Julio Scherer y el perdón imposibleRecientemente apareció el libro de Julio Schere r, El perd ó n...

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El martes 11 de septiembre de 1973 es una fecha clave en la historia de América Latina. Hace casi cuatro años, en el 2002, también un 11 de septiembre vimos empa- vorecidos la destrucción de las Torres Gemelas en Nue- va York, pero por más horrible que resultó el atentado terrorista que hoy se prolonga en la guerra de Irak, los latinoamericanos recordamos el golpe de estado en Chile que acabó con la vida de Salvador Allende en el b o m b a rdeo del Palacio de la Moneda. ¿Se imaginan ustedes que el ejército mexicano bombardeara ahora mismo el Palacio de Bellas Artes? El bombardeo de la Junta Militar empezó precisamente a medio día, mien- tras nosotros hablamos. Julio Scherer García hace un estrujante relato no sólo de ello sino de algo totalmente nuevo que yo jamás había leído, el allanamiento de la casa de Tomás Moro, de los Allende, tal y como se lo contó Victoria Morales conocida como Moy, esposa de José Tohá quien murió. Doña Tencha Allende había hui- do con lo puesto a la casa de un amigo, Felipe Herrera, y le pidió a Moy que recogiera su ropa, sus medicinas, una pulsera de oro, su bolsa abandonada y ciento cin- cuenta dólares guardados en un secrétaire. Moy ob- tuvo permiso, entró a la casa devastada, los muebles rotos, los espejos estrellados y las porcelanas hechas añi- cos, los roperos abiertos y saqueados, los ganchos sin vestidos. Busqué las medicinas. Había frascos sin tapa, pastillas en el suelo, ampolletas quebradas. De la recámara me que- dó el organismo descompuesto, la náusea. Una bomba había abierto un boquete en el techo, atravesado la cama y explotado en el salón principal de la planta baja. 16 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Julio Scherer y el perdón imposible Elena Poniatowska Recientemente apareció el libro de Julio Scherer, El perd ó n imposible, un recuento minucioso del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile, perpetrado por Augusto Pinochet, y que desatara la barbarie fascista en América Latina en los años setenta. En este texto de presentación, Elena Poniatowska nos ofrece el retrato de uno de los perio- distas más importantes del México actual.

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El martes 11 de septiembre de 1973 es una fecha clave enla historia de América Latina. Hace casi cuatro años,en el 2002, también un 11 de septiembre vimos empa-vorecidos la destrucción de las Torres Gemelas en Nue-va York, pero por más horrible que resultó el atentadoterrorista que hoy se prolonga en la guerra de Irak, loslatinoamericanos recordamos el golpe de estado enChile que acabó con la vida de Salvador Allende en elb o m b a rdeo del Palacio de la Moneda. ¿Se imaginanu stedes que el ejército mexicano bombardeara ahoramismo el Palacio de Bellas Artes? El bombardeo de laJunta Militar empezó precisamente a medio día, mien-tras nosotros hablamos. Julio Scherer García hace une s t rujante relato no sólo de ello sino de algo totalmentenuevo que yo jamás había leído, el allanamiento de lacasa de Tomás Moro, de los Allende, tal y como se lo

contó Victoria Morales conocida como Moy, esposa deJosé Tohá quien murió. Doña Tencha Allende había hui-do con lo puesto a la casa de un amigo, Felipe He r rera, yle pidió a Moy que recogiera su ropa, sus medicinas,una pulsera de oro, su bolsa abandonada y ciento cin-cuenta dólares guardados en un s e c r é t a i re. Moy ob-t uvo permiso, entró a la casa devastada, los mueblesrotos, los espejos estrellados y las porcelanas hechas añi-cos, los roperos abiertos y saqueados, los ganchos sinvestidos.

Busqué las medicinas. Había frascos sin tapa, pastillas enel suelo, ampolletas quebradas. De la recámara me que-dó el organismo descompuesto, la náusea. Una bombahabía abierto un boquete en el techo, atravesado la camay explotado en el salón principal de la planta baja.

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Julio Scherery el perdón

imposibleElena Poniatowska

Recientemente apareció el libro de Julio Schere r, El perd ó ni m p o s i b l e, un recuento minucioso del golpe de estado del 11de septiembre de 1973 en Chile, perpetrado por AugustoPinochet, y que desatara la barbarie fascista en AméricaLatina en los años setenta. En este texto de pre s e n t a c i ó n ,Elena Poniatowska nos ofrece el retrato de uno de los perio-distas más importantes del México actual.

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Después de constatar que todo había sido robado,que no había ni rastro de la colección de marfiles o delas pinturas, Moy le relata a Scherer:

Continué por un pasillo y llegué a la habitación del pre-sidente. So b re la cama, suelto el cinturón, semidesnu-do, puestas las botas de guerra con sus puntas de acero,babeante, un soldado roncaba su cruda. Al lado, a mediollenar, se le había ido de las manos una botella de ChivasRegal.

¿Qué había intentado hacer Allende sino una revo-lución pacífica? La brusca interrupción de la vía chile-na al socialismo nos cimbró a todos. México se portó ala altura de las circunstancias y nuestra política exterior(a diferencia de la actual), adquirió nobleza al apoyar elgobierno del marxista cuyo proyecto fue destruido porlas bombas, condenó a Pinochet y rompió relacionescon su régimen. A diferencia de la Embajada China,por ejemplo, que cerró sus puertas a piedra y lodo at oda la gente de izquierda, la de México abrió las suyas.Italia, Argentina, Francia, Suecia y Venezuela acogie-ron a chilenos y a extranjeros y el solidario e indignadoembajador de Suecia Harald Edelstam fue expulsado end i c i e m b re de 1973 por la junta militar. Logró salvar cen-tenares de vidas. Los mexicanos repudiaron el levanta-miento militar apoyado por la clase alta y media chilenasque acabó de tajo con la esperanza de los países denuestro continente. México recibió a un gran contin-gente de chilenos exiliados, protegió y le dio la razón alos perseguidos, y el presidente de la república en per-sona abrazó a la viuda de Salvador Allende, doña Ten-cha —como todos la conocemos—; la UNAM abrió suscátedras a intelectuales chilenos de la talla de PedroVu s k ovic, del poeta Hernán Lavín, de Luis Maira quea ñ o s más tarde habría de regresar como embajador deChile en México; José Manuel Insulza, hoy en la OEA,José Valenzuela Feijóo, Inés Enríquez y muchos otroschilenos con carreras de primer orden. El Chile de Pa b l oNeruda y Gabriela Mistral se volcó en México y formóparte esencial de nuestra cultura. Doscientos mil hom-b res, mujeres y niños obligados a abandonar su país pormotivos políticos buscaron asilo. Claro, no todos vi-nieron a México pero quienes lo hicieron nos enrique-cieron y contaron su aterradora historia. Muchos seconsideraban afortunados por haber sido arrestados alprincipio, antes que el gobierno militar y su aparato deinteligencia los torturara o matara o por haber conse-guido asilo en nuestra embajada. De ahí, la memora-ble entrega de nuestro embajador en Chile, GonzaloMartínez Corbalá.

Con razón a Julio Scherer García le indignó que enese mismo año, unos meses después, se le entregara elPremio Nobel de la Paz a Henry Kissinger.

Hasta hoy, el pueblo chileno denuncia y exige justi-cia como lo exigieron el Partido Comunista, el Socia-lista o el MAPU (Movimiento Social de Acción Unitaria)y partidos obre ros y campesinos que pre s e n c i a ron cómolos chilenos eran llevados al estadio nacional que sigueconsiderándose la cárcel más grande y más oprobiosadel mundo. Imposible olvidar que el cuerpo tort u r a-do de Victor Jara fue encontrado en los basureros de-trás del estadio.

El tema sigue vigente como lo demuestra re c i e n-t emente la película Machuca del director chileno An-drés Wood que retrata su infancia bajo la dictadura, ni-ño que mira, niño que no juzga, niño obviamente sinfiliación política y que, por lo tanto, evidencia mejorque nadie las grandezas y las miserias. Patricio Gu z m á n ,autor de otro documental: Salvador Allende, consideraque Allende, personaje visionario, es el único que h ap ropuesto una re volución pacífica; fue la última utopíadel siglo.

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EL PERDÓN IMPOSIBLE

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Julio Scherer García tiene algo de niño en su formade encarar la vida. Insiste, se obsesiona, llora, es extraor-dinariamente apasionado, yo le digo que wagnerianopor la magnitud de sus emociones y cuando un tema lotoca, un paisaje, un conflicto, un ser humano, no ceja ensu intento de persecución. Por eso como lo comenta en lacuarta de forros Denise Dresser, Scherer:

Es un periodista parado del lado correcto de la historia.Parado de nuevo, donde hay que estar: cerca de la verdady lejos del poder, cerca de la memoria y lejos del olvido...

El perdón imposible se hizo a lo largo de treinta añoscon entrevistas, declaraciones, crónicas y opiniones dequienes viven o reviven, palabra por palabra, el descar-nado periodo de la historia ya que, para muchos lati-noamericanos, el 11 de septiembre de 1973 sigue sien-do el día más triste de su vida.

El 4 de marzo de 1974, seis meses después del ase-sinato de Salvador Allende, Julio Scherer entrevistó aAugusto Pinochet (que algunos creían que era el gene-ral más leal a Salvador Allende) en su oficina improvi-sada en el edificio Diego Portales ya que el Palacio de laMoneda quedó en ruinas: “Fugaz e intenso fue el en-c u e n t ro con el general Augusto Pi n o c h e t”, dice Schere ry lo describe con trazos fulgurantes:

Pinochet tenía los lujos del poder. La línea perfecta delos pantalones gris celeste, el brillo sedeño de la guerrerablanca, el rojo de las charreteras, bordados en hilos de orolas estrellas militares y los laureles de la victoria. De arribaabajo, impecable la soberbia militar.

S c h e rer nos comparte su recorrido por aquel Chi-le donde:

La dictadura había convertido bares y restaurantes enc e n t ros de información. Los taxis eran confesionariosabiertos. En el Hotel Carrera, frente a La Moneda, hur-gaban manos de paga, se escuchaba el murmullo inaudi-ble de las delaciones.

La prosa de Julio Scherer es rápida, incisiva. Im-p osible encontrar en ella una frase larga. Escribe a loOrozco, a latigazos rojos. Resume y golpea. Quizá fueel periodismo quien le enseñó a resumir. Por ejemplo,en uno de sus viajes visitó a Ho rtensia Bussi de Allendey nos la pinta en forma memorable:

Los ojos verdes de Hortensia Bussi despiden luz y la fren-te despejada se lleva bien con el rostro delgado. Sembra-do de pecas, me llaman la atención tres o cuatro lunaresgrandes. De fuerte raíz, el cabello blanco le cubre la ca-beza con holgura. Su vestido de ése día es color crema ylos mocasines de un café desvanecido parecen nuevos.No crea, tienen muchos años como yo.

También es rápida y eficaz la imagen que nos da deljuez Juan Guzmán:

Guzmán, próximo a una jubilación de mil dólares men-suales, sobrepasa el uno ochenta de estatura. Hay en élun fantasmal quijote de ojos que no duermen. Su cara esflaca y pronto se dejará el bigote y una bien cuidada barbaen punta.

“Julio Scherer ha sabido templar en su pluma la ca-lidad literaria y la valentía de un periodismo trascen-d e n t e”, afirma Ignacio So l a res, así como también afirmaque “la hermosa paradoja es que cuanto más literario esel periodismo y más periodística cierta literatura, máshistórica y más operante se vuelve”. Javier Sicilia abun-da en el tema de la exploración del Mal de Scherer alcomentar otro libro El indio que mató al padre Pro:

Si Scherer ha sido grande es por esa fina mirada en c o n-tra de viento y marea, a riesgo de su propia vida, conuna intensidad poco común —que en la entrevista quele hizo a Pinochet le valió la expulsión indignada deld i c t a d o r.

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Conocí a Julio Scherer sin pelo blanco en los cin-cuenta, en el Excélsior de Rodrigo de Llano y ManuelBecerra Acosta padre, en 1954, hace la friolera de cin-cuenta y un años, pero lo recuerdo sobre todo en elavión que nos llevaba a Cuba en 1959 y su afán por en-trevistar a Fidel Castro. Era entonces un re p o rt e ro arre-batado que se comía las uñas, capaz de todo con tal deconseguir una entrevista. Fidel Castro las concedía acualquier hora de la noche y tenía a los reporteros enascuas. Podían ser requeridos a las dos, a las tres de lamañana. De ahí la intensidad de sus ojeras y la eviden-te ansiedad del joven reportero. A lo largo de los añossiguió desvelándose, cuidándose poco, diciendo “nome duele nada y no tengo nada” un segundo antes deque lo llevaran de urgencia al hospital, como le constaa su hija María Scherer. Resistente al dolor, Julio ha ex-pulsado el miedo de su vida. ¿A qué le teme Scherer sinunca le tuvo miedo a nada salvo, quizás, a la traicióndel amigo? (¡Y vaya que lo traicionó el abyecto ReginoDíaz Redondo!)A lo largo de los años, ha trabajadohasta altas horas de la noche. Puntal del periodismo na-cional, para él no hay sino la persecución de una no-ticia. Hasta sus desayunos y sus comidas son de traba-jo. Habría que decir que los desayunos, las comidas, lacopa, son indispensables en su cotidiana odisea. Sus con-versaciones con los poderosos (los conoce a todos) sedan en torno a una mesa. En Chile se reúne en “LeFlaubert” con amigos e informantes y nos sienta a lamesa, escuchamos el diálogo, inquirimos y condenamoscon él. Siempre me ha llamado la atención esa formade escribir. Es un poco quizá la de Sartre y Simone deBeauvoir que se la vivían en el “Flore” y allí desde unamesa de café le daban cita a la historia. También me lla-man la atención las estrechas relaciones de amistad casicomo de candado que Julio forja con ciertas personas,políticos, intelectuales, colegas. Sólo él tiene la llavey mientras dura mantiene el contacto al rojo vivo. DeFernando Léniz, gerente del diario El Me rc u r i o d eC h ile dice:

Si Léniz se encontraba en Londres y yo en Nu e va York,uno de los dos tomaba el avión para encontrarse con elotro. La relación se fue haciendo sólida. Para toda la vi-da, nos decíamos. Sin embargo, después del golpe, estarelación apasionada se acabó.

Julio Scherer García, sus largos conciliábulos conpolíticos, sus condenas y sus fidelidades, sus iras sagra-das, su desesperación porque “la justicia avanza conlentitud de carreta”, su bárbaro deseo porque se hagajusticia y su terco afán por el proceso, (supongo que deahí viene el nombre de su revista) podría decir como lodijo Allende: “Sigan ustedes sabiendo que mucho mástemprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas pordonde pase el hombre libre para construir una sociedadmejor” porque ése ha sido el objetivo de su vida y de suobra. No estoy de acuerdo, sin embargo, con su aseve r a-ción acerca de que Jesús Piedra Ibarra, el hijo desapare c i-do de doña Rosario Ibarra de Piedra es un “d e s a p a re c i d ov i rt u a l” y tampoco con la de que el contestatario Ig n a c i oArturo Salas Obregón “se entregó a matar como al pla-c e r” porque en eso de los desaparecidos la voz autorizadaes la de Rosario y no la de “Los patriotas”.

Muchos lectores hemos seguido la obra de Scherera lo largo de los años. La piel y la entraña, biografía de

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EL PERDÓN IMPOSIBLE

Resistente al dolor, Julio ha expulsado el miedo desu vida. ¿A qué le teme Scherer si nunca le tuvo

miedo a nada salvo, quizás, a la traición del amigo?

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David Alfaro Siqueiros publicada en 1965 es su libromás voluminoso. El propio Julio contó que a raíz deuna entrevista mía hecha en la cárcel y publicada en elsuplemento “México en la Cultura”, el domingo 23 deoctubre de 1960 pensó: “Si esta vieja puede, yo tam-bién” y decidió dialogar largamente con el Coronelazoy sacar a la luz el relato de su vida. Después habría delanzar Los presidentes en 1986, El poder, historias de fa -milia en 1990, Estos años en 1995, Salinas y su imperioen 1997, Tiempo de saber en 2003, El indio que mató alpadre Pro, en 2005 y las entrevistas a personajes impor-tantes de la historia que le va l i e ron el Ma ry Mo o r sC abot en 1971 y el de Periodista del Año de la AtlasWorld Press Re v i ew de los Estados Unidos en 1977sin olvidar el desaparecido premio Manuel Bu e n d í aen 1986 que conceden trece universidades de la repú-blica. ¿Se presentaría Scherer García a recibir estos pre-mios? Quién sabe. No le gusta manifestarse en públiconi encaramarse en presidium alguno y fue un acérrimoenemigo del 4 de junio, irrisorio día de la libertad deprensa en nuestro país.

A lo largo de su respetabílísima carrera está el asedioa un personaje (o quizás un fenómeno) al que no deja enpaz: el Mal, tal y como lo han constatado Sicilia y So-

l ares. Lo desenmascara, lo atrapa, lo hace confesar. Elsuyo es casi un afán religioso a la manera de José Re-vueltas. A Scherer, muchos lo vimos encabezar al ladode Abel Quesada, Vicente Leñero, Manuel Buendía,Ricardo Garibay, Miguel Ángel Granados Chapa, lasalida de ciento y un periodistas a la hora del “golpe aExc é l s i o r” en 1976. Peleó contra la traición de Ec h e-verría y el sucio golpe a la democracia en México queenvileció no sólo al periodismo mexicano sino a las ociedad entera. Muy poco tiempo después ese golpehabría de dar origen a la revista Pro c e s o de la que to-dos aquí somos lectores.

Quizá Julio Scherer sea bueno para los golpes por-que ahora nos da a conocer su libro El perdón imposible.No sólo Pinochet, con nuevos t e stimonios del horro r,publicado por el Fondo de Cu l t u r a Económica en la co-lección Tierra Firme.

Con la aportación de informaciones más re c i e n-tes del doctor Joan Garcés, quien ayudó a SalvadorAllende en su cuarta campaña a la presidencia de Chiley documentó desde 1973 el genocidio, Scherer pudoremontarse al pasado.

El proceso sigue y seguirán llegando a Chile pru e b a s

La prosa de Julio Scherer es rápida, incisiva. Imposible encontrar en ella una frase larga. Escribe

a lo Orozco, a latigazos rojos. Resume y golpea.

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j udiciales contra Pinochet y sus cómplices. La última es-tratagema, la silla de ruedas, rebasa el desprecio para unhombre que torturó y asesinó hasta cansarse.

El nonagenario dictador echó mano de varias ar-t imañas: mostrarse al mundo como un ser frágil, en-f e rmo, fingir demencia senil, exhibir su invalidez. ¡Ycuriosamente muchos se dispusieron a empujar su sillade ruedas! Procesado por supuestas leyes que dicen quea partir de los ochenta años la condena se da con “arrai-go domiciliario”, Pinochet, senador vitalicio, sigue ofen-diéndonos. ¿Qué prisión es ésa para un asesino? ¿Noestaría de todos modos recluido en su propia casa porsu avanzada edad?

Finalmente, Julio Scherer Ga rcía (insisto en elGa rcía) visualiza los últimos momentos del pre s i d e n-te Salvador Allende, recoge declaraciones de personascercanas a él así como un encuentro con su viuda, Hor-tensia Bussi, Doña Tencha, años después del golpe.Nos informa acerca del “Plan Z”, preparado por lospropios golpistas después del 11 de septiembre: unplan monstruoso para torturar y asesinar que le abrela puerta a “La Caravana de la Muerte” del general Are-llano St a rk llamado “El Carnicero” así como tambiéna la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) creadapara el exterminio. Habla de la militarización de lasuniversidades incluyendo a la Pontificia UniversidadCatólica, del sometimiento al régimen pinochetista delos presidentes de la “transición democrática” de los añosnoventa: Patricio Aylwin y Eduardo Frei, que comba-tieron a Salvador Allende.

Augusto Pinochet destruyó la democracia, golpeó ala ciudadanía, levantó un país de oligarquías abolien-do el sufragio cuando Chile era el más democráticode los países latinoamericanos, la Suiza de América.(Otros dicen que la Escandinavia). Al igual que el dic-tador Porfirio Díaz en México que ordenó “mátenlosen caliente”, Pinochet bombardeó su propia ciudad, elblanco fue el Palacio de la Moneda y torturó y matóa sus compatriotas. El 17 de julio de 1998, en Ro m a ,ciento veintidós países (claro, sin los Estados Unidos)r a t i f i c a ron el Estatuto de Roma de la Corte Penal In t e r-nacional que juzga a los gobernantes que han cometidocrímenes de guerra y crímenes contra la humanidad eincluye un artículo que dice que para entregar a unacusado a la justicia mundial, debe obtener el consenti-miento de su país. A Scherer lo sublevó que el consen-timiento no se generalizara.

Scherer García le pregunta a su entrevistado JoanGarcés, cuál es su vaticinio y responde: “Me gustaríae q u i vocarme, pero creo que n o habrá condena en Chilesi en la mano del gobierno está evitarla”.

¿Son males necesarios para la historia los amigos delpoder lacayunos que desde sus posiciones de privilegio

sólo preservan sus cotos de poder a lo largo de su vida?—podríamos preguntarle a Julio Scherer.

Julio Scherer Ga rcía termina su libro con re f l e-x i ones sobre la situación del mundo y le pregunta alpresidente Ricardo Lagos, socialista y allendista, quésucederá en el futuro, qué será de los imperios que selevantan como China: “¿Qué va a ocurrir cuando sueconomía sea más grande que la norteamericana?” ¿Yel caso de Cuba? ¿Realmente el pueblo cubano quiereque Fidel Castro continúe en el poder? ¿Hasta dóndees soberana la conciencia de un líder? Y Scherer Garcíaapunta: “Moralmente, no es admisible que las necesi-dades esenciales de muchos sean soporte para la crea-ción de imperios económicos y dinastías faraónicas”.

En El perdón imposible el juez Juan Guzmán opinaque Pinochet burlará a la justicia pero no a la historia:“la biografía oficial del general consignará la o s c u r i d a dde su mente: ‘murió irresponsable, infantil”.

En efecto, la muerte ronda al dictador, sus días estáncontados y Pinochet fallecerá en su casa, en medio de laterrible oscuridad de sus noventa años, temeroso, re p u-diado por su país y por el mundo, condenado ya por lahistoria. Nos pre g u n t a remos si alguna vez estuvo en suscabales, si no vivió toda su vida imbecilizado por el podercomo viven muchos de nuestros magnates que se lleva nal otro mundo, como el saldo de toda su vida, la íntimacerteza de haber sido un débil moral y un pobre diablo.

En cambio Scherer García, incólume sentirá que hacumplido su tarea.

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