé, se me acaba eltiempo y no logro que quede perfecta.

—¿Se te acaba el tiempo?—Es una larga historia. Necesito la

canción acabada para presentársela aalguien

y de ello depende mucho el futuroque podamos tener como grupo. Peroestoy bloqueado ahora mismo.

—Seguro que sabrás resolverlo deun modo u otro. Alguien que es capaz de

crear algo tan bello, tiene que estarrepleto de cosas buenas en su interior.

Justo mis palabras marcaron el finaldel trayecto, coincidiendo con la llegadaa

la puerta de mi edificio. Patrickaparcó en un hueco justo enfrente y se

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volvió haciamí. Un sudor frío me empapó la

espalda y el miedo lo invadió todo porun instante.

¿Por qué, de repente, estar en unlugar cerrado a solas con un chicodespertaba esto

en mi interior? Supongo que laexplicación era sencilla y aterradora almismo tiempo: Patrick me gustaba dealgún modo retorcido. Me gustaba comonadie me había gustado desde que asumíel abandono de Jeremy Connor.

No es que me imaginara un futurojuntos ni nada de eso, no estaba siendopresa

de un enamoramiento fulgurante.Pero sí sentía que Patrick Feehily, con

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todos sus defectos, su mal humor y susdemonios interiores, era una persona ala que no me importaría conocer más ymejor.

—Miriam… ¿sabes que estoyempezando a sentirme agradecido deque

secuestraras mi taxi? Y te juro que sihace una semana alguien me aseguraraque iba

a estar pronunciando estas palabrasahora mismo, le habría borrado delmapa de una sonada paliza.

Ambos nos reímos porque tenía supunto de razón. Yo era de la mismaopinión,

con lo borde que había sido hacesolo siete días, en ese mismo lugar…

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—¿Te apetece un ristrettodescafeinado? Aunque hoy ni siquierapuedo ofrecerte irlandizarlo con unchorrito de whisky —propuse mientrasme anotaba mentalmente reponer lasexistencias de alcohol de mi casa,arrasadas por mí después del saqueo dela madrugada del jueves al viernes.

No sé por qué le invité. Supongoque, porque el estar dentro de su taxi nose podía mantener por mucho mástiempo y no me apetecía decirle adiósaún, pese a que el cansancio no habíadesaparecido por más a gusto que meencontrara en su compañía.

Hizo ademán de salir del coche y yole imité, esperando con expectación surespuesta a mi invitación. Me miró por

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unos instantes mientras se acercaba a mí,rodeando el vehículo, y mi cuerporeaccionó de una manera traidora, conun ligero tembleque que a punto estuvode delatar mi nerviosismo dequinceañera frente a él.

—Por más que me parezca tentadorotro café de tu cafetera pija, creo quedebo

volver con los chicos.Sé que la decepción cubrió mis ojos

por un momento, que secretamenteesperaba

que a él le pasara lo mismo y que noquisiera ponerle fin a la noche, no aún.Tuve

que reaccionar rápido para nodelatarme, así que anulé ese sentimiento

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de pérdida ypinté una sonrisa enorme en mi

rostro, teñida de un poco de indiferenciafingida y

de despreocupación.—¡Claro! Los chicos te estarán

esperando… con las ganas que tenían decelebrar.

No les hagas esperar más —le animémientras me alejaba de él camino de lapuerta

de mi edificio.De repente no podía estar cerca de

él y hacer aún más incómoda ladespedida. Si

él no necesitaba quedarse como yonecesitaba que se quedara, era mejor nohacer las cosas más incómodas con una

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situación comprometida.—Ha sido una noche muy intensa, no

veo el momento de coger la cama —sí,lo

estaba consiguiendo. Viva laindiferencia y vivan las máscarasfaciales colocadas con maestría.

Ya en la puerta y con las llaves en lacerradura, levanté una mano para ponerun

punto y final indiscutible a esa nocherara, divertida, vibrante y, al final, conuna minúscula nota triste que laempañaba un poco. Mi gesto era dedistancia, dejando claro que habíacaptado el mensaje a la perfección.

—Miriam, yo… —comenzó élacercándose un poco,

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—Patrick, diles a los chicos que meha encantado conocerlos y a Cian queespero

que pronto se recupere. Buenasnoches.

No hubo más oportunidad ni dedejarle hablar ni de volver sobre mispasos y pedirle que me dijera lo que noquise escucharle decir. Estaba cabreada,sí, lo reconozco, nunca es agradable quete rechacen, aunque solo se trate de uncafé que tampoco iba con muchaintención… a ver intención igual había,pero como con este

chico no sé tampoco ni qué esperarni qué sentir, pues todo hubiera sidoconfuso hasta arrojar luz o lo quehubiera surgido…

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Me fui a la cama con una sensaciónrara en el estómago. Aún dolida, perotodavía, también, con el subidón de lanoche al completo. Como si hubieraestado montada desde las siete de latarde en una montaña rusa de emocionesque me hubiera dejado mentalmentemareada y con una ofuscaciónmonumental. En mi cabeza sonaba enbucle Butterflies y Hurricanes, deMuse, como si fuera la banda sonoraperfecta para el cóctel de sensacionesque me estaba explosionando por dentro.

Definitivamente, esta semana ha sidoemocionalmente muy intensa y creo que

debería plantearme unas vacaciones,dejar que el corazón y la cabeza sereconcilien

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y se vuelvan a poner de acuerdo, ypasar de tíos como llevo haciendo tantotiempo… sí, eso voy a hacer. Si logroconvencerme.

*****—Tienes un aspecto lamentable —

me recibe mi hermano con cordialidad,en cuanto entro por la puerta de lacocina de la casa de mi madre.

—Hola a ti también —respondo conacritud. Sí, el cansancio me habrá dadouna

tregua, pero eso no evita que tengaunas profundas ojeras que me hunden losojos, y

una piel como sin vida, pálida y conuna clara ausencia de mi brillo habitual.

—Estás en racha, no hay domingo

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que no vengas con cara de habertebebido un

bar entero —no se le ve con muchasganas de dejarme en paz.

Le observo un instante. Él tiene unaspecto radiante, relajado, como sihubiera dormido veinte horas seguidas.Detesto a los adolescentes y su rapidezpara la recuperación instantánea. Porqueestoy segura que ha dormido aún menosque yo y que anoche se pondría ciego acervezas, y quién sabe si a algo más, consus amigos.

No se tiene un carnet falso en lacartera si no es para comprar alcohol yconsumirlo

a escondidas los sábados por lanoche.

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—Contrariamente a lo que pudieraparecer, no he bebido casi nada. Ni lasemana

pasada ni anoche, es solo que noduermo bien —intento defenderme.

—Bueno, el viernes por la mañanano podía decirse que no hubieras bebidocasi

nada. Llamaste a la oficina con unacogorza de miedo para cogerte el díalibre, si no recuerdo mal.

Le saco la lengua para dejarle claroque no va a conseguir avergonzarme yme

voy al salón en busca de alguien másque no me haga sentir aún peor de lo queya

me siento.

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Hoy, definitivamente, soy la últimaen llegar, porque están todos en el salón,alrededor de mi hermana Jo, que tieneun aspecto muchísimo mejor que el delas semanas anteriores. Si algo buenoestá pasando, nada mejor que venga deella, lo que sea. Mientras le borre laslágrimas y esa tristeza que ya empezabaa ser patológica, yo lo aplaudiré converdadera alegría.

—¡Hola, cariño! Ya estás aquí —saluda mi madre con demasiado énfasis.

Se la ve con ganas de evaluar si sigoenfadada desde el viernes por lamañana. Es raro, pero no hemos vuelto ahablar desde que le colgué el teléfono ysupongo que eso la tiene descolocadaporque no tenemos un precedente para

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ello. Nunca nos hapasado antes y, lo reconozco, ni yo

misma sé si sigo enfadada. Bueno, unpoco sí

que sigo enfadada… al fin y al cabo,por su culpa he vuelto a pensar enJeremy Connor con más frecuencia, yeso me cabrea mucho.

Kevin entra en el salón y seacomoda en el hueco que queda en elsofá, entre mi

padre y Judy. Todos me han saludadocon efusividad, salvo ella, a la que notocomo

ausente, y recuerdo las palabras demi madre sobre su actitud distante desdeel domingo pasado y la suelta de labomba de la boda. Sonrío en su

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dirección, y procuro infundirle algúntipo de ánimo, si es que lo necesita.

—Jo, querida. Tu hermana ya estáaquí… ¿nos quieres contar ya eso que teestás

guardando tan celosamente?¡Estamos muertos de curiosidad!

Se palpa un nerviosismo especial enel ambiente. Un nerviosismo que no traenada malo aparejado, buenas noticias oalgo bueno que le ha pasado a alguien.

Vuelvo a mirar a Jo y quiero gritarde gozo al verla casi emocionada antesde comenzar a hablar.

—Llevábamos unos meses degestiones… desde lo de… —se calla ysu rostro,

por un segundo, vuelve a apagarse

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como en semanas anteriores, Arthuraprieta su

mano con cariño y la anima acontinuar—. Bueno, el caso es que nosapuntamos hace un tiempo en serviciossociales para ser padres de acogida y…¡Nos han llamado! ¡Han decidido quesomos dignos de confianza para acoger aniños!

Estallamos todos en un grito dejúbilo difícil de superar. Es conocidopor todos

en casa los deseos de mi hermana deser madre y lo difícil que la situación delos

abortos se le estaba haciendo.—No descartamos seguir

intentándolo —matiza Arthur en medio

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de tantoalboroto y abrazos—, pero esta

oportunidad, tanto para los niños comopara

nosotros, no podíamos dejarla pasar.—Llegarán antes de Navidad. Son

dos, hermanos. Olivia, de seis años yOwen, de nueve meses. Son de Queens yacaban de encarcelar a su madre portráfico de estupefacientes. Nadie de sufamilia se puede hacer cargo de ellos yel Sistema tiene urgencia por colocarlos,juntos, en un hogar estable.

Mi padre, claramente emocionadopor la felicidad que desprende suprimogénita,

no puede torcer el gesto cuando laoye describir la situación de los

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pequeños.—Jo, cariño… no te tomes esto

como una crítica, no pienses que no mealegro o

que lo desapruebo, pero… con lomal que ya lo has pasado hasta ahora,¿crees que

es buena idea acoger niños que, deun día para otro, pueden ser reclamadospor su

madre o por otros familiares? ¿Haspensado en cómo te afectaría todo eso?

Mi hermana le devuelve la miradacon infinito cariño. Ya se esperaba esa

reacción de nuestro padre, siemprependiente de ella, tan temeroso de que laBlake más frágil se le rompa entre lasmanos.

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—Papá, asumimos los riegos.Sabemos que se pueden ir pronto oquedarse con

nosotros muchos años. Nos hanfacilitado un psicólogo que estará connosotros en

cualquier proceso que se inicie,incluyendo la propia llegada de losniños. Y sí, quizá sea tan doloroso comoperder a uno de nuestros propios bebés,pero al menos haremos que merezca lapena mientras estén con nosotros. Paraellos, y para Arthur

y para mí.Al concluir su alegato, una lágrima

desciende sigilosa por la mejilla de Jo,que

no puede evitar emocionarse al

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defenderse a sí misma como la madreque necesita

ser. Yo la abrazo con fuerza, yentierro mi cara en su pelo oscuro, paraevitar que

mis propias lágrimas hagan acto depresencia y Kevin se ría de mí. Másaún.

La comida es, por supuesto,monopolizada por el tema de la acogidaque Jo y Arthur están a punto de llevar acabo. Todos estamos profundamenteemocionados y tenemos unas ganas locasde que el tiempo vuele y podamosconocer a los dos nuevos miembrosexprés de nuestra extraña familia. Letomamos el pelo a Kevin sobre que va adejar de ser el niño de la casa y

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aprovechamos a darle los mismos queya va a dejar de recibir, mientras nosaparta a manotazos deseoso por huir dela

mesa y perdernos de vista a nosotrosy nuestras bromas.

Mi madre y Judy ocupan sus sitioshabituales en la mesa, una junto a laotra, pero

se las ve distantes, como si en lugarde treinta centímetros las separarantreinta kilómetros. Parece que la cosa nomejora entre ellas y solo con mirarlas yver su incomodidad, me siento culpablepor seguir un poco enfadada con mimadre. Me prometo a mí misma hablarcon ella después de la comida ycomprobar cómo está.

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También quiero ver si Judy necesitaalgo, desahogarse o pegar patadas aalgo. Al

fin y al cabo, ella también es mimadre y se merece todo mi apoyo. Escierto que la

personalidad ciertamente histriónicade mi madre hace que nos centremosmás en sus dramas que en los decualquier otro en la casa, y que Judy es,de natural, reservada y poco dada a lasmuestras exageradas de afecto odesesperación, pero no por ellodebemos olvidarnos de lo que sus ojosnos están diciendo.

Se la ve apagada, sin nada de vida,como si estuviera hibernando dentro desí misma. Y me da una pena que me

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parte el corazón solo de verla. Sí que haparticipado de la alegría general con lanoticia de Jo y Arthur, o de las bromascontra Kevin, pero no es la Judy desiempre. La risa no le llega a los ojos, yse la ve con ganas de salir huyendo acualquier lugar, sea cual sea, pero lejosde aquí.

—Chicos, he tomado unadeterminación y quiero compartirla convosotros, dado

que hoy parece un día de alegrías ynoticias felices —dice mi padre,interrumpiendo

la algarabía general de la mesa—.Le he dado muchas vueltas al asunto ypor fin veo las cosas más claras.

—¿De qué demonios estás hablando,

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Paul? —le increpa mi madre, que llevafatal eso de que mi padre se haga elnovelista en la mesa y cree tensiónnarrativa con sus declaraciones.

Mi padre, muy divertido por causarel enfado inmediato de mi madre, nosmira

uno por uno, aumentando aún más lasganas de saber qué se trae entre manos.Toma

aire estruendosamente y se reclinasobre la silla con una posedespreocupada.

—He decidido que estos son losúltimos Premios RITA a los que voy a ir.Sé que

tampoco me lo voy a llevar este año,que no se van a atrever a premiar a un

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hombreque escribe bajo nombre de mujer,

pero voy a ir allí y voy a dejar claro queno me

importa ni el premio ni que sean tanhipócritas como para negarme la calidadde las

historias de Summer solo porque nohe nacido con vagina.

—Querido, tendrás que moderaresas expresiones cuando tengamos a losniños

rondando por aquí —le interrumpemi madre sin ninguna consideración.

—Papá, me parece que es unadecisión muy sabia. No te hace ningúnbien tener

esperanzas la mitad del año y odiar

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a toda la comunidad de escritoras deromántica

y erótica de América, el resto —intervengo poniéndole una mano sobresu rodilla,

en señal de claro apoyo por miparte.

—Gracias, hija. Quiero comunicarosque, además, vendréis todos al evento.Se acabó eso de tener que hacer rifa delpuesto de acompañante, como cadaaño… he reservado una mesa entera yme van a ver, vaya si lo harán. Iremostodos, los niños

incluidos si están ya con nosotros,Jo. Ya veréis qué despedida por todo loalto… va

a ser apoteósico.

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La verdad es que, cada año,invariablemente, la llegada del eventode entrega de

los RITA, algo así como los Oscarde la literatura romántica, era motivo deguerra

civil en casa. Todos nos peleábamospor ser los elegidos por acompañar apapá y

poder disfrutar de comida y bebidadignas de un banquete regio y, además,poder estrenar ropa, todo por cuenta deSummer Bennet, que corría con todoslos gastos.

Al principio, llevaba a mi madre.Luego se les unió Judy como la parejade tres

que eran. El problema vino cuando

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Jo decidió que ella también tenía edadsuficiente

para acudir, y luego, un par de añosdespués, me uní yo a lasreivindicaciones. La

cosa se solucionó democráticamente,con un sorteo que, cada año y sinexcepción,

sacaba lo peor de nosotros, sobretodo si no éramos los afortunados. La deanécdotas familiares (y no de las desentirse orgulloso, precisamente) quehan salido de los días posteriores a larecepción de las nominaciones de mipadre a los RITA… madre mía…

La noticia nos deja impactados porun momento. Y no sé si es más por elhecho

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de que mi padre haya anunciado surenuncia pública a seguir luchando porun RITA,

tras veinticinco años de carrera, oque quiera que vayamos todos, TODOS,niños no

conocidos incluidos a acompañarleen esa despedida emocional que, sinduda,

marcará un antes y un después tantoen su carrera como en su relación conSummer Bennet.

El primero en reaccionar es Kevin,que se levanta dejando caer su silla deforma

estrepitosa al suelo y, alzando losbrazos en alto, se dedica a gritar dejúbilo.

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—¡Papá! ¿En serio? ¡Por fin voy a ira uno de tus famosos RITA! ¡Por fin mevoy

a quitar la espina! —¿Hace faltaaclarar que a Kevin nunca le ha tocado,en nuestro

particular sorteo, la ficha deganador?

Nos morimos todos de la risa por elestallido de euforia de mi hermano yrompemos todos a hablar a la vez,felicitando a mi padre por la madurezdemostrada y comentando lo genial queva a ser estar todos juntos, por primera y

última vez, en unos RITA.La conversación y las risas se

trasladan al salón, donde continúa lasobremesa habitual de los domingos.

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Cuando todos se han ido a coger su sitiofavorito entre los sofás y sillones delamplio salón de la casa, yo me quedorezagada y sigo a mi madre hasta lacocina, en un intento de tantearla a vercómo van las cosas con Judy.

Si lo que se percibe es lo que hay, lacosa está mucho peor de lo queimaginaba.

—¿Vas a contarme cómo ha sidovolver a tocar o tengo que sacártelo con

pinzas? —mi madre ataca primero ylo hace con lo último que me esperaba.¿Cómo

es que sabe que…?—. Venga, quitaesa cara. Ya sabes que yo me entero detodo, incluso de la existencia de…Patrick.

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Vale, no puedo evitar que un ruborinfantil me tiña las mejillas y sé que, coneso,

he firmado mi sentencia y mi madrese va a agarrar a ello. Pero, en serio…¿Cómo

demonios se entera de las cosas?—Mamá… —intento poner cara de

enfadada, volverme a meter en el papelde

hija que intenta luchar por suintimidad, pero la perplejidad no medeja ser todo lo

contundente que quiero ser—. Venga,dime cómo sabes eso.

—Lo sé de primera mano —dice consuficiencia mientras coloca los platos

sucios en el lavavajillas—. Bueno,

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de segunda mano, más bien. A Regietambién se

lo han contado.—¿Regie? —exclamo con los ojos

fuera de las órbitas— ¿Regie el hombrecon

el que hablé para recuperar miteléfono? ¿Ese Regie? ¡Mamá! ¡Quieresdejar de hacerte amiga de gente que noconoces en absoluto! ¡Podría ser unpsicópata Mi madre se ríe con ganas. Esmás, se dobla de la risa por culpa de miadvertencia. Me siento como si no metomara en serio, como si la madre fuerayo y le estuviera diciendo que nohablara con extraños, pero me ignoraradel todo y hasta se riera de mis consejosmaternales.

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—Hija, Regie es de fiar. Esdivertido y muy charlatán. Ni teimaginas el bien que

me hace estos días en los que andocomo vaca sin cencerro por la vida.Regie es de

las pocas cosas que me estánevitando caer en una depresión. Con esote lo digo

todo.—¡No hablarás en serio!—Completamente. Si no fuera por

Regie, ya estaría al borde de laautocompasión. Pero él me escucha,

me aconseja, me hacer reír… y me hacemucha

compañía, te lo aseguro. Incluso a tupadre le cae bien.

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—¿A papá también le haengatusado?

—Hija, lo dices como si fuera malapersona. Simplemente nos cae bien y,

además, me cuenta cosas de Patrick,así que me mantengo informada de tuscosas.

Porque si por ti fuera, estaríasiempre a oscuras con tus cosas. Nuncame cuentas nada… —se queja con tonolastimero, como si, de verdad, yo fuerala peor hija del mundo.

No sé qué pensar de todo esto, peroya es el colmo que lo poco o mucho quepudiera haber entre Patrick y yo sea unode los temas favoritos entre mi madre yun tipo del Bronx, al que ni siquieraconocía hace una semana. Si sugerirle a

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JeremyConnor que fuera al evento de las

citas ya me pareció mal, que debata misencuentros con un chico al que conocí enun taxi, ya ni te cuento.

—Mamá, por favor, tienes que dejarde meter las narices en mi vida —suplico con un tono lastimero que, lo sémuy bien, ni siquiera va a tener encuenta—. ¿No te pareció que era loapropiado después de mi cabreo delviernes por la mañana?

¿Crees que ya se me ha olvidado quehas intentado colar a Jeremy Connor devuelta

en mis pensamientos? No, mamá. Nose me olvida porque no es algo que unamadre

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haga sin tener en cuenta lossentimientos de una hija.

—Miriam, cuando quieres eres demelodramática…

—Me pregunto a quién habré salido.—Si te refieres a mí, estás muy

equivocada. Porque tú y yo,aparentemente, no nos parecemos ennada. Si yo fuera tú, no dejaría que unchico que me abandonó hace diez añossiguiera teniendo tanto poder sobre mí.

—Tú no lo entiendes…—Más de lo que te imaginas, hija, y

por eso te lo puse en bandeja. Para quele pidieras explicaciones y le pusierasen su lugar. La Miriam que yo conozcosería capaz de acabar con JeremyConnor con dos frases y un buen meneo

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de caderas. No le dejes que te gane, nole des ese poder.

Me quedo literalmente anonadadapor las palabras de ánimo y confianzaque mi

madre me dedica. ¿De verdad piensaque soy capaz de poner en su sitio a lapersona

que más daño me ha hecho en todami vida, y de conseguir las respuestasque, aunque me destrocen aún más,merezco escuchar? La miro con gratitud,sobre todo por creer en mí más que yomisma.

—Quiere que nos veamos. Supongoque quiere liberarse de la culpa.

—¿Y qué piensas hacer?—No lo sé. No es tan fácil. Me

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tiemblan las piernas solo de pensarlo.Sé que debo enfrentarme a lo que mehizo, pero, mamá, te juro que meconvierto en una niña pequeña cargadade miedo y resentimiento en supresencia.

—Normal, cariño, eso esperfectamente normal. Pero si lo piensasun poco, es él

quien más motivos tiene para sentirmiedo. Así que piensa en ello lapróxima vez que lo tengas frente a ti.

Sonrío con afecto. Mi madre halogrado dar con las palabras adecuadas.Esas, justamente, que consiguen hacermever que no es tan difícil ponerse delantede mi fantasma y no sentir pánico en supresencia. La abrazo, fuerte, y me dejo

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acoger enesos brazos maternales, fuertes y

llenos de cariño, que siempre hansabido

protegerme y darme aliento en todoslos momentos difíciles de mi vida, sobretodo

en aquellos días oscuros quesiguieron al abandono de Jeremy.

—Gracias, mamá —me resisto asoltar el abrazo porque me da laimpresión de

que a ella también le está sentandobien—. Tú… ¿necesitas hablar de lo deJudy?

Quiero decir, si es que Regie no essuficiente…

Nos reímos ambas y nos soltamos

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con cierto pesar. Su mirada se tornatriste por

un segundo, y me acaricia la mejillacon mucha ternura.

—¿Sabes? Te he hecho caso, a ti y alas chicas del coro, y me voy a apuntaral

concurso de talentos. Voy a imitar aAdele, no te imaginas lo contenta queestoy —la

verdad es que se le ha iluminado lacara—. Así conseguiré despejar lamente y no

estar todo el día dándole vueltas aesto.

—¿Crees que es buena idea?—Precisamente fue idea tuya que me

buscara más cosas que hacer.

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—Sí, mamá, pero imitar a una de lasreinas de la canción igual es algo unpoquito demasiado.

Me mira con cierta tristeza, como siponer en duda su parecido con unacantante

británica de máxima actualidad yvoz inalcanzable fuera algodescabellado.

—Ya te arrepentirás de haberdudado de mí, ya… —dice muycategórica, con un

tono de seguridad en sí misma quehasta da un poco de miedo.

Su rostro me escruta en busca dealguna reacción, y como sigo alucinadapor su

afirmación, es ella quien vuelve a

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tomar las riendas de la conversación congesto resignado.

—¿Y bien? ¿No me vas a contarnada de lo tuyo con Patrick?

Capítulo 10

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Resistance

Deshacerse de tu madre tras habertenido un momento juntas es algo máscomplicado de lo que parece. Sobretodo, si su intención es conseguirinformación sustanciosa sobre unaaventura que se cree que tienes aescondidas con un taxista irlandés delBronx.

Por más que niego por activa y porpasiva que haya nada entre Patrick y yo,ella

se resiste a dejar que me una a losdemás en el salón sin saber más cosas.

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Cuando loconsigo, sé que se ha quedado con

las ganas y que no cejará en su empeñoen lograr

información digna de su vorazcuriosidad por cualquier método que sele ocurra.

Sí, por dentro ya estoy temblando.Cuando llevo apenas diez minutos de

sobremesa con mi familia, oigo que mimóvil suena dentro de mi bolso. Es

Cora, que en muchas cosas se parecemás a mi

madre que a mí, y estará deseandocotillear detalles sobre el Bat Mitzvahde anoche

y sobre si al final hubo tema o nocon el taxista.

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—¡Dime que te lo tiraste paracobrarte el favor! —la oigo gritar alotro lado del

teléfono en cuanto cojo la llamada.—Cora, no todas somos como tú —

le contesto mientras hago señas a mifamilia

para indicarles que subo arriba parahablar con mi prima sin que me tenganque echar ellos mismos. Unaconversación con Cora puededesesperar a todos los que se encuentrena su alrededor, da igual en qué lado dela línea telefónica se hallen.

Cargo con mi bolso escaleras arribay entro en la que era mi habitación. Elrefugio que me acogió durante toda miinfancia, adolescencia y primera edad

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adulta. Mis padres no lo han tocado yentrar aquí es como conectar con laMiriam de hace quince años… para bieny para mal.

—¿No te lo tiraste? ¿En serio? —nopuede evitar decepcionarse— ¿Es queno

está bueno? Se te olvidó decirmeque no estaba bueno.

—Yo no he dicho que no estébueno…

—Ajá, está bueno y no te lo tirastecuando tenías todo el derecho a hacerlo.Eres

tonta de remate.No quiero seguir con esta

conversación, parece que hoy todo elmundo saca el

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tema de Patrick sin tener ni idea que,justamente, Patrick es un tema del que nome

apetece nada hablar.—Si solo has llamado para saber si

anoche tuve que chantajear a un hombreque

apenas conozco para tener sexosalvaje con él, te voy a colgar ahoramismo y voy a

volver al salón, con mi encantadorafamilia, a disfrutar del domingo…

—Estás muy susceptible —dicecalmando mis ánimos y controlando susinstintos curiosos— ¿Es por lo delgilipollas de Jeremy Connor?

¡Qué bien! Consigo que deje dehablar de mi tema menos favorito para

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pasar ahablar de mi segundo tema menos

favorito. O reconduzco estasconversaciones o acabará saliéndomeuna úlcera en el estómago.

—Cora, por favor, no…—¿Tampoco quieres hablar de

Jeremy Connor? Vaya, casi prefería latelenovela

que estaba viendo a tus respuestasnegativas. Me amargas la tarde…

Mi prima es así. O estás con ella ocontra ella. No puedo evitar soltar unapequeña carcajada y trato de ponerme ensu lugar. Tampoco es que le vaya afacilitar detalles escabrosos, pero yaque ha llamado, intentaré que le hayamerecido la pena y no sienta que pasar

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el tiempo viendo un culebrón desobremesa es más interesante quecharlar conmigo.

—No quise llamarte después de lanoche de citas. Supuse que la aparición

sorpresa de Jeremy Connor te habríaafectado y quise darte espacio para quelo asimilaras. Además, tenías la cosaesa de hacer de chica judía…

—Cora, no te preocupes. Yotampoco te he llamado a ti, han sidounos días muy

raros.—¿Te dijo algo? No querrá volver

contigo, ¿verdad?—No, no creo.—¿Y tú? Si me dices que quieres

volver con él te dejo de hablar.

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Me entra la risa, ahora de verdad,incontrolable y sincera. Adoro lo brutaque es

mi prima, de verdad. Aunque aveces te deje en evidencia, te haga pasarvergüenza o

te enfrente a tus peores pesadillas.Nunca te aburrirás con una personacomo Cora a

tu lado, eso está garantizado.—¿De verdad me has hecho esa

pregunta?—Bueno, nunca se sabe. Es

conocido por todos que estás un pocotocada del ala.

Eso es verdad. Una verdadirrefutable que no admite discusión.

—¿Qué tal se te dio la noche de

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citas? ¿Cuántos síes conseguiste? Seguroque tienes invitaciones hasta de los queno consiguieron sentarse en tu mesa.Seguro que hasta Jeremy Connor temarcó con un sí como una catedral —ledigo entre risas, a

las que ella se acaba sumando.—¡Dios, no se atreverá! —exclama

alarmada— No te voy a mentir y sí quearranqué varios síes interesantes. Ya

te contaré cuando los conozca mejor.Tengo seis citas en los próximos diezdías, no me va a faltar la diversión, esopor descontado.

¿Por qué será que no me asombra enabsoluto? Es más, si en lugar de seiscitas,

me dice que tiene catorce, también

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me hubiera parecido algo perfectamentenormal

en Cora.—¿Y tú? ¿Algún macho interesante

en tu corta experiencia en el mundo delas citas de siete minutos?

—Si te hablara de la gente que sesentó a mi mesa, alucinarías. No he

comprobado si alguien se hainteresado por mí, pero casi prefiero nimirar.

—¿Estás loca? Si es lo másdivertido. ¿Tienes la identificación quenos dieron a

mano? Solo tienes que escanearlacon el móvil y te sale tu perfil. ¡Venga,hazlo!

—¿Ahora?

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—Claro.Más por saciar su curiosidad que la

mía, me pongo a rebuscar entre las cosasde

mi enorme bolso, cuando me doycuenta de que dentro de él hay unelemento que

desentona poderosamente: un sobrealargado, blanco y cerrado. El sobre que

Patrick me entregó ayer para que selo guardara, con los honorarios delconcierto.

De repente me siento fatal por nohaberme dado cuenta antes de que no selo devolví. Supongo que él sí se habrádado cuenta y, aun así, ha preferido nollamarme. No sé si se debe a que anochele dejé con la palabra en la boca o

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porque no quiere parecer un ansioso yprefiere que sea yo quien le llame paracomunicarle

que lo tengo, que me he dado cuentay que podemos quedar para elintercambio, como ya hicimos eldomingo pasado con mi teléfono móvil.

Y como el domingo pasado, unasolución me llega perfecta a la mente.Una

solución para no tener que verle nihablar de lo que pasó (o dejó de pasar)anoche.

—Cora, tengo que dejarte. Me acabade surgir una cosa importante. Te llamoesta

noche y me cuentas con detalle lanoche de citas y yo te cuento la fiesta

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judía. Un besito.No le doy ni tiempo a replicar y me

pongo en marcha. De repente, tener esedinero en el bolso me quema y meincomoda de una manera que necesitoresolver de inmediato.

Me despido de toda mi familia conefusivos y atropellados abrazos. Sequedan bastante alucinados de micambio de planes, sé que hoy es un díade esos de pasarlo todos juntos debido alas importantes revelaciones de Jo y mipadre, pero esto es fuerza mayor. No lesdoy muchas explicaciones, no tendríamucho sentido darlas solo por encimaporque en mi familia son de naturalcotilla, así que todos se quedan con lamosca detrás de la oreja.

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Corro hasta el muelle para coger elsiguiente ferry que justo estádesembarcando viajeros −casi todosturistas, de nuevo, que vuelven aponerse en la cola de embarque nadamás salir del ferry− y no puedo sentirmemás contenta de la perfecta sincroníaque acabo de tener con este medio detransporte tan imprevisible.

En todo el tiempo que dura el viajeno soy capaz de concentrarme en laspáginas

de la novela de Dickens que aún nohe logrado concluir, así que me centroen la música que sale de mi iPod. Musecanta en mis oídos Resistance y no mepuede parecer más perfecta para estemomento y para mis planes de esta

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tarde. Me aferro a ella, la saboreo,disfruto de sus palabras y de la voz deMatt Bellamy, que canta: If we live a lifein fear

I'll wait a thousand yearsJust to see you smile againKill your prayers for love and

peaceYou'll wake the thought policeWe can't hide the truth inside...Hay algo en esta canción que me

anima de una manera difícil de describircon palabras. Es aliento, es empuje, esamor infinito hacia el camino, suscientos de miles de posibilidades…Cierro los ojos, mecida por las olas ypor la sensación de ser transportada a unlugar donde puedo ser yo. Mis dedos se

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mueven sobre el aire,como si estuvieran tocando las

teclas invisibles que hicieran lossonidos que me inundan. Puedo estardando una imagen lamentable para quienme vea, pero, por alguna extraña razón,no me importa nada en absoluto.

El ferry llega a Manhattan mientrasyo salgo, poco a poco, del maravillosotrance en el que Muse me ha sumido. Mecuesta un poco volver a la realidad,pero debo espabilarme del todo, tengouna misión que cumplir.

Cuando las hordas de turistas me lopermiten, corro hasta la estación de

Whitehall para tomar la línea R delmetro, directa a York Avenue. Son casiveinticinco minutos de viaje, pero es la

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forma más directa de llegar. Cuando memeto en la estación, la noche se estáechando ya encima. Es lo malo delotoño, que se van las horas de luz a unahora tan temprana que no te enterasmucho del día si

no madrugas.Al salir en York Avenue es ya,

definitivamente, de noche, lo que nopuedo evitar

que me deprima un poco. ¡Qué ganasde que llegue mayo con todo suesplendor de

luz!La fachada del imponente Memorial

Sloan Kettering Cancer Center meproduce

la misma sensación que la vez

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anterior, y siento que se me encoje unpoquito el corazón al imaginarme losdramas diarios que se vivirán aquídentro.

Subo hasta la tercera planta y saludoa las enfermeras del puesto de control.

Quiero dar la imagen de alguien quetiene derecho a estar aquí, que vienesegura de

a quién quiere ver. Al fin y al cabo,Declan y Patrick quieren que venga devisita,

¿no?Durante mi vacilante camino desde

el ascensor hasta la habitación 346,contengo

la respiración y rezo un par deoraciones sencillas para pedirle a los

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dioses que, por favor, Patrick no estéhoy aquí. Vengo a ver a Declan porquelo prometí, pero también porque meparece la opción menos complicadapara devolver el dinero del conciertosin tener que entrar en contacto conPatrick.

No puedo creerme que ande ahurtadillas, como si tuviera quince añosy tratara de evitar al chico que me gustadespués de haber pasado vergüenza ensu presencia o algo así. Pero lasensación no dista mucho de esa, así queno se me ocurre otra

cosa que actuar en consecuencia.Me alegro profundamente cuando

llamo a la puerta con timidez y entro enla habitación, que está ocupada,

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únicamente, por Declan. Me recibe conuna enorme sonrisa que me acaba detranquilizar. La última vez que nosvimos le grité y luego me largué sinmuchos miramientos, así que el temor aque me echara sin dejarme

abrir la boca también estabapresente todo este tiempo en mi interior.

—¡Mira quién ha vuelto! La loca queles grita a los moribundos para hacerlosentrar en razón —se ríe de mí y soyconsciente de que, un poco, me lomerezco.

Me acerco a él y, sin saber muy bienpor qué, le doy un profundo y cálidoabrazo, al que él responde sin muchasfuerzas, pero sí con mucha ternura. Altenerle tan cerca puedo sentir lo delgado

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que está y un suspiro de pena está apunto de escapar por mi garganta. Aveces no soy capaz de esconder misemociones y estas acaban por jugarmeuna mala pasada. Tengo que hacer galade una enorme fuerza

interior para devolver dentro mipena y dejarla bien encerrada. Al menosmientras

esté aquí, en esta habitación, con él.—Tenía ganas de pegar un par de

gritos más y me dije, ¿por qué no ir aver a Declan a ver si él necesita unabuena dosis de improperios hoy?

Se ríe con ganas de mis palabras yme invita a sentarme en la misma butacacómoda de la otra vez. Estaba leyendoantes de mi llegada, así que aparta el

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libro a un lado y sube la parte de lacabecera de la cama con el mandoelectrónico, para quedar más o menos enuna posición parecida a la mía.

—¿Tu hermano… va a venir? —pregunto con algo de miedo atenazandomi

garganta.—Estuvo esta mañana, le ha

cambiado el turno de taxi a Regie y letoca la tarde.

—¿Regie? ¿El tipo que también viveen su casa? Últimamente oigo mucho su

nombre.—Regie es su socio. Empezó cuando

yo tuve que dejarlo porque acabé lacarrera

y empecé a trabajar… llevan años

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repartiéndose los turnos del taxi. Y es unalivio,

más ahora que yo ya llevo dos añosasí.

Dos años… dos años en los queDeclan habrá estado postrado en estacama o, al

menos, entrando y saliendo dehospitales… tiene que ser unaexperiencia que te marque para el restode tu vida.

—No lo conozco mucho… peroparece un buen tío.

—Lo es. Patrick y yo le debemosmucho. Nos dejó vivir en su casa cuando

llegamos a Nueva York y ayuda a mihermano en todo lo que puede. Tiene uncorazón enorme… pese a que su aspecto

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pueda dar a entender que no se toma lavida en serio. Sin él, Patrick estaríabastante perdido —sonríe con tristeza.

Ante la mención, de nuevo, delnombre de su hermano, saco del bolso elsobre y

se lo alargo, no quiero que se meolvide la razón principal por la que hoyhe venido

hasta aquí.—Patrick me dio esto anoche para

que se lo guardara y se me olvidódevolvérselo. No sé si

coincidiremos en breve y supongo quenecesita lo que hay dentro. ¿Se lo daráspor mí, por favor?

Se lo acerco a la cama y él lo guardaen el cajón de la mesita que tiene justo a

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suderecha. No pierde la sonrisa de su

rostro y eso hace agradable estar en sucompañía. Si no fuera por la palidez y lodelgado y calvo que está, no tendría lasensación de estar compartiendo lahabitación con un enfermo. Hoy sus ojosdespiden vida y alegría, y da gusto estaren su presencia y disfrutar de unaconversación con él.

—Mi hermano me ha contado lo quepasó anoche. Gracias por sacar al grupodel

apuro. Los irlandeses somos unosflojos, vamos cayendo como moscas —bromea.

—Los irlandeses sois unos flojos,efectivamente, es algo que he podido

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comprobar en los últimos tiempos.Que tengan cuidado Shane y Patrick…

En ese momento se oye un ruido enla puerta. Alguien pretende entrar y yome

tenso como las cuerdas de un violín.Como si un resorte me hiciera saltar delsitio,

me incorporo de la butaca y espero ala defensiva, implorando a los cielospara que

no sea quien yo creo que es.Una enfermera joven, menuda y con

una enorme sonrisa pintada en loslabios, se

abre paso desde la puerta hasta lacama de Declan, arrastrando un aparatoque coloca junto a él. Tiene el pelo rojo,

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rizado y salvaje y unos profundos ojosazules ribeteados por gran cantidad deeyeliner de color negro. Me dedica unamirada rápida y me saluda con un gestoamable y yo suelto de golpe todo el aireque he mantenido retenido en mispulmones por el miedo a que pudiera serPatrick.

—Hoy es tu día de suerte por lo queveo —le dice mientras le sube la mangade

su brazo derecho y le coloca lasbandas del medidor de la tensión—visita por la mañana y visita por latarde.

—Esta es Miriam, una nueva amiga—nos presenta—. Miriam, esta es la

encantadora, inteligente, preciosa y

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maravillosa Silvana, mi enfermerafavorita de la planta.

Ella se echa hacia atrás para emitiruna sonora carcajada que es cristalina yfranca. A continuación, anota en unatablet los números de la tensión deDeclan y procede a tomarle latemperatura con un termómetro digitalque forma parte del aparato que ella hatraído a rastras.

—No sé si piensas que adulándomete vaya a conseguir mejores raciones de

pudin, o que le cambie a Nora losturnos para que ella no entre aquí y asíte libres

de ella.—Eres malvada, Silvana. Yo te doy

lo mejor de mi repertorio y tú ni

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siquiera medas la oportunidad…Me gusta mucho verle así, con tantas

ganas de bromear. Es muy diferente delDeclan de hace una semana, el quequería tirar la toalla. Ese Declantambién mostraba una fachada jovial yalegre, pero sus ojos no sonreían comolo están haciendo ahora, y las bromas nole salían así, con ese airedespreocupado y suelto, como siestuviera en el parque o en un bartomando una cerveza.

Silvana sale de la habitación traslanzarle un beso al aire y dedicarle unafalsa sonrisa de candor que hace queambos se rían sin disimulo. Que sesienta a gusto con quien debe pasar

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tantas horas, también es algo muygratificante de ver y me alegro en elalma que el encierro tenga estosmomentos.

—Nora me odia —me explica— esla enfermera más dura de toda la plantay no

me pasa ni una. Por eso me hepropuesto engatusar a las demás paraque quieran venir ellas cuando esnecesario, y así mantener a ese huesoduro de roer lejos de mi habitación.

—Veo que, de todos modos,tampoco te lo ponen fácil.

—No te creas, a Silvana la tengocomiendo de la palma de mi mano.Cuando salga de aquí la voy a llevar abailar y quizá hasta se enamore de mí.

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Dice esto último con cierta tristeza,como si no se creyera del todo que algúndía

pudiera salir de aquí y hacerprecisamente eso, enamorar a una chica,tener la vida

que un chico de treinta y pico añosse merece. Me embarga el alma elcambio que ha

experimentado en solo unossegundos y me prometo a mí mismahacerle pasar un

buen rato mientas esté aquí, con él.Me nombro a mí misma su animadorapersonal

y me reto a sacarle más sonrisascomo las que ha mostrado con millegada o con

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las bromas con la enfermera.—La otra vez que vine también

estabas leyendo —cambio de tema paraempezar

mi propósito de distracción—. ¿Tegusta mucho?

—Aquí no hay mucho que hacer,pero al menos estoy dando rienda sueltaa mi

amor por la lectura. Me leo más dediez libros al mes, un sueño hechorealidad.

—Conozco a alguien exactamenteigual que tú. Te encantaría mi amigaMartina

—digo evocando el desmesuradocariño por los libros de una de lasmejores

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personas que conozco.—Estar aquí te hace cambiar la

perspectiva de muchas cosas. Siempreme gustó

leer, pero lo consideraba una simpleafición… ahora sé que es más que eso.Si no

logro superar esto, al menos habréestado en mil sitios gracias a lo que leoa diario, habré vivido cientos deexperiencias, y conocido a personajesmaravillosos. Y con diez libros cadames, imagínate todo lo que me llevaréconmigo.

Vale, Miriam, piensa rápido, que loestás haciendo pensar en cosas tristesotra

vez. Si Patrick se enterara de que he

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venido y he cambiado su sonrisa enormepor pensamientos tristes, seguro que meprohibía volver a visitar a su hermano.Me pongo a pensar rápido y busco en mirepertorio de chorradas, algo que puedasacarle de la tristeza que, poco a poco,nos va comiendo el terreno.

—Te reto a que me cuentes diezcosas que no sean visibles a simplevista de ti en

un minuto.—Parece fácil. ¿Qué gano si lo

logro?—¿Qué quieres?Se queda un rato pensativo y pone un

gesto que ya le he visto a Patrick envarias

ocasiones, como mirando hacia

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dentro de sí mismo. No me olvido enningún

momento de que no solo sonhermanos, sino que son gemelos, y queson muy parecidos, pese a los estragosque la leucemia le ha causado a Declanen su cansado cuerpo.

—Digamos que me deberás algo,que me cobraré cuando creaconveniente.

—Eso te dará un poder enormesobre mí —protesto divertida—. No sési me

convence.—No seas cobarde —me reta con

sorna.—Vale —acepto—, pero si no lo

logras, deberás asumir un castigo. Te

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pondré un castigo que tendrás quecumplir sin rechistar.

—Trato —dice asintiendo.Saco mi teléfono del bolso y busco

el cronómetro entre las aplicaciones,para ponerlo en marcha y comenzar asíel juego.

—Espera. Luego tendrás que jugar tútambién. Mismas condiciones. ¿De

acuerdo?Lo dice con la alegría bailándole ya

en los ojos. Parece que mi pequeño planle

ha hecho olvidarse de las sombras y,desde luego, asiento encantada de quehaya entrado en el juego y se dejearrastrar hacia la luz. Sé que voy aperder porque yo funciono fatal bajo

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presión, pero al menos servirá para unabuena causa.

—¿Eres consciente de que puedesperder dos veces y asumir dos retos? Sifallas

y yo lo logro, te tendré en mis manos—le advierto echándome un farol.Siendo sincera conmigo misma, es másfácil que ocurra lo contrario y acabe yodebiéndole a él dos cosas.

—Dejemos que el juego comience yveamos quién vence a quien.

Cuando localizo la aplicación delcronómetro y logro tenerlo todo a puntopara

comenzar, le dedico una mirada yveo, divertida, cómo está en posición deataque

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dentro de su cama. Si le pregunto¿Preparado? seguro que se coloca comosi fuera a correr los cien metros lisos,tal es la tensión que recorre su cuerpomenudo.

—Bueno, vamos allá, hago unacuenta atrás y puedes comenzar… tres,dos…

¡UNO! —creo que me he dejadollevar tanto por el momento, que elúltimo número

lo he dicho demasiado alto. Esperoque la enfermera borde de la que Declanme ha hablado no venga a echarnos unaregañina por perturbar la paz de uno delos hospitales más serios y respetablesde la ciudad.

—Soy un piscis especial: nací un 29

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de febrero —comienza, y vaenumerando

con los dedos sus logros—. Depequeño me rompí la mandíbula por dossitios.

Tengo miedo de los ninjas, no mepreguntes por qué… —comienza aponerse

nervioso y va, claramente, másdespacio desde la tercera cosa quenombra—. Antes

de la enfermedad era profesor enCornell Tech y me encantaba. Una vez,convencí a

Patrick para escaparnos con uncirco, teníamos seis años y casi lologramos…

Se queda callado unos segundos,

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como evocando sus aventuras de niño yse le ve

en paz, a gusto, en calma. Me alegropor haberle hecho despertar recuerdosque son, sin duda agradables y le hagoseñas para que continúe, señalando elcronómetro, que no deja de correr.

—La primera chica a la que besé fuetambién la primera chica a la que besómi

hermano. No preguntes —añade antemi gesto de asombro— ¿Cuánto mequeda?

Dios, esto es más difícil de lo quepensaba… eh… eh… Una vez robé elcepillo de

la iglesia para dárselo a mi abuela ycuando se enteró estuve dos meses

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castigadosin salir de casa, fue una ofensa

difícil de compensar. El día que mediagnosticaron

la leucemia fumé mi primer y últimocigarrillo… eh… no se me ocurremás… a ver…

—¡Tiempo! —exclamo connerviosismo, imbuida por su propiaexcitación.

Me mira con cara de pena, pero unapena divertida, más apenado por nohaber acabado el juego que por el hechode perder en sí. La verdad es que aún noha perdido, yo tengo que jugar y seguroque se lleva también la satisfacción deverme sudar tinta y no acabar. Enrealidad, es un juego realmente difícil.

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Llevo ya dándolevueltas a las cosas que voy a

enumerar y ya se me han olvidado lasque iba a decir

en primer lugar. Se me escapa unarisilla nerviosa, de esas que es mejoresconder

para no parecer una pirada enpresencia de otros.

Le paso el teléfono y pone el crono acero. Hago un par de movimientos

relajantes y le miro a los ojos.Asiento y él se prepara.

—Comienza tu turno en Tres, dos,uno… ¡Ahora!

—A ver, Sé tocar más de veinteinstrumentos diferentes, algunos inclusoni

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siquiera los has visto en tu vida delo raros que son —yo también voyenumerando

con los dedos, que me tiemblanligeramente, para no perderme—.Planeo poner un

pie en los seis continentes antes demorir, aunque a estas alturas lo máslejos que he llegado es a Canadá. Medan alergia los cacahuetes y lasframbuesas. De pequeña tenía unaobsesión insana con Jonnhy Cash…¿Qué más?… ¡Qué difícil! ¿Por quéhabré aceptado jugar?

A estas alturas ya ni siquiera sé quédecir concerniente a mi propia vida, esun

poco lamentable. Rebusco en mi

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memoria a marchas forzadas. Mepropongo, en un ejercicio de rapidezmental, no quedar peor que él, empataral menos, para no demostrar lo mala quesoy en este tipo de juegos.

—¡Ah, sí! Casi se me olvida… soycampeona juvenil de dardoselectrónicos del

estado de Nueva York, en categoríamixta —la cara de Declan deja ver suasombro

ante esta afirmación y evalúa si leestoy diciendo la verdad o me estoyquedando con él—. Soy hija de unnovelista de éxito que escribe literaturaerótica bajo seudónimo femenino…Dioses, esto es realmente complicado…¡No se me ocurre nada más!…

Page 528: Juntos somos invencibles

El pánico lo envuelve todo y no medeja pensar… dejo pasar los últimos

segundos en medio de un ataque dehisteria que me hace reírme como unaniña de

cinco años, lo que hace que Declanse contagie, y acabamos los dos muertosde la

risa, dejando pasar el minuto ybastante tiempo más, hasta querecuperamos la calma y somos capaces,de nuevo, de volver a pronunciarpalabras.

—Te lo estabas inventando,¿verdad? —dice sin poder contener deltodo las

carcajadas—. ¿En serio tu padre esuna escritora famosa?

Page 529: Juntos somos invencibles

—¿Has oído hablar de SummerBennet?

—¿Bromeas? ¿Summer Bennet es tupadre? ¿Summer Bennet es un tío?

Asiento y él vuelve a estallar encarcajadas difíciles de controlar. Ahorasí, me digo satisfecha, ha merecido lapena toda esta parafernalia del juego.Ahora sí que Declan ha hechodesaparecer la sombra de la tristeza yestá disfrutando mucho del

momento, desterrando de su cabezala idea de la enfermedad.

—Debo reconocer que yo he leído aSummer Bennet.

—Te estás quedando conmigo…—No, en serio… es que es buena. O

sea, quiero decir, bueno. Dile a tu padre

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quealgún tío también le lee. Aunque sea

uno que, con tanto tiempo, lee todo loque pilla.

Hay algunas enfermeras con unsentido del humor retorcido, y cuandoles pido que

me traigan libros de la biblioteca,sin especificar, se divierten trayéndomelibros para chicas. Lo mejor de todo esque ni las regaño ni les pido que metraigan otra cosa. Me lo quedo y les doyuna lección. Así es como he conocido aSummer Bennet y así es que puedohablar con criterio al decir que no lohace nada mal.

Me imagino a mi padre escuchandoestas palabras y creo que, solo por eso,

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debería organizar un encuentro conDeclan para que se las oiga decir élmismo.

¡Qué subidón le daría!—Me he quedado muerta con una

cosa que has dicho… ¿Eras profesor enCornell Tech? ¡Yo estudié en Cornell

Tech!—¿Sabes que la vida está llena de

casualidades? —dice con un aire serioque no

se sostiene por la cara tan divertidaque está poniendo.

—Desde luego que lo sé —afirmo—. Cada día tengo más razones paraestar de

acuerdo contigo.—Esta mañana Patrick no ha dejado

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estar el tema… parece que está contentode

que te subieras a su taxi y losecuestraras.

La mención a su hermano me eriza lapiel casi imperceptiblemente, pero la

sensación me inunda por dentro alcompleto. ¿Patrick hablando de mí entérminos

de destino? Daría cualquier cosa porhaber podido escuchar esaconversación, aunque hubiera sido através de un agujerito.

—¿Creéis en el destino? Pensé quelos irlandeses erais demasiado católicospara

permitiros esos pensamientos.—Querida —dice Declan burlón—

Page 533: Juntos somos invencibles

antes que monaguillos fuimos druidas,no lo

olvides nunca.Tiene su punto de razón, así que me

río por lo bajo y no le rebato más. Perointeriormente no me imagino a Patrickdejándose llevar en los brazos deldestino.

No sé si han sido sus formas hastaahora, o que su aspecto de gran cínicodescartan

en mi mente esa imagen… no sé, nome acaba de cuadrar.

—En serio… llevo toda la semanaoyendo hablar de ti. Desde tu secuestrodel taxi hasta la maravillosa maniobrade salvamento que llevaste a caboanoche. Sé que mi hermano es difícil

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pero también sé que sabe reconocer lobueno que le pasa. Y tú

eres uno de esos elementosinesperados que cobran sentido y hacende la vida una

experiencia muchísimo másdivertida y excitante.

Me ruborizo. ¡En serio! Y no sé sies por las palabras de Declan o porimaginarme que así son lospensamientos que Patrick me ha podidodedicar. Todo esto ¿será lainterpretación de Declan o lo que deverdad cree su hermano?

¡Dioses! Necesito sacar a PatrickFeehily de mi cabeza o me voy a volverloca.

Anoche me rechazó conscientemente

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y eso aún me duele. No es que crea queme debía al menos hacerme un poco decaso −aunque un poco sí que me lodebía−, pero al menos podía haberdisimulado un rato, tomarse un café y,luego, poner cualquier excusa tonta ylargarse. No sé, se me estádescontrolando el pensamiento y deboparar aquí si no quiero empezar aobsesionarme.

Al volver a casa una hora más tarde,tras dejar descansar a Declan de unaagotadora charla que nos ha llevado casitoda la tarde, tomo la decisión de dejarque sea el destino −sí, ese destino al quele hemos dado tanto poder hace un rato−el que

decida mi suerte. El que tome las

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riendas y me haga ver qué camino es elque debo

seguir.Lo dejo en sus manos porque, de

repente, siento tal vértigo rondándome elcorazón que no soy capaz de pensar

con claridad. Ya tengo fama de cabraloca, así

que ¿qué más da añadir un par delocuras más a mi curriculum vitae?

Capítulo 11

Page 537: Juntos somos invencibles

Explorers

Hacía meses que no me tenía quevestir de manera tan formal para ir atrabajar, pero

es lo que tiene hacer trabajocomercial. Al final, hemos decidido quevaya yo sola a

Coleman and Asociated Publishing areunirme con Saul Coleman, mejor eso aque

piense que LemurApps no es unaempresa seria porque el 66% de suplantilla tiene

menos de diecinueve años.

Page 538: Juntos somos invencibles

He quedado temprano en las oficinascentrales de la editorial, en las mismasen

las que trabajé desde que acabé misestudios. Las mismas en las que hice misprácticas, en las que pasé mis mejoresmomentos laborales, en las que conocí amis compañeras y amigas, las que hoyson como hermanas…

Hoy, ante estas puertas que tantasveces antes he cruzado, tengosentimientos encontrados. Tengo miedopor sentarme delante de un hombre alque apenas conozco, que no tieneprecisamente fama de persona fácil−pese a que Martina me

lo pinte de color de rosa− y al quepodemos decir que abandoné por otra

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empresa.Mi propia empresa, sí, pero un

abandono, al fin y al cabo. Hayempresarios muy ególatras que no llevannada bien eso de que los dejes tirados yrezo a todos mis dioses conocidos paraque Saul J. Coleman Junior no sea unode esos.

Y también tengo esperanza. Muchaesperanza. Porque LemurApps está

empezando y necesita este contrato.Si conseguimos impresionar a mi exjefey darle

exactamente aquello que estábuscando, creo que la empresadespegaría del todo y

podríamos aspirar a cosas muygrandes.

Page 540: Juntos somos invencibles

Subo hasta la planta doce deledificio y procuro calmar mis nervios.Me digo a

mí misma que no es raro volver, queno pasa nada, que tengo el cincuenta porciento ganado porque conozco laempresa y a quien la lleva. Respiroprofundamente y me preparomentalmente para arrasar.

—¡Benditos los ojos! —exclamaMarla nada más verme salir delascensor—. No

puede creer que el viernes nisiquiera avisaras para cancelar… te hepuesto un negativo.

Mientras le doy un abrazo cargadode cariño a mi enorme y exageradaamiga, recuerdo el WhatsApp que tuve

Page 541: Juntos somos invencibles

que enviarles a las chicas pidiendoperdón, cuando me desperté con miresaca absurda el pasado viernes.Despertarse a las siete de la

tarde y comprobar que has perdidoun día de tu vida, es malo; si ese día esviernes y

te pierdes los cócteles en Antoine's,es absolutamente horrible.

Hago un mohín de pena que le sacauna sonrisa, y le doy toda la razón,porque

hoy la tiene y, además, con Marla esimposible ganar en una discusión. Escabezota,

deslenguada y efusiva, y si le llevasla contraria, prepárate a comerte tuspalabras.

Page 542: Juntos somos invencibles

No es una persona fácil, pero noconozco a nadie que no la quiera conlocura −a excepción, quizá, de Onur, elhombre por el que lleva casi un añosuspirando y que no parece que se fijeen ella más allá del buenos díasmañanero, cuando comparten

el espacio mientras se toman un café−. Pobre Marla y su mal de amores.

A sus cincuenta años, con su figuraoronda, su melena leonada con tonos deoro

y cobre, y sus labios siemprecurvados en una sonrisa roja yagradable, no conozco

a nadie más auténtico y natural queMarla Zimmer, el huracán por derechopropio

Page 543: Juntos somos invencibles

de Coleman and AsociatedPublishing.

Se acerca también Georgie, que nosha visto, y le dedico otro abrazocariñoso.

Sabe que Marla ya me ha echado encara el abandono, así que no ahonda enla herida.

—¿Estás nerviosa? Yo lo estaría —asegura muy seria mientras me repasa de

arriba abajo para comprobar quevoy correcta y yo asiento tímidamente,sí, estoy nerviosa y a ellas no se lopuedo ocultar.

Les avisé de la reunión hace ya unosdías y todas se alegraron mucho por mí,aunque me da la sensación de que no lastienen todas consigo y no me creen

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capaz de ganarme a un hueso duro deroer como es Saul Coleman. Al fin y alcabo, yo no

tengo la dulzura ni la valentía deMartina, que supo enfrentarse y ganarseal peso pesado de la empresa sin ningúnesfuerzo.

Georgie está mejor que nunca. Estáesbelta y sonriente y, por fin, haeliminado

las ojeras y ese entrecejo siemprefruncido que la acompañaba desde hacíaaños, desde que sus gemeloshiperactivos empezaron a gatear y ya seolvidó de lo que era la paz. Ahora, conlos niños más relajados, gracias a uncolegio estupendo donde saben canalizartoda esa energía extra, y con su marido,

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por fin, saliendo de la depresión en laque llevaba anclado durante años,Georgie ha empezado a ver la luz, ypuede decirse que está disfrutando de lamaternidad y el matrimonio por primeravez en su vida.

Ahora tiene planes, nos cuenta conganas qué espera del fin de semana oqué desea hacer por Navidad. Nos hablade ir de compras, al cine o de escapadaromántica con su marido a algún spa dela zona.

Quizá lo que menos nos guste de estemilagroso cambio sea que la Georgie

soñadora, siempre dispuesta a cogerpor banda un buen romance hastaestrujarlo, esté siendo devorada por sunuevo yo, mucho más cínica y pasota.

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Si hace un año le hubiera contado loque me está pasando ahora mismo−irlandés

ceñudo, con hermano moribundo yregreso inesperado del que fuera elamor de mi

vida− seguro que me sacaba unanovela romántica de todo esto. Ahora, esmuy probable que me dijera que medejara de chorradas, escogiera a uno delos tres, y lo convirtiera en mi esclavosexual mientras mi cuerpo joven aúnfuera capaz de

retenerlo.Rosa es la última en acercarse. La

más sensata de todas, la que más miedoda en

todo por su seriedad casi siempre.

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Me da un abrazo afectuoso, sinestridencias, y me

sonríe con afecto. Con ella es con laque más conexión siento de todas y, laverdad,

es que no sé por qué, dado que nopodemos ser más opuestas: ella escallada y yo no

dejo de hablar ni debajo del agua;ella es una de las personas másreivindicativas y

comprometidas de la historia y yo,como mucho, tengo mi cuota mensualcon

Médicos sin Fronteras y Unicefcargada en cuenta, pero apenas me doycuenta de ello; Rosa es un alma en luchay yo, de verdad, solo sé pelearme con

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mi hermano por el mejor sitio en el sofáde casa de mi madre, o con Cora, porelegir el próximo pub para el siguientegin-tonic.

Pero, pese a nuestras enormesdiferencias, esta mujer bajita, orgullosade su Puerto Rico natal, generosa ypragmática, siempre ha sido una de laspersonas que más me han animado aseguir mis instintos y, puedo decir que,gracias a su ejemplo

y palabras, he logrado tirarme enparacaídas, vender a buen precio miruinoso primer coche o, másrecientemente, tomar la decisión de sermi propia jefa. Le debo mucho a mipequeña gran Rosa y nunca me canso dedemostrárselo.

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—No estés nerviosa —me aconsejasin soltarme la mano, que mantieneapretada

en un gesto que me reconforta yrelaja al mismo tiempo—. Conoces estaempresa

como si fuera tu casa y Martina ya teha abierto el camino. No creo que él semeriende a las mejores amigas de lachica a la que tanto quiere y respeta.

Eso es verdad. O al menos esperoque sea verdad. Si Saul Coleman es tanamigo

de mi amiga, quedaría fatal delantede ella si me tratara mal. Una vez queinstalo ese pensamiento dentro de micabeza, veo todo desde una perspectivadiferente, y hasta me relajo un poco.

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Miro el reloj y veo que ya es lahora. No quiero retener a mis amigasmás tiempo del necesario, ni tampocollegar tarde a mi cita laboral, así que lesprometo contarles todo por Whatsapp yampliárselo todo el viernes enAntoine's, y me despido de ellas.

Me acerco al puesto de la secretaria,y paso junto a la mesa que antes solíautilizar Martina. Ella era la secretaria dela secretaria, o sea, la esclava de labruja de Claire Sontag, un espécimen demucho cuidado que, gracias a los dioses,lleva ya un tiempo jubilada en su casita,librando a la empresa de su presencia ysu ineptitud.

Martina ahora está viviendo susueño, y algo al pasar cerca del que fue

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su sitio mehace recordar que cada uno debe

luchar por alcanzar el suyo. Yo deboluchar por LemurApps, pero también pormí misma, por descubrirme y aceptar misitio en el mundo.

La nueva secretaria de Saul Colemanes Dixie Cameron, una rubia muy guapa,pero, sobre todo, trabajadora y leal conel resto de sus compañeros. Essimpática y competente y, desde suprimer día en la empresa, demostró lascarencias de su predecesora, que porespacio de unos meses estuvieroncubiertas por Martina.

—Hola, Dixie —la saludo con lainformalidad que me permite el haberme

tomado muchos cafés con ella en los

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tiempos de descanso—. Tengo una citacon el

señor Coleman.—Sí, Miriam, aquí te tengo. Dame

un segundo que lo aviso. Está reunido,pero es

gente de la casa, me pidió que lecomunicara tu llegada.

Coge el teléfono y marca laextensión, anunciándole mi presenciajunto a su puerta. A los veinte segundos,esta se abre y sale Onur, el responsabledel departamento de nuevos valores, eldesvelo de los sueños de Marla. Onurentró en la empresa después de años deempujar un carrito de comida turca porlas calles de

Nueva York, y desde el minuto uno

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demostró ser una de las contratacionesmás acertadas de la empresa. Es alto,bastante imponente de hecho, de unoscuarenta y ocho años, tremendamentelisto y con unos valores inquebrantablesde los que Martina nos puso al corrientecuando empezó a hablarnos de él. Selicenció en Literatura en Turquía antesde venir a América y es un hacha en losuyo, todo el mundo le reconoce partedel mérito del despegue de la empresatras algunos años de capa caída.

Tras él sale Virginia Olsen, la jefadel departamento de Comunicación,otrora la

mujer menos humilde y más altanerade toda la oficina. Ahora, eso es verdad,se la

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ve bastante más relajada y sin esosaires de grandeza alrededor suyo. Mededica una

breve sonrisa cuando pasa a mi ladoy me pongo mi coraza antireunionesdifíciles.

Esto es. Aquí estoy. Para esto heayudado a crear mi propia empresa.

Intento que mis pasos hacia elinterior del despacho de Saul Colemansean

firmes, y que no se me note enabsoluto el verdadero estado de nerviosque me invade por dentro. Es que ahora,ya tan metidos en faena, tan irreversiblee inevitable todo, no me ayuda ni pensaren que el amigo de Martina ha de ser,por fuerza, amigo mío.

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—Señorita Blake —se acerca asaludarme con la mano extendida, y yose la

estrecho con mucho miedo, Me dapor pensar en si no la notará húmeda osi determinará por mi apretón de manos−blandengue, entusiasta o rompe-dedos−si soy digna o no de la confianza que elencargo por el que me ha citado semerece—.

Tome asiento, por favor.Me señala un sofá, enorme y blanco,

que hay en la parte derecha de suenorme y

luminoso despacho con vistas aBryant Park. Me siento y me pongo másnerviosa aún… pensaba que con unamesa de por medio, la reunión sería más

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oficial y profesional y podría escudarmetras ella, al menos la mitad de mí podríahacerlo.

Al remitirme al sofá, quedo expuestapor completo ante él y no me gusta.Porque Saul Coleman es un hombreexperimentado, con los negocios y lasmujeres, y aquí, en su terreno, meencuentro claramente en desventaja. Almenos traigo pantalón y no tendré quepasarme el tiempo que dure nuestroencuentro pensando en si me estaráviendo o no las bragas.

Hace casi tres meses que no lo veo,pero no ha cambiado mucho. Siguesiendo

imponente, tanto en las formas comoen su aspecto físico. Su rebelde pelo con

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reflejos caoba, sus fríos ojos azules, susmanos enormes… es un hombre quedestila poder por todos los poros de supiel.

En los primeros meses que pasé aquícomo becaria, trabajaba para su padre,pero

siempre dejando claro su estatus y suresponsabilidad. Nunca llegué a entablarrelación con él en todo el tiempo quepasé en Coleman and AsociatedPublishing, así que, si no llega a ser porMartina, jamás hubiera tenido más ideade él que la del joven estirado, snob ycreído que recibió el puesto en herenciay que llevaba su compañía como elestirado que era.

Y no se puede negar que no sea

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atractivo y que dé un morbo brutal. Yo,de haber

sido Martina, no me hubiera negadoa ninguna de sus insinuaciones, eso lotengo clarísimo. Un caramelo así, puestoal alcance de lo boca, hay que probarlosí o sí.

—No voy a negarle que es bastantepoco habitual en mí dar este tipo de

oportunidades a quien ha decididoabandonar la compañía y que, además,apenas lleva un par de meses en supropio proyecto empresarial —comienza muy serio y yo me pongo en lopeor… nada como desanimarte de iniciopara perder el hilo de

todos tus argumentos. Mierda—.Pero, como sabrá, Martina Egia me lo ha

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pedidocomo un favor personal, y por la

gran amistad que nos une y lo mucho quele debe

esta empresa, no he podido decirque no a su petición de vernos.

Me sudan las manos y doy gracias aDios por llevar una chaqueta negra, delas

gordas, para que los rodetes desudor de mis axilas no puedan serperceptibles ahora mismo, porque estoyempapada por causa del miedo, igualque si me hubiera dado un chapuzón enuna piscina antes de entrar en sudespacho.

—Le agradezco mucho que nos tengaen cuenta para, al menos, optar a

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resolversus necesidades… estamos seguros

de poder presentarle un proyecto muydigno.

Nuestro equipo de trabajo…—Voy a parar ahora su charla —

dice levantando una mano, con un tonoque me

frena en seco. ¿Ya? ¿Ya me hecargado la oportunidad? Si ni siquierahe empezado con todo lo que me traíapreparado de casa...—. No tengo muchotiempo y seguro que el suyo también essumamente valioso…

Bueno, valioso, valioso… si noencontramos clientes como Coleman and

Asociated Publishing, mi tiempo vaa ser valioso solamente para la oficina

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de empleo.Me revuelvo inquieta en el sofá y, tal

y como me temía, maldigo mentalmenteno

tener la protección que una mesa dedespacho da en estos casos. SaulColeman me

mira con sus enormes ojos del colordel océano en un día de tormenta, y mehago pequeñita en un segundo. ¡Quépoder de intimidación! Asiento como sifuera una colegiala asustada y él pareceque se relaja un punto. Espero que hayacaptado lo acojonada que me tiene.

—Señorita Blake, iré al grano...Bien. Genial. Eso es lo que quiero.

Y luego, largarme de aquí y tomarmeunos cuantos chupitos de tequila.

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—Necesito un entorno nuevo ennuestros sistemas informáticos. Necesito

empleados felices y, para eso, lascomunicaciones entre departamentos hande ser fluidas y satisfactorias. Necesitoun aplicativo que me garantice eso:buena comunicación y lo necesito en elmenor tiempo posible. El dinero no seráun problema, dentro de lo razonable,claro está, pero sí le advierto que, aofertas similares, la parte económica mehará decidirme por un proyecto u otro.Su empresa competirá con otras dos y, siresultan los elegidos para, finalmenteimplantarla, quiero dedicación exclusivamientras se lleve a cabo. ¿He sidoclaro?

¿Necesita hacerme alguna pregunta?

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Niego con la cabeza, apabullada.Nop. Nada que añadir, señor. Sudiscurso me ha dejado sin palabras.Creo que ha quedado bastante clarotodo.

—A la salida, mi secretaria leentregará un dosier con toda lainformación necesaria para el proyecto ylos plazos deseados. Puede que me gusteque usted se una a este proyecto,señorita Blake, sobre todo porqueconoce perfectamente la empresa. Sabelo que hay y lo que falta, y esa es unabaza a su favor que, de verdad, esperoque juegue con acierto —apostillasumamente serio, lo que me hace sentircomo una niña pequeña en el despachodel director del colegio.

Page 564: Juntos somos invencibles

Se levanta de su pulcro sofá y seestira las mangas para quitarse lasarrugas invisibles de su elegante trajegris marengo. La verdad es que le quedacomo un guante, si me dejara, yo leayudaría, pero bien a estirarse todo loque quisiera….

Buffff, Miriam, deja de desvariar yvuelve a la tierra, que solo te faltabaquedar en ridículo ante este hombre sinempezar siquiera a trabajar en supropuesta.

De repente, mi móvil empieza asonar como loco dentro de mi bolso. ¡Seme olvidó quitarle el sonido antes deentrar en la reunión! Saul me mira conel gesto torcido. Esto se puedeconsiderar como una falta grave de

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respeto hacia el anfitrión... o puedeverlo como que nunca desconecto misdispositivos para dar el cien por cien amis otros (inexistentes) clientes. Puedoaprovechar la llamada para darle lavuelta a esta situación y que no crea queno soy respetuosa, sinosupercomprometida.

—Discúlpeme, tengo que coger esto.Ya sabe, negocios —digo con tono muy

profesional y sin darle opción aobjetar. A ver cómo disimulo yo conesta llamada,

creo que se ha podido ver en misojos que más que un cliente es mi propiamadre, el

ser más hablador e inoportuno delplaneta—. Hola, señora Milton, ¿puedo

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llamarla más tarde? Estoy saliendo deuna reunión.

—¿Señora Milton? Sí que estásingeniosa hoy. ¿Una reunión? ¿Es con elhombre

ese que era tu jefe y que está derechupete? ¡No lo dejes escapar, hija! Yllámame cuando acabes para contarmetodos los detalles.

—Claro, no se preocupe. Hoymismo tendrá el presupuesto detallado yel plan de

acción. No sabe lo mucho que hatrabajado todo el equipo en el proyecto.Le va a

encantar.—Adiós, Miriam. Y recuerda…

¡detalles!

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—Hasta luego, señora Milton —digo sin poder evitar poner los ojos enblanco.

¡Mierda! Espero que Saul Colemanno lo haya visto y crea que no me gustami falsa cliente. Eso sería peor a quesupiera que, en realidad, no era unacliente, sino mi madre.

Lo miro y veo que me observa condetenimiento, como haciéndome unescáner

de cuerpo entero, y no puedo evitarponerme tan nerviosa que hasta hace quemis piernas se vuelvan, literalmente, degelatina, y deba apoyarme en el sofápara no perder el equilibrio.

—¿Se encuentra usted bien, señoritaBlake? —pregunta acercándose a mí y

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pintando en su cara un gestoadorable de preocupación.

—Sí, no se preocupe, una bajada detensión sin importancia. Me pasa cuandono

desayuno.—¿Quiere tomar un café? ¿Un zumo?

Espere que aviso a mi secretaria…—¡No! —exclamo un poco

demasiado alto, lo que hace que cambiesu semblante

de preocupado a asombrado total—.No se moleste, de verdad. Se me pasará

enseguida. Usted siga con sus cosas,que no es nada…

Solo me faltaba prolongar estasituación, y tensar aún más mis nerviospor dejarme aún más en evidencia

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teniendo un distendido desayuno tardíoen su despacho. No, mejor me largocuando antes y así minimizo lasposibilidades de meter más la pata.

Hago acopio de fuerzas y me pongorecta, abandonando la seguridad que me

daba estar apoyada en el sofá.Compruebo que mis funciones motorasresponden perfectamente y pido entresusurros, a quien corresponda, que nome fallen, al menos de aquí a la salida,hasta desaparecer de su vista.

Me acompaña hasta la puerta −creoque no se fía del todo de que no acabedespatarrada por el suelo de sudespacho− y me despide con un apretónde manos y un Estaremos en contacto,señorita Blake que suena a despedida

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total y para siempre.Sí, creo que, de un modo u otro, no

he sabido estar a la altura de mi primeragran reunión de trabajo y eso medeprime un montón. Creo que iré,irremediablemente, a tomarme esoschupitos de tequila, aunque sean las diezde la mañana y el camarero que me lossirva se lleve la impresión, quizá no tanequivocada, de que soy una fracasada yque no sirvo para esto.

*****—Soy una fracasada y no sirvo para

esto.Estoy en Antoine's, con las chicas, y

pese a que ya han pasado tres días desdemi

reunión con Saul Coleman, aún no

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puedo dejar de pensar en la lamentableimpresión que seguro le di. Martina

está conectada vía Skype , y susemblante muestra algo depreocupación, que no sé si es por vermetan decaída o porque sabe algo que yono sé. En estos momentos, odio queconozca y sea amiga del hombre

que llena todas mis pesadillas.Desde el mismo martes por la

mañana, en LemurApps no hemosparado de darle

vueltas al proyecto que nos proponedesarrollar Coleman and AsociatedPublishing.

Narek se encargará del diseño yKevin del contenido, mientras que yotrabajaré con

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ambos, describiendo las necesidadesque voy identificando comoconsecuencia de todos mis años en lacompañía. Creo que Saul Coleman teníarazón al decir que eso era una ventaja yque, si no la aprovechaba, seríadecepcionante. De momento, estamossolo en la base de estudio del proyecto,pero nos hemos puesto muy serios alrespecto, porque sabemos lo que nosjugamos y porque, si el factor tiempo vaa

influir, que sea a nuestro favor.De todos modos… sigo con mis

dudas de que nos den la oportunidadsiquiera de

competir con las otras dos empresas.Me da la sensación de que yo solita me

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carguéparte de nuestras opciones al no

estar a la altura durante la reunión. ¿Quéme costaba hacerle alguna pregunta?¿Por qué no me mostré más interesada?¿Por qué solo pensaba en que necesitabasalir de ahí (e ir a emborracharme)?¿Qué es eso de

casi caerse redonda al suelo?Estas preguntas no me abandonan, ni

siquiera aquí, rodeada de mis amigas,con

un Blue Hawái en la mano −el cóctelde la semana que es genial, y cuyaelección debemos agradecerle a Georgie− y con la música de Muse de fondo−suena Explorers ahora mismo, y creoque su mensaje me habla directamente: f

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ree me from this world, we don't belonghere−. Tengo al mejor equipo deanimadoras del mundo, lo sé, pero hoysoy la peor de las compañías, inclusopara estas luchadoras incansables, laslevantadoras de moral más eficaces delplaneta Tierra.

—Miriam, cariño, si no dejas deautocompadecerte, te voy a sacar de mivida —

dice Marla tajante, dándole un tragodefinitivo a su cóctel.

Vale, igual mis amigas no son tancomprensivas ni me apoyan tanto…igual es que ya no me aguantan ni ellas.Entierro la cabeza entre mis brazos y mequedo a oscuras con mis propiospensamientos. Mi cabeza va a echar

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humo y no sé cómo apagar todas lasvoces que la habitan. Y ni siquiera sécómo he llegado a este estado, aunquesupongo que, si debo buscar unculpable, esa soy yo misma. Yo, que hepermitido que resurjan cosas en mi vida,cosas que me tocan muy desde dentro,

cosas como la música… la músicaque ahora me llama, poderosa, todos losdías.

O el taxista que ni siquiera me hallamado, para nada. No ha encontradoninguna

razón para llamarme y yo medesespero, porque no sé si hago bien enestar dolida

por haberme rechazado.O Jeremy Connor y su maldito don

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de la oportunidad. Ese malnacido queahora

busca limpiar su conciencia a costade importunar la paz que me ha costadotanto alcanzar…

O Saul Coleman y esa entrevistasurrealista en su despacho, en la queapenas abrí

la boca.En fin, que mi vida se ha puesto

ciertamente patas arriba en apenas dossemanas y

no sé qué hacer con ninguno de losfrentes que tengo abiertos ahora mismo.Lo único que es nuevo en mi vida y nome genera irritación o ansiedad esDeclan, porque con él no hay conflictoni su presencia me causa interminables

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diatribas y monólogos interiores. Escierto que su estado de salud mepreocupa y entristece, pero con él todoes fácil y no hay ningún cabo suelto. Hevuelto a verlo. El mismo martes por latarde, en un intento desesperado porencontrarme mejor tras salir de

la oficina, me acerqué a charlar conél. Me siento tan a gusto en su presenciaque me

mudaría a su habitación de hospitalsin pensármelo demasiado.

—Miriam —oigo a Martina al otrolado de la pantalla de la tablet de Marla—, mírame. Mírame, por favor.

La obedezco a regañadientes,sacando mi cabeza del hueco protectorque forman

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mis brazos. Se estaba a gusto dentro,pero reconozco que no sirve de nada.

—Vas a hacerlo muy bien. Hablé deti con Saul porque confío en ti y en tuproyecto. Y si no sale el contrato, almenos lo habrás intentado. Usa tu baza,conoces la empresa como la palma de tumano. Sabes qué sistemas tiene, quéredes usa, qué protocolos sigue…aprovéchate de eso para hacer unapresentación a la medida de lacompañía. Los demás candidatosnecesitarían años para reunir la cantidadde datos que tú ya posees…

—Sé cuál es mi punto fuerte,Martina. El problema son los que no loson tanto…

mis dotes comerciales son nefastas y

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di una imagen lamentable el otro día enel despacho del señor Coleman. Seguroque ni me considera.

—Cariño, Saul es bastante más queuna fachada. Es intuitivo e inteligente. Sive

en ti la mitad de lo que sé que tienesahí dentro, te va a rogar que firmes elcontrato, ya lo verás.

Todas asienten y le dan la razón, yme abrazan y me besan y me aseguranque

todo va a ir bien. ¿Qué decía yo?Las mejores del mundo mundial enprestar su apoyo y hacerte creer quepuedes con todo.

—¿Y ahora nos vas a contarnovedades más jugosas? ¿Qué es eso de

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que elviernes pasado no viniste porque

estabas de resaca? —Marla es undetector de temas

candentes. Capaz de vislumbrardónde hay un buen chismorreo solo conechar un vistazo rápido. No tengoescapatoria.

Y como no la tengo y ademásnecesito vaciarme, les cuento todo loque me está

quemando por dentro. Les cuento miencontronazo inicial con Patrick y suenfado

perpetuo. Les cuento la pérdida demi móvil, mi primer encuentro conDeclan, la noche de citas rápidas, mireencuentro con Jeremy Connor, el Bat

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Mitzvah y, finalmente, la negativa dePatrick a subir a mi casa a tomar café ysu silencio de casi una semana.

—¡Será desagradecido! —gritaMarla y todo el bar se gira paramirarnos. No es

la primera vez que nos pasa, pero nopor ello nos parece una actuacióncorrecta.

Le doy a Marla una patada pordebajo de la mesa que viene a decir: Obajas la

voz o te comes la punta de mi bota,y vuelvo a enterrar la cara entre lasmanos.

—No es desagradecido. Le pillastede sorpresa, seguro —dice la dulce vozde Martina a 6.000 kilómetros de

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distancia.—No le defiendas, cariño, es un

desagradecido. ¿Qué menos que un caféy un repaso rápido en el sofá antes deseguir con su vida? Al fin y al cabo,Miriam le salvó de la hecatombe. ¡Dosveces! Y a cambio solo quería pasárselobien con él…

—¡Eh! —exclamo saliendo de micaparazón ficticio— ¡Que yo no quería

pasármelo bien con él!—¿Entonces qué querías, cielo? —

pregunta Rosa realmente interesada.—Yo… yo solo… yo…—Cariño, ni tú misma sabes negarte.

Querías darte un revolcón con él. Y estábien, no es nada malo.

La voz categórica de Georgie me

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saca los colores y, quizá (y solo quizá)me hace ver las cosas desde unaperspectiva más realista: esperaba algode él. Quizá no un revolcón rápido en elsofá, pero sí algo. No sé. A lo mejor soymuy mala persona y sí que sentí quePatrick no pagó lo suficiente por lo queobtuvo de mí.

Me doy cuenta de estospensamientos tan negros y tengo ganasde echarme a llorar. ¿Quería que subieraporque, de verdad, deseaba pasar másrato con él, o quería que me pagara elfavor que le había hecho? Esto últimome hace sentir como si hubiera estado apunto de contratar los servicios de ungigolo, y me muero de la más absolutade las vergüenzas.

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—Miriam, ¿por qué estás tanenfadada? ¿Es porque no subió o porqueno has sabido nada de él desdeentonces? —pregunta Rosa poniendo sumano sobre la mía con verdaderocariño.

—¿Por qué me preguntas eso?La miro sin comprender a dónde

quiere ir a parar. No me gusta cuandotratan de

psicoanalizarme, para eso ya está mimadre y, francamente, odio cuando lohace.

No necesito que nadie me diga quésiento o pienso, no necesito que nadieme haga

decir cosas que es mejor dejartapadas y sin descubrir.

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—Creo que esa es la pregunta clave.Necesitas saber por qué tienes ese

sentimiento dentro. No suelenrechazarte los chicos, ¿verdad? Aunqueesto no tiene

nada que ver… yo creo que estásmuy enfadada con él porque, si no tellama, se acabaron las oportunidadescon él, puede que no lo vuelvas a ver yeso no te gusta.

—No te olvides del hermanoenfermo —dice Georgie, dejándomehelada con lo

cínica que se ha vuelto. La viejaGeorgie se moría por una buena historiade amor

(o, más bien, de tensión sexual noresuelta, que eran sus favoritas).

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—Sí, es verdad —apostilla Marla—. Bien visto, G.

—¡Eh, chicas! —chillo enfadada—¡Que sigo aquí! No habléis de mí comosi no

estuviera.Las tres se vuelven hacia a mí

conteniendo la risa. Incluso Martina, consu océano de distancia, es capaz decaptar el ambiente festivo de misamigas. Y todo a mi costa. No sé si megusta el giro que están tomando losacontecimientos.

—¿Por qué no le llamas tú a él paraver qué tal le va? —propone mi amigadesde

la pantalla de la tablet.—¿Te has vuelto loca, Martina? ¿Y

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qué le digo? Fue él quien no quiso subira mi

piso a tomar un miserable café. Unade dos, o no le gustó el primero que lepreparé

o, directamente, soy yo la que no soyde su agrado. ¿Para qué darle másvueltas?

Era fácil, solo tenía que subir y todohubiera ido como la seda, pero rehusó,así que

ya no tenemos ni caso niconversación. Por favor, cambiemos aotra cosa… Marla,

vi a Onur más guapo que decostumbre…

Mi amiga me taladra con la mirada.Sí, he sido mezquina, pero necesito

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desviarde mí la atención. No quiero seguir

con esto, de verdad.—Miriam, estás siendo muy poco

razonable. Tratamos de echar un poco deluz

sobre todo esto y ayudarte. Noentiendo que te lo estés tomando tanrematadamente

mal.Ni yo. De verdad que ni yo misma

me entiendo. No sé si es la acumulaciónde cosas vividas estas dos últimassemanas, si es el cansancio por eltrabajo o los nervios acumulados por lareunión con Saul Coleman, pero locierto es que estoy siendodesconsiderada, ruda y nada agradable

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ahora mismo. Y, lo peor de todo, meda exactamente igual.—Chicas, será mejor que me vaya a

casa a descansar. Esto no lleva aninguna parte —digo poniéndome en piey cogiendo mi abrigo—. Lo que síquiero dejar perfectamente claro es que,si de mí depende, no pienso volver a vero hablar con Patrick Feehily en lo queme queda de vida.

Capítulo 12Soldier's Poem

—Mi hermano me ha preguntado por

ti —deja caer Declan, así como porcausalidad.Llevo dos semanas sin ver a Patrick,

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sin saber nada de él, al menos nodirectamente, y sigo sin aceptar la

idea de que rechazara subir a mi casa.¿Soy rencorosa? No, solo me cuesta unpoco asimilar las ideas, y más si estasincluyen aceptar que fui desechada porun plan mejor. ¿Qué se le va a hacer?Una también tiene su orgullo propio.

He seguido viniendo a ver a Declan,aunque siempre procuro enterarme antesde

si Patrick va a estar o no, prefiero notener que lidiar con su presencia en lamisma

habitación. Me gusta este chico y nopienso renunciar a él, por mucho que suhermano sea un patán desagradecido.

No hace mucho que nos conocemos,

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pero me siento unida a él de una maneraque no acierto a describir. Me cuestamucho verlo solo como un enfermodesvalido, y procuro quitarle esaetiqueta en cuanto entro por la puerta desu habitación en cada visita. Es un chicodivertido, inteligente, curioso,inquieto… alguien que me hace reír, queme ayuda a ver las cosas de otro modo yque me hace plantearme cosas. Unapersona normal con la que paso algunode los mejores momentos de cadasemana. Pero también es un chico detreinta y dos años enfermo de leucemiay, por lo que puedo observar en cadanueva visita, alguien cada vez másconsumido.

No quiere hablar mucho de sus

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opciones y tratamientos, y como lacomunicación con Patrick está en puntomuerto, no sé mucho de cómo lleva suenfermedad.

Eso es lo único que no me gusta devenir a ver a Declan. Lo hermético quese muestra a hacer de la leucemia untema de conversación. Supongo que tratade borrarla de su mente cada vez quequiere sentirse normal en una charlaintrascendente, que incluye a esa chicaalgo majareta que viene a verle de vezen cuando.

—¿Me has oído? Sí, me has oído, note hagas la sorda —repite Declan

sacándome de mis pensamientos—.Te lo repito por si acaso: mi hermanome ha preguntado por ti.

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—Ah, pues él mismo puedepreguntarme. Tiene mi número. Y nomuerdo —

apostillo.—Dale un respiro ¿quieres? Ahora

mismo está a tope.—Yo también.—Tengo la impresión de estar

tratando con dos niños pequeños ¿losabías?

No le voy a llevar la contrariaporque es verdad que es esa,precisamente, la imagen que damos.

—No quiero hablar de tu hermano.Cuéntame qué tal la semana. ¿Te hanhecho

muchas pruebas?Ahora es él quien arruga los labios

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en un gesto de disgusto. La teoría seconfirma: odia hablar de sí mismo entérminos hospitalarios. Tendré que darleun respiro porque ya me he dado cuentade que presionarlo tampoco sirve denada.

—No cambies de tema. Le he dichoque estás un poco triste y no sé por qué.

—El que cambia de tema eres tú.¿Me ves triste?

—Sí, hay algo que te ensombrece losojos.

Aparto la mirada de su vista,instintivamente, y me centro en elpaisaje que se ve

desde la ventana de su habitación: eledificio de enfrente, básicamente. No séqué puede reflejar mi mirada, pero no

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me siento triste. Al menos no soy presade una depresión ni nada parecido,aunque sí que es cierto que algo dentrode mí ha dejado de funcionarcorrectamente, y no sabría decir ni elqué ni los motivos que lo hanocasionado.

Quizá es la presión del trabajo paraSaul Coleman, quizá es el rechazo dePatrick, o que Jeremy Connor haempezado a llamarme con insistencia,proponiéndome que quedemos yhablamos, sin que le importen ni misnegativas ni,

últimamente, mi silencio.—No sé si te ayudará en algo, pero

tengo un regalo para ti. Permíteme que tehable de él —me dice incorporándose

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de la cama y poniéndose la bata—.Demos un paseo por este pasillo tanexcitante y contemplemos los cuadrosfalsos de sus paredes. Finjamos queestamos en un museo, o algo así.

Me incorporo de la butaca y le dejoque se apoye en mí. Está enfermo, perono

impedido, así que es normal que, aveces, salga de la cama y prefiera elpasillo como escenario para nuestrascharlas. Creo que hasta le viene bien,que le hace sentir que forma parte dealgo más grande, algo que no empieza yacaba entre las cuatro paredes de suconfortable y moderna habitación.

—¿Quieres hablarme ya de una vezde mi regalo? ¡No me puedes dejar así!

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—Veamos… creo que es algoperfecto para una noche de sábado. Algodiferente

a esto que estás haciendo con unpobre enfermo, que no creas que no teagradezco,

pero no me parece que esto seasaludable.

—¿Quieres decir que no te gusta quete venga a ver los sábados a esta hora?

¿Tienes otros planes y quieresdeshacerte de mí?

Se ríe y su risa le llega a los ojos.Es genuina, cristalina y un poco triste,solo un poco. Su cuerpo delgado seencoge sobre sí mismo, ligeramente, yyo le sujeto con más fuerza, pero con uncuidado y un empeño que, espero, no le

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pasendesapercibidos.—Mi único plan esta noche es que tú

tengas un plan mejor que esto —intentoprotestar, pero no me deja, y yo tengoque callarme, aunque no me guste oírlehablar así—. Bueno, no es del todocierto. Tengo otro plan, pero másmaquiavélico.

Necesito camelarme a la enfermeranueva del turno de noche para que lecubra a mi

querida Nora lo que sea que tengaque hacerme. Juro que hasta darme lapastilla de medianoche me da miedo siviene de esa mujer.

Me encanta cuando está de tan buenhumor, porque es cuando se ve al Declan

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deverdad, el que debió de ser antes de

la enfermedad, ese que tanto me hubieragustado conocer.

—Ah, mira, mi regalo.Cuando me giro hacia donde él

señala, veo a Patrick saliendo delascensor. Se queda parado mirando paranosotros y, por la cara que pone, esvíctima de la misma encerrona que yo.Ambos dirigimos hacia Declan nuestrosojos enfadados y

nuestras miradas asesinas, y él solosonríe y nos pone ojitos. Es difícilcabrearse con una persona enferma, peroeso no quita para que el plan que acabade urdir y ejecutar me parezca un regalo.Al menos no uno que no venga

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envenenado.—Buenas tardes, Patrick —lo

saludo cuando se acerca a nosotros. Élme hace un

gesto con la cabeza a modo derespuesta y yo pierdo el hilo de mispensamientos durante una milésima desegundo—. Bueno, yo ya me iba… osdejo solos para que podáis estar a gusto.

La mano de Declan, huesuda ymucho más fuerte de lo que creíaposible, me retiene con insistencia,mientras se acerca a mi oído.

—Vas a ir a mi habitación a recogertus cosas, efectivamente, y luego, te vasa ir

con mi hermano adonde yo le voy aindicar ahora mismo. Es un regalo. No

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lo puedes rechazar. Además, perdiste eljuego de las diez cosas en un minuto, yte dije que te pediría algo. Esto es esealgo.

Lo miro boquiabierta. ¡Es realmenteretorcido! No sé si echarme a temblar odemostrarle públicamente miadmiración. Nunca hubiera visto veniralgo así tratándose de Declan.

Con paso vacilante y sin mirar atrás,vuelvo a la habitación a recoger miabrigo,

mi bufanda, mis orejeras, misguantes de lana mullida y mi bolso.Estamos a primeros de noviembre y estoes Nueva York, el frío no es algo quenos tomemos a risa en esta ciudad y enesta época del año.

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Me voy colocando todas misprendas, una a una, con muchaparsimonia, para

darle tiempo a Patrick para que hagaentrar en razón a su hermano, y paraasimilar

que, en caso contrario, tenga queirme con un hombre al que no teníaplaneado volver a ver más en mi vida,para cumplir así con la voluntad de suhermano hospitalizado.

Cuando por fin salgo de lahabitación y me uno a ellos, los gemelosno me pueden parecer más diferentes. Yno lo digo solamente por los treintakilos de diferencia que hay entre ellos, opor el pelo, inexistente en uno y espesoy brillante en el otro. No, la mayor

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diferencia entre ellos está en susemblante: el de Declan, brillante, conalegría, lleno de luz. El de Patrick,doblegado y con un enfado considerable.O sea, el Patrick habitual.

Declan nos invita a irnos sinabandonar la sonrisilla de superioridad,ciertamente

molesta, que ha pintado en su rostrodemacrado. Este chico es un auténticoconspirador.

Sin más opciones que hacerle caso,nos despedimos de él a regañadientes y

entramos en el ascensor en silencio.Ninguno de los dos abre la boca duranteel trayecto que nos separa hasta la plantabaja, o mientras caminamos hacia lasalida del hospital, donde nos paramos y

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nos miramos un instante, incómodos.—Tengo el taxi aquí mismo. Si

quieres, te acerco a casa —dice Patrick,por fin,

señalando a su izquierda donde,efectivamente, ha estacionado su coche.

—Pero tú no quieres hacerlo porquele has prometido que me sacarías porahí,

¿verdad?—¿Acaso tú no?Me callo. Yo no he prometido nada.

Pero las palabras de Declan − Es unregalo.

No lo puedes rechazar−, meobligan, de algún modo. Finalmente,asiento, y volvemos a guardar silencio.La verdad es que la situación es de lo

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más incómodo y, si Declan tenía idea deque intimáramos o resolviéramos elencontronazo del día

de Bat Mitzvah, parece que lotenemos bastante crudo.

—Mi hermano me ha pedido que telleve a un sitio en la 57 con Lexington.No sé

qué se trae entre manos —diceencogiéndose de hombros.

—¿Te ha dado más instrucciones? —le pregunto burlona.

—En realidad, sí. Que no pidacacahuetes con las cervezas, porque eresalérgica,

y que te rete a una partida de dardos.Sonrío abiertamente. No a Patrick,

obviamente, aunque él sí lo crea. Sonrío

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porque acabo de confirmar, ya sinningún género de dudas, que DeclanFeehily ha estado leyendo El Príncipe,de Maquiavelo, en sus largas tardes enla cama, y que ha decidido poner enpráctica sus múltiples enseñanzas yconsejos.

*****El sitio al que nos conducen las

maquinaciones de Declan tiene elrevelador nombre

de The Pink Dart1, y ya me imaginoque habrá salido el primero en labúsqueda de Google. Es amplio, llenode mesas para tomar algo −comida ybebida−, y varios puestos para jugar alos dardos electrónicos. Está bastanteconcurrido, no es para menos:

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comienzan a animarse los aventurerosdel sábado noche y, además, la zona esestupenda.

Me echo un vistazo rápido paraevaluar mi aspecto. Desde luego, notenía

pensado salir a tomar nada cuandodecidí ir de visita al hospital. Tendránque valer

mis vaqueros desgastados, mi jerseycolor fresa, las botas marrones contacón medio y mi pelo, peinado en dostrenzas que caen a ambos lados de micara. Una cara sin una gota demaquillaje, para mi desgracia. Si almenos se me hubiera ocurrido ser unpoco coqueta y darme brillo de labios alsalir de casa… si me lo aplico ahora

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Patrick se pensará que quiero seducirlo,así que me autoconvenzo de que asíestoy bien y le sigo por el local en buscade un sitio libre.

Nos sentamos en una mesa alta delfondo, no muy lejos de los puestos dejuego.

Patrick se mantiene en silencio,como ha hecho desde que nos hemosmetido en el

taxi. Mira todo con ojosapreciativos, parece que alaba el gustode su hermano eligiendo el lugar.

—¿Quieres tomar algo? —preguntotras quitarnos las prendas de abrigo.

—Obviamente —responde ceñudo—. No he venido aquí solo parasentarme en

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una mesa y mirar el paisaje. Que seauna pinta de Guiness. Y algo para picar.Aparte de cacahuetes, lo que te apetezca—remata con una sonrisa burlona.

Doy gracias a que la música, que seescucha a una altura cómoda para lacharla,

pero alta para entender el susurro,tape mis palabras de reprobación. Asíno vamos a ninguna parte.

Me acerco a la barra y pido dospintas y unos nachos para compartir.Espero que

le guste, si no, no me importa acabarcon ellos yo sola. Me muero de hambreahora

mismo.—Nos tomamos esto, echamos una

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partida y nos vamos a casa con laconciencia

limpia, ¿estamos? —digo mientrasdejo las bebidas en la mesa y regreso ala barra

a por los nachos.Cuando vuelvo, él me mira con un

interés que no acierto a reconocer y queme

pone un poco nerviosa, todo hay quedecirlo. No me puedo creer que, ademásde estar enfadado, me quiera ponernerviosa.

—No me mires así.—¿Así cómo?—No me busques, Patrick. Sabes

cómo me estás mirando. Bébete lacerveza y

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déjame en paz.Arruga el gesto y le da un buen trago

a su pinta. Se nota que es irlandés, pormás

que este pensamiento sea un tópicomás en lo referente a su persona. Yo leimito, aunque con menos contundencia, ybebo mientras lo miro a los ojos y no mepierdo detalle de sus gestos y su ceñofruncido.

—No me puedo creer que, encimade todo, seas tú el ofendido. No sé a quéviene

estar enfadado —le suelto tras unrato en el que valoro si hablarabiertamente o mantener la boca cerraday prolongar aún más rato esta situacióntan incómoda.

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—¿Y cómo no quieres que estéenfadado, Miriam? —oír mi nombre ensus

labios me hace dar un respingoinvoluntario—. No logro entenderte, medejas descolocado cada vez que estamosjuntos. Eres demasiado imprevisiblepara mí.

—Voy a tomarme eso como unhalago —le digo con los dientesapretados,

porque realmente me ha tocado lafibra y está consiguiendo que esto seaaún más difícil—. Me lo voy a tomarcomo un halago porque ser imprevisibleno tiene por qué ser nada malo. ¿Quieresque te diga sí a todo y actúe según tú loesperas? Para

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eso juega una partida a los SIMS yno interactúes con personas de carne yhueso o,

al menos, no lo hagas conmigo.Se queda en silencio, supongo que

alucinado por mi arranque. Sé que mepongo

a la defensiva y no ayuda en nada adesbloquear esta situación, pero puedeconmigo

cuando alguien se queja del excesode personalidad de la gente. En serio, siqueremos personas como muebles,vayamos a la sección de sofás de Ikea yquedémonos ahí como pasmarotes.

—Miriam, creo que no me estásentendiendo…

—Claro que te entiendo —estoy

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desatada, ya no hay quien me pare, mitono va

en aumento—. Sé que hablodemasiado… que siento demasiado,pero es que soy así

y no lo puedo evitar. Y si no puedesmanejarlo, si no puedes asumirme, si noestás

de acuerdo con cómo soy… porfavor, vete ahora mismo, porque no voya cambiar

ni por ti, ni por nadie de este mundo.Uf, qué a gusto me he quedado. Es un

placer absoluto cuando te desahogas,dejas

las cosas claras y, además, tereivindicas a ti misma, todo en uno.Patrick me mira

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como si fuera una marciana o algoasí, pero suaviza su gesto duro y niegacon la

cabeza antes de volver a darle untrago eterno a su pinta, hasta casiacabársela.

—¿Puedo hablar ya?Asiento con la cabeza, en posición

de alerta todavía, por si acaso.—Verás, Miriam —vuelve a pasar,

de nuevo oírle pronunciar mi nombre mehace sentir rara al instante. Pero raro

agradable, una sensación extraña que nosé muy bien cómo gestionar—, estoyefectivamente enfadado. Pero es másbien conmigo mismo, por no saberllevar todo lo que me descolocas. No es,en absoluto,

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algo contra ti. ¿Cómo podría? Escierto que no contaba con que te colarasen mi taxi, pero desde ese mismomomento tengo que reconocer que todolo que tiene que ver contigo ha sidobueno. Me has ayudado sin pedir nada acambio, y yo no sé muy

bien cómo corresponder a esagenerosidad.

—Desde luego que no —apostillorecordando su rechazo.

—Sé que no he sido fácil, peroespero poder aprender a manejar todoesto.

Nos quedamos en silencio,evaluándonos. No sé qué estarápensando ahora

mismo, se le ve arrepentido por

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haberme hecho pensar cosas que no son,pero sigo sintiendo que está a ladefensiva, lo que hace que yo no consigarelajarme en su presencia. Creo que hayalgo más que no me cuenta, algo que seestá guardando para sí y me muero porsacárselo.

Intenta una sonrisa y tengo quevalorar su esfuerzo. Sé que Patrick no esmal chico y que tiene muchas cosasdentro en las que pensar y por las quepreocuparse y, precisamente por eso, nosé si es bueno que nos involucremos másel uno en la

vida del otro.—¿No vas a contarme el otro motivo

por el que estás enfadado? Sé que haymás...

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—¿Qué te parece si cumplimos conla petición de mi hermano? ¿Pido dospintas

más y le damos a los dardos? —propone poniéndose de pie, evitando asícontestar a

mi pregunta que, claramente, ha dadoen el blanco.

Intenta parecer jovial, alegre ydespreocupado, a ver si con esas nuevasmaneras

me convence de que me olvide. Perocomo sé que he tocado algo, no voy aparar

hasta sacárselo. Por muy reservadoque sea, por mucho que se cierre enbanda, este

hombre no conoce la persistencia de

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Miriam Alexandra Blake (o quizá sí laconoce

desde mi famosa escena de secuestrode su taxi).

Cuando vuelve trayendo con él dospintas más, nos acercamos a uno de los

puestos de dardos libres, y nosacomodamos cerca.

—Mi hermano dice que te gustan losdardos. ¿Se te dan bien?

Asiento de forma discreta, tampocole vamos a dar más importancia. SiDeclan

no le ha dicho nada acerca de mislogros con los dardos, mejor jugar sinexpectativa. Tampoco sé cómo se le da aél el asunto, así que es mejor serprecavida.

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—¿Cricket o 501? —pregunta.—Por mí, cricket2.—Perfecto, yo también lo prefiero.

¿Cerramos en orden?—¿Ascendente o descendente?—Como prefieras.—Ascendente, entonces.Me cede a mí el turno inicial y me

centro en el número 15, ya que hemosdecidido cerrar los números desde estehasta la diana, en orden. Así es máscomplicado, pero también mucho másemocionante. Elijo mis proyectiles,pruebo su tacto, su peso y la forma de lacola, el equilibrio de la zona central…me decido por tres iguales, con la colallena de llamas de color rosa fucsia.

—Jugar así es bastante soso… habrá

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que decidir qué nos jugamos, ¿no? —dice

mientras él aún está eligiendo suspropios dardos.

—¿Qué propones?—Si yo gano, me dejas que te invite

a cenar el día que yo elija. Si ganas tú…bueno, elige lo que más te apetezca.—Si gano yo, me dices qué es eso

que no me quieres contar y que sé queestá ahí.

La razón real de que estés tanenfadado, ¿vale? —casi me da pena,porque o es un

maestro del juego, o le veo pocasposibilidades. Podría perder a propósitopara conseguir que me llevara a cenar,pero mi curiosidad puede más y me

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propongo ganarle y cobrarme mi premio.El número 15 en una diana de dardos

se encuentra, aproximadamente, a laaltura

de las cuatro de un reloj. Apunto yfallo mi primer tiro por muy poco: miproyectil

se incrusta en la zona triple delnúmero 2, justo el marcador que hay a laizquierda

del 15. Me noto un poco nerviosa y,además, hace un tiempo que no practico.El tiro

inicial no ha ido desencaminado,pero está lejos de ser perfecto.

Me coloco con los pies un poco másseparados, los hombros más relajados yla

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concentración mental para este tipode juegos. He competido antes, y hetocado en

auditorios enormes, sé cómocontrolar los nervios.

Mi siguiente tiro no falla, directo ala zona doble del 15. Dejo escapar elaire ruidosamente y veo que Patrick nome quita ojo, divertido.

—Oye, eso ha estado muy bien. Losdos tiros, de hecho.

—Gracias. Suerte, supongo —contesto sin mirarle a los ojos, no quieroque

piense que, encima, me estoy riendode él.

El tercero, con mucha suerte, hacediana en la parte triple del 15. He

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cerrado elnúmero, he sumado treinta puntos y,

además, he conseguido que Patrick memire con algo parecido al respeto.

—Tengo que decir que eres una cajade sorpresas —dice con admiración yyo no

puedo evitar que me encante dejarleboquiabierto.

En su turno, él se concentra y yohago todo lo contrario. De repente soyconsciente de él, de sus pantalonesvaqueros que se le ajustan perfectamenteal culo, un culo digno de mención. Desus hombros tensos, anchos y fuertes. Desus labios

ligeramente abiertos, sensuales ymuy apetecibles. Me quedo embobada

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viendocómo tensa los músculos de la

espalda y estira el brazo hasta dejarsalir de su mano

el proyectil. ¡Dios, si es que me loestoy imaginando hasta a cámaralenta! Creo que estoy fatal.

Tan concentrada estoy que nisiquiera me doy cuenta de cuándo acaba,ni lo que

ha logrado. Miro a la diana y veodos dardos en el 15 y uno a su derecha,en el 10.

No es nada malo, tengo queesforzarme o perderé la partida, y eso esalgo que, definitivamente, no me gustaríanada hacer.

Para infundirme ánimos me voy a la

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barra y me pido dos chupitos de tequila.Vuelvo con ellos y Patrick me mira

como si fuera de otro planeta. Luego seva él y

vuelve con dos vasos de chupito ymedia botella de whisky. Los llena hastael borde y me pasa uno.

—Cuando la situación requiere unbuen tópico irlandés, en lugar de whiskyvas y me traes chiquillerías —dicedivertido y choca su vaso contra el mío—. Por los secuestros de taxis.

Obvio el comentario hiriente sobremi amado tequila y choco mi vaso contrael

suyo con la misma consigna. Elwhisky, espeso, dulce y abrasador entraen mi garganta y me paraliza los

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sentidos durante un segundo.Definitivamente, a palo seco no es tanfácil de digerir como con soda, pero hede reconocer que me gusta el calor queproduce y el gusto a intimidad que tedeja en la garganta.

Patrick llena de nuevo los vasos yme indica el panel para que tire misdardos.

Supongo que quiere emborracharmepara que pierda la partida y, si le doy alwhisky, estoy segura de que lo va alograr. Así que me concentro para subirde puntuación antes de que el alcohol menuble los sentidos y tener más opciones.

Tengo claro que, a igual cantidad dealcohol, él aguantará más que yo, por lostreinta kilos de diferencia, sí, pero sobre

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todo porque es irlandés, por el amor deDios, eso le convierte básicamente enun bebedor profesional.

—¿Sabes que el otro día me llamóZachary Levi, el del Bat Mitzvah, para

decirme que nos había recomendadoa su comunidad y que pronto nos llegaríauna

lluvia de llamadas? —me preguntacuando acabo mi turno de tirada y leindico que

le toca a él.—Eso es bueno, ¿verdad?—Sí —dice con reservas—. No está

mal…—¿No es eso a lo que te quieres

dedicar? ¿A la música? Pues es unabuena manera de hacerte un hueco.

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Se encoje de hombros y hace sutirada. Sigo por delante, y me coloco en

posición mientras le observo dereojo. Algo le preocupa y parece que nosabe cómo

verbalizarlo.—¿Quieres dedicarte a la música o

no? —le pregunto finalmente, viendoque él

no parece que vaya a aportar muchomás.

—Quiero hacer música.—Pues lo haces muy bien. La

canción que tocamos después del valsera muy

buena. ¿Conoces la canción de MuseSoldier's Poem? Cuando escuché latuya, inmediatamente, en mi cabeza, te

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uní a esa otra canción. No me preguntespor qué…

es algo que sentí de inmediato.Me mira un instante, con mucha

intensidad, como si intentara grabarse afuego este momento, esas palabras. Creoque necesita creérselas, que necesitaconsiderarse capaz de convertir el sueñoen una realidad palpable. Necesita unempujón, eso está claro, pero el talentolo trae de serie y eso es lo que cuenta,porque eso es lo que te hace destacar ylo que te mantiene arriba.

—No está mal, pero no es perfecta.—¿Sigue sin serlo? Dijiste que se te

acaba el tiempo, que se la tenías queenseñar a alguien…

Interrumpimos la partida durante un

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momento, en el que ambos estamosesperando. Yo, a que me lo cuente.

Él, a atreverse a abrirme el corazón ycontármelo.

—Puedes decírmelo, ¿lo sabes,verdad?

Se toma unos segundos más y asientesin despegar los ojos del suelo. Se estápreparando, ha decidido tirarse a lapiscina sin saber si tiene agua o no.Alargo la mano y toco la suya. Algomágico sucede. Sube su mirada desde elsuelo y la clava

en la mía, que lo está esperando, queestá dispuesta a ser su flotador, si así loprecisa.

—El día que te conocí estaba muyenfadado, ¿recuerdas?

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—¿Cómo olvidarlo? —suelto unacarcajada, por la que me reprendo,porque

está a punto de acabar con el climade confidencia que hemos conseguidocrear.

Para remediarlo, cojo los vasosrebosantes de whisky, ambarino ypotente, y le doy uno. Nos los bebemosen silencio y le hago un gesto para quecontinúe.

—Salí del concierto muy cabreado.Tenía una reunión importante con elagente

de Muse y con Donovan Gideon, laestrella de la emisora WKRO, que es laemisora

oficial de su tour. No sé si lo has

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oído, pero Muse dará un concierto a lasdoce de la noche del 31 de diciembre,en Central Park, y hace ya meses seconvocó un concurso para tocar comoteloneros. Letters from Sligo ganó eseconcurso con tres canciones quepresentamos. Una de ellas, escrita por laexnovia de Cian, ha tenido

que ser retirada a última hora porqueella nos ha negado los derechos.

—¡No puede ser! —exclamollevándome las manos a la boca.

—Sí, sí que puede ser y es —corrobora con una tristeza infinitaempañando sus

preciosos ojos azules—. Aquellanoche estaba negociando el continuarsiendo los elegidos. Pero necesitan una

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canción nueva. Deben tenerla yaprobarla antes del 5 de diciembre y yoestoy en blanco.

—Pero tu canción es perfecta.—No, le queda mucho para ser

perfecta. Sí que es cierto que tiene alma,o no sé

cómo llamarlo. Pero le falta… algo.Analizo lo que me quiere decir y es

cierto que puede ser que le falte unremate,

una pincelada que la redondee, perono veo que sea difícil. La rememoro enmi mente y puedo sentir dónde la propiacanción pide cambios, arreglos ymejoras.

¡ Dioses, yo podría hacer eso conlos ojos cerrados! Sé que puedo y solo

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de pensarlo me pongo nerviosa.—Patrick… si me dejas que te eche

una mano…—No, Miriam, ya has hecho

demasiado. Dejaré correr el tiempo y, sino llega la

inspiración, la enviaré como está.—Pero…—No —dice poniendo un dedo en

mis labios, callándome al instante.Nos quedamos mirando durante lo

que parece una eternidad. Su dedo mequema

en los labios y los siento como sifueran de hielo, como si él y yo, juntos,fuéramos

una mezcla de algo opuesto y, a lavez, tan complementario que da miedo.

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Y me siento valiente, osada, invencible,y creo que este momento es justo comolas cosas deben ser.

Apenas parpadeo mientras notocómo retira su dedo y comienza aacercar sus labios a los míos. Se detieneun momento, apoya su frente sobre lamía, y me acaricia el pelo, como si se loestuviera pensando. Yo me muero de laimpaciencia por sentir sus labios, porrozar su piel, por acariciarlo, pero soloespero… espero

por él, porque sé que él necesitatiempo.

—Miriam —susurra mientras,lentamente, despega su frente de la míay, poco a

poco, se va alejando y yo siento que

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muero un poco por dentro.—Patrick, no… —apenas me sale la

voz, no encuentro fuerzas paraimponerme,

para atraerle a mí y no dejarlemarchar sin que me bese, me marque yme ate a él.

—Miriam, no puedo hacerle esto aDeclan.

—¿De qué demonios estáshablando?

—De mi hermano, siente cosas porti. No me digas que a ti no te pasa lomismo.

Mi estado de estupor es mayúsculo.Y mi enfado también. Odio que decidanpor

mí, que me digan lo que siento o

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dejo de sentir. Si eso lo unes a ladecepción que

acabo de sufrir, me imagino que elcabreo que puedo alcanzar seamayúsculo.

—Patrick, quiero mucho a tuhermano. En muy poco tiempo le hacogido

muchísimo cariño y te puedoasegurar que me gusta, de hecho, megusta bastante más que tú, pero comopersona. Veo su alma y él ve la mía, nosentendemos y lo pasamos bien juntos,pero cuando estoy con él lo siento comoa un hermano.

—Él no opina igual.—Pues lo siento por Declan, pero no

puedo hacer nada contra lo que no me

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nacedel corazón —le digo con las

lágrimas a punto de desbordar por misojos—. Él ha

preparado esto, él quiere que estéaquí, contigo…

—Él cree que tú me gustas, así quelo ha montado para que yo sea feliz. Seha sacrificado porque no cree que tenganinguna oportunidad. Cada día está peory lo sabe…

Mi alma se cae y se hace añicoscontra el suelo. No sé si me duele másescuchar

la gravedad del estado de Declan osentir que Patrick me está rechazandopor segunda vez. Subo mi mano hasta surostro y se lo acaricio con ternura,

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intentando transmitirle todo mi apoyopor el trance que supone ver a suhermano así.

—¿Y es así? ¿Te gusto tal y comocree Declan? ¿Tú sientes algo por mí?

Sus ojos me miran, me transmiten unsentimiento que no sé cómo describir:

dolor, soledad y hasta ira. Lleva sumano hasta la mía, que permanece en sucara, me la acaricia y, poco a poco, mela retira.

—No, Miriam. No siento nada porti.

Ya no hay nada que detenga mislágrimas, que salen sin compasión einundan todo mi rostro, mientras asimilosu afirmación, tan fría, tan tajante.

Sin decir ni una sola palabra, me

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giro, cojo mis cosas y lo dejo solo.Necesito

respirar porque, de pronto, sientoque me ahogo.

1 El Dardo Rosa.

2 Modalidad del juego de los dardos

que consiste en cerrar una serie de seisnúmeros, además de la diana, acertandoen cada uno de ellos tres veces yobteniendo la máxima puntuación alfinal de la partida. Los números con losque se juega más frecuentemente son el20, el 19, el 18, el 17, el 16 y el 15, másla propia diana.

Capítulo 13

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Time is RunningOut

Después de una noche horrible,tengo más claro que nunca locomplicadas que se pueden poner lascosas en cuestión de semanas. Hepasado de ser una chica despreocupaday libre, que solo debía preocuparme conlas ocurrencias de mi peculiar madre, apasarme la noche llorando en mi cama,deseando que el dolor que anida en mipecho se pase y me deje respirar.

Por primera vez desde hace bastante

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tiempo, tengo intención de renunciar auna

comida en casa de mi madre undomingo. No me encuentro nada bien, nohe

dormido nada y, por mi cara, se diríaque me ha atropellado un elefante. Nopienso

dejarme ver y convertirme en eltema de conversación de la jornada, nidejar que mi madre me solucione la vidacon sus disparatadas ideas.

Estoy mejor en casa, y punto.Aunque una cosa es que lo haya

decidido y otra, que me dejen tomar esadecisión

sin someterme al tercer grado. Poreso, dejo pasar los minutos antes de

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llamar a casa y comunicar mi renuncia aacompañarlos hoy.

Desde que salí del bar anoche, no hepodido controlar las lágrimas, no sé porqué. Nunca me había sentido así. Nisiquiera con el abandono de JeremyConnor, que fue más como una tensaespera en la que mi confianza se fuemellando poco a poco, y no como lo queahora me pasa: una mano en el corazónque lo oprime más

y más, ahogándome poco a poco, ycausándome un dolor en mi interior queno alcanzo a describir con palabras.

Lo peor de todo es que no entiendode dónde sale todo este dolor y estapena. ¿Es

porque Patrick ha vuelto a

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rechazarme? ¿Es por Declan? ¿Por nopoder

corresponderle? ¿Es por lainfelicidad manifiesta de los tres por nopoder ser correspondidos justo porquien deseamos? Madre mía, cómo se haliado todo. Pon un par de gemelos en tuvida y ya verás la que se monta.

Como alma en pena, me desplazopor mi casa hasta la cocina, parahacerme un

café amargo y cremoso en micafetera pija, uno de esos placeres quele ponen un

punto positivo a un día tan gris. Oigoruido en la habitación de Diana eimagino que

se acaba de despertar también. Sale

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de su cuarto, arrastrando los pies y conla mirada huidiza. Otra que parece queha pasado una noche de perros.

—Buenos días —digo muy bajitopara no alterar nuestra común falta deenergía,

rozando números rojos.—Buenos días —responde

sentándose en el sofá en plan zombie.—¿Mala noche? —asiente y me

siento identificada. Nada como laspenas para

unir lo que no ha conseguido nuestraextraña convivencia en todos los mesesque llevamos compartiendo techo— ¿Teapetece un café pijo?

Me mira sin entenderme del todo (nola culpo) y le señalo la cafetera que está

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acabando de preparar el mío. Asiente ysaco una taza del aparador y una cápsulade la caja. Mientras la cafetera acabacon mi café, me dedico a observar aDiana. No la

conozco en absoluto, nunca hemosconfraternizado ni intercambiado más dedos palabras seguidas, pero me doycuenta de que sus ojos son los másbonitos y, a la vez, los más tristes que hevisto en mi vida.

Es bajita, delgada y lleva su pelonegro liso recogido en una coleta. Supiel es como el alabastro, finísima yblanca, como si fuera una muñeca deporcelana, y sus ojos, negros, enormes yprofundos, destacan enormemente en surostro. Es muy bonita, y da una idea de

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ser delicado y bondadoso, aunque la heoído alguna vez discutir por teléfono através de las paredes que nos separan, ypuedo garantizar que gasta bastante malaleche.

Le acerco el café, que tomaagradecida, y el azúcar, que declinautilizar. Me siento a su lado y nos losbebemos en silencio, hermanándonos enalgo parecido a la pena compartida.

—Gracias —dice cuando haterminado—. Creo que de verdadnecesitaba algo

así.Su voz es dulce y tiene en ella un

ligero acento europeo, como de Rusia opor

ahí. Nunca le he preguntado por su

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historia y, quizá, este sea un buenmomento para

interesarme por ella.—Tienes la cafetera a tu disposición

cuando quieras. Nada como un café pijopara levantar la moral cuando más hacefalta.

Se ríe discretamente y se dispone aponerse en pie. Creo que esto es todo loque

voy a conseguir de ella hoy, peroestoy contenta con el avance, creo quehemos conseguido romper un poco elhielo y esta relación puede progresar si,poco a poco, nos dedicamos algunosratos de nuestro tiempo.

La veo dirigirse a la ducha y yovuelvo a mi habitación, justo cuando mi

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teléfonose pone a sonar con el frenético tono

de llamada que tengo asignado para mimadre.

—Hola, mamá —saludo lacónica—justo iba a llamarte ahora.

Ahora o dentro de tres horas,cuando reuniera el valor suficiente...

—Cariño, ¿estás bien? —preguntacon una seria preocupación en la voz.

Lo sabe. Mi madre sabe que me pasaalgo, y no creo que lo haya deducido,únicamente, por el tono con el que la hesaludado. De algún modo, que mi madreme llame preocupada, me hace sentirmede nuevo una niña pequeña y, de pronto,deseo tenerla cerca para acurrucarme ensu abrazo y sentirme algo más

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reconfortada.—Mamá…Estoy al borde del llanto y eso me

incomoda, porque ¿cómo le explico loque me pasa si soy incapaz de saberloyo misma? Las madres suelen tenerinstinto de protección, pero no sé québien le hago yo involucrándola en estetsunami emocional que me sacude.

—Mamá, hoy no voy a poder ir… nopuedo.

—Lo entiendo, hija, acabo deenterarme.

¿Qué? Espera… ¡¿QUÉ?! ¿Mimadre se acaba de enterar? ¿De quépodría haberse enterado? Me pongoinmediatamente en modo Alerta Máximay determino que es acción prioritaria

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saber de qué demonios está hablando.Tratándose de ella,

puede estar refiriéndose, incluso, aque piense que me ha traumatizado lamuerte de

algún personaje de Anatomía deGrey o algo parecido.

—¿De qué te has enterado, mamá?—pregunto con cautela.

—Pues de todo, hija, de todo. Acabode hablar con Regie.

Y como si eso lo explicara todo, ellase queda callada y, a mí, se me hace laluz.

A día de hoy, aún no entiendo ladisparatada relación de mi madre con eltal Regie,

un hombre cuya vida desconocemos

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del todo, salvo por lo que le cuenta a sunueva

mejor amiga por teléfono cada día.Por más que intento advertirla, mi madreno cede ni un milímetro en lo que aRegie se refiere.

—No sé a qué te refieres…—Sí lo sabes, Miriam. Negármelo

no va a cambiar el hecho de lo que estáspasando.

—Pero ¿de qué hablas, mamá? ¿Quéte ha contado ese hombre de mí sin

conocerme de nada?Estoy muy enfadada. Y me doy

cuenta, con pesar, que últimamente mepasa muy

a menudo. Soy consciente de que, nocontrolar todo lo que me pasa, me está

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llevando a situaciones de enfadocontinuo que me desestabilizan unmontón.

Debería empezar a hacer yoga o ir avisitar a un maestro zen que me limpiaratoda

la energía negativa que, noto contristeza, yo misma estoy generando.

—Me ha contado lo que te pasóanoche con Patrick.

—¿Y qué sabe él? La verdad es quePatrick puede ser muchas cosas, pero,desde

luego, no lo veo como unaquinceañera ansiosa por contarle susúltimas aventuras a

su compañero de piso. No le pega,así que no creo que Regie sepa nada

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realmente…—¿Has estado llorando, Miriam?Su pregunta me deja paralizada

completamente. No sé si es su intuicióno si se me pueden notar en la voz losdiez litros de lágrimas que he vertidoesta noche, mientras me autocompadecíay me sentía el ser más triste del planetatierra.

—Nop.—Miriam…—Vale, sí, he estado llorando. ¿Qué

pasa?—Pues que entonces Regie sí que

sabe de lo que habla. Verás, hija, aunqueno lo creas, existen personas en estemundo con una capacidad de escuchaadmirable. Es un don, realmente, y si

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tienes la suerte de dar con una de ellas,no debes dejar que

salga de tu vida. Regie es una deesas personas, y supongo que yo lo séapreciar en

todo su valor. Algo que, sospecho,también hace Patrick.

Pienso por un momento en laspalabras de mi madre y, si Regie esjusto como

ella asegura, puedo entender que unaparte de Patrick se abra a él y sedesahogue,

porque justo eso es lo que creo quemás necesita: una válvula de escapepara soltar

lastre y no acabar estallando en milpedazos.

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Y aunque me cueste imaginarme aRegie en ese papel tan de psiquiatra de

película de Woody Allen −en mimente Regie no puede ser diferente decómo me lo

imaginé cuando hablé con él porteléfono: raza negra, chándal de loneta,rastas hasta la cintura, delgado, con lacara afilada y perilla a lo Jack Sparrow−, las palabras de mi madre me hacenconsiderarlo como alguien realmenteconveniente para Patrick.

—¿Miriam? —pregunta mi madrecon un dulce tono de voz que me sacauna

sonrisa—. Cariño, puedes hablarconmigo de lo que quieras.

—Mamá, no puedo hablar contigo

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porque ni siquiera sé qué me ocurre. Mehe pasado toda la noche llorando, ytengo dentro una especie de ira que nosé cómo gestionar y, aunque parezcamentira, solo pienso en cavar un agujeroen el suelo y hundir la cabeza.

—Mi niña… A ti, lo que te pasa esque estás enamorada.

Lo dice como si fuera lo másevidente del mundo y, aunque me sientotentada a

soltar una risotada cínica ydescreída, me paro un segundo aanalizar sus palabras,

incapaz de negarlas. No sé la razón,no entiendo cómo una afirmación tanalejada

de la realidad, tan diferente a lo que

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de verdad siento, no me hace saltar deinmediato y desmentirla. ¿Acaso mimadre está viendo algo que a mí se meescapa?

¿Será verdad que quiero a Patrick yque por eso me ha hecho tanto daño elser rechazada por él?

—Pero… no puede ser —balbuceo—. Apenas nos conocemos.

—A veces no hace falta conocersedel todo para amarse, cariño. A mí mepasó

con Judy, desde que cruzamos laprimera mirada, desde el primer caféque nos tomamos… era ELLA y me lodecía el corazón. De hecho, me logritaba, tan fuerte y de tantas maneras,que solo tardé unos días en llevarla a

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casa y, en un par de meses, ya vivía connosotros —dice con vehemencia, cosaque siempre le pasa cuando habla de suamor por Judy—. Si lo sientes dentro, esque es real, y da igual lo que te empeñesen negártelo, que eso de ahí no se va air.

De forma involuntaria esbozo unasonrisa pequeñita, como de bienvenida,para

saludar a esta nueva sensación que,ahora, de repente, tiene nombre yexplicación. Y

no sé si el amor, el de las películas ylos libros románticos, o el de verdad, elque escribe historias épicas, se puedecomparar a esto que ahora me ahoga yme deja emocionalmente exhausta, pero

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si es eso, si mi madre tiene razón, almenos ya sé a qué enfrentarme.

—Gracias, mamá —digo mientraslas lágrimas vuelven a rodar libres pormis

mejillas.—De nada, cielo —responde en un

susurro, uno que no es propio de laAnnabeth

risueña y un poco loca que conozco,pero que suena a música celestial y queme hace quererla incluso más allá de lohumanamente posible.

Se hace el silencio entre las dos y yosiento que me está dando espacio, algoque

debo aprovechar para poner enorden todo lo que hay en mi cerebro y en

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mi corazón. Necesito hacer un buenexamen de conciencia y priorizar misnecesidades y, sobre todo, missentimientos.

—Tómate el tiempo que necesites,cariño —ofrece recuperando su tonojovial

habitual—. Me inventaré una excusapor ti para faltar a la comida. Lo únicomalo es

que te perderás el pase especial quevoy a hacer de mi magnífica imitaciónde Adele. No queda nada para elconcurso de talentos y necesitoprobarme ante el público más exigente.

Me río solo de imaginármelaintentando llegar a los niveles de Adele,pero como ella es feliz con su concurso

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de talentos, y eso le hace olvidarse desus quebraderos de cabeza, tengo queapoyarla.

—¿Qué tal con Judy? —al fin y alcabo, el que tenga a Adele en la cabezaes una

cuestión de amor.—Bueno, poco a poco. De momento,

seguimos juntas y ya, con eso, me doy unpoco por satisfecha.—Mamá… no la dejes escapar.—Ni en un millón de años —asegura

convencida y a mí me saca otra sonrisa,que lucha por prevalecer sobre mislágrimas.

Nos despedimos prometiéndonosmantenernos al tanto de todas lasnovedades, y

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siento algo de pena cuando cuelgo elteléfono. Mi madre me haproporcionado mucha paz con unasimple llamada de teléfono y me retiro ami habitación para ver si ese nuevoestado de ánimo es propicio paradescansar.

Me meto en la cama y me tapo hastalas orejas, para dejar el frío denoviembre

fuera. Pero lo malo es el fríointerior, el que no me deja ni descansarni pensar en

nada más que lo que me ha pasadoen los dos últimos días.

Mi cabeza vuelve una y otra vez aPatrick, al bar, al momento en que casinos besamos, a su no siento nada por ti,

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que se me clava en las entrañas, que mecausa escalofríos y me deja un poquitomuerta por dentro. Y creo que no es unasituación fácil para él, que piensa quedejarse llevar podría hacerle daño a suhermano y

eso… eso le causaría tanto dolorcomo no hacer caso de lo que realmentesiente, si es que en algún momento seplanteó sentir algo por mí.

Justo en ese instante, cuandorememoro nuestros últimos momentos,me doy

cuenta de que no necesité ganar lapartida de dardos para cobrarme elpremio: él mismo me dijo el motivomayor de su enfado. Los sentimientos desu hermano desbarajustan todo, sobre

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todo si piensa que yo tengo el poder, lacapacidad y la intención de hacer daño aDeclan. Nada más lejos de mis deseos,al menos, de forma consciente, pero esono arregla lo que piensa él.

Entiendo su enfado de una formavisceral, porque yo hubiera actuado deigual forma si hubiera visto laposibilidad de que alguien hiriera a lapersona que más quiero del mundo. Quédifícil es todo esto… ¿Por qué tiene queserlo tanto?

Finalmente me doy por vencida y elsueño viene a reclamar lo que es suyo,sumiéndome en un estado de duermeveladonde aparecen Patrick y Declan, amboscalvos y en bata de hospital, paseandoen taxi por Manhattan, mientras yo voy

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en laparte de atrás, hablándoles sin ser

escuchada, gritándoles lo mucho que lesquiero

sin que ellos se giren y me miren. Nisiquiera mis golpes en el cristal quesepara la

parte delantera de la trasera delcoche, o mis lágrimas de impotencia,son capaces

de alertarles de mi presencia, hastaque decido saltar en marcha y el taxi seacaba perdiendo entre el tráfico deTimes Square en hora punta.

En medio de mi angustia, medespierta el timbre de la puerta, sonando

insistentemente. Miro el relojatontada aún por culpa del sueño, y veo

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asombrada que son cerca de las seis dela tarde y afuera, la ciudad hace tiempoque está a oscuras.

—¿Estás sorda o qué? Llevo mediahora llamando al timbre —me reprende

Cora, entrando en mi salón como unelefante en una cacharrería.

—Buenas tardes a ti también —digoen tono dulce, pero profundamente

sarcástico. Estas no son maneras depresentarse en una casa, sea mi prima oel presidente Obama.

Se sienta en el sofá y me mira conimpaciencia, como cuestionándose porqué no

estoy ya sentada, a su lado,preguntándole qué demonios le ocurre.Pero yo, que no

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estoy de humor, paso de ella y medirijo a la cocina para hacerme un café.El segundo del día, mis dos únicascomidas de este domingo tan raro.

Preparo dos, aromáticos y oscuros.Eso sí, descafeinados, que a estas horases mala idea meterse un chute de cafeínaen el cuerpo, y menos con mi naturalestado de nervios actual.

—¿A qué debo el placer de tuvisita? —le pregunto, de nuevosarcástica, mientras

coloco los cafés en la mesita delsalón, frente a nosotras, y me siento a sulado.

—Tía Annabeth me ha dicho que note encontrabas bien. Y tiene que ser algomuy grave para faltar a tu casa a comer.

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Creo que es la primera vez que, estandoen la ciudad, no has ido. Algo ha tenidoque pasar. Así que… suéltalo. ¿Estásenferma?

¿O te has pasado la noche dándole ala gimnasia horizontal con algúnmacizorro?

¿Con el taxista, tal vez?Mis ojos se oscurecen al escuchar la

alusión a Patrick, y Cora, que no tiene niun

pelo de tonta −aunque a veces se lohaga−, se da cuenta enseguida. Algo asíno es

una cosa que a mi prima le pasedesapercibida y ya sabe que ha acertadoen alguna

de sus suposiciones, sobre todo en la

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última.—Cora… no estoy de humor para

tus bromas. Y no quiero hablar de mí —mis

intentos por disuadirla nunca hanfuncionado, y me imagino que esta vezno va a ser

nada diferente.—Venga, suéltalo. Cuanto antes lo

hagas, menos tendré que escavar. Sabesque, tarde o temprano, te lo sacaré, asíque ahórranos los preliminares —dicedándole un sorbo complacido al café.

Conozco a Cora desde que nací, asíque sé cómo hace las cosas y también,por

qué. Está aquí para ayudarme, havenido al rescate en cuanto ha hablado

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con mi madre, y eso me hace esbozaruna sonrisa interior de profundo amorpor mi prima.

Siempre hemos estado unidas comouña y carne, y eso que ella es de la edadde Jo y

lo normal es que se sintiera más afína ella. Nunca congeniaron de la forma enque

ella y yo lo hicimos desde losprimeros años y, por eso, siempre hemosestado muy

presentes la una en la vida de laotra. Nos hemos apoyado en lo bueno yen lo malo,

hemos reído juntas, hemos cometidolocuras y nos hemos bebido las penasmientras

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sonaban canciones de rock de fondo.La quiero con locura y la comprendo y,lo mejor de todo, ella siente lo mismohacia mí.

Así que le cuento lo que pasó en elbar ayer, lo que he sentido esta noche yla conversación que he tenido con mimadre. Y Cora escucha, y me coge de lamano, y me limpia una lágrima peregrinaque se escapa rodando por mi mejilla, yme abraza y me consuela. Y yo sientoque, en sus brazos, estoy en casa, algomaravilloso que no cambio por nada.

—¿Sabes qué es lo peor? —le digotras separarme de su abrazo—. Que aquí

dentro siento que él me mintió y queno es cierto que no le guste.

—Es que no concibo que no le

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gustes a alguien, cariño —asegura Coracon

vehemencia—, y me juego un año degin-tonics a que no solo el hermanoenfermo

está loco por ti.—Esa es otra… —solo pensar en

Declan teniendo esa clase desentimientos por

mí, hace que se me encoja el corazón—. Prefiero pensar que eso es algo quePatrick

se está imaginando. Quizá ha sacadoconclusiones precipitadas…

—¿De verdad lo sientes así?—No lo sé… de verdad que no lo

sé. Pero es que no quiero que cambienada entre nosotros. Me gusta mucho

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estar con él, hablar, reírnos, ayudarle adistraerse, pero… ¿y si él quiere algomás?

—Ya ha demostrado que puededejarte ir —apunta mi prima—. Al fin yal cabo,

anoche te organizó una cita sorpresacon su rival.

—Su rival es su propio hermano.—Más mérito, entonces.Pienso en ello con detenimiento. El

tema de Declan es realmente delicado.No deseo hacerle daño por nada delmundo y no sé si seré capaz de hacerlo.Pero creo que, él antes que nadie, hasabido ver lo que podría haber entrePatrick y yo, y hacer algo en nuestrofavor es tremendamente valiente, creo

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yo.—El otro tema… ¿también te

preocupa? —miro a mi prima sincomprender y

ella se apresura a aclararme sucomentario—. Lo de que esté atascadocon su canción.

La verdad es que el tema de lacanción de Patrick me ha estadogolpeando igualmente que sus palabrasde rechazo. Desde que me contó sustemores a que la canción no fuera losuficientemente buena para la emisoraque los ha elegido para

ser teloneros de Muse, algo en miinterior me pide que actúe. Y no sé siestán las cosas como para que haga algoasí, sobre todo después de que Patrick

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no quisiera ni escucharme hablar deltema.

Pero me quema por dentro, porquesé que puedo ayudarlo. Lo siento en las

entrañas, soy capaz de hacerlo, tansegura estoy que me da rabia que no medeje intentarlo.

—Eres lista. Seguro que se te ocurrela manera de ayudarle —resuelve miprima

cuando le expongo miconvencimiento.

—¿Qué propones? No creo quePatrick me escuche y, además, no tengoninguna

gana de verlo ahora mismo.—Pero en el grupo no está solo él,

¿no?

Page 678: Juntos somos invencibles

La opción de puentear a Patrick yhacer algo con su canción a sus espaldasme

produce tantos escalofríos que deboapartarla de mi mente de inmediato. No,no puedo jugar con algo tan importantepara él, ni siquiera si es para ayudarlo opara conseguir lo que a él ahora mismole está costando, debido a su bloqueo.

—Cora, si se entera, me mata —digocon un hilo de voz.

—Si se entera cuando ya esté hecho,y sea fabuloso, solo podrá darte lasgracias

—asegura—. Miriam, ¿no dices quelo sientes dentro, que puedes hacerlo yque eso

les vendrá bien?

Page 679: Juntos somos invencibles

—Sí, pero las cosas no se hacen así.—Cuando estás tratando con un

cabezota del tamaño de tu taxista, creoque así es

justamente como se hacen las cosas.Lo digo por experiencia, que tú eresigual.

Venga, sé creativa. Consigue lacanción y trabaja en ella. Si te gusta elresultado, adelante. Si no lograsmejorarla, no tendrá que saber que lointentaste siquiera.

Es una auténtica locura, lo sé, pero,por alguna extraña y retorcida razón, nopuedo dejar de hacerlo. Así que le doylas gracias a Cora y me lanzo a lapiscina.

Total, ahora mismo no nos hablamos

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mucho. ¿De qué modo podríaempeorarse

nuestra inexistente relación?*****

Una hora después estoy en la puertade la habitación de Declan. Antes devenir me

he asegurado de que Patrick no tienepensado pasarse por aquí, no quiero niimaginarme que me pille con las manosen la masa. Me pongo mala solo depensarlo.

De camino, no he parado dereproducir en mi mente la conversaciónque me

espera cuando entre y me sientejunto a Declan. Con banda sonora deMuse, con su

Page 681: Juntos somos invencibles

Times is Running Out en mente, solopuedo sentir eso, que el tiempo se meacaba y que debo actuar ya. Para haceresto por Patrick y para dejar claro quemis sentimientos son importantes,aunque él decida anteponer los de suhermano a los nuestros.

—Hola… —saludo en voz baja parano perturbarle.

Está sentado en la butaca, mirandopor la ventana con aire distraído y uncuaderno en el regazo. Me parece verque su rostro está un poco más pálidoque ayer, y sus ojos, evidentemente,están más apagados y tristes. Sé quePatrick ha pasado por aquí y algo de loque pasó anoche ha trascendido. PobreDeclan, qué estará sintiendo ahora

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mismo…Me sonríe con tristeza y me indica

que pase. Se levanta para dejarme elsitio que

ha estado ocupando y él se tumba enla cama, arropado por sus almohadas,cojines

y mantas.—No tienes muy buen aspecto —me

dice y yo me río sin poderlo evitar.—Le dijo la sartén al cazo.—Vaya dos, ¿eh?Asiento en silencio y acerco la

butaca a la cama, quiero estar cerca yque, de verdad, encuentre en mipresencia algo que lo reconforte y leayude a sentirse un poco mejor.

—¿Has visto a Patrick? —pregunto

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con cautela.Él asiente y su mirada se nubla un

poco más. Me dan unas ganas terriblesde abrazarle y borrar de sus ojos esatristeza de la que me siento tanresponsable.

Bastante tiene él con estar aquí,encerrado, para que encima yo hayavenido a provocarle más quebraderos decabeza.

—De verdad que ayer solo queríadaros una sorpresa. Quería que lopasarais bien y que enterrarais el hachade guerra. ¿No era mucho pedir quevolvierais a ser amigos, verdad?

—Declan, cariño, Patrick y yo nuncahemos sido amigos.

Asiente tras sopesar mis palabras y,

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quizá, como yo, le dé por pensar que esoes

muy cierto, y que habría que haberempezado por cimentar todo esto desdealgo más que un par de favores y muchasmiradas de enfado entre los dos.

—Déjame que te cuente algo sobremi hermano, ¿quieres? —dice muy serio,y

yo asiento mientras me acomodo enla butaca dispuesta a escuchar lo quetenga que

decirme.Él se detiene un momento, cierra los

ojos y ordena sus pensamientos antes decontarme lo que tiene pensado decir. Séque es importante para él compartir esto.

También que es difícil, pero

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necesario. Y así, acercándome más a élhasta tocarle la

mano y apretársela en señal deapoyo, él parece encontrar las fuerzas ylas palabras

para empezar.—Desde pequeños hemos estado los

dos, juntos y solos frente al mundo. Mipadre se fue cuando éramos

pequeños, y luego mi madre murió. Noscriamos con la

familia de mi padre, pero ya eranmuchos y en ninguna casa eran bienrecibidas dos

bocas más. Pasamos por las manosde mis abuelos, de mis tíos y hasta de lahermana de mi abuela, la tía Pat.Siempre habíamos estado unidos, pero

Page 686: Juntos somos invencibles

aquel peregrinaje nos soldó el uno alotro y nos prometimos que siempreíbamos a estar juntos, pasara lo quepasara.

Hace una pausa y se inclina sobre sumesita para coger un vaso de agua ydarle

un pequeño sorbo. Traga condificultad, como si estuviera digiriendotambién toda

su historia, y vuelve a su posición enla cama, donde retoma el hilo de lo queestaba

contando.—Siempre he sido un niño frágil.

Mientras Patrick era fuerte y atlético, yoera más tranquilo y más propenso a laenfermedad. De pequeño las cogía todas

Page 687: Juntos somos invencibles

y Patrick se acostumbró a cuidar de mí.Cuando cumplimos los dieciocho,decidimos venir a Nueva York, supongoque por olvidar lo que dejábamos enIrlanda, que no

era mucho, y hacer algo así comoborrón y cuenta nueva.

Su semblante, tan pálido, tan serio,está envuelto en unas sombras que dancuenta

de lo difícil que ha tenido que sertodo para los Feehily desde elcomienzo. Y

encima de todo, esto, la enfermedadque ahora lo está torturando. Quécaprichosa es, a veces, la vida.

—Los comienzos aquí no fueronfáciles —retoma su historia—.

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Teníamos algode dinero que habíamos ahorrado

desde que empezamos a trabajar enchapuzas de

poca monta, con trece o catorceaños, así que con eso nos tuvimos quepagar el billete para venir, ymantenernos los primeros meses. Fueduro, pero salimos adelante, siempreapoyados el uno en el otro. Yo acabé lacarrera y comencé a dar clases en launiversidad. Patrick no quiso estudiarmás porque quería ser músico,

así que se dedicó a ello mientrasseguía con el taxi. Hasta que, hace dosaños, todo nuestro mundo se desmoronó.

—La leucemia —acierto a decir enun susurro.

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—La leucemia, sí —afirma él conpesar—. La maldita leucemia que nosolo me

lo está quitando todo a mí, sino queestá consumiendo a mi hermano. Por esoestá

siempre tan enfadado con el mundo,tan a la defensiva. Tengo la horriblesensación

de que él lo está pasando inclusopeor que yo, y no sabes lo que me odiopor hacerle esto.

—Tú no le estás haciendo nada. Noeres responsable de nada.

Me mira con los ojos llenos deresentimiento, no hacia mí, sino haciaesta maldita situación que los estáfrenando y obligando a vivir a medias.

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Me dan ganas de acunarlo como a unniño pequeño, porque creo que eso esjusto lo que necesita,

así que me levanto y me acerco a sucama. Aparto las sábanas y me metodentro, atrayendo su cuerpo menudo yfrío hasta mi pecho, donde se acurruca ysuelta unas lágrimas llenas de dolorcontenido.

—Declan, tú no tienes la culpa.Patrick te quiere, por eso está a tu lado.De verdad

debes dejar salir esa sensación deculpa que tienes aquí dentro —le digomientras le

acaricio su cabeza pelada.Pasan unos segundos de silencio, en

los que él traga saliva y suspira

Page 691: Juntos somos invencibles

sonoramente. Creo que sabe quetengo razón, pese a que lleve meses

convenciéndose de lo contrario.—Mañana empieza la quimio otra

vez —dice con una voz apenas audible ymi

corazón da un vuelco en mi pecho.Es la primera vez que me habla de su

enfermedad y de la realidad quevive en torno a ella.

—Vendré mañana a estar contigo.Todos los días —le prometo conlágrimas en

los ojos, que procuro que él no vea—Te prometo que estaré aquí.

—Gracias —susurra—. Gracias porsostenerme, Miriam. Eres un regalo queno

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me merezco. Espero que mi hermanoentre en razón, porque no sabe la suerteque

tiene de que sientas por él lo quesientes.

Me quedo callada, paralizada,inundada por un dolor horrible.Desearía decirle que me gustaríaquererlo a él como a Patrick, o quepronto saldrá del hospital y encontrará auna chica mejor que yo. Pero lo primerosería mentira y, lo segundo, no puedoasegurárselo. Así que me como mispalabras y mis lágrimas, y pinto una

sonrisa en mi rostro mientras loseparo de mi pecho para mirarlo a losojos.

—¿Sabes que puedes ayudarme a

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hacer feliz a tu hermano? —le suelto derepente

—. Esperaba contar con tu ayudapara un pequeño trabajo.

Mi sonrisa enigmática llama suatención y después de contarle porencima mi intención de arreglar lapreciosa canción de Patrick, creo queestá de acuerdo conmigo en que no haynada que perder. Lo más difícil eshacerle ver que prefiero que Patrick nolo sepa, porque quizá rechace mi ayuda,cosa que él duda seriamente.

Cuando por fin lo convenzo parahacerlo a mi modo, creo que su momentotriste ha

quedado solapado por la enormeexpectación de llevar a cabo un plan

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secreto conmigo.—¿Y bien? ¿Crees que serás capaz

de hacerte con una maqueta de lacanción lo

antes posible y contarles a loschicos del grupo lo que vamos a hacer,sin que Patrick se entere? —le preguntorisueña, totalmente emocionada porempezar a trabajar en la preciosacanción del hombre más huraño de todoel universo.

Capítulo 14

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Feeling Good

—¡¿Que has hecho qué?! ¡Dios mío,mamá, eres incorregible!

No puedo creer lo que estoy oyendoahora mismo. Mi madre ha tenido eldetalle

de llamarme a las ocho de la mañanade un día festivo con el mensaje másdesconcertante que jamás me habíadado. Y eso que mi madre es excéntricapor naturaleza. Ahí lo dejo.

—Miriam, te ruego que no me grites,que es muy temprano.

—¿En serio? ¡Claro que es

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temprano, mamá! Y es fiesta, ¡hoy seduerme hasta las once! —grito másfuerte todavía. Parece mentira que no meconozca habiéndome parido— ¿Y qué esesa locura de que has invitado a unosamigos a la

comida de Acción de Gracias? ¿Aquién?

Me temo lo peor. Como si nohubiera tenido suficiente con la farsaque montó para saber los detalles másescabrosos del divorcio de TessaConnor, me la imagino metiendo aLucinda y su destructiva familia bajo eltecho de nuestra casa.

—Verás, hija… Regie iba a pasar eldía solo y yo…

—¿Regie? ¡Mamá! ¡Si ni siquiera lo

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has visto en tu vida? ¿Qué sabes túrealmente de ese tipo? Por favor,

entra en razón y cancela tu invitación.—No puedo, Miriam, eso sería muy

grosero por mi parte. Vendrá pronto yme

ha prometido ayuda con la tarta decalabaza, dice que la receta de su abuelaSelma

es digna de reyes.En serio, no puedo con esta mujer.

¿Quién se cree que es para hacerinvitaciones

así de arbitrarias y meter en nuestracasa a personas que podrían sertraficantes de

estupefacientes tranquilamente? Y,de pronto, la alarma interior salta en mi

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cerebroy me doy cuenta de que, con

ponerme en lo peor, no era suficiente.Que esto es peor

que peor, que va más allá…—Mamá… ¿Has dicho que has

invitado a unos amigos? ¿Así? ¿Enplural?

—Sí, hija, Regie trae a… —estánerviosa y sé muy bien por qué.

—A Patrick.—Sí, cariño, no podía dejarlo solo

en casa en un día tan importante.—No es tan importante para él, en

Irlanda no celebran esta fiesta.—Para mí es importante que nadie

pase Acción de Gracias solo en casa. Yalo sabes.

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—¡Pero es que no están solos! ¡Setienen el uno al otro! —no sé por quétengo

tantas ganas de chillarle a mi madre.Quizá sea porque, pese a sus

momentos buenos, esos en los que teentran ganas

de abrazarla porque te hace abrir losojos, estoy muy harta de que se meta enmi vida. Quiero decir harta de verdad dela buena. O quizá es porque siempre queella mete las narices, algo tengo quepagar o sufrir yo. Intento serenarme paraparecer

más cuerda y acabar teniendo larazón en todo este disparatado asunto.

—Dime la verdad… ¿has invitado aRegie con la condición de que arrastrara

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aPatrick con él? Porque si lo has

hecho por mí, no estoy interesada,mamá. Hace tres

semanas que solo sé de él a travésde su hermano, así que no tengo el másmínimo

interés en verle. Y él, supongo,pensará lo mismo.

—Pero, Miriam, ¿por quién metomas?

—Te tomo por la lianta que eres, ylo sabes, así que no te hagas la tonta. Noquiero discutir más. Estaré ahí sobre launa. Veo que vas sobrada de pinchespara hacer la comida, así que me vuelvoa la cama. Adiós.

Cuelgo el teléfono con una sensación

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rara en el estómago. Porque, por muchoque me enfade que mi madre se tomeesas libertades con mi vida personal,una mariposa solitaria pero juguetona,ha empezado a revolotear en mi interiorante la perspectiva inminente de volvera ver a Patrick.

Intento volver a conciliar el sueño,pero es imposible. No puedo parar depensar

en él y en estar juntos, en el mismoespacio, sin que salten chispas. Esperoque no se desencadene ninguna crisispor el hecho de juntarnos en una mismahabitación, cosa bastante probableconociéndonos.

Y tampoco se me va de la cabezatodo el trabajo que llevo haciendo en su

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canción todas estas semanas, a susespaldas, con la complicidad de Declany el resto de chicos de Letters fromSligo.

Han sido unos días muy raros en losque me he sorprendido mucho, pero

también en los que he hecho variosdescubrimientos personales. Sobre todo,en el terreno musical. Componer losarreglos para la canción de Patrick estásiendo todo un reto, además de unasatisfacción enorme. Ya estoy acabandoy creo que el resultado está a la alturade la letra tan hermosa que escribió ensu día y que es, claramente, el homenajemás bonito que podía hacerle a suhermano y a su enfermedad.

A través de su canción y del trabajo

Page 703: Juntos somos invencibles

que estoy haciendo en ella, estoydescubriéndome de una manera

nueva. Soy segura, confiada, valiente…cuando me

siento delante de las partituras,siempre me imagino a mi padre, a milado, con su

gran frase en los labios, la que usacomo un mantra y que tanto le ha validopara llegar a donde está: Quien cree,crea. Y quien crea, logra.

Y nunca antes unas palabras oídasdurante toda la vida, se habían vuelto tanclaras

y reales hasta ahora. Porque yo creoen Patrick y en el valor incuestionablede lo que él ha creado. Porque yo, al finy al cabo, lo único que estoy haciendo

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es acabar un trabajo muy bueno de base,así que mi único mérito es haberreconocido las

partes en las que, con ligeraspinceladas, su obra consigue brillar condestellos mágicos que van a enamorar aquien la escuche. Estoy convencida.

Al día siguiente de mi conversacióncon Declan, él se puso manos a la obra.

Empezaba la quimio y le pidió a suhermano, como favor especial, que lepasara una copia de la canción, parasentirse acompañado cuando él se fuera.Un poco cursi, me dijo, p ero Patrickestá sensiblero y se lo ha tragado.Desde luego, Declan es un maquinadorprofesional y un actor impresionante.

Pero, a la vez, es una de las

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personas más fuertes y resistentes queconozco. Ha

aguantado tres semanas de quimiocon una fortaleza y un espíritu de lucha

inquebrantables. He ido a verletodas las tardes, esquivando a Patrick, ytodas me ha

recibido con una sonrisa esbozada aduras penas en su rostro demacrado ypálido.

Ha vomitado, se ha estremecido, hadelirado y se ha dejado hacer como unamarioneta. Pero no le han vencido y,cada nuevo día, se ha levantado y havuelto a la rutina de recibir los químicosen su cuerpo cansado y enfermo.

Hace dos días que acabó la ronda dequimioterapia. Quizá la última en el

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Memorial Sloan Kettering CancerCenter, porque están a punto decomunicarle si es

uno de los seleccionados para elestudio de la Clínica Mayo, y lotrasladarían allí.

Ya descartan que pueda haber suertey que, en alguna parte del mundo, saltela alarma que indique que hanencontrado un donante de médulacompatible, el mayor regalo que la vidapodría hacerle. Declan tenía una médulacompatible, la de su hermano gemelo,idéntico genéticamente a él y, sinembargo, no funcionó cuando lointentaron, y hasta estuvo a punto decausarle la muerte.

Es una suerte tener un hermano

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gemelo si tienes esta enfermedad. Y esuna maldición si, con todas las papeletasa tu favor, tu propio cuerpo rechaza lamejor esperanza para la cura. Losmédicos aún no se explican la razón dela

incompatibilidad medular de losgemelos Feehily, pero con ella, el futurode Declan

se volvió un poquito más oscuro.Pocos días después de conocerle, de

encontrarme de frente con esta personatan

increíble y valiente, solicité ver a sudoctora, que me puso en contacto con unpar de asociaciones que trabajan con elregistro de donantes de médula ósea. Meexplicaron todo el procedimiento de

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inscripción y, también, en qué consistiríami donación si resultara ser compatiblecon otra persona del planeta. Porsupuesto, accedí y, con la firma de dosdocumentos, más una pequeñaextracción de sangre, ya estaba dentrodel banco de donantes, algo que mellenaba de una paz y de una satisfaccióndifíciles de describir.

Ahora Declan está débil perocontento, porque ha terminado lapesadilla química.

Ayer ya tenía otra cara, y se reía deforma más abierta. Incluso bajó a lacafetería

conmigo a recoger unos cafés quenos tomamos en su habitación, mientras

cantábamos a voz en grito Feeling

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Good de Muse y nos ganábamos lasreprimendas

de la fiera Nora. Pequeños gestosque indican que no lo han vencido y quesigue dando guerra. Eso sí, aún másmermado y delgado que antes deempezar la ronda de quimio, y creo que,en general, algo menos animado.

No sé muy bien la causa de que suánimo haya ido decayendo con el pasode las

semanas. No sé si es por el propiotratamiento devastador, por lasexpectativas tan

negativas que vislumbra en suhorizonte, o porque Patrick y yo estamos

distanciados y él no ha conseguidoque esa situación tan incómoda se

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revierta.Porque ambos deberíamos pensar

más en Declan, en lo mal que lo puedeestar pasando si dos de las personas máspresentes ahora mismo en su vida, hacenturnos esquivos para verle. Y, sinembargo, egoístas, cabezotas yorgullosos, seguimos apartados el unodel otro.

Al menos hasta hoy, si es que aceptala propuesta de Regie de ir a comer acasa

de unos extraños que, cosas de lavida, son la familia de la chica que estáponiendo

patas arriba su mundo y el de suhermano.

Me levanto finalmente de la cama y

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me acerco a mi rincón de trabajo.Durante los primeros días tras recibir lacanción por parte de Declan, solo hacíaque escucharla, una y otra vez,intentando encontrar aquellos sitiosdónde se requería que actuase en ella.Cuando hube identificado todas lasnecesidades de la canción, fui a casa demi madre y me encerré en mi antiguocuarto y bajé al garaje, en ambos sitiostenía diseminados mis antiguosinstrumentos y mis partituras.

Fue un choque emocional enormevolver a abrir mi viejo violín o sacarleel polvo a la flauta travesera. Tocar lascuerdas de mi guitarra española osacarle un par de notas a mi tecladoelectrónico. Fue reencontrarme con la

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Miriam de hace quince años, la quevivía por y para la música y, por algunaextraña razón, me sentí a gusto con quiensoy ahora, con todo mi bagaje personal,y también con las decisiones que tomé.

Abandonar la música me definióentonces, pero no lo hizo más desde el

momento en que tomé las riendas demi vida y la volví a encaminar. Soy felizcon la

música, reconozco que fui estúpidapor dejarla de lado, pero no me permitopensar

que mi existencia actual carece desentido por no haber seguido el guión

previamente diseñado para mí.Ahora, esparcidos por mi

habitación, esos instrumentos me hablan

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y me cuentanuna historia que es hermosa y que

ahora es parte de la canción de Patrick.He incorporado violines y algo deguitarra clásica y creo que el resultadoes armónico y rompedor al mismotiempo. ¡Dioses, cuánto he disfrutadocon este trabajo!

Las partes grabadas están ya en elestudio que los chicos y yo hemosalquilado, y

el sábado espero poderle poner elbroche a veinte días de intensa labor demejora.

Espero que Declan y el resto demiembros de Letters From Sligo den suvisto bueno, si no, creo que al menostodo esto habrá servido para

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demostrarme a mí misma a qué nivelesde pasión puedo llegar.

Y no es que con mi trabajo habitualno disfrute, que lo hago, pero el estrésque

ha supuesto estas semanas elproyecto para Coleman and AsociatedPublishing ha conseguido que, ahoramismo, la informática no sea una de lascosas favoritas de mi vida. Menos malque este proyecto paralelo me haevitado tirarme de los pelos o

enzarzarme en estúpidas peleas conmis dos pequeños socios, absolutamente

absorbidos por el diseño y creaciónde la aplicación que presentaremos enun mes

para la compañía de Saul Coleman.

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*****Me paso la mañana trabajando, ya

que dormir ha quedado descartado comoopción

para pasar mi mañana del día deAcción de Gracias, y sigo dándolevueltas al reencuentro con Patrick, que,por qué no admitirlo, me asusta un poco.

Pasadas las once y media me dirijoal ferry, que me deja en Staten Islanduna hora después. Pese a que estafestividad se celebra en muchas casascon una cena, en mi casa somos másoriginales, y empezamos por la comida,para alargar la

sobremesa y así, pasar juntosmuchas más horas. Por eso y porque deesta manera

Page 716: Juntos somos invencibles

lo celebraban ya mis bisabuelosantes de venir a Nueva York desdeCarolina del Sur, y cualquiera osa ahoracambiar una tradición familiar que datade los tiempos previos a la Guerra deSecesión, según mi madre.

Voy caminando hasta la casa de mimadre, mientras el corazón me bombea amil

por hora y debo contener sus latidoscon una fuerza de voluntad enorme, si noquiero que la tensión se me dispare y meprovoque una cardiopatía severa.

Al acercarme a la casa, la puerta dela cocina ya deja escapar las risas queauguran el buen humor que se vivedentro. Bien, un ambiente distendidosiempre ayuda en estos casos en los que

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hay que atravesar una situacióncomplicada. No dejo de darle vueltas ala forma en la que tengo que saludar orecibir a Patrick y no logro dar con lafórmula adecuada, así que, simplemente,abro la puerta y entro en la cocina de mimadre.

Ella está allí, perfectamente vestiday maquillada, acompañada de un hombreque

es la viva imagen que tenía deRegie, salvo por el chándal de loneta, yporque mide

casi dos metros de alto. Espigado,de piel color ébano, rastas, perilla ypenetrantes

ojos oscuros. Es atractivo, sobretodo por esa sonrisa de dientes

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blanquísimos quees permanente en su rostro y resalta

poderosamente con el tono oscuro de supiel.

Ambos visten delantales sobre susropas de fiesta, y ríen mientras, codocon codo, preparan la comida que es labase de este día tan patrióticamenteamericano.

No se dan cuenta de mi presenciahasta que carraspeo y me hago notar.Entonces, ambos se vuelven hacia mí yme miran, sin borrar sus desbordantessonrisas de sus caras felices.

—¡Miriam, cariño! —exclama mimadre sobrexcitada como pocas vecesla había

visto (y es mi madre, que es de

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natural exagerado en un día normal)—.Ven, cariño,

quiero que conozcas, por fin, aRegie. Regie, esta es mi preciosaMiriam.

Desde su enorme altura, me mira conuna sonrisa de oreja a oreja y me tiendesu

mano, después de secársela con eltrapo de cocina. Todo él huele abizcocho y, de

repente, todas mis reservas sobre eltipo que se ha estado camelando

telefónicamente a mi madre durantesemanas, se echan por tierra y, sin sabermuy

bien por qué, me abrazo a él,recordando las palabras que ella me

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dijo sobre su capacidad de escucha ysobre lo mucho que la está ayudando.

—Tenía tantas ganas de ponerte caracomo a mi Annabeth, nena, y no puedopor

menos que decir, que, de tal belleza,no esperaba menos —dice sonriendo

abiertamente a mi madre, que sedeshace en hacerle ojitos. Si no fueralesbiana, pensaría que mi madre estáenamorada de Regie.

—Aunque no te lo creas, estoycontenta de que estés hoy aquí, Regie.No lo sabía

hasta que te he visto, esa es laverdad, pero ahora, creo que encajas enesta casa, haciendo tartas —me río, loque provoca la risa de todos—. Eso sí,

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si me vuelves a llamar nena, no tienesisla para correr.

—Tu hija tiene carácter, Annabeth.Me gusta para mi chico.

Y, así, como por arte de magia, elrubor más intenso conocido en misveintisiete

años de vida, me cubre entera y medeja en evidencia delante de estehombretón.

Miro a mi madre en busca de ayuda,pero ella solo se encoje de hombros.¿Para qué

sirven las madres si no te echan unamano cuando no sabes qué decir ni quéhacer?

De repente, me doy cuenta de loextraño que es que mi padre o Judy no

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estén enla cocina, ayudando, y le pregunto a

mi madre por ellos, lo que me permitecambiar

de tema sin que me ponga más enevidencia.

—Tu padre está en la sala, viendo elfútbol americano, con Jo y los chicos.

Judy… —guarda silencio. Unsilencio del que no sabe salir y mira aRegie en busca

de apoyo.—¿Mamá? ¿Pasa algo con Judy?—No, cariño. Judy está en Hawái,

con su padre. Han decidido pasar unosdías juntos y, bueno, a mí me parecebien. Creo que necesita algo deespacio…

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Por muy bien que le parezca segúnsus palabras, su rostro y su cuerpo noopinan

lo mismo. Sus ojos muestran unmiedo que nunca antes le había visto yhasta le tiemblan un poco las manosmientras me habla.

Me acerco a ella y, con gestoprotector, le aprieto las manos en unintento de calmar sus temblores, y deinfundirle un ánimo que, acaso, necesitemás que ninguna otra cosa en estemundo.

—Seguro que vuelve como nueva, yaverás —le digo confiada—. Es algo queos

va a venir bien a las dos.Ella asiente sin mucha convicción y

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me da un beso en la mejilla que me hacesonreír. La dejo con Regie y me quito elabrigo mientras voy hasta la sala. Sueltoel aire de poco en poco, preparándomepara encontrarme frente a frente conPatrick,

al que tengo tantas ganas de vercomo de evitar.

Frente al televisor, donde los NewYork Giants están aplastando sin

consideración a los DallasCowboys, mi padre y Arthur bebencerveza, mientras Kevin se pone moradoa ganchitos de queso, justo antes de lacomida más importante del año. Jo,pasando bastante del partido, lee unarevista distraída.

No hay nadie más en la sala. No hay

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ni rastro de Patrick y puedo notar cómola

decepción se pinta clarísimamenteen mi rostro.

No estaba preparada para que noestuviera. Desde que mi madre medespertó esta

misma mañana con la noticia de lasinvitaciones inesperadas para nuestracomida de

Acción de Gracias, en mi cabezaPatrick iba a estar aquí y, realmente, nosé cómo

lidiar con esta sensación tanangustiosa que me encoge el corazón. Yagradezco de

verdad que mi madre no estépresente ahora mismo aquí, para no

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ponerse aconsolarme públicamente. Ahora

que lo pienso, podría haberme avisado,haberme

hecho una señal o algo…—No dejéis que Regie pruebe ese

jabón de fresas que tenéis en el baño, sino queréis despediros de él —la voz dePatrick a mis espaldas hace que mimariposa interior dé unos aleteos tangigantescos que a punto esté decausarme un ataque al

corazón.Me doy la vuelta despacio y me

encuentro frente a él, tres semanasdespués de irme de aquel bar con la carabañada de lágrimas. Me cuesta mirarle yno demostrar en mi rostro que me duele

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que no me siguiera para terminar dedarme el beso que

había comenzado y que decidiódejar morir; que me hubiera gustado queme

llamara; que ojalá hubiéramoscoincidido por accidente en lahabitación de Declan.

Me cuesta mucho poner una caraneutra, de póquer, pero hago mi mejoresfuerzo y

creo que no me sale mal del todo.—Patrick —saludo sin dejar que

esas emociones trasciendan a mi voz.—Miriam —dice él a su vez, sin

mover ni un músculo de su cara.Nos sostenemos la mirada durante

unos segundos, en los que yo solo puedo

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pensar en que, ojalá, losestuviéramos empleando en besarnos o,al menos, en sonreírnos, que una sonrisaes capaz de borrar todos los malosrollos acumulados.

De eso, estoy convencida.—Miriam, hija —oímos a mi madre

que sale de la cocina y que, con suspalabras

consigue romper ese hilo imaginarioque nos estaba sujetando a uno en lamirada

del otro—, necesito que vayas alapartamento de tu padre y que me traigaslas fuentes para servir el pavo. Yasabes, esas azules tan grandes y tan feasque nos regaló la tía Emily. Patrick,cariño, ¿puedes acompañarla? Están en

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los armarios de la entrada, un poco altospara ella.

¡No me lo puedo creer! No llevo nidiez minutos en su casa, y mi madre yaestá

sacando la celestina que llevadentro, dejándome con la boca abierta ycon muchas

ganas de protestar.—Déjalo, mamá —respondo con una

inflexión dura en la voz—. Sé dóndeestán.

Me subiré a una silla y las bajaré yosola. No hay por qué molestar a losinvitados.

Y dejando mi bolso en la mesa de lasala, salgo por la puerta principal endirección al apartamento de mi padre,

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sobre el garaje de la casa.Oigo sus pasos tras de mí y me

muerdo los labios para no girarme ydecirle algún improperio. Si me quiereseguir, que me siga, no le voy a dar lasatisfacción de verme afectada por ello.

La puerta del apartamento de mipadre no está cerrada con llave y entroseguida

por él. Me acerco al armario dondemi madre guarda parte de sus cosas yvaloro si

debo acercar una silla o siestirándome lo suficiente, puedo accedera la parte alta,

que es justo donde están esashorribles fuentes azules que la tía Emilyle regaló a mi madre cuando se

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divorció, nadie sabe el porqué.Me pongo de puntillas y,

difícilmente, llego a la manilla deapertura del armario,

así que no creo que pueda cogernada de su interior. Cuando me alejopara ir a buscar una silla, veo quePatrick se acerca y coge las fuentes, queestán bastante a la vista, y lo hace sinningún esfuerzo.

—Gracias, podría haberlo hecho yoperfectamente —le digo con voz neutra.

—Ya lo sé, pero ya que estoy aquí,no me costaba nada.

Le cojo las fuentes de las manos yme dirijo a la salida, esperando que mesiga,

pero se queda plantado en medio del

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apartamento.—Miriam, yo…Me giro y lo veo con los ojos

clavados en el suelo, como buscando ensu interior las palabras exactas paradirigirse a mí. Algo dentro de mí seablanda al verlo tan vulnerable y tengoque contenerme para no salir corriendohasta él y abrazarlo para ofrecerle eseconsuelo que sé que necesita ahoramismo.

—Siento lo del otro día.—Ya, bueno, yo también siento que

no sientas nada por mí —respondo conun poquito de amargura. No puedoevitarlo y me da mucha pena cuando veoque él aprecia el golpe según heacabado de lanzarlo.

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—No quise decir eso, es solo que…—Pero lo dijiste, Patrick. Y está

bien si es verdad, pero si te escondesdetrás de

Declan, si le haces a él responsablede no tener lo que deseas, entonces nome parece tan bien. Sobre todo, por él,que bastante culpable se siente ya derobarte cosas, como tu vida, para quevengas a decirte que no has besado a unachica precisamente por él.

—Pero Declan está enamorado de ti.¿Cómo hago para sentirme bien con eso?

A veces la vida te regala personasmaravillosas, pero llegan justo cuando,en conjunto, solo pueden hacerte daño.Y eso es precisamente lo que pareceestar pasando aquí… Patrick y Declan,

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por separado, serían dos personasúnicas y muy válidas en mi vida. Juntos,son una fuente de conflicto que no sé siquiero seguir prolongando.

Me doy la vuelta y bajo lasescaleras, con Patrick pegado a mistalones. Supongo

que no quiere dejar la conversaciónaquí, pero es que no puedo hablar con élsi sigue empeñado en ese punto, enanteponer a Declan, y puede queacabemos peor a como hemos empezadoel día.

Recorro todo el camino hasta la casay entro por la puerta de la cocina, dejolas

fuentes encima de la mesa y miro ami madre con cara de pocos amigos. Sé

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que ellaentiende que mi cara quiere decir

«deja de meterte en mi vida» y mededica un encogimiento de hombros quehace que Regie se ponga a reírse acarcajadas.

Salgo de nuevo al jardín paraintentar poner en orden mis ideas, y loveo sentado

en los columpios que mi abuelo hizoinstalar allí para Jo y para mí, hace unavida

entera. Me acerco y me siento en elque está libre, en sentido contrario a él.

Durante unos segundos, los dosmiramos al vacío, en silencio, cada unohacia nuestro lado. Yo intento no estar ala defensiva con todo lo que me dice, y

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él, supongo, que está buscando lasmejores palabras para no herirme más.

—No me gusta poner a mi hermanocomo escudo de nada —empieza,

claramente abatido—. Pero lo hago,sé que lo hago.

—Así no le ayudas, ¿sabes?—Lo sé —admite con mucha tristeza

en la voz—, pero no sé hacerlo de otromodo.

A pesar de todo, lo entiendo. Lo queme contó Declan sobre su infancia,sobre Patrick protegiéndolo siempre,supongo que les ha enseñado a ambos avivir de una forma a la que ya, a estasalturas, los dos están acostumbrados, lesguste más o menos. Una forma de vidaen la que Patrick es el fuerte, el

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protector, el que se sacrifica. Y Declan,el desvalido que necesita ser cuidado ya quien hay que tratar como si se tratarade un delicado jarrón de cristal.

Pero creo que ambos están cansadosde cumplir con sus papeles y no se venperpetuando una forma de vida que noestán consiguiendo que ninguno seafeliz. Y

si yo puedo hacer algo paraayudarlos a cambiar eso, creo que es miobligación hacerlo.

—Patrick, debes dejar de ver aDeclan como tu proyecto de vida —ledigo con

suavidad—. Debes dejar que él tomesus decisiones, que se equivoque, queame y no

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sea correspondido o que se quieraindependizar de ti. Debes darle libertadpara que

no se sienta culpable de estarreteniéndote.

De nuevo se instala el silencio entrenosotros, y yo le doy espacio, porqueeso es

lo que necesita para asimilar mispalabras. Empezar a mirarlo todo conojos nuevos

no es algo que se consiga con soloescuchárselo decir a la loca que tesecuestró el

taxi.—Declan piensa que no te gusto. Si

se diera cuenta de que, en realidad, noquieres sentir cosas por mí por no

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herirlo a él, le estarías causandobastante más daño del que pretendesevitarle. Piensa en eso, porque esbastante significativo.

Me mira con una cara de asombroque me da a entender que es la primeravez que se plantea algo así. Me hacemucha gracia y hasta dejo escapar unacarcajada, que él interpreta abriendoaún más sus preciosos ojos azules.

Alargo mi mano, esperando que éldecida copiar mi gesto y llevarla alhueco que

queda entre los dos columpios, paraunirla a la mía. Mira mi mano extendiday, por

un instante, pienso que voy a serrechazada por él por tercera vez.

Page 740: Juntos somos invencibles

Poco a poco, como si estuvieraralentizando el momento para que durasepara siempre, extiende su mano, queacerca a la mía mientras levanta sus ojoshasta fundirse con mi mirada. Cuandomis dedos sienten los suyos, unacorriente eléctrica me recorre entera. Sutacto, cálido y suave, me llena desensaciones por dentro, y sus ojos, quese vuelven oscuros y dulces, hacen queme plantee saltar encima de él en estemismo instante.

No sé cuánto tiempo estamos así,cogidos de la mano, acariciándonos con

nuestros dedos, nerviosos y tancalmados al mismo tiempo… estar asíes como algo

muy natural, como si fuera lo más

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normal del mundo. Como si aquí fuerano estuviéramos a cinco grados y ni tansiquiera nos miráramos hace diezminutos.

Ninguno de los dos se mueve,aunque yo me muero por hacerlo,acercarme a él

y juntar mis labios con los suyos,acariciar su rostro, tocar su pelo… perocuesta tanto romper el hechizo… dahasta miedo moverse, por si acaso todose desvanece.

—Patrick, yo… —susurro, pero noacabo la frase porque, sinceramente, nosé

qué decir.—¡Miriam! ¡reunión familiar!

¡Mueve tu culo hasta el salón! ¡Ahora!

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—grita mihermano de pronto, desde la entrada

delantera de la casa, y yo quiero matarloal instante.

La magia parece romperse y Patricksuelta mi mano, mientras ambos nos

ponemos en pie. Siento que es otraoportunidad perdida y maldigointernamente al

destino o a quien quiera que searesponsable de que, otra vez, no hayapasado nada

más entre nosotros.Caminamos en silencio y no puedo

evitar rememorar el tacto de susdedos…

ojalá no me hubiera soltado la mano,Caminar así, con las manos enlazadas,

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no hubiera estado tampoco mal del todo,¿no?

Llegamos a la puerta y pasamos alrecibidor, donde, antes de pasar alsalón, Patrick me retiene y me gira haciaél, clavando sus ojos llenos deintensidad y deseo en los míos.

—Miriam, no sé si tendré otraoportunidad antes de que entremos ahí,pero no quiero dejar de decir que sísiento cosas hacia ti, ¿cómo no iba asentirlas? Y que te agradezco en el almaque cuides de Declan y, también, unpoco de mí.

—Vaya, parece como si te alegrarasde que secuestrara tu taxi —digodivertida y

él esboza una sonrisa enorme en su

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cara, que cambia por completo suexpresión y

le hace parecer el chico más guapodel planeta Tierra.

—Claro que me alegro. Es lo mejorque me ha pasado nunca —dice condulzura

y yo me derrito por dentro, como sifuera un helado de vainilla al que, depronto,

han dejado abandonado en eldesierto de Nevada.

Su mano me acaricia la mejilla y yaveo venir el beso que tanto tiempo heesperado recibir de él. Pero claro,estamos en casa de mi madre, el ser másentrometido y oportuno de planeta, y nopodía dejarnos un ratito en paz.

Page 745: Juntos somos invencibles

Cuando el rostro de Patrick justo seempieza a acercar al mío, la puerta delrecibidor se abre y aparece la cararisueña y satisfecha de mi madre.

—¡Chicos! ¡Estáis aquí! —exclamasu obviedad— Tengo unas noticias

maravillosas que os van a encantar.Regie me ha contado toda la historia delpobre

Declan y bueno, no sé si es porquehe estado releyendo Mujercitas estosdías −no lo leía desde que nació Jo− opor qué razón, pero he tenido una idea.Como hicieron las March con su comidade Navidad, la nuestra de Acción deGracias, también será

donde se halle un necesitado: ¡Nosvamos todos al hospital para comer con

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Declan!Ninguno de los dos sale de su

asombro. Mi madre sigue siendo unacaja de sorpresas. No sé si gritarleporque se ha vuelto loca o comérmela abesos por ser este ser genial que tieneideas mucho más locas que las mías.

Miro a Patrick, que la observa másalucinado que yo, y sé que no puedecreerse

que una mujer a la que apenas acabade conocer, sea capaz de cambiar deltodo su

comida de Acción de Gracias poralguien a quien no ha visto en su vida.De repente,

Patrick suelta una carcajada llena devida y alegría, y abraza a mi madre

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como si fuera la suya propia y acabarade darle la mejor noticia de mundo. Laluz que irradia su rostro ahora no escomparable a nada que yo haya vistoantes y me llena de una ternura difícil dedescribir.

—Voy a empezar a preparar todopara llevarlo, los demás ya estánavisados —

dice mi madre mientras me guiña unojo y señala al techo del recibidordonde cuelgan los corazones de peluchey algodón que mi padre nos regaló a Jo ya mí cuando éramos pequeñas, y que mimadre colgó allí con una consigna: esaentrada sería siempre el rincón delamor, y esos corazones rosas y blancosque colgamos

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de niñas, se convirtieron, según lasexcéntricas normas de la casa de mimadre, en

un muérdago perpetuo, que obligaríaa quien se parase bajo él a besarse,como si fuera Navidad—. Patrick, enesta casa, si esos corazones cuelgansobre tu cabeza, debes besar a quien teacompañe.

Lo dice con un tono de voz dulce yenvolvente, y se retira a la cocina trassoltarlo. Sé que lo ha dicho porque sabeque ha interrumpido algo al entrar comouna exhalación hace un minuto. Seacomo sea, se lo agradezco en el alma.

Nada más dejarnos solos, Patrick memira con complicidad y me vuelve a

acariciar la mejilla, a poner su mano

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exactamente en el mismo sitio en el queestaba

antes de ser interrumpidos.—En esta casa, sois todos muy raros

—susurra mientras acerca su rostro almío

y, por fin, sus labios tocan mislabios ansiosos.

Al principio, el beso es dulce,tímido, como si tuviera miedo dedármelo, como

si no terminara de creerse que yo ledejara hacerlo. Me acerco más a él y lepaso

una mano por los hombros, lo que éltoma como una invitación y laconfirmación

clara y concisa de que yo sí quiero

Page 750: Juntos somos invencibles

ese beso. Es entonces cuando se vuelveintenso,

salvaje, valiente… y yo me envuelvoen él mientras todo mi cuerpo respondeal estímulo de su boca dentro de la mía.

No sé si dura un segundo o unaeternidad, pero sí sé que es el beso másincreíble

que he recibido nunca. El másbonito, el más lleno de furia, de ganas,de calor… y

yo me muero por repetirlo, porvolverme a meter entre sus brazos y nosalir nunca

de ahí.Nos separamos y nos miramos

sonrientes, como si encontráramos eluno en el

Page 751: Juntos somos invencibles

otro la confirmación de que, por fin,ese beso se ha producido, ha sido real.Me coge de la mano con la intención deentrar en casa, pero, justo en esemomento, suena el timbre de la puerta,al otro lado de donde nos encontramos,y nos sobresaltamos.

Yo me encojo de hombros y ambosestallamos en carcajadas llenas de

complicidad. No sé quién puede seren un día como este, pero, sinceramente,me da

exactamente igual, por mí como sison fieles de la iglesia de los SieteSoles que vienen a pedir limosna, nadapodrá estropear este momento tanespecial…

Me vuelvo para abrir la puerta y la

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sonrisa muere en mis labios. Al parecersí que hay algo que podría amargarmeeste momento tan perfecto.

—¿Qué demonios haces tú aquí,Jeremy?

Capítulo 15

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Guiding Light

—Tenemos que hablar. Me marchomañana y no quiero irme sin que meescuches.

Suelto la mano de Patrick en ungesto que odio, que hasta duele, peroque considero necesario ahora mismo.No me ha pasado desapercibido cómoJeremy Connor ha clavado sus ojosinquisitivos primero en Patrick ydespués en nuestras manos unidas.

—Creo que te he dejado claro queyo no tengo nada que hablar contigo. Site vas

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mañana, buen viaje. Adiós, Jeremy—digo con un tono duro, mucho más que

ninguno que haya empleado hastaahora en mi vida, y me dispongo a cerrarla puerta y olvidarme de que esto acabade pasar.

Pero Jeremy Connor no ha venidohasta casa de mi madre en un día comoeste

para dejar que me vuelva a escapar.Así que introduce un pie entre la puertay el marco y evita que le dé con ella enlas narices.

—Miriam —dice casi suplicante—,por favor. Después de esto, si quieres,no

volveremos a vernos, ni a hablar, ninada de nada… pero necesito que me

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dejes contarte qué pasó.—Te he dicho que te vayas.—¿No tienes ni siquiera un poquito

de curiosidad? ¿No quieres saber porqué pasó todo?

Sus palabras aciertan de pleno,tocando esa parte de mí que de verdadno ha logrado una respuesta satisfactoriapese a todas las vueltas que le he dadoen la cabeza. ¿Qué razones le llevarían aabandonarme sin una palabra? ¿Fue otrachica?

¿Un chico? ¿Miedo? ¿Decepción?Lo cierto es que me muero por saberlo,pero escucharle le da la oportunidad deexplicarse y expiar su culpa, y laMiriam de diecisiete años, enamorada ydolida, la chica a la que abandonó, no

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puede pensar en perdonar lo que estuvoa punto de destruirla por dentro.

Estoy enfadada, tanto o más quecuando nos vimos en el bar de las citasrápidas.

Y lo estoy por la encerrona, perotambién porque no estoy sola en estaocasión, y

justo ahora que las cosas empezabana ir bien entre Patrick y yo, no quieroque nadie se entrometa y lo estropee.Especialmente alguien tan insignificantecomo Jeremy Connor.

Patrick me mira con unainterrogación dibujada en su cara y yosolo sé

mostrarle, con una mirada, la enormezozobra interior en la que ando sumida

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ahoramismo. ¿Qué hago? ¿Quién debe

prevalecer aquí? ¿Mi curiosidad o suoportunidad

de expiación?—Patrick, ¿podrías entrar a ayudar a

los demás? No tardaré más que unosminutos —Le pido con una serenidadque, de pronto, cubre mis facciones yhasta mi interior.

Me mira como asegurándose de queeso es lo que deseo y yo asiento,

apretándole la mano para que sevaya tranquilo. Antes de que abandoneel recibidor

y entre en la casa, yo ya he salidopor la puerta, dispuesta a no concederlea mi exnovio más que el tiempo

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estrictamente necesario para explicarse.Caminamos juntos hasta la entrada

de la propiedad y nos paramos junto a lavalla. Se le ve nervioso, y no es paramenos. Saca las manos de los bolsos desu abrigo y se echa el vaho de la boca enellas para entrar en calor y, acaso, parainfundirse algo de valor.

—Soy toda oídos —le espeto consequedad— di lo que tengas quedecirme y

lárgate.—No te recordaba tan dura.—La gente cambia. Ya no soy esa

niña tonta y confiada a la que dejastetirada hace diez años.

Su rostro recibe el golpe verbal deforma ostensible y puedo ver cómo

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cierra losojos un segundo, supongo que lo

hace para recomponerse y cambiar deestrategia.

No soy la misma, no le sirven planesque hubiera urdido para la niña que yano existe. Creí habérselo dejado claroen el bar de las citas, pero parece queno se lo había acabado de creer.

—Miriam, no sé por dóndeempezar…

—Prueba a contarme qué pasó. Solodeseo saber qué te hizo dejarme y, sobretodo, qué ocurrió para que no fuerascapaz de contármelo —le digo mientrascambio el peso de un pie a otro paramantenerme caliente.

Me mira durante un instante que

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parece eterno, evaluándome, estudiandoqué

decir primero. Hasta que, rendido ala evidencia de que no se lo voy a ponerfácil ni

a darle una tregua, decide contaraquello que le ha traído hasta aquí.

—Está bien —concede—. Tienesrazón. Lo mejor será empezar por elprincipio

y no darte excusas vacías. Si hevenido a verte es porque quiero contartetodo.

Sus palabras hacen que me ponga ala defensiva y pongo todos mis sentidosalerta. No sé qué me va a contar, pero,desde luego, tras tantos años deseandosaber qué pasó, ahora tendré que echarle

Page 761: Juntos somos invencibles

valor yo también para escuchar lo quetenga que

decirme.—Lo primero que debo decir es que

yo te quería, Miriam —dice con unapena

inmensa pintada en sus ojos tristes—. Te quería con toda mi alma, con unaintensidad que hasta me daba miedo. Ypor eso me duele más echar la vistaatrás y ver todo lo que perdí.

Sé que la incredulidad se dibuja sinremedio en mis facciones y que laMiriam

cínica le complica la tarea desincerarse, pero es que tampoco me saleponérselo fácil, sigue doliendo pese alos años transcurridos.

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—A los dieciocho años uno puedeser el ser más maduro del planeta o unniñato

a medio hacer —continúa—. Yo mecreía lo primero, pero era más losegundo que

otra cosa. Un niñato, sí, con laseguridad de que iba a comerme elmundo, allá en

Los Angeles.»Llegué confiado y, la primera me

cayó al poco de estar allí. De repente,no conocía a nadie y me era muycomplicado hacer amigos. Ni siquierami compañero de cuarto me dio unaoportunidad y, cuando intenté entrar enuna hermandad, me quedé fuera de laselección. El rey del instituto se

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convertía en un paria social de unaforma que no lograba explicarme. Esefue el primer paso para romper mislazos contigo: no quise llamarte porqueno quería empezar a mentir. A ti no.

»Y luego… bueno, luego todo sesalió bastante de madre. Conocí a genteque sí

me aceptó, pero no la clase de gentecon la que yo solía moverme. Y empecéa perderme a mí mismo, hasta el respeto.No quiero aburrirte con los detalles,pero he pasado diez años tóxicos,enganchado a sustancias que ni sabríasque existen y…

no sé, hasta me creía feliz enocasiones.

Mientras habla, su voz se va

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quedando sin fuerzas, como si contarmetodo esto lo

estuviera vaciando por dentro dealgún modo, como si estuvieraempleando toda su

energía.En mi interior, un interruptor hace

clic y le miro de otra forma. No ledisculpo, no creo que el abandonarmedel modo en que lo hizo quedejustificado con su discurso, pero síentiendo que no todo ha sido un caminode rosas en su vida. Que no me dejópara ser más feliz con otra, que no todoeran playas, fiestas y popularidad, comoyo le imaginaba.

—En diez años jamás he admitidoque tenía un problema —retoma su

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relato trascoger aire—. Yo controlaba, y con

esa mentira me iba a la cama cadanoche. He acabado mis estudios y tengoun trabajo que paga mis facturas, peromi vida está vacía. Tardé una década endarme cuenta de que era un adicto y lohice de la peor manera posible. Hicedaño a alguien, como te lo hice a ti, yeso… eso te abre los ojos de golpe.

»He estado cuatro meses enrehabilitación y, antes de volver aaquello y

probarme a mí mismo que puedosoportar mi vida sin drogas niestupefacientes de

ningún tipo, necesitaba conectar conmis raíces. Y pedir perdón. A mis

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padres. A ti.Me mira suplicante, clavando sus

ojos vacíos de esperanza en los míos.Unos ojos capaces de derretir los polosde tanta intensidad como irradian. Mefroto las manos, nerviosa, y busco en miinterior esa rabia acumulada por espaciode diez años y que ahora, aunquepresente, tiene menos ganas de coger lasriendas y ser ella la que hable por mí.

—Jeremy, me hiciste tanto daño...Sigo enfadada, que conste. Los

errores de su vida no le escudan de laresponsabilidad de cambiar del todo

la mía. Pero es cierto que mi rencor seha volatilizado y que, satisfecha micuriosidad, gran parte del fuego quehervía en mis entrañas al pensar en

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Jeremy Connor, se ha enfriado.—Sé que hice mal, que lo fastidié

todo. Que te hice sufrir sin motivo y quelo pasaste fatal por mi culpa. Peroquiero que sepas que lo siento tanto,todos los días, que la penitencia esconstante… —baja el rostro hastaclavar los ojos en el suelo por uninstante, acaso buscando el valornecesario para rematar sus argumentos.

Cuando vuelve a mirarme, no veoarrogancia, ni maldad, ni ninguna otra

emoción negativa. Solo le veo a él,intentando ser comprendido y redimido.

—¿Podrás perdonarme algún día porlo que te hice?

Una lágrima escapa de sus ojos,solitaria y perdida en un rostro

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compungido ytriste. Me acerco y se la retiro, en un

gesto que quiere ser cercano, amigo…no puedo borrar esa década de confianzaminada por su culpa, pero puedo elegirno vivir en el rencor. Así que lo abrazopara transmitirle mi perdón y él seaferra fuertemente a mi cuerpo junto alsuyo.

Permanecemos así un ratoincalculable y yo hasta alcanzo una clasede paz que

nunca me imaginé que pudiera logrargracias a él. Nos separamos despacio yuna

leve sonrisa se nos dibuja en loslabios…

—Gracias —dice con suavidad—.

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Incluso sin decirme nada, me lo hasdicho

todo.Y es cierto, no le he perdonado de

palabra, pero supongo que se lo hancomunicado mis gestos. A veces, no

hace falta hablar de más para hacerseentender.

—Jeremy, no vuelvas a perderte.Hazte ese favor.

—Lo intentaré con todas mis fuerzas—dice dándome un beso en la mejilla ysaliendo por la puerta de acceso a lapropiedad de mis padres.

Lo veo irse y sonrío al sentir esebienestar que reporta hacer las cosasbien. Sí,

me hizo daño, pero ha sido lo

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suficientemente valiente parareconocerlo, pedir perdón y hacerme verque ha sentido todo el dolor que me hizosentir. Eso es importante… y tambiénrecibir explicaciones, esas que sanan lasheridas auto infligidas ocasionadas, porno ser lo bastante racional como paraquitarte una culpa que nadie más que túse impuso.

Camino con paso lento hacia la casa,sopesando todas y cada una de laspalabras

de Jeremy Connor en mi cabeza. Élnecesitaba esta expiación, sí, pero yotambién.

La carga es más liviana ahora y mistemores y desconfianzas tienen ahora unpoco

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menos de peso, sobre todo porquesus palabras me han liberado a mí deculpa. Nada

que yo hubiera hecho pudo cambiarsu devenir. Yo no hice nada malo. Nohice nada

malo, me repito insistente, paragrabarme a fuego esa realidad que tantonecesitaba

creer.Al llegar a la casa, me acerco a la

puerta de la cocina, donde todos estánen plan

zafarrancho de combate, cargandolos coches que nos llevarán al MemorialSloan

Kettering Cancer Center parasorprender a Declan con una comida de

Page 772: Juntos somos invencibles

Acción de Gracias que, desde luego, nose espera.

Patrick ha hablado con la doctoraSullivan al respecto, y no se ha opuestoa los

planes. Es más, le parece algo que levendrá estupendamente bien a supaciente, sobre todo en lo anímico, asíque ella misma ha hablado con elpersonal del comedor y nos van apreparar una mesa para nueve en la quecolocar nuestras viandas festivas ycelebrar con Declan una fiesta que,probablemente, para él no tengademasiado sentido.

Ocupo el asiento trasero del cochede Arthur y Jo, y Patrick se sienta a milado.

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Mi hermana conduce con prudencia,siempre lo hace, pero con la músicabastante alta y la calefacción al máximo.En ese ambiente tan íntimo, donde la vozde Muse y su Guiding Light envuelven yesconden nuestras voces de la partedelantera del coche, me siento a gustocamino del hospital. Al menos hasta queme fijo en la cara con la que Patrick meestá escrutando.

—¿No vas a explicarme de qué ibatodo eso? Para ser alguien con quien note apetecía mucho hablar, te ha faltadopoco para retiraros a un ambiente másíntimo…

¡Ay, madre, que está celoso! ¡Estáceloso! Eso es algo bueno, ¿no? O porlo menos indica que se interesa de

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verdad por mí y que se ha sentidodesplazado y amenazado por otro machoalfa, o como lo expliquen en losdocumentales de animales. Casi nopuedo disimular mi regocijo, y miestado feliz por sus pequeños

celos adorables a punto está decausarme un disgusto.

—¿Estás jugando a dos bandas? —pregunta realmente enfadado—. Porquesi es

así, conmigo no cuentes. No me...Sin dejarle lugar a muchos más

argumentos, le beso a traición, callandosus palabras e instalando en mi corazónuna especie de alegría estúpida que noacierto a describir y que, de verdad,nunca antes había experimentado.

Page 775: Juntos somos invencibles

Su boca, pillada por sorpresa,pronto se recupera, y envuelve la mía enun beso

que hace subir la temperatura dentrodel coche, mucho más que la ya alta

graduación térmica a la que mihermana nos está exponiendo con lacalefacción de

su Toyota Highlander.Creo que Jo y Arthur apenas se dan

cuenta de la diversión de la que estamosdisfrutando en el asiento trasero en lostreinta y cinco minutos que dura el viajehasta el hospital, pero no recuerdoningún otro desplazamiento en vehículorodado más emocionante y placenteroque este.

Al llegar, Kevin, que conduce el

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coche de mi madre, ya ha conseguidoaparcar y

están empezando a organizarse parallevar todas las viandas al comedor.

Patrick se acerca al ascensor para ira buscar a Declan y llevarle al comedorsin que sepa nada. Cuando las puertas seabren, me hace una seña para que leacompañe y yo no puedo dejar deesbozar una sonrisa gigantesca en mirostro.

Me cojo a su mano y nos metemosdentro del ascensor, con el corazón

embargado de una felicidadmayúscula. Cuando me pongo depuntillas para darle un

beso, él me retiene con dulzura y memira a los ojos, serio.

Page 777: Juntos somos invencibles

—Miriam, creo que delante deDeclan deberíamos disimular.

—¿Quieres que le mintamos?—No, pero no quiero restregarle

esto por la cara. Tú le gustas. Tequiere… no es

justo.—Tampoco lo es que se lo

ocultemos.—Te lo pido como un favor

personal. Deja que yo encuentre elmomento y le cuente esto que ha pasado.

No puedo discutir con él. Conocemejor a Declan y, desde luego, sé que sepreocupa por él, así que tengo quedejarle que tome él la decisión. Antes deentrar en su habitación, no obstante, seinclina sobre mí y me da un beso dulce y

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rápido.—Para que no se me haga tan larga

la espera por el siguiente —susurra conternura.

Y me deja en la puerta, con una carade tonta alucinante, que tengo queobligarme

a borrar para seguirle dentro yencontrarme con un Declan bastantepálido y alicaído.

—Pensé que hoy no vendrías hastala tarde— le está diciendo a su hermano

cuando yo entro en la habitación y lesonrío con cariño.

—¡Sorpresa! —le digo acercándomea la cama, en la que está tumbado sinhacer

mucho más, y dándole un beso en la

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mejilla.Nos mira sin saber muy bien qué

pensar… sabe que no nos prodigamosjuntos,

que hasta llamo antes de ir a verlepara asegurarme de que Patrick noestá… normal

que le huela raro nuestra visitaconjunta.

—Por obra y gracia de Regie y de lamadre de Miriam hemos solucionado

nuestras diferencias —explicaPatrick encogiéndose de hombros.

Creo que Declan no se lo cree deltodo y no mueve ni un solo músculocuando su

hermano le acerca la bata y le insta aponérsela.

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—Venga, ponte esto. Baja alcomedor a comer con nosotros.

—No estoy de humor —replica conel gesto torcido—. Id vosotros.

Sé que se alegra de que seamosamigos, pero también intuyo que sehuele algo

que él desconoce y que cree − conrazón− que le estamos ocultando.Procuro disimular todo lo que puedo,aunque reconozco que nunca se me hadado muy bien, y mi cara de póquer másbien parece la cara de tener problemascon mi tránsito intestinal.

—Es Acción de Gracias —intervengo con cautela— y aunque noseas americano, yo sí lo soy. Y quierocelebrarlo con dos de las personas por

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las que quiero dar las gracias.No sé si le convenzo con mis

palabras o con mi gesto suplicante, elcaso es que

se incorpora, con lentitud, y se ponela bata que su hermano le está sujetando.

—No sé qué me estáis ocultando,pero disimuláis fatal.

Sí es verdad que yo, al menos,disimulo fatal, y más cuando, tras oír sussospechas, me pongo roja como untomate. A mí no se me da bien esto dementir a la cara, y la presión mepuede… así que salgo la primera de lahabitación y les aviso de que les veré enel comedor. Bajo por las escaleras ypido a los dioses para que, al ver lacomida preparada en la mesa y a mi

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familia, a la cual no conoce denada, piense que eso es, únicamente,

la razón de nuestra forma de actuar rara,y no

saque conclusiones precipitadas ydisparatadas, como que su hermano y yonos llevamos dando el lote desde estamañana…

Mientras voy hacia el comedor ledoy vueltas a las palabras de Patrick, alas que

pronunció justo antes de entrar en lahabitación de su hermano. Cuando mepidió tiempo para contarle a Declan estoque está pasando. ¿Qué entiende él poresto que está pasando? Es un hechoincuestionable que las mujeres somosexpertas profesionales en comernos la

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cabeza, y que le sacamos punta a todo,dándole vueltas a cada frase hastadesmenuzarla por completo. Para unhombre esto que está pasando es,simplemente, esto que está pasando.Para una mujer pueden ser mil cosas a lavez y, cuanto más se piense en ello, másnos solemos alejar del verdaderosignificado con el que la frase fueformulada.

No quisiera meter la patamalinterpretando la seriedad de esto, noquiero pasarme por encima o no llegar asu concepto exacto de lo que hemosiniciado hace apenas una hora, sobrotodo porque ambos somos bastantesusceptibles y una

lectura desigual de los besos que nos

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hemos dado, puede dar lugar amalentendidos

que pueden hacernos daño.No quiero ni pensar que para Patrick

esto no sea serio, o que lo seademasiado y

yo, que aún no sé ni lo que es, noquiero meter la pata con él,especialmente en un

momento tan vulnerable, con elfuturo incierto de Declan sobre la mesay la angustia por saber si su canción legustará a Donovan Gideon.

Parece el peor momento para queuna chica se interponga en su camino y

termine por provocarle mástensiones y dolores de cabeza que sumara su ya larga

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lista de cosas a evitar. Así quedecido mantenerme a la expectativa, notener esperanzas, y dejar que losacontecimientos sigan su curso normal.

Por supuesto, de esto no le puedocontar nada a mi madre o me montará unlío de

los que marcan época. La conozcodemasiado bien para ver a un chicointeresante

cerca, y no amarrarlo con candado amí y tirar la llave muy lejos. Máxime siya

sabe que estoy enamorada de él yque, por lo que se ha podido vislumbrarescuetamente, algo hay en mí quetambién a él le llama la atención.

Llego al comedor y veo que hay

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algunas personas comiendo con susfamiliares

hospitalizados, aquellos que hanconseguido el beneplácito de susmédicos para salir de sus habitaciones ynormalizar lo máximo posible un día tanimportante.

Al fondo también hay una mesaocupada enteramente por personalsanitario,

esos pocos desafortunados quedeben trabajar en día de fiesta, pero queno desean

dejar pasar la oportunidad de dar lasgracias y celebrar la fiesta de unamanera alegre pero discreta.

Nuestra mesa está a la derecha, juntoa los ventanales que dan a un jardín

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interiorbellísimo, explosionado en mil tonos

de verde, totalmente fuera de lugar en unsitio

como este y, a la vez, absolutamenteencajado y aclimatado con el entorno.Creo que

es el mejor lugar que podíamoselegir para compartir esa comida deAcción de Gracias, en compañía de mifamilia y de algunas de las personas quemás valoro y quiero en esta vida.

—Será mejor que te sientes aquí,Kevin —le señala mi madre una silla enla cabecera de la mesa, mirando hacia elfondo de la sala—. Quién sabe si algunode esos chicos acaba por fijarse en ti…

—¡Mamá! —exclamamos Kevin y

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yo a la vez susurrando un grito que haceque

ella ponga expresión de mártir.—De verdad, hijos, ¿qué os cuesta

ser un poco más asertivos y no dejarpasar oportunidades así? ¿Tú has vistoque chicos más guapos hay allí? —ledice a Kevin señalando la mesa de lossanitarios—. Serias tonto de remate sino aprovechas a…

—¿A qué, mamá? —le espetaenfadado mi hermano, manteniendo untono

bajísimo del que ni siquiera Regie,que está cerca de nosotros acabando decolocar

bandejas con comida, lograenterarse—. Te he dicho mil veces que a

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mí me gustanlas chicas, por el amor de Dios, a

ver si se te mete en la cabeza.Kevin se aleja de mi madre con un

claro enfado, y sale a hacer un par dellamadas, mientras esperamos a estartodos juntos y comenzar a comer.

Mi mirada taladradora no hace mellaen mi madre, que pone los ojos enblanco

ante la actitud de su difícil hijomenor, y se dispone a ayudar a Regie aacabar con la disposición de la mesaque, ciertamente, ha quedado preciosapese a improvisar el lugar en apenasunos minutos.

La mesa se parece mucho a la quehubiéramos tenido en casa. No en vano,

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mi madre nos ha hecho cargar hasta consu mantel festivo y su vajilla buena. Otracosa no, pero mi madre las fiestas se lastoma muy en serio. Creo que a Declan leva a

encantar porque esta mesa eshogareña y huele a festividad familiar,justo lo que creo que más echa de menosen este mundo.

Mi pensamiento parece conjurarleporque justo, en ese momento, apareceen la

puerta con la ayuda de su hermano,que lo sostiene con determinación yternura. Me gusta verlos así, tan iguales,pero tan diametralmente diferentes. Lanoche y el día en todos los aspectos,pero dos mitades de una misma jornada,

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cohesionada y única.Los gemelos Feehily se acercan a la

mesa con la cara desencajada por lasorpresa. No es que nunca hayan

celebrado Acción de Gracias, es que dala sensación de que nunca hayancelebrado nada rodeados de personasque aprecian.

Porque pese a que mi familia noconoce aún a Declan, de tanto como yose lo he descrito, ya le tienen un poquitodentro. Y, al revés, lo mismo, porquemis ratos de hospital con él han dado desobra para radiografiar a toda mifamilia, incluidas las

ausentes Judy y Gem, la perra de mimadre a la que hemos tenido que dejaren casa, con verdadera tristeza.

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—Quiero que conozcas a mi familia,Declan, que hoy, y siempre que quieras,va

a ser también la tuya— le digo condulzura tomándole de la mano yacercándole a

la mesa.Creo que, ni en un millón de años, se

hubiera imaginado que lo que Patrick yyo

le estábamos ocultando eraprecisamente, eso, una familia enterapara conocer, disfrutar y hacer propia,en torno a una comida casera y unambiente recogido y fraternal, pese alescenario hospitalario del que nopodemos prescindir.

Declan los saluda a todos. Jo y mi

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madre lo besan y lo abrazan condelicadeza, y

él se deja mecer en esos brazos quele resultan tan cálidos y confortables. Mimadre

no puede evitar hacer un comentariosobre lo guapo que es pese a la palidezde su

rostro y le declara inmediatamenteque hoy se sentará a su lado paraconocerse mejor. Casi me da pena elpobre Declan, sometido al tercer gradode mi madre que, no olvidemos, es jueztitular del estado de Nueva York. Parasolidarizarme y ayudarle en tantremendo trance, decido que yo ocuparéel sitio a su lado que mi madre dejelibre.

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—Aunque no lo parezca, este señorhecho y derecho es Summer Bennet, la

talentosa belleza sureña a la quetantas ganas tenías de conocer —le digo

presentándole a mi padre, que leestrecha la mano con decisión y unasonrisa enorme pintada en su masculinorostro.

—Señor Blake, es un honorconocerle —le saluda Declan converdadera

admiración—. Pese a no ser migénero de referencia, reconozco que sushistorias

me han hecho pasar muy buenosratos en este lugar y, solo por eso, yatiene usted

mi admiración eterna.

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—Y tú tienes la mía, hijo, por tuvalentía y por aguantar con tantapaciencia a mi

pequeña —dice guiñándome un ojo,divertido—. La he criado así quecréeme si te

digo que tienes el cielo ganado.Declan saluda a Regie con un cálido

abrazo e intercambian algunas palabras,y cuando Kevin entra y Patrick lepresenta a su hermano, todos nossentamos en la mesa, dispuestos adisfrutar de la comida que tiene unapinta deliciosa.

Mi padre hace la oración deagradecimiento y todos repetimos unsentido gracias

tras sus inspiradoras palabras de

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gratitud. Y entonces nos lanzamos comolobos hambrientos sobre el pavorelleno, el puré de patatas, la salsa dearándanos, la ensalada de rúcula ytomates cherry, las coles de bruselas ylos boniatos. Y, de postre, la tarta decalabaza que ha hecho Regie, esa que esdigna de reyes, según nos cuenta, y quesigue fielmente la receta secreta de suabuela Selma.

Todo está delicioso y nadie puededejar de probar todas y cada una de lasmaravillas que llenan la mesa. Durantela comida hay risas, anécdotasgraciosas, y los Feehily y Regie se unena la familia como si lleváramoscelebrando cosas así durante décadas.Es muy agradable sentirse rodeada de

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gente a la que quieres y, sobre todo,hacer sentir queridas a personas quenunca han disfrutado de un ambientefamiliar estable y cálido.

—Declan, tesoro —le dice mimadre, colocando su mano sobre la demi amigo

—, nos ha encantado conocerte.Miriam nos ha hablado mucho de ti y, demanera unánime, todos hemos decididohacernos donantes de médula. Tenemoscita para la semana que viene y estamosmuy emocionados. Ojalá podamos haceralgo por

alguien en algún rincón del mundo.Mi madre me deja muda de asombro.

No me había dicho nada de haberemprendido los trámites para

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inscribirse en el registro de donantes demédula.

Declan la mira con algo parecido alamor maternal, ese que le ha faltadotoda la vida y que sé que desea más quenada en este mundo. Y se abraza a mimadre, de una forma espontánea,mientras intenta ocultar que las lágrimasse le están escapando descontroladas desus preciosos ojos.

Me gusta que Declan haya perdidosu coraza y llore, se desahogue, seabrace a la

gente y admita que necesita ayuda.Es más vulnerable que nunca, perotambién más

humano. Y es normal que estédolido, vencido, roto y cansado. Pero

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también lo esque se permita descansar en los

brazos de otros, incluidos los de suhermano, al que

cree que utiliza en su enfermedad,llenándolo de culpa, o los de una mujerdesconocida que le ha montado suprimera comida de Acción de Gracias yle ha regalado una familia entera.

El resto de la jornada pasa entremomentos tiernos y muchos ánimos para

Declan, al que todos le auguramos suentrada en el programa de la ClínicaMayo. Él

está cansado, se le nota en la cara yen el cuerpo, tanto por su delicadoestado como

por las emociones del día, así que

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me ofrezco para acompañarlo a suhabitación.

Se despide de todos, que prometenvenir a visitarlo, y subimos en elascensor en

silencio. Sé que él está asimilandoel día, las sensaciones que se lleva, todolo que

hoy era nuevo para él. Cierra losojos por un instante y dibuja en su rostrouna sonrisa que transmite toda la paz delmundo. Es contagioso y su energíaserena me llega a mí también que, derepente, creo que todo va a ir bien y quelas cosas que nos preocupan se iránsolucionando poco a poco: la canción dePatrick, el contrato con Coleman andAsociated Publishing, la historia de mi

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madre con Judy, incluso Declan, aquí, enel hospital, sin casi ninguna esperanza…

—Gracias, Miriam —susurra antesde que las puertas se abran en la tercera

planta.—Gracias a ti, Declan, por

inspirarnos a todos —le respondocogiéndole de la mano y ayudándole allegar a su habitación.

Una vez allí, se quita la bata y setumba en la cama. Se le ve realmentecansado, y

no es para menos. Entre su debilidady las emociones, creo que dormirá deltirón un

porrón de horas. O al menos, estaríabien que así fuera.

Le doy un beso en la frente y me

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despido para dejarle descansar. Creoque hoy se

lo ha ganado de forma más queevidente.

—Miriam… —me llama con vozsuave—. Dile a mi hermano que, ahora,no lo

estropee ¿quieres?Y cierra los ojos dándome a

entender que da por concluida estaconversación inexistente.

Sonrío para mis adentros, tambiéncon un poco de tristeza. Sé que con esaafirmación trata de mostrarse de acuerdocon cualquier cosa que ocurra entrePatrick y yo, pero también significa que,de un modo u otro, ha decidido matarsus esperanzas y eso, inevitablemente,

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me hace tener unas ganas horribles deecharme a

llorar.Salgo de la habitación y me

encuentro con Patrick, al que no se lepasa por alto

mi semblante triste y preocupado. Seacerca hasta quedar casi pegado a mí yme levanta la cara hacia la suya,poniendo su mano bajo mi mentón. Susojos, serenos y limpios, me interroganen silencio y yo no puedo evitar echarmea sus brazos y dejar salir los sollozosque mi corazón está clamando por sacar.

Me estrecha fuerte, contra él, en unacto consolador precioso y único, queme reconforta y me da fuerzas paratomar una decisión, al menos, para

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tomarla por el día de hoy.—Patrick —le digo en un susurro

despegándome con dolor de su cálidopecho

—, creo que hoy deberías quedartecon Declan. Hoy te necesita más quenunca, no te

vayas de su lado, por favor.Y aunque sé que me había hecho

ilusiones de que se viniera conmigo alfinalizar

la jornada, algo en mi interior medice que su sitio hoy está en estahabitación, sosteniendo la mano de lapersona a la que más quiere en estemundo.

Él lo sabe también, y dándome undulce beso en los labios, que

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dolorosamente me sabe a despedidaanticipada, acude junto a Declan paracumplir con lo que, ahora mismo, ledicta su corazón.

Capítulo 16

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Uprising

—¡Miriam! ¡Estás preciosa!Mi padre se acerca al espejo donde

estoy comprobando que todo esté en susitio.

Llevo un vestido de cóctel colorberenjena con largo desigual −más largopor detrás− y escote palabra de honor,que mi madre me acompañó a comprarpara la entrega de los premios RITA.

Su peluquera, además, haconseguido domar mis rizos con unrecogido informal

que me da un aspecto juvenil, pero, a

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la vez, distinguido. En conjunto, puededecirse

que me gusta el resultado de estaMiriam elegante a la que me ha costadoun poco

acostumbrarme.Mi padre también está deslumbrante.

Lleva esmoquin negro, con pajarita ytodo.

Un Armani que le queda como unguante y le resalta su estupenda figura dehombre

vital de cincuenta años.Pero lo mejor del atuendo de mi

padre es su sonrisa, franca, clara y sinrencores,

como la persona que ha hecho laspaces consigo mismo que es. Hoy no se

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esperanada, y cuando vuelva a casa por

decimoquinta vez sin estatuilla, notendrá demonios esperándole en suapartamento. Summer Bennet y él handecidido tolerarse y acudir al eventocon el talante festivo que la ocasiónmerece: una despedida de este acto,para siempre, acompañado de laspersonas que más quiere y que mejor leconocen del mundo.

Bajamos al salón, donde casi todosestán ya preparados y esperando a quelos últimos demos por terminados losúltimos retoques. Jo está muy guapa, conun vestido verde jade, largo hasta lospies, con escote cisne e incrustacionesde pedrería estratégicamente colocadas

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por toda la prenda. Y Judy, dueña de unaelegancia natural envidiable, estádeslumbrante con un precioso diseñocolor rojo pasión, que destaca encimade su delicada y blanca piel. Kevin yArthur visten de manera parecida a mipadre, de negro y con elegancia, mihermano con corbata y Arthur conpajarita, ambos impecables.

Por lo que parece, solo queda mimadre, a la que no parece importarlenunca la

hora que marque el reloj. Decido iren su busca, porque si no, esta situaciónde espera se puede dilatar por los siglosde los siglos.

Ya cerca de su habitación, la oigotararear una alegre melodía, pegadiza y

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con mucho ritmo. Sin duda, todo estetema de los RITA la tieneverdaderamente entusiasmada. Cuandollamo a su puerta y entro, la veoespléndida en su precioso diseño negro,que realza todas sus curvas y la muestracomo lo que es: una de las mujeres másbellas que conozco.

—¿Por qué estás tan contenta,mamá?

—Ya sabes, hija, porque todo esfabuloso. El día es un primor, laexuberancia de

los pastos me llena de felicidad,adoro mi nuevo canesú colorheliotropo...

—Mamá, deja de usar palabras rarasy, sobre todo, deja de hablar con acento

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británico.—Pero Adele es británica.—Ya, pero tú eres de Staten Island y,

por más que lo intentes, no te pareces ennada a una cantante inglesamundialmente famosa de veinticincoaños.

Sé que está nerviosa porque tiene elconcurso de talentos a la vuelta de laesquina, y porque Judy y ella, aunqueparece que ya no están centradas en suguerra fría, aún no han conseguidovolver a su rutina anterior al bombazode Lucinda Connor. Por eso se metedentro de la piel de Adele, un personajeque se está creyendo día a día, quizápara escudarse de lo que de verdad lamantiene bastante más asustada de lo

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que quiere demostrar.La abrazo por detrás mientras se

contempla en el espejo, parademostrarle que,

pese a todo, tiene todo mi apoyo, yella me sonríe porque sabe cuál es miintención:

protegerla, igual que ella hacesiempre con todos nosotros.

Cuando nos reunimos con los demás,mi padre no nos deja salir sin hacernosuna

foto de grupo con su disparadorautomático y un selfie de rigor, de loscuales se ha hecho fan últimamente y nohay quien se libre de salir en sus fotosfrontales inverosímiles.

Al salir al jardín, vemos una

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limusina enorme esperando junto a lavalla y todos

miramos a mi padre con la bocaabierta.

—Esa corre a cuenta de la señoritaBennet —nos dice sonriendoampliamente,

mientras encabeza el paso hasta elenorme coche, negro y brillante, que nosespera

para llevarnos a la entrega de losRITA en el Upper East Side.

El trayecto es ameno porque elambiente es festivo y distendido.Estamos

contentos y se nos nota… Jo y Arthurreciben a los niños en un par de días; mipadre acaba de terminar una novela

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nueva que, esta vez, sí va a firmar con sunombre real; mi madre y Judy vuelven adormir juntas, que ya es un adelanto;Kevin y yo hemos acabado a tiempo lapresentación del proyecto para laeditorial y estamos muy satisfechos y…en cuatro días será Navidad. ¿Qué máspodemos

pedir?Sin embargo, no sé por qué, algo se

ha instalado en mi pecho desde primerahora, algo indefinido y esquivo, que nome deja contemplarlo todo como loacabo de describir: no, la felicidadcompleta no existe y algo en mi interiorme recuerda

que esté alerta.Es quizá cosa de no confiarme. En lo

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que a mí se refiere, al proyecto conColeman and Asociated Publishing,

en el que hemos trabajado con muchasganas y hemos metido muchas horas eilusión… y que quizá no nos dé nadamás que el orgullo de haberlo acabado atiempo −a falta de unos pequeñosretoques−, y de una forma que nosresulta muy satisfactoria. Hemos hechoun magnífico trabajo de equipo, noshemos puesto serios cuando la situaciónlo requería y, sobre todo, nos hemosdemostrado que LemurApps no es unjuego de niños, sino una empresa

capaz de optar a grandes contratos.Lo presentamos en tres días y, entonces,bueno… alea iacta est.

Trabajar en este proyecto ha sido

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duro, pero entretenido. A mí me hasupuesto todo un reto… en plena crisispropiciada por la vuelta de la música ami vida, si alguna vez me he preguntadosi debo dejar la programación y lainformática, creo que he obtenido mirespuesta: esto me llena y es mi vidaahora, aunque no quiero

dar la espalda a mi otra pasión y,quizá, logre algún día un equilibro queme permita no dejar de lado a ningunade las dos.

Cuando entramos en Manhattandesde Brooklyn, compruebo la hora enmi móvil.

Apenas son las seis y vamos bien detiempo, así que decido hacer un pequeñodesvío previo a la entrega de premios.

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—Papá… necesito que le digas alchófer que me deje en el hospital. Leprometí a

Declan que le mandaría una foto conel vestido, pero me apetece pasar paraque lo

vea en persona, ¿te parece? —lepregunto poniendo mi perfecta cara dedar pena a

la que nadie −salvo los taxistashuraños a los que suplicas que te llevena casa en noche de concierto− se puederesistir.

Asiente levemente mientras mimadre cree que es buena idea que ellame

acompañe, cosa que me cuestabastante quitarle de la cabeza. No creo

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que sea una buena idea subir todos a suhabitación vestidos de gala y armarjaleo. Es domingo y ha sido día devisitas, los enfermos estarán cansados yno seríamos, para nada, beneficiosostodos juntos en un hospital a estas horas.

No tardamos en parar delante de lafachada del Memorial Sloan KetteringCancer

Center y yo me bajo, prometiéndolesque seré breve y que cogeré un taxi condirección a la entrega de premios loantes posible.

Subo contenta en el ascensor hasta latercera planta y entro en la 346 sin toqueprevio, porque quiero pillarle porsorpresa. Declan está dormido conplacidez sobre su cama, arropado por un

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confortable edredón y rodeado de sushabituales almohadas y cojines.

Su respiración es armónica y unpoco más acelerada de lo normal, locual entra

dentro de los parámetros de suenfermedad. Durante un instante,contemplo la posibilidad de despertarley cumplir con la misión que yo mismame he asignado, pero creo que voy aesperar unos minutos, y dejarledescansar más tiempo, que seguro que lonecesita.

Desde Acción de Gracias Declanparece otro. A pesar de que nuncallegaron noticias del estudio de laClínica Mayo al que aspiraba, elmomento en el que mi madre le ofreció

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una familia, él se convirtió en otrapersona.

Ha recibido más visitas que nunca yse ha sentido parte, de alguna forma, dealgo

más grande que él, de algo que justonecesitaba más que fármacos yquímicos. Y se

ve en su sonrisa que es feliz. Sí, estámás débil y, probablemente, tenga menosesperanzas, pero una sonrisa le baila enla cara de forma permanente y eso es tanhermoso de ver y compartir, que mehace sentir muchísima felicidad porformar parte de esto.

Y sé que Patrick lo nota también. Ylo disfruta, a su manera, claro. No puedodecir que nos hayamos visto mucho

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desde la comida de Acción de Gracias,pero hablamos por teléfono y sí, Declanes un tema recurrente entre nosotros.

Estamos en un punto raro ahoramismo. Estas semanas desde que nosbesamos

los dos hemos estado a tope detrabajo. Él, gestionando nuevas opcionespara su hermano como consecuencia dela pérdida de la oportunidad con laClínica Mayo, conduciendo su taxi, yensayando con el grupo para elconcierto de Nochevieja. Yo,

acabando su canción, metida delleno en el proyecto para Saul Colemany cuidando

de Declan de forma más activa aún.Acabé su canción justo a tiempo, e

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hice que los chicos de Letters from Sligose la

entregaran a Donovan Gideonapenas unas horas después de quePatrick lo hiciera

con su versión. Le aseguraron quehabía habido un error y el locutor nisiquiera llegó a escuchar la versióndesechada. Esa parte salió bien… peroaún nadie le ha dicho nada a Patrick yestamos todos un poco nerviosos porcómo se lo vamos a contar.

Por supuesto, debería ser yo, ya quetodo esto es idea mía. Pero nos hacostado

encontrar un hueco para hablar deesto y de muchas otras cosas, como, porejemplo, qué demonios pasa con

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nosotros dos, qué fue lo de Acción deGracias y, sobre todo, si ambosdeseamos seguir como hasta ahora o daralgún tipo de paso en

alguna dirección concreta.O sea, que, a diez días del gran

concierto, él aún no sabe que su cancióndebería

tocarse con los cambios con los quese la mandamos al locutor estrella de laemisora WKRO, aunque Luka, Shane yCian tienen las partituras exactas y hanensayado sin Patrick las modificaciones.Yo tengo ya grabada la parte del violín yla guitarra clásica, y los chicos solodeben introducir esos cambios en la cajade ritmos.

Me pregunto a mí misma si una de

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las razones por las que he visto a Patricktan

poco últimamente es para no lidiarcon la parte en la que le digo lo que hehecho,

pero quiero pensar de mí misma que,si soy valiente para secuestrar su taxi, losoy

también para afrontar lasconsecuencias de mis actos con lacanción. Supongo que

lo descubriré pronto, porque se meestá acabando el tiempo.

Pasados veinte minutos, en los queDeclan parece seguir sumido en susueño reparador, me dispongo a dejarlosolo y no llegar, así, demasiado tarde ala entrega de los RITA. Al pasar junto a

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su cama me inclino y lo beso condulzura en la frente,

momento en el que siento susvehementes ojos azules clavados en mí.

Me separo lentamente, incapaz dedescribir lo que acaba de pasar. Escomo si mi

contacto hubiera despertado algo enél, algo dormido y obligado a replegarsey que, de repente, ya no quisiera seguiraprisionado dentro de él. El momento nopuede ser más íntimo y desconcertantepara mí, que he podido sentir cómo sumirada intensa apelaba a una parte de mídesconocida. Una parte suya, solo suya.

—¿Sabes? —dice con la voz ronca— Estaba soñando contigo. Era el díade San

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Patricio y lo íbamos a celebrarjuntos, Patrick, tú y yo, y tú me ayudabasa cocinar y nos bebíamos toda lacerveza de Nueva York, y tenían quevenir tu madre y Regie a acabar decocinar porque solo podíamos reírnos ynada nos salía a derechas.

Su mirada de fuego cambia un pocoy se entristece, como si el sueño fueramuy

lejano y, poco a poco, se le fueradesvaneciendo hasta desaparecer.

—El día de San Patricio tú y yococinaremos y nos beberemos toda lacerveza de

Nueva York.—¿Lo prometes?Asiento en silencio y lo miro con

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todo el cariño que siento por él. En mipecho

la sensación no desaparece y sé queeso significa que lo amo con toda mialma, como quiero a su hermano, comolos quiero a los dos. Puedo imaginar unavida a su lado, puedo verme con él, yllego a la conclusión, dolorosa perocertera, de que

estoy enamorada de dos hombres ala vez.

—¿No te ha pasado nunca que lomejor de tu vida llega justo en el peor

momento? —susurra cerrando losojos un instante.

Le tomo de la mano y le insto a queme mire. Le sonrío con dulzura y, poco a

poco, vuelvo a inclinarme sobre él y,

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esta vez, dejo un beso en sus labios. Unbeso

suave, lleno de todas las cosasbonitas que él me hace sentir. Y él me lodevuelve y

sé que le hace feliz sentirme así decerca.

—Te quiero —dice con voz apenasaudible cuando nos separamos.

—Y yo te quiero a ti. Siempre.Le suelto la mano con una lentitud

que pretende alargar el momento, y mevoy

acercando hasta la puerta. Depronto, parece darse cuenta de millamativo atuendo

festivo y esboza una sonrisa pícara,propia del Declan de siempre.

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—Esto es mejor que una foto —asegura divertido—. Estás preciosa,Miriam.

Toda una princesa.Le sonrío y le doy las gracias

moviendo mis labios, sin que salgasonido alguno

de ellos. No sé por qué, pero estemomento ha sido tan íntimo e intensoque tengo el

pecho como agarrotado, con unasganas de llorar de la impotenciaterribles. Así que le digo adiós desde lapuerta, con un beso lejano, con unasonrisa y con un volveré, y salgo de esahabitación en la que, de pronto, mesentía ahogada e indefensa, y corro hastael ascensor con la cara anegada ya por

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todas las lágrimas del mundo.*****

Los premios RITA se entregan en elhotel Plaza, en una ceremonia por todolo alto

que se asemeja mucho a todas lasentregas de premios glamurosas delplaneta: gente

luciendo vestidos de gala, alfombraroja y fotógrafos de revistas delcorazón. Vale,

no son los Oscar, no hay señal detelevisión en directo a todo el mundo, niestrellas

consagradas del séptimo arte, estono es Hollywood, pero a su manera, la

Asociación de Escritores deRomántica de América, la RWA, es toda

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una instituciónen lo que a galas por todo lo alto se

refiere.Cuando llego, mi hermano Kevin

está fuera del hotel, lejos de losphotocall de la entrada, hablando porteléfono. Me hace una seña para que leespere, guarda el móvil y se une a mí enla entrada.

—Deberías quitarte el abrigo antesde entrar para lucir el modelito delantede los

fotógrafos —me dice divertido.—¿Estás loco? La temperatura es de

dos grados, debería dejarme el abrigohasta

mitad de la gala y ver si así entro encalor.

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Nos acercamos a la entrada, pasandode largo la parte donde las fotos sesuceden

y las autoras nominadas posancoquetas, y damos nuestros nombres alhombre que

custodia las lujosas puertas delsalón donde la ceremonia tendrá lugar.

Todo es grandioso, dorado, excesivoy barroco en esta inmensa sala, cubiertapor mesas redondas donde se servirá lacena previa a la entrega de losgalardones.

Los manteles, impolutos, estáncubiertos por una vajilla elegante y deaspecto carísimo, una cristalería muyfina y unas servilletas de hilo egipcio,preciosas. Por todo el salón se ve gente

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que se está saludando con más o menosafecto y, sobre todo, camareros,impecables en sus uniformesblanquinegros, ultimando todos losdetalles.

Al fondo, una enorme barra de bares la que recoge más adeptos y, justo enel centro, mi familia brinda y siguecelebrando el día, con risas y muchacomplicidad.

Mi ánimo sigue por los suelos trasmi visita al hospital, pero sé que tengoque pintarme la sonrisa en los labios yunirme a ellos, ponerme a su altura ydemostrar que también soy una Blake-Milton feliz. No puedo estropearle lavelada, no puedo

hacerle eso a mi padre.

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Declan sigue paseándose por mimente, pero decido aparcarlo un ratomientras

me centro en mi familia y enaprovechar estos últimos RITA a los quemi padre va a acudir, arropándolo comosé que necesita que hagamos.

Kevin y yo nos deshacemos de losabrigos y nos reunimos con todos en elbar,

donde ya está corriendo el champánen cantidades industriales. Creo que mimadre

ya va por la tercera o cuarta copa, loque hace que ponga el radar en modoalerta

máxima.Me gusta mucho el ambiente

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distendido de todo esto. La verdad,pensé que mi padre, tan bien de ánimoen las semanas previas, al final sevendría abajo por la pena que le daríadejar esto de los RITA atrás y porresignarse a irse de este mundillo sinrecibir el galardón más ansiado. Puedeque aún guarde la secreta esperanza derecibirlo hoy, de ganarlo pese a tener lasmismas cosas en contra que todas lascatorce veces anteriores, pero creo quesu actitud esta noche es más desuperación que de deseo. Y eso es algomuy bonito de ver y compartir. Mesiento terriblemente orgullosa de él ydel ejemplo que nos muestra a todos, díatras día.

Al girarme hacia mi derecha me

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encuentro con unos fríos ojos azulesclavados

en los míos, unos ojos acompañadosde una sonrisa lobuna, detrás de la cualse encuentra uno de los hombres másintimidantes que conozco: mi antiguojefe y posible nuevo empleador, Saul J.Coleman Junior. Su presencia en lospremios está plenamente justificada,como el editor más importante de laciudad, con varios títulos y autoras de sucompañía nominados.

Me hace un gesto con su copa einclina la cabeza sin borrar de suslabios esa mueca que pretende hacer poruna sonrisa amistosa, y yo meestremezco un poco por dentro.

—Señorita Blake, qué sorpresa

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encontrarla aquí —dice acercándosehasta donde

nos hayamos—. No me diga que esusted una autora de renombre y yo la hedejado

escapar.—No —me río de forma nerviosa—.

Vengo de acompañante.—Eso me deja más tranquilo —

vuelve a sonreír con esa mirada tanintensa

clavada en la mía—. ¿De alguienque yo conozca?

¿Está tanteando el terreno? Nopuedo ser desagradable con él porqueme juego

un contrato millonario, pero tampocoquiero que me someta a tercer grado, Mi

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vidaprivada no le importa en absoluto.—No, lo dudo mucho —le respondo

cortés—. No quiero robarle más tiempo.Que tenga una noche agradable,

señor Coleman.—Lo mismo digo, Miriam —y al

decir mi nombre, un escalofrío deinquietud

sube por mi espina dorsal.Cuando le doy la espalda para

reunirme con mi familia, creo que aúnestoy temblando, cosa que no le pasadesapercibida a Kevin, que me guiña unojo, cómplice, porque ha reconocido alhombre para el que llevamos semanastrabajando y dejándonos la piel.

Pasados unos minutos, la gente

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termina de entrar en el salón y se nosinvita a ocupar nuestras mesas. Lanuestra está hacia la mitad de la sala,bastante centrada y bien situada, conmuy buena perspectiva del resto de laestancia y con vistas de calidad sobre lapequeña platea que se ha instalado parala entrega de galardones.

La cena, deliciosa, delicada yelegante, discurre con mucha jovialidad,con

saludos constantes entre autores, confotos, risas y mucha magia. Es una

oportunidad increíble para conocereste mundillo por dentro y comprobarque no es tan frívolo como se suelepensar.

Pasadas las diez de la noche,

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Lynnette Colton, una consagradapresentadora de televisión y maestra deceremonias hoy en los RITA, se sube ala palestra y se inicia la entrega, entrelos susurros emocionados de todos lospresentes.

—Gracias por estar, por compartiresta noche de sensaciones a flor de piel—

comienza Lynnette—. Este año laRWA me ha concedido el honor deconducir esta

gala y no puedo sentirme máshonrada. Soy lectora irredenta deliteratura

romántica. Lo soy desde que llevabael pelo recogido en trenzas y la bocacubierta

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de brackets, y no me avergüenzaadmitirlo. Hoy la literatura romántica,más en alza que nunca, está en boca detodos: los que discuten su calidad y losque la defienden a capa y espada. Nosacompañan hoy editores y periodistasque corroborarán mis palabras. Es algode lo que sentirnos orgullosos, porque sise habla de esto, es porque tiene tirón,gancho, vende, gusta, atrapa… noperdamos esa perspectiva ante las malascríticas, ante el ninguneo desmedido delos que solo entienden que literatura esaquella que deja la historia de amorpara ser encontrada entre líneas…

porque no es así. El amor mueve almundo, es el motor de nuestraexistencia, la causa misma de que

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seamos personas. Por eso, la literaturaque se rige por el amor, no puede sermala, ni de segunda, ni relegada aningún segundo o tercer plano. Es

una literatura válida, escrita desde elcorazón, con calidad y criterio y eso nose nos puede olvidar nunca. Ni anosotros ni a los lectores, editores,periodistas, críticos y otros opinadoresvarios. Defendamos la literaturaromántica y luchemos por colocarladonde se merece, que es junto al restode géneros de este noble arte que

tanto amamos.La sala, de repente, estalla en un

clamor de aplausos, y todos y cada unode los

asistentes a la gala nos ponemos en

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pie ante la vehemencia y fuerza de laspalabras

de Lynnette Colton. Ha dado en elclavo y, sobre todo, ha involucrado atodos, algo

que le hace falta a este género y a laindustria en particular, que le debe a laromántica gran parte de sus ingresosanuales. Lo sé muy bien, he trabajadomuchos años con los datos internos deuna editorial de prestigio.

Tras su alegato inicial y, cuandoconsiguen calmarse los excitadosánimos de todos en la estancia, laconductora de la gala prosigue con elguion establecido. Da paso a lapresentación de las distintas categorías,con sus correspondientes nominaciones,

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que son seguidas por el premio encuestión. A mi padre le empiezan apoder los nervios. Sé que sabe quesabemos que está nervioso pese a quenos lo ha

negado treinta veces desde el iniciode la cena, así que todos, de un modo uotro, le

vamos dando ánimos mientras pasanlas categorías.

Cuando llega la suya, RomanceErótico, se tensa de una manera difícilde

disimular e intenta, sin mucho éxito,poner su cara de póquer másprofesional.

—Las obras nominadas en lacategoría de Romance Erótico son:

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Ataduras de negación de Lynda Aicher.Llámame Saffron de Talia Surova.Sucedió en tu corazón, de SummerBennet. Puramente profesional de EliaWinters. Y El santo, de Tiffany Reisz.

Un silencio sepulcral envuelve todala sala mientras la presentadora abre elsobre

negro, lacrado y misterioso, quecontiene la respuesta a la larga preguntade mi padre sobre si este año sí, sobresi esta será su vez, su deseada y, por quéno decirlo, merecida vez.

—Y el RITA va para… ¡ El santo,de Tiffany Reisz!

Miro a mi padre que aplaude a sucompañera con deportividad, la máscaraaún

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puesta, como si estuviera feliz de lavida, como si, de nuevo, no estuvierasufriendo

la misma desilusión de las catorceveces anteriores.

Me gustaría acercarme a abrazarle,pero sé que eso solo serviría parademostrar

a los demás en esta sala que leafecta, y antes muerto que darles esasatisfacción.

Hoy es su última vez, nunca máspasará por este trago, y por eso estamoscelebrando… nada de negatividad, todobuenas caras y sonrisas en la cara,imperturbables.

El resto de categorías se suceden yla gala sigue su curso, mientras nosotros

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mantenemos el buen humor general, paraarropar a mi padre, para demostrar queno pasa nada.

Cuando la gala está a punto deacabar, Diane Kelly, presidenta de laAsociación

de los Escritores de América, sube ala palestra para dar su discurso decierre. Su

melena rubio platino y su vestidofucsia llaman la atención de una manera

considerable, pero es que ella es así.Conocida en este mundillo como DianeKiller,

no se muerde nunca la lengua a lahora de decir las cosas como son, cosaque, de

vez en cuando, se agradece. Mi

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padre la tiene en gran estima, dicesiempre, que, en

un campo tan hipócrita como este, esun soplo de aire encontrarte personascomprometidas y valientes como ella.

—Buenas noches —saluda con suvoz grave y segura—. No puedo hacermás

que aplaudir y suscribir todas y cadauna de las palabras pronunciadas alinicio de

su participación por mi queridaLynnette Colton. Somos autoras porderecho propio

y nos corresponde nuestroreconocimiento por lo que hacemos y,por qué no, por la

calidad de nuestros textos, de los

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que, en ningún modo, nos arrepentimos.»Pero debemos empezar por

creérnoslo nosotros mismos y por luchartodos en

la misma dirección: nuestroseditores, sí, pero nosotros, los autores,somos los primeros que nos pisamos y, aveces, negamos lo que es más queevidente.

»Algunas de las aquí presentes, porejemplo, aún no entendéis que hayahombres

que se dediquen a hacer lo mismoque vosotras y que, algunos, incluso, lohagan mejor que vosotras. Otras, no soiscapaces de reconocer que una niña dediecinueve años publique, tenga éxito y,además, lo haga con una obra de

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calidad, o que alguienrechazado mil veces por una

editorial, autopublique y se convierta enbest seller por encima de autorasconsagradas...

»Estamos llenos de prejuicios,llenos de una rabia oscura hacia lo quees

diferente o no entendemos. Por esoos pido reflexión y apertura de mente,porque

solo de este modo conseguiremospresentar un frente unido contra quienes

vilipendian nuestro arte con palabrashuecas.

»Mis palabras sirven deintroducción para comunicaros unadecisión importante

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del comité de presidencia de estaasociación que nos ha reunido aquí hoy:A partir

de esta edición, entregaremos unRITA Honorífico a personas quecreamos que se

lo merecen, más allá de los votosobtenidos por los miembros del RWA,porque no

siempre somos objetivos y, hasta quedesechemos esos prejuicios, creo queesto es

más que necesario.»Es un placer y un orgullo enorme

hablaros del primer RITA Honorífico, elprimero de muchos, esperemos. Este

premio tiene un nombre asociado desdehace

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muchos años. Por su valentía, sutalento, su capacidad de lucha, sushistorias, su valía y sus muchos aportesa un género que ha contribuido aengrandecer. Por ser como es, por noquejarse, al menos en público, porvolver una y otra vez, por no

dejarse vencer, por convivir duranteaños con una mujer de su naturaleza ensu interior…

»Por todo eso, Paul Blake, porregalarnos las historias que nos regalas,por no

haber sabido premiarte antes por notener vagina, por años de ninguneoinjusto, por

calidad… por ser como eres y creara Summer Bennet, ese alter ego que no

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siempre te ha dejado disfrutar de lasmieles del éxito, este primer RITAHonorífico es tuyo.

Miro a mi padre que no se esperabanada de esto y que se ha puesto atemblar de

la emoción, creo que no estabapreparado para gestionar estasemociones, y menos

aún después de no haber ganado elRITA que había venido a buscar. Anuestro alrededor, lo que ha empezadosiendo un tímido aplauso, es ahora unauténtico clamor, y todo el mundo estáen pie, mirándole con sonrisas enormesen sus rostros y asintiendo con fervor.

Mi padre se levanta lentamente, y seapoya en el hombro de Kevin para no

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desvanecerse. Está abrumado,congestionado, emocionado… con pasolento, se acerca a Diane Kelly, que leespera en la palestra con un RITAprecioso, la mujer victoriana que lee, enoro y con el nombre de mi padre en laplaquita. Coge el galardón con ambasmanos y lo besa con un sentimiento deagradecimiento profundo y hermoso. Mimadre llora sin disimulo, y tambiénJudy. Confieso que yo

estoy a punto de caer en lo mismo.Es tan bonito verlo ahí arriba, abrazadopor ese

aplauso que dura ya un minuto y quenadie parece tener intención deconcluir…

Cuando él ruega silencio para dar

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las gracias, las palabras apenas le salende la

boca. Una lágrima se le escapa yresbala tímida y solitaria por su mejilla.Me dan

unas ganas terribles de subir ahí, conél, y abrazarle fuerte para infundirle elánimo que necesita para acabar de decirlo que quiera que sea que tiene quedecir.

—Gracias, Diane —comienza—,por tu valentía y tu compromiso, porquesé que

esto es algo que sale de tu propiabondad y de tu propio amor por estaprofesión y

este género. Gracias a todos losinvolucrados en esta decisión, que no

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voy a negarque me ha llegado al alma. Y gracias

a vosotros, al resto de autores, autoras,editores, periodistas, blogueros,lectores… gracias por creer en mí, entodos nosotros, y hacer de la escrituraalgo tan maravilloso y que nos llenatanto. Gracias.

Vuelve el aplauso ensordecedor y mipadre baja de la palestra. Todos le

recibimos con abrazos, lágrimas yfelicitaciones, y no solo en nuestra mesa,mucha

más gente se acerca a desearle lomejor y darle la enhorabuena. Se repitecontinuamente el mismo alegato − Te lomereces. Ya era hora− y todo el mundoquiere participar de su alegría.

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La verdad es que esto le hacíamucha falta a mi padre y, sobre todo, lehacía falta

que todos estuviéramos aquí para sersus testigos y recordarle que sí, que todoesto

ha sido real.Después de un par de horas de baile

muy animadas en la discoteca del hotel,a donde se traslada la fiesta tras la cenay la entrega de premios, llega elmomento de despedirnos del Plaza ysolicitamos la limusina de nuevo paravolver a casa. Para nuestro disgusto, hacomenzado a llover, y no suaveprecisamente. La nieve hubiera sido másnormal en esta época del año, perotenemos lluvia y contra eso no se puede

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luchar.Para evitar que nos mojemos, un

ujier de la puerta nos acompaña, uno auno, al

interior del vehículo. Una vezdentro, mi padre sigue con tal subidónde felicidad que no deja que la fiestadecaiga. Así que le pide al chófer que,por favor, ponga algo cañero −sí,palabras textuales de mi padre en plenocolocón post-RITA− y que lo ponga atodo volumen.

Casi dio gracias al cielo porhabernos enviado lluvia a estas horas,ya que es lo

único que evita que mi padre abra laventana del techo y se ponga de pie, conmedio

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cuerpo fuera, a bailar y cantar a vozen grito, cuando los primeros acordes deUprisin g, de Muse comienzan aescucharse altísimo en toda la zonadestinada a los pasajeros.

Tiene tanta adrenalina fluyéndolepor el cuerpo, que a los demás, a todos,nos cuesta horrores seguirle el ritmo. Noen vano, son las dos de la madrugada, yestamos agotados después de tantasemociones.

La limusina toma un desvío paraacercarme al Greenwich Village, antesde tomar

el camino a Staten Islandatravesando Brooklyn. Llueve con unaintensidad

considerable y no veo manera de

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llegar a casa sin calarme hasta loshuesos, así que,

a ritmo de Muse me voymentalizando de que ese es mi destino:empapar este espectacular vestido queme ha costado los ahorros de medio año.

Cuando la limusina aparca, medespido de mi familia con grandesabrazos y

besos, al fiel estilo Blake-Milton yprometo ir el día de Nochebuena pronto,para ayudar con la cena. Es mejor así,que se lo crean; por las malas, es muchopeor.

Antes de bajar, permanezco un ratocon la puerta semi-abierta, buscando elvalor

para salir al diluvio universal que se

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ha apoderado de mi tranquila calle deManhattan. Hacía años que no veíallover así en pleno invierno.

Reúno el valor suficiente aupada porlos gritos de mi familia, algunos de loscuales van bastante pasados dechampán, y me lanzo a la tempestad sinmás contemplaciones.

Cuando llego a la puerta deledificio, me maldigo por no haberprevisto antes lo

que cuesta sacar las llaves de midiminuto bolso y me empapo del todomientras las

busco. La limusina parte y se llevasu estruendo con ella. Solo deseo que laseñora

Martinelli no se haya despertado o

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mi próximo encuentro con ella será detodo menos agradable.

De pronto, noto cómo algo se muevea mi izquierda, una presencia que me

acecha. El pánico me inunda porcompleto. Me quedo absolutamenteparalizada bajo

la lluvia, sin saber muy bien quéhacer.

—Miriam… —susurra una voz, y yome giro para encontrarme con los ojos

vacíos y el semblante desencajadode Patrick, calado por completo.

—¿Qué…? —no soy capaz deacabar la pregunta porque en mi cuerpose

disparan todas las alarmas.—Declan se ha ido.

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Capítulo 17

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Dead Inside

Abro y cierro los ojos un par deveces antes de asimilar sus palabras,que, de repente, se convierten en agujaspunzantes clavándose en mi piel ydejándome sin respiración. Me estoyempapando y no me importa, porque nopuedo moverme. Ni quiero hacerlo.

Declan se ha ido.—No…No, porque no puede ser, porque le

he visto hace apenas unas horas, porquele he

besado, porque le he hecho una

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promesa. No, porque tiene treinta y dosaños, y va a

conocer a la mujer de su vida, unaque no sea yo, una que sí pueda hacerlefeliz. No,

porque va a volver a sus clases y atocar la batería con Letters from Sligo.No, porque me quedan cosas pordecirle, abrazos que darle y secretos querevelarle.

Declan no puede haberse ido tanpronto porque me quedan muchas cosaspendientes

con él, y eso no soy capaz deasumirlo sin enfadarme con el mundo.

Declan se ha ido.Patrick me mira devastado, con la

negrura del abismo bailando en sus

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hermososojos azules. La lluvia ha empapado

toda su ropa y su pelo, y enormes gotasde agua

le caen por el rostro sin que parezcaimportarle. Es como si dentro de élhabitara una persona muerta, como si élse hubiera ido con Declan, para no dejarque su hermano hiciera el viaje solo.

Declan se ha ido.Dejo que la lluvia me empape a

conciencia, buscando acaso que mealivie y me

libere de la carga de mi pecho.Me debato entre correr lejos de allí

o abrazarme a Patrick y no soltarlojamás,

darle el consuelo que a mí también

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me hace falta. Nos miramos un instante,reflejando el fin del mundo que habita ennuestros pechos y, mientras sus palabrasresuenan una y otra vez en mi cabeza,mientras esas cuatro palabras horriblesy que

solo deseo negar y apartar de mí seapoderan de todo, nos acercamos, nos

evaluamos y, sin que medien muchosmás pensamientos, nos lanzamos uno ala boca del otro.

Es una buena terapia. Responder asus besos ansiosos, mojados por lalluvia que

cae incesante, mientras se me olvidaque Declan no está, que se ha muerto,que ya

no lo voy a ver más... es algo que

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nos sale de manera natural. Brutal yprimaria.

Nos abrazamos con furia y nosdevoramos como si el enemigo fuera elotro y

tratáramos de vencerlo por la fuerza.Se me olvida respirar y hasta tengo que

pararme a mí misma para nomorderle con fuerza esos labios que mebesan, me chupan y me intentan comercon una pasión hasta entoncesdesconocida en mi vida.

Lo aparto un segundo y cojo misllaves, abro la puerta y lo meto dentro,con ímpetu, y él se deja llevar, sinsepararse de mi cuerpo. Subimos laescalera rápido, pero sin soltarnos, sindejar de besarnos con salvaje devoción.

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Me acaricia, me tocapor todas partes, incapaz de apartar

de mí sus ganas y su desesperación.Cuando entramos en casa, lo

hacemos en tromba, no me importa queDiana esté

en casa, no me importan los vecinos,ni la hora que es. Solo me importa él,calmando el dolor, acallando las voces,remediando el vacío que se ha instaladoen mi interior.

Cierro la puerta de mi habitacióntras nosotros, sin soltarnos aún. Le quitola cazadora empapada y él me arranca elchaquetón de fiesta chorreante. El restode las prendas caladas por esa lluviaque golpea con furia el cristal de laventana, va detrás. En un instante no nos

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queda nada salvo la piel y las ganas.Me recorre entera con un anhelo

suplicante que me enciende aún más. Eldeseo

dormido de todas estas semanas estápresente en esta habitación, ahora. YPatrick sabe perfectamente que estanoche todo se va a hacer realidad,aunque quizá no por las razonesadecuadas.

Sus caricias consiguen llevarme a unéxtasis doloroso y tan placentero almismo

tiempo, que no soy capaz de ahogarmis súplicas de que no pare, de que sigatocando mi piel, toda entera, sin dejarseun centímetro de mí sin devorar.

Mi boca lo besa, lo chupa, le dibuja

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el contorno entero, y el hambre no hacesino

aumentar. Él se ensaña con mispechos, mis caderas, con la parte internade mis muslos… y cuando ya no puedomás, me tumba bruscamente bajo él ydeja que su furia se una a la mía con unapotente embestida que llena, de pronto,ese horrible vacío que sus palabras mehan provocado. Sus embestidas hacenque olvide, que solo sea de este lugar yde este momento, que sea solo suya. Yuna felicidad extraña me recorre enteray me hace eterna. Siento cómo cabalgaen mí, cómo me usa de escudo y espadapara combatir a esos demonios con losque se ha empeñado en luchar. Y yo ledejo, porque necesito apagar su dolor

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para no sentir el mío.Su ritmo se vuelve salvaje y yo

alcanzo la gloria justo cuando mi cuerpodecide

que ya no puede soportar más tantaintensidad. Las embestidas de placer meinundan

y sé que jamás volveré a sentir nadaparecido en toda mi existencia. Que estaunión

ha sido tan única y especial que nosha convertido en dos seresabsolutamente sobrenaturales. Patrickalcanza su clímax apenas unos segundosdespués y deja caer el peso de su cuerposobre el mío, mientras, ahora sí, lasprimeras lágrimas le alcanzan y lo pillanpor sorpresa.

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Yo, incapaz de llorar por algunaextraña razón, lo acojo en mis brazos,que han

pasado de ser tormenta a paraíso decalma, el lugar donde el consuelocambia de

tercio y se apacigua.Patrick se descarga de negrura.

Llora lágrimas diminutas, cargadas detodas las

cosas que ha dejado de decir, hacero prometer, pero también llora por laculpa que

siente en su pecho herido. Esa culpaque le dice que, por fin, es libre paravivir una vida que siempre se ha negadopor Declan, por protegerle, porquererle, por sostenerle.

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Poco a poco lo llora todo, y sucuerpo, finalmente, se relaja y caerendido sin abandonar mi regazo. Yo nodejo de acariciarle el pelo húmedo, detocarle con mimo para ayudarle amantener ese sueño que tanto necesitaahora mismo. Yo también estoyterriblemente cansada, pero, por algunarazón, no puedo dejar de pensar enDeclan, en esta misma tarde, cuando medijo que me quería y yo le respondí deigual modo. Y creo que lo sabía. Megolpea la certeza de que Declan, hoymismo, sabía que su tiempo se acababa.

Quiero creer que se ha ido en paz yque, en estas últimas semanas, ha

experimentado cosas que habíaolvidado hacía tiempo. Cosas como

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amigos,familia, celebraciones, charlas locas

con una persona que, de repente, se colóen su

vida y la puso un poco patas arriba.Creo que Declan ha sido feliz, a sumanera, en

estos últimos días, y eso deja entrarun poco de luz en la oscuridad que sumarcha

ha causado en mi interior.Finalmente me duermo también, pero

a diferencia de Patrick, mi sueño notranscurre en paz. Me despierto

sobresaltada en varias ocasiones,atenazada por la

certeza absoluta de que Declan ya noestá, algo difícil de asimilar.

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La mañana nos encuentra dormidos,aún uno en brazos del otro, entrelazados

para darnos calor y consuelo,incluso en el sueño.

Nos despertamos en silencio, casi ala vez, y ninguno de los dos osa moverseni

un centímetro, incapaces de romperesta magia extraña que nos tieneencadenados.

Noto su respiración lenta, muchomás calmada que la de anoche, y sucuerpo, cálido

y cómodo, aferrado al mío conconvicción y ternura. Creo que podríapasarme así

el resto de mi vida.—Buenos días —susurro junto a su

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oído.—Buenos días —repite él con voz

ronca.—¿Quieres desayunar?—No tengo hambre.—Yo tampoco, pero tenemos que

comer. Te esperan días muy duros,Patrick.

Se incorpora un poco y me mira alos ojos. Son los ojos de alguien que hadecidido no sentir la vida, y mi corazónse encoje un poquito más, como si lapérdida de Declan no fuera suficiente.No quiero ni pensar en que Patrick seoscurezca, se olvide de otras cosasimportantes, se vaya lejos de mí…

Le acaricio el pelo con cariño,mientras trato de infundirle un ánimo que

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sé queahora mismo necesita. Me mira

agradecido, aunque la negrura de susojos no desaparece.

—Siento lo de anoche, Miriam.—¿Lo sientes? —pregunto con un

hilo de voz, sin aire apenas en lospulmones

por sus palabras.—Siento haberte abordado así, no

sabía a dónde ir. Lo demás… no, eso nolo siento.

—Menos mal —dejo escapar el airealiviada—. No sé si fue la mejor idea,pero

tampoco quiero que te arrepientas.—Fue la mejor idea. Al menos he

conseguido dormir. ¿No sentiste tú cómo

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se apagaba el dolor?No sé si de verdad le gustó nuestro

increíble encuentro sexual porque leayudó a

apagar el interruptor de ese dolorinmenso que Declan ha dejado con sumarcha, o

porque, como yo siento, fue una delas experiencias más impresionantes detoda mi

vida. Mi silencio delata mis dudas alrespecto, y él se incorpora aún más y metoma

la cara por el mentón, obligándome amirarlo directamente.

—Miriam, estoy loco por ti desdeque te subiste a mi taxi la primera vez.Anoche

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no podría haber estado en mejorcompañía y no sabes lo que te agradezcoque sientas lo mismo, al menos conrespecto a mi hermano. No memalinterpretes, de verdad… estabadonde quería estar, con quien deseabaestar.

Mi corazón da un brinco de alegríaal oírle decir lo que llevo tantassemanas deseando, y me abrazo a élmientras en mi pecho estallan fuegosartificiales. Luego, como animadosambos por su confesión, rompemos elabrazo, poco a poco, y nos

buscamos con los labios. No es unbeso como ninguno de los de anoche. Nohay urgencia, no hay rabia, nidesesperación. Pero sí hay dolor, y

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pena, y un deseo mutuo de no quererpasar por esto, de no querer estar aquípor los motivos que nos han juntado.

Sus manos me acarician el pelo y lasmías le atraen más hacia mí. Quiero queeste beso sea el inicio de algo, que,desde aquí, con ganas, cariño y fuerzamutua, construyamos algo. Algo que nosayude a superar las cosas malas, avencer los obstáculos, a recordar aDeclan con una sonrisa en los labios y ano dejarnos derrotar a las primeras decambio.

Nos separamos con una tiernasonrisa en nuestros rostros. La primerasonrisa tras un acontecimiento tristesiempre es la que más cuesta, y mealegra haber sido capaz de sacársela.

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Me incorporo y me acerco a miescritorio, donde enciendo el iPod ypongo

música suave de fondo. Le doy unbeso, rozando apenas sus labios, y leindico dónde está el baño para que sevaya dando una ducha. Nuestras ropasestán tiradas por toda la habitación, ylas suyas están bastante mojadas. Laspongo en la secadora

y me voy a la cocina a preparar esedesayuno revitalizante que, ahoramismo, es lo que más nos hace falta.

Estoy dentro de una espiral desensaciones y sentimientos que soyincapaz de definir, por más que lointente. La devastación interior por lamuerte de Declan está íntimamente

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ligada a esta emoción creciente queocupa Patrick, su presencia en mi

casa en busca de consuelo, suvulnerabilidad, su necesidad de unaclase de amor que

compense el cariño incondicionalque acaba de perder… tiene un largocamino por

recorrer, hasta que asuma que yanadie depende de él del modo en que suhermano

lo hacía, hasta que se dé cuenta deque ahora debe luchar por él, solo paraél. Y no

va a ser sencillo. Por eso me gustatanto tenerlo ahí, al alcance de mi mano,donde

puedo ver si necesita alguna clase de

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ayuda, más sutil o totalmente directa.Patrick no es una persona fácil. De

eso estoy absolutamente convencida. Poreso

tengo miedo, a la vez que lasesperanzas se están haciendo con todas ycada una de

las células de mi cuerpo. Dios mío,tengo tanta vida interior ahora mismo,que podría estallar en mil pedazos encualquier momento.

Cuando ya tengo preparados loscafés, los zumos, y unas tostadas en lamesa, Patrick sale del baño cubierto,únicamente, por una toalla que deja aldescubierto su cuerpo fino, pero fibroso,y yo me acuerdo de la noche quetuvimos y me ruborizo.

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Ahora me entra la vergüenza delantede él… ¡Dios mío, ni que fuera elprimer hombre que se da una ducha enmi casa! ¡Ni que fuera el primero con elque tengo una experiencia sexualatropellada!

Me sonríe él también con algo detimidez, aunque supongo que lo suyo espor estar así de poco presentable ycarecer de nada mejor que ponerse, y yome hago la promesa de hacerle sentirtodo lo cómodo que pueda. Hoy quieroponérselo todo fácil, que no sienta lastrabas de la vida, al menos no entre lascuatro paredes de mi humildeapartamento.

—Dime que vives sola —dicecortado mientras le señalo la mesa y le

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invito a tomar asiento.—Pues siento decirte que no, pero

mi compañera es escurridiza. Es másque

probable que no la viéramos, aunquenos quedásemos aquí toda la semana.

No se tranquiliza del todo, así queesbozo una sonrisa que trata deinfundirle confianza. Le paso lamermelada y él se prepara tres tostadasenormes. Menos mal que no teníahambre, bromeo interiormente.

—Patrick… —le digo tras una pausaen la que ambos tomamos nuestros

desayunos en silencio—. ¿Qué pasó?Me refiero a… Declan.

Durante un instante se quedaparalizado, como si alguien le hubiera

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dado al botón de pausa. Pero pronto serecompone y me mira con intensidad.Creo que hasta agradece que le hayahecho esa pregunta.

—Tuvo suerte. Fue un fallocardiorespiratorio —responde despacio,sin ninguna

inflexión en la voz.—¿Suerte? —pregunto horrorizada.—Sí, Miriam, mucha suerte —repite

dejando su tostada en el plato paramirarme

muy serio—. Según su cuadromédico, era más que probable quetuviera una

infección grave, sangrados internos,fallo multiorgánico… pero solo dejo de

respirar y se murió. Su corazón se

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rindió a la vez. No sufrió, la agonía noduró horas o días. No duró una malditasemana. Mucha suerte.

Me quedo callada, muda, quietacomo una estatua. No sé si alegrarmepor esa muerte dulce o gritarle queninguna muerte, por placentera que sea,puede ser considera una suerte. Suertehubiera sido que la médula de Patrickhubiera servido, lo más normal delmundo, siendo gemelos. Suerte hubierasido que, de no haber tenidocompatibilidad con su hermano, en algúnlugar del mundo, con otra persona, sí lahubiera tenido. Suerte hubiera sido quela Clínica Mayo lo hubiera considerado

apto para su estudio y haberleregalado esperanza y oportunidad…

Page 889: Juntos somos invencibles

pero como no quiero discutir niimportunar a Patrick en su dolor, mequedo callada, estática y no se meocurre nada que decir que seamedianamente constructivo después desus palabras.

—Fui a verle a las ocho, porquejusto el turno se me alargó con un viaje aPhiladelphia. Podría haber llegado averle antes. Quizá incluso podría haberestado con él. Pero justo el destino meregaló un estúpido viaje a Philadelphiaque, incluso, me pareció genial cuandosurgió la oportunidad.

—¿A qué hora fue? —le preguntocon un nudo horrible que ata mi gargantay me

atenaza el corazón.

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—Creen que ocurrió en algúnmomento entre las siete y las siete ymedia.

Cierro los ojos y, sin apenas darmecuenta, dejo derramar todas las lágrimasque, hasta ahora, se habían negado aacudir a mis ojos. Él sabía que se estabamuriendo. Lo sabía y se despidió de mícuando fui a verle. Se me parte elcorazón, más aún al saber que no pudoesperar por Patrick, que ese viajeinesperado le robó

la posibilidad de despedirse tambiénde él. Seguramente aguantó todo lo quepudo,

pero ese encuentro no sucedió… quétristeza me provoca… qué sentimientode

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protección hacia el desvalidoPatrick…

Él me mira sin saber cómointerpretar mis lágrimas y sé que, siquiero que no se

abra un abismo entre nosotros, debocontárselo.

—Patrick —comienzo con cautela—. Yo estuve con él hasta las siete ydiez.

Ahora es él quien se quedaparalizado y no sabe qué decir. Supongoque todo esto es demasiado dolorosopara tratarlo justo hoy, pero no quieroque piense que deseo ocultarle cosas.

—Fui a verle por la tarde. Iba contiempo antes de la gala de premios de mipadre

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y preferí enseñarle el vestido enpersona en lugar de a través de unafotografía.

Sentí esa necesidad… no sé, igualera el propio Declan, llamándome.Seguro que a ti te pasó algo parecido —le miro con anhelo, pero su rostro nomuestra ningún signo de reconocimientoen mi historia—. Estaba dormido. Sedespertó tras un rato y…

—¿Y?—Y me dijo que me quería —

susurro—. Y yo me di cuenta, tarde,pero con una

certeza que incluso dolía, que yotambién le quería a él.

Lloro más y más, y debo levantarmede la mesa y alejarme de él, que de

Page 893: Juntos somos invencibles

prontome parece incapaz de tolerar mis

palabras y hasta mi presencia.Voy hasta mi habitación, donde la

música del iPod sigue reproduciéndose.Suenan los primeros acordes de

Dead inside, de Muse, y casi sientoganas de reír por lo acertado del tema.Porque estoy como muerta ycauterizada… apenas me puedo mover ytengo que tumbarme en mi camadesecha, la misma cama que anoche fuetestigo de la mayor pasión de toda mivida.

Oigo a Patrick recoger losdesayunos y sacar su ropa de lasecadora. Pasado un

minuto, entra en la habitación y se

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sienta en la cama, cerca de mí. Llevapuestos sus

pantalones vaqueros, sin la camiseta,que lleva en su mano.

Me acaricia el pelo y, con sus dedosfirmes y cálidos, me limpia las lágrimasque

resbalan por mi cara congestionada.—Creo que la única que no sabía

que le querías, eras tú misma —susurracon una pena infinita en sus palabras.

Me quedo tan quieta que hasta creoque me salto un latido o dos. ¿Es esocierto?

¿Me he negado tanto missentimientos por Declan que hasta los heequivocado?

¿Tan evidente era para todos lo que

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permanecía oculto para mí? ¿Hubieracambiado

algo con respecto a Declan que élhubiera sabido antes que yo también leamaba?

¿Significa eso que no quiero aPatrick del mismo modo o que esposible que mi corazón estuvieradividido justo por la mitad por ellosdos?

Porque Declan y Patrick son tanopuestos como la noche y el día y, sinembargo,

tan dolorosamente parecidos entantas cosas que es imposible noconfundirlos. Creo

que mi hombre ideal, de existir,hubiera sido el que resultara de la unión

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en uno deesos dos hombres separados en

cuerpos idénticos. La dulzura de Declan,su sentido

del humor, su inteligencia… todocombinado con la pasión de Patrick, sucapacidad

de lucha, su entrega total.—Patrick, soy una persona horrible

—lloriqueo como una niña pequeña enbusca de consuelo.—Eres una mujer increíble que ha

amado con su enorme corazón a unapersona

que lo necesitaba más que lasmedicinas o los cuidados médicos. Lehas regalado esperanza, risas, compañíay un amor sin condiciones. Y a mí me

Page 897: Juntos somos invencibles

has dado también regalos como no teimaginas: me has ayudado con él, me haspermitido relajarme

porque sabía que, contigo, estabatodo bajo control. Me has sacadosonrisas en esos momentos de enfado enlos que nadie se hubiera molestadosiquiera en seguir a mi lado. Has sacadotiempo para hacerte pasar por judía,subirte a un escenario, retarme a losdardos, acogerme en tu casa paraAcción de Gracias, querer a mihermano… quererme incluso a mí…

Asimilo sus preciosas palabras queme sacan una sonrisa y que, quizá,sirvan para quitarme la carga que sientosobre mis hombros con respecto a estetriángulo que ni siquiera sabía que

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existía, el que todos veían salvo yo.Se inclina para besarme y yo le

recibo con todo el calor que me hacesentir. Se

recrea en mis labios, me besa consuavidad, pero también con ese punto depasión

que ya demostró anoche que tiene encada célula de su ser. Me incorpora condecisión y me sienta a horcajadasencima de él, lo que me hace perder lacabeza en un instante.

El deseo me inunda de pronto y dejode pensar con racionalidad. Porque lode anoche hasta se puede justificar, pero¿qué hacemos ahora si Declan apenas seacaba de ir? ¿Por qué no estamosllorando? ¿Por qué no estamos

Page 899: Juntos somos invencibles

disponiendo su funeral opreparándonos para recibir las

condolencias?No sé por qué no hacemos nada de

eso y, sin embargo, nos besamos, nostocamos y recorremos nuestros

cuerpos con unas ganas que son lo únicoque

importa ahora mismo.Me sube la camiseta y me la quita,

dejando mis pechos al descubierto, encontacto directo con su propia piel.

Su calor y el mío se unen y saltan unaschispas

que solo pueden presagiar otraexperiencia digna de ser recordada.

Me chupa entera, me abre como unaflor ante el sol radiante de la primavera,

Page 900: Juntos somos invencibles

ycuando entra en mí y me llena de

toda su plenitud, doy gracias a losdioses por haber puesto a este hombreen mi camino y por hacer que consigasacar lo mejor de mí.

Soy yo la que domino la situaciónesta vez, sentada sobre él, mandando y

controlando su placer y el mío. Alprincipio, la lentitud lo exaspera, lovuelve loco

y trata de ganarme la posición. Perono le dejo, me mantengo fuerte y subo laintensidad muy poco a poco, cosa que éldisfruta y alarga, imbuido por unarrebato delicioso que trata decompartir conmigo.

Cuando el ritmo se hace tan frenético

Page 901: Juntos somos invencibles

que cuesta pensar que pueda ir a más,noto

las primeras oleadas de éxtasis queme recorren entera y me hacen gemir,

absolutamente entregada al goce desentirle conmigo. Y él llega justo en esemomento, acompañándome,estremeciéndose bajo mi cuerpo.

Nunca antes había experimentadoeste tipo de intenso placer, y ya no lepuedo echar la culpa al clamor delmomento, porque ahora no hemos vividoel tormento y la pasión liberadora y sincontrol de anoche. Ha sido máscalmado, más tierno, más

profundo y más lleno. Ha sidoperfecto.

Nos quedamos quietos una

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eternidad, abrazados, yo encima de él yél dentro de

mí, incapaces de movernos y dehablar por miedo a perder este halo deenergía tan

poderosa que nos envuelve.Vuelve a besarme, lentamente, con

paciencia, explorando mi boca entera yacariciando mi espalda desnuda. Un

escalofrío me recorre y tengo quecontenerme,

no sin cierta dificultad, para noponerme a llorar de nuevo, esta vez defelicidad pura.

Es de locos, yo misma creo que heperdido la cabeza, pero he tenido lacerteza

de sentir a Declan en nuestra total

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comunión de cuerpos y almas. Como siél hubiera

hecho el amor con nosotros y noshubiéramos fundido, los tres, en una solapersona. La sensación apenas ha duradoun instante, pero sé, con claridadmeridiana, que se va a quedar dentro demi cuerpo mientras viva.

El sonido del teléfono nos saca deese estado detenido en el que estamos, ydejo

que salga de mí con una sensaciónde vacío que me inunda. Me acerco acoger mi

móvil y veo que es mi hermanoKevin. Miro la hora. Son las diez de lamañana y

maldigo por lo bajo el haberme

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olvidado de avisarle de que no iría atrabajar.

—Miriam, no te lo voy a perdonajamás —se queja nada más descolgar—.Me

hiciste prometer que, llegáramos acasa a la hora que llegáramos, hoyíbamos a aparecer puntuales a trabajar.

Es cierto, se lo hice prometeranoche, entre copa y copa, cuandoestábamos dándolo todo en la pista debaile de la discoteca del hotel, despuésde la entrega de premios.

—Kevin, perdona por no avisarte,pero me ha surgido algo —digointentando

impregnar mi voz de seriedad paraque vea que voy en serio.

Page 905: Juntos somos invencibles

—Sí, claro, ya sé lo que te hapasado. Se llama resaca, y yo también latengo.

Pero me he levantado a tiempo, mehe dado una buena ducha, me he tomadoun par

de A lka-Seltzer y he traído mi culohasta mi silla, en la oficina.

Parece que no ha pillado laformalidad de mi tono al expresarme,pero tampoco

quiero hablar delante de Patrick, asíque salgo de la habitación, después dehacerle

una seña, y cierro la puerta tras demí.

—Mira, Miriam, me tragué todo tudiscursito de anoche sobre ser

Page 906: Juntos somos invencibles

responsables,y adultos y toda esa mierda. Si

tenemos la fecha de entrega con los deColeman and

Asociated Publishing, ¿por qué noestás aquí, joder?

—Porque ayer por la tarde, justodespués de irme de su habitación,Declan

Feehily se murió. Por eso mismo —le suelto enfadada y dolida con suspalabras, que me presentan como unairresponsable que le ha amargado el díasin razón.

Se queda mudo al otro lado de lalínea. Y no es para menos. He sidodirecta y cortante y él se ha quedado depiedra al escucharme. Seguro que ahora

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se siente un miserable y un insensible y,durante un segundo, no me importa quelo sienta. Pero es mi hermano y, sinmanejar esta información, es normal quese enfade conmigo por obligarle a ir atrabajar tras pasar una noche de juergajuntos, y yo quedarme en

casa, sin avisar.—Joder, Miriam… lo siento.

Tendrías que haberme dicho algo, ohaberme

parado los pies antes de ponerme tanborde…

—No pasa nada, Kevin. No te heparado antes porque no estoy sola.Patrick está

aquí y no quería hablar delante de él.—¿Está ahí contigo? ¿Y cómo está?

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Joder, vaya palo… —se solidariza mihermano compungido.—Imagínate… encima no se

pudieron despedir. Bueno, ya te contaré.Ahora

discúlpame con Narek, y no osolvidéis de supervisar lo último queañadimos al proyecto. Si saco un hueco,espero acercarme luego y lo ajustamostodo para dejarlo listo, ¿vale?

Me despido de mi hermano y vuelvoa la habitación, donde veo que Patrickya tiene puesta su ropa y repasa coninterés mi zona de trabajo. De pronto,algo que hasta ahora no se me habíaocurrido, salta como una alarma en mimente. En mi mesa de trabajo están laspartituras de su canción, los arreglos,

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todo… y por si mi estado de nervios nose hubiera disparado hasta un límite casiinhumano, de repente,

en la sesión aleatoria de mi iPod,comienza a sonar la canción… concambios. La

versión que he retocado ypresentado a la emisora en su nombre.

Poco a poco, con una lentitudexasperante, Patrick se gira hacia mí,que lo espero

con cara de Tierra, trágame, y soloacierto a encogerme de hombros. Susojos muestran una confusiónabsolutamente comprensible y mesuplica una explicación sin necesidad deabrir la boca.

—Yo… yo… —comienzo, pero las

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palabras no acuden a mi cabeza y no soycapaz de verbalizar una explicación

plausible.Y mira que llevo semanas ensayando

este momento. El momento en el que leconfieso que, saltándose su negativa

a recibir mi ayuda en este caso concreto,y en

complicidad con su hermano que,ahora resulta estar muerto y no puederespaldar

mis palabras, conseguí su canción yla retoqué para enviarla a un señor, quees el

encargado de hacer que él y su grupola toquen en un escenario gigante, en unode

los conciertos más multitudinarios

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que vivirá la ciudad de Nueva York endécadas.

Es normal que no me salgan laspalabras… ¿no?

—Miriam, ¿qué significa esto?—Me alegra que me hagas esa

pregunta —miento descaradamente,mientras

intento poner mi cara de niña buenay mi cara de pena al mismo tiempo.

—¿Y bien? —vuelve a insistir, unpoco más enfadado con cada segundoque pasa

sin obtener respuestas.—Verás, yo… —comienzo

lentamente—. Tienes que entender quelo hice, bueno, lo hicimos, por ti.Pensando en ti, en que estabas

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bloqueado y que yo estabaabsolutamente convencida de que eracapaz de ver lo que tú no podías. Debescreerme que solo lo hice para ayudarte yque los chicos…

—¿Los chicos? ¿A qué te refierescon los chicos? — Dioses, sí que estáenfadado.

Necesito resolver esto sin que se mevaya de las manos.

—Los chicos, Declan y el resto deLetters from Sligo.

—¿Todos lo saben y te han ayudado?—Todos te quieren y pensaron que

era lo mejor…—Lo mejor ¿para quién, Miriam? —

me pregunta con rabia y siento que, concada segundo que pasa, Patrick está

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más lejos de mí.—Lo mejor para ti, para el grupo…—No, no me mientas. Necesitabas

quedar por encima, rescatarme otra vez,volver a ayudarme para

demostrarme lo útil que eres. Pero teequivocas. No te necesito para esto, nonecesito a nadie para nada —suelta conuna rabia que hasta le hace temblar yque me hiela la sangre—. Vete alinfierno, Miriam.

Y diciendo esto, coge el resto de suscosas y sale de mi casa, dando unportazo

que se me clava en el alma. Hemetido la pata, hasta el fondo. Primeropor hacer algo a sus espaldas, pero,sobre todo, por no saber hacerle

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entender que ni había mala intención, nimalicia, ni ganas de hacerle daño. Yosolo quería ayudarle y que tuviera algobueno que presentar a la emisora. Perosus palabras me han dejado claro que élpiensa todo lo contrario, que solo soyuna egoísta con ganas de ganármelo abase de favores y poses falsas.

Ahora mismo, me siento vacía pordentro y, lo peor de todo, es que mimejor amigo, ese con el que compartiríaesta y todas mis penas, me acaba dedejar sola en este mundo sin másopciones que llorar hasta que me duelanlos ojos.

Capítulo 18

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Invincible

A las 13.00 horas del jueves 24 dediciembre, víspera de Navidad, unmensajero sale

de nuestra ruinosa oficina en laDécima Avenida, con un voluminososobre que contiene todo nuestroproyecto para Coleman and AsociatedPublishing, rozando el límite de tiempoestablecido por su director.

No sé lo que nos deparará nuestroinmediato futuro profesional, pero sí séque

hemos trabajado en equipo, con

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mucha dedicación y, lo que todoscreemos, con un

proyecto muy sólido que presentar alcliente.

Si Saul Coleman y su Consejo deAdministración se deciden por nosotros,

LemurApps se convertirá en unaempresa real, solvente, con nombre yproyección.

Pero, sobre todo, confirmará elsueño loco de tres aventureros que seembarcaron

en esto hace apenas unos meses yque, poniendo mucha ilusión, ganas yesfuerzo, ha

conseguido sobresalir. Si SaulColeman y su Consejo deAdministración no se convencen con

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nuestra propuesta, no será el fin delmundo, pero sí tendremos que remar conmás fuerza de cara al año que estamos apunto de empezar, y seguir nuestrosproyectos pequeñitos, que, al fin y alcabo, esos también nos dan de comer.

Cuando el mensajero sale por lapuerta, Narek, Kevin y yo respiramoscon alivio

y sentimos que nos hemos desechode una carga muy pesada y que nos teníacomo

encadenados. Somos libres paracelebrar las fiestas navideñas condespreocupación,

al menos laboral, porque a mí la quetiene que ver con Patrick no se me va ni,aunque me tome un paquete de tilas.

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El martes fue el funeral de Declan yfue devastador. Tuvo lugar en unapequeña

parroquia católica de Long Island, lade San Francisco de Asís, un lugarrecogido,

de madera oscura, con las vigasvistas y un cristo crucificado suspendidosobre el

altar. Los católicos en esta parte deNueva York no son tan exigentes comolos del

centro, que se mueren por iglesias depiedra y mucho esplendor, olvidándose,quizá, de lo que realmente importa.

La pequeña parroquia elegida parael último adiós de Declan se parecíamucho a

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él: discreta pero acogedora, cálida yhermosa. La llenaba gente que noconocía en

absoluto, vecinos, antiguos alumnosy compañeros de docencia de CornellTech. Y

también los chicos del grupo, yRegie… y Patrick. Sentado al principiode la iglesia, cerca del ataúd en cuyointerior yacía Declan. Los habíaneducado para enterrar a sus muertos, asíque ahí estaba, de cuerpo presente,llenando una iglesia pequeña con suenorme y oscura presencia.

Me acompañaban todos, porqueninguno quiso quedarse en casa, aunqueArthur

había tenido que hacerlo porque se

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preveía que llegaran los niños esamisma tarde.

Mis padres, Judy, Kevin y Jo merodeaban, me cogían de la mano y meconsolaban,

como si a Declan lo hubiese perdidoyo por encima de toda esa gente. Dealgún modo, así lo sentía, que éramosPatrick y yo los damnificados por lapérdida del hombre que estábamos apunto de despedir.

Todos nos quedamos al fondo, yahabría tiempo de ofrecer nuestras

condolencias en el cementerio, alque también pensábamos acudir. Alpoco de llegar, cuando ya ocupábamosnuestros asientos en la penúltima fila dela recogida iglesia, dio comienzo la

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ceremonia, corta, sencilla ytremendamente emotiva. Cian

y Shane, como los amigos másantiguos de Declan, subieron a dedicarleunas palabras, y yo sentí que mi deberera haberlo hecho también, pero temíatanto la ira de Patrick por entrometerme,que me quedé donde estaba, esperandoel final.

Después de la misa funeral, nosdesplazamos hasta el Cementerio deNew

Calvary, en el corazón de Queens,donde descansarían los restos deDeclan. En apenas quince minutospasamos las puertas del cementeriocatólico más importante de la ciudad ynos dirigimos a la sección en la que se

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produciría el sepelio.Fue triste, emotivo y breve. Tras

unas palabras del sacerdote, el ataúdcon los restos mortales de Declan seperdió en la oscuridad de la tierra y sumarcha ya fue del todo inexorable.Desde que traspasamos las puertas delcementerio, solo podía

pensar en lo mucho que me estabacostando mantener las lágrimas lejos demis ojos. Así que cuando el cuerpodesapareció para siempre tragado por lanegra tierra de este lugar que se loquedaría ya para siempre, no fui capazde seguir luchando

conmigo misma y todas las lágrimascontenidas se derramaron fuera de mí.

Mi familia quiso entonces acercarse

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a dar el pésame a Patrick, y yo me pusecon

ellos en la larga fila que se habíaformado para tal fin. Al llegar a sualtura, mi madre le abrazó con un afectomaternal que sé que Patrick agradeció enel alma.

También abrazó con cariño al restode mi familia, pero no hizo lo mismoconmigo.

A mí me miró con un velo de tristezapintado en los ojos, y distancia, muchadistancia mezclada con prudencia, comosi estuviera analizando si Declan iba aperdonarle que no le dejara darle miscondolencias.

Seguía enfadado, eso se veía a lalegua. Y yo, que no era capaz de

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imponerme como me gritaba el corazón,para hacerle espabilar y que no hicierade esto el drama que estaba siendo, melimité a susurrar unas palabras depésame y a pasar corriendo de su lado,con el pecho ardiéndome en llamas y losojos rojos e hinchados de llorar porDeclan y por él. Por nosotros.

Porque estos días he llorado mucho.Doy gracias a los dioses porque en laoficina teníamos todo el trabajo derepaso del proyecto para Saul Colemany así evité volverme loca, pero llevabaveinticuatro horas seguidas llorandointeriormente, con rachas considerablesde llanto exterior también. No solohabía

perdido a mi mejor amigo por culpa

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del cáncer, sino que el otro, la persona ala que tendría que estar ayudando asuperar esto, a la vez que él me dabaconsuelo a mí, ni siquiera me hablaba oera capaz de mirarme sin hacerlo através de la enorme decepción quesentía hacia mí.

Al abandonar el cementerio,abrazada por toda mi familia, que sabíade mi

drama doble, no pude evitar pensaren que con cada paso que me sacaba deallí, me

alejaba un poco más de Patrick, yera una separación que parecíadefinitiva. Aún me

lo parece y, con cada minuto quepasa, el sentimiento se acrecienta dentro

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de mi pecho.Hoy es Nochebuena, una de mis

fechas favoritas, pero este año no estoyde humor, ni para una reunión familiar,ni para aparentar que estoy bien cuando,por dentro, ni siquiera me soporto a mímisma.

Lo único bueno que trae el día dehoy es que, por fin, voy a conocer a misnuevos sobrinos. Arthur y Jo nos hanpedido paciencia con ellos, sobre todocon Olivia, porque aún se muestra muytímida, cerrada a los demás, incluidosellos dos.

Esperemos que la cena con másgente no les termine de asustar, yconsigamos, entre

todos, romper ese hermetismo de la

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niña.Llego a media tarde a la casa de mi

madre, donde reina el ambientenavideño como cada año. Siempre noshan gustado estas fechas, pero lo de mimadre ya es exagerado. Su casa es lamás decorada e iluminada de la zona,creo que es visible desde el espacio sinhacer mucho esfuerzo.

La tarde de preparativos, en los quemi cabeza trata de mantenerse ocupadamientras el corazón sigue llorando mispérdidas, da paso a una cena fastuosa,como cada año. Justo antes de sentarnosa la mesa llegan Jo y Arthur, que hantenido problemas con el bebé, al que nole han cogido aún los horarios.

Nada más entrar en el salón, Olivia,

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de seis años, se esconde tras las piernasde

Arthur, en un empeño vano de pasardesapercibida. Pero hoy es nuestrainvitada de

honor y no será posible lainvisibilidad. Lleva un vestido rojo,navideño y alegre,

de lana y manga larga, muy abrigado,perfecto para esta época del año. Supelo, negrísimo, está trenzado yenroscado a los lados de su cabeza, almás puro estilo de la Princesa Leia, quese note que todos en casa somos muyfrikis de Star Wars. Le falta un diente, loque le da a su cara un aspecto travieso ydivertido. Es oscura de piel, su tonocolor chocolate se ve terso y suave, y

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hace juego con sus ojos negros,intensos y preciosos.Me cae bien enseguida, y que nadie

me pregunté por qué. Pero siento algocon ella, una conexión o… qué se yo. Locierto es que, tras la timidez inicial,Olivia y yo acabamos siendo lasmejores amigas del mundo mundial y yasoy, oficialmente,

la más molona de todas las tíasinmediatas del planeta.

Owen es pequeñito. Tiene diezmeses, pero no abulta mucho. Es igualde oscuro

que su hermana y ríe muchísimo si lehaces pedorretas o cucamonas. A Jo lequeda genial el bebé en brazos, y se lave atenta y maternal siguiéndole

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mientras gatea o se incorpora conesfuerzo, agarrándose a sillas y muebles.

Jo tiene una luz en los ojos que hacíatiempo que no proyectaba. Sujeta aOwen

con un amor y una ternura que mellegan al corazón, y la abrazo concariño, con la

secreta convicción de que esto se leva a dar fenomenal.

Mis padres, los tres, miran a lospequeños con cara de no creerse deltodo la suerte que han tenido. La verdades que en una casa donde hay niños, laspenas lo parecen menos, y de eso puedodar fe yo, que he pasado toda la nochependiente de

la pequeña Olivia y me acuerdo

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menos de Patrick. Aunque es cierto que,del todo,

no se va de mi cabeza, y mepregunto, en más de una ocasión, dóndeestará en esta

noche tan especial y con quién laestará pasando. Mi madre le invitó avenir a casa

antes de despedirse en elcementerio, pero, claramente, hadeclinado su invitación,

supongo que para no verme.Esta noche la pasamos siempre en

casa de mi madre, me refiero a dormir ytodo.

Me gusta despertarme en mi antiguahabitación y despertarme por la mañanapara bajar, corriendo y en pijama, hasta

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el árbol de Navidad, y abrir los regalosen familia. Es un ritual al que jamásrenunciaré.

Cuando me despierto, animada porlas voces de mi madre y Olivia, corro

escaleras abajo, y veo que solo faltaKevin para completar el cuadro familiar.Le gritamos para que se una a nosotrosy, al poco baja él también, soñoliento ycon el pelo revuelto.

La algarabía que se monta alpasarnos todos los regalos y abrirlos enuna ceremonia tan informal y caótica, esde las cosas que más me gustan delmundo entero. Recibo un montón decosas como una carcasa para el móvil,un colgante de plata, zapatillas calentitaspara estar en casa y dos jerséis. Mi

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madre me pone en las manos un paqueteplano y un sobre. El paquete es suregalo, y son partituras, las cuales mellenan los ojos de unas lágrimasestúpidas, que destierro al instantemientras la abrazo.

El sobre me confunde al instante,porque no tiene remitente. Solo minombre en

grande y una fecha: 31 de diciembre.22.00 horas.

—¿Qué es esto, mamá? —preguntoperpleja antes de abrirlo— ¿Hasdecidido

volver a darnos dinero metido ensobres como cuando teníamos quinceaños?

—Llegó el lunes, lo trajo un

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mensajero y lo envía un notario deManhattan.

—Declan… —susurro casi sinfuerzas, al borde mismo del desmayo.Porque es

suyo, lo sé con una certezaabrumadora.

¿Y qué hago yo seis días con esto enlas manos sin poder abrirlo? ¿Cómo hapodido ser tan retorcido? Pero, pese a lafrustración de no poder abrir y ver quécontiene el sobre, sonrío al imaginarmea Declan ideando su plan, sea el quesea, y sirva para lo que sirva, mientrasun escalofrío me recorre la columnavertebral al confirmar mis sospechasmás profundas: Declan sabía que semoría.

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—¿Estás bien, cariño? —mepregunta mi madre, pasándome una manopor la

espalda, reconfortándome como soloella podía hacerlo.

—Sí, mamá. Es un regalo, ¿no? Puescomo tal lo voy a recibir. Es unabendición

y sé que me va a gustar. Solo debobuscar algo de paciencia en mi interior.

—No es precisamente tu mayorvirtud —dice divertida.

—Lo sé —corroboro con una ampliasonrisa—. Y solo por eso tendrá más

mérito cuando llegue a ese día y esahora con el sobre intacto.

El día de Navidad es siempre un díapara vivir cosas bonitas y creo que por

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esoDeclan estableció que este era el día

para que el sobre llegara a mi vida. Ycomo una cosa buena y bonita, lo guardocon cariño en mi bolso cuando subo avestirme y le dedico un pensamientoagradecido por seguir pensando en mí,incluso después

de su marcha.Tras la comida, a base de sobras de

la copiosa cena de anoche, básicamente,nos

preparamos para acercarnos al club,donde se llevará a cabo el concurso detalentos

en el que mi madre actuará y,seguramente, nos pondrá en evidencia.Pero como la

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queremos tanto, le aplaudiremosmucho y le diremos que ha estadomaravillosa.

Lleva su vestido metido en unafunda, y Jo le ayuda con loscomplementos: una

peluca enorme y una caja gigante demaquillaje. Lo necesitará todo si quiereparecerse a Adele, a la que soloasemeja en volumen y poco más.

Mientras mi hermana la acompañahasta donde han colocado los vestuariospara

los participantes, los demás nosentretenemos con los niños, y saludamosa las familias que nos rodean, amigos yvecinos de toda la vida, incluidos losConnor, que pululan por ahí con su hija

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Tessa. Les presentamos orgullosos a losnuevos miembros de la familia y, sin quemi madre medie en el logro,conseguimos ser los más buscados ysaludados de todo el recinto.

De repente, veo a un hombre de casidos metros y piel oscura, que busca conla

mirada en medio de la gente. EsRegie, al que saludo y hago un gesto. Micorazón

da un vuelco al pensar que puedeestar acompañado de Patrick, pero nohay rastro

de él por ninguna parte.—Hola, Regie —le saludo con un

abrazo cariñoso—. No podías resistirtea verla

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ahí subida ¿eh?—Cariño, no me perdería a

Annabeth en el escenario por nada delmundo —dice

guiñándome un ojo.En mi interior me debato entre

preguntarle lo que me muero porpreguntar o callarme y quedarme con laduda. Así que reúno el valor quenecesito y esbozo una sonrisa inocente.

—¿Qué tal está? —mi voz apenas esun susurro.

—Mal —asegura tras unos segundosde silencio—. Nunca le había visto tanperdido. No ha salido con el taxi ni unsolo día. Ayer habló con Cian y, almenos, les ha prometido que estasemana se acercará a ensayar con ellos.

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No sé qué ha pasado entre vosotros,pero me da pena que te mantenga lejosjusto en estos momentos. Por

lo que significas para él, y por loque eras para Declan.

Se me encoge el alma al escuchar aRegie, que destila una enorme tristeza ensus

palabras y que sé que me ha contadoesto por si, casualmente, yo pudierahacer algo

por él.—Hoy ha recibido un sobre que cree

que es de Declan —mi corazón se saltaun

latido al oírle decir esto—. Debeabrirlo el día de Nochevieja, justo a lasdiez, apenas unos minutos antes del

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concierto. Eso parece que le ha puestode mejor humor… no me preguntes porqué. Yo estaría histérico y me subiríapor las paredes.

Con sus palabras aún resonando enmis oídos, buscamos asiento cuandotodo

parece estar a punto de empezar. Elsalón de actos del club está a rebosar yno cabe

ni un alfiler. Esto promete… debeser que venir a ver a los vecinos a hacerun poquito el ridículo es el mejor planpara la tarde de Navidad.

Mi cabeza, más pendiente de todo loque me ha contado Regie, que delescenario,

no pasa por alto la calidad del

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espectáculo. Se suceden los númeroscon más o menos solvencia. Hay algunosque tienen un pase, pero la mayoríarozan el desastre: cancionesdesafinadas, magos cuyos trucoscaptamos todos al vuelo o bailarines queno están coordinados con su pareja. Uncúmulo de despropósitos que vapasando por delante de nuestros ojos,mientras en mi interior el miedo por mimadre disminuye… desde luego que nova a destacar entre esta colección devecinos con más ganas que talento.

Es la última de la tarde, y cuandosale al escenario, tengo que reconocerque se

parece mucho a Adele. Su aspectoestá muy logrado gracias a la ayuda de

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Jo y al buen gusto de mi madre al elegirlas prendas y la peluca. Se coloca en elcentro del escenario y suenan al pianolas primeras notas de Skyfall. Cuandollega la parte de la letra y mi madrecomienza a cantar, mi mandíbula se abrey ya soy incapaz de cerrarla en toda suactuación.

No me puedo creer lo bien que cantami madre y lo maravillosamente bienque

modula su voz para que se parezca ala de la cantante británica. No puedeser…

¿Dónde tenía eso escondido? ¿Porqué nunca he sabido esta faceta de mimadre?

Al acabar su última nota, todo el

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patio de butacas estamos puestos en pie,prorrumpiendo en un aplausoestruendoso que hace que mi madrerompa a llorar emocionada. Me dan unasganas locas de ir a consolarla yabrazarla, pero se me adelanta Judy, quecorre hacia el escenario y lo sube converdadero fervor de grupie y la acogeen sus brazos, donde ambas se funden deuna manera preciosa. Y

se besan y se miran a los ojos ydejan atrás el último atisbo deseparación psicológica entre ellas.

Se me escapa una lágrima mientraslas veo y me dan mucha envidia. Pese atodo,

se han mantenido una al lado de laotra, buscando la forma perfecta de

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volver a estar como antes, de querersecomo siempre han hecho.

Cuando el clamor se empieza acalmar y van a anunciar al ganador, parael que

supongo que no habrá muchas dudas,noto que mi teléfono vibra con unallamada

entrante. No conozco el número yestoy tentada a no contestar, pero melevanto de

mi asiento, salgo al exterior delsalón de actos y contesto con unnervioso y extraño

tono de voz.—Señorita Blake, Feliz Navidad —

si mis sentidos no me engañan, se tratade Saul J. Coleman Junior en persona y

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yo me quiero morir ahora mismo.—Se… señor Coleman, Feliz

Navidad.—No le robo mucho tiempo, que en

un día como hoy no es agradable hablarde

negocios. Pero quería hacerle unregalo navideño y por eso la llamo hoy.

Enhorabuena, su propuesta es laelegida y será implantada en lospróximos meses.

Si está de acuerdo, claro.Tengo que apoyarme en la pared que

hay a mi espalda para no caermeredonda al

suelo. El director de una importanteeditorial me está llamando el día deNavidad para comunicarme que nuestra

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propuesta se lleva el premio gordo…¡Simplemente no me lo puedo creer!

—Me ha hecho caso. Ha puesto enese proyecto su alma, sus conocimientosde la

compañía. Confiaba en usted y nome ha defraudado. Así que gracias. Nosveremos

después de Año Nuevo para discutirlos detalles. Tenga unas felices fiestas.

Y, sin más, me cuelga el teléfono yme deja aún más alucinada si cabe.Desde luego, el día de hoy está yendo desorpresa en sorpresa y no sé hasta dóndepodrá llegar mi capacidad para asimilartantos sobresaltos emocionales: la cartade Declan, las palabras de Regie, eltalento de mi madre, su reconciliación

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con Judy o esto, esta noticia dada en undía tan poco laboral que estáabsolutamente fuera de lugar.

Mi familia sale del salón de actosarropando a mi madre, justa vencedoradel concurso, y yo la abrazo y le pidoperdón por no haber creído en ella. AKevin, le cuento de manera atropelladala llamada de Saul, y me despido detodos para irme a

mi casa, porque, de pronto, sientoque necesito descansar y dejar que todolo que ha

pasado hoy macere poco a poco enmi cabeza.

Los días siguientes son muy raros.Para celebrar el contrato, nos tomamosla semana de final de año libre, y yo me

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dedico a hacer examen de conciencia.Qué ha salido bien o qué ha ido fatal enestos últimos 365 días. Llego a laconclusión de que todo ocurre por unarazón y que no puedo luchar contra mipropia naturaleza.

Más o menos esos mismospensamientos me rondan mi atribuladacabeza cuando me reúno con Cora en laentrada de Central Park el último día delaño. Por mucho que Patrick y yo notengamos ninguna clase de contactoahora mismo, no pienso perderme suactuación como teloneros de Muse.

Cenamos algo a toda prisa yentramos en el parque por la entrada dela Quinta

Avenida con la 72, la más cercana a

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Rumsey Playfield, donde tendrá lugar elconcierto. Ya hay bastante gente en lasinmediaciones y no es para menos…Muse va a tocar de forma gratuita enmedio de la entrada del nuevo año ypocas personas

están dispuestas a perderse estamaravillosa oportunidad de asistir alespectáculo.

En el escenario se están haciendopruebas de sonido previas al inicio del

concierto. Estamos situadas, más omenos, en la parte delantera, hacia laizquierda,

como a ocho metros de las vallasque separan público y artistas. No esmal sitio y la

visión no creo que sea mala desde

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aquí.En mi bolso descansa, aún lacrada e

intacta, la carta de Declan. Le hecontado a

Cora todo lo relacionado con miamigo, con su pérdida y con esa cartamisteriosa

que mi madre me entregó el día deNavidad, y también está puesta alcorriente de mi

turbulenta historia con Patrick, y elarreglo de la canción que aún no sé sivan a tocar, porque no sé nada tampocode los chicos del grupo.

Estoy ciertamente nerviosa. Toda lasemana, la carta me llamaba poderosapara

que la abriera, para que la dejara

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hablar y contarme aquello para lo quehabía sido

creada. Pero me he obligado a serfuerte y aquí estoy. Donde Declan sabíaque estaría, con sus últimas palabras ovoluntades o vete tú a saber.

Cuando quedan apenas unos minutospara que el reloj marque la mágica horade

las diez, la saco del bolso y lacontemplo en silencio, intentandometerme en la mente de Declan, ypensando que, ahí al lado, a no más deunos metros, Patrick tendrá la suyapropia y, si no ha sucumbido a laimpaciencia, también tendrá quedescontar segundos para rasgar el papely poder saber qué quiso decirnos Declan

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en sus últimos días.Cora me infunde valor con su mano

apretando amorosa mi hombro. Pareceun

gesto menor, pero mi prima meconoce, y sabe que estoy tan tensa ahoramismo, que, si me abraza, no voy a sercapaz de evitar las lágrimas y eso no esalgo que quiera aquí, ahora, al menos noantes de leer la carta.

En el mismo instante en que el relojmarca las diez exactas de la noche y elconcierto se supone que tendría queempezar, abro el sobre y saco una hoja,escrita con una pulcritud de chico decolegio de monjas. No es más que unapágina, pero

no me cabe la menor duda de la

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grandeza e importancia de este pedazode papel que

sujetan con miedo mis manostemblorosas.

Cuando empiezo a leer, pese a estarrodeada de gente, de pronto, soloestamos Declan y yo en este páramoverde que es Central Park.

Mi adorada Miriam,Perdona mi melodramático gesto a

través de esta carta. Ya me conoces,quería tener muy claro que el momentode leer mis últimas palabras, iba a serespecial.

No sabes lo que has conseguido contu presencia en mi vida. Quizá nosalvarme,

como seguro que te hubiera

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gustado, pero sí has logrado que hayaquerido vivir con intensidad lo pocoque me quedaba. Has sido un soplo deaire fresco en este encierro, en estaenfermedad salvaje que me estáganando la batalla.

Cuando no esté no podré seguircuidando de Patrick. Sí, yo tambiéncuido de él,

aunque nadie se dé cuenta de que lohago. No podré seguir con mi laborpara salvarlo de sí mismo, de lanegrura que lo envuelve, de esanegatividad y ese humo negro que lecubre entero en algunas ocasiones. Nopodré sacarle sonrisas, proponerleretos, rescatarle… y como no me quedanadie salvo tú con mis capacidades de

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kamikaze profesional, con mi carisma ymi visión de superhéroe…

como no sé quién haría mi trabajocon una sonrisa en la cara si no erestú… pues

tengo que pedírtelo a ti. Y sé que loharás, porque lo quieres como yo yporque te preocupas por él.

Y no creas que te pido un favorsolamente, que también te lo hago. Yahas visto lo que eres capaz de hacer túsola, pero también con él. Esamaravillosa canción es la pruebaconcluyente. Nunca lo olvides, porquevosotros, juntos, sois invencibles.

Nada os parará. Créeme. Osconozco.

Y os quiero. A ambos.

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Declan.Lloro delante de toda la gente que

me rodea, lloro con intensidad,desconsuelo y

tristeza infinita. Pero también con laesperanza de que todo va a mejorar, quePatrick, aunque no quiera, deberáaceptarme en su vida, al menos comouna amiga a la que deberá tener encuenta si no desea negarle a su hermanosus últimas voluntades.

Porque sí, por supuesto que sí,cumpliré con su petición y cuidaré dePatrick, aunque sea a distancia. Aunquesea a través de los chicos del grupo, deRegie o de mi propia madre, si meobliga a utilizarla.

Cora me abraza, ahora sí, con todo

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su cariño y todas las fuerzas que escapaz de

infundirme. No sé cuánto tiempopasa hasta que logro serenarme, hastaque mis lágrimas se van retirando pocoa poco. Y así nos pilla el encendido deluces del escenario y los primerosacordes de guitarra.

Son Letters from Sligo y estántocando en directo, la noche de fin deaño, ante

más de 40.000 personas que llenanla explanada de Ramsey Playfield, en elcorazón

de Central Park. Se me eriza la pielsolo de pensar que esos chicos, que hacenada

tocaban en celebraciones locales

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con un público reducido y muchailusión, hoy están ahí arriba.

Y sé que es mucho más especial sicabe, que hoy tocan también por Declany por su ausencia. Un homenaje póstumoque sé que le encantaría.

A nuestro alrededor la gente disfrutade su música y eso sí que merece lapena vivirlo. Ojalá lo estén captandodesde ahí arriba, desde el escenario queocupan con profesionalidad, como si nofuera el mismo que luego, en apenas unahora, ocupará

Muse y toda su fuerza yespectacularidad.

Cuando acaban su tercer tema, elsilencio se hace en toda la explanada.Las luces

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se apagan y solamente hay un puntode luminosidad en toda la magníficaextensión

de terreno que el recinto ocupa. Esaluz apunta directamente a Patrick, queestá en el centro del escenario, con lacabeza baja. Va a tocar la canción. Y yome encuentro conteniendo la respiraciónmientras espero a ver qué versióndecide utilizar.

—Buenas noches a todos, —saludadesde lo alto del escenario con la vozalta y

clara—. Gracias por habernosdemostrado que, sin ser los grandísimosMuse,

también habéis disfrutado un pocode lo que hacemos.

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»Vamos a cerrar nuestra actuacióncon un tema muy especial. Lo compusepara

mi hermano, que acaba de fallecermuy recientemente. Es una canción queha pasado por muchas facetas, igual quehan pasado mis esperanzas.

»Primero, fue una canción de rabiapor saber que mi hermano estabaenfermo.

Luego, de resistencia, de lucha,cuando decidió que eso no iba a podercon él. Más

tarde fue de esperanza, porqueveíamos que estaba al alcance… paraterminar siendo una canción dedespedida. Una canción de amor, dedolor, de renuncia…

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pero también una canción de unión.»Cuando ya estaba saturado de darle

tantos matices y significados, aparecióalguien con una visión mucho más

clara, el mismo amor por mi hermano, yel valor para hacerla también suya.

»Es entonces cuando mi pequeñacanción cambiante maduró y se convirtióen la

maravilla que os vamos a presentara continuación.

»Pero antes… Miriam, por favor,¿podrías perdonar a este estúpidomúsico sin

capacidad para ver lo bueno que leregala la vida y acompañarnos aquíarriba?

¿Podrías unirte a mí y, juntos, ser

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invencibles?Lo dice mientras con su mano coge

mi violín y me lo tiende en un gestosimbólico, con una distancia de

varios metros y cientos de personas. Micorazón se

encoge, absolutamente pillado porsorpresa. Si la carta de Declan nohubiera sido emoción suficiente, estoacaba de rematar a todo mi sistemanervioso.

Me cuesta reaccionar. Estoyparalizada mientras él mira al público,sin saber siquiera si estoy entre laspersonas que inundan el recinto, ni sivoy a aceptar su oferta. Pero Cora,bendita Cora, me da un empujón sinmuchos miramientos, y empieza a corear

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mi nombre, que pronto contagia a lagente de alrededor, hasta llegar al últimorincón de Rumsey Playfield.

—¡Miriam! ¡Miriam! ¡Miriam!Y yo, acobardada, pero

inmensamente feliz, comienzo a caminarhacia el

escenario, siguiendo un camino quela gente va abriendo para mí. En micabeza, no

logro asimilar muy bien todo esto.Pero mi corazón sí lo siente, Patrick mellama y

debo ir, debo cumplir con Declan yser invencible con Patrick. Así que elcamino se

convierte en una epifanía que mevacía de todas mis inseguridades, y me

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conviertejusto en la persona que necesito ser

ahora mismo, y también el resto de mivida.

Cuando llego junto a las vallas deseparación del escenario y el áreareservada

para los asistentes al concierto,Patrick por fin me ve, y les señala a losde seguridad mi presencia, así que meabren y me permiten el paso. Conagilidad, dos de ellos me alzan y mesuben al escenario con una facilidadpasmosa.

Cuando estamos frente a frente,Patrick me mira con una intensidad conla que,

hasta ahora, nadie me había mirado,

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y me entrega mi violín, rozando mi manoy provocando una oleada de chispitas deplacer con su suave contacto. Supongoque el violín está aquí por obra de mimadre y de Regie, siempre dispuestos aofrecerse como cómplices de cualquierlocura que surja a su alrededor.

Me coloco a la derecha de Patrick ysaludo a los chicos con la mano. Todosme

sonríen y me guiñan un ojo, antes deque todas las luces se apaguen y yo mecoloque el violín bajo el mentón. Con ungesto de Patrick, que en la penumbra nose ha alejado mucho de mí, comienzo adejar salir notas de mi instrumento, lasnotas

que abren la canción y en las cuales

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coloqué parte de mi alma alincorporarlas.

El silencio es perforado por lamúsica afilada y triste de mi violín porunos segundos, hasta que se unen lasguitarras y el resto de sonidos y,finalmente, la voz rasgada, ronca yvibrante de Patrick, que lo acaba dellenar todo, fuera y dentro de

mi cuerpo.I no need to be aloneI no need to be without youI don't need to be with someone elseI no need to start to missing you.Más triste aún que la otra vez, pero

con el doble de esperanzas en una solacanción. Un tributo a Declan, al poderdel amor y a la veracidad de sus

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palabras escritas en dos hojas de papel:Juntos somos invencibles.

Cuando la canción acaba, el públicocontiene el aliento por espacio de un

milisegundo, antes de romper en unestruendoso aplauso que nos sumerge atodos

en una clase de magia difícil deexplicar.

Patrick viene a mi lado, se echa laguitarra a un lado y me quita el violín,que deja en el suelo. Y ahí, delante dedecenas de miles de personas, como siestuviésemos solos en un rincón delmundo, apartados y recogidos, me miraa los ojos, los más dulces del mundo, yme besa como nadie me ha besadojamás. Con

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ganas, con pasión, con una disculpa,con intención, esperanza y mucho amor.Todo el que necesita entregar y yoquiero recoger de él.

La gente se vuelve loca deentusiasmo y es entonces, horrorizada,cuando tomo

conciencia de la cantidad deespectadores que ha tenido estadeclaración de amor.

Creo que hemos batido una especiede récord o algo así y me temo que mispadres

se enterarán en breve, soloconectándose a YouTube.

Pero no me importa. No me importaporque estoy donde quiero estar,arropada

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por los brazos de la persona másimportante de mi mundo. Y eso no locambio por

nada.Cuando bajamos del escenario no

podemos parar de sonreír y tocarnos, ybesarnos sin descanso, ni mirarnos

como reteniéndonos, para no volver ahuir lejos.

Y como un regalo inesperado, conuna risa en el corazón, descubrimos queMuse

abre su concierto de esta noche conInvincible, el tema al que Declan haaludido en sus cartas. Y nuestros labios,de manera inconsciente, entonan la letra,como si de un himno se tratase.

And tonight

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We can truly sayTogether we're invincible.—Gracias por todo, Miriam —dice

con la mirada acuosa— incluso porsoportar

que sea un capullo.—Gracias a ti por no cerrar las

puertas —le contesto sin apartarme desus ojos,

esos que me miran al borde delllanto.

Y cuando la medianoche llega,cuando dejamos atrás un año que nos haregalado

mucho dolor, pero también la magiade encontrarnos y conocernos, con cada

campanada del reloj me da un beso,más intenso cada vez. Y me abraza, y me

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promete un año entero de besos yabrazos.

—Te quiero —dice sin articularpalabras.

—Te quiero, siempre —le contesto,sintiéndolo muy adentro.

Y me vuelve a besar, pegando sucuerpo al mío. Y yo me aferro a él,como asentándolo en la tierra,trayéndolo al mundo real y haciéndolecreer que sí, que aquí me tiene. Que nostenemos. Que siempre va a ser así. Que,pase lo que pase, juntos seremossiempre invencibles.

Epílogo(Supermassive Black Hole)

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Cuando la ceremonia acaba, justodespués del sí quiero, mi madre vienehacia nosotros sonriente y con la caramás radiante que le he visto nunca. Secoge de mis manos y me mira conternura, antes de abrazarme con todo elcariño del que es capaz una madre.

La boda ha sido preciosa. Nopodríamos desear nada mejor paracelebrar un

amor tan intenso y tan hermoso. Nose ha escatimado en nada: ni en el sitio−justo a

orillas del Lago de Plata, en elcorazón de Staten Island, el lugarfavorito de toda mi familia desdesiempre−, ni en el número de invitados oen la recepción, bajo unas carpas de

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vaporosa seda, a la que pasaremosahora, una vez concluida la ceremonia.

Mi madre está feliz y yo tengo queser feliz con ella. Ha cumplido su sueño,es la

orgullosa esposa del amor de suvida, y nada hay en el mundo másimportante para

ella que esto.Cuando Judy y ella hicieron las

paces definitivamente, aquella tarde deNavidad

en la que mi madre se convirtió enleyenda en el club que llevamosfrecuentando toda la vida, el tema de laboda fue abordado rápidamente, paraque luego no surgiera como un espinosoasunto que echarse a la cara. Fue Judy la

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que cogió el toro por los cuernos, y unatarde, sin darle muchas vueltas a lacabeza, ni preparar

muchos preliminares, se arrodilló ala entrada de su casa, cuando mi madrevolvía

del juzgado. Le tomó las manos y lecolocó un anillo en ellas que había sidode su

madre. Y la mía dijo que sí, queclaro que sí se casaba con ella, que nohabía nada

en esta vida que deseara más.Incluso le propuso que, si se daban

prisa, aún llegaban al ayuntamiento, quelos

papeles estaban tramitados y nocaducaban hasta el mes siguiente.

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Pero Judy, entre risas, la sujetó ensus brazos y le hizo frenar. Le prometiósu boda soñada, y luego se abrazaron yse besaron durante horas, hasta que llegóel resto de la familia y nos lo contaron atodos, en persona o por teléfono,compartiendo esa dicha deslumbranteque emanaban ambas.

Mi padre, elegante como una estrellade cine, se acerca a nosotros con pasodecidido. No ha querido perderse nadade todo este proceso, incluso ha sido elpadrino de la boda. Se le ve radiante,feliz con la dicha de sus mujeresfavoritas.

Al principio pensé que nosobrellevaría la situación con el templeal que nos tenía acostumbrados. Nada

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más conocer la noticia, se fue a losfiordos noruegos en un crucero que duróun mes entero. Pero, a su regreso, measeguró que su marcha

nada había tenido que ver con elcompromiso y boda de mi madre y Judy.

Necesitaba encontrarse a sí mismo,dijo, alejarse de todo lo que creía yatreverse con sus decisiones.

Y volvió sin Summer. Según dijo él,tras el RITA honorífico, era ella quienmás

vacaciones necesitaba, y se la dejóolvidada en Noruega. Ha prometidovolver en algún momento a buscarla.Pero, mientras tanto, él quiere dedicarsea ser únicamente Paul Blake, en lopersonal y, sobre todo, en lo

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profesional.Me alegro por él, porque tomar una

decisión así le ha costado casiveinticinco años y, aunque sé que no esfácil, también sé que le va a venir muybien y que va a aprovechar mucho estanueva oportunidad en la que pretendereinventarse.

A nuestro lado pasa, correteando,Olivia, envuelta en un vaporoso vestidorosa de organza que ella asegura odiarcon todas sus fuerzas. Pero estápreciosa, eso no se puede negar. YArthur, que la persigue por el céspedpara hacerla entrar en razón

y que se vuelva a colocar suszapatos de charol, no puede estar másradiante y feliz.

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Él y mi hermana Jo no puedenmostrarse más encantados con su facetade padres, y

cada día nos sorprenden concualidades paternales que parece que lesacompañen de

toda la vida. El pequeño Owenacaba de aprender a caminar, y estágordito y hermoso, para comérselo, tanredondito…

Kevin, al pie del lago, habla porteléfono con alguien. Estos últimosmeses junto

a mi hermano, han sido una auténticalocura. Hemos discutido, nos hemosabrazado,

reído, tirado los trastos a lacabeza… es lo que tiene trabajar codo

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con codo con tupropio hermano en una implantación

tan importante como la que estamosllevando

en Coleman and AsociatedPublishing.

Estamos trabajando mucho, peromuy contentos, porque este proyecto nosha

traído muchas alegrías. Paraempezar, hemos contratado a dospersonas más para trabajar en laimplantación y una secretaria, que meevita a mí hacer esas funciones ydedicarme a cosas más específicas.Estamos, de hecho, buscando nuevasoficinas,

aunque ahora, cercana la hora de la

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mudanza, hasta me da pena dejar nuestropequeño espacio casi ruinoso.

Kevin ha venido a la boda conNarek. Sí, con nuestro socio. Y haconfirmado algo que venía sospechandodesde hace semanas, a la vez que mimadre ha comprobado que su instinto nole fallaba. Aunque a todos sigapareciéndonos una chorrada eso del genhomosexual, ella, sin duda, ha sabidomirar más allá y ver cosas, incluso antesque el propio Kevin.

Cora, por su parte, ha venido sola.No ha querido explicar la razón, perocreo que lleve un tiempo viendo aalguien a quien aún no se atreve apresentar en sociedad. SI es así, sería suprimera pareja seria en sus treinta años

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de vida, así que no vamos a presionarlay conseguir, así, que salga huyendo, oalgo peor. Todos conocemos a mi primay no es de las valientes en ciertosasuntos, más cuando interviene elcorazón.

Judy acude a buscar a mi madre parahacerse unas fotos en el puente del lago,justo antes de dar comienzo larecepción. La verdad es que ambas estánpreciosas, vestidas de seda blanca,ambas con vestidos vaporosos, que lesdan el aspecto de dos hadas del bosque.

De camino a su sesión de fotos,Regie las aborda y las besasonoramente,

abrazándolas después. No podíafaltar el hombretón sin el cual, mi

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madre, ha declarado que ya no podríaseguir viviendo. Siguen con sus charlascasi diarias y no es raro el domingo quese une a nuestras comidas familiares,aunque nunca lo hace sin portar una tartao unos buñuelos caseros, siempre recetasecreta de su abuela Selma.

Cuando se alejan del todo, Patrickme da la mano y, poco a poco, nosacercamos

a la orilla del lago, a contemplar elprecioso paisaje que nos rodea. Estoymuy contenta de estar aquí, y de estarcon él. Creo que necesita este tipo defrivolidades para sentirse del todo partede esta familia, que lo ha acogido comouno más desde muchos antes incluso deformar parte de mí.

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Poco a poco se está abriendo y estáaprendiendo a confiar en alguiendiferente a

sí mismo. Eso es lo que más megusta de él, la serenidad con la queafronta los cambios tan importantes quese están produciendo en su vida. Comoaprender a vivir sin Declan o sin el taxi.Como entender la vida en pareja, junto amí. O como convertirse, paso a paso, enuna persona que vive de su música.

Tras el concierto de Año Nuevo, aLetters from Sligo no han parado delloverles

ofertas. Han firmado un contrato conla misma discográfica que Muse ypronto sacarán su primer trabajo almercado. Se le ve tranquilo y contento

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con su nueva faceta de músico a tiempocompleto. Yo, por mi parte, compartocon él esa forma de vida, y me desdoblode la Miriam informática que trabaja enLemurApps durante

una parte del día, para componer conél y hacerme cargo de los arreglos deldisco

nuevo, que sé que va a ser todo unéxito.

Soy feliz así, con él, con mi trabajo,y con la música, que no he querido dejarmarchar otra vez. Y sé que esto nos unemás, y nos hace tener un interés encomún para el futuro.

De las fechas de su gira veraniega,donde presentarán el disco, ya heconfirmado

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que podré tocar con ellos en variosconciertos. Al final, me ha picado elgusanillo y

no puedo evitar volverme loca cadavez que me subo a un escenario conellos.

Paramos junto a las aguas del lago, yél me rodea con sus brazos por detrás,apoyando su mentón en mi cabeza. Esagradable sentirle tan cerca, tanprofundamente unido a mí en todos lossentidos. Y no puedo dejar de agradecera

Declan que lo haya hecho posible.Por Patrick y por mí, porque sé queahora seríamos dos personasincompletas si nos hubiéramos dejadollevar por nuestro estúpido orgullo.

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De lejos, comienza a sonar algo demúsica para llamarnos a la recepción,donde se empezarán a servir losaperitivos en breve. Si no distingo mal,es S upermassive Black Hole, mismadres han elegido una playlist de lomás cañero.

Patrick y yo nos abrazamos más, ysonreímos ambos al horizonte, comosiempre

que suena de fondo una canción que,para nosotros, siempre formará parte denuestra banda sonora, la del grupo por elque nos conocimos al principio, y nosdejamos llevar al final.

—Será mejor que vayamosacercándonos a la carpa, prontovolverán las novias

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y empezarán esos estúpidos brindisa los que es obligatorio acudir —digosin muchas ganas de abandonar estelugar y, sobre todo, sus brazos.

—Solo un minuto más —suplica,con la misma sensación que yo—.Déjame

tenerte así solo un minuto más.—No necesitas un minuto, Patrick,

me tienes contigo todos los días.—Lo sé, pero a veces se me olvida

que debo compartirte, y me gustaaprovechar

estos momentos en los que solosomos tú y yo en el mundo entero.Juntos, solos, invencibles.

—Siempre —susurro, dándome lavuelta y atrapando sus labios con los

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míos,fundiendo nuestros cuerpos en un

beso eterno que da cuenta de estesentimiento del

que nunca nos olvidamos. Porque escierto, y lo comprobamos cada día:Juntos somos invencibles.

1Shonda Rhimes es una guionista,

directora y productora estadounidense,creadora de series de televisión tanconocidas como 'Anatomía de Grey' o'Scandal', emitidas por la cadenaestadounidense ABC.

2Corte judía formada por tresautoridades que examina, entre otrascosas, a los solicitantes que deseanconvertirse al judaísmo.

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3El dardo rosa.4Modalidad del juego de los dardos

que consiste en cerrar una serie de seisnúmeros, además de la diana, acertandoen cada uno de ellos tres veces yobteniendo la máxima puntuación alfinal de la partida. Los números con losque se juega más frecuentemente son el20, el 19, el 18, el 17, el 16 y el 15, másla propia diana.

Nota de la autora

Si has llegado hasta aquí, por favor,

déjame que te siga contando cosas. Sihas llegado hasta aquí, has conocido lahistoria de Declan, afectado por unaleucemia linfocítica crónica, que es la

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que, finalmente, le causa la muerte.La leucemia es un tipo de cáncer de

bastante gravedad, pero que, hoy en día,es

también curable, sobre todo si sediagnostica a tiempo y si se llevan acabo tratamientos adecuados a cadapaciente.

Una de las formas más efectivaspara curar la leucemia es a través de untrasplante de médula ósea, unprocedimiento que consiste enreemplazar la médula ósea dañada odestruida, por células madre de médulaósea sana.

Para llevar a cabo estostratamientos, los enfermos cuentan conel apoyo de un

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banco mundial de donantes demédula, que registra a todas aquellaspersonas interesadas en ayudar a travésde la donación de su médula o de susangre periférica. Es un procedimientoindoloro para el donante y que nopresenta complicaciones ni riesgos.

Con el registro como donante demédula, uno regala esperanza y amor

desinteresado por el resto de la razahumana.

Si estás interesado en hacertedonante, has de saber que debes tenerentre dieciocho y cincuenta y cincoaños, y gozar de buena salud general.Nada más. Eso y ganas de ayudar a losdemás.

Tu donación será anónima y nunca

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conocerás al receptor de tu regalo, perotu acción desinteresada puede llegar aayudar a alguien al otro lado del mundo,porque el registro es global. También esposible que, pese a estar registrado,nunca te llamen para donar, porque esrealmente complicado ser compatiblecon otra persona a nivel celular.

Si quieres más información sobretodo lo que conlleva inscribirse comodonante

y el modo de actuación en caso deque resultes compatible, no dejes deconsultar con la Fundación Carreras, losencargados de realizar todos lostrámites para el territorio español.

Su web es http://www.fcarreras.org

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No dejes de donar vida. Podríassalvar la de alguien con un sencillogesto.

Gracias por escuchar.

Agradecimientos

Llega la parte más complicada de

escribir. Siempre lo es para mí, aunquepenséis lo

contrario.En los agradecimientos es donde

más debes esmerarte para que no te fallela memoria y no dejarte a nadie atrás,que olvidarte de alguien, y que esealguien note tu olvido, es una de laspeores formas de pagar un favor.

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Quiero empezar por donde siempreempiezo, pero es que no puede ser deotro

modo. Gracias a Raúl, mi soporte ymi apoyo, porque es quien más confía enmí a

la hora de teclear todas mis historiasy quien debe soportarme mientras lohago. Y

gracias a mi pequeña, a mi Olivia,que ve cómo su madre se pasa horasdelante del

ordenador creando estos personajesy, a veces, no recibe el tiempo decalidad que se

merece. Prometo compensaros aambos.

Gracias de corazón a Isabel y

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Francisco, que han hecho de cocineros yniñeros a

tiempo completo mientras yo,infatigable, les aseguraba que yaquedaba poco. Sé que esto no locompensa todo, pero de verdad, graciaspor los tápers y por esos paseos alparque con Olivia que me han dado esetiempo extra que necesitaba.

Gracias al apoyo de la familiasiempre, a mi padre y a mis hermanos,por leer,

difundir, promocionar y hastadistribuir mis pequeñas creaciones. Lared Arteaga para llegar a todos losrincones.

Gracias a Isabel, mi cuñada, por elapoyo de siempre, por seguir creyendo

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en mí.Gracias a mi portadista

incondicional. Siempre disponible ysiempre con

trabajos impecables de los quesentirme tan orgullosa. ¿Queréis saberde quién es la

culpa de que mis portadas sean lasmás bonitas del mundo? Pues deFernando Gómez Mancha, ilustradormaravilloso y escritor de enormetalento.

Gracias a mi misterioso amigo deValladolid, Julio, por tu presencia ensilencio,

por tus palabras siempre acertadas ypor corregir con tanto cariño estaspáginas que, lo sé, se alejan tanto de tu

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natural conjunto de géneros literarios.Gracias a mis lectoras cero. Lo

primero es lo primero: ¡¡¡OS QUIERO!!!Gracias

Begoña, Mónica, Pili y Miriam.Gracias por levantarme el ánimo cuandono creía

del todo en la historia, por leer ydarme feedback, por aconsejar yaguantarme cuando estaba con la moral ylas ganas por los suelos.

Gracias a Pili, de El Baúl de Pili(valga la redundancia). Por ser miembajadora

valderense, por hablar de mí, porrecomendarme, por anteponerme a unaventa propia, por sacar mis libros,colocarlos en su escaparate, y nunca

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decirme que no.Es un honor estar siempre presente

en la tienda más bonita de todo Valderasy alrededores.

Gracias a las cotorras por hacermesentir una más, por promocionarme,sacarme en sus blogs, creer en mí, y porno hacer otra cosa que rodearmesiempre. Gracias, de verdad, Eva('Another Geek Girl'), Ana (Rubíesliterarios), Pili ('Las lecturas de

Doria') y Mónica ('Littera Scarlata).Gracias a las chicas de la terapia de

grupo diaria, a esas líderes de ventasque me han demostrado cariño,confianza y apoyo, y que siempre hanestado ahí para ayudar, escuchar yaconsejar. Gracias Eider, Miren, Mari

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Carmen, María, Laura, Lucía, Koro yJaione, y también Susana, aunque nosdurara poquito en el grupo. Y

gracias a Marian y Montse y, deforma especial, a Tamara, que es quienmás me ha

ayudado a entenderme y de quienmás cosas he sacado para llevarme a mivida personal y, también, para incluir enmis novelas, empezando por esta.

Gracias a las chicas de los gruposde WhatsApp, porque conoceros me ha

ayudado mucho a entender cosas deeste mundillo que, sin vosotras, no mehubieran

calado igual.Gracias a las blogueras más molonas

del universo: Miriam (otra vez), de 'Las

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mentiras que escribí'. Val, de 'Las chicasde los libros'. Eva, de 'Entre libros ytintas'.

Patri, de 'Los libros de Pat'. Mari de'Libros, historias y yo'. Macarena, de 'Elfieltro de Roma'. Melina, de 'Leyendopor las nubes'. Minny, de 'El rinconcitode Minny'.

Danny de 'Libros, letras y muchomás'… me dejaré mil, seguro. Por ello,debo dar

un gracias extensivo a todos losblogueros que me tomaron enconsideración en alguna ocasión. Milgracias a todos.

Gracias a mi primo Josemari, por lainfo sobre los campeonatos de dardos. Aver si te vemos ganando uno ¿No?

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Gracias a quienes me apoyan desdela página de Facebook o desde el restode redes sociales. Gracias por seguirmis actualizaciones, comentarlas yseguir ahí pese a que, a veces, puedo serun poco pesada.

Gracias a Nuri (Nora Gamble) pororganizar el MarzoWriMo, que me ha

servido para demostrarme que podíacon ese reto y con todo lo que meproponga.

Gracias a las autoras que siempresacan tiempo para las demás, es un gustocompartir pasión y profesión con gentecomo Isabella Marín, Eva M. Soler, NiaVan der Veer, Mercedes Alonso, MartaLobo, Carmen Soler…

Gracias a los lectores de mis

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trabajos anteriores que no se hancortado en decirme qué les ha parecidolo nuevo, siempre con ganas decompartir conmigo, cosa que meencanta. Para los de siempre y losnuevos: Ana Pilar, Tati, Mapi, Chus,Taide, Irene y Bittor, MariJose, Emi,Ana Belén, Noelia y Ainhoa deDevoralibros,

Maricely, Rosa, Txema y su ama,Edurne, Pepi, Arantza, Nerea, Ana,MariCarmen,

Marga, Paula, Susana…Gracias a Muse, por hacer esa

música que me transmite tantísimo… porhaberme

inspirado y ser parte mismo de estanovela.

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Y gracias a ti, amigo lector. Si hasllegado hasta aquí (qué paciencia, madremía), es justo que recibas tu propioagradecimiento por leer, por confiar. Yojalá hayas disfrutado, porque ese erami único propósito al escribir estahistoria sobre la superación y el destino.

¡GRACIAS A TODOS!

¿Te ha gustado Juntos somos

invencibles?

Pues ayúdame a que otras personastambién conozcan mi obra dejando un

comentario sobre ella. Puedeshacerlo en Amazon, Goodreads, Itunes ocualquier otra plataforma que te

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apetezca.

Los autores independientes nosnutrimos de esos comentarios parapoder hacer

llegar nuestras historias a más gente.Es por eso que te pido que dediquesunos minutos y me hagas, así, muy feliz.

Si quieres decirme algo

personalmente, te dejo mi relación demedios de

contacto. Contesto a todo el mundo,y procuro no tardar mucho en hacerlo.

Mail:[email protected]

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Twitter:@ParvatiEnserie

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OTROS TÍTULOS DE LA

AUTORA

Esta historia empezó a escribirse el2 de diciembre de 2015

y se concluyó el 21 de marzo de2016

en Lezo, Gipuzkoa.

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Document OutlineCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14

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Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18EpílogoAgradecimientos